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Autor: Manuel Narváez Martínez

Créditos (de los vídeos de Extremadura, un bello poema)

 

 

 COORDINACIÓN LITERARIA

 

 Antonio Salguero Carvajal
 

 COORDINACIÓN TÉCNICA

 

 

 Luis Manuel Martín Martín

 

 ÉPOCA  POEMA  AUTOR/A  NARRADORES-RECITADORES  MÚSICA

TODAS

 Narración de los  hechos históricos-  culturales y  características  de la poesía y los  poetas de la lírica  en Extremadura.

 TODOS

Francisca Isabel Bonilla Pérez

Ana Domínguez Cidoncha

Borja Gil Prieto

Rocío Pastor Fernández

[idem en todos los apartados]

 

 

 La de la época correspondiente

 

 

 INTRODUCCIÓN 

 Metamorfosis de  Ovidio

 

«El sonido de la  palabra»

 Adaptación de  Agustín Sánchez  Aguilar

 Jesús Delgado  Valhondo

 Editorial Vicens Vives, 2013

 

 Blanca García Calderón

 Jean Sibelius: Finlandia

 

 Bach: «Suite nº 3, Air»

 POESÍA DE LA ANTIGÜEDAD

 «Inscripción de  Julia Sotira»  Anónimo  César Antonio Vázquez  Tejado  Música genérica antigua, Licencia CC

 POESÍA MEDIEVAL

«En la batalla»  Abu Al-Hasán  Irene Ángel González  Música medieval,  Licencia CC

 POESÍA MEDIEVAL

«Romance de la  bien casada»  Anónimo  Claudia Ibáñez García  Música medieval,  Licencia  CC
 POESÍA RENACENTISTA «Divina»  Bartolomé Gómez Naharro  Francisco Javier Díez Cartas  Música renacentista,  Licencia  CC 
POESÍA BARROCA «Tú que con agua cristalina y pura»  Cristóbal de Mesa  Marta González Cárdenas  Música barroca,  Licencia CC 
 POESÍA NEOCLÁSICA  Fábula Gregorio de Salas.  Clara Domínguez Cidoncha  Rob Costlow: «Sleep a  way», Licencia CC 
 POESÍA ROMÁNTICA «Mérida»  Carolina Coronado  Borja Gil Prieto  Música del  Romanticismo,  Licencia CC 
POESÍA REALISTA  «Varón»  José María Gabriel y Galán  Marcos Jiménez Benítez  Acetre: «La mimbre», Canto de Gamusinos 
 POESÍA MODERNISTA «Retrato femenino»  Manuel Monterrey  José María Álvarez Márquez 

 Pinturas:  Vicente Romero

 Acetre: «Pindongo hechizao», Canto de Gamusinos
 POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 98 «Compuerta»  Luis Chamizo  Francisco Javier Hernández Collado  Acetre: «Perantón de Fiesta», Canto de Gamusinos
 POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 14 «Versos íntimos» Enrique Díez-Canedo  Francisca Isabel Bonilla Pérez  Acetre: «La danza del mostrenco», Dehesario

 POESÍA VANGUAR-DISTA Y DE LA GENERACIÓN DEL 27

 «Romance de los dos molinos»  Eugenio Frutos  Beatriz Juez Muriel  Acetre: «Fado de la luna», Canto de Gamusinos 
 POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 36 «Gente»   Jesús Delgado Valhondo  Nerea López Fabra   Acetre: «Gamusinos», Canto de Gamusinos
 POESÍA EXISTENCIAL  «Soneto de la tierra de secano»   Alfonso Albalá   Luis Mateos García  Acetre: «Latifundia», Dehesario
POESÍA SOCIAL «Las palomas»  Manuel Pacheco  Rocío Sánchez Ramos  Acetre: «Auroros de Zarzacapillas», Barrunto
 POESÍA DEL CONOCIMIENTO  «La edad de los misiles»  Félix Grande  Mónica Cantero Chacón  Acetre: «Auroros de Zarzacapillas», Barrunto
 POESÍA DE LA TRANSICIÓN «Mujer»  Jaime Álvarez Buiza  Javier Chavero Macarro  Acetre: «Lux herética», Barrunto

Chica vídeo: Sara Martín Polo

 POESÍA DE LA RENOVACIÓN  «¡Ah, las palabras!»   Luciano Feria  María Tawfik Márquez                                    Acetre: «Latifundia», Dehesario

 

 POESÍA DE FIN DE SIGLO  «Como desconocidos»  Irene Sánchez Carrón  María Gutiérrez Nieto  Acetre: «Alborada de Jarramplas», Canto de Gamusinos
 POESÍA DE FIN DE SIGLO «El hombre que se va»  Rufino Félix  María del Carmen Calle Carmona  Acetre: «Alborada de Jarramplas», Canto de Gamusinos
 POESÍA ACTUAL «Crónica del alba»  Daniel Casado  Katherine Jesús Canales Fatama   Acetre:  «La rueda de la fortuna», Dehesario 

 EPÍLOGO

     Lea Fernández Cabot

 Pablo Collado Redrejo

 Laura Lencero Barrero

 

 PRIMERA Y SEGUNDA FASE DEL MONTAJE

EXTREMADURA, UN BELLO POEMA

 Clara Domínguez Cidoncha

 Elena Jiménez Romanillos

 TERCERA FASE DEL MONTAJE

EXTREMADURA, UN BELLO POEMA

 ALUMNOS DEL CICLO FORMATIVO DE GRADO SUPERIOR DE TELECOMUNICACIONESN E INFORMÁTICA

 MODULO DE SISTEMAS DE PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL

 

 

 Pablo José Berzal Guillén

 Samuel Carracedo López

 Javier González Masa

 José María Ibáñez Álvarez

 Francisco Javier Márquez Trinidad

 Manuel Martín Manchón

 Mario Pérez Sánchez

 César Sánchez Roblas 

 

 

 

Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

Es un poeta de una alta calidad: elegante, equilibrado, culto, límpido… como aquellos escritores de la Generación del 14. En los siguientes artículos se puede deducir con más detalles que Juan Carlos Rodríguez Búrdalo es un poeta maduro, autor de una poesía muy elaborada y realmente sentida.

La vida en un podcast de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Castellón, Alcap, 2021)

Según asegura el poeta en el prólogo, “Mi poesía se mueve en el marco del humanismo existencial de raíz sombría”. De ahí que comience La vida en un podcast con un poema que encaja con la saudade portuguesa, un estado emocional que es el resultado de la mezcla de melancolía, nostalgia y angustia existencial como las que suele sentir Rodríguez Búrdalo en sus poemarios: “Todo toca a su fin. / Afuera el cielo / deja un rojo estertor sobre Lisboa” (22).

Sin embargo, aunque es de su agrado este estado de añoranza, el poeta es consciente de que la nostalgia no es un sentimiento positivo, porque desemboca en la soledad de sus recuerdos, que cada día se le hacen más irrecuperables como la imagen de la casa paterna ahora vacía: “Sus caminos se pierden en el tiempo, / su cobijo es siempre la soledad. // No es buena la nostalgia / raposa al acecho en venas del alma” (54). Y, además, este esfuerzo emocional lo lleva a profundizar en una reflexión más trascendente que, sin embargo, le resulta decepcionante, porque le advierte que sus deseos de pervivencia son un anhelo ilusorio: “Comprendí que el afán de eternidad / era el sueño tan cruel de lo imposible / en el negro sonreír de las estatuas” (59).

La melancolía que siente Búrdalo es una especie de pena romántica: “esperando la mano dueña, suya, / que las limpie y redima del olvido”, como la que inspira la triste arpa becqueriana que, arrinconada y polvorienta en el desván (23), representa un adverso sentimiento ancestral, provocado por el rápido paso del tiempo, que Búrdalo cree consustancial al ser humano: “[…] ese bribón / disfrazado de máscaras y rostros / que miente en el oído latitudes / donde habita el tatuaje de lo eterno” (24).

En tal estado, la búsqueda de la verdad le resulta una quimera, porque le parece un complejo concepto envuelto en misterio (30), que convierte en más enigmática aún su perenne melancolía (31), que no es distinta de la intranquilidad sentida por cualquier persona sobre el paso del tiempo, pero no de una forma tan afectada que llegue a convertir en totalizadora su concepción global de la realidad (32): “Todo ha sido pasar. Y nada queda” (55).

Solo desaparece la angustia momentáneamente cuando recuerda su feliz aunque, para él, efímera infancia, buscando un tiempo pretérito con el que soportar la realidad de su situación actual, en la que también sufre circunstancias y emociones adversas: ”Y te sientes vacío, tan vacío, / como un pájaro / que al volver al nido no encuentra nada” (36).

Y todo se acentúa al llegar la noche (“Cómo pesa la noche”, 38) por el cansancio vital acumulado, por los temores ante lo desconocido y, en definitiva, por la certeza del temido e ineludible final, al que la soledad lo lleva a enfrentarse sin apoyo ni acompañamiento alguno: “Ser para no ser. Ser / para acabar. / Ser solo” (56).

Y, como es lógico después de una honda y devastadora reflexión existencial, en la que el poeta emplea a tope sus recursos mentales e intelectuales, el poeta acaba sumido en una agotadora desorientación: “Y no supe volver a la ciudad, / perdido en la alameda de mi llanto” (59).

Arrasadora conclusión, que es la nefasta consecuencia de la Lírica del desencanto, cuando el poeta elude los asideros que le ofrece una existencia, aunque con pesares, suficientemente grata como para tratar también con la misma proporción y profundidad su participación en la magna obra del universo o su impresión emocional sobre la siempre afable contemplación de la naturaleza. O sus vivencias con el amor correspondido, las ilusiones satisfechas, los proyectos realizados y por cumplir, las experiencias imborrables, los sueños, la amistad o, simplemente, con la existencia, mirando el lado amable de la vida.

No obstante, todo está dicho con la elegancia expresiva, la elaboración equilibrada y la honda emoción, que Rodríguez Búrdalo consigue siempre imprimir a su singular y culta poesía, que se caracteriza por una elevada calidad, difícil de encontrar en el panorama poético actual.

Por estas últimas razones, me encantaría leer un poemario alentador de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo, donde no deben faltar, por supuesto, sus contratiempos vitales, ni tampoco las vivencias y sensaciones experimentadas hasta conseguir el éxito en su carrera profesional, donde ha llegado al más alto grado de la milicia, seguro que con un tremendo esfuerzo desde su condición temprana de huérfano.

Ese seguro talante, esa férrea voluntad, esa ilusión por conseguir sueños, por llegar a un lugar de privilegio (no para lucirse sino por superación personal) sería una excelente temática para un próximo y, con seguridad, extraordinario poemario de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo.

LATITUDES de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Córdoba, Ateneo, 2019)

En Latitudes, Juan Carlos Rodríguez Búrdalo realiza una reivindicación humanista de la naturalidad, la sencillez y la belleza real de la existencia (“¡Que nunca esta ciudad te niegue, nunca / sus torres sobrepasen tu verdad”, 25) frente a lo artificial, complejo e ingrato de la gran ciudad (“moles grises que parecen / un alto bosque de metal gemelo / y frágiles espejos sin azogue”, 22).

Y es que, en concreto, Latitudes es una desmitificación de esa urbe tan difundida y encumbrada, que tiene por nombre Nueva York (“La ciudad y tu verso van unidos / como el llanto de un niño a su orfandad“, 20). El motivo es que el poeta une a su visión humana de la ciudad, que no es positiva, el impacto descorazonador del poemario “Poeta en Nueva York” de Lorca, donde aparece como un lugar desabrido en el que no existe esperanza alguna desde la misma aurora (“La aurora de Nueva York / tiene cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas”), y la experiencia desencantada de la ciudad, que el poeta José Hierro (27) expone en Cuadernos de Nueva York: “Más allá, la ciudad, / desplegadas las velas de cemento /navega hacia su olvido, / noche, sueño, nunca” (de ”Apuntes de paisaje”).

Como contrapeso, Latitudes es también una mitificación de los recuerdos de la infancia del poeta (“estos pájaros / me han devuelto la luz esta mañana. / Tal vez porque su vuelo vine siempre / con el niño callado que soñaba / un cielo tan abierto como el suyo “, 21), del calor del hogar familiar que no existe en Nueva York, pues ha olvidado los sencillos gozos cotidianos (“Rutina, bar, comida callejera, / la manzana dormida idolatrada… / día tras día, siempre cada día”, 23) y de la naturaleza en su estado primigenio, a la que la mega ciudad ha vuelto la espalda (“Mas no puedo olvidar su trino limpio, / […] / la dicha de aprender en sus colores / la primera noción de la belleza”, 28).

No obstante, la urbe, que tiene también alguna virtud, recuerda al poeta la sensualidad, que le despierta Audrey Hepburn en la película “Desayuno con diamantes” (24). Pero lo considera un simple detalle frente a la abundancia de seres desfavorecidos a los que no alcanza la justicia social, representada en el poemario por un indigente africano con un miserable carro de abalorios (25), una mujer desquiciada en la vorágine de la gran ciudad (32), una exiliada profundamente infeliz (33) y los emigrantes indefensos en la Isla de Ellis (36). Todos son representantes del dolor profundo, que sufren los seres humanos marginados por el poder físico y crematístico de la gran ciudad. Aunque luego en la realidad ese poderío tiene poco de verdad y mucho de artificio, pues Nueva York descubre su impostura cuando llega la noche y “las horas mudan su piel, enfermas de neón” (31).

Finalmente, a la hora de la despedida, al poeta decepcionado le resulta dolorosa la vuelta a casa (“vuelvo / con el alma desnuda de esperanza. / Atrás dejo los sueños mutilados”, 41), porque el tiempo vivido en la gran ciudad se le ha ido, como las aves que ve marcharse al final del verano, sin que haya apreciado avance alguno en la construcción de un mundo mejor (“¿Qué puedo yo ofrecerte en despedida / si contigo se va también mi tiempo”, 44). Este es el motivo de que el poemario se cierre con la visión nocturna de Nueva York como exponente del impacto emocional, que causa al poeta su experiencia en la gran ciudad: “la noche / devorando lo tanto guarnecido / en la vieja mochila de los años” (45).

Después de la lectura de Latitudes, se ve que Nueva York ha conmocionado a Rodríguez Búrdalo, pero no por la grandiosidad de sus edificios de acero y cristal ni por su poder económico sino porque, lejos de actuar como un turista que ve únicamente lo superficial, se ha centrado en el aspecto humano de Nueva York y ha descubierto con pesar que el dolor de los seres marginales sigue patente pues, hoy como ayer, continúan siendo víctimas de la falta de solidaridad y de la deshumanización de la gran ciudad.

SI VOLVIERA MAYO de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Madrid, Beturia, 2015)

Ya en el mismo título aparece un sentimiento de pérdida, nostalgia, dolor existencial y certeza de vivencias que no volverán, pues el deseo expresado por el poeta está condicionado a que suceda algo que es imposible: revivir sus momentos de plenitud como, por ejemplo, cuando sentía año tras año el gozo de la llegada al pueblo de los titiriteros: “Y siempre con las tórtolas de mayo / […] yo los esperaba ajeno al tiempo / soñando sus baúles de aventura / la magia de sus vidas misteriosas” (15).

Luego el libro se encuentra jalonado de hondos pesares desde la lejanía del pasado, que traen a su mente la tristeza de recuerdos infantiles por la soledad que sintió en el colegio donde estuvo internado y la falta del calor de los seres queridos: “¡Oh, pobre adolescente desnudado / de afecto familiar!”, 13). De ahí que esas vivencias, en el presente, se hayan convertido en “un sueño calcinado” (13), pues esos recuerdos le provocan tal dolor en el presente (“este niño crecido que te llama”, 13), que convierte los hechos amables (“Y mi edad fue en el vuelo de aquel río, / y aquel río espejo de mi infancia, / el tiempo cereal de la belleza”, 15) en puro desencanto: “Un día el ventanal quedó sin luz / y se fueron los pájaros del alba. Asomado al crepúsculo de mayo / esperé inútilmente los furgones. / No volvieron. […] / los cómicos se hicieron del olvido” (16).

Y esta adversa actitud lleva a deducir que Si volviera mayo es producto de la necesidad de desahogo que siente el poeta en el repaso postrero, que se suele realizar en el crepúsculo de la vida (“Tal vez para vivir es necesario / buscar en las palabras del olvido / y correr al encuentro que ilumina / el bosque de los sueños en desorden, / secas ruinas del barro fatigado”, 52). Esta urgencia vital se detecta en los abundantes poemas extensos donde, como un exorcismo purificador, expone sus pesares para expulsarlos de lo más hondo de su conciencia y sanear su afectado bagaje anímico. Y los cuenta en largas tiradas de versos que indican con su extensos parlamentos no solo el apremio de decirlo sino la premura de expresar los hechos que le vienen doliendo desde niño: “Sólo el río pequeño sobrevive, / cada vez más cercanas sus riberas. / Y el hombre que las mira reconoce / que en sus ojos serán pronto sólo una: / aquella que guardó en su corazón / el niño que le espera entre las aguas” (17).

No obstante, el desconsuelo que prevalece en el contexto del libro, a veces es mitigado a modo de respiro emocional con una vuelta a la naturaleza, como si el poeta deseara regresar a su origen, al útero materno, al regazo de la tierra, donde se siente protegido, se reconoce y alcanza la paz interior: “He pasado unas horas en el campo, / monte adentro, en solares de amistad y memoria; / […] / Y, otra vez, en mi tierra, / en la bóveda clara de sus cielos, / me he reconciliado conmigo y con la vida” (27). También suaviza sus lastimosos recuerdos intercalando otros más placenteros relacionados con la sensualidad de momentos amorosos vividos en Besanza, un lugar donde ha debido experimentar en un tiempo pretérito un amor apasionado (“Besanza, patria muda / en los ojos ciegos de la pasión”, 34), hoy desaparecido porque fue fugaz o porque el tiempo lo ha destruido y solo puede traducir aquellas dulces evocaciones en una nostálgica rememoración del lugar: “Es la misma ciudad que hace unos años / envolvía con oro nuestros cuerpos / y dejaba su vaho en la ventana, / velando nuestro insomnio y nuestra piel” (33).

Pero estos momentos plácidos son una excepción en Si volviera mayo pues, una vez mencionados, enseguida dan paso a un conmovedor desamparo, como es posible comprobar, por ejemplo, en los versos titulados “Cicatrices de la memoria”, descorazonador poema donde rememora el dolor, la devastación y el triste recuerdo de la guerra civil cuando su padre murió trágicamente: “El día que declina ante mis ojos / no añade nada nuevo al gris relato / que guarda el corazón desde aquel tiempo. Lo que miedo y silencio fuera entonces / en silencio guardado permanece” (53). Y estos versos demoledores, en vez de aminorar la presión ambiental del poemario, la acrecientan hasta el punto de verse forzado el poeta a confesar el padecimiento de una profunda soledad por medio de unos versos estremecedores, ejemplo de condensación expresiva: “El tiempo ha sido tiempo, y ha cumplido. / La casa ya no está. Yo soy la casa” (57).

Sin embargo, Rodríguez Búrdalo, en este libro necesario para su consuelo emocional, aparece como un fino, equilibrado y culto vate, cuya calidad se observa en imágenes como “las lágrimas de plata que vierte …incierta mariposa en el olvido” (14) o “El tiempo […] / […] es un museo de silencio / con las puertas selladas bajo el mar” (53); en la entereza con la que afronta el regreso doloroso a su pasado, en el tono confesional con el que implica al lector y en la garantía de unos versos cuidadosamente elaborados.

DE PIEL Y HUMO de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Alicante, Aguaclara, 2000)

La lectura De piel y humo me ha emocionado y conmocionado ¡Qué enternecedora nostalgia, qué hondo sentimiento, qué pena tan enraizada, qué marcados recuerdos por lo perdido vierte Rodríguez Búrdalo en sus versos! Versos literarios por humanos, por el empleo de tópicos literarios (carpe diem, tempus fugitubi sunt?) y por el uso constante de imágenes creativas que llenan de belleza el poemario, ayudan a su comprensión y convierten muchas veces la palabra poética en conceptos puramente visuales a través de metáforas (“Besanza es el fulgor, / un lento galeón entre la niebla”), anáforas y paralelismos (“¿Hemos vivido? Dime qué te dice … ¿Hemos vivido? Dime qué te cuenta … el niño en mi interior que me señala”), símiles (“En la hollada bandeja de la tarde … mi corazón allí como una playa”), sinestesias (“que deja un peso dulce en la tristeza”) …

Poesía intelectual sostenida, además, en un excelente vocabulario donde destaca la selección de voces cultas y el uso original de palabras (frutece, liberta, feble, p. 40), la abundancia de recursos literarios (sobre todo de la imagen), una excelente elaboración (“La luz que ardía el último lucero / ha sucedido; ahora nos ocupa / y nos clava su lanza de alborada”, p. 37, por ejemplo) …

Esto va acompañado por detalles como la estupenda etopeya de “Octubre y despedida”, cuyo comienzo es “Me gusta octubre porque soy otoño”, o la valiente confesión de “Condena” (“el silencio poblado por mis miedos / latiendo entre las sombras más difusas”), o las interesantes y aclaradoras citas de estupendos poetas (Pessoa, Salinas, Aníbal Núñez …) o preciosos y enternecedores poemas como “Retratos”, donde recuerda a sus padres, o el verso final (“por encima de todo amo la vida”), contundente reafirmación de sus deseos de vivir, a pesar de los pesares. 

El resultado literario, por tanto, es un poemario de calidad.

asalgueroc

Fotografía cabecera: Acueducto de San Lázaro (Mérida)

Plácido Ramírez Carrillo

Es un poeta hecho a sí mismo, mientras se adaptaba al lugar adonde había emigrado y en el que sentía una fuerte añoranza de su tierra perdida hasta que gozosamente ha podido regresar, disfrutarla y cantarla con sentidos versos, que ha repartido en abundantes poemarios.

Plácido Ramírez Carrillo (Puebla de la Reina, Badajoz, 1955). Emigró a Madrid con su familia a los ocho años. En la actualidad reside en Badajoz, es vocal de cultura en la Asociación de vecinos de Santa Marina y colabora en la revista El ancla, así como en otras revistas culturales y prensa regional.

Presidente de la Asociación Amigos del Museo de la Ciudad Luis de Morales, socio/fundador del Ateneo de Badajoz, miembro de la AEEX, del grupo cultural “23 de abril” y de la Tertulia de escritores Página 72.

Ha sido galardonado con numerosos premios literarios, y en el año 2007 su pueblo natal le honró rotulando una calle con su nombre. Ha publicado nueve libros de poesía. La Editora Regional de Extremadura trabaja en una antología de sus obras completas.

En la actualidad coordina y dirige “Con L de lírica”, en la Sala Ámbito de el Corte Inglés.

  • Obra publicada:
    • Vereda (1982)
    • Camino de luz, sombra y silencio (1994)
    • Escritos al amor de la noche (1997)
    • Añoranzas (1991)
    • Al sur de la melancolía (2003)
    • Ensayo de la metáfora (2006).
    • Diario azul del titiritero (2011).
    • Cuaderno de la luz dormida (2016)
    • Luz para un paisaje (2022)

·                   

·                    Ha participada o en varios libros colectivos: El vuelo de la palabra. La poesía en Badajoz (1998 al 2022)

·                    El vuelo de la palabra. El cuento (1999 al 2022)”. 43 autores de aquí” (1998). Homenaje a San Juan de la Cruz (cuadernos Kylix, 1987). Homenaje a Jesús Delgado Valhondo (cuadernos Kylix, 1994). Extremadura: tierra de libros (2008) Florilegio erótico (2018) antología poética Plural, Tertulia de escritores página 72. fundación CB (2020)

·                    Antología de relatos Bajo la luz de la Stela (2021)

Fotografía cabecera: Puente romano de Mérida
con el puente Lusitania al fondo .

Francisco Lambea Bornay

Es un fino poeta que puede ser definido como el «poeta del nuevo romanticismo», pues siente ese amor ideal por su amada pero lo dice con una cuidada expresión moderna, que contiene más verdad que sentimentalismo, mientras se encuentra inmerso en la vorágine de los días presentes.

En este análisis de sus tres primeros libros, se puede deducir los fundamentos de su poesía.

La poesía de Francisco Lambea Bornay

No conocía a este villanovense afincado en El Puerto de Santa María ni a su poesía, hasta que hace dos meses tuvo la deferencia de enviarme un comentario sobre mi Panorámica poética de Extremadura, después de leerla con atención, donde me felicitaba “por la empresa y por el empeño puesto en ella”, pues aseguraba que “un libro de este tipo sólo puede acometerse desde una vastedad enorme de lecturas y desde una gran pasión investigadora”. Y esto era lo que necesitaba oír para que tantos años de esfuerzos en la elaboración de mi “Antología del siglo I al XXI” me compensara emocionalmente, pues su comentario me indicaba que había captado el verdadero sentido de mi Panorámica, detalle que algunos no han sabido apreciar.

En correspondencia, al saber que había editado tres poemarios, quise leerlos y los recibí con expectación. De entrada la edición de los libros me pareció atractiva por su agradable presentación, letra amplia, espacios holgados, color cálido del papel … pero las portadas no me gustaron, porque en ningún caso anunciaban el estilo ni beneficiaban al contenido. Sin embargo, a pesar de este contratiempo inicial, mis temores se esfumaron en cuanto comencé a leer el primer libro titulado Meditación de tu nombre (Madrid, Sial, 2007), cuyos deliciosos versos iniciales presentan la personal y emotiva concepción amorosa del poeta: El amor no conoce sus caminos, / todo es presente sin huella, / todo es / el recorrido de la sangre sin bordes … (17) El amor es / vivir invadido por tu nombre, / … es tu nombre sobre el olvido, … es tu nombre / latiendo como sangre incontrolable” (21). Luego pude comprobar gozosamente que este era el preludio de una poesía íntima, evocadora, elegante, sugerente, de hermosas y finas imágenes, cuyo motor es el hallazgo de la amada y el disfrute de comunes vivencias que llevan al poeta a la evocación de su experiencia emocional desde que tiene memoria (“Hubo un tiempo / sin tu nombre”, 26).

De ahí que se trate de una poesía reflexiva, muy interiorizada, producto de unas experiencias que proceden de una realidad vivida intensa y conscientemente. El título del libro, por tanto, responde a su contenido, es decir, a la meditación que, sobre el significado profundo del nombre de la amada, realiza el poeta: Su nombre no es una simple denominación sino que encierra un sentido trascendente pues, detrás de ese apelativo, existe una persona especial que lo libera de ataduras cotidianas, lo ampara del mundo exterior, lo colma de sensualidad en los momentos gozosos y, en definitiva, lo lleva a sentir que es la máxima expresión del amor y la única vía para afrontar la supervivencia diaria: “es el amor el que nos salva […]. / El tiempo se detiene en nuestro beso / y nos torna invulnerables” (22).

Es patente, por tanto, que el poeta (que tiene una profesión estresante) necesita habitar un mundo equilibrado, cálido, que le sirva de refugio y de amparo donde ser él, una persona, que se trasluce a través de sus versos, deseosa de una existencia armónica, cuyo pilar es la familia y, especialmente, Victoria, su mujer, el sol de su universo poético en torno al cual gira su existencia desde el momento que la conoció (“Sabes que tu corazón / es toda mi biografía”, 21). Y, por este motivo, los tres libros constituyen un bello homenaje a ella, como si de un moderno Cancionero se tratara: “sólo me basta tu latido, / que es el latido / del mundo que me asombra / y al que por ti pertenezco (25).

Meditación de tu nombre es, como consecuencia, la exposición del positivo impacto emocional que produce en el poeta el descubrimiento de la amada y de cómo desde entonces llena su existencia, dotando de sentido a su vida con su presencia y actuando emocionalmente como un bálsamo que le imprime ilusión ante la vida rutinaria. Es un mundo poético, por tanto, creado por el poeta que gira en torno a la amada a la que se aferra como si de una tabla de salvación se tratara: “Tu amor me salva de una triste biografía, /me salva de perderme en los bordes de mi alma. / […] / tu amor es el nombre que mi vida esperaba” (38).

El segundo poemario, Estampas familiares (Sanlúcar de Barrameda, EH Editores, 2008), es una vuelta del poeta al pasado para evocar nostálgicamente el mundo perdido de su niñez, (“¡Qué inmensa alegría, vivir / sin oscuras culpas, / sin prestigiosas ruinas, / vivir con la sola herida / del alba entre las manos”, 22.); el refugio que suponía su casa, donde gozaba de la protección de sus padres (“Allí, madre, / en ese sencillo / trasminar del mundo / vivíamos ajenos / a la edad que nos robaría / el paraíso clandestino / … / -vosotros os hicisteis ángeles / mientras yo crecía humano-” (61); la infancia (“ahora quiero el dulce / exilio de la infancia, / el vientre de aquel tiempo / terso y sin medida”, 29); la adolescencia (“Yo era un joven de amores imposibles”, 36); la juventud (“Supongo que, siempre, de algún modo, seré ese joven / que, sudoroso el corazón, el cuerpo / alborotado de noticias, / corre sin descanso las avenida de Cádiz / sintiendo al mundo expectante / de su emisora de radio”, 43) y el momento, clave en su vida, del encuentro, especialmente gozoso, con su amada: “hasta que llegó tu voz, un día, / un día que haríamos nuestro / de entre todos los calendarios, / […] / y comprendí al verte / […] / que había, de veras, comenzado / el sueño tenaz de mi destino” (71).

Lógico resulta que el poemario tome vida después de conocer a Victoria, pues el poeta enamorado es otro, más dinámico y entusiasta, más idealmente lírico: “Paseamos la tarde del mar, / caminamos su trasparencia, / somos la bahía / ebria de sirenas, / somos una mirada / de arena y de pescados, / el relámpago brioso de las olas, / la cálida tersura de las playas” (“Paseo de novios”, 72). A partir de este momento cenital, la intensidad de sus emociones va subiendo hasta llegar a su culmen cuando el poeta descubre el extraordinario poder del deseo: “Un día recordaremos nuestro amor / como una noche ardorosa entre las playas / mientras mis manos febriles descubrían / la adolescencia en las sendas de tu cuerpo” (76). Esa fuerza poderosa que los unió es la que ahora, años después, ha conseguido que su amor goce de una vigente pervivencia: “mi corazón es todavía un mar / y yo sé que aún eres / esa joven promesa de las dunas / donde la vida desvela su latido” (76).

Este repaso existencial muestra que Francisco Lambea debe haber sido siempre una persona muy intimista y soñadora, que necesita habitar en un mundo propio donde le sea posible ignorar momentáneamente los inconvenientes de la realidad diaria: “Supongo que, de algún modo, [soy] el mismo / que contempla en el cielo las estrellas / como una hermosa tregua de las horas” (43). También debe ser una persona muy sensible y emotiva, pues mira todo con pasión: su amada primero, pero también sus hijos, su familia, su tierra, Fuengirola, el Puerto … De ahí que la lectura de sus versos descubra una intensa humanidad, que debe ser fruto de la intensidad emotiva con la que debe vivir, y una elaboración cálidamente expresada, señorial, exquisita, propia de un poeta formado. Sólo se manifiesta con un tono más intranquilo, aunque sin excederse nunca, cuando piensa en la posibilidad de que el amor muera: “No puede ser / que el corazón calle / esa voz por la que existe” (22).

El tercer poemario, cuyo título alude a la sensualidad, al deseo, a la pasión amorosa, se denomina Densidad del labio (Madrid, Sial, 2011). Aunque su contenido, más que la descripción del amor por su amada, familia y entorno, es la descripción de su peregrinaje vital, que expone en un tono sereno, equilibrado, libre de frases ampulosas o discordantes, apacible, incluso en algún momento menos grato.

Ese recorrido vivencial gira en torno al hallazgo y la certeza del amor como ideal supremo en la existencia de un hombre común; de ahí su densa expresión y su alto anhelo de enamorado idealista, que se siente capaz de superar la muerte con el amor: “En tus ojos contemplo / el mundo amándose, / inviolable / sobre la muerte” (37). El motivo de esta euforia no es otro que la vaciedad de su vida amorosa antes de conocerla (“¡Qué oscuridad el mundo / sin desnudarlo con tu nombre!”, 15) y la fuerte dependencia actual, pues sin ella se siente perdido: “Decirte adiós es siempre una nostalgia difícil, / una oscura enredadera en los muros de la sangre” (18). En buena medida el poeta acentúa su tono sensual, porque lo hace olvidar la monotonía de la existencia (“Abandonar tus labios / es volver a la vida / que los relojes dicen, / la vida que nos huye / en los tristes calendarios”, 20) y la soledad que padece sin su presencia: “Abandonar tus labios / es convertirse / en viento sin caracolas; / en mar sin barcos, / en playa sin espumas” (20).

Luego, este amor siempre aparece con un bello y sugestivo telón de fondo que ocupa el mar, cuya influencia omnipresente enmarca su experiencia amorosa (“Nuestro amor creció / contemplado por el mar: sus olas vieron nuestros labios / necesitándose contra la ausencia”, 69) a través de bellísimas imágenes: “Si hablo de ti digo el mar, / el feliz naufragio de mi sangre / en tu costa encendida de espumas” (33).

Termina el libro con unos versos ambiguos a conciencia (“Guardan tus ojos / el alma de la luz: / eres la victoria / del horizonte en la bruma”, 71) pues, por un lado, Victoria significa el triunfo de la luz sobre la oscuridad, sobre el tiempo y sobre las circunstancias adversas y, por tanto, que el camino de la existencia del poeta aparezca despejado. Y, por otro, Victoria consigue que el poeta pueda acabar su libro satisfecho de tenerla no sólo en el ámbito amoroso (cantando a Victoria) sino también en el plano existencial (cantando victoria) (71).

En fin, los tres libros son la descripción de un largo e intenso parlamento, dicho en un tono melodioso, libre de exabruptos y de sentimentalismos, delicado en su exposición, profundo en sus reflexiones y consecuencia de una honda y perseverante relación amorosa, desgranada paso a paso por el poeta desde su encuentro hasta el momento de escribir los versos de estos apreciables poemarios.

asalgueroc

Fotografía cabecera: Alcazaba de Mérida, construida por Abderraman II