puente nuevo

 

LOS ANÓNIMOS DEL CORO [1]

 

A Fernando Lázaro Carreter

A Ricardo Senabre Sempere [2]

 

"He vuelto a ver los álamos dorados

.......................................................

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas."

Machado [3]

 

"... entre las quietas hojas amarillas,

a una música inmensa,

como un incendio de pesar sin fin."

J. R. J.

 

I [4]

 

EL OTOÑO ES UN ÓRGANO QUE TOCA, SOLEMNEMENTE DIOS [5]

 

DESDE ANTES [6]

 

I

Alguien estuvo en este mismo sitio

que ahora ocupo.

Noto su vacío suceso rodeándome.

Acaricio lo que todavía queda

del cuerpo del hombre de la historia.

Tiene peculiar forma y manera de existir.

Secreto contacto con el contorno que le abraza

como una enredadera inagotable de creencias.

Pasea meditando canciones y discursos.

Se pliega con mantos de aureolas,

al borde de la mañana,

rosales y cipreses.

(En columnas caídas y anudadas de pies

las lagartijas del tiempo toman sol.)

 

Por los pasillos de la sombra

entran en la nostalgia

mensajes y gestos de los que perduran

de aquel entonces

en el fondo del sonido. Alguien

sigue ahí, donde lo miras.

(Luego, va, se esconde.)

 

II

 

Muchos vuelven en busca de sus bocas

cerradas en las estatuas del camino.

Otros escudriñan notas que perdieron

en el concierto de las ruinas.

Los amantes se arropan

con la capa rojiza de la estela

que va dejando el día.

En el rincón inmenso del ocaso

-todo se vuelve rincón del momento-

queda el misterio que nunca floreció

que nunca supo subir hasta la vida de su muerte.

 

[LOS ANÓNIMOS DEL CORO] [7]

 

I [8]

Arrancan del fondo,

húmedo mármol, la estatua.

Sudado y sucio

tronco de vida.

La fantasía de septiembre

late en momento

de miel y sol de espuma.

Dudas arbóreas

dejan ramas de aire

a los curiosos murciélagos del día.

 

(Acaba de pasar)

 

El paisaje abre sus páginas

por donde empezamos a leer

hace miles de años

el cuento de nunca acabar.

Los dioses vuelven la cara

al estrado del circo.

Caminan torsos lumínicos

en túnicas violadas

de encendidos aromas.

Polvos de cenizas se acumulan

en pliegues de figuras convocadas

por el tiempo olvidado entre las piedras.

Bajan hasta el renunciamiento

las sagradas estampas del relámpago.

El crepúsculo proyecta su película.

Y el recodo ciñe un cielo que caído

en labios entreabiertos de la tarde

se realiza jardín amado en la ventana.

  

II

 

Todavía la estatua

continúa superficies floríferas.

Para elevarse necesita

fantástica demencia,

fabricación de esencias

en el molino de la vida.

Surtidor se proclama

el aire golpeado de retornos.

 

Y, de pronto, surgen

intrigas de presentimientos.

Aunque aún falta mucho

para que se perfilen las caras

de los hombres anónimos del coro.

 

EL TÚNEL

 

I

 

Al túnel de la alcantarilla

bajaron sombras en busca de cuerpos,

intimidad de la tierra,

que fueron pasillos de tremenda persecución.

Sombras acosando insistentemente

espacios no habitados

en la profundidad del nombre.

 

(Cueva recóndita para albergar anhelos.)

 

Entramos en nuestro menesteroso

y dramático misterio al contemplarnos.

Vagamos en un cauce que nos lleva

a la peregrina ambición, de día festivo,

que estrenar en fiesta inverosímil.

 

Cuerpo comulgado, en su desnudo,

corriendo alcantarillas

para alcanzar anhelos que extendemos

a la misericordia de cualquiera

que vaya en busca de la luz,

siempre lejos,

inalcanzable a nuestras manos.

(Todo está posiblemente en el mismo sitio.

Nosotros somos quienes nos alejamos.)

 

II

 

Acosadas palabras, balbucientes palabras,

se quedan derretidas en su tinta sonora.

Quedamos absorbidos por la súplica

de encontrarnos con la emoción

de encender la otra luz,

aquélla que está consternada,

en nuestro propio cuerpo.

Y conseguir volver

a la calle empinada

de la nieve a galope de la montaña.

 

III

 

Despertaré creyendo

y volveré a olvidarme de que he creído.

Buscaré mil pretextos

para tener la fe en algo que me sostenga.

Cuando consiga desentrañar asuntos,

que me preocupan contemplándome,

me sentaré a la orilla de la celebración

a escuchar el órgano del otoño

mientras el incienso

va dorando un retablo

de palabras antiguas.

 

PALACIO DE SENTIDOS

 

I

 

Miro mi fotografía

y me echo a temblar

como si resucitase en invierno.

Miro donde coinciden inquietudes

de inconfesables trasfondos

del instinto.

(Mirando mi fotografía

me compadezco de satisfacciones

que laten detrás de todo odio.)

Nadie me conoce

ni siquiera el que sale

a entornar la puerta

de un desconcertante palacio de sentidos.

 

II

 

Es lo mejor que puede sucederme.

Lo otro es un vivir cambiando palabras

que, por temor a lo ignorado,

se repudian a sí mismas.

Me reconozco hombre solo

en el paseo, dentro de Dios,

para ocultarme,

me aventuro.

Sólo un rato;

pero eterno.

 

III

 

Le quito el polvo al día

y se vuelve a empañar.

Es imposible la dulce

alma del candor de esta mañana.

Anida engaños de esperanzas.

No caigo en el recuerdo

de una imagen concreta

al volver de mis copias.

Tener el sitio personal

que nunca encuentro

donde lo busco

para bajar al tacto,

secreto de las cosas,

relicarios de abismos,

en lo más hondo de las murmuraciones

seres fantasmales

acariciando sorpresas

de la luz enterrada

en el sepulcro del amor.

Y a ciegas ando.

 

Me reconozco otro,

quizá, vecino impenetrable,

novela embarazada de consuelos.

Amor lastimando formas

en réplica a una misteriosa

vivencia enternecida

encerrada en casa

durante mucho tiempo.

 

Belleza muerta y sin aristas,

cuerpo resplandeciente,

donde me ahogo todos los días.

Confusas incursiones

por esa sensación

que tengo para llevarme

no sé bien a qué sitio

donde todo está a punto

según dicen

como una hoguera

de flores y sucesos.

 

EL DOLOR DEL JARDÍN [9]

 

La tristeza se apoya

en la espalda del jardín.

Se desvanecen definiciones

de paisajes infinitos

que pasan, delante de nosotros,

en bando de palomas asustadas.

Agobios de miradas llenan

la espesura arbórea del momento.

Tiemblan futuros frutos

reservados a huecos de unas manos

que piden limosnas de misericordias.

Preguntan.

¿Quiénes?

 

Nadie responde

porque faltan palabras.

 

El cielo es puro encaje

entre la codicia del refugio.

Tiembla el canto de un jilguero

como lámpara mágica.

 

(Se ha muerto un pájaro

porque alguien llora

entre las plumas del soplo del suspiro.)

 

II

 

SE FUNDEN SIGLOS EN UN SOLO DÍA [10]

 

¿ADÓNDE?

 

A Francisco Muñoz[11]

 

Se funden siglos en un día

y caben en un rato.

Porque todos tenemos

la misma edad ante la muerte.

Vas como si fueses al paraíso de las flores

en el arriate de los encuentros.

Hay quien dice: "Me voy".[12]

Y se va al mirarnos

con nosotros dentro

por un camino oscuro

y sin saber si llegan.

Y quien se va con el que tiene

que dar un recado a la mujer del otro.

 

Estoy seguro de que la he visto antes

jugando entre la gente.

¿Es la esmeralda

que sacaron del abismo del espíritu

y se hizo pez en el acuario

de la habitación del mar?

Vagamos con noticias sensacionales

por el tiempo que nos falta

y que echamos de menos

buscando el rastro de quienes nos espían

el placer común de todo hombre.

Y sus milagros.

 

LA ESCENA

 

I

 

No sé desde cuándo estoy

en esta casa de paredes rotas

expuesto a los que me observan

y critican, desde la calle,

imitándome.

                Nadie respeta

mis desvelos ante el terremoto

de la desolación,

por donde yo paseo, entristecido,

los secretos del miedo.

 

Si pudiera correr la cortina

de este escenario de mi vida

la función no se haría jamás

en esta casa de muñecas.

Aunque no respondo a nadie

-ni siquiera a mí mismo-

me hacen desfilar

por delante del otro.

Me exhibo -pobre y duelo-

en las ansiosas miradas

de anónimos que esperan

que la escena se convierta,

para la eternidad,

colorines del rubor,

en importante tragedia

de suelos asesinados.

(¡Qué dolor padece mi alegría!)

 

II

 

No importa que la noche venga

apagando luces y encendiendo emociones.

 

Ahí está y seguirá estando

la muchedumbre oracional

mientras continúo vaciándome a chorros[13]

por cumplir la sentencia

a la que me condenan mis hermanos.

Entre bromas y risas

me reparten entre ellos

como si fuese un Cristo de juguete.

Nunca encuentro la salida

que me libere de mí mismo,

incluso, en los demás.

Casi me desesperan las verdades.

 

(Me voy conmigo mismo

a beberme un vaso de vino

a la taberna del Apóstol.)

 

III

 

La muchedumbre es barro,

conmovedoramente apretado,

con olor a tierra recién llovida.

Y jarra llena de llanto.

Se manifiesta y se sucede

sin saber el nombre del hombre.

La palabra queda sin proclamarse,

sin existencia investigada

y late, invisible, inaudible música

que nunca va a concebir el rato;

pero, que está ahí, en el sigilo

del otro que te escucha.

(Extraño pensamiento

que un desconocido

pone en la estantería

de la casa perdida

en la distancia.)

 

Se pasaba la mano por la cara,

acariciando la crisálida de su ser,

espiritual e inalterable.

Haciéndose de sí mismo

solitario refugio de recuerdos

hacia una vida interior

de monje de clausura,

de material de vivencia,

hasta dar con el límite

escandaloso de su vida

en la mentira del principio.

(Y del fin.)

 

III

 

LA ESCALERA DE LA PALABRA [14]

 

LA VOCACIÓN DE LA PALABRA

 

A Fernando Pérez Marqués [15]

 

Amé y ahora me asombran

las palabras llenas de nostalgias

que nunca conseguí pronunciar.

Me duele lo que no amé.

 

Esto pasó hace la mar de vocaciones.

O está ocurriendo en este instante

porque antes no hubo tiempo para nada.

O estoy construyendo

una nueva vivienda

donde habitar futuros del pasado.

 

EL VOLUMEN DE LA PALABRA

 

El temblor del color

dora el tiempo.

El espacio se cierra

en su canción de luz.

Nos conformamos cada mañana

con la frase del verso.

 

(Ideas y volúmenes de palabras.)

 

Y nace la escultura

ocupando el lugar,

inventado cada día,

donde antes estábamos

nosotros solamente.

 

EL PENSAMIENTO DE LA PALABRA [16]

 

A J. A. Zambrano[17]

 

Los pájaros volvían,

al hueco de una mano

de sol, a la última rama.[18]

Se quedaban en el viento,

de las rosas del mar,

en los tactos perdidos.

Cambiábamos paisajes

de mágicas ilustraciones

por brazos de olas

para subir al vuelo.

Contemplamos brisas de amor

latiendo entre sus labios.

 

Muy tarde ya, de noche,

evaporándose las estrellas,

descubrimos los besos

trémulos del silencio.

Y simbolizamos con nombre impresionable

la ilegible imaginación

de la palabra.

 

PALABRAS DE AYER

 

A Santiago Corchete [19]

 

Quizá mañana vuelva

a ser presencia justa

y ocupe, con vosotros, el sitio

hecho ceniza azul de nueva playa.

Para que os encontréis convocados

por aquéllos que añoran

la memoria perdida.

Porque será terrible evocar

pasados varios siglos,

algo de lo que aquí ocurrió

cuando vivíamos.

 

LA VOZ

 

Me suena raramente la voz.

Como si otro pronunciase

lo que yo he aprendido,

hilo a hilo, de memoria.

Algo me traiciona.

Me escandaliza la palabra,

contradictoria vivencia,

sumergida dentro de mí.

 

Me desconozco en esta

nueva versión de mi concierto

del vuelo acariciante,

expresión denunciada,

en un interminable sermón

de otra montaña.

 

Me duele la voz cuando se apaga

secretamente en la garganta,

cuando se encierra en un silencio

que es imposible oír.

 

EL SONIDO DE LA PALABRA

 

Antes existió el poema.

Era mutismo contemplativo

o de libro cerrado.

O escoria arrinconada de un paciente.

Meditación del solitario.

Alegría sin socializar.

Acaso, la palabra muda.

O era antes.

Cuando no hacía falta

palabra alguna para deducirse.

 

Cuando la piedra cristalizaba

luna y mediodía.

Cuando la yerba era la idea

de la alfombra.

Cuando el nombre era noche cerrada

y un ángel

desvaneciéndose florecía.

Mucho antes debió ser.

Sabe Dios cuándo.

 

LOS PRONOMBRES PERSONALES [20]

 

YO

 

Está en el escondite

la primera persona:

el hombre que solfea

la calle y la oficina,

el hombre donde muerdes

las flores del camino,

élitros de teléfono,

el libro que se cierra

aburrido de sueño.

Desconocido yo

en mí mismo encerrado

cadáver donde vivo

un presente que dudo

si existo solo siempre.

 

 

Ha nacido el diálogo

al verme en la presencia

de palabras abiertas

donde pueblas espacios

y latidos: silencios.

Dulce rincón caliente

de amable compañía.

Frente a frente. Contento

hermano mío. TUYO

es voz que nos une

definitivamente.

 

ÉL

 

Hablaremos los dos

y él quizá nos entienda

y le dará más vida

a la continuación

si índices señalan

ese lugar común

donde luego morimos

paisajes y maneras.

La culpa es siempre suya.

La novela y el humo.

La cara medio oculta

de las cosas lejanas.

El encuentro a la vuelta

de sorprendente esquina.

 

IV

 

JAULA DE ATARDECER [21]

 

"Se  puso  detrás  de  Él,  junto  a  sus pies,

llorando,  y  comenzó  a  bañar con lágrimas

sus  pies  y  los  enjugaba  con  los cabellos

de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía

con el ungüento"

(San Lucas 7, 38)[22]

 

 

La prostituta se sentó,

en una piedra a la orilla del camino,

a esperar.

No sabía lo que esperaba.

Ni a quién.

Ella siempre esperaba.

Designio de su manera de vivir.

(Nadie le dijo que Cristo

jamás volverá a sentarse

en el salón de su casa.)

 

Pacientemente hacía encajes de bolillos

con las flores que le nacían

en la yema de los dedos,

iguales a las que la gente pisa

en la cuneta del sendero dormido.

Hasta que un viento la derribó.

Fue a caer en la roja

vertiente del crepúsculo.

 

Pasó mucho tiempo por sus horas.

Cuando pudo apenas levantarse

se encontró entre sus manos.

Dolida. Engañada. Tenebrosa.

Intentaba detenerse

y caía de bruces.

El silencio,

como si fuese un hombre,

la golpeaba sin piedad.

Y volvía al fin,

aturdida y maldita,

donde antes.

 

La mujer seguía en la esquina

eternizando sus prodigios,

grito cuajado de sorpresas,

mercancía de cuerpo almacenado,

la venta al por menor de ratos sueltos.

 

(Se le notaba en la cara

que había estado muerta;

pero, ella, evitándose, lo ignoraba.)

 

Le dolían los pies

-no le cabían-

y el santo, arrastrando la tarde,

al tropezar con ellos

los besaba.

 

(Eran las cuatro de la tarde

de un nueve de agosto

en la Cibeles.)

 

Espiaban miles de seres.

Acusada no sabía de qué,

desde dentro, desde fuera.

Miles y miles.

Hubo un instante

que pertenecían los ojos

a una sola persona

desleída en interpretaciones

de la tragedia humana.

Extendiéndose aún más allá

como luz inexistente

entre miles de anónimos

en el coro del pueblo.[23]

 

Bajó el amanecer a verla.

Había envilecido su piel

y le cubría un purísimo azul

en jaula de alborada.

Liberándose nacía virginal.

Nuevos deseos.

Permanente ascensión.

 

Recreábase niña y volvía,

milagrosamente,

a ser, blanca nieve del aire,

enajenada imagen de sí misma

en la enamorada angustia de su sitio.

Arropaba la niebla al desaliento.

Indiferente pasaba el hombre

sobre el santo y sobre la mujer.

Sin darse cuenta de la existencia,

del alma de las cosas,

pasaba invariablemente

por el mismo sitio,

humillado,

huyendo de su mismo veredicto

como aquel provinciano del caballo.

 

Le dieron un pañuelo

para que limpiase sus lágrimas.

Y fue nueva Verónica en los caminos

de hombres perseguidos,

de hombres indignos,

de hombres profanados,

de los de mala voluntad.

De vencidos con los brazos cruzados.

 

Ella los consolaba,

les enjugaba penas y agonías,

les daba de beber,

como samaritana,

y les buscaba lecho

para la noche antigua

que embarga todo sueño.

Nueva Magdalena.

La bíblica criatura

convocada por Dios

para la vida

de los suburbios de los hombres.

 

A veces, la mujer,

sobre la esencia de su muerte,

pregonaba obscenidades

al amparo de su pureza

hecha cisne de lluvia.

 

Se cruzaba la tarde por las calles

como santo que vuelve a las andadas.

 

Resbalaban sol de luz eléctrica

las aceras:

espejos de cielos sucesivos.

Entre cortinas de agua

lúgubres muchachos

caían de su cansado aliento.

Las miradas recorrían

vocablos de testigos

y andaban paredes

y cerraban ventanas,

una a una,

para que no se desvelase el amor.

 

Y, luego, nadie.

Y, después, envejeciendo

era violeta que se apagaba,

debajo de la hierba,

a escondidas de Dios.

 

(Sucesivos círculos abrían

la bellísima tristeza de la tarde.)

 

Despertó mirando hacia

otro sitio

y Dios sin su alegría acostumbrada

era un hombre que regresaba

del trabajo

enriquecido de pobrezas.

 

Le dijo una compañera

que Cristo era muy guapo

y que en su dulce mirada

cabía el mundo entero.

Ella se lo creía

mientras pasaba

un cine de memorias y hospedajes.

 

(Con su sonrisa

el ángel azul del lápiz

dibujaba muñecos.)

Todo era destino,

pasión de tiempo,

para ella.

Vivía en el umbral

de una puerta sin casa

desde donde ofrenda

mujer que muchas noches,

filtrándose en manos recordadas,

era ternura de caricia.

Llenaba vacíos de su tiempo

si miraba lugares donde estuvo.

 

Emoción extasiada

entre harapos de cielo.

Suplicada criatura.

Trasluciente desnudo.

Limosna que nadie recogía.

Se fue haciendo muy tarde

para empezar de nuevo.

 

La diadema de flores y brillantes

que encontró en el almario[24]

se la puso mirándose al espejo

de aquel entonces.

La frente, de la niña que fue, sangraba

y a sus labios, playa y libido,

llegaba el sabor salino del mar.

Su túnica, blanca y azul,

oleaje de viento parecía.

Luz enferma y alcoba.

Resentimiento de delirio.

Hospital de otra tarde.

Morada de tierra sobre los párpados.

Se sucedían los momentos tan deprisa,

tan alucinantes,

que no hubo espacio para ella

y se quedó fuera de su casa.

 

FÁBULA DEL RECUERDO

 

I

 

Muriéndose abrazaba a su padre.

Y el padre le decía:

"Espera: yo, primero".

Sonreía la niña y contestaba:

"Te enseñaré el camino

que tú casi no ves".

 

Y el padre preocupado repetía:

"nunca me quiso Dios

porque no sé olvidarme".

 

La niña, amanecer prodigioso,

nevaba almendros fuera.

 

FÁBULA OLVIDADA

 

II

 

Le preguntaban:

"¿Qué es para ti la vida?".

No sabía cómo decirles

que se enclaustraba diariamente,

que inventaba su asilo,

que a su pequeña casa

llamaban menesterosos.

Su precio de persona.

Su dolorosa llaga.

Su alegría de todos.

Daba más que tenía.

El Padre Nuestro

se le había olvidado.

Sólo un sabor

a suelo

le quedaba.

 

Se oye viento oculto

en el ventanal.

Corre el agua de la noche

bajo la mano de la tierra.

Submarina pena nos invita a seguir

el transcurrir del hombre sumergido.

Florece el agua en los ojos del ciego.

¿Qué secretos nos dicta

solemnemente,

entre raíces,

el ahogado cuerpo del que se huye?

 

Lo que está oculto

sigue invitándonos

a conspirar en la opinión del otro.

 

Pero, ella,

entonces,

cuando menos la espera

surge del fondo de las cosas

como flor silvestre

enamorada de la libertad.

 

Encerrada en su alcoba

 

hacía de su cuerpo

establecimiento oxidado del espacio.

Almacén de sinfonías

para quien escucha atentamente

la lluvia a punto de caer.

 

Sigue filtrándose

entre dudas de despojos:

crepúsculo para una barca

como pantera en el cañaveral.

Miradas la encuentran

en la habitación del rato[25]

para vivificarla vértigo

y esculpir su figura

-rosada carne-

borrando el panorama que la enmarca.

 

Cuando sólo esté escrita,

para poder leerla

entre líneas de árboles

vaivén del color tan sólo,

música tan sólo,

será poema de amor

que huye al ser leído.

 

EN ESTE PEQUEÑO CEMENTERIO DE LA ALDEA [26]

 

III

 

En este pequeño cementerio de la aldea,

habitación íntima del campo,

recóndita almohada del silencio,

todo está desnudo

y en presencia de Dios.

Se miran entre sí alegrándose

al reconocerse vecindario.

Entre la hierba brilla

un rocío de lágrimas.

 

(A Carmen le pusieron un clavel de tela.

A José una corona de crisantemos.

A la señora Rosa una dalia de papel.

Y a ella, una prostituta,

un manojo de olvidos amarillos.)

 

Cada vez que lo miras

se hace más pequeño

el cementerio de la aldea.

Las paredes se pliegan

en silencioso libro de oraciones.

Como todos se conocen

se apretujan floreciendo intimidad

-y ella-

hasta llegar a confundirse

-ella también-

en el osario del amanecer

cuando la primavera y la caricia.

 

* * * [27]

 

(Al poeta le gustaría sumergirse

en un anochecer

confundido en el alba.)

 

NOTAS 

[1] Este título es una metáfora del triste papel que las personas corrientes se ven obligadas a representar en la existencia como seres sin identidad, y una reivindicación de la dignidad que les corresponde en el concurso de la historia. JDV se inspiró en el teatro romano de Mérida, un lugar histórico donde sentía palpitar a los seres que lo habitaron y experimentaba la unión con sus raíces más profundas: “Cuando el hombre siente bajo sus pies y sobre su espíritu ruinas históricas [...] siente con toda intensidad una emoción histórica [...] una evocación sublime. Un sentimiento religioso que le capacita para ver y escuchar el tiempo que se marchó" (“Ruinas”, Hoy, 5-4-62). En 1988, el libro es publicado entre las páginas 315-346 de Poesía. JDV no recibió opiniones dignas de reseñar de este libro (excepto la de Ricardo Senabre que lo calificó de "hermoso de verdad") por pasar desapercibido al final de la recopilación (como le correspondía por orden cronológico).

[2] Son dos intelectuales, que apreciaron la poesía de JDV y lo animaron con sus opiniones alentadoras. En la nota del poema "Picos de Europa" de La montaña, que JDV dedica a Fernando Lázaro, se informa de dónde procedía su buena relación. Ricardo Senabre fue catedrático de la UEX donde ejerció un fructífero magisterio y propició estudios sobre autores extremeños, que han contribuido decididamente a la reconstrucción de la historia literaria de Extremadura. Su aprecio por JDV se materializó en el seguimiento del final de su trayectoria y en ensayos donde insistió en la necesidad de estudiar su personalidad y su poesía ("Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial", en Escritores en Extremadura, 1988, "Sentir y decir", Hoy, 28-11-93). Y el agradecimiento del poeta al profesor se observa en la dedicatoria de Los anónimos del coro y de dos poemas: "Noviembre" y "Badajoz" (ver en “Y otros poemas”).

[3] Se trata de los vv. 1, 7 y 8 de la parte VIII de "Campos de Soria", un poema fundamental de Campos de Castilla de Antonio Machado. Esta cita y la siguiente de Juan Ramón Jiménez adelantan el ambiente enigmático en que se va a situar JDV en este libro tratando de leer entre líneas los mensajes subliminales, que capta en esa frontera entre la realidad (presente -teatro romano-) y la sobrerrealidad (pasado -idea del gran teatro del mundo-), en donde ahora se posiciona para desentrañar los misterios indagando en los seres humanos y en el entorno, que se le hacen presentes envueltos en sonidos, aromas, colores, claroscuros, silencios elocuentes.

[4] La variedad temática y la descompensación estructural del libro delatan que sus cuatro partes no fueron compuestas para formar un todo unitario y que fueron reunidas precipitadamente para aprovechar la ocasión de publicarlas en Poesía bajo un título, Los anónimos del coro, que les imprimiera la unidad que les faltaba.

[5] Este título continúa la línea significativa iniciada en las citas anteriores: Cada estación del año conlleva una nueva gama de sonidos; por su ambiente gris y triste, el otoño parece un inmenso órgano con notas melancólicas, cuya solemnidad sólo puede salir de una interpretación magistral de Dios. En este ambiente, invadido por la pena de sus reiterados fracasos, se encuentra el poeta intentando frustradamente interpretar ese mensaje.

[6] RO: Ed. Nuevo Alor (Badajoz, nº 2, 1983) TPV: “Alguien estuvo en este mismo sitio / que ahora ocupo. A mi lado acaricio / lo que todavía queda de un cuerpo / sin distancia y con historia. / Tiene forma y manera de existir, / secreto contacto con el aire, / escucha siempre su silencio. / A veces lo noto pacientemente pasear, / pliegues de mantos y aureolas, / al borde de la mañana / entre rosales y cipreses, / entre columnas caídas y anudadas de pies / y por los pasillos de la sombra / entrar en la nostalgia de quien mira. // Muchos vuelven en busca de sus bocas / cerradas en las estatuas del camino. / Otros escudriñan notas que perdieron / en el concierto de las ruinas. / Se arropan los amantes / con el manto rojizo de la estela / que va dejando el día. / Y entre rincones / -todo se vuelve rincón del momento- / queda el misterio de la vida / que nunca floreció / que nunca pudo subir hasta su muerte”. RD: Está más elaborada y estructurada.

[7] En Poesía este poema no tiene título, posiblemente por un descuido de la imprenta. Como no se dispone del original para restituirlo, ha sido titulado con esta supuesta denominación, teniendo en cuenta sobre todo los últimos versos del poema.

[8] La primera parte de este poema fue editada independientemente ST en el periódico Hoy (Badajoz, 22-5-88).

[9] Ed. Alcántara (Cáceres, nº 3, 1984).

[10] Quizás este título proceda del final del v. 12 del poema "Rubaiyat" de Jorge Luis Borges, incluido en su libro Elogio de la sombra, que dice: "un siglo es un momento". Con este título JDV advierte que continúa sintiendo una gran preocupación por el paso del tiempo. Así al primer poema de esta parte, "¿Adónde?", que comienza idénticamente al título, le añade un segundo verso ("y caben en un rato") para acentuar más aún esa angustiosa intranquilidad, que ya fue expuesta por él en la supuesta segunda cita inicial de IDN e IN: "Todo / es sólo un día, / apenas un rato".

[11] Actual Consejero de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura, que se relacionó con JDV cuando trabajaba en los Servicios Culturales de la Diputación de Badajoz, le resolvía algún asunto de su departamento o espontáneamente entablaba conversación con él sobre la tarea cultural de la Diputación y temas del momento. Entre ellos se estableció una estrecha conexión que se tradujo en la dedicatoria de este poema y en el empeño que Francisco Muñoz puso en la edición de Poesía de JDV (1988).

[12] En el poema "Cinco" de Huir, JDV aclara este verso en la nota que precede al poema: "'Me voy, me decía Luis Álvarez Lencero, antes de morir'. Y se fue. ¿Adónde habrá ido?".

[13] Este verso recuerda a otro del poema “Jesús Delgado” de Ruiseñor perdido en el lenguaje (“Me muero a chorros, Jesús Delgado”, v. 247) y a expresiones parecidas, que se pueden localizar en otros momentos, ya citados, de su obra literaria.

[14] Este título preside un grupo de poemas donde JDV explica el proceso que ha seguido con el fin de desentrañar el enigma de la palabra, para conseguir la transmisión de sus sentimientos con la misma sutileza y exactitud que los captaba su conciencia. El poeta va desgranando escalonadamente los aspectos que intervienen en la configuración de la palabra en una progresión deductiva hasta llegar a las más simples y esenciales, los pronombres personales, intentando averiguar el misterio de los conceptos originales, dominar el lenguaje y traducir el significado de la existencia (JDV explica este proceso en "La palabra y la golondrina", Mérida, 9-5-53).

[15] Maestro y escritor (San Vicente de Alcántara, 1919-Madrid, 1993). Secretario de la Revista de estudios extremeños y activo participante en el ambiente cultural de Badajoz. Realizó estudios históricos y literarios sobre Extremadura como “Extremadura en Azorín” (1972) y “Trasuntos literarios de Mérida” (1973) -algunos fueron incluidos en De Extremadura. Cuatro esquinas de atención (1980)-. Editó también el ensayo Espejo literario de Extremadura (1991) y el libro de viajes Postales de andar extremeño (1994). Mantuvo una estrecha amistad con JDV y le dedicó varios ensayos como "Carta a Delgado Valhondo" (Hoy, 7-3-64) e "Inefable noviembre" (Nuevo Alor, nº 1, 1983).

[16] Ed. Alcántara (Cáceres, nº 3, 1984).

[17] José Antonio Zambrano (Fuente del Maestre, 1946). Poeta que ha editado libros como Canciones y otros recuerdos (prologado por Ricardo Senabre, 1980), El libro de las murmuraciones (1984), La noche de los lirios (1989), Como una presunción (1994) y Después de la noche (2000). Sintió intensamente el magisterio de JDV y le mostró su aprecio en poemas como los titulados "Poema para Jesús" (Poesía, pp. 394-395) y "Esta noticia ahora" (Kylix, nº 29, 1993).

[18] En Alcántara (Cáceres, septiembre-diciembre 1984), los vv. 2 y 3 dicen: "al hueco de una mano de sol, / a la última rama". RD: El recorte del v. 2 es una adaptación de su medida a la de los versos colindantes.

[19] Poeta salmantino (Ciudad Rodrigo, 1937) afincado en Badajoz, es autor de una poesía intelectual, pulcra y trascendente. Entre sus libros destacan Proceso de la luz (con prólogo de JDV, 1985), En la ciudad del viento (1999) y Cuaderno del Paisaje (2000). También tiene ensayos como Educación y ecología (1990) y Delio en la poesía española del siglo XVIII (1994). Corchete mantuvo con  JDV una grata relación, que se ha manifestado en esta dedicatoria y en emotivos artículos, donde destaca con agudeza el valor de su poesía ("Poeta y rebelde", Hoy, 22-5-88, "Sin Jesús, con Jesús", Hoy, 27-7-97).

[20] Ed. Litoral (Málaga, nº 115-117, 1982) y Hoy (Badajoz, 7-3-85).

[21] Con este título el poeta quiere dejar plasmada la imagen de la cárcel en que, metafóricamente, se encuentran encerradas las prostitutas en el momento de poner a la venta su cuerpo cumpliendo inexorablemente, como si de un designio supremo se tratara, su ingrato papel en el gran teatro del mundo. RO: Ed. Alor novísimo (Badajoz, nº 3, 1985) con el título de "Atardecía", que se puede consultar en “Poemas dispersos” de “Y otros poemas”, porque su larga extensión no permite recogerlo en esta nota. RD: Tiene mayor calidad porque su contenido está más elaborado y la parábola se expone con más nitidez.

[22] JDV encabeza la IV parte del libro con esta cita de San Lucas con el fin de recordar que Jesucristo no rechazó a la prostituta. Esta enseñanza de Cristo aceptando a un ser descarriado, que muestra humildemente su arrepentimiento, es la que desea sembrar el poeta en los receptores intentando cambiar el concepto que generalmente tienen de estas mujeres que, aunque comercian con su cuerpo, son personas con sentimientos y como tales merecen ser tratadas. Por tanto, “Jaula de la atardecer” es una reivindicación de la dignidad humana de las prostitutas.

[23] Los cuatro últimos versos contienen la razón del título del libro.

[24] Esta palabra, que ya fue empleada en el soneto “Temo al mendigo que bendice” de Ruiseñor perdido en el lenguaje, aquí tiene un doble sentido: espiritual (como en el poema citado) y real, pues también se puede entender que la protagonista encuentra la diadema en su armario.

[25] En Alcántara (nº II, XXXIX, 1983) se dice que JDV en la II Feria del Libro de Mérida recitó poemas de La habitación del rato, que es el título original de "Jaula de atardecer" y JDV concibió en la larga temporada que pasó en el hospital militar de Badajoz junto a su hijo Fernando en 1959. Este hospital estaba situado junto al barrio de las prostitutas y JDV iba a una antigua iglesia convertida en taberna, donde se encontraba con ellas y llegó a congeniar, pues comprendió que eran seres humanos con los mismos anhelos y pesares que los demás, y pobres actrices que, en contra de su voluntad, estaban representando un triste papel. La noticia de la revista cacereña y este hecho confirman la hipótesis de que, al menos, esta parte no fue compuesta para incluirla en Los anónimos del coro.

[26] Ed. Alor Novísimo (Badajoz, nº 1, 1984) con el título de "Entrañable cementerio de aldea": "Y a ella, por prostituta" (v. 13) y no aparece la reflexión final que va entre paréntesis. RD: La reelaboración del v. 13 evita el encuentro de "por/pros-" y el cambio de "por" por "una" aclara el sentido que era ambiguo y podía ser mal entendido. La meditación entre paréntesis indica el deseo de evasión de la dura realidad, que le supone al poeta la reflexión sobre el triste final de la prostituta.

[27] Estos asteriscos, que así aparecen en Poesía, llaman la atención, pues no es un signo propio de la expresión poética. No obstante, JDV posiblemente los usara para separar con claridad los últimos versos a modo de reflexión final y paralela al discurrir del poema (recurso que ya ha empleado en varias ocasiones).

 

Fotografía cabecera: Puente Nuevo de Mérida