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Autor: Administrador

Antología Poética de José María Gabriel y Galán

INDICE

1.- PORTADA

2.- INDICE

3.- MOVIMIENTO LITERARIO

4.- VIDA DEL AUTOR

5.- ESTUDIO Y CLASIFICACIÓN DE SUS OBRAS

6.- ESTUDIO DE LA OBRA QUE DA TÍTULO AL TRABAJO

a) Argumento

b) Tema principal y secundario

c) Intención del autor

d) Personajes

e) Estructura

f) Lenguaje

g) Técnica

h) Estilo

7.- JUICIO CRÍTICO PERSONAL

8.- BIBLIOGRAFÍA

 

1.- MOVIMIENTO LITERARIO

En la literatura española existen autores extremeños que ocupan un lugar destacado en el panorama literario: Torres Naharro, autor teatral del siglo XVI. Diego Sánchez de Badajoz, autor de autos sacramentales del siglo XVII. Meléndez Valdés, escritor neoclásico del siglo XVIII. Carolina Coronado y Espronceda (nacido en Almendralejo), poetas románticos del siglo XIX. Luis Chamizo, Gabriel y Galán, Reyes Huerta y Felipe Trigo, escritores de la primera mitad del siglo XX. Manuel Martínez-Mediero, autor teatral; Jaime Álvarez Buiza, poeta; Jesús Alviz, novelista, autores de final del siglo XX. Y una larga lista de escritores que están creando en este momento (Luis Landero, Hidalgo Bayal, Diego Doncel, Jorge Márquez, Miguel Murillo, Sánchez Adalid, Irene S. Carrón, José Manuel Díez, Antonio Reseco, Daniel Casado…).

A todos los denominamos autores extremeños, bien porque han nacido en Extremadura (Chamizo, Reyes Huerta…), bien porque han tenido una relación esporádica con nuestra tierra (Espronceda) o bien porque han sentido una atracción especial por Extremadura sin ser de aquí (Gabriel y Galán). Pero existe un problema: muy pocos han escrito en una lengua o dialecto que pueda denominarse extremeño, y sólo unos cuantos han escrito sobre temas de Extremadura. Posiblemente Luis Chamizo sea el único (y sus seguidores) que reúna estas condiciones (más la de ser extremeño), pero su obra es corta y de escasa difusión.

Por tanto, para estudiar la literatura extremeña tenemos que partir de la interrogante de si existe o no una literatura que pueda denominarse así. Desde luego, si aplicamos a los autores las tres condiciones básicas (ser extremeño, escribir en extremeño y tratar temas extremeños), tendremos que concluir en que no existe.

No obstante, aunque no podamos hablar hoy por hoy de literatura extremeña, sí podemos estudiar individualmente, hasta que el panorama literario extremeños global sea mejor analizado y conocido, a tres autores que se encuentran muy cerca de cumplir las tres condiciones: Luis Chamizo (extremeño, escribe en castúo -que no es el dialecto propio de Extremadura- y trata temas locales extremeños); Reyes Huerta (cumple la 1ª y 3ª condición, aunque no la segunda) y Gabriel y Galán (vivió en Extremadura, escribe en extremeño del norte de Cáceres sus Extremeñas y Campesinas y las ambiente en la zona de Guijos de Granadilla). Este punto de vista utilizado para estudiar la literatura extremeña, sin duda es decepcionante para aquellos que se sientan extremeños, sin embargo la objetividad es más importante que el sentimiento regionalista.

Pero enfoquemos el asunto desde otra perspectiva: los escritores extremeños son numerosos, escriben en español pero son extremeños, y esto les confiere unas características propias, influidos por el entorno, que les ha proporcionado una personalidad literaria, cuyos rasgos aportan a la literatura nacional. Por tanto, sí se puede hablar al menos de que existen en la literatura española características de las letras extremeñas. Por tanto lo que se debe hacer ahora es estudiar tal aportación para localizar las huellas de los escritores extremeños en el contexto literario español.

2.- VIDA DEL AUTOR

Nació en 1870 en Frades de la Sierra (Salamanca) y murió en 1905 en Guijo de Granadilla (Cáceres). Alcanzó en vida una fama extraordinaria que se trocó en marginación después, porque su poesía sencilla, directa, sin grandes preocupaciones expresivas ni literarias, no encajaba con el estilo grandilocuente y hueco de la poesía realista. De esta manera, rechazado por las elevadas esferas cultas, su poesía pasa a ser patrimonio de las clases populares pues, cálida y eficaz, habla directamente al corazón de la gente sencilla.

Gabriel y Galán es un caso de escritor que tienen rasgos geniales pero que no cuaja: su poesía mana desde muy hondo llena de sinceridad, pero no tiene la necesaria disciplina y armonía literaria. Estuvo estudiando en Salamanca cuando publicaban Galdós, Pardo Bazán, Campoamor, Núñez de Arce, Palacio Valdés; ya Rubén Darío había publicado Azul y su interés literario se inclinaba más por lo conservador de Campoamor que por lo revolucionario de Darío. Su poesía tiene como punto de referencia el terruño, por lo que convierte su tierra, su paisaje y su gente en tema casi absoluto. Es una poesía realista en la que el protagonista vive dentro del paisaje, se enorgullece al oír sus virtudes y al describir su ambiente: amor sencillo y casto, honradez, sacrificio familiar, devoción a los padres, religión a ultranza y valores patrios.

Unamuno elogió y leyó en público “El Cristu benditu”, del que le atraía su lenguaje arcaico que le interesaba mucho como estudioso de las raíces españolas y tradicionales. Gabriel y Galán realizó un viaje a Madrid, llevado por sus éxitos en Juegos Florales y por la atracción de la fama, pero su experiencia fue negativa y vuelve a su medio, pidiendo humildemente a la naturaleza y a sus elementos que le perdonen su desliz.

A su muerte, Unamuno dijo con emoción: “La poesía es ante todo y sobre todo sinceridad y, en cuanto fue sincero, fue poeta Galán”.

3.- ESTUDIO Y CLASIFICACIÓN DE SUS  OBRAS

José María Gabriel y Galán fue maestro nacional por poco tiempo en Salamanca, Ávila y Cáceres y, después, labrador hacendado. Su producción es corta pues vivió sólo 35 años: Castellanas (1902), Extremeñas (1902), Campesinas (1904), Nuevas castellanas (1906, póstuma, con prólogo de Pardo Bazán), Religiosas (1906, también póstuma).

Recibió numerosos premios en Juegos Florales que lo van a encasillar, al menos en parte, dentro de la corriente conservadora y tradicionalista. La Antología Poética, que ahora estudiamos, es una selección de estas obras.

4.- ESTUDIO DE LA OBRA QUE DA TÍTULO AL TRABAJO

 a) ARGUMENTO

Gabriel y Galán describe el entorno donde vivió y al que amó sobremanera. Cualquier detalle o hecho es un motivo para contarlo; por ejemplo, en el poema “Una nube” (p. 158) una pareja de novios quiere casarse, pero los padres deciden que lo aplacen para el año siguiente. Ellos aceptan y trabajan con ilusión pero, cuando la cosecha está a punto, una tormenta la destruye: “¡Ya no pueden los mozos casarse / cuando ellos quisieran! / ¡Qué triste está el mozo! / ¡Cómo llora ella! …”. En “Sortilegio” narra un caso de brujería: “Que las brujas la llevaron una noche / las comadres de la aldea murmuraban / y era cierto… y era cierto. / ¡Que lo diga la perversa nigromántica!” (p. 188). En “Las canciones de la noche” cuenta la muerte del hijo pequeño de un pastor: “puse el beso más amargo de mi boca / sobre aquella frente blanca / dura y fría como el mármol / de las rígidas estatuas funerarias” (p. 192).

Otros asuntos se refieren a sus creencias religiosas tradicionales: “En todas partes” vierte el concepto panteísta que tiene de la naturaleza en la que ve la grandeza de Dios y de su poder: “sobre el perfil de la montaña ingente / mirando el mundo de las tierras bajas, / allí, Señor, del mundo / te siente Grande el alma” (p. 145). Otros poemas presentan una preocupación social: “La jurdana” cuenta cómo una mujer de las Hurdes hambrienta con su hijo a la espalda pide limosna ante la impasibilidad de los que tienen en abundancia: “Por la cuesta del serrucho pizarroso / va bajando la paupérrima jurdana / con miserias en el alma y en el cuerpo / con el hijo medio imbécil a la espalda” (p. 185). “El embargo” denuncia la injusticia de la Justicia, que embarga a un hombre que ha contraído deudas con el fin de conseguir medicinas para su mujer enferma que, al final, ha muerto: “Embargal, embargal los avíos, / que aquí no hay dinero: / lo he gastao en comías pa ella / y en boticas que no le sirvieron” (p. 115).

Otros argumentos son puramente líricos; en ellos consigue efectos más literarios que en otros tipos de composiciones: en “Elegía” narra la muerte de la cabrerilla de Casablanca a la que ama en silencio un cabrerillo, con la forma de un romance en pentasílabos que recuerda a las serranillas del Marqués de Santillana: “Ya vienen hombres / con unas andas, / con unos paños, / con una sábana; / … y al cabrerillo / nadie lo llama / pero él camina / tras de las andas” (p. 177).

Algunos argumentos Galán los saca de la simple observación, pues era un contemplador nato y un conocedor de los animales (“¡Y parecen mentira, pero enseña / muchas cosas un nido de cigüeñas!”; “Dos nidos”, p. 100), de la naturaleza (“Y vosotros, los anchos horizontes, / los blancos caseríos, / los valles y los montes, / las fuentes y los ríos”; “Regreso”, p. 53) y de las personas (“¡Ya se han ido, ya se han ido! Los que habitan sus majadas, / ya no riman, ya no cantan villancicos y tonadas”; “Los pastores de mi abuelo”, p. 179).

b) TEMA PRINCIPAL Y SECUNDARIO

El único tema que emplea y del que saca los asuntos secundarios, que son numerosos, es el tema del campo, donde se circunscriben los seres humanos, los animales y las plantas que le servirán como motivos para verter sus conocimientos e ideas sobre ese microcosmo, dominado por Dios: “oyendo al ave que cantando sube /… o en mi lecho campestre de tomillos / cantando paz de hondo patriarca / allí, Padre del hombre / te siente Bueno el alma” (“En todas partes”, p. 146).

Los temas secundarios acogen un abanico de asuntos que situamos en segundo lugar, no porque no tengan la importancia necesaria para ocupar el primero, sino porque se incluyen dentro del mismo campo semántico del entorno rural, en el cual cada uno toma sentido pleno al estar relacionado con los demás. Estos temas, que constituyen una detallada descripción del mundo rural, son:

-El amor como ideal romántico y muchas veces imposible (“La espigadora”: ¿Vas a espigar, Isabel? / … Isabel: no puedo amar; / no puedo abrirte la puerta / de mi pecho y de mi hogar, / porque a otra Isabel, ya muerta, / se los juré consagrar”; “La espigadora”, p. 160).

-La vida que surge por cualquier sitio del paisaje (“Y vi una tarde el amoroso idilio / sobre la cima de la azul montaña: / un sol que se ponía, / una limpia caseta que humeaba, / una cuna de helechos a la puerta / y una mujer que ante la cuna canta”; “Fecundidad”, p. 157).

-La enfermedad, que enturbia la vida cotidiana de la gente sencilla ( “¡Estoy ya mu jarto! / Miusté a vel, por favol, señol médico, / si hay alguna cosa / pa esti mal repegoso que tengo, / porque llevo asín ya ocho mesis / maleto, maleto …”; “El desahuciado”, p. 117).

-Los trabajadores, por quienes siente una especial preocupación que lo lleva, en el caso del vaquerillo, a subirle el sueldo (“He dormido esta noche en el monte / con el niño que cuida mis vacas. / En el valle tendió para ambos, / el rapaz su raquítica manta / y se quiso quitar -¡pobrecillo!- / su blusilla y hacerme una almohada”; “Mi vaquerillo”, p. 164).

-El ser humano, como ser superior que puebla la naturaleza. Aunque el poeta siente especial atención por los seres indefensos (“Sobre un borriquillo / sobre una angarilla / de las del aprisco, / se llevaron la muerta querida / y él se quedó solo, solo con la niña”; “La galana”,  p. 92).

-La muerte, compañera inseparable del ser humano y que desequilibra el mundo armónico donde cree vivir el poeta (“¡Qué me importan los bienes / si he perdido mi dulce compañera! / ¡Qué compasión me tienen mis criados / que ayer me vieron con el alma llena / de alegrías sin fin que rebosaban / y suyas también eran!”; “El ama”, p. 33) lo mismo que la enfermedad (“Señol juez: que nenguno sea osao / de tocali a esa cama ni un pelo / porque aquí lo jinco / delanti de usté mesmo”  (“El embargo”: p. 116)..

-La naturaleza, marco donde se conciben los elementos poetizados como objeto y pretexto para escribir (“Mis hijos inocentes / beben el agua de tus puras fuentes, / nutren su cuerpo con el pan sabroso / que produce tu suelo generoso, / tuesta sus puras frentes / la lumbre pura de tu sol caída”; “El regreso”, p. 49).

-Los animales, a los que pone como ejemplo de convivencia frente al hombre que, a veces, no sabe convivir con sus semejantes (“He admirado el hormiguero / cuando henchían su granero / las innúmeras hormigas. / He observado su tarea / bajo el fuego que caldea / la estación de las espigas”; “Las repúblicas”,  p. 81).

-La encina, elemento fundamental del paisaje extremeño (“¿Ves ese tronco, Agustina, / que en el hogar se calcina / y da a mis miembros calor? / Pues es el de aquella encina / del valle de Fuenmayor”; “Presagio”, p. 62).

c) INTENCIÓN DEL AUTOR AL ESCRIBIR LA OBRA

La intención de Galán es la de dar a conocer la vida rural con sus encantos, sus miserias y su personalidad, que sabe es distinta a la de la ciudad. No obstante la reivindica porque la cree tan válida como la del ser humano de otros entornos y dedicaciones.

Su impulso vital lo transmite con tanta sinceridad que, indirectamente, lleva a identificar al lector con un mundo poco conocido y muchas veces despreciado. De tal manera que, en conjunto, los poemas de Gabriel y Galán son una reivindicación de la vida del campo, de sus gentes y de su paisaje (“¿Sabes que ambientes malsanos, / si no venenos letales / marchitan pechos humanos / con corazones leales / del tuyo dignos hermanos, / mientras tu pecho sanean, / y equilibran tus sentidos, / y tus sudores orean / ricas brisas que pasean / por estos campos floridos?”; “Ara y canta”, p. 169).

d) PERSONAJES

El protagonista es el mismo poeta, pues su protagonismo es el que crea los versos. Los personajes de los poemas no tienen independencia y pocas veces aparecen definiéndose a sí mismos, por lo que piensan o por lo que hablan con otros. Por ejemplo, en “Varón” un padre habla con la madre sobre el hijo que cree está afeminado. Por el monólogo (la madre sólo escucha), descubrimos lo que piensa el padre sobre el hijo: “N’amás de mimarros / y delicaezas / se ha queao lo mesmo que un jilo / paliúcho y sin chispa de juerza.” (p. 111).

Al poeta lo conocemos no porque se autodefina, sino por las ideas que va vertiendo en cada uno de los poemas. Así sabemos que tiene una ideología tradicional, pues su idea del mundo gira en torno a Dios, al trabajo y a la familia. Son opiniones tan arraigadas que, unas veces, lo llevan a repetir insistentemente la grandiosidad del creador (“¡Un milagro de Dios, que ver me hizo / otra mujer como la santa aquella!” -se refiere a su madre-; “El ama”, p. 29), otras, a defender al creacionismo frente al evolucionismo ( “¿Quién dirás que la ha jecho? / ¡Pus vaya / con unas preguntas / que jacis tan cándidas / ¿Pus quién jizu el mundo? / ¡Pus Dios / no sé na más”; “Cara al cielo”,  p. 126). Incluso llega a rechazar expresamente las ideas revolucionarias ( “¿Qué espíritu engañador / o torpe decirte quiso: / ‘Llora y suda, labrador, / que el mundo es un paraíso / regado con tu sudor?”; “Ara y canta”, p. 169).

Ese amor a lo creado, a Dios y, por proximidad, a su hijo produce un extraordinario poema: “El Cristo de Velázquez”, donde el poeta se pone en el lugar del pintor y comprende que es imposible realizar un cuadro tan bello sin amar y comprender a Cristo en su sufrimiento y en la grandeza de su acto ( “Y al conjuro bajaron los ángeles / y al artista inspirado asistieron, / su paleta cargaron de sombras / y luces del cielo, / alzaron el trípode, / tendieron el lienzo, / y arrancándose plumas de raso / de las alas, pinceles le hicieron”; “El Cristo de Velázquez”, p. 148).

Completan el mundo del poeta su familia ( “Yo aprendí en el hogar en que se funda / la dicha más perfecta, / y para hacerla mía / quise yo ser como mi padre era / y busqué una mujer como mi madre”; “El ama”, p. 29), el trabajo (“Y el mozo labraba, / derramaba las siete fanegas, / regaba su trigo / con sudor de la frente morena”; “Una nube”, p. 158), la vida honrada y justa (“Todo lo pudo la mujer cristiana, / logrólo todo la mujer discreta. / La vida en la alquería / giraba en torno de ella / pacífica y amable, / monótona y serena…”; “El ama”, p. 30) y la tristeza que aparece cuando se le quiebra esa visión armónica del mundo por la presencia de  la muerte (“Pero bien se conoce / que ya no vive ella; / … ¡La vida en la alquería / se tiñó para siempre de tristeza”; “El ama”, p. 32).

Los personajes secundarios son numerosos: “Mayorales, gañanes y renteros, / cabreros y pastores, / colonos y yegüeros, / guardas y aperadores, / montaraces, zagales y vaqueros… / ¡todos los hijos del trabajo rudo / que regáis con sudor la hacienda mía …”; “Regreso”, p. 51). Por ellos siente un especial afecto como se deduce de poemas como “Los pastores de mi pueblo”, “Mi vaquerillo”, “Elegía” o “Fecundidad” y, frecuentemente, les agradece su aprecio por él y por su hacienda (“¡Hijos humildes del trabajo honrado!, / yo la vuestra contemplo [la vida] / como el más alto ejemplo / del vivir generoso y resignado”; “Regreso”, p. 51). Los seres débiles también le preocupan por su indefensión en poemas como “El desahuciado” o “La jurdana”.

e) ESTRUCTURA

La antología está formada por 43 poemas, que pertenecen a los cinco poemarios que escribió Galán: once son de Castellanas, siete de Nuevas castellanas, once de Extremeñas, dos de Religiosas y doce de Campesinas.

Los poemas largos (algunos pasan de los 300 versos) se mezclan con poemas cortos (entre 15 y 30 versos) sin una distribución fija de la métrica ni de la rima. Abundan los poemas que mezclan versos de diferentes medidas: heptasílabos y endecasílabos (“Fecundidad”, p. 153), hexasílabos y decasílabos (“Varón”, p. 111, “El Cristu benditu”, p. 105), heptasílabos y endecasílabos (“Canción”, p. 67), octosílabos y dodecasílabos (“La jurdana”, p. 183)… Menos frecuentes son los poemas que emplean una única medida: versos pentasílabos (“Elegía”, p. 173), octosílabos (“Canción”, p. 96), endecasílabos (“Dos nidos”, p. 100), hexadecasílabos -8+8- (“Los pastores de mi abuelo”, p. 179).

Estos tipos de versos se agrupan generalmente en silvas (muy frecuentes, “El ama”, p. 29), quintillas (“Castellanas”, p. 38), redondillas (“Cuentas del tío Mariano”, p. 42), décimas (“Canción”, p. 96), pareados (“Dos nidos”, p. 100), estrofa sáfica (“Canción”, p. 67)…

El poeta sólo compone un poema regular en forma de romance, pero con un verso que no es normal en este tipo de poemas: el pentasílabo (“Sibarita”, p. 121).

f) LENGUA

En todos los poemas, excepto los de Extremeñas, Gabriel y Galán utiliza un español selectivo y variado (“saben negar, audaces; / saben reír, satíricos feroces; / saben gustar, voraces, / las mieles de las mieles de los goces”; “Regreso”, p. 48).

A veces Galán emplea una lengua grandilocuente, sobre todo cuando habla de la patria, de la religión o de Dios, conceptos que, en su ideología tradicional, tiene muy arraigados: “La patria idolatrada” (“El ama”, p. 29). “… y con qué solidez estaba unida / la tradición de la honradez a ellas” (“El ama”, p. 30). “… una mujer trabajadora, honrada, / cristiana, amable, cariñosa y seria” (“El ama”, p. 30). Incluso en “Canción” (p. 67) llega a dolerse por la desventura de la nación, adoptando una postura próxima a la de la Generación del 98.

En los poemas agrupados bajo el título de Extremeñas, Galán consigue los versos más vigorosos, naturales y sinceros, a través de una lengua primitiva que no es reconocida siquiera como tal. Estos poemas de Galán pueden servir para reivindicar el alto valor del extremeño para la declamación (que es cuando llega a su máxima tensión dramática) y para situarlo en el lugar que le corresponde entre los sistemas lingüísticos más expresivos de nuestra geografía nacional: “¿Ondi jueron de aquellos sentires / las delicadezas / que me jizun llorar como un neni / de gustu y de pena? / ¿Ondi jueron aquellos pensaris …?” (“El Cristu benditu”, p. 105). La estructura repetitiva del “¿Ondi jueron…?” recuerda el “¿Dónde están…?” de Manrique pero, en esta ocasión, no se expone de una forma filosófica y universal, sino sencilla y naturalmente a través de un hombre iletrado que piensa sobre el paso del tiempo.

El dialecto empleado tiene características del extremeño del norte de Cáceres, zona en la que Galán ejerció de maestro varios años: terminaciones en -i o en -l (tocali, delanti, güeli, embargal, vel…), apócopes (s’ha, pa…), pérdida de la -d- intervocálica (gastao…), aspiración de la h- inicial (jaci, jembra…)…

g) TÉCNICA

Normalmente los poemas están narrados en tercera persona (“Araba el tío Mariano / la húmeda tierra gredosa / y entre la bruma lluviosa / del horizonte lejano”; “Cuentas del tío Mariano”, p. 42) o descritos (“Sencilla para pensar, / prudente para sentir, / recatada para amar, / discreta para callar / y honesta para decir”; “Mi montaraza”, p. 57).

La primera persona también es empleada en algunos poemas (“He observado la colmena / al medar una serena / tarde plácida de mayo”; “Las repúblicas”, p. 82. “He dormido esta noche en el monte”; “Mi vaquerillo”, p. 164). El yo autobiográfico da realismo y veracidad a lo que cuenta y Galán lo emplea cuando expone agudas observaciones o quiere destacar algo como, por ejemplo, la humanidad de su vaquerillo que quiso quitarse la camisa para hacerle una almohada.

En otros poemas usa el diálogo-monólogo (“¿Por qué estás triste, mujer? / ¿Pues no te sé yo querer / con un amor singular / de aquellos que hacen llorar / de doloroso placer?”; “Castellanas”, p. 38), con el que se hacen preguntas retóricas a un intermediario que no aparece respondiendo.

Otras veces mezcla la narración con el monólogo ( “… y en las alas de un aire de otoño / se cernía con estas palabras: / ¡Vuelve, Triguerona! / ¡Vuelve, temeraria!”; “Surco arriba y surco abajo”, p. 70).

Variedad, por tanto, también en la técnica que rompe con la monotonía que pudiera producirse en los poemas de una misma serie.

h) ESTILO

El rasgo más destacado del estilo es la sinceridad, traducida en múltiples recursos cono son las admiraciones, interrogaciones, repeticiones analógicas, acumulaciones o series de adjetivos (“El ama”: “hija de oscura castellana aldea”, p. 30. “¡Oh, cómo se suaviza”, p. 30. “… cantaban las mozuelas, / y cantaban  / y cantaban… / y cantaban… / y el aguador…”, p. 30. “… como / … como / los de las pardas … / los de los mares… / los de las mudas”, p. 31. “¿Por qué no canta… / ¿Por qué no silba… / ¿Por qué no quiere…”, p. 34).

La naturalidad, que persigue siempre Galán, desaparece a veces en hipérbatos muy forzados (“El ama”: “Que aunque ya no su voz a orar nos llama”, p. 33. “Ni las de mayo auroras nacarinas”, p. 36) o en versos en los que atiende más a la rima que al significado (“Ni leche de ovejas / ni dulce papillas, / ni mimos, ni besos… / ¿Se murió la niña! / ¡Esta vez quedó el crimen impune!” -¿a qué crimen se refiere?-; “La galana”,  p. 94) o en momentos de ardor patrio, literario… (“Y no hay que hacerse ilusiones, / porque el charro más valiente, / si se le arruga la frente…, / se le arrugan los calzones”; “Ganadero”, p. 56).

Pero lo frecuente es que no cometa estas imperfecciones y no porque emplee metáforas, hipérbatos, paralelismos…, sino por todo lo contrario, pues rara vez se encuentran. Y aquí radica un valor de la poesía de Galán: la naturalidad, basada sólo en una lengua espontánea sin recursos artificiosos (“y en corolas hechiceras / y en pletóricas anteras, / y en estilos diminutos, / y en finísimos estambres / van buscando los enjambres / las esencias de los frutos”; “Las repúblicas”, p. 83).

Naturalidad, sencillez y sinceridad son los rasgos de su estilo, a los que hay que añadir otras características ya comentadas: observador nato, sentimental, afectivo, nostálgico… Un estilo, por tanto, muy variado y diverso.

7) JUICIO CRÍTICO PERSONAL

El objetivo del autor es que se conozca la vida del mundo rural a través de la variedad de personajes, situaciones e ideas que describe y expone. La antología, que contiene una buena selección de poemas de la obra poética de Gabriel y Galán, es por tanto un buen medio para conocer su concepción del mundo.

No obstante, ese conocimiento sería completo si se pudiera oír la recitación de estos poemas, que cobran fuerza con una interpretación pasional acompañada de gestos, cambios de entonación y expresión del rostro del recitador. Esto se debe a que una de sus características fundamentales son la vehemencia y el sentimiento, que no se captan plenamente si no es por medio de una interpretación en vivo.

Además, la poesía de Gabriel y Galán gana enseguida al lector que no busca versos artificiosos y técnicamente muy literarios, sino una poesía espontánea que suple las faltas técnicas con fuertes emociones. Y es que se trata de un tipo de poesía que gana lectores, porque es muy directa: el lector no tiene que realizar grandes esfuerzos comprensivos ni necesita poseer conocimientos literarios para entenderla. Por este motivo es una poesía apropiada para iniciados, con la que irán siendo atraídos por la lectura con este tipo de obras.

La antología estilísticamente se encuentra bien equilibrada, exceptuando algunos poemas prosaicos y otros pocos que tienen los versos muy largos o bien son extensos; por ejemplo, “Los pastores de mi pueblo” es un poema muy amplio donde se repiten ideas y se remacha en exceso el tema de la nostalgia.

Por lo demás la obra cumple satisfactoriamente los requisitos necesarios para ser atractiva con poemas destacados como “Regreso”, p. 45, “Mi montaraza”, p. 57, y “Del viejo el consejo”, p. 65 (Castellanas). “Las repúblicas”, p. 81, y “El ama”, p. 95 (Nuevas castellanas). “El Cristu benditu”, p. 105, “Varón”, p. 111, “El embargo”, p. 115, “El desahuciado”, p. 117, “Cara al cielo”, p. 124, y “Pletora”, p. 141 (Extremeñas). El Cristo de Velázquez, p. 147 (Religiosas). “Elegía”, p. 173, “Los pastores de mi abuelo”, p. 179 (Campesinas).

8) BIBLIOGRAFÍA

-Gabriel y Galán, José María, Antología poética, Mérida, Patronato de Cultura del Ayuntamiento, 1984.

-Zamora Vicente, Alonso, prólogo de Antología poética de Gabriel y Galán, Mérida, Patronato de Cultura del Ayuntamiento, 1984.

Antonio Salguero Carvajal

Fotografía cabecera: Vista del casco antiguo de Cáceres

El teatro de Bartolomé Torres Naharro

NOTA INTRODUCTORIA

Este apartado, en la web Extremadura, XXI siglos de poesía, resulta llamativo porque, al tratarse de un tema teatral, no responde a su contenido poético, pero su inclusión se ha hecho a conciencia por considerar que el escritor extremeño, antes que autor teatral, es un excelente poeta que, aparte de componer poemas de calidad, escribe teatro con textos en forma de inteligentes, deliciosos y sólidos versos.

ÍNDICE

1.-EL TEATRO DEL SIGLO XVI.

2.-BARTOLOMÉ TORRES NAHARRO.

3.-OBRAS: Propalladia.

4.-EL TEATRO DE TORRES NAHARRO:

       –Diálogo del Nacimiento.

       –Trophea.

       –Soldadesca.

       –Tinellaria.

       –Serafina.

       –Himenea.

       –Jacinta.

       –Aquilana.

       –Calamita.

 5.-CONSIDERACIONES FINALES.

 6.-BIBLIOGRAFÍA.

 

EL TEATRO DEL SIGLO XVI

En líneas generales, el teatro español del siglo XVI, al igual que el medieval, tiene una base prearistotélica. No es una imitación, una interpretación y explicación de la realidad, sino un intento de limitarse a presentarla: El dramaturgo lo que desea es mostrar cómo aparece la vida en un momento dado, sin hacer que el público la comprenda.

Ese tipo de teatro no es propiamente Arte, sino más bien un acto de culto, una afirmación del carácter sagrado de la vida y, en consecuencia, un homenaje a Dios, aunque es una forma estilizada de culto, que es ritual no codificado (como los autos sacramentales de Calderón que tenían un carácter estrictamente religioso).

El nacimiento y rápido desarrollo internacional del moderno teatro español, desde el último decenio del siglo XV hasta el primer tercio del XVI, refleja la acelerada y creciente ascensión de España al rango de potencia europea a lo largo de este periodo, y también los contactos cada vez mayores entre las tres grandes naciones de la Europa meridional.

La italianización del teatro español comenzó con Fileno, Zambardo y Cardonio de Juan de la Encina, pero no comenzó a ser un movimiento importante hasta que Torres Naharro escribió la primera de sus obras en cinco actos, que fue la comedia Serafina (según la cronología de Gillet).

Durante la primera mitad del siglo XVI, el Teatro experimenta un avance considerable, sobre la época anterior, con Torres Naharro y Gil Vicente, aunque sus innovaciones no suponen avances tan trascendentes como en la novela El Lazarillo de Tormes o, en la lírica, la poesía de Garcilaso. Ambos conectan con la tradición anterior, centrada en Juan de la Encina, sobre todo, y la perfeccionan llevándola a su madurez, a la vez que adquieren elementos renacentistas y logran realizar una síntesis importante y novedosa en la dramática, la cultura y la ideología; sin embargo se encuentran aún lejos de la plenitud de los grandes autores de la comedia nacional.

De todas formas, representan en su momento un punto culminante: España consigue anticiparse a los países europeos en el descubrimiento de las primeras formas auténticamente modernas del Teatro.

Con Torres Naharro y Gil Vicente, el Teatro Español amplía y complica la acción dramática, multiplica los temas y las fuentes de inspiración, los recursos y las formas expresivas. Paralelamente se enriquece con los medios aportados por los reyes y la nobleza, que son sus fervientes admiradores y les abren las puertas de sus palacios para que representen sus obras. Y, por esta época, empiezan a aparecer los primeros lugares públicos de representación, en donde el Teatro se va independizando de su dependencia tradicional de la Iglesia.

La dramática de la época, paralelamente a estos dos escritores, nos ofrece abundantes ejemplos del teatro humanista (imitación de Plauto y Terencio), desvinculado de la realidad popular. A la vez que continúa el teatro religioso tradicional, complemento litúrgico, caracterizado por su espectacularidad.

BARTOLOMÉ TORRES NAHARRO

Nació en Torre de Miguel Sesmero (Badajoz), en 1465[1]. De su vida se sabe poco pero, por la cultura que demuestra poseer, se supone que estudió en Salamanca.

 Se alistó en el Ejército y recorrió Andalucía y Valencia; más tarde se embarcó para Italia, y se cree que fue apresado por piratas. Una vez libre fue a Roma, donde se ordenó sacerdote y entró al servicio del cardenal Julio de Médicis, el futuro Clemente VI. Más tarde fue protegido del cismático cardenal extremeño Bernardino de Carvajal y del Papa León X. Durante esta época compuso la mayor parte de sus obras, que fueron representadas ante los más altos dignatarios.

Dejó Roma y marchó a Nápoles, donde entró al servicio del marqués de Pescara, futuro vencedor de Pavía, a quien dedicó la colección de sus obras, que hizo imprimir en 1517 con el nombre de «Propalladia»[2]. Regresó a España y se instaló en Sevilla, donde compuso dos comedias y se cree que murió en 1531, aunque últimamente se ha sugerido la posibilidad de que falleciera en 1520.

OBRAS: PROPALLADIA

En la Propalladia, Torres Naharro recogió, aparte de las seis comedias escritas hasta entonces y el Diálogo del Nascimiento, un conjunto de poesías profanas y religiosas, que serán desplazadas a un segundo plano de interés por sus piezas teatrales, a pesar de que no carecen de calidad. Destacan las de carácter satírico, que encajaban perfectamente con su temperamento desenfadado y mordaz, realista y observador. Algunas de sus sátiras han sido muy elogiadas, especialmente sus críticas contra Roma. Utiliza, sobre todo, el verso corto y las coplas de pie quebrado.

Un breve Prohemio da inicio a su Propalladia. Es el primer Manifiesto del Arte Poética moderna[3], que contiene las más antiguas indicaciones de Preceptiva dramática escritas en español y por las que conocemos la manifestación del Renacimiento en nuestro autor y lo que pensaba del Teatro y las limitaciones que se había impuesto.

Además demuestra una cultura extensa, un buen conocimiento de la teoría clásica y una independencia de criterio llena de sentido común, que son semejantes a las virtudes que, casi un siglo después, mostrará Lope de Vega en el Arte nuevo de hacer comedias. Torres Naharro:

1)Acepta la división de la comedia en cinco actos, a los que llama «jornadas», «porque más me parecen descansaderos que otra cosa de donde la comedia queda mejor entendida y recitada», para que el auditorio no pierda interés y no se fatigue. También es posible que Torres Naharro las utilizara para indicar el paso del tiempo.

2)Entiende que «comedia» es «un artificio ingenioso de notables y finalmente alegres acontecimientos por personas disputado». Hace esta última salvedad, «por personas disputado», porque en 1517 la idea de que una comedia tenía que ser representada y no meramente declamada o leída, distaba mucho de ser unánime.

En «artificio ingenioso» se encuentra una fórmula profética, puesto que en ella se definen los rasgos del futuro drama español, es decir, el predominio de la invención sobre los caracteres y la ingeniosa manera de enredar la fábula, al modo que había de entronizar Lope de Vega y elogiaron numerosos tratadistas.

Por otra parte, la fusión de «alegres y notables acontecimientos» se enfrentaba también con la definición clásica, que separaba rígidamente la tragedia de la comedia en virtud de su tema, calidad social de los personajes, solución trágica o feliz, excepcionales acciones o sucesos cotidianos, alto o bajo estilo; sobre todo, el final feliz venía siendo estimado como algo característico de la comedia (ninguna de sus obras tiene un final trágico). La asociación de alegres y notables acontecimientos encerraba una contradicción, que Torres Naharro resuelve anulando la distinción clásica de los géneros y fundiéndolos ambos al modo de lo que luego iba a llamarse por antonomasia «la comedia española».

3)Cree que los personajes que deben intervenir en la comedia “no deben ser tan pocas que parezca la fiesta sorda, ni tantas que engendren confusión». El precepto clásico, que reduce a cuatro el número máximo de personajes, le parece limitado y monótono; por eso el número ideal de personajes para él oscila entre 6 y 12, aunque no duda en modificarlo cuando lo necesita.

4)Trata del decoro[4] y la autenticidad de las situaciones y ambientes, breve pero suficientemente. Dice Naharro que el decoro es «como el gobernalle en la nao, el cual el buen cómico siempre debe traer ante los ojos. Es decoro una justa y decente continuación de la materia, conviene a saber: dando a cada uno lo suyo, evitar las cosas impropias, usar de todas las legítimas, de manera qu’el siervo no diga ni haga actos del señor, et e converso; y el lugar triste entristecello, y el alegre alegrallo, con toda la advertencia, diligencia y modos posibles».

5)Distingue dos géneros de comedias: «A noticia» (reales) y «A fantasía» (inventadas). Las primeras se basan en la observación de la vida real: «S’entiende de cosa nota y vista en realidad de verdad». Las segundas tratan «de cosa fantástica o fingida, que tenga color de verdad aunque no lo sea», con lo que reconoce de forma explícita la validez de la creación imaginativa.

El sentido de la expresión «a fantasía», que Torres Naharro explica como algo imaginario, pero que está dentro de los límites de la verosimilitud, se refuerza con la connotación musical que tenía la palabra «fantasía» en el siglo XVI, época en la que se designaba una improvisación donde podía darse libertad a la invención. «Fantasía, motete, ricercata o glosa» era esencialmente una transformación imaginativa de un tema vocal en una composición instrumentada.

Reconocer en 1517 la igualdad de derechos de la Literatura realista y de la idealista, aunque sea un hecho al que se le ha prestado poca atención incluso hoy día, supone un logro crítico de primera importancia en la Literatura de la Europa occidental.

La obra dramática de Torres Naharro queda encuadrada, tanto en una como en otra de sus vertientes, dentro de los cánones del realismo. El peculiar carácter del realismo de Torres Naharro en Soldadesca y Tinellaria corresponde más bien a un prerrealismo, seducido aún parcialmente por lo pintoresco o lo simplemente típico aunque, sobre todo en Tinellaria, el individualismo de algunos personajes asoma ya rompiendo los moldes del arquetipo.

Las comedias «a fantasia» son obras de imaginación o inventadas, pero de ninguna forma carentes de un pensamiento cohesionado, sistemático y filosófico. Torres Naharro cita entre ellas a Serafina e Himenea y parece ser que consideraba incluidas en esta clasificación a todas las demás, excepto las dos comedias «a noticia». Realmente, ni la primera citada ni Calamita, a pesar de no ser históricas, podían llamarse dramas poéticos, mientras que Jacinta, Himenea y Aquilana sí lo son. Trofea, una comedia de circunstancias, constituye un grupo aparte por sí sola.

Esta división es algo nuevo, completamente distinto de los superficiales y confusos criterios de clasificación que establecían diferencias por la edad del protagonista (indicada por su atuendo) o por la situación o la época de los hechos entre distintas clases de comedias: stataria, pretexta, tabernaria, palliata, togata, motoria, que él mismo cita en el Prohemio.

6)Considera que la comedia se debe dividir en dos partes: el introito y el argumento. El introito ocupa un lugar preeminente en el teatro de Torres Naharro y, junto con el argumento, forma la parte preliminar de cada obra. Este dramaturgo recoge los precedentes que podía ofrecerle la comedia antigua, las obras medievales y los dramas litúrgicos, pero los desarrolla en una farsa muy distinta. No es el introito en Torres Naharro una mera anticipación del tema dramático, la presentación de los personajes o la apología del propio autor, sino que es un monólogo, independiente de la obra, escrito en una jerga rústica (sayagués), pronunciado por un pastor de rudos modales, que sería el equivalente del bobo tradicional (aunque los bobos de Torres Naharro son más listos) y del gracioso del teatro posterior, pero que tras una aparente necedad o, mejor, aprovechándose de ella, hace una descarada y jactanciosa relación de sus proezas sexuales con las mozas del pueblo, sin rehuir los más obscenos detalles. Algo parecido a un picante aperitivo, que unido al argumento, dicho también por el pastor, suele tener más extensión que uno de los actos.

Tan sólo en dos de las comedias (Soldadesca y Tinellaria), debido a la índole del auditorio, se recata aquella desenvoltura pero se da entrada, en cambio, a ciertas pullas satíricas, disparadas contra los propios espectadores que, en más de un pasaje, asombran por su audacia, aunque los Papas y su Corte gustaban de tales bufonadas.

Al introito sigue el argumento, en el que se anticipan las líneas fundamentales de la acción, que se va a representar, y el carácter de los personajes.

Las características más sobresalientes de la dramaturgia de Torres Naharro, según se formula en el Prohemio, son:

a)La impaciencia con que soporta la autoridad tradicional, su independencia y su originalidad.

b)La captación intuitiva del integralismo español, al rechazar la distinción entre tragedia y comedia y adivinar (y en parte, incluso, explicar con su exigencia de «notables acontecimientos») la forma definitiva que iba a adoptar la comedia española del Siglo de Oro. Su afición a las intrigas ingeniosas se anticipa a lo que será el teatro del futuro.

c)La tranquila y segura afirmación de los derechos de la imaginación, como equiparables a los de la observación, en Literatura.

d)El intento de experimentalismo que justificaba la división en cinco actos, reconociendo las limitaciones de las fuerzas humanas en los actores y de la capacidad de mantener despierta la atención por parte del público, y que determinaba el número de personajes de una obra por el efecto práctico producido en el público: tedio por falta de animación, confusión por exceso de personajes…

En este aspecto fue un verdadero aristotélico antes de que se redescubriera a Aristóteles. Sus exigencias como las de Aristóteles (por ejemplo, en lo relativo a la extensión de una obra teatral) estaban concebidas en términos de reacciones humanas; por ese motivo, lo llamativo y lo nuevo del Prohemio estriba en que no es la obra de un teórico.

EL TEATRO DE TORRES NAHARRO

Gillet asegura, sobre el origen de la obra teatral de Torres Naharro, que no pudo conocer en Italia un gran teatro, porque no lo hubo, pero sí debió tener acceso a las traducciones y adaptaciones de los antiguos modelos como Terencio, Plauto, Ariosto… También pudo aprender de los italianos la idea de usar dramáticamente la vida contemporánea, como en Mandragola de Maquiavelo o Calandria de Bibbiena, aunque en este aspecto se inspiró en La Celestina mucho más que en cualquier otro modelo italiano: En Himenea, Torres Naharro fue mucho más lejos de lo que podía ofrecerle cualquier muestra de la incipiente y estéril tradición italiana. Por eso sus obras constituyen un gran modelo dramático que anuncia sorprendentemente el florecimiento teatral español de fines del siglo, y que se produjo decenios antes de que en todo el resto de Europa se hiciera algo comparable.

Torres Naharro, esencialmente español, resultó tan poco cambiado por la influencia italiana como Juan de la Encina, pero en Italia, más cerca del núcleo de la cultura renacentista, produjo inmediatamente lo que Juan de la Cueva, Cervantes, Lope… sólo iban a dar de un modo lento y más tardíamente.

Naharro siguió siendo español en sus situaciones y personajes dramáticos, que son fuertes, sencillos, de una pieza, ideados para satisfacerle a él y a un público español que era ya el mismo que en la época de Lope. Los impulsos primitivos de muchos de sus personajes no son únicamente rasgos cómicos de personajes campesinos, sobre todo, en el caso de tipos rústicos como los que recitan el introito: jardineros, pajes o bobos. En ellos se manifiesta un mundo de instintos vitales, pegados a la tierra, de tal manera que las manifestaciones de ese mundo, dentro de la economía de todas estas obras, son tan significativas que un lector, consciente del papel desempeñado por la religión y el rito del teatro primitivo, se siente cerca de los orígenes.

El teatro de Torres Naharro, íntimamente ligado a ese tipo de representaciones es anticlásico, a pesar de haber asimilado plenamente las teorías dramáticas clásicas, porque no las respeta en absoluto: Escribe en verso pero mezcla la más escogida retórica con el habla corriente y el tosco sayagués, reyes y príncipes se codean con jardineros y rústicos, la muerte y el honor se ciernen sobre los amantes cortesanos, aumenta o reduce el número de personajes según le interesa, intercala hechos luctuosos con momentos cómicos…

Si exceptuamos el sencillo Diálogo del Nascimiento, salmantino en la inspiración y en la forma, todas las comedias de este autor se dividen en cinco actos, a la manera clásica, y van precedidas por el introito, destinado a captar el interés del auditorio y a contar el argumento. Todas, excepto la mencionada, son monostróficas, aunque la estrofa usada en Himenea es italiana. La técnica dramática de Torres Naharro revela un profundo conocimiento del mundo clásico. Su lenguaje es rico y vigoroso, fruto de la captación de la políglota Europa meridional del Renacimiento.

En la obra de Torres Naharro hay una etapa previa de tanteo y formación, representada por el Diálogo del Nascimiento, pieza elemental e inhábil, imitada de Juan de la Encina. Se trata de una égloga pastoril, donde se habla del nacimiento y la necesidad de realizar una Cruzada para rescatar los Santos Lugares, idea muy difundida en esta época. Con el introito de una Adición posterior, el conjunto forma un tríptico. Dos peregrinos se encuentran: Betiseo, que viene de Santiago, y Patrispano, que regresa de Jerusalén. El primero elogia las victorias españolas, pero el segundo se lamenta de que luchan entre sí los cristianos (cuando debieran hacerlo contra los infieles) y de que esta Navidad no habrá paz en la Tierra. Luego se comentan unas cuestiones teológicas, y en la Adición dos pastores hacen divertidas preguntas a los peregrinos. Al final los cuatro cantan una parodia burlesca del himno «Ave Maris Stella».

A esta primera etapa también corresponde Trophea, la única comedia que se puede fechar con seguridad: Fue compuesta el 12 de marzo de 1514. No es una obra teatral propiamente, sino un espectáculo para recibir a la embajada portuguesa que, después de haber conquistado las Molucas, viene a entregar unos regalos al Papa por haber orado por ellos para llevar a buen término la conquista. Sobre esto Naharro monta el recibimiento con una fiesta, donde un personaje importante, encarnando a la Fama, alaba a Manuel I, rey de Portugal, promotor de la conquista, y asegura que este país ha descubierto más tierras de las que citara Tolomeo, por lo que éste sale del Infierno a protestar.

Dos rústicos, Caxcoluzio y Juan Tomillo, limpian la sala de recepciones, lanzando pullas y pronunciando un sermón parodiado, con otras típicas diversiones primitivas. Un intérprete, probablemente el mismo autor, hace relación de todos los reyes súbditos que acuden a rendir homenaje y a bautizarse. Vuelven los rústicos y dos amigos más con regalos para el príncipe D. Juan; la Fama renueva su alabanza de las glorias portuguesas y reparte unas hojas que contienen el pronóstico de un brillante futuro para el joven príncipe. La diosa lleva, como corresponde, unas alas que le presta a Mingo Oveja, el cual se desploma desastrosamente cuando intenta probarlas[5]La pieza tiene muy pocos valores dramáticos, sin embargo, no carece de interés por motivo de la ocasión en que fue escrita.

Tras esta iniciación, Torres Naharro encuentra su mejor camino con dos comedias «a noticia»:

SOLDADESCA

En esta obra confluyen todas las corrientes que llevó a su producción: la herencia clásica recibida de las obras dramáticas de Plauto y Terencio, la experiencia adquirida por propia contemplación del teatro italiano de la época y su saber traído de España, aunque todos estos elementos tienen su sello personal.

Trata sobre el mundo militar, que el autor vivió. Esta obra es superior a cualquier otra tentativa de representación verdaderamente artística «viva, directa, libre, realística»[6] del soldado español en la Italia del Renacimiento. Intervienen varios soldados del ejército papal, un capitán, dos rústicos italianos y un fraile, que sólo habla para pedir de comer; posteriormente, cuelga los hábitos y se alista de soldado. No existe un argumento propiamente dicho, sino sólo una serie de escenas, pues en realidad no importa lo que sucede, sino lo que se dice: Descripción de la sociedad romana, especialmente la que se encontraba alrededor del Papa, a través de los atrevidos comentarios de los soldados. Paralelamente se intercalan noticias circunstanciales y sucesos políticos o militares coetáneos.

El introito contrasta, en términos rústicos, la vida sencilla y apacible del villano con la afanada de Roma, su mal dormir y peor comer. La acción tiene lugar en esta ciudad; Guzmán se lamenta de la mala suerte y pobreza que le acosan, cuando lo encuentra un capitán, conocido suyo, con órdenes de reclutar quinientos peones para el ejército pontificio; le ofrece el grado de sota-capitán y enseguida es contratado un tambor para publicar la recluta. Acomódanse Manrique y Mendoza, pero se traban de palabras y el capitán ha de poner paz entre ambos. Se les junta un fraile que toma el nombre de Liaño para sentar plaza y, a continuación, empeña sus hábitos para beber en una taberna. Juan Gozález, Liaño y Pedro Pardo se alojan en la casa de un labrador italiano, llamado Cola, con el que no se entienden y dan lugar a continuos equívocos. Harto ya de sus alojados, que le mandan preparar la comida y le requiebran a la criada, Cola busca la ayuda de un paisano y amigo, Juan Francisco, con quien decide dar una paliza a los españoles de los que hablan despectivamente. Guzmán y Mendoza murmuran y planean robarle unas pagas al capitán, desertar, comprarse dos yeguas, y llevarse a sus dos amigas con otras mujeres para prostituirlas. Cola se queja al capitán; éste pone a todos en paz y, además, inscribe a los dos italianos. Al final, el grupo marcha en ordenanza cantando un villancico.

Son buenos los retratos de los dos soldados bisoños: Pero Pardo y Juan Gozález; el último, con nostalgia de su tierra y de sus hijos, tiene recuerdos amargos de los tres años pasados con capitanes embusteros. Llaman la atención otros dos: Mendoza, un lindo presumido de su «cabello, garbo y cintura», y Guzmán, tan orgulloso de su apellido, cuando en realidad es de origen humildísimo y ha remado en galeras.

Soldadesca tiene un propósito satírico contra la corrupción de Roma bien manifiesto desde el mismo introito, donde confiesa atrevidamente que aprovecha la oportunidad de tener ante sí tan alta concurrencia para lanzárselo a la cara. Llama la atención la osadía del rústico y del mismo autor, porque las pullas son sangrantes, sólo puede entenderse que el auditorio las encajara, si tenemos en cuenta el espíritu crítico y condescendiente del Renacimiento.

Desde luego, la crítica a la Iglesia y al Ejército y la conciencia social de Torres Naharro en esta obra es evidente:

a)En el introito, el rústico critica al auditorio despreciando la vida azarosa y problemática del mismo Papa, a pesar de sus riquezas, frente a la sencilla y despreocupada de la gente del Pueblo y echándoles en cara que «coméis de los sudores / de pobres manos ajenas»[7] y «no comieredes cabritos / si yo no criase cabras»[8].

b)Guzmán es un pobre padre de familia, que se ve obligado a alistarse en el Ejército como único medio de alimentar a sus «hijitos» y no le queda otro remedio que desear la guerra para vivir.

c)Este personaje en sus quejas ve otra salida para sobrevivir: Ingresar en la Iglesia, pero hace falta «beneficio, calongías» y «todos han desaparecido»[9].

El tambor critica al fraile (Liaño) diciéndole que el soldado más pobre es más adepto a Dios que el fraile más normal y que los eclesiásticos viven entre envidias e intrigas[10]Además la situación de los que tienen ocupaciones menores en la Iglesia es lamentable: Liaño, el fraile, tuvo que «colgar los hábitos» porque se moría de hambre.

d)El sistema de reclutamiento era un medio de enriquecerse los capitanes, que se aprovechaban de los pobres soldados: Les pagan poco, mal y tarde y hacían negocio cobrándoles más de lo que debían por la ropa y las armas.

El lenguaje empleado por Torres Naharro en esta obra es el propio de los soldados de la época; en él se localizan abundantes vulgarismos: «anfenito»[11], «anguilazos»[12], «hiprocresía»[13], «bollicio»[14]…; expresiones irreverentes («¡Para ésta!» -Manrique-. «¡Cagá en ellas!» -Mendoza-[15]) e, incluso, algún acrónimo insultante («Necenciados»[16]). Destaca mucho que haga hablar a Cola y Juan Francisco en su idioma, el italiano; con este recurso conseguía dos objetivos: Uno, dar variedad a la obra al usar dos idiomas; otro, aumentar la comicidad al producirse bastantes confusiones.

En Soldadesca se detectan influencias de las coplas de Jorge Manrique:

 a)Utilización de versos de pie quebrado.

 b)Referencia a la equidad de Dios: En Manrique, nos iguala en la muerte; en Soldadesca, en la vida (Mendoza, en la jornada cuarta, ve la justicia de Dios en que si al pobre su pobreza lo hace vivir estrechamente, al rico la riqueza no le da la felicidad.

 c)Ecos de dos coplas de Jorge Manrique: A la número 3, cuando hace decir al rústico «Y vivo como cristiano, / por aquestas manos mías»[17], y a la número 33 cuando pone en boca de Pero Gozález «Compañero, / poner la vida al tabrero / bobería es de soldados»[18].

Existen en la obra varios ejemplos cómicos, que son preludio de la comicidad de la comedia nacional:

-Guzmán está hambriento, cuando llega el capitán y le dice que cuánto le da por una buena nueva, Guzmán le responde: «¿Qué me veis que pueda daros / si no os diese las orejas?«[19].

-Cola, en la tercera jornada, dice en italiano:  «Non c` é nula»[20] y Juan entiende: «¿Qué tenemos una mula?»[21].

-Guzmán engaña a Juan, en la cuarta jornada, cuando éste le pregunta cómo puede lavar la ropa y le contesta diciéndole que con jabón y sin agua; y Juan se lo cree.

En Soldadesca hay varios tipos humanos y hechos que son precedentes del género picaresco:

a)Guzmán ha tomado este apellido de noble linaje para ocultar su humilde origen: Su padre es aguador, oficio típico de moriscos, y él es vendedor de melcocha[22].

b)Este personaje también es precedente del escudero de El Lazarillo, pues el capitán, después de conocerlo y hablar con él, dice: «Yo sé lo que ha menester / estos Guzmanes bravosos, / muy peinados, presumiendo de esforzados»[23].

Otro personaje recuerda al escudero, Mendoza, que presume de «cabello, garbo y cintura»[24].

c) Guzmán y los otros, en la jornada tercera, se preparan para pasar varias veces por la mesa de la paga, para que creyeran que la compañía era más numerosa y cobrar más.

Soldadesca no aparece, por ser una comedia realista, el soldado fanfarrón, pero esto no es cierto pues Guzmán lo es; dice haber tenido muchos cargos en el Ejército, asegura que es muy conocido, que se ha tratado con el Gran Capitán, que ha combatido diez veces, que mandó una compañía y que pudo llegar a coronel[25] y, en realidad, es un pobre desgraciado muerto de hambre.

Un dato que llama la atención es que la obra está dividida en cinco jornadas y cada una de éstas en tres escenas, aunque el autor no las cita pero sí las separa con un espacio en blanco indicando que cambian o entran  personajes en escena. Quizás intente dar la regularidad necesaria a una pieza teatral con demasiados «cuadros» distintos.

TINELLARIA

Recibe el nombre del comedor de la servidumbre de un palacio («tinelo»). Es una pieza realista o cuadro de costumbres de la clase baja, que supone el primer escrito donde se presenta cierta clase de gente: Los criados y oficiales de un prelado que viven en medio de vicios y robos.

No tiene argumento, sino una sucesión de diálogos entre los criados de la cocina de un cardenal de la curia; cada uno de los cuales habla su propio idioma -castellano, catalán, portugués, italiano, francés, latín y alemán-, por lo que el autor dedica casi todo el introito a la exposición del argumento.

En esta obra abundan los tipos, situaciones picarescas y escenas cómicas. Torres Naharro da rienda suelta a su sátira antieclesiástica, no en vano se puede interpretar esta obra como una crítica a los beneficios que conceden arbitrariamente los cardenales y el Papa. Los personajes de más elevada condición son puestos en ridículo por estos cocineros, que conocen muy bien los manejos de los altos dignatarios a quienes sirven y roban; el autor los deja hablar con una crudeza y desenvoltura soez, que no se detiene ante ningún escrúpulo, cualquiera que sea la calidad del personaje criticado.

La obra se compone de numerosos incidentes difíciles de resumir; una síntesis podía ser: Comienza con la divertida riña entre el credenciero Barrabás y su barragana Lucrecia; por fin, aquél roba unas provisiones para su querida que se marcha contenta. Barrabás y el Escalco charlan mientras el primero y Mathía disponen la mesa para el día siguiente. Metreianes, el cocinero francés, está preparando unos bocados en el cuarto de Barrabás, y hablan de que el grupo ha robado una cantidad de pasteles y vajilla en un banquete; se dice que van a tener nuevas libreas verdes; Barrabás y Mathía se disputan una muchacha boloñesa que aquél ha procurado a éste.

La jornada segunda es al día siguiente a la hora del almuerzo. Los criados del tinelo, mientras esperan el vino, charlan en sus lenguas respectivas y alaban alguna grandeza de sus tierras naturales. Vienen los oficiales menores de la casa, Francisco reclama el sueldo que le debe su amo Moñiz, y todos se quejan del pan, de la carne y del vino; pero la culpa no es del cardenal sino del «mastro de casa», que se enriquece a fuerza de hurtos. Hablan también de beneficios, y Osorio espera recibir uno a pesar de ser tan mujeriego.

La jornada tercera empieza y termina con bendiciones burlescas. El Escalco, por fin, abre el tinelo y hay una riña entre Osorio y Godoy sobre el puesto que ocuparán en la mesa; el servicio es lento, la carne dura y repugnante, por lo que piensan escribir una carta quejándose al cardenal. El Escalco niega el acceso a unos palafreneros de otra casa que han venido con una embajada, y el decano le reprocha su mezquindad. Disputan los comensales sobre porciones robadas a escondidas. Vuelve uno de los palafreneros y el Escalco le dice que regresen para el segundo turno de mesa. Por último, surgen nuevas discusiones en torno a la lista de faenas y guardias, con acusaciones de favoritismo.

La cuarta jornada empieza con la queja del despensero que, en un monólogo, se queja de que tan sólo ha podido robar en diez años lo bastante para comprar unas casas, cuando llega el Maestro para reclamar lo que le toca de los últimos robos de comestibles. Osorio ya no quiere dormir en el mesón sino en su cuarto propio. Moñiz se empeña en que acojan a su criado y al caballo. Se renuevan las quejas sobre la comida. Charlan Moñiz, Godoy y el «nuevo», Manchado, que acaba de llegar de España. Los tres piensan ocupar la misma habitación. Entran por fin cinco trompeteros pidiendo una propina que se les había prometido.

En la última jornada cae la tarde y vienen los oficiales a cenar. El Escalco y Mathía discuten. La comida y el vino son mejores en esta ocasión. Comienzan los brindis y sigue la borrachera; todo acaba en una justa cómica, en el juego de apagar una vela soplando, y en un baile de borrachos que pone un final culminante a la acción.

Torres Naharro, al representar esta obra, consigue dos objetivos:

   1)Congraciarse con sus mecenas, al advertirles lo que sucedía en el tinelo a través del rústico que hace el introito y, al final de la obra, cuando Mathía lo recalca a la vez que despide la pieza: «¿Veis, señores? / De aquéstos hay mil traidores, / si queréis poner las mentes, / que gastan vuestros honores; / y vosotros, inocentes»[26].

   2)Tratar un tema muy original y apropiado. En la variedad y originalidad de los temas tratados es único nuestro autor pues, incluso, en la comedia del Siglo de Oro demasiadas obras giran sobre el tema amoroso, tienen los mismos personajes e idéntico desenlace, sin aportar nada nuevo.

En Tinellaria, aparecen abundantes características teatrales que se deben comentar:

a)Influencias de la tradición: En la segunda jornada, el autor recoge ideas de la literatura antifeminista: «Es mujer dulce veneno, / cuando es mala mayormente; / y es como el fuego en el seno / y en la halda la serpiente»[27]. Y encontramos varias reminiscencias de las coplas de Manrique, que vuelven a aparecer en una pieza de Torres Naharro: el rústico en el introito dice: «Que la grandeza del mar, / do cualquier río se expande, / tal cara suele mostrar / al pequeño como al grande»[28], que recuerda a la copla tercera. En la jornada primera, Barrabás habla de su amante y se queja de lo mucho que gasta, diciendo: «mas el bien nunca se precia / hasta después qu’es perdido»[29], sentencia que trae a la memoria los versos de la copla número 12.

 b)Conciencia social de la literatura crítica popular del siglo XV: Manchado, un criado sevillano, llega al tinelo intentando conseguir un beneficio «que me dé que vista y coma»[30]; este verso refleja la triste realidad social del momento. E, incluso, la obra entera es un reflejo del pobre y desastroso ambiente general que había en la misma Roma: Las altas dignidades estaban siempre entre envidias, intrigas y luchas y la clase baja entre robos, engaños y borracheras.

c)Comicidad: De nuevo Torres Naharro nos anuncia lo que va a ser en el teatro español un punto clave, el elemento cómico. Él lo sabe emplear con mucho equilibrio sin abusos ni chabacanerías: sólo se localizan alrededor de seis hechos cómicos, pero muy bien situados:

-El rústico, en el introito, dice: «Cierto, creo, / convernía del deseo / hacer lenguas y razones, / como hacen, según veo, / de la pasta macarrones»[31].

-Godoy, en la jornada tercera, bendice la mesa de una forma muy graciosa; entre otras irreverencias dice: «Lo primero, / yo maldigo al Cocinero / que da la menestra flaca, / y después al Despensero / que compra mula por vaca»[32].

-Moñiz, en la cuarta jornada, avisa al Maestro de casa que irá al tinelo un criado nuevo, éste le contesta que sólo puede admitir a medio, Moñiz asombrado exclama: «¿Y es mi mozo algún melón, / que lo tenéis que partir?»[33].

-Manchado, el nuevo criado, habla con Godoy y demuestra su incultura: Godoy: «Con favor / habréis en Campo de Flor / un par de canonicatos». Manchado: «Mía fe, no vengo, señor, / a buscar canes ni gatos»[34].

-Mathías dice al Escalco que no tiene beneficios por no hablar: «Ya se ofrece; / pero, por cuanto acontece / que acierta quien bien se entabla, / calabaza me parece / la cabeza que no habla»[35].

-El Canavario recita unos versos irreverentes, aunque graciosos: «Tú, Señor, me redemiste / por la tu sangre preciosa; / no soy digno / de beber agua sin vino / por amor qu’es de la fragua; / mas por tu verbo divino / beberé vino sin agua»[36].

d)Lenguaje propio de la clase baja: «En mi cámara será, / porque allí presumo yo / que apenas nos hallará / la madre que nos parió»[37]. «¿Cómo no? / ¡La puta que lo parió!»[38]. «No paremos; / que según desenvolvemos, / la mona tenemos cierta»[39].

Una característica especial del lenguaje empleado en esta obra es la mezcla de varios idiomas que le imprimen una pintoresca variedad: Los criados de distintas nacionalidades mantienen conversaciones en sus idiomas respectivos, formando una ruidosa Torre de Babel. Si Torres Naharro, mezcla estos idiomas distintos es porque el auditorio los entendía, lo que supone una muestra de la cultura renacentista y de su universalidad.

e)Técnica muy directa: Torres Naharro quiere romper desde el introito la separación entre el público y el escenario, invitándolos a través del rústico a participar y ocupar el tinelo: «¿Queréis ver? / Ora vernán a comer / en este sancto tinelo; / los que querréis atender, / no podrán tardar un pelo»[40]; «Al yantar / os podéis también llegar / los que yantado no habréis, / con un rëal singular / y un escaño en que os sentéis»[41].

También a lo largo de la obra aparecen recursos populares como, por ejemplo: Barrabás, en la jornada primera, recita a Lucrecia una especie de seguidilla: «¿Qué más quieres? / Vieja o moza, cual tú fueres, / quiero yo más tu jervilla / que a todas cuantas mujeres / han salido de Castilla»[42]. También Barrabás, en la misma jornada, cita un refrán: «Bien atinas. / Como cuentan mis vecinas, / mayormente Celestina, / diz que las viejas gallinas / hacen buena la cocina»[43].

Naharro continúa con otras dos comedias «a fantasia»:

SERAFINA

Trata un tema parecido al del conde Alarcos. La sátira antieclesiástica se encarna aquí en un fraile, personaje caricaturesco, y en su criado lego, que se expresan en un latín macarrónico para acentuar los efectos cómicos.

Por primera vez aparece en una obra de teatro el gracioso, que será el germen del personaje típico de todas las comedias de nuestro teatro nacional.

Una dama valenciana, Serafina, se ha casado en secreto con Floristán, mientras que el padre de él concertó su matrimonio con la italiana Orfea. La boda con Serafina era su deseo y, aunque Floristán piensa en la muerte, la suya no soluciona nada porque Serafina caería en la desesperación[44] y la otra dama, tan tierna y tan contenta ante la perspectiva de una buena boda, moriría de pena. Una de las damas ha de morir para salvar la vida de los otros dos; y Orfea es la más indicada, porque morirá como buena cristiana asegurando su salvación, en tanto que el asesino ya tendrá tiempo después durante toda su vida para arrepentirse. El ermitaño Teodoro está de acuerdo, pero advierte que la víctima no debe morir sin confesión. La abnegada Orfea perdona de antemano a Floristán, y éste trata de mitigar la dureza del trance con trivialidades sobre la vida eterna bienaventurada. El último deseo de la víctima es que se levante un imponente mausoleo a su memoria. En la jornada cuarta, un tal Lenicio quiere vengarse de cierta afrenta que le ha hecho Gomecio, criado de Teodoro; astutamente mata a un perro y con la espada sangrienta entra para impresionar a Dorosía, criada de Serafina. Por fin logra burlarse de Gomecio (atándole los pulgares con un encanto) al que le ganará el amor de Dorosía. Regresa un rico hermano de Floristán, que antes estuvo enamorado de Orfea, y la obra termina felizmente concertándose el casamiento de ambos, sin que sea necesaria la muerte de ésta.

La crítica ha inadvertido la ironía con que Torres Naharro plantea que cualquier casuística teológica, por disparatada que sea, tiene licitud cuando se intenta ganar la vida eterna y evitar el pecado mortal del suicidio.

Serafina es una obra burguesa, agria y tensa, según Wilson y Moir, en la que el problema planteado (un caso de bigamia) se resuelve con la llegada del hermano del bígamo.

HIMENEA

Representa un cambio de espíritu, ambiente y caracteres. Desde las miserias de los soldados y los criados humildes subimos al nivel de los amantes cortesanos, que se mueven en una atmósfera refinada y expresan las más tiernas y sutiles, aunque exaltadas, pasiones eróticas. El hecho de que Torres Naharro cultivase unas vetas de inspiración tan variadas y llenas de matices, le consagra como el dramaturgo español más destacado de su época, que nos ofrece con esta obra una pieza teatral que no admite comparación con otras hasta entrado el Siglo de Oro. Es teatro moderno y renacentista, por el grado de concentración que alcanza el conflicto y por la intensidad de los sentimientos amorosos.

Himenea se inspira en La Celestina, autos XII, XIV y XV de la primera versión en dieciséis autos, con detalles de los capítulos I y XIX de la versión más extensa. El protagonista Himeneo se enamora repentinamente de Febea; ronda su casa con serenatas y música, y consigue al fin que ella le corresponda y admita a la noche siguiente. El hermano de Febea, el Marqués, los acecha y los sorprende al salir Himeneo ya de madrugada de la casa de Febea. El galán huye y el Marqués fríamente se dispone a matar a su hermana, pero antes le permite que se confiese. Sin embargo quedará sorprendido cuando ella lo desafía proclamando y lamentando que no gozó del amado y defendiendo el derecho de la mujer emancipada de escoger libremente a quien quiera.

Himeneo regresa a tiempo para impedir la muerte de Febea. Pone como pretexto de su huida que fue a buscar a sus criados Boreas y Eliso y declara que sus intenciones siempre fueron honradas y que está casado de palabra con Febea. Esta boda secreta molesta al Marqués, pero al final acepta los hechos y perdona a la pareja.

El drama está muy bien concebido: La emoción aumenta velozmente hasta su punto culminante cuando el Marqués ofendido se dispone a dar muerte a su hermana y llega Himeneo. Esta comedia introduce en el teatro español uno de los temas más fecundos, el del honor y la venganza, los  problemas de galanteo y honor, las misteriosas escenas nocturnas y los criados asustados.

Con relación a La Celestina se advierten varias novedades en Himenea:

 a)El desenlace feliz.

 b)La falta de intermediaria.

 c)La introducción del tema del honor.

Se observa también que la conjunción de idealismo, optimismo y relativa benevolencia contrasta claramente con la tragedia de Fernando de Rojas y, al mismo tiempo, refleja el cosmopolitismo del autor en un ambiente renacentista.

Es la pieza mejor construida de Torres Naharro. Se puede considerar un precedente de las comedias de capa y espada. Valbuena Prat dice que Naharro se anticipó realmente a la comedia del Seiscientos creando en esta obra un perfecto croquis de la pieza de capa y espada del futuro; en este sentido, el autor es un precedente de Lope o Calderón más que un primitivo. Torres Naharro crea con esta obra la dualidad de escenas entre criados y galán y dama, las canciones de ronda, el «punto de honra», anticipándose al tipo que Calderón, especialmente, repite en tantas comedias de capa y espada.

   El introito es una presentación poco protocolaria, donde hay una defensa del placer frente al pesar, chistes de carácter sexual, críticas a la mujer, alusiones irreverentes a lo sagrado, lucha del hombre y de la mujer, en cuanto al amor físico, que tienen precedentes en la Literatura española[45]. Después del introito cuenta el argumento.

Torres Naharro en Himenea trata tres temas fundamentales:

a)El amor: Este tema se sustenta en el amor de Himeneo y Febea, que mantienen unas relaciones propias del amor cortés: «Y si mueres por tal dama, / tienes muy justa querella; / pues otros mueren sin vella / que se ahogan en su fama / con decir / que es la vida bien morir»[46]. Aunque moderadamente, es decir, ahora la dama no es desdeñosa con el galán, no es un amor por intereses eróticos, al final se casan…

Paralelamente a este amor se desarrolla el de Boreas, criado de Himeneo, y Doresta, criada de Febea, pero con una diferencia: El amor de los protagonistas termina en boda, en cambio el de los criados finaliza en una interrogante: Es Himeneo el que dice que se encargará de que Doresta elija libremente. Quizás esto se deba a una de estas causas: a)Resalta el amor de la dama y el galán, que es el que interesa más. b)Destaca la relación entre los amos y los criados y deja, en un segundo plano, los amores de éstos. c)La relación amorosa de los criados es idéntica a la de los amos, por tanto no se hace necesario que termine de forma idéntica y al mismo tiempo, lo que, además, hubiera sido un final demasiado tópico.

En contraposición a este amor cortés, decente y puritano, aparece otra concepción del amor en Turpecio y Eliso: El primero concibe la relación amorosa obscenamente; y el segundo, ve en la mujer un simple instrumento de placer.

b)La honra: Realmente lo que mueve la trama de la obra es la actitud del Marqués, que está excesivamente preocupado por su honra. Quizás Naharro nos quiera presentar este problema de una forma exagerada, para criticar la quimera que suponía en aquella época este asunto: El Marqués no consiente el amor de su hermana e Himeneo, aunque los dos se quieran, sean de la misma clase social… hasta que no se habla de boda.

Ante esto hay que pensar que el Marqués tiene una concepción del amor parecida a la de Turpecio y Eliso, pues ve el amor como un medio de placer, que puede llevar a la deshonra; si lo concibiera de una forma sana no tendría tal problema.

De todas formas la honra en Himenea aparece ridiculizada, al propiciar el Marqués con sus celos una situación de barbarie exagerada, pues estaba dispuesto a matar a su hermana sin ningún problema de conciencia.

c)Relación amo – criados: Himeneo tiene dos criados. Ambos acompañan a su amo cuando va a ver a Febea y, mientras, guardan la calle. Es un riesgo, que corren por su amo pues el Marqués, hermano de Febea, está decidido a guardar su honra y para ello matar si fuera necesario. Eliso está dispuesto a cumplir con su cometido, pero Boreas razona que se expone por nada y desiste de cumplir con su trabajo, no sin antes convencer a Eliso de que lo mejor es huir.

Torres Naharro coloca al galán dos criados, cuando lo normal es tener uno, por dos razones:

   a)Presenta al criado fiel, idealista, que no pide nada a cambio (Eliso) y al criado realista (Boreas), que aborda el problema de su subsistencia, pues no recibe nada a cambio por sus servicios.

   b)Boreas necesitaba tener a alguien de su condición social para exponerle sus ideas sobre este punto.

Esta relación nos informa de la situación social de los criados en aquella época; en esto Himenea sigue la línea social de Soldadesca y Tinellaria, a pesar de que no es una obra centrada como las otras dos en la baja sociedad, y denuncia los abusos de los amos, como en Soldadesca los atropellos de los capitanes y en Tinellaria los desmanes de los criados.

Torres Naharro escribió otras comedias, inferiores en conjunto a las comentadas, aunque no faltan en ellas aciertos:

JACINTA

Basada en un tema folklórico muy repetido en la Edad Media: Una dama retiene a unos peregrinos que pasan junto a su castillo, les pide noticias de sus países y al final se casa con uno de ellos.

El argumento es muy sencillo: Divina manda al rústico y taimado Pagano que detenga y le lleve a Jacinto, Precioso y Fenicio, peregrinos de Alemania, Roma y España, respectivamente. Cada uno diserta por turno durante una jornada sobre sus desengaños con malos amos, amigos falsos y demás experiencias mundanas. En la cuarta jornada se hace un elogio de la dama y, en la última, Divina alaba la alegría y hermosura de la vida, prometiendo casarse con Jacinto, considerar a los otros dos hermanos y repartir con ellos sus posesiones. Sin duda, las últimas jornadas estaban calculadas para satisfacer los gustos de la anfitriona y apelar, de paso, a su liberalidad.

Los personajes tienen un carácter simbólico, pues el autor expresa por medio de ellos sus pensamientos de hombre desengañado y un tanto al margen en una sociedad que le desagradaba y en la que no consiguió encontrar su puesto. Los tres peregrinos son disidentes de la época, que hablan de las guerras del Papado, de sus vicios, de los burócratas instalados en el poder, de la desigualdad social existente… La dama escoge para marido al peregrino que parece más próximo a la desesperación.

AQUILANA

En el introito existen indicios de que fue representada con ocasión de una boda. Precedente de D. Duardos y de las intrigas sentimentales, molde de lo que será la comedia cortesana del siglo XVII.

Expone la historia del príncipe Aquilano, que sirve disfrazado en casa del rey Bermudo de León, padre de la princesa Feliciana de quien se enamora el joven. Durante una cita de ambos en el jardín, ella le despide bruscamente al oír un ruido, y él se desmaya preso de una enfermedad al parecer mortal. Un médico de la Corte observa que cuando Aquilano ve a Feliciana, el corazón del mancebo late mucho más aprisa. El rey lo manda matar y Feliciana, perturbada, piensa en suicidarse, pero el monarca es informado a tiempo de la verdadera identidad de Aquilano, que resulta ser un príncipe a quien el rey había escrito proponiéndole matrimonio con su hija, y que había querido conocer, de incógnito, a la esposa que le ofrecían.

Una de las fuentes que sugieren para esta obra es la leyenda folklórica del príncipe disfrazado, pero Gillet describe con detalle un incidente histórico semejante, ocurrido cuando Fernando de Aragón fue de incógnito a casarse con la princesa Isabel de Castilla. Disfrazado, viajaba como criado de sus compañeros, que aparentaban ser mercaderes e, incluso, los servía. Otro paralelo se encuentra en la vida de los Reyes Católicos: Cuando murió su hijo el príncipe don Juan en 1497, el humanista Ramírez de Villaescusa publicó una lamentación imaginaria de la joven viuda, la princesa Margarita, en la que llega a considerar la posibilidad del suicidio y el medio de que se valdría, si la soga, el despeñamiento, la espada o el fuego, pero la reina Isabel logra serenar su ánimo a tiempo. En Aquilana, Felicina procura matarse con una soga pero no puede hacer el nudo y, cuando lo intenta de nuevo, el cuchillo no corta (este dato se interpreta como otro rasgo burlesco del dramaturgo relativo al suicidio por amor).

Trata de un peregrino que se disfraza para conocer a la mujer que le tienen destinado, Feliciana, una princesa. Ésta se enamora de él y después enferma. El rey, creyéndolo escudero, manda matarlo. Feliciana quiere suicidarse, pero al final se descubre la identidad del príncipe y se celebra la boda.

CALAMITA

Trata de una andaluza del pueblo, de la que se enamora un príncipe. Este hecho en la realidad era casi imposible que sucediera, por lo que triunfará la diferencia de clases, en un principio. Al final de la obra resulta que la mujer es noble, lo que no supone un triunfo del amor puro.

En esta obra Floribundo siente una gran pasión por Calamita, sin embargo el padre de él recibe un gran disgusto por ser ella de origen humilde. Se supone que Calamita es hermana de Torcazo, un simplón a quien engaña su mujer Libina. Ésta y un criado de Floribundo desempeñan oficio de tercería cerca de Calamita, pero la joven resiste virtuosamente hasta convencerse de la honradez de Floribundo y someterlo a los términos de una boda de palabra. Al final se descubre que Calamita es la hija que perdió un caballero siciliano, amigo de Euticio.

Estas dos últimas comedias son mucho más largas que las anteriores -el doble que Himenea– y con sus casi 3000 versos se aproximan a la extensión normal de las obras teatrales del Siglo de Oro.

CONSIDERACIONES FINALES

En las comedias de Torres Naharro existen ciertas novedades estróficas. Emplea tres tipos de metro principalmente: Una estrofa de doce versos octosílabos, singular combinación que sólo utiliza en Jacinta. En Himenea compone otras, también de doce versos octosílabos, menos el penúltimo que es de pie quebrado, y una estrofa de arte mayor de diez versos dodecasílabos, a excepción del primero y sexto que son de pie quebrado, con seis sílabas.

Según varios críticos, diversos elementos del teatro de Torres Naharro se van a detectar después en la comedia nacional:

  a)El tema del honor, la intensidad sicológica y los conflictos internos y externos, que alcanzarán su desarrollo en la movilidad de la comedia de capa y espada, en las que tan a menudo se juega con amores secretos que, después de peripecias diversas, aprueba el padre o el hermano de la protagonista.

  b)La creación del tipo de gracioso, que con la criada de la dama parodia los amores de sus amos.

  c)El introito de Naharro es el precedente de la loa en el espectáculo teatral del XVII.

  d)El uso de los temas novelescos y heroicos, en advertir la necesidad de una fórmula dramática, en escribir largas comedias de carácter realista, en emplear la palabra «jornada», en usar cartas para la trama, en trazar escenas nocturnas, en presentar a un rey como personaje de la comedia y en realizar unos argumentos en gran parte originales.

El teatro de Torres Naharro está aún lleno de imperfecciones, pero supone un avance considerable sobre la dramática anterior, porque domina la técnica teatral, tiene gracia y soltura en el diálogo, es conciso y expresivo en el lenguaje, maneja con maestría el octosílabo, traza con arte los personajes, es eficaz en los momentos cómicos y, sobre todo, tiene capacidad para captar el dato realista y gráfico, que fue la que le permitió crear una gran variedad de cuadros de costumbre, sobre todo, del mundo pícaresco, que distinguen sus comedias.

Para Menéndez Pelayo «Torres Naharro, inferior a otros contemporáneos en dotes poéticas, había nacido hombre de teatro, y en esta parte los aventaja a todos». Destacó de él su sentido tan enérgico de la vida, la consistencia de sus figuras dramáticas, la expresión sentida y, a veces, una excelente combinación de peripecias y efectos escénicos, que lo maravillaban en un autor principiante e inexperto.

Para Gillet la obra de Torres Naharro tuvo tal trascendencia que la comedia de Lope fue la consumación de la fórmula creada por él. Sus desventuras fueron no haber tenido seguidores adecuados, no existir aún los lugares públicos de representación y la Contrarreforma, que provocó la prohibición de la Propalladia. Pero así y todo reconoce que nuestro autor consiguió dar una hechura concreta a la incipiente forma dramática que iba a convertirse en la comedia de la España de los Siglos de Oro, una forma cuyas raíces son medievales, cuyo tronco pertenece al Renacimiento y cuya floración corresponde al Barroco.

Sigue diciendo Gillet que la técnica dramática de Torres Naharro (medieval, clásica y genuinamente española, tanto desde el punto de vista de su origen como de su carácter literario) es nueva e independiente. Estamos ante un romántico, aunque vestido con un ropaje lógico que le ha dado el Humanismo, y que soporta impacientemente. Su obra es alógica o prelógica, y ha de ser considerada como un conjunto. Si cometemos el error de estudiarla con criterios abstractos, hechos de divisiones y subdivisiones, obtendremos un concepto dramático que será lógico, pero también irreal porque su teatro en el fondo es primitivo y mágico. El secreto de dar forma dinámica a la confusa materia medieval permanecía aún encerrado en Aristóteles; Torres Naharro adivinó ese secreto y lo aplicó con éxito, mientras Italia y el resto de Europa lo buscaban aún a ciegas. Su teoría de la comedia «a fantasia» era un desafío y un grito de libertad.

Sin duda, Torres Naharro, Gil Vicente y otros dramaturgos de su tiempo, como Sánchez de Badajoz, representan a comienzos del siglo XVI el primer intento de crear la comedia española, así como el de Lope, a finales del XVI, supone el segundo y definitivo.

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NOTAS

[1] Mcpheeters señala el año 1485 como fecha de su nacimiento.

[2] Dedicada a Palas, diosa griega de la inteligencia.

[3] No sólo en el Siglo de Oro sino, incluso, en todo el Renacimiento europeo.

[4] “Propiedad y concordia de los personajes consigo mismos”.

[5] Posiblemente este hecho cómico se refiera al escepticismo que suscitaron los artilugios volantes de Leonardo da Vinci en aquella época.

[6] Lida de Malkiel.

[7] vv. 83-84.

[8] Vv. 88-89.

[9] vv. 53-54.

[10] Segunda jornada, vv. 195-204.

[11] «Infinito». Introito, v. 12.

[12] “Azotes”. Primera jornada, v. 89.

[13] «Hipocresía». Segunda jornada, v. 183.

[14] “Bullicio”. Primera jornada, v. 267.

[15] Tercera jornada, vv. 87-88.

[16] “Necios + licenciados”. Introito, v. 16.

[17] vv. 78-79 del introito.

[18] V. 131 de la segunda jornada.

[19] vv. 108-109 de la primera jornada.

[20] “No hay nada”.

[21] vv. 250-253 de la tercera jornada.

[22] “Dulce de miel”.

[23] vv. 198-201 de la primera jornada.

[24] v. 17 de la segunda jornada.

[25] vv. 140-164 de la primera jornada.

[26] Vv. 380-384 de la quinta jornada.

[27] Moñiz, vv. 371-374 de la segunda jornada.

[28] vv. 26-29.

[29] vv. 23-24.

[30] v. 350 de la cuarta jornada.

[31] vv. 20-24.

[32] vv. 30-34.

[33] vv. 203-204.

[34] vv. 360-364 de la cuarta jornada.

[35] vv. 30-34 de la quinta jornada.

[36] vv. 264-269 de la quinta jornada.

[37] vv. 327-329 de la primera jornada.

[38] vv. 125-126.

[39] vv. 245-247 de la quinta jornada.

[40] vv. 154-157.

[41] vv. 164-168.

[42] vv. 105-109.

[43] vv. 245-249.

[44] Eufemismo de “suicidio”.

[45] Por ejemplo, las Serranillas del Marqués de Santillana.

[46] vv. 55-60 de la primera jornada.

Antonio Salguero Carvajal

Fotografía cabecera: Puerta de Palmas, Badajoz

Bibliografía

En la bibliografía recogemos los documentos que hemos logrado reunir e, incluso, damos cuenta de aquéllos que no tenemos pero conocemos porque los hemos visto citados en uno o varios lugares. No obstante es seguro que no están todos, aunque la relación de documentos es exhaustiva porque resulta imposible revisar todo el repertorio documental generado por Jesús Delgado Valhondo teniendo en cuenta la hiperactividad desarrollada por él durante tantos años. También la necesidad de poner límites al trabajo nos ha llevado, muy a nuestro pesar, a no usar documentos posteriores a su muerte.

 Sin embargo pensamos que aquí se encuentra registrada buena parte de la bibliografía producida por nuestro poeta y que, en último extremo, puede ser un buen punto de partida para el investigador que desee acometer la ardua tarea de reunir toda la documentación referida a Jesús Delgado Valhondo.

La recopilación de esta bibliografía ha sido posible por el carácter desprendido del poeta. De tal manera que durante dos años estuvimos sacando de su casa documentos, que una vez seleccionados le devolvíamos íntegramente correspondiendo a su confianza. Así hemos podido utilizar veinte gruesas carpetas repletas de documentos fotocopiados y seleccionados, que también hemos logrado reunir gracias a la estimable ayuda de familiares, personas relacionadas con el poeta y amigos propios.

La bibliografía se divide en dos grandes apartados: uno es la bibliografía general y otro la bibliografía específica de Jesús Delgado Valhondo que a su vez se estructura en dos extensos subapartados. El primero se trata de la bibliografía generada por  el poeta extremeño, que distingue la poesía de la prosa y dentro de ellas las diversas producciones y géneros. Y el segundo se ocupa de la bibliografía que han escrito numerosos críticos sobre la obra literaria de Jesús Delgado Valhondo:

GENERAL

En este apartado incluimos la relación de libros consultados con mayor o menor detenimiento, para conocer datos del entorno histórico, cultural y poético que envolvió a Jesús Delgado Valhondo y lo influyó de alguna manera y, de esta forma, comprender su poesía con más amplitud y profundidad al relacionarla con su entorno sociocultural y por consiguiente literario:

Acero, J.J., Albiac, G. y otros. Los filósofos y sus filosofías. Barcelona, Vicens-Vives, 1983.

Alborg, J. L. Historia de la literatura española. Madrid. Gredos. Tomos I (Edad Media y Renacimiento), 1966 (1ª ed.), 1970 (2ª ed.). Tomo II (Barroco), 1974. Tomo V (Romanticismo), 1980.

Aleixandre, Vicente. Historia del corazón. Madrid, Espasa-Calpe, 1954.

Alonso, Dámaso. Poetas españoles contemporáneos. Madrid, Gredos, 1958.

Alonso, Dámaso. La poesía de San Juan de la Cruz. Madrid, CSIC, 1942.

Anónimo. «Versos al atardecer». Hoy (Badajoz), 1-3-52

Anónimo«Nueva edición de los Sonetos espirituales«. Pueblo (Madrid), 20-3-58.

Anónimo. «García Nieto y la poesía extremeña». Hoy (Badajoz), 21-3-61.

Anónimo. «Los poetas de Extremadura y la universidad». Hoy (Badajoz), 12-5-63.

Anónimo. «Poesía extremeña de posguerra». Arriba (Madrid), 31-8-78.

Anónimo. «Poetas en Extremadura». Badajoz, Aula de cultura extremeña Entre Tajo y Guadiana, 1981.

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Antología de la nueva poesía española. Madrid, Lumen, 1968.

Antología de pensamientos pasionistasExtremadura (Cáceres), 12-3-69.

Arias Solís, Francisco. «Todo un hombre». Extremadura (Cáceres), 21-7-93.

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ESPECÍFICA

Ahora pasamos a relacionar la bibliografía generada por la actividad literaria de Jesús Delgado Valhondo y la que surgió con motivo de la publicación de sus libros de poemas, relatos, artículos e intervenciones literarias en los más diversos actos y medios de difusión.

DE JESÚS DELGADO VALHONDO:

Jesús Delgado Valhondo es autor de una amplia documentación, que pertenece a varios géneros literarios (poesía, novela, teatro, relato, ensayo, artículo, crónica, semblanza) y ha sido el corpus bibliográfico empleado para realizar este trabajo de investigación.

A continuación exponemos la documentación recopilada que se encuentra distribuida en apartados para su mejor localización y manejo:

POESÍA

Este apartado intenta recoger toda la producción poética del poeta extremeño. Sin embargo somos conscientes de que faltan poemas sueltos editados en publicaciones que ha resultado imposible consultar:

LIBROS DE POEMAS

La obra poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentra recogida en tres libros de poemas inéditos y quince publicados:

Canciúnculas. Inédito.

Las siete palabras del Señor. Inédito.

Pulsaciones. Inédito.

Hojas húmedas y verdes. Alicante, Col. Leila, nº 6, 1944.

El año cero. San Sebastián, Cuadernos de poesía Norte, 1950, 80 p.

La esquina y el viento. Santander, col. Tito hombre, nº 11, 1952, 48 p.

La muerte del momentoGévora (Badajoz), nº 32, 31-6-55.

La montaña. Santander, col. La cigarra, 1957, 48 p.

Aurora. Amor. Domingo. En Primera antología. Badajoz, Diputación Provincial, 2-9-61, pp. 119-154.

El secreto de los árboles. Palencia, col. Rocamador, nº 31, 1963, 38 p.

¿Dónde ponemos los asombros?. Salamanca, col. Álamo, nº 9, 1969, 68 p.

La vara de avellano. Sevilla, Editorial católica, col. Ángaro, nº 40, 1974, 60 p.

Un árbol solo. Badajoz, I.C. Pedro de Valencia, 1979 (1ª ed.), 66 p.; 1982 (2ª ed.), 70 p.

Inefable domingo de noviembre. Cáceres, I. C. El Brocense, 1982, 64 p.

Inefable noviembre. Algeciras, col. Bahía, 1982, 67 p.

Ruiseñor perdido en el lenguaje. Sevilla, Cuadernos poéticos Kylix, nº 2, 1987, 32 p.

Los Anónimos del Coro. En Poesía. Badajoz, Diputación Provincial y Editora Regional, 1988, pp. 315-346.

Huir. Badajoz, Del oeste ediciones, 1994, 59 p.

OTROS LIBROS

Aparte tenemos noticias de otros libros de poemas escritos por Valhondo, aunque no hemos logrado localizarlos posiblemente porque se quedaron en proyecto o bien porque les cambió el título y sean algunos de los anteriormente citados:

Le dijo la arena al viento y Campos, ramas y azul. Estos libros fueron enviados por Valhondo a Juan Aparicio, Delegado Nacional de Prensa en 1945, que acusa recibo en carta del 22-8-45 desde Madrid.

    Libro de poemas que Valhondo confeccionaría con poemas que luego pensaba incluir en La esquina y el viento. Citado en carta de Eugenio Frutos. Jaca, 6-9-49.

Hombre entre tierra y mar que en 1953 Valhondo intenta publicar en Alor.

Capital de provincias. En el número 35, 1958, de la revista argentina Euterpe, Valhondo publica el poema «Doblar una esquina» que lleva la aclaración: «(del libro inédito Capital de provincias)».

    Ciudades, libro de poemas que Valhondo envia al premio Marina de Pontevedra bajo el lema «Una ciudad cualquiera». Además es citado por Dora Isella Russell en carta desde San José, 17-5-57; por Valhondo en carta desde Zarza de Alange, 21-1-57, y en la anotación del poema «Doblar una esquina», editado en Olalla (Mérida) con la anotación: «Del libro inédito Ciudades«.

    Abriendo mi ventana es el título que posteriormente Valhondo dio a Ciudades. Citado en carta de Valhondo. Zarza de Alange, 3-2-57.

    Pequeña angustia es un libro que Valhondo tenía preparado a la vez que Ciudades / Abriendo mi ventana. El poema «El porrazo» editado en Olalla lleva la anotación «Del libro inédito Pequeña angustia«. Ciudades Abriendo mi ventana y Pequeña angustia son dos libros de poemas que Valhondo había escrito y pensaba editar después de La montaña pero como no lo consiguió finalmente los agrupó en un libro titulado Aurora. Amor. Domingo.

Misterio de lo incesante. Citado por Valhondo en una relación manuscrita de  los libros de su obra poética, que aparece después de Un árbol solo.

La habitación del rato. Es citado en «Noticias» de Alcántara, nº II, 1983, XXXIX donde se dice que Valhondo en un acto de la II Feria del Libro de Mérida, recitó poemas de La habitación del rato, un poemario inédito.

Segunda antología, El hombre monte y Canciones extremeñas. Citados en Censo vivo de artes y letras formando parte de una relación bibliográfica de Valhondo.

ANTOLOGÍAS

Jesús Delgado Valhondo publicó cuatro antologías y una recopilación de sus libros editados hasta 1988:

Primera antología[1]. Badajoz, Diputación Provincial, 1961, 159 p.

Canas de Dios en el almendro[2]. Sevilla, Ángaro, 1971, 16 p.

Entre la yerba pisada queda noche por pisar[3]. Badajoz, Universitas, 1979 (1ª ed.), 1993 (2ª ed.), 166 p.

Segunda antologia[4], editada entre las pp. 105 y 161 de Entre la yerba pisada queda noche por pisar.

Poesía[5] (1943-1988). Badajoz, Diputación Provincial y Editora Regional de Extremadura, 1988, 442 pp.

UN POEMA EXTENSO

Es un poema que se suele incluir dentro de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, pero está fuera porque se centra en Extremadura y no encaja en el sentido universal que le imprimió de su corpus lírico.

«Canto a Extremadura». Hoy (Badajoz), 29-6-56. Gévora (Badajoz), nº 44-45, 30-8-56, pp. 1-6. Alcántara (Cáceres), nº 102-104, 1956, pp. 21-26 [6].

 POEMAS EN PUBLICACIONES PERIÓDICAS

En este apartado se recogen poemas editados por Jesús Delgado Valhondo en más de cincuenta publicaciones periódicas, que hemos logrado localizar por diversos conductos.

La mayor parte de ellos los hemos documentado personalmente, en cambio algunos sólo hemos podido constatar su existencia por referencias realizadas en cartas y en otros medios donde, en apartados como «Revista de revistas» y «Noticias bibliográficas», unas veces se informa de estas colaboraciones de Valhondo y otras simplemente se citan sin más especificaciones. No obstante, a pesar de esta deficiencia, estos datos sirven para hacernos una idea aproximada de las relaciones establecidas por Valhondo en los últimos cincuenta años, con determinados focos culturales del país y conocer sus colaboraciones sueltas:

ABC (Madrid): Valhondo editó[7] numerosos poemas en su página lírica titulada «…Y poesía cada día»:

-«Mérida», «Las siete de la tarde» y «San Vicente de la barquera», 22-1-69[8].

-«Misteriosa y lejana», 30-7-71.

-«Amanecer», 9-8-71.

-«Mérida», «Ciudad de siempre» y «Plaza de Mérida», 25-11-71.

-«Réquiem»: «¡Oh muerto mío!», «Muerte» y «Meditación ante un amigo muerto», 2-11-72.

-«Canciones»: «Viejas canciones», «Muerte», «Canción del hijo pródigo», «Otras canciones» y «Canciones», archivo particular del poeta.

-«Cáceres»: «Noche cocida (barrio de San Mateo de Cáceres)», «A Cáceres» y «¡Ay, Cáceres, viejo Cáceres!», archivo particular del poeta.

-«La noche»: «La noche», «A la noche» y «Oda a la noche», archivo particular del poeta.

-«La nieve»: «De la nieve», «Nieve, copos» y «Ha nevado», archivo particular del poeta.

ÁGORA, CUADERNOS DE (Madrid): El Consejo de Redacción estaba compuesto por Jorge Campos, José García Nieto, José Hierro y Gerardo Diego. Valhondo publica en el número 7-8 (1957) el poema «Ciudad de los hombres»; en el nº 31-32 (1959), el poema «Las siete de la tarde»; en el nº 46-48 de 1960, el poema «El fondo»[9]. También edita otros poemas en el nº 85 de 1963 y en el nº 93 de 1954[10].

ÁLAMORevista de poesía (Salamanca). Creada y dirigida por el abogado José Ledesma Criado y el catedrático Juan Ruiz Peña con los que Valhondo mantuvo una estrecha relación:

-nº 1, mayo 1964: «Catedral» (poema dedicado a Juan Ruiz Peña).

-nº 2, 1965: Participación de Valhondo con un poema[11].

-nº 5, noviembre 1965: «Cuando quieras, Señor».

-nº 8-9, septiembre-diciembre 1966: «Algo olvidado y oscuro».

-nº 17-18, noviembre-enero 1968-1969: «Asombros».

-nº 19, febrero-junio 1969: «Selva virgen».

-nº 27-28, mayo-agosto 1970: «Álamos», «Vara de avellano» y «Plaza de Mérida»[12].

ALBAHojas de poesía (Vigo): En el nº 8, 1951: «El maestro explica las vías de comunicación en la escuela» y «Pasa un entierro por la puerta de la escuela». Valhondo también editó en un número de mediados de 1952[13].

ALCÁNTARA (Cáceres). Creada por Fernando Bravo Bravo, José Canal Rosado, Tomás Martín Gil y Jesús Delgado Valhondo en 1945:

-nº 1, 1945: «El recuerdo», p. 7.

-nº 2, 1945: «Olivos», p. 13.

-nº 7, 1947: «Hojas», p. 9.

-nº 8, 1947: «Suspiros», p. 11.

-nº 9, 1947: «Junio», p. 9.

-nº 12, 1947: «Tomás, te estoy buscando», p. 11.

-nº 13, 1947: «La naranja» y «El poeta», p. 9.

-nº 14, 1948: «A Cáceres, lejos de mí», p. 10.

-nº 15, 1949: «Poesías («Tierra», «Agua», «La cicuta», «Sueño» y «Dolor florido»)», p. 12.

-nº 17, 1949: «Luna en el barrio de San Mateo de Cáceres», p. 26.

-nº 20, 1949: «Noche cocida (barrio de San Mateo)», p. 32.

-nº 22, 1949: «Mayo» y «El espacio», p. 19.

-nº 26, 1949: «Peregrino», pp. 79-80.

-nº 28, 1950: «Autopsia», p. 15.

-nº 32, 1950: «Soledad», pp. 71-72.

-nº 34, 1950: «Oración del enfermo», p. 11.

-nº 38, 1950: «La vi sobre el río», p. 13.

-nº 41, 1951: «Inclinar la cabeza sobre el pecho», p. 21.

-nº 43, 1951: «Madrugada», «Aire» y «Jaras», p. 15.

-nº 45, 1951: «Siempre hay alguien», p. 15.

-nº 53-55, 1952: «El corazón en la vida», p. 33.

-nº 59-61, 1952: «Los álamos del río», p. 23.

-nº 63-65, 1953: «Milagro de Dios», p. 19.

-nº 69-71, 1953: «No sé», p. 16.

-nº 72-74, 1953: «Yo estaba allí sentado», p. 45.

-nº 81-83, 1954: «Luz», p. 23.

-nº 90-92, 1955: «Ciudad de siempre», p. 18.

-nº 102-104, 1956: «Cantando a Extremadura» (se trata del «Canto a Extremadura»). Y contestación de Valhondo a poetas y escritores del trascacho de Barcelona (pp. 21-26): «Amigos y compañeros trascachistas: En mi rincón extremeño levanto mi copa y digo:

‘Porque el mundo yo lo hago

cada día como quiera

me bebo su sangre entera

de prisa, en un solo trago.

Y si el corazón se entera

de que así las penas pago

y cuenta algo, lo deshago

y lo pongo de bandera’ «.

-nº 105-107, 1956, pp. 23-24: Poema dedicado a Soledad Ramallo, reina de los Juegos Florales de Badajoz.

-nº 118-120, 1956: «Niebla» y «Subiendo a la montaña», dedicados a los hermanos Bedia, p. 16.

-nº 114-116, 1957: «Santillana del mar» y «Shiri-miri», p. 22.

-nº 117-118-119, 1957: «Adiós», p. 18.

-nº 123-124-125, 1959: «Cáceres», p. 14.

-nº 135, 1960: «Meditación ante un amigo muerto», pp. 33-34.

-nº 136, 1960: «Aquel recuerdo», «Como si fueses una flor», «El número dos», «Hemos llegado» y «Soñada azul», pp. 25-27.

-nº 137, 1960: «Ciudad de los hombres», p. 16.

-nº 139, 1961: «Algo no anda bien», pp. 41-42.

-nº 140, 1962: «Ciudad del agua», p. 39.

-nº 142, 1964: «El fondo», p. 47.

-nº 143, 1964: «Canción», p. 24.

-nº 145, 1965: «Ciudad de piedra (rosario)», pp. 27-28.

-nº 146, 1966: «Tierra», p. 25.

-nº 149, 1967: «Tomás, llorando estoy por ti», p. 37.

-nº 155, 1969: «El fantasma», p. 11.

-nº 158, 1970: «Asombros», pp. 18-19.

-nº 159, 1970: «Otro día», pp. 33-34.

-nº 163, 1971: «Tarde de domingo», pp. 10-11.

-nº 165, 1971: «Pobre espiritual», p. 25.

-nº 175, 1974: «Tribulación», p. 20.

-nº 193, 1978: «Canto a Santa María de Guadalupe como Reina y Madre de la Hispanidad»[14], pp. 21-24.

-nº 197, 1979: «A la mujer guadalupana que personifica hoy, ahora, a la mujer exremeña», pp. 18-19.

-nº 13 (2ª época), 1981: «Tiempo», p. 47.

-nº 3 (3ª época), 1984: «El dolor del jardín» y «El pensamiento de la palabra», pp. 89-90.

-nº 33 (3ª época), 1994: «El tonto del pozo», p. 139.

ALMINARRevista de cultura de la institución Pedro de Valencia de la Diputación de Badajoz y del periódico Hoy (Badajoz). Valhondo formó parte del consejo de redacción. Alminar publicó desde enero de 1979 (nº 1) a diciembre de 1983 (nº 50). En el nº 2 de 1979 aparece una colaboración de Valhondo en la «Sección de autógrafos de poetas extremeños»: «Angustia» y «Los años», p. 9.

ALOR (Badajoz): Revista pacense creada y dirigida por el poeta Francisco Rodríguez Perera. Patrocinada por la Diputación de Badajoz. Publicó desde febrero de 1950 a noviembre de 1958:

-nº 1-2, febrero 1950: «Oración».

-nº 9-10, febrero 1951: «Noche» y «Velándome sueños».

-nº 14-15, abril 1952: «Esa mano de tierra».

-nº 17, marzo 1953: «Después de la tormenta».

-nº 18, mayo 1953: «Un momento».

-nº 19, octubre 1953: «Hombre entre tarde y mar».

-nº 20-21, noviembre-diciembre 1953: «Mi ofrenda de Navidad».

-nº 22-23, enero-febrero 1954: «Invierno».

-nº 24-25, marzo-abril 1954: «Noche en el alma».

-nº 26-27, julio 1954: «La vida» y «La iglesia».

-nº 29-30, diciembre 1954: «Inmaculada».

-nº 33-34, abril-mayo 1955: «La arquitectura».

-nº 37-38, noviembre 1955: «La piedra».

-nº 39-40, enero-febrero 1956: «Paisaje del sur».

-nº 41-42, mayo-junio 1956: «Ciudades-palabras».

-nº 43-44, agosto-septiembre 1956: «Fondo de ciudad (meditación ante un amigo muerto)«.

-nº 45-46, febrero-marzo 1957: «Otoño».

-nº 49-50, mayo 1958: «Ciudad del campo».

-nº 51-52, noviembre 1958: En las páginas 24-27 aparecen unos poemas que posiblemente sean de Valhondo, pues uno de ello es editado más tarde en Poesía.

ALOR NOVÍSIMO (Badajoz). Revista fundada para continuar la tradición editora de Alor (Badajoz): Valhondo publicó un poema en el número 0 de 1954[15] y «Mar» en el nº 25-26.

ANACONDA (Cáceres). Fundada y dirigida por Pedro María Rodríguez, José María Gil Encinar y Emiliano Durán. Editó dos números: uno en enero y otro en julio de 1954: Valhondo publicó en el nº 1[16].

ÁNGELUS (Zafra -Badajoz-). Dirigida por el padre Francisco Juberías (del nº 1 al 12) y por el padre Martín Sarmiento (nº 13), frailes claretianos. Publicó 13 números desde febrero de 1953 a septiembre de 1960: Valhondo participó en el nº 13, titulado Primera antología de poetas pacenses, con cinco poemas de La esquina y el viento, La montaña y Aurora. Amor. Domingo.

ARCILLA Y PÁJARO (Cáceres). Fundada y dirigida por Prudencio Rodríguez, Juan Iglesias Marcelo y Jacinto Berzosa. Publicó cinco números desde diciembre de 1952 a noviembre de 1953. Su manifiesto apareció en el periódico Extremadura (Cáceres) en agosto de 1952: Valhondo editó «Mis manos», nº 1, 1953. «Momento en reloj de arena»[17], nº 3, 1953.

ARRECIFE (Cádiz): Valhondo publicó en el nº XIII-XIV de la 2ª época[18].

ARRIBA (Madrid): En un artículo titulado «Páginas literarias de Arriba» (15-2-59), donde se realiza un balance de las editadas desde febrero de 1958 a la fecha de publicación del artículo, se cita a Jesús Delgado Valhondo entre los escritores publicados. Hemos comprobado la publicación de los poemas «Cáceres, ciudad de siempre» y «Ciudad de piedra» en el número del 7-9-58. Posiblemente también editara «Doblar una esquina» y «Sombras» y «Calle de los vivos muertos» en otros números[19].

AZOR (Barcelona). Dirigida por Luis Santamaría: Valhondo editó en el número de noviembre-diciembre de 1964[20] y en el número 34[21].

BOLETÍN DEL MILITANTE (Badajoz): Publicado por el Consejo Diocesano de Hombre de Acción Católica de Badajoz y dirigido por Antonio Zoido. Valhondo publicó poemas en repetidas ocasiones[22]: nº 1 (marzo 1962), nº 18 (marzo 1964), nº 25, nº 35, nº 40 (enero-febrero 1968), nº 45, nº 46, nº 48 (noviembre-diciembre 1969), nº 49 (enero-febrero 1970), nº 55, nº 56, nº 57-58 y nº 64.

BOLETÍN DE INFORMACIÓN MUNICIPAL (Badajoz), 1969: Valhondo edita el poema «A María del Carmen», p. 100.

CAPELABoletín de información de un hombre que vive en el campo (Almendral -Badajoz-). Creada y dirigida por Bernardo Víctor Carande. Tenemos noticias de que Valhondo publicó en el número 8 de abril de 1980.

CAUCE (Huelva). Posiblemente Valhondo publicó en un número del año 1943 como deducimos de un comentario que le hace Caba en carta del 28-6-43. Sí sabemos con certeza que años más tarde editó los poemas «La piedra»[23] y «Esa mano de tierra» en el número de septiembre de 1962.

CORCEL (Valencia): En el nº 2 de 1942 le publican los poemas «La bruja», «El sepulturero», «Paseo», «Meditación» y «Día nuevo», que Valhondo había denominado con el título global de «Requiebros», pero que Caba le cambia por «Estampas».

CORREO LITERARIO, EL (Madrid): Valhondo edita en el número 21 los poemas «Mi sombra», «Canción del hijo pródigo», «Los años» y «Atardecer» y además debió publicar en un número de comienzos de 1951, pues Fernando Bravo en carta del 17-4-51 le dice a Valhondo que ha leído «los poemitas tan sustanciosos» que le han editado en esta publicación.

CRISTAL (Cáceres): Valhondo editó en esta revista un poema con el seudónimo de «Jesús del Val», según aseguró Antonio Hernández Gil en su ponencia «Revistas literarias extremeñas», presentada en el I Congreso de Escritores Extremeños (Cáceres, 1980). Sin embargo no hemos podido comprobar en qué número, aunque posiblemente fuera en el nº 1 de 1935.

DABO (Palma de Mallorca): Valhondo edita en el número 9 de 1953[24].

DIARIO EXTREMEÑO (Madrid): Valhondo publica en el número 18 de 1988[25].

ESPADAÑA (León): En el número 45 de 1950 publica «Madrugada» y «Ha nevado». También editó en otro número de 1950 dedicado a la Semana Santa leonesa el poema «Oración»[26].

ESPIGA (Buenos Aires): Valhondo edita un poema en un número de 1951, según se dice en una carta.

EUTERPE (Buenos Aires). Dirigida por Julio Arístide:

-Año X, nº 35, septiembre-diciembre 1958: «Doblar una esquina».

-Año XI, nº 36, enero-abril 1959: «Mi sombra».

-Año XI, nº 37, mayo-agosto 1959: «El silencio».

GARCILASO (Madrid). Creada por José García Nieto, Pedro de Lorenzo, Jesús Revuelta y Jesús Juan Garcés: Valhondo publicó, al menos, en el nº 13 de mayo de 1944, el soneto «Fecundidad»[27].

GAUDEAMUS (Zaragoza): Valhondo publica el poema «Juan Ramón Jiménez»[28] en un número dedicado al Nobel en 1981.

GEMMA (Aranguren -Vizcaya-): Le publican «El día seca la mar» en el número 81.

GÉVORA. Hojas de poesía en prosa y verso (Badajoz). Fundada y dirigida por Manuel Monterrey y Luis Álvarez Lencero. Publicó 83 números desde 1952 a 1961:

-nº 1, 1952, p. 5 y 7: «Mayo» y «La estación de ferrocarril».

-nº 2, 1952, p. 4: «Día de otoño».

-nº 4, 1952, p. 3: «El lenguaje de las flores».

-nº 6, 1953, p. 5: «Mi sombra».

-nº 7, 1953, p. 2: «¡Oh muerto mío!».

-nº 9, 1953, p. 4: «El látigo de Dios».

-nº 14-15, 1953, p. 5: «Barrio de San Mateo».

-nº 20, 1954, p. 2: «La iglesia».

-nº 25, 1954, p. 1: «Ciudad de piedra».

-nº 28, 1955, p. 2: «Troncos talados».

-nº 32, 1955, pp. 2-7: «La muerte del momento» (libro de poemas).

-nº 37, 1955, p. 2: «Fecundidad».

-nº 40, 1956, p. 7: «Ha muerto Juan Luis Cordero».

-nº 44-45, 1956, pp. 1-6: «Canto a Extremadura».

-nº 46, 1956, p. 2: «Abriendo mi ventana».

-nº 63-67, 1958, p. 10: «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro».

-nº 68-82, 1960, p. 6: «Como si fuese una flor»[29].

HOJAS SERGAS (Almendralejo): Valhondo publica el poema “El silencio” en el número del otoño de 1984.

HUMANOCuadernos de literatura, arte y pensamiento (Valencia). Dirigida por Pedro Caba; publicó sólo dos números: «Mis muertos», nº 2, noviembre 1950, p. 39.

ÍNDICE (Madrid): Dirigida por Juan Fernández Figueroa: «Después de la tormenta», nº 1 de 1952, homenaje a Antonio Machado[30]. «Meditación ante un amigo muerto» y «La prisa» en el número de enero de 1958[31]. «Cáceres (viejo país del alma)», «Tiempo de elegía» y «Niño al aire», octubre de 1958.

INTIMIDAD POÉTICA de los jóvenes intelectuales de España (Alicante). Editada por Vicente Ramos y Manuel Molina:

-nº 1, Año I, julio 1943, p. 17: «Amanecer en la catedral», poema dedicado a Manuel Gutiérrez de la Fuente.

-nº 2, Año II, agosto 1943, p. 7: «El verso» (A M. López Robles) y «Alba».

-nº 3, Año II, abril-mayo 1944, p. 14: «Tú, mujer, digo a la tierra».

-nº 4, Año III, [s.a.], p. 14: «Nacer»[32].

INTUS. Revista de poesía y crítica (Salamanca): Dirigida por Julio García Morejón: «Como una piedra al mar», «Momento» y «Angustia», nº 7-8-9, julio-agosto-septiembre 1951.

ISLA DE LOS RATONES, LA (Santander). Dirigida por Manuel Arce: Valhondo editó un poema en el nº 10 de 1950, según asegura Manuela Trenado.

JARA. Órgano de la Campaña de Educación Fundamental en la zona Montes-Siruela (Badajoz). Dirigida por Antonio Zoido y Jesús Delgado Valhondo. «Jaras», nº 1, mayo 1958, p. 8.

LECTURAS ROGER (Barcelona): Valhondo publicó en el nº 1 de 1988, según asegura Manuela Trenado.

LITORAL (Málaga). Dirigida por M. Gallego y José María Amado: «Los pronombres personales» (tres poemas), nº 115-116-117, 1982, pp. 151-152

MALVARROSA (Valencia). Dirigida por Manuel Ostos Gabella[33]: Valhondo editó en el nº 12-13 de 1955[34].

MANXA. Revista literaria órgano del grupo literario Guadiana (Ciudad Real): Valhondo editó poemas en el nº 7 de 1978[35] y en el nº 14 de 1980 («Quijote con toro en plaza», «El cerdo», «En la corriente del río», «Invierno», «Soledad», «Tierra extremeña» -«El silencio» y «Aljibe»- y «Juan Ramón Jiménez»)[36].

MÉRIDA, semanario (Mérida -Badajoz-):

-nº 3, 10-1-53: «Noche en el alma», p. 4.

-nº 36, 29-8-53: «Mar extremeño», p. 5.

-nº 52, 19-12-53: «El nacimiento», p. 4.

NUEVA ESPAÑA (Madrid): «Salida de Luna» y «¡Ay, quién fuese corazón!»[37], nº 37, Año IV, 1-1-40.

NUEVO ALOR (Badajoz): Valhondo publicó un poema en el nº 2 de 1983, según se asegura en una carta.

OLALLA (Mérida). Dirigida por Félix Valverde Grimaldi y patrocinada por el Ayuntamiento. Publicó seis números desde abril a septiembre de 1957: «El porrazo (Levántate y anda)», nº 1, abril de 1957. «Doblar una esquina (A Manuel Arce)», nº 2, mayo de 1957. El primer poema será editado con algunas variantes en Aurora. Amor Domingo con el título de «Levántate y anda»; lleva la anotación «Del libro en preparación Pequeña angustia«. El segundo poema también será publicado en el mismo libro y le acompaña la anotación «Del libro inédito Ciudades«.

PÁGINAS DE POESÍA del periódico HOY (Badajoz), con las que este diario celebraba la llegada de la primavera:

-«Oración», 21-3-52.

-«Aljibe», 21-3-53.

-«Fecundidad»[38], 2-9-53.

-«Como si hubiese siempre campo», 21-3-58.

-«El silencio»[39], marzo 1959.

-«Algo no anda bien»[40], 1959.

-«Pueblo nuevo» y «Central eléctrica», 1-9-60.

-«La noticia», 1-9-61.

-«Callejón sin salida», 21-3-62.

-«Extremadura siempre (A Luis Chamizo en el corazón de nuestro pueblo)»[41], 20-3-66.

Además en el Hoy hemos localizado los siguientes poemas de Valhondo:

-«A Soledad Ramallo. Reina de los Juegos Florales de Badajoz, 1956» y «A las damas de la corte de los Juegos Florales de Badajoz 1956», 28-6-56.

-«Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro», 1958.

-«Badajoz» (soneto). Poema dedicado a Ricardo Senabre y a Marcela, su mujer, 20-6-75.

-«Los pronombres personales»[42]: «Yo», «Tú» y «Él», 7-3-85.

-«Angustia» (p.6), «Meditación», «Mérida», «Calle de los vivos muertos», «Encinas», «El tonto del pozo» (p.7), «Dichosamente cabalgan potros de lluvia», «Noche con mujer dormida en el Paisaje», «Noviembre otra vez» y «Arrancan del fondo» (p.8) en «La poesía de Jesús Delgado Valhondo», 22-5-88.

-«Villancico de la Universidad» y «Villancico de la cultura», 21-12-90.

-«Noviembre», poema dedicado a Ricardo [Senabre] y a Marcela. «Rincón de bosque», «Cima de libertad», «Angustia» y «Rosas en el ocaso» (p.4) y «Me están llamando desde Africa». A Ricardo Sosa (p.6). En monográfico «Jesús Delgado Valhondo», 28-11-93, p. 4.

-«Guadiana». Lleva una cita de Juan Ramón Jiménez: «Viene una música, no sé de dónde, en el aire»[43]. Archivo particular del poeta.

-«Ciudad de siempre» y «Soñada azul (‘Dios está azul’)»[44]. Archivo particular del poeta.

POESÍA ESPAÑOLA (Madrid). Dirigida por José García Nieto:

-nº 19, julio 1953: «Velándole sueño al hombre dormido en el camino» y «Aljibe»[45].

-nº 32, agosto 1954: «Morir habemos»[46], p. 6.

-nº 193, enero 1963: «El fantasma» y «Pobre espiritual»[47].

-nº 211, julio 1970: «Quedaron sólo pisadas» y «El olvido»[48].

-nº 253, enero 1974: «Letanía de la culpa»[49].

-nº 275, noviembre 1975: «Leyendo a Antonio Machado»[50].

POESÍA HISPÁNICA (Madrid): Valhondo publicó el poema «Espíritu de árboles»[51] en el nº 224 de 1953 y «Leyendo a Antonio Machado»[52] en el nº 275 de 1975.

PORTUS ALBUS (Algeciras): Valhondo edita el poema «A José Luis Cano», 1991.

POZO DE LA COMUNIDAD, EL (Mérida): Revista editada en la barriada que lleva el nombre del poeta: Valhondo edita en el nº 1 de febrero-marzo de 1983, según se cita en un documento.

PROVINCIAS, LAS (Madrid): Valhondo publica los poemas «Cáceres, ciudad de siempre» y «Ciudad de piedra» en el número editado el 28-9-58.

REVISTA DE ESTUDIOS EXTREMEÑOS[53] (Badajoz): Nº III, septiembre-diciembre 1992: Los poemas «Tarde de domingo» y «Plaza de Mérida»[54] aparecen editados en un ensayo titulado “Cinco poetas extremeños” de Hugo Emilio Pedemonte, pp. 213-214. Nº III, Tomo LI, septiembre-diciembre 1995: «El vino de Vicente»[55].

    REVISTA DE FIESTAS[56]:

-Revista de Ferias de la barriada de San Fernando (Badajoz):  «Muchacha pensativa» y «Azul».

-Revista de Ferias de San Juan de Badajoz:  «Estampas de Badajoz» («Abraza el río», «Atardecer en Badajoz», «Catedral» y «Alcazaba»)[57] y «Amanecer en Badajoz»[58].

MéridaRevista de Ferias y Fiestas[59]:

-nº de septiembre de 1960: «Muchacha pensativa» y «¡Qué lejos estoy contigo!».

-nº de septiembre de 1961: «Amanecer en la ciudad de Mérida»[60].

-nº de septiembre de 1962: «Poemas no publicados en la Primera antología: «Paisaje castellano», «El sepulturero» y «Camino de la montaña»[61].

-nº de septiembre de 1963: «Nombre», «La caricia» y «La gran ciudad dormida».

-nº de septiembre de 1964: «Algo no anda bien».

-nº de septiembre de 1976: «Ciudad de los hombres».

-nº de septiembre de 1982: «La casa desconocida»[62].

-[s.a.] «Ofrenda de Navidad» y «Canción de Navidad del hijo pródigo».

ROCAMADOR (Palencia). Dirigida por José María Fernández Nieto: Valhondo publica en el nº 7 de 1959 [63]; en el nº 24-25 de 1961[64]; en el nº 28-29 de 1963[65] y en el nº 30 de 1963[66].

SECCIONES POÉTICAS DE REVISTAS: Tenemos páginas sueltas de secciones poéticas de revistas sin más datos, donde Valhondo publica estos poemas:

-«Álamos».

-«Antología poética» en la que se incluyen los poemas: «Paseo», «El sepulturero», «Mi sombra», «El maestro, en vez de explicar las minas piensa en voz alta», «Olivos» y «La muerte del momento».

-«Tierra extremeña: Silencio».

-«Cristo en la noche».

-«Camino de la montaña».

-«Paisaje castellano» y «El sepulturero».

-«Doblar una esquina».

-«Calle de los vivos muertos».

SEMANA SANTA CACEREÑA (Cáceres): Valhondo colaboró en el número del año 1959[67].

VERBO (Alicante). Dirigida por Jesús Albí. El consejo de redacción estaba formado por Vicente Ramos, Manuel Molina y Joan Fuster. Valhondo edita «¡Señor, Señor!», en el número de mayo-junio de 1947, p. 22, a través de Manuel Molina que se lo había pedido en carta del 29-9-46[68].

POEMAS INÉDITOS  

En este apartado recogemos poemas de Jesús Delgado Valhondo, que se hallan en su archivo particular y que creemos no han sido editados porque son circunstanciales o no los publicó en su momento por considerarlos fuera de la concepción global de un libro o de su obra poética:

-«Agua»[69]. Mecanografiado.

-«A Enrique Sánchez de León». Manuscrito.

-«A José Luis que un día me trajo sus poemas, a lomos de la revista Corcel, hace casi cincuenta años». Mecanografiado y manuscrito.

-«A Juan Ramos Aparicio». Manuscrito y con correcciones.

-«A la mujer guadalupana que personifica hoy, ahora, a la mujer extremeña». Mecanografiado.

-«A Luis Alvarez Lencero»[70]. Mecanografiado y con correcciones.

-«A Manuel Sanabria Escudero». Manuscrito.

-«A María del Carmen Azqueta»[71]. Manuscrito.

-«A San Antonio Vélez»[72]. Manuscrito.

-«Atardecer»[73]. Manuscrito.

-«Calle del agua»[74]. Mecanografiado.

-«Canción de calle adelante»[75]. Manuscrito.

-«Canciones»[76]. Mecanografiado.

-«Canción para Manuel Pecellín»[77]. Mecanografiado. 19 de octubre de 1988.

-«Castuera (1937-1992)»[78]. Mecanografiado.

-«Dios». Mecanografiado.

-«Domingo de Ramos y el recuerdo». Mecanografiado.

-«El cerdo» (soneto). Manuscrito.

-«El desconocido». Manuscrito[79].

-«El nacimiento» (villancico). Mecanografiado.

-«El otro día». Mecanografiado.

-«En la corriente del río». Mecanografiado.

-«Episodio del enamorado»[80]. Manuscrito.

-«Gozosos»[81]. Mecanografiados.

-«He visto a Dios». Mecanografiado y con numerosas correcciones manuscritas.

-«Homenaje a Francisco Rodríguez Perera» (soneto). Mecanografiado, 23 de abril de 1976.

-«Hoy he roto un espejo». Mecanografiado.

-«Joven soñada en un salón del siglo XIX»[82]. Mecanografiado.

-«La calle de don Ramón»[83]. Manuscrito.

-«La nada»[84]. Mecanografiado.

-«Las capitulaciones de un poeta»[85]. Mecanografiado.

-«La tarde está estrellada»[86]. Manuscrito con abundantes correcciones.

-«Leyendo a Baroja en Badajoz»[87]. Mecanografiado.

-«Los extraños claveles». Mecanografiado y con abundantes correcciones.

-«Mi corazón y yo»[88]. Manuscrito.

-«Montánchez. Cielo de Extremadura»[89]. Mecanografiado.

-«Navidad (la calle es el hombre)». Mecanografiado.

-«Plaza Alta». Manuscrito.

-«Puerta de Palmas (villancico)»[90]. Mecanografiado.

-«Sin estadio de fútbol»[91]. Manuscrito.

-«Siruela»[92]. Mecanografiada.

-«Soneto de la duda que vive y que me mata». Manuscrito. 12-3-88.

-«Un momento de alegría que encontré en la calle, sin saber cómo, en la calle lo perdí»[93]. Manuscrito.

-«Versos de y para César Vallejo». Mecanografiado.

-«Villancico de Tomás y Jesús»[94]. Manuscrito. 22-12-81.

-«Villancico de las Torres de Jerez». Manuscrito.

-«Villancico del escondite». Mecanografiado.

-«Villancico para Antonio Machado». Mecanografiado y con múltiples correcciones.

-«Y por la noche me sentencio»[95]. Manuscrito[96].

PROSA

Este apartado intenta recoger la producción en prosa generada por Jesús Delgado Valhondo. No obstante se trata de una tarea imposible en su totalidad pues por ejemplo nunca se logrará disponer de todos los textos de sus intervenciones en actos culturales, porque la mayoría no fueron guardados en ningún soporte, ni todas sus colaboraciones por haber desaparecido muchos de los medios en que fueron editadas.

Esta parte de la bibliografía se encuentra subdividida en varios apartados, que recogen primero la producción más representativa de Valhondo en prosa (sus libros de relatos). Después varios apartados recopilan documentos en prosa que se pueden calificar globalmente de opinión (prólogos, ensayos, comentarios de libros y semblanzas). Posteriormente aparecen sus artículos y su epistolario. Y por último, en un apartado titulado “Varios”, se incluyen intervenciones orales, crónicas, letras de himnos y canciones.

LIBROS DE CUENTOS[97]

Jesús Delgado Valhondo publicó cinco libros que solía calificar de cuentos, aunque también los denominó de relatos y de narraciones:

Yo soy el otoño (narraciones). Cáceres, Cuadernos Alcántara, nº 5, 1953, 32 p.

Cuentos y narraciones. Cáceres, Extremadura, 1975, 80 p.

Ayer y ahora (cuentos). Badajoz, Universitas, 1978, 133 p.

Cuentos. Badajoz, Diputación Provincial, 1986 (1ª ed.), 1993 (2ª ed.).

El otro día (narraciones). Badajoz, Menfis, 1990, 121 p.

Aparte, Valhondo editó en varias publicaciones cuentos sueltos. Unos están incluidos en alguno de los libros citados y otros no aparecen documentados más que en el lugar que se menciona a continuación:

-«Yo soy el otoño». Alcántara (Cáceres), Año II, nº 5-6, 1946, pp. 5-7.

-«El suicidio». Alcántara (Cáceres), Año III, nº 10-11, 1947, pp. 5-6.

-«Mastín, cállate, que ya la noche». Alcántara (Cáceres), Año V, nº 18, 1949, pp. 8-13.

-«Los embozados». Alcántara (Cáceres). Año V, nº 23, 1949, pp. 59-63.

-«Momento de vida». Alcántara (Cáceres), Año VI, nº 35, 1950, pp. 21-24.

-«Calle adelante». Alcántara (Cáceres), nº 39, 1951, pp. 20-24.

-«Un chico de luto». Alcántara (Cáceres), Año VII, nº 49-50, 1951, pp. 40-42.

-«Nada y todo». Alcántara (Cáceres), Año X, nº 84-86, 1954, p. 34.

-«El tío Benito el carbonero». Mérida (Mérida), nº 39, 19-7-53, p. 4. También en Boletín del Consejo General (Madrid), 1955.

-«José, el loco». Alcántara (Cáceres), Año XV, 1959, nº 126-134, pp. 57-60, y Hoy (Badajoz, 20-6-58).

-«Las voces del pozo». Hoy (Badajoz), 5-4-59.

-«La mirada». Mérida, revista de Feria y Fiestas, septiembre 1960.

-«El niño A». Mérida, revista de Feria y Fiestas, septiembre 1962.

-«Cáceres». En Yo soy extremeño de Antonio Zoido. Plasencia, Sánchez Rodrigo, 1961 (1ª ed.) y 1963 (2ª ed.).

-«El poeta y su mundo». Alcántara (Cáceres), Año XVII, 1963, nº 141, pp. 27-28.

-«La feria de Paquito». Mérida, revista de Feria y Fiestas, septiembre 1975, pp. 37-39.

-«Culpable». Alcántara (Cáceres), XXXIV, nº 192, 1978, pp. 47-50.

-«El pez en el acuario». Alcántara (Cáceres), época II, nº 11, 1981, p. 55ºº.

-«El cordero de Dios». Hoy (Badajoz), 20-12-91.

-«Anita». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 3.

Además, sabemos que Valhondo editó los siguientes cuentos, aunque no los tenemos en nuestro poder:

-«Anita la de las cañas». Informaciones (Madrid), archivo particular del poeta.

-«¿Aquel último amor?». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

-Cuento. Pueblo (Madrid), archivo particular del poeta. Citado por Eugenio Frutos a Valhondo en carta del 14-5-46.

-Cuento en Rumbos (Barcelona), archivo particular del poeta. Citado a Valhondo por Arturo Benet en carta del 11-2-55.

    -«La barba». En Masválido, revista de la A.N.I.C. (Madrid), archivo particular del poeta. Citado a Valhondo en carta de Santiago Castelo del 27-3-79.

-«La mosca de Juan». Anaquel (Badajoz), archivo particular del poeta. José María Ródenas en carta del 3-4-86 asegura a Valhondo que este cuento aparece en un número de 1986.

PRÓLOGOS

Jesús Delgado Valhondo realizó los siguientes prólogos de obras de teatro, libros de poemas y de cuentos de diversos autores:

-De El último gallinero de Manuel Martínez-Mediero. Barcelona, Ministerio de Información y Turismo, 1971.

-De Llamarada azul de María Rosa Vicente. Badajoz, I. C. Pedro de Valencia, 1973.

-De Yo, el árbol (poemas) de Juan B. Rodríguez Arias. Badajoz, Caja de Ahorros de Badajoz, 1977.

-De Tarde de siempre de Jaime Álvarez Buiza. Badajoz, Universitas, 1978.

-De Cuentos de madrugada de Tomás Martín Tamayo. Badajoz, Esquina viva, 1979.

-De Ven a buscarme, Talía, obra de teatro de Jorge Márquez. Badajoz, Diputación Provincial, 1982.

-De Crónica de una desesperanza de Mary Sol Rodríguez Pérez. Cáceres, I. C. El Brocense, 1983.

-De Abanico. Mérida, Patronato de la biblioteca municipal Juan Pablo Forner, 1986.

-De El Dios gozado de Francisco Cañamero, titulado «Un poeta genial: Francisco Cañamero». Mérida, Boysu, 1990.

Además tenemos noticias de que también escribió estos prólogos, aunque no los hemos conseguido documentar:

-De un libro de Santiago Castelo. Valhondo lo cita en carta a Fernando Bravo del 27-3-79.

-De Utopía de Antonio Bellido Almeida. Sin más datos.

-De Adolfo, obra de teatro de Manuel Martínez-Mediero. Inédita.

ENSAYOS

El poeta extremeño reflexionó sobre los más diversos asuntos en escritos de corta extensión, donde indagaba sobre algún aspecto que le sugería el tema tratado sin ánimo de agotarlo:

-«Hacia la creación de una Asociación de Escritores y Artistas Extremeños». Revista del Hogar Extremeño (Madrid), Año I, nº 3, mayo-junio 1954.

-«Pregón«. Mérida, revista de la Feria y Fiestas, septiembre de 1960.

-«I Gran Bienal de Arte (Pintura) Extremeña». Mérida, revista de Feria y Fiestas, septiembre de 1963.

-«Ensayo de un diccionario de la Literatura, por Federico Carlos Sainz de Robles». Hoy (Badajoz), 6-8-65.

-«Plantas medicinales»[98]Mérida, revista de Feria y Fiestas, septiembre de 1965.

-«Ha muerto un extraordinario poeta: Francisco Cañamero, sacerdote». En Literatura en Extremadura de Manuel Pecellín Lancharro. Tomo III. Badajoz, Universitas, 1983, pp. 78-80[99].

-«Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo». Actas del Curso de literatura extremeña. Cáceres, Aguas Vivas, 1989, pp. 39-53.

-«Iglesia de Santiago (Cáceres)». Hoy (Badajoz), fascículo 34, 22-3-92.

COMENTARIOS DE LIBROS

Valhondo realizó numerosos comentarios de libros editados normalmente para publicarlos en secciones de crítica literaria que él llevaba o enviarlos a otras en las que solía colaborar. Aquí relacionamos los que hemos conseguido localizar:

-«‘La familia de Pascual Duarte’, el doctor Vallejo Nájera y otros extremos que lamentar». Extremadura (Cáceres), febrero 1948.

-«La Virgen de la hispanidad» [del Padre G. Villacampa]. Extremadura (Cáceres), 29-7-48.

Desde la lejanía (poemas) por Alfonso Albalá». Alcántara (Cáceres), nº 25, 1949, pp. 42-44.

«¿Qué es el hombre?, de Pedro Caba». Hoy (Badajoz), 4-8-49.

-«Divagaciones en torno a un libro: El paisaje extremeño por Manuel Terrón Albarrán». Alcántara (Cáceres), nº 31, 1950, pp. 32-34.

Los sexos, el amor y la historia, tomo II, de Pedro Caba». Extremadura (Cáceres), 21-7-50.

La sencillez atormentada de Alejandro Gaos» y «Primera antología de horas poéticas». Alcántara (Cáceres), nº 43, 1951.

Caireles al sol, por Antonio Zoido». Extremadura (Cáceres), 30-7-51.

Ansia en vida, por Mario Angel Marrodán». Alcántara (Cáceres), nº 45, 1953.

Viento amarrado, por José Canal». Mérida (Badajoz), nº 87, 21-8-54, p. 4.

Extremadura de Miguel Muñoz de San Pedro». Hoy (Badajoz), 21-12-61.

Nuevas memorias de Mambruno, por Juan Ruiz Peña». Hoy (Badajoz), 10-3-62.

El corazón del silencio por Carlos A. Velazco», «Imagen-objetos en gestación por L. Henri de Lescoet», «Poema de cuatro amores por Mario Norberto Silva», «De la piedra a la estrella por Carlos Murciano», «Niño del asombro por Simón Kargieman» y «De mar a mar por José Carlos Gallardo». Alcántara (Cáceres), nº 141, enero-diciembre 1963.

La llamada y el Hombre, por José María Osuna». Extremadura (Cáceres), 3-2-63.

Extremadura es así por Antonio Zoido». Hoy (Badajoz), 1970.

La negritud, por Luis María Ansón». Hoy (Badajoz), 16-6-71.

El río herido de Ramón Pedrós». Hoy (Badajoz), 24-11-72.

Por la ruta serrana del Arcipreste» [de Rubén Caba]. Hoy (Badajoz), 14-6-78.

Biografía de Pedro Garfias, por Angel Sánchez Pascual». Hoy (Badajoz), 23-11-80.

Literatura en Extremadura, por Manuel Pecellín Lancharro». Hoy (Badajoz), 26-6-83.

Una noche navega en un mar de preguntas«. Crítica a De la Consolación y los dioses, libro de poemas de Juan Manuel Rozas. Hoy (Badajoz), 7-3-85.

-«Orla acróstica». Hoy (Badajoz), marzo 1992.

Además sabemos de otros comentarios realizados por Jesús Delgado Vahondo, que no hemos conseguido localizar:

-«Crónica del Diccionario de Autoridades», archivo particular del poeta.

El yoga, ciencia del hombre, por Yvan Drenikoff-Andhi». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

Escrito sobre el tiempo» [libro de poemas de Hugo Emilio Pedemonte]. Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

Los filósofos Modernos. Selección de textos, por Clemente Fernández». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

La lógica y el hombre por José María de Alejandro», archivo particular del poeta.

Lázara la profetisa» [novela de Pedro Caba], archivo particular del poeta.

Los filósofos modernos por Clemente Fernández». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

Pedro de Lorenzo, por José Miguel Santiago Castelo», archivo particular del poeta.

Por trescientos reales por Rodolfo Caltofen Segura», archivo particular del poeta.

SEMBLANZAS

El poeta emeritense además escribió numerosas semblanzas de escritores allegados, que tenían también la finalidad de ser editadas en las publicaciones que Valhondo llevaba o colaboraba. Éstas son las que hemos encontrado:

-«‘Ser extremeño es mi orgullo máximo’ nos dice Pedro Caba». Extremadura (Cáceres), 15-5-48.

-«El mundo necesita de ímpetu ideales […] nos dice Eugenio Frutos». Extremadura (Cáceres), 18-5-48.

-«Hoy, Pedro Caba». Mérida (Badajoz), nº 28, 4-7-53, p. 4.

-«Hoy, Eugenio Frutos». Mérida (Badajoz), nº 30, 18-7-53, p 1.

-«Hoy: Manuel Pacheco». Hoy (Badajoz), 17-4-64.

-«Hoy: José Luis Cotallo Sánchez». Hoy (Badajoz), 24-7-64.

-«Pedro Romero Mendoza, escritor». Alcántara (Cáceres), Año XXIII, 1969, nº 156, p. 25.

-«Félix Valverde Grimaldi». Hoy (Badajoz), 8-11-70, p. 19.

-«Un gran poeta personalísimo» [Rubén Caba]. Hoy (Badajoz), 5-10-72.

-«Un extraordianario poeta». Hoy (Badajoz). 6-6-78.

-«Pepe Canal, amigo mío». Alcántara (Cáceres), época II, nº 1, 1980, p. 50.

-«El escritor pacense Arturo Barea Ogazón». Alminar (Badajoz), nº 27, 1981, p. 18.

-«El regreso de Juan María Robles Febré». Alminar (Badajoz), nº 48, 1983, p. 19.

-«Lencero, mi amigo». Hoy (Badajoz), 18-6-83.

-«En el Centenario de Federico de Onís». Revista de estudios extremeños (Badajoz), nº III, 1986, XLII, pp. 705-706.

-«In memoriam de Hugo Emilio Pedemonte». Hoy (Badajoz), septiembre 1992.

También Valhondo escribió estas semblanzas, aunque no las hemos podido documentar:

-De Tomás Martín Gil. Se la propuso Rodríguez-Moñino a Valhondo en carta del 23-7-53 para prologar el epistolario de Gil, reunido por Moñino.

-«Pedro de Lorenzo (por José Miguel Santiago Castelo)», archivo particular del poeta.

-«Pureza Canelo (Premio Adonais 1970), una gran poetisa)». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

ARTÍCULOS EN PRENSA

Jesús Delgado Valhondo fue autor de varios centenares de artículos, en los que trató los más variados temas del momento y vertió sus ideas como ser humano, espíritu y poeta, que explican en buena medida la concepción de la vida, el mundo, el ser humano y la poesía que sustenta su obra poética. Por esta razón interesan todos, incluso aquéllos que aparentemente no tienen nada que ver con su lírica.

Valhondo no tenía la costumbre de guardar todos sus artículos editados, y fue Antonio Díaz Rodríguez, un entusiasta lector suyo, quien se los facilitó cuando el poeta extremeño editó Inefable domingo de noviembre. En correspondencia el poeta le dedicó un ejemplar de este libro con estas palabras de agradecimiento a tan inesperada sorpresa: «Hoy 11 de octubre me has hecho un regalo tremendo. Me has traído tiempo encuadernado. Cariño de hermano recogido. Y un no sé qué de eternidad juanramoniana que en este principio de otoño me deja melancólicamente feliz. Cuando alguien como tú me recuerda, pienso que casi he cumplido ‘regularcillamente’ con la vida y con mi vida».

El problema mayor que hemos encontrado al clasificar los artículos ha sido que algunos de ellos no traen ni el lugar donde fueron editados ni la fecha de cuándo se publicaron; por ese motivo están ordenados alfabéticamente. No obstante, como siempre aparece el nombre del autor, podemos asegurar que todos son de Jesús Delgado Valhondo.

A continuación presentamos la extensa relación de 301 artículos[100] que hemos localizado entre la documentación del poeta, los facilitado por otras personas o bien hemos conseguido nosotros. En el estudio original que hemos realizado cada uno lleva un breve comentario de su contenido y un extracto del texto. Sin embargo muy a nuestro pesar hemos tenido que reducir los datos de esta relación al título, el lugar y la fecha de cada uno, por no hacer este trabajo de investigación más extenso:

«Abismo». Hoy, 24-10-57.

«A Extremadura le falta tierra». Hoy (Badajoz), 17-7-56.

«Agua». Hoy (Badajoz), 18-6-59 (¿1954?).

«Aldaba». Hoy, 19-7-73.

«Aldea y ciudad». Hoy (Badajoz), 10-9-59.

«Al margen de la novela de Juan José Poblador». Hoy (Badajoz), 13-8-58.

«Amanecer de abril»[101]. Hoy (Badajoz), 13-4-61.

«Analfabetismo y cultura». Hoy (Badajoz), 7-12-61.

«Andalucía, ¿tercer mundo?». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta. [citado en carta del 5-4-71].

«Antonio Rodríguez-Moñino y Extremadura», 5-7-70.

«Anuncios». Hoy (Badajoz), 26-8-61.

«Apuntes para un artículo sobre la alegría», archivo particular del poeta.

«Aquí estoy yo». Hoy (Badajoz), 3-3-66.

«Aquí estuvieron unos hombres». Hoy (Badajoz), 23 (¿25?)-10-64

«Aquilatar», archivo particular del poeta.

«Arenas». Hoy (Badajoz), 5-7-63.

«Arte al servicio del público». Hoy (Badajoz), 24-11-60.

«Atardecer: amor y muerte». Hoy (Badajoz), 1-9-60.

«Atardecer en Badajoz». Hoy (Badajoz), 26-5-66.

«Atardecer en el teatro romano de Mérida». Revista del Festival (Mérida), junio 1993.

«A vueltas con el refrán». Hoy (Badajoz), 3-6-61.

«Badajoz y el mar». Hoy (Badajoz), 11-2-66 y Alor novísimo (Badajoz), Año VI, nº 25-26.

«Bibliotecas extremeñas». Hoy (Badajoz), 16-3-56.

«Bostezar». Hoy (Badajoz), 17-3-78.

«Botica particular». Hoy (Badajoz), 24-1-61.

«Cáceres». Extremadura (Cáceres), archivo particular del poeta.

«Cáceres en Feria»[102]Extremadura (Cáceres), archivo particular del poeta.

«Cáceres, poema eterno»[103]Extremadura (Cáceres), archivo particular del poeta.

«Cáceres (viejo país del alma)». Hoy (Badajoz), 17-11-61.

«Calles (Badajoz, capital de provincia)». Hoy (Badajoz), 24-6-70.

«Campos». Hoy (Badajoz), 26-7-59.

«Campos». Mecanografiado, archivo particular del poeta.

«Canción» [artículo idéntico al siguiente]. Hoy, 1968.

«Candelario, mano elevada al cielo» (subtítulo: «Pinceladas líricas»). Hoy (Badajoz), 13-8-50.

«Capital de provincia». Nuestra ciudad (Badajoz), octubre 1970.

«Carta abierta a don Antonio Rodríguez». Mecanografiado, archivo particular del poeta.

«Carta a un poeta en Alemania». Hoy (Badajoz), 27-4-66.

«Casas regionales». Hoy (Badajoz), 6-1-61.

«Categorías humanas». Hoy (Badajoz), 13-12-64.

«Causar buena impresión». Hoy (Badajoz), 30-9-67.

«Ciencia». Hoy (Badajoz), 25-2-60.

«Cimas extremeñas», archivo particular del poeta.

«Cine y literatura». Hoy (Badajoz), 9-1-59.

«Colgado del hombro». Hoy (Badajoz), 17-1-62.

«Complejos». Hoy (Badajoz), 26-8-62.

«Coria y el mantel de la  Sagrada Cena». Hoy (Badajoz), 7-10-61.

«Cosas inútiles». Hoy (Badajoz), 2-3-61.

«Cosas serias de muchachos». Hoy (Badajoz), 17-5-64.

«Crear». Hoy (Badajoz), 18-10-63.

«Crear paisajes». Hoy (Badajoz), junio 1962.

«Cualquier tiempo pasado». Hoy (Badajoz), 20-4-60.

«Cuando el hombre huye del paisaje». Hoy (Badajoz), 27-7-68.

«Cuando el hombre se asesina». Hoy (Badajoz), 13-10-67.

«Cuando la palabra es hermosa». Hoy (Badajoz), 14-6-64.

«Cuando se mueren los pueblos». Hoy (Badajoz), 10-10-59.

«Cuando un poeta muere». Hoy (Badajoz), 8-10-66.

“Cumpleaños de mi periódico”, Hoy (Badajoz), 4-5-83.

«¿De dónde se es?». Hoy (Badajoz), 8-3-87.

«Definición y poesía». Hoy (Badajoz), 22-2-58.

«Dejar hablar el corazón». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

«De la botica a la farmacia». Hoy (Badajoz), 16-6-61.

«De la huella al libro». Hoy (Badajoz), 16-4-67.

«De los jueces y de la justicia». Hoy (Badajoz), 18-4-86.

«Del siglo pasado». Hoy (Badajoz), 5-8-69.

«El descanso», septiembre 1962.

«Descender». Hoy (Badajoz), 28-8-63.

«Después de las encinas». Hoy (Badajoz), 12-8-76.

«Diciembre es un niño pobre». Hoy (Badajoz), 8-12-66.

«Disponer de sí mismo». Hoy (Badajoz), 2-8-64.

«Diversión». Hoy (Badajoz), 19-1-64.

«Dogmatizar y divagar». Hoy (Badajoz), 15-7-61.

«Domingo»[104]Hoy (Badajoz), 29-3-70.

«Domingo de Resurrección». Hoy (Badajoz), 29-3-59.

«Donde dije». Hoy (Badajoz), 21-6-60.

«Donde las cigüeñas tienen su casa». Hoy (Badajoz), 1-3-92.

«Dorada mediocridad de la vida provinciana». Nuestra ciudad (Badajoz), octubre 1970.

«Dos poetas católicos». Hoy (Badajoz), 26-12-59.

«Drogas mágicas». Hoy (Badajoz), 8-2-64.

«Educación». Hoy (Badajoz), 17-4-58.

“Educación fundamental”. Hoy (Badajoz), 7-5-60.

«El ancla». Hoy (Badajoz), 11-7-76 y Alor novísimo (Badajoz), Año VI, nº 25-26.

«El aristócrata, el terrateniente y la copla». Hoy (Badajoz), 5-8-76.

«El artículo». Hoy (Badajoz), 28-7-58.

«El balón». Hoy (Badajoz), 14-9-85.

«El caracol». Boletín Oficial del Colegio de Practicantes (Cáceres), archivo particular del poeta.

«El clima» (subtítulo «Sobre mi apasionada visión de Extremadura»). Extremadura (Cáceres), 3-5-49.

«El corazón». Hoy (Badajoz), 15-2-63.

«El dolor». Hoy (Badajoz), 13 (¿15?)-9-60.

«El gesto». Hoy (Badajoz), 23-9-58.

“El grillo”, Hoy (Badajoz), 11-7-93.

«El grito». Hoy (Badajoz), 9-8-64.

«El Guadiana». Hoy (Badajoz), 25-8-66.

«El hombre y los animales», archivo particular del poeta.

«El instinto». Hoy (Badajoz), 3-8-68.

«El lenguaje de las flores»[105]Hoy (Badajoz), 7-4-59.

«El lirismo». Hoy (Badajoz), 8-6-76.

«El marco y el cuadro»[106]Hoy (Badajoz), 30-7-93.

«El monasterio de Guadalupe» (subtítulo: «Etapas de España»). Lar (San Sebastián), nº 6, 6-6-44 y Guadalupe (Cáceres), enero 1945.

«El monasterio de Rocamador, en el más triste abandono». Hoy (Badajoz), 7-7-71.

«El niño y el paisaje». Hoy (Badajoz), 8-2-64.

“Elogio del Guadiana»[107], 1950.

“El paisaje y la novela». Hoy (Badajoz), 13-8-58.

«El pañuelo»[108]Hoy (Badajoz), 12-1-61.

«El paripé». Hoy (Badajoz), 7-12-65.

«El periódico». Mérida (Mérida), 28-2-53.

«El poeta en el campo». Hoy (Badajoz), 15-5-69 y Albear[109] (Badajoz), nº 0, diciembre 1992, p. 50.

«El poeta y el Guadiana». Hoy (Badajoz), 5-1-61.

«El primer Congreso de Escritores Extremeños, la Asociación de Escritores y la Academia». Hoy (Badajoz), 24-11-79.

«El recuerdo». Hoy (Badajoz), 26-2-56.

«El reloj». Hoy (Badajoz), 29-9-61.

«El río herido», 24-11-72.

«El río y el puente». Hoy (Badajoz), 19-2-55.

«El romancero». Hoy (Badajoz), 19-9-61.

«El silencio». Hoy (Badajoz), 22-7-60 y 9-3-78.

«El sitio». Hoy (Badajoz), 12-8-61.

«El sobrino». Hoy (Badajoz), 5-5-63.

«El suelo». Hoy (Badajoz), 2-4-67.

«El talento». Extremadura (Cáceres), 27-4-48 [110].

«El tamaño de las cosas». Hoy (Badajoz), 9-10-59.

«El tiempo y el reloj». Hoy (Badajoz), 31-8-61.

«El traje». Hoy (Badajoz), 6-2-60

«El traslado». Hoy (Badajoz), 7-9-65.

«El verano». Hoy (Badajoz), 27-7-63.

«¿Es necesaria la poesía?». Hoy (Badajoz), 14-9-63.

«Eso que se llama amor». Hoy (Badajoz), 25-3-61.

«Exámenes». Hoy (Badajoz), 19-10-58.

«¿Existe la muchacha alegre?». Hoy (Badajoz), 27-09-66.

«Extremadura en el arte». Hoy (Badajoz), 24-1-69.

“Fantasía y realidad”. Hoy (Badajoz), 7-9-63.

«Filosofía y poesía». Hoy (Badajoz), 31-5-62.

«Firmar». Hoy (Badajoz), 17-5-60.

«Fotografía y literatura». Hoy (Badajoz), 1-6-63.

«Fracaso». Hoy (Badajoz), 4-3-61.

“Frases”. Hoy (Badajoz), 15-6-62.

«Fuentes». Hoy (Badajoz), 13-7-66 y 30-7-66.

«Futbolines»[111]Revista de la barriada de San Fernando (Badajoz), mayo 1962 y Revista de Feria (Zarza de Alange), septiembre 1962 [son dos artículos idénticos, excepto que el último tiene un párrafo más donde cita a Zarza de Alange].

«Geografía poética». Hoy (Badajoz), 28-7-69.

«Hablar». Hoy (Badajoz), 17-1-63.

«Hablar por decir»[112]Hoy (Badajoz), 3-2-59.

«Hacia la creación de una Asociación de escritores y artistas extremeños». Revista del Hogar Extremeño (Madrid), Año I, nº 3, 1954.

«Ha muerto un extraordinario poeta: Francisco Cañamero». Hoy (Badajoz), 28-12-80.

«Han llamado a la puerta». Hoy (Badajoz), 3-2-66.

«Hay que pensar que se vive». Hoy (Badajoz), agosto 1950.

«Historia» (subtítulo: «Espíritu extremeño»). Hoy (Badajoz), 7-1-48.

«Historia de Extremadura y Barrantes», citado en carta del 5-4-71, archivo particular del poeta.

«Hombres y tierras»[113]. Revista de la Feria de ganados (Zarza de Alange), mayo 1955.

«Homenaje a don Ángel Orti Belmonte»[114]Extremadura (Cáceres), 6-8-49.

«Homenaje en Cáceres», 5-5-65.

«Huir»[115]Hoy (Badajoz), 21-3-63.

«Ilusión». Hoy (Badajoz), 24-3-78.

«Ilusiones». Hoy (Badajoz), 14-3-59.

«Instrucción y educación». Hoy (Badajoz), 23-3-49.

«José María Gabriel y Galán». Hoy (Badajoz), 15-3-54.

«Jubilado, ¡nunca!». Hoy (Badajoz), 16-6-64.

«Juventud y vejez». Hoy (Badajoz), 26-4-63.

«La acera». Hoy (Badajoz), 20-9-62.

«La alegría». Hoy (Badajoz), 1-9-63.

«La aventura». Hoy (Badajoz), 25-9-62.

«La bailarina española». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

«La calumnia». Hoy (Badajoz), 25-1-62.

«La canción». Hoy (Badajoz), 5-4-60.

«La careta». Hoy (Badajoz), 27-2-63.

«La ciudad y el hormiguero». Hoy (Badajoz), 6-11-63.

«La concha del caracol». Extremadura (Cáceres), 9-8-49.

«La educación se demuestra». Hoy (Badajoz), 17-11-63.

«La estación de mi pueblo»[116]Hoy (Badajoz), 26-12-82.

«La feria». Hoy (Badajoz), 1-9-60.

«La feria del poeta»[117], archivo particular del poeta.

“La feria y la alegría». Hoy (Badajoz), 21-6-69

«La fotografía». Hoy (Badajoz), 29-4-61.

«La gripe y la cama». Hoy (Badajoz), 30-11(¿10?)-63.

«La incomprendida juventud». Hoy (Badajoz), 2-10-60.

«La luna». Hoy (Badajoz), 6-2-62 y 3-3-70.

«La memoria». Hoy (Badajoz), 24-2-68.

«La mujer extremeña» (subtítulo: «Perfiles de la raza»). Extremadura (Cáceres), 28-5-48.

«La mujer y el sentido práctico». Hoy (Badajoz), 20-10-60.

«La palabra». Hoy (Badajoz), 2-12-58.

«La palabra que necesitamos». Hoy (Badajoz), 14-5-58.

«La palabra y la golondrina». Mérida (Mérida), 9-5-53.

«La pelota». Hoy (Badajoz), 17-3-86.

«La pena y la tristeza». Hoy (Badajoz), 4-4-63

«La prudencia». Hoy (Badajoz), 6-3-63.

«La risa en el niño». Boletín de la Inspección de la Escuela de Practicantes (Cáceres), 1944.

«La ternura», archivo particular del poeta.

«La tertulia». Revista de Feria la barriada de San Fernando (Badajoz), 1960.

«La tierra está en voz», 18-8-49.

«La última cigarra». Hoy (Badajoz), 20-10-66.

«La vanidad». Hoy (Badajoz), 28-4-62.

«La vejez vencida». Hoy (Badajoz), 15-3-64.

«La verdad». Hoy (Badajoz), 1-5-64.

«La vida en los muebles»[118]Hoy (Badajoz), 18-12-60.

«La vida, esa aventura». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

«La vuelta a la naturaleza». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

«Las beatas». Hoy (Badajoz), 3-11-62.

«Las cigüeñas», citado en carta del 5-4-71], archivo particular del poeta.

“Las cosas». Hoy (Badajoz), 11-4-59.

«Las golondrinas y el frío». Hoy (Badajoz), 16-3-75.

«Las manos». Hoy (Badajoz), 16-1-60.

«Las mujeres». Hoy (Badajoz), 30-4-60.

«Las rifas». Hoy (Badajoz), 23-6-60.

«Libro de los libros». Hoy (Badajoz), 3-12-57.

«Libros póstumos». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

«Literatura escrita por mujeres en la España contemporánea». Hoy (Badajoz), 2-3-87.

«Los amigos». Hoy (Badajoz), 12-7-50.

«Los animales y el hombre». Hoy (Badajoz), 19-7-57.

«Los baches en la vida». Hoy (Badajoz), 9-11(¿10?)-65.

«Los conciertos y la etiqueta». Hoy (Badajoz), 28-10-60

«Los minerales». Hoy (Badajoz), 18-11-62.

«Los niños de Extremadura». Hoy (Badajoz), 13-3-68.

«Los prismáticos y la lupa», archivo particular del poeta.

“Manuel Machado: A cada uno lo suyo». Hoy (Badajoz), 26-2-92.

«Manuel Monterrey»[119]Hoy (Badajoz), 8-1-64.

«Médico y apóstol» (subtítulo: «Médico y apóstol»)[120]Hoy (Badajoz), 3-1-48.

«Meditar sobre la pintura de Nieves Luengo». Hoy (Badajoz), 19-11-78.

«Miguel Hernández-Castuera-Cañamero». Hoy (Badajoz), 16-2-92.

«Mira  a ese maestro». Hoy (Badajoz), 27-11-58.

«Mirar». Hoy (Badajoz), 9-3-65.

«Mixtificación de lo popular». Hoy (Badajoz), 31-1-63.

«Moguer de Juan Ramón». Hoy (Badajoz), 16-8-81.

«Montánchez». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

«Morir». Hoy (Badajoz), 16-10-58.

«Nada». Hoy (Badajoz), 25-8-60.

“Navidad y Literatura”, Hoy (Badajoz), diciembre 1970.

«Necesitan un libro». Hoy (Badajoz), 11-4-67.

«Nerviosos». Hoy (Badajoz), 14-1-67.

«Niebla». Hoy (Badajoz), 14-1-67.

«¿Ni envidiado ni envidioso?». Hoy (Badajoz), 20-2-64.

«Nombres». Hoy (Badajoz), 31-5-59.

«Nos vamos de huelga». Hoy (Badajoz), 4-7-93.

«Notas y apuntes para una Colección de libros sobre Extremadura»[121]Alcántara (Cáceres), 1970, nº 161, pp. 64-65[122].

«Nuevos pobres». Hoy (Badajoz), 19-9-58.

«Oposiciones». Hoy (Badajoz), 8-7-59.

«Oscuridad y misterio». Hoy (Badajoz), 9-8-62.

«Otoño». Hoy (Badajoz), 5-12-59.

«Otoño (octubre-noviembre)». Hoy (Badajoz), 5-11-67.

«Palmeras de Cáceres». Hoy (Badajoz), 29-7-50.

«Pensar». Hoy (Badajoz), 14-12-63 y 12-6-93.

«Personalidad». Hoy (Badajoz), 18-9-63.

«Plan Badajoz, una realidad y un proyecto». Cauce (Huelva), 10-9-61.

“Plantas medicinales”. Hoy (Badajoz), 17-10-59.

«Plazas y calles». Hoy (Badajoz), 4-11-60.

«Poesía como medicamento». Hoy (Badajoz), 15-3-62.

«Poesía en la biblia». Hoy (Badajoz), 24-11-62.

«Poesía social». Hoy (Badajoz), 22-2-61.

«Por la ruta serrana del Arcipreste». Hoy (Badajoz), 14-6-78.

«Posibilidades extremeñas», archivo particular del poeta.

«Practicante». Hoy (Badajoz), noviembre 1957.

«Pregón».  Hoy (Badajoz), 31-8-62.

«Preuniversitario».  Hoy (Badajoz), 5-8-59.

«Principio y fin de la Feria»[123]Hoy (Badajoz), 20-6-80.

«Pruebas objetivas». Hoy (Badajoz), 2-7-63.

«Público». Hoy (Badajoz), 23-2-63.

«Puestos de tebeo». Hoy (Badajoz), 23-1-60.

«Puestos de turrón». Revista de Feria (Zarza de Alange), septiembre 1961.

«Quiosco de San Francisco». Hoy (Badajoz), 29-7-76.

«Refranes». Hoy (Badajoz), 18-9-60.

«Réquiem por el brasero de picón y la badila». Hoy (Badajoz), 14-6-93.

«Retratos»[124]Hoy (Badajoz), 12-7-60.

«Rifas”. Hoy (Badajoz, 23-6-60)[125].

«Ruinas»[126]Hoy (Badajoz), 5-4-62.

«Saber beber». Hoy (Badajoz), 14-9-60 y 28-11-93.

«Saber esperar». Hoy (Badajoz), 16-8-64.

«Sacudiéndose la última muerte de Antonio Machado». Hoy (Badajoz), 19-2-92.

«San Pedro de Alcántara clava su cruz» (subtítulo: «Pinceladas»)123. octubre 1948.

«Se proyecta un diccionario de autores extremeños». Hoy (Badajoz), 3-1-79.

«Señoritos», archivo particular del poeta.

«Ser el último para recoger silencios», archivo particular del poeta.

«Sobre el nombre de los pueblos». Hoy (Badajoz), 27-3-60.

«Sobre la técnica». Hoy (Badajoz), 1-9-59.

«Sobre poesía». Hoy (Badajoz), 5-7-61.

«Sobre todo, el paisaje» (subtítulo: «Vida y hechos»). Alcántara (Cáceres), Año I, nº 4, 1946, pp. 12-14.

«Soledad». Hoy (Badajoz), 18-2-60.

«Sol y lluvia». Hoy (Badajoz), 15-11-60.

«Soñar». Hoy (Badajoz), 29-12-62.

«Sor Encarnación». Hoy (Badajoz), 1-1-60.

«Subir»[127]. Hoy (Badajoz), 9-11-63.

«Sueldos». Hoy (Badajoz), 11-6-64.

«Sugerir». Hoy (Badajoz), 24-1-64.

«Tagore». Hoy (Badajoz), 14-6-61.

«Tertulias». Es el mismo artículo que el anterior. Hoy (Badajoz), 19-1-61.

«Tierra entre ríos». Extremadura (Cáceres), 6-1-48 y Revista de Feria (Zarza de Alange), septiembre 1948.

«Thomas Stearns Eliot», archivo particular del poeta.

«Tres novelistas extremeños». Extremadura (Cáceres), 1947.

«Tu mata de pelo». Hoy (Badajoz), 9-11-64.

«Tú, tranquilo». Hoy (Badajoz), 24-3-65.

«Un alma que salvar». Hoy (Badajoz), 11-9-62.

«Un artículo es cosa importante», archivo particular del poeta.

«Un extraordinario romance asturiano a Santa Eulalia». Hoy (Badajoz), archivo particular del poeta.

«Un lenguaje universal». Hoy (Badajoz), 30-5-63.

«Un templo se nos muere: San Benito de Alcántara» (subtítulo: «La ruina y la herida»)[128]Extremadura (Cáceres), 5-10-49.

«Una gruta prehistórica con su libro abierto al paisaje». Extremadura (Cáceres), 21-6-51 y Revista de la Feria de ganados (Zarza de Alange), mayo 1956.

«Una lección»[129]Hoy (Badajoz), 10-7-60.

«Una mujer en la esquina»[130]Hoy (Badajoz), 6-10-65.

“Un año más”. Revista de Feria (Zarza de Alange), septiembre 1957.

“Una palabra desagradable”. Hoy (Badajoz), 11-9-57.

«Veranear». Hoy (Badajoz), 13-8-68.

«Versos para abanicos». Hoy (Badajoz), 16-8-59.

«Vértigo»[131]Hoy (Badajoz), 21-5-59.

«Viajar». Hoy (Badajoz), 3-10-63.

«Vicente Aleixandre». Hoy (Badajoz), 1977.

«Vicente Sos Baynat». Hoy (Badajoz), 2-9-91.

«Vigilantes de vida». Hoy (Badajoz), 19-7-61.

«Vivir del cuento». Hoy (Badajoz), 12-3-66.

«Volver sobre nuestros pasos». Hoy (Badajoz), 31-12-57.

«Vuelvo a leer ‘Canal’ «. Hoy (Badajoz), 5-10-62.

«Yo no puedo explicarme». Hoy (Badajoz), 31-10-57.

Yo soy extremeño»[132]Hoy (Badajoz), 3-11-61.

«Yo tenía que decir algo». Hoy (Badajoz), 26-12-58.

“Zarza de Alange hace un siglo”. Revista de Feria (Zarza de Alange), septiembre 1954.

EPISTOLARIO

     Una herramienta fundamental para realizar esta tesis ha sido el extenso epistolario que relacionamos a continuación, pues el contenido de las cartas nos ha permitido conocer la biografía de Jesús Delgado Valhondo, la historia de los avatares que pasó para editar sus libros de poemas, la descripción de sus relaciones exteriores, abundantes opiniones sobre sus libros de poemas y sus diferentes estados emocionales que, junto a datos extraídos de otros documentos (artículos, noticias periodísticas), nos han proporcionado el manejo de un extenso material de primera mano que nos ha resultado imprescindible.

Somos conscientes de que el contenido de las cartas son producto de intuiciones de lectores que, emocionados después de recibir y leer un libro enviado por Valhondo, le comentaban espontáneamente sus impresiones y por tanto no son en general reflexiones muy cimentadas. Pero entendemos que este carácter inmediato del género epistolar, si peca de poco científico, también tiene el valor de la proximidad emocional que destaca los aspectos más impactantes en el ánimo del lector. Y como éstos se reiteran en cartas de distintos emisores, adquieren un valor que hemos tenido en cuenta.

En el epistolario se relacionan todas las cartas que tenía en su poder Jesús Delgado Valhondo, excepto unas pocas que hemos excluido por carecer de valor para la tesis. No obstante pensamos que, a pesar de su número, es seguro que no están todas las cartas que Valhondo recibió y envió, pues deducimos que muchas han sido destruidas y otras extraviadas, porque resulta extraño que haya largos intervalos de un mes o más entre muchas de ellas, teniendo en cuenta la intensidad de la relación epistolar que mantuvo durante décadas, y que no tengamos más cartas de personas con las que se relacionó intensamente o de otras con las que debió de contactar al menos temporalmente.

Alguno de estos intervalos se pueden explicar como en el caso de la escasez llamativa de cartas que existe entre 1976 y 1978. Creemos que se debe a que Valhondo en estas fechas estuvo dedicado de lleno a la política y bajó patentemente la intensidad de su producción poética (nunca antes había pasado un lustro sin editar un libro de poemas) y como consecuencia de sus relaciones epistolares.

Las 576 cartas que componen este epistolario han sido repartidas en dos grandes grupos: uno lo constituyen las cartas recibidas por Jesús Delgado Valhondo y otro las enviadas por él a personas con las que se relacionó en las últimas seis décadas. El motivo de esta doble división es, además de facilitar su uso, conocer desde dos puntos de vista, el personal y el ajeno, cómo se conformaron las vivencias humanas, espirituales y líricas de Jesús Delgado Valhondo.

La relación obedece a las siguientes pautas: primero aparece el apellido (o los apellidos) y el nombre del emisor. A continuación, entre paréntesis, van los datos que trae el membrete de la carta para ayudar a la identificación de personas desconocidas a nivel general o bien, en el caso de otras conocidas, para saber algún detalle de su situación en aquel momento. En otros casos hemos mencionado entre corchetes una breve información sobre determinados emisores, que hemos conseguido del contenido de la carta o de otro documento. En el resto lo hemos omitido por ser personas muy conocidas o bien porque las desconocemos. Por último se citan el lugar desde donde se envía la carta y la fecha de cuando se mandó.

En el estudio original del epistolario, se incluye un resumen del contenido y una síntesis del texto de cada carta, pero aquí nos hemos limitado a relacionarlas por no hacer excesivamente largo este análisis de la poesía de Jesús Delgado Valhondo.

Es necesario advertir que, aunque la mayoría de las personas que se cartearon con Valhondo tenían profesiones lejanas a la poesía (magistrados, abogados, agentes de la propiedad), en su mayoría eran escritores, poetas, críticos o, en último extremo, estaban relacionadas directamente con la literatura y el ambiente cultural de aquel momento.

      CARTAS RECIBIDAS POR JESÚS DELGADO VALHONDO

La reunión de este número tan elevado de cartas recibidas por Jesús Delgado Valhondo se debe al buen hábito que tenía de guardar muchos documentos relacionados con su actividad literaria en un variopinto y tremendo desorden, pues se limitaba a echar encima del último papel guardado el siguiente. Así no es extraño que entre una interesante documentación sobre la cultura de las últimas décadas y su trayectoria lírica, su poesía y sus relaciones externas, nos encontráramos con escrituras de propiedades, recibos de la luz y del teléfono, recetas médicas, hojas de servicios en el magisterio y recibos del pago de la cuota a la UCD, que en más de una ocasión el poeta había buscado infructuosamente durante años y por ese motivo agradecía sobremanera nuestros hallazgos cuando se los comunicábamos.

Esta es la relación de cartas escritas a Jesús Delgado Valhondo ordenadas cronológicamente desde 1939 (fecha de la primera carta que conservaba) a 1993 (año de su muerte):

DE 1930 A 1939

García, Celedonio. Hoyos (Cáceres), 21-4-38 («II año triunfal»)[133].

Caba, Pedro. Madrid, 14-10-39[134].

DE 1940 A 1949

Caba, Pedro. Valencia, 17-10-40.

Caba, Pedro. Valencia, 24-4-41[135].

Caba, Pedro. Valencia, 12-2-42.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 10-3-42[136].

Frutos, Eugenio. Barcelona, 7-4-42.

Frutos, Eugenio. Barcelona, 25-8-42.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 15-10-42.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 20-11-42.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 11-2-43.

López Robles, Manuel [componente del grupo poético onubense]. Huelva, 23-3-43[137].

Caba, Pedro. Valencia, 3-4-43.

Caba, Pedro. Valencia, 5-5-43.

Mejías, Leocadio [amigo de la infancia de Valhondo. Autor teatral y guionista de cine]. Madrid, 17-5-43[138].

Caba, Pedro. Valencia, 28-6-43[139].

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 4-7-43.

Caba, Pedro. Valencia, 26-8-43.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 1-9-43.

[Molina] Manuel [director de las revistas Corcel e Intimidad poética]. Alicante, septiembre 1943.

Caba, Pedro. Valencia, 22-11-43[140].

Azaola, José Miguel [director de la revista Lar]. San Sebastián, 23-11-43.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 13-12-43.

Hidalgo, José Luis [poeta santanderino muy apreciado por Valhondo]. Santander, 4-1-44[141].

Caba, Pedro. Valencia, 4-1-44.

Frutos, Eugenio. Zaragoza. 18-1-44.

Caba, Pedro. Valencia, 23-3-44.

López Robles, Manuel. La Alquería (Huelva), 7-4-44.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 1-5-44.

Caba, Pedro. Valencia, 3-5-44.

Cano, José Luis [Adonais. Colección de poesía]. Madrid. 23-5-44[142].

Caba, Pedro. Valencia. 25-5-44[143].

[Bravo] Fernando [abogado y amigo de Valhondo]. Cáceres, 13-6-44.

Azaola, José Miguel. San Sebastián, 26-6-44.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 5-7-44.

Garfias, Francisco [componente del grupo poético onubense). Moguer. 19-7-44.

Rojas, Manuel. Málaga. 27-8-44.

Campos, Jorge. Madrid, 29-8-44.

Campos, Jorge [difusión de ‘Laureados de España’]. Madrid, 20-9-44.

Caba, Pedro. Valencia, 9-10-44[144].

Aleixandre, Vicente. Madrid. 27-10-44[145].

Hidalgo, José Luis. Valencia. 3-1-45.

Frutos, Eugenio. Zaragoza. 4-5-45.

Aparicio, Juan [director general de prensa y director de El español. Semanario de la política y el espíritu). Madrid. 22-8-45[146].

Caba, Pedro. Burjasot (Valencia), 18-10-45.

Martín Gil, Tomás. Cáceres, 25-10-45.

Martín Gil, Tomás. Cáceres, 6-11-45.

Valverde, José María. Madrid, 12-11-45.

Martín Gil, Tomás. Cáceres, 17-1-46[147].

Martín Gil, Tomás. Cáceres, 1-2-46.

Caba, Pedro. Burjasot (Valencia), 5-2-46.

Martín Gil, Tomás. Cáceres, 14-2-46.

Cano, José Luis. Madrid, 15-3-46[148].

Caba, Pedro. Burjasot (Valencia), 13-5-46.

Caba, Pedro. Valencia, 2-6-46.

Aleixandre, Vicente. Madrid. 23-11-46[149].

Caba, Pedro. Valencia, 1-4-47.

Martín Gil, Tomás. Cáceres, 22-4-47.

Caba, Pedro. Valencia, 22-11-47.

Caba, Pedro. Valencia, 25-4-48.

Caba, Pedro. Valencia, 29-5-48.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 25-11-48[150].

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 19-1-49.

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 24-3-49.

Monterrey, Manuel [director de la revista Gévora]. Badajoz, 12-4-49.

Monterrey, Manuel. Badajoz, 19-4-49.

Bravo, Fernando. Cáceres, 14-5-49.

Celaya, Gabriel. San Sebastián. 16-5-49[151].

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 7-8-49.

Frutos, Eugenio. Jaca, 6-9-49.

Frutos, Eugenio [catedrático del I. N. E. M. Goya]. Zaragoza, 29-10-49.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 12-11-49.

DE 1950 A 1959

Crémer, Victoriano [Espadaña]. León, 3-1-50[152].

[Mariscal Montes] Julio [Platero. Verso y prosa]. Cádiz, 8-1-50.

Muñoz de San Pedro, Miguel [conde de Canilleros]. Cáceres, 17-2-50.

Monterrey, Manuel. Badajoz, 10-3-50[153].

Caba, Pedro. Valencia, 14-3-50.

[López Robles], Manuel. Sevilla, 14-3-50.

Zoido, Antonio [alcalde de Zafra]. Zafra, 29-3-50.

Campos, Jorge. Madrid, 1-4-50.

Cano, José Luis [Adonais. Colección de poesía]. Madrid, 8-4-50.

Gazul, Arturo. Llerena, 9-4-50[154].

Vega, Celestino [médico]. Don Benito, 11-4-50.

Benet, Arturo. Arenys de Mar, 13-4-50.

Monterrey, Manuel. Badajoz, 19-4-50.

Rodríguez-Moñino, Antonio. Madrid, 22-4-50.

Caba, Pedro [director de HumanoRevista de literatura, arte y de pensamiento]. Madrid, 23-4-50.

Caba, Carlos [policía]. Pontevedra, 26-4-50.

Delgado, Zacarías Manuel [agente de libros]. Madrid, 28-4-50.

Campos, Jorge. Madrid, 5-5-50.

Segura, Enrique [Real Sociedad Económica de Amigos del País]. Badajoz, 7-5-50[155].

Callejo, Carlos. Cáceres, 29-6-50.

Pemán, José María. Cádiz, 9-8-50.

Panero, Leopoldo [Correo literario. Arte y Letras Hispanoamericanas]. Madrid, 31-10-50.

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 13-11-50.

Caba, Pedro [Humano. Revista de literatura, arte y pensamiento]. Valencia, 20-11-50.

Benet, Arturo. Arenys de Mar, 3-12-50.

Canal, José. Cáceres, 4-12-50.

Bravo, Fernando. Cáceres, 17-4-51.

Caba, Pedro. Valencia, 15-5-51.

[Frutos] Eugenio. Zaragoza, 10-7-51.

Celaya, Gabriel [colección Norte]. San Sebastián, 15-7-51[156].

Cano, José Luis. Madrid, 7-10-51.

Canal, José. Cáceres, 28-11-51.

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 31-1-52.

Hierro, José [colección Tito hombre]. Santander, 4-2-52[157].

Hierro, José [colección Tito hombre]. Santander, febrero de 1952.

Hierro, José [colección Tito hombre]. Santander, 11-3-52.

Pérez Comendador, Enrique. Madrid, 2-6-52.

Díaz de Entresotos, Baldomero [registrador de la propiedad]. Fuente de Cantos, 9-7-52.

Bravo, Celso [abogado]. Badajoz, 9-10-52.

Crespo, José. Salamanca, 11-10-52.

Hierro, José [colección Tito hombre]. Santander, 17-10-52.

Jaume, Rafael [Dabo. Pliegos de poesía]. Palma de Mallorca, 8-11-52[158].

Caba, Pedro. Valencia, 16-11-52.

[López Robles] Manuel. El bosque (Huelva), 5-12-52.

García Corugedo, Víctor (colección Tito hombre). Santander, 17-12-52.

Díaz de Entresoto, Baldomero [registrador de la propiedad]. Fuente de Cantos, 31-12-52.

López Robles, Jacinto [Mirto y laurel. Colección literaria]. Melilla, 31-12-52.

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 8-1-53.

García Corugedo, Víctor [colección Tito hombre]. Santander, 15-1-53.

Pérez Comendador, Enrique. Madrid, 15-1-53.

Benet, Arturo. Arenys de Mar, 16-1-53.

Mejías, Leocadio [Crítica. Semanario gráfico]. Madrid, 19-1-53[159].

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 15-2-53.

Jaume, Rafael [Dabo. Pliegos de poesía]. Palma de Mallorca, 2-3-53.

Jaume, Rafael [Dabo. Pliegos de poesía]. Palma de Mallorca, 1-4-53.

Rodríguez-Moñino, Antonio [Real Academia Española]. Madrid, 23-7-53

Cañamero [Francisco]. Castuera, 11-8-53.

Millán, Rafael [director de la colección Neblí]. Madrid, 11-10-53.

Dolly [Dora Isella Russell]. Mendoza (Argentina), 19-10-53.

Leopoldo de Luis. Madrid, 26-10-53.

Dolly [Dora Isella Russell]. Mendoza (Argentina), 30-10-53.

Mir Jordano, Rafael. Córdoba, 15-1-54.

Jiménez, Juan Ramón. Río Piedras (Puerto Rico), 22-2-54.

Monterrey, Manuel. Badajoz, 23-5-54.

Díaz de Entresotos, Baldomero [registrador de la propiedad]. Fuente de Cantos, 24-7-54.

López Gorgé, Jacinto. Beni Hadifa (Marruecos), 15-1-55[160].

Gazul, Arturo. [s.l.], 6-2-55.

Segura, Enrique [Real Sociedad Económica de Amigos del País]. Badajoz, 3-3-55.

Bravo, Fernando [abogado]. Cáceres, 14-4-55.

Monterrey, Manuel [Gévora. Hojas de poesía]. Badajoz, 16-6-55[161].

Monterrey, Manuel [Gévora. Hojas de poesía]. Badajoz, 5-8-55.

Gazul, Arturo. Barcelona, 14-9-55.

Canal, José [Biblioteca pública y Archivo histórico provincial]. Cáceres, 29-9-55.

Caba, Pedro. Zaragoza, 10-10-55.

Gazul, Arturo. [s.l.], 12-11-55.

Gazul, Arturo. [s.l.], 22-12-55.

Gaos, Alejandro [catedrático]. Valencia, 5-1-56.

Baviano, Francisco [abogado]. Mérida, 25-6-56.

Monterrey, Manuel (Gévora. Hojas de Poesía). Badajoz, 29-6-56.

Gazul, Arturo. [s.l.], 22-7-56.

Alarcos Llorach, Emilio. Oviedo, 25-8-56.

Arce, Manuel (Sur. Galería de arte. Librería). Santander, 6-9-56.

Jurado Morales, [nombre ilegible] (El postillón. Cuadernos viajeros de poesía). Barcelona, 3-10-56[162].

Lázaro Carreter, Fernando [colegio mayor San Bartolomé]. Salamanca, 11-10-56.

Fernández Nieto, José María [director de Rocamador]. Palencia, 11-1-57.

Fernández Nieto, José María. Palencia, 9-3-57.

Hermanos Bedia [impresores]. Santander, 14-3-57[163].

Dolly [Dora Isella Russell]. San José, 17-5-57.

Hernández, Fernando. Guareña, 26-5-57.

Iniesta, Alfonso [inspector jefe de Enseñanza Primaria]. Madrid, 28-5-57.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 29-5-57.

Leopoldo de Luis. Madrid, 26-6-57.

Lázaro Carreter, Fernando [colegio mayor San Bartolomé]. Salamanca, 9-7-57.

Cano, José Luis (Adonais. Colección de poesía). Madrid, 9-8-57[164].

Canal, José [Biblioteca pública y Archivo histórico provincial]. Cáceres, 13-8-57.

Caba, Pedro. Madrid, 16-8-57.

Varona, José Antonio. [s.l.], 7-9-57.

Álvarez Lencero, Luis. Badajoz, 13-9-57.

Pepe [sic] [Asociación española de ayudantes técnicos sanitarios, escritores y artistas]. Madrid, 20-9-57. Le

Baena, Antonio Luis. El bosque, 29-9-57.

Maíllo, Adolfo [inspector central de Enseñanza Primaria. Secretario de la Junta Nacional contra el analfabetismo]. Madrid, 22-11-57.

Alarcos Llorach, Emilio [catedrático de universidad]. Oviedo, 20-12-57.

Fray Pedro de Alcántara [prefectura de estudios]. Monasterio de Guadalupe, 27-1-58.

Zoido, Antonio [inspector jefe de Enseñanza Primaria de Badajoz]. Badajoz, 11-2-58.

Pacheco, Manuel. Badajoz, 17-3-58[165].

Caba, Pedro. Madrid, 21-3-58.

Álvarez Lencero, Luis. Badajoz, abril 1958.

Pacheco, Manuel. Badajoz, 7-7-58.

Pacheco, Manuel. Badajoz, 29-9-58.

Álvarez Lencero, Luis. Badajoz, 5-10-58[166].

Pacheco, Manuel. Badajoz, 18-11-58.

Marrodán, Mario Angel. Bilbao, 19-1-59.

Pacheco, Manuel. Badajoz, 24-2-59.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 9-3-59.

Zoido, Antonio. Badajoz, 9-3-59.

Willemenot, Luis G. Jerez de los Caballeros, 30-3-59.

Cañamero, Francisco. Esparragosa de la Serena, 15-6-59.

Caba, Pedro. Madrid, 11-11-59[167].

DE 1960 A 1969

Fernández Nieto, José María. Palencia, 4-2-60.

Blecua, José Manuel [facultad de Filosofía y Letras. Seminario de literatura española. Universidad de Barcelona]. Barcelona. 5-2-60.

Caba, Pedro. Madrid, 17-3-60.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 17-3-60.

Melero, Rafael. Pontevedra. 19-3-60.

Cuberos de Herrera, Concha. Magacela, 31-3-60.

Melero, [Rafael]. Pontevedra. 28-4-60.

Jelenski, K.A. [Comité d’Ecrivains et d’Editeurs pour une entr’aide européenne]. París, 12-5-60[168].

Melero, Rafael. Pontevedra, 28-5-60.

Martín Sarmientos, Ángel [PP. claretianos]. Las Palmas de Gran Canarias, 4-6-60.

Marrodán, Mario Ángel. Bilbao, 14-6-60.

Díaz Santillana, Santos [maestro]. Mérida, 22-7-60.

Amelia [sic]. Campanario, 25-7-60.

Fernández Figueroa, Juan [director de Índice]. Madrid, 27-7-60[169].

Álvarez Lencero, Luis. Badajoz, 2-8-60.

Melero, Rafael. Pontevedra, 23-8-60.

Melero, Rafael. Pontevedra, 18-11-60.

Luke Agneta, Joseph [profesor de la Universidad de Nueva York]. Brooklyn (Nueva York), 21-12-60[170].

Aleixandre, Vicente. Madrid, 5-1-61.

Pacheco, Manuel. Badajoz, 21-1-61.

Segura Covarsí, Enrique [catedrático]. Badajoz, 13-2-61.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 27-2-61.

Monterrey, Manuel. Badajoz, 13-6-61.

Juan [sic]. Badajoz, 12-7-61.

Álvarez Lencero, Luis. Badajoz, 20-8-61.

Entrambasaguas, J. Madrid, 21-9-61.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 13-10-61.

Trebolle, José [director de la Editora comercial]. Orense, 7-11-61.

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 5-12-61.

     Aleixandre, Vicente. Madrid, 6-12-61.

Caba, Pedro. Madrid, 10-12-61.

     Benet, Arturo. Arenys de Mar, 18-1-62.

Pérez Comendador, Enrique [catedrático. Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando]. Madrid, 21-1-62.

Muñoz de la Peña, Arsenio. Badajoz, 24-1-62.

Garciasol, Ramón de. Madrid, 10-2-62[171].

Isella Russell, Dora. Montevideo, 13-2-62.

Morales, Rafael [director de La estafeta literaria]. Madrid, 14-2-62.

García Velasco, Marcelino [colaborador de José María Fernández Nieto, director de la revista Rocamador]. Perazancos de Ojeda (Palencia), 9-3-62.

Melero, Rafael. Salamanca, 14-3-62.

García Velasco, Marcelino. Perazancos de Ojeda (Palencia), 27-3-62[172].

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 9-4-62.

Leopoldo de Luis. Madrid, 20-4-62.

Ruiz Peña, Juan. Burgos, 21-4-62.

Pemán, José María. Cádiz, 9-6-62.

Blecua, José Manuel. Barcelona, 18-6-62.

[Canal], José. Cáceres, 23-6-62.

Amalia [sic]. Campanario, 15-7-62.

Isabel y María [sic]. Don Benito, 25-7-62.

Rodríguez-Moñino, Antonio [Vicepresident of the Hispanic Society of America]. Madrid, 12-8-62.

Sos Baynat, Vicente [catedrático de Ciencias. Geólogo]. Mérida, 16-9-62.

Onís, Federico de [Seminario de Estudios Hispánicos. Facultad de Humanidades]. Universidad de Puerto Rico, 13-10-62[173].

Sainz de Robles, Federico Carlos. Madrid, 3-11-62.

Vega, Celestino [médico]. Don Benito, 5-11-62.

Garfias, Francisco [Consejo Superior de Investigaciones Científicas]. Madrid, 20-4-63.

Rojo León, Armando. Casablanca, 19-5-63.

Fernández Nieto, José María [director de Rocamador]. Palencia, 27-5-63.

Mañas Morquecho, José Luis [secretario general del Ayuntamiento]. Badajoz, 26-6-63.

Cotallo, José Luis. Cáceres, 27-7-63.

Sainz de Robles, Federico Carlos. Madrid, 25-9-63[174].

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 6-10-63.

Vázquez, Juana. Salvaleón, 14-10-63.

Garciasol, Ramón de. Madrid, 15-10-63.

Aleixandre, Vicente. Madrid, 18-10-63.

Caba, Pedro. Madrid, 7-11-63.

Aleixandre, Vicente. Madrid, 11-11-63.

Celaya, Gabriel. San Sebastián, 11-11-63.

Lázaro Carreter, Fernando. Salamanca, 11-11-63[175].

Onís, Federico de. Puerto Rico, 23-11-63.

Nava Vidal, Ernesto [Químico. Colaborador de Victoriano Crémer en Espadaña]. León, 25-11-63.

Cano, José Luis. Madrid, 29-11-63.

Alonso, Dámaso [Real Academia Española]. Madrid, 4-12-63.

Fernández Nieto, José María [director de Rocamador]. Palencia, 24-12-63.

Grande, Félix. Madrid, 30-12-63.

Ruiz Peña, [Juan]. Salamanca, 7-1-64.

Díaz-Ambrona, José [abogado y mecenas de Badajoz]. Badajoz, 18-1-64.

Grande, Félix. Madrid, 23-1-64.

Valverde, José María. San Cugat del Vallés, 20-2-64.

Flaveron [sic]. Neuilly S. Seine (Francia), 26-2-64.

Pérez Marqués, Fernando. Hoy (Badajoz), 7-3-64.

Ruiz Peña, Juan. Salamanca, 29-3-64[176].

     Pérez Comendador, Enrique. Madrid, 31-3-64.

Pérez, Fernando. Santa Marta, 1-5-64.

     Vega, Celestino [médico]. Don Benito, 4-7-64.

Cienfuegos, Julio. Badajoz, 10-8-64.

[Mejías], Leocadio [Madrid, diario de la noche]. Madrid, 23-4-65.

Jefe local de la Falange [jefatura local de la Falange Española Tradicionalista y de la J.O.N.S.]. Mérida, 10-9-65.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 13-11-65.

Sanz y Ruiz de la Peña, N. Valladolid, abril de 1966[177].

Fernández Nieto, José María [director de Rocamador]. Palencia, 6-4-66.

Aristeguieta, Jean. Madrid, 24-9-66[178].

López Martínez, José [miembro de la Agencia de Prensa Asociada]. Madrid, 30-9-66.

Ledesma Criado, José [abogado]. Salamanca, 11-10-66.

     Torres Grueso, Juan [club Las Lagunas. Reuniones Literarias en la ribera de la Colgada]. Ruidera, 15-10-66.

Delgado Montañés, Pablo. Badajoz, 27-11-66.

Fausto, Gonzalo [Periodista]. Badajoz, 8-12-66.

    Torres Grueso, Torres [club Las Lagunas. Reuniones Literarias en la ribera de la Colgada]. Ruidera, 17-3-67.

Pacheco, Manuel. Badajoz, 5-7-67[179].

Diego, Gerardo. Madrid, 21-11-67.

Aleixandre, Vicente. Madrid, 20-3-68.

Ledesma, José [Álamo. Revista de poesía]. Salamanca, 3-8-68.

Martínez-Mediero, Manuel. Badajoz, 13-8-68.

Rodríguez-Moñino, Antonio [director de Clásicos Castalia]. Madrid, 28-10-68.

García Velasco, Marcelino [colaborador de José Mª Fdez. Nieto en Rocamador]. Palencia, [s.l.], [s.a.], 1969.

Sánchez Bendito, María José G. [Casa do Brasil]. Madrid, 25-2-69.

Barrero Gil, José [jefe de almacén del S.M.C.]. Badajoz, 6-5-69.

Manolo [sic]. Bilbao, 17-5-69[180].

Ledesma, José. Salamanca, 4-9-69.

Chueca Goitia, Fernando [arquitecto]. Madrid, 6-9-69.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 23-9-69.

Osuna, José María [médico puericultor]. Cazalla, 23-9-69.

Vera, Emilio. Madrid, 25-9-69.

Leopoldo de Luis. Madrid, 28-9-69.

Morales, Rafael [director de La estafeta literaria]. Madrid, 8-10-69.

Garciasol, Ramón de. Madrid, 10-10-69.

[Canal], José. Cáceres, 12-10-69.

Pacheco, Manuel. Badajoz, 15-10-69.

Caba, Pedro. La cañada (Ávila), 23-10-69.

Rodríguez Méndez, José María. Barcelona, 27-10-69.

Lázaro Carreter, Lázaro. Salamanca, 28-10-69.

Candel, Francisco. Barcelona, 29-10-69.

Ruiz Peña, Juan. Salamanca, 31-10-69.

Aller, César. Madrid. 1-11-69.

Fernández Nieto, José María. Palencia, 3-11-69.

Sanabria Escudero, Manuel [médico]. Mérida, 6-11-69.

Aller, César. Madrid, 20-11-69[181].

Rodríguez Méndez, José María. Barcelona, 21-11-69.

Pedemonte, Hugo E. y Morillo Velarde, Eladia. Azuaga, 6-12-69.

DE 1970 A 1979

Rojo León, Armando. Casablanca, 6-1-70.

Aleixandre, Vicente. Madrid, marzo 1970.

Aleixandre, Vicente. Madrid, 23-3-70.

Aleixandre, Vicente. Madrid, 7-5-70.

Santander, Antonio [secretario del gobernador civil de Salamanca]. Salamanca, 8-6-70[182].

Marqués de la Encomienda [procurador en Cortes]. Almendralejo, 15-6-70.

Maíllo, Adolfo. Madrid, 5-10-70.

Pedemonte, Hugo Emilio. Azuaga, 27-10-70.

Ledesma, José. Salamanca, 4-11-70.

Maíllo, Adolfo [director de la división de Educación de Adultos y de Extensión Cultural del Ministerio de Educación y Ciencia]. Madrid, 12-12-70.

Crémer, Victoriano. León, Navidad 1970.

Canelo, Pureza. Madrid, 7-3-71.

Cela, Camilo José (Real Academia Española). Palma de Mallorca, 11-3-71.

Santiago [Castelo], José Miguel. Madrid, 14-4-71[183].

Lázaro Carreter, Fernando. Salamanca, 14-5-71.

Moreiro, José María. Madrid, 25-8-71.

Pedemonte, Hugo Emilio. Azuaga, 27-11-71.

Ruiz Peña, Juan. Salamanca, 20-12-71.

Parra, Rosa María. Badajoz, 26-12-71.

Osuna, José María. Cazalla (Sevilla), 29-12-71.

Crémer, Victoriano. León, Navidad 1971.

Aleixandre, Vicente. Madrid, enero 1972.

Vizcaíno Casas, Fernando [abogado)]. Madrid, 17-1-72[184].

Pérez Comendador, Enrique. Roma, 3-2-72.

Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 29-2-72.

     Santiago Castelo, José Miguel. Madrid, 6-4-72.

Santiago Castelo, José Miguel. Madrid, 9-6-72.

Fernández Calvo, Manuel [director de la colección Ángaro]. Sevilla, junio 1972.

Fernández Calvo, Manuel [director de la colección Ángaro]. Sevilla. 17-10-72.

[Fernández Calvo], Manuel [director de la colección Ángaro]. Sevilla. 19-6-73[185].

Morillo Velarde, Eladia. Azuaga, otoño 1973.

[Hernández], Fernando [director general de Jurisdicción del Trabajo]. Madrid, 7-11-73.

Tejada, José Luis. [s.l.], Navidad 1973.

Pagador Otero, José María. Playa Aaiún, 11-2-74.

Ramos Sánchez, Fermín [presidente del Liceo de Mérida]. Mérida, 22-2-74.

Pedemonte, Hugo Emilio. Azuaga. 3-3-74.

Lázaro, Bonifacio. Madrid, 7-3-74.

Hernández Gil, Fernando [director general de Jurisdicción del Trabajo]. Madrid, 11-3-74.

Ruiz Peña, Juan (Álamo. Revista de poesía). Salamanca, 11-3-74[186].

Ledesma, José. Salamanca, 11-3-74.

Caba, Pedro. Madrid, 14-3-74.

Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 26-4-74.

Pedemonte, Hugo Emilio. Azuaga, 29-4-74.

Senabre, Ricardo [decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UEX]. Cáceres, 22-6-75[187].

Pedemonte, Hugo Emilio. Azuaga, 4-7-75.

Ruiz Peña, Juan. Salamanca, 10-9-75.

Senabre, Ricardo [decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UEX]. Cáceres, 14-9-75.

Leopoldo de Luis. Madrid, 17-9-75.

Martín Tamayo, Tomás. Badajoz, 17-9-75.

Lázaro Carreter, Fernando [Real Academia Española]. Madrid, 20-9-75.

Garciasol, Ramón de. Madrid, 10-10-75.

     Muñiz, Medardo. [s.l.], 11-10-75.

Yuste, José Luis [director de la Fundación Juan March]. Madrid, 3-11-75.

     García-Durán Muñoz (jefe de inspección regional del SENPA). Cáceres, 17-11-75.

Buero Vallejo, Antonio. Madrid, 2-12-75.

Cano [sic] [grupo Guadiana]. Ciudad Real, 5-1-76.

Jurado Mora, José [director de los Cuadernos literarios Azor]. Barcelona, 9-2-76.

Sánchez Pascual, Angel [Universidad Autónoma de Madrid]. Madrid, 16-9-76.

Sanz Vera, Cándido. Madrid, 18-11-76.

Belloso, Pedro (Párroco). Puebla del Maestre, 3-3-77.

Belloso, Pedro. Puebla del Maestre, 24-3-77.

Celaya, Gabriel. Madrid, 7-2-78.

Azcoaga, Enrique. Madrid, 15-9-78.

Buero Vallejo, Antonio. Madrid, 18-9-78.

Zamora Vicente, Alonso [secretario perpetuo de la Real Academia Española]. Madrid, 8-1-79.

García [Martín], José Luis [catedrático de la Universidad de Oviedo]. Avilés, 12-1-79.

Ruiz Peña, Juan. Salamanca, 21-1-79.

Frutos, Eugenio. Zaragoza, 31-1-79.

Canelo, Pureza. Madrid, 27-3-79

Sánchez, A. [médico]. Badajoz, mayo 1979.

Ledesma, José [abogado]. Salamanca, 23-5-79.

Garciasol, Ramón de. Madrid, 13-6-79.

Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 14-6-79. Lo

Santiago Castelo, José Miguel. [s.l.], 28-6-79.

Leopoldo de Luis. Madrid, 1-7-79.

Lebrato Fuentes, Francisco [director de la Obra Social y Cultural de la Caja de Badajoz]. Badajoz, 8-10-79.

Santana Gómez, Fidel [pianista]. Campanario, 29-10-79.

Cuevas, Cristóbal [catedrático de literatura de la Facultad de Filosofía y Letras]. Málaga, 17-12-79.

Pedemonte, Hugo Emilio. Sevilla, 21-12-79.

Ruiz Peña, Juan. Salamanca, 22-12-79.

Senabre, Ricardo [cátedra de Gramática General y Crítica Literaria de la UEX]. Cáceres, 31-12-79.

Murciano, Carlos. Lelong (Francia), Navidad, 1979[188].

DE 1980 A 1989

Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 3-1-80.

Leopoldo de Luis. Madrid, 8-1-80.

Cuevas, Cristóbal [catedrático de literatura de la Facultad de Filosofía y Letras]. Málaga, 14-1-80.

López Gorgé, Jacinto. Madrid, 22-1-80.

Caba, Pedro. Madrid, 23-1-80.

Azcoaga, Enrique. Madrid, 28-1-80.

Martín González, Víctor [magistrado provincial de Trabajo]. Sevilla, 26-3-80.

Jiménez Martos, Luis. Madrid, 11-5-80.

Jerónimo y Adoración [vecinos de Trevejo]. Trevejo, 28-5-80.

López Martínez, José [miembro de la Asociación Internacional de Críticos Literarios]. Madrid, 16-7-80[189].

Hernández, Fernando [magistrado del Tribunal Supremo]. Madrid, 14-9-80.

Blecua, José Manuel. Barcelona, 20-9-80.

Guillén, Jorge. Málaga, 3-10-80.

Induráin, Francisco. Madrid, 16-12-80.

Niveiro, Emilio [director de la Fundación Vives de Estudios Sociales]. Madrid, Navidad 1980.

Tamayo Martín, Tomás [Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura]. Badajoz, 1981.

Álvarez Lencero, Luis. Colmenar, 12-1-81[190].

    Casillas, Romualdo [Presidente de la Asociación Amigos de Mérida para la unidad de Extremadura]. Mérida. 17-1-81.

López Heras, Martín [alcalde de Mérida]. Mérida, 4-2-81.

Guillén, Jorge. Málaga, 3-3-81.

Chueca Goitia, Fernando [director del Museo de Arte Contemporáneo]. Madrid, 13-3-81.

Monago Terraza, José Antonio. Badajoz, 1-4-81.

Sánchez, Ángel. Cáceres, 15-8-81.

Montaner Frutos, Alberto [nieto de Eugenio Frutos y profesor de la Universidad de Zaragoza]. Zaragoza, 17-11-81.

Serrano, Miguel. Cáceres, 4-12-81.

Guillén, Jorge. Málaga, 17-12-81.

Lázaro, Bonifacio. Madrid, 1-6-82.

Maíllo, Adolfo. Madrid, 14-6-82.

Senabre, Ricardo. Cáceres, 15-10-82.

Cuevas, Cristóbal [catedrático de literatura de la Universidad de Málaga]. Málaga, 2-11-82.

Senabre, Ricardo. Cáceres, 28-11-82[191].

Cuevas, Cristóbal [catedrático de literatura de la Facultad de Filosofía y Letras]. Málaga, 1-12-82.

Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 7-12-82.

García Martín, José Luis. Avilés, 6-2-83.

Ruiz Peña, Juan. Salamanca, 8-2-83.

Pedemonte, Hugo Emilio. Sevilla, 9-2-83.

Garciasol, Ramón de. Madrid, 16-2-83.

Lencero, Rosa María. Mérida, 28-2-83.

[Montero], Antonio [obispo de Badajoz]. Badajoz, 3-3-83.

Senabre, Ricardo. Cáceres, 27-3-83.

Martínez Cachero, José María [Facultad de Filología. Departamento de Literatura Española de la Universidad de Oviedo]. Oviedo, 6-4-83.

Senabre, Ricardo [Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres]. Cáceres, 20-5-84.

Senabre, Ricardo [cátedra de Gramática General y Crítica Literaria de la UEX]. Cáceres, 30-5-84.

Urrutia, Jorge. Sevilla, 26-10-84.

Montezuma de Carvalho, Joaquim [advogado]. Lisboa, 21-3-85.

Rozas, Juan Manuel. Cáceres, 26-3-85.

Murciano, Carlos. Madrid, 5-12-86.

Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 8-12-86.

Senabre, RicardoSalamanca, 2-1-87.

García Nieto, José. Madrid, 20-3-87.

Cañas Murillo, Jesús [facultad de Filosofía y Letras de la UEX]. Cáceres, 23-3-87[192].

Trenado, Manuela. Mérida, 29-3-87.

Senabre, Ricardo [facultad de Filología]. Salamanca, 13-5-87.

Vázquez, Juana. Madrid, 21-5-87.

Senabre, Ricardo. Salamanca, 27-5-87.

Cañamero, Francisco [sacerdote]. Esparragosa de la Serena, 3-6-87.

Martínez, Francisco [departamento de Filología Hispánica de la Universidad de León]. León, 1-2-88.

Villamor, Manuel. Gredos, 16-2-88.

Senabre, Ricardo [facultad de Filología]. Salamanca, 6-3-88.

Myriam [López Ollero, María]. Hoy (Badajoz), 22-5-88.

Núñez, Teresa. Hoy (Badajoz), 22-5-88.

Senabre, Ricardo [cátedra de Teoría de la Literatura]. Salamanca, 16-6-88.

     Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 6-8-88.

Martín, Marcela. Colmenar Viejo, 10-10-88.

Bravo, Fernando. Cáceres, 28-10-88.

Lázaro Carreter, Fernando. Madrid, 22-12-88[193].

Alarcos Llorach, Emilio. Oviedo, 22-12-88.

Viudas Camarasa, Antonio. Cáceres, 25-2-89.

DE 1990 A 1993

Pérez Chueca, Felipe. Hoy (Badajoz), 19-10-90.

[Caba], Rubén. Madrid, 22-10-90[194].

CARTAS ENVIADAS POR JESÚS DELGADO VALHONDO

    En octubre de 1992, una vez terminada la selección de la correspondencia facilitada por Jesús Delgado Valhondo, enviamos una circular a doce personas que se habían carteado con él en numerosas ocasiones, pidiéndoles que nos remitieran las cartas que tuvieran en su poder de Valhondo. A nuestra llamada respondieron rauda y amablemente Fernando Bravo, Rubén Caba, José María Fernández Nieto, José Miguel Santiago Castelo, Carmen Ruiz Barrionuevo (hija de Juan Ruiz Peña), Alberto Montaner Frutos (nieto de Eugenio Frutos), Tomás Martín Tamayo y Antonio Díaz Rodríguez (que también nos facilitó artículos de Valhondo).

La relación de cartas que logramos reunir, con la ayuda inestimable e imprescindible de los citados, incluye 123 cartas manuscritas por Jesús Delgado Valhondo; de ellas excluimos 16 por carecer de interés para la tesis. Los datos, que incluimos en la relación de las 107 cartas restantes, son el nombre y el lugar donde se encontraba la persona a la que Valhondo le mandaba la carta y después el lugar desde donde el poeta realizaba el envío y la fecha:

DE 1943 A 1949

A Fernando Bravo (Cáceres). Gata, 12-8-43.

A Fernando Bravo (Cáceres). Gata, 22-11-43.

A Fernando Bravo (Cáceres). Gata, 29-3-44[195].

A Fernando Bravo (Cáceres). Gata, 16-7-44.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 18-11-49.

DE 1950 A 1959

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 4-5-50.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 21-10-50.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 30-11-50.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 20-10-50.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 16-3-51.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 23-4-51.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 29-10-51.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 21-2-53.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 26-9-53.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 26-12-53.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 29-4-54[196].

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 11-4-55.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 14-6-55.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 16-9-55.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 24-10-56

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 21-1-57.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 3-2-57.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 18-10-57.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 17-1-58.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 7-8-58.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 17-10-58.

A Fernando Bravo (Cáceres). Zarza de Alange, 27-1-59.

A José María Fernández Nieto (Palencia). Zarza de Alange, 12-3-59[197].

A Fernando Bravo  (Cáceres). Zarza de Alange, 12-12-59.

     A José María Fernández Nieto (Palencia). Zarza de Alange, 12-12-59.

DE 1960 A 1969

A Rubén Caba (Madrid). Zarza de Alange, 9-9-60.

A Rubén Caba (Madrid). Mérida, 27-12-60.

A Fernando Bravo (Cáceres). Mérida, 15-11-61.

A Fernando Bravo (Cáceres). Mérida, 30-4-63.

A Antonio Díaz Rodríguez (Almendralejo). Mérida, 19-12-64[198].

A Fernando Bravo (Cáceres). Mérida, 9-2-65.

A Fernando Bravo (Cáceres). Mérida, 28-4-65.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 3-8-67.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 21-7-68.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 10-4-69.

A Juan Ruiz Peña (Salamanca). Badajoz, 31-8-69[199].

A Juan Ruiz Peña (Salamanca). Salamanca, 15-9-69.

DE 1970 A1979

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 1970.

A Juan Ruiz Peña (Salamanca). Badajoz, 1-7-70.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 2-11-70.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 24-3-71.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 25-3-71.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 19-7-71.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 6-7-73.

A Eugenio Frutos (Zaragoza). Badajoz, 12-1-74[200].

A Eugenio Frutos  (Zaragoza). Badajoz, 14-4-74.

A Eugenio Frutos  (Zaragoza). Badajoz, 23-9-74.

A José María Moreiro (Madrid). Badajoz, 2-7-75.

A Eugenio Frutos (Zaragoza). Badajoz, 19-9-76.

A Juan Ruiz Peña (Salamanca). Badajoz, Navidad 1976.

A Eugenio Frutos  (Zaragoza). Badajoz, 10-6-78[201].

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 2-7-78.

A Fernando Bravo  (Cáceres). Badajoz, 3-7-78.

A Eugenio Frutos (Zaragoza). Badajoz, 8-8-78.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 21-10-78.

A Eugenio Frutos  (Zaragoza). Badajoz, 14-11-78.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 27-3-79.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 31-5-79[202].

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 9-7-79.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Cádiz, 23-7-79.

A Lola Mejías (Zaragoza). Badajoz, 18-10-79.

A Lola Mejías (Zaragoza). Badajoz, 28-11-79.

DE 1980 A 1989

Al alcalde (Badajoz). Badajoz, 31-1-80.

A Lola Mejías (Zaragoza). Badajoz, 1-5-80.

A José Miguel Santiago Castelo  (Madrid). Santo Domingo de Olivenza (Badajoz), 22-8-80.

A José Miguel Santiago Castelo  (Madrid). Santo Domingo de Olivenza (Badajoz), 1-12-80.

A Alberto Montaner Frutos (Zaragoza). Badajoz, 4-10-81[203].

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 16-10-81.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, diciembre de 1981.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 20-1-82.

A Alberto Montaner Frutos (Zaragoza). Badajoz, 26-1-82.

A Juan Ruiz Peña (Salamanca). Badajoz, 21-3-82.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 13-7-82.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 30-7-82.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, enero 1983.

A Fernando Bravo (Cáceres). Badajoz, 14-1-83.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 8-2-83.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 8-5-83.

A Tomás Martín Tamayo (Badajoz). Fuengirola (Málaga), julio 1983.

A Tomás Martín Tamayo (Badajoz). Fuengirola (Málaga), 15-7-83[204].

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 31-8-83.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 26-10-83.

A Fernando Bravo (Cáceres). Santo Domingo de Olivenza (Badajoz), 13-7-84[205].

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 2-3-85.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 8-4-86.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 8-7-86.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 10-9-86.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 22-9-86.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 7-11-86.

A Rubén Caba (Madrid). Badajoz, 19-3-87[206].

A Rubén Caba (Madrid). Badajoz, 2-9-88.

A Rubén Caba (Madrid). Badajoz, enero 1989.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, enero 1989.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, enero 1989

A Pedro Caba (Madrid). Badajoz, febrero 1989.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 17-5-89.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, Navidad 1989[207].

DE 1990 A 1992

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, Navidad 1991.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 18-12-91.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 20-2-92.

A José Miguel Santiago Castelo (Madrid). Badajoz, 9-6-92.

A Tomás Martín Tamayo (Badajoz). [s.l.], archivo particular del poeta.

VARIOS

INTERVENCIONES ORALES

Jesús Delgado Valhondo realizó frecuentes intervenciones orales en los más diversos actos culturales (presentaciones de escritores y libros, pregones, Fiestas de la Poesía, Congresos …). A continuación citamos las que hemos logrado localizar:

-«La Navidad en la poesía». En Arco, revista hablada (Mérida), 22-12-65. Mecanografiado y manuscrito, archivo particular del poeta.

-Presentación del poeta José Ledesma Criado. Almendralejo, 1966. Manuscrito, archivo particular del poeta.

-Pregón de Semana Santa[208]. Badajoz, 1967. Archivo particular del poeta.

-Discurso como Mantenedor del II Certamen poético-literario de la barriada de San Fernando. Boletín de información municipal (Badajoz), 1969, pp. 93-100.

-Pregón de Semana Santa en Torremayor (Badajoz), 1970. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-Discurso en las Justas Literarias de la Universidad. Badajoz, 15-11-70. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-Pregón de Semana Santa en Don Benito (Badajoz), 1973. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-Discurso donde Valhondo protesta por los obstáculos interpuestos a su labor en la Presidencia de la Comisión de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz, 1980. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-Pregón de las Fiestas de Montánchez (Cáceres), 3-9-81. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-Notas para una conferencia. [s.l.], Casa de la Cultura, 23-11-81. Manuscrito, archivo particular del poeta.

-Discurso de agradecimiento por su nombramiento como hijo adoptivo de Badajoz, 1988. Manuscrito, archivo particular del poeta.

-Texto de la intervención en el V Congreso de Escritores Extremeños. Zafra (Badajoz), 1989. Manuscrito, archivo particular del poeta.

-Intervención en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos. Mérida, Salón de Actos de Caja Badajoz, mayo 1992.

-Discurso de agradecimiento por su nombramiento como hijo predilecto de Mérida, salón de plenos del Ayuntamiento, 9-7-93. Editado en Mérida, revista de Feria, 1993, pp. 107-108.

-Relación de actividades y presupuestos de la Comisión de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz, presidida por Valhondo. Sin más datos. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-Texto de una intervención en la que habló sobre su poesía. En la página 4 aparece una estructuración de su obra poética. Sin más datos. Manuscrito, archivo particular del poeta.

-«Las capitulaciones de un poeta». Sin más datos. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-«Vacaciones de Navidad». Sin más datos. Mecanografiado y con correcciones manuscritas, archivo particular del poeta.

-Parte del texto de una conferencia sobre la poesía social. Sin más datos. Manuscrito, archivo particular del poeta.

-Guión de una conferencia con siete puntos. Sin más datos. Manuscrito, archivo particular del poeta.

Tenemos conocimiento de que Valhondo realizó las siguientes intervenciones orales, pero no hemos logrado encontrar sus textos:

     -«El poeta y el niño», conferencia citada en la Hoja del lunes (Badajoz), 4-6-51.

-«El poema y su momento crítico», conferencia pronunciada en el Ciclo Cultural de la Biblioteca Pública de Mérida, 18-10-51.

      -«Génesis y síntesis del poema», conferencia citada en la noticia titulada «Jesús Delgado Valhondo en el Liceo», que aparece en el semanario Mérida, nº 51, p. 1, 12-12-53.

-«El poeta ante su obra», conferencia pronunciada en el Consejo Provincial de Practicantes de Badajoz, 3-3-58.

-«El poeta y su mundo», conferencia pronunciada en la Sociedad del Liceo de Mérida, 15-12-62.

    -«¿Es necesaria la poesía?», conferencia citada en el Hoy (Badajoz), 9-9-67. Valhondo la pronunció en el Ciclo de conferencias del Instituto Laboral de Mérida.

-Conferencia sobre poesía pronunciada en los cursos de verano de la Universidad de Salamanca, 31-8-68.

-«Historia literaria de Extremadura», comunicación conjunta con Zoido y Lencero, presentada en el II Congreso de Estudios Extremeños, celebrado en Badajoz en 1968.

-Conferencia pronunciada en las Justas Literarias de la Universidad. Badajoz, 15-11-70.

    -Conferencia sobre Aleixandre, que Valhondo pronunció en Badajoz. Citada en carta de Rosa María Parra. Badajoz, 26-12-71.

-«La vara de avellano», comunicación presentada en el  IV Congreso de Escritores Extremeños, 1972.

-«Poesía en Extremadura», ponencia pronunciada en las I Jornadas Culturales La Salle de Plasencia, 5-2-80.

-Comunicación sobre poesía presentada en el V Congreso de Escritores Extremeños. Zafra, 1989.

También sabemos que pronunció estos pregones, aunque tampoco los hemos podido localizar:

-De la Semana Santa de Mérida, junto a A. Varaona Díaz, 21-4-60.

-De la Feria de Mérida para la revista de Ferias y una colaboración en el extra del Hoy dedicado a la misma celebración. Citado en carta de Santos Díaz Santillana. Mérida, 22-7-60.

-De la Semana Santa de Almendralejo, 11-4-65.

-De la Semana Santa de Badajoz, 12-3-67.

-De la Hispanidad. Monasterio de Guadalupe (Cáceres), octubre 1979.

-De las Fiestas de Fregenal de la Sierra (Badajoz). Citado en carta de Valhondo. Badajoz, 31-8-83.

CRÓNICAS

El poeta extremeño también cultivó la crónica periodística, donde informaba lo mismo del desarrollo de un partido de fútbol que de las noticias sucedidas en su entorno más inmediato. Éstas son las crónicas que hemos conseguido hallar:

-«El partido amistoso de prueba terminó con la victoria del Cáceres por 6-2». Extremadura (Cáceres), 23-8-49.

-«Noticias de Zarza de Alange». Mérida (Mérida), nº 31, 25-7-53. También en nº 34, 15-8-53.

-«Zarza de Alange». Mérida (Mérida), nº 76, 5-6-54, p. 3.

-«Importantes descubrimientos romanos en Mérida». ABC (Madrid). 6-3-63.

-«Abastecimiento de agua para la ciudad». ABC (Madrid), 17-3-63.

-«La compañía de teatro griego en Mérida». ABC (Madrid), 1-5-63.

-«I Bienal de Pintura Extremeña en Mérida». ABC (Madrid), 12-6-63 y 23-7-63.

-«I Gran Bienal de Arte (Pintura) Extremeña». Mérida, revista de Feria, 1963.

-«Estreno en España de ‘Calígula’ en Mérida». ABC (Madrid), 12-6-63

-«‘Calígula’ de Camus en el teatro romano de Mérida». ABC (Madrid, 14-6-63.

-«Columnatas sobre la escena del teatro romano». ABC (Madrid), 8-1-64.

-«Representaciones teatrales en Mérida». ABC (Madrid), 22-4-64.

-«Festivales de España en el teatro romano de Mérida«. ABC, 14-6-65.

-«Conferencia de Santiago Castelo». ABC (Madrid), 13-2-74.

-«Conferencia de Santiago Castelo en Barcelona». ABC (Madrid), 24-10-78.

LETRAS DE HIMNOS Y CANCIONES

Cuando Jesús Delgado Valhondo sufre la tremenda decepción en su etapa política, distrajo su mente componiendo letras de himnos y canciones. Aquí hemos conseguido reunir una muestra:

-«A José María (Chema)», canción que lleva la dedicatoria: «Para el Grupo folk ADARVE» de Badajoz, 1979. Mecanografiada, archivo particular del poeta.

-Himno a Extremadura. Música de Pablo Romero Aradillas, 1-9-79. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

-Himno a Santa Marta de los Barros. Presentado en esta localidad pacense el 22-12-90 con música de Juan Pérez Ribes. Mecanografiada, archivo particular del poeta.

SOBRE JESÚS DELGADO VALHONDO

En este apartado recogemos los documentos bibliográficos en los que aparecen Jesús Delgado Valhondo y su obra literaria como centro de ensayos, artículos, comentarios y reseñas, que ayudan con sus visiones críticas a entender mejor al poeta y a su obra lírica. Después incluimos una relación de noticias en prensa y poemas dedicados a Jesús Delgado Valhondo:

Alba, José. «El año cero«. Verso y prosa (Vigo), nº 5, 1950.

Aleixandre, Vicente. Carta a Jesús Delgado Valhondo. Hoy (Badajoz), 22-5-88.

Aller, César. «¿Dónde ponemos los asombros?«. Arbor (Madrid), diciembre de 1969.

Álvarez, Carlos Luis. «Primera antología«. Blanco y negro (Madrid), 23-6-62.

Álvarez Buiza, Jaime. «Jesús». Hoy (Badajoz), 22-5-88.

Álvarez Buiza, Jaime. «Rapsodia en dos tiempos». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

Álvarez Buiza, Jaime. «Un año sin Jesús». Hoy (Badajoz), 23-7-94, p. 41.

Álvarez Cienfuegos, Amalia. «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo». Revista de estudios extremeños (Badajoz), nº III, 1988, XLIV, pp. 796-800.

Álvarez Lencero, Luis. Comentario de La montaña. Carta a Jesús Delgado Valhondo. Badajoz, 13-9-57.

Anónimo. «La esquina y el viento«. Revista de literatura (Madrid), Tomo III, nº 5, 1953, p. 217.

Anónimo. «Escritores practicantes»[209]Pueblo (Madrid), 18-2-57.

Anónimo. «Jesús Delgado Valhondo». y A [sic] (Jerez de la Frontera), 29-12-57.

Anónimo. «Hambre de Dios». Hoy (Badajoz), 2-10-66.

Anónimo. «Jesús Delgado Valhondo en Badajoz». ABC, 20-3-67.

Anónimo. «¿Dónde ponemos los asombros?«. Azor (Barcelona), nº 37, octubre-diciembre 1969, p. 13.

Anónimo. Panorama literarioRegión extremeña (Madrid), nº 3, 1971.

Anónimo. «Ellos vistos por ellas: Joaquina Oncins de Delgado Valhondo». Seis y siete (Badajoz), nº 22, 10-4-76.

Anónimo. ”Poesía extremeña de posguerra. Dos nombres claves: Manuel Pacheco y Delgado Valhondo”. Arriba (Madrid), 31-8-78.

Anónimo. «Jesús, nuestro poeta predilecto». Revista de Ferias y Fiestas (Mérida), septiembre 1993, pp. 107-108.

Anónimo. «La muerte del momento. Jesús Delgado Valhondo». Gazetilla de la U.B.Ex. Aldabada de la España profunda (Badajoz), nº 6, otoño 1993.

Arbeleche, Jorge. «¿Dónde ponemos los asombros?«. Poesía española (Madrid), nº 207, marzo 1970, pp. 20-21.

Aroca, J.L. «Y, sin embargo, se mueren». Hoy (Badajoz), 24-3-88.

Avellaneda, Diego de. «Valhondo, como un árbol solo». Seis y siete (Badajoz), 29-12-79.

Barrera, José María. «Huir«. ABC (Madrid), 29-7-94.

Barroso, Mercedes. «Joaquina Oncins, viuda de Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 3-10-93.

Bellido Almeida, Antonio. «Delgado Valhondo, ¿político?». Hoy (Badajoz), 15-7-79 y en Extremadura -Denuncia y desafío-. Almendralejo, Asociación Vázquez Camarasa, 1982, pp. 110-111.

Benet, Arturo. «Poesía sencilla y espontánea». Solidaridad nacional (Barcelona), 26-3-50.

Benito de Lucas, Joaquín: «Poeta de su tiempo». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

Bermejo, José María. «Delgado Valhondo, el misterio sencillo». Hoy (Badajoz), 27-1-74.

Bermejo, José María. «La vara de avellano, último libro de Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-4-74.

Bermejo, José María. «La vara de avellano«. La estafeta literaria (Madrid), 15-6-74.

Bermejo, José María. «La charca». En A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje). Badajoz, Cuadernos Poéticos Kylix, nº 29, 1993, pp. 31-32.

Blasco, Ricardo. «La esquina y el viento«. Ínsula (Madrid). Año VIII, nº 59, 1953 y en Alcántara (Cáceres). Año IX, 1953, nº 66-68, pp. 94-95.

Blecua, José Manuel. «Jesús Delgado Valhondo». Hora XXV (Barcelona), nº CVII, 1966, p. 155.

Bravo y Bravo, Fernando. «El año cero«. Hoy (Badajoz), 11-3-50.

Bravo y Bravo, Fernando. «Ese corazón al viento …». Hoy (Badajoz), 22-5-88.

Brun, Anne Marie. «Carta a un hombre fracasado». Hoy (Badajoz), 5-4-61.

Caba Landa, Pedro. «Los cuentos de un gran poeta». Mecanografiado, archivo particular del poeta.

Caba Landa, Pedro. Prólogo de El año cero. San Sebastián, Cuadernos de Poesía Norte, 1950. También en Poesía. Badajoz, Diputación Provincial y Editora Regional de Extremadura, 1988, pp. 55-56.

Caba Landa, Pedro. «Un gran poeta». Hoy (Badajoz), 26-1-58 y en Hoy (Badajoz), 15-2-62.

Caba, Rubén. «Un albatros exiliado en el suelo». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

Caballero Bonald, José Manuel: «Desdén y pasión». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

Campos, A., Pecellín, M. y Muñoz, F. «Extremadura. Mapa literario de las autonomías. Leer (Badajoz), nº 8, 1987.

Campos Pámpano, Ángel (coord.). Monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93.

Campos Pámpano, Angel. «Jesús Delgado Valhondo». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo».  Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 1.

Campos Pámpano, Angel: «Más conocido que estudiado». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

Campos Pámpano, Ángel. «Dos maestros: Fernando Pérez Marqués y Jesús Delgado Valhondo». Caudal (Badajoz), nº 8, 1994, p. 31.

Canal, José. «Yo soy el otoño, por Jesús Delgado Valhondo». Alcántara (Cáceres), Año IX, 1953, nº 66-68, pp. 86-87.

Canal, José. «La montaña, por Jesús Delgado Valhondo». Alcántara (Cáceres), Año XV, 1959, nº 126-134, p. 98.

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NOTICIAS EN PRENSA[220]

Las noticias en prensa, donde Jesús Delgado Valhondo es protagonista o aparece, nos han servido para conocer su trayectoria vital y lírica y también para comprender cómo y en qué medida participó en los acontecimientos de su entorno y se comprometió con el devenir histórico de su tiempo:

-«Dº Jesús Delgado Valhondo abre mañana el ciclo de conferencias de otoño en la biblioteca municipal». Hoy (Badajoz), 17-10-51.

-«Homenaje a Valhondo». Hoy (Badajoz), 16-6-56.

-«Fiesta de la poesía y homenaje a Carolina Coronado». Hoy (Badajoz), 21 y 22-3-61.

-«Programa de actos de la Fiesta de la poesía». Hoy (Badajoz), 21-3-63.

-«Festivales de teatro en Mérida». ABC (Madrid), 14-6-65.

-«Tres poetas de Badajoz en Cádiz». Hoy (Badajoz), 27-8-67.

-«Delgado Valhondo obtuvo un éxito al hablar sobre ‘¿Es necesaria la poesía?’ «. Extremadura (Cáceres), 9-9-67.

-«Recital poético de Ángaro». ABC (Sevilla), 12-12-71.

-«Comenzó ‘Retablo 71’; gran éxito de Delgado Valhondo, Pacheco y Rosa María Vicente» de Ángel Valadés. Hoy (Badajoz), 14-12-71.

-«Almendralejo. Esta noche recital poético y entrega de premios» de Eugenio Grajera López. Hoy (Badajoz), 2-7-72.

-«Despedida a Luis Álvarez Lencero». Hoy (Badajoz), 16-11-72.

-«La presentación de ‘Llamarada Azul’ un éxito». Hoy (Badajoz), 18-2-73, p. 9.

-«Pregón de la Semana Santa de Don Benito». ABC (Madrid), 19-4-73.

-«El gobernador civil, presidente de la comisión del homenaje a Delgado Valhondo» de J.M. Pagador. Hoy (Badajoz), 25-10-73.

-«Visitar Mérida con luna llena es un panorama inaudito» de Fernando Delgado Rodríguez. Hoy (Badajoz), 16-11-73.

-«Dos homenajes: Enrique Segura y Delgado Valhondo». Hoja del lunes (Badajoz), 19-11-73.

-«Según Delgado Valhondo, lo que nos falta es cultura». Hoy (Badajoz), 11-12-73.

-«Se prepara la XXIII Fiesta de la poesía. Se rendirá homenaje al poeta emeritense Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 9-2-74.

-«I recital de poetas extremeños». ABC (Madrid), 24-5-74, p. 69.

-«Boda de un poeta» de José Mª Pagador. Hoy (Badajoz), 20-7-75.

-«Manuel Pacheco, becado por March». Hoy (Badajoz), 8-11-75.

-«Entrevista a Joaquina Oncins, mujer de Delgado Valhondo». Seis y siete (Badajoz), nº 22, 10-4-76, pp. 20-21.

-«Hugo Emilio Pedemonte: ‘España es algo que no se pudre’ «. Hoy (Badajoz), 19-12-76, p. 9.

-«Delgado Valhondo se saca la espina» de M. López García. Hoy (Badajoz), 28-9-77.

-«Delgado Valhondo, ‘Premio de Poesía Hispanidad'». Hoy (Badajoz), 8-10-78 y en ABC (Madrid), 1978.

-«Panorama gráfico». ABC (Madrid), 15-10-78.

-«Noticias sobre Ayer y ahora y Un árbol solo«. ABC (Madrid), 7-1-79.

-«Homenaje nacional al poeta Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 20-5-79.

-«Homenaje a un poeta». Hoy (Badajoz), 26-5-79.

-«Numerosa asistencia en el homenaje a Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 26-5-79.

Entre la yerba pisada queda noche por pisar, de Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 3-6-79.

-«Esta noche en ‘Los Montitos’, fiesta de los ‘Importantes de Extremadura'». Hoy (Badajoz), 22-6-79.

-«Delgado Valhondo, pregonero de la Hispanidad». ABC (Madrid), 16-10-79.

-«La Institución ‘Pedro de Valencia’ aprobó sus estatutos». Hoy (Badajoz), 30-12-79.

-«Valhondo está en todas partes». Seis y siete (Badajoz), 19-1-80.

-«Próxima convocatoria del premio ‘Ciudad de Badajoz'» de Fernando Saavedra. Hoy (Badajoz), 19-8-80.

-«Delgado Valhondo hizo un recorrido por su vida» de M. Romero Muñoz. Hoy (Badajoz), 14-12-80.

-«Publicación de La vara de avellano y recital de Valhondo». ABC (Madrid), 20-12-80.

-«Lectura». ABC (Madrid), 20-12-80.

-«Almendralejo. Interesante conferencia de Jesús Delgado Valhondo en Santa Ana» de Eugenio Grajera. Hoy (Badajoz), 1-2-81.

-«Que Badajoz y Cáceres dejen de odiarse cordialmente» de M. Manzano. Hoy (Badajoz) 15-2-81.

-«Fiestas de agosto en la barriada ‘Jesús Delgado Valhondo’ «. Hoy (Badajoz), 13-8-81.

«Montánchez prepara sus fiestas ‘Septiembre 81’ «. Hoy (Badajoz), 13-8-81.

-«Fiestas en la barriada ‘Jesús Delgado Valhondo’ «. Hoy (Badajoz), 15-8-81.

-«Comenzaron las fiestas patronales de Montánchez. Jesús Delgado Valhondo pronunció el pregón de fiestas». Hoy (Badajoz), 3-9-81.

-«Valhondo habló con emoción de Lencero». Hoy (Badajoz), 1982.

-«Busto al poeta Manuel Monterrey y lápidas en memoria de Juan Nogré y Antonio Juez». Boletín de información municipal (Badajoz), nº 92, enero-junio 1982.

-«El poeta Jesús Delgado Valhondo clausura el curso del Aula poético-literaria». Extremadura (Cáceres), 27-5-82.

-«Delgado Valhondo, finalista del premio ‘Bahía’ de poesía». Hoy (Badajoz), 1-6-82.

-«Un grupo de intelectuales promueve la creación del Ateneo de Badajoz». Hoy (Badajoz), 27-11-82.

-«Los jóvenes poetas y Lencero». Hoy (Badajoz), 26-12-82.

-«Tres generaciones de poetas rodearon a Lencero». Hoy (Badajoz), 29-12-82.

-«Si ama usted la poesía». Informaciones (Madrid), 8-1-83.

-«Jesús Delgado Valhondo, en el Aula de Cultura: ‘El pueblo que quiere a sus poetas es un pueblo digno’ «. Hoy (Badajoz), 1-2-83.

-«Delgado Valhondo se califica como un poeta que busca la soledad». Hoy (Badajoz), 19-3-83, p. 11.

-«Noticia de la publicación de un cuento de Valhondo». Informaciones (Madrid), 28-4-83.

-«Valhondo habló de Lencero». Hoy (Badajoz), 14-5-83.

-«Ayer fue enterrado Lencero». Hoy (Badajoz), 12-6-83.

-«El premio poético ‘Residencia’ para un profesor onubense». Extremadura (Cáceres), 1987.

-«Presentadas ‘Las obras escogidas de Álvarez Lencero’, de Ricardo Senabre». Extremadura (Cáceres), enero 1987.

-«Con el ‘Día de la Poesía’ el Ayuntamiento festejó la entrada de la primavera». Extremadura (Cáceres), 29-3-87.

-«Noticias sobre Jornadas en Hervás». Hoy (Badajoz), 3-5-87.

-«Comida homenaje». Extremadura (Cáceres), 23-4-88.

-«Escritores extremeños de posguerra y de los 60 harán balance de su obra». Hoy (Badajoz), 26-1-89.

-«Presentado el Curso ‘Literatura extremeña viva’ «. Extremadura (Cáceres), 26-1-89.

-«Premio convocados. ‘Jesús Delgado Valhondo’ «. ABC (Madrid), 28-1-89.

-«Noticia de la convocatoria del premio de poesía Jesús Delgado Valhondo». ABC (Madrid), 21-8-89.

-«Especial suplemento a la Navidad». Hoy (Badajoz), 21-12-90.

-«Mérida se merece el campus universitario. Jesús Delgado Valhondo». Extremadura (Cáceres), 4-11-91.

-«Delgado Valhondo: ‘El toro, en sí y por sí, un poema escrito en el campo y en la plaza’ » de Juan Ángel [sic]. Hoy (Badajoz), 13-3-92.

-«Valhondo: ‘Hablar de toros es como ser espontáneo en una de miura'». Extremadura (Cáceres), 13-3-92.

-«El poeta Jesús Delgado Valhondo, ‘Hijo predilecto’ de Mérida». Hoy (Badajoz), 20-1-93.

-«Por la televisión …». Hoy (Badajoz), 17-3-93.

-«El poeta Jesús Delgado Valhondo ya es hijo predilecto de Mérida» (p. 1) y «Jesús Delgado Valhondo ya es hijo predilecto de Mérida» (p. 17). Hoy (Badajoz), 10-7-93.

-«El nuevo ‘hijo’ de la ciudad». Extremadura (Cáceres), 10-7-93, p. 21.

-«Murió el poeta extremeño Jesús Delgado Valhondo» (p. 1) y «Fallece, a los 84 años, el gran poeta Jesús Delgado Valhondo» (p. 11). Extremadura (Cáceres), 24-7-93.

-«El poeta Jesús Delgado Valhondo murió ayer en Badajoz, a los 84 años» (p.1) y «El poeta Jesús Delgado Valhondo murió en la tarde de ayer, en Badajoz, a los 84 años de edad» (p. 45). Hoy (Badajoz), 24-7-93.

-«Extremadura despidió en Mérida al poeta Jesús Delgado Valhondo» (p. 1) y » ‘Qué pena da que se muera un poeta’ » (p. 7). Extremadura (Cáceres), 25-7-93.

-«Adiós al poeta Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 25-7-93.

-«Delgado Valhondo». ABC (Madrid), 28-7-93.

-«IU propone llamar ‘Jesús Delgado Valhondo’ a un parque de Mérida». Hoy (Badajoz), 1-8-93.

-«Comenzaron las actividades culturales y deportivas de ‘Jesús Delgado Valhondo’ «. Hoy (Badajoz), 2-8-93.

-«Delgado Valhondo». Extremadura (Cäceres), 31-8-93.

-«Se está haciendo tarde y alguien me está esperando» (p. 1) y «Jesús Delgado Valhondo, hijo predilecto días antes de su muerte» (p. 32). Extremadura (Cáceres), 31-8-93.

-«Los cronistas de la ciudad harán unas semblanzas sobre Jesús Delgado Valhondo y Andrés Valverde». Hoy (Badajoz), 12-9-93.

-«La Junta quiere que el consorcio del teatro López de Ayala funcione en el 94 y anima a otras instituciones a participar». Hoy (Badajoz), 21-9-93.

-«Faustino Cordón, Juan de Ávalos, Jesús Delgado Valhondo y Juan Mora, Extremeños del HOY 1993». Hoy (Badajoz), 26-9-93, pp. 1-5.

-«Extremeños de HOY». Hoy (Badajoz), 30-9-93.

-«Jesús Delgado Valhondo, maestro de poetas». En “Extremeños de HOY”. Hoy (Badajoz), 30-9-93, p. 5.

-«Es un poeta genuinamente extremeño» de Miguel Murillo. En Extremeños de HOYHoy (Badajoz), 30-9-93, p. 5.

-«Era el mejor poeta de Extremadura». En Extremeños de HOY”. Hoy (Badajoz), 30-9-93, p. 5.

-«Parque Luis Álvarez Lencero». Mérida, revista de Feria (Mérida), septiembre 1993, p. 108.

-«Jorge Márquez diseña un recuerdo vivo de Valhondo». Extremadura (Cáceres), 9-12-93, p. 21.

-«Homenaje póstumo en recuerdo de Valhondo». Extremadura (Cáceres), 12-12-93, p. 23.

-«La Literatura dedica un homenaje a Valhondo». Extremadura (Cáceres), 16-12-93.

-«Más de cuarenta poetas participan en el libro-homenaje a Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 30-12-93, p. 13.

-«La colección ‘KYLYX’ reúne a 50 amigos de Valhondo». Extremadura (Cáceres), 30-12-93, p. 20.

-«Extremeños de Madrid rinden homenaje a Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 18-3-94, p. 44.

-«Poesía para el poeta y maestro». Hoy (Badajoz), 23-3-94, p. 17.

-«Del Oeste Ediciones se abre a obras de calidad. Comienza su andadura con ‘Huir’ de Valhondo». Extremadura (Cáceres), 9-4-94, p. 20.

-«‘Del Oeste Ediciones’ presenta el libro ‘Huir’ «. Extremadura (Cáceres), 5-5-94, p. 22.

-«Presentado el libro ‘Huir’, la obra póstuma de Jesús Delgado Valhondo editada en Badajoz». Hoy (Badajoz), 7-5-94.

-«La XIII edición de la Feria del Libro abre hoy con un maratón de cuentos. Vendrá la escritora Soledad Puértolas y se presentarán libros de Buruaga y Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 3-6-94.

-«Homenaje en Parla al poeta Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 19-2-95.

POEMAS DEDICADOS

Muchos poemas fueron dedicados a Jesús Delgado Valhondo por personas que se sintieron atraídas por su humanidad y sus cualidades líricas. Por separado, nos interesan para conocer los motivos de la atracción que ejerció en determinados momentos y, en conjunto, porque suponen una amplia visión lírica del poeta extremeño:

Sueltos:

«A Jesús Delgado Valhondo» de Francisco Rodríguez Perera. Mecanografiado, archivo particular del poeta. Badajoz, 7 de julio de 1956.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Juan María Robles Febré. En Badajoz siempre. Badajoz, Ayuntamiento, 1959.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Hugo Emilio Pedemonte. Mecanografiado, archivo particular del poeta. 10 de marzo de 1970.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Victoriano Gómez Ortiz. En Ráfagas en vida. Salamanca, Gráficas Ortega, 1981.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Manuel Carrapiso. En Paraíso ahora. Badajoz, Asociación de la Prensa, 1982.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Fernando Chueca Goitia. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

«A Jesús Delgado Valhondo» de José Jorquera Manzanares. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

«Carta lírica, particular»[221] de Manuel Monterrey. Manuscrito[222], archivo particular del poeta. Badajoz, 12-4-49.

«Carta a Jesús Delgado Valhondo» de Eladia Morillo Velarde. Azuaga, otoño 1973.

     «Casi soneto para desear la primavera» de Benito Acosta. Mecanografiado, archivo particular del poeta. 21-3-82.

     «De Juan Descalzo a Jesús Delgado Valhondo en su homenaje» de Hugo Emilio Pedemonte. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

     «De la carne de un ciprés» de Luis Álvarez Lencero. Mecanografiado[223], archivo particular del poeta.

    «Domingo por la noche leyendo ‘Primera antología’ de Jesús Delgado Valhondo» de Juan Manuel Escudero. Manuscrito, archivo particular del poeta. Badajoz, 17 de octubre de 1965.

«¿Dónde ponemos los asombros?» de Pedro Belloso. Hoy (Badajoz), 26-5-79.

«Felicitación navideña a Jesús Delgado Valhondo» de Ángel Sánchez Pascual. Mecanografiado, archivo particular del poeta. Navidad de 1982.

«Historia y balance» de M. Gutiérrez de la Fuente. Alcántara (Cáceres), nº 194, 1979, p. 58.

«Homenaje»[224] de Manuel Delgado Fernández. Mecanografiado, archivo particular del poeta. Madrid, 15 de marzo de 1974.

«Jesús» de autor anónimo[225]. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

«Jesús Delgado Valhondo» de Arsenio Gallego. Mecanografiado, archivo particular del poeta. Cáceres, 29-6-48.

“Jesús Delgado Valhondo» de Manuel Monterrey. En Medallones Extremeños (II). Badajoz, 1949.

«Nochebuena en Badajoz»[226] de José Álvarez Pérez. Hoy (Badajoz), 29-12-96.

«Poeta …» de Manuel Monterrey. Mecanografiado[227], archivo particular del poeta, 1956.

«Poema de la tierra y sus brazos» de Manuel Gutiérrez de la Fuente. Manuscrito, archivo particular del poeta, otoño 1943.

«POEMA NO UNIVERSAL: Es para Jesús Delgado Valhondo» de jaimealvarezbuiza [sic]. Mecanografiado, archivo particular del poeta. Badajoz, 23 de noviembre de 1973.

«Poema para Jesús» de José Antonio Zambrano. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

«Preludio» de Manuel Molina. Manuscrito, archivo particular del poeta, 6-7-43.

«Soneto de gracias a Jesús Delgado Valhondo por su amable dedicatoria de ‘EL AÑO CERO’ «. Mecanografiado, archivo particular del poeta. Cáceres, abril de 1950.

«Tener»[228] de Hugo Emilio Pedemonte. Mecanografiado, archivo particular del poeta. 27-12-71.

En «La poesía de Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 22-5-88:

«Romance para nombrar a un poeta» de Manuel Pacheco, p. 2.

«Jesús» de Jaime Álvarez Buiza, p. 2.

«Jesuseando delgadez valhondamente» de José María Pagador, p. 3.

«Carta a Jesús Delgado Valhondo» [en verso] de Teresa Núñez, p. 3.

«Poeta árbol» de Juan María Robles Febré, p. 3.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Santiago Corchete, p. 6.

En Poesía (1988), pp. 375-401, fueron editados, bajo el título de «Homenaje (inédito)», los siguientes poemas dedicados a Valhondo:

«Poema de la tierra y sus brazos» (otoño 1943) de Manuel Gutiérrez de la Fuente, p. 377.

«Jesús Delgado Valhondo» (Cáceres, 29-6-48) de Arsenio Gállego, p. 377.

«De la carne de un ciprés»[229] de Luis Álvarez Lencero, p. 378.

«Soneto a Jesús Delgado Valhondo por su amable dedicatoria de ‘El año cero’ » (Cáceres, abril de 1950) de Manuel López-Lago Nogales, p. 379.

«El poeta»[230] (Badajoz, 28-6-56), de Manuel Pacheco, p. 380.

«Poeta …» de Manuel Monterrey, p. 381.

«A Jesús Delgado Valhondo»[231] (Badajoz, 7-7-56) de Francisco Rodríguez Perera, p. 382.

«Cangilón»[232] de Julio Mariscal Montes, p. 383.

«Carta desde Florencia a Jesús Delgado Valhondo»[233] de Justiniano Gutiérrez Muñoz, 2-1-65, pp. 384-385.

«Domingo por la noche leyendo ‘Primera antología’ de Jesús Delgado Valhondo» (Badajoz, 17-10-85) de Juan Manuel Escudero, p. 385.

«A Jesús Delgado Valhondo» (10-3-70) de Hugo Emilio Pedemonte, pp. 387-388.

«Tener»[234] (27-12-71) de Hugo Emilio Pedemonte, p. 389.

«Poema no universal: Es para Jesús Delgado Valhondo» (Badajoz, 23-11-73) de jaimealvarezbuiza [sic], p. 390.

«Homenaje» (Madrid, 15-3-74) de Manuel Delgado Fernández, p. 391.

«Casi soneto para desear la primavera» (21-3-82) de Benito Acosta, p. 392.

«A Jesús Delgado Valhondo» («Entre tierra y cielo, balanceas …») (Badajoz, enero 1982) de Juan María Robles Febré, p. 393.

«Felicitación navideña a Jesús Delgado Valhondo» (Navidad 1982) de Ángel Sánchez Pascual, p. 393.

«Poema para Jesús» de José Antonio Zambrano, pp. 394-395.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Fernando Chueca Goitia, p. 396-397.

«A él» [235] de Julián Trejo Balsera, p. 398.

«Jesús» [236],  sin nombre del autor, pp. 399-400.

«A Jesús Delgado Valhondo» de José Jorquera Manzanares, p. 401.

En A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje). Badajoz, Cuadernos poéticos Kylix, nº 29, 1993:

«Carta amiga desde el sur y estío» de Andrés Mirón, pp. 33-36.

«Canta el cuerpo de Jesús» de Ángel Sánchez Pascual, pp. 37.

«Un árbol solo» de Antonio Bellido Almeida, pp. 38-39.

«A la tierra te fuiste» de Antonio Guerrero Hierro, p. 40.

«Travesuras inéditas, para Jesús Delgado Valhondo» de Antonio Montero, pp. 41-42.

«Para Jesús Delgado Valhondo con mi agradecimiento» de Antonio Pacheco, p. 43.

«Para Jesús» de Antonio Román Díez García, p. 44.

«Recuerdo y esperanza» de Antonio Salguero Carvajal, pp. 45-46.

«Tarde de azules» de Antonio Zoido, pp. 47-48.

«A Jesús Delgado Valhondo, desde Málaga este ramo de algas» de Benito Acosta, pp. 49-50.

«Esa figura ya desdibujada» de Carlos Cordero Barroso, p. 51.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Carmelo Arribas Pérez, p. 52.

«Elegía a Jesús Delgado Valhondo» de Cosme López García, pp. 53-54.

«Herencia» de Efi Cubero, pp. 55-56.

«La montaña sagrada» de Emilio Serrano Sanz, pp. 57.

«Nunca muere quien ama» de Francisco Collado, p. 58.

«Poeta» de Francisco Hernández García, p. 59.

«Perdido en tu memoria» de Francisco Sánchez Rodríguez, p. 60.

«Fracaso» de Fernando Bravo, p. 61.

«Suenan en el trayecto» (verso 1) de Fernando León, p. 62.

«Destroncado» de Gregorio González Perlado, p. 63.

«Jesús 23 de julio» de Jaime Álvarez Buiza, pp. 64-66.

«Poema para decir a Jesús Delgado Valhondo» de Jesús García Calderón, pp. 68-69.

«La luna de los pozos» de José A. Ramírez Lozano, p. 70.

«Esta noticia ahora» de José Antonio Zambrano, p. 71.

«A mi amigo Jesús» de José Cordero Rubiales, p. 72.

«A Jesús Delgado Valhondo» de Juan Andrés Calderón, pp. 73-74.

«A la sombra del pecho» de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo, pp. 75-76.

«Tiempo sobre el tiempo» de Juan José Cajide Labrador, p. 77.

«De la espera al encuentro» de Juan María Robles Febré, pp. 78-79.

«Te busca mi palabra» de Juana Vázquez, p. 80.

«Fértil senara» de Lola Santiago, p. 81.

«Al poeta Jesús Delgado Valhondo en su galaxia» de Manuel Pacheco, pp. 82-84.

«Nocturnos» de Manuel Pecellín Lancharro, pp. 85-86.

«Elegía» de Miguel Pérez Reviriego, p. 87.

«¿Dónde ponemos los asombros?» de Pedro Belloso, p. 88.

«Soneto para mi vecino poeta» de Plácido Ramírez Carrillo, p. 89.

«Lo importante es morir» de Pureza Canelo, pp. 90-91.

«Soneto desde el mar para Delgado Valhondo»[237] de José Miguel Santiago Castelo, p. 92.

«Segunda orfandad» de Santiago Corchete Gonzalo, p. 93.

«Cuántas veces, Jesús» de Tomás Martín Tamayo, p. 94.

«¡Qué reciamente!»[238] de Vicente Cano, p. 95.

En Homenaje (A Jesús Delgado Valhondo)[239]. Mérida, I.F.P. Emerita Augusta, 1994:

«Carta póstuma a Jesús Delgado Valhondo» de Fernando Galán Cedeño, p.25-26.

«Sonetos» [2] de Florencio Vaca, p. 30.

«El doblar de las cigarras»[240] de Jesús Martínez Álvarez, p. 31.

«¡Vive!» de María del Pilar Calzado Sobrino, p. 34.

«Homenaje a un poeta» y «Nostalgia» de Mari Carmen Gómez Barba, p. 35.

«¡Qué poca cosa somos!», «Homenaje», «Soledad» y «Alma de puente y río» de Sergio Naranjo Santos, pp. 40-41.

«Presencia», «Me revelan», «Recuerdos», «Al alma» y «Raíces» de Eladio Méndez Fernández, pp.43-44.

«El recuerdo del ayer» de Rosa María Molina Valle, p. 48.

«Has entrado en mí» de Gema Belén Díaz Alvarez, p. 49.

«Tres poemas para hablar con Dios» de Francisco López-Arza y Moreno, p. 53.

«Un minuto de mi tierra» y «Caminando hacia mi libertad» de José María Gragera Molina, p. 54.

«Por dónde» y «Matando» de Juan Miguel García Refoyo, pp. 56.

«Vida» de Jesús Sánchez Izquierdo, p. 60.

«Carta a Jesús Delgado Valhondo» de Julián Blasco Fuerte, pp. 61-62.

«Soneto desde el mar para Delgado Valhondo» de José Miguel Santiago Castelo, p. 64.

DOCUMENTOS AUDIOVISUALES:

      Por último, cerramos la bibliografía referida a Jesús Delgado Valhondo con documentos audiovisuales, donde hemos grabado conversaciones con Jesús Delgado Valhondo o imágenes de entrevistas y actos en los que fue protagonista:

CASSETTES

Cassettes nº 1, 2, 3, 4, 5 y 6: Entrevistas a Jesús Delgado Valhondo donde el autor de la tesis indaga sobre su obra poética, su experiencia vital y sus intranquilidades espirituales. Además, contienen recitaciones de poemas realizadas y comentadas por el mismo poeta. Las entrevistas fueron mantenidas en su casa de Badajoz de 1991 a 1993.

Cassette nº 7: Palabras del Presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, explicando las razones que llevaron a esta institución a conceder al poeta extremeño la Medalla de Extremadura, en el acto de entrega de esta distinción. También contiene las palabras de agradecimiento de Jesús Delgado Valhondo, en las que expone datos sobre su personalidad humana y espiritual y su obra lírica. Mérida, teatro romano, 7 de septiembre de 1988.

Cassette nº 8: Programa de Radio Forum (7-6-94), emisora municipal de Mérida, sobre la Presentación y la edición de Homenaje (A Jesús Delgado Valhondo), libro de poemas editado por el I.F.P. Emerita Augusta de Mérida en el año 1994. También contiene el programa de radio de la Cadena SER de Mérida, donde se comentó la presentación y la edición del mismo libro el 20-6-94. Y un poema recitado por Jesús Delgado Valhondo en el homenaje ofrecido a Luis Álvarez Lencero en su taller de forja de Mérida poco antes de morir en 1982.

Cassette nº 9: Recoge la presentación de Huir, último libro de poemas de Jesús Delgado Valhondo, editado póstumamente por Del oeste ediciones y presentado por el autor de la tesis en un acto celebrado en el salón de plenos del Ayuntamiento de Mérida el 6 de junio de 1994.

Cassette nº 10: «Misa de pontifical», poema de Jesús Delgado Valhondo interpretado por el cantautor Luis Regidor:

«Hermosa estaba la iglesia,

ampulosidad sin cuento,

pedanterías bordadas,

pavos reales y un gallo,

barruntando ser gran gala.

En unas nubes de incienso,

nacen mil palomas blancas

y allá en lo alto los ángeles

entre columnas volaban

riéndose bien de los curas

bien de San Pedro en sus barbas.

El obispo va delante

casulleando beatas

 jugando con Dios a un tute,

espeluznante esperanza.

Parece ser la zarzuela

de las cuarenta en espada.

¡Qué magias hace con Dios

el obispo esta mañana

en misa pontifical

y de uniforme de gala!

A una mujer, humor negro,

se le cae hasta la baba.

Toda la gente en la iglesia

viéndole así se entusiasma.

Pero Dios, que tú eres angustia

de tanta broma en el alma

que donde está más agusto

en la casa del paria,

comiendo sopa de pena,

bebiendo vino de lágrima

a veces, como un hombre cualquiera

que va con cruz a la espalda

a Dios ¡qué raro es así

con infinita nostalgia

pura vivencia que nace

en una bienaventuranza»[241].

VÍDEOS

    Vídeo nº 1: Acto de entrega de la Medalla de Extremadura a Jesús Delgado Valhondo, celebrado en el teatro romano de Mérida el 7 de septiembre de 1988.

Vídeo nº 2: Presentación de Homenaje (A Jesús Delgado Valhondo)[242]. Mérida,  salón de actos de la Casa de la Cultura, 6-6-94.

Vídeo nº 3: Presentación de Como mágico perfume[243]. Mérida, salón de actos de la Casa de la Cultura, 9-6-95.

Vídeo nº 4: Acto del nombramiento de hijo predilecto. Mérida, salón de plenos del Ayuntamiento, 9-7-93.

Vídeo nº 5: Presentación de Almacén de ilusiones, baúl de sueños rotos[244]. Mérida, salón de actos de la Casa de la Cultura, 6-6-97.[245]

[En el original de la tesis a continuación va la página 862, que contiene fotocopiados a tamaño reducido los artículos “Mi mejor compañía” de Fernando Delgado, “Sin Jesús, con Jesús” de Santiago Corchete Gonzalo y “J.D.V.” de Jaime Álvarez Buiza. Debajo llevan la nota 245]


[1] Lleva un prólogo titulado «Jesús Delgado Valhondo o la poesía de un poeta sincero» de Eugenio Frutos. La antología incluye una selección de poemas de El año cero, La esquina y el viento, La muerte del momento, “Canto a Extremadura”, La montaña y Aurora. Amor. Domingo completo.

[2] Es una antología que lleva un breve comentario biobibliográfico y una selección de poemas de contenido religioso: «Oración», «El maestro, en vez de explicar las minas, sueña en voz alta» y «Ha nevado» de La esquina y el viento. «Siempre hay alguien» de La muerte del momento. «Levántate y anda», «Ciudad de piedra», «Ciudad de los hombres», «Meditación ante un amigo muerto» y «Cima» de Aurora. Amor. Domingo. «Las siete de la tarde» de El secreto de los árboles. Y «Dios en la noche» de ¿Dónde ponemos los asombros?.

[3] Es una antología que se abre con el mismo prólogo de Eugenio Frutos editado en la Primera antología. Recoge poemas de El año cero, La esquina y el viento, La muerte del momento, «Canto a Extremadura», La montaña, Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles, ¿Dónde ponemos los asombros? y La vara de avellano.

[4]  A ella corresponderían los poemas editados en Entre la yerba … de los tres últimos libros citados.

[5] Es una recopilación de los libros de poemas publicados por Valhondo hasta el momento de su edición. Poesía incluye completos Hojas húmedas y verdes, El año cero, La esquina y el viento, La muerte del momento, «Canto a Extremadura», La montaña, Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles, ¿Dónde ponemos los asombros?, La vara de avellano, Un árbol solo, Inefable domingo de noviembre, Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro. Además, «Sueltos», poemas de Valhondo editados en revistas;  «Solo en Extremadura» (p. 349) que es un poema únicamente localizado en este libro y «Homenaje», poemas dedicados a Valhondo. Y la edición original de La esquina y el viento, que fue mutilada por la colección Tito Hombre con la propuesta de que era muy extensa.

[6] En las dos últimas ediciones aparece con el título de “Cantando a Extremadura (Tierra y cielo)” y en la de Alcántara además añade: «(Extremadura sentida desde el ‘castillo en el aire’ del alma)». El «Canto a Extremadura» no es un libro sino un poema extenso.

[7] Quizás por mediación de su amigo José Miguel Santiago Castelo, actualmente subdirector del diario.

[8] Transcritos en la página poética del Boletín del militante de Badajoz dirigido por Antonio Zoido, que advierte la procedencia de estos poemas en una nota introductoria de la página.

[9] Citado en Poesía, p. 365.

[10] El documento no menciona los títulos.

[11] Citado en una carta.

[12] Este poema Valhondo lo publicará reelaborado en Abanico (1986).

[13] Así lo cita Luis Santamaría en carta a Valhondo del 4-5-52.

[14] También editado en Poesía, pp. 371-373.

[15] Citado en una carta.

[16] Citado en Alcántara, Año IX, 1974, nº 75-76-77, p. 94, y en Poesía española, nº 26, 1954. Somos conscientes de que ésta y alguna otra referencia bibliográfica parecida son incompletas y por tanto debían de haberse omitido, pero pensamos que es mejor citarlas así que omitirlas, pues de esta manera no se pierden datos orientativos para futuros investigadores.

[17] Citado en Poesía española, nº 20, 1953.

[18] Citado en Poesía española, Año XV, nº 136, p. 112.

[19] Pero no podemos asegurarlo porque, aunque las páginas donde aparecen tiene características semejantes a las primeras, no pone el lugar ni la fecha.

[20] Citado en el nº 4 de Álamo (Salamanca).

[21] Citado en el nº 17-18 de Álamo (Salamanca), 1969.

[22] Esta relación de números en los que editó Valhondo la hemos encontrado en el fichero de la Biblioteca Pública de Badajoz, que no especifica los poemas. Sólo hemos conseguido localizar «El maestro en vez de explicar las mimas sueña en voz alta» y «Final de camino» en dos números distintos del Boletín.

[23] Este poema lleva una anotación de El espectador de Ortega y Gasset: «y con un gesto de divina alegría toma en sus manos estas enormes piedras cárdenas y fabrica con ellas un delicioso juguete».

[24] Citado por Rafael Jaume, director de la revista mallorquina, en carta del 2-3-53.

[25] Citado por Manuela Trenado.

[26] Citado por Victoriano Crémer en carta del 20-4-50.

[27] Lo cita Pedro Caba en carta del 16-7-44. Posiblemente editara en algún número más puesto que su amigo Pedro de Lorenzo, componente del grupo promotor de esta revista madrileña, le pidió colaboración en varias ocasiones.

[28] Citado en carta del 17-11-81 por Alberto Montaner Frutos, nieto de Eugenio Frutos, director de esta revista de la Universidad zaragozana.

[29] En el número 83 de Gévora, dedicado a Antonio Juez, Jardinero Mayor de Badajoz, aparece «Una carta de don Jesús Delgado Valhondo» en la página 12.

[30] Citado en Alcántara, nº 56-58 y en Poesía española, nº 6, 1952. Valhondo también debió publicar, al menos, en un número de 1958 y en otro de 1962 como deducimos de sendas cartas de Lencero y Juan Fernández Figueroa.

[31] Posiblemente también editara los poemas «Circo» y «Cine» en otro número.

[32] Todos los poemas citados llevan la firma de “Jesús Delgado”.

[33] “Poeta valenciano. Nació en Ecija (Sevilla) el 4 de febrero de 1902. Hijo de un jornalero del campo, se crió en los cortijos andaluces donde trabajaba su padre y no pudo asistir a la escuela. A pesar de esto tuvo una afición poética muy temprana. A los 12 años publicó sus primeros poemas en una revista de Puente Genil (Córdoba). A partir de este momento no dejó de publicar en revistas del sur y de otras regiones.

Más tarde emigró al Levante y se afincó en Valencia donde consiguió el trabajo de listero en una fábrica. Allí comenzó también a trabajar en su revista Malvarrosa con una ilusión insólita. Pasaba ejemplar a ejemplar a máquina (la tirada era de 100 ejemplares). Los gastos los cubría él mismo y también los que le originaban los viajes en tranvía a la fábrica antes de que llegaran las mecanógrafas para poder pasar la revista, y los de vuelta porque se quedaba mecanografiando después de que se marchaban los obreros». Sirvan estas palabras extractadas de Gévora. Análisis de una revista poética extremeña de Antonio Salguero Carvajal (tesis de licenciatura, 1990, inédita) como homenaje a este “obrero de la palabra” por su inusitado entusiasmo y a otros “obreros” anónimos que con su esfuerzo han mantenido viva la llama de la poesía.

[34] Citado en Alcántara, nº 93-95, 1955 y en Alor, nº 33-34, 1955).

[35] Citado en Alcántara, nº 193, 1978.

[36] Editados en Poesía, pp. 366-370.

[37] Posiblemente sean los primeros poemas editados por Valhondo fuera de la región.

[38] En esta ocasión es una hoja de poesía titulada «Mérida, tierra de poetas».

[39] Es un poema con la dedicatoria: «A Manuel Monterrey, amigo del silencio con veneración», pues con él Valhondo participó en un homenaje a este poeta pacense.

[40] Este poema y los dos siguientes serán editados en la sección «Lira emeritense».

[41] En una página poética dedicada a Luis Chamizo.

[42] Se trata de los mismos poemas que editó en la tercera parte de Los anónimos del coro, que por estas fechas estaban inéditos pues este libro fue publicado en 1988.

[43] Es un poema distinto al publicado con el mismo título en La vara de avellano. No podemos asegurar que fuera editado en el Hoy, porque en la página no aparece ni el lugar ni la fecha, pero el tipo de maquetación y la letra son parecidas a la de este diario pacense.

[44] También por la maquetación de la página donde aparece y el tipo de letra debió ser editado en el Hoy.

[45] Transcritos en Poesía, pp. 352-353, y precedidos por los datos de la edición en Poesía española. Lo mismo sucede con los siguientes poemas de Valhondo en Poesía española y Poesía hispánica.

[46] Transcrito en Poesía, pp. 354-355, donde aparece con la siguiente anotación: «Por este poema me metieron en la ‘Cárcel de Papel’ de ‘La Codorniz’ «.

[47] Transcritos en Poesía, pp. 356-357.

[48] idem, pp. 358-359.

[49] idem, pp. 361-363.

[50] idem, p. 364.

[51] idem, p. 360.

[52] idem, p. 364.

[53] Es una revista en la que Valhondo no publicó por parecerle de historiadores.

[54] Estos poemas serán citados y leídos por Valhondo en el discurso de agradecimiento por la concesión del título de hijo predilecto, que le otorgó el Ayuntamiento de Mérida en julio de 1993.

[55] Aparece transcrito por su hijo Fernando Delgado Rodríguez en «La copa de la palabra: Un soneto inédito de Jesús Delgado Valhondo».

[56] Son publicaciones de circunstancias, que surgen en una celebración festiva anual (Navidad, Semana Santa, Ferias). En este apartado mencionamos varias participaciones de Valhondo en revistas de Ferias, pero también publicó en revistas de Semana Santa: Tenemos una página titulada «Lírica pasionista», donde aparecen los poemas «Jesús Nazareno», «Virgen de la Soledad» y «Santo Entierro», y otra titulada «Misterios dolorosos» con cinco apartados, aunque ambas sin datos del lugar ni la fecha de edición.

[57] Transcritos en Poesía, pp. 350-351.

[58] Editado en 1983, aunque sólo la 3ª y 4ª estrofa acompañando a un anuncio de la Caja de Ahorros de Badajoz, que aparece en una publicación desconocida para nosotros, porque sólo hemos localizado esta página.

[59] Sólo hemos revisado los números de 1960 a 1965, lustro en que Valhondo residió en Mérida. Estamos seguros de que en números anteriores y posteriores hay más colaboraciones del poeta emeritense.

[60] Editado también en un artículo de Antonio Salguero Carvajal titulado «Mérida, ¿dónde has ido?». Empresa ’92 (Mérida), nº 3, 1994, pp. 99-100.

[61] Varias páginas más adelante, Valhondo edita el relato titulado «El niño A», que encabezaría en 1978 su libro de narraciones cortas Ayer y ahora.

[62] Se trata de un versículo de Inefable domingo de noviembre, que pertenece al poema «Las traseras del tiempo». Como lo publicó independientemente le puso un título nuevo.

[63] Citada en carta de Fernández Nieto del 21-10-59.

[64] Según Manuela Trenado.

[65] Citada en Alcántara, nº 141.

[66] Según Manuela Trenado.

[67] Citado en Alcántara, nº 126-134.

[68] Además, Valhondo tiene canciones en verso en una obra de teatro, El último gallinero de Manuel Martínez-Mediero. Barcelona, Ministerio de Información y Turismo y Ayuntamiento de Sitges, 1971. Creemos que también tiene textos poéticos en otras dos obras de Mediero, Adolfo (inédita) y El regreso de los escorpiones (Barcelona, Revista Lloryck, 1970), pero no hemos podido comprobarlo por ser inédita la primera y estar agotada la edición de la  segunda.

[69] Distinto al poema del mismo título editado en El año cero. Tiene corregido dos versos.

[70] Las sílabas por debajo tienen una marca de haberlos medido cuidadosamente.

[71] Lleva esta dedicatoria: «Madrina de la Fiesta de la Poesía. Badajoz, 5 de junio, 1970».

[72] Es el primer verso de un poemilla sin título, que aparece en un borrador de Valhondo.

[73] Lleva la dedicatoria: «A Enrique Sánchez de León». En la portada interior de Canciúnculas aparece manuscrito un poema con el mismo título, pero sus versos son distintos.

[74] Con el último verso rectificado, otro corregido y uno añadido al final.,

[75] Está dedicado a «A Antonio Sánchez, en el día de su homenaje con admiración y cariño».

[76] Enviado por Valhondo a Antonio Granado Ruiz, alcalde Jerez de los Caballeros en carta sin fecha. El alcalde acusa recibo en carta del 31-7-74.

[77] Lleva la cita de una canción popular: «Si de Alconchel, mi niña, / vas a Olivenza / ponte saya y corpiño / de día de fiesta».

[78] Después del título aparece esta cita de Miguel Hernández: «¡Qué abismo entre el olivo y el hombre se descubre!».

[79] Aparece en una cuartilla que tiene el membrete del II Congreso de Estudios Extremeños, celebrado en Cáceres (1949).

[80] Debajo del título pone «José Mª Sourrón (o Souvirón)».

[81] Son cinco poemillas dedicados a los misterios gozosos de la gestación y nacimiento de Cristo.

[82] Tenemos tres versiones: la original, manuscrita. La intermedia, mecanografiada y con correcciones manuscritas y la definitiva, mecanografiada. Valhondo debió enviar este poema a un certamen poético, pues en la versión definitiva aparece «Lema: Zuzón».

[83] Lleva una anotación después del título: «Como a  hermano mayor te saludamos (Pot. hebraico-emeritense)».

[84] Lleva una anotación después del título: «La nada es una cosa que hay allá dentro».

[85] Lleva dos citas después del título: «Como cualquier hijo de vecino el poeta pacta con su soñado mundo la paz nuestra de cada día» y «Vamos a inventar un mundo con solo decir palabras». Después aparece las iniciales del poeta: «J.D.V.». La segunda pertenece a «Ciudades palabras», primer poema de Aurora. Amor. Domingo. Y la primera debe ser también de Valhondo por su forma y contenido. De «Las capitulaciones de un poeta» tenemos el borrador y el original.

[86] Es el primer verso de un poema sin título.

[87] Tiene los cuatro últimos versos corregidos a mano.

[88] Valhondo se lo envió a Fernando Bravo dedicado en carta del 23-4-51.

[89] Poema incluido en el pregón de las Fiestas Patronales de Montánchez (1981) que Valhondo pronunció.

[90] Dedicado «A Manuel Rojas, alcalde, que me ha regalado una Puerta de Palma para juguete del recuerdo y del alma de las cosas». Diciembre de 1988.

[91] Es el primer verso de un poemilla sin título, que aparece en un borrador de Valhondo.

[92] Lleva la anotación: «Mientras dan las doce de la noche», dos versos manuscritos al final y otra anotación manuscrita: «Campaña de Educación Fundamental año 1958».

[93] Dedicado a Bernardo Víctor Carande.

[94] Es un poema dedicado a Tomás Martín Tamayo, que éste amablemente nos cedió.

[95] Es el primer verso de un poemilla sin título, que aparece en un borrador de Valhondo.

[96] Además completa nuestra documentación de la obra poética de Valhondo una relación de poemas manuscritos o mecanografiados, que han sido publicados la mayoría en libros y otros medios. Sin embargo la exponemos porque pueden servir de documento comparativo para el investigador que desee analizar la variantes introducidas por el poeta cuando los hizo definitivos:

-«A Carlos Cordero». Manuscrito. Carlos Cordero envió este poema, que le había escrito Valhondo, a Fernando Delgado (hijo del poeta) en carta desde Guadalupe el 4-7-96.

-«Aljibe». Mecanografiado. Al lado del título el poeta ha añadido a mano «de Mérida».

-«Amanecer en Badajoz». Mecanografiado. Editado en Aurora. Amor. Domingo.

-«Árbol nuevo» (Soneto). Mecanografiado. Editado en Hojas húmedas y verdes.

-«Badajoz». Mecanografiado. Dedicado a Ricardo Senabre. Fue editado en el Hoy el 20-6-75. Tenemos tres versiones distintas.

-«Buscando mi infancia en la ciudad donde nací» (soneto). Mecanografiado. Editado en ¿Dónde ponemos los asombros?

-«Camino». Mecanografiado. No sabemos dónde fue editado.

-«Cuadros». Mecanografiado. Editado en el «Canto a Extremadura» con variantes.

-«Dentro del alma vivo al hombre». Mecanografiado. Editado en ¿Dónde ponemos los asombros?

-«El loco». Mecanografiado. Editado en ¿Dónde ponemos los asombros? con variantes.

-«El látigo de Dios». Manuscrito. Lleva una cita de Job: «No desdeñes, el castigo del Omnipotente».

-«Fecundidad» (soneto). Mecanografiado. También fue editado en Hojas … Lo tenemos además manuscrito precedido de una anotación: «Breve Antología Poética de Jesús Delgado Valhondo».

-«Guadiana». Mecanografiado. Lleva una cita de Juan Ramón Jiménez: «Viene una música lánguida, no sé de dónde, en el aire». Es un poema distinto al editado con el mismo título en La vara de avellano.

-«Jaras». Mecanografiado. Es distinto al que con el mismo título editó en la revista del mismo nombre. Tiene bastantes correcciones a mano.

-«Las estrellas impalpables que vagan por la luz». Mecanografiado. Publicado en La esquina y el viento.

-«Leyendo a  Antonio Machado». Mecanografiado. Fue editado en el nº 275 de Poesía española.

-«Noche con mujer dormida en el paisaje. Y no llegar». Mecanografiado. Fue editado en «Poemas de Amor para la Muerte» de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

-«Noviembre». Manuscrito. Dedicado a Ricardo [Senabre] y a Marcela. Fue editado en el Monográfico «Jesús Delgado Valhondo» del 28-11-93.

-«Tiempo perdido». Mecanografiado. Editado en ¿Dónde ponemos los asombros?

-«Un momento de alegría que encontré en la calle sin saber cómo, en la calle lo perdí». Mecanografiado. Dedicado a Bernardo Víctor Carande. Tiene tres correcciones.

-«Villancico del toro español». Manuscrito. Fue enviado por Valhondo en una carta de diciembre de 1981 a Fernando Bravo y a otras personas como Jorge Guillén para felicitarles la Navidad. Tenemos dos versiones.

-«Villancico de la Cultura». Mecanografiado. Fue editado en el Hoy del 21-12-90.

-«Villancico de la Universidad». Mecanografiado. Fue editado en el Hoy del 21-12-90.

[97] A este apartado lo precedería otro que recogiera la novela Isaac de Jesús Delgado Valhondo, si la hubiéramos localizado. Sabemos de su existencia no sólo porque nos habló de ella y nos explicó su contenido con detalles (recogido en uno de los cassettes), sino también porque Valhondo se la envió a Pedro Caba y éste la cita en la carta que le remitió desde Valencia el 1-4-47. También es mencionada en carta de Valhondo que decía tener otra novela en mente. Zarza de Alange, 17-10-58. Citada también por Manolo [sic] en carta. Bilbao, 17-5-69.

[98] Dedicado «A mi sobrino Juan Diego Delgado Bayo, estudiante de Farmacia».

[99] En estas páginas dice Pecellín que también ha sido editado en el Hoy.

[100] Incluimos también alguno inédito.

[101] Este artículo tiene un contenido semejante al poema «Amanecer en Badajoz» de Aurora. Amor. Domingo.

[102] Parece ser que no fue publicado en un periódico, sino en la revista de la feria de aquel año, pues el diseño de la página así lo indica.

[103] Al lado del título pone «Pregón».

[104] Reflexiones parecidas a las que hace Valhondo en este artículo, aparecen en poemas de Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre.

[105] Este artículo tiene el mismo título y semejante contenido que el poema «El lenguaje de las flores en la Navidad» de La muerte del momento.

[106] Último artículo escrito por Valhondo, que fue editado póstumamente una semana después de su muerte.

[107] La copia no parece de un periódico; posiblemente este artículo fuera editado en una revista.

[108] El contenido de este artículo nos da la clave significativa de los poemas «El membrillo» y «La manzana», editados en Hojas húmedas y verdes y El año cero.

[109] Revista técnica agraria de la Junta de Extremadura. Este mismo artículo sería publicado en la Revista de la romería de San Isidro de Mérida, editada por Gráficas Gaspar el 18 de mayo de 1997.

[110] Está fechado en Cáceres, agosto 1948.

[111] Este mismo artículo con unas leves variaciones para adaptarlo al lugar donde se publica apareció en la revista de Feria de Zarza de Alange, 1962.

[112] El contenido de este artículo se relaciona con el poema «Los años», que fue editado en La esquina y el viento.

[113] La página en la que aparece no es la de un periódico.

[114] Lleva debajo del título esta cita de Juan Ramón Jiménez: «EL TIEMPO. Estábamos hablando hace un instante: ‘Dentro de veinte años cuando yo tenga 45 …’; y de pronto, malestar, menos cuerda, una luz y una sombra que se huyen, la mano por los ojos; y sin saber cómo, nos encontramos diciendo: ‘Hace 20 años, cuando yo tenía 25 …’. Y ¿qué es lo que ha pasado mientras tanto, en ese dudoso, incojibleincomprendido instante? Nada, eso, tiempo».

[115] Estas palabras explican en buena medida el contenido de Huir, su último libro de poemas.

[116] En las reflexiones que contiene este artículo, se encuentra la razón de ser del poema «La estación» de Hojas húmedas y verdes y «Estación de ferrocarril» de El año cero.

[117] Por la maquetación de la página donde es editado, parece que no es un artículo publicado en un periódico sino en una revista.

[118] Valhondo aseguraba tener escritas varias obras de teatro (que no hemos logrado localizar) y que una de ellas se titulaba como este artículo y tenía un contenido basado en las ideas vertidas en él, que además ayudan a comprender la vida que Valhondo sentía en las ruinas y a comprender el origen de Los anónimos del coro.

[119] El contenido de este artículo es semejante al del poema «Meditación ante un amigo muerto (Fondo de ciudad)» de Aurora. Amor. Domingo.

[120] Está fechado en Badajoz, diciembre de 1947.

[121] En este artículo aparece una lista de 52 libros, de los que Valhondo propone su edición.

[122] Este artículo fue editado posteriormente en el Hoy (Badajoz), 1973.

[123] En este artículo se refiere a aquel arca donde encontró un membrillo entre la ropa de una joven y le inspiró el poema «El membrillo», editado en Hojas húmedas y verdes y El año cero.

[124] Este artículo explica el contenido del poema «Retrato de muchacha en una casa de huésped» de La vara de avellano.

[125] Debió se publicado posteriormente en una revista, pues el formato de las páginas en que aparece no es de un periódico.

[126] Este artículo sirve para entender el contenido de Los anónimos del coro.

123 La concepción espiritual, que Valhondo expone en este artículo sobre la vida, es la que desarrolla en su poesía, al menos hasta que pierde la esperanza definitivamente en La vara de avellano.

[127] Su contenido ayuda a entender la concepción religiosa que Valhondo tenía de la vida, una empinada cuesta que había que subir trabajosamente para encontrar las respuestas existenciales en la meta, donde se hallaba Dios.

[128] Valhondo nos contó que este artículo lo escribió a petición del conde de Canilleros, que deseaba llamar la atención del gobierno civil sobre el estado ruinoso de este templo cacereño para propiciar su restauración.

[129] Valhondo en este artículo vierte ideas personales sobre el respeto que el ser humano debe tener por la naturaleza, adelantándose varias décadas a los movimientos ecologistas.

[130] Valhondo inconscientemente usará el contenido de este artículo en el poema «Y dieciséis» de Huir, su último libro pues, igual que la mujer anónima del artículo espera a alguien, el poeta supone que alguien lo está esperando en el momento de partir para la otra vida.

[131] En este artículo menciona el vértigo que sintió en el  Mirador del cable cuando estuvo en Santander. En el poema de La montaña, «Desde el mirador del cable», también cuenta líricamente la fuerte sensación sentida en aquella ocasión.

[132] Este artículo alaba el libro del mismo título de Antonio Zoido, donde Valhondo publicó un cuento titulado «Cáceres».

[133] Apremia a Valhondo para que se afilie al Sindicato Español del Magisterio (S.E.M.): «Es urgente que se afilien al S.E.M. los compañeros que no lo hayan hecho”.

[134] Opinión negativa sobre Canciúnculas y positiva sobre El año cero. Esta crítica será la que haga desistir a Valhondo de intentar la publicación de Canciúnculas y atrasar la de El año cero.

[135] Opinión positiva sobre de El año cero, que Valhondo sigue preparando, y consideraciones sobre el panorama poético del momento que, según Caba, se encuentra invadido por el «sonetismo» de Ridruejo: «Creo que la reacción es no hacer sonetos o hacerlos de quince versos y de cualquier número de sílabas para liberar de nuevo la expresión poética».

[136] Comentario sobre tres poemas  («Ese ciprés», «Tierra» e «Ir») de donde deduce una característica de la personalidad lírica de Valhondo: su «ímpetu poético».

[137] Le da noticias sobre el grupo poético onubense de Francisco Garfias.

[138] Le anuncia que ha dado a leer a Emilio Carrere sus poemas así como a dos recitadoras profesionales (Juanita Azorín y Carmen Loyzaga), que incluirán poemas de Valhondo en sus repertorios.

[139] Orientación sobre dónde le conviene publicar (Garcilaso y Cisneros de Madrid) y dónde no (Cauce de Huelva).

[140] Le critica positivamente, aunque le propone correcciones de los poemas: «El membrillo», «La venta», «La manzana», «Dos de la tarde en verano».

[141] Opinión positiva de los poemas de Hojas …, excepto de «Semana Santa», poema que abre el libro, «contagiado de ciertas faltas del sur». Lo invita a participar en Proel.

[142] Comentario positivo sobre Hojas húmedas y verdes, del que destaca los poemas «Día nuevo», «Mañana vieja», «La venta», «La manzana» y «El membrillo». Le comunica que ha visto sus poemas en La estafeta literaria y que comentará Hojas … en Corcel.

[143] Se sorprende de la edición de Hojas … porque no se lo esperaba y no le gusta la presentación ni las erratas. Además considera un desacierto la corrección realizada por Valhondo al cambiar «un árbol ‘solo’ » por «un árbol ‘seco’ » del poema «Meditación».

[144] Le comenta que Vicente Gaos se ha impresionado con sus versos («Son poetas de oído [se refiere a Gaos y su grupo] y, claro, cuando se encuentran con poetas que oyen y leen en la Naturaleza, quedan desconcertados») y el deseo mostrado por Gaos de entablar relación con Valhondo.

[145] Opinión sobre poemas de El año cero; destaca el titulado «Abril» y su tono andaluz. No está de acuerdo con la palabra «ceros» del poema «La venta» de este libro, porque «resulta acaso demasiado abstracto y fuera de tono con tal palabra».

[146] Acusa recibo de dos libros de Valhondo (Le dijo la arena al viento y Campos, ramas y azul) y le informa de que han sido admitidos para publicarlos en Fantasía.

[147] Le critica que utilice la palabra «suicidio» en un poema «donde se alude al ‘huerto’ de Jesús el de Galilea». Le vuelve a insistir en que se aparte de la tristeza que invade su poesía.

[148] Comentario sobre la imposibilidad de publicar El año cero en la colección de poesía Adonais por estar saturada de originales; le recomienda las colecciones Proel (Santander) y Halcón (Valladolid).

[149] Opinión sobre la poesía de Valhondo, en la que encuentra «mayor concentración».

[150] Comentario y recomendaciones a Valhondo sobre varios poemas: «Velándome sueños», «Madrugada», «Tengo ganas de llorar», «Noche»…y una serie de villancicos, de los que Frutos destaca el III y el IV; posiblemente se trate de la misma serie de siete villancicos, que editó en la cuarta parte de La esquina y el viento bajo el título de «El nacimiento».

[151] Ante la impaciencia de Valhondo por ver editado El año cero, Celaya lo calma asegurándole que tiene un interés especial en que sea Norte quien revele «a este poeta de verdad llamado Jesús Delgado Valhondo».

[152] Opinión positiva sobre unos poemas de Valhondo e intención de publicarle una página en Espadaña. También le anuncia la publicación de un poemilla en un número de esta revista dedicado a la Semana Santa leonesa, de otro en el nº 45 y de una crítica de El año cero.

[153] Comentario sobre la atracción que siente por la hondura y la sencillez del estilo personal de Valhondo al leer poemas de El año cero. También le comenta el recuerdo que le traen de Machado «pero sólo en la hondura de la cala y en la sencillez de la expresión tan parca y sin embargo tan expresiva y sugerente».

[154] Comentario sobre el estilo personal de Delgado Valhondo («usted es íntegra y profundamente humano») y el triángulo poético extremeño que Gazul imaginaba formado por Manuel Pacheco, Manuel Terrón y Jesús Delgado Valhondo.

[155] Acusa recibo de El año cero y le agradece la dedicatoria del poema «Olivos», editado en este libro. Comentario sobre el estilo personal de Valhondo: «Encontraba oyéndole emociones de cosas nuevas y originales. Sencillas, simples, sin arrumacos me entraban en el alma inquietándome».

[156] Comentario sobre la difusión de El año cero y el orgullo de Norte por darlo a conocer.

[157] Anuncio de la publicación de La esquina y el viento por la colección Tito hombre, pero en edición más reducida que la enviada por Valhondo.

[158] Le pide poemas para publicar en Dabo, la revista que dirige.

[159] Comentario sobre La esquina y el viento y ofrecimiento para que vaya a Madrid y se relacione con el mundillo literario.

[160] Aprueba que Valhondo publique La muerte del momento en su colección Mirto y laurel, pero le advierte que debe esperar.

[161] Le anuncia inminente edición de La muerte del momento en Gévora.

[162] Opinión sobre La esquina y el viento, del que destaca los poemas «Mi sombra», «Madrugada», «Ha nevado». Lo anima a enviar poemas al premio de poesía Ciudad de Barcelona.

[163] Comentario sobre la edición y difusión de La montaña que, aunque está casi preparado, debe esperar un tiempo hasta que se haya distribuido el libro de Celaya, que acaban de editar.

[164] Acusa recibo de La montaña y lo anima a enviarlo al premio Adonais.

[165] Le comunica el envío de poemas de varios poetas a la revista Euterpe de Buenos Aires y le comenta un programa de radio donde recitarían poemas varios poetas extremeños, entre ellos Valhondo.

[166] Opinión encendida sobre Valhondo. Le comenta que el poema «Cáceres» saldrá en Índice según le ha dicho Figueroa, su director. Y le pide el poema para el número de Picasso en Gévora.

[167] Comentario sobre la buena impresión que ha dejado Valhondo en Madrid después de un recital: «Todos se maravillaron de cómo dices los versos». Le pide que le envíe poemas.

[168] Le explica el objetivo del Comité: «Le but de notre Comité est precisément de faciliter à des écrivains et intellectuels européens d’ obtenir des livres d’autres pays qui peuvent les intéresser».

[169] Le pide poemas de Aurora. Amor. Domingo para publicarle una página en Índice.

[170] Le pide poemas, acompañados de una nota biobibliográfica, para editar en la Antología de la poesía española que está preparando, y que le dé nombres dignos de figurar en ella.

[171] Opinión sobre la Primera antología.

[172] Le anuncia que Rocamador está dispuesto a editarle su siguiente libro ¿Dónde ponemos los asombros? y le da las condiciones económicas.

[173] Opinión sobre la poesía personal de Valhondo en la Primera antología.

[174] Le anuncia una reseña de El secreto de los árboles, del que le dedicó el primer poema («La calle») en el periódico Madrid y le habla de cómo va la edición de su Historia y antología.

[175] Opinión sobre El secreto de los árboles.

[176] Le anuncia la publicación del poema «Catedral» en el primer número de Álamo.

[177] Lo invita a participar en una Antología de poetas en lengua castellana.

[178] Le anuncia la fundación de una «serie poética» titulada «Árbol de fuego», y le solicita el envío de un «texto inédito de usted para insertarlo en las páginas de mi colección».

[179] Anuncio de la invitación que les ha cursado Pemán para que Valhondo, Lencero y él den una lectura poética en los Cursos de verano de Cádiz el día 8 de agosto.

[180] Comentario sobre una novela de Valhondo de la que no cita datos.

[181] Comentario de la nota crítica sobre ¿Dónde ponemos los asombros? que ha enviado a Arriba.

[182] Lo invita a participar en el homenaje a Gabriel y Galán.

[183] Le pide que le envíe algo de lo que escriba, pues sólo lo conoce por la página literaria del Hoy.

[184] Agradecimiento por una crítica realizada por Valhondo en el Hoy a un libro suyo.

[185] Comentario sobre condiciones para la edición de La vara de avellano.

[186] Comentario sobre La vara de avellano, del que destaca los poemas «Retrato de una muchacha…», «Abre en el aire un hueco» y «La vara de avellano».

[187] Agradecimiento por el poema «Badajoz» que le ha dedicado Valhondo en el Hoy.

[188] Agradecimiento por el envío de Un árbol solo.

[189] Le anuncia que ha escrito un comentario de Un árbol sólo para «mis periódicos mejicanos».

[190] Le comunica la angustia y la soledad en que vive en Colmenar, solo y con su madre enferma. Además lo alaba con la pasión que lo caracterizaba.

[191] Comentario amplio sobre Inefable …

[192] Agradecimiento por el envío de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[193] Comentario sobre la impresión positiva que le ha causado el viaje realizado a Extremadura y el aprecio que se le tiene a Valhondo.

[194] Comentario sobre el último libro de relatos de Valhondo, El otro día.

[195] Le comunica la idea de refundir tres libros que tienen preparado en uno solo y sus deseos de asistir a la tertulia cacereña. Espera el número de Garcilaso del mes de mayo, donde aparecerán poemas suyos.

[196] Le pide varios ejemplares de Alcántara para enviarlos a América.

[197] Comentario sobre un número de Rocamador y sobre el gusto que sentía por la prosa de Valle Inclán y Gabriel Miró.

[198] Le comenta que también podía haberse ido de Extremadura pues le ofrecieron puestos en Madrid y en Barcelona, pero «me debo, también, a la tierra».

[199] Le comenta la polémica levantada por una ponencia suya y de su amigo José María Osuna sobre desacertadas restauraciones de monumentos y opinión negativa sobre algunos extremeños.

[200] Le habla sobre su lesión en el pulmón, la publicación inminente de La vara de avellano y su intención de publicar una segunda antología.

[201] Le anuncia un comentario que ha realizado en el Hoy de una antología de Frutos, que ha terminado Un árbol solo y que tiene en proyecto editar con Sánchez Pascual una «Historia de la Literatura extremeña actual».

[202] Agradecimiento por el artículo «Delgado Valhondo» de Castelo.

[203] Le agradece su interés por publicarle un poema en la revista Gaudeamus.

[204] Le habla sobre la tranquilidad que siente lejos de todo.

[205] Le anuncia que ha finalizado Los anónimos del coro y «Sonetos de amor para la muerte».

[206] Le comunica su interés en publicar Las Galgas y Lázara la profetisa de su padre, Pedro Caba, en la Editora Regional de Extremadura.

[207] Le envía el cuento titulado «Nochebuena», que luego publicaría en su último libro de relatos El otro día.

[208] En el ABC del 20-3-67 se hace un resumen de su contenido.

[209] El texto lleva una anotación mecanografiada que dice: «Dado también por Radio Nacional del día 19-2-1957, emisión ‘Café de Platerías’ «.

[210] Seudónimo de Enrique Segura Otaño.

[211] Por entonces Consejero de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura.

[212] Donde se incluye una estrofa del poema «Nueva Extremadura» del «Canto a Extremadura» de Valhondo.

[213] Participaron 19 poetas del Grupo Ángaro entre los que se encontraba Valhondo.

[214] Es otra antología del grupo Ángaro, que incluye 42 poemas de los que 3 son de Valhondo.

[215] Robles Febré homenajea a Jesús Delgado Valhondo diciendo: » […] y al inconmesurable Jesús Delgado Valhondo, que se nos fue con Dios Poeta. Hemos querido que su inmenso poema ‘Jesús Delgado’, publicado en nuestro segundo número, cierre la Colección».

[216] En las pp. 43-54 aparece editado el poema «Jesús Delgado» de Ruiseñor perdido en el lenguaje como homenaje a Jesús Delgado Valhondo, que con este poema cierra la Colección Kylix.

[217] Estas ediciones incluyeron poemas de Valhondo.

[218] Sánchez Pascual asegura que la obra poética de Valhondo caló muy mucho en Hans-Jörg Neuschäfer, «el investigador alemán más prestigioso sobre la Literatura española del siglo XX» como demuestran las dos páginas que dedica al poeta extremeño en su Hispanische Literaturgeschite, y que «en dos cursos celebrados en Baviera y Hamburgo se presentaron ponencias sobre aspectos diversos de la lírica delgadovalhondiana». Es la primera noticia que tenemos sobre este asunto y, a estas alturas con la tesis a punto de ser cerrada, nos resulta imposible confirmar y ampliar estos datos. No obstante queremos dejar constancia de este hecho.

[219] Escrito jocoso con motivo de la publicación del artículo de Valhondo «Saber beber».

[220] Cuando en una noticia no aparece el nombre del corresponsal que la escribe se debe a que no se cita.

[221] Lleva la dedicatoria: «A D. Jesús Delgado Valhondo con el envío de mi amistad y admiración como poeta».

[222] Curiosamente Valhondo nos pidió que le transcribiéramos el poema, porque no había conseguido entender la letra casi ilegible de Monterrey.

[223] Dedicado a Valhondo y a Joaquina, su mujer.

[224] Lleva la dedicatoria: «Al amigo y compañero JESÚS DELGADO VALHONDO».

[225] Sólo se identifica con la firma, que es ilegible. Lleva una dedicatoria: «Para Jesús Delgado Valhondo este poema que te debía hace tiempo».

[226] Lleva la siguiente dedicatoria: «Al entrañable amigo D. Jesús, que pastorea luceros, y que en su sublime lirismo seguirá con sus versos en campos celestes, cuajados de encinas, trigos y amapolas …».

[227] Al final aparece una anotación manuscrita: «Para leerla en el banquete que se da en su honor en el casino de Badajoz Hoy 7 de julio de 1956 por su triunfo de la Flor Natural». Se refiere al Premio recibido por Valhondo en los Juegos Florales de este año.

[228] Lleva la anotación: «Sobre unos poemas de J.D.V.».

[229] También dedicado a Joaquina, esposa de Jesús Delgado Valhondo.

[230] Lleva la dedicatoria «A mi amigo Jesús Delgado Valhondo por su CANTO A EXTREMADURA -Flor Natural- en los Juegos Florales de junio de 1956 en Badajoz)».

[231] Lleva esta anotación manuscrita: «Para leerla en el banquete que se da en su honor en el casino de Badajoz Hoy 7 de julio de 1956 por su triunfo de la Flor Natural». .

[232] Lleva la dedicatoria: «A Jesús Delgado Valhondo. Sean estos versos de la tierra mi primer saludo».

[233] Sería posteriormente editado en Azor (Barcelona), nº 25, octubre-noviembre 1966.

[234] Aparece la anotación «Sobre unos poemas de Valhondo».

[235]  Aparece la anotación «¿Dónde ponemos los asombros?».

[236] «Para Jesús Delgado Valhondo, este poema que te debe hace tiempo».

[237] También en Hoy (Badajoz), 24-7-93. En monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6. Y en Alcántara (Cáceres), nº 33, 1994.

 y en Homenaje. A Jesús Delgado Valhondo. Mérida, I.F.P. Emerita Augusta, 1994, p. 64.

[238] También en Manxa (Ciudad Real), nº 64, 1994.

[239] El libro se encuentra ilustrado con dibujos de Juan Fernández Pinilla, cuyos contenidos corresponden a los siguientes poemas de Jesús Delgado Valhondo: «Subiendo La montaña» (de La montaña), p. 24. «Coxalgia» (de La esquina y el viento), p. 29. «La venta» (de El año cero), p. 33. «Calle de la nada» (de ¿Dónde ponemos los asombros?), p. 38. «Doblar una esquina» (de Aurora. Amor. Domingo), p. 42. «Levántate y anda» (del mismo libro), p. 47. «Dios en la noche» (de ¿Dónde ponemos los asombros?), p. 52. «Los años» (De La esquina y el viento), p. 63. También aparecen dibujos en las páginas 4 y 65. El homenaje a Jesús Delgado Valhondo consistió en la edición de este libro y en la representación de un diaporama protagonizado por los alumnos de 4º curso de Informática, que realizaron un repaso de la experiencia vital y lírica de Jesús Delgado Valhondo, acompañándose de música y diapositivas. El coordinador de ambos hechos fue el autor de esta tesis. 

[240] Lo transcribimos al final del capítulo I cuando hablamos del sepelio de Jesús Delgado Valhondo.

[241] Sobre este poema Valhondo dijo: «Escribí un poema [a comienzos de los años 30] ‘Misa de Pontifical’ que se hizo conocido y, cada vez que lo cantaban, a la persona que lo hacía [se refiere a Luis Regidor], que puso letra a ‘Misa de pontifical’ y lo incluyó en su repertorio] le echaban 50.000 pesetas, una multa muy cuantiosa para aquellas fechas. No se ha publicado nunca. En él me sitúo en una misa solemne a la que asistían gente de la Nobleza, ricos, etc. con sus trajes caros y su boato; terminaba el poema diciendo que Dios donde más a gusto estaría que allí era comiéndose una sopa de peces y bebiéndose un vino de lágrimas en casa de cualquier paria. ¿Yo peco con esto? No, está dentro de la Iglesia». En “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo” de Antonio Salguero Carvajal, cassette nº 2, cara B, 1992. Camilo José Cela en carta desde Palma de Mallorca (11-3-71) le agradece este poema  que le había enviado Valhondo dedicado.

[242] Mérida, I.F.P. Emerita Augusta, 1994.

[243] Mérida, I.F.P. Emerita Augusta, 1995. Repaso audiovisual de la poesía de autores extremeños, donde Valhondo fue una figura fundamental.

[244] Mérida, I.F.P. Emerita Augusta, 1997. Montaje idéntico al anterior, aunque ampliado y perfeccionado pues, por ejemplo, la música fue compuesta para la ocasión por Juan Antonio Negrete e interpretada en directo por él (flauta y acordeón), Javier Leal (guitarra), Mercedes Carmona (voz y percusión) y Francisco Barjola (violín). Valhondo fue una de las claves sobre la que giró este nuevo recorrido por la poesía de autores extremeños.

[245] Cerrada la tesis y ante la imposibilidad de colocar en su lugar correspondiente los artículos dedicados a Jesús Delgado Valhondo en el cuarto aniversario de su muerte, lo hacemos aquí con la satisfacción de haber recogido documentación sobre el poeta extremeño hasta el último momento. Sólo falta el titulado «‘Ya soy tierra extremeña'» del autor de esta tesis pues, por su extensión, no cabe en esta página, aunque sí hemos podido registrarlo en la bibliografía. 

 

Fotografía cabecera: Meandro del Melero, visto desde el mirador de La Antigüa. Hurdes

 

Poesía (III,5)

RUISEÑOR PERDIDO EN EL LENGUAJE  (1987)

Ruiseñor perdido en el lenguaje es un libro dividido en dos partes con distintos contenidos, que no obstante suponen en conjunto un nuevo ahondamiento reflexivo de Jesús Delgado Valhondo en sus problemas trascendentales porque, a estas alturas de su vida y de su obra lírica, siente con más nitidez la acción negativa del tiempo y la cercanía de la muerte.

De ahí que por un proceso lógico en su primera parte el libro sea una rememoración nostálgica y una justificación melancólica y angustiada de su vida («Tengo un poeta autobiográfico donde intento definirme o quizás justificarme»[1]), en forma de repaso nostálgico de su existencia que está llegando irremisiblemente a su final. Así lo supo ver Antonio Zoido cuando, después de leer el libro, aseguró: «Valhondo profundiza sobre todo en la nostalgia»[2] entresacando del cúmulo de sensaciones sugeridas por el poeta en Ruiseñor… la emoción que más destacada sobre las otras, porque el libro es la esencia de su nostalgia existencial convertida en poesía.

En su segunda parte Ruiseñor perdido en el lenguaje es otra justificación del estado escéptico que el poeta soporta al final de su vida, cuando intenta usar el amor como último recurso para superar a la muerte y tras el fracaso resultante acabar insistiendo en los temas preocupantes, que lo mantenían intranquilo en esta etapa crepuscular de su vida: el pasado, los recuerdos (sobre su amor divino y humano de antaño), la fugacidad del tiempo y la proximidad de la muerte. Aunque ahora los expresa con una forma distinta a la primera en moldes clásicos para imprimirles más rigor y empaque, intentando llamar la atención sobre la nitidez con que el poeta los siente cuando nota cómo se acelera el tiempo y se aproxima la muerte, ante la que se encuentra indefenso porque nada hay que pueda detenerla ni esperanza en la inmortalidad para superarla.

«A mí me han construido como a todos vosotros. La vida es algo horrible; yo ya soy viejo y la veo desde esta altura mía: los de arriba nos dicen lo que tenemos que hacer»[3] aseguró Valhondo contundentemente en un comentario previo a la lectura del poema «Jesús Delgado» de Ruiseñor perdido en el lenguaje, donde se refleja ese horrible sentimiento del que se nota, en el ocaso de su existencia, desorientado, escéptico, indefenso y solo.

Ángel Campos ahonda en el contenido del libro, trasciende su significado superficial y entiende que Ruiseñor… «Como el de San Juan, como el Keats, como la Filomela de Rubén Darío, el Ruiseñor de Valhondo es también una reflexión sobre el hecho de escribir, sobre la absoluta necesidad personal de la escritura»[4]. Es cierto, porque Ruiseñor … supone una reiteración de las preocupaciones existenciales del poeta sobre las que ejerce una mayor influencia negativa el tiempo, a la vez que es el resultado de la necesidad de seguir exponiéndolas por escrito y en forma lírica. No se debe olvidar que Valhondo había pensado que Inefable … fuera su último libro de poemas y sin embargo ese escape, que le suponía la poesía, lo arrastró a seguir escribiendo a pesar de que cada vez le costaba más expresar sus preocupaciones con palabras como se puede deducir de este verso del poema «Tu nombre»: «voy buscando el fantasma del pronombre»[5] o de este otro de «Rosas en el ocaso»:

«Tengo muchas palabras en las manos.

 No sé qué hacer con ellas»[6].

Ruiseñor perdido en el lenguaje fue publicado en febrero de 1987 por la colección Kylix dirigida por Juan María Robles Febré, sacerdote onubense afincado en Badajoz. La tirada del libro fue de 250 ejemplares, numerados y firmados por el poeta. Posteriormente Ruiseñor … sería incluido en Poesía[7] (1988) con estas variantes:

En «Temo al mendigo que bendice», v. 12: «la vida entera del almario» (Kylix), «La vida entera del armario» (Poesía). “armario” es una simple errata pues el poeta quiso decir “almario”, término creativo que significa «lugar donde se guardan sentimientos espirituales».

En «Te conocí cuando olvidé nombrarte», v. 9: «en esta soledad que eres tú misma» (Kylix), «en esa soledad que eres tú misma» (Poesía), también debe tratarse de una errata porque “esta” hace la soledad más presente.

En «Libro mi corazón para la duda» (Kylix), «Libro mi corazón para la huida» (Poesía). Por el sentido del soneto la palabra original sería “duda” que aparece claramente expresada en dos versos: «sin saber dónde está la primavera» (v. 11) y «y no saber la pena de quién era» (v. 14). No obstante la idea de huir es sugerida cuando dice el poeta: «Y yo he de irme» (v. 10), por lo que el editor de Poesía pudo pensar que “duda” era una errata y puso “huida”.

En «Noviembre otra vez», v. 12: «en un secreto alegre de alborada» (Kylix) / «es un secreto alegre de alborada» (Poesía). Es sin duda una errata del editor de Poesía, porque es la preposición “en” la que encaja perfectamente en el significado.

A través de dos cartas del 20-5-84 y otra del 30-5-84, firmadas por Ricardo Senabre se sabe que la elaboración de los sonetos de la segunda parte es muy anterior a la publicación del libro (1987) y que la redacción definitiva de estos poemas se sitúa poco después del intercambio de poemas y cartas que en mayo de 1984 se estableció entre ambos, cuando Valhondo realizó algunas de las correcciones sugeridas por Senabre:

En “Rosas del ocaso», el verso 13 en el original debió decir: «ayes, alondras, el gozo al descubierto». Senabre le advirtió que sobraba una sílaba y que quitara el artículo “el”; Valhondo así lo hizo.

En el primer verso del soneto «Libro mi corazón para la duda» en el original no decía: «Añoranzas de luz» sino «Añoranzas de amor». Senabre le advierte que el verso 3 sólo sería endecasílabo si se hacía hiato entre “que” y “arde”, pero el verso publicado en Kylix no contiene la primera palabra, en su lugar dice “la Virgen”. Por tanto, la advertencia de Senabre debió llevar al poeta a buscar una palabra que encajara significativa y métricamente y eligió la citada para que el verso midiera un endecasílabo.

En «Tu nombre» el primer verso en el original decía: «Se desdibuja en la noche tu estatura» y en Kylix: «Se desdibuja en beso tu estatura». Senabre le advirtió que este verso era un dodecasílabo y el poeta cambió “la noche” por “beso” para quedarlo en un endecasílabo.

En «Árbol solo» el primer verso en el original decía: «Pueblo hueco. Plena plaza transparente». Senabre sólo le hizo la objeción de que “transparente” no encajaba y además añadía una sílaba, por eso le sugería que la cambiara por “silente” después de alabarle la asonancia “pueblo-hueco” y la aliteración “plena-plaza”. Pero curiosamente Valhondo optó por quedar el verso de esta manera: «Pueblo hueco. La plaza transparente», es decir, deja “transparente” y cambia “plena” por “la” para evitar que el verso fuera dodecasílabo.

En «Me enamoró la muerte de manera» el cuarto verso en el original debió tener otra elaboración, porque Senabre le sugiere que quite «una», pero esta palabra no aparece ni se puede encajar en el mismo verso de Kylix: «donde el amor por ciego no te viera». Por tanto el verso original debía tener problemas de medida y Valhondo lo alteró.

Sobre el primer verso de «Cima de libertad», «Cima de libertad, enamorada mía», Senabre le hace a Valhondo una objeción y éste posteriormente le remite otro: «Cima de libertad insaciable», que no le gusta a Senabre porque resulta evidente la mayor calidad del primero. Al final, el poeta extremeño lo queda como estaba en un principio.

El último verso de este soneto: «del tiempo que ha ganado el último latido», decía en el original: «del corazón ganando el último latido». Senabre llama la atención del poeta sobre el uso ambiguo del gerundio «ganando», porque podía referirse a “la dulce entretenida” o a “corazón”. Valhondo evitó el gerundio con la forma verbal compuesta («ha ganado») y solucionó la ambigüedad con una oración de relativo, que claramente se refiere a tiempo.

El primer verso de «Ortigal oscuro» en el original decía: «Antes de volver la espalda, de irme». Senabre le advierte el encuentro de la e de “de” y la i de “irme”, porque «puede resultar un tanto forzado». Valhondo lo soluciona cambiando la dos últimas palabras del verso por “sentirme”.

Por lo demás, la opinión de Senabre fue muy positiva como se puede deducir de estos comentarios que le envió en las cartas citadas: «He leído los sonetos, y los he releído dejándome mecer, porque tienen tu sello inconfundible y la correspondiente y esperable calidad. […] El conjunto es  muy hermoso y homogéneo, y se ve que te ha salido de un tirón. Como es habitual en ti, tienes un admirable sentido del lenguaje y encuentras la forma inesperada, pero exacta, la adjetivación insustituible. […] es un ramillete de sonetos tan hermoso como fragante»[8].

Jesús Delgado Valhondo, animado por Robles Febré, quiso realizar una segunda edición de Ruiseñor… pues en octubre de 1991 declaró: «Quiero hacer la segunda edición de Ruiseñor … y meterle tres sonetos que tengo aquí», pero el deseo se quedó en proyecto a pesar de los buenos propósitos del editor de Kylix.

El primer detalle que llama la atención al analizar los temas de Ruiseñor perdido en el lenguaje son los títulos del libro y de las dos partes que lo forman por su contenido lleno de significado:

El título del libro es una metáfora que puede ser traducida como “poeta perdido en la vida” y también indica la lucha que el poeta mantuvo siempre con la palabra hasta terminar perdido en los entresijos de un sistema de signos que se le quedó corto para expresar las sutiles sensaciones e inefables intranquilidades que sentía: «Esta es la razón primera de este monográfico: homenajear al poeta que, durante tantos años, persiguió sin descanso al Ruiseñor de la poesía perdido en el lenguaje»[9].

El título de la primera parte, «Jesús Delgado», es el nombre y primer apellido del poeta[10] convertido en rótulo de un poema, que anuncia un retrato de sus señas de identidad existencial a modo de radiografía retrospectiva, en la que van a aparecer todos sus traumas y fantasmas que explican el estado espiritual, desencantado y escéptico, característico de esta etapa de su vida y su poesía.

Dice Sánchez Pascual de este título: «La primera parte se titula ‘Jesús Delgado’. Nombre y primer apellido como título, que era como se le llamaba en sus orígenes al poeta, al que vuelve él para pasar sobre su propia vida ¿Para repasarla también? Todo lo que fue y ha sido, va y viene en el poema. Toda la vida del poeta cabe en ese pequeño espacio. Más: cabe en uno solo cualquiera de los versos donde se esconde la calidad de un hombre que tiembla al conocerse meditativamente»[11].

El título de la segunda parte, «Poemas de amor para la muerte», resulta bastante revelador pues el poeta todo lo que hace ahora en la última etapa de su existencia se encuentra impregnado de amor y muerte, el alfa y el omega de su vida que ahora domina su presente donde sólo hay un pasado perdido lleno de recuerdos de cuando su amor lo llevó a indagar en sí mismo y en los otros, y un futuro con un final ineludible, la muerte. Por tanto ahora son las únicos conceptos que ocupan su mente en un intento de trascender ese fatal momento, como Quevedo que encontró en el amor un medio de superar la muerte[12].

En su primera parte también Ruiseñor … (como Inefable …) es un libro invadido por la amenaza del tiempo, la nostalgia de los recuerdos, la pérdida del pasado, la falta de identidad, la dolorosa soledad y la triste desorientación, sentimientos que de repente comienzan a aparecer desde el primer verso sin previo aviso, indicando la urgencia que tiene el poeta de hacerse este repaso de su vida, en una especie de exorcismo purificador de intranquilidades.

Esa necesidad del poeta por confesar sus angustias no es más que el deseo de rememorar un tiempo ido y a la vez de justificar su estado espiritual y escéptico con la revisión de una existencia, que se le ha pasado casi sin darse cuenta y sin embargo la encuentra llena de muchas existencias entrecruzadas, pero vividas sólo a medias («Estuve en otro sitio. / Otra manera de vivir, acaso / otra forma, / otro corazón soñado, / caminos sin terminar, / cruzados»[13]), de personas que le precedieron en el río de la vida y ahora el tiempo sólo le ha quedado de ellas un lúgubre, borroso y lejano recuerdo («Fantasmas. Espejos. / Retratos»[14]), de deseos insatisfechos («En la calle me quedo retazos / de hechos, biografías. / Universos soñados»[15]) de seres solitarios acompañados («una alameda en el paisaje de la calle»[16]) que los va apartando de él sumiéndolo en una triste melancolía y en una desgarradora nostalgia.

Ante esta realidad insufrible el poeta se refugia en el rincón más recóndito de su espíritu donde se siente protegido y, desde esa atalaya espiritual, inicia el repaso retrospectivo de su vida marcando claramente las distintas etapas por las que había pasado:

De la niñez tiene una visión angustiada porque trata de encontrar en la distancia una imagen nítida de cuando fue niño, pero sus recuerdos se sitúan tan lejanos que duda si alguna vez lo fue porque ya no se acuerda bien de cómo era:

«y pienso si he sido niño,

 me busco y no me hallo»[17].

Y al final de este grupo de versos (como sucederá hasta el término del poema) aparece el estribillo «Juego. Me canso»: «En la vida hay dos cosas importantes: el oficio y el juego. El arte es juego, la arquitectura, las matemáticas -los conjuntos- … El oficio es para subsistir y dedicarnos al juego», explicó el mismo poeta en una ocasión[18]. «Juego» puede tener un doble significado: uno, el recuerdo de sus juegos infantiles cuando correteaba sin preocupaciones por el barrio de San Mateo de Cáceres, que viene a su memoria con la nitidez de un tiempo pasado que fue mejor. Y otro la ironía de la vida que aparentemente es un juego, pero en realidad se trata de una tremenda paradoja por dos motivos: uno, el azar del juego hace que éste termine unas veces perdiendo y otras ganando, pero la vida siempre finaliza en el encuentro con la muerte. Y otro, la vida es un juego patético donde el ser humano se ve forzado a participar, aunque sea consciente de que se trata de una actividad macabra con un final trágico.

«Me canso» acumula varias sensaciones experimentadas por el poeta: el peso del tiempo al esforzarse en recordar el pasado que ahora se le pierde en la nebulosa de la distancia temporal, el cansancio producido por su larga existencia y la sensación de derrota que lo invade en los últimos años de su vida.

Teniendo en cuenta el sentido trascendente con que impregnaba Valhondo sus vivencias, se detecta en esta aclaración filosófica la síntesis de su concepción raciovitalista de la existencia: «Kant opone al oficio el arte; el oficio es un trabajo; el arte, un juego (Juego. Me canso). Heidegger comenta que el Hombre no juega sino cuando es verdaderamente Hombre y no lo es sino cuando juega; el juego y la fatiga, el juego y el cansancio es toda la vida»[19]. La lucha (el juego) con el misterio de la vida por encontrarle sentido deja al ser humano agotado y sumido en el desencanto y la soledad; ésta es la idea que repitió Valhondo insistentemente no sólo en este libro de poemas, sino siempre que tuvo oportunidad en los últimos años de su existencia, cuando la vida (el juego) lo sumió en el desencanto, dejó de luchar y sintió con más intensidad la cercanía de la muerte.

De la adolescencia, su recuerdo se centra en su encuentro con el amor, cuando sintió las sensaciones placenteras de la relación amorosa:

«Mi novia, primavera,

 […]

 Sus cabellos son rubios,

 sol hilado,

 […]

 en ellos meto los dedos

 […]

 Beso sus labios»[20].

También recuerda de esta etapa su incipiente religiosidad («Estreno […] / un esclavo que siempre llevo / de escapulario»[21]), su época de formación intelectual y su madurez prematura («Estudio. Pienso»[22]), que será la que lo convierta en una persona tempranamente buceadora en los entresijos del alma humana y como consecuencia  lo llene de frecuentes y contradictorias intranquilidades espirituales. Y, al final:

 «Juego. Me canso».

De la juventud, tiene grabada en su mente la pérdida de sus seres queridos y la soledad en que lo dejan acompañado únicamente por sus recuerdos («mis padres, mis hermanos. / Creo que soy un milagro. / Recuerdos. / Me quedo / solo. / Un árbol solo / a veces aislado»[23]) y por unas circunstancias en las que, demasiado joven, comienza a sentirse extremadamente frágil en manos de Dios y del hombre, que a su antojo dominan y modelan su personalidad:

«Soy joven,

 me construyen»[24].

 Y, al final, «Juego. Me canso».

De la madurez, recuerda la dureza del trabajo y la formación de su familia que, salvo alguna satisfacción, le dejó una sensación amarga de lucha por la vida, de tarea embrutecedora y monótona, de estrecheces miserables, de existencia abandonada como despojo al borde del camino y de obediente sumisión a las circunstancias:

«Tengo mujer e hijos.

[…]

Cuentas y cuentos.

[…]

Voy y vengo de casa al trabajo.

Vivo. Muero»[25].

También es la etapa en que comienzan a hacerle mella en su ímpetu anímico la triste realidad de la existencia, la frustración de su búsqueda de Dios, la agresión constante que el hombre soporta de algunos de sus semejantes, la destrucción que supone la creación de Dios y la soledad con que el ser humano tiene que enfrentarse a numerosos enigmas y a continuos fracasos, que lo desorientan y lo decepcionan.

 Así, en esta sesión autopsicoanalítica que es Ruiseñor…, resulta lógico que aparezcan desgranados los misterios que siguen preocupando al poeta:

El pasado que observa en los vestigios de un museo, simples huellas, casi fantasmas, despojos de existencias que se pierden en la memoria del tiempo como si no hubieran existido y sin embargo martillean su mente presentándole la verdadera realidad de la caduca existencia humana, que el tiempo destruye sin remisión y la muerte se encarga de convertir en simples restos arqueológicos:

«Voy al museo

 cuento cadáveres y santos.

 […]

 ¡Cuántos cadáveres flotando!

 […]

 Se me juntan inefables devociones

 con resabios.

 […]

 Esculturas.

 Mantos»[26].

 Esta contemplación unas veces hace al poeta considerar positivamente la suerte de vivir («La memoria me regala / y me quita lo bailado»[27]) y otras le crea dudas, porque vacila entre el consuelo teórico de la religión y la crudeza de la dura realidad:

«Se me juntan inefables devociones

 con resabios»[28]

 Y, al final, «Juego. Me canso».

Quizás Valhondo en esos momentos se base en el derrotismo de Pascal que definía al hombre como una «estúpida lombriz de tierra, montón de dudas y desperdicio del universo». Y en Epícteto que, según Marco Aurelio, concebía al hombre «como un alma llevando a cuestas un cadáver»[29].

La visión que tiene el poeta del museo no es otra que su concepción trasvasada del mundo donde sólo encuentra despojos indicativos de la caducidad humana. El hecho de que naciera en Mérida, romana, visigoda y árabe a la vez, acentúa esta visión pues sus restos históricos hicieron más patente la realidad de la condición finita del ser humano y la suya.

La existencia de una sobrerrealidad ocupada por el espíritu de los antepasados, que siguen viviendo en los lugares donde habitaron como una obsesión que aparece a lo largo de la obra poética de Valhondo en numerosas ocasiones y será el origen de Los anónimos del coro, libro que sigue a Ruiseñor perdido en el lenguaje.

Esta idea obsesiva procede del empeño que Valhondo siempre puso en desentrañar la clave del misterio de la vida, partiendo de la idea siguiente: la historia es una película que se ha filmado y está guardada en algún sitio; sólo hay que descubrir el mecanismo capaz de rebobinarla y proyectarla de nuevo, porque toda esa gente que ha existido no puede haberse esfumado sin más. La imposibilidad de desentrañarla angustia al poeta, que se pregunta si ahí se encuentra la respuesta al enigma de la vida:

«Hay muchos cadáveres.

 […]

 No hay cielo ni tierra.

 Rezos amontonados»[30].

 Y, al final, «Juego. Me canso».

El dolor que ha soportado el ser humano a lo largo de la historia: ante la contemplación de los restos del pasado, otro estremecimiento desgarrador invade el espíritu del poeta, cuando recuerda los sufrimientos que ha padecido el ser humano, acosado y perseguido por sus semejantes:

«todo se queda temblando

 de miedo,

 de historia,

 de sangre que han derramado,

 […]

 Un tremendo mundo roto

 de espectáculos.

 […]

 Gritos colgados

 de angustias,

 de clavos»[31].

 Y, al final, «Juego. Me canso».

El fracaso de la relación humana, que lo arrastra al desengaño de creer en el hombre cuando ahonda en el pasado y en el presente y encuentra demasiado sufrimiento inútil y gratuito («Sangre de romanos. / Visigodos labrados. / Árabes […] / Árboles indecisos. / Espíritu de bosque. / […] / Mides con un triángulo / asomándote a los hombres / y vuelves desengañado»[32]). Demasiados deseos de poder y riqueza para luego caer en manos del tiempo y en el abismo de la muerte, es decir, para nada:

«Transcurren días

 como si fuesen años.

 Pasan años como si fuesen siglos alados.

 Como si fuesen fallidos entusiasmos»[33].

 Y, al final, «Juego. Me canso».

La concepción de un mundo invadido por la insolidaridad, que es contraria a los valores humanos («Juego y me hago daño / con las cartas en blanco»[34]) y deja en su ánimo una negra idea del mundo y la imposibilidad de alcanzar el horizonte deseado por encontrarse velado por una nube de pájaros, idéntica a la que nubla la luz del día en la película «Los pájaros» de Hitcotck:

«Veo la película.

 […] Llegan miles y miles

 millones de pájaros

 […]

 Es una nube negra que se mueve

 hacia un inagotable ocaso,

 horizonte inmenso

 para saltarlo»[35].

Esta lúgubre sensación del poeta, referida a una persona en el lenguaje común, suele ser traducida por medio de una significativa expresión: «lo ve todo negro» cuando alguien, por sus circunstancias y sus problemas vitales, cae en la desesperación y, en vez de captar el mundo distinguiendo su variedad cromática, únicamente lo percibe en blanco y negro.

El temor a una realidad preocupante y a un futuro incierto a manos de un destino caprichoso e incontrolable para el ser humano, que se ve arrastrado a la sumisión de pedir al cielo un auxilio que nunca llega:

«Cuando venga el nuevo día

 si viene,

 nos habrá descubierto rezando»[36].

 Y, al final, «Juego. Me canso».

La desorientación a que está abocada la humanidad entera acosada por el tiempo, mientras vislumbra algún destello de esperanza en Dios y muchos de dudas y desorientación:

«La muchedumbre vaga sin remedio

tiene los instantes contados.

Los momentos a gotas

de rostros olvidados

de perdidos momentos eternos

y dudados»[37].

El presente descorazonador por ese pasado que aprisiona demasiado su alma y lo hace ver por todos los lados y en su misma casa instalada a la muerte que lo acecha insistentemente sin concederle tregua alguna:

«Llego a mi puerta, llamo.

 Y yo mismo me abro.

 […]

 Encuentro un muerto a media altura»[38].

 Y, al final, «Juego. Me canso».

La realidad de un presente desolador por un pasado perdido inconscientemente para el que no vale actuar como una persona íntegra, sino como un ser solitario y desorientado que más fácilmente sucumba ante la rapidez del tiempo, la nostalgia de un pasado irrecuperable y la cercanía de la muerte, después de una vida extremadamente corta:

«Me falta tiempo.

 Lo he perdido hablando.

 […]

 Vuelvo atrás la cabeza.

 Me tropiezo. Me caigo.

 Soy viejo.

 Me muero a chorros, Jesús Delgado.

                                               Se resume la vida

 y cabe en un pequeño espacio»[39].

Y, por último, la insistencia del estribillo: «Juego, me canso».

Este cansancio de Jesús Delgado Valhondo es entendido por Jesús Martínez como el resultado de un esfuerzo espiritual y estético: «Me gusta mucho el poema ‘Jesús Delgado’, en el que Delgado Valhondo es un receptor de sensibilidades y por eso se cansa». Ángel Campos interpreta el estribillo asegurando lo siguiente: «‘Juego. Me canso’, esto es, la reducción verbal de los dos momentos cruciales en la vida del hombre: la infancia y la vejez hermanadas en un pentasílabo»[40].

Es cierto, en el contenido del estribillo Valhondo recoge los dos polos entre los que oscila el sentido de la existencia humana, no exento de ironía ante la desgarradora realidad: los juegos en general intentan superar un obstáculo o desentrañar un misterio. El ser humano consciente desde su más remota memoria se encuentra instalado en la existencia, desorientado y solo, obligado por tal circunstancia a buscar respuestas al enigma que la envuelve como si de un juego se tratara. El hombre juega, busca, intenta desvelar el misterio, fracasa, vuelve a intentarlo una y otra vez y al final, ya mayor, se cansa, ebrio de sensibilidades y queda agotado, desorientado y escéptico como Valhondo.

Los catorce «Poemas de amor para la muerte», que forman la segunda parte, también suponen una insistencia en los temas trascendentes que impregnan toda la lírica de Jesús Delgado Valhondo aunque ahora enmarcados en la forma clásica del soneto y en la tradición lírica más representativa en congeniar contrarios (vida-amor-esperanza / muerte-dolor-desencanto). De este modo el poeta le imprime mayor novedad por su lírica sugerencia al mezclar el amor que supone vida con el dolor que en este momento significa muerte próxima y además lo entronca de esta forma con la tradición quevediana del «amor más allá de la muerte»: «La segunda parte lleva un título genérico: el tan quevediano ‘Poemas de amor para la muerte'[…]. Es una especie de compendio de todos los temas del poeta: Dios, la muerte, el amor, la libertad, la soledad, etc.»[41].

También la razón de este título es posible encontrarla en esta afirmación de Valhondo: «El amor y la muerte están juntos, ‘por ti me moriría’, le dice un amante a su amada o viceversa»[42].

Estos temas fundamentales, amor y muerte, destacan por tanto de la variedad temática que constituyen los asuntos en torno a los que giran los sonetos como ya se indica en el título: «dos grandes temas que conmueven toda la arquitectura de su ópera. El amor en Jesús Delgado, es la más difusa e impregnante esencia que pone verdores de optimismo en su estro, normalmente melancólico y tierno. Y la muerte [donde refleja] su mirada lacerante de dudas y estremecida fe», asegura Antonio Zoido[43].

El amor que aparece en los sonetos distingue las dos vertientes de este poderoso sentimiento humano: la divina y la humana. De tal forma que el primer soneto, «Esta mañana», es la exposición de los deseos místicos de volver a Dios desde la falta de pasión por la divinidad que le provoca su actual escepticismo y su conciencia de encontrarse solo ante la muerte, recordando nostálgicamente aquel pasado lejano donde su contacto espiritual con la divinidad lo alentaba («Busco el ayer para volver contigo / y comulgar de nuevo con tu aliento. / Estar varado en la pasión me siento»[44]). En cambio el soneto «Te conocí cuando olvidé nombrarte» es el recuerdo de la pasión amorosa («cabalgadura / de noches desbocadas»[45]) con una mujer determinada («Dulce hermosura / en el trono del tiempo al recrearte»[46]) que el poeta recuerda, cuando subconscientemente la saca del olvido («Te conocí cuando olvidé nombrarte»[47]).

Ahora su recuerdo vuelve nítido a la memoria del poeta por medio del ardor sensual que la mantiene viva y deseada en su memoria hasta el punto de quererla poseer en los brazos de la muerte, arrastrado por esa pasión incontrolable:

«loca pasión de ser donde quisiera

 consumirte en la muerte a que me induces».

De esta forma el poeta conecta con la tradición clásica puesta al día por Quevedo, que encuentra en el amor un medio humano de superar la muerte en un momento crucial de su vida en el que necesitaba hallar una tabla de salvación y un consuelo. Estos versos además explican el sentido que el poeta le quiere imprimir al título que de momento intuimos completo de esta manera: «Poemas de Amor para SUPERAR la muerte».

Después de una larga época de escepticismo renace en el poeta el deseo de reanimar su espíritu, intentando rescatar de sus recuerdos el amor divino («voy buscando el fantasma del pronombre / solitario secreto del altar / levantado al silencio de tu nombre»[48]) y el amor humano («honda noche y mujer por mí soñada»[49]) que hace tiempo sintió.

El motivo no es otro que rehacer su vida emocional porque su innato vitalismo, a pesar de los fracasos acumulados, rechaza su actual escepticismo («estar varado en la pasión me siento»[50]) y la sumisión, la contradicción y el conformismo de los demás («Al que […] / dice / que todo le es igual»[51]) y quiere volver, para sentirse vivo, a experimentar el amor y el dolor de antes pues, aunque lo angustien, cree que le servirán para llenar su espíritu de esperanza («Amor que de labios me llenas / la vida entera del almario»[52]) y soportar su tristeza y su soledad:

“Llevo mi cruz hecha de penas

y subo solo a mi calvario»[53].

No obstante en el soneto «Libro mi corazón para la duda» la solución filosófica del amor que vence a la muerte, pura teoría, no logra tranquilizar al poeta cuando se enfrenta a sus dudas («morirme / y no saber la pena de quién era»[54]) y a su desorientación («he de irme / sin saber dónde está la primavera»[55]), acuciado por la idea de un final inminente. De ahí que, pasado ese momento ideal, la muerte siga apareciendo como un fatal destino que el amor no sólo no consigue eludir sino que incluso contribuye a aumentar la angustia del poeta al recordarlo pues, cuando lo tuvo, no lo aprovechó:

«Ala de vieja luz aquella tarde

 en la que tu cansancio requería

 de toda mi ternura y mi poesía,

 de aquello que temí por ser cobarde»[56].

Por tanto el poeta comprueba que su amor, propio de un ser humano finito, resulta un mínimo obstáculo para interponer a la muerte, porque es consciente de que ese dulce recuerdo sólo es ideal puesto que, si no supo saborear la alegría de vivir, tampoco pudo sentir el amor con la placidez que expone  («Y yo he de irme sin saber dónde está la primavera»[57]) y más en un momento donde se encuentra aprisionado entre recuerdos que continuamente lo intranquilizan («Paloma que me arrulla la memoria»[58]).

La conclusión a la que llega el poeta en el soneto «Cima de la libertad» es que el amor es destruido por el tiempo, como ya había advertido en el mismo título de los sonetos que ahora completo sería: «Poemas de Amor para ENTREGAR a la muerte»). Al principio el poeta sintió un apasionado amor divino que a la vez le daba vida y lo mataba («Amaba lo creado. / Amaba y me moría / de amor en silencio»[59]), aunque tenía el consuelo de compartir el dolor que le producía esta contradicción con su amada y de esta forma se le hacía soportable («Y el silencio tenía / el dolor de mi amada para agrandar el mío»[60]). Pero ahora el tiempo se ha llevado todos los soportes que lo mantenían enamorado: la mujer amada («de la mujer que fuese la dulce entretenida / del tiempo que ha ganado el último latido»[61]) y Dios:

«Almas, ahora, cayendo del cielo de la vida,

 el aire las recoge en un rincón perdido

 de la tierra hacia dentro, allá donde la herida

 sangra y es tan profundo como el primer olvido»[62].

Así la muerte no sólo consigue destruir al amor sino también enamorar al poeta, hasta el punto de que la desaparición de su amada en el soneto «Me enamoró la muerte de manera» lo lleva a desear la muerte («Me enamoró la muerte de manera / que nada yo veía sino muerte. / Un motivo especial para quererte.»[63]), porque el dolor que sintió al perderla lo arrastra a morir con ella («bella crueldad de enjambre en primavera»[64]). Este dolor quedó en el poeta un sentimiento de caducidad («el cerco de tu ausencia / que conservo vistiéndome la herida»)[65] y de temor («tenebroso rubor de una existencia»[66]) que aún martillea su mente:

«del viejo caracol con mar lejano

 celoso en el oído de la vida»[67].

Por esta razón el poeta definitivamente derrotado por la muerte en el soneto «Ortigal oscuro» piensa en el momento final de su existencia como si se tratara de una despedida amorosa definitiva, sin posibilidad alguna de trascender su amor más allá de ese fatal y triste momento («Al despedirme al borde del sendero / levantaré mirada sollozante / para decirte adiós y que te quiero»[68]), tras el cual será un simple espíritu errante caminando con la carga de sus anhelos insatisfechos:

«sólo seré milagro caminante

enfermo de aventuras. Prisionero

de las pequeñas cosas, mendigante»[69].

En los dos primeros versos de este soneto aparecen unas palabras muy significativas: «sentirme / solo»[70] (ante la muerte), porque explican la trascendencia de la imagen del árbol solo: la soledad que siempre ha temido el poeta no es la de la vida, sino la que sabe va a sentir en el momento de su muerte.

Y como consecuencia, al comprobar la inutilidad del amor para vencer a la muerte y la realidad de su soledad ante ella, aparece la melancolía tan presente siempre en la vida de Valhondo, ahora plasmada en el soneto «Rosas en el ocaso», que es una descripción de la tendencia del poeta a situarse en ese estado emocional. Pero la melancolía se inicia en un amanecer cuando la luz vence a las sombras de la noche no para traerle la paz como en otras ocasiones, sino para avivar su tristeza con el recuerdo de la muerte («el día / vendrá. / […] / Y volverá la muerte a ser el suelo / triste misterio de melancolía»[71]). El día avanza y sin embargo la melancolía se acentúa con la llegada de un bello atardecer donde, entre los tonos rosas del crepúsculo, el poeta ve mezclados el dolor y la esperanza del ser humano universal:

«Olas rizan trigales con humanos

 ayes, alondras, gozo al descubierto

 de un inefable atardecer de rosas»[72].

Este sentimiento, ya fuertemente melancólico, se agrava en el otoño por ser una época especialmente triste para el poeta como se puede comprobar en Inefable … y ahora en el soneto «Órgano de otoño», donde de nuevo insiste en esta estación que aquí sigue teniendo presagios de muerte y un significado trascendente con sentido trágico: el poeta se halla en el otoño de su vida, que es el paso previo al invierno de su existencia y por tanto al encuentro con la muerte:

«Pronto clamor de campo en el invierno

 me cubrirá de ahogados los sentidos,

 me llevará el otoño hacia la muerte»[73].

De ahí que este fuerte arraigo de la melancolía en el poeta se observe más nítidamente en el soneto «Noviembre otra vez», donde siente el peso de su dramática representación de la tragedia de la vida («su voz cabe / en mi amarga dramática careta»[74]) en este mes que influye tan negativamente en su ánimo que ni sintiendo el dolor de la existencia logra saber si vive o no:

«Pisas descalzo rosa con espino

 y no sabes si existes o no existes»[75].

Esta melancolía aumenta un grado más cuando la vuelta al pasado trae a su mente en el soneto «Árbol solo» recuerdos dulces de su niñez y de un tiempo feliz («subiendo por mis años, / lejos, despacio y amorosamente»[76]), que desapareció con su enfermedad infantil («Cambia dolor por juguetes extraños»[77]) cuando la melancolía se fue apoderando de él y ya no le abandonará durante toda su vida («invisible pasión que hoy me atenaza / en el niño que fui»[78]), consiguiendo que se convirtiera en un ser solitario y escéptico:

«[…] me amenaza

 dejarme el árbol sólo y aburrido»[79].

Al final el poeta desemboca en un determinismo fatalista, pues todo queda como estaba: el amor no es solución alguna para vencer al tiempo ni a la muerte ni existe forma humana de explicar el misterio de la vida. Está atrapado. Así lo hace saber el poeta en el soneto «Me están llamando desde Africa», donde siente la llamada del exótico continente en forma de cálida fragancia («Yo ya sé del olor de los camellos / del desierto aire, del sudor de negra»[80]) a la que, desde el retiro de su soledad («templo que escondido en un concierto»[81]), sabe que no podrá responder porque, aprisionado por la muerte («escucha el universo de una herida / en una extraña estancia de algo muerto»[82]) y el paso del tiempo («y donde es ayer y es hoy, todo es ida»[83]), está lleno de melancolía, desorientación y enigmas («y siempre igual, distinto, fiel, incierto / misterioso poema de mi vida»[84]), después de fracasar en su intento de superar a sus dos poderosos enemigos a través del amor.

Por último, llama la atención que seis de los catorce sonetos estén dedicados a personas cercanas al poeta (Juan Manuel Rozas -«Rosas en el ocaso»-; Manuela Trenado -«Árbol solo»-; Mª Joaquina -«Ortigal oscuro»-; Jaime A. Buiza -«Noche con mujer dormida …»-; Juan Mª Robles -«Noviembre otra vez»- y Ricardo Sosa -«Me están llamando desde África»-), como si el poeta hubiera querido contarles confidencialmente sus tristezas antes de despedirse de ellos y de la vida.

Las influencias que Jesús Delgado Valhondo recoge en Ruiseñor… se observan ya en la primera parte del libro donde continúa la línea narrativo-descriptiva iniciada en Un árbol solo. No obstante en Ruiseñor… se observa que el largo discurso de aquel libro ahora en éste es parcelado en la primera parte con el estribillo, un recurso propio de la lírica tradicional que divide el discurrir reflexivo del poema en una sucesión de versículos y, en la segunda, con otro medio procedente de la lírica clásica, el soneto, un poema breve en el número de versos, como si el poeta por un lado quisiera concentrar más su reflexión para no desbordarse y por otro deseara retornar a una posición intermedia entre la tradición (tanto culta como popular) y la modernidad.

En la segunda parte también existe una clara influencia de Quevedo que se localiza en el mismo título («Poemas de amor para la muerte») y en otros dos momentos: uno, en el soneto «Te conocí cuando olvidé nombrarte» al decir: «loca pasión del ser donde quisiera / consumirte en la muerte a que me induces», que recuerda al «polvo serán más polvo enamorado» y otro, en el último terceto de «Órgano de otoño»: «Pronto clamor de campo en el invierno / me cubrirá de ahogados los sentidos, / me llevará el otoño hacia la muerte», que traen a la memoria aquellos versos donde Quevedo denunciaba su decadencia existencial:

«Y no hallé caso en qué poner los ojos

 que no fuese recuerdo de la muerte»[85].

Ángel Campos también detecta esta influencia especialmente plasmada en el último verso («misterioso poema de mi vida») del último soneto «Me están llamando desde África» y por tanto del libro: «Debo confesar mi interés especial por el último de los sonetos del libro, tan enigmático, tan extraño, tan misterioso poema de ‘su’ vida. […] En el último terceto se adivina la reflexión existencial de Quevedo, la magia barroca de nuestro mejor sonetista»[86].

Además se halla una influencia de Miguel Hernández en el uso del infinitivo con enclítico («sostenerte, contenerte»[87]) y en la imagen del toro: «en una niebla absurda de toro y poderío»[88]. «Oh toro, estopa y son, oh triste duelo / en la alcoba de un triste hospedaje»[89]. Esta influencia es consciente, pues Valhondo quiere indicar que su ímpetu característico de antes ha desaparecido ahora ahogado en el desencanto y la decepción.

En cuanto al estilo de Ruiseñor …, el primer poema («Jesús Delgado») es la muestra más clara y rotunda del estilo característico del primer Valhondo («Me recojo en mí mismo / en Jesús Delgado / […] / Me muero a chorros»): natural, desnudo y humano porque el poeta retorna a su pasado y vuelve a su estilo auténtico (lenguaje directo, vocabulario cotidiano; tono natural, sentido, confidencial y sincero), desligado de modas y modos que le son extraños, después de dos libros de lenguaje surrealista (Un árbol solo e Inefable …): «sus estrofas, sencillas y diáfanas, nos han hecho pensar y otear con meditación casi filosófica, el mundo iluminado y secreto que envuelve al artista y su obra, obteniendo con su lectura no sólo el puro deleite estético, sino una indeleble huella de carácter distinto. […] Toda la armazón de su vida fecunda, confesada a golpes de alma, en sus versos»[90].

Estas palabras de Antonio Zoido destacan un hecho fundamental: la poesía para Valhondo no es un simple acto estético, sino un modo de exponer su sencilla filosofía de la vida en su sentido más estricto, es decir, como hijo de la sabiduría que intenta dilucidar el enigma de la vida por la coherencia de sentirse naturaleza humana, donde cohabitan dos fuerzas opuestas y a la vez complementarias: el cuerpo y el espíritu: «La poesía auténtica -por simple y escueta que sea su fórmula- eleva y conduce siempre a las cimas del sentimiento y del espíritu. La de ‘Ruiseñor perdido en el lenguaje’ es de aquella poesía que no se conforma con traernos su embajada de aérea belleza, sino que deja en los surcos del alma, a quien la paladea, valores de una pura semilla cordial, y aún sin pretensión didáctica alguna, un rastro moral de ejemplaridad, de humilde y amorosa búsqueda de la bondad, que recónditamente anida en el ser humano. Esta es ni más ni menos la poesía que edifica. La que nos hace mejores. La que nos vuelve más auténticos. La que clama por una mayor autenticidad y acendramiento de nuestros sentires y de nuestro pesar»[91].

Esa proximidad de la poesía auténtica de Valhondo, que ahora en la primera parte de Ruiseñor… vuelve a aflorar, es la causante de que se encuentren expresiones que resultan familiares como cuando usa el léxico propio del juego de cartas en los últimos versículos, indicando la inestabilidad de su vida que está sujeta al azar de un destino caprichoso: «Barajan… vuelven a trabajar las cartas… de nuevo barajan»[92]. O cuando emplea construcciones del tipo: «Me levanto temprano… Bebo vino … Veo la película … Llego a mi puerta … Soy un hombre bueno del pueblo llano»[93]. Con ellas el poeta reafirma su condición de ser un hombre cualquiera.

Pero a pesar de hallar estas expresiones características de la vuelta a un lenguaje llano y a una expresión trasparente, no retorna con la misma decisión al significado claro y transparente de sus primeros libros, pues todavía su discurrir se puebla en los momentos de mayor angustia de imágenes oníricas de difícil traducción por la inseguridad y la desorientación sentida, ocultando de esta manera una parte del significado que el poeta desea transmitir y sin embargo parece que no puede o no quiere ayudar a desentrañarlo:

«Encuentro un muerto a media altura

para no tropezar me agacho.

El muerto puede ser

un ángel que se quedó volando.

Un insecto gigante, una gris porcelana,

un vino santificado,

una ilusión a medio vuelo,

una razón que así ha quedado»[94].

Tal hecho lleva a Ángel Campos a creer que el poema «Jesús Delgado» tiene «ciertos matices super-realistas. Una especie de escritura semiautomática, que no lo es del todo, en donde tiene cabida las peripecias vitales del hombre y los temas recurrentes del poeta»[95].

Empieza Ruiseñor… abruptamente, de tal forma que abriendo el libro el lector se ve inmerso en la acción ya comenzada por medio de la técnica del “in media res” («Estuve en otro sitio. / Otra manera de vivir […]»[96]). Después, la expresión avanza a golpes de recuerdos y de dolor a duras penas, continuamente entrecortada por signos de puntuación, de estructuras binarias y terciarias que encierran ideas sintetizadas («Fantasmas. Espejos. / Retratos. / […] / Entro en mi celosía. / Salgo. Me libero»[97]) y hacen patente su dolorido sentir por el tiempo perdido que ahora le falta («Me muero a chorros. Jesús Delgado»[98]).

De este modo la esencialidad de la primera parte de Ruiseñor… se hace patente pues el poeta, además de no interesarse por el embellecimiento gratuito, dice mucho con pocas palabras utilizando recursos como la sugerencia, las pausas marcadas y la escritura entre líneas como se puede observar en los siguientes versos que son una muestra de este estilo sintetizado, preciso y eficaz con el que, en cortos y escasos versos, el poeta cuenta una etapa fundamental de su vida: la de la lucha por la existencia:

«Soy hombre

-otoño, invierno-

que tiene trabajo.

Me levanto

temprano.

Tengo mujer. Tengo hijos.

Leo. Bebo vino.

Hago versos. Amo.

Cuentas y cuentos.

Me divierto. Me entristezco.

Canto.

Voy y vengo de casa al trabajo.

Vivo. Muero.

Me acerco. Me distancio.

Juego. Me canso»[99].

En este texto, como en todo el poema, se observan pausas muy acusadas que cortan el ritmo del verso para dejar por unos momentos aislados conceptos muy sugerentes, que el poeta no necesita explicar más porque ya los ha desarrollado en libros anteriores. Así cuando dice por ejemplo «Me divierto. Me entristezco»[100] se sabe que se refiere a cuando sintió que su vitalismo era oscurecido por esa tristeza latente que invadió su espíritu en los años finales de su vida.

 La pausa más contundente por su repetición es la del estribillo que contiene dos verbos en primera persona del singular sin el pronombre personal y se escinde por un punto entre ellos, que impone una pausa a su vez alargada con el blanco que le sigue antes de comenzar otro grupo de versos. De esta manera el momento de reflexión, marcado formalmente, se hace más extenso y sugestivo.

Además el estribillo cumple una función doble pues indica el final de cada reflexión aislándola del resto e invitando a meditar cada cierto tiempo en lo que ha dicho y al mismo tiempo insiste machaconamente en la idea del juego y del cansancio queriendo reiterar irónicamente la idea de la vida como juego (en El secreto de los árboles la definió como «broma pesada»), pues no se trata de un juego placentero sino de una actividad insoportable que, a su avanzada edad y después de vivirla angustiadamente, lo agota.

El poema «Jesús Delgado», como corresponde a un autorrepaso, está escrito en forma autobiográfica, es decir, en primera persona del singular que se hace más nítida y directa por la supresión del pronombre personal de primera persona y por el uso exhaustivo de verbos (generalmente en presente), que soportan la acción del poema («Estuve… he visto… he andado… Paso… Entro… Salgo… me quedo… Me recojo… pienso… me busco… no me hallo… Juego. Me canso»[101]) y convierten en actual lo que el poeta cuenta implicando al receptor de esta manera en su angustia, que por cercana enseguida comienza a hacerla propia. Además muchas veces el tiempo presente está en forma reflexiva («Me arrincono… Me engaño… Me quedo solo… me construyen… Me levanto… Me acerco. Me distancio») para hacer más personal aún la acción y situarlo en un presente actualísimo, como si el libro se estuviera escribiendo a la par que lo lee.

Sólo en contadas ocasiones utiliza el pretérito indefinido para indicar el tiempo pasado («ese niño que fui»[102]; «los que fueron permanecen»[103]) y el futuro («Por si acaso / nos pondremos a salvo»[104]; «Se lo llevará el alba»[105]) cuando presagia peores males en el horizonte de su vida.

Sin embargo el uso de las formas no personales del verbo es muy abundante: gerundios («Contando no doy abasto / de aquí para allá en otra sala / y en otra, vagando»[106]; «Una pena se queda como dudando / […] / y todo se queda temblando»[107]), con los que imprime dramatismo a su meditación y movimiento al discurso, un tanto uniforme por el uso reiterado del presente. Y participios en función de adjetivos («con llanto evaporado. / […] / Saludos olvidados. / […] / Rezos amontonados / […] / Piedras dormidas»[108]), con los que remarca esa idea de tiempo ido y de los despojos que va dejando a su paso en su vida y en su poesía.

Los «Sonetos de amor para la muerte» se encuentran impregnados de una honda sinceridad y de una melancólica tristeza como la primera parte, pero los recuerdos de un pasado más cerca de Dios contribuyen a que el estilo de los sonetos tome en un principio un equilibrado tono místico para pasar poco a poco a una melancolía que llega a convertirse en angustia, cuando el poeta no consigue trascender la muerte con el amor.

Los sonetos continúan con ese estilo que Valhondo hizo peculiar en sus primeros libros, antes de que la angustia lo llevara a oscurecer su lenguaje con tintes surrealistas. De ahí que se encuentre una expresión directa y natural, aunque menos comprensible en la primera lectura que la expresión menos lírica pero más contundente y sin vueltas del poema «Jesús Delgado». Esto sucede porque en los sonetos existe una condensación expresiva por la disciplina que impone el uso de su clásica estructura formal a base de versos endecasílabos y la rima fija de los cuartetos (liberada un tanto por la rima opcional de los tercetos), y por el ajuste de la expresión a la forma culta y a los temas con más empaque que exige este tipo de poema.

También en los sonetos se halla un alarde lírico por la sinceridad del poeta que, incluso angustiado, consigue controlar su impulso anímico y ofrecer al mismo tiempo un humano lirismo y una calidad basada en la contención. Además se localizan abundantes muestras de esa expresión sintéticamente pura, entrecortada, elemental pero altamente evocadora y sugestiva:

«Torpe mi niño. Ingenuos desengaños.

Piso caídos tiempos. Mi inocente.

Pobrecito. Vive y está yacente.

Cambia dolor por juguetes extraños»[109].

           

Manuel Villamor detecta al Jesús Delgado Valhondo natural, sencillo y sentido cuando define el estilo de Ruiseñor … de una forma unitaria como «desbordado y hondo, sincero y llano»[110]. Sánchez Pascual sin embargo distingue dos tonos en Ruiseñor …: «Libro en el que aparentemente hay dos voces, dos tonos. […] Jesús Delgado Valhondo es un contemplativo sin contemplaciones. En Ruiseñor perdido en el lenguaje contempla su otra ‘mismidad’ en la primera parte, y su propia ‘otredad’ en la segunda»[111].

La primera parte de Ruiseñor … está escrita en versos libres con rima asonante a-o (unas veces, cada dos versos a modo de romance y otras sin distribución regular) y con el estribillo («Juego. Me canso»), recuerdo de los que hizo típicos la lírica popular. Los versos de la primera parte tienen una extensión corta (bisílabos … pentasílabos) o media (hexasílabos … decasílabos) con un predominio de los trisílabos, pentasílabos y heptasílabos. Sólo utiliza los versos más largos cuando lo exige el ritmo del contenido para expresar nostalgia del pasado («a oscuras, a medias, en las fotografías»[112]), angustia («Se multiplican y crecen los cadáveres»[113]), anhelos («Lo he soñado. Cuando venga el nuevo día»[114]), ternura («Me mira y me pregunta si me duele algo»[115]) o el tiempo que se le escapa por momentos («Me muero a chorros, Jesús Delgado»[116]).

Sánchez Pascual entiende que la forma libre, adoptada por el poeta en esta parte, es una vuelta a la libertad de antaño y a aquel tipo de poesía natural donde el poeta se valía más de sus propios recursos que de los prestados: «[En] esos versos [los de la primera parte] hay un aparente abandono de las reglas versales […] que corresponde a todo un aumento de libertad por un mayor rigor íntimo. Podríamos decir que así su poesía se desjuglariza, y se enfrenta consigo misma al tener que resolver sus propios medios; reducirse a expresar sin más prefabricación que la palabra; llegar al lector y permanecer en él sin el auxilio nemotécnico de la rima y lo versal. Ha sido una prueba más de lo que es capaz de hacer este maestro. Un psicoanálisis en el ejercicio de la sinceridad»[117].

La segunda parte («Poemas de amor para la muerte») son catorce sonetos en endecasílabos (excepto el segundo, «Temo al mendigo que bendice» que está compuesto en eneasílabos y el séptimo, «Cima de libertad», en alejandrinos) con cuatro formas distintas de distribución en la rima:

1)ABBA / ABBA / CDE / CDE («Te conocí cuando olvidé nombrarte»).

2)ABBA / ABBA / CDE / DCE («Me enamoró la muerte de manera»).

3)ABBA / BAAB / CDE / CDE («Libro mi corazón para la duda», «Rosas en el ocaso»,  «Órgano de otoño» y «Noviembre otra vez»).

4)ABBA / BAAB / CDC / DCD («Esta mañana», «Temo al mendigo que bendice», «Tu nombre», «Cima de libertad», «Árbol solo», «Ortigal oscuro», «Noche con mujer dormida en el paisaje, y no llegar» y «Me están llamando desde África»).

Sánchez Pascual ve en el uso magistral que hace Valhondo del soneto un modo de resurgir este poema denostado en el siglo XX: «Frente a esa inseguridad de modos y modas he aquí que Jesús Delgado Valhondo se ha presentado descaradamente con esos catorce magistrales sonetos. Sus abundantes encabalgamientos y el soneto eneasílabo ‘Temo al mendigo que bendice’ nos orientan de las posibilidades gratuitas que ofrece cualquier estrofa cuando quien la maneja sabe reducir toda imposición. Sonetos así son capaces de hacer resurgir la composición que con demasiada frivolidad se ha preterido»[118].

En la primera parte («Jesús Delgado») lo primero que llama la atención es la gran economía de medios con que el poeta construye su repaso autobiográfico: Las ideas muchas veces son expresadas a través de simples sustantivos («Vitrinas. Urnas. / […] / Voces. Palabras»[119]), adjetivos («Muy triste. Muy lejano»[120]), verbos aislados («Vivo. Muero. / Me acerco. Me distancio»[121]) o formando grupos sintácticos elementales («Nadie sabe quién soy. / Yo, tampoco. / Borrón amargo»[122]) que indican el afianzamiento de la poesía esencial en su lírica y una forma de recuperar su pasado a través de un lenguaje parecido al de su niñez.

No obstante, a pesar de la economía de medios, aparecen multitud de imágenes y recursos literarios pero como siempre engarzados de forma natural en la expresión directa y sentida, de tal forma que no da la impresión de que el poeta esté haciendo literatura, sino contando el repaso de su vida de una forma confidencial, amable y cercana; así consigue romper la monotonía y a la vez suscitar el interés del lector por su discurso.

Por este motivo resulta fácil localizar imágenes como «Paso páginas del libro de mi historia»[123], «Me recojo en mí mismo, / en Jesús Delgado»[124], «Me arrincono para verme distante»[125], «Estreno juventud»[126], «Contando no doy abasto / de aquí para allá»[127], «Un tremendo mundo roto / de espectáculos»[128], «Es una nube negra que se  mueve / hacia un inagotable ocaso»[129], «La muchedumbre vaga sin remedio / tiene los instantes contados»[130]. Con tal derroche de creatividad, el poeta expone el cúmulo de intranquilidades que, ahora en un repaso retrospectivo de su vida, salen a la luz e invaden sus recuerdos de soledad, desorientación, falta de identidad y un estremecimiento que se convierte en conmovedor grito de angustia, cuando concibe el mundo como un museo de despojos («Voy al museo / cuento cadáveres y santos»[131]) o a la gente que encuentra en la calle como una alameda de árboles solos:

«En la calle me quedo retazos

de hechos, biografías,

Universos soñados.

Una levísima sonrisa,

un gesto, el tacto,

una alameda en el paisaje de la calle

que da al campo»[132].

Sin embargo en la primera parte de Ruiseñor … el poeta emplea determinados recursos sólo en los momentos que necesita apoyar su palabra con calculadas precisiones:

Metáforas para definir sutilmente apreciaciones de los sentidos: «Mi novia, primavera, / abril y mayo. / Sus cabellos son rubios, / sol hilado, / de oro / ensortijado»[133]. «El aire es espeso, / aceite gregoriano»[134]. «Yo, tampoco. / Borrón amargo»[135]. Y la imagen reiterativa que resume su soledad: «[Soy] un árbol solo / a veces, aislado»[136].

Anáforas con el fin de subrayar sus anhelos: «Otra manera de vivir, acaso / otra forma, / otro corazón soñado, / […] / Lo que siempre he visto. / Lo que nunca he andado»[137]. O una anáfora aliada con un polisíndeton para remarcar una acusación: «y ponen música alegre / y todo se queda temblando / de miedo, / de historia, / de sangre que han derramado»[138].

Símiles, que acumulados indican el paso fugaz del tiempo: «Transcurren días / como si fuesen años. / Pasan años como si fuesen siglos alados. / Como si fuesen fallidos entusiasmos»[139]. O el recuerdo desgarrador de la guerra civil: «Se lo llevará el alba / como a los fusilados, / como a los pájaros»[140].

Hipérboles, que denuncian su visión negativa de la existencia («Miles y miles de pájaros»[141]) o muestran cómo siente que la vida se le va de entre las manos: «Me muero a chorros»[142].

Y estructuras binarias en forma de asíndetos, que enmarcan un momento de sensualidad («-otoño, invierno- / […] / Tengo mujer. Tengo hijos. / Leo. Bebo vino. / Hago versos. Amo. / Cuentas y cuentos. / Me divierto. Me entristezco. / […] /Voy vengo de casa al trabajo. / Vivo. Muero. / Me acerco. Me distancio. / Juego. Me canso»[143] y terciarias («manos / blancas, finas, frías»[144]. «labios / rojos, dulces, frutales»[145]).

De todas formas predomina en la primera parte de Ruiseñor … el lenguaje directo, común y natural, aderezado como si de un suculento manjar se tratara con recursos estilísticos que llevan a escuchar su discurso con un interés creciente y a implicar al receptor que, también ruiseñor perdido en el mundo, siente como el poeta el tiempo que se le escapa y el pasado que se le aleja.

En los sonetos las imágenes y recursos literarios siguen la misma tónica de no ser utilizados más que en beneficio de la comprensión del texto, aunque ahora no son empleados de una forma tan práctica como en el poema «Jesús Delgado», sino que contribuyen a la creación de un mayor lirismo y por tanto de un contenido más sugerente aunque menos directo que el de la primera parte:

Imágenes que transmiten su desorientación: «Estar varado en la pasión me siento / oculto barco mar de mi castigo»[146]. «Y temo al tigre que demente / de yerba y sol se contradice»[147]. «Esperanza que nace enredadera»[148].

Metáforas que, aprovechando la poderosa creatividad del poeta, materializan conceptos difíciles de explicar: «fuiste calentura / de la imaginación […] / tu cintura, / callada vocación, cabalgadura»[149]. «Ala de vieja luz aquella tarde»[150]. «la muerte […] / triste misterio de melancolía»[151]. «Agua […], rayo negro»[152]. «Luz de la aurora / el retablo dorado de los álamos»[153].

Encabalgamientos que contribuyen a conseguir un lenguaje más lírico, dividiendo el sintagma formado por sustantivo + complemento del nombre en todas sus formas posibles desde el encabalgamiento suave («posa el ave / de la imagen palabra, …»[154]) al branquistiquio («y muere el cielo / del mar. …»[155]) y pasando por el encabalgamiento abrupto («los peldaños / de luz a luz, …»[156]).

Hay además otros encabalgamientos sirremáticos, que dividen el sintagma adjetivo + sustantivo o viceversa: «en una quieta / rama de luna y huertos, […] / […] en la llama como vino / tinto a la sombra»[157]. También se localiza el encabalgamiento oracional: «una azucena / que huele a ti»[158]. «y dice / que todo le es igual»[159].

No obstante el hecho de que únicamente se encuentre un símil («envidia […] / sostenida en la llama como vino / tinto»[160]) y una expresión popular («De balde nos la dan»[161]) hace pensar en el interés del poeta por apartarse de lo abstracto y situarse en la realidad bien por medio de expresiones plásticas («Una ventana / encierra en su interior una azucena / que huele a ti y a sol esta mañana»[162]. «Llevo mi cruz hecha de penas / y subo solo a mi calvario»[163]. «Dios abre sus párpados / deja mirada azul, escrutadora»[164]. «En el paisaje / busca misa luciérnaga en el suelo»[165]) o bien a través de personificaciones («Cierra la noche sombras», «Roto el cielo», «Tengo mudas palabras en las manos», «Olas rizan trigales con humanos / ayes»[166]; «me llevará el otoño hacia la muerte»[167],  «los peldaños / […] / subiendo por mis años»[168]. «Me enamoró la muerte»[169]. «Muere el cielo del mar»[170]).

El libro va precedido de unas palabras introductorias del director de la colección Kylix, Juan María Robles Febré, con las que justifica este título y agradece al mecenas Bartolomé Gil Santacruz la ayuda económica que había aportado para que existiera esta Colección donde se editaba Ruiseñor … [171].

Posteriormente se observa que el libro está dividido en dos partes claramente diferenciadas:

1ª)La primera es un único poema de 251 versos que se exponen en forma autobiográfica, mezclan la modernidad (versos libres, narración – descripción) con la tradición (estribillo y rima asonante generalmente en los versos pares como la del romance, poema típico de la lírica popular), se estructuran en las distintas etapas vitales vividas por el poeta (infancia, adolescencia, juventud y madurez) y se agrupan en versículos, que terminan con el insistente: «Juego. Me canso».

2ª)La segunda parte está formada por catorce sonetos que suman 196 versos y son reflexiones también expuestas en forma autobiográfica (excepto los sonetos «Tu nombre» y «Noviembre otra vez» que están en segunda persona), tono culto y forma clásica escrita en endecasílabos, exceptuando dos ocasiones en que el poeta hace concesiones a un movimiento poético contemporáneo, el Modernismo: «Temo al mendigo que bendice», escrito en eneasílabos, y «Cima de libertad», en alejandrinos.

Los catorce sonetos tienen una estructuración de acuerdo con el significado: 1)Nostalgia de aquel tiempo pasado en el que sintió amor a Dios y amor humano (primer soneto).  2)Constatación de la imposibilidad de conseguirlo por el tiempo y la muerte (desde el segundo al undécimo soneto). 3)Decepción, desorientación y soledad (los tres últimos sonetos).

No obstante ambas partes, formalmente distintas, tienen un nexo significativo de unión: el poema «Jesús Delgado» se refiere a la vida pasada y los sonetos en cambio a la muerte próxima. Sin embargo, teniendo en cuenta que vida y muerte son dos conceptos íntima y tradicionalmente conexionados, también las dos partes de Ruiseñor… se relacionan. Además el poema «Jesús Delgado» termina con la idea de la muerte («Me muero a chorros, Jesús Delgado»), que está presente en los sonetos desde el mismo título que los agrupa.

Aparte, existe otro detalle unificador en torno al número catorce: el poema «Jesús Delgado» está dividido en catorce versículos claramente deslindados por el estribillo, y los sonetos son catorce igual que el número de versos de cada uno. Parece ser que Valhondo encontró en este número un significado cabalístico que se puede interpretar como un deseo de perfección formal y de coherencia interna del libro en conjunto, a través del cual quiso comunicar que, a pesar de encontrarse compuesto por dos partes formalmente distintas, su construcción responde a un plan meditado y que, a pesar de la edad y sus achaques espirituales, sigue dominando el pulso de su obra lírica.

Dice Pecellín sobre este asunto: «Catorce sonetos -número sin duda premeditado- constituyen la segunda parte. También aquí la añoranza, el ayer nostálgicamente evocado, la fiebre de  la memoria, el dolor del olvido, los fantasmas de la edad, las rosas del ocaso, … constituyen temas recurrentes. Hay, pues, una separación más estructural que temática entre las dos mitades»[172].

Sin embargo, a pesar de sus relaciones significativas, ambas partes se distinguen por el tono contemporáneo y a la vez tradicional de la primera y el tono clásico de la segunda; por el ímpetu desgarrador, lúgubre y angustiado de la primera y el disciplinado, lírico y sugestivo de la segunda. No obstante estas diferencias, lejos de perjudicar al libro, le imprimen variedad y lo convierten en un sustancioso, diverso y humanísimo poemario.

Ruiseñor perdido en el lenguaje es el siguiente eslabón de esta etapa crepuscular que se ha denominado “poesía de la decepción” y a la vez un paso más en la evolución poética de Jesús Delgado Valhondo, que se caracteriza por la concisión de la poesía esencial de la primera parte y una vuelta al clasicismo de la poesía medida y controlada con la elegancia y la disciplina del soneto. Y también es un retorno a la expresión directa de sus primeros libros, es decir, a su voz más personal, sincera, sentida y humana.

Además Ruiseñor… supone una simbiosis entre la tradición y la modernidad pues, en su primera parte, es un poema narrativo-descriptivo de versos libres y a la vez rimados por medio de una leve asonancia, y con un estribillo como los de la lírica popular. En la segunda parte, los sonetos suponen una vuelta al clasicismo de la lírica culta, pero sus versos guardan la frescura del estilo personal de Valhondo, que intenta regresar a sus orígenes ahora que la vida se le escapa por las grietas del alma y su cuerpo se está convirtiendo en despojo, que es el alimento predilecto de la muerte acechante.

La mezcla de tradición, modernidad y clasicismo y la maestría en la estructuración del libro, que interrelaciona perfectamente dos partes distintas, es una muestra evidente de que el poeta ha llegado a un punto de su evolución desde el que domina todas las variantes de la técnica lírica y puede permitirse el lujo de mezclarlas a placer, sin que la humanidad del conjunto se resienta y además gane en altura lírica.

La confluencia de tradición (popular y culta) y renovación que se produce en Ruiseñor… es también un ejemplo fehaciente de la solera alcanzada por el poeta en este momento de su obra poética, pues esta unión perfecta de dos polos teóricamente contrapuestos sólo puede ser ligada por la maestría de una experiencia lírica como la que a estas alturas ha alcanzado Jesús Delgado Valhondo.

De tal forma que si ya se viene detectando desde Aurora. Amor. Domingo a Un árbol solo cómo pasó gradualmente desde su poesía personal a otra más adaptada a las tendencias líricas de la segunda mitad del siglo XX, ahora mezcla con una facilidad pasmosa la modernidad con la tradición, pero no para olvidar la primera sino para realizar una unión perfecta de ambas tendencias, demostrando que no son contrapuestas sino totalmente compatibles. Y esta simbiosis de ingeniería lírica (siempre sincera, porque Valhondo en ningún momento pierde el norte de sus sentimientos) sólo la puede conseguir un poeta que domina todos los recursos líricos como así lo ha sabido ver Ángel Campos: «[Los sonetos están] resueltos con la maestría de quien se sabe ya dueño de todos los recursos rítmicos del verso»[173].

La fidelidad de Jesús Delgado Valhondo a su obra poética, de cuyo sendero no se apartó en ningún momento, fue calificada por Ricardo Senabre de ejemplar, máxime si se tiene en cuenta que hasta el momento no habían logrado apartarlo ni los cantos de sirena que le llegaban desde Madrid ni premios ni honores: «Tu obra, en cambio, es ejemplar en muchos sentidos, y la has ido haciendo sin necesidad de corifeos y sin tener que buscarte apoyos interesados en los cenáculos madrileños»[174].

La vitalidad lírica de Valhondo, que incluso al final de su vida gozó de una frescura y una fuerza espiritual fuera de lo común, llevó a Manuel Pecellín a destacarla contundentemente asombrado por el ímpetu vital, siempre equilibrado y coherente, de este juvenil poeta septuagenario: «La capacidad creadora de su autor [se refiere a Delgado Valhondo y a Ruiseñor…], resulta asombrosa. No solamente sigue produciendo a un ritmo constante, sino que sus poemas son cada vez mejores. Cuando, en un futuro próximo, puedan consultarse sus ‘Obras Completas’ […] se percibirá la línea ascendente que proclamamos. La fuerza de Jesús, el ímpetu y la lozanía de un hombre con un asombroso temperamento, sus lecturas inagotables… mantienen abundantes kis [sic] veneros de la inspiración, a la que acompaña su trabajo vocacional de lima y podas, como mandan los cánones»[175].

También el mismo Pecellín supo intuir el significado trascendente de Ruiseñor perdido en el lenguaje cuando lo definió como un «ajuste de cuentas con su personal historia»[176], porque es otro discurso desgarrador que denuncia la imperfección del ser humano, su desorientación, el enigma de la existencia y la soledad en que el tiempo lo deja ante la muerte sin posibilidad de salvación.

Antonio Viudas Camarasa encuentra en Ruiseñor … una exposición sintetizada de la poesía de Valhondo: «[Ruiseñor …] tiene garra, experiencia vivida y arte. Creo que en ‘Jesús Delgado’ te has convertido en el mejor crítico de tu obra, jugando con el lenguaje das las claves poéticas de tu trabajo de años, siendo Un árbol solo que vive su tiempo (primavera, verano, otoño e invierno) con los demás, jugando, trabajando, luchando en la vida contra la muerte a quien no temes porque te sientes joven y no te importa abrazarla porque te ‘mueres a chorros’ desde niño y la vida es un pequeño espacio»[177].

Y, por último, Antonio Zoido resume todo ese cúmulo de virtudes, diversas y complementarias a la vez, con cinco adjetivos que engloban todas sus humanas contradicciones y grandezas y al mismo tiempo sintetizan el perfil de Jesús Delgado Valhondo en este momento de su etapa crepuscular: «Poeta desnudo, solitario, creyente, ambicioso y escéptico»[178].

LOS ANÓNIMOS DEL CORO (1988)

Los anónimos del coro es una metáfora del triste papel que el ser humano común se ve obligado a representar en el teatro de la vida, que el poeta ahora concibe como un coro formado por seres sin identidad donde cada individuo es sólo uno más en la masa de seres solitarios que pueblan el mundo. El hombre es un grano de arena en la playa de la historia, que teóricamente contribuye a formar con sus circunstancias personales, y sin embargo su trágica experiencia en la práctica sólo supone una insignificante contribución al discurrir temporal del mundo por sus imperfecciones, el tiempo y la muerte: «Los anónimos del coro son como los sacrificados, los que hacen la vida, la intrahistoria», aclaró Jesús Delgado Valhondo[179].

Los anónimos del coro es el fruto lírico del acentuamiento de  la nostalgia por los deseos de recuperar el pasado que experimenta el poeta en esta época crepuscular de su vida cuando, más sensible que nunca, capta a la caída de la tarde el espíritu de sus antepasados deambulando entre las ruinas del teatro romano de Mérida, en un intento de reencontrarse con sus orígenes evadiéndose en el espacio y en el tiempo a una época ideal en el recuerdo.

El origen de Los anónimos del coro se sitúa en la estrecha relación que se estableció entre poeta y espacio histórico: «Yo al teatro romano de Mérida lo quiero muchísimo. He vivido muchos años cerca de él; iba por las mañanas al teatro, me sentaba entre las piedras y, como ‘Los anónimos del coro‘ observaba a los seres que andan por el teatro romano en las mañanas, hombres que llegaban a recoger el manto que se habían quedado hecho mármol en la estatua, estatuas que abrían sus ojos al día como despertando de un sueño…»[180]. El mismo poeta aclaró en otra ocasión que Los anónimos del coro «son recuerdos del pasado del teatro romano de Mérida traídos a la memoria en el presente»[181].

Los anónimos del coro fue un libro meditado en el lustro de 1960 a 1965 cuando Jesús Delgado Valhondo residió en su ciudad natal y las ruinas ejercieron en su alma sensible y trascendente una influencia emocional: «Cuando el hombre siente bajo sus pies y sobre su espíritu ruinas históricas, ha ganado en su sangre una vejez que le hace señor y dueño de un tiempo dorado y ‘siempre mejor’. […] Siente con toda intensidad una emoción histórica […] una evocación sublime. Un sentimiento religioso que le capacita para ver y escuchar el tiempo que se marchó»[182].

Esta atracción profunda hizo que siempre sintiera una gran preocupación por el uso inadecuado, que se hacía de estas ruinas repletas de vida y de historia: «Mérida enmarca su vida pasada y su vida actual en este teatro […] (Lo bueno y lo malo de esta ciudad se enmarca en su teatro romano). Por eso en algunas funciones tapan el escenario con luces o con toldos. Ruidos estridentes y lo que suele ser la ordinariez impera. La romanicidad emeritense, sus templos, sus acueductos, su puente, sus gentes, su historia. Lo que la distingue de los demás, su personalidad, no puede ser arrollada por un huracán extemporáneo. […] Si nos cargamos la historia, nos hemos cargado a Mérida. Así de claro»[183].

Pero no sólo la atracción y la preocupación de Valhondo por estas ruinas históricas lo llevaron a componer este libro, pues en Los anónimos del coro el teatro romano únicamente es el marco propicio donde capta la existencia de una frecuencia especial dentro de la realidad, sino la conciencia de que esa sinfonía familiarrealmente existía en cualquier parte donde hubieran vivido seres humanos reteniendo:

El tiempo que se halla grabado entre las piedras milenarias esperando que alguien encuentre el medio de rescatarlo y proyectarlo de nuevo: «Ruinas para ser meditadas en cada una de sus facetas, en cada una de sus muertes de diferente color […]. Viven las ruinas el hombre vencido, el viejo de sangre e historia, el artista y el poeta, el contemplativo y el introvertido»[184].

La personalidad espiritual e intransferible de cada ser humano, que impregna los lugares donde habita dejando en ellos su esencia anímica: «Cuando visitamos el despacho, de un escritor fallecido, parece como si el espíritu de aquel hombre estuviese allí. Donde día a día, jornada tras jornada, ha ido depositando la vida que se desprende de nosotros a cada instante»[185].

Y la herencia del pasado donde encontraba su origen, se reconocía y curaba sus intranquilidades en un tiempo lejano del que, eliminada la tristeza y el dolor, sólo le quedaban los buenos recuerdos de su existencia: «Las ruinas históricas conmueven -mueven y revuelven siglos-, es precisamente al que en su ser íntimo lleva clavado un misterioso clima en sazón. Siente con toda intensidad una emoción histórica muy difícil de catalogar. Una evocación sublime. Un sentimiento religioso que le capacita para ver y escuchar el tiempo que se marchó»[186].

Desde el comienzo de su obra lírica Valhondo trasmitió en varias ocasiones  la conciencia de que existía una sobrerrealidad[187] reservada únicamente a los que gozan de una aguda sensibilidad que les permite captar esa melodía especial en el silencio de las ruinas: «Las ruinas tienen un concierto que el que no lo escucha no sabe lo que es. Una sinfonía especial»[188], decía muy seguro de no confundirse por haberla escuchado él mismo.

La prueba de que Los anónimos del coro tienen una génesis antigua la encontramos en el poema «El tonto del pozo» de La vara de avellano, donde el poeta está seguro de que el espíritu del muchacho ahogado, como el espíritu de Los anónimos del coro entre las ruinas, sigue en el pozo donde se ahogó:

Y ahí está, en el pozo,

por los siglos de los siglos del agua».

También se hallan rastros del origen de este libro en esta cita: «En los escombros suena una sinfonía familiar» y en estos versos de Un árbol solo donde el poeta con su aguda sensibilidad escucha esa huella sonora y advierte del error en que cae el ser humano al no atender esa voz del pasado:

«Escombros nos vigilan.

Muchos montones de escombros

sosteniendo borrosas agonías

donde andan carcajadas humanas,

carcajadas antiguas;

quejidos agresivos,

herrumbrosos. Nadie escucha a los escombros

las dolidas preguntas

de su soledad arropada

a cambio de buscarnos por sorpresas.

Nosotros somos escombros,

un fondo de ciudad y de los gestos,

esparcidos y convocando un mundo extraño y familiar».

Poco después en Inefable… vuelve a insistir en este tema: «Abres un libro y lees con emoción / donde te encuentras: / salón de espectadores, / trozos desparramados de niños / para arqueólogos ambiciosos». Lo mismo hace en Ruiseñor perdido en el lenguaje cuando metafóricamente concibe el mundo como un museo que recoge los despojos de los antepasados:

«Voy al museo

cuento cadáveres y santos.

[…]

Un tremendo mundo roto

de espectáculos.

Vitrinas. Urnas.

Misterios disecados.

Piedras dormidas.

Voces. Palabras.

Gritos colgados

de angustias,

de clavos».

Teniendo en cuenta que Jesús Delgado Valhondo publicó casi todos sus libros con un espacio temporal de tres a cinco años de media, sorprende la corta distancia temporal entre Ruiseñor…, publicado en febrero de 1987, y Los anónimos del coro, editado en la primavera de 1988. Ese año de intervalo entre uno y otro, hace pensar que la cuarta parte del libro fue terminada con precipitación y que tenía compuestas con anterioridad la primera y la segunda parte (las únicas que el poeta pensaba incluir en el libro).

Así por ejemplo Jesús Delgado Valhondo en el año 1983 aseguró tener un libro listo para publicar con el título de «La habitación del rato»: «indicó cómo había pensado que ‘Un árbol solo’ sería su último libro poético, pero está claro que me equivoqué -dijo- y con mucho, porque ahora estoy terminando otra obra ‘La habitación del rato’ y me he dado cuenta que no puedo parar»[189]. Sin duda era la denominación que Valhondo pensaba ponerle a la cuarta parte de Los anónimos del coro («Jaula de atardecer»), cuya razón se halla en un verso del poema «Fábula olvidada»:

«Miradas la encuentran

en la habitación del rato

para vivificarla vértigo

y esculpir su figura»[190].

         

«Jaula del atardecer» tiene su origen en aquella experiencia vivida por el poeta en 1959 cuando su hijo Fernando estuvo varios meses en el hospital militar de Badajoz y conoció la humanidad de las prostitutas que se conmovieron ante su dolor. Por tanto, al menos esta parte no fue concebida para incluirla en Los anónimos del coro. Quizás Valhondo intentará publicarla independientemente pero por su corta extensión no logró encontrar editor y lo dejó para una ocasión más propicia que se le presentó con Poesía, donde la adjuntó a otros grupos de poemas que tenía sueltos y los unificó bajo el mismo título.

Los anónimos del coro es un libro de poemas publicado entre las páginas 315 y 346 de Poesía, que se abre con la dedicatoria a dos personas muy estimadas por Valhondo: Fernando Lázaro Carreter y Ricardo Senabre, porque el primero lo alentaba considerándolo uno de los mejores poetas contemporáneos y el segundo por el magisterio orientador ejercido en él a través de los comentarios críticos que realizaba de su trayectoria lírica.

En la misma página aparecen dos citas: una de Antonio Machado y otra de Juan Ramón Jiménez, que tienen relación con la sobrerrealidad en la que se ha instalado Valhondo desde Un árbol solo. En la cita de Antonio Machado dice: «Estos chopos del río, que acompañan / con el sonido de sus hojas secas» y en la de Juan Ramón: «entre las quietas hojas amarillas, / a una música inmensa, / como un incendio de pesar sin fin»; el sonido que oye Machado y la música inmensa que escucha Juan Ramón, imperceptibles para el oído de una persona común, son sensaciones de la sobrerrealidad en que se instalan estos poetas.

Valhondo se acomoda en esta misma frecuencia desde el mismo título del libro (Los anónimos del coro) y de la primera parte («El otoño es un órgano que toca, solemnemente, Dios»), cuyos significados representan sendas lecturas de la realidad aparente, que coinciden en detectar un mensaje no captado por sensibilidades normales. El título del libro representa a seres desconocidos como supuestos personajes de una comedia griega que, situados en el coro y tapados con caretas, sólo son capaces de representar el dolor, el lamento y la pena colectiva. Y el título del primer poema advierte que el ritmo del mundo tocado por Dios sólo puede ser captado por espíritus cercanos a la tristeza y la melancolía, cuando se encuentran en  el otoño de su existencia.

El poeta, a pesar de hallarse en la etapa crepuscular de su vida, ha acentuado su sensibilidad y se sitúa fácilmente en esa misma frecuencia donde consigue escuchar la melodía característica de las ruinas del teatro romano de Mérida: «Las ruinas son una sinfonía tremenda para el hombre que sabe escuchar. Cuando subía las escaleras para recoger la medalla todo aquello se me estaba viniendo encima, sobre todo porque una de las mejores cosas que me han pasado en la vida es nacer en Mérida, y me encontraba como en el vientre de una madre, como de regreso. Iba, no ya emocionado, porque era otro ser»[191].

El poeta inicia el libro situado en el mes de septiembre (comienzo del otoño), porque era la época ideal del año para captar con más nitidez la sobrerrealidad en el crepúsculo de la tarde, entre dos luces, arrastrado por una deseada nostalgia: «Pero todo se anula más adelante, llegando septiembre. Porque un atardecer de septiembre descubre el cronista, que intentaba ser el poeta de su vida temblando una inefable luz en el fondo de la escena. Allí, donde Mérida, mansión de historia, arde y es consumida lentamente por la caída de la tarde y el inicio del anochecer. Donde, allá en el horizonte, alguien vendimia rosas y nardos. […] En el fondo surge Mérida recién creada. Recién florecida de viejo aroma de bosque en la ciudad que escucha la historia del silencio en la escultura de piedra donde se posan los años a descansar. Y recordando vuelvo a vivir. Que yo también me quemo y surjo en el atardecer -amor y muerte- de cada día-«[192].

La primera parte de Los anónimos del coro comienza con un poema titulado «Desde antes», cuyos primeros versos explican el título del libro y aclaran quiénes son Los anónimos del coro:

«Alguien estuvo en este sitio

 que ahora ocupo.

 Noto su vacío suceso rodeándome.

 Acaricio lo que todavía queda

 del cuerpo del hombre de la historia»[193].

Ahora el poeta ya se encuentra en el teatro romano buscando esa sobrerrealidad donde la historia debía necesariamente estar guardada, esperando que una sensibilidad especial la captara. Por eso Valhondo dijo muy convencido que «cuando pase unos años alguien inventará una máquina que rescatará del tiempo al sermón de la montaña y a esta conversación que mantenemos ahora»[194], seguro de que la realidad es una película que sólo necesita rebobinarse y proyectarse porque no puede desaparecer por arte de magia. Mientras esa máquina se inventa el poeta, armado con el recurso de su hipersensibilidad, capta entre las piedras el espíritu de las personas que existieron y siguen habitando en aquel lugar:

«Acaricio lo que todavía queda

 del cuerpo del hombre de la historia.

 Tiene peculiar forma y manera de existir»[195].

Las sombras ahora no tienen connotaciones negativas, deambulan por el espacio abierto del teatro romano como seres vivos que se comunican y se mueven delante del poeta («Alguien / sigue ahí donde lo miras»[196]) que siente nostalgia por aquel mundo desaparecido de la realidad, pero vivo en el misterio de otra frecuencia mental que sólo el poeta es capaz de captar en un momento especial del día, el crepúsculo del atardecer («En el rincón inmenso del ocaso / -todo se vuelve rincón del momento- / queda el misterio»[197]) cuando, aprovechando ese intervalo en que la luz del día es oscurecida lentamente por las sombras de la noche, Los anónimos del coro vuelven a poblar los lugares que habitaron:

«Muchos vuelven en busca de sus bocas

 […]

 Otros escudriñan notas que perdieron

 […]

 Los amantes se arropan

 con la capa rojiza de la estela

 que va dejando el día»[198].

        

En el segundo grupo de versículos, que no tiene título[199], el poeta continúa con su visión en una época y en un mes concreto del año (otoño y septiembre) en que «Mérida es ideal»[200]: «La fantasía de septiembre / late en momento / de miel y sol de espuma». Es por tanto en este tiempo único situado en el inicio del otoño, donde se produce el prodigio para este visionario y místico trasgresor de la realidad, cuya conciencia trascendente es capaz de situarse en el concierto de las ruinas donde los seres comunes con una sensibilidad normal no ven más que piedras y destrucción.

El prodigio se inicia como en la leyenda de Bécquer [201] y todo se anima en ese atardecer que se va: «los dioses vuelven la cara / […] / caminan torsos lumínicos / […] / Polvos de cenizas se acumulan / […] / Bajan hasta el renunciamiento / las sagradas estampas del relámpago. / El crepúsculo proyecta su película. / Y el recodo ciñe un cielo que ha caído»[202]. La sobrerrealidad toma vida en la imaginación del poeta, que rebobina la historia de ese momento grabado en el espacio del lugar donde ocurrió y lo proyecta en estos versos, que materializan sus anhelos por rescatar una época enigmática y a la vez atractiva. Como cuando una persona cualquiera se asoma a una ventana intentando encontrar nuevos asombros que le hagan realidad sus deseos insatisfechos y su mente vaga por caminos inexplorados y horizontes sin límites.

La contemplación de una estatua en forma de fuente, adornada con flores en el jardín del teatro romano, le trae la paz aunque las sombras del crepúsculo lo hacen inquietarse cuando la sobrerrealidad se llena de sombras y anónimos del coro: «Todavía la estatua / continúa superficies floríferas. / […] / Y, de pronto, surgen / intrigas de presentimientos»[203]. Estos versos advierten el alto grado de surrealismo y de elucubraciones oníricas que contiene este poema, hecho con retazos de recuerdos a modo de flashes mentales que el poeta trae a su memoria por medio de imágenes vividas con anterioridad y mezcladas subconscientemente.

El siguiente versículo, «El túnel» que continúa en la misma línea de recuerdos, trata un hecho real cuyo protagonista fue el poeta: «Un día me metí por una alcantarilla, que acababan de descubrir en unas obras realizadas entre el teatro romano y la casa romana»[204]. Valhondo quiso entrar donde otros no se atrevieron, empujado por el deseo de respirar aquella atmósfera que había estado tapada dos siglos y por su sempiterna necesidad de hallar asombros que pudieran reportarle el encuentro gozoso con su pasado, como un modo de conocerse a sí mismo porque creía que el ser humano sin historia estaba incompleto:

«Entramos en nuestro menesteroso

 y dramático misterio al contemplarnos.

 Vagamos en un cauce que nos lleva

 a la peregrina ambición, de día festivo,

 que estrenar en fiesta inverosímil»[205].

Sin embargo, como siempre, sus deseos se ven frustrados por la imposibilidad de alcanzar aquello que busca esperando que algo nuevo lo asombre, lo esperance y le devuelva la ilusión perdida con el descubrimiento de algún enigma que le aclare al menos una de sus múltiples dudas vitales y le indique el camino para desentrañar las otras:

«Cuerpo comulgado, en su desnudo,

 corriendo alcantarillas

 para alcanzar anhelos que extendemos

 a la misericordia de cualquiera

 que vaya en busca de la luz

 siempre lejos,

 inalcanzable a nuestras manos»[206].

Pero el poeta llega a pensar que la imposibilidad de comprender quizás no se encuentre en las cosas («Todo está posiblemente en el mismo sitio»[207]), sino en nosotros mismos que vivimos de espaldas a la historia y al pasado, del que nos hemos alejado inconscientemente por seguir ciegos el progreso deshumanizado al que sólo le interesa el presente en su aspecto práctico y lucrativo, no espiritual: «Nosotros somos quienes nos alejamos.»[208].

Y, si imposible es encontrar la conexión con ese pasado que forma parte de nuestro ser, más difícil es conseguir alumbrar nuestra conciencia personal («la emoción / de encender la otra luz, / aquella que está consternada, / en nuestro propio cuerpo»[209]). De ahí que el poeta dude porque es incapaz de encontrar la luz que le ilumine siquiera el enigma de su propia conciencia y, de ahí también, la necesidad de convencerse de que cree para no caer en el abandono:

“Despertaré creyendo

 y volveré a olvidarme que he creído.

 Buscaré mil pretextos

 para tener la fe en algo que me sostenga»[210]

Pero una quimera imposible convertirá su empeño en baldío: la esperanza de encontrar la paz («Cuando consiga desentrañar asuntos, / que me preocupan contemplándome»[211]) y, en un estado de meditación trascendente alejado de sus intranquilidades, escuchar la melodía del universo en la que se encuentra inmerso como una pieza perfecta de su divino engranaje. Sin embargo sus múltiples imperfecciones convertirán este anhelo en irrealizable:

«me sentaré a la orilla de la celebración

 a escuchar el órgano del otoño

 mientras el incienso

 va dorando un retablo

 de palabras antiguas»[212].

El poeta nunca verá cumplidos sus deseos porque jamás encontrará la paz anhelada por vivir constantemente en la duda a la que lo arrastra la cruda realidad: «La vida es tremenda. La duda es el principio de la fe. Vas a un cementerio y te dicen: ‘aquí está tu padre’, te lo dan envuelto en una bolsa de plástico; y te preguntas: ‘¿resurrección de la carne?’ ¿de qué carne? Tengo un hueso de la cueva de Maltravieso hecho piedra y pienso ¿cómo va a resucitar esto?»[213].

En el poema que sigue, «Palacio de sentidos», el poeta comunica su estremecimiento ante la contemplación de dos cambios: uno, el experimentado en su cuerpo por la influencia negativa del tiempo que se hace preocupante en los últimos años de su vida («Miro mi fotografía / y me echo a temblar / como si resucitase en invierno»[214]) y otro, ante los recuerdos de las vacilaciones que ha sufrido su personalidad por sentir emociones inconfesables o por aquellos momentos en que perdió el control («Mirando mi fotografía / me compadezco de satisfacciones / que laten detrás de todo odio»[215]), convirtiéndolo en un desconocido para los demás que ignoran su deseo de actuar de una forma distinta a como lo hace.

Esa dualidad entre lo que parece y lo que realmente es lo inquieta sobremanera, porque en su conciencia sufre una desorientación que lo lleva a no saber quién es ante el cúmulo de emociones contradictorias sentidas, que denomina «palacios de sentidos»:

«Nadie me conoce

 ni siquiera el que sale

 a entornar la puerta

 de un desconcertante palacios de sentidos»[216].

Aunque a pesar de saberse pura contradicción, esta doble personalidad le sirve de pantalla protectora («Es lo mejor que puede sucederme»[217]), porque descubrir su otro yo y abrir su conciencia a los demás, es inútil («Lo otro es un vivir cambiando palabras / que, por temor a lo ignorado, / se repudian a sí mismas»[218]). Por eso, consciente de su soledad, se siente más seguro refugiado en su conciencia donde está más cerca de Dios del que se sabe parte («Me reconozco hombre solo / en el paseo, dentro de Dios»[219]), aunque sólo sea durante un momento en el que se detenga el tiempo:

«sólo un rato;

 pero eterno»[220].

Pero cuando sale de ese momento eterno, ideal, desprovisto de preocupaciones, se topa con la sempiterna tristeza de la realidad que tras su esplendor guarda trampas, porque no muestra su verdadera cara («Es imposible la dulce / alma del candor de esta mañana. / Anida engaños de esperanzas»[221]). Así el poeta sufre esta realidad ambigua, porque su falta de identidad personal lo hace consciente de que no es uno sino un cúmulo de imágenes distintas de sí mismo en momentos diversos de su vida dependiendo de las circunstancias («No caigo en el recuerdo / de una imagen concreta / al volver de mis copias»[222]). Éste es el motivo de que el poeta no logre conocerse a sí mismo y por tanto tampoco consiga comprender a los demás ni a la realidad y se encuentre desorientado («A ciegas ando»[223]).

Por esta razón el poeta advierte que en su conciencia no es ese ser superficial sino otro, el que le hubiera gustado ser, si las circunstancias se lo hubieran permitido («Me reconozco otro, / quizá, vecino impenetrable, / novela embarazada de consuelos»[224]), o un ser trascendente, si hubiera seguido ahondando en el amor a Dios que sintió buena parte de su existencia:

«Amor lastimando formas

 en réplica a una misteriosa

 vivencia enternecida

 encerrada en casa

 durante mucho tiempo»[225].

Pero no es ni un ser ideal ni trascendente sino un desconocido, inseguro y desorientado, que se encuentra a merced de la muerte constantemente angustiado («Belleza muerta y sin aristas, / cuerpo resplandeciente, / donde me ahogo todos los días»[226]) porque no sabe adónde lo va a llevar:

«[…] para llevarme

 no sé bien a qué sitio

 donde todo está a punto

 según dicen»[227].

En el «Dolor del jardín», el poema siguiente, la tristeza que le produce el día se acentúa («La tristeza se apoya / en la espalda del jardín»[228]) porque el poeta piensa que «todo jardín duele, no da alegría, es imposible allí la carcajada»[229] y su anhelo de buscar nuevos horizontes se disipa («Se desvanecen definiciones / de paisajes infinitos»[230]). Por este motivo todo en el jardín se puebla de angustia y de mendigantes anónimos del coro que suplican:

«Agobios de miradas llenan

 la espesura arbórea del momento.

 Tiemblan futuros frutos

 reservados a huecos de unas manos

 que piden limosnas de misericordias»[231].

Y la pregunta ¿quiénes son esos anónimos del coro? se queda sin respuesta porque es imposible contestar, al poeta ya no le quedan palabras («Nadie responde / porque faltan palabras»[232]). Y todo se estremece incluso el canto del jilguero, símbolo de la alegría y la libertad («Tiembla el canto del jilguero»[233]), porque la muerte ha aparecido con su trágico efecto:

«Se ha muerto un pájaro

 porque alguien llora

 entre las plumas del soplo del suspiro»[234].

También el título de la segunda parte, «Se funden siglos en un solo día», resulta muy significativo pues el poeta de nuevo vuelve a insistir en el paso del tiempo, cuya rapidez hace que se comprima la existencia en un momento.

El poema «¿Adónde?» se abre con las mismas palabras del título de esta parte, que se completa en el segundo verso con «y caben en un rato», es decir, con una mayor compresión sintética del tiempo porque aparentemente es mucho y sin embargo se resume en un solo día, en un insignificante momento para todos pues cuando llega la muerte la vida siempre resulta corta, independientemente de la edad que se tenga.

Pero que la muerte sea igual para todos no hace abandonar al poeta su preocupación ante ella, pues le sorprende que las personas a punto de morir afronten este paso tan dramático para él como si partieran a un lugar conocido («Hay quien dice: ‘Me voy’ «[235]) con una certidumbre que lo desorienta, y sin embargo él nunca tiene noticias de que lleguen a su destino («Y se va al mirarnos / con nosotros dentro / por un camino oscuro / y sin saber si llegan»[236]), y otros parten como si fuera un paso intrascendente:

«y quien se va con el que tiene

 que dar un recado a la mujer del otro»[237].

Y esto hace dudar aún más al poeta porque, si la muerte forma parte de su propia esencia y es sólo una circunstancia natural como la misma vida («Estoy seguro de que la he visto antes / jugando entre la gente»[238]), no hay que temerla pues quizás aquí radique el valor de la vida y de la muerte: la primera haciendo posible que el ser humano llegue a la segunda y ésta, ayudándolo a pasar la puerta de la verdadera existencia («Es la esmeralda / que sacaron del abismo del espíritu / y se hizo pez en el armario / de la habitación del mar?»[239]). Sin embargo el hombre se deja llevar por las interpretaciones de quienes lo dominan, que dan una explicación de este paso acorde con sus intereses particulares pero que no sirve para orientarlo, y así «vagamos con noticias sensacionales» acuciado por el tiempo que lo arrastra hacia la muerte, concebida así no como esperanza sino como un paso amargo.

El poema «La escena» se refiere metafóricamente a la del teatro, pero en realidad trata de la escena en que se desarrolla la vida del poeta, donde continúa con su tremenda preocupación porque su sensibilidad lo hace sentir en exceso el paso del tiempo y el peso de la muerte, mientras los demás no entienden, inconscientes, sus hondas preocupaciones («Nadie respeta / mis desvelos ante el terremoto / de la desolación, / por donde yo paseo, entristecido, / los secretos del mundo»[240]), lo ponen en evidencia («me hacen desfilar / por delante del otro»[241]) y disfrutan de su tristeza, esperando que su tragedia personal se consume («ansiosas miradas de anónimos que esperan, / que la escena se convierta, / […] / en importante tragedia / de sueños asesinados»[242]), mientras que siente una inefable tristeza: «(¡Qué dolor padece mi alegría!)»[243].

Nada consigue callar las murmuraciones contra él («No importa que la noche venga / apagando luces y encendiendo emociones»[244]), mientras sigue muriéndose poco a poco («mientras continúo vaciándome a chorros»[245]) porque se encuentra acorralado en su preocupación que parece ser sólo suya. El poeta ante tal tensión se evade yendo:

«a beberme un vaso de vino

 a la taberna del Apóstol»[246].

Entretanto la muchedumbre pasa desorientada como un río de llanto y su palabra vaga sin valor, incapaz de entender el momento de vida, ese instante en que «se funden siglos» sólo sentido por los antepasados («pero, que está ahí, en el sigilo / del otro que le escucha»[247]). Mientras, el poeta se hace un ser más solitario, refugiado en sus recuerdos, para desembocar en la estremecedora realidad de que hemos nacido para morir, haciendo cierta la idea que asegura ser una la cuna y la sepultura:

«Haciéndose de sí mismo

 solitario refugio de recuerdos

 […]

 hasta dar con el límite

 escandaloso de su vida

 en la mentira del tiempo

 (Y del fin)»[248].

La tercera parte, titulada «La escalera de la palabra», preside un grupo de versículos que gira en torno a un tema preocupante para el poeta: el enigma de la palabra con el que ha luchado infructuosamente toda su vida para desentrañar ese significado justo que la palabra tan celosamente guarda en cada momento y conseguir la transmisión de sus sentimientos con la misma sutileza y exactitud que los captaba en su conciencia.

El título de esta parte indica que el poeta analiza todos los aspectos que intervienen en la configuración de la palabra, en una progresión inversa como si de una escalera se tratara, comenzando por el peldaño de arriba hasta llegar al más bajo, donde se encuentran las palabras más simples y primitivas, los pronombres personales.

Así la idea central se resume en el primer poema, «La vocación de la palabra», que se puede entender como “la llamada de la palabra”, esa atracción irresistible del concepto exacto que ahora en el crepúsculo de su vida, le muestra la imposibilidad de expresar con él ciertos sentimientos («Me asombran / las palabras llenas de nostalgias / que nunca conseguí pronunciar»[249]), porque se han perdido en el tiempo («Esto pasó la mar de vocaciones»[250]) o no sabe si es una imposibilidad del presente porque la vida se le ha pasado en un momento o es simplemente la necesidad de traer al momento actual recuerdos para rescatar el pasado:

«O estoy construyendo

 una nueva vivienda

 donde habitar futuros del pasado»[251].

En el resto de los poemas el poeta trata otros aspectos que le preocupan de la palabra o bien le resultan atrayentes por su misterio:

La capacidad de la palabra para crear ilusiones («Nos conformamos cada mañana / con la frase del verso»[252]) e inventar formas que nos acompañan y nos hacen sentirnos menos solos:

                                                             «Y nace la escultura

 ocupando el lugar

 inventado cada día,

 donde antes estábamos

 nosotros solamente»[253].

El misterio de la palabra, cuyo significado no se puede traducir, aunque el ser humano intente embellecerla representándola con un signo gráfico:

«Y simbolizamos con nombre impresionable

 la ilegible imaginación

 de la palabra»[254].

La dura realidad de un pasado perdido en el tiempo, cuya imposibilidad de rescatarlo descubre la palabra:

«Porque será terrible evocar

 pasados varios siglos,

 algo que aquí ocurrió

 cuando vivíamos»[255].

-El dominio que sobre el poeta ejerce la palabra, obligándolo a ser contradictorio, desorientándolo o haciéndolo caer en un mutismo preocupante, que lo incapacita para expresar exactamente lo que necesita decir en cada momento:

«Me duele la voz cuando se apaga

 secretamente en la garganta,

 cuando se encierra en un silencio

 que es imposible oír»[256].

La certeza de que hubo un momento, que se pierde en la memoria del tiempo, donde el ser humano sólo necesitó gestos para llegar directamente al corazón de los otros seres («Acaso la palabra muda. / O era antes. / Cuando no hacía falta / palabra alguna para deducirse»[257]) y, sin embargo, ahora el poeta no logra llegar a sus semejantes con la palabra. Por este motivo el poema «El sonido de la palabra» expresa la dificultad que entraña el uso enigmático de los conceptos[258].

Y, por último, el enigma de «Los pronombres personales» que materializan en seres concretos el valor más profundo y directo de la palabra. El yo es la soledad, el aislamiento y el desconcierto de encontrarse a sí mismo:

«Desconocido yo

 en mí mismo encerrado

 cadáver donde vivo

 un presente que dudo

 si existo solo siempre»[259].

 El tú es abrirse a otro, vivir a su compás, notar su presencia y su silencio; en definitiva estar acompañado por la relación que se establece a través de la palabra:

«Frente a frente. Contento

 hermano mío. TUYO

 es voz que nos une

 definitivamente»[260].

 Él es el tercero en discordia, el anónimo a quien cargamos nuestros traumas:

«La culpa es siempre suya.

 La novela y el humo»[261].

aquello que no conocemos, lo inesperado y lo ingrato: «El encuentro a la vuelta / de sorprendente esquina»[262].

La cuarta parte, titulada «Jaula de atardecer», es una humanísima reivindicación lírica de las mujeres que ejercen la prostitución, a las que el poeta dignifica en un ejemplo de comprensión humana. El poeta las concibe como unos seres plenos con su conciencia, sus problemas y sus anhelos como cualquier otro ser humano, y con un cuerpo que cumple una función social ayudando a calmar el deseo humano (una especie de dolor) con la entrega amorosa, ante la indiferencia o el desprecio de los demás que olvidan aquel pasaje cuando Cristo perdonó a la Magdalena, una prostituta arrepentida. El poeta recuerda este hecho encabezando el poema con la cita de San Lucas 7, 38: «Se puso detrás de El, junto a sus pies, llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el ungüento».

Esta reivindicación de Jesús Delgado Valhondo tiene un sentido socioespiritual, pues la prostituta a la vez que consuela el dolor del mundo con el placer sexual realiza una labor imprescindible relacionada con la caridad recíproca que se debe dar entre los humanos, porque se basa en la entrega y la autodestrucción de su cuerpo en un acto solidario sustituyendo la acción de Cristo que, desde el episodio de la Magdalena, ha dejado el encargo a las prostitutas para que hagan con los hombres necesitados de amor y comprensión lo mismo que Él hizo con la Magdalena, la prostituta por antonomasia, consolarla y compadecerla.

La prostituta como el loco, el tonto, la muchacha tempranamente muerta o la beata es una persona a la que Valhondo dedica especial atención en poemas donde se preocupa por los seres marginados. Así en el poema «Mujer de vida fácil», subtitulado «(Fábula con moraleja)», de La vara de avellano contiene el precedente de este largo poema de Los anónimos…, donde el poeta realiza una exposición del mundo espiritual de estas samaritanas del amor.

El origen de esta preocupación se encuentra enraizada en la misma esencia de Valhondo, que fue un ser humano preocupado por la situación marginal de estas mujeres: «Yo siempre he sentido un gran respeto por ellas», confesó sin ambages cuando trasmitió la atracción por estos seres indefensos de una forma sorprendente, pues su actitud es el resultado de una postura solidaria que adopta con estas mujeres a contracorriente enfrentándose a la ideología conservadora de la época, de tal forma que resultan insólitas estas palabras comprensivas sobre ellas, generalmente denigradas por todos.

Además la preocupación de Valhondo por las prostitutas tiene su origen en aquella experiencia de su vida, que lo lleva a descubrir y fortalecer la opinión positiva que tenía sobre ellas, cuando pasó aquella larga temporada de seis meses (septiembre de 1959 a febrero de 1960) junto al lecho de su hijo Fernando, convaleciente de una grave enfermedad, que lo mantuvo entre la vida y la muerte en el hospital militar de Badajoz.

Para un espíritu sensible como el suyo, la actitud humanísima de estos seres marginados que mercan con su cuerpo lo llevó a indagar en los entresijos de sus almas y descubrió que también eran personas con sentimientos, intranquilidades, ilusiones, anónimos del coro en definitiva. Además comprobó que sus semejantes («seres normales») se mostraban insolidarios, inhumanos y faltos de comprensión con ellas  y sin embargo su oficio era un ejemplo de caridad para quien necesitaba no sólo saciar sus apetitos sexuales sino también compasión y consuelo, el mismo que humanamente recibió de ellas cuando se encontraba angustiado y solo con su problema.

Y esto es lo que cuenta el poeta en «Jaula del atardecer», título donde resume el sentimiento más angustioso que a su juicio sienten las prostitutas: estar prisioneras en esa espera inacabable del atardecer, cuando toman posiciones en sus lugares habituales para ejercer la venta de su cuerpo como respondiendo a un misterioso destino:

«La prostituta se sentó,

 en una piedra a la orilla del camino,

 a esperar.

 No sabía lo que esperaba.

 Ni a quién.

 Ella siempre esperaba.

 Designio de su manera de vivir»[263].

Y como si también en su sino estuviera escrito por un divino mandato la prostituta, que esperando sucumbe («(Se le notaba en la cara / que había estado muerta; / pero, ella, evitándose, lo ignoraba)»[264]), continúa soportando las miradas acusadoras de los demás («Espiaban miles de seres. / Acusada no sabía de qué, / desde dentro, desde fuera»[265]) y su indiferencia:

«Arropaba la niebla al desaliento.

 Indiferente pasaba el hombre

 sobre el santo y sobre la mujer»[266].

Mientras, en medio del desprecio general, la prostituta busca entre los recuerdos de su pasado y se encuentra inocente y pura («Recreábase niña y volvía, / milagrosamente, / a ser, blanca nieve del aire, / enajenada imagen de sí misma / en la enamorada angustia de su sitio»[267]) antes de ejercer la prostitución, que aceptó como tabla salvadora («Le dieron un pañuelo / para que limpiase sus lágrimas»[268]), y ella con su inmaculado espíritu repartió calor entre los necesitados de amor («Y fue nueva Verónica en los caminos / de hombres perseguidos, / de hombres indignos, / de hombres profanados, / de los de mala voluntad»[269]) y compasión humana («Ella los consolaba, / les enjugaba penas y agonías, / les daba de beber, / como samaritana»[270]), cumpliendo una voluntad divina:

«Nueva Magdalena.

 La bíblica criatura

 convocada por Dios

 para la vida

 de los suburbios de los hombres»[271].

Pero, a pesar de calmar el deseo y de contribuir decididamente a mitigar el dolor del mundo, las prostitutas sólo encuentran el abandono y la soledad, que en ellas se hace más patente y angustioso, porque también el tiempo las va minando («Y, luego, nadie. / Y, después, envejeciendo / era violeta que se apagaba, / debajo de la hierba, / a escondidas de Dios»[272]) y su cuerpo viejo termina sólo sirviendo como un simple medio de supervivencia para calmar a menesterosos («y Dios sin su alegría acostumbrada / era un hombre que regresaba / del trabajo / enriquecido de pobrezas»[273]). Es entonces cuando comienza a sentir patentemente la realidad de una vida dedicada a un oficio de miseria física y moral.

En esta situación, sin encantos corporales, la prostituta será más vulnerable que nunca a las miradas y reproches de los demás («Espiaban miles de seres. / Acusada no sabía de qué, / desde dentro, desde fuera. / Miles y miles»[274]), que no quieren saber nada de su pasado, de aquella niña que fue y de la que guarda en su interior, como si de un preciado tesoro se tratara, una imagen cálida para soportar su despreciado oficio.

El único sostén espiritual que le queda a la vieja prostituta es el recuerdo de Cristo, que un día muy lejano se compadeció de una mujer como ella. Ante el recuerdo de aquel hecho tan humano, la prostituta se esperanza por unos momentos pero enseguida desemboca en la dura realidad pues, a pesar de sus anhelos, la mujer prostituida se ve obligada a continuar con su oficio («Suplicada criatura. / Trasluciente»[275]) hasta que el tiempo termina por quitarle todo encanto físico y nadie requiere sus servicios («Limosna que nadie recogía. / Se fue haciendo muy tarde / para empezar de nuevo»[276]). Su juventud desaparece en la memoria del tiempo y la prostituta al final queda abandonada y sola:

«no hubo espacio para ella

 y se quedó fuera de su casa»[277].

Este largo poema concluye con otros tres más cortos: «Fábula del recuerdo», «Fábula olvidada» y «En este pequeño cementerio de aldea», donde el poeta recoge el epílogo de la vida de la prostituta: su muerte anónima y su tumba olvidada en cualquier pequeño cementerio de un pueblecito perdido:

«(A Carmen le pusieron un clavel de tela.

 A José una corona de crisantemos.

 A la señora Rosa una dalia de papel.

 Y a ella, una prostituta,

 un manojo de olvidos amarillos»[278].

Éste es el final trágico de una mujer que a cambio de entregar su cuerpo y su vida («Daba más que tenía»[279]) para saciar apetitos, consolar y compadecer a los necesitados, recibe la indiferencia de los demás y termina en la soledad y el abandono de un anónimo cementerio:

«hasta llegar a confundirse

 -ella también-

 en el osario del amanecer

 cuando la primavera y la caricia»[280].

«Jaula del atardecer», además de su sentido real, contiene una triple parábola: una, la entrega de las prostitutas se parece a la de Cristo que, después de darse a los demás, fue despreciado, escarnecido y murió solo en la cruz, olvidado por aquéllos a los que había consolado en vida. Otra, en un sentido más amplio, la vida de las prostitutas es una metáfora de la existencia humana, triste y desencantada, que termina irremisiblemente en la soledad más absoluta y en la muerte desconocida e intrahistórica de los seres comunes, es decir, de los anónimos del coro que todos somos. Y otra, inconscientemente el poeta en la parábola de la prostituta reflejó la idea de su propia existencia, dedicada a la búsqueda de la verdad (una forma de entrega a los demás) y, sin embargo al final de su vida, se ve abandonado por Dios a quien se había entregado y se encuentra solo ante la muerte.

En Los anónimos del coro, después de la vuelta a la tradición con el estribillo del poema «Jesús Delgado» y al clasicismo con los sonetos «Poemas de amor para la muerte» de Ruiseñor …, Valhondo se reinstala plenamente en el surrealismo, que venía siendo característico en esta etapa crepuscular de su obra poética desde Un árbol solo. En este sentido, el poeta rinde tributo a los más destacados surrealistas de la Generación del 27 como Lorca, Alberti y Dámaso Alonso. Del primero, en la creatividad y elegancia de las imágenes; del segundo, en el tono a veces desgarrador de los momentos de desencanto y del tercero, en esa forma lenta y misteriosa de discurrir el poema que en algún pasaje vuelve a remitir a «Mujer con alcuza» de Hijos de la ira, sobre todo en la cuarta parte («Jaula del atardecer»):

«Bajó el amanecer a verla.

                                                        Había envilecido su piel

 y le cubría un purísimo azul

 en jaula de alborada.

 Liberándose nacía virginal.

 Nuevos deseos.

 Permanente ascensión»[281].

También se localizan referencias de la poesía narrativo-descriptiva, que adapta el poeta a su forma de decir desde Un árbol solo. En Los anónimos del coro las partes, excepto la tercera, están expuestas en una forma reflexiva que sigue el discurso, unas veces narrando lo que sucede y otras descubriendo el estado de ánimo del poeta o bien el de sus protagonistas:

«Despertaré creyendo

 y volveré a olvidarme que he creído.

 Buscaré mil pretextos

 para tener la fe en algo que me sostenga»[282].

“Pasea meditando canciones y discursos.

 Se pliega con mantos de aureolas,

 al borde de la mañana,

 rosales y cipreses»[283].

Además sorprendentemente se descubre un parecido con el estilo narrativo que Bécquer hizo característico en leyendas como «El miserere» en el poema sin título de la primera parte, desde «Arrancan del fondo» a «se realiza jardín amado en la ventana»[284]), cuando el espacio del teatro romano comienza a llenarse de anónimos del coro que, como espíritus enigmáticos, despiertan de su sueño mortal, igual que cuando los monjes templarios en la leyenda becqueriana salen de sus lechos mortuorios para entonar el miserere.

Se detecta también una influencia modernista en la melancolía que invade al poeta cuando se sitúa en un jardín en el segundo poema del libro: «Surtidor se proclama / el aire golpeado de retornos»[285]. La melancolía otoñal, los jardines inmaculados pero tristes y el crepúsculo que se lleva los colores del día son sensaciones típicamente modernistas, que el poeta siente en Los anónimos del coro.

Por unas declaraciones de Valhondo, se sabe que en la esencia de este libro existe un interés por la intrahistoria, que convirtieron en característica propia los escritores de la generación del 98 cuando dejaron de centrarse en el ser humano metafísico y se ocuparon y preocuparon por el hombre común, es decir, por el que realmente hace la historia y nunca sale en ella. Así Valhondo toma como protagonista de este libro a los seres anónimos, que no tienen nombre y se encuentran perdidos en la masa y sin embargo día a día ayudan con su propia vida a construir la historia.

Y, en la cuarta parte «Jaula del atardecer», se observa una influencia del naturalismo en la forma de ahondar en la cruda realidad del oficio más antiguo del mundo y al mismo tiempo de incidir en la soledad y el abandono dramático de una prostituta anónima, símbolo de todas las mujeres que venden su cuerpo.

Pero, a pesar de todo, la voz personal y el intimismo de Jesús Delgado Valhondo que como siempre se muestra especialmente sentido y humanísimo, convierte estos tributos a corrientes líricas contemporáneas en simples referencias o medios para exponer sus preocupaciones de una forma original, creativa y sorprendente como se puede deducir de la inaudita defensa de las prostitutas y de la crítica contra la indiferencia y la incomprensión social, o del intento como el que plantea en la tercera parte «La escalera de la palabra» por desentrañar el enigma del concepto o, en todo el libro, del sutil tratamiento de la sobrerrealidad cuyo misterio lo desconcierta o lo asombra imprimiendo sentido a su triste existencia.

Y es ahí en ese halo de misterio en el que indaga, donde se halla al poeta original y a su alto grado de dignidad humana y lírica porque, pudiendo vivir inconscientemente, busca y rebusca más allá de la realidad palpable para intentar explicarse y explicarnos el enigma que impregna todos los actos de nuestra vida, a pesar de que termine desconcertado, abandonado y solo como la prostituta.

En Los anónimos del coro, el estilo vuelve a ser el característico de Jesús Delgado Valhondo en esta penúltima etapa de su poética: lenguaje aparentemente sencillo, espontáneo y directo, pero elaborado hasta el punto de resultar en muchos momentos difícil de entender y a veces impenetrable porque, al profundizar en el mundo de la irrealidad, su lenguaje se acerca al automatismo de la poesía surrealista más libre.

El tono sigue siendo confidencial, implicador e intimista, de tal manera que Valhondo continúa comunicando a los demás sus preocupaciones y anhelos y descubriéndoles los rincones más recónditos de su espíritu preocupado por el misterio que impregna no sólo la realidad y la palabra sino también la vida de los seres intrahistóricos como los demás o marginados como las prostitutas. Esa misma preocupación sincera y honda es la que ha llevado a Ricardo Senabre a definir el libro con estas palabras sencillas pero significativas: «libro hermoso de verdad».

El vocabulario empleado continúa siendo el propio del lenguaje común hasta el punto de que llama la atención hallar la palabra más extraña de su obra poética, élitros286, teniendo en cuenta su léxico transparente. No obstante esta rareza léxica reafirma la idea de que para entender su poesía no es necesario usar el diccionario:

                                                                              «Yo»

«Está en el escondite

 la primera persona;

 el hombre que solfea

 la calle y la oficina,

 el hombre donde muerdes

 las flores del camino,

 élitros de teléfono,

 el libro que se cierra

 aburrido el sueño»[286]

De cuando en cuando el poeta consciente de la impenetrabilidad de sus elucubraciones oníricas, da señales de que está situado en la realidad y continúa dominando el pulso de su lírica por medio de expresiones comunes, que rompen la impermeabilidad del discurso surrealista y tranquilizan al lector indicándole que se trata de una elaboración literaria:

 «Esto pasó hace la mar de vocaciones»[287]

 «Le dijo una compañera

  que Cristo era muy guapo»[288].

La tensión lírica en algún momento decae porque el poeta ante tanto enigma se desentiende de toda traba formal y libremente expresa sus sentimientos dejándose llevar sólo por su corazón como sucede en «Palacio de sentidos», donde en el comienzo de la segunda parte de este poema su expresión pasa de lírica a prosaica:

«Es lo mejor que puede sucederme.

 Lo otro es un vivir cambiando palabras

 que, por temor a lo ignorado,

 se repudian a sí mismas.

 Me reconozco hombre solo».

No obstante todo el ritmo de Los anónimos del coro se encuentra velado por el enigma, que existe en la frontera de la realidad donde se sitúa el poeta, intentando buscar claves para resolver los misterios que le proporcionen nueva luz sobre el enigma de la vida, el ser humano, el mundo y para mantener la tensión en todo el poema:

«El paisaje abre sus páginas

 por donde empezamos a leer

 hace miles de años

 el cuento de nunca acabar!»[289].

El rasgo más característico del estilo de Los anónimos del coro es el uso aparentemente indiscriminado de las formas verbales, típico de la lírica contemporánea que sigue los dictados cambiantes de la mente y no parece tener más explicación que el estado desconcertante en que se encuentra el poeta en esta etapa final de su vida y su poesía:

En la primera parte, el poeta en «Desde antes» se sitúa dentro del discurso del poema («ocupo … Noto … Acaricio …»), pero enseguida deja su lugar a los anónimos del coro, que invaden con su presencia («entran […] / los que perduran / de aquel entonces / en el fondo del sonido»[290]) el espacio del teatro romano de Mérida sigilosamente («Alguien estuvo … Tiene … abraza … Pasea … se pliega …»), para poco a poco convertirse en una multitud confusa de seres humanos y divinos («entran … Muchos vuelven en busca … otros escudriñan … Los amantes se arropan … Arrancan del fondo … Los dioses vuelven … Caminan torsos lumínicos …»).

En «El túnel» se produce un cambio de enfoque: el poeta vuelve a participar de la acción pero ahora utilizando la primera persona del plural de forma mayestática, con la que se refiere a él pero también implica a los demás en su desazón espiritual («Entramos … Vagamos … Quedamos …») para, en el tercer poema de esta parte, hacer personal sus anhelos futuros («Despertaré … Buscaré … me sentaré …») y sus temores sobre el paso del tiempo en «Palacio de sentidos» («Miro mi fotografía … me echo a temblar … me compadezco … Me reconozco … le quito el polvo al día … no sé bien en qué sitio …»). Por último, en «El dolor del jardín» vuelve al misterio que impregna todo, expresado con verbos en forma impersonal («Se desvanecen … Tiemblan … Se ha muerto …»).

En el poema «¿Adónde?» de la segunda parte, el uso de formas verbales es aún más variado: primera persona del singular («Estoy seguro …»), segunda persona del singular («Vas como si fueses …»), primera persona del plural («todos tenemos …»); formas impersonales («Se funden siglos en un solo día … Hay quien dice …»). Tal mezcla muestra el desconcierto del poeta ante el enigma de la fugacidad del tiempo y del destino del ser humano después de la muerte.

En «La escena», la desorientación del poeta, que aumenta sobremanera, se observa en el uso de la primera persona del singular en construcciones verbales interrogativas indirectas («No sé desde cuándo …»), negativas («Nunca encuentro la salida») y condicionales («Si pudiera correr la cortina»), para en el tercer poema de esta parte, convertirse en impersonales («Se manifiesta y se sucede … Se pasaba la mano por la cara …»). El poeta expresa con ello la angustia que lo invade representando el papel que le ha correspondido en el gran teatro del mundo, con el que se siente abrumado y solo.

En la tercera parte, «La escalera de la palabra», intercala la primera persona del singular («Amé … me asombra … Me duele … ocupe … Me suena … Me desconozco …»), la primera persona del plural («Nos conformamos … estábamos … descubrimos …»), la segunda persona del plural («Para que os encontréis convocados … cuando vivíamos …») y define las formas personales básicas (yo, tú, él), imprescindibles para identificarse el poeta y conceptuar a los demás.

Por último, la cuarta parte se encuentra escrita exclusivamente en tercera persona («Se sentó … No sabía … Ella siempre esperaba … seguía … arropaba … pregonaba … vivía …»), porque el poeta deja de ser protagonista directo para ponerse en el lugar de lo que le sucede y piensa una prostituta anónima desde la lejanía de la tercera persona, intentando producir un efecto distanciador para ser objetivo en su visión de las prostitutas y al mismo tiempo ponerse en el lugar de la gente común, con el fin de entender el desencanto que pueden sufrir las mujeres de la calle ante el desprecio de los otros.

No obstante a pesar de la variedad y el desconcierto aparente de las formas verbales (reflejo fiel de la desorientación espiritual del poeta) existe un elemento unificador de las cuatro partes del libro: el misterio. Este ingrediente enigmático aparece en el primer poema, va aumentando gradualmente a lo largo del poemario y se hace más patente en la cuarta parte («Jaula del atardecer»), que es la más enigmática porque en ella realidad y sobrerrealidad se confunden de tal manera que el lector no puede distinguir en qué parte de esa frontera se encuentra, hasta el final en que la realidad se aclara, el misterio se disuelve y la prostituta termina su vida en una pobre tumba de un perdido cementerio. Con este recurso el poeta intenta advertir que el final de la vida de un anónimo del coro (es decir, de uno cualquiera de nosotros) se encuentra en la muerte anónima y definitiva, porque será ignorado por la historia y su huella se perderá en el olvido del tiempo a pesar de haber contribuido a construirla con su dramática existencia.

El estilo de Los anónimos del coro, por tanto, es el propio de un ser humano convencido de que no hay esperanza posible, pues melancolía y desencanto son las dos notas predominantes que se pueden detectar a lo largo de sus poemas, aunque con una expresión libre de exabruptos porque el poeta ya sabe que es inútil la protesta o la desesperación. Por este motivo sustituye la actitud crítica e irónica, que solía adoptar ante la realidad, por una complicación del lenguaje a modo de advertencia de su desorientación y su incapacidad para desentrañar los misterios que dominan la realidad y a él con ella. Así se detecta una angustia soterrada en todas las partes del libro que va a aflorar en Huir, el siguiente y último poemario de su obra lírica.

Sin embargo, Valhondo consigue elevar a categoría universal temas que teóricamente son antilíricos (como sucede con el utilizado en la cuarta parte) y convertirlos en poéticos porque en este caso no se refiere a una prostituta en concreto sino a todas, y no solicita pena o caridad para ellas sino comprensión. Así su palabra cumple una función reivindicativa, altamente humana, al descubrir desde la sensibilidad el espíritu de estas mujeres despreciadas.

Los anónimos del coro está escrito en versículos, excepto los tres poemas agrupados bajo el título de «Los pronombres personales» («Yo», «Tú», «Él»), que están en heptasílabos (número igual a la cantidad de poemas de esta parte) y tienen catorce, once y catorce versos respectivamente. Por tanto el poeta tuvo interés en llamar la atención sobre el gran enigma que se le plantea cuando indaga en la palabra: desentrañar el misterio de los tres conceptos básicos de la comunicación; el que habla (yo), el que escucha (tú) y de quien se habla (él). El motivo es el intento de comenzar de nuevo desde los tres conceptos más elementales. Pero agotada su capacidad intelectual, enseguida se encuentra con la imposibilidad de definirlos.

La primera parte, «El otoño es un órgano que…» está formado generalmente por versos largos de hasta dieciséis sílabas. La parte tercera del poema «Palacios de sentidos» es el versículo con versos más cortos, que oscilan entre los tetrasílabos y dodecasílabos y una media entre los hexasílabos y octosílabos, precisamente cuando el poeta se encuentra más angustiado por el paso del tiempo y su tragedia personal le obliga a imprimir un ritmo más ágil a su reflexión a través de metros poco extensos.

La segunda parte, «Se funden siglos…», tiene versos algo más cortos (el más extenso es alejandrino), aunque la media se sitúa entre los heptasílabos y los eneasílabos como en el versículo de la parte anterior donde el poeta más angustiado imprime con ellos mayor agilidad al ritmo. Esto es debido a que en esta parte reflexiona sobre el paso del tiempo y su papel en la tragedia que la humanidad representa.

La tercera parte, «La escalera de la palabra», está formada generalmente por versos con una extensión media en torno a los heptasílabos, que anuncian la regularidad de los tres poemas titulados «Los pronombres personales» escritos en este metro. La razón de esta reducción versal se debe a que ahora el poeta se ha olvidado del tiempo, su gran preocupación y la base de su angustia, y se centra en la palabra sobre la que poetiza sin dramatismo envuelto en el misterio que lo hace ser más reflexivo y menos trágico. De ahí que, a pesar de ser versos generalmente cortos, el ritmo se calme y predomine la reflexión sobre la angustia.

Y, la cuarta parte «Jaula del atardecer», mezcla versos de distinta medida que equilibran la expresión unas veces siendo dulce con metros cortos («Le dijo una compañera / que Cristo era muy guapo / y que en su dulce mirada / cabía el mundo entero»), otras anhelante con versos de extensión media («llenaba vacíos de su tiempo / si miraba lugares donde estuvo») y otras angustiado con metros extensos («La frente de la niña que fue, sangraba / y a sus labios, playa y libido, / llegaba el sabor salino del mar»).

El uso del versículo, por tanto, en Jesús Delgado Valhondo no es simplemente un medio de adaptación a la modernidad, sino el canal necesario para expresar con libertad sus sentimientos, que ahora no salen de su interior como en sus primeros libros tan disciplinada y suavemente desde que su concepción de un mundo armónico se rompe cuando Dios no le responde. El versículo, que sin duda fue el mejor instrumento encontrado por Valhondo para expresar su desconcierto espiritual, supone una muestra de su capacidad de adaptación y evolución que lo llevó paulatinamente a abandonar los metros clásicos y tradicionales para afianzarse en una forma lírica totalmente nueva, donde la falta de métrica y rima regular debía suplirla con ritmo interior, verdad y sentimiento.

En Los anónimos del coro tampoco abusa el poeta de los recursos literarios. Una vez más estos medios se encuentran al servicio del contenido y de la expresión sincera, natural y altamente humana, característica en Valhondo desde siempre. Así se observa que el empleo de medios expresivos va encaminado a crear la atmósfera enigmática de ese mundo mental indeterminado, desde cuya atalaya se produce su visión reflexiva:

Uso de pronombres indefinidos como «alguien, muchos, otros», que sitúan en el anonimato a seres que pueblan el libro y, por su indefinición, llenan de figuras anónimas esa frecuencia situada en la sobrerrealidad donde se encuentra instalado el poeta.

Omisión total del pronombre en formas verbales como la tercera persona del singular («Tiene… Pasea… Se pliega…») y la primera persona del plural (entran… perduran…), que oculta a los protagonistas de la acción y la convierten en anónima y enigmática, contribuyendo de esta manera a la creación de una incertidumbre en el ambiente irreal en que se desarrolla todo el libro. A esto ayuda también la omisión del pronombre personal de primera persona («Noto… Acaricio…»), de tal manera que el poeta parece querer manifestarse claramente como un anónimo más.

Paradojas que con su ambigüedad contribuyen a aumentar ese halo misterioso que desconcierta: «que nunca supo subir hasta la vida de su muerte»[291]. «donde habitar futuros del pasado»[292]. «Extendiéndose aún más allá / como luz inexistente»[293].

Expresiones inquietantes que instalan al lector en las regiones de los sueños más desconcertantes: «Y, de pronto, surgen». «bajaron sombras en busca de cuerpos, / […] / sombras acosando insistentemente». «Acosadas palabras, balbucientes palabras». «No sé desde cuándo». «Nunca encuentro la salida». «La palabra queda sin proclamarse». «Sabe Dios cuándo». «dudo / si existo solo siempre». «No sabía lo que esperaba».

Imágenes sorprendentes y perturbadoras que lo sitúan en una frecuencia donde se encuentra desasosegado: «Muchos vuelven en busca de sus bocas». «mientras el incienso / va dorando un retablo / de palabras antiguas». «le quito el polvo al día / y se vuelve a empañar». «Se funden siglos en un día / y caben en un rato». «contemplamos brisas de amor / latiendo entre sus labios». «Descubrimos los besos / trémulos del silencio». «hacía encajes de bolillos / con las flores que le nacían / en la yema de los dedos».

Símiles, que tratan de explicar realidades comparándolas con misteriosas asociaciones mentales del poeta: «como una enredadera inagotable de creencias». «Tiembla el canto de un jilguero / como lámpara mágica». «Me reparten entre ellos / como si fuese un Cristo de juguete». «Me suena raramente la voz. / Como si otro pronunciase / lo que yo he aprendido». «Surge desde el fondo de las cosas / como flor silvestre».

Metáforas, que intentan explicar realidades pero que sin embargo introducen más en esa atmósfera cargada de misterios, desorientación y angustia: «húmedo mármol, la estatua. / Sudado y sucio / tronco de vida». «Surtidor se proclama / el aire golpeado de retornos». «Me reconozco otro, / quizá, vecino impenetrable, / novela embarazada de consuelos». «El cielo es puro y se hizo pie en el acuario / de la habitación del mar». «eternidad / colorines de rubor». «La muchedumbre es barro»

Personificaciones, que dan vida a conceptos inanimados y crean un mundo irreal que produce intranquilidad cuando éste se mueve y aquéllos actúan: «El paisaje abre sus páginas». «El crepúsculo proyecta su película». «El temblor del color / dora el tiempo». «El espacio se cierra / en su canción de luz». «Bajó el amanecer a verla». «Las paredes se pliegan en silencioso libro de oraciones» …

Anáforas, que muestran la angustia espiritual sentida por el poeta, cuya intranquilidad aumenta por el enigma de la sobrerrealidad en que se encuentra: «vida interior / de monje de clausura, / de material de vivencia». «o está ocurriendo / […] / o estoy construyendo». «Cuando la piedra cristalizaba … cuando la yerba … cuando el nombre …». «Y fue nueva Verónica en los caminos / de hombres perseguidos, / de hombres indignos, / de hombres profanados».

Encabalgamientos, que provocan pausas inquietantes: sirremático («Late en momento / de miel y sol de espuma». «Dulce rincón caliente / de amable compañía» …). Oracional («Con la capa rojiza de la estela / que va dejando el día»).

Frases entre paréntesis, que son el recurso más llamativo de Los anónimos del coro, pues aparecen de cuando en cuando a lo largo del poema como flashes mentales que advierten una vuelta a la realidad desde la posición mental del poeta situada en la irrealidad: «(En columnas caídas y anudadas de pies / las lagartijas del tiempo toman sol) / […] / (Luego, va, se esconde)». «(Me voy conmigo mismo / a beberme un vaso de vino / a la taberna del Apóstol)». «(Nadie le dijo que Cristo / jamás volverá a sentarse / en el salón de su casa)». La importancia que le da el poeta a estas frases encerradas entre paréntesis se resumen en la que aparece al final del último poema, cerrando el libro («(Al poeta le gustaría sumergirse / en un anochecer / confundido en el alba)») donde, ya en la realidad, expresa una vuelta a la sobrerrealidad que abandonó cuando quiso contar el fin, crudamente real, de la prostituta.

La estructuración de Los anónimos del coro resulta un tanto anárquica y desaliñada por dos motivos: uno porque es evidente que las cuatro partes al ser compuestas no fueron pensadas por el poeta para formar un libro unitario. Por eso, aunque todas tienen el nexo común del misterio que las invade, su contenido es distinto: la primera trata el tema que indica el título del libro. La segunda, el tiempo. La tercera, la palabra. Y la cuarta, las prostitutas; además se sabe que el origen de esta parte se sitúa muchos años atrás. Y, dos, se nota cierta precipitación en la composición de la estructura, que es poco simétrica y está incompleta[294]:

I parte: «El otoño es un órgano que toca, solemnemente, Dios» (título). Consta de cinco poemas:

     1º)»Desde antes»: A su vez se estructura en dos partes. I) 21 versos. II) 11 versos.

     2º)Sin título. Se divide en dos partes: I) 29 versos. II) 13 versos.

     3º)»El túnel». Estructurado en tres partes: I) 22 versos. II) 10 versos. III) 11 versos.

     4º)»Palacio de sentidos»: Dividida en tres partes: I) 13 versos. II) 10 versos. III) 39 versos.

     5º)»El dolor del jardín»: Sin divisiones. 22 versos.

II parte: «Se funden siglos en un solo día» (Título). Formada por dos poemas:

     1º)»¿A dónde?»: 25 versos, dedicados a Francisco Muñoz.

     2º)»La escena»: Dividido en tres partes: I) 27 versos. II) 17 versos. III) 29 versos.

III parte: «La escalera de la palabra». Estructurada en siete poemas:

     1º)»La vocación de la palabra»: 10 versos, dedicados a Fernando Pérez Marqués.

     2º)»El volumen de la palabra»: 12 versos, sin dedicatoria.

     3º)»El pensamiento de la palabra»: 19 versos, dedicados a J.A. Zambrano.

     4º)»Palabras de ayer»: 11 versos, dedicados a Santiago Corchete.

     5º)»La voz»: 18 versos, sin dedicatoria.

     6º)»El sonido de la palabra»: 19 versos, sin dedicatoria.

     7º)»Los pronombres personales»: Estructurado en tres poemas, sin dedicatoria: 1) «Yo»: 14 versos. 2) «Tú»: 11 versos. 3) «Él»: 14 versos. En estos tres poemillas se encuentra la única regularidad estructural del libro: Están escritos en heptasílabos y el número de versos es simétrico.

IV parte: «Jaula del atardecer», que se estructura en un poema sin título de 14 versículos más tres poemas con títulos: «Fábula del recuerdo», «Fábula olvidada» y «En este pequeño cementerio de aldea».

Como es posible comprobar, cada parte se distribuye de una forma distinta. Falta el título del segundo poema de la primera parte. Unos poemas tiene dedicatorias y otros no. Dos citas encabezan el libro y otra la cuarta parte, el resto no llevan. La cuarta parte está formada por un poema largo sin título y luego aparecen tres más que sí lo tienen; el segundo de estos poemas va numerado con el «II», pero el primero y el tercero no llevan numeración.

En resumen, no se encuentran motivos para pensar que el poeta tuviera una idea clara de estructurar este libro; más bien parece que las distintas partes las tenía sueltas e inéditas y las reunió para aprovechar la ocasión de publicarlas en Poesía bajo un título, Los anónimos del coro, que les diera la unidad que les faltaba. Quizás esto explique el descontrol de este libro que, en cuanto a la estructura, llama la atención en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo que se caracteriza por su pulcra estructuración.

En Los anónimos del coro, Valhondo vuelve a retomar tanto en la forma como en el contenido el hilo de su línea discursiva surrealista, que venía siendo característico desde Un árbol solo, pero quedó momentáneamente interrumpida en la segunda parte de Ruiseñor … con «Poemas de amor para la muerte» de corte clásico, pues está compuesta con sonetos y giran en torno a un tema inserto en nuestra tradición lírica: la relación estrecha entre el amor y la muerte.

Pero en Los anónimos del coro reinicia la línea citada e incluso lo hace de una forma más segura porque, mientras en Un árbol soloInefable… y la primera parte de Ruiseñor …, el surrealismo se encuentra únicamente en el lenguaje que emplea y el poeta se sitúa normalmente en la realidad, Los anónimos del coro es un libro que discurre plenamente en la sobrerrealidad, con lo que Valhondo se instala en el espacio intemporal del mundo onírico donde ve la realidad desde otro prisma pero que no le soluciona sus preocupaciones sino que viene a acentuarlas, porque su indagación en ese mundo inconcreto lo lleva a constatar la certeza de la fugacidad del tiempo y la proximidad de la muerte.

El mejor ejemplo del grado evolutivo a que llega Valhondo en Los anónimos del coro es la naturalidad y el dominio que muestra tanto formal como significativamente en el manejo del versículo, el lenguaje y el tono surrealista como en sus libros de corte más tradicional, que se resiste a olvidar y recuerda con los tres poemas en heptasílabos, que llevan el título de «Los pronombres personales».

Esa facilidad para mezclar modernidad y tradición, sin que se resienta ni una ni otra, es la muestra más fidedigna de que es un poeta cuya madurez y seguridad no son accidentales sino resultado de una evolución meditada, que ha ido superando con una altura lírica, digna de elogio.

El perfil de Jesús Delgado Valhondo en estos momentos es el de un lírico totalmente maduro y dominador de su técnica o lo que es lo mismo de su poesía, pues pasa del clasicismo a la modernidad, de la tradición a la renovación, no sólo sin que se estremezca su obra poética, sino ganando en hondura y calidad, porque su contenido no sufre ninguna alteración y su voz sigue sonando a universal a pesar de los mencionados descuidos formales.

Además, como dice Robles Febré («¡Qué cofre el corazón de este poeta de donde saca sin cansancio aparente el poso de su experiencia, nunca ceniza, brasa siempre»[295]) su lírica gana en hondura, intensidad y categoría humana. Y esto resulta paradójico porque normalmente su humana sinceridad y su intimismo debían haberse resquebrajado ante tantas intranquilidades y fracasos, pero Valhondo renace de sus cenizas, toma nuevos bríos y se presenta intacto, salvando las distancias, con la misma frescura y sentimiento de siempre, incluso en el final de su extensa obra.

Los anónimos del coro es una muestra de que Jesús Delgado Valhondo fue un poeta incombustible, porque sus sentimientos eran sinceros y continuamente se renovaron en su espíritu y además porque fue un poeta digno de su condición humana y finita. De ahí que lo encontremos al final de su obra poética igual que al principio, humano, sentido, natural y verdadero.


[1] Palabras de agradecimiento de Jesús Delgado Valhondo en el acto de entrega de la medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[2] Antonio Zoido, «La poesía que edifica», Hoy (Badajoz), 21-9-87.

[3] Intervención de Jesús Delgado Valhondo en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos, Mérida, salón de actos de Caja Badajoz, 24-3-92.

[4] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[5] p. 21.

[6] p. 24.

[7] pp. 297-314.

[8] Carta de Ricardo Senabre a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 20-5-84.

[9] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[10] Con los que firmó sus primeros libros. Ahora omite también el segundo apellido por sonoro en un momento en que más que nunca desea aparecer como un hombre cualquiera. Este poema también sería editado en las pp. 43-54 de la 2ª Antología Kylix, Badajoz, Cuadernos poéticos Kylix, nº 41, 1986.

[11] Ángel Sánchez Pascual, «Delgado Valhondo, otra vez Ruiseñor«, Extremadura (Cáceres), 1-3-87.

[12] Esta idea nos la transmitió en su soneto «Amor más poderoso que la muerte».

[13] «Jesús Delgado», vv. 1-6.

[14] idem, vv. 9-10.

[15] idem, vv. 15-17.

[16] idem, v. 20.

[17] idem, vv. 27-28.

[18] Intervención de Jesús Delgado Valhondo en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos, Mérida, salón de actos de la Caja Badajoz, 24-3-92.

[19] ibídem.

[20] «Jesús Delgado», vv. 35-47.

[21] «Jesús Delgado», vv. 51-54.

[22] idem, v. 55.

[23] idem, vv. 59-65.

[24] idem, vv. 66-67.

[25] idem, vv. 74-81.

[26] idem, vv. 84-97.

[27] idem, vv. 90-91.

[28] idem, vv.92-93.

[29] Camilo José Cela. Café de artistas y otros papeles volanderos, Barcelona, Primera plana, 1993, pp. 65-66.

[30] «Jesús Delgado», vv. 99-107.

[31] idem, vv. 111-127.

[32] idem, vv. 131-142.

[33] idem, vv. 145-148.

[34] idem, vv. 151-152.

[35] idem, vv. 158-166.

[36] idem, vv. 182-184.

[37] idem, vv. 191-196.

[38] idem, vv. 197-202.

[39] idem, vv. 222-249.

[40] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[41] ibídem.

[42] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[43] Antonio Zoido, «La poesía que edifica», Hoy (Badajoz), 21-9-87.

[44] «Esta mañana», vv. 1-3.

[45] «Te conocí cuando olvidé nombrarte», vv. 7-8.

[46] idem, vv. 3-4.

[47] idem, v. 1.

[48] «Tu nombre», vv. 12-14.

[49] «Noche con mujer dormida en el paisaje. Y no llegar», v. 14.

[50] «Esta mañana», v. 3.

[51] «Temo al mendigo que bendice», vv. 5-7.

[52] idem, vv. 11-12.

[53] idem, vv. 13-14.

[54] «Libro mi corazón para la duda», vv. 13-14.

[55] idem, vv. 10-11.

[56] idem, vv. 5-8.

[57] idem, vv. 10-11.

[58] Estos versos se refieren a una imagen que apareció en La vara de avellano y posteriormente en Inefable … sobre el tiempo irrecuperable.

[59] «Cima de libertad», vv. 6-7.

[60] idem, vv. 7-8.

[61] idem, vv. 13-14.

[62] idem, vv. 9-12.

[63] «Me enamoró la muerte de manera», vv. 1-3.

[64] idem, vv. 8.

[65] idem, vv. 10-11.

[66] idem, vv. 12.

[67] idem, vv. 13-14. En estos versos se refiere a la nostalgia del recuerdo de Dios cuyas palabras en el pasado escuchaba como el rumor del mar lejano dentro de un caracol: «En el caracol, / al revés, sonaban / palabras de Dios», poema «Paisaje del sur» de Aurora. Amor. Domingo.

[68] «Ortigal oscuro», vv. 12-14.

[69] idem, vv. 9-11.

[70] idem, vv. 1-2.

[71] «Rosas en el ocaso», vv. 1-6.

[72] idem, vv. 12-14.

[73] «Órgano de otoño», vv. 12-14.

[74] «Noviembre otra vez», vv. 7-8.

[75] idem, vv. 13-14.

[76] «Árbol solo», vv. 3-4.

[77] idem, v. 8.

[78] idem, vv. 11-12.

[79] «Árbol solo», vv. 13-14.

[80] «Me están llamando desde África», vv. 1-2.

[81] idem, v. 9.

[82] idem, vv. 10-11.

[83] idem, v. 12.

[84] idem, vv. 13-14.

[85] Versos del soneto «Miré lo muros de la patria mía». Igual que al poeta barroco le influyó sobremanera la decadencia de su entorno, a Valhondo le afectó fuertemente la triste situación del suyo: Así «clamor de campo y ahogados los sentidos» se debe entender como la forma inconsciente que tiene el poeta de reflejar el efecto producido por el ambiente desencantado en que vive.

[86]Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[87] Del soneto «Me enamoró la muerte de manera». Esta forma verbal de infinitivo más pronombre recuerda a las que aparecen en la «Elegía a Ramón Sijé».

[88] «Cima de libertad», v. 5.

[89] «Noche con mujer dormida en el paisaje. Y no llegar», vv. 1-2.

[90] Antonio Zoido, «La poesía que edifica», Hoy (Badajoz), 21-9-87.

[91] idem.

[92] «Jesús Delgado», vv. 189-250.

[93] idem, vv. 72-229.

[94] idem, vv. 202-209.

[95]Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[96] «Jesús Delgado», vv. 1-2.

[97] idem, vv.9-14.

[98] idem, v. 247.

[99] idem, vv. 69-83. Estos versos recuerdan al poema «Crucificada sangre» de La vara de avellano, donde Valhondo mostró su capacidad de síntesis.

[100] «Jesús Delgado», v. 78.

[101] idem, vv. 1-32.

[102] idem, v. 30.

[103] idem, v. 57.

[104] idem, vv. 185-186.

[105] idem, v. 212

[106] idem, vv. 100-102.

[107] idem, vv. 109-122.

[108] idem, vv. 95-123.

[109] «Árbol solo», vv. 5-8.

[110] Carta de Manuel Villamor a Jesús Delgado Valhondo, Gredos, 16-2-88.

[111] Ángel Sánchez Pascual, «Delgado Valhondo, otra vez Ruiseñor«, Extremadura (Cáceres), 1-3-87.

[112] «Jesús Delgado», v. 29.

[113] idem, v. 128.

[114] idem, v. 182.

[115] idem, v. 237.

[116] idem, v. 247.

[117] Ángel Sánchez Pascual, «Delgado Valhondo, otra vez Ruiseñor«, Extremadura (Cáceres), 1-3-87.

[118] ibídem.

[119] «Jesús Delgado», vv. 121-124.

[120] idem, v. 22.

[121] idem, vv. 81-83.

[122] idem, vv. 239-241.

[123] idem, v. 11.

[124] idem, vv. 25-26.

[125] idem, v. 33.

[126] idem, v. 51.

[127] idem, vv. 100-102.

[128] idem, vv. 119-120.

[129] idem, vv. 163-164.

[130] idem, vv. 191-192.

[131] idem, vv. 84-85.

[132] idem, vv. 15-21.

[133] idem, vv. 35-40.

[134] idem, vv. 88-89.

[135] idem, vv. 240-241.

[136] idem, vv. 64-65.

[137] idem, vv. 2-8.

[138] idem, vv. 110-114.

[139] idem, vv. 145-148.

[140] idem, vv. 212-214.

[141] idem, vv. 174.

[142] idem, v. 247.

[143] idem, vv. 70-83.

[144] idem, v. 45.

[145] idem, v. 48.

[146] «Esta mañana», vv. 3-4.

[147] «Temo al mendigo que bendice», vv. 3-4.

[148] «Me enamoró la muerte de manera», v. 4.

[149] «Te conocí cuando olvidé nombrarte», vv. 2-7.

[150] «Libro mi corazón para la duda», v. 5.

[151] «Rosas de ocaso», vv. 5-6.

[152] «Cima de libertad», v. 3.

[153] «Órgano de otoño», vv. 1-2.

[154] «Noviembre otra vez», vv. 6-7.

[155] «Noche con mujer dormida…», vv. 6-7.

[156] «Árbol solo», vv. 2-3.

[157] «Noviembre otra vez», vv. 5-11.

[158] «Esta mañana», vv. 13-14.

[159] «Temo al mendigo que bendice», vv. 6-7.

[160] «Noviembre otra vez», vv. 9-11.

[161] «Esta mañana», v. 12.

[162] idem, vv. 12-14.

[163] «Temo al mendigo que bendice», vv. 13-14.

[164] «Órgano de otoño», vv. 3-4.

[165] «Noche con mujer dormida …», vv. 3-4.

[166] «Rosas en el ocaso», vv. 1-13.

[167] «Órgano de otoño», v. 14.

[168] «Árbol solo», vv. 2-3.

[169] «Me enamoró la muerte de manera», v. 1.

[170] «Noche con mujer dormida…», v. 6-7.

[171] Ruiseñor… fue el número 2 de la colección Kylix, que editó 41 números hasta diciembre de 1996 por los desvelos del activo sacerdote Juan María Robles Febré, a quien no se le ha reconocido debidamente su esfuerzo. Sirvan estas palabras de agradecimiento a él y a esas personas anónimas que calladamente hacen un inapreciable beneficio a la poesía, a los poetas y como consecuencia a los sentimientos más humanos.

[172] Manuel Pecellín, «Nuevo número de ‘Kylix’ dedicado a Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 9-3-87.

[173]Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[174] Carta de Ricardo Senabre a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 25-5-87.

[175] Manuel Pecellín, «Nuevo número de ‘Kylix’ dedicado a Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 9-3-87.

[176] ibídem.

[177] Carta de Antonio Viudas Camarasa a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 25-2-89.

[178] Antonio Zoido, «La poesía que edifica», Hoy (Badajoz), 21-9-87.

[179] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[180] Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo», monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-1993.

[181] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara B, 1991-1993.

[182] Jesús Delgado Valhondo, «Ruinas», Hoy (Badajoz), 5-4-62.

[183] Jesús Delgado Valhondo, «El marco y el cuadro», Hoy (Badajoz), 30-7-93.

[184] Jesús Delgado Valhondo, «La ruina y la herida. Un templo se nos muere: San Benito de Alcántara», Extremadura (Cáceres), 5-10-49.

[185] Jesús Delgado Valhondo, «La vida en los muebles», Hoy (Badajoz), 18-12-60.

[186] Jesús Delgado Valhondo, «Ruinas», Hoy (Badajoz), 5-4-62.

[187] Se trata de otra realidad, más allá de lo cotidiano, que es alcanzada por el poeta sólo en sueños, pues despierto se encuentra atado «a su realidad temporal e histórica en la que existe y de la que le cuesta desasirse para ser» como dice Javier Blasco refiriéndose al ambiente emocional vivido por Juan Ramón en parte de su obra poética. En Antología poética, Madrid, Cátedra, 1993, p. 291.

[188] Intervención de Jesús Delgado Valhondo en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos, Mérida, salón de actos de Caja Badajoz, 24-3-92.

[189] «Presentación de Inefable domingo de noviembre en Badajoz», Hoy (Badajoz), 19-3-83.

[190] «Fábula olvidada», vv. 47-50.

[191] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[192] Jesús Delgado Valhondo, «Atardecer en el teatro romano de Mérida», en «Monografías de teatro», comunicación de la XXXIX Edición del Festival de teatro clásico de Mérida, Universitas, junio 1993.

[193] «Desde antes», vv. 1-5.

[194]Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara B, 1991-1993.

[195] «Desde antes», vv. 4-6.

[196] idem, vv. 19-20.

[197] idem, vv. 29-31.

[198] idem, vv. 22-28. Estos versos Valhondo los explicó así: «Todas las tardes tienen amantes; los novios se besan en la tarde, el atardecer es el mejor momento para amar; es el mejor momento del día donde se encuentran amor y muerte, porque una de las frases más repetidas por los novios es ‘Me moriría por ti’ «.

[199] Aunque seguramente sí lo tuviera en el original y bien pudiera ser por su contenido el mismo que el del libro: «Los anónimos del coro».

[200] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[201] En «El miserere» el romero contempla cómo el templo de los templarios se reconstruye solo y sus antiguos moradores se levantan de sus tumbas.

[202] Poema sin título (p. 321), vv. 16-27.

[203] Poema sin título (p. 321), vv. 30-39. De estos versos Valhondo hizo el siguiente comentario: «Recuerdo una vez en el teatro romano [se refiere a un acto celebrado allí] los componentes de una coral estuvieron dos horas y media de pie, mientras los demás estaban sentados. Son los anónimos del coro, los sacrificados».

[204] Jesús Delgado Valhondo, «La ruina y la herida. Un templo se nos muere: San Benito de Alcántara», Extremadura (Cáceres), 5-10-49.

[205] «El túnel», vv. 9-13.

[206] idem, vv. 14-20.

[207] idem, v. 21.

[208] idem, vv. 22.

[209] idem, vv. 26-29.

[210] idem, vv. 33-36.

[211] idem, v. 37-38.

[212] idem, vv. 39-43.

[213] Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo». Monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-1993.

[214] «Palacio de sentidos», vv. 1-3.

[215] idem, vv. 7-9.

[216] idem, vv. 10-13.

[217] idem, v. 14.

[218] idem, vv. 15-17.

[219] idem, vv. 18-19.

[220] idem, vv. 22-23. Estos dos versos lo explicó Valhondo de esta manera: «La eternidad sólo existe en los ratos que recuerdas ¿Te acuerdas de aquel día inolvidable? te preguntan; pues ese día inolvidable es lo eterno». Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara B, 1991-1993.

[221] idem, vv. 26-28.

[222] idem, vv. 29-31.

[223] idem, v. 43.

[224] idem, vv. 44-46. El mismo poeta aclaró que se refería con estos versos a una vida de «novela rosa», donde la existencia es más grata y placentera sin preocupaciones trascendentales. Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[225] idem, vv. 47-51.

[226] idem, vv. 52-54.

[227] idem, vv. 57-60.

[228] «El dolor del jardín», vv. 1-2.

[229] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara B, 1991-1993.

[230] «El dolor del jardín», vv. 3-4.

[231] idem, vv. 7-11.

[232] idem, vv. 14-15. «A mí me faltan muchas veces palabras con todas las que tenemos en el diccionario», dijo el poeta.

[233] idem, v. 18.

[234] idem, vv. 20-22.

[235] «¿Adónde?», v. 7. Este verso es una transcripción de las palabras que le dijo Luis Álvarez Lencero antes de morir y le sorprendieron sobremanera, pues Valhondo entendió que sabía dónde iba. No es la única vez que recuerda estas palabras, pues volverá a citarlas en la nota que encabeza el poema «Cinco» de Huir: «‘Me voy’ me decía Luis Álvarez Lencero, antes de morir. Y se fue. ¿Dónde habrá ido?».

[236] «¿Adónde?», vv. 8-11.

[237] idem, vv. 12-13.

[238] idem, vv. 14-15.

[239] idem, vv. 16-19.

[240] «La escena», vv. 6-10.

[241] idem, vv. 17-18.

[242] idem, vv. 20-25.

[243] idem, v. 27.

[244] idem, vv. 28-29.

[245] idem, v. 32. Este verso nos recuerda aquél otro de Ruiseñor …: «me muero a chorros Jesús Delgado».

[246] idem, vv. 42-44.

[247] idem, vv. 55-56.

[248] idem, vv. 65-73.

[249] «La vocación de la palabra», vv. 1-3.

[250] idem, v. 5.

[251] idem, vv. 8-10.

[252] «El volumen de la palabra», vv. 5-6.

[253] idem, vv. 8-12.

[254] «El pensamiento de la palabra», vv. 17-19.

[255] «Palabras de ayer», vv. 8-11.

[256] «La voz», vv. 15-18.

[257] «El sonido de la palabra», vv. 7-10.

[258] Manuela Trenado interpreta este poema con un sentido más trascendente: «La palabra y el poema se encuentran en el mismo origen del universo, en la sinfonía de la naturaleza». En Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Mérida, ERE, 1995.

[259] «Los pronombres personales (Yo)», vv. 10-14.

[260] «Los pronombres personales (Tú)”, vv. 22-25. Ya en Machado había aparecido la importancia del tú para el yo: «No es el yo fundamental / eso que busca el poeta, / sino el tú esencial». Poema XXXVI de Poesías completas, p. 295.

[261] «Los pronombres personales (Él)», vv. 34-35.

[262] idem, vv. 38-39.

[263] «Jaula de atardecer», vv. 1-7.

[264] idem, vv. 36-38.

[265] idem, vv. 47-49.

[266] idem, vv. 72-74.

[267] idem, vv. 67-71.

[268] idem, vv. 82-83.

[269] idem, vv. 84-88.

[270] idem, vv. 90-93.

[271] idem, vv. 97-101.

[272] idem, vv. 121-125.

[273] idem, vv. 130-133.

[274] idem, vv. 47-50.

[275] idem, vv. 157-158.

[276] idem, vv. 159-161.

[277] idem, vv. 177-178.

[278] «En este pequeño cementerio de aldea», vv. 10-14.

[279] «Fábula olvidada», v. 11.

[280] «En este pequeño cementerio de aldea», vv. 23-26.

[281] «Jaula de atardecer», vv. 60-66.

[282] «El túnel», vv. 33-36.

[283] «Desde antes», vv. 9-12.

[284] Poema sin título, vv. 1-29.

[285] idem, vv. 36-37.

286 «Cualquiera de las dos piezas córneas que cubren las alas de los coleópteros».

[286] «Los pronombres personales (Yo)», vv. 1-9.

[287] «La vocación de la palabra», v. 5.

[288] «Jaula de atardecer», vv. 134-135.

[289] Poema sin título, vv. 12-15.

[290] «Desde antes», vv. 16-19.

[291] «Desde antes», v 32.

[292] «La vocación de la palabra», v. 10.

[293] «Jaula de atardecer», vv. 56-57.

[294] Como Los anónimos del coro, muchos libros de Valhondo no tienen prólogo y por este motivo no debe sorprender que este libro no lo tenga, pero el hecho de que no esté bien estructurado lleva a sospechar que la falta del prólogo es una muestra de la precipitación con que lo estructuró y que quizás ni siquiera lo encargara para que de ese modo nadie intentara desvelar el misterio que impregna el libro y presentar al lector el enigma intacto con el fin de que lo sintiera igual que él lo experimentó.

[295] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo. Jaula del atardecer», Calle mayor (La Rioja), 1988.

HUIR (1994)

Así definió Jesús Delgado Valhondo Huir: «Mi nuevo libro de poemas es como una despedida de la vida»[1] y nosotros añadiríamos de su ingratitud, de su inhumanidad, de su desencanto y de su tristeza porque, si consultamos el diccionario, la acepción de Huir muestra la necesidad de apartarse de algo ingrato y esto es lo que hace el poeta en este libro, alejarse conscientemente de la vida pues, al final de su larga existencia, se siente excesivamente vapuleado por las circunstancias, el tiempo y el silencio de Dios.

«El título es porque yo creo que todos vamos huyendo siempre de algo. La huida es casi una cosa obligatoria: el tiempo que va huyendo, la vida es una especie de huida. Baroja decía: ‘Se escribe para Huir de algo’…»[2]. Con estas palabras explicaba Jesús Delgado Valhondo la razón del título, donde recoge la sensación de que un fluir misterioso lo guiaba hacia un destino no menos enigmático respondiendo a una poderosa atracción, instalada en su conciencia por el ser superior que le dio la vida. Sin embargo tal vivencia le resulta contradictoria, porque teóricamente esa fuerza irresistible lo lleva hacia un final esperanzado (en el sentido cristiano de la existencia, es el comienzo de un nuevo principio, la vida eterna) y sin embargo en la práctica (después de tantos fracasos en su intento de llegar a Dios) siente que lo arrastra hacia la nada.

Huir es el testamento espiritual y lírico de Jesús Delgado Valhondo, que recoge la justificación de los motivos que lo empujan a Huir («Huyo para librarme / de este largo cansancio»[3]. «Huyo para esconderme. / […] / Huyo para perderme»[4]. «Huyo para escapar de lo que debo a la vida»[5]), el escepticismo que lo invade en los últimos momentos de su existencia y un adiós a la vida, al ser humano y al mundo: «Un libro que es una confesión y una despedida. Dieciséis poemas con el nombre de su numeración como dieciséis aldabonazos de testamento», dice Santiago Castelo en el prólogo.

Huir también es la síntesis del contenido de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y, por tanto, de su experiencia como ser humano y como espíritu, es decir, Huir es el relato pormenorizado de una vida durante la que Valhondo intentó conocerse y explicarse las razones sobre la imperfección física y moral del ser humano, de la fugacidad del tiempo, de la irreversibilidad de la muerte y de los enigmas de la existencia, pero ahora desde un punto de vista terminal. De ahí que Huir, como consecuencia, sea el resumen de su concepción desencantada y trágica de la vida y de la condición humana finita por la acción demoledora del tiempo y de la muerte y la indiferencia de un Dios distante y mudo ante el dolor y el sufrimiento humano.

Álvaro Valverde advierte con un detalle que Valhondo realizó un resumen de su poética en Huir de una forma meditada y consciente: «Dieciséis poemas (curiosa coincidencia numérica: tanto como libros publicados)»[6]. Es cierto, en Huir se encuentran las claves de su concepción desgarradora y trágica, que había venido vertiendo a lo largo de los libros de su lírica: el pasado y los recuerdos, que se pierden en la nebulosa del tiempo. La imagen del tren, que va abandonando a los seres humanos en tristes estaciones a merced de la muerte. El tiempo, que lo muda todo. La certeza de su destrucción integral como cuerpo y espíritu. La imperfección, la incertidumbre, la duda, la desorientación y la agresión constante, que sufre el hombre en su condición humana. El misterio, que impregna todo en la vida del ser humano desde que nace hasta que muere. La melancolía y la tristeza. Y, en definitiva, el fracaso de su búsqueda de Dios y, por tanto, de su existencia.

El origen más remoto de Huir, humana y espiritualmente, se encuentra en el mismo inicio de la existencia de Jesús Delgado Valhondo, cuando en su niñez sufre aquella grave enfermedad en una pierna y durante varios años se encuentra a las puertas de la muerte, comprobando su imperfección y su soledad. Es precisamente en ese momento cuando comienza a gestarse en su conciencia la necesidad de Huir de la ingrata realidad y despojarse así de la imperfección humana que soportaba tan patentemente. Después, este sentimiento de fragilidad se irá acentuando en su espíritu de tal manera que en repetidas ocasiones transmite esta sensación que, con el paso y el peso del tiempo, se convertirá en angustiosa.

En la práctica, Jesús Delgado Valhondo comienza su huida espiritual, cuando baja de la montaña (1957) solo y desorientado pero seguro de que no hay otra solución posible que la huida, porque Dios es el único que puede resolverle sus dudas vitales y, aunque lo ha tenido al alcance de la mano, no le ha contestado. Desde ese momento, será frecuente localizar en libros posteriores su preocupación por el tema de la huida. De ahí que poco después en 1961, tratando de frenar su precipitada y angustiosa fuga, escriba en un artículo lo siguiente: «Mucha angustia existencial se curaría poniendo a cada hombre en su sitio. A cada hombre en su centro. Para que desde su sitio vea al mundo, ni grande ni pequeño. Y no ande como huyendo»[7].

Después, en El secreto de los árboles, aparece la exposición de las razones que tiene para apartarse de la vida y el germen de Huir: en el mismo título del penúltimo poema, «Sé que estás esperándome», se descubre una seguridad rotunda en lo que afirma: al final de su vida está seguro de que Dios, a pesar de su falta de respuestas, no lo ha abandonado y lo espera:

“Sé que estás esperándome al final de mi nombre

con palabras que acusan y con mirar que ampara.

[…]

Sé que estás esperándome al volver esa esquina

a que vaya a tu lado y comience a llorar».

Y como un buen padre solícito, atento y compasivo, escucha los lamentos y razones de su hijo («Y verás qué terrible es la angustia que tengo, / la amargura que queda al perder la partida»), que tiene la justificación de que no ha podido actuar de otra manera a como lo ha hecho, obligado por las circunstancias que le han tocado vivir:

«Puede ser que hasta

 […]

 me compadezcas pensando en mi fracaso

 y darme la razón sobre la mucha carga

 para llevarla solo»[8].

Por eso, al final de su vida, huirá al encuentro con Dios como siente que lo hacen las cosas que ama: «Amor y tierra de olvido / huyendo van a esconderse / tras las espaldas de Dios»[9]. No obstante, aunque esta idea supone una concepción llena de esperanza, El secreto de los árboles finaliza en un tremendo desencanto.

Posteriormente varias vacilaciones de su ánimo, localizadas antes de llegar a Huir, desmentirán la seguridad demostrada en estos dos poemas. Así en ¿Dónde ponemos los asombros? el poeta dice: «(Que no andamos, anda el camino. / Huimos para quedarnos). / Y nos parece que la vida / es un cuento hecho de encargo»[10], paradójica contradicción que expone la desorientación sufrida, cuando trataba de explicarse lo inexplicable.

Después en La vara de avellano se localiza un aumento de la preocupación por el tema de la huida, en el que insiste en varias ocasiones: «El cuerpo queda atrás / olvidado, / casa deshabitada / del alma de la huida»[11]. «Dijo un poeta: / ‘Cada vez que pasa el tren / me quiero ir a alguna parte’. / Se me han quedado estos versos / metidos en la huida, / en ese más allá en que dormimos, / en una lejanía de apariencias»[12]. Aunque, entre vacilaciones y dudas («¿Quién quedará en nosotros / si cobardes huimos?»[13]), hallamos algún resquicio de esperanza: «Ya sé que tú me esperas, como siempre»[14].

Más tarde en Un árbol solo el poeta entiende que la razón de Huir se halla en la soledad que conforma trágicamente el destino del ser humano. De ahí que su desamparo lo arrastre a crear un mecanismo de defensa que lo lleva a sentirse dios de sí mismo, pero sin olvidar que es tremendamente vulnerable y finito:

«Alto es el monte que debes subir, Jesús.

Un insondable abismo de hombre solo.

Ahí está el origen del vientre,

la madre del sustento,

regreso a horas que nunca fueron tiempo,

donde quemas memoria de un Dios

que eres tú mismo»[15].

En Inefable… el poeta siente el abandono en que se encuentra el ser humano en su huida, sin nadie que lo oriente por el camino acertado y que lo ampare del acoso de la muerte:

«La posada del día nos cobija,

 limita nuestro cuerpo a tanta huida.

 Somos objetos olvidados

 en mágico desván de algún cadáver»[16].

Y, en Los anónimos del coro, consciente de que el trance es irreversible, advierte en su desconcierto que las personas que se van o huyen lo hacen de dos maneras: una, preocupantemente y otra como si se tratara de un paso natural, sin dramatismos:

«Hay quien dice: ‘Me voy’.

Y se va al mirarnos

con nosotros dentro

por un camino oscuro

y sin saber si llegan».

«Y quien se va con el que tiene

que dar un recado a la mujer del otro»[17].

Huir siguió un largo proceso de elaboración y maduración: el mismo poeta nos comentó en octubre de 1991 que el libro estaba terminado. Pero debió ser sólo en borrador por dos motivos: uno, porque nos recitó de viva voz el siguiente poema de Huir que no aparece en la versión definitiva, quizás por ser un poema poco limado y demasiado descriptivo:

«Su nombre hubo presencia

beata madrugada.

Huida, campanada,

rastrojo de clemencia.

Una estancia cerrada,

cárcel de la paciencia,

palabra de sentencia

en la ropa, mirada,

nadie puede acusarte

máscara de la infancia,

sonora de alegría

vas a cualquiera parte,

deshojando fragancia

de aquella rosa mía».

Otro, en septiembre de 1992, nos volvió a asegurar que acababa de terminar Huir. Pero tenemos noticias de que no dejó de limarlo hasta el último momento de su vida; de tal manera que el original utilizado por Ángel Campos para la edición de Huir todavía tenía alguna palabra tachada y la corrección correspondiente realizada por Valhondo.

El libro fue publicado póstumamente el día 23 de abril de 1994 (diez meses exactos después de la muerte del poeta) por la editorial pacense Del oeste ediciones, en su colección de poesía titulada «Los libros del oeste», que inició su andadura con este significativo libro de poemas. La edición la realizó cuidadosamente Ángel Campos, uno de los promotores de la citada editorial. La tirada fue de 1000 ejemplares.

Jaime Álvarez Buiza presentó el libro en el salón de actos del hotel Zurbarán de Badajoz el día 5 de mayo de 1994 y simultáneamente José Miguel Santiago Castelo, autor del prólogo, hacía lo mismo en Madrid. Un mes después, el 6 de junio de 1994, Huir fue presentado en Mérida, la ciudad natal del poeta, por el autor de esta tesis en el salón de plenos del ayuntamiento emeritense.

El prólogo de Santiago Castelo destaca la arrolladora personalidad humana de Jesús Delgado Valhondo y la importancia trascendental de Huir en su obra espiritual y lírica. Además Castelo llama la atención sobre la urgente necesidad de estudiar a fondo no sólo la poesía, sino también el resto de la obra literaria de Jesús Delgado Valhondo (libros de relatos, artículos periodísticos, pregones de Ferias y Semanas Santas, críticas de libros …) y su singular personalidad humana. Y termina coincidiendo con esta opinión rotunda de Ricardo Senabre: «La muerte no ha cortado nada: ha dilatado la figura de Jesús Delgado Valhondo, la ha proyectado hacia ese ámbito eterno e intemporal donde viven las grandes creaciones del espíritu».

Huir está dedicado a Carmen y Ángel Campos[18] que, como artífice de esta pulcra edición, persiguió un objetivo primordial: publicar el libro de Jesús Delgado Valhondo con extremo rigor y máximo cuidado, respetando a rajatabla el texto original, resolviendo las dudas a conciencia y presentándolo con exquisitez. Este esfuerzo ha obtenido sus frutos pues, examinado el libro, se llega a la conclusión de que es el resultado de un laborioso trabajo, que ha debido pasar por un estudio exhaustivo y paciente del texto original, un análisis detenido del papel, color y formato, para hacerlo agradable a la vista y a la lectura y una excelente impresión, producto del mimo del impresor que incluso se ha entretenido en detalles como el uso de la tinta azul (combinada con la negra del resto del libro) en la portada[19] y contraportada, hecho que recuerda el cuidado artesanal que convierte la impresión en arte y trae a nuestra memoria los extraordinarios trabajos de poetas-impresores como Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Después de la dedicatoria aparecen los poemas del libro, cuyos títulos son números y terminan con el titulado «Y dieciséis», que significa el punto final no sólo de una obra poética, sino (y es lo más conmovedor y significativo para entender el libro) de una intensa vida que en aquel momento se apagaba.

Dos citas preceden a los poemas (una de Juan Ramón Jiménez y otra de José Bergamín), que serán la avanzadilla de las que aparecerán entre el título y el primer verso de la mitad de los poemas (ocho en concreto), que resultan muy indicativas para comprender el significado del título y del libro, pues exponen la idea de Huir de distinta forma e insistentemente como por ejemplo: «Todavía es tarde para Huir«, cita de Luis Landero[20], que encabeza el poema «Seis», y «Huye, que sólo el que huye, escapa», cita de Fray Luis de León, que aparece en el poema «Once».

Mezcladas con las citas aparecen notas en dos poemas, que muestran la preocupación del poeta por un misterio sin solución: el destino de las personas que mueren: » ‘Me voy’, me decía Luis Alvarez Lencero, antes de morir. Y se fue. ¿Dónde habrá ido?», se pregunta Valhondo en la nota del poema «Cinco». La insistencia en este tema señala que el poeta ahora, cuando se siente morir, no le preocupa la muerte sino el destino del ser humano después de esa despedida definitiva y sin retorno, como también se puede observar en la nota del poema «Tres»:

«Y ellos, ¿dónde están?

Los de la fotografía, claro,

¿dónde ríen, lloran, gozan, penan,

duelen, y comen y aman y juegan

y se cansan?

Los de la fotografía ¿Dónde han ido?»

.

El contenido de esta cita es una muestra del escepticismo que invade a Valhondo al final de su vida, una vez perdida la esperanza de encontrar a Dios (segunda parte de su obra poética), y deja de creer en el ser humano (tercera parte). Lógicamente en la cuarta parte expresa el escepticismo que siente sobre el ser humano y el mundo regido por Dios, pero enigmático y oculto a su pobre entendimiento.

Las citas y notas, por tanto, cumplen una función aclaradora porque a través de ellas se detecta que Jesús Delgado Valhondo en sus últimos años, abrumado por el misterio de la vida y de la muerte, sintió una urgente necesidad de Huir. Pero ¿por qué?

Para responder a esta pregunta es necesario advertir que la interpretación de Huir requiere: primero, tener muy en cuenta dos hechos: uno, es un libro de poemas que concibió como «una despedida de todo y de todos sin dolor ni rencores» con la tranquilidad de su limpia conciencia. Dos, que se trata de su testamento lírico-espiritual, escrito con la certidumbre del que se siente morir en un acto ejemplar de valentía ante la muerte a la que, enfrentándose cara a cara, no hizo concesión alguna[21].

Segundo, conocer determinados momentos de la trayectoria vital y lírica de su autor, pues Huir supone la despedida consciente de su vida terrena y la culminación de su extensa y trascendente obra poética, a lo largo de la que Valhondo dejó patente la angustia padecida durante toda su existencia, que desemboca a modo de resumen esencial en el epílogo de su rica vida espiritual y lírica, que es Huir.

El inicio del acercamiento al significado del libro lleva a comenzar con esta reflexión. En el mundo hay dos tipos de personas: uno, el de las que nacen, viven y mueren, sin más. Y otro, el de las personas que se preguntan para qué nacemos, qué sentido tiene la existencia humana y cuál es la razón de la muerte[22]. Pues bien a este segundo tipo de personas, que se caracterizan por tener una rica vida espiritual, perteneció Jesús Delgado Valhondo, un ser agónico, luchador y rebelde contra las agresiones espirituales que sufre el ser humano, cuyas razones, estaba seguro, celosamente las guardaba Dios. Para conocerlas el poeta había buscado a la divinidad de una forma angustiada, atormentado por su falta de respuestas y sus continuos abandonos, creando así en esa búsqueda desesperada de Dios la fuerza motriz de su poesía sentida, sincera y desgarradoramente humana.

El origen de Huir se encuentra en la etapa de su enfermedad infantil cuando conoció la tragedia que vive el ser humano, porque se encuentra indefenso ante el dolor y la muerte por sus propias imperfecciones y su soledad. Aunque, después recuperado, pasó una juventud con relativa tranquilidad que, dulcificada con el paso de los años, trató de recuperar siempre que la realidad lo abrumaba. No obstante una y otra vez se encontró con unas vivencias, a las que el tiempo había llevado tan lejos que le resultó imposible rescatarlas hasta el punto de que en Huir siente que ha caído definitivamente en el olvido y que de esta manera ha perdido con ellas su propia identidad:

                                                                        «UNO»

Es mi vida asomada

a oscura luz de nido,

existencia de huido,

azahar de la nada

El recuerdo dormido

vuelve de madrugada

a la noche ganada

al dolor y al olvido.

Me busco y me confundo,

aurora de mi infancia

de la que soy perdido:

en el mar de tu mundo

creciendo la distancia

busco lo que no he sido.

No obstante en alguna ocasión aparece en su mente un leve y fugaz recuerdo de aquellas vivencias pasadas, que ahora se pierden en la memoria del tiempo dejándole una tristísima nostalgia por el tiempo ido, que se ha convertido en irrecuperable:

                                                                         «TRES»

[…]

Desnudo otoño era

habitación de infancia

que asombro todavía.

Ay de aquella pantera

que vuelve a la fragancia

pasajera del día.

Después las circunstancias adversas de su etapa madura (la muerte prematura de seres muy queridos por él; el contacto cercano con el dolor y el sufrimiento de la gente, a través de su segunda profesión de practicante; la pobreza física y espiritual de la gente en la España de posguerra; las debilidades del ser humano por tener y no ser; los intereses individuales o partidistas, que no tenían en cuenta el sentir ni los problemas cotidianos de la gente común) provocaron que en su madurez fuera formándose una idea desencantada de la condición humana y de la vida, por su misterio tan celosamente guardado y su dolorosa ingratitud:

                                                                    «DOCE»

La vida es […]

Una bruma de ocaso

que se bebe la tarde

lenta niebla su imagen

que intento desvelar.

                                                                       «TRECE»

[…]

Me parece la vida

un desdichado encuentro,

tormenta entre los árboles

el hombre y sus espejos.

Estas razones explican que la vida de Jesús Delgado Valhondo fuera una huida angustiosa hacia adelante con el objetivo de buscar a Dios para que le explicara las razones de tanta imperfección humana y de tantas interrogantes vitales. De tal manera que sus elucubraciones líricas se convierten en una búsqueda constante del ser superior, que guardaba las claves del dolor humano. Y entre vacilaciones, angustias y dudas caminó dificultosamente por el empinado sendero de la vida subiendo una imaginaria montaña, esperanzado en que al final del camino en la cima Dios estuviera esperándolo para curar sus heridas y desgarros.

La ocasión de materializar su idea de la montaña se le presenta en 1956 cuando asiste al curso de verano en Santander. En este lugar sube a la montaña, animado. Ha llegado el momento; por fin podrá abrazar a la divinidad, sus intranquilidades se van a calmar de una vez por todas porque, en presencia de Dios, las imperfecciones del ser humano, del mundo y las suyas propias van a tomar sentido dentro de la divina concepción universal.

Pero la montaña le produce un tremendo terror, siente vértigo, la lluvia constante (el shiri-miri), la niebla y los precipicios lo hacen retroceder antes de alcanzar la cima y su decepción es total cuando comprueba que Dios no se ha dignado recibirlo, porque Aquél no es el Dios amable, padre cariñoso que esperaba lo recibiera con los brazos abiertos; Aquél era un Dios de tormenta distante en su trono, protegido y apartado conscientemente del ser humano por las fuerzas impresionantes de la montaña, como el Dios cruel de Moisés:

                                                                    “CUATRO«

HUYE antes de que te guarde

la otra incertidumbre,

música de la lumbre

quemándose en la tarde.

Lejos queda la cumbre,

monte que alegre arde

en cielo rojo, alarde

de inmensa muchedumbre.

El poeta baja de la montaña y no volverá a recuperarse, pues ¿qué le quedaba entonces? Volver a sus orígenes, pero no puede, hay demasiados recuerdos dolorosos y nostalgias incurables. Lo intenta de nuevo, es imposible. Únicamente le queda caminar en la otra dirección, hacia adelante, pero desorientado, solo, sin esperanza, bamboleado y arrastrado por la vida y el tiempo irremisiblemente hacia la muerte, que se le presenta de esta manera como un trago amargo porque sin Dios no le quedaba nada, ni siquiera la esperanza en la vida eterna, soporte espiritual que hasta entonces lo había mantenido en el duro camino de la existencia:

                                                                     «SIETE»

La vida es una huida,

busca nada ganada,

[…]

Hombre que solo soy

cuerpo de no sé dónde

olvidado y atrás.

Y como todos voy

a una luz que me esconde

para siempre jamás.

Ante esta dura realidad el poeta se angustia porque sin respuestas se hunde cada vez más en su abismo espiritual y se desespera, pues piensa que no puede ser cierta la decepción que está viviendo, pero ahí está la realidad para convencerlo de una verdad estremecedora: el hombre, teóricamente el ser más perfecto de la creación, es insignificante, frágil e imperfecto, y él también. El ser humano no tiene capacidad de crear un mundo mejor ni de encontrar razones a su condición mortal ni de explicar el misterio, que envuelve la existencia humana:

                                                                        «SEIS»

NUNCA sabré quién soy

perdido en no sé dónde

que siempre está de más.

El triste del comboy [sic].

Si lo nombra responde

soy hombre nada más.

A cualquiera le doy

lo que tengo y ahonde

que poco encontrará.

Voy sin saber que voy

a un verso que me esconde

doloroso y detrás.

La vida, por tanto, sólo le ofrecía vivir por vivir, la decepción, la mediocridad de una existencia sin identidad personal, donde se veía obligado a cumplir el papel que le había tocado representar en la comedia universal de Dios, arrastrando la indignidad del derrotado, del sumiso que se limita a sobrevivir sin preguntar nada:

                                                                        «CINCO»

[…]

No sabes lo que escondes

ni, luego, lo que harás.

Tú mismo te respondes,

cuando triste te vas.

Nunca jamás ahondes.

Nunca es siempre jamás[23].

El carácter comprometido de Jesús Delgado Valhondo con todo lo humano no soporta esta situación y se resiste a perder la dignidad de sentirse libre, independiente y dueño de sus actos. Por ese motivo se decepciona, pero al final se convence, tiene que aceptar la realidad le guste o no. Entonces siente una tremenda soledad porque, abandonado por Dios, se da cuenta de que tampoco encuentra consuelo en los otros pues el ser humano, aunque esté acompañado, siempre se encontrará solo; los demás no pueden ayudarlo, son otros solitarios, tan desorientados y abatidos como él, prisioneros de unas circunstancias que no son capaces de dominar, porque la existencia terrena es una pesadilla dolorosa, oscura y triste que se repite eternamente, en la que el hombre se encuentra atrapado sorteando la muerte hasta que antes o después lo alcance:

                                                                            «DOS»

[…]

Libre yo, vagabundo,

jardín de mi memoria

que silencio me envolvía.

Crepúsculo. Me hundo.

No tengo escapatoria.

Sobre el alba llovía.

Por esta razón, Huir reúne el desencanto y el peso de la carga en que se había convertido su intensa y larga vida, hecha tragedia por el silencio de Dios que el poeta en su angustia magnifica entendiendo que es la tragedia del hombre universal, cuya incertidumbre lo arrastra a creer que la muerte tiene alguna razón y que existe una vida inacabable, pero la realidad lo invita a pensar lo contrario. De ahí que, a la pesada carga de intranquilidades que soporta, tenga que añadir otra más angustiosa aún, la duda:

                                                                      «NUEVE«

[…]

Huyo de aquel que es ido.

No lo conozco bien.

Lo dejé suicidado

sin saber los porqués

en la encina del toro

un mañana de ayer.

Luz detrás de la vida

dime: ¿de mí qué fue?

Nadie contesta. Todos

dudan. Y yo también.

De ahí que Huir sea el resultado de una vida llena de espiritualidad, pero dolorosamente reflexiva e impregnada de la amargura del fracaso de su búsqueda y de su soledad; y también que se detecte la nostalgia de todo lo que dejó en el camino (personas, hechos, momentos, despojos), la melancolía producida por su insignificancia y su desorientación y la tristeza de sentirse arrastrado irremisiblemente hacia la nada:

    

                                        «DIEZ«

[…]

Un aquel me desnuda,

el otro me suplanta.

Pero queda algo mío

que eternamente pasa

como el agua del río.

Uno más. No comprendo

en absoluto nada.

Ante esto Jesús Delgado Valhondo no podía tener más que una triste concepción de la naturaleza humana, porque la vida con sus adversidades consiguió que se sintiera indefenso ante los designios del cielo y de la tierra, cuya fuerza arrasadora y enigmático misterio no pudo controlar ni entender y únicamente le quedó una única solución: Huir:

                                                                      «ONCE«

[…]

Huyo para escapar de lo que debo

a la vida que no fue ni acaso importa

que merezca la pena. Me moría.

No obstante resulta alentador encontrar entre tanta angustia que en su huida no vaya de vacío, pues el poeta en su espíritu lleva un humilde (aunque sustancioso) bagaje de la impresión emocional que siempre le produjo el paisaje, obra de Dios, al que por este motivo concibió como un medio de llegar a Él y lo llevó a contemplarlo reflexiva y ávidamente para hallar el camino directo a la divinidad que, aunque nunca la encontró, le dejó una huella imborrable.

También lleva en la huida su cuerpo (soporte físico de su espíritu), hecho que debe entenderse como una muestra de autoestima pues no se desprendió de él a pesar de su deficiencia física y su condición mortal. Y además carga en su bagaje la emoción de regresar a un lugar que intuye ya conocido, aunque lo encuentre velado por el misterio. De tal forma que el poeta en su huida transporta también algunos retazos de esperanza, con los que conforma los únicos versos positivos del libro:

«La emoción del paisaje me la llevo

y al hombre que me implanta y me soporta

y al milagro de huir donde volvía».

Sin embargo esta sensación gratificante es pasajera y el poeta se ve empujado a Huir, no sólo por los continuos fracasos en su búsqueda de Dios, sino también por los deseos imperantes de alejarse de los despojos de su derrota y de la decepción que le produce el ser humano, sus mezquinos intereses, su mediocridad, sus limitaciones y el fracaso de su etapa política, donde comprueba definitivamente que no puede haber esperanza alguna en el cielo ni en la tierra, y se encuentra irremisiblemente solo humana, espiritual y socialmente. Tal es el caos anímico, sentido por el poeta en su espíritu, que su desorientación lo arrastra a Huir no sabía bien de qué:

                                   «QUINCE«

[…]

Sin darme cuenta huyo

de no sé qué, de algo.

Palabras del espejo

reflejaban fracaso

de vida y flor desnuda

de un tal Jesús Delgado.

Y es que Valhondo se vio arrastrado por esa fuerza misteriosa e incontenible, que lo empujaba irremisiblemente hasta la muerte y notaba que su naturaleza imperfecta era insuficiente para retenerla aunque, a veces los resquicios de esperanza que le quedaban, lo hacían soñar en que alguien debía estar esperándolo:

                                                                    «CATORCE»

[…]

Mi barco de papel

navega bajo el puente,

abandonado sueño

soplado por la gente.

Me reflejo en el agua.

Me lleva la corriente.

El mar está esperando,

sed de agua, a que llegue.

Este convencimiento es el motivo de que huyera hacia adelante, hacia la única dirección posible, primero esperanzado para entregarse «a algo sublime como un hijo pequeño que va corriendo en busca de los brazos de su padre»[24] y después decepcionado pues la cruda realidad lo llevaba a apartarse de una existencia en blanco y negro sin encanto alguno, que sentía invadida por las sombras y el frío de la desolación:

                                                                      «OCHO»

[…]

Duerme la piedra luz vacía,

la calle avanza hacia la puerta

y abre la página del día.

Río de sombras cruza la huerta,

mieles de menta y de avefría,

beso la seda de esquina incierta.

Pero ¿Huir …, adónde? A su origen, al lugar del que surgió y desde el que algo poderosamente lo atraía por medio de una voz que estaba muy arraigada en su misma esencia humana, como una llamada que lo reafirmaba en la idea de que huyera sin temor con la confianza de que alguien (Dios, la idea) lo esperaba, como si fuera necesario su llegada para cerrar el círculo de la ley de la vida que comienza con el nacimiento y tiene que terminar irremediablemente con la muerte.

Y Jesús Delgado Valhondo aunque duda responde a esa poderosa llamada y huye a reintegrarse al núcleo del que se desgajó sin dramatismos. De ahí que él tan temeroso siempre de la muerte la afrontara cuando le llegó con pasmosa tranquilidad y un desprecio rayano en la osadía, que le dio fuerzas para ignorarla hasta el punto de que no la nombra ni una sola vez en todo el libro[25]:

                                                                  «Y DIECISÉIS»

Voy porque hay alguien

que me está esperando.

No sé quién es,

pero me está esperando.

¿Una interrogación?

No sé quién es,

pero me está esperando.

No sé quién es

ni lo que quiere,

pero me está esperando.

(¿En la ventana de la tarde?).

Sólo sé que me está esperando.

Y cuando llegue

me seguirá esperando.

Siempre me estará esperando.

Por eso voy,

porque me está esperando.[26]

La concepción dramática del hombre y de la existencia humana es, por tanto, la que Jesús Delgado Valhondo espiritualmente abrigará en su ánimo en los últimos años de su vida y de su poesía, y es la que expone sintetizadamente en Huir de una forma humanísima y conmovedora. Así lo supo captar en la presentación del libro Jaime Álvarez Buiza cuando dijo: «Huir es un libro estremecedor, que pesa 84 años, porque en él está resumida la vida de Jesús Delgado Valhondo» y Ángel Campos al definirlo como un «libro terriblemente angustioso». Santiago Castelo ya había recogido en el prólogo la misma sensación de haberse encontrado ante un libro «trémulo y estremecedor».

Y a modo de epílogo aparece después del último poema una despedida firmada por el poeta, donde cita a varias personas y unas circunstancias ligadas a ellas que de algún modo resumen los sentimientos más preocupantes y tiernos, que aparecen en Huir: la muerte, el amor filial, el fracaso de su etapa política, el misterio de la poesía, el componente divino del ser humano y una crítica a la apariencia y al oportunismo: «Al terminar este poemario, esta huida, yo quiero recordar a mi amigo el poeta y escritor José María Osuna, que se me murió casi sin darme cuenta; a Jaime Álvarez Buiza a quien, ni él sabe que lo quiero como a un hijo; a Ángel Sánchez Pascual que le pasó lo que a mí, quiso poetizar la política y lo echaron como a mí; a Pecellín a quien me hubiera gustado darle clases de lo que no sé de poesía, y a ese dios, más o menos pequeño, que somos cada uno de los hombres, y a don Nadie, que es un tío que siempre está en candelero y que a mí me hace mucha gracia y mucho bien»[27].

José María Barrena encuentra en Huir tres claras influencias: «Es fácil superponer, tras estos poemas [los de Huir], los versos de Bergamín, de Juan Ramón y las ‘obrecillas’ y el ‘vivir encubierto’ de Fray Luis. Frente a las falsas ‘luminarias’ y los laberintos del olvido, la palabra del madrileño del 27 es testigo interior de su sueño («voy huyendo de mi voz, huyendo de mi silencio; / huyendo de las palabras / vacías con que tropiezo»). Las formas de Huir de nuestro Nobel moguereño reflejan también una conciencia plena de creación (‘el cielo corre entre lo verde. / ¡Huir azul, el agua azul!’). Por último, el consejo del agustino en ‘Las Sirenas de Cherinto’ (‘huye; que sólo aquél que huye escapa’). Estas anotaciones líricas de los tres escritores sustentan las bases del poemario de Jesús Delgado»[28].

Es cierto, Bergamín, Juan Ramón y Fray Luis de León se encuentran patentes en  los versos de Huir. Pero Barrera olvida mencionar una influencia, la de San Juan de la Cruz, que se nota con más nitidez que las citadas por él en versos como:

«Se perdió la partida

 entre tanta alborada»[29].

«La vida es una huida

 busca nada ganada,

 corral, carne encelada,

 secreto de la vida»[30].

Además la huida del amado (Dios) y la búsqueda desesperada que de Él realiza la amada (alma) en el «Cántico espiritual» del carmelita («¿Adónde te escondiste, / Amado y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste / habiéndome herido; / salí tras ti clamando, y eras ido?»[31]) es idéntica a la que lleva a cabo Jesús Delgado Valhondo a lo largo de su obra poética y concluye en Huir con el deseo imperante y definitivo de ir al encuentro con Dios (el Amado): «Voy porque hay alguien / que me está esperando»[32]. Este anhelo irresistible no es otro que el que sintió el carmelita de huir al encuentro con el amado, que se había ido dejándolo abandonado y solo.

Por tanto la actitud de San Juan es la misma que adopta Valhondo; de ahí que esta etapa haya sido definida como mística: Huir no relata una huida hacia alguien o algo materialmente palpable, sino hacia la divinidad porque el poeta presiente su fin y experimenta una irresistible necesidad de hallar su principio que es Dios, lo mismo que la amada (alma) busca a su complemento, el amado (Dios), para experimentar el amor en plenitud (el conocimiento eterno).

Tampoco ahonda José María Barrera en una mayor presencia de Fray Luis de León en Huir, pues los siguientes versos del agustino encajan perfectamente en las razones por las que Valhondo huye:

“¡Qué descansada vida

la del que huye el mundanal ruido,

y sigue la escondida

senda por donde han ido

los pocos sabios que en el mundo han ido!»[33].

Fray Luis en estos versos más que a una huida material y física se refiere a una huida espiritual, pues la escondida senda no es otra que el misterioso camino hacia Dios y los sabios no son otros que los seres humanos, que consiguen hallar la gracia suficiente para llegar a la divinidad.

Por consiguiente la mayor influencia encontrada en Huir procede de la tradición mística que era muy conocida por Valhondo, cuya conciencia abrigó siempre ese deseo de la unión espiritual con Dios no sólo para evadirse de un mundo que le resultaba ingrato, sino también por el convencimiento de que el ser humano más que cuerpo es espíritu desgajado de la divinidad con la que por esta razón desea unirse.

De tal manera que Huir supone la descripción de la vía unitiva del proceso místico que el poeta sigue en la tercera y cuarta parte de su obra poética, seguro de que su existencia tocaba a su fin y le había llegado la hora de ir definitivamente a Dios, del que había surgido y al que, era consciente, debía retornar para recuperar esa parte eterna que dejó cuando tomó forma mortal y finita.

El estilo de Huir resulta sorprendente porque en su último libro Jesús Delgado Valhondo hace uso de toda la experiencia que había acumulado con el lenguaje. Así continúa siendo directo, sincero, sentido y natural y a la vez sugiere más que dice, insinúa, insiste, crea, sueña y recuerda con un lenguaje más cercano al surrealismo y a sus elucubraciones imaginarias que no obstante siempre se refieren a hechos, personas o cosas reales, que se incluyen en la experiencia de su espíritu y de su larga existencia.

También Huir es un compendio de su poesía esencial plagada de sintagmas cortos muy sugerentes; encabalgamientos que suspenden la acción dejando pausas muy pronunciadas; formas verbales empleadas libre y variadamente; metros y ritmos generalmente tradicionales que imprimen a la profundidad de la expresión agilidad y frescura, a pesar de la angustia y la desorientación sentida; fórmulas lingüísticas que implican en la angustia de su tragedia, porque nos hace ver que también es la nuestra:

«Libre yo, vagabundo,

 […]

 Crepúsculo. Me hundo.

 No tengo escapatoria.»[34].

«No sabes lo que escondes

 ni, luego, lo que harás.

 Tú mismo te respondes,

 cuando triste te vas.

 Nunca jamás ahondes.

 Nunca es siempre jamás»[35].

«Uno más. No comprendo

 en absoluto nada»[36].

«Me moría».

A pesar del momento trascendental que está viviendo en Huir, Valhondo consigue imprimir al lenguaje un alto grado de lirismo como muestra fehaciente de que no pierde el pulso de su palabra ni siquiera en los momentos de mayor dramatismo:

«jardín de mi memoria

 que silencio envolvía.

 […]

 Sobre el alba llovía»[37].

«En el alambre queda el trino

 de golondrina sin farola.

 Debo seguir al peregrino

 que me cubrió de aureola»[38].

«Luz primera del alba.

 Olivar sin su campo»[39].

«Seguía ella bailando.

 Sombra y luz del pinar.

 La contemplaba vuelo

 fugaz del nuevo día»[40].

«Se me va de las manos

 la cruz del universo

 […]

 Oigo la sinfonía

 de espacio prisionero»[41].

«dulce, amoroso sur,

 nardo de luz creyente»[42].

Por otro lado el tono angustioso de Huir logra implicarnos aún más conforme avanza el libro en las vacilaciones del estado anímico desorientado, lleno de desencanto y derrotado del poeta, a través de un lenguaje inquietante, impreciso y enigmático:

«Nadie me dice dónde

 llegué. Nadie sabía»[43].

«Nunca sabré quién soy

 perdido en no sé dónde.

 […]

 Voy sin saber que voy»[44].

«cuerpo de no sé dónde»[45].

«Nadie contesta. Todos

 dudan. Y yo también»[46].

«No comprendo

 en absoluto nada»[47].

«La busco entre mis años,

 no consigo entenderlo.

 No consigo entrañarme

 en aquello que quiero»[48].

«Sin darme cuenta huyo

 de no sé qué, de algo»[49].

«No sé quién es,

 ni lo que quiere»[50].

Lógicamente, este estremecimiento desgarrador que supone Huir sufre la tensión propia de los momentos de angustia y de ahí que se encuentre en el libro algún descuido formal, aunque sólo sucede en contadas ocasiones como cuando dice «Busca nada ganada» («-ada / -ada») en el poema «Siete» o repite insistentemente «esperando» en el poema «Y dieciséis».

No obstante estos insignificantes deslices se justifican porque resulta muy humano que, en los momentos de mayor dramatismo, al poeta le interese más el contenido que la forma, pues está más atento a la importancia de lo que dice que a la forma de expresarlo. El mismo Valhondo confesó que en los momentos tensos se dejó llevar más por la emotividad que por el lirismo y, aunque era consciente de que esta última reiteración podía ser entendida como un descuido formal, no quiso cambiarla porque eso era exactamente lo que quería expresar.

También en Huir hay un aumento del componente lírico en el empleo de recursos que imprimen misterio, inseguridad, estremecimiento o un mayor enigma a lo que puede suceder y el poeta no conoce. Sin embargo este lirismo queda equilibrado por la realidad y las justificaciones que pone el poeta para explicar sus deseos imperantes de Huir, agobiado por sus preocupaciones existenciales.

Álvaro Valverde redondea con estas palabras la comprensión del estilo de Huir: «Precisamente a este estado de cosas [duda, desorientación…] remite al sobrio y dolido tono de voz que adopta el poeta en el libro; tono que no es otro que el que de forma natural destila la profunda tristeza que en el fondo allí alienta; tristeza que no dudaría en calificar de ‘depresiva'[…]. Y es que sin apenas nombrarla, circundando lo dicho y lo callado, la muerte planea sigilosa y determina cuanto al cabo acontece en el poema»[51]. José Miguel Santiago Castelo define el estilo de Huir con estos conceptos aparentemente contradictorios, pero que recogen las diversas posturas emocionales que confluyen en este libro terminal: «poeta misterioso y claro; meditador y religioso; silencioso y extrovertido»[52].

Cuando se comienza a analizar la métrica de Huir, lo primero que llama la atención es la vuelta de Valhondo a la medida, a la rima y a los moldes tradicionales y cultas, después de una larga época de olvido de la métrica regular que abarca la tercera parte de su obra poética desde Un árbol solo a Los anónimos del coro, si exceptuamos los «Poemas de amor para la muerte» de Ruiseñor… y «Los pronombres personales» de Los anónimos …

Los dieciséis poemas de Huir están escritos en heptasílabos (trece poemas), eneasílabos («Ocho»), endecasílabos («Once») y en pentasílabos, hexasílabos, heptasílabos, octosílabos y eneasílabos («Dieciséis»). La rima es consonante en los poemas cultos y asonante en los tradicionales. La distribución regular de metros y rimas dan como resultado estrofas (el poema «Seis» está escrito en tercerillas) y poemas conocidos: sonetillos («Uno», «Dos», «Tres», «Cuatro», «Cinco» y «Siete»); romancillos («Diez», «Trece», «Catorce» y «Quince»); soneto («Ocho») y romance («Nueve»). Llama la atención que primero aparezcan los sonetillos y después los romancillos y que los primeros vayan seguidos por un romance y los últimos precedidos por un soneto.

Sin embargo frente a esta voluntad estructuradora se localizan varias muestras de la independencia y rebeldía de Valhondo que no se deja encadenar totalmente por la métrica ni la rima. Así aparece también un poema de métrica regular pero con rima única en el último verso de cada estrofa («Doce») y un poema de métrica y rima variada con versos sueltos («Dieciséis»). Además en poemas con una distribución métrica y rítmica regular se hallan variantes con respecto al uso común de estrofas y poemas: los poemas «Cuatro» y «Seis» están compuestos con rima consonante y sin embargo tienen una rima asonante. En el poema «Ocho», escrito en eneasílabos, el último verso es decasílabo. Las tercerillas del poema «Seis» tienen rima abc cuando lo normal es que rimen el verso primero y tercero y el segundo quede suelto o se encadene con el primero y tercero de la tercerilla siguiente. En el poema «Nueve», que es un romance, hay una rima en la primera parte (a-o) y otra en la segunda (-é). En el poema «Diez» la última rima, que corresponde al penúltimo verso, pasa al último. O el poema «Quince» tiene rima consonante en los seis primeros versos y asonante en el resto.

Este análisis lleva a deducir que en Huir hay:

 1) Preferencia por el verso de arte menor y sobre todo por el heptasílabo.

 2) Predominio de los metros regulares.

 3) Predilección por la rima consonante.

 4) Empleo de poemas cultos (soneto) y populares (romance), pero con preferencia por sus variantes en arte menor (sonetillos y romancillos).

 5) Mayor uso de formas tradicionales.

 6) Mezcla de formas cultas (versos de arte mayor, rima consonante, soneto) y tradicionales (versos de arte menor, rima asonante, tercerillas, romance).

 7) Empleo de versos sueltos que rompen levemente la regularidad.

 8)Variantes propias de Valhondo que alteran la distribución conocida de la métrica y la rima.

Por tanto el aspecto formal de Huir destaca por su variedad, puesto que en él se dan cita las formas populares y cultas, la tradición y la renovación. Valhondo, tan desdeñoso en su etapa anterior por encorsertar sus versos en las cadenas de la rima y la métrica, ha querido en Huir moldear sus versos con la forma del soneto y del romance, los dos poemas más usados en la historia de la métrica.

El poeta busca el apoyo de la regularidad y dentro de ella de sus formas más ágiles para transmitir la verdad de su emoción y la clarividencia del que está preparándose para morir, consciente de que la emoción del momento crucial pudiera tergiversar su palabra si no la encauzaba disciplinadamente. Y al mismo tiempo no sólo quiere aparecer en el último libro de su obra poética como un poeta tradicional, sino también innovador y seguro del manejo de su palabra que, a pesar de circunscribirse al corsé de la métrica y la rima, conserva la frescura, el sentimiento y la naturalidad de la que hizo siempre gala.

No obstante Valhondo al mismo tiempo no quiso componer todo el libro regularmente como muestra de que, al final de su poesía y de su vida, no se había dejado doblegar y continuaba siendo independiente y libre en un aspecto que podía dominar. También las variaciones comentadas sin duda imprimen mayor variedad, evitan tonos reiterativos y el verso gana en frescura y agilidad mostrando que el poeta, a pesar del tenso momento que está viviendo, domina su técnica y su palabra.

Valhondo en Huir recurre a todos los medios que se ponen a su alcance para transmitir las intranquilidades espirituales que experimenta en la última fase de su vida terrena: «No puede existir un cuadro o una novela sin poesía. Siempre es necesario recurrir a una metáfora para contar historias», pensaba poco antes de morir[53]. Por esta razón en Huir, a pesar de su angustia y del momento crucial que vive, emplea abundantes medios líricos, consciente de que estaba expresándose en forma poética.

El primer detalle que destaca nada más leer el primer verso del libro es el comienzo abrupto y el hipérbaton, que introduce sin más dilación en el tema («Es mi vida …»[54]) y muestra de esta manera el intimismo que va a presidir el libro, el presente actualísimo en que se encuentra y la angustia que padece. Esta urgencia, por contar sus propias inquietudes, se van a localizar en todo el libro por medio de un recurso que convierte la acción presente en un tiempo más inmediato aún: la omisión del pronombre personal y el uso preferente de la primera persona, a través de la cual el poeta se convierte en protagonista y víctima («Busco … Me busco y me confundo … Beso … Huyo … Uso … me abriga … Me fundo … Tengo … Me construyo … me recluyo … Me diluyo … Me reflejo … Voy …»). Este recurso, aparte de imprimir mayor agilidad, aumenta la angustia implicando al lector desde el primer momento en lo que cuenta de tal manera que enseguida la siente como suya.

Otros recursos relacionados con el empleo de las formas verbales contribuyen a mantener la tensión emocional y a seguir las reflexiones del poeta sin distracciones:

Omisión del verbo, que hace más sugerente la expresión:

«Cuántas colmenas. Hueca voz de espanto.

 […]

 Niño. Mujer extraña»[55].

Uso de la segunda persona del singular con la que implica en su angustia a personas próximas («Huye antes que te guarde»[56]) y de la tercera persona del singular con la que llega a personas más lejanas e incluso, a cosas que no por ello se libran de sentir cercana su angustia:

«beata que rezaba,

 cuando se descalzaba

 era madre

 El tren se desgranaba

 Desnudo otoño era»[57].

Empleo de formas impersonales, que se traducen en misterio, fracaso y soledad: «hizo estación celada»[58]. «Se perdió la partida»[59].

Uso de gerundios, que imprimen movimiento:

«en el mar de tu mundo

 creciendo la distancia»[60].

«música de la lumbre

 quemándose en la tarde»[61].

«Seguía ella bailando.

 […]  siempre olvidando algo»[62].

«Historia de leyenda

 en mí siempre creciendo».

 […]

 Los dos en una pieza

 interpretando el tiempo»[63].

«El mar está esperando»[64].

Uso de participios, que retienen por un momento la acción, la alargan y la cargan de sugerencia:

«abandonado sueño

 soplado por la gente»[65].

Sin embargo se localizan dos recursos que destacan sobre los otros por la insistencia con que los usa:

Uno, las metáforas con las que trata de explicar sutilmente los conceptos más preocupantes:

«Es mi vida = existencia de huido, azahar de la nada», «[Yo] = aurora de la infancia»[66].

«Una circunferencia de sueños = la jornada = ropa sucia, apagada»[67].

«la otra incertidumbre = música de la lumbre», «la cumbre = monte que alegre arde»,  «la noche me esconde = ovillo de alfombra»[68].

«[Yo soy] = el triste del comboy»[69].

«La vida = una huida, busca nada ganada, / corral, carne encelada, / secreto de la vida»[70].

«el hombre = musical nota pálida»[71].

«pájaro y viento = Mi secreto llanto»[72].

«La vida = una página del libro de otra biblia»[73].

«La vida = desdichado encuentro, tormenta entre árboles», «la huida = situación del tiempo»[74].

«[Gotas de lluvia] = Los tallos de la lluvia», «dulce, amoroso sur = nardo de luz creyente», «El mar = sed de agua»[75].

Otro, los encabalgamientos sirremáticos y oracionales, que crean pausas marcadas suspendiendo la expresión y haciéndola más espiritual y mística:

«Una circunferencia

 de sueños la jornada

 […]

 jardín de mi memoria

 que silencio envolvía»[76].

«habitación de infancia

 que asombro todavía.

 Ay de aquella pantera

 que vuelve a la fragancia»[77].

«alarde

 de inmensa muchedumbre

 […]

 Nadie me dice dónde

 llegué. Nadie sabía

 que se murió mi alondra»[78].

«y ahonde

 que poco encontrará»[79].

«querida requerida

 que si odiada es amada»[80].

«En el alambre queda el trino

 de golondrina sin farola.

 Debo seguir al peregrino

 que me cubrió de aureola»[81].

«Pero queda algo mío

 que eternamente pasa»[82].

«otra biblia

 que escribieron los hombres

 […]

 Una bruma de ocaso

 que se bebe la tarde,

 lenta niebla su imagen

 que intento desvelar.

 […]

 olvidando algo

 que se quedaba atrás»[83].

«Oigo la sinfonía

 de espacio prisionero»[84].

«Mi vida ocupa el sitio

 de pájaro enjaulado.

 […]

 es beso

 que se quedó sin labios»[85].

«Voy porque hay alguien

 que me está esperando»[86].

A lo largo de Huir se detectan otros recursos que imprimen una mayor angustia como los polisíndetos:

«en un árbol de hiel y miel y canto

[…]

y al hombre que me implanta y me soporta

y al milagro»[87].

  y las anáforas:

«de la vida apagada,

 de la vida encendida,

 querida requerida»[88].

«[…] me está esperando.

 No sé quién es,

 pero me está esperando.

 […]

 No sé quién es

 pero me está esperando.

 No sé quién es

 […],

 pero me está esperando.

 […]

 […]me está esperando.

 […]

 me seguirá esperando

 […] me estará esperando.

 […]

 […] me está esperando»[89].

o destacan la sobrerrealidad donde se sitúa a veces el poeta como las personificaciones:

«El recuerdo dormido

 vuelve de madrugada»[90].

«Duerme la piedra  […]

 la calle avanza […]

 y abre la página del día.

 Río de sombras cruza la huerta»[91].

«El viento sueña lejos»[92].

 y los hipérbatos:

«Huye conmigo el día»[93].

 o concibe la vida metafóricamente a través de un símil que la compara con el río:

«eternamente pasa

 como el agua del río»[94].

 o paradojas que muestran su incertidumbre ante el misterio de la vida y su destino:

«Voy sin saber que voy»[95].

«si odiada es amada»[96].

«Me fundo aroma con quien quiero tanto

 y con quien quiero tanto me destruyo»[97].

«Un nadie siempre es alguien»[98].

Además destaca el uso singular de los signos de puntuación con los que hace personal y sentido determinados momentos de sincero desgarro:

«Luz detrás de la vida

 dime: ¿de mí qué fue?

 Nadie contesta. Todos

 dudan. Y yo también»[99].

Y por último sorprende el uso insistente de citas y notas con las que consigue crear una opinión favorable a su decisión de Huir y una atmósfera cargada de angustia como la que él mismo sentía ante el enigma del destino del ser humano después de la muerte. Aparte de las ya citadas aparecen éstas:

Citas:

«Formas de Huir …» (J.R.J.)[100].

«La huida victoriosa» (José Bergamín)[101].

Notas:

«Huye el fuego, avanzando …»[102].  

«Me dijo: ‘Te dejo, me voy a un ballet’ «[103].

«En la encina del monte / a mí mismo me espero»[104].

Con éste y los otros recursos comentados, Jesús Delgado Valhondo consigue convertir su angustia en universal y nuestra actitud apática en solidaria. Huir de esta manera no es la huida de un poeta sino de un hombre como nosotros. De ahí que este libro sea también la justificación y el relato de nuestra propia huida y por extensión de la que lleva a cabo el ser humano universal.

Con la estructuración en dieciséis poemas, como si se tratara de los últimos dieciséis pasos anteriores al momento culminante de entrar en la vida definitiva, Valhondo va desgranando en Huir su descripción espiritual desde su infancia al momento de la huida. A pesar de este planteamiento lineal, que parte del pasado más lejano y llega al presente más actual, no parece que haya estructurado conscientemente Huir en unas partes determinadas cuyos contenidos sean la continuación de la anterior. Pero la insistencia en preocupaciones determinadas descubre una triple división:

1ª)Poemas «Uno», «Dos» y «Tres»: Insiste con tristeza en la lejanía de su infancia y de sus recuerdos, que no logra recuperar y queda inmerso en la melancolía causada por la imposibilidad de rescatarlos.

2ª)Poemas «Cuatro» … «Quince»: En ellos se encuentra una gradación, que se corresponde con la evolución espiritual seguida después de su fracaso de la montaña («Cuatro»), que lo lleva al intento de resolver sin éxito el misterio del destino humano («Cinco») y como consecuencia a la falta de identidad («Seis»), la desorientación («Siete»), el desencanto («Ocho»), la duda («Nueve»), el enigma de la existencia («Diez») y la angustia vital («Once»), que lo hacen tener en la actualidad una triste concepción de la vida («Doce» y «Trece»), lo arrastran irremisiblemente a su final («Catorce») y a concebir su existencia como un fracaso («Quince»).

3ª)Poema «Dieciséis»: Su concepción trágica de la vida y del destino humano toma un giro inesperado, cuando el poeta se muestra esperanzado porque, aunque no sabe quién lo está esperando, está seguro de que lo espera.

Teniendo en cuenta este planteamiento, se puede afirmar que Huir tiene una estructuración cíclica que va desde que llega al mundo hasta que se despide de él y por tanto es un libro perfectamente estructurado. Por otra parte, Huir supone globalmente el cierre perfecto de toda su obra poética, porque es el punto y final de su estructuración coherente en la que el poeta resume toda su evolución espiritual en el momento de huir definitivamente.

Jesús Delgado Valhondo con Huir quiso despedirse de todos sin dolor ni rencores, descargando de culpas al ser humano y a sí mismo antes de escapar al encuentro de Dios, del que (era consciente) procedía y al que tendría que volver tarde o temprano para religarse a su origen divino, una vez despojado de sus ataduras mortales. Y así lo hizo, pues con Huir cierra una evolución perfecta: nació en Mérida, peregrinó por la tierra extremeña y descansó en el lugar donde había nacido. De su caminar dejó muestras palpables de su concepción vital en libros que son palabras destiladas de sus anhelos espirituales. El año ceroEl secreto de los árbolesUn árbol soloRuiseñor perdido en el lenguaje… son pasos que anuncian sus deseos de ir hacia el encuentro definitivo con Dios (tantas veces aplazado), que ahora se acerca y cuenta en Huir.

Este libro además acumula toda la angustia sufrida durante tantos años de inquietudes espirituales y en él se concentra no sólo su fracaso vital, sino también su experiencia lírica que libro tras libro fue acumulando para en Huir ofrecer una muestra de poesía esencial, que conmueve y estremece como un grito de angustia, que surge de una larga experiencia poética y existencial.

Por eso acertó plenamente Jaime Álvarez Buiza cuando definió Huir como un libro que pesaba 84 años, edad que tenía el poeta cuando lo terminó de componer, y es que Huir pesa toda una vida de cansancio acumulado, de existencia intensa, sentida y angustiada. Huir es el ejemplo de una perfecta evolución formal y significativa con la que Valhondo cerró conscientemente una obra poética única por su extensión, su coherencia, su sincero sentimiento y su arrolladora humanidad.

Quizás resulte violento decir ahora, viendo su obra poética con la perspectiva que concede el hecho de estar concluida, que Jesús Delgado Valhondo evolucionó espiritualmente desde una postura creyente a otra escéptica, que atempera en el último momento con el poema «Y dieciséis».

Sin embargo, esta situación intermedia en la que se queda no debe dejar una idea descorazonadora de la humanidad y la poesía de Valhondo, porque sus reflexiones espirituales son propias de un profundo cristiano en su sentido más estricto, pues si religión etimológicamente significa “religarse”, es decir, volver a unirse con Dios es precisamente lo que intentó durante toda su vida. Y es humano que ante sus reiterados fracasos se debatiera en una angustiosa lucha espiritual entre la fe y la duda, pues no quería doblegarse ante la contradicción tan patente que suponía ser un ente humano dotado de razón y sin embargo no poder usarla porque la realidad se lo impedía. De ahí la angustia que sintió ante tal paradoja, porque atentaba contra su integridad humana y espiritual.

Esta lucha anímica que mantuvo constantemente sin duda lo dignificó, pues le hubiera resultado menos problemático creer sin más que cuestionarse las grandes interrogantes de la existencia humana buscando respuestas, recibiendo silencios e intentándolo otra vez. Y así toda una vida. Además, aunque sus inquietudes existenciales afectaron fuertemente a su espíritu, no alteraron en nada sus relaciones humanas y sociales, porque fue una persona accesible, campechana, bondadosa y vitalista. De esta verdad pueden dar fe, sin temor a caer en la subjetividad, las personas que lo tratamos, recibimos su apoyo, gozamos su compañía y nos beneficiamos de su amistad.

CONCLUSIONES

    Después del amplio recorrido por la experiencia vital y lírica, los fundamentos de la poesía y el análisis detenido de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, la valoración global que realizamos de este singular poeta y de su poesía es altamente positiva por múltiples consideraciones.

En primer lugar, nuestro protagonista fue un ser común con una amplia experiencia en múltiples aspectos humanos, espirituales y líricos que unidos enriquecieron su formación de poeta. Primero, su temprano encuentro con el dolor y como consecuencia con la imperfección humana lo llevaron a adquirir naturalmente una fortaleza espiritual fuera de lo común, que basó en la superación de su deficiencia física y en la meditación sobre la existencia, comenzando por desentrañar los enigmas de su condición humana y anímica en un mundo deshumanizado, que no valoraba en su justa medida la dignidad ni la espiritualidad del hombre.

Después su avidez por la lectura y por conocer las posturas literarias y filosóficas de los grandes escritores y pensadores ante el mundo, le proporcionaron una base intelectual infrecuente en poetas de su época. De tal forma que su poesía fue adquiriendo una hondura tan sólida y meditada que da al lector la seguridad de encontrarse ante un ser humano preparado y predispuesto a la reflexión que necesita y exige el hecho poético.

Luego Jesús Delgado Valhondo redondeó estas cualidades con una hiperactividad propia del buceador en la conciencia y en la actitud del ser humano ante su entorno, queriendo saber y conocer, aportando ideas, ampliando relaciones, participando u organizando actividades o yendo más allá de donde exigía la percepción de un sueldo buscando nuevas formas docentes o intentando mitigar el dolor humano con una carga humana y sentimental, cuando a la medicina no le quedaba nada por hacer.

Y todo esto, Valhondo lo trasvasó a su poesía sencilla, directa, cercana y sentida con esa forma personalísima de reflejar a modo de diario espiritual sus variadas sensaciones, que se traducían en distintas y a veces contradictorias emociones provocadas por una existencia enigmática, que anulaba su raciocinio y velaba el mundo con un halo de misterio que incluso era incomprensible para una mente preparada como la suya.

De ahí que en la poesía de Jesús Delgado Valhondo se halle un hombre intrahistórico, que es protagonista de unas vivencias personales, sociales, intelectuales y culturales que conjuntamente conforman la base de una poesía singular cuya característica diferenciadora es ser la crónica de su existencia a modo de autobiografía íntima de su condición humana y al mismo tiempo de su naturaleza espiritual.

Esta afirmación explica que Jesús Delgado Valhondo viviera, física y espiritualmente, con pasión sus circunstancias personales (en buena medida desfavorables) y ese ímpetu lo convirtiera en un ser existencial comprometido hasta tal punto de que, en vez de limitarse a sobrevivir, se preocupó por reflexionar sobre la realidad y los múltiples aspectos que la formaban, comenzando por sí mismo como primer escalón para llegar al conocimiento de los demás, a su entorno y de ahí a la divinidad pasando por su obra, la naturaleza.

Además, Jesús Delgado Valhondo fue un producto de su tiempo, porque vivió con pasión el convulso devenir histórico de casi todo el siglo XX, cuando el mundo sufrió una profunda transformación física e ideológica y se trastocaron todos los planteamientos sociales, religiosos y culturales a un ritmo vertiginoso. Es decir, sus intranquilidades y vacilaciones en buena medida proceden del compromiso humano que mantuvo con sus circunstancias históricas.

Este detalle explica que se mostrara preocupado por la indefensión de los seres más desfavorecidos como el loco, la prostituta, el tonto o la beata ante la marginación que estas personas sufren en un mundo deshumanizado, que excluye a los incapacitados porque no engranan en la cadena productiva. Por otra parte, el progreso trajo aparejado un alejamiento del espíritu, pues incitó a tener materialmente más a cambio de ser espiritualmente menos; y esto conmovió a Valhondo, que vio en el desprecio por el espíritu una renuncia a la dignidad humana en cuanto que conciencia individual reniega de su independencia y su albedrío para perderse en la masa, donde el hombre deja de ser independiente y libre.

Paralelamente, el profundo replanteamiento científico que se produce en el siglo XX resquebraja también la solidez de la fe cristiana: todo se cuestiona siguiendo la máxima «nada es absoluto, todo es relativo» [la condición humana, el mundo, la relación con Dios]”). Esta indeterminación fue la que provoca buena parte de las frecuentes intranquilidades espirituales de Jesús Delgado Valhondo, que se convierte así en un ser comprometido, ejemplo de hombre cotidiano de su tiempo, y su lírica por simpatía, en una muestra fehacientemente humana del sentir espiritual de un hombre incardinado en la historia y en el vitalismo, que lo llevó como ser humano a indagar para obtener respuestas a sus múltiples interrogantes ante el cambio de las cosas. Es decir, la poesía de Jesús Delgado Valhondo adquiere un extraordinario valor, porque cuenta la evolución espiritual de un hombre cualquiera, que vive su existencia en los momentos cruciales de la convulsa historia contemporánea.

Además, el padecimiento de ciertas experiencias personales (que, si no fueron distintas de las que sufrieron otras personas, a él lo obligaron a plantearse prematuramente el sentido de la existencia) lo arrastraron a indagar en su condición imperfecta y provocaron en él una doble reacción. Por un lado lo convirtieron en una persona contradictoria (sensible y crítica, frágil e impetuosa, humilde e irónica, comprometida y escéptica) y, por otro, en un ser melancólico, triste, anhelante y angustiado necesitado de respuestas con las que dar un sentido digno a su imperfecta condición y paz a su conciencia espiritual. Y es aquí donde se puede hallar al Jesús Delgado Valhondo más humano y conmovedor, pues de esta manera se convierte sin proponérselo en modelo de dignidad humana en cuanto que no entiende y pregunta, no halla respuestas y se angustia, pero poco después se recupera y tiene la valentía de reiniciar el proceso preguntando de nuevo, obteniendo silencio y cayendo en el desencanto, para volver a insistir otra vez hasta el agotamiento más estremecedor.

Esta insistencia indoblegable hace posible asegurar que otro valor de la personalidad humana y lírica de Jesús Delgado Valhondo es el ejemplo práctico que transmite hasta el punto de poder trasvasar a nuestra propia existencia el reflejo exacto de esa búsqueda incansable de la dignidad humana que, agredida constantemente, termina por abatir y eliminar a la conciencia y agotar al espíritu convirtiéndonos en autómatas. Sin embargo este proceso no se produce en la persona y la poesía de Valhondo, que se mantiene a pesar de sus continuos vaivenes espirituales y emotivos en tan alto grado de fortaleza, que nunca doblega sus irreductibles deseos de hallar respuestas a través de la libertad de su conciencia sin renunciar a su singularidad humana y espiritual, aunque supiera de antemano que su lucha contra el tiempo y la muerte acabaría en derrota.

Estas afirmaciones explican que ni los hechos históricos que vivió ni los sucesos que le acaecieron fueron obstáculo para fortalecerse humana, espiritual e intelectualmente ni para participar activamente en la vida social y cultural de su tiempo. De ahí que Valhondo sea un claro ejemplo de persona común que sortea el devenir histórico y sus circunstancias personales con un compromiso humano que convierte en preeminente su imperfecta condición y la engrandece, porque se integra y es protagonista (a pesar de los inconvenientes) del ambiente humano e intelectual buscando de una manera impetuosa, comprometida y valiente respuestas a la enigmática condición humana y soluciones a un mundo misterioso, que lo hicieran más razonable y justo.

Además, su condición de ser humano consciente, de por sí muy sensible, se vio acentuada por su doble profesión de maestro y practicante, que lo mantuvieron muy próximo al atraso cultural y por tanto a la incapacidad intelectual del hombre común, que incomprensiblemente se veía sin recursos para salir de su miseria física y anímica, y a la imperfección humana, que se hizo en él insufrible pues el ambiente social y político obstaculizaba la formación cultural de los individuos y los mantenía en la ignorancia y a la vez el tiempo y la muerte le arrebataban irremisiblemente a aquellas personas que él trataba de salvar.

Esa angustia tan humana que provoca en Jesús Delgado Valhondo la preocupación sincera por sus limitaciones y por la de sus semejantes proporcionan a su poesía una carga emotiva verdaderamente sentida, que surge de unas circunstancias vividas al lado de sus seres queridos, su amigos y sus enfermos y nunca de elucubraciones teóricas o vivencias ajenas. Y es aquí donde radica el más alto valor de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, su sinceridad, su sentimiento verdadero y su honradez como ser humano que escribe poesía. De tal forma que se puede parecer en algún momento a uno cualquiera de sus modelos, pero nunca en la autenticidad del contenido de su discurso y en la forma cálida y sentida de transmitir sus sentimientos.

Además, por esa carga humana que frecuentemente se hace emotiva, cercana y confidencial, Valhondo llega a implicar al lector en sus preocupaciones usando como medio una expresión natural, directa y elaborada., que logra convertir en lírica por medio de un insistente trabajo de lima y el uso de medios literarios que, lejos de desvirtuar su palabra, la acercan aún más al lector por su honda impetuosidad y sus claros deseos de comunicación y comunión con sus semejantes.

Estas características humanas, que Valhondo puso al servicio de la creación lírica, dieron como resultado una poesía personal sin pretensiones de grandeza, reflejo exacto de un ser humano común cuyo objetivo lírico no fue el lucimiento personal, sino la transmisión natural de unas intranquilidades que, por próximas y humanas, enseguida el lector siente como suyas a la vez que lo ayuda a entender una premisa fundamental del hecho poético: la poesía es más que un género literario un medio sugerente y creativo de comunión superior entre los seres humanos que, por su poder comunicativo, sirve para expresar o entender lo inefable cuando el mensaje se establece entre personas con sentimientos sinceros.

Y es aquí donde radica otra virtud de la poesía de Jesús Delgado Valhondo: su carácter docente y formativo, que en la forma notamos en ese deseo de estructurar sus libros para facilitar la comprensión del lector y en el significado advertimos en ese empeño por transmitirnos sus sentimientos de una forma directa y natural sin más recovecos que los interpuestos por el misterio de la realidad, que él expresa abiertamente sin ocultarlo en ningún momento, a través de vacilaciones propias de su imperfecta condición que no puede tomar otra actitud que la de ser voluble porque, a pesar de su empeño por entenderla, es humano y sus limitaciones se lo impiden. Es decir, como sucede a cada uno de nosotros.

Esta base emocional propia de un ser vivo que se siente parte de la realidad y la asume activamente comenzando por conocer su espíritu como medio de llegar al conocimiento de los demás o bien que indaga intelectualmente buscando respuestas a su desazón, incluso en la filosofía de los clásicos tanto profanos como cristianos, pasan a engrosar los valores de una poesía especialmente humana con fuertes soportes anímicos e intelectuales.

Y es que la poesía de Jesús Delgado Valhondo se basa en un seguro sostén espiritual, filosófico y cultural, de tal forma que en ella no encontraremos nada expuesto a la ligera, aunque haya espontaneidad (siempre meditada), sino una esencia reflexiva antes vivida en la práctica cotidiana con un hondo sentir anímico. De ahí que, aunque Valhondo se refiera al ser humano común, su tono trascendente transforma su palabra en lírica y su contenido en universal, porque su protagonista no es el hombre metafísico de la alta filosofía desvinculado de los problemas que le causan su conciencia individual y la influencia del entorno, sino el hombre cotidiano de la existencia real con sus cortas alegrías y sus múltiples pesares. Es decir, Valhondo toma como protagonista de su poesía al ser humano que soporta la vida sin más ayuda que su imperfección física y sus limitaciones intelectuales.

De ahí que el valor central de la poesía de Jesús Delgado Valhondo se encuentre en su dualidad humana y espiritual, que en él se hacen inseparables, pues Valhondo antes que poeta es hombre y a la vez que es hombre también es espíritu. Por este motivo su poesía se hace tan cercana cuando nos habla de sus propias experiencias de hombre común, de su intimidad como ser consciente de encontrarse en el mundo con sus limitaciones y anhelos, de ser vivo dotado de razón y por tanto de buceador de la realidad y del misterio que la envuelve como uno cualquiera de nosotros. Es decir, Jesús Delgado Valhondo desmitifica el hecho poético y lo convierte en un acto natural, que parte del mismo núcleo de la condición humana, los sentimientos, y de una realidad cierta, la existencia; los mismos sentires que todos experimentamos y la misma experiencia que todos sentimos.

Es decir, Jesús Delgado Valhondo fue un hombre cualquiera pero que no se limitó simplemente a vivir, sino que indagó en su propia esencia, en la del ser humano y en la de la naturaleza de la que era consciente formaba parte como un trozo desgajado de la divinidad para saber, desde que tempranamente comprueba la imperfección del ser humano y del mundo, los motivos de esa estremecedora realidad de la que formaba parte sin remisión.

Y es aquí donde aparece otro virtud de Valhondo que debemos valorar: su sensibilidad extraordinaria, su poderosa y humana capacidad de observación, reflexión y meditación, su empeño en ahondar en su espíritu y en su conciencia crítica, porque asume su condición pero no sin hacer uso de su raciocinio y su intelecto, buscando respuestas y reivindicando la dignidad que le correspondía como ser humano.

Jesús Delgado Valhondo tuvo esa virtud inconformista de no soportar sin más los vaivenes espirituales, que le provocaban continuamente su imperfección y una realidad enigmática en la que se encontraba perdido y solo. Ese inconformismo es una condición imprescindible en cualquier poeta que se precie, pues será la que lo lleve a la reflexión que es en definitiva la base del hecho poético. Y Jesús Delgado Valhondo reflexionó mucho, y de esa meditación surge su poesía que de este modo se convierte en un acto consciente y en un ejemplo de honradez y dignidad humana, espiritual y lírica.

Además, su poderosa creatividad descubre un magno esfuerzo, cuyo objetivo fue clarificar la realidad enigmática en la que se hallaba inmerso, exponiéndola a través de un lenguaje sencillo pero repleto de metáforas personales de una riqueza lírica inusitada, de encabalgamientos con un efecto tonal de múltiples registros, de anáforas indicativas de su angustia o de imágenes con las que deseaba traducirnos con ejemplos plásticos su concepción humana y espiritual del ser humano y del mundo. También formalmente utilizó múltiples recursos sintácticos como la supresión del pronombre personal, la variedad en el uso de verbos o la reiteración insistente de ideas para que sus preocupaciones nos llegaran de una manera directa, emotiva y sugerente, envuelta en un lirismo que fuera resultado de una labor constante con la palabra y con el verso y paralela a la que mantuvo con su conciencia en la soledad y el silencio. Por esta razón podemos afirmar que la base emocional de la poesía de Jesús Delgado Valhondo se asienta en su humanismo espiritual.

No obstante estas condiciones hubieran sido insuficientes sino les hubiera dado una forma lírica, pues antes de escribir su primer verso estas emociones ya se encontraban en su conciencia y seguramente las hubiéramos conocido a través de artículos y otros géneros en prosa. Pero en su mente bullía la necesidad de utilizar un medio adecuado a la transmisión de sentimientos más hondos y meditados, y lo encontró en la poesía.

Éste es el motivo por el que Valhondo dio forma lírica a esos sentimientos trascendentes, que en la prosa común le quedaban desvirtuados por no poder emplear un lenguaje más elevado y acorde con el hondo contenido que deseaba transmitir. No obstante el lirismo de su poesía siempre aparece como un mero soporte de su humana espiritualidad, pues los recursos poéticos están al servicio del contenido y nunca al embellecimiento gratuito. Éste es otro valor de la poesía de Valhondo porque, a pesar de la tendencia que inicia en la última parte de su obra poética hacia la esencialidad, su objetivo nunca fue conseguir una poesía pura que es donde desemboca la esencial, sino desproveerla de elementos superfluos para que su mensaje llegara a los lectores con más nitidez y la comunicación se estableciera sin obstáculos, pues su objetivo era la comunión de sentimientos que se hacía necesaria para conocerse y conocerlos.

Esa desnudez lírica es una muestra de la entrega incondicional de Jesús Delgado Valhondo a su trabajo lírico y a su objetivo de usar la poesía como un medio de desentrañar misterios y nunca de agrandarlos, cuando podía haber abandonado sus preocupaciones y evadirse en el puro acto estético que desprovee de contenido el mensaje lírico y se queda estancado en la creación formal, en la despreocupación humana y en el vacío espiritual.

La poesía de Jesús Delgado Valhondo, en cambio, es al mismo tiempo comunicación y comunión, creación y preocupación y además hondura humana y meditación anímica. No obstante este cúmulo de cualidades que, por sí solas hubieran bastado para calificar a su poesía de original y trascendente, Valhondo no las transmite de una forma deslavazada, pues constituyen en conjunto una poética en toda regla no sólo con unos fundamentos humanos, espirituales y líricos, sino también con una disposición coherente, fruto de su responsabilidad ante el trabajo poético y de su conciencia cierta de que debía responder a un acto comunicativo en el que es primordial la exposición ordenada no sólo como medio de contención sino también de conexión entre poeta y lector.

Así su poesía se encuentra estructurada en unas partes, que siguen linealmente un seguro y meditado camino desarrollando un tema trascendente, que evoluciona dependiendo del estado anímico experimentado por el poeta, de tal forma que su poesía tiene un comienzo esperanzado, que va ascendiendo a la búsqueda de Dios; llega a un cénit donde conmocionado conoce la enorme distancia a la que se encuentra la divinidad del ser humano y, a partir de ese momento, inicia una caída hacia la angustia y el desencanto hasta desembocar en su último libro, que es una despedida física y espiritual de la vida y del mundo y un epílogo de toda su poesía anterior. De tal forma que, en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, todo es resultado de una detenida reflexión tanto formal como significativa.

Esta disciplina y esa poderosa voluntad de no salirse de su camino previamente marcado, aunque en su entorno se sucedieran distintas modas y tendencias, es otro valor de la poesía de Valhondo, porque muestra el férreo compromiso que aceptó consigo mismo y la fortaleza que debió mantener para cumplirlo, incluso en los momentos de mayor angustia y desamparo. Esto sin duda cumple una atractiva función en un momento en que los compromisos humanos son frecuentemente eludidos para atender al materialismo efímero.

La poesía de Jesús Delgado Valhondo acumula muchos y diversos méritos, porque es la voz del intimismo, la palabra extraída directamente de la conciencia como pensamientos personales dichos en alto, que están libres por tanto de la adulteración sufrida por los sentimientos en ese intermedio que va desde la mente a la elaboración, generalmente mediatizada por circunstancias personales e influencias del entorno. De ahí también la originalidad de su verso cálido y esencial, la facilidad de su lenguaje tierno y desgarrador y la atracción de su tono directo y sentido.

Respecto a Extremadura el valor más destacado de la poesía de Valhondo es su carácter originario porque, aunque no lo mencione directamente, se enraíza en un paisaje determinado, en el mismo del que surgió y al mismo que sabía iba a regresar para volverse tierra extremeña. El árbol solo, símbolo central de su obra poética, es la imagen del árbol extremeño perdido en la inmensidad de nuestra región; la naturaleza de los días radiantes y de los noviembres tristes y melancólicos, del paisaje atractivo y de la sed persistente es también la nuestra, y el mismo poeta es un ser que vive en su entorno sintiendo sus milenarias raíces históricas, anímicas y culturales.

De este modo la aptitud poética de Jesús Delgado Valhondo, ante su vida y su mundo que se localiza en Extremadura, es la mejor enseñanza para las nuevas generaciones de jóvenes extremeños, porque pueden aprender en su poesía la relación estrecha que existe entre ser humano y entorno y, en su postura humana y espiritual de no renunciar a su procedencia, el amor por su tierra que hoy como ayer sigue siendo desconocida física y espiritualmente para la mayoría de los que la habitan con el consiguiente perjuicio pues, como apuntó el mismo Valhondo en uno de sus artículos, «No se puede querer lo que no se conoce».

Y, por último, su extenso, variado y rico curriculum da una idea aún más acertada de la poderosa personalidad ante la que nos encontramos y como consecuencia nos lleva a destacar el valor personal, independiente y trascendental de una poesía, que hasta el momento había sido más mencionada que analizada por falta de un estudio detenido, que esperamos haya cubierto esta tesis.


[1] Ana G. Delgado «J.D.Valhondo: ‘Mi nuevo libro de poemas es como una despedida de la vida», Hoy (Badajoz), 12-3-93. Por estas fechas, el mismo Valhondo describió su estado emocional definiéndolo como «dolido y cansado de los hombres».

[2] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassete nº 3, cara A, 1991-1993. También en su artículo «Huir» Valhondo habla sobre este concepto. El mismo título del libro es un infinitivo que alarga la idea de la huida como una acción que no acaba nunca, indicando que el ser humano siempre está huyendo.

[3] «Nueve», vv. [1-2]. Los números de las páginas de Huir aparecen entre corchetes y en las citas del resto del análisis del libro, porque el poeta no las numeró.

[4] «Diez», vv. [1-5].

[5] «Once», vv. [9-10].

[6] «Ana G. Delgado «J.D.Valhondo: ‘Mi nuevo libro de poemas es como una despedida de la vida», Hoy (Badajoz), 12-3-93. Álvaro Valverde destaca también el prólogo de Castelo: «Abre el volumen un bien medido prólogo de Santiago Castelo que mezcla adecuadamente lo anecdótico y sentimental con sutiles y sugerentes claves de lectura».

[7] Este texto que aparece en la solapa de Huir procede de «El sitio», artículo de Valhondo editado en el Hoy (Badajoz, 12-8-61). Fue proporcionado a Ángel Campos por el autor de esta tesis.

[8] «Sé que estás esperándome» de El secreto de los árboles, vv. 18-20.

[9] «Tierra y amor para el olvido», de El secreto de los árboles, vv. 38-40.

[10] «La cuerda del reloj» de ¿Dónde ponemos los asombros?, vv. 5-8.

[11] «El pinar» de La vara de avellano, vv. 22-25.

[12] «Viaje» de La vara de avellano, vv. 1-7.

[13] «Tarde de domingo» de La vara de avellano, vv. 13-14.

[14] «Mi hermano Juan» de La vara de avellano, v. 33.

[15] «Desnuda soledad» de Un árbol solo, vv. 43-49.

[16] «El vuelo busca cuerpo» de Inefable domingo de noviembre, vv. 740-743.

[17] «¿Adónde?» de Los anónimos del coro, vv. 7-13.

[18] De los poemas sólo aparece dedicado a Jaime Naranjo, amigo del poeta, el titulado «Siete».

[19] En la portada, debajo del título, aparece una cigarra tocando un violín en recuerdo de aquella otra que Jesús Delgado Valhondo usaba de distintivo.

[20] En Machado se hallan versos que tienen un parecido con esta frase: «Más el doctor no sabía / que hoy es siempre todavía». «del hoy que será mañana, / del ayer que es todavía». Poemas VII y XXXVIII de Poesías completas, pp. 295 y 323 respectivamente.

[21] «Pero ya, en los últimos meses, cuando los alifafes empezaron a sucederse, su actitud cambió. Se daba a sí mismo ánimos de vida, derrochaba afecto hacia los suyos, ordenaba papeles y pulió estos poemas», dice Santiago Castelo en el prólogo de Huir, explicando cómo Valhondo tan temeroso siempre de la muerte, en los últimos días de su vida sin embargo mostró una valentía inusitada y se preparó a morir con dignidad.

[22] Esta misma conciencia de su propia imperfección llevó a Machado a decir: «este yo vive y siente / dentro la carne mortal». Poema CXXVII «Poema de un día» de Poesías completas, p. 223.

[23] En Machado encontramos: «Hoy dista mucho de ayer. / ¡Ayer es Nunca jamás» (LVII «Consejos» de Poesías completas, p. 129). Sin embargo, en el poema LV «Hastío» (p. 128) dice: «Un día es como otro día; / hoy es lo mismo que ayer».

[24] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Don Benito (Badajoz), 1973.

[25] Y también la afrontó con desenfado como se deduce de esta anécdota: «Su mujer Joaquina, rompe el silencio y le dice que puesto que este nuevo libro es la huida tendrá que escribir uno titulado la llegada. Ante esta sugerencia él afirma: ‘La llegada que la cuente San Pedro’ «. En Ana G. Delgado «J.D.Valhondo: ‘Mi nuevo libro de poemas es como una despedida de la vida», Hoy (Badajoz), 12-3-93.

[26] Las siguientes palabras de Juan Iglesias, uno de los creadores de Arcilla y pájaro, dirigidas por carta a Jesús Delgado Valhondo, coinciden con la actitud esperanzada (aunque en Valhondo con dosis de escepticismo) de los últimos momentos que vive el poeta en Huir: «A pesar de todo lo que exteriormente nos determina, pienso yo que al fondo queda algo inaccesible y mágico que nos salva. Incontrolable y dulce». Sobre el poema «Y dieciséis», el mismo Valhondo nos comentó en la conversación que con él mantuvimos en octubre de 1991: «a mí me emociona, pero creo que es muy malo, a veces nos encaprichamos con el hijo más tonto. Es un poema que no me he atrevido ni a corregir. Me está esperando… Me está esperando… Me está esperando… es una campanada. Lo podía corregir, pero no lo corrijo». En Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 1, cara A, 1991-1993.

[27] El tema de la apariencia y el oportunismo de algunas personas conocidas por Valhondo fue un asunto preocupante para él, porque rompían la armonía que buscaba en el ser humano y la relación con los otros. Aparte de tratarlo en determinados momentos de su poesía también lo tocó en varios de sus artículos periodísticos.

[28] José María Barrera, “Huir”ABC (Madrid), 29-7-94, p. 8.

[29] «Cinco», p. [29].

[30] «Siete», p. [33].

[31] Primera estrofa del «Cántico espiritual» de San Juan de la Cruz.

[32] «Y dieciséis», p. [51]

[33] Primera lira de «Canción a la vida retirada» de Fray Luis de León.

[34] «Dos», p. [23].

[35] «Cinco», p. [29].

[36] «Diez», p. [39].

[37] «Dos», vv. 10-14.

[38] «Ocho», vv. 3-6.

[39] «Nueve», vv. 7-8.

[40] «Doce», vv. 15-18.

[41] «Trece», vv. 7-16.

[42] «Catorce», vv. 5-6.

[43] «Cuatro», vv. 12-13.

[44] «Seis», vv. 1-12.

[45] «Siete», v. 10.

[46] «Nueve», vv. 17-18.

[47] «Diez», vv. 14-15.

[48] «Trece», vv. 3-6.

[49] «Quince», vv. 11-12.

[50] «Y Dieciséis», vv. 8-9.

[51] Ana G. Delgado, «J.D.Valhondo: ‘Mi nuevo libro de poemas es como una despedida de la vida», Hoy (Badajoz), 12-3-93.

[52] Prólogo de Huir.

[53] Ana G. Delgado «J.D.Valhondo: ‘Mi nuevo libro de poemas es como una despedida de la vida», Hoy (Badajoz), 12-3-93.

[54] «Uno», v. 1.

[55] «Once», vv. 5-7.

[56] «Cuatro», v. 1.

[57] «Tres», vv. 2-9.

[58] «Dos», v. 5.

[59] «Cinco», v. 1.

[60] «Uno», vv. 12-13.

[61] «Cuatro», vv. 3-4.

[62] «Doce», vv. 15-19.

[63] «Trece», vv. 1-14.

[64] «Catorce», v. 13.

[65] «Catorce»,  vv. 9-10.

[66] «Uno», vv. 1-4 y 10.

[67] «Dos», vv. 1-3.

[68] «Cuatro», vv. 2-3, 5-6 y 10-11.

[69] «Seis», v. 4.

[70] «Siete», vv. 1-4.

[71] «Diez», vv. 7-8.

[72] «Once», v. 4.

[73] «Doce», vv. 1-2.

[74] «Trece», vv. 9-11 y 17-18.

[75] «Catorce», vv. 1, 5-6 y 13-14.

[76] «Dos», vv. 1-2 y 10-11.

[77] «Tres», vv. 10-13.

[78] «Cuatro», vv. 7-8 y 12-14.

[79] «Seis», vv. 8-9.

[80] «Siete», vv. 7-8.

[81] «Ocho», vv. 4-6.

[82] «Diez», vv. 11-12.

[83]«Doce», vv. 2-3, 5-8 y 19-20.

[84] «Trece», vv. 15-16.

[85] «Quince», vv. 3-4 y 7-8.

[86] «Y dieciséis», vv. 1-2.

[87] «Once», vv. 8 y 13-14.

[88] «Siete», vv. 5-7.

[89] «Y dieciséis», vv. 1-17.

[90] «Uno», vv. 5-6.

[91] «Ocho», vv. 9-12.

[92] «Quince», v. 5.

[93] «Cuatro», v. 9.

[94] «Diez», vv. 12-13.

[95] «Seis», v. 10.

[96] «Siete», v. 8.

[97] «Once», vv. 1-2.

[98] «Quince», v. 9.

[99] «Nueve», vv. 15-18.

[100] Del poema «Dos».

[101] Del poema «Nueve». Esta cita de Bergamín que el poeta utiliza en el quinto verso del poema se puede entender como un modo de vencer una realidad de la que el poeta logra escabullirse in extremis y, aunque se trata de una huida, él la considera una victoria pues por el momento logra eludir una realidad que desea atraparlo.

[102] Del poema «Cuatro».

[103] Del poema «Doce».

[104] Del poema «Trece».

 

Fotografía cabecera: Puente romano de Mérida sobre el Guadiana

 

Poesía (III,4)

UN ÁRBOL SOLO (1979)

Un árbol solo, culmen de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, tiene tal magnitud humana, espiritual, filosófica y lírica que se deducen varias lecturas del análisis detallado de su contenido:

Así, desde un punto de vista filosófico, Un árbol solo es la síntesis de la concepción desencantada que tiene Jesús Delgado Valhondo del ser humano y del mundo después del fracaso de su búsqueda infructuosa de Dios, que lo ha arrastrado a la soledad y a la desorientaciónen una realidad que no es capaz de entender: «‘Un árbol solo’, posiblemente el más completo de mis libros; yo debía de haberlo traído aquí y, en vez, de hablar de tantas cosas, leerlo íntegro»[1]. En este sentido, Un árbol solo es una reflexión metafísica, íntima y espiritual a modo de meditación trascendente sobre la soledad humana que el poeta entiende como la traducción del dramático destino del hombre y de su preocupante inmutabilidad.

De ahí que Un árbol solo sea también una meditación profunda sobre la trágica soledad en que el poeta queda junto a sus semejantes, también solitarios, en medio del drama universal que supone la vida y el mundo, al que Dios asiste impasible mientras el ser humano desorientado, arrastrado por el tiempo hacia la muerte y agredido en su dignidad por alguno de sus semejantes no es capaz de resolver debido a sus imperfecciones humanas, a su debilidad espiritual y al enigmático misterio que envuelve la existencia.

Globalmente, Un árbol solo es una recopilación descriptiva, a modo de justificación, de los diferentes estados del proceso espiritual que ha seguido el poeta en su búsqueda de Dios desde el comienzo de su obra poética hasta el momento de terminar este libro: primero, aislado de los demás y refugiado en su espíritu interior (desde Canciúnculas a La esquina y el viento); después, necesitado de los otros (desde La muerte del momento a Aurora. Amor. Domingo) y por último, unido a los demás (desde El secreto de los árboles a La vara de avellano).

Por esta razón Un árbol solo también puede entenderse como la descripción del proceso cíclico, que experimenta el poeta desde que, primero, toma conciencia de su soledad individual; después, cuando comprende que es incapaz de realizar esta empresa aislado, inicia una apertura de dimensión social en busca de los otros y, por último, acaba en la soledad de la que había partido, decepcionado porque no encuentra en sus semejantes el apoyo anímico necesario.

Un árbol solo es por tanto el relato del paso que experimenta el poeta de la subjetividad individual a la solidaridad colectiva buscando desesperadamente amparo en los demás para que, uniendo soledades, el fracasado esfuerzo individual del poeta se convirtiera en una poderosa fuerza común que estremeciera a la divinidad y, de una vez por todas, consiguiera las respuestas demandadas a través de un grito solidario y universal de auxilio.

Además Un árbol solo tiene un sentido trascendente porque es la crónica del fracaso de la búsqueda de Dios realizada por el poeta, que convierte su vida en una tremenda y desgarradora paradoja, y además porque se trata del fracaso del sentido espiritual de la vida que el poeta creía cimentado en la solidaridad de una voz común con base en el amor universal y, sin embargo, el egoísmo de unos cuantos distorsiona con sus actuaciones inhumanas.

Por ese motivo también se puede entender que un Un árbol solo es una justificación del poeta, que trata de explicar los motivos por los que se encuentra en tal estado de soledad después de fracasar en su búsqueda de Dios y de qué modo le ha afectado su silencio hasta llegar a la situación paradójica que vive: después de intentar en repetidas ocasiones salir de su soledad, sigue solo no por su deseo sino porque está sujeto a un determinismo que se encuentra en la misma esencia de la condición humana, pues el destino del ser humano es la soledad.

Y esa dramática comprobación convierte a Un árbol solo en una confesión desgarradora, intimista y espiritual, sobre cómo y por qué ha llegado el poeta a la conclusión de que la soledad está impresa en la esencia humana y es imposible desprenderse de ella, para justificar su lamentable y desencantado estado espiritual.

También Un árbol solo es una muestra de la actitud comprensiva que adopta el poeta ante la triste condición humana individual y universal, que está abocada irremisiblemente a la soledad porque su naturaleza imperfecta provoca la incapacidad para vislumbrar el misterio que lo envuelve sin ayuda divina. En este sentido la soledad del ser humano es producto de su ignorancia intelectual, porque el hombre únicamente consigue captar detalles de una realidad superior, entre los que logra a veces intuir idealmente a Dios pero nunca alcanzarlo.

Emocionalmente Un árbol solo es la queja honda, el lamento angustiado y el grito valiente del poeta ante la fragilidad de la existencia humana, la desorientación, el frustrado anhelo de llegar a la divinidad, la destrucción a que lo lleva el tiempo, la supervivencia en medio de los despojos que deja la muerte a su alrededor, el temor de encontrarse con el misterio de Dios al final del camino y con la realidad trágica de soportar su desesperanza endémica.

Además Un árbol solo es una parábola de la epopeya en la que el frágil y desamparado ser humano se ve obligado a embarcarse para llegar a Dios y obtener respuestas a sus problemas existenciales. Y también es una muestra fehaciente de que Dios ha exigido demasiado a un ser excesivamente imperfecto y de que la soledad es un castigo desmedido teniendo en cuenta, que ya soporta una determinista y enigmática condición que no ha demandado.

Y por último María López Ollero definió Un árbol solo como el «itinerario espiritual del autor trasmutado en poesía», resumiendo su multisignificado en la esencia que prevalece por encima de los aspectos formales y líricos, la espiritualidad. Y es que Un árbol solo es la síntesis reflexiva de la historia de un espíritu que, a pesar de haber actuado toda su existencia con la conciencia de ser parte de la divinidad antes que cuerpo, se encontró con un mundo misterioso, un ser humano imperfecto y un Dios mudo ante su dolor sin explicación racional alguna. Por ese motivo nunca pudo entender ni quiso resignarse ante una realidad que le exigía actuar como parte de Dios y, sin embargo, lo minimizaba con numerosas imperfecciones y le interponía continuos obstáculos.

La génesis de la idea central de Un árbol solo (un hombre solo), que es además el símbolo fundamental sobre el que gira toda su obra poética, aparece ya en su primer libro, Canciúnculas, en el poema «Castilla en siesta»:

«Un solo árbol,

 consuelo de la gran pasión del campo».

Más tarde en Pulsaciones, su tercer libro inédito, vuelve a localizarse este símbolo en el poema «Meditación», aunque con un cambio en el adjetivo (seco por solo):

«Cerca de mí un árbol seco

 me está invitando al suicidio».

Las dos variantes se registran de nuevo en Hojas húmedas y verdes: la primera en el poema «Apuntes (I)» y la segunda en el titulado «Apuntes (V)». Además en este libro hay dos sonetos, titulados «Árbol nuevo» y «Árbol viejo», donde describe las ansias de libertad del primero aprisionado como el poeta por sus mismas raíces:

«¡Está el campo tan cerca! si pudieras …

 Pero su raíz como una enorme garra

 le sujeta en esfuerzo sobrehumano».

 y el fracaso del segundo, que ha claudicado ante la imposibilidad de ser libre:

«Curvas y sombras, en las sombras frías

 por el suelo se arrastran con desgana,

 sin cesar alargando muerte vana,

 en la sed sin color que vence al día».

Ambos son extremos del hombre joven, que comienza ilusionado la vida, para darse cuenta pronto de su destino (la soledad) y del hombre ya mayor, que se ha convencido de que no hay solución a su trágico e inmutable estado. Esto muestra que Jesús Delgado Valhondo en el comienzo de su obra lírica tuvo una idea clara de que el ser humano estaba abocado a la soledad, plantado en medio del paisaje (de la vida) e imposibilitado para el ejercicio de su libertad.

Más adelante en el poema «Meditación» de El año cero reaparece esta idea, que es una reelaboración de la hallada en Pulsaciones: en este libro usa el adjetivo seco y el gerundio invitando y en El año cero los cambia por solo e incitando[2]. Además en este libro el poeta vuelve a utilizar la imagen del árbol solo en el poema «Otoño mío»:

«Árbol solo, en el día

 largo, de mi destino».

Cinco libros después, en el poema «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro» de Aurora. Amor. Domingo, se localiza un símil arbóreo en el que el poeta sigue lamentándose por su falta de libertad:

«Nosotros en la tierra

 clavados como el árbol,

 hundiendo la raíz

 en el mismo cansancio».

Más tarde en otros libros como El secreto de los árboles o La vara de avellano vuelve a utilizar el símbolo del árbol, pero no con una idea individual de soledad sino con un sentido colectivo, es decir, habla de «árboles en claustro / […] /qué hacemos en la alameda» y de «hombres que ya se hicieron / espíritus de árboles». Este cambio se explica porque en los primeros libros el poeta se encuentra en su soledad desnuda y en los siguientes en su soledad habitada y con gente[3].

Por tanto el símbolo o imagen del árbol se hace presente en toda la poesía de Jesús Delgado Valhondo y de esta manera su obra lírica está impregnada de ese radical sentimiento de soledad hasta Un árbol solo, donde desarrolla la idea con más rigor y hondura en un libro completo (que López Martínez llama «intrabiográfico») para insistir en la conclusión de que el destino del ser humano es estar solo (idea que ya intuyó en Hojas húmedas y verdes y comprobó en La vara de avellano). La soledad por tanto es el sino trascendente de la existencia humana y, en Un árbol solo según Ángel Campos, «Delgado Valhondo, para poblar la soledad que le hostiga, acota su espacio poético a través de la imagen panteísta del árbol -símbolo recurrente de su obra anterior y venidera-, que refleja una meditación marcadamente existencialista»[4].

No sabemos la influencia del uso que realiza Juan Ramón Jiménez del sintagma Un árbol solo en su poema «Canción espiritual»[5] ni tampoco la insistencia con que aparece en Eternidades y, concretamente, en el poema número cinco[6] la imagen del árbol enraizado fuertemente a la tierra y con sus ramas sueltas hacia el cielo, materializando la visión que tenía Juan Ramón de la existencia. Pero, teniendo en cuenta que el mismo Valhondo declaró haberse leído detenidamente toda la poesía del Nobel, debió conocerlo mucho antes de que comenzara a escribir poesía y que la lectura del poema y el libro citado debió dejar en él un recuerdo imborrable de esta idea que, más tarde, será el eje central de su lírica.

No obstante desconcierta que Valhondo en su primer libro, Canciúnculas, lo usara tal cual y sin embargo en Pulsaciones cambiara el adjetivo solo por seco. ¿Pretendió con esto apartarse de la referencia tan clara a Juan Ramón y crear una imagen original? Y si esto es así ¿por qué hizo caso a Pedro Caba cuando le sugirió que cambiara seco por solo? ¿pensó Valhondo que, aunque volviera a la idea de Juan Ramón, podía ser original en el desarrollo que de esta imagen llevó a cabo en los libros siguientes?

Un árbol solo fue editado en diciembre de 1979 por la institución cultural Pedro de Valencia de la Diputación provincial de Badajoz, adonde Valhondo había llevado el original dos años antes. No obstante en el intervalo temporal hasta que es publicado el poeta declaró que no dejó de corregirlo porque «es un libro que me preocupa muchísimo». Parece ser que este desasosiego no le desapareció una vez editado el libro, porque la segunda edición publicada en julio de 1982 presenta variaciones:

La portada de la 1ª edición lleva un dibujo de Zamorano, que representa un conjunto de montañas. La 2ª edición tiene un dibujo de Bonifacio Lázaro, que muestra unas manos en actitud de ofrecer o recibir, saliendo de una ventana oscura.

La 1ª edición no tiene dedicatoria. La segunda ofrece cada parte a una persona distinta: la primera a José Miguel Santiago Castelo; la segunda a Manuel Pecellín Lancharro, y la tercera a Víctor Gerardo García Camino[7].

Supresión de la preposición «de» en el verso 220 (2ª parte): «Hueco en la mano que tiene algo de que no vemos» (1ª ed.). «Hueco en la mano que tiene algo que no vemos» (2ª ed.). Evidentemente se trata de un error gramatical, que es corregido.

En la 3ª parte, hay cambios en los vv. 789-794: «Llevamos a los muertos. / Muertos que están en nosotros / mejor que no enterrados / en ese campo yerto / de pergamino ajado, / de animal consumido» (1ª ed.). «Llevamos a los muertos. / Muertos que están en nosotros / mejor que no dejado / en ese campo entumecido / de pergamino a marchitar / en animal sediento» (2ª ed.). La variante en la 2ª edición destaca que sigue existiendo el anhelo de Dios aún en los cuerpos muertos[8].

 Y la contraportada de la 1ª edición está en blanco. En cambio, la de la segunda lleva un estudio biobibliográfico que destaca a Jesús Delgado Valhondo como uno de los valores de la poesía extremeña, esencial, melancólico y trascendente; cita la carta que Juan Ramón envió a Valhondo alabando La esquina y el viento y termina con una relación bibliográfica del poeta.

El tema central del libro se encuentra expuesto en el mismo título, metáfora referida a la soledad que el ser humano siente en su conciencia individual (un árbol solo = un hombre solo = una conciencia sola).

Entendiendo que Un árbol solo es la reflexión del poeta sobre el estado de soledad espiritual en que ha quedado después de la búsqueda fracasada de Dios, sucede que el tema central del extenso poema es el hombre solo, que representa el poeta (un árbol solo, un hombre solo) subiendo la montaña, andando el empinado camino de la vida, cuyo destino trágico es caminar a la búsqueda de Dios indefinidamente en un ciclo natural e interminable, que el ser humano está condenado a completar (paradójicamente esperanzado) y comenzar de nuevo repetidamente desde la soledad absoluta a la soledad colectiva para buscar junto a sus semejantes su origen común, Dios.

Por esta razón el símbolo de un árbol solo es una metáfora lírico-filosófica de la soledad humana individual, con la que Jesús Delgado Valhondo convierte su propio estado en universal, porque se trata de la misma sensación sentida por todos los seres humanos en cualquier parte del mundo. Manuela Trenado[9] cita las palabras con que el mismo poeta explicó esta imagen capital de su poética: «Dentro de la naturaleza, no encuentro ser material o idea que tenga más semejanza con el ser humano. Como el árbol, el hombre tiene ‘plantas’ que se fijan en el suelo que están en contacto con la madre tierra. Enhiesto, sube hacia el cielo, busca las alturas, el sol y, en lugar de tener las raíces (cabellos) hacia el suelo, las tiene hacia el cielo, a donde tiende todo hombre».

Las tres partes, en que se divide el poema son los tres estados de soledad experimentados por el poeta en el proceso de su búsqueda de Dios, que se gradúan desde la soledad individual hasta la colectiva, pasando por un estado de soledad intermedio en el que, sin atreverse a dejar su soledad, anhela la compañía de los otros. El poeta ha encabezado la mayor parte de los versículos con citas («leves rememoraciones de otros grandes solitarios», dice Pecellín[10]), que descubren la esencia de su contenido y ayudan a dilucidar el significado entre su envoltura surrealista y además indican las subdivisiones en que se estructura el poema.

La primera parte, titulada «Soledad desnuda», se encuentra precedida por una cita de Juan Ramón Jiménez, cuyas palabras más significativas, «¡Qué plenitud de soledad!»[11], dan la idea de lo que supone la soledad desnuda para el poeta: la cohabitación con su soledad interior lo hace pleno, pero esta afirmación resulta paradójica pues existe en estas palabras un sentido teórico de realización personal que, como se comprobará en la práctica, al poeta le será imposible alcanzar sin la relación con los otros.

Igualmente significativas, para entender el contenido de esta parte, son estas palabras del poeta que indican la importancia capital de tener una intrahistoria donde el ser humano se reconoce como conciencia individual y sin la cual se encuentra desamparado: «La soledad desnuda, cuando el hombre se siente casi avergonzado por no tener recuerdos, cuando los olvidos se le han podrido dentro y casi es un hombre primitivo»[12].

Esta parte (y por tanto el libro) comienza con unos versos que la sitúan físicamente en un tiempo determinado: el crepúsculo que separa la tarde de la noche en el momento justo cuando la luz lenta y suavemente da paso a las sombras («en esta hora del día que deja caer / frutas entre los labios del paisaje»[13]) y el  paisaje queda oculto por el velo misterioso de la noche donde el poeta halla sus propios fantasmas:

«Sube el silencio, cadáver del sonido,

a cimas deseadas,

brotando donde no se duerme jamás.

Se desangran estrellas y caen sobre los árboles,

sobre la yerba fresca,

sobre piedras en color vencido,

depositando larvas estelares

por la rendija del alma de las cosas»[14].

También sitúan espiritualmente estos versos iniciales en el espacio, pues el poeta se encuentra subiendo la montaña; idea que se repetirá insistentemente. Este inicio es una muestra de la coherencia de Valhondo, porque el crepúsculo del atardecer es el momento más apropiado para la reflexión introspectiva que va a realizar de su propio espíritu en soledad, a media luz, rodeado del silencio.

Ya en la noche el primer fantasma que aparece en la mente del poeta es su pasado; aquel tiempo cotidiano que no aprovechó y por el que siente una profunda nostalgia, ahora (tiene 70 años) que le falta tiempo. Los recuerdos son tan lejanos y hay tanto tiempo por medio que se da cuenta de que no tiene pretérito ni recuerdos y por ese motivo se ha convertido «casi en un hombre primitivo». La dramática realidad, que resulta de su falta de pasado, se explica con estas palabras de Unamuno: «Si, al morírseme el cuerpo que me sustenta, vuelve mi conciencia a la absoluta inconsciencia de que brotara, entonces no es nuestro trabajado linaje humano más que una fatídica procesión de fantasmas, que va de la nada a la nada»[15]. O con estas otras de un pensamiento oriental: «Cuanto mayor te haces, más solo te encuentras, y más necesitas amor. Amor profundo»; de aquí la necesidad de buscar el pasado, pues ¿qué amor más grande puede buscar que el de los seres queridos y el recuerdo de un momento inmaculado donde no existió el tiempo?

En esta situación de desnudez en que el poeta se encuentra consigo mismo, huérfano de pasado y de anhelo ascético de subir a la montaña, es cuando el poeta inicia su reflexión («De pronto desciendes al fondo / a contemplarte»[16]) indagando en su esencia espiritual de identidad. Y lo primero que comprueba es un hecho sorprendente: se desconoce a sí mismo porque no es uno sino una multiplicación infinita de figuras de sí mismo[17], la mayor parte desconocidas para él, y de una verdad que el poeta tiene muy asumida: la necesidad de subir a la montaña («Alto es el monte que debes subir, Jesús»[18]) y su dificultad paradójica («Un insondable abismo de hombre solo»[19]) porque en la cima se encuentra Dios inalcanzable: «La cima de cualquier monte y de cada monte tiene un silencio plano, alado, huido»[20].

Es por tanto una quimera inútil y decepcionante pero a la vez necesaria, porque tiene la convicción por esa poderosa llamada que resuena en su conciencia de que en la cima se encuentra su génesis, Dios, que aparece como una metáfora («Ahí está el origen del vientre, / la madre del sustento»[21]) y recuerda («quemas memorias») aquel momento sin tiempo, antes de nacer, cuando estuvo en su presencia y fue «un dios»[22]. De ahí el reconocimiento de la divinidad como creador de todas las cosas del universo, del que forma parte, y de la necesidad imperiosa de volver a Él, su origen. Por esta razón, Unamuno aseguraba que el anhelo del ser humano es hacerse Dios, para volver junto a la perfección.

Después del recuerdo de aquel estado ideal, aparece la realidad y el poeta se encuentra «otra vez en caminos solitarios / como siempre»[23], meditando en su alcoba sobre la realidad del ser humano, necesitado de Dios, muerto en vida[24], aprisionado por recuerdos tristes e imágenes de un paisaje ideal que se pierde en el recuerdo nostálgico del «cualquier tiempo pasado fue mejor» de Manrique: su casa, su familia y en definitiva su mundo perdido que en su memoria está lleno de personas y de vida y sin embargo en el presente está destruido por el tiempo y asolado por la muerte.

Todo su pasado se encuentra en blanco como una película sin revelar, un desierto en que es imposible conocerse a sí mismo. De tal forma que, si el pasado no lo identifica, necesita de los otros para que le digan quién es; y de ahí la urgencia de salir de su yo e ir a los otros. La necesidad de rescatar su pasado no es más que para conocer de dónde viene pues, como dice Unamuno, «sólo queremos saber de dónde venimos para poder averiguar adónde vamos».

La cita («A donde me esperabas»[25]) es del poema «Noche oscura del alma» de San Juan de la Cruz que tiene un sentido de seguridad,  porque el Amado esperaba ciertamente a la Amada pero en Valhondo encierra el recuerdo nostálgico de su fracaso, pues se refiere a que él pensaba que Dios lo estaba esperando en la cima de la montaña y sin embargo no fue así.

De ahí que el contenido de este grupo de versículos venga a exponer el fracaso sufrido en su búsqueda de Dios («Llevamos subiendo montes mucho tiempo. / […] / implorando la voz que me responda. / Sigo buscando la cima»[26]), mientras soporta sus imperfecciones entre presagios de muerte («féretro de momentos, / camposanto de puertas derrumbadas, / de las tumbas abiertas,  profanadas»[27]) y se siente aprisionado entre circunstancias, recuerdos y deseos insatisfechos («Quisiéramos ser el rayo verde del lagarto»[28]) en medio de una naturaleza desvirtuada e inarmónica («En la ladera un lagarto devora grillos, / relámpagos, […] / playas insultadas / meditando sol, arañas»[29]), mientras que sigue en la soledad más absoluta («incomparable compañera»[30]). Aunque no es una soledad vacía, porque a través de ella intuye que la soledad es un componente indispensable en la esencia y la existencia del ser humano:

«misteriosa e inagotable esencia

 de la vida»[31].

La siguiente cita es de nuevo de San Juan de la Cruz, «La música callada»[32], en la que el poeta materializa esa inapreciable sinfonía universal, a la que responde subiendo a la montaña una y otra vez sin llegar nunca al encuentro con Dios. De ahí que le asalten dudas sobre el hecho de que debe haber un lugar distinto al que ha pensado hasta ahora donde estará instalada la cumbre («Quizás la cima esté aquí, / en cada uno de nosotros»[33]) situada en un espacio de tiempo infinito:

«Debe de haber un momento,

 un instante supremo

 que se repita

 y ser esa la cumbre de la montaña

 que anhelamos perdida

 sin saberlo»[34].

Por esta razón cuando se refugia en sí mismo comprueba que vive («noto que soy auténtico ser viviente»[35]) y, desde dentro de su soledad, intenta conseguir su deseado sueño. El poeta ahora se convence de que el hombre, al ser un solitario por naturaleza, busca desesperadamente a Dios, la suprema compañía. Pero tal pensamiento le provoca dudas porque Dios no aparece y lo deja en la realidad de ser solitario, donde sigue buscándose infructuosamente («voy buscando solo / nadas de mi soledad»[36]) y también a la cima que tan anheladamente quiere hallar porque el hombre solo no tiene puntos de referencias y no puede encontrarse: «El hombre al encontrarse no se encuentra en sí y por sí, aparte y solo, sino, al revés, se encuentra siempre en otra cosa, se encuentra rodeado de lo que no es él, en un contorno, en una circunstancia, en un paisaje»[37].

La siguiente cita es de Luis Cernuda, «¿Cómo llenarte soledad sino contigo misma?»[38], que advierte la paradójica realidad de que el ser humano se halla atrapado en su conciencia, porque es imposible para el poeta llenar su soledad con el hombre ni con él mismo, seres enfermos, cuya conciencia les muestra la tragedia de la vida como dice Unamuno: «El hombre, por ser hombre, por tener conciencia es ya un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad»[39]. Tampoco puede llenar su soledad con el entorno pues se encuentra lleno de despojos, desolación y muerte:

«Me asomo a ver la calle

 y vuelan mariposas amarillas.

 En todas las ventanas

 agoniza un enfermo

 que llena las aceras de lepra

 y cera virgen»[40].

La imperfección del poeta y del ser humano («¿Qué vamos a dejar a Dios de herencia / sino mapas en blanco, ilusiones frustradas, / soledad»[41]) provoca que la cima cada vez se encuentre más lejos y que aumenten los deseos espirituales del poeta tanto que su anhelo místico avanza más rápidamente («La fiebre sube la montaña, / sólo mi fiebre delante de mí, / alcanza la montaña»[42]) que su cuerpo, convertido en pesada carga material ante la indiferencia del cielo que, en vez de orientar su entendimiento, lo anula para que siga desorientado:

«Y es que el cielo se abre para que todo pase

 y seamos el imposible gobernador

 del barco que navego»[43].

Ante esta situación el poeta, acuciado por el tiempo, se refugia en su soledad espiritual porque el primer intento de salir de sí mismo ha terminado en fracaso («Yo soy mi soledad / en ella habito altura y me confieso»[44]) y prefiere la soledad a la realidad acompañada, pues detrás de ella se encuentra la vida y el mundo con sus problemas y sin embargo en la soledad halla su refugio y se siente protegido («refugio del terror en donde un día / siempre se ve detrás estremecerse»[45]), porque la soledad es una especie de caparazón para aislarse del mundo exterior que lo angustia.

La segunda parte, «Soledad habitada»[46], va precedida por una cita de Antonio Machado, «Al borde del sendero / un día nos sentamos»[47], que justifica la postura adoptada por Valhondo en esta parte cuando la soledad lo obliga a seguir el camino en compañía de los otros.

Al comienzo de esta parte el poeta continúa instalado en su particular «noche oscura del alma», aunque de momento continúa siendo un refugio seguro («Sin respuesta posible: / noche plena para vivir la casa, / cuerpo silente, baño que habitar se desea»[48]), pues aún no se atreve a enfrentarse con la cruda realidad («donde gentes devoran vírgenes»[49]) que preside el dominio del hombre sobre el hombre («Y la vida no es nuestra, nos la roban»[50]). Sin embargo ya comienza a sentir el efecto demoledor que le causa la soledad:

«El sueño es una pregunta.

 ¡Qué extraño es el silencio!

 […]

 Con mi lamento doy, áspera roca,

 no me vale arañar. El dolor de esas uñas

 que gasté en el camino hace ya siglos,

 me convoca»[51].

La reflexión en soledad, que ha experimentado el poeta en la primera parte del libro, ha hecho que poco a poco ahonde en su espíritu, abra las puertas de su subconsciente y salgan en tropel recuerdos, vivencias, fantasmas, traumas, seres queridos, destrucción y despojos. De tal forma que su expresión se desboca (los versos se amontonan) y el contenido se llena de imágenes oníricas, materializadas en  seres deformes, vivencias frustradas, quimeras, deseos de Dios y temores:

«Hoy me fluyen seres extraños,

 no entiendo su lenguaje

 pero sí la colmena de doliente armonía.

 Venid. Tengo la puerta abierta.

 Entrad, fantasmas del recuerdo,

 semblantes agónicos,

 cadáveres líricos,

 travesuras de Dios,

 ¡Todos al barco de mi mar!»[52].

Varios son los hechos angustiosos que martillean su mente, le producen temor y se convierten en un obstáculo para salir de su soledad e incorporarse al mundo:

1ª)La búsqueda de los otros («Entro en busca de los otros, voy hacia vosotros / los que habitáis solos»[53]) a los que desde su aislamiento ve como unos desconocidos, seres solitarios en sus mundos particulares, sin identidad, fantasmas, ilusiones que aparecen y desaparecen como espejismos («Cuando os encuentro desaparecéis, / quedo vacío, roto en mil pedazos»[54]); imperfección en suma, que lo lleva a buscar más ardorosamente la perfección de Dios, cuanto menos apoyo en sus semejantes (seres imperfectos) encuentra:

«Cuántas ansias de alcanzar el monte mío,

 lo que me vence. Subo enloquecido,

 lleno de impaciencias

 parezco un suicida enamorado,

 lleno de confusiones»[55].

Este aumento de su angustia viene provocado por la indecisión que siente a la hora de abandonar su refugio seguro, aunque a la vez necesita salir de ese círculo vicioso en el que ha caído su espíritu («Me persigo, que es perseguir lo que no existe»[56]). No obstante esta incertidumbre es el resultado de las vacilaciones propias del que tiene que tomar una decisión drástica y cambiar radicalmente su situación.

2º)Los recuerdos del pasado que, después de fracasar en su primer intento de acercarse a los otros, vuelven a su mente en forma de personas que conoció («seres extraños, / […] / fantasmas del recuerdo»[57]), vivencias dolorosas de la infancia, nostalgias insoportables («Sentaos a mi lado / para pasar las hojas / en un libro de estampas»[58]) y un mundo perdido que retrospectivamente imagina lleno de ilusiones y sin embargo en el presente se mantiene en verdades sostenidas en mentiras («veremos aquello / que no fuimos»[59]), de las que el poeta no puede desprenderse porque como asegura Unamuno «La existencia objetiva es, en nuestro conocer, una dependencia de nuestra existencia personal» es decir, de nuestro pasado. Mientras Dios siempre presente e inalterable forma parte íntima de su ser en una paradójica contradicción donde se mezclan el dolor y la esperanza:

«Inexplicablemente obstinado,

 Dios naciendo, va sucediéndome.

 Y ese Dios es mi historia y mi destino»[60].

Y es aquí donde radica el origen de la necesidad del poeta por los demás porque, como dice Unamuno, «si miras el universo lo más cerca y lo más dentro que puedes mirarlo, que es en ti mismo, llegarás a compadecerlo todo, al amor universal. […] porque descubrirás que el universo es persona también, que tiene una conciencia que, a su vez, sufre, compadece y ama y a esta conciencia del universo llamamos Dios. Personalizamos el todo (Dios) para salvarnos de la nada, y el único misterio verdaderamente misterioso es el del dolor».

3ª)El doble enigma sugerido por los escombros (ruinas)[61] como sinónimos de los despojos que el ser humano va dejando en el camino de la vida y como huellas de los que vivieron y siguen perviviendo espiritualmente en la sobrerrealidad del lugar que habitaron.

En los escombros, Valhondo creía oír una sinfonía familiar que lo conectaba con sus antepasados a través de una presencia espiritualmente viva. Esta sensación siempre lo impresionó por la idea de su certeza y la posibilidad de rescatarlos rebobinando el tiempo, como si se tratara de una película anteriormente filmada[62]. Pero su entusiasmo acaba en decepción, porque la sinfonía de los escombros sólo se escucha con una especial sensibilidad que el hombre moderno del progreso deshumanizado no tiene:

«Nadie escucha a los escombros,

 las dolidas preguntas

de su soledad arropada»[63].

Y también por el convencimiento de que él mismo es un despojo más en un mundo lleno de ruinas del pasado, que constantemente lo llaman («Nosotros somos escombros, / […] / convocando un mundo extraño y familiar»[64]) y unas veces lo angustian, y otras lo hacen nadar en la melancolía del cálido recuerdo, para concluir en la frustración que supone el vano intento de rescatar el pasado:

«(Me lleno de imposibles

 riquezas melancólicas)[65]«.

Así cuando desea convocar a alguien del pasado se encuentra solo, lleno de dudas («Estar solo: vivir dudas. / Mantenerme de dudas»[66]), siempre entre el enigma vital de saber quién es, si mundo interior o realidad exterior («¿Vivir es, simplemente, / andar en uno mismo, / en sucesión de hombres / que vas amontonando?»[67]). La duda le viene al poeta cuando intenta salir al exterior y se encuentra con enigmas que no puede explicar racionalmente. Entonces vuelve a dudar (aunque quiere salir de su soledad) sobre si el camino se encuentra en él mismo, en sus recuerdos, en un momento inventado, en  ahondar aún más en su conciencia:

«Descubrir el paisaje

 que me habita el alma,

 en historias de siempre

 que heredé de vosotros»[68].

La duda fundamental le surge cuando se debate entre los dos extremos de su vivencia espiritual: subir a la cumbre («Asciendo hasta la cumbre»[69]) o bajar a su origen («Me entierro en vientre de regreso. / Más cobijo de madre necesito. / Más tierra que cavar dentro del cielo»[70]) y las dos soluciones lo angustian. Volver atrás supone la contemplación de un pasado lleno de ruinas; ascender a la cumbre requiere cargar con sus muertos y encontrarse con sus semejantes tan solitarios y desorientados como él, que por su soledad están más a merced de Dios, devorador de hombres solitarios, de seres que ahondan en su conciencia:

«Llevo mi muerto, con los otros muertos,

 junto con los demás, dentro de mí.

 Fosa común donde viene Dios

 a oler mi podredumbre,

 a escarbar con sus manos la tormenta

 que a punto de estallar llevo conmigo,

 voraz amor de mis criaturas.

 (Mi Dios es insaciable

 de hombres solitarios)»[71].

Por esta causa ahora llega al cénit de su angustia y a través de ella al momento que con más nitidez capta sus recuerdos y su pasado; lo que unido a su escasa capacidad para olvidar, hace que no pueda salir de su endémica melancolía, aunque muchas veces esta situación espiritual es de su agrado («Vivencias que se pierden / […] / alzando ruiseñores, / fértiles, novelados, / para manjar de reflexiones»[72]), porque en su soledad es dueño de sí mismo, la consigue con facilidad y además (es lo importante) se siente seguro porque es capaz de crear su propio mundo y ejercer la libertad que, en el mundo exterior, le resulta imposible:

«Habito mi soledad y la soledad me habita.

 Es un milagro que hago cada día,

 cada noche:

 siempre que quiero, puedo;

 lo sé.

 La ilusión de vivir está

 en crear la soledad a mi manera.

 Mi doble soledad»[73].

Este doble caparazón lo aísla de la realidad exterior, donde sólo encuentra seres quiméricos por llegar a la cumbre, que se preguntan por su identidad y están perdidos en el misterio de la vida en una noche interminable, mientras que él domina su noche interior.

No obstante descubre algo fundamental: él vive por los otros al identificarse en ellos, si no seguiría siendo un desconocido como cuando estaba encerrado en su soledad, se desconocía a sí mismo y le asaltaban las dudas sobre la inmortalidad, que no fue capaz de conjurar solo. La confirmación a esta necesidad de dejar de ser yo y pasar a ser nosotros la da Unamuno cuando dice: «Y, si doloroso es dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo uno mismo, y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin poder serlo todo». Alcanzar la esencia común del hombre universal, sólo puede conseguirse a través de la conjunción de todos los seres humanos porque, si faltara alguien, la divinidad (esencia común) sería una esencia incompleta y Dios es un ser pleno, no parcial.

De ahí la necesidad que tiene el poeta de salir de su soledad e ir en busca de sus semejantes, comenzando por romper con su pasado de soledad interior y con su crónica melancolía y esperanzarse de nuevo con el presentimiento y la añoranza de un paisaje ideal, que tiene enraizado en su espíritu («presiento el día primaveral y alto / aún dentro de la noche a que me pertenezco»[74]), donde no existen imperfecciones ni tiempo ni pasado y el mundo se presenta con horizontes y la nitidez de lo cercano, del amor, del deseo y la presencia de Dios en el día luminoso y pleno que convierte su tristeza en alegría cuando amanece:

«Dios besando todo para lucir el día

 primaveral y largo, ancho y granado de brindis.

 Mi soledad anida en tristeza que se hace alegría»[75].

La vuelta al paisaje y al ser humano en Un árbol solo, de los que se desprendió después de La montaña por ser caminos inapropiados para llegar a Dios, supone una muestra de la recuperación momentánea de la esperanza porque, para Valhondo, el paisaje y el ser humano son reflejos de la presencia divina y la certeza de que Dios está más cerca y es más alcanzable: «Schleiermacher dice que la esencia del sentimiento religioso es inmediato y sencillo sentimiento de dependencia y es la explicación más profunda y exacta. El hombre primitivo, viviendo en sociedad, se siente depender de misteriosas potencias que invisiblemente lo rodean, se siente en comunión social, no sólo con sus semejantes, sino con la naturaleza toda», estas afirmaciones de Unamuno explican la necesidad de rescatar el paisaje y el ser humano, que siente Valhondo en este momento.

Además la recuperación del ser humano se debe a un cambio de actitud del poeta, que ahora no lo considera como un medio sino como un fin, pues como dice Unamuno: «No se trata de mí tan sólo; se trata de todos y cada uno. Yo siento que yo, lo mismo que cada uno de mis hermanos he venido a realizarme, a vivir».

De este modo, llegamos a la tercera parte, «Gente», encabezada por una cita de Jorge Luis Borges: «Junto a aquel otro río de noches y de días / corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías»[76], que viene a justificar el encuentro del poeta con los demás, pues recuerda que el hombre es un ser social y, como consecuencia, está abocado a vivir junto a los demás gozosamente: «El hombre es el único ser consciente de su relación con los demás», dijo San Buenaventura.

Unamuno entiende que vivir junto a nuestros semejantes es una necesidad vital de nuestra conciencia por ser no sólo nosotros (seríamos incompletos), sino también todos los demás: «Más y más cada vez más, quiero ser yo y, sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme a la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo. De no serlo todo y por siempre, es como si no fuera, y por lo menos ser todo yo, y serlo para siempre jamás. Y ser yo, es ser todo los demás ¡o todo o nada!».

Ambas posturas, la vitalista de Borges y la necesaria de Unamuno, se enraízan en la idea aristotélica de que todas las criaturas individualmente confluyen en la búsqueda de su esencia común, obedeciendo a una llamada enigmática que las atrae poderosamente. Esta es la idea vertebral de la tercera parte de Un árbol solo y la razón de que empiece así:

«Me llevan con ellos,

 humanamente me arropan y cobijan,

 vamos camino adelante,

 arrastrando los pies, hollando tiempo,

 avanzando fijos en una idea

 que nadie conoce»[77].

Ahora el poeta siente una doble y contraria sensación: arropado por la masa y a la vez arrastrado por ella, como una poderosa corriente incontenible, cuyo fluir cambiante ya planteó Heráclito cuando dijo: «Todo cambia. Nada de cuanto existe es, al momento siguiente, igual a sí mismo. Nada es permanente, todo es un continuo fluir». Esta realidad intranquiliza al poeta porque no puede nada contra ella y se angustia ante la mutabilidad de los seres que pasan y no vuelven:

«Mi gente que va y nunca viene.

 Mi gente es un río que pasa y siempre pasa»[78].

De todas formas la emoción del encuentro con la gente contribuye a que el poeta se sienta integrado en la masa y participe de su delirio común y su solidaridad («Con ellos voy / cabalgo el caballo blanco del tío-vivo. / Me dan su pan y su vino. / Canto, bailo, grito. Vuelvo a bailar. / Vuelvo a gritar. Vuelvo a cantar»[79]), aunque este ímpetu no consiga que olvide la realidad de ser un hombre solo, cuando le asaltan sus fantasmas e intranquilidades:

«El sapo se ha escondido

 […] y me roba la música que invento»[80].

No obstante es tan fuerte la emoción de esa marcha épica que realiza la humanidad entera peregrinando a un objetivo común con una voz y una cara única -las individualidades se han diluido en la colectividad por medio del amor- («No sabría reconocerlos nunca uno a uno, / a todos juntos sí»[81]), venciendo todos los obstáculos («Aumenta cada vez más el cuerpo común. / Nos hundimos, nos perdemos juntos. / Y nos volvemos a encontrar»[82]) que el poeta enardecido olvida las imperfecciones humanas, los recuerdos, el pasado e incluso la maldad del hombre con el hombre que, antes en su soledad, concebía angustiosamente como obstáculos del camino:

«Sobran recuerdos […]

 […]

 Van quedando detrás los excrementos,

 estela humana estremecida,

 que denuncia el dominio

 bochornoso del hombre»[83].

En su euforia las palabras se atropellan por salir desde su esperanza íntima, desde su gozoso anonimato («Ignorado me encuentro. / […] / Pertenezco a los otros / (El perfume del mundo / está rozando el cielo)»[84], embriagado por esa dulce corriente que lo lleva («Sinfonía de pasos y latidos, / ganamos y perdemos, / nos arrastramos alegremente, / masa de luz que rueda el mundo»[85]) junto a los otros y sus imperfecciones, ahora insignificantes («Todos somos cada uno de nosotros: / cuerdos, locos, lisiados, / libres, encarcelados …»[86]), subiendo un monte y otro y otro en un incansable peregrinar, anhelando encontrar la cima, que aún no han hallado porque, a pesar de la fuerza común que los alienta y la unión de sus voluntades intelectivas, no logran desentrañar el misterio que envuelve su objetivo: alcanzar la cima exacta en que Dios los espera:

«Vamos buscando algo perdido,

 cambiando nadas de esperanzas,

 dudas a las respuestas,

 […].

 Enardecidos, de misterios, vamos»[87].

Sin embargo esta masa esperanzada («En un rayo del alba / colgamos ilusiones los que vamos / a un mundo codiciado, / a un tiempo sin nostalgias, / a tierras de pensadas lejanías»[88]) encuentra otro obstáculo en su enigmático camino: la historia construida por seres humanos que se diluyen en un verbo impersonal, “hacen”, referido a políticos, militares y explotadores que mueven el mundo según sus intereses particulares, pero no sufren sus nefastas consecuencias. Por esta razón los seres que constituyen la masa en la que va el poeta, es decir, los seres intrahistóricos que sufren la historia, se estremecen cuando comprueban cómo unos pocos, ignorando la voz común del hombre, el amor universal, planean sus grandes decisiones y provocan terribles sufrimientos a la humanidad:

«Hacen historia y todos nos ponemos a llorar

 al mismo tiempo»[89].

Y como consecuencia el ser humano común sufre la más triste de las tragedias: la guerra («Allanamos sembrados. / Destruimos a los otros. / Empujamos la tierra, / llenamos los vacíos / de vírgenes y de dioses»[90]), sinónimo de destrucción de la esperanza porque el poeta deja de creer en todos los seres humanos y pierde la única posibilidad y la ilusión de hallar entre todos la inmortalidad, imposible meta para una humanidad dividida, frustrada voz común («y seguimos subiendo. / Sabiendo que nadie nos espera / en la otra orilla de la vida»[91]), sin la que los seres humanos no pueden tender a su esencia originaria, Dios («Hemos creado a Dios para salvar al universo de la nada», aseguraba Unamuno) ni por tanto a lo que realmente buscan en Él, la inmortalidad («¡Eternidad! Este es el anhelo», afirmó el pensador vasco).

Estos obstáculos son los accidentes, que hacen al poeta salir de su euforia y tomar conciencia de la verdadera realidad sobre la que planea la muerte, como si se tratara de una enorme espada de Damocles pendiente de las cabezas de los seres humanos, y lo que es más estremecedor, sin que le den a este hecho trascendental ninguna importancia:

«Se cubren muertes, muertos,

 se ordenan, se abandonan

 -no sirven- y se guardan

 en aguas turbias de encharcadas ausencias»[92].

La euforia ha pasado y al poeta le asaltan dudas («La cima que buscamos estará / en otro sitio, / en otro monte, más allá»[93]) pero, a pesar de ellas, se encuentra decidido a continuar su peregrinación («Aunque lleguemos a esa cima / habrá que subir a otra / para empezar de nuevo / un bosque de primavera»[94]) junto a los otros («Sea. Voy con vosotros. / […] / Quiero ser vosotros / con quien pueble»[95]) y a no volver a su soledad desnuda («No me esconderé jamás /en la alcoba del cerebro, / en el confesionario, / en el ¡ay! de los lamentos, / en el silencio»[96]) quizás porque en su espíritu el poeta coincidiera como Unamuno que «mi alma anhela eterno acercarse sin llegar nunca, inacabable anhelo, eterna esperanza que eternamente se renueva sin acabarse del todo nunca. Y con ello un eterno carecer de algo y un dolor eterno. Un dolor, una pena, gracias a la cual se crece sin cesar en conciencia y en anhelo».

Esta firme voluntad es la que hace al poeta olvidar sus intranquilidades y recuperar la esperanza («Vamos juntos, codo a codo, / hombro a hombro, / llenos de certidumbre»[97]) ante la visión de la humanidad que, unida por el amor, salva todos los obstáculos:

«Nosotros somos mundo.

 Construimos.

 Atravesamos espejos,

 tejados, abismos,

 edades, escarnios, historias,

 arrancando de cuajo

 toro, roca, horizonte,

 que se nos ponga por delante.

 Nosotros: la gente»[98].

Esa fuerza arrasadora además tiene capacidad para crear ilusiones, descubrir e inventar un mundo ideal, una nueva esperanza con la que hacer más soportable el camino, alentada por la causa común («Ardemos en una sola llama. / […] / Soltamos alegrías. / […] / Descubrimos paraísos. / Inventamos frutas de esperanzas / para aliento común de tantos hombres»[99]). Este paso de la desazón a la esperanza, Unamuno la explica de esta manera: «La duda y el dolor de ella y la lucha infructuosa por salir de la misma, puede ser y es base de acción y cimiento moral y de la desesperación puede surgir esperanza, en el que no quiere renunciar a la vida ni a la razón».

No obstante hay en Valhondo un poso de amargura y de incertidumbre ante la ligereza con que los seres humanos, incautos y desorientados, viven la existencia («Todos bailamos al son de lo que nos tocan. / Vamos unidos, / a no sabemos qué»[100]), inmersos en una realidad que a pesar de la euforia le resulta muy preocupante como expone a través de la imagen del viaje en tren, donde los seres humanos no son más que simples pasajeros (seres cautivos de su propio destino), que van quedando como despojos a lo largo del camino apeados del tren por la muerte[101].

A continuación la cita de Omar Khaiame («¿Qué adelanta el hombre saciar en este mundo sus deseos [,] ver realizadas sus esperanzas?»[102]) viene a incidir en la duda sobre la inmortalidad, que incluso en un mundo feliz sigue asaltando al poeta pues se pregunta ¿de qué sirve una vida placentera si no tiene continuidad o, si la tuviera, el ser humano no está seguro de ella?

En esa marcha universal que el poeta vive idealmente junto a sus semejantes, los seres humanos llevan a sus muertos consigo para que ellos también consigan la inmortalidad que, seguro están, van a alcanzar entre todos. La solidaridad, que ahora sienten todos los seres poseídos de un espíritu abierto y comprensivo, hace que reciban a los que se quieren incorporar a la marcha sin escrúpulos de ningún tipo. A ella se agregan los optimistas («Hay quien viene por su sonrisa»[103]), los pesimistas («Los hay que vienen tristes»[104]), los idealistas («Hay quien viene / con trozos de canciones románticas»[105]) y los malvados («Y quien trae semillas / de hiel en los bolsillos»[106]). Todos tienen cabida; a todos les ofrecen lo poco que tienen («Tomad lo que tenemos»[107]), realizan imposibles («Juntaremos la tierra con el cielo»[108]) y se desprenden de su bagaje de preocupaciones con tal de compartir y gozar con esa acción solidariamente humana de amor universal, como corresponde a una humanidad con una voz y un objetivo común:

«Juntos repartiremos

 sufrimiento,

 por nada;

 repartiremos iracundia,

 por nada;

 repartiremos alegría

 felizmente lograda

 para todos»[109].

Pero entre los incorporados hay seres que egoístamente no actúan de acuerdo con el interés común («Corren delante / sabios de la piedad, / filósofos del cuento, / jueces de pena / […] / los que medran»[110]) y se distancian del resto de sus semejantes como si de apestados se tratara («no los alcanzaremos»[111]).

No obstante el poeta convoca en nombre de todos a los que faltan, para que la fuerza común de esa riada humana incontenible no desfallezca y pueda dirigirse ilusionada a conseguir su objetivo («Ver nuestros ojos, / detrás noche cerrada, / luz de tiempos, / animal de sí mismo, / que nos guía»[112]). Esta necesidad que siente el poeta de convocar a todos la explica Unamuno de la siguiente manera: «El hombre no se resigna a estar, como conciencia, solo en el universo, ni a ser un fenómeno objetivo más. Quiere salvar su subjetividad vital o pasional haciendo vivo, personal, animando al universo todo. […] y queremos sentir la existencia de todo lo demás, que cada una de las demás cosas individuales sea también un yo».

La cita de Juan Ramón Jiménez, que viene después («Hablan las aguas y lloran / lloran las almas y cantan»[113]), indica el efecto negativo de la realidad (aguas) sobre el espíritu (alma) humano. De ahí que el poeta invite a todos los seres, compañeros de camino, para que sientan el mundo, escuchen sus ritmos y el latido del corazón universal de la masa humana (sobrerrealidad), dejando palabras vacías de contenido y quimeras (recuerdos, fantasmas) a un lado (realidad) y se preparen para el encuentro con Dios («para subir / locuras de quijotes, / pueblos de sanchopanza, / sueños que ascienden tramo a tramo /en escaleras de alas y ramas, / abismándote en cumbres»[114]), despojados de todo como auténticos seres primitivos y naturales.

Esta idea de una humanidad, original y solidaria, alienta al poeta de tal modo que asegura encendidamente su certeza de que el ser humano es quien da sentido a la existencia y valor a la vida por su grandeza y su capacidad de sufrimiento:

«(Un hombre solo no cabe

 en el ancho y profundo

 universal espacio)»[115].

Pero la realidad sigue presente y a veces muestra su cara más amarga, rompiendo la ilusión del momento («Quien salta la comba azul del horizonte / se da de cara con el cementerio de su aldea»[116]) y obligando al poeta a volver a la sobrerrealidad de ese mundo de ensueño que vive con los demás y donde el ser humano es solidario, olvida su pasado y sus fantasmas, se desprende de todo, se ilusiona con un mundo ideal, anhela el encuentro con la divinidad, no desfallece en su camino a la montaña, se llena de continuos asombros y Dios acaba manifestándose:

«Dios baja tanto, tanto, tanto,

 que parece uno más;

 gente entre la gente.

 Uno cualquiera que se alegra

 bebiendo vino con nosotros»[117].

Los seres humanos en su ilusión común[118] se alegran y siguen ciegamente a Dios, que les allana el camino a la vez que los caminantes crean esperanzas y terminan por repartir todo lo que tienen, en un acto gozoso de desprendimiento colectivo y de extraordinaria manifestación de amor universal: » ‘Mi vaso es pequeño, pero bebo en mi vaso’, decía un poeta egoísta y de un pueblo de avaros. No, en mi vaso beben todos, quiero que todos beban de él; se lo doy, y mi vaso crece, según el número de los que en él beben, y todos, al poner en él sus labios, dejan allí algo de su espíritu», afirmó Unamuno.

Pero ésta no era la realidad sino un momento de ilusión mental transformado por el anhelo individual del poeta en colectivo[119], un espejismo creado por su fuerte deseo de encontrar a Dios: «Y si cada cual de nosotros, en el empuje de su amor, en su hambre de divinidad, se imagina a Dios a su medida, y a su medida se hace Dios para él, hay un Dios colectivo, social, humano, resultante de las imaginaciones todas humanas que lo imaginan», aseguraba Unamuno.

Sin embargo la realidad es otra muy distinta: el ser humano continúa, como si de un castigo o un juego o un capricho divino se tratara, subiendo la montaña en un agotador ciclo que se repite eternamente: subir a una montaña, no hallar nada; subir a otra y lo mismo; subir a la de más allá e igual; subir a la sigue y tampoco; subir, subir, subir.

El poeta finalmente comprende que es el sino del hombre («El destino es así. / Nuestro destino»[120]), el determinismo a que está sometido por un Dios silencioso que asiste impasible a esta búsqueda infructuosa y consiente el dolor  producido al ser humano por este trágico fracaso. De ahí que al poeta ese peregrinar le parezca un sufrimiento gratuito, innecesario, una comedia en la que el hombre sumisamente debe representar el papel asignado con buena cara, aunque por dentro se desgarre sin que nadie lo aprecie para no destruir la ilusión de los demás, que aún no se han cerciorado del dramático final de esa marcha inútil:

«Seguimos eternamente subiendo

 juntos la montaña,

 humana masa de pan que a Dios mantiene.

 La cima está tan cerca

 como esa soledad que mana de nosotros,

 cuando pasamos la gente,

 los que vamos andando tierras,

 silencios, noches, días, tiempo,

 sin regreso posible.

 Los que vamos.

 El destino es así.

 Nuestro destino.

 Y de nuevo a cantar en el coro.

 Danzar en la armonía

 de la arboleda de los pájaros.

 Y un llorar hacia adentro

 para que nadie sepa

 que una espina pequeña

 se nos clavó en el pie

 y anoche no dormimos»[121].

El triste final en que acaba la vida es la soledad; la desnuda, la habitada y la acompañada soledad, porque la única verdad es que el hombre está solo. Se encuentra solo consigo mismo, está solo sin recuerdos ni pasado, permanece solo rodeado de gente en una universal paradoja de estremecedor abandono y por tanto no es dueño de su destino ni sabe quién es ni qué hace aquí ni adónde va a ir. Tampoco tiene capacidad para desentrañar el enigma de la vida ni del mundo ni de sus enormes y numerosas imperfecciones. El hombre se halla espiritual y físicamente, interior y exteriormente, abandonado en la tierra por designio del cielo cuyos motivos no conoce:

«En medio del paisaje,

 en la llanura,

 trémulo de emoción,

 un árbol solo»[122].

Esta certeza lleva a que Un árbol solo concluya de una forma contundente y descorazonadora en que no existe solución a la soledad del ser humano, pues su destino es estar encarcelado en su propia prisión, arrojado en el abismo de los recuerdos de su pasado y en la soledad del solitario, que se hunde cada vez más en sí mismo.

Tampoco es solución para el poeta buscar la compañía de los otros, porque son tan solitarios e imperfectos como él: «Todo hombre es un árbol solo, incluso en la alameda de la vida, cuando va con los demás hombres»[123], aseguró Valhondo. Y Dios es una ilusión mental, nunca una realidad racional, ni visible. El hombre por tanto es un ser solitario por naturaleza.

Si se entiende que Un árbol solo es una reflexión sobre la soledad pasada y presente, es decir, una revisión del proceso de soledad que Jesús Delgado Valhondo siguió desde el comienzo de su vida y su obra poética hasta el momento de concluir este libro, es lógico que se detecten influencias de sus vivencias personales, circunstancias, lecturas y entorno.

De ahí que la imagen de un árbol solo tenga su origen en la soledad que Jesús Delgado Valhondo sintió durante su enfermedad infantil de los seis a los diez años, cuando pudo comprobar en sí mismo que el ser humano se encuentra solo ante su conciencia y su destino. Es decir, el contenido de la idea procede de su experiencia vital y espiritual más lejana porque entonces nadie pudo influir en él más que la cruda realidad[124].

Más tarde en su madurez la imagen de un árbol solo tomó cuerpo en su forma individual y colectiva, influido por la lectura de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, los dos poetas que más lo atrajeron. Del primero pudo extraer la idea de un árbol en soledad de reflexiones como ésta: «La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles», que Valhondo utilizó como cita para introducir la primera parte de La vara de avellano y que lógicamente debió conocer en sus lecturas juveniles de la poesía del Nobel. Y del segundo tomaría la idea colectiva de los árboles, pues Antonio Machado usa los conceptos “álamos” y “alameda” que, transformados en imágenes líricas y en metáforas de su estado espiritual, sin duda debieron llamar poderosamente la atención de Jesús Delgado Valhondo[125].

Las ideas filosóficas, que el autor vierte en Un árbol solo de forma lírica, proceden del neoplatonismo de San Agustín de donde toma la idea de que el ser humano recuerda a Dios por haberlo contemplado en una vida ideal (Platón) o bien porque todas las criaturas recuerdan a su creador y anhelan encontrarse con la divinidad, motivo por el cual lo buscan (San Agustín).

Además la idea de la confluencia de todas las criaturas en busca de su esencia común (Dios), traducida por Valhondo en la metáfora de la riada humana que se dirige con esperanza a la búsqueda de su creador, procede del neoaristotelismo de Santo Tomás y de la versión realizada por Vicente Aleixandre en los poemas «En la plaza», «A la salida del pueblo», «El poeta canta por todos», el comienzo de «Vagabundo continuo», «Ascensión del vivir» y «Mirada final» de Historia del corazón[126] y Valhondo desarrolla en la 2ª parte, «Soledad habitada» y en la tercera, «Gente». Aunque mientras Aleixandre se muestra jubiloso y plenamente esperanzado, Valhondo se presenta incluso en los momentos más gozosos angustiado por la idea de la imperfección humana y su dramática soledad, que tiñe de nostalgia, ironía y tragedia la marcha universal del ser humano a Dios, influido negativamente por los vanos intentos de hallar a la divinidad y de comprender al ser humano.

Y la concepción existencialista del hombre y del mundo, desencantada, angustiosa y trágica pero llena de acción, de lucha y de búsqueda y por este motivo de dudas y esperanzas, es propia de la concepción filosófica de Unamuno que transmitió en su largo ensayo Del sentimiento trágico de la vida.

En cambio, el eje central del poemario, la subida a la montaña, tiene una clara influencia de la literatura ascética y mística y concretamente de la «Subida al Monte Carmelo” de San Juan de la Cruz (todo el libro) y de su «Noche oscura del alma» (Soledad desnuda y Soledad habitada), de donde también Valhondo tomó la idea del camino hacia la unión con Dios en tres etapas, siguiendo el proceso místico que cubre el carmelita encerrado en la soledad de su conciencia y en la introspección de sí mismo: «La ‘Soledad habitada’ es la ‘noche del espíritu’ que sigue a la ‘noche de los sentidos’, en la terminología de San Juan», asegura María López Ollero[127].

Pero la conclusión del proceso místico, que es el éxtasis de la tercera vía (la unitiva), no produce finalmente la paz en el espíritu del poeta sino el desencanto de la realidad, porque el éxtasis es una situación mental y la realidad es material y una no puede resolver la otra. Como consecuencia de nuevo el poeta fracasa en su segundo intento de buscar a Dios. Pero este revés es mayor que el primero pues, mientras aquél se produjo en la etapa unitiva (es decir, en la tercera del proceso místico), el segundo descalabro, que concluyó en La vara de avellano, ocurre en la etapa iluminativa cuando el poeta quiso rearmarse espiritualmente a través del redescubrimiento del paisaje y del ser humano, y no lo consigue.

La influencia de la ascética se detecta en el deseo de subir a la montaña, que es el camino seguido por el poeta, cuyo ejercicio ascético se halla en soportar el destino del hombre: estar continuamente subiendo a la cima para purificarse hasta alcanzar el estado de perfección moral e intelectual necesario para contemplar a Dios. Pero el poeta no consigue la perfección ascética ni siquiera unido a los otros, porque no encuentran la cima ni a Dios, y el libro termina debatiéndose angustiosamente en su soledad.

Hay algún crítico como Adolfo Maíllo que localiza en Un árbol solo influencias de otro asceta, Fray Luis de Granada: «Pero esa radical, inesquivable soledad no te lleva a renegar de la creación, antes por el contrario, tal como tú lo ves, hay en ella como ecos lejanos del Fray Luis de Granada, que escribió aquella deliciosa obra que es la ‘Introducción al Símbolo de la Fe’. Has escrito un poema clásico»[128].

La división de los versículos en apartados precedidos de citas quizás proceda de Las moradas o castillo interior (soledad desnuda y soledad habitada) de Santa Teresa de Jesús, obra donde la carmelita cuenta su experiencia mística a través del recorrido que realiza su alma de las siete moradas o aposentos del castillo en su camino de perfección hacia la unión con Dios.

Además en Un árbol solo Valhondo se ve muy influido por la realidad más inmediata, pues se localizan insistentes referencias a la guerra, al poder del hombre sobre el hombre, a la indefensión del ser humano, a la historia oficial y al olvido de la intrahistoria. En definitiva, al egoísmo de algunos de sus semejantes que para su propio beneficio se mantienen al margen del amor universal, que debe reinar entre los hombres:

«Hacen planos: todos nos reímos.

 Hacen proyectos y todos no reímos.

 […]

 Tormentosa amenaza: la guerra»[129].

También la poesía de los años 60 lo influyó en:

 1)La forma de expresión surrealista que emplea y en el cambio, que se produce en la métrica de Un árbol solo, del verso medido y con leves asonancias de sus libros anteriores al versículo.

 2)La técnica también varía respecto a la empleada en su poesía anterior. Un árbol solo es una extensa reflexión narrativo-descriptiva a modo de soliloquio, donde el poeta va desarrollando linealmente su evolución espiritual.

 3)La mezcla de la primera persona del singular y del plural del presente de indicativo con verbos impersonales e infinitivos imitando el proceso desordenado de la mente: «Esperaban … colgamos … Venimos … Querer … Hacen … crece … Hacemos …»[130].

Según algunos críticos, la realidad extremeña también influyó fuertemente en el autor de Un árbol solo. De ella tomaría, según Antonio Zoido, la «honda preocupación por el hombre y por el mundo en que vive, conectada con la soledad y el abandono de su tierra extremeña, paisaje también abrumado de soledades. De siempre ha habido una íntima relación, una corriente subterránea, entre Jesús Delgado Valhondo y lo esencial extremeño, entre su dolor existencial y la honda pasión por su tierra»[131].

María López Ollero asegura la procedencia extremeña de la figura del árbol, que Valhondo adopta para el título y la idea central de libro: «Los árboles probablemente son reflejo del paisaje extremeño, telón de fondo de toda la vida de Jesús. El árbol solo es el poeta Jesús, plantado en medio del paisaje extremeño»[132]. La intuición de María López Ollero se convirtió en certeza cuando la confirmó el mismo poeta con esta afirmación rotunda: «Soy una encina a la que ya no podrán transplantar», donde no sólo reafirma el enraizamiento en su tierra y en su paisaje, sino también identifica el árbol solo que él mismo se considera con el emblemático del campo extremeño, la encina.

Y Florencio Martínez Ruiz se atreve a asegurar que «El libro es una queja personal que abarca por intensidad y raíz, el grito de una tierra sola, la soledad de una región abandonada»[133]. Pero Un árbol solo de ninguna manera es una reivindicación de Extremadura, aunque a Jesús Delgado Valhondo le influyera la situación de atraso y de expolio vivida por su tierra, pues en reiteradas ocasiones la denunció y sin duda tuvo que afectarle el ambiente de pobreza física, anímica y cultural que se respiraba en la región, teniendo en cuenta que fue una persona especialmente  preocupada por su tierra y su gente.

Otra influencia se halla en el uso de la imagen del tren, que Dámaso Alonso desarrolló en su poema «Mujer con alcuza» de Hijos de la ira, cuando Valhondo concibe en un momento del poema que la vida es un viaje en tren con estaciones a lo largo del camino, donde se van quedando los pasajeros, seres arruinados por el tiempo y la muerte:

«-¡Pasajeros al tren!-.

 Un tren que siempre marcha

 dejando inquietas estaciones

 al lado del camino»[134].

Y, por último,  el uso frecuente de la paradoja y de la ironía, la lucha trágica vida-muerte y la angustia consiguiente recuerdan a Unamuno.

El estilo de Un árbol solo, por ser la confluencia de sus libros anteriores, coincide como es lógico con características que ya resultan familiares:

1)La voz personal, trascendente, directa y sentida, reconocida por críticos del prestigio de Ricardo Senabre: «Un árbol solo deja a uno un hormigueo de inquietud, por su apasionamiento, por su impresionante sinceridad»[135]. Cristóbal Cuevas: «¡Que don tiene para conmoverse y conmover! […] Es usted una de las voces líricas más verdaderas y con más capacidad de renovación en la continuidad de todo el panorama español. Escribiendo desde el corazón para el corazón y no desde el cerebro para los críticos»[136]. Francisco Induráin: «Su poesía tiene voz muy propia, sin recursos de recetario ajeno»[137] o Jorge Guillén: «Vd. crea muy varias realidades y las trasciende y ahonda: poesía exactamente»[138].

2)La lengua común usada, donde no aparece ninguna palabra extraña, ninguna expresión rebuscada, ningún término extravagante. El lenguaje cotidiano es la columna vertebral del discurso narrativo-descriptivo que, aunque adopta una forma de expresión surrealista, puede ser siempre entendido porque desemboca en reflexiones expuestas sentida y trascendentemente de una manera cercana y confidencial y por tanto anímicamente comprensibles:

«Mi soledad, aurora luminosa,

 encontrada ahora mismo,

 ya no la pierdo, la contengo [lenguaje común].

 Con su dolor de hembra asesinada

 en altar que mantiene sacrificios

 de hombre fecundado de verdades» [lenguaje surrealista] .

Como se puede comprobar, la parte surrealista con frecuencia se encuentra introducida por unos versos en lengua común, que soportan la narración y la descripción, y dan paso a la parte reflexiva, que a menudo se caracteriza por estar repleta de imágenes oníricas, alucinantes, angustiadas e incluso tétricas:

«Llevo mis muertos, con los otros muertos, [narración]

 junto con los demás, dentro de mí [descripción].

 Fosa común donde viene Dios

 a oler mi podredumbre,

 a escarbar con sus manos la tormenta

 que a punto de estallar llevo conmigo» [surrealismo].

3)El tono contenido, sin exabruptos que en las dos primeras partes se equilibra con una dulzura melancólica ante los recuerdos, el pasado, la soledad y, en la tercera, se eleva y acelera el discurrir del poema por el gozo del encuentro con los demás para volver en los versículos finales al tono dulcemente melancólico de las dos primeras partes: «En tu libro, yo percibo lucha interior, nostalgia -esos recuerdos de los que arrancan tantas veces tus versos- y una amargura sedimentada, suave, sin acíbar, que más bien es casi dolor por lo perdido y por los hombres»[139].

No obstante, incluso en los momentos más melancólicos, se detecta un ímpetu contundente y austero cimentado en su experiencia anterior de hombre solo y en la certeza de la imposibilidad de conseguir sus anhelos, que Florencio Martínez Ruiz relaciona con la tradición pictórica: «Hay una severidad de trazo, una buscada austeridad. En su poesía el tono lo da Zurbarán, aunque la temática pueda extraerse de un Valdés Leal moderado lejos de ninguna crispación»[140].

Además la queja que Valhondo vierte en Un árbol solo resulta conmovedora, porque se encuentra expuesta con la sincera humanidad del que no busca lucimientos personales: «En este libro resalta Valhondo una vez más su enorme sinceridad, su manera de escribir sin rebuscamientos, atendiendo sólo a esenciales contenidos»[141]. Y por eso mismo participamos de ella y la sentimos no sólo por él sino también por nosotros pues su soledad, su búsqueda y su tragedia es la nuestra: «Su valor no radica sólo en los aciertos formales, sino también en la autenticidad y el calor humano que irradian sus versos»[142].

4)El dinamismo, que impone un ritmo ágil con el uso del presente de indicativo, cuya acción imprime un movimiento continuado a todo el poema, y aumenta en la tercera parte cuando el encuentro con los demás hace entrar al poeta en una etapa de emoción colectiva y,  posteriormente, en una situación angustiosa porque, a pesar de la compañía de los otros, no puede dejar sus preocupaciones personales, consciente de que la marcha universal del ser humano hacia Dios es sólo una ilusión de los sentidos y nunca una realidad alcanzable:

«y seguimos subiendo.

 Sabiendo que nadie nos espera

 en la otra orilla de la vida

 que no habrá banderas ni pañuelos,

 ni adioses de amapolas,

 ni siquiera el suicida

 en rama florecida del ramo de la gente»[143].

  5)El espíritu de lucha, que se desprende de su carácter agónico, desconforme ante una realidad dramática, que transmite por medio de dudas, ironía (la idea de la humanidad unificada y con una voz común), contradicciones, angustia y su propia paradoja existencial: quiere estar en soledad y a la vez necesita sentir a los otros. Busca a Dios, sabiendo que no le va a responder. No puede vivir en soledad y sin embargo es incapaz de llenar su pasado de recuerdos, porque le hacen daño. Quiere iniciar su camino junto a los otros, pero no puede abandonar a sus muertos. Participa de la euforia de la masa y no olvida sus preocupaciones individuales. Busca a Dios en la realidad y sin embargo sabe que es una ilusión. Lucha a la vez que se siente vencido de antemano:

«Vamos buscando algo perdido,

 cambiando nadas de esperanzas»[144].

En realidad no es contradictorio el espíritu del poeta sino la misma vida, pura contradicción repleta de imperfecciones, de obstáculos, de soledad y de muerte y, como el poeta quiere vivir, sufre y se contradice y, como no quiere ser un derrotado, se rebela y lucha dramáticamente: «Este poemario, […], tiene todo el contenido dramático humano que acredita la poesía de Jesús Delgado Valhondo. Es consciente de la desolación del hombre que se merece amor y ternura y unas ciertas ironías dramáticas. Pero nunca grita. Sólo a veces le sale la palabra como afilado silbo de denuncia»[145].

6)La técnica tradicional, que divide el poema en tres partes separadas por los títulos correspondientes. No obstante el contenido no responde exactamente a esta distribución cartesiana, pues el planteamiento se realiza en la primera parte y toda la segunda, excepto el final donde necesita estar solo y comienza a sentir la necesidad de ir en busca de los otros. El nudo se desarrolla en la tercera parte (excepto los dos versículos finales), donde se describe el encuentro y las vivencias con los demás. Y el desenlace se produce en los dos versículos finales del poema, donde resume su concepción desencantada de la realidad y concluye en que el destino humano es la soledad.

Además el poeta introduce una variación original con respecto a esta técnica estructural tripartita: el discurrir cíclico con un final cerrado, pues el poema comienza en la soledad y finaliza también en ella (soledad – compañía – soledad).

7)La trascendencia filosófica y religiosa, que el poeta imprime a su reflexión conmovedora ante el cambio de las cosas y su irremisible destrucción por el tiempo y la muerte, que lo llevan a sentir una necesidad imperante de religarse a Dios para conocer la razones de la imperfección y la soledad, ahondando en la naturaleza del ser humano y del mundo, por medio de razonamientos líricos que buscan respuestas en la misma esencia de las palabras y hace de la poesía un medio válido para llegar al fondo de problemas trascendentes: «Tiene el conjunto su densidad ideológica, su hondura metafísica, una atractiva perfección verbal, una tersa factura estética, que se adorna de imágenes sorprendentes. Cada palabra está tocada siempre de una inefable sencillez, cada estrofa de sugerencias y se nota un gozo íntimo del creador cuando prende el pensamiento en hallazgos poéticos. La imagen más original de todas: Un pozo hondo, insondable, surtido por un caudaloso venero»[146].

No obstante, estas características de estilo conocidas se unen a otras nuevas que llaman la atención por varias razones:

1ª)La sorpresa producida por la forma de expresión que, a pesar de ser anunciada por Valhondo en libros anteriores, resulta una atractiva novedad y más si se tiene en cuenta el esfuerzo que realizó para dar ese giro hacia una expresión adaptada a los tiempos en su momento espiritual más delicado.

2ª)El asombro de su lenguaje (aunque con base común) surrealista, onírico, deformado, rompedor que, aunque también anunciado por el poeta, no deja de sorprender porque es muy distinto a aquel otro transparente y nítido de sus libros anteriores.

3ª)El uso del versículo en todo el libro que rompe con el empleo anterior de metros cortos, leves asonancias, tono melancólico y cotidiano asunto, e imprime al verso un carácter de abierta confesión trascendente, desligado el poeta de ataduras formales.

4ª)El tono de epopeya existencial que el poeta transmite a la descripción de la estremecedora soledad universal del ser humano, no sólo por la extensión física del libro sino también por su dimensión espiritual. Un árbol solo es la única oda de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, que narra la marcha épica del poeta y por consiguiente del ser humano desde su soledad a la compañía de los demás, a través de un largo recorrido en el tiempo y en el espacio.

5ª)La unidad y coherencia de un discurso extenso, enjundioso, especialmente maduro con un contenido conmovedoramente humano y líricamente creativo («Tu libro me parece de una riqueza poética y humana inagotables»[147]) que continúa siendo el mismo de siempre, aunque por evolución incorpore enfoques distintos: «entrañable, limpio, hondo, transparente, de gran finura impresionista»[148].

6ª)El encuentro con un Jesús Delgado Valhondo nuevo, renovado, distinto, moderno, evolucionado y a la vez conexionado con su pasado más lejano, capaz de urdir una trama extensa que convierte en teoría y experiencia de la soledad individual y a la vez de la soledad colectiva del ser humano.

7ª)El múltiple significado de su contenido, aparentemente complicado que, sin embargo, el poeta sabe exponer de una forma unitaria, coherente, confidencial y sintetizada en un único poema, que conmueve e implica haciendo que, incluso, en los momentos de mayor cerrazón se comprenda aunque sea imposible traducirlo.

8ª)La tensión dramática, que logra mantener sin altibajos a lo largo del extenso poema pues, aunque comienza en la melancolía producida por su propia soledad («Se desangran estrellas / […] / depositando larvas estelares»[149]), eleva gradualmente su tensión con el aumento de la angustia que cada vez se va haciendo más surrealista a base de un lenguaje de asociaciones oníricas, que surgen a borbotones del subconsciente abierto de par en par por la duda y la desorientación del poeta ante el paso crucial, que debe dar saliendo de sí mismo a los otros:

«(Pongo la frente en el barro obstinado,

 la palma de las manos, mi corazón dormido,

 implorando la voz que me responda)»[150].

«Quisiéramos ser el rayo del lagarto»[151].

«¿Qué vamos a dejar a Dios de herencia

 sino mapas en blanco, ilusiones frustradas,

 soledad y esa nieve que nos cubre

 perdonando al tapar nuestras preguntas?»[152].

«Sangran las venas de mis años

 prodigios tras prodigios,

 hasta inundar mis ojos de mar muerta,

 hasta escuchar una oración fantástica

 de una prostituta en el recinto

 de los abrazos perdidos

 en un estercolero de jardines»[153].

 Después viene un momento especialmente surrealista, cuando presiente el día «primaveral y alto» al final de la 2ª parte, donde se desprende de ataduras y abre de par en par las puertas del subconsciente:

«No me acobarda el frío de perder lo ganado,

 los dientes en acecho -la sangre me defiende-

 y todo está tan cerca que lo tengo en la entraña»[154].

Y por último en la tercera parte adopta un tono esperanzado («vía láctea llena de impalpables estrellas»[155] o «brillan más las estrellas»[156]), pero que se va impregnando de angustia conforme aparece una fuerte preocupación por el destino inmutable y lo hace caer de nuevo en la melancolía: “en la llanura, / trémulo de emoción / …»[157].

Así lo supo captar Jorge Guillén cuando dijo: «El tono sereno, la expresión limpia poco a poco va cargándose de una soledad más y más dolorosa, desolada, aunque la atraviesen arranques de vitalidad enérgica»[158].

9ª)La multitud de registros afectivos, que el poeta consigue exponer de una forma dosificada, a pesar de que en Un árbol solo confluyen todos los traumas que lo acuciaron en su tormenta espiritual anterior porque este libro, sobre todo en la primera y segunda parte, no es más que un desahogo lírico, una especie de exorcismo para arrojar al exterior todas las heridas y obsesiones que lo angustiaban espiritualmente.

Así, en la primera y segunda parte de Un árbol solo, aparece continuamente la sensación de derrota que ha dejado en su ánimo la búsqueda infructuosa de Dios («Se vencen los senderos … Se anuncian abandonos … Se deshacen los dedos …»); la nostalgia de un pasado que quiere rescatar para calmar sus insatisfacciones («Desde una mirada veremos aquello / que no fuimos / y quisiéramos haber sido»); las imperfección paradójica del ser humano («agoniza un enfermo que llena la acera de lepra»); la muerte, de la que no puede desprenderse («Soy la tumba de mis muertos»); la destrucción que deja a su paso el hombre («Acabo de romper … haciendo mil pedazos … hiriendo y maltratando …»); los deseos de alcanzar la cima («Sueñan cumbres»); la soledad que no puede eludir en ningún momento («Todo es un desierto / que pueblo a mi manera»); la desorientación causada por el enigma del mundo y el misterio del ser humano («Vosotros me diréis quién soy / que yo me desconozco»); el temor a lo desconocido («Refugio del terror en donde el día / siempre se ve detrás estremecerse»); la melancolía que muchas veces le sirve de bálsamo a sus intranquilidades («Me lleno de imposibles / riquezas melancólicas»); las dudas que constantemente lo invaden («Estar solo: vivir dudas. / Mantenerme de dudas»); la tristeza ineludible («Tengo tristeza tan costosa / que su valor inmenso me traiciona»); la frustración que supone la búsqueda de Dios («Llevamos subiendo montes mucho tiempo») y el dolor acumulado que se convierte en una pesada e insufrible carga («A solas peno, a solas voy … con mi lamento»).

Esta vorágine de sentimientos negativos se aplaca cuando el poeta sale de la soledad de su noche oscura y presiente el día. Entonces es cuando cambia del desencanto más destructivo al optimismo («un rastro de existencia perfecta en su candor / me tropieza el contorno de la espera en perfume. / Siento, amor, los almendros empapados de flores / y Dios besando todo para lucir su día») que aumenta hasta la euforia cuando encuentra gozosamente a los demás («Me llevan con ellos / humanamente me arropan y cobijan») y el poema toma un tono eufórico: «Canto, bailo, grito. Vuelvo a bailar».

Pero enseguida comienzan a manifestarse las preocupaciones («Hacen historia y todos nos ponemos a llorar»), el desencanto («Seguimos subiendo. / Sabiendo que nadie nos espera / en la otra orilla de la vida»), la desorientación («Vamos buscando algo perdido … la cima que buscamos estará en otro sitio»), la muerte («nace de la muerte / la humanidad entera»), el servilismo («Todos bailamos al son que tocan») y el egoísmo de unos cuantos («Corren delante … los que medran, / no los alcanzaremos»), que lo arrastran a una conclusión estremecedora: el ser humano es imperfecto y solitario por naturaleza.

10ª)La capacidad de síntesis, una de las características esenciales de su estilo personal que Valhondo muestra en múltiples detalles:

La descripción sintetizada de los grados de soledad por los que pasó en su vida espiritual, que fue trasvasando a su obra poética gradualmente y ahora presenta enlazados por medio de la expresión lírica.

El compendio de su recorrido espiritual y existencial en busca de Dios y la conclusión de que definitivamente está convencido de que la soledad es su destino y el del ser humano.

El resumen de su concepción sobre la soledad humana en los dos últimos versículos, que anuncia en los versos anteriores por medio de una expresión concisa:

«Cantamos a coro.

 Ardemos en una sola llama.

 Nos prestan, les prestamos»[159].

La síntesis que de su obra anterior supone Un árbol solo, donde resume el contenido de Hojas húmedas y verdes a La vara de avellano.

Y el ejemplo de precisión lírica que resulta Un árbol solo donde nada se dice para rellenar, pues todo va dirigido a conseguir el objetivo que el poeta se ha marcado después de un exigente esfuerzo creador. Así lo ha sabido ver Pecellín cuando asegura: «Un árbol solo es un libro de enorme desnudez, depurado y conmovedor. Fruto casi perfecto, cuidado y pulido de la exigencia creadora de Jesús Delgado Valhondo […], un autor cargado de hondura reflexiva e inspiración abundante»[160].

11ª)La parquedad en la adjetivación, muestra de la esencialidad lírica de Un árbol solo donde el poeta no tiene interés en adornar su expresión, para que impacte nítida y directamente en el alma del receptor:

«tanto que nadie me recuerda cuando subo,

 escondido, infatigable,

 olvidado»[161].

                                             «Así la soledad acariciando

 la misteriosa e inagotable esencia

 de la vida»[162].

12ª)El intimismo que impregna todo el extenso poema, en un acto de contrición del poeta que reflexiona sobre el proceso seguido en su evolución espiritual. La intimidad, que se respira en Un árbol solo, quizás sea su característica más destacada porque ninguno de sus libros es en conjunto tan verdadero y sentido.

Nada de lo que se dice en Un árbol solo es inventado, la naturalidad supera a la creación lírica, todo sale del espíritu del poeta tal y como lo siente desde su yo más enraizado en su propia esencia. De tal forma que como dice Pecellín: «el poeta ha construido una obra cálida, melancólica y de una enorme belleza, con pinceladas vigorosas y sueltas, iluminando zonalmente aquellas parcelas capaces de significar el todo, disolviendo lo sólido y dando luz a lo opaco, combinando mediante innumerables e imperceptibles transiciones los más sorprendentes puntos de vista, pleno de dinamicidad. […] Destaca la música, el ritmo variado, que Valhondo sabe dar casi sin desfallecimiento»[163].

13ª)La configuración moderna conseguida con la mezcla del versículo, el tono grandioso de epopeya (sobre todo en la tercera parte), el contenido filosófico y religioso, la forma narrativo-descriptiva, su evolución espiritual y su extensión.

Sin embargo estas características, denominadas “modernas” y por tanto diferentes de las de sus libros anteriores, se cimentan en una sólida base clásica no sólo en la forma que, aunque expuesta en versículo procede por evolución de la métrica tradicional, sino también en el contenido dispuesto de acuerdo con el proceso místico y por ese motivo enraizado en la más pura tradición lírica española.

Escrito en versículos, Un árbol solo supone el término de un cambio gradual en la forma que Jesús Delgado Valhondo ya venía anunciando desde Aurora. Amor. Domingo, libro inmediatamente posterior a su decepción en la Montaña. Desde este momento comienzan a aparecer versos más extensos en su obra poética: en La montaña, último libro tradicional en la forma, el poema más extenso tiene 34 versos; en Aurora. Amor. Domingo, 56; en El secreto de los árboles, 51; en ¿Dónde ponemos los asombros?, 66 y, en La vara de avellano, 69.

También es en Aurora. Amor. Domingo donde empieza otro cambio formal que concluiría en Un árbol solo: la introducción gradual de versos y poemas no sujetos a la disciplina de la medida ni de la rima. En Aurora. Amor. Domingo aparece un poema; en El secreto de los árboles, seis; en ¿Dónde ponemos los asombros?, otros seis, y en La vara de avellano, siete poemas.

Este hecho advierte dos detalles: uno que la tendencia a ir abandonado poco a poco la medida y la rima se inicia en su etapa de angustia (4ª etapa de la segunda parte de su obra poética) y en su etapa de desencanto (5ª etapa), cuando su espíritu se descontrola por la decepción del fracaso de su búsqueda. Y dos que formalmente Un árbol solo es producto de una evolución coherente y meditada y una conclusión de los libros anteriores, donde muestra su desencanto definitivo por medio de una forma inestable como su mismo ánimo.

El motivo de que Jesús Delgado Valhondo en Un árbol solo se desprenda de la atadura de la rima y la métrica fue expresar libremente sus sentimientos más conmovedores, que se agolpaban en tropel en su mente y pugnaban por salir a la superficie, imprimiendo un tinte personal a su modo sincero de decir lo que realmente sentía su corazón, sin obstáculos formales: «Lo primero que quise hacer con este libro fue romper con mi vida anterior. Es el primer libro que hago en verso blanco. Pude hacerlo con rima e, incluso, lo empecé así, pero no me gustó. Busqué entonces esa rima interior, que me resultó más intensa y mucho más profunda»[164].

La desaparición de la medida y la rima en Un árbol solo se debe también a que Valhondo no actuó en él realmente como un lírico sino más bien como un ser humano (recordemos el lenguaje sin rebuscamiento que usa y el tono cercano a pesar de ser una oda), que sintió la necesidad imperante de confesar y denunciar la dramática soledad del ser humano descubierta por él en sus libros anteriores. En Un árbol solo no le interesa la disciplina de la métrica ni de la rima, ahora su crucial descubrimiento no tiene ningún valor poético sino estrictamente humano. Por este motivo habla con la sinceridad y la sencillez de quien se confiesa humildemente y no con el objetivo de deslumbrar líricamente: «El verso libre, con encabalgamientos constantes, le concede absoluta libertad para la expresión de sus emociones»[165] dice Pecellín.

No obstante Valhondo suple la falta de métrica y rima a golpes de emoción y sincera verdad que impregnan sus versos de un tono especial donde se mezclan susurros, denuncias, melancolías y euforias imprimiendo una profunda e intensa humanidad a lo que dice, de tal forma que convierte su reflexión espiritual en obra lírica, sin necesidad de rígidos soportes formales: «Cada verso, cada frase es un hallazgo de poesía y musicalidad, esa musicalidad del verso blanco, […] más difícil de conseguir que la del verso clásico»[166].

El uso del versículo en Un árbol solo descubre tres hechos: uno, la madurez lírica de Jesús Delgado Valhondo que maneja con soltura una herramienta nueva por primera vez en un poema extenso. Dos, su capacidad de evolución que le permite prever desde mucho antes el paso del verso medido al versículo gradualmente y sin traumas. Tres, la versatilidad del poeta que con esfuerzo y experiencia hace que el versículo en manos maestras goce de una extraordinaria expresividad interna sin necesidad de apoyos formales.

El resultado indica que Valhondo no perdió ni humana ni líricamente con esta nueva forma de exponer sus sentimientos, ahora más acentuados que nunca. El mismo comienzo de Un árbol solo es un ejemplo de la creatividad lírica que goza en el momento de su mayor lucidez poética, cuando muestra su capacidad de sugerencia situándonos en un espacio («Se tiende el campo a descansar») y en un tiempo indefinidos pero reales («en esta hora del día que deja caer / frutas entre los labios del paisaje»). Resultan extraordinarias las personificaciones que destacan un paisaje vivo (no estático) (como el de su geografía interior) en el crepúsculo del atardecer, cuando la tierra se encuentra entre dos luces, la tarde va dando paso suavemente a la noche y el espíritu halla un momento excepcional para la meditación trascendente:

«Todavía una luz dulcemente

 quema unas palabras

 […]

 Sube el silencio […]

 a cimas deseadas,

 […]

 Se desangran estrellas y caen sobre los árboles,

 […]

 Se vencen los senderos

 ante pisadas invisibles».

Llama la atención en estos primeros versos el uso reiterativo del hipérbaton, que coloca la acción verbal al comienzo de la frase para imprimir movimiento al proceso estático de la meditación que además agiliza con el empleo de gerundios («Subiendo está mi cuerpo … brotando donde no se duerme jamás … depositando larvas estelares … enterrando flores») y con una anáfora («caen sobre los árboles, sobre la yerba, sobre piedras»). El momento de la muerte del día lo indica con una metáfora («silencio, cadáver del sonido») e imágenes sugestivas como:

«humanas huellas enterrando flores,

 debajo de la piel del universo».

Quizás sea en el comienzo del libro donde comparativamente se concentran más recursos, pero en el resto del poema no dejan de aparecer aunque se diluyen en la narración de tono surrealista y en el ambiente donde ahonda su espíritu, de tal forma que da la sensación de no existir un abuso de las imágenes ni de otros recursos literarios pues en la superficie son sustituidos por una expresión creativa y sugerente.

Hay una imagen reiterada que es la columna vertebral de la tercera parte del poema: la marcha de la humanidad en busca de Dios como la corriente impetuosa de un río interminable. Esta riada humana, que el poeta indica constantemente, es la que imprime el sello personal a esta parte de Un árbol solo pues en torno a ella el poeta construye el momento más original del poema (en los libros precedentes, insiste en su soledad interior y en la necesidad de buscar a los otros).

Así desde el principio el poeta se sitúa en un presente que no abandonará en todo el libro pues lo hace protagonista de lo que cuenta y de lo que sucede, de tal forma que a través de la proximidad del que narra consigue acercar al lector sus reflexiones, imprimir verdad a los hechos que cuenta y autoridad a sus argumentos reflexivos.

Se trata de la técnica del yo autobiográfico que marca normalmente con la forma verbal, porque apenas usa el pronombre personal de primera persona para situar más cerca el tiempo presente, y completa con el empleo de la primera persona del plural con valor mayestático cuando, refiriéndose a él, lo hace extensivo a los demás y los convierte en partícipes de momentos determinados de sus reflexiones («Menesterosos somos de Dios»), con lo que consigue implicarnos en sus emociones que se hacen también nuestras por cercanas y sentidas.

En la primera y segunda parte, donde usa ambas formas con predominio de la primera persona del singular, resulta sorprendente la mezcla del yo autobiográfico y de la primera persona del plural («nosotros»), pues parece utilizarla sin orden ni concierto aparente («Cuando os encuentro desaparecéis, / quedo vacío, roto en mil pedazos»[167]. La explicación de este uso desconcertante se encuentra en la naturaleza reflexiva del poema que, al ser producto de un proceso mental, el discurrir lineal da saltos en estos tiempos verbales sin marcarlos siguiendo el mecanismo anárquico de la mente. Este procedimiento convierte la expresión lineal en más atractiva, pues el impacto que produce en el lector lo mantiene más atento al discurrir del contenido.

No obstante en la tercera parte, cuando ya se ha producido el encuentro con los demás, predomina el empleo de la primera persona del plural, pues el uso del yo autobiográfico se limita a contar sus impresiones personales en mitad de la riada humana para pasar enseguida a la narración en plural:

«No puedo liberarme, ni siquiera.

 Empujan: […]

 Subimos todos juntos la montaña»[168].

A pesar de que Un árbol solo sostiene su acción en los tiempos analizados, no pierde la tensión lírica ni anímica en ningún momento, porque el poeta consigue mantener la expresión fluida y llena de vitalidad con el empleo de otros tiempos verbales:

Gerundios, que mantienen la continuidad de la acción en un movimiento constante («pisando […], / muriendo […], / viviendo […]»[169]; «Dios naciendo, va sucediéndome»[170]; «haciendo mil pedazos a los dioses, / hiriendo y maltratando a la viejísima / manía»[171]; «espiando venturas, cerrando horizonte»[172]; «Dios besando todo para lucir su día»[173]. «arrastrando … hollando … avanzando …»[174]). El poema termina con un gerundio que alarga la subida de la montaña más allá del final del poema:

«Seguimos eternamente subiendo

 juntos la montaña»[175].

Infinitivos, con los que destaca un tiempo presente ampliado dentro del movimiento: «vivir dudas. / Mantenerme de dudas»[176]. «Vivir es, simplemente, / andar en uno mismo»[177]. «Estar entre recuerdos. / Inventar un momento. Descubrir el paisaje»[178].

Imperativos, que aparecen en la segunda parte cuando comienza a abrigar el deseo de ir al encuentro con los demás y en la tercera se hacen frecuentes porque el poeta los convoca para convertirlos en participantes de sus sentimientos, preocupaciones o alegrías: «Venid y descubrid la fuente serena / que brota en mi tristeza. / Sentaos a mi lado»[179]. «Tomad lo que tenemos, / besos perdidos / tras la tapia del cuerpo»[180]. «Escuchad esas ramas / de sombra encaramadas / en la tarde del barrio»[181]. Alguna vez el imperativo va dirigido al ser humano individual para incidir directamente en él, fuera de la influencia de la masa:

                                                   «Despójate insensato

 del niño de nubes que navega en ti»[182].

Pretéritos, que indican la nostalgia y la nebulosa mental en que se encuentra su pasado: «Se quiere lo que no se amó»[183]. «El dolor de esas uñas que gasté en el camino hace ya siglos»[184]. «Que todos los niños que yo fui»[185]. «-Nunca supe dónde estuve-«[186]. «Miré para enterarme … / y escuché una alondra»[187].

Futuros, que anuncian la existencia de anhelos en el poeta a pesar de que vive una delicada situación: «Huiré para volver de nuevo»[188]. «La cima que buscamos estará / en otro sitio, / […] habrá que subir a otra / […] / No me esconderé jamás»[189].

Formas verbales en función anafórica, que indican un aumento de su angustia («Hacen planos […]. / Hacen proyectos […]. / Hacen historia […]»[190]) o de su euforia: «Vuelvo a bailar. / Vuelvo a gritar. Vuelvo a cantar»[191].

     Formas verbales en función asindética, que imprimen más agilidad al movimiento en el momento más álgido de su relación con los demás: «Canto, bailo, grito»[192].

Formas impersonales, con las que indica la conciencia que tiene de ser dominado por fuerzas incontrolables: «Se cubren muertes, muertos, / se ordenan, se abandonan / -no sirven- y se guardan»[193].

Reiteración de estructuras que como un cordón umbilical refuerzan el movimiento en todo el poema: «seguimos subiendo la montaña … La fiebre sube la montaña … Asciendo hasta la cumbre … Mi gente que va … Mi gente es un río que pasa … Vamos buscando algo perdido … Vamos juntos … Llevamos a los muertos … Corren delante …».

Anáforas, que remarcan sus preocupaciones y deseos: «hasta inundar mis ojos de mar muerta, / hasta escuchar una oración fantástica»[194]. «colgamos ilusiones los que vamos / a un mundo codiciado, / a un tiempo sin nostalgias»[195]. «Dios baja tanto, tanto, tanto»[196].

Asíndetos, que imprimen más agilidad en momentos determinados: «relámpagos, urgencias, abuelos empapados de vino / la amarillenta carta del campo»[197]. «Distante, enardecido, fervoroso»[198]. «Honran, enorgullecen, alardean»[199]. «Llego, entro, demando»[200]. En cambio, llama la atención que use rara vez el polisíndeton incluso en los momentos de mayor angustia.

E hipérboles, con las que su expresión angustiosa llega a tomar un tono tremendista que sobrecoge e implica más en su situación emocional: «quedo vacío, roto en mil pedazos»[201]. «Escombros nos vigilan. / Muchos montones de escombros»[202].

A pesar de ser Un árbol solo un discurso que avanza linealmente, el poeta se debate entre dudas que se localizan desde el principio del poema en el uso de paradojas indicativas de la situación contradictoria, que experimenta en sus reflexiones sobre el drama de su situación personal y del ser humano: «[somos] muertes vidas»[203]. «Vosotros me diréis quién soy / que yo me desconozco hasta el punto fatídico de estar siempre esperándome»[204]. «pisando donde beso, / muriendo donde vivo, / viviendo donde muere mi palabra»[205]. «Me persigo, que es perseguir lo que no existe»[206]. «Se cultiva la muerte / y nace de la muerte / […] / la humanidad entera»[207]. También el entorno físico es reflejo de sus decepciones espirituales:

«paisajes que volando la memoria

 trae tragedias de inmensas alegrías»[208].

Es frecuente el empleo de recursos en función clarificadora, porque el poeta siente la necesidad constante de exponer sus ideas mentales por medio de imágenes que aporten nitidez al contenido sin que pierda el poema su tono lírico:

El símil creativo: «El pasado / como la luz olvidada de unos ojos»[209]. «Nieva en la noche del bosque no habitado. / Así [como] mi soledad»[210]. «Me desprendo de tierra, como el águila»[211]. «parezco [soy como] un suicida enamorado»[212]. «Pierdo dentro de mí algo que era / como un pájaro en un nido»[213]. «Es como un juego que inventan sabios»[214].

La metáfora tradicional: «Mi cuerpo es banco de piedra» [215]. «El sueño es una pregunta»[216]. «Soy la tumba de mis muertos»[217]. O con el segundo término en aposición: «[yo], féretro de momentos, / camposanto de puertas derrumbadas»[218]. «la soledad […] / incomparable compañera / de las horas que caen en el vacío»[219]. «Mi soledad, aurora luminosa»[220]. «la casa, / cuerpo silente, baño que habitar se desea»[221]. «los dedos, / alas dentro del cielo de la mano»[222].

La imagen sugerente: «Dichosamente cabalgan potros de lluvia»[223]. «Hemos perdido la cuenta […] / de la piedra que tiramos / para convertirla en mundo»[224]. «en feliz mañana embarazada, / rojiza miel del día»[225]. «alzando ruiseñores, / fértiles, novelados, / para manjar de reflexiones»[226]. «cabalgo el caballo blanco del tío-vivo»[227]. «Somos nosotros: simplemente. / -¡Pasajeros al tren!-«[228]. «locuras de quijotes, / pueblos de sanchopanza»[229].

Dentro del uso de la imagen destacan las referidas a la soledad, tema y fundamento del libro que lo domina todo: «Siglos hace que voy buscando  solo, / nadas de mi soledad, / infinita pobreza, deshojadas distancias, / fosa del ser que está ya dentro» [230]. «mi soledad, / amante casta del momento mío»[231]. «(La soledad: solo medida de estatura»[232]. «En medio del paisaje, / en la llanura, / trémulo de emoción, / Un árbol solo«[233].

Los encabalgamientos, recurso que Valhondo usó en libros anteriores, también se detectan en Un árbol solo donde se localizan dos tipos de los llamados sirremáticos (según la terminología de Antonio Quilis[234]), porque en ellos se divide un sintagma:

1)Sustantivo / complemento determinativo: «intento subir a la ambición / de mi impaciencia»[235]. «oración fantástica / de una prostituta en el recinto / de los abrazos perdidos»[236]. «en el otoño / del parque del olvido»[237]. «Armonía / de la arboleda de los pájaros»[238].

2)Sustantivo / adjetivo: «estampas / inquilinas del tiempo»[239]. «un mundo / extraño y familiar»[240]. «en esta habitación / inagotable»[241].

También se localiza el encabalgamiento oracional: «incapaz de encontrar pentágrama / que lo salve»[242]. «El dolor de las uñas / que gasté en el camino»[243]. «y poco más nos queda / que daros»[244].

Un árbol solo es un único y extenso poema de 946 versos dividido en tres partes claramente diferenciadas por títulos independientes y significativos, que resumen el contenido de cada parte  y sirven de guía para el análisis y la lectura comprensiva del extenso poema:

1ª)»Desnuda soledad» (vv. 1-217).

2ª)»Soledad habitada»(vv. 218-504).

3ª)»Gente» (vv. 505-946).

Las dos primeras partes bien podían constituir una sola porque uniendo las dos ocupan aproximadamente la mitad de los versos del libros (503 versos) y se titulan de la misma manera “soledad”, aunque tienen un adjetivo distinto: la primera “desnuda” y la segunda “habitada”, que indican dos grados distintos en la soledad del poeta y por esa razón las divide en dos partes diferentes.

Por tanto Un árbol solo es mitad soledad, mitad compañía, hecho que muestra la voluntad que tiene el poeta de salir de su yo e ir en busca de los demás en un sentido universal. Antes, en la segunda parte de su obra poética, había salido tímidamente de sí mismo y a medias se había abierto a los demás; ahora en cambio apuesta totalmente por la compañía de la humanidad completa, en un último intento por creer en el ser humano y en el mundo y conseguir el encuentro con Dios. Por este motivo, repitiendo la idea de soledad en la segunda parte, acentúa más su anhelo de ir al encuentro de los otros y de esta manera opone más nítidamente las dos posturas espirituales que se enfrentan en el libro.

A pesar de su extensión, la coherencia interna de las partes es perfecta así como su conjunto: comienza el poema en el crepúsculo de la tarde que enseguida da paso a la noche donde se mantiene toda la primera parte. La segunda sigue en la noche y termina en el crepúsculo de la mañana. Y la tercera transcurre durante el día. Por tanto la estructuración quedaría así dividida en dos partes de acuerdo con el contraste de sombra y luz: crepúsculo-noche / noche-crepúsculo // día. Los crepúsculos cumplen una función delimitadora entre la soledad / noche y la compañía / día y diferencian el cambio de ánimo en el poeta: crepúsculo del atardecer / tristeza y crepúsculo de la mañana / alegría.

Además el poeta, que tuvo una clara voluntad docente de estructurar el poema, se ayuda de citas no sólo para hacer más ameno el largo discurso dividido en tres extensas partes, sino también para guiar al lector en su asimilación del complicado contenido. Por tanto las citas cumplen una función referencial y significativa que divide el discurrir lineal de cada parte en varios pasos o etapas:

1ª parte:

1.1.-Cita de Juan Ramón Jiménez: «Eres tú y no los sabes / tu corazón te late y no lo sientes. ¡Qué plenitud de soledad, mar solo!».

1.2.-Cita de San Juan de la Cruz: «A donde me esperabas».

1.3.-Cita de San Juan de la Cruz: «La música callada».

1.4.-Cita de Luis Cernuda: «¿Cómo llenarte soledad, / sino contigo misma».

Son cuatro puntos de referencia, que guían significativamente por la soledad interior del poeta que en un principio anhela la plena soledad (1.1.), debido al recuerdo del fracaso de su búsqueda de Dios (1.2.) y a las dudas, provocadas por esa melodía universal que paradójicamente lo convoca a seguir buscándolo (1.3.), y al final duda porque, aislado, comprueba que la soledad sólo puede llenarla con más soledad (1.4.).

2ª parte:

2.1.-Cita de Antonio Machado: «Al borde del sendero / un día nos sentamos».

2.2.-Cita propia de Jesús Delgado Valhondo: «Entre los escombros suena / una sinfonía familiar».

Estos dos nuevos puntos referenciales muestran la necesidad de salir desde su soledad interior al camino por donde transitan los demás, porque sabe que solo no podrá resistir la soledad y antes o después tendrá que dar ese paso decisivo (2.1.) pero, cuando se decide, advierte que no puede soltar el lastre de su pasado, sus recuerdos y sus muertos (2.2.), aunque al final rompe con todo esto y con su melancolía («Acabo de romper una mañana vieja / […] / haciendo mil pedazos […] / […] a la viejísima / manía que heredé de pesadumbre»).

3ª parte:

3.1.-Cita de Jorge Luis Borges: «Junto a aquel río de noche y de días / corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías».

3.2.-Cita de Omar Khaiane: «¿Qué adelanta el hombre / saciar en este mundo sus deseos / ver realizadas sus esperanzas?».

3.3.-Cita de J.R.J. [Juan Ramón Jiménez]: «Hablan las almas y lloran / lloran las almas y cantan».

Y por último tres referencias que indican el encuentro gozoso con los demás (3.1.) y enseguida el desencanto de la duda sobre la inmortalidad, que apaga la euforia (3.2.) y la tristeza de comprobar que no hay solución posible a la soledad, pues el ser humano queda en el llanto y el clamor (3.3.).

El contenido de Un árbol solo es, en palabras de Pecellín, «una ascensión lineal desde un ‘insondable abismo de hombre solo’ hasta la ‘cima imposible’ «[245] con una estructuración medida, que nos lleva segura por los entresijos y recovecos del alma del poeta, a pesar de sus dudas, contradicciones, tristezas y su lenguaje surrealista, a veces impenetrable pero comprensible desde el interior, cuando lo recorremos paso a paso de la mano espiritual del poeta.

Sin embargo esa ascensión lineal de la que habla Pecellín estructuralmente tiene un sentido cíclico, pues el poeta parte de la soledad, busca y encuentra a los otros, vive con ellos un sueño imposible y finalmente termina en la soledad de la que había partido, indicando de esta manera cuál es el destino cierto de la condición humana.

No queda ahí el mimo con que ha construido Jesús Delgado Valhondo Un árbol solo, pues la estructuración del poema en tres partes no es una simple división, sino un remedo de las tres vías de la poesía ascética y mística, tres etapas de la subida a la Montaña o de la explicación de su soledad con pasos intermedios (marcados por citas) como ya había hecho Santa Teresa en sus Moradas o castillo interior.

De ahí que Valhondo, en la primera y la segunda parte (excepto el final) de Un árbol solo, realice una especie de acción purgativa ahondando en su espíritu, arrojando recuerdos, pasado y otros despojos espirituales y quedándose limpio después de vencer «duras pruebas de aridez y sequedad de espíritu» (como decía Santa Teresa). En la segunda ilumine su entendimiento con esa recuperación de la esperanza cuando intuye el día primaveral después de la noche oscura (recuerdo de San Juan) y anhela el encuentro con Dios, locamente enamorado. Y en la tercera palpe la presencia de Dios que intuye eufóricamente junto a él y a los demás seres humanos.

La diferencia, entre el típico proceso místico y el seguido por Valhondo en Un árbol solo, se encuentra en que al ser solamente intuida la presencia de Dios, puro deseo ideal, la divinidad se desvanece y el poeta queda en la soledad más absoluta. En la unión mística perfecta el alma queda gozosa, mientras que en la experimentada por el poeta la suya acaba desolada.

La razón de que Jesús Delgado Valhondo se guíe por la tradición mística tiene dos motivos: uno simplemente práctico, la división tradicional en tres partes con planteamiento, nudo y desenlace, que lo ayuda en la exposición y desarrollo de un tema cargado de contenido y expuesto de una forma nueva para el poeta. Otro, el carácter puramente espiritual de Un árbol solo que para su desarrollo necesitaba una concentración especial cercana al éxtasis místico en un intento último y supremo de unión con Dios.

Un árbol solo es una muestra de que Jesús Delgado Valhondo no es un poeta anclado en su mundo o en un tiempo determinado, sino un lírico que evolucionó sin abandonar la tradición manteniéndose atento a las nuevas corrientes líricas y a la vez situado en la independencia que le dictaba su personalidad y su rico mundo espiritual. Así Un árbol solo es un libro adaptado a los nuevos caminos poéticos en su forma, fiel a su línea poética en su contenido y ceñido a una expresión evolucionada con el uso del versículo y el lenguaje surrealista, a la tradición de la poesía mística y al mismo tiempo de la filosofía existencialista de la época en que se escribió.

De ahí que el poeta haya conseguido un poema clásico y moderno al mismo tiempo, un libro por tanto sorprendente donde compendia el contenido de su obra lírica y de su misma vida espiritual: «Este libro significa aquello que viene a ser, muchas veces en madurez para el poeta, la obra que pretende asumir toda existencia»[246].

Además Un árbol solo es un libro clave porque muestra la coherencia con que Valhondo construyó su obra lírica pues, como se ha podido comprobar, el libro es significativamente la conclusión de un proceso de búsqueda, «un canto de cisne»; formalmente es el resultado de una evolución y expresivamente es la confluencia de un cambio, que comenzó dieciocho años antes en Aurora. Amor. Domingo, hacia posiciones más adaptadas a su tiempo: «Su obra ha sido recta, invariable, intachable. Este libro es un cántico de un hombre solo. Ese ‘árbol solo’ es el poeta, pero también cada uno de nosotros. El libro es tremendamente compacto, y esto es otro mérito pues hoy no se hacen libros así. Aquí está toda la filosofía del poeta, recogida en su ancha y larga vida. No es un testamento poético, pero lo parece»[247].

Como la idea de Un árbol solo se encuentra en la lírica de Jesús Delgado Valhondo desde sus orígenes, no sólo se puede asegurar que tenía en mente su evolución, sino también que pensaba escribir un libro exclusivo sobre el tema que con más insistencia le había preocupado siempre: la soledad humana.

Según Valhondo, Un árbol solo es el primer libro de la tercera etapa de su obra poética, aunque nosotros pensamos que bien podría ser el último de la segunda, porque ya hemos visto cómo es el epílogo del proceso de su búsqueda de Dios, donde pone en práctica todos los cambios expresivos, formales y significativos que venía experimentando desde Aurora. Amor. Domingo. Aunque, si consideramos sus palabras («Lo primero que quise hacer con este libro fue romper con mi vida anterior»), debemos considerar a Un árbol solo el primer libro de la tercera parte, porque es una reflexión sobre la soledad, independiente de la que concluye en La vara de avellano, último libro de su segunda parte.

Un árbol solo es el culmen de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, pues aparece como un poeta seguro de su pulso lírico y capaz de adaptarse y evolucionar sin perder los rasgos esenciales de su voz personal (sincero, cálido, humano, verdadero). De ahí que Lázaro Carreter le asegure firmemente: «Tu mejor libro: eso es Un árbol solo […], los que se ocupan de Literatura Contemporánea tienen que decir que estás entre los seis mejores poetas actuales»[248].

Y, aunque su evolución hacia posiciones surrealistas haga que su estilo no sea tan directo y su lenguaje tan comprensivo como antes, continúa siendo un poeta accesible pues los recursos líricos utilizados siguen al servicio de la comprensión del texto y nunca a su oscurecimiento y, al mismo tiempo, la experiencia de su madurez hace más nítidos sus sentimientos y sus elucubraciones a pesar del surrealismo que los impregna: «He de proclamar que, en la madurez, eres poeta tan sin artificio como aquél de los años 50 que yo leía. ‘Un Arbol Solo’ es, además, libro recio, traspasado de saberes y experiencias»[249].

No en vano el mismo poeta declaró que Un árbol solo era el poema «más limpio, sincero y verdadero» que había escrito[250]. Es cierto, Un árbol solo es el resultado de un largo trabajo de lima y de seriedad lírica que Jesús Delgado Valhondo gestó durante toda su vida espiritual y tardó muchos años en escribir. Su pasión por la palabra exacta, la expresión justa y el tema trascendente rumiado tanto en su espíritu lo llevó en su madurez a ser más severo consigo mismo, incluso que en libros precedentes: «Rompí el primer original porque no me gustaba mucho. Y volví sobre el mismo tema, que me obsesionaba la soledad desnuda»[251].

Estas declaraciones de Jesús Delgado Valhondo son una muestra no sólo del interés por el trabajo de lima y por llegar a la perfección lírica (acentuada en su senectud), sino también de comunicar «la historia esencial de su corazón» como dijo Antonio Zoido[252]. Esto remite a la idea expuesta en la introducción: En Valhondo se confunden vida y poesía como advierte María López Ollero cuando asegura: «poesía que es vida, vida que es poesía. Un árbol solo es un símbolo real que mejor expresa la vida de nuestro poeta»[253].

Además en Un árbol solo se halla a un Jesús Delgado Valhondo auténtico, digno y valiente porque logra congeniar la confesión de sus intranquilidades sin tapujos con el equilibrio y la experiencia de una vida dedicada por entero a la lucha espiritual que ahora había concluido, pero que mantiene viva con la dignidad del derrotado en una batalla desigual, cuyo final era sucumbir con honor enfrentándose a ese fatal destino sin posibilidad de victoria, pero con una fortaleza vital y una dignidad lírica de compromiso auténtico con su condición humana.

Por este motivo José Manuel Blecua asegura que, a pesar de los recuerdos y olvidos que invaden el libro, hay en él «un estupendo aliento poético»[254]; Hugo Emilio Pedemonte dice: «[…] a mí, sencillamente, me conmueve tu poesía, sí intimidad, que comunica el ser-de-verdad, que no se inventa la belleza ni la emoción porque las tiene en sí mismo, en su propio destino humano y poético»[255] y Cristóbal Cuevas alerta sobre la contradicción tan patente entre la calidad humana y lírica de Valhondo y la realidad de ser un desconocido: «Me encanta lo profundo de su sentimiento, lo vital de sus preocupaciones, y lo absolutamente moderno -y perenne- de su forma de comunicarse. Es Vd., pese a tanto verso publicado, uno de los más profundos ‘hombres inéditos’ del mundo de nuestra poesía»[256].

Y finalmente terminamos con estas palabras lapidarias de Pedro Caba: «el gran poeta es el gran solitario»[257], que definen el perfil del auténtico poeta: a más soledad más calidad lírica, axioma que se puede aplicar al Jesús Delgado Valhondo de Un árbol solo y de aquel momento de su obra poética, porque con este libro crucial llega al culmen de su poesía precisamente por el grado de soledad alcanzado, que es el estado ideal para la reflexión lírica.


[1]Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento en el acto de entrega de la medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[2] El cambio de solo por seco se la sugirió Pedro Caba, aunque no debemos olvidar que fue Valhondo el que utilizó solo en un principio.

[3] Utilizamos los títulos de las partes en que se divide Un árbol solo para advertir la relación de éstas con los libros anteriores.

[4] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[5] «¡Cómo entran, cómo salen / del árbol solo! / ¡Cómo se enredan en oro!». Poesía. Madrid, Afrodisio Aguado, 1923. Ni tampoco sabemos cómo influyeron en Valhondo estas palabras de Machado: «¿Quién duda de que el árbol humano comienza a renovarse por la raíz, y de que una nueva oleada de vida camina hacia la luz?» del prólogo escrito por el mismo poeta a la 2ª edición de Soledades, galerías y otros poemas. O estos versos del poeta sevillano: «Porque el árbol ahonda en tierra dura, / en roca tiene su raíz prendida», poema II de Poesías completas, Madrid, Espasa-Calpe, 1994.

[6] «¡Mis pies! ¡qué hondos en la tierra! / Mis alas ¡qué altas en el cielo! / -¡Y qué dolor / de corazón distendido!-«, en Antología poética, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 289-290.

[7] Llama poderosamente la atención que ninguna de las dos ediciones de este libro capital en la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo tenga prólogo. Este hecho sorprendente pudo deberse a tres causas: una, a la decepción del poeta que, debido al tiempo que tardaron en publicárselo no se interesó por pedirle a alguien que le escribiera el prólogo. Otra, a que nadie se atrevió a escribirlo, consciente de su dificultad y trascendencia. Y otra, a que el mismo poeta quiso que el libro no llevara prólogo para hacer más patente su soledad; de hecho, la primera edición no lleva siquiera dedicatorias.

[8] Como el amor en el «polvo enamorado» de Quevedo.

[9] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Mérida, Editora Regional, 1995. Valhondo en el prólogo de Yo, el árbol (poemas) de Juan B. Rodríguez Arias (Badajoz, Caja de Ahorros, 1977) había explicado la relación espiritual que encontraba entre el árbol y el hombre: «Es curioso que toda variedad de árboles -palmeras, almendros, encinas, etc.- se conviertan en uno sólo: El ÁRBOL. Unidad de conceptos para llegar a la unidad espiritual: EL HOMBRE».

[10] Manuel Pecellín, «Jesús Delgado Valhondo», Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 74.

[11] Último verso del poema «Soledad» de Diario de un poeta recién casado, Madrid, Taurus, 1982.

[12] José María Pagador, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 28-12-79.

[13] vv. 4-5.

[14] «Desnuda soledad», vv. 9-16.

[15] Esta cita y todas las que se utilizan del pensador vasco pertenecen a su libro Del sentimiento trágico de la vida, 11ª ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1967. Las citas de Unamuno serán frecuentes mientras se analice el contenido de Un árbol solo, porque existe una patente similitud entre la filosofía del rector salmantino y las reflexiones de Valhondo.

[16] «Desnuda soledad», vv. 36-37.

[17] Valhondo pensaba que somos muchas personas en una, dependiendo de las circunstancias, el tiempo y el entorno: «Parece que cuando recuerdas una cosa de ayer, cuando tú eras niño, cuando … Yo pienso que entonces no era yo, que era otro», en entrevista de José Joaquín R. de Lara, «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[18] «Desnuda soledad», v. 43.

[19] idem, v. 44.

[20] Jesús Delgado Valhondo, «El silencio», Hoy (Badajoz), 9-3-78.

[21] «Desnuda soledad», vv. 45-46.

[22] «Yo creo que todo hombre es Dios, en el aspecto de que Dios sopló y lo hizo a imagen y semejanza suya», en José María Pagador, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 28-12-79.

[23] «Desnuda soledad», vv. 50-51.

[24] Como aquel «vivo sin vivir en mí» de Santa Teresa, porque no vive por él sino por Dios.

[25] “Desnuda soledad”, p. 7.

[26] idem, vv. 70-80.

[27] idem, vv. 73-75.

[28] idem, v. 84.

[29] idem, vv. 81-87.

[30] idem, v. 99.

[31] idem, vv. 97-98.

[32] idem, p. 9.

[33] idem, vv. 118-119.

[34] idem, vv. 124-129.

[35] idem, vv. 130-131.

[36] idem, vv. 134-135.

[37] Jesús Delgado Valhondo, «Niebla», Hoy (Badajoz), 14-1-67.

[38] «Desnuda soledad», p. 13.

[39] Esta idea de Unamuno puede proceder de los poetas malditos franceses (Rimbaud, Mallarmé), que concebían al hombre como un ser espiritualmente enfermo. También se localiza en Juan Ramón esta concepción, con la que Javier Blasco justifica la hipocondría del Nobel. En Antología poética de Juan Ramón Jiménez. Madrid, Cátedra, 1993, pp. 25-26. En Valhondo también se halla esta sensación de encontrarse en tal estado: «quiero encontrar algo que se me escapa constantemente. Debo ser un enfermo sin remedio», en carta a Fernando Bravo, Mérida, 15-11-61. 

[40] «Desnuda soledad», vv. 154-159.

[41] idem, vv. 172-174.

[42] idem, vv. 194-196.

[43] idem, vv. 184-186.

[44] idem, vv. 210-211.

[45] idem, vv. 216-217.

[46] Adolfo Maíllo, en carta (Madrid, 14-6-82) a Jesús Delgado Valhondo, realiza una larga e interesante interpretación de esta parte de Un árbol solo.

[47] «Soledad habitada», p. 21.

[48] idem, vv. 218-220.

[49] idem, v. 224.

[50] idem, v. 227.

[51] idem, vv. 228-234.

[52] idem, vv. 270-278.

[53] idem, vv. 243-244.

[54] idem, vv. 256-257.

[55] idem, vv. 263-267.

[56] idem, v. 260.

[57] idem, vv. 270-274.

[58] idem, vv. 285-287.

[59] idem, vv. 292-293.

[60] idem, vv. 300-302.

[61] «En los escombros suena / una sinfonía familiar» (p. 27) es una cita de Valhondo, que encabeza los siguientes versículos.

[62] Este tema será uno de los asuntos centrales de su libro Los anónimos del coro.

[63] «Soledad habitada», vv. 310-312.

[64] idem, vv. 314-317.

[65] idem, vv. 351-352.

[66] idem, vv. 356-357.

[67] idem, vv. 358-361.

[68] idem vv. 364-367.

[69] idem, v. 370.

[70] idem, vv. 372-374.

[71] idem, vv. 396-404.

[72] idem, vv. 422-426.

[73] idem, vv. 433-440.

[74] idem, vv. 470-471.

[75] idem, vv. 500-502.

[76] «Gente», p. 41.

[77] idem, vv. 505-510.

[78] idem, vv. 517-518.

[79] idem, vv. 534-538.

[80] idem, vv. 520-523.

[81] idem, vv. 542-543.

[82] idem, vv. 559-561.

[83] idem, vv. 575-585.

[84] idem, vv. 586-594.

[85] idem, vv. 605-608.

[86] idem, vv. 609-611.

[87] idem, vv. 662-667.

[88] idem, vv. 632-633.

[89] idem, vv. 643-644.

[90] idem, vv. 648-652.

[91] idem, vv. 655-657.

[92] idem, vv. 673-676.

[93] idem, vv. 682-684.

[94] idem, vv. 688-691.

[95] idem, vv. 692-702.

[96] idem, vv. 693-697.

[97] idem, vv. 703-705.

[98] idem, vv. 780-788.

[99] idem, vv. 740-746.

[100] idem, vv. 732-735.

[101] En Antonio Machado, se localiza una elaboración parecida de esta idea: «el ómnibus completo de viajeros banales, / […] / y allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero / no más? ¿o habránse todos quedado en el camino?», poema XL, p. 243, de Poesías completas, Madrid, Espasa-Calpe, 1994.

[102] «Gente», p. 55.

[103] idem, v. 808.

[104] idem, v. 811.

[105] idem, vv. 820-821.

[106] idem, vv. 827-828.

[107] idem, v. 798.

[108] idem, v. 803.

[109] idem, vv. 832-839.

[110] idem, vv. 840-847.

[111] idem, v. 848.

[112] idem, vv. 849-853.

[113] idem, p. 61.

[114] idem, vv. 876-881.

[115] idem, vv. 889-891. «Cada hombre es único e insustituible, otro yo no puede darse; cada uno de nosotros -nuestra alma, no nuestra vida- vale por el universo todo», aseguró Unamuno.

[116] idem, vv. 894-895.

[117] idem, vv. 897-901.

[118] «Dios es un producto social, pues procede de la imaginación del hombre en sociedad individual y colectiva» decía Unamuno.

[119] «Todo lo que inventas tiene la preocupación de ser aliento común», le dice Enrique Azcoaga en carta a Valhondo. Madrid, 28-1-90.

[120] «Gente», vv. 933-934.

[121] idem, vv.923-942.

[122] idem, vv. 943-946.

[123] Manuel Pecellín, «Jesús Delgado Valhondo», Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 74.

[124] Aún no se había suscitado en él la avidez por la lectura, porque todavía no sabía leer comprensivamente.

[125] También los versos mencionados en la cita nº 5 de estos dos poetas debieron influir en la decisión tomada por Valhondo sobre que la imagen del árbol fuera centro de su obra poética.

[126] Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Madrid, Espasa-Calpe, 1954, pp. 55-70.

[127] María López Ollero, «Religiosidad en Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo» (comunicación), Badajoz, II Congreso de Escritores Extremeños, 1982.

[128] Carta de Adolfo Maíllo a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 14-6-82.

[129] «Gente», vv. 641-646.

[130] idem, vv. 628-647.

[131] Antonio Zoido, «Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-12-79.

[132] María López Ollero, «Religiosidad en Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo» (comunicación), Badajoz, II Congreso de Escritores Extremeños, 1982.

[133] Florencio Martínez Ruiz, «Un árbol solo«, ABC (Madrid), 1-2-80.

[134] «Gente», vv. 756-759.

[135] Carta de Ricardo Senabre a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 31-12-79.

[136] Carta de Cristóbal Cuevas a Jesús Delgado Valhondo, Málaga, 3-3-81.

[137] Carta de Francisco Induráin a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 16-12-80.

[138] Carta de Jorge Guillén a Jesús Delgado Valhondo, Málaga, 3-3-81.

[139] Carta de Víctor Martín González a Jesús Delgado Valhondo, Sevilla, 26-3-80.

[140] Antonio Zoido, «Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-12-79.

[141] Alminar (Badajoz), nº 11, enero 1980.

[142] Antonio Merino, «Un árbol solo«, Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[143] «Gente», vv. 655-661.

[144] idem, vv. 662-663.

[145] Informaciones (Madrid), 8-1-83.

[146] Alminar (Badajoz), nº 12, febrero 1980.

[147] Carta de Víctor Martín González a Jesús Delgado Valhondo, Sevilla, 26-3-80.

[148] Florencio Martínez Ruiz, «Un árbol solo«,  ABC (Madrid), 1-2-80.

[149] «Desnuda soledad», vv. 12-15.

[150] idem, vv. 77-79.

[151] idem, v. 84.

[152] idem, vv. 172-175.

[153] idem, vv. 187-193.

[154] «Soledad habitada», vv. 494-496.

[155] «Gente», vv. 513-514.

[156] idem, v. 553.

[157] idem, vv. 944-945.

[158] Carta de Jorge Guillén a Jesús Delgado Valhondo, Málaga, 8-10-80.

[159] «Gente», vv. 739-741.

[160] Manuel Pecellín. «Jesús Delgado Valhondo», Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 74.

[161] «Desnuda soledad», vv. 71-73.

[162] idem, vv. 96-98.

[163] Manuel Pecellín, «Jesús Delgado Valhondo», Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 74.

[164] José María Pagador, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 28-12-79.

[165] Manuel Pecellín, «Jesús Delgado Valhondo», Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 74.

[166] Carta de Víctor Martín González a Jesús Delgado Valhondo, Sevilla, 26-3-80.

[167] «Soledad habitada», vv. 256-257.

[168] «Gente», vv. 524-526.

[169] «Soledad habitada», vv. 238-240.

[170] idem, v. 301.

[171] idem, vv. 467-468.

[172] idem, vv. 485-486.

[173] idem, v. 500.

[174] «Gente», vv. 508-509.

[175] idem, vv. 923-924.

[176] «Soledad habitada», vv. 356-357.

[177] idem, vv. 358-359.

[178] idem, vv. 362-364.

[179] idem, vv. 283-285.

[180] «Gente», vv. 798-800.

[181] idem, vv. 858-860.

[182] idem, vv. 871-872.

[183] «Desnuda soledad», v. 21.

[184] «Soledad habitada», vv. 232-234.

[185] idem, v. 279.

[186] idem, v. 406.

[187] «Gente», vv. 624-625.

[188] «Soledad habitada», v. 346.

[189] «Gente», vv. 682-683.

[190] » idem, vv. 641-643.

[191] idem, vv. 537-538.

[192] idem, v. 537.

[193] idem, vv. 674-675.

[194] «Desnuda soledad», vv. 189-190.

[195] «Gente», vv. 633-635.

[196] idem, v. 897.

[197] «Desnuda soledad», vv. 82-83.

[198] idem, v. 165.

[199] «Soledad habitada», v. 226.

[200] idem, v. 391.

[201] idem, v. 257.

[202] idem, vv. 303-305.

[203] «Desnuda soledad», v. 56.

[204] idem, vv. 67-69.

[205] «Soledad habitada», vv. 238-240.

[206] idem, v. 260.

[207] «Gente», vv. 678-681.

[208] «Desnuda soledad», vv. 58-59.

[209] idem, vv. 89-90.

[210] idem, vv. 167-168.

[211] » idem, v. 212.

[212] «Soledad habitada», v. 266.

[213] «Gente», vv. 540-541.

[214] idem, v. 560.

[215] «Desnuda soledad», v. 198.

[216] «Soledad habitada», v. 228.

[217] idem, v. 328.

[218] «Desnuda soledad», vv. 73-74.

[219] idem, vv. 94-100.

[220] idem, v. 204.

[221] «Soledad habitada», vv. 219-220.

[222] idem, v. 309.

[223] «Desnuda soledad», v. 101.

[224] idem, vv. 113-115.

[225] «Soledad habitada», vv. 337-338.

[226] idem, vv. 425-426.

[227] «Gente», vv. 535.

[228] idem, vv. 755-756.

[229] idem, vv. 877-878.

[230] «Desnuda soledad», vv. 134-137.

[231] idem, v. 169.

[232] «Gente», v. 723.

[233] idem, vv. 943-946.

[234] Antonio Quilis, Métrica española, 3ª ed., Madrid, Alcalá, 1975.

[235] «Desnuda soledad», vv. 132-133.

[236] idem, vv. 190-192.

[237] idem, vv. 199-200.

[238] «Gente», vv. 936-937.

[239] «Soledad habitada», vv. 290-291.

[240] idem, vv. 316-317.

[241] idem, vv. 452-453.

[242] «Desnuda soledad», vv. 34-35.

[243] «Soledad habitada», vv. 232-233.

[244] «Gente», vv. 801-802.

[245] Manuel Pecellín, «Jesús Delgado Valhondo», Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 74.

[246] Antonio Zoido, «Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-12-79.

[247] Diego de Avellaneda, “Un árbol solo”, Seis y siete (Badajoz), 29-12-79.

[248] Carta de Lázaro Carreter a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 21-12-79.

[249] Carta de Jacinto López Gorgé a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 22-1-80.

[250] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Santiago Castelo, Badajoz, 30-7-82.

[251] José María Pagador, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 28-12-79.

[252] Antonio Zoido, «Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-12-79.

[253] María López Ollero, «Religiosidad en Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo» (comunicación), Badajoz, II Congreso de Escritores Extremeños, 1982.

[254] Carta de José Manuel Blecua a Jesús Delgado Valhondo, Barcelona, 20-9-80.

[255] Carta de Hugo Emilio Pedemonte a Jesús Delgado Valhondo, Sevilla, 21-22-79.

[256] Carta de Cristóbal Cuevas a Jesús Delgado Valhondo, Málaga, 2-11-82.

[257] Carta de Pedro Caba a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 23-1-80.

 

INEFABLE DOMINGO DE NOVIEMBRE E INEFABLE NOVIEMBRE(1982)

Inefable[1] es la descripción del estado espiritual de tristeza y melancolía en que se hunde el poeta, después de comprobar definitivamente que el destino humano es la soledad. De ahí que el libro sea una exposición de los agudos problemas que esta situación existencial conlleva: soledad ante la vida y la muerte, aislamiento en la conciencia individual a la que es imposible convertir en colectiva por el egoísmo de unos cuantos e incapacidad del poeta para explicarse el misterio del mundo y el enigma de la existencia.

A la vez, Inefable … cuenta la desorientación sufrida por el poeta ante la constatación de que el ser humano no es capaz de llegar a Dios para resolver sus grandes interrogantes, ni discernir entre el bien y el mal para construir un mundo mejor, ni superar sus imperfecciones humanas, ni prepararse para la muerte, ni indagar sobre la inmortalidad.

Inefable… es también el resultado de la meditación del poeta que justifica el estado melancólico, triste y escéptico en que ha caído después de comprobar que no existe solución posible para su trágica situación, porque la soledad va impresa en la misma esencia del hombre.

Inefable… además es la muestra patente de la influencia destructiva del paso del tiempo en el poeta, que irremisiblemente se encuentra al final de su existencia con la muerte, en forma de trágico, paradójico y enigmático proceso de renovación de la vida humana: debe morir para que otro ocupe su lugar. Ante este dramático destino, el poeta busca en su pasado y en sus recuerdos algo a lo que poder aferrarse para justificar toda una vida, un largo tiempo que por vivirlo de puntillas le resulta un momento no vivido y más ahora que por edad (tiene 73 años) el tiempo lo acerca a la muerte: «[…] Inefable noviembre, donde mana fresca y con melancolía y esperanza la herida del tiempo»[2].

Así lo supo ver Ángel Campos que incluso entiende esta reflexión del poeta sobre el tiempo como una forma de salir de su soledad: «En Inefable domingo de noviembre la reflexión se centra ya en el tiempo. A través de esa meditación temporal -en la que se asume la religiosidad más trasparente-, el poema se convierte en una ascesis que llega a trascender la soledad intrínseca de ese ‘árbol solo’, que es el propio poeta»[3].

Manuela Trenado asegura que Inefable… tiene un sentido más trascendente pues lo considera «una metáfora de la vida humana, del hombre ‘triste y sin destino’ «[4]. Es cierto, el libro es una parábola no sólo del poeta sino del hombre universal que, atrapado por el tiempo, reflexiona en su soledad sobre su triste e inminente final.

La creación de Inefable… coincide con una crisis sufrida por el poeta cuando fracasa en su intento de poetizar la política. Este revés emocional vino a aumentar su crisis vital y religiosa, ahora más acentuada que nunca: «Es necesario, aunque sea sólo por unos días alejarse del bosque y volarlo con la imaginación y así ves las cosas y los hombres de otra manera. Pero sobre todo te encuentras a ti mismo»[5].

Además la elaboración de Inefable … sucede a la vez que se produce un injusto olvido institucional por la obra literaria de Jesús Delgado Valhondo, cuando el poder pasa factura a aquel aliado incómodo y rebelde: «No se hizo justicia con el poeta. Los últimos años no han sido fáciles para Delgado Valhondo, y él se los prometía felices. Por eso probablemente se reconoció el pasado jueves como un poeta que busca la soledad, como ‘Un árbol solo’ en la inmensa llanura habitada. Por eso, probablemente, sus dos últimas entregas literarias acarician la melancolía, la tristeza y la muerte, cuando el poeta, tras su jubilación en la enseñanza, se prometió noches santamente serenas. Quizás por todo ello, el maestro echa las redes de sus ojos al recuerdo y, entre la luz y la tiniebla del pasado, se lamenta del presente que, fuera de sí mismo, de su familia y de su obra, casi le es ajeno»[6].

El mismo Valhondo sintió por estas fechas que era rechazado a conciencia: «Hace siete u ocho años [comienzos de los años 80] que me escribió Carlos Callejo diciendo que nos iban a nombrar académicos a tu padre [Pedro Caba] y a mí y nombraron a Bustamante y a no sé quién. […] (Yo estoy muy contento de no ser académico de esta Academia)»[7].

Este ambiente contrario lo arrastra a una época de marcada melancolía, que trasvasa sin proponérselo a Inefable…, poemario que, por este motivo, se puede definir como el “libro de la melancolía”. Ésta es la razón de que en Inefable … se dé una simbiosis perfecta entre el estado anímico del poeta, desencantado, vencido y escéptico y el ambiente frío, desangelado y lúgubre del otoño, que se hace más patente en el mes de noviembre y en la tristeza melancólica de la tarde del domingo, solitaria y sin alma, donde sitúa el poeta el espacio temporal de sus reflexiones líricas.

La idea de un domingo otoñal del mes de noviembre se encontraba latente en Jesús Delgado Valhondo desde muchos años atrás. En sus artículos periodísticos se hallan numerosas muestras de la atracción que ejercía en su ánimo esta época gris, pobre de sol y de luz, porque su espíritu siempre invadido por la melancolía se mimetizaba fácil y agradablemente con ese claroscuro a través del que hermanaba su espíritu con el paisaje.

Esta disposición emocional se observa en el mismo título del libro que indica la melancolía de la decepción en que lo han dejado su vivencia espiritual y su experiencia política y al mismo tiempo un gusto, difícil de explicar con palabras, por ese momento ceniciento y gris del domingo de noviembre, donde encuentra el ambiente propicio para la reflexión dulcemente melancólica.

El otoño era para Valhondo la estación más triste del año pero se trataba de una tristeza querida, porque en ella encontraba su congoja un refugio donde la muerte se le hacía más familiar y disminuía el terror que este paso le produjo siempre: «En el otoño se muere mejor ¡Aquella muerte a la caída de la hoja! Y se llora, también, mejor. Casi en su mitad, en la mitad del otoño, el día de los difuntos. De la sonrisa nívea del jazmín a la sonrisa difunta del crisantemo. Algunos días de noviembre dan ganas de oír solamente campanas en la torre. Toque de ánimas. Canción de otoño. Amor y lágrimas. El alma cabe en un puño»[8].

Además el otoño lo hacía sentir dos sensaciones contrarias: una negativa, porque en esta estación del año se hundía más en el abismo de sus recuerdos y en la soledad del presente y otra positiva, porque era el momento propicio para recapacitar, hablar consigo mismo y reflexionar, mientras contemplaba desde su ventana avanzar la tarde lentamente envuelta en la bruma: «El otoño es el atardecer. Primero en tardes para la nostalgia, después para la melancolía. Tardes largas para la meditación»[9]. En esos lánguidos atardeceres encontraba Valhondo un refugio anímico para su nostalgia y su perenne aflicción.

Además el otoño poseía el atractivo de ser una época donde observaba nítidamente en el clima, en los tonos de la luz y de los colores una lenta transformación hacia la melancolía, pareja a la que se producía en su ánimo. El otoño era la época en que el estío, repleto de luz, calidez y vitalismo, desembocaba tristemente en los tonos cenicientos y grises del desencantado claroscuro otoñal. También esta lánguida estación tenía para Valhondo paradójicamente un profundo valor espiritual, porque lo situaba más cerca de la divinidad al unir la niebla el cielo con la tierra: «El otoño es la estación más variada del año. Cuando el hombre piensa y siembra. Y es la tierra más sombría y el cielo está más en la mano»[10].

Noviembre fue para Valhondo un mes de especial melancolía por estar situado en el pleno corazón del otoño, la estación del recogimiento y del ambiente propicio para el recuerdo: «Octubre, ayer. Sol y ensueño. Sol de tarde. Rescoldo de verano. Sol de paseo. Tranquilo mar azul. Pero, eso era ayer. Hoy, noviembre se ha metido aquí como de huésped. Melancolía. La ‘lluvia tras los cristales’. La calle ha quedado desolada. Malhumorada. Melodiosa tristeza. Mañana agrietará el arado al vientre de la tierra. Surcos que picotear pájaros y viento bajo, aliento casi. Tierra abierta donde esconder las manos del sembrador de paz y de trabajo. Ayer octubre. Mañana, noviembre»[11].

Pero también noviembre era el momento mejor del año para mimetizar su espíritu melancólico con la tristeza del paisaje y del ambiente lúgubre de tañidos lejanos, que invitaban al misticismo de la oración convocando a misa de difuntos. Además noviembre lo llevaba a autoconvencerse de su presentimiento de una muerte cercana que, con el paso de los años, se iba convirtiendo en una patente realidad: «Noviembre: intimidad. Religioso noviembre. Cuando mejor suenan las campanas. Noviembre: muertos. Soledad. Perdemos todo lo superficial que teníamos, nos desprendemos de las hojas verdes y doradas que nos cubrían las sonrisas y los murmullos. Sutil y tenue. Sombra apenas. Encogidos por el frío que nos aísla y nos descubre. […] Monótona la lluvia reza en los cristales y en el asfalto. Cierro los ojos ‘como niño que, harto -de estudiar, pinta sueños-, sin gana y sin motivo»[12].

  Y sobre todo noviembre era el mes que más lo unía a su pasado, al silencio de su soledad infantil, a esos atardeceres que lentamente lo arrastraban al abismo de la noche temible, donde se encontraba con sus fantasmas y con su angustia: «Me agrada extraordinariamente el mes de noviembre. Su tristeza. Su silencio. El viento en las esquinas. Las murallas de nieblas. La romántica palidez. Su melancolía. La sangre de noviembre. El alma de noviembre. La humana pena de noviembre. […] Las tardes cenicientas se llevan algo nuestro, que herido cae con ella descaradamente muerto en el abismo indomable de la noche. Las noches son largas, angustiosas. La luz está pisada. Crecen las sombras y los fantasmas. Noche templada, profunda, cósmica. Noche sin tiempo. Marchita ya. Le cuesta trabajo despertar a la mañana envuelta en sábanas grisáceas y moradas»[13].

La tarde del domingo era la complacencia en la tristeza («Las tardes de los domingos son más tristes»[14]), el placer paradójico, mezcla de hiel y ambrosía, que lo animaba en esas tardes solitarias, vacías, casi sin vida en que desemboca el bullicio vitalista de la semana: «Da gusto recorrer este cementerio, donde florece, como en cualquier otro, la soledad y el silencio, la serenidad y la ternura. La soledad es dulce y melodiosa. El silencio, redondo y amarillo como una fruta madura y jugosa. Hay la misma hermosa tristeza que en cualquier otro cementerio. Tristeza de tarde de domingo. Cóncavo. Hueco. Inmenso hueco de la mano de Dios»[15].

Sin embargo, la elaboración de Inefable…  no sólo es el resultado de una larga meditación espiritual que el poeta manifiesta reiteradas veces en prosa, sino también en el caudal del verso como es posible advertir en varios poemas repartidos a lo largo de su obra lírica: «Día de otoño»[16], poema de la edición original de La esquina y el viento (1952); «Cima»[17] de Aurora. Amor. Domingo (1961) y «Tarde de domingo»[18] de La vara de avellano (1974).

Este sentimiento de melancolía, tan arraigado en Valhondo, no desaparece después de Inefable… sino que continúa hasta el final de su  obra lírica. Así en «Poemas de amor para la muerte» de Ruiseñor perdido en el lenguaje está el soneto «Órgano de otoño», en el que aparece de nuevo este triste mes con presagios de muerte y otro, que se titula «Noviembre otra vez», donde el poeta vuelve a poetizar sobre él mostrando que su significado le resultaba especial[19].

Por el contenido de estos textos no sorprende que la melancolía esté tan arraigada en el espíritu del poeta y que se identifique perfectamente con el otoño, noviembre y la tarde de domingo pues estos conceptos rezuman tristeza, pesar, melancolía, nostalgia y muerte, las mismas sensaciones espirituales que invaden Inefable 

La razón de que se decida en este momento a tratar este tema, a pesar de tenerlo en la mente tanto tiempo, se debe a que la tristeza y melancolía de siempre ahora aumenta sobremanera al coincidir con su decepción espiritual y política, porque antes tenía a los otros y al entorno donde lograba olvidar sus pesadumbres en el contacto con los demás y el bullicio de la calle, pero ahora como todo le resulta ingrato quiere estar solo y se hunde en el abismo del desencanto, profundamente entristecido.

Además no se debe olvidar que Jesús Delgado Valhondo cuando comienza a elaborar Inefable … tiene 70 años, edad en la que influido negativamente por las experiencias citadas lo lleva a presentir el peso del tiempo y la cercanía de la muerte como una realidad, que se hace más patente al sufrir por estas fechas problemas de salud: «Inefable … parte de una idea, condensada en los versos breves que cierran el libro [‘Todo es un día, apenas un rato’], y gira en torno al tiempo y, en concreto, a la tarde de un domingo de noviembre, cuando el hombre se hace más a sí mismo, cuando el cielo se une a la tierra … un día en toda la vida del hombre. La muerte es un tema que ha sido siempre usual en mi obra pero que ahora la protagoniza, cada vez que me voy acercando más a la fecha de mi muerte»[20].

Tenía razón Ángel Campos cuando aseguró que «Noviembre siempre fue un mes de una fuerte carga emotiva para Jesús» para justificar que el monográfico del Hoy, dedicado a Jesús Delgado Valhondo, saliera precisamente en este mes[21].

Inefable … fue publicado simultáneamente en Cáceres por la institución cultural El Brocense de la Diputación provincial el 4 de octubre de 1982 y en Algeciras por la colección Bahía poco después (en noviembre o diciembre de 1982 aunque quizás esta edición no saliera a la calle hasta principios de 1983).

Valhondo relató de esta manera la doble edición de Inefable… y quedó claro que la auténtica era la de Cáceres: «Cuando terminé Inefable… se lo envié a Sánchez Pascual, que lo envió al Premio Bahía de Cádiz, poniendo que yo era de Olivenza y allí me estuvieron buscando, porque me premiaron con un accésit. No me dieron el premio porque, por lo visto, era de antemano para un sacerdote y, aunque no se da en ese premio conceder accésit a mí me lo dieron y me publicaron el libro. Inefable… tiene muchas faltas porque no era el libro que yo tenía, por eso hay dos ediciones: Una, en Algeciras y, otra, en Cáceres; ésta es la verdadera, ‘Inefable domingo de noviembre‘ «[22]. En otra ocasión, Valhondo volvió a insistir en que la verdadera edición era la realizada en la capital cacereña: «La edición auténtica es Inefable domingo de noviembre; es más fiable porque, aunque esté peor editado, es una edición mía»[23].

El motivo de la insistencia del poeta en aclarar cuál era la edición más fiable se debe a que, a pesar de realizarse ambas ediciones sobre el mismo original, contienen errores (en la edición de Cáceres, se adjunta una fe de erratas donde se recogen ocho de ellas) y variaciones. Ricardo Senabre advirtió este problema y se lamentó de que restaba valor a la edición: «la edición no está a la misma altura [que la calidad de los poemas]: hay numerosas erratas, que la afean. Lástima de descuidos tipográficos, porque el libro es de una hondura poética admirable»[24].

También la falta de índice y la situación de los poemas en las páginas de Inefable domingo de noviembre, colocados muy hacia arriba y con extensos espacios en blanco, se deben a una maquetaje descuidado que provoca confusión como advierte José Luis García Martín: «Un pequeño reparo se me ocurre a la diagramación de Inefable domingo de noviembre. Al no llevar índice y comenzar los poemas sin título a distinta altura de los que llevan título, no se sabe bien cuándo nos encontramos ante un poema distinto o ante la continuación del anterior o ante partes diversas de un mismo poema»[25].

De todas formas no llama excesivamente la atención que en este libro haya erratas, porque en los libros de Valhondo son frecuentes por desgracia. Sin embargo los errores tipográficos de ambas ediciones generalmente no pasan de ser letras cambiadas o faltas de concordancia fáciles de detectar, que sólo perjudican estéticamente a la edición.

Más desconcertante es el problema que se plantea con la omisión y el cambio de algunos títulos de poemas en ambas ediciones, hasta el punto de tener que recurrir a las dos para recomponer la titulación general del libro. Este error en la omisión de algunos títulos se debe a que el poeta entregó a Sánchez Pascual el original en borrador, que presentaba una indecisión en la atribución de títulos, y éste tuvo que decidir la distribución final; lo mismo sucedió con el editor de Bahía. Por este motivo no coincidieron y unos poemas los tienen cambiados y otros omitidos.

La variación en el título del libro tiene la misma explicación: el título en el borrador del original llevaba tachada la palabra domingo y mientras Sánchez Pascual no respetó la tachadura, el editor de Bahía sí lo hizo. El motivo de esta vacilación en el título se debe a que Valhondo en un principio pensó llamar al libro Inefable noviembre como se deduce de comentarios suyos: «he terminado hace unos días mi último libro ‘Inefable noviembre’ «[26]; «le envié un ejemplar de ‘Inefable noviembre’ a Ansón»[27]. Posteriormente añadió domingo porque sin este concepto no le parecía redondo el título, quizás recordando estos versos del poema «Tarde de domingo» de La vara de avellano:

«La calle queda sola

 como un cerrado libro

 y yo amueblo mi vida

 con la vieja tristeza

 de tarde de domingo».

Se llega a esta conclusión porque, observando las variantes en los versos de la edición de Bahía se detecta una síntesis en la expresión que es producto de una segunda labor de lima realizada por el poeta para redondear sus versos, pues su insatisfacción lo arrastraba a retocarlos continuamente hasta quedar satisfecho.

De todas formas, aunque esta hipótesis resulta lógica, también se podía pensar que Valhondo rectificó algunos versos en el original y posteriormente fue enviado a Bahía cuya edición siguió a la de Cáceres. Sin embargo esta hipótesis quedaría descartada atendiendo a los recuerdos del poeta, que aseguraba no haber tenido conocimiento de que Sánchez Pascual hubiera presentado el libro a este premio y por tanto la corrección posterior no pudo realizarse.

No obstante, conociendo la fragilidad de la memoria sobre todo cuando se recuerdan hechos producidos una década antes (el poeta nos comentó este detalle en 1993), no se descarta esta hipótesis teniendo en cuenta la síntesis expresiva de la edición de Bahía, que debe ser producto de un segundo trabajo de lima quizás porque el poeta supo que iba a ser editado por segunda vez y limó más el original antes de ser remitido a la colección de Algeciras. También se debe advertir que existe una tercera edición de este libro en Poesía (Obras Completas), pp. 271-296, que sigue fielmente a la de Cáceres y corrige sus erratas.

Debido a esta triple edición de Inefable … y a sus variantes, se hace necesario realizar un análisis detenido de estas ediciones con el fin de llegar al texto que originalmente escribió el poeta[28]:

[PORTADA]:

  -Edición C:

     -Nombre y dos apellidos.

     –Inefable domingo de noviembre.

     -Dibujo (interior de un edificio de culto) de Zamorano.

  -Edición B:

     -Nombre y primer apellido.

     –Inefable noviembre.

     -Colección Bahía. Algeciras. 16.

     -Sin dibujo.

  -Edición P:

     -Idem a la edición C.

[DOBLE PORTADA]:

  -Edición C:

     –Inefable domingo de noviembre

     -[Dedicatoria] «A Ángel. A Myriam. Joaquina y Jesús»[29].

     -Jesús Delgado Valhondo.

     -Institución cultural «El Brocense». Cáceres, 1982.

  -Edición B:

     -Jesús Delgado[30].

     –Inefable noviembre.

     -Accésit premio Bahía 1982.

     -Colección Bahía 16.

     -[Dirección Ediciones Bahía].

  -Edición P:

     -Sin doble portada.

[DEDICATORIA]:

  -Edición C:

    -Ya apareció en la doble portada.

  -Edición B:

    -Idem a la edición C, excepto que añade «Mª [Joaquina]».

  -Edición P:

    -Sin dedicatoria.

[CITA]:

  -Edición C:

    -De Jorge Luis Borges: «Hoy es ayer»

  -Edición B:

     -Idem.

  -Edición P:

     -Idem.

[1ª PARTE]:

  -Edición C:

    -Falta la numeración [I].

  -Edición B:

     -Aparece el «I».

  -Edición P[31]:

     -Aparece el «I».

[PRIMER POEMA]: Del v. 1 al 79 (pp. 7-12).

  -Edición C:

   -[Título]: «PERFIL DE NOCHE» (p. 7).

   C1.-«donde no sabemos cuándo estuvimos

           solo. Sencillamente unido» (vv. 30-31, p. 8).

   C2.-«Desdoblando circunstancias

            los momentos coinciden

           […]

            y el vuelo de los sueños» (vv. 56-71, p. 11).

  -Edición B:

   -[Título]: Idéntico a edición C.

   -Antes del v. 32, «Murmullos orillan una pasión», aparece otro título: «EL DÍA SECA LA MAR» (p. 13).

   B1.-«donde no sabemos cuándo estuvimos solos.

            Sencillamente unido» (vv. 30-31, p. 12).

   B2.-«Desdoblamos circunstancias

        y los momentos coinciden

        […]

        y vuelos de Cristos» (vv. 56-71, p. 15).

En las variantes C1 y B1 hay una falta de concordancia, pues debía decir: «solos. / Sencillamente unidos». La tendencia a alargar el verso en la variante B1 indica un aumento de la angustia y a la vez un aislamiento de «Sencillamente unidos», para destacar la importancia de este hecho que sucedió en Un árbol solo, cuando el poeta caminó junto con los demás a la búsqueda de Dios.

Las variantes C2 y B2 indican una progresión desde una realidad intangible y abstracta, situada en la región de los sueños, a una realidad más concreta de contenido religioso. Esto se debe a que el poeta se resiste a caer en el escepticismo y, una y otra vez después de momentos de dudas, vuelve a sentir la necesidad de Dios a pesar del fracaso de su búsqueda.

[SEGUNDO POEMA]: Del v. 80 al 130 (pp. 13-15).

  -Edición C:

    -[Título]: «RINCÓN DE BOSQUE», anterior al v. 80: «Umbral de la memoria» (p. 13).

  -Edición B:

     -No aparece el título.

     -Antes del v. 110, «Abres un libro y lees con emoción», aparece el título «MÚSICA ENTRE HOJAS DE LIBRO» (p. 19).

[TERCER POEMA]: Del v. 131 al 195 (pp. 17-21).

  -Edición C:

    -[Título]: «PLENITUD DE SOL», anterior al v. 131 «Te esperan por descubrirte» (p. 17).

   C1.-«Ropa vieja amontonada,

            tacto de grises olorosos,

            gozosamente consentidos,

            curiosa felicidad» (vv. 155-158, p. 18).

   C2.-«La luz hospeda la mañana,

            reclama desvelos vacilantes

            de sueños recorridos:» (vv. 174-176, p. 20).

   C3.-«Cosen pañales de alboradas

            perdidas en los sueños» (vv. 187-188, p. 21).

  -Edición B:

     -No aparece el título.

     -Antes del v. 147, «Dentro de ti nos observa» (p. 21), aparece el título «RINCÓN DE BOSQUE».

   B1.-«Ropa vieja amontonada,

            tacto de grises olorosos,

            gozosamente consentida,

            curiosa felicidad» (vv. 155-158, p. 21).

   B2.-«La luz hospeda la mañana,

            reclama desvelos vacilantes

           de sueños» (vv. 174-176, p. 23).

   B3.-«Cosen pañales de alboradas

            perdidas» (vv. 187-188, p. 24).

La variante B1 supone un simple cambio de concordancia: en C1, “consentidos” se refiere a “grises olorosos”; ahora el poeta hace concordar “consentida” con “ropa vieja amontonada”, posiblemente porque la versión C1 podía interpretarse mal (suena a ropa sucia y maloliente) y resulta poco poética, sin embargo la versión B1 no presenta ambigüedad y es mucho más sugerente, pues «ropa vieja amontonada» se refiere al paso del tiempo, que encaja a la perfección con el contenido del libro.

La variante B2 es la primera muestra de que en la edición B hay un mayor grado de síntesis en la expresión debido quizás a un trabajo de lima posterior a la edición C, la original. La supresión de “recorridos” en la variante B2 se debe a que resulta más sugerente dejar “de sueños” en un verso solo y además “recorridos” resulta recurrente, porque se sobreentiende que cuando se entra en un sueño se recorre.

La supresión de “en los sueños” en la versión C3, tiene una explicación parecida a la variante anterior: es más sugerente dejar “perdidas” sola en un verso porque alarga la idea de este adjetivo, que indica las alboradas perdidas en la realidad (no en sueños) y evita la repetición de “sueños” que ya utilizó unos versos antes. Esto supone también la confirmación de la tendencia sintética, que se da en las variantes de la edición B, y una vuelta a la realidad desde regiones abstractas.

[SEGUNDA PARTE]:

-[PORTADA]:

  -Edición C:

    -Aparece mal la numeración, pone 11 en vez de II (p. 23).

  -Edición B:

     -Aparece el II (p. 25).

[PRIMER POEMA]: Del v. 196 al 217 (pp. 25-26).

  -Edición C:

     -[Título]: «SOMBRA DE PIE», antes del v. 196 «Alguien está rezando» (p. 25).

  -Edición B:

     -Idem edición C.

[SEGUNDO POEMA]: Del v. 218 al 262 (pp. 27-28).

  -Edición C:

     -[Título]: «DUELE YA LA MAÑANA», antes del v. 218 «Súbita viene una vieja mañana» (p. 27).

   C1.-«Pasa una paloma

           y su vuelo queda atrás» (vv. 243-244, p. 28).

  -Edición B:

   -[Título]: Idem edición C.

   B1.-«Pasa una paloma

           y su vuelo queda detrás» (vv. 243-244, p. 30).

La variante B1 resulta más estética porque en C1 el vuelo se pierde en el espacio y, sin embargo, en B1 el vuelo queda como una estela detrás de la paloma y el verso gana en plasticidad.

[TERCER POEMA]: Del v. 263 al 323 (pp. 29-31).

  -Edición C:

   -[Título]: «LAS TRASERAS DEL TIEMPO», anterior al v. 263: «El hombre investiga esperanzas» (p. 29).

  -Edición B:

     -Idem edición C.

[CUARTO POEMA]: Del v. 324 al 464 (pp. 33-34).

  -Edición C:

     -[Título]: «TODO CAE», anterior al v. 324: «Siempre estamos esperando a alguien» (p. 33).

  -Edición B:

     -Antes del v. 441: «Nos han dicho: ‘Vámonos'», aparece la dedicatoria: «A Manuel Pecellín Lancharro» (p. 37).

Esta dedicatoria posiblemente apareciera en el original escrita a mano y además no tiene mucho sentido dedicar a alguien una parte de un poema; por este motivo quizás Sánchez Pascual no la pusiera. Esto también confirma el respeto del editor de Bahía (B) por el texto que, al no aparecer tachada la dedicatoria, la puso sin pensar en nada más.

[QUINTO POEMA]: Del v. 465 al 601.

  -Edición C:

  -[Título]: «VOLVER ES NO LLEGAR», anterior al v. 465 «Dios iba delante de nosotros» (p. 35).

     C1.-«necesario peregrino» (v. 476, p. 35).

     C2.-«entonces no lo sabíamos» (v. 509, p. 37).

     C3.-«En la orilla contemplándose un árbol» (v. 524, p. 38).

  -Edición B:

     -No aparece este título.

     B1.-«necesario peregrino sucediéndose» (v. 476, p. 38).

     B2.-«lo sabíamos» (v. 509, p. 40).

     B3.-«Un árbol en la orilla contemplándose» (v. 524, p. 41).

     -Antes del v. 556: «Viaje desconcertante» (p. 43), aparece otro título: «VOLVER ES NO LLEGAR».

La variante B1 rompe la tendencia hacia la síntesis y además resulta extraño el añadido de esta palabra, porque el verso siguiente dice: «Dios procediéndose» con lo que se encuentran la rima de dos palabras que, aparte de ser extensas y estar en gerundios, rompen el ritmo. Quizás por este motivo Sánchez Pascual la suprimiera en la edición C creyendo que era un desliz del poeta, pues no debió aparecer tachada en el original ya que la respeta el editor de Bahía.

En la variante B2 se vuelve a la expresión sintética pero esta vez no por deseos de concisión sino porque el poeta ajusta los versos a lo que realmente quería decir, teniendo en cuenta el verso anterior y posterior: «El que iba delante / lo sabíamos, / éramos nosotros». Esta idea ya aparece en Un árbol solo y significa que el ser humano es consciente de la necesidad de verse reflejado en los demás para conocerse a sí mismo, pues sabe que no puede vivir en la más absoluta soledad porque necesita de los otros para identificarse. En la versión de la edición C el poeta estaba negando lo que había afirmado en el libro anterior y de ahí que rectificara.

La variante B3 de nuevo ordena un hipérbaton porque en esta ocasión el poeta quiere destacar la imagen de un árbol solo, que ahora se encuentra a la orilla de un río contemplándose en sus aguas y si lo coloca atrás queda perdido en el verso.

[SEXTO POEMA]: Del v. 602 al 630 (pp. 43-44).

  -Edición C:

  -[TÍTULO]: «MANTO AZUL», antes del v. 602 «Esparcidos trozos de mañana» (p. 43).

  -Edición B:

     -No aparece este título.

[TERCERA PARTE]:

-[PORTADA]:

  -Idem en las dos ediciones: III INCESANTE MISTERIO.

[PRIMER POEMA]: Del v. 631 al 663 (pp. 47-48).

  -Edición C:

    -Sin título.

  -Edición B:

    -Sin título.

[SEGUNDO POEMA]: Del v. 664 al 713.

 -Edición C:

    -[Título]: «SIEMPRE VUELVE EL OTRO A ESTA HORA», antes del v. 664: «¡Cuánta alegría el regresar al abandono!» (p. 49).

   C1.-«volver algún día

            a leer a partir del capítulo» (vv. 671-672, p. 49).

 -Edición B:

 -[Título]: Idéntico a la edición C.

   B1.-«leer

            a partir del capítulo» (vv. 671-672, p. 53).

En la variante B1 el poeta evita el encuentro de la rima interna volver-leer y la perífrasis “volver algún día a” que era innecesaria; además queda “leer” en un verso solo con lo que hace más sugerente esta acción y alarga el sentido trascendente de esta palabra en el texto.

[TERCER POEMA]: Del v. 714 al 815.

  -Edición C:

   -[Título]: «EL VUELO BUSCA CUERPO», antes del v. 714 «Sala de espera, en la estación,» (p. 53).

     C1.-«Tardamos mucho tiempo en enterarnos» (v. 754, p. 55).

  -Edición B:

     -[Título] No aparece este título en el mismo sitio que la edición C, sino precediendo al v. 750: «Bebe el sol, alondra en los trigales,» (p. 59).

     B1.-«Tardamos mucho tiempo en darnos cuenta» (v. 754, p. 59).

La variante B1 persigue el objetivo de evitar el encuentro de “en” con la misma sílaba del comienzo de “enterarnos” y a la vez amplía y adapta el significado, pues “enterarnos” es producto de un proceso intelectual, mientras que “darnos cuenta” es un asunto de conciencia, que es lo que predomina en este libro.

[CUARTO POEMA]: Del v. 816 al 876.

  -Edición C:

    -[Título]: «ALGO HEMOS QUEDADO AHÍ», antes del v. 816: «Abandonamos para prodigarnos» (p. 59).

    C1.-«Para vernos apagamos la luz.

            Nos escuchamos donde antes.

            Nos dormimos en otro cuerpo

            que no es el nuestro y nos cobija» (v. 865-868, p. 63).

 -Edición B:

    -[Título] No aparece el título de la edición C.

    B1.-«Apagamos la luz para vernos.

            Nos escuchamos desde lejos.

            Nos dormimos en otro cuerpo

            que no es el nuestro» (v. 865-868, p. 66).

La variante B1 de nuevo ordena un hipérbaton, esta vez para colocar la acción de apagar la luz, idea principal, al comienzo de la oración y destacarla sobre la razón del hecho “para vernos”, que es secundario. Con tal alteración la imagen resulta más estética y la paradoja queda remarcada para indicar la desorientación en que está inmerso el poeta.

El cambio de “donde antes” (C1) por “desde lejos” (B1) descubre esa misteriosa realidad en que vive el poeta, que en esta ocasión gana terreno a lo concreto haciendo más sugerente la expresión al distanciarla en el tiempo.

La supresión “de” y “nos cobija” (C1) sigue en la línea sintética y también supone una rectificación del poeta, que no se siente cobijado en el cuerpo de otro pues a estas alturas vuelve al refugio de su soledad. Es por tanto una incoherencia que ahora subsana.

[ÍNDICE]:

  -Edición C:

     -No aparece.

     -Datos de la impresión (quién imprimió -Gráficas del Suroeste-, dónde -Los Santos de Maimona- y cuándo se terminó la impresión -el día 4 de octubre de 1982-).

  -Edición B:

     -Aparece un índice donde se especifican los títulos de las tres partes del libro sin el número de las páginas donde se encuentran (p. 69).

     -Debajo del índice aparecen estos versos: «Todo es / sólo un día, / apenas un rato» (p. 69) que, según declaración del poeta, recogen la idea central del libro porque en ella condensa su contenido. Ante esto hay que preguntar: ¿cómo siendo versos tan importantes aparecen en Inefable noviembre y no en Inefable domingo de noviembre? La única explicación lógica que puede tener esta variante es que estos versos aparecieran en el original separados de los del libro y Sánchez Pascual los interpretara como la simple anotación de una idea, ya incluida de alguna manera en el poemario.

    -No aparecen datos de impresión.

[DATOS BIOBIBLIOGRÁFICOS]:

  -Edición C:

    -No aparecen.

 -Edición B:

    -Breves datos sobre la vida y la bibliografía de Jesús Delgado Valhondo.

[CONTRAPORTADA]:

  -Edición C:

     -En blanco.

  -Edición B:

     -Aparecen los vv. 205-217: «Hemos perdido no sabemos qué / […] / al escondite del amor». El motivo de que estos versos se repitan en la contraportada de esta edición y no en la de la edición C, puede deberse a que Sánchez Pascual volviera a considerar como una simple anotación, al margen del libro, de unos versos que ya estaban incluidos.

Después de este análisis se deben hacer unas observaciones para completarlo:

1.-La edición de Cáceres adjunta una fe de erratas; en cambio la de Bahía, no.

2.-El número de versos, a pesar de las variantes, es el mismo en las dos ediciones C y B.

3.-La disposición de los versículos en las páginas es idéntica en las ediciones C y B, aunque en esta última se encuentran mejor distribuidos estéticamente pues, en la edición C, los versos comienzan muy arriba de la página y dejan debajo extensos espacios en blanco, que se hacen más llamativos porque las páginas 16, 22, 32, 52 y 56 también lo están.

4.-Precediendo al v. 440 de Inefable noviembre, «Nos han dicho: ‘Vámonos'» (p. 37), aparece la dedicatoria «A Manuel Pecellín Lancharro», que debió ser una nota recordatoria del poeta tomada como definitiva por el editor de Bahía, pues no encabeza parte ni poema alguno.

5.-Precediendo al v. 642 de Inefable noviembre, «Pueblos, colmenas amenazadas» (p. 52), aparece a lápiz una anotación autógrafa de Valhondo: «Mérida romana. Teatro romano».

6.-Precediendo al v. 841 de Inefable noviembre, «Suena canción de amor» (p. 64), hay otra anotación a lápiz de Jesús Delgado Valhondo, que pone «Anochecer».

7.-Ricardo Senabre envió a Valhondo unas «dudas y observaciones» de la lectura[32] de Inefable domingo de noviembre:

   Poema «Rincón de bosque» (p. 13): «Siempre estamos jugándonos / en sitios que estuvimos / sometidos» (vv. 96-98). Senabre le advierte que mejor sería: «donde estuvimos o en que estuvimos» porque, al alargar el verso, el ritmo queda mejor adaptado y gana en musicalidad.

   Poema «Plenitud de sol” (p. 17): «Y no acabas jamás de darte cuenta / que has llegado por fin / donde trasciendes» (vv. 144-146). Senabre le pone el “de” que le falta y, para evitar el timbre altisonante de la i tónica al final del verso («fin»), le recomienda esta redacción: «de que has llegado finalmente (o al final)».

   Poema del comienzo de la 3ª parte («Incesante misterio»), p. 8: «entretenidos en abrir ventanas a la vida» (v. 646). Senabre le propone pasar «a la vida» al siguiente verso, porque «el espacio en blanco prolongaría la acción». Esta propuesta resulta razonable porque evita un verso tan largo y aumenta la sugerencia lírica dejando «a la vida» en un verso solo.

   Poema «Siempre vuelve el otro a esta hora» (p. 51): «Nadie va a saber tu verdadera identidad» (v. 704). Senabre le indica que mejor es partir el verso entre “saber” y “tú”, porque de esta forma alarga la incógnita que plantea el primer hemistiquio y a la vez acorta otro verso excesivamente largo.

8.-La clara tendencia hacia una expresión más concisa en la edición B, reafirma la idea de que el editor de la edición Bahía respetó a rajatabla una segunda elaboración del poeta, que consistió en tachar palabras y expresiones en el texto original. Sánchez Pascual (edición C) utilizó las palabras tachadas deseando publicar el libro tal y como lo escribió el poeta la primera vez; sin embargo el editor de Bahía (edición B) respetó las tachaduras y por tanto esta edición es más sintética, aunque en realidad la versión tachada sería posterior a la original y como consecuencia la edición de Bahía debía considerarse como la más fiable por ser la última elaboración del poeta.

Pero, teniendo en cuenta que las variantes no alteran el significado parcial ni global del libro y que existen documentos en los que Jesús Delgado Valhondo declaró la mayor fiabilidad de la edición de Cáceres (C), el análisis posterior se guiará por esta edición.

El primer impacto, que produce la lectura y el análisis de Inefable domingo de noviembre, es la fuerte y negativa presión que el tiempo ejerce sobre el poeta por las razones antes apuntadas: decepción por el fracaso en su vida política, frustración por el malogrado intento de hallar a Dios, angustia por su avanzada edad que lo situaba muy cerca de la muerte e imposibilidad de recuperar a estas alturas el tiempo perdido: «donde dejamos lo mejor que fuimos»[33]. Esta conmoción se detecta. incluso antes de aparecer el título de la primera parte del libro y de comenzar el poemario, en la cita de Jorge Luis Borges («Hoy es ayer») que se localiza nada más pasar la doble portada, rezumando una fuerte nostalgia por el tiempo pasado.

Por este motivo existe en Inefable… una acentuación de los recuerdos y de la melancolía producida por encontrarse en el crepúsculo de su vida, que el poeta tiene la certeza de no haber aprovechado lo suficiente y además se encuentra cargada con el lastre de los reveses sufridos por las circunstancias existenciales y espirituales adversas, que lo han llevado al escepticismo y al desencanto. También por este motivo Dios es mencionado en el discurso del poeta con un tono no exento de reproche, de doloroso resquemor por notar su presencia y sin embargo sentirse desatendido y abandonado a su suerte, solo y desamparado en una universal paradoja que mantiene a la divinidad siempre placentera, mientras el ser humano se ve obligado a luchar con el tiempo en una batalla desigual que sabe va a perder:

«Dios invade con su presencia

el candor del jazmín

mientras el hombre sigue

deshojando calendarios

de su estancia en el mundo»[34].

Después de Un árbol solo al poeta, vulnerable y solitario, únicamente le queda la posibilidad de ver cómo el tiempo termina de destruirlo igual que a todo aquello que ama, pues borra el pasado, trastoca el presente y crea un futuro lleno de incertidumbre y de derrota. Como consecuencia, la angustia llega a límites insufribles y de ahí la petición de auxilio, el lamento extraordinario y desgarrador (aunque la melancolía evita el exabrupto) que es Inefable …, donde un hombre, parábola del ser humano universal, grita desde su tristeza y su soledad más íntimamente humanas, que ya no puede hacer nada para resolver su lamentable situación, que su espíritu se encuentra vacío y derrotado y que no tiene ya refugio alguno que pueda acogerlo, porque ni puede rescatar el pasado ni tienen nitidez sus recuerdos que se pierden en la nebulosa del tiempo:

                                                 «Polvos de estrellas

en los cristales de las añoranzas,

existencias ganadas a la muerte,

extrañas verdades nos asombran,

se aviva el ansia

de haber tenido sed

y ser saciada donde se ahogaba

el mismo rostro nuestro

de ahora y de antes.

Nos recordábamos quizás

para morirnos»[35].

Ésta es la preocupante situación emocional en que el poeta ha quedado después de librar la batalla desigual que ha perdido, lo ha humillado como ser humano y lo ha convertido en un escéptico a pesar de no desearlo.

Por esta razón resulta paradójico que comience el poemario agradeciendo a Dios haber nacido un día más («Es de agradecer haber despertado / una vez más, siempre única, / a Dios»[36]). Sin embargo esta aparente contradicción es debida a que renacido surge en el poeta una vaga esperanza de encontrar a Dios, que enseguida desaparece influido por el tiempo de otoño, desapacible y desabrido como su alma:

«maitines, frío recogido

 en rincones de plazuelas,

 penumbras de nostalgias».

Y más se desesperanza cuando entrada la mañana la realidad comienza a pesar en su angustia, le surgen las dudas y aparecen los reproches (muchas veces acompañados de duras acusaciones) fundamentados en la existencia más cruda, que al poeta resulta cruel cuando medita sobre la dramática e imparable renovación del ciclo trágico de la existencia, que en realidad no produce vida sino destrucción, pues unas personas mueren para que nazcan otras. Y, mientras, Dios sigue impasible contemplando esta desgarradora tragedia:

«Dios incesante.

Años para regalo de Dios

en su creación incesante.

En su incesante destrucción.

Sorprendente eternidad

en la muerte que nos acompaña:

Sentimos que nos anuncian»[37].

La primera parte[38] transcurre en las sombras típicas de esos amaneceres lentos y melancólicos de los días otoñales, aunque comienza despertándose el poeta a un nuevo día. Por este motivo al leer el título de la primera parte, «Hospedaje de luz», da la sensación de que va a ser positiva pues parece que se trata del nacimiento de nuevo a la vida después de una larga y oscura noche. Pero enseguida se advierte por el título del primer poema del libro, «Perfil de noche», que el poeta aún no se ha recuperado de los malos sueños y temores que lo habían invadido agazapados en la sombras de la noche, aumentando su melancolía y el recuerdo de la proximidad de la muerte:

«Cautivos estamos, noche aún,

maitines, frío recogido

en rincones de plazuelas,

penumbras de nostalgias,

en celosa armonía de perfiles.

Desnuda vida de sábanas,

sudario de lecho desvelado,

por si estuviésemos muriéndonos

en ellas»[39].

Esta interpretación del comienzo del libro también puede apoyarse en el análisis de la palabra hospedaje, que significa «lo que se paga por estar de huésped»; de tal manera que “hospedaje de luz” traducido vendría a ser «tributo que se paga a la luz», metáfora por tanto de “noche”, es decir, «tributo que se paga a la noche» en el amanecer cuando se tiene todavía el sabor amargo de los malos sueños. No es por consiguiente un comienzo feliz el de Inefable…, teniendo en cuenta además las connotaciones adversas que para el poeta tuvo siempre ese negro espacio temporal.

De ahí que este amanecer se encuentre lleno de premoniciones de muerte, de frío espiritual, de tiempo insípido, de recuerdos insufribles, de falta de identidad y de una preocupante desorientación:

«Murmullos orillan una pasión

que crece cuando avanzas a tientas,

navegando contenidos de secretos,

nombres inefables, inmersos

en el recuerdo no nacido.

Y no supimos nada más»[40].

No obstante el poeta nota la presencia de Dios pero observa que, junto a su indestructible inmortalidad se encuentra el hombre, atacado por el tiempo cada vez más destruido, más solo[41] y más envuelto por las sombras de la desorientación:

«Dios invade con su presencia

el candor del jazmín

mientras el hombre sigue

deshojando calendarios

de su estancia en el mundo.

Provocamos milagros en ausencias

temidas y quedamos, desérticos,

de tinieblas cubiertos»[42].

Estos versos, conmovedores y desolados del destino del hombre, resumen el estado espiritual con que el poeta aborda la elaboración de Inefable…, no sólo por un presente que lo abruma, sino por un pasado del que únicamente logra rescatar unos recuerdos muy vivos y dolorosamente angustiosos, que vuelven a su mente con la nitidez de la tragedia que supuso la guerra civil:

«Desdoblando circunstancias

los momentos coinciden

con la historia.

Ausencias de espaldas a la vida:

es la hora de los fusilamientos

y estallan paredones

que circundan camposantos.

El estruendo siempre de ayer

nos sobrecoge.

Cementerios perdidos,

curiosa antología del destino del hombre,

en un nuevo silencio»[43].

El poeta vuelve al pasado buscando el calor de los recuerdos y, ante un presente desolador, encuentra grata su melancólica añoranza, refugiado en el punto de partida de su origen, intentando reorganizar sus vivencias, pero una y otra vez se topa con la decepción de una visión retrospectiva, que deja borrosos los dulces recuerdos y le traen a la memoria sólo aquéllos que le recuerdan su condición mortal, su insignificancia («Humilde servidumbre / nuestro oficio de hombre»[44]) y el error de haber abrigado esperanzas inalcanzables, porque desde un principio estaban abocadas al fracaso («Ejercemos destinos de esperanzas / sin conocer la sentencia a la alegría»[45]) como aquella ilusión de la marcha épica y solidaria de toda la humanidad en busca de Dios:

«Pueblo que solo va,

suplicatorio de lo desconocido,

en busca de contagios.

Nunca logran llegar.

Nunca pueden.

Y siempre el mismo pueblo.

Y siempre otro»[46].

Pasión imposible la del ser humano que busca desesperadamente a la divinidad, para que le explique el enigma de la existencia, siempre buscando y siempre fracasando; mueren unos y nacen otros que relevan a los anteriores, y éstos tampoco llegan porque a su vez mueren antes de alcanzar la meta y son sustituidos por otros, y así sucesivamente. El ciclo imperturbable de la vida no tiene descanso pues aparentemente son las mismas personas y sin embargo en realidad son otras distintas, que mantienen el anhelo frustrado de los que los precedieron para a su vez fracasar irremisiblemente.

 Esta es la historia de la humanidad que además está repleta de egoísmos e intereses particulares, que hacen imposible el éxito de la marcha universal del ser humano a Dios:

«Abres un libro y lees con emoción

donde te encuentras:

salón de espectadores,

trozos desparramados de niños

para arqueólogos ambiciosos»[47].

Y es que no fue suficiente el amor que el poeta palpó junto a los otros, porque le ocultó el dolor («De todas las superficies afloran súplicas»[48]) y lo distrajo de la verdadera realidad: cuanto más andaba, más se acercaba no a la salvación que le reportaría el descubrimiento del gran enigma, sino a la muerte que sin Dios suponía la nada:

«Y no acabas jamás de darte cuenta

 que has llegado por fin

 donde trasciendes»[49].

Mientras que la luz va apoderándose de la mañana («La luz hospeda la mañana. / […] / Las cosas reclaman la mirada»[50]), el ánimo del poeta se angustia con recuerdos insufribles y dolorosas vivencias pasadas (traducidas en un surrealismo de imágenes oníricas):

«Se duerme una muñeca

en la nostalgia de una madre.

Cuerpo de regresos lleno.

El patio, cada vez más profundo,

sostenía columnas y se cansaba»[51].

La segunda parte, «Donde el otro»[52], comienza con un poema titulado «Sombra de pie»[53]. Ambos títulos resultan significativos pues el primero indica un encuentro con el ser humano y el segundo, la forma fantasmal en que éste ha quedado en su recuerdo, inmortalizado en una fotografía donde se ha retenido su imagen («Prodigio del retrato»), pero no su existencia («Estuvo y no volvió / dejó su voz temblando / hasta apagarse»). Ésta es la verdadera realidad que duele y angustia al poeta: el ser humano no es capaz de conocerse ni conocer a los demás ni saber lo que busca pero, cuando encuentra algo, se autoconvence de que eso es lo que busca para engañarse, porque necesita un soporte anímico que lo mantenga en la búsqueda, aunque en su conciencia sienta que no hay esperanza posible:

“Nos engañamos en los descubrimientos.

Siempre nos engañamos

para no sentirnos defraudados».

Esto le sucede al ser humano con el amor cuando, arrastrado por la pasión, cree encontrar en otro corazón lo que no es capaz de hallar en el suyo y se entrega ciega e incondicionalmente, engañándose en el calor de otros brazos que por unos momentos lo apartan de la cruda realidad:

«Destruimos lo que somos

 para caer en otros brazos,

 […]

 laberinto para luego jugar

 al escondite del amor».

Pero ni siquiera el amor es capaz de apartar al poeta de su preocupación más acuciante, el tiempo, y de nuevo vuelve a la nostalgia del pasado paradójicamente cuando llega la mañana, donde por lógica debía tener su ánimo más fortalecido con la llegada de la luz y sin embargo ésta la hace más patente y dolorosa (de ahí el título del siguiente poema «Duele ya la mañana»[54]:

«Súbita viene una vieja mañana

de imposibles amigos

fragantes añoranzas

[…]

una estampa posee la cariñosa

mirada que perdimos».

Y como siempre que se hunde en el pasado el poeta se encuentra con la fugaz fragancia de un dulce recuerdo («Pasa una paloma / y su vuelo queda atrás / hecho encaje azul, / esencia del pinar»[55]) y enseguida con sus propios fantasmas («sombras vagan la estancia») que lo desorientan y lo contradicen («Confusión de sentidos / a través de propias controversias»), enredándose en visiones oníricas que atormentan su mente («Cosas rotas enseñando / dormitorios de enfermos, / cuarto de estar con vida almacenada / en las costuras de la imaginación») y descubren su caótico estado mental, mientras Dios contribuye a acentuar su angustiosa soledad cuando el poeta va humildemente a pedirle ayuda:

«Pasea Dios soledades

 tremendas de un anciano

 cuando nadie le ve

 en la iglesia vacía».

El resultado de este ambiente fúnebre y descompuesto de mañana de noviembre es el encuentro con la muerte («Huele a procesión de sol, / a aurora de viático») en lugares lúgubres («Huele […] / a invernadero. / A pozo de donde hay juntos / huesos dormitando astros»), mientras la realidad hace vivir al poeta con la pasión que ya no es capaz de imprimir a sus preocupaciones verdaderas y trascendentes:

«submundos de noticias

 que escuchamos con emoción».

El poeta para justificarse continúa en su meditación, sale de sus reflexiones particulares y recuerda cómo el hombre ha buscado siempre la esperanza («Traseras del tiempo»[56]): unas veces exponiendo su vida («hombres perseguidos»), otras a través del recogimiento y el misticismo («en conventos») como las monjas de clausura del barrio de San Mateo de Cáceres cuyos cantos, aún vivos en su mente, le traen recuerdos de un mundo pasado mejor, del que el tiempo lo ha alejado dolorosamente para ser ocupado por otro que lo ha sustituido por ley inexorable de vida:

«Recóndito el huerto de las monjas,

 bóveda del cielo para arcángeles,

 Dios, melodía que llena los espacios,

 única soledumbre en la mañana.

 Nostalgias de memorias

 en una claridad de encendidos

 jazmines. […]

 Donde dejamos lo mejor que fuimos.

 Donde el otro».

 Pero todo ha sido en vano pues el hombre a pesar de su esfuerzo únicamente ha logrado aumentar su angustia:

«Se alzó por dentro para alcanzar

estatura de deseos

Para sentirse observador de Dios.

Y velaba en la alcoba del bosque

indescifrable mundo acongojado».

Luego cuando el poeta intenta salir de su interior y buscar a los otros sólo consigue encontrar problemas («Nos denuncian. Nos juzgan») y la sensación de tener, física y espiritualmente, su voluntad a merced de los demás:

«Extraña sensación de prisionero

 en el confesionario».

 Después en la calle confundido con los otros siente esa sensación de bienestar cuando participa de su inconsciencia existencial («la gente que va de prisa / sin saber a dónde el río»). Pero, pasada la euforia inicial del encuentro con los demás, aparece el desencanto por la extrañeza que le producen la gente desconocida con las que se cruza y en las que nota sobremanera la acción destructiva del tiempo («Entonces fue cuando se apoderó / de nosotros / una triste existencia ya vivida»), que lo devuelve a su soledad y a su asfixiante melancolía hasta hacerlo abrigar deseos de autodestrucción:

«Tanta que no nos importaría

 morir en el olvido

 de nuestro nombre».

Y de esta manera se llega a los versos más clarificadores del libro, pues resumen su contenido («Todo cae»[57]): el hombre necesita de los otros para identificarse porque en soledad se desconoce a sí mismo por no tener puntos de referencia. Pero cuando halla a los demás en medio de la muchedumbre se encuentra con sus imperfecciones:

«Hemos visto pasar hombres

 que iban o venían

 con cuentas en la boca

 y cánceres rondándoles los sueños».

Este encuentro doloroso lo lleva a la certeza de que, a pesar de la fortaleza de la masa, todos (incluido él) están abocados al fracaso de una tragedia universal. Luego en la noche el bullicio y la actividad del día, donde había logrado olvidar sus fuertes pesares, desaparece y en la soledad nocturna el drama de la vida se convierte en insufrible:

«Siempre estamos esperando a alguien

porque no sabemos quiénes somos

y necesitamos revelarnos en otros.

Impresionante bodegón humano,

autopsia a la persona,

brochazo de color enaltecido,

nos funde y nos confunde.

Voz baja de paréntesis.

Malherida la imagen.

Así será porque así era.

Una tragedia suntuosa.

Después, cuando vuelva la noche,

subirán los gatos al tejado de enero,

a maullar, cerrando calabozos

que guardan los crespúsculos,

emblemas y canciones,

en arca del albor».

Mientras («Volver es no llegar»[58]), Dios sigue presente y el ser humano continúa con su búsqueda infructuosa («Corría Dios, corría el hombre, / corríamos nosotros / con ansia de alcanzarlo. / No lográbamos llegar»), inmerso en esa espiral cíclica que no tiene fin («El hombre a quien seguía / éramos nosotros / que a la vez le seguíamos»), donde el hombre acompaña a otros y sin embargo necesita ser consciente de su soledad para no perderse definitivamente en ese viaje («Y, sin embargo, si no sabes / estar solo / estás perdido»), en que el hombre va quedando en estaciones malolientes y tristes («donde dormitan los pobres del mundo / y ancas sudosas de mulas fatigadas») como la misma muerte que los acecha en ellas cada tramo del camino.

De ahí que a estos versos les sucedan otros («Manto azul»[59]), que son un reproche al misterio que supone el relevo incesante del ser humano y la destrucción paradójica a la que está condenado para que nazcan otros que a su vez serán relevados inmisericordemente en un continuo enigma difícil de entender. Y mientras Dios sostiene al ser común con historias de seres inmortales («Dios nos llena de biografías / de mágicas leyendas / e inmensos panoramas / que ya fueron»), cuando la realidad es otra muy distinta: el ser humano es imperfecto y finito, por tanto no existen los héroes; la creación de Dios no supone vida sino destrucción y la eternidad es una paradoja porque nace de la muerte:

«Dios incesante.

Años para regalos de Dios

en su creación incesante.

En su incesante destrucción.

Sorprendente eternidad

en la muerte que nos acompaña:»

.

La tercera parte[60] lleva el título de «Incesante misterio»[61], que el poeta ha anunciado en la segunda donde existen dos momentos que insisten en esta idea mostrando la tremenda preocupación sentida por ese trágico y enigmático ciclo:

«El hombre a quien seguía

éramos nosotros

que a la vez le seguíamos:

incesante misterio acompañándonos»[62].

«Dios incesante.

Años para regalo de Dios

en su creación incesante.

En su incesante destrucción»[63].

   

Estos versos no sólo sirven de conexión entre una parte y otra, sino también anuncian el «incesante misterio» que se hace más patente a la caída de la tarde, cuando las sombras acechan y el poeta poco a poco cae en una mayor melancolía conforme se va apagando la luz de la tarde en el crepúsculo vespertino y las sombras comienzan lentamente a invadirlo todo («Sangra la luz / por todas las rendijas / quedando lecho íntimo / de palpitante confusión») para quedar en el silencio insondable, en que se manifiesta la presencia de Dios, misterio insondable, de una doble y contradictoria manera: triste por no poder alcanzar su ayuda y a la vez agradable por la paz que deja en el ambiente:

«Víctimas somos nosotros

 en silencio hermoso que Dios mana».

El mismo Valhondo explicó en prosa esta paradójica concepción del crepúsculo del atardecer: «Antes de que caiga la noche, entre la tarde y el atardecer, hay una diferencia de tiempo que para mí es esencial y, además, es lo más bonito del día; quizás porque también sea lo más melancólico. A mí la palabra melancolía, no por su sonoridad, sino por su meollo, es quizás la que más me gusta»[64].

Mientras, los seres humanos se destruyen mutuamente en guerras ayudando así al ciclo mortal que, aliado con el tiempo, calladamente los convierte en despojos («serán ruinas de voces contenidas / en un corral de piedras») y el hombre se engaña encendiendo luces para no ver las sombras de la noche donde todo se vuelve más enigmático y trágico:

«la noche está encima,

 inexorable».

De ahí que el poeta («Siempre vuelve el otro a esta hora»[65]), ante la realidad inamovible que no es capaz de comprender, use como arma el abandono[66], fruto de una desilusión no exenta de indignación y rebeldía ante el ataque contra la dignidad de la condición humana que, de por sí imperfecta, es continuamente agredida por aquéllos que no quisieron participar en la marcha universal hacia Dios:

«ahorramos lo abandonado,

lo inexplicable,

lo no acordado,

las posibilidades

cuando tenemos las manos llenas

de una secreta y rara indignación

por la palabra no encontrada».

Y como el ser humano no tiene derecho a abrigar esperanzas («¡Matad sus fantasías!»), decepcionado calma sus traumas con quien menos culpa tiene («Entonces es cuando escribimos, / niños de recreos castigados, / cien veces la palabra silencio / en el cuaderno»). Por esta violencia soterrada, el poeta no entiende al ser humano, a pesar de haber realizado con él aquella marcha en busca de Dios que, aunque decepcionante por su fracaso, fue un modelo de solidaridad y de creencia en la posibilidad de un mundo mejor mientras duró:

«Juntos cruzamos senderos

 […]

 Vuelo de lo incierto

 por conseguir cenizas esparcidas

 en un paisaje donde estaremos analizándonos».

Éste es el motivo de que ahora el poeta llegue a su mayor esfuerzo reflexivo y con él a su máximo desencanto, pues concluye en que el hombre no logrará conocerse a sí mismo ni descubrir el enigma de la vida por mucho que lo intente, aunque al final guarde la esperanza de que un Dios comprensivo se compadecerá y acogerá a todos en su regazo:

«todos los hombres […]

 se fundirán en un solo Dios perdido

 en los brazos del tiempo».

Por esta razón el poeta cambia de parecer y piensa que la solución no se encuentra en la unión de los seres humanos porque es una empresa imposible, sino en hallar a un hombre auténtico en su conciencia, que es por donde puede venir la verdadera salvación del mundo, cuando cada ser humano se proponga sinceramente mejorar y conseguir un mundo más humano y solidario:

«Dichoso aquel que encuentre

 un hombre solo.

 Y sea él».

El poeta ha intuido que el hombre es un ser solitario ante su conciencia, sus circunstancias existenciales y la muerte pero también se ha dado cuenta de que es aquí donde radica su grandeza (tiene capacidad de raciocinio, de amar y sentir; es independiente, libre y parte la divinidad) y su miseria (es finito; tiene grandes imperfecciones; depende de Dios que no se manifiesta; es destruido lentamente por el tiempo y siente temor ante la muerte porque es un enigma incomprensible al que debe enfrentarse solo).

Esta doble contradicción es soportada por el poeta unas veces con gozo y la mayoría con un gran dolor como le sucede ahora por la experiencia vivida y sufrida en su decepcionante etapa política, que coincide con el momento de componer el libro:

«Paseamos un país de indiferencia».

Por este motivo descorazonador, el poeta se encuentra de nuevo en la sala de espera de aquella estación de ferrocarril maloliente («El vuelo busca cuerpo»[67]), lleno de recuerdos nostálgicos[68], desorientación, soledad y abandono porque ahora el tren no es aquel medio para buscar la libertad en nuevos horizontes, sino un modo de huir de la realidad que no lo ayuda a alejarse sino a quedar abandonado en una estación donde lo atrapará la muerte:

«La posada del día nos cobija,

 limita nuestro cuerpo a tanta huida.

 Somos objetos olvidados

 en mágico desván de algún cadáver».

El hombre no es por tanto un personaje de leyenda sino un ser imperfecto lleno de «sangrantes heridas», cuya marcha a Dios ha terminado en una anónima estación donde aún escucha aquella melodía universal que desde muy lejos lo sigue llamando pero en vano, porque sólo es un montón de despojos agotados. La marcha épica del hombre ha quedado únicamente en un sueño herido de un pasado ya lejano:

«Juntos, unidos,

escuchamos, muy lejos

la música nostálgica,

la llamada, el nombre.

[…]

La posada del día nos cobija,

limita nuestro cuerpo a tanta huida.

Somos objetos olvidados

en mágico desván de algún cadáver.

Nos convertimos en leyendas

de sangrantes heridas

que parecen de ayer

y nunca fueron».

Ante esta comprobación estremecedora poco a poco se va notando un aumento de las preocupaciones del poeta: un velo negro se va corriendo sobre el pasado; los deseos de libertad se han convertido en simples recuerdos; el mundo sigue existiendo por la destrucción («el mundo se mantiene de quienes lo destruyen»); todo se aleja («Dónde inocencias perdidas»), incluso la posibilidad de concienciar a todos los hombres de que su destino es la solidaridad para poder enfrentarse al tiempo («Donde ganar al hombre / que juega a contemplarse / en reloj sin agujas»), pues existen algunos a los que no interesa ni la soledad (conciencia individual) ni la solidaridad (conciencia colectiva):

«La huella donde buscamos

 lo que fuimos nos lleva

 a comulgar, en altar

 que levantaron en el paisaje,

 con nuestra propia soledad,

 con la solidaridad humana».

Esa forma de actuar del ser humano, contraria a la conciencia colectiva lo lleva a no conocerse y a estar aún más solo y perdido:

«En el reflejo del espejo

 no nos reconocemos imitándonos».

Entonces la realidad le parece caótica e inhumana, porque lo más tierno sufre ante la indiferencia de los demás («Riegan lágrimas rostros / de vírgenes alzadas, cáliz de palabras, /en la que habitamos, bebemos») y todo es un caos desolado que se acentúa en las tristes tardes de domingo. También la niebla del noviembre otoñal ahora vuelve a invadirlo todo, dejando en el ambiente el lamento de ese mundo desconcertante («Niebla, momia velatoria / sin futura libertad, / es mueble para tacto solemne, / sólidas y profundas / voces apagadas»), aunque a pesar de esto el poeta parece abrigar alguna esperanza («Que un día alguien encenderá»).

En el último poema, «Algo hemos quedado ahí»[69], el poeta llega a un patente escepticismo («Recuerdos y nadas nos resumen») que le hace exclamar una especie de credo del desencanto, lleno de acusaciones culpando al ser humano por haber creído en un imposible: «Creemos en la resurrección de los fracasos / cuya culpabilidad ha sido sólo nuestra / […] / Nosotros somos los únicos culpables / de crucificar alegrías en los cipreses». El ser humano es el único culpable del fracaso de no encontrar a Dios por unos cuantos egoístas, cuyos intereses particulares hacen que la fuerza común de la humanidad sin ellos no sea suficiente para llegar a la divinidad, convirtiendo la esperanza en decepción y en masa amorfa las individualidades que, arrastradas por la muchedumbre, pierden su personalidad y se convierten en seres sumisos, desorientados y apáticos:

«Nos entierran en ellos pluralizándonos

 porque saben que uno solo

 ha sido lo que todos».

Así el ser humano sin espíritu no consigue su propósito y vaga errante, solitario y desorientado, intentando encontrarse, atento a una solución milagrosa que venga del cielo y lo salve, porque en la tierra no la encuentra. Pero el tiempo se agota y la muerte se aproxima:

«Esperamos la noticia que nos sorprenda.

 Deseamos juntar lo que somos

 con lo que nunca conseguimos ser.

 En un anochecer de propia sepultura».

Mientras, la melodía de siempre sigue con insistencia en la noche, martilleando la conciencia del ser humano con el recuerdo de su deseo frustrado. Y otra vez las sombras, los fantasmas y la sensación de no conocerse, de ser otro distinto al del día anterior y como consecuencia la desorientación, los recuerdos y la soledad. Al final la esperanza del fin de ese domingo interminable, el anhelo de un nuevo día donde el poeta necesita renacer al bullicio, al cobijo de los demás, a la vida en suma que llena las calles y espanta sus fantasmas:

«En la mano que extendemos

 un gigantesco lunes

 amanece».

Esta esperanza ha sido traducida por Antonio Montero con un sentido trascendente, pues ve en estos versos la confianza del poeta en una vida inmortal, después de una existencia corta e inexplicable: «Estos versos suyos, en su honda transparencia crepuscular, rezuman tiempo y eternidad, nostalgia y presencia. Son delgados (¡redundancia!) y alados, finos y tristes; pero evangelizan esperanza»[70].

Y por último aparece en Inefable noviembre una reflexión («Todo es / sólo un día / apenas un rato»[71]) que resume el contenido del libro y reafirma la idea de que es la preocupación por el tiempo y la muerte el tema central en torno al que Valhondo realiza su meditación trascendente. Para Garciasol estos versos finales significan la toma de conciencia del poeta sobre la pasmosa fugacidad del tiempo, que resume la vida en un momento inefable con un final trágico: «Lo esencial era esto de ver y aceptar, cuando casi todo es claridad, que somos un momento conscientes -nuestra pequeña existencia- y volvemos al olvido, a la nada, al silencio»[72].

En Inefable…, Valhondo sigue con la influencia de la poesía narrativo-descriptiva, que inició tímidamente en Aurora. Amor. Domingo, continuó en los libros posteriores y utilizó en Un árbol solo para construir un libro completo.  No obstante, en Inefable… existe una diferencia en el desarrollo del discurso con respecto al libro precedente: La narración-descripción ya no es tan extensa, pues se estructura en partes y poemas que imprimen más unidad a los saltos mentales del poemario, ahora más localizables por seguir éste una trayectoria temporal.

De todas formas en Inefable… Jesús Delgado Valhondo ha hecho suya esta influencia, pues la ha incardinado en su poesía de tal manera que a estas alturas de su obra poética ha olvidado casi por completo aquellas referencias, que en momentos muy determinados parecían referirse a tendencias y poetas concretos. Por otro lado Valhondo ha adaptado su voz a sus circunstancias personales, de tal forma que su poesía no se parece a ninguna corriente ni poeta porque la poesía narrativo-descriptiva va de dentro a fuera y sin embargo la suya hace el recorrido contrario: Cada vez más honda, cada vez más suya, cada vez menos sospechosa de semejanzas o parecidos.

No obstante insiste en ideas ya usadas en libros anteriores como la imagen del tren que ya se ha interpretado como influencia de «Mujer con alcuza» de Hijos de la ira, o la imagen del río que procede de Heráclito. Pero así y todo se puede afirmar que Inefable… es el libro más independiente de Valhondo en su etapa crepuscular.

Pasado aquel momento eufórico en Un árbol solo de la marcha universal de la humanidad hacia Dios, el poeta se enfrenta con la cruda realidad espiritual del fracaso definitivo de su búsqueda y con la física de contar con más de 70 años. Y lo hace sin embargo con un estilo basado en un tono exento de rencores y exabruptos, aunque no libre de duras acusaciones que, dichas en un tono sosegado pero contundente, surten un trascendente efecto porque abre los ojos de sus semejantes a una desgarradora verdad, que no habían advertido o bien ocultaban queriendo eludirla, como cuando acusa a Dios de engañar al ser humano con superhombres y grandiosas historias pasadas y denuncia su creación destructora:

   

«Dios nos llena de biografías

de mágicas leyendas

e inmensos panoramas

que ya fueron»[73].

También se detecta en el estilo de Inefable… momentos de ironía (aunque no tan agria como en libros anteriores), con los que el poeta destaca la injusticia que supone el ser humano destruido por el tiempo, mientras Dios siempre se mantiene intacto en una dolorosa paradoja que deja a sus seres abandonados a merced de la finitud y caducidad terrena, a pesar de su origen divino, infinito e inmortal:

«Sobre el tiempo intacto,

pergamino de Dios,

escribe cartas»[74].

«Sorprendente eternidad

en la muerte que nos acompaña:

Sentimos que nos anuncian»[75].

No obstante la melancolía y la nostalgia son los sentimientos predominantes en Inefable …, que impregnan de dolor la densidad de las reflexiones sobre el tiempo pasado y las nefastas experiencias vividas, dejando un poso de amargura en el espíritu ya muy herido del desencantado poeta. Aunque, lejos de mermar el lirismo del discurso, lo acentúa hasta el punto de encontrar opiniones como ésta de Ricardo Senabre, donde se muestra fuertemente emocionado y conmovido tras la lectura del libro: «hay en ellos [en los poemas de Inefable…] auténtica magia. El libro es bellísimo y llega a sobrecoger por su nostalgia. Incluso los poemas más simples en apariencia -así el de la página 30- son de una densidad poco común»[76].

Y es que de nuevo Valhondo ha logrado inmiscuir al receptor en su triste melancolía y en su lacerante nostalgia porque como él se ve afectado negativamente por el tiempo, que pasa rápido para todos. De tal forma que su extrema sinceridad, su dolorosa protesta y su humano escepticismo se hacen familiares a los seres humanos comunes en esos inefables domingos de noviembre, que también llenan sus existencias de insondables enigmas: «Otra vez he podido paladear sus versos, que arrancan de las raíces de su ser de hombre, y logran siempre conectar con las raíces más hondas y entrañables de sus lectores. Habla Vd. a la esencia de nuestras inquietudes con palabras esenciales. Todo en su poesía suena a verdad. Y a novedad, como algo que nunca hemos oído, al menos en la formulación que Vd. le da»[77].

 La fuerza del lenguaje surrealista, la sugerencia de las visiones oníricas, las imágenes alucinantes, los recursos líricos y el versículo con sus inflexiones versales producen una tensión y un efecto multiplicador que convierten su reflexión en una meditación trascendente, y no la hace fácil porque le resulta imposible expresar sus múltiples preocupaciones y sus sentimientos contradictorios de otra manera.

Su expresión complicada es la traducción exacta de la dificultosa manera que tiene  el poeta de intentar explicarse un mundo y una existencia repleta de obstáculos y  demasiado complicada para un alma sensible como la suya en un momento que se encuentra agotado, sin tiempo y sin la esperanza de comenzar de nuevo: «Poesía difícil o no fácil, lo que no debe sorprender dada la densidad conceptual, la envergadura de las cuestiones abordadas. También poesía difícil ya que el poeta parece negarse a dar facilidades a su lector»[78].

Martínez Cachero cuando habla de falta de facilidades se refiere a la ausencia de musicalidad y ritmo de los versos y a la tensión que mantiene al lector en un misterio constante, como si el poeta eludiera una explicación concreta de la realidad. Pero a estas alturas Valhondo evita conscientemente cualquier tipo de embellecimiento gratuito, porque ya lo único que le importa es el mensaje y quizás se descuida en mantener un ritmo constante; aunque esto puede ser debido más bien a este tipo de poesía, originariamente lineal y prosaica, que a descuido del poeta. Y también el poeta no se complace en mantenernos ignorantes sino que simplemente sus dudas son reales, pues no logra explicarse y por tanto explicarnos, el misterio que envuelve su vida y sobre todo ahora que se encuentra abatido en los últimos años de su existencia.

De ahí que las referencias a su desorientación sean constantes: «Vamos sin saber a dónde / […] / Nos encontramos […] / donde no sabemos cuándo estuvimos solos / […] / y no supimos nada más / […] / no sabemos quién es / […] / Hemos perdido no sabemos qué / y lo buscamos. / No sabemos si fue esta mañana / y cuándo / […] / no sabemos quiénes somos / […] / quién será ése que nos dijo: ‘Vámonos’ «.

También José Luis García Martín llama la atención sobre la existencia de una cierta monotonía en el libro, a pesar de reconocerle sus indudables valores, cuando dice: «Inefable … es una obra densa, matizada, quizás a veces de una cierta monotonía»[79]. Con estas palabras puede referirse a la insistencia de Valhondo en los temas que últimamente lo atormentaban, teniendo en cuenta que en Un árbol solo ya los expuso haciendo un compendio de ellos porque pensaba que iba a ser su último libro. Pero como sus cálculos le fallaron los siguientes insisten en los mismos temas y puede que en algún momento pueda resultar repetitivo: «Presentación de Inefable … en el Ateneo de Badajoz por Delgado Valhondo: Delgado Valhondo se calificó como ‘un poeta en busca de la soledad’. Había pensado que Un árbol solo sería su último libro poético ‘pero está claro que me equivoqué y con mucho, porque ahora estoy terminando otra obra ‘La habitación del rato’ y me he dado cuenta de que no puedo parar’ «[80].

Sin embargo, Valhondo se esfuerza por mantener viva la tensión dramática del poemario con dos aumentos del surrealismo: uno, al final de la primera parte cuando la luz gana el espacio a las sombras de un día desagradable de noviembre (a partir de «Plenitud de sol»[81]) y otro en el poema «Duele ya la mañana»[82], precisamente cuando aparecen los fantasmas en sus recuerdos. O cuando adopta un tono de frase lapidaria como el que Cristo empleó en las bienaventuranzas: «Dichoso aquel que encuentre un hombre solo y sea él»[83]. O de auténtica plegaria: «Tu poesía ha sido una permanente oración»[84]. O por medio de las imágenes que llenan el libro, presentan más gráficos sus pesares y hacen más sugerentes sus sentimientos.

De cualquier forma no se puede negar la existencia en Inefable… de una cierta monotonía en la reiteración de temas sobre los que el poeta vuelve una y otra vez en un vano y desgarrador intento de entender la realidad y justificar su desorientación. Pero también esta insistencia (acentuada en sus últimos libros) mantiene la tensión dramática de la reflexión trascendente y evita la monotonía. No obstante se comprueba que el poeta insiste en estos temas:

La vuelta al pasado desde un presente que lo angustia («arrincona […] / imágenes de antes / […] / contemplando ratos no poseídos / que fueron recuerdos vaciados / […] / nombres inefables, inmersos / en el recuerdo no nacido»). Hemos encontrado en una narración de Isabel Allende un texto que explica cómo se produce el proceso de la vuelta al pasado en uno de sus personajes, idéntico al que se da en Jesús Delgado Valhondo: «Yo le daba noticias del mundo y ella me contaba de su pasado, que parecía irse tornando cada vez más vívido para ella, como si todos los recuerdos de antaño fueran parte de su presente en el silencio que ahora le rodeaba»[85]. Silencio que para el poeta es una especie de trampa tendida por Dios, pues ese silencio es el que lo arrastra una y otra vez a sus recuerdos:

“Víctimas somos nosotros

 en silencio hermoso que Dios mana»[86].

Los anhelos frustrados por el fracaso de su búsqueda de Dios, después de recorrer un camino interminable:

«Nunca logran llegar

 […]

 y no logras llegar

 donde querías»[87].

Y el dominio del hombre sobre el hombre y la falta de solidaridad:

«Nos entierran en ellos pluralizándonos

 porque saben que uno sólo

 ha sido lo que todos»[88].

 Sin embargo Jesús Delgado Valhondo no pierde en ningún momento el control de su poesía e Inefable… discurre entre versos muy vigorosos, que proceden de la experiencia vital del poeta a estas alturas muy convencido ya de lo que dice por haberlo meditado durante toda una vida, como si quisiera advertir que no existe otra explicación de la existencia y que no hay solución posible, aunque su verso y su palabra tengan ahora más fuerza y valor que nunca. Por esta razón la melancolía que invade Inefable… debía haber producido versos desangelados, faltos de fuerza e incluso de belleza pero sin embargo ganan en frescura, vigor y creatividad como es posible observar en estos versos descriptivos:

«Entra por la puerta

el campo ardiendo.

Las hojarascas se arrinconan.

Traseras de casas

con yerba avergonzada.

Tábanos preñan de temblor

el aire sucio, cansado.

Estelas de caminos huelen

a añoranzas de cañadas»[89].

Por el mismo motivo esa meditación se convierte en esencial y resulta fácil descubrir aquel tipo de poesía sintetizada, que hizo personal en libros anteriores desde la cita elegida de Borges («Hoy es ayer») y los primeros versos del poema, ejemplo de comienzo abrupto con el cual el poeta sitúa al momento en la acción («Es de agradecer haber despertado / una vez más, siempre única, / a Dios») hasta los últimos versos del poemario:

«Todo es

 sólo un día,

 apenas un rato».

 De ahí que a Martínez Cachero le llame la atención «el predominio de sustantivos y verbos, en cláusulas breves e independientes con el punto y seguido como signo separador»[90] y Manuela Trenado asegure que «Inefable… constituye una condensación de la poesía cada vez más pura, en la trayectoria creativa de Delgado Valhondo»[91].

Es cierto, hay en Inefable… un deseo de síntesis lírica que se corresponde con la concisión temporal observada en ese esfuerzo por simplemente sugerir el tiempo como si pretendiera sintetizar la reflexión del libro, que es la de toda una vida, en un momento no afectado por él. Esta concisión por tanto es un medio de defensa, un esfuerzo de concisión por evitar que su palabra no le sea arrebatada por su temible enemigo y a la postre por quien él sabe que lo va a vencer implacablemente. Así por ejemplo sólo una vez menciona la palabra «domingo» en todo el libro («Piel de madre. Mañana de domingo»[92]).

Pero ni la dificultad de entender con claridad el contenido del poemario ni la poesía esencial que lo llena ni el surrealismo en el que está inmerso tergiversan la voz personal de Jesús Delgado Valhondo pues, aunque cambiado en la forma, sigue sonando en el fondo a aquella otra de versos cortos, leve asonancia y expresión directa porque, a pesar de sus adversas circunstancias y del paso del tiempo, no han cambiado en él sus sentimientos ni la recia espiritualidad que siempre lo caracterizó ni el deseo de conseguir un mundo más comprensible y humano: «Tu poesía la leo al trasluz de un hombre sensitivo, justo, entero, cabal en todo»[93].

Sus versos continúan siendo realmente sentidos y siguen expresándose con una pasmosa naturalidad incluso cuando el poeta descubre sus sentimientos más celosamente guardados, sobre todo en lo que se refiere a esos deseos de religarse con la divinidad que se le escapa por momentos, le causa la angustia de la duda, le provoca el desencanto del escepticismo y lo arrastra irremisiblemente a la nada.

 En estos momentos es cuando se halla al Jesús Delgado Valhondo más auténtico cuando más desorientado se encuentra, cuando más se aferra a ese tiempo que se le escurre entre los dedos: «La poesía de Inefable… se acendra y deshuesa mucho más que la anterior del autor. El poema va soltando lastre léxico y aligerándose en mentida y sabia inconsistencia verbal… Hay en el libro una denodada y afanosa búsqueda estética de la identidad propia y del secreto total. Inefable y corto y largo, domingo de noviembre discurre de la súbita mañana a las sombras de la noche. El libro es un bello soliloquio inacabable»[94].

El poeta, que construyó el primer original queriendo volver a su primera poesía medida y de suave rima, terminó por escribir la reflexión que supone Inefable … en versículos siguiendo los pasos iniciados en Un árbol solo, porque de ninguna otra manera hubiera podido expresar el cúmulo de misterios, sentimientos, rabia y cansancio que en estos momentos invadían su derrotado espíritu.

Además el motivo de la adopción del versículo se debe a que este tipo de forma versal y rítmica es más propia para un libro de poemas, que es una pura meditación trascendente como Inefable …, porque la lírica reflexiva sigue el dictado de la mente, y ésta no quiere medidas ni acepta encorsetamientos rítmicos tradicionales. Y como la mente desea actuar en total libertad sin el obstáculo que supondría los versos medidos y la cantinela de la rima, los versos fluyen ágilmente formando un todo y su discurrir sólo es interrumpido levemente por los títulos de las partes y de los poemas, que no obstaculizan el discurso del poeta sino que sirven de contención, para no desbordarse en determinados momentos y como descansos reflexivos, para permitir al lector ahondar en la meditación a la vez que la va asimilando.

Otro recurso de contención es la longitud de los versos de los versículos que en general tiene una extensión media de ocho a diez sílabas. El verso más pequeño empleado es el trisílabo y el mayor el alejandrino (aunque no es frecuente, porque los versos más largos suelen tener doce o trece sílabas). Es decir, que se descubre un equilibrio métrico no por los versos medidos (que no lo están) sino por la tendencia apuntada a versos de mediana extensión. Este hecho es un deseo de equilibrio del poeta que intenta no dejarse dominar por la angustia en este momento dramático.

No obstante Gregorio Torres Nebrera ha llamado la atención sobre la existencia de un verso medido en todo el poema. Se trata del endecasílabo que forma el título: I – NE – FA – BLE – DO – MIN – GO – DE – NO – VIEM – BRE («su título -endecasílabo armónico de excelente factura- …»[95]). Además Nebrera agudamente también ha alertado sobre un detalle que por sutil puede pasarse: el título de Inefable domingo de noviembre y el endecasílabo que lo forma están construidos a conciencia.

Esta apreciación, que aparentemente no tendría más consecuencia, encierra una explicación del motivo de la variante que aparece en el título de las dos ediciones y que lleva a afianzar la hipótesis, documentada anteriormente, sobre que el título original fuera Inefable noviembre, pues debió suceder lo siguiente: Valhondo concibió el libro con este título, después le añadió «domingo» porque le resultaba más sonoro, elegante y más completo (i-ne-fa-ble-no-viem-bre = siete sílabas; se quedaba corto, le faltaba contenido). Pero teniendo en cuenta la incertidumbre que siempre tuvo con los títulos, dudó y lo tachó en el borrador empleado en las dos ediciones. De ahí que Sánchez Pascual lo pusiera completo y el editor de Bahía no al respetar la tachadura.

El sentido de la imaginería de Inefable …, que por su melancolía se llena de un lirismo delicioso, se sitúa en una realidad por encima de la vivida donde el poeta encuentra la razón de sus pesares: «Otro rasgo que echo mucho de ver […] es lo que llamo superrealismo, esto es: La acumulación de imágenes y visiones un tanto insólitas que se enlazan sorprendentemente, acaso obedeciendo a movimientos subconscientes en la mente y sensibilidad del poeta, desde luego no a movimientos de orden lógico. A veces estos versos permitirían la reconstrucción de una escena de matiz realista, pero otras veces esto no es posible y, entonces, nos quedamos con sólo lo que he dado en llamar superrealismo»[96].

Esta apreciación es cierta porque existe en Inefable… una alusión constante a la sobrerrealidad, ya mencionada indirectamente cuando se ha hablado de surrealismo. El motivo que tiene el poeta para realizar frecuentes incursiones en la superrealidad no es otro que situarse en un nivel superior de la realidad vivida para intentar comprenderla porque, ahora más que nunca, le resulta inefable. Por eso muchas de las imágenes que aparecen en el libro se caracterizan por la imposibilidad de ser traducidas, aunque no dejen de surtir el efecto que se propone el poeta: impregnar el poema de melancolía, tristeza, desorientación, incapacidad de atrapar el tiempo y preocupación por la proximidad de la muerte.

 La mayor parte de las imágenes por tanto son resultado de visiones oníricas y subconscientes, que ayudan a crear el ambiente descorazonador y escéptico en que se mueve el poeta, indican su desolador estado espiritual y sitúa al receptor anímicamente en el momento temporal en que se encuentra:

Imágenes insólitas, creativas y originales que insisten en el misterio de la realidad donde se halla desorientado y temeroso: «penumbra de nostalgias, / en celosa armonía de perfiles»[97], «Filo del amanecer, en surcos / arrincona vientos suaves»[98], «puerta de la melancolía»[99], «navegando contenido de secretos»[100], «Ropa interior del aire»[101]. Algunas ya fueron utilizadas en libros anteriores: la del tren («Sala de espera, en la estación, / adormilada. / Pasan trenes, sobre arcos de puentes, / hacen vibrar cigarras, / árboles, canarios amarillos, / la vía que pisaste. / Pasa el último tren / convocando lejanas ansiedades»[102]) y la del río («Amamos lo que escribieron sobre el agua. / […] / Pueblo que solo va, / […] / Nunca logran llegar. / Nunca pueden. / Y siempre el mismo pueblo. / Y siempre otro»[103].

Personificaciones con las que da vida a conceptos que la toman en su imaginación angustiada por la nostalgia: «enamorado viento»[104], «Una vara de nardo se imagina / fantasía de cielo no estrenado»[105].

Hipérboles que recuerdan la lacra de la guerra y su estrecha relación con la destrucción y la muerte: «estallan paredones / que circundan camposantos»[106].

Metáforas con las que trata de traducir sensaciones difíciles de interpretar comúnmente: «Sobre el tiempo intacto / pergamino de Dios, escribe cartas»[107]. «su vuelo queda atrás / hecho encaje azul»[108]. «Piel de madre. Mañana de domingo»[109].

Hipérbatos que alteran el orden de su discurso para destacar primero sus preocupaciones: «Dentro de ti nos observa, / de incógnito, / indiferente y distante, / a sus vivencias, / otra mujer»[110].

Anáforas que describen gráficamente acciones, donde el poeta ha participado angustiosamente: «Corría Dios, corría el hombre, / corríamos nosotros»[111].

Aposiciones con las que explica líricamente sensaciones inefables que desea hacer inteligibles: «Trapera figura pensativa / -sótano habitado del espíritu-«[112]. «el sol, alondra en los trigales, / aire enjaulado de la espiga»[113].

Símiles que aclaran situaciones difíciles de explicar o de entender: «una estampa […] / la hemos llevado por calles y por plazas / como una penitencia del refugio»[114]. «Sombras vagan las estancias / como letras rotas que danzan / en los razonamientos»[115].

Recursos morfológicos y sintácticos:

Uso de la primera persona del plural en un sentido mayestático para evitar el uso repetitivo del yo y a la vez infundir un sentido más universal a sus sentimientos pesarosos e implicar a los otros en sus intranquilidades. A veces cuando desea ser más directo y cercano cambia a la segunda persona del singular:

«Provocamos milagros en ausencias

 temidas y quedamos, desérticos,

 de tinieblas cubiertos.

 […]

 Te esperan por descubrirte

 en su manera de ser

 y nace el otro».

Supresión del pronombre personal también con un sentido de implicación del lector: «Abres un libro y lees con emoción / donde te encuentras». «Contagiamos sorpresas y misterios». Colocación del verbo en primer lugar del verso: «Surgen tapices, arboledas, / […] / Se mixtifican soledades / […] / Se perdía para caer de nuevo / y volver a surgir». A veces con sentido impersonal: «Cosen pañales de alboradas / perdidas en los sueños». «Se alzó por dentro para alcanzar / estatura de deseo».

Construcciones del tipo sustantivo + sustantivo («suelo manuscrito»[116]); adjetivo + sustantivo («inagotables mañanas»[117]); sustantivo + adjetivo («Fosa común»[118]); sustantivo + complemento del nombre («mañana de domingo»[119]); sustantivo + adjetivo + complemento del adjetivo («Barranco herido de sombra»[120]) e infinitivo sustantivado («el sentir mineral»[121]) con las que el poeta intenta atrapar el concepto en un esfuerzo sintético por precisar significados y por completarlos añadiéndoles una cualidad.

  Extraordinarias descripciones líricas del momento del día en que se encuentra su meditación, a través de personificaciones que convierten el tiempo en protagonista vivo del discurrir del poemario:

Amanecer: «La luz hospeda la mañana»[122]. «Las cosas reclaman la mirada. / Cosen pañales de alborada»[123].

Mañana: «Súbita viene una vieja mañana»[124].

Mediodía: «Dios pone sobre la mesa / pan caliente de sol / […] / Piel de madre. Mañana de domingo»[125])

Tarde: «Plaza pública de la tarde: / […] / Comulga el sol con hombres del pueblo[126] / […] / Bebe el sol, alondra en los trigales[127] / […] / La tarde ornamenta / con inmensas columnas / el templo de la vida»[128].

Atardecer: «Baja hasta nosotros / la habitación del campo / donde dormitan las tardes / de domingo»[129]. Crepúsculo: «Niebla, momia velatoria»[130].

Noche: «Insistencia inacabable / de esas tardes que ves / y ya la noche»[131].

Amanecer: «un gigantesco lunes / amanece»[132].

Como se puede observar, los recursos literarios de Inefable … siguen en la tónica de sus libros anteriores, al servicio de la expresión y nunca del lucimiento personal o el embellecimiento gratuito, de tal forma que la lectura del libro sobrecoge por la triste situación emocional del poeta, que deja un poso de tristeza y lirismo (aunque mezclados, surten un efecto concienciador y, al mismo tiempo, sedante).

Formalmente, Inefable domingo de noviembre divide sus 876 versos en tres partes:

  I)»Hospedaje de luz», 195 versos, repartidos en tres poemas:

      1º)»Perfil de noche» (vv. 1-79): 79 versos.

      2º)»Rincón de bosque» (vv. 80-130): 51 versos.

      3º)»Plenitud de sol» (vv. 131-195): 65 versos.

II)»Donde el otro», 435 versos, distribuidos en seis poemas:

      1º)»Sombra de pie» (vv. 196-217): 22 versos.

      2º)»Duele ya la mañana» (vv. 218-262): 45 versos.

      3º)»Las traseras del tiempo» (vv. 263-323): 61 versos.

      4º)»Todo cae» (vv. 324-464): 141 versos.

      5º)»Volver es no llegar» (vv. 465-601): 137 versos.

      6º)»Manto azul» (vv. 602-630): 29 versos.

 III)»Incesante misterio», 246 versos, estructurados en unos versos introductorios sin título y tres poemas:

      -[Introducción sin título] vv. 631-663: 33 versos.

      1º)»Siempre vuelve el otro a esta hora» (vv. 664-713): 50 versos.

      2º)»El vuelo busca cuerpo» (vv. 714-815): 102 versos.

      3º)»Algo hemos quedado ahí» (vv. 816-876): 61 versos.

Significativamente tanto las partes como los poemas tienen una unidad temática y una coherencia narrativa, que se basan en la fácil localización del espacio temporal en que se desarrollan (desde el amanecer de un día al amanecer del día siguiente); la situación en un día determinado de la semana (domingo) y la referencia a un mes preciso (noviembre) donde transcurre la reflexión del poeta que da lugar al libro completo como advierte Torres Nebrera: «Se trata de un poemario cuidadosamente estructurado, del amanecer al amanecer, a través del día señalado (domingo novembrino) que se presenta como lugar y tiempo de la propia desvelación y asunción de la intimidad, amasada de luz y soledades, con un Dios personal, vigilante y protector, al fondo»[133].

No obstante el contenido de cada parte, dentro de la temática general del libro, se distingue de las otras dos porque la primera plantea los temas y las intranquilidades de las que luego desarrollará las más preocupantes. La reflexión del poeta en la primera parte es una mezcla de asuntos, que abarcan tres planos temporales: los recuerdos, la guerra civil y la marcha universal del ser humano a la búsqueda de Dios (el pasado). La falta de identidad, la desorientación, la contradicción Dios joven / hombre viejo y la paradoja creación / destrucción (el presente). Y la muerte y la inmortalidad (el futuro).

La segunda parte continúa insistiendo en los temas antes apuntados, aunque destacan el desencanto que le produce la insolidaridad entre los seres humanos, el fracaso de la búsqueda de Dios y la preocupante contradicción que supone la creación / destrucción del ser humano.

Y la tercera se centra casi exclusivamente en la insolidaridad humana y en la desorientación que este hecho paradójico le produce, pues el hombre en vez de ser solidario contribuye fuertemente a su destrucción y a convertir en más angustiosa y cierta su soledad.

Temporalmente también existe una clara estructuración: la primera parte comienza en la noche (el poeta ha despertado muy temprano); después viene el crepúsculo del amanecer sumido en las sombras típicas de las últimas horas de la madrugada de los días grises de otoño y, seguidamente, llega el alba envuelta en niebla. La segunda transcurre en la mañana y el mediodía. Y la tercera, en el crepúsculo del atardecer y la noche.

Por tanto, Inefable… es un poema cíclico, estructurado en tres espacios temporales que se distribuyen equilibradamente en tres (1ª parte), seis (2ª parte) y tres (3ª parte) poemas o momentos reflexivos respectivamente. Estas partes y poemas, que guardan «el secreto visceral de la profunda poesía del autor» como dice Antonio Zoido, recogen los tres estados emocionales por los que pasa el poeta, influido por la luz: en la primera, el poeta se encuentra melancólico / niebla del crepúsculo y de las primeras horas de la mañana. En la segunda, anhelante / luz del día. Y en la tercera, entristecido / oscuridad del atardecer y de la noche.

Es decir, paralelamente al tiempo real aparece un tiempo espiritual que se manifiesta a la vez que el poeta profundiza en su meditación, partiendo de una situación melancólica primero influido por los tonos oscuros y grises del amanecer otoñal; después recobra algo el ánimo, anhela el contacto con los demás e intuye la presencia de Dios con la luz del día y, por último, la disminución de la luz en el atardecer y la llegada de las sombras de la noche lo arrastran a la angustia que se acentúa por encontrarse en la tarde del domingo:

«Callejas de últimas manifestaciones

 del esplendor del día.

 Sangra la luz

 por todas las rendijas»[134].

«Desierto infinito de amor

 que no fue

 crepúsculo de bella melancolía»[135].

«Niebla, momia velatoria»[136].

«Esperamos la noticia que nos sorprenda.

 Deseamos juntar lo que somos

 con lo que nunca conseguimos ser

 en un anochecer de propia sepultura»[137].

«Insistencia inacabable

 de esas tardes que ves

 y ya la noche»[138].

Por otra parte la forma de indicar el transcurso del tiempo es un ejemplo de la capacidad de sugerencia del poeta, pues de él no realiza descripciones detalladas sino que lo indica levemente por medio de pinceladas que no tienen interés en remarcarlo, sino sólo en sugerirlo para indicar que pasa irremisible y calladamente. Además el poeta añade subrepticiamente a estos rápidos trazos unos datos sobre el estado meteorológico y la luminosidad de las distintas partes del día, conforme avanza el poema:

1ª parte: «Perfil de noche»[139]: «Cautivos estamos, / noche aún[140] / […] / Filo del amanecer[141] / […] / Ojos, nace la mirada,[142] / […] La luz hospeda la mañana,[143] / […] / Hojas de niebla caen / otoño perdido. / Las cosas reclaman la mirada. / Cosen pañales de alborada»[144].

2ª parte: «No sabemos si fue esta mañana[145] / […] / Súbita viene una vieja mañana[146] / […] / Dios pone sobre la mesa / pan caliente de sol[147] / […] / Piel de madre. Mañana de domingo[148] / […] La niebla anuda arboledas con ríos[149] / […] / Milagro los ojos de Dios / por donde ver la claridad / de nuestra existencia[150] / […] / Esparcidos trozos de mañana / se juntan en sus horas»[151].

3ª parte: «Plaza pública de la tarde: / […] / Comulga el sol con hombres del pueblo[152] / […] / Bebe el sol, alondra en los trigales[153] / […] / La tarde ornamenta / con inmensas columnas / el templo de la vida[154] / […] / Baja hasta nosotros / la habitación del campo / donde dormitan las tardes del domingo[155] / […] / Abandonamos para prodigarnos / en la ternura que nace de la tarde[156] / […] / Insistencia inacabable / de esas tardes que ves / y ya la noche[157] / […] / un gigantesco lunes / amanece»[158].

Todas estas apreciaciones llevan a asegurar que el poeta estructuró el libro concienzudamente y que nada hay en él dejado al azar. Por tanto este hecho presenta a un poeta muy consciente y seguro de su labor lírica pues, incluso en los momentos más desconcertantes, no pierde el control de su palabra y su obra poética continúa su marcha lineal y ascendente hacia su culminación.

En Inefable …, Valhondo llega al final del cambio iniciado en Aurora. Amor. Domingo tanto en la forma como la expresión: El libro está escrito totalmente en versículos y el lenguaje se ha convertido en surrealista. Su desorientación es la que ha producido este cambio tan radical en su forma de decir y en el modo de decirlo, aunque no ha sido una alteración brusca sino gradual de acuerdo con el aumento de su melancolía. Por esta razón, Inefable … es un libro fundamental en «el recorrido cósmico que ejecuta la vida del hombre desde que amanece hasta que se oculta tras el llanto o la indiferencia de los vivos»[159], que continuará en Ruiseñor perdido en el lenguaje y en Los anónimos del coro y concluirá en el resumen final, que realiza en Huir, de esa triste historia donde ha actuado como antihéroe.

Inefable …, en la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo, supone una reflexión trascendental porque ahonda más que nunca en su espíritu interior del que no sale en ningún momento, por lo que este libro es una continuación perfecta de aquellos lapidarios versos finales de Un árbol solo: «En medio del paisaje, / en la llanura, / trémulo de emoción, / un árbol solo». En Inefable … el poeta se encuentra solo pero no insensible y, trémulo de emoción, medita conscientemente sobre la situación en que lo deja su propia soledad acosado por el tiempo que, ahora más que nunca, lo arrastra hacia el abismo de la muerte.

Varios hechos indican la madurez alcanzada por el poeta en Inefable …:

1º)Las críticas que el poeta recibió sobre el libro: «Mil gracias por tu libro. El cual me confirma en lo que sé desde hace muchos años: que eres uno de los diez primeros poetas españoles, aunque la sociedad anónima (pero con nombres) de las letras no te otorguen esa cotización. Sigue viviendo, sin pensar en más orilla que la que pisamos, pues has de escribir mucho aún para quienes nos sentimos más hombres y, por tanto, más ángeles, cuando te leemos»[160]. «Eres el mayor poeta que tenemos»[161].

2º)La certeza mostrada por Valhondo en asegurar que con Inefable … aportaba una creación totalmente nueva al panorama lírico español desde una posición madura muy lejana al egocentrismo y al lucimiento: «Cuando hice Un árbol solo, el éxito de la crítica y de público fue tan grande que dije, ya no vuelvo a hacer ningún libro más. Y cuando he hecho éste, Inefable domingo de noviembre, he descubierto algo en poesía que yo creo no se había dicho nunca. Por los menos eso he pensado yo y piensan los catedráticos, críticos literarios, a los que he enviado el libro»[162].

3º)La constatación de que en Inefable … ha llegado a una poesía esencial, producto de una extraordinaria trayectoria lírica basada en la responsabilidad, en la coherencia y en un trabajo incesante de síntesis y de lima: «La poesía de Jesús Delgado Valhondo remonta la maduración y coronamiento de su obra en este poema, que exige ser leído con intención de breviario. No falta incluso en él, el resplandor iluminante de lo sobrenatural colándose en los espesos resquicios de la duda»[163]. «En Inefable … en un día mete toda una vida. En unos versos todo nuestro largo quehacer»[164].

4º)La seguridad de que sigue llegando al alma del lector con esta poesía difícil igual que con aquella otra de sus primeros libros en donde predominaba la expresión transparente, porque sus sentimientos son los mismos, porque su verdad es la misma, porque su inefabilidad es la nuestra: «Es maravilloso, Jesús, sentir esta magia, esta luz misteriosa que en este mundo de ciegos nos hace ser estrellas y nos hace continuar con el ‘presentimiento de lo imposible’ para conseguirlo al fin y mostrárselo a los demás. Al terminar este libro [Inefable noviembre] ahora soy yo la inefable y yo también pertenezco al grupo de los que ‘Hemos perdido no sabemos qué y lo buscamos’. En cada página he encontrado un hombre solo y era yo»[165].


[1] Cuando las referencias sean a cualquiera de las dos ediciones, el libro será citado de esta manera para evitar la mención de los dos títulos completos y numerosas repeticiones.

[2] Carta de Ramón de Garciasol a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 16-2-83.

[3] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[4] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Mérida, Editora Regional, 1995.

[5] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Tomás Martín Tamayo, Fuengirola (Málaga), julio 1983.

[6] «Presentación de Inefable domingo de noviembre«, Hoy (Badajoz), 19-3-83.

[7] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Rubén Caba, Badajoz, 22-9-88.

[8] Jesús Delgado Valhondo, «Otoño (octubre-noviembre)», Hoy (Badajoz), 5-11-67.

[9] Jesús Delgado Valhondo, «El verano», Hoy (Badajoz), 27-7-63.

[10] Jesús Delgado Valhondo, «Otoño», Hoy (Badajoz), 5-12-59.

[11] Jesús Delgado Valhondo, «Otoño (octubre-noviembre)», Hoy (Badajoz), 5-11-67.

[12] Jesús Delgado Valhondo, «Sol y lluvia», Hoy (Badajoz), 15-11-60.

[13] Jesús Delgado Valhondo, «Otoño», Hoy (Badajoz), 5-12-59.

[14] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara A, 1991-1993.

[15] Jesús Delgado Valhondo, «Domingo», Hoy (Badajoz), 29-3-70.

[16] «Unido siempre a mí, como destino / de luz sin luz, noviembre, tan humano, / […] / Vivir la muerte en ti será mi sino, / ser en tu vientre el roce del gusano, / tenerte yo, noviembre, en esta mano / beberte en el silencio que adivino. […] Este día de otoño negro y frío / nadie podrá robarlo, que lo tengo / en la sangre gozando escalofrío».

[17] «Ya van nuestras palabras ordenando: / detrás de los despojos yo distingo / a Dios sentado allí, como esperando / nuestro cansado rostro de domingo».

[18] «Puede ser que tú seas / en los ratos perdidos / esta tristeza absurda / de tarde de domingo».

[19] Otra muestra, posterior a Inefable …, es el soneto titulado «Noviembre», que Valhondo dedicó a Ricardo Senabre y a su esposa Marcela en 1988 y fue editado en el monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 4.

[20] «Presentación de Inefable domingo de noviembre«, Hoy (Badajoz), 19-3-83.

[21] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[22] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara A, 1991-1993.

[23] idem, cassette nº 6, cara B.

[24] Carta de Ricardo Senabre a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 28-11-82.

[25] Carta de José Luis García Martín a Jesús Delgado Valhondo, Avilés, 6-2-83.

[26] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Juan Ruiz Peña, Badajoz, 21-3-82.

[27] Carta de Jesús Delgado Valhondo a José Miguel Santiago Castelo, Badajoz, 8-2-83.

[28] Se denomina con las letra C la edición de Cáceres; con la B la de Bahía y con la P la de Poesía, tomando como referencia la distribución de la edición de Cáceres (C) por ser más fiable, según el poeta.

[29] Se trata de Ángel Sánchez Pascual, el promotor de la edición; de su esposa María López Ollero (Myriam); de Joaquina, la esposa del poeta y de Jesús, el primer hijo que tuvieron en su matrimonio.

[30] No aparece el segundo apellido del poeta.

[31] No se volverá a citar esta edición, porque a partir de aquí es idéntica a la edición C.

[32] Carta de Ricardo Senabre a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 28-11-82.

[33] «Las traseras del tiempo», v. 285.

[34] «Perfil de noche», vv. 72-76.

[35] «Rincón de bosque», vv. 99-109.

[36] Este comienzo optimista recuerda aquel otro de Jorge Guillén en el poema «Buenos días» de Cántico: «¡Sí! / Luz. Renazco. / ¡Gracias!».

[37] «Manto azul», vv. 624-630.

[38] Gregorio Torres Nebrera interpreta la primera parte del libro («Hospedaje de luz») en «Leyendo ‘Inefable domingo de noviembre’ «, monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8.

[39] «Perfil de noche», vv. 4-12.

[40] idem, vv. 32-37.

[41] Esta idea procede de la seguridad que el poeta muestra en esta afirmación: «Todo jardín duele, en un jardín es imposible la alegría», en Antonio Salguero Carvajal. “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[42] «Perfil de noche», vv. 72-79.

[43] idem, vv. 56-71.

[44] «Rincón de bosque», vv. 86-87.

[45] idem, vv. 88-89.

[46] idem, vv. 124-130.

[47] idem, vv. 110-114.

[48] «Plenitud de sol», v. 139.

[49] idem, vv. 144-146.

[50] idem, vv. 174-186.

[51] idem, vv.191-195.

[52] p. 23. Gregorio Torres Nebrera explica esta parte del libro en «Leyendo ‘Inefable domingo de noviembre’ «, monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8.

[53] pp. 25-26.

[54] pp. 27-28.

[55] Con estos versos Valhondo recuerda estos otros: «Copa de aire, / de nido azul, entre las ramas. / El pinar es una voz de mar / que quiso una paloma» de «El pinar», poema de La vara de avellano (1974).

[56] pp. 29-31.

[57] pp. 33-34.

[58] pp. 35-42.

[59] pp. 43-44.

[60] Gregorio Torres Nebrera explica el contenido de esta parte en «Leyendo ‘Inefable domingo de noviembre’ «, monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8.

[61] p. 45.

[62] Del poema «Volver es no llegar», p. 35.

[63] Del poema «Manto azul», p. 44.

[64] José Joaquín de Lara, «Jesús Delgado Valhondo» (entrevista), Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[65] pp. 49-51.

[66] «¡Cuánta alegría regresar al abandono!» (v. 664) recuerda a Pedro Salinas, en quien era característico este tipo de exclamaciones como «¡Qué alegría, vivir / sintiéndose vivido!», que aparece en La voz a ti debida, 3ª ed., Madrid, Clásicos Castalia, 1978.

[67] pp. 53-57.

[68] Los versos 3, 4 y 5 del poema «El vuelo busca cuerpo» dicen: «Pasan los trenes, sobre arcos de puentes, / hacen vibrar cigarras, / árboles, canarios amarillos». Son una reelaboración subconsciente de otros que aparecieron en el poema «La estación» de Hojas húmedas y verdes y posteriormente en «Estación de ferrocarril» de El año cero.

[69] pp. 59-64.

[70] Carta de Antonio Montero, obispo de Badajoz, a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 3-3-83.

[71] Estas palabras de Javier Blasco pueden  aclarar lo que quiso decir Valhondo con su frase lapidaria: «El instante poético es ese momento de iluminación en que la eternidad se revela dentro de la temporalidad. Detener esos momentos, fijarlos en el recuerdo por medio de la palabra, es construir sobre la vida la suma eternidad conseguida en instantes sucesivos», en Antología poética de Juan Ramón Jiménez, Madrid, Cátedra, 1993, p. 301.

[72] Carta de Ramón de Garciasol a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 16-2-83.

[73] «Manto azul», vv. 618-630.

[74] «Plenitud de sol», vv. 171-173.

[75] «Manto azul», vv. 628-630.

[76] Carta  de Ricardo Senabre a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 28-11-82.

[77] Carta de Cristóbal Cuevas a Jesús Delgado Valhondo, Málaga, 1-12-82.

[78] Carta de José María Martínez Cachero a Jesús Delgado Valhondo, Oviedo, 6-4-83.

[79] Carta de José Luis García Martín a Jesús Delgado Valhondo, Avilés, 6-2-83.

[80] «Presentación de Inefable domingo de noviembre«, Hoy (Badajoz), 19-3-83.

[81] p. 17.

[82] p. 27.

[83] vv. 711-713, p. 51.

[84] Carta de Carlos Cordero Barroso a Jesús Delgado Valhondo, Guadalupe, enero 1981.

[85] Isabel Allende, «Vida interminable» en Cuentos de Eva Luna, Barcelona, RBA Editores, 1994.

[86] «Incesante misterio», vv. 640-641.

[87] «Rincón de bosque», vv. 127-138.

[88] «Algo hemos quedado ahí», vv. 831-833.

[89] «El vuelo busca cuerpo», vv. 720-728.

[90] Carta de Martínez Cachero a Jesús Delgado Valhondo, Oviedo, 6-4-83.

[91] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, Editora Regional, 1995.

[92] «Volver es no llegar», v. 541.

[93] Carta de Juan Ruiz Peña a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 8-2-83.

[94] Antonio Zoido, «‘Inefable domingo de noviembre’ … (La esencia despojada del poema», Hoy (Badajoz), 27-2-83.

[95] Gregorio Torres Negrera, «Leyendo ‘Inefable domingo de noviembre’ «, en monográfico «Jesús Delgado Valhondo». Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8.

[96] Carta de José María Martínez Cachero a Jesús Delgado Valhondo, Oviedo, 6-4-83.

[97] «Perfil de noche», v. 8.

[98]  idem, vv. 13-14.

[99]  idem, v. 28.

[100] idem, v. 34.

[101] idem, v. 48.

[102] «El vuelo busca cuerpo», vv. 714-762.

[103] «Rincón de bosque», vv. 117-130.

[104] «Perfil de noche», v. 42.

[105] «Plenitud de sol», vv. 189-190.

[106] idem, vv. 61-62.

[107] idem, vv. 171-173.

[108] «Duele ya la mañana», vv. 244-245.

[109] «Volver es no llegar», v. 541.

[110] «Plenitud de sol», vv. 147-151.

[111] «Volver es no llegar», vv. 470-471.

[112] «Plenitud de sol», vv. 152-153.

[113] «El vuelo busca cuerpo», vv. 750-751.

[114] «Duele ya la mañana», vv. 222-226.

[115] idem, vv. 227-229.

[116] «Perfil de noche», v. 46.

[117] «Volver es no llegar», v. 552.

[118] idem, v. 546.

[119] idem, v. 541.

[120] idem, v. 543.

[121] idem, v. 536.

[122] «Plenitud de sol», v. 174.

[123] idem, vv. 186-187.

[124] «Duele ya la mañana», v. 218.

[125] «Volver es no llegar», vv. 503-541.

[126] «Incesante misterio», vv. 631-637.

[127] «El vuelo busca cuerpo», v. 750.

[128] idem, vv. 777-779.

[129] idem, vv. 806-809.

[130] idem, v. 810.

[131] «Algo hemos quedado aquí», vv. 854-856.

[132] idem, vv. 875-876.

[133] Gregorio Torres Negrera, «Leyendo ‘Inefable domingo de noviembre’ «, en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8.

[134] «Incesante misterio», vv. 631-637.

[135] «El vuelo busca cuerpo», vv. 803-804.

[136] idem, vv. 810.811.

[137] «Algo hemos quedado ahí», vv. 834-835.

[138] idem, vv. 854-856.

[139] Título del primer poema, p. 17.

[140] «Perfil de noche», v. 4.

[141] idem, v. 13.

[142] idem, v. 18.

[143] «Plenitud de sol», v. 174.

[144] idem, vv. 184-186.

[145] «Sombra de pie», v. 207.

[146] «Duele ya la mañana», v. 218.

[147] «Plenitud de sol», vv. 503-504.

[148] «Volver es no llegar», v. 541.

[149] idem, v. 575.

[150] idem, vv. 576-578.

[151] «Manto azul», vv. 602-603.

[152] «Incesante misterio», vv. 631-637.

[153] «El vuelo busca cuerpo», v. 750.

[154] idem, vv. 777-779.

[155] idem, vv. 806-809.

[156] «Algo hemos quedado ahí», vv. 816-817.

[157] idem, vv. 854-856.

[158] idem, vv. 875-876.

[159] José Joaquín de Lara, «Jesús Delgado Valhondo» (entrevista), Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[160] Carta de Lázaro Carreter a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 7-12-82.

[161] Carta de Juan Manuel Rozas a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 26-3-85.

[162] José Joaquín de Lara, «Jesús Delgado Valhondo» (entrevista), Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[163] Antonio Zoido, «Inefable domingo de noviembre… (La esencia despojada del poema)», Hoy (Badajoz), 27-2-83.

[164] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[165] Carta de Rosa María Lencero a Jesús Delgado Valhondo, Mérida, 28-2-83.

 

Fotografía cabecera: Arco romano de Cáparra, norte de Extremadura