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Francisco Lambea Bornay

Es un fino poeta que puede ser definido como el «poeta del nuevo romanticismo», pues siente ese amor ideal por su amada pero lo dice con una cuidada expresión moderna, que contiene más verdad que sentimentalismo, mientras se encuentra inmerso en la vorágine de los días presentes.

En este análisis de sus tres primeros libros, se puede deducir los fundamentos de su poesía.

La poesía de Francisco Lambea Bornay

No conocía a este villanovense afincado en El Puerto de Santa María ni a su poesía, hasta que hace dos meses tuvo la deferencia de enviarme un comentario sobre mi Panorámica poética de Extremadura, después de leerla con atención, donde me felicitaba “por la empresa y por el empeño puesto en ella”, pues aseguraba que “un libro de este tipo sólo puede acometerse desde una vastedad enorme de lecturas y desde una gran pasión investigadora”. Y esto era lo que necesitaba oír para que tantos años de esfuerzos en la elaboración de mi “Antología del siglo I al XXI” me compensara emocionalmente, pues su comentario me indicaba que había captado el verdadero sentido de mi Panorámica, detalle que algunos no han sabido apreciar.

En correspondencia, al saber que había editado tres poemarios, quise leerlos y los recibí con expectación. De entrada la edición de los libros me pareció atractiva por su agradable presentación, letra amplia, espacios holgados, color cálido del papel … pero las portadas no me gustaron, porque en ningún caso anunciaban el estilo ni beneficiaban al contenido. Sin embargo, a pesar de este contratiempo inicial, mis temores se esfumaron en cuanto comencé a leer el primer libro titulado Meditación de tu nombre (Madrid, Sial, 2007), cuyos deliciosos versos iniciales presentan la personal y emotiva concepción amorosa del poeta: El amor no conoce sus caminos, / todo es presente sin huella, / todo es / el recorrido de la sangre sin bordes … (17) El amor es / vivir invadido por tu nombre, / … es tu nombre sobre el olvido, … es tu nombre / latiendo como sangre incontrolable” (21). Luego pude comprobar gozosamente que este era el preludio de una poesía íntima, evocadora, elegante, sugerente, de hermosas y finas imágenes, cuyo motor es el hallazgo de la amada y el disfrute de comunes vivencias que llevan al poeta a la evocación de su experiencia emocional desde que tiene memoria (“Hubo un tiempo / sin tu nombre”, 26).

De ahí que se trate de una poesía reflexiva, muy interiorizada, producto de unas experiencias que proceden de una realidad vivida intensa y conscientemente. El título del libro, por tanto, responde a su contenido, es decir, a la meditación que, sobre el significado profundo del nombre de la amada, realiza el poeta: Su nombre no es una simple denominación sino que encierra un sentido trascendente pues, detrás de ese apelativo, existe una persona especial que lo libera de ataduras cotidianas, lo ampara del mundo exterior, lo colma de sensualidad en los momentos gozosos y, en definitiva, lo lleva a sentir que es la máxima expresión del amor y la única vía para afrontar la supervivencia diaria: “es el amor el que nos salva […]. / El tiempo se detiene en nuestro beso / y nos torna invulnerables” (22).

Es patente, por tanto, que el poeta (que tiene una profesión estresante) necesita habitar un mundo equilibrado, cálido, que le sirva de refugio y de amparo donde ser él, una persona, que se trasluce a través de sus versos, deseosa de una existencia armónica, cuyo pilar es la familia y, especialmente, Victoria, su mujer, el sol de su universo poético en torno al cual gira su existencia desde el momento que la conoció (“Sabes que tu corazón / es toda mi biografía”, 21). Y, por este motivo, los tres libros constituyen un bello homenaje a ella, como si de un moderno Cancionero se tratara: “sólo me basta tu latido, / que es el latido / del mundo que me asombra / y al que por ti pertenezco (25).

Meditación de tu nombre es, como consecuencia, la exposición del positivo impacto emocional que produce en el poeta el descubrimiento de la amada y de cómo desde entonces llena su existencia, dotando de sentido a su vida con su presencia y actuando emocionalmente como un bálsamo que le imprime ilusión ante la vida rutinaria. Es un mundo poético, por tanto, creado por el poeta que gira en torno a la amada a la que se aferra como si de una tabla de salvación se tratara: “Tu amor me salva de una triste biografía, /me salva de perderme en los bordes de mi alma. / […] / tu amor es el nombre que mi vida esperaba” (38).

El segundo poemario, Estampas familiares (Sanlúcar de Barrameda, EH Editores, 2008), es una vuelta del poeta al pasado para evocar nostálgicamente el mundo perdido de su niñez, (“¡Qué inmensa alegría, vivir / sin oscuras culpas, / sin prestigiosas ruinas, / vivir con la sola herida / del alba entre las manos”, 22.); el refugio que suponía su casa, donde gozaba de la protección de sus padres (“Allí, madre, / en ese sencillo / trasminar del mundo / vivíamos ajenos / a la edad que nos robaría / el paraíso clandestino / … / -vosotros os hicisteis ángeles / mientras yo crecía humano-” (61); la infancia (“ahora quiero el dulce / exilio de la infancia, / el vientre de aquel tiempo / terso y sin medida”, 29); la adolescencia (“Yo era un joven de amores imposibles”, 36); la juventud (“Supongo que, siempre, de algún modo, seré ese joven / que, sudoroso el corazón, el cuerpo / alborotado de noticias, / corre sin descanso las avenida de Cádiz / sintiendo al mundo expectante / de su emisora de radio”, 43) y el momento, clave en su vida, del encuentro, especialmente gozoso, con su amada: “hasta que llegó tu voz, un día, / un día que haríamos nuestro / de entre todos los calendarios, / […] / y comprendí al verte / […] / que había, de veras, comenzado / el sueño tenaz de mi destino” (71).

Lógico resulta que el poemario tome vida después de conocer a Victoria, pues el poeta enamorado es otro, más dinámico y entusiasta, más idealmente lírico: “Paseamos la tarde del mar, / caminamos su trasparencia, / somos la bahía / ebria de sirenas, / somos una mirada / de arena y de pescados, / el relámpago brioso de las olas, / la cálida tersura de las playas” (“Paseo de novios”, 72). A partir de este momento cenital, la intensidad de sus emociones va subiendo hasta llegar a su culmen cuando el poeta descubre el extraordinario poder del deseo: “Un día recordaremos nuestro amor / como una noche ardorosa entre las playas / mientras mis manos febriles descubrían / la adolescencia en las sendas de tu cuerpo” (76). Esa fuerza poderosa que los unió es la que ahora, años después, ha conseguido que su amor goce de una vigente pervivencia: “mi corazón es todavía un mar / y yo sé que aún eres / esa joven promesa de las dunas / donde la vida desvela su latido” (76).

Este repaso existencial muestra que Francisco Lambea debe haber sido siempre una persona muy intimista y soñadora, que necesita habitar en un mundo propio donde le sea posible ignorar momentáneamente los inconvenientes de la realidad diaria: “Supongo que, de algún modo, [soy] el mismo / que contempla en el cielo las estrellas / como una hermosa tregua de las horas” (43). También debe ser una persona muy sensible y emotiva, pues mira todo con pasión: su amada primero, pero también sus hijos, su familia, su tierra, Fuengirola, el Puerto … De ahí que la lectura de sus versos descubra una intensa humanidad, que debe ser fruto de la intensidad emotiva con la que debe vivir, y una elaboración cálidamente expresada, señorial, exquisita, propia de un poeta formado. Sólo se manifiesta con un tono más intranquilo, aunque sin excederse nunca, cuando piensa en la posibilidad de que el amor muera: “No puede ser / que el corazón calle / esa voz por la que existe” (22).

El tercer poemario, cuyo título alude a la sensualidad, al deseo, a la pasión amorosa, se denomina Densidad del labio (Madrid, Sial, 2011). Aunque su contenido, más que la descripción del amor por su amada, familia y entorno, es la descripción de su peregrinaje vital, que expone en un tono sereno, equilibrado, libre de frases ampulosas o discordantes, apacible, incluso en algún momento menos grato.

Ese recorrido vivencial gira en torno al hallazgo y la certeza del amor como ideal supremo en la existencia de un hombre común; de ahí su densa expresión y su alto anhelo de enamorado idealista, que se siente capaz de superar la muerte con el amor: “En tus ojos contemplo / el mundo amándose, / inviolable / sobre la muerte” (37). El motivo de esta euforia no es otro que la vaciedad de su vida amorosa antes de conocerla (“¡Qué oscuridad el mundo / sin desnudarlo con tu nombre!”, 15) y la fuerte dependencia actual, pues sin ella se siente perdido: “Decirte adiós es siempre una nostalgia difícil, / una oscura enredadera en los muros de la sangre” (18). En buena medida el poeta acentúa su tono sensual, porque lo hace olvidar la monotonía de la existencia (“Abandonar tus labios / es volver a la vida / que los relojes dicen, / la vida que nos huye / en los tristes calendarios”, 20) y la soledad que padece sin su presencia: “Abandonar tus labios / es convertirse / en viento sin caracolas; / en mar sin barcos, / en playa sin espumas” (20).

Luego, este amor siempre aparece con un bello y sugestivo telón de fondo que ocupa el mar, cuya influencia omnipresente enmarca su experiencia amorosa (“Nuestro amor creció / contemplado por el mar: sus olas vieron nuestros labios / necesitándose contra la ausencia”, 69) a través de bellísimas imágenes: “Si hablo de ti digo el mar, / el feliz naufragio de mi sangre / en tu costa encendida de espumas” (33).

Termina el libro con unos versos ambiguos a conciencia (“Guardan tus ojos / el alma de la luz: / eres la victoria / del horizonte en la bruma”, 71) pues, por un lado, Victoria significa el triunfo de la luz sobre la oscuridad, sobre el tiempo y sobre las circunstancias adversas y, por tanto, que el camino de la existencia del poeta aparezca despejado. Y, por otro, Victoria consigue que el poeta pueda acabar su libro satisfecho de tenerla no sólo en el ámbito amoroso (cantando a Victoria) sino también en el plano existencial (cantando victoria) (71).

En fin, los tres libros son la descripción de un largo e intenso parlamento, dicho en un tono melodioso, libre de exabruptos y de sentimentalismos, delicado en su exposición, profundo en sus reflexiones y consecuencia de una honda y perseverante relación amorosa, desgranada paso a paso por el poeta desde su encuentro hasta el momento de escribir los versos de estos apreciables poemarios.

asalgueroc

Fotografía cabecera: Alcazaba de Mérida, construida por Abderraman II