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Poesía (III,3)

LA ESQUINA Y EL VIENTO (1952)

El primer aspecto que debemos analizar de este libro antes de profundizar en su estudio es su edición, porque José Hierro, director de la colección Tito hombre de Santander[1], se interesó mucho por publicar a Valhondo La esquina y el viento pero en una edición reducida con la siguiente justificación: «tal como es en la actualidad superaría el tamaño comercial. Comprenderás que los suscriptores nos fusilarían si hubiese que cobrar más de las 9 pts. que trabajosamente reúnen»[2].

 Este hecho provoca que el editor de Poesía, Ángel Sánchez Pascual, califique la edición publicada por Tito hombre[3] como mutilada y la preceda con una nota, que contiene una contundente acusación contra las limitaciones impuestas por la censura en aquella época: «un ejemplo claro de la diferencia que había en la España de los años 50 entre lo que el creador escribía, y lo que luego llegaba al lector»[4].

Ciertamente la justificación de Hierro resulta sospechosa porque, ojeando la edición de Tito hombre, se deduce que el libro podría contener todos los poemas enviados por el autor, pero los numerosos espacios en blanco y la presentación tan holgada que tienen provoca que sólo cupieran los que aparecen.

Ante este hecho se puede pensar dos cosas: una que al editor le interesaba más la presentación que el contenido y otra que lleva razón Sánchez Pascual y las palabras de Hierro son una burda justificación de una poda encubierta para evitar problemas con la censura.

Esta hipótesis es la que parece más cierta porque es extraño que, en una época donde el papel era caro y escaso, el editor dejara tantos espacios en blanco y no los ocupara con todos los poemas que Jesús Delgado Valhondo le había enviado o bien, de ser cierta la justificación de Hierro, que no ahorrara papel agrupando más los poemas: los que aparecen en dos páginas sin llenarla colocándolos en una, y los poemas cortos que están en páginas independientes poniéndolos de dos en dos en cada página.

También lleva a aceptar esta hipótesis el hecho de que Hierro fue encarcelado en 1939 por pertenecer a una red clandestina de ayuda a los presos de la guerra civil y como represalia la censura lo seguiría muy de cerca en su actividad editora, obstaculizándolo con todo tipo de trabas. Además esta hipótesis se hace más creíble, porque la censura acababa de prohibir la edición de un libro de Cernuda, que había preparado Tito hombre y revisaría el libro de Valhondo con el máximo cuidado. Como La esquina y el viento contiene momentos contrarios a la férrea fe cristiana alentada por el régimen, no sería descabellado pensar que la censura no lo aprobó y Hierro por no intranquilizar a Valhondo se limitó a ponerle una sencilla propuesta que llevara al autor a realizar la selección sin tenerle que dar más explicaciones.

Sea como fuere, el caso es que la diferencia entre una edición y otra es patente: la original[5] contenía un prólogo de Eugenio Frutos, titulado «La poesía personal de Jesús Delgado Valhondo» y 35 poemas repartidos en cuatro partes con un número aproximado de poemas (10, 8, 7 y 10 poemas respectivamente). La editada no tiene prólogo y está formada por 23 poemas, que se distribuyen descompensadamente en sólo dos partes (18 y 5 poemas respectivamente). Además de los 23 poemas editados sólo 15 pertenecen a la edición original; el resto son poemas nuevos, que Valhondo se vería obligado a incluir para completar los poemas seleccionados de la edición original, o bien aprovechó la circunstancia para incluirlo una vez que los terminara en el intervalo que medió entre el envío de la edición original y la carta de Hierro.

    Valhondo realizó una drástica selección pues suprimió 19 poemas de la edición original. Sus motivos pudieron ser diversos: los sonetos «Fecundidad» y «Árbol nuevo»[6], porque ya los había editado en Hojas … Los poemas de contenido navideño («El nacimiento», «Canción del pastor» y «El lenguaje de las flores en la Semana, en la Navidad») porque eran varios y creería que sería suficiente con la muestra que dejó («Canción de Navidad del hijo pródigo»). Lo mismo sucede con los dedicados al maestro y a la escuela que de siete poemas sólo queda dos («El maestro en vez de explicar las minas piensa en voz alta» y «Ha nevado»). Otros los dejaría para incluirlos en libros posteriores: «El recuerdo», «Pasa un entierro por la puerta de la escuela», «Primer día de clase del niño huérfano» y «El lenguaje de las flores en la Semana Santa, en la Navidad»[7] los editó en su siguiente libro, La muerte del momento, y «La cicuta» en ¿Dónde ponemos los asombros? Y lo más sorprendente de todo es que uno de los poemas suprimidos, «Presentimiento del día primaveral (resurrección)», lo utilice 27 años después para finalizar la segunda parte de Un árbol solo, que es una reelaboración de este poema con muchos versos parecidos o idénticos.

Pensamos por tanto que Jesús Delgado Valhondo primero atendió a reducir el número de poemas de la edición original, que de 35 dejó en 15 y luego les añadió 8 poemas que ya tenía escritos para completar dos aspectos del libro: una, la extensión que le indicaría Hierro y, otra, el sentido global que deseaba imprimirle a la nueva edición.

La esquina y el viento es un libro distinto a los inmediatamente anteriores, pues en ellos Valhondo había ofrecido una muestra variada y diversa de su poesía en las selecciones antológicas que realizó en Hojas húmedas y verdes y El año cero, pero en el poemario que nos ocupa se libera de su pasado lírico situándose en el presente y se muestra más unitario, ordenado y uniforme al centrarse en un discurrir único, que avanza seguro a cumplir un objetivo determinado: el ahondamiento en la reflexión de sus problemas existenciales con una forma directa sin dilación ni divagaciones:

«(secreto de mi verdad

 la dulce espina clavada),

 viene haciéndome llorar»[8].

No obstante La esquina y el viento conecta claramente con los libros anteriores en el uso de temas determinados, estilo personal, autenticidad y, con el libro anterior, El año cero, a través de la angustia que apareció en él y de los poemas que tratan el tema de Dios, aunque con un cambio de enfoque: en El año cero el poeta se refugia en la naturaleza reflejando en ella sus problemas y anhelos hasta calmar momentáneamente su espíritu y, en La esquina y el viento, el paisaje ya no tranquiliza sus preocupaciones porque toma conciencia de su insignificancia en el universo y de la imposibilidad de abarcarlo:

«No tanto espacio, no.

 (Estoy cansado)

 Me sobra ya dolor»[9]

.

Ahora el paisaje quedará relegado a un segundo plano; ya no tiene los matices positivos de antes porque el poeta se encuentra en el atardecer que es «fruta rendida» o en la noche más sobrecogedora «no sé de dónde sacada». Es como si el silencio de Dios lo hubiera dejado espiritualmente ciego sin posibilidad de contemplar ni formar parte de su obra, el paisaje:

«Más que las rocas y el cielo,

 más que polvo de camino,

 sobre mis hombros y tiempo,

 dueles, silencio viejísimo.

 […]

 Silencio de cal y canto,

 losa que tapa el abismo

 donde apretado de sangre

 mi corazón ha caído»[10].

Por tanto, en La esquina y el viento, el poeta que recorre dificultosamente el camino de la vida trata de consolarse en Dios, de reflejarse y refugiarse en Él, pero sigue sin manifestarse y pierde la esperanza de la eternidad y sólo ve la muerte acechante:

«Ya sé quién eres, conozco

 esa manera de abrir

 de par en par mi cansancio

 muerte que vienes, al fin.

 ¿Que no hay nada, sólo polvo,

 delante y detrás de mí …?»[11].

Entonces ante la constatación de que está solo y desamparado se hacen más patentes su angustia, su melancolía y su frustración porque como advierte José Crespo: » ‘Tan cerca a Dios lo tenemos …’ Cerca sí; muy cerca. Como que está en el centro de nuestro propio ser. Y, sin embargo, ¡cuánto camino tiene que hacer un hombre para encontrarse consigo mismo!»[12]. Y es que el ser humano que indaga en su origen y en sí mismo como Valhondo sufre sobremanera porque el hombre sin Dios no tiene capacidad para resolver sus problemas vitales ni encontrar respuestas a sus dudas sobre la existencia y se vuelve extremadamente dependiente de Dios:

«La tarde me está robando

 y tierra de tierra quedo,

 que yo no puedo marcharme,

 yo no puedo …,

 en la sangre años mirando

 tan hundidos, tan inciertos,

 que temblando estoy y no sé,

 y yo no sé por qué tiemblo»[13].

Además, el hecho de que Valhondo cumpliera por estas fechas 43 años de edad, cuando todas las personas en mayor o menor medida sufren una crisis emocional al notar la influencia destructiva del tiempo en sí mismas y hacerse más patente la proximidad de la muerte, pudo contribuir bastante a aumentar su angustia en el libro que analizamos, pues insiste especialmente en el paso del tiempo y en su nefasta relación con la muerte:

«Hoy se me escapan los momentos.

 Hoy como ayer, hoy como siempre.

 (La eternidad sólo ha nacido

 en el camino de la muerte)»[14].

Luego la sensación de que ese tiempo ido se debe en buena parte a que lo ha empleado mal viene a acentuar más si cabe su angustia, porque se siente culpable de haberlo perdido sin explicación alguna:

«Habré gastado muchos años

 sin saber cómo ni con quiénes.

Yo no pensaba que pudiera

 gastarse inútilmente»[15]

En La esquina y el viento, como corresponde al tema trascendente y al momento crucial que describe, la métrica se hace regular: los poemas están escritos en versos heptasílabos, eneasílabos, octosílabos o endecasílabos. Existe un predominio del octosílabo, pues diez poemas están compuestos en este metro y hay dos más donde se combina con un tetrasílabo («Atardecer») y con tetrasílabos y hexasílabos («Nana de la niña tonta»). También tenemos una combinación de heptasílabos y con un pentasílabo («El espacio»). Igualmente la rima se hace regular: predomina la rima asonante y con frecuencia aparece mezclada con la consonante.

La distribución ordenada de estos metros y ritmos da lugar a la aparición de estrofas y poemas recogidos en nuestra métrica:

  Tercerillas («El espacio», «Canción de Navidad del hijo pródigo», «Canciones» y «Muerte»).

  Tercetos encadenados («Mi sombra»).

  Redondillas («Encinas y olivos» y «Momento»).

  Romances: Es el poema más empleado en once ocasiones («Después de la tormenta», «Los años», «Velándome sueños», «Silencio de monte» … «Oración» -heroico- …).

  Sonetillo («Ha nevado»).

  Soneto («¡Oh muerto mío!»).

Sin embargo Valhondo deja muestras de su sello personal y rompe la regularidad del libro con los poemas mencionados donde mezcla metros diversos y con otros dos: uno que forma con tres redondillas y una quintilla («Madrugada») y otro con rima en los versos impares, excepto la primera que aparece en el 2º verso («Nana de la niña tonta»). También el soneto «Oh muerto mío» presenta una rima inusual en el segundo cuarteto (ABBA – BAAB).

La esquina y el viento es un libro estructurado donde el poeta realiza una descripción lineal de su estado anímico, en la que descubrimos unas etapas sucesivas:

 1ª)Expone sus intranquilidades espirituales:

«En la madrugada está,

 no sé qué luz de llamada,

 sueño en el alma arrastrada,

 con lata al rabo, a ladrar»[16].

 2ª)Busca soluciones en Dios y no las encuentra:

«Mira el paisaje de mi vida

 donde miserias atenazan.

 Palpa este campo que me espera

 y escucha mis palabras»[17].

 3ª)Cae en la desesperación:

«Entre olvidos pisados

 y las frases perdidas

 el asco que me duele

 brutal bajo la risa»[18].

 4ª)En un resumen final (último poema), el poeta algo más calmado indica el estado en que queda «quemándome de Dios», es decir, continúa insistiendo en su búsqueda a pesar de su fracaso:

«Estoy soñando a Dios

 -durmiendo solamente-

 debajo del dolor.

 Estoy soñando amor

 -durmiendo carne ausente-

 quemándome de Dios»[19].

En la edición original Jesús Delgado Valhondo presentó formalmente estas etapas significativas, distribuyendo el libro en cuatro partes[20], es decir, contenido y estructura estaban perfectamente encajados. Pero al reducir la edición se vio obligado a estructurar el libro en dos partes: la primera acogería las dos primeras etapas (18 poemas) y la segunda parte, la 3ª y la 4ª etapa, que es más corta (5 poemas) a modo de epílogo, donde llega a su cénit la patética descripción de la angustia apocalíptica en que está inmerso su estado de ánimo y la resume:

«De tanta angustia soy

 el fondo de mi vida,

 este ir cuesta abajo

 cuando me creo arriba»[21].

Valhondo por tanto tuvo una clara voluntad de no dejarse arrastrar por su ímpetu anímico y se muestra como un poeta desgarrado y dolorido, pero autocontrolado y consciente de su trabajo lírico en favor de su mensaje, que deseaba llegara al lector ordenado y claro no por simple ejercicio literario, sino por una necesidad espiritual de comunicación sincera con los demás.

Por esta razón no sorprende encontrar a un poeta sólido y maduro (aunque ha perdido espontaneidad y frescura), que ya ha tomado definitivamente el pulso de su estilo personal, caracterizado por el uso de un lenguaje común, pero renovado, humano y directo, y un tono cercano, confidencial y sentido:

«Ya gozamos el agua pura

 en la copa de la alborada

 y el aire limpio y luminoso

 abre a los ojos nuevas páginas»[22].

 Aunque, con respecto a sus libros anteriores, se muestra más endurecido y repleto de preocupaciones hasta el punto de hacerse fúnebre conforme aumenta su angustia y se reducen al mínimo sus esperanzas, en un proceso que se detecta en los mismos títulos de los poemas («Madrugada», «Los años», «Velándome sueños», «Noche», «Mi sombra», «Oración del enfermo», «Angustia», «Muerte»), premonitorios del contenido desgarrador que los invade:

«Somos la roca que no crece,

 somos la arista tenebrosa,

 el sacramento de la tierra

 en una mar devastadora»[23].

No obstante, a pesar de su angustia y desamparo, el poeta mantiene esa forma transparente de transmitir sus sentimientos más íntimos incluso en las numerosas y originales imágenes repartidas por todo el libro, que no empañan en ningún momento el discurrir de su angustia con un oscurecimiento de la expresión:

«sobre mis hombros y tiempo

 dueles, silencio viejísimo»[24].

«La luna deja cadáveres

 justo de color»[25].

«Se van apagando nubes,

 pisa la noche mi cuerpo»[26].

«Está goteando sal

 tardía luna serrana»[27].

«acorralado por la vida

 entre la pared y la espada»[28].

«el asco que me duele

 brutal bajo la risa»[29].

Lo mismo ocurre con los recursos literarios, que proceden de los medios sencillos del lenguaje común empleado por Valhondo, del que logra extraer toda su eficacia sin necesidad de recurrir a rebuscados procedimientos. Esto se explica porque la mayor parte de los recursos surgen de la espontaneidad y honradez lírica de un poeta, que no persigue el lucimiento personal sino la difusión sincera de unos sentimientos, que se agolpan en su mente luchando por exteriorizarse y llegar a los demás tal y como bullen en el espíritu que los dicta:

«De la alcoba al despacho, siempre incierto,

 arrastrando mi sombra, amarga bruma,

 insoportable compañero muerto»[30].

Por esta causa, el primer detalle que llama la atención en el estilo de La esquina y el viento es la facilidad que tiene Valhondo para implicar a los demás en su desazón (aunque sin proponérselo), usando frecuentemente el plural mayestático («Hemos nacido …», «Ya gozamos el agua pura …», «Gastamos más que gano …», «Tan cerca a Dios lo tenemos …», «Ya sé que un día moriremos …» …) y una espontánea amalgama de recursos con los que consigue captar la atención y el ánimo del receptor que enseguida se pone de su parte incondicionalmente, sorprendido por la sensación de cercanía que le provoca la emotividad del poeta.:

«La tarde lleva algo mío,

 segado, que yo no veo;

 yo noto que estoy vacío

 como los árboles huecos»[31].

Por ese motivo La esquina y el viento es un libro que estremece al impactar en el espíritu del lector por su humano y sincero desgarro, pues Valhondo habla por él y por los demás que en cada palabra se sienten reflejados y sus espíritus se van encogiendo a la par que se angustia el del poeta cuando por él descubren su finitud humana:

«Ya sé que un día moriremos

 que tú si quieres nos alcanzas,

 en todo instante, tienes manos

 llenas de luz que nos abrazan»[32].

Y el drama que supone la existencia para el poeta la presenta a través de sencillos pero eficaces recursos como interrogaciones, exclamaciones e imprecaciones, que nos mantienen alerta y en ascuas:

«¿Que no hay nada, sólo polvo,

 delante y detrás de mí …?

 ¿Que sólo sueños y sueños …?

 ¡Y yo sin poder dormir!»[33].

Encabalgamientos que suspenden el discurrir del poema o lo quedan abierto por sus costados en múltiples sugerencias:

«Sobre mi frente el cristal;

 detrás, abierta mañana

 que tiene dentro una cana

 de Dios, la nieve y la cal»[34].

Metáforas que descubren su concepción amarga de la existencia:

«La flor, mi melancolía;

 hoja de acero, mi aliento»[35].

«La tarde, fruta rendida»[36].

«Mi sombra, amarga bruma»[37].

Anáforas que con su insistencia subrayan la angustia por el tiempo:

«Hoy sólo tengo un alma triste

 […]

 Hoy se me escapan los momentos.

 Hoy como ayer, hoy como siempre»[38].

Hipérbatos que muestran su desequilibrio espiritual:

«De tanta angustia soy

 el fondo de mi vida»[39].

Los signos de puntuación que, aliados con los metros cortos y las pausas internas y versales, acentúan la agilidad de los versos y a la vez hacen más patente la angustia:

«La luna deja cadáveres

 justos de color. La sombra

 limita. Alguien me nombra

 dentro de los encinares.

 Pero, están los olivares

 más allá. Jesús tenía

 las manos blancas y frías.

 ¿Cara o cruz?: ¡Moneda al aire!»[40].

A estos recursos habría que añadir una sorprendente economía de medios y de elementos, que descubren una gran capacidad de síntesis para transmitir en breves trazos su angustioso estado espiritual («Estoy soñando a Dios / -durmiendo solamente- / debajo del dolor»[41]) y de dominio de la técnica del in media res o comienzo abrupto con el que Valhondo consigue dos objetivos: un ahorro de explicaciones preliminares y el impacto inmediato en el espíritu del receptor como se puede observar en los primeros versos del libro, donde inmediatamente el poeta anuncia un rearme emocional presentándose como un hombre nuevo sin las preocupaciones pasadas de su anterior tormenta espiritual[42]:

«Hemos nacido nuevamente

 por el paisaje que nos alza

 en resurgir de bautizados

 con la raíz de la palabra».

 Esto añadido a la plasticidad de algunos momentos («Un chiquillo / pone en la nieve una cinta / de orín caliente, amarillo»[43]), las construcciones originales y creativas («Entre la mula y la vaca / la carne tierna hecha flor. / (Caperucita y el lobo, / los enanitos y yo)»[44]. «Que si el caballo se va / y el gallo tiene alborada / entre la yerba pisada / queda noche por pisar»[45]) y el susurro confidencial en que se convierten muchas veces las cálidas palabras del poeta («Espera un poco, partiremos, / espera un poco que mañana …»[46]) consiguen que su poesía se haga especialmente amena sin buscarlo a conciencia.

La esquina y el viento, en la evolución poética de Jesús Delgado Valhondo, es la crónica de la frustración vital que le produce su búsqueda desesperada de Dios, cuyo vacío desolador, traduce sin proponérselo en la búsqueda fracasada del hombre universal, pues como advirtió un crítico de Poesía española: «‘La oración del enfermo’; éste es el hombre, es el poeta»[47]. Es decir, el poeta se siente un enfermo de espíritu por su imperfección y su dependencia de la divinidad que no se manifiesta para al menos transmitirle esperanza:

«Todos los días son iguales

 y son iguales nuestras ansias»[48].

El libro además es la exposición de su concepción desgarradora de la condición humana, provocada por una fuerte conmoción anímica que sufre el poeta cuando toma conciencia del trascendental significado de la vida, el tiempo, la muerte y su influencia trágica en él y los demás, seres imperfectos y mortales:

«Silencio de cal y canto,

 losa que tapa el abismo

 donde apretado de sangre

 mi corazón ha caído»[49].

Esta crisis se le presenta después de una niñez que sólo le queda en el recuerdo y una juventud vivida inconscientemente, en la que no se preocupó de los temas trascendentes como el paso del tiempo («¡Que gastamos los años! / años que yo no tengo»[50] ) y la muerte que ahora lo angustian acosando su débil espíritu y lo llenan de interrogantes que no logra satisfacer en Dios, culpable de sus dudas existenciales porque se encuentra distante y mudo, a pesar de que el poeta en sus invocaciones se muestra con la confianza filial del que no es la primera vez que le habla como asegura José María de la Puente: «Delgado ha inventado un lenguaje para hablar con Dios; […] Habla a su Padre como debió hablarle Abraham»[51].

Por este fracaso el poeta se siente angustiado aunque paradójicamente en vez de olvidarse de Dios lo busca desesperadamente:

«Minero: tengo en el alma

 angustias de minas hondas,

 yo soy muy poco y yo soy

 minero de Dios a solas»[52].

 Pero su búsqueda termina siendo decepcionante porque el poeta se ilusiona con la eternidad, pero enseguida se decepciona porque duda de su existencia y, en el caso de que acepte su presencia, comprende que tendrá primero que superar la muerte antes de alcanzarla:

«(La eternidad sólo ha caído

  en el camino de la muerte)»[53].

Este sentimiento de duda aparece por primera vez en La esquina y el viento, aunque no como negación de Dios sino como principio de su fe, pues Valhondo por su carácter agónico no concebía una relación acomodaticia con la divinidad, de fe sin fisuras y sin interrogantes, ya que era consciente de que el ser humano estaba repleto de ellas. Además al poeta le interesaba solucionar sus problemas existenciales más inmediatos y quería respuestas rápidas sobre los dos temas que más lo angustian en este momento: el tiempo y la muerte, cuyo efecto devastador había comprobado en sus seres más cercanos:

«Oh cotidiano muerto, cruz soñada,

 serena soledad de ti nacida,

 ardiente brasa que me tiene herida

 la memoria, la voz y la alborada»[54].

Esta es la explicación de que Jesús Delgado Valhondo que, hasta el momento había mostrado una atracción por el silencio, la soledad y el asombro, ahora rechace todo porque inexorablemente lo arrastran al abismo de la muerte, falto de esperanza en una vida mejor. De ahí que unas veces se observe un tono vacilante cercano a la esperanza («El corazón viene y va / desde las cosas a mí / como barquito en el mar»[55]) y enseguida otro sumido en la angustia («¡qué noche sin ser de noche / goteándome las horas!»[56]). Pero esta inseguridad resulta una sensación muy humana, porque es propia del ser consciente que cuestiona su existencia, paradójicamente más desorientado cuanto más profundiza en su finitud pues antes llegará como Valhondo a considerarla dramática por falta de esperanza, si no tiene el férreo soporte de una fe libre de dudas:

«¡Señor! ¿Dios mío! Tengo miedo

 y no me colma tu esperanza»[57].

El estado de ánimo tan desolador que se observa en Valhondo se debe a que cuando escribió este libro llevaba viviendo en pueblos pequeños dieciocho años, sintiendo el tiempo pasar, masticando en su soledad y en su entorno su devastadora acción. Después, cuando realiza las prácticas hospitalarias y comprueba in situ la verdadera realidad del dolor y el sufrimiento humano, su desolación aumentará porque tal experiencia influye negativa y poderosamente en su espíritu.

 Esta realidad, que lo arrastra a la melancolía «del saber y del ignorar» como dice Sordo Lamadrid[58], no es la primera vez que la siente Valhondo pues desde niño conocía en sus propias carnes la fragilidad y la imperfección física y espiritual del ser humano, aunque ahora la melancolía se convierte en angustia, porque sus estudios de Medicina le han descubierto aún más la imperfección humana y la incapacidad de la ciencia para mitigarla.

En estos momentos el hecho de constatar con más seguridad que el ser humano se encuentra solo y desamparado viene a aumentar en el poeta el miedo, la inseguridad, la preocupación por el tiempo que se le escapa y el misterio de Dios que cada vez le resulta más enigmático, debilitando su ímpetu y haciéndolo sentirse un enfermo de alma:

«acorralado por la vida

 entre la pared y la espada,

 en las vigilias y en los sueños,

 en tu misterio que me llaga»[59].

Como consecuencia es normal que se acentúen en estos momentos los deseos insatisfechos de libertad y las ansias de infinito del poeta y que los materialice en el mar, cuya lejanía, exotismo, magnitud y perennidad lo llevan a pensar en que existe un lugar libre de circunstancias, donde el ser humano no se ve afectado por el tiempo ni por sus limitaciones:

«sólo espuma

 de mar y de distancia donde vierto

 la intranquila fragancia que me suma»[60].

«y eres el mar que en la nostalgia siento»[61].

Este paso de la melancolía a la angustia, que se produce en el ánimo del poeta, provoca una alteración emocional que implica porque, después de apreciar su carácter sensible para discernir los ritmos y sensaciones de la realidad, verlo ahora hondamente preocupado e inseguro, produce en el receptor, simple mortal, un estremecimiento por simpatía que lo lleva a captar su radical inseguridad en la del poeta, pues advierte que Dios tampoco le responde y que camina  hacia la nada igualmente desesperanzado: «Estos versos me han despertado calor a poesía y he pensado en ellos y con ellos»[62].

 Tanto llega a implicar Valhondo con su tono desgarrador, que nos arrastra a reflexionar en nuestras limitaciones y a indagar en una realidad estremecedora haciéndonos sentir que somos seres para la muerte:

                                                    «Y, somos más, somos los muertos

 que llevamos en nuestra fronda

 enriqueciéndonos la sangre

 y marchitándonos las horas»[63].

Sin embargo sorprende que el libro comience con un poema esperanzado, cuyo tono animoso predispone al lector a seguir leyendo con un talante muy positivo:

«Hemos nacido nuevamente

por el paisaje que nos alza

en resurgir de bautizados

con la raíz de la palabra.

[…]

Yo soy el árbol que regresa

del huracán a la esperanza»[64].

 Pero en el segundo poema el ánimo del poeta sufre una fuerte conmoción, porque el optimismo del poema inicial se esfuma como si de un espejismo se tratara para convertirse repentinamente en angustia:

«Sí, la madrugada ya.

Ya vino la madrugada

no sé de dónde sacada

ni de qué fondo de mar.

[…]

Aliento de mi cristal,

mi frío de madrugada,

(secreto de mi verdad

la dulce espina clavada),

viene haciéndome llorar»[65].

El tono positivo del primer poema y la referencia al paisaje y al árbol hizo pensar que La esquina y el viento iba a ser una continuación temática de El año cero y una superación de la tormenta espiritual sufrida por el poeta en sus libros anteriores porque ésta parecía calmada, pero los versos del segundo poema hacen reconsiderar el optimismo del primero que también es sustituido por la angustia en el resto de los poemas.

 No obstante es posible hallar una recuperación momentánea del ánimo en el poema titulado «Momento»:

«Vuela el corazón sediento

 al tiempo, a beber el día,

 y se llena el alma mía

 a rebosar del momento»[66].

para enseguida volver a caer en sus preocupaciones desgarradoras:

«La tarde, fruta rendida,

 como yo entre noche y sueño,

 me está dorando los ojos

 con soplos de cementerio»[67].

De este modo una profunda melancolía, fruto de la desesperanza, invade La esquina y el viento por la inseguridad vital que siente el poeta, acosado por el tiempo y la muerte, solo y abandonado por Dios:

«Hoy sólo tengo un alma triste

y un corazón que amargo siente

[…]

Hoy se me escapan los momentos.

Hoy como ayer, hoy como siempre.

(La eternidad sólo ha nacido

en el camino de la muerte)»[68].

Todo esto es debido a que a lo largo del libro el poeta se encuentra inmerso en una interminable noche de la que no puede salir prisionero de sus intranquilidades, perseguido por su sombra «insoportable compañero muerto»[69] e ignorado por Dios que:

«quiere escapárseme

 vacilante de secretos»[70].

 Éste es el resultado preocupante de su deseado encuentro consigo mismo («por tanta ansia de día / entrañando la noche / en existencias íntimas»[71]). La noche es el momento propicio para buscar a Dios en el silencio y en la sobrerrealidad del sueño («yo soy muy poco y yo soy / minero de Dios a solas»[72]), pero también es un tiempo dramático porque no lo encuentra y su espíritu se puebla de angustia («Minero: tengo en el alma, / angustias de minas hondas»[73]), soledad y temor:

«Pozos vacíos de ángeles

 rebosan jugos de sombra»[74].

No es de extrañar que en esta situación anímica el poeta vacile entre la idea de un Dios amable («En la escuela un niño pinta / a Dios con barba y flequillo»[75]) y un Dios dominante de cuyo implacable poder no escapa nadie:

«Ya sé […]

 que tú si quieres nos alcanzas

 en todo instante»[76].

La tarde se llena de connotaciones negativas porque lo arrastra al abismo de una «noche oscura del alma»: «La tarde, fruta rendida, / como yo entre noche y sueño, / me está dorando los ojos / con soplos de cementerio»[77]. El día en cambio es la esperanza («Vuela el corazón sediento / al tiempo, a beber el día»[78]) y el deseo anhelante del poeta que convierte la noche en un tiempo en donde se encuentra sumergido en una profunda melancolía:

«Esta noche eterna y mía,

bajo la entraña latente,

quiere echarme hecho simiente

sólo de melancolía.

¡Que venga, que venga el día!»[79].

En La esquina y el viento se detecta la subida de tono que se venía fraguando desde Hojas húmedas y verdes y El año cero en la preocupación religiosa de Valhondo que, en su antecedente más inmediato y directo Las siete palabras del Señor, se mostró sumiso y arrepentido y ahora sin embargo no encuentra la manera de religarse a Dios y pierde la esperanza de llegar a Él. Entonces expone sus dudas claramente e incluso lo impreca hablándole de una forma confidencial y profundamente humana, casi filial (aunque con un tono lírico elevado), y lo acusa de no manifestarse ni responder a sus preguntas, a pesar de que le ha dado muestras de agradecimiento:

¡Buenos días, Señor, porque te quiero

y has hecho que despierte tan temprano!

[…]

Buenos días, Señor, a ti el primero

que eres historia y sangre de mis años!»[80].

En la segunda parte se produce una fuerte subida de la angustia del poeta que  llega a su máxima tensión en el tercer poema, «Somos la roca que no crece»[81], donde el poeta hace extensiva su situación a la de los demás y expone su concepción desalentadora de la condición humana:

«Somos la roca que no crece,

somos la arista tenebrosa,

el sacramento de la tierra

en una mar devastadora».

El ser humano para el poeta es sólo tiempo y muerte, porque el primero lo arrastra hacia ella y la muerte lo atrae inexorablemente. La vida así se reduce a una frágil existencia, en la que el martilleo mental de esta realidad se convierte en insufrible, sobre todo cuando comprueba que Dios lo ha abandonado a su suerte y sólo le queda soñarlo y consumirse en la angustia de la espera inacabable e infructuosa:

«Estoy soñando amor

-durmiendo carne ausente-

quemándome de Dios»[82].

Este poema sintético es el resumen-exposición del estado anímico en el que se sume el poeta, que parece abrigar la esperanza de algún día poder alcanzar a Dios, mientras sufre el doloroso desamor que le supone su ausencia por la que se quema como si en vida estuviera en el «infierno de los enamorados» de los poetas de Cancionero: «[La esquina y el viento es] un libro amargo, con tristeza de otoño que, por milagro de fe, deja abierto el horizonte»[83].

No se encuentran influencias en La esquina y el viento si exceptuamos un leve recuerdo de Antonio Machado cuando dice: «(Secreto de mi verdad / la dulce espina clavada), / viene haciéndome llorar»[84]. El tono parecido al de Emilio Prados en el poema «El espacio»[85]. La nostalgia albertiana de la primera estrofa de «Canciones»[86]  o el ritmo de la cancioncilla popular en los poemas de tema navideño («Nana de la niña tonta»[87] y «Canción de Navidad del hijo pródigo»[88]). Escasa influencia por tanto que se diluye en el tono personal y sentido, patente en todo el libro.

La conmoción que produjo La esquina y el viento en la crítica aún fue mayor que la de El año cero, porque detecta que en su último libro Valhondo ha iniciado un camino nuevo sin perder su personalidad e incluso la ha afianzado más. Así lo destaca Magdalena Leroux: «Va ganando Vd. no sólo en hondura sino en concepto»[89] y un crítico de Poesía española: «Los poemas de La esquina y el viento son una superación y una muestra de poesía honda y apretada de sentimiento. Se ha ganado en fuerza expresiva»[90]. Baldomero Díaz de Entresoto además subraya la actualidad de una poesía apasionada: «La esquina y el viento es una evidente superación. El poeta ha llegado con él a la cima creadora de la madurez y nos da una poesía entrañable de honda raíz humana vestida de una armonía maravillosa […] Poesía […] con acento contemporáneo. Un mundo íntimo que se vuelca y dilata por su contorno con la máxima eficacia conmovedora»[91].

De nuevo la crítica valoró especialmente la autenticidad de Valhondo frente a la poesía académica y de laboratorio de la época. Ángel Crespo incide en su humanidad: «Me gustan tus versos por una sola razón … porque son los versos de un hombre […]. Un hombre. Como tú. Sólo un hombre y un hombre plantado, como un pino, en su tiempo»[92]. Pérez-Comendador, en su sentimiento: «[Tus poemas] están impregnados de sentimiento poético, lo que no puede decirse de la poesía de hoy cerebral y fría»[93]. Gabriel Celaya, en la personalidad de unos versos con voz propia: «Tú tienes eso que llaman ‘voz personal’ «[94]. Esto mismo quiso destacar Eugenio Frutos en el prólogo de la edición original: «lo que yo quisiera es, justamente, destacar lo que tiene la poesía de Jesús Delgado de intramuradamente personal, de cosa suya, cocida en su sangre y expresada en el esguince particular de su figura y su gesto»[95].

Estas opiniones que confluyen en destacar la poesía de Valhondo como honda, personal, sentida y evolucionada indican que Valhondo, con sólo tres libros editados, ha conseguido consolidar los cimientos de su poesía madura.

LA MUERTE DEL MOMENTO (1955)

La muerte del momento es la exposición del estado espiritual del poeta en un día cualquiera de su vida diaria en Zarza de Alange, fuertemente influido por el peso de la existencia: «El poeta entona sus dudas y misterios de soledades hondas allá en lo alto de unos riscos, de Zarza de Alange, donde se asienta una casita y la escuelita de este maestro. Buen observatorio para medir su tiempo, auscultar sus mundos espirituales y contar y cantar sus diarias tribulaciones, más cerca de los cielos […], donde a ciertas horas bajan los ángeles y el soñador Valhondo se permite preguntar a Dios»[96].

Perdida su esperanza de encontrar a Dios en La esquina y el viento, el tiempo sobre todo y la muerte ocupan el núcleo temático del libro que se está analizando. La intranquilidad por estos temas se acentúa en La muerte del momento, porque Valhondo en este pueblo sintió sobremanera la soledad y el aislamiento que le provocaron un fuerte aumento de sus preocupaciones existenciales, porque la realidad cotidiana, llena de pesadumbres, dolor y muerte, lejos de calmar sus intranquilidades, lo arrastraron a ahondar en ellas:

«[…] Frío y yerto

 el cadáver es montaña

 que se nos mete en la escuela

 llenando todo de muerto»[97].

Por esta causa La muerte del momento es también la descripción descarnada de su vida diaria («Pasan hombres, van al trabajo / -el colmenar- la vida empieza»[98]), anodina y angustiosa, en Zarza de Alange donde los sucesos cotidianos, relacionados normalmente con el drama de la vida, asfixiaban su espíritu ya bastante apesadumbrado por la desesperanza de comprobar cómo el tiempo pasa, la muerte se acerca y no tiene esperanzas de encontrar a Dios para que lo ayude a superarla con la certeza de la inmortalidad. Por tal motivo su tono se torna grave y lúgubre, la angustia existencial aumenta y el silencio de Dios se hace cada vez más patente. De ahí que Enrique Segura definiera a La muerte del momento como un  «manojo de camposanto»[99].

A pesar de todo Jesús Delgado Valhondo consigue realizar una descripción lineal de ese día cualquiera siguiendo ordenadamente estos pasos:

Comienza el libro con el poeta sentado en el umbral de su casa, meditando sobre su situación existencial:

«En el umbral sentado

 de par en par la puerta

 humilde franciscano

 de mi paz y mi hacienda

 […]

 Buscando, el pan diario,

 como los hombres-fieras,

 voy, vengo, lucho, mato

 aunque el alma me duela»[100].

  Después camina hacia su escuela, sintiendo en su ánimo la naturaleza que inunda la mañana del perfume de las flores:

«Ha llegado en flor el día

 de nacida caridad,

 y el Señor en su destino

 que va buscando camino

 dentro de mi soledad»[101].

Entra en la escuela, pasa un entierro (al día siguiente se incorporará a clase un niño huérfano) y el poeta reflexiona sobre la tragedia de la vida diaria, mientras nota más patente el poder de Dios al que ahora ve como señor de la vida y la muerte:

«‘Tu padre ha muerto y yo soy

 tu padre ahora’. Voz y lira,

 dulcemente, dicen: ‘No’.

 En el libro abierto tira

 la mirada. Solo Dios

 en la escuela es quien respira»[102].

Sale al campo y descansa por un momento tranquilo contemplando la naturaleza lejos del ambiente mortecino del pueblo. Sin embargo, enseguida vuelve a sus meditaciones trascendentes:

«Respiro este aire limpio

 sin peso y sin heridas.

 […]

 y nada y nos vendimian

 la sangre cuando quieren

 venir por nuestra vida»[103].

Vuelve al pueblo, entra en la iglesia, reflexiona de nuevo, profundiza en su espíritu y siente la necesidad imperante de hablar con Dios, al que llama e incluso suplica que se manifieste pero no le contesta y sus intentos de diálogo quedan reducido a un monólogo desesperante:

«Acaba de decirme tu palabra

 que se me llena el alma de quejidos

 que vagamos en noche todavía

 y estamos, Señor, solos y hace frío»[104].

El poeta se angustia, sueña con Dios «en la mentira más hermosa» y siente cada vez con más intensidad la desesperanza de la muerte de su tiempo, gota a gota, momento a momento, como si de un refinado martirio anímico se tratara:

«Nuestras ansias son devoradas

 cada latido, por el tiempo»[105].

Y en esta angustia dramática termina el libro, que se cierra significativamente con el poema titulado «La muerte del momento», donde se hace más nítida la cercanía de la muerte en cuyos brazos lo va depositando el tiempo:

                                                «Corazón en que me mueve

 por única verdad en que te siento,

 la muerte que me llueve,

 La muerte del momento

 besarme como el árbol besa al viento»[106].

Por esta razón la búsqueda del poeta (desde un principio, condenada al fracaso) se convierte en dramática pues busca una quimera: quiere encontrar soluciones razonables a cuestiones irracionales con los pobres recursos de la mente humana. El origen de la angustia del poeta se encuentra en esta imposibilidad que se niega a aceptar para no caer en el más profundo de los abismos, perdiendo definitivamente la esperanza de la vida eterna, que es una idea aterradora porque lo aboca a la muerte definitiva:

«Que eres altar y yo, vigilia:

 que eres horizonte que goza

 el más allá de las montañas

 en la mentira más hermosa.

 Yo velaré tu sueño, amigo,

 tú no temas, duerme y reposa,

 que nadie vendrá ¿sabes?, ¡nadie!

 a deshojarte en tu persona»[107].

Además La muerte del momento es la descripción de la realidad diaria, cruda y dura, en la que el ser humano tiene que luchar «como los hombres-fieras», pasar estrecheces y sufrir enfermedades siempre con la espada de la muerte pendiendo sobre su cabeza. Esta situación, que se repite cada instante, se convierte en inaguantable para el frágil espíritu del poeta que ahora soporta no sólo la carga agobiante de su drama, sino también comienza a sentir el peso de la imperfección de los demás:

«La cena. Otra bendición.

 Bendición sobre sardinas.

 Esquelas de defunciones.

 Sucesos y más sucesos,

 deportes y habladurías»[108].

Pero a pesar de todo el poeta tiene la valentía de enfrentarse a la vida («Dame, mujer, que es tarde / gabardina y cartera»[109]), aunque siempre acompañado de una profunda melancolía de soledad y desamparo («y Dios va siempre delante / y sólo soy caminante / de mi vida y mi dolor»[110]). De ahí que su camino sea un simple andar por andar sin esperanza y el poeta no tenga el deseo de llegar a una meta donde disfrutar del descanso merecido, que en este caso sería el regazo de Dios. Su vida pierde de este modo el deseo de vivir:

«Sólo nos queda el dulce aliento,

 su mirada furtiva,

 y la amargura de que lleva

 de que lleva la alegría»[111].

Pero La muerte del momento no es una monótona exposición de sus preocupaciones, porque el poeta utiliza una técnica de intensificación dramática, que va creciendo a lo largo del libro y lo divide en dos partes claramente diferenciadas: la primera desde el comienzo al poema «Momento de vida» y la segunda desde «Habla, estamos solos» hasta el final.

En la primera parte el poeta reflexiona melancólicamente sobre el peso de la mediocridad y la tragedia de la vida cotidiana en él y en los demás situándose en el paisaje que refleja, como en Hojas húmedas y verdes, su estado de ánimo siempre vacilando entre la imposibilidad de cumplir con su anhelo inalcanzable de encontrar a Dios y la tristeza de sentirse insignificante ante la grandeza de la creación:

«Como una piedra al mar

 y cielo y mar adentro

 voy cotidianamente

 de mi vida cayendo.

 […]

 Ha llegado el instante

 y la llamada espero

 que me diga en la noche:

 ‘¡Levanta, estás despierto!’

 Pero el grito no llega

 y abismos voy venciendo

 furtiva piedra sola,

 bajando por el mar,

 en Dios latiendo»[112].

Esta parte se encuentra dosificada  por medio de dos respiros espirituales, que consiguen atenuar la angustia: uno en «El lenguaje de las flores en la Navidad» (tercer poema), donde el poeta se llena de naturaleza a través del perfume de las flores y las sensaciones diversas de sus distintos aromas, que llenan su espíritu de sugestiones positivas y de una esperanza momentánea, porque logra sentir a Dios en esa manifestación natural:

«Eglantina en el color,

 -atraviesa el sol cristal-,

 iris abre su mensaje

 y Dios queda hecho paisaje

 de perfume floreal»[113].

Otro en «Vendimia» (noveno poema), cuando el poeta contempla momentáneamente el paisaje, libre de pesares:

«La luz está cayendo

 como una inmensa firma

 sobre el paisaje y pulso

 de la hermosa campiña.

 Va recorriendo venas

 la tremenda alegría

 de estar todo cercano

 a pasos, a ojos vista»[114].

No obstante este respiro se convierte en dramático porque su redescubrimiento del paisaje no lo reafirma como el ser más perfecto de la creación, sino como un elemento extremadamente frágil y finito cuyo sino es la insistencia angustiosa en preguntar continuamente sobre su origen y su destino y no obtener respuesta:

«Nosotros parecemos

 casualidad bendita.

 ¿Somos? Eso parece

 porque el cuerpo respira,

 porque bajo este cielo

 tenemos voz pasiva

 y una cuarta de mundo

 que, a veces, nos lastima»[115].

En la segunda parte sin embargo se produce un aumento de la tensión dramática, porque si en la primera la presencia del tiempo y la muerte se hace patente, en la segunda se convierte en trágica («ser testigo de que tienes / encima sangre y mundo entero / y el ciprés, con nubes altas / arraigado en mitad del pecho»[116]). El poeta se olvida de los demás y del paisaje y se adentra en su interior, desde donde habla con Dios exponiéndole sus preocupaciones en un monólogo descarnado y directo, que se hace místico en el último poema quizás intentando situarse en una posición más cercana a la divinidad, para que se compadezca de él y le responda:

«El alma que me vive

 como pájaro en nido su agonía,

 Señor, hoy te recibe

 y espera la alegría

 de verse madrugar en nuevo día»[117].

Por tanto el poeta sigue una estructuración cíclica que comienza y termina en la angustia más desesperanzada, encerrado en un círculo vicioso que hace más dramática su existencia cotidiana, porque sabe que sin Dios no hay solución posible. De ahí la obsesión que Valhondo siempre tuvo por la inminencia de la muerte:

«Quizás yo mismo esté temblando

 cuando escribo estos versos

 como la rama desgajada

 por las tormentas y los vientos

 y tema dormir, por si acaso

 una mañana no despierto»[118].

En cuanto a la métrica y a la rima, La muerte del momento, presenta algunas vacilaciones frente a la regularidad casi total de La esquina y el viento: todos los poemas están medidos en heptasílabos («Yo estaba allí sentado», «Ofrenda», «Vendimia», «El corazón en la vida» y «Siempre hay alguien»), octosílabos («Canciones del caminante», «El lenguaje de las flores en la Navidad», «Manos en silencio», «Pasa un entierro por la puerta de la escuela», «Primer día de clase del niño huérfano» y «Un día cualquiera»), eneasílabos («Velándole sueños al hombre dormido en el camino»), endecasílabos («Noche en el alma» y «Cuando quieras, Señor»), alejandrinos («Troncos talados») o presentan combinaciones de distintas medidas: eneasílabos + pentasílabos + un endecasílabo («La iglesia»); eneasílabos + pentasílabos + un heptasílabo («Momento de vida»); heptasílabos + endecasílabos («Habla, estamos solos» y «La muerte del momento»); heptasílabos + un pentasílabo («Como una piedra al mar»); alejandrinos + heptasílabos («El recuerdo») y heptasílabos + eneasílabos + endecasílabos («Morir habemos»).

La rima sigue la pauta que ya se ha hecho característica en Valhondo: predomina la asonante, que se mezcla frecuentemente con la consonante. La combinación regular de los metros y rimas mencionados dan lugar a la aparición de estrofas (quintillas -«Canciones del caminante»-, liras -«La muerte del momento»- y décimas -«El lenguaje de las flores en la Navidad») y poemas con un predominio del romance en trece ocasiones, de las que en cinco son romances-endechas («Yo estaba allí sentado», «Ofrenda», «Vendimia», «El corazón en la vida» y «Siempre hay alguien») y tres heroicos («Habla, estamos solos»[119], «Noche en el alma» y «Cuando quieras, Señor»). Además se localizan dos sonetillos («Pasa un entierro por la puerta de la escuela» y «Primer día de clase del niño huérfano») y una especie de silva con versos heptasílabos y alejandrinos («El recuerdo»).

El sello de Valhondo en La muerte del momento (o la muestra[120] de irregularidad que siempre introduce, incluso en sus libros más formalmente disciplinados) se encuentra en  tres poemas que no responden a distribuciones conocidas: «Un día cualquiera» que está escrito en octosílabos pero la rima asonante aparece hasta el verso 21 en los versos impares y, a partir del 24, se cambia a los pares. «Troncos talados” que son ocho versos con dos rimas distintas en los pares y «Como una piedra al mar» que es un romance-endecha, pero cambia la rima asonante en los pares del penúltimo al último verso. Otra muestra sería la introducción en una composición rimada de un verso de otra medida como sucede en varios casos citados.

Estas vacilaciones son ejemplos de que el poeta continúa experimentando y deja siempre válvulas de escape para sortear el encadenamiento que le supone la regularidad formal del verso medido y rimado en un momento que le gustaría ser más libre que nunca para decir sin obstáculos lo que siente, aunque sin perder la verdad. Pero como sabe que puede desbocarse introduce esas vacilaciones aparentemente incomprensibles.

Estos ejemplos, que muestran a un poeta disciplinado y a la vez que se libera de ataduras cuando lo necesita, es una señal inequívoca de que Jesús Delgado Valhondo ha tomado el pulso de su palabra, y ya es un poeta asentado y dueño de su poesía.

La muerte del momento, que fue editado pobremente en Gévora[121], va precedido de un prólogo de Enrique Segura que ocupa la página 1; en la siguiente aparece la portada con la dedicatoria del libro a Pedro Caba y a continuación vienen los poemas que, uno tras otro sin ser agrupados en partes, ocupan  de la página 3 a la 9.

No obstante el libro se encuentra dividido en dos partes (la primera desde «Yo estaba allí sentado» a «Momento de vida» y la segunda desde «Habla, estamos solos» a «La muerte del momento»), teniendo en cuenta que ambas partes tienen un número idéntico de poemas, once. Existe un predominio de los versos de arte menor (pentasílabos, heptasílabos y octosílabos) en la primera y de los versos de arte mayor (eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos) en la segunda. Y también en esta parte se concentran la mayor parte de las combinaciones de varios metros y las alteraciones citadas de la rima.

La reunión de los versos de arte mayor, las combinaciones y las alteraciones mencionadas en la segunda parte se deben al aumento de la angustia, que provoca una mayor tensión dramática y por tanto que el pulso formal del poeta se resquebraje en algún momento pasajero.

Seis recursos formales contribuyen a la creación gradual del clima angustiado en el libro que vienen a confirmar, junto a las características métricas comentadas, el crecimiento de la angustia conforme el libro avanza y pasa su ecuador:

1º)El tono sosegado del comienzo, que sitúa al poeta en un ambiente de suave melancolía desde donde cuenta su situación presente para desde ahí avanzar en el relato de su concepción trágica de la vida:

«En el umbral sentado

 de par en par la puerta

 humilde franciscano

 de mi paz y mi hacienda.

 Yo temblaba de noche

 ante un Dios de tormentas»[122].

Los libros anteriores generalmente comenzaron de una forma abrupta; sin embargo en La muerte del momento el poeta, herido por su búsqueda fracasada, soporta serenamente su profunda herida espiritual, cuando comprueba que Dios no es el ser cercano y amable que esperaba.

Pero pronto comenzará su angustia al sentir que la realidad no sólo le depara el fracaso espiritual de su búsqueda sino que además se trata de una lucha dramática por la supervivencia diaria:

«Hoy, buscando el pan diario,

 como los hombres-fieras,

 voy, vengo, lucho, mato

 aunque el alma me duela.

 Donde quiera que vaya

 debo ganar mi presa»[123].

2º)El cambio de concepción de la noche y el día: antes la noche era su único problema, ahora también lo es el día que lo llena de angustia:

«Ha muerto el alba allá en el campo

 en los árboles y en la yerba»[124].

 3º)El uso en seis ocasiones (tres en cada parte) del romance-endecha que imprime el tono fúnebre que poco a poco va impregnando al libro: «Yo estaba aquí sentado», «Ofrenda» y «Vendimia» (primera parte). «Habla, estamos solos», «El corazón en la vida» y «Siempre hay alguien» (segunda parte).

4º)La mezcla de versos (alejandrinos y heptasílabos) y rimas distintas (asonante y consonante), que el poeta incluso combina con versos sueltos en algún poema como «El recuerdo», obligado por la necesidad de salirse de la regularidad en momentos especialmente angustiosos,que necesita expresar exactamente lo que siente y no lo que le obliga un ritmo determinado.

5º)La concentración de poemas al final con un número mayor de versos, que insisten en el tema de la muerte.

6º)El empleo de la lira en el poema que cierra el libro, donde su espíritu se remansa, sumiso ante la evidencia de un destino inalterable, y finaliza su monólogo en un tono místico, buscando la unión con Dios:

«El alma tengo herida

 de verme, Dios clavado en lo que quiero,

 del tiempo por la vida,

 del tiempo donde muero

 sangrando los desgarros que te infiero».

Pero este intento se convierte en frustración, a pesar de los continuos ofrecimientos previos del poeta, que resultan una extraordinaria muestra de entrega a Dios y de amor no correspondido:

«Vengo para que digas

 lo que quieras, Dios mío»[125].

«Señor, cuando destiles

 mi corazón amargo

 de las últimas gotas

 que me estén derramando

 palpitará mi espíritu

 en vuelo por tu espacio»[126].

La muerte del momento podría ser definido como el libro del tiempo que poco a poco lo acerca inexorablemente a la muerte: «[…] me pongo a escribir. Quisiera escribir sobre los calendarios. Es un buen tema para hacer un breve y jugoso ensayo, puedo hablar del tiempo. De cada día que vemos pasar, de la muerte de cada momento»[127] escribe Valhondo por estas fechas, explicando sin proponérselo la esencia del libro.

Y es que en el tiempo se encuentra la otra clave temática del libro que, junto a la desazón por la búsqueda infructuosa de Dios, explica la subida de la angustia del poeta, porque se da cuenta de que el tiempo no es elástico sino que se le va descontando de la cuenta particular que Dios le concedió cuando recibió la vida, que no es una suma de tiempo sino una resta, es decir, la vida no lo aleja de la muerte sino lo acerca.

Ante esta realidad patente el poeta bastante conmocionado por su reciente descubrimiento reinicia la búsqueda de Dios, al que llama primero con dulzura («esperando, Señor, que tú dispongas / de todas estas muertes que padezco»[128]) y poco después desesperadamente al comprobar que no le responde ni lo hará nunca:

«¿Quiénes somos?, ¿Por qué existimos?

 ¿Dónde, Señor, iremos?

 Nunca sabremos nada,

 mar insondable de momentos»[129].

Entonces aflora su angustia con mayor desesperanza, porque se da cuenta de que el tiempo definitivamente es irrecuperable; no lo volverá a vivir porque sólo podría recuperarlo en la vida eterna donde el tiempo es infinito, pero sin Dios no existe esperanza de salvación ni de eternidad. Y así día a día inexorablemente el poeta, un hombre cualquiera, siente que Dios se encuentra cada vez más lejos, el misterio se agranda y la muerte se acerca:

«Siempre tengo las mismas dudas

 las dudas que todos tenemos;

 yo sólo sé que andamos

 y que morir habemos»[130].

Además en este libro se produce un aumento de su drama particular porque, si La esquina y el viento fue un monólogo angustiado con Dios donde el poeta tomó conciencia del significado trascendental de la vida, la muerte y el tiempo, La muerte del momento es la exposición angustiosa de la necesidad vital de hablar con Él, porque el poeta toma conciencia de la realidad cotidiana y de los demás, que había ignorado hasta este momento excesivamente preocupado por sí mismo.

Por tanto su angustia actual no procede únicamente de las intranquilidades de su soledad interior, sino también de aquéllas que le producen los sucesos de la vida diaria donde se encuentra con sus semejantes, tan imperfectos y desamparados como él. Entonces su estremecimiento llega a su máxima intensidad, cuando advierte que no está solo, que su tiempo es también el mismo de los otros y (esto es lo que más lo estremece) de sus hijos, seres indefensos a quien él dándoles la vida ha arrojado inconscientemente en manos del tiempo y de la muerte, que no se pararán ante su indefensión:

“Mucho he pensado, mucho,

en estas vidas nuevas,

en esta sangre mía

creciendo en mi presencia,

de tanto mirar tengo

que llorarlos con pena»[131].

La preocupación que siente el poeta por este asunto es tan insufrible que se hace un tema recurrente a lo largo del libro:

«Tu padre ha muerto y yo soy

 tu padre ahora»[132].

«Hijos que ríen, que lloran,

 que duelen sus alegrías»[133].

«[…] yo oculto

 el corazón, si el corazón me sangra,

 como oculto las penas a mis hijos»[134].

Por tanto La muerte del momento desde el primer poema conecta con la línea angustiosa detectada en el libro anterior, pero aun más intensificada. El poeta, un hombre anónimo de pueblo («alma sencilla / de provinciano asceta»[135]), se encuentra abrumado ante un Dios indiferente por la múltiple responsabilidad que acaba de adquirir cuando comprende que también es su preocupación la vida de su mujer y de sus hijos, imperfectos y finitos como él.

Así La muerte del momento es un libro donde se puede constatar un hecho característico en Jesús Delgado Valhondo: la angustia provoca en su ánimo un sentimiento de expresión realmente verdadera, cuando lo normal sería que desvirtuara sus sentimientos y los hiciera artificiales, oscuros y despersonalizados. Es en estos momentos cuando se halla al poeta auténtico, como reconoce Enrique Segura: «Sigue Delgado Valhondo la línea poética de Antonio Machado, pero sin perder un ápice de sus propios sentimientos, de su recia e inflexible personalidad. Su lira es menos profunda y filosófica, pero tiene una energía nativa y una altivez tan arrogante que se refleja en esa economía de florituras y de imágenes que le lleva a plasmar la carga emocional de su alma, que lanza como una flecha de indios al corazón del lector»[136].

Es cierto que en La muerte del momento se encuentra al Valhondo más personal, pero no tanto la dependencia que establece Enrique Segura con el poeta sevillano, al que sólo se detecta en el segundo poema donde aparece la idea recurrente del camino, pero la reelaboración es distinta a la de este asunto en Machado que concibe el camino como una metáfora de la vida, mientras Valhondo lo toma como un medio físico por el que llevar a cabo su búsqueda de Dios:

«-Caminante, ¿Dónde vas?

 -Voy siempre buscando a Dios

 y Dios va siempre delante

 y sólo soy caminante

 de mi vida y mi dolor»[137].

También se localiza algún recuerdo de Cántico de Jorge de Guillén en la visión serena del mundo y en la suavidad de la entonación que discurre plácidamente por medio de frases esenciales en poemas como «El lenguaje de las flores en la Navidad» y «Vendimia»:

«Respiro este aire limpio

 sin peso y sin heridas.

 […]

 Va recorriendo venas

 la tremenda alegría

 de estar todo cercano

 a paso, a ojos vista».

 La rabia impetuosa de Blas de Otero en expresiones del tipo «Cómo estrujas, Señor / […] / Cómo apuñas, Señor / […] / revolcándome en tierra»[138]. Y el misticismo formal de San Juan de la Cruz en la espiritualidad de las liras del último poema del libro. Pero no se pueden calificar estos detalles como influencias de peso porque aparecen en fugaces momentos y enseguida desaparecen sin dejar rastro. De tal forma que en el resto del libro sólo está Jesús Delgado Valhondo.

Coincidimos no obstante con Segura en la «economía de florituras» del libro, porque en estos momentos al poeta sólo le interesa que su mensaje llegue transparente y evita adornos innecesarios. Sin embargo no estamos de acuerdo con este crítico en que haya «economía de imágenes», porque aparecen a lo largo del libro con el sello inconfundible de la personalidad creativa de Valhondo:

«humilde franciscano

 de mi paz y mi hacienda»[139].

«Una culebra enroscada

 el padre que ya no tiene»[140].

«Disgustos, inconveniencias

 haber y debe de hormigas»[141].

«Se nos queda en las manos

 las más grandes medidas»[142].

«La luz, avispa en la ventana,

 mueve la casa y la colmena

 y lleva el barco, ave de oro,

dorada iglesia»[143].

«desnudo ya de todas

 las penas y caminos»[144].

«y que sembramos nuestros días

 en nuestros campos de recuerdos»[145].

Éstas son algunas de las imágenes que se localizan sin realizar un esfuerzo especial en su búsqueda. Por tanto, no hay en La muerte del momento «economía de imágenes», sino que se encuentran tan naturalmente integradas en el texto, que da la sensación de que sólo aparecen las necesarias. Si se refiere a esto Enrique Segura, entonces estamos de acuerdo con su afirmación.

Otros recursos aparecen en el libro aunque, igual que las imágenes, se encuentran tan sencillamente integrados en la expresión suave y natural empleada, que lenguaje común y recursos corren a la par en beneficio del contenido (no de la forma), contribuyendo a crear el clímax característico de este libro.

Así se nota que en La muerte del momento destacan recursos reiterativos que indican el aumento del grado de angustia en el espíritu del poeta, cuanto más tardan las respuestas de Dios y más se agota su esperanza:

Vocativos repartidos por todo el libro («Mujer», «Caminante», «Alma», «Señor», «Dios mío» …) que muestran por un lado la conciencia que toma el poeta de los demás y por otro el anhelo imperante de que Dios lo atienda:

«¡Dame, mujer, que es tarde

 gabardina y cartera»[146].

«-Caminante. ¿Dónde vas?

 -Andar por andar, amigo,»[147].

«Vengo para que digas

 lo que quieras, Dios mío,

 […]

 Estoy contigo y estamos, Señor, solos»[148].

  Encabalgamientos que advierten la congoja del poeta ante la presencia de la muerte:

«Lejos ladra triste un perro

 invisible amargo mal.

 […] El cencerro

 del murmullo por la cal.

 […]

 el cadáver es montaña

 que se nos mete en la escuela»[149].

Uso reiterado de estructuras sintácticas como puede ver en «Cuando quieras, Señor» («Cuando quieras, Dios mío», «de estar aquí»), o en «La muerte del momento» («del tiempo», «la muerte»), que indican la insistencia del poeta en llamar la atención de la divinidad porque cada vez necesita más que se manifieste.

Empleo de la primera persona para reafirmar el poeta su presencia («Yo temblaba», «Te traigo», «Respiro este aire limpio» …) o bien para hablar con Dios («Vengo para que digas», «Yo te espero, Señor», «El alma tengo herida» …). Aunque también emplea la primera persona del plural, cuando le interesa implicar a los demás en sus inquietudes («tenemos voz pasiva», «y estamos, Señor, solos», «Desconocemos dónde estamos» …).

Anáforas («puerta de lágrimas / valles de lágrimas», «si son tus labios […] si, luego, nos enciendes […] si los dos somos uno») y polinsíndetos («y he reído y llorado muchas veces / y existo vivo») que marcan el aumento de su angustia.

No obstante todo en La muerte del momento contribuye a crear una tonalidad uniforme, velada por la melancolía que evita el exabrupto. De ahí que el estilo continúe siendo directo, la lengua natural (se mantiene así incluso cuando la mezcla con imágenes angustiosas) y el tono melancólico y trágico, que llega a tomar un tinte fúnebre y naturalista pero sin estridencias:

«Yo te espero, Señor, humildemente,

 como paloma herida bajo el águila.

 Arráncame de mi cansancio y penas;

 dame tu mano ya, tu mano amada,

 y vámonos por el camino viejo,

 amigo mío, a despertar el alba»[150].

De los libros comentados, La muerte del momento es el más uniforme de Jesús Delgado Valhondo por las razones expuestas. Además esta afirmación la confirma el hecho de que la edición original de La esquina y el viento llevara poemas de libros anteriores, que fueron suprimidos en la edición publicada. Este dato muestra que La muerte del momento es el primer libro que Jesús Delgado Valhondo concibió independiente y a conciencia, pues en su contenido aparecen interrelacionados los grandes temas tratados por él: paisaje, tiempo, muerte, hombre, Dios y  soledad.

Además en este libro se hace patente la poesía esencial característica de Valhondo, en la que no se halla ninguna concesión a la palabrería vana, pues todo es muy meditado y sentido, puro espíritu destilado por la necesidad de decir estrictamente lo necesario:

«Vuelta otra vez. Bendición

 sobre garbanzos. Ironía.

 Disgustos, inconveniencias

 haber y debe de hormiga.

 Sueño nublado. Café.

 Arañas en las pupilas.

 Crucigrama. Más y amén»[151].

Y es en este punto donde nos encontramos con la afirmación de algún crítico, que asegura localizar influencias de Juan Ramón, San Juan y Fray Luis. Pero no sólo el primero es esencial ni tampoco los otros son los únicos místicos o ascetas que existen en nuestra literatura; además leamos a estos poetas y a Valhondo profundamente y detectaremos las diferencias que los separan:

«Mis manos -extrañas manos-,

 extraños queridos seres.

 Por un camino de ciego

 tactan momentos latentes.

 ¡Qué soledad, qué serena

 soledad reposan siempre!

 Haz de silencios, mañana,

 cruzadas sobre la muerte»[152].

La muerte del momento supone otro paso más en la evolución espiritual y lírica de Jesús Delgado Valhondo que, al tomar conciencia de la realidad y de sus semejantes que lo rodean, amplía sus preocupaciones en un gesto humanamente consciente, comprometido y solidario. Por lo que podemos decir que en La muerte del momento se produce un cambio de enfoque del poeta, al pasar del yo más íntimo al nosotros más amplio, cuyo descubrimiento produce una reacción solidaria en su alma hasta hace poco solitaria.

Resulta penoso que este libro tan sustancioso y fundamental en la evolución poética de Jesús Delgado Valhondo fuera tan escasamente difundido por publicarlo en Gévora que, si bien fue un proyecto editorial digno de elogio y tenía una tirada propia de una revista poética, no fue suficiente para suscitar las opiniones de la crítica que sin duda lo hubiera recibido con júbilo y comentarios adecuados a su contenido y su calidad. Y estas opiniones orientadoras las echamos en falta a la hora de profundizar y entender más hondamente este libro estremecedor y crucial en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

LA MONTAÑA (1957)

La montaña es el resultado del impacto espiritual y físico, que produce en el ánimo y en el cuerpo del poeta las características especiales del paisaje santanderino por sus proporciones fabulosas y la influencia de su clima y su flora tan distintos al de su tierra: alturas vertiginosas, profundos precipicios, vegetación exuberante, verde intenso, niebla y shiri-miri perenne, mar y montaña juntos:

«[…] Montañas

que nacen de la pluma

del día. Sueñan cuevas,

donde tiempos acunan,

noches eternas. Suda

verdes el monte. Ríos

y adiós. Piedras desnudas …

                                                          Acaricia las vacas

Santander en la bruma»[153].

Aunque La montaña no es una simple visión geográfica sino el descubrimiento traumático del poder de Dios a través de la contemplación espiritual y el peso físico de la creación, cuyo centro por unos días se situó en la montaña cántabra, donde Jesús Delgado Valhondo llevó a la práctica su idea ascendente del camino de la vida y creyó idealmente que había llegado el momento del encuentro tan deseado con la divinidad.

Esta concepción trascendental induce a pensar que tanto el título como el contenido del libro tienen un origen bíblico, que se halla en la subida de Moisés al Sinaí para que Yavé le entregara los Diez Mandamientos y la experiencia vivida por el pueblo de Israel: «Al tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos, y una densa nube sobre la montaña, y un muy fuerte sonido de trompetas, y el pueblo temblaba en el campamento. Moisés hizo salir de él al pueblo para ir al encuentro de Dios, y se quedaron al pie de la montaña. Todo el Sinaí humeaba, pues había descendido Yavé en medio de fuego, y subía el humo, como humo de un horno, y todo el pueblo temblaba. El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Yavé le respondía mediante el trueno»[154]. Este mismo Dios airado que sufrieron los israelitas es el Dios de tormenta que encontró Jesús Delgado Valhondo en la cima de la montaña santanderina. Posteriormente al episodio que narra la Biblia los israelitas estuvieron vagando por el desierto cuarenta años, abandonados por Yavé; Valhondo errará sin Dios, solo y desamparado, durante toda su vida:

«Suspiro. Son las seis. Escombros

en los recuerdos. Hace frío.

Penas de Dios me quedan sólo.

                                                   Hombre solo en el mundo. Sombra

sola de un vuelo misterioso»[155].

La idea de la montaña en Valhondo procede de sus raíces cristianas (se acaba de comentar la influencia bíblica), de sus vivencias cacereñas (ya se ha comentado su atracción especial por el lugar denominado «la montaña», vigía de Cáceres) y del impacto que le causó la lectura de la Vida de San Pedro de Alcántara y el conocimiento de su incansable peregrinar: «San Pedro de Alcántara hacía una cruz y la clavaba en la cima más alta. Cristo subió la cuesta de la montaña y su sermón más bonito quizás sea ‘el de la montaña’ «[156]. Éstos son los motivos de que se halle la idea de la montaña en sus comienzos líricos cuando aún tenía intactas sus esperanzas de encontrarse con Dios en un futuro no muy lejano.

También influyó sin duda la experiencia mística de San Juan de la Cruz que contó líricamente en su “Subida al monte Carmelo”, donde el carmelita encuentra a Dios y se produce la unión mística de su alma con la divinidad. Esta misma experiencia es la que deseaba vivir Valhondo, desprendido de los despojos de sus imperfecciones mortales y de los obstáculos del camino. Pero finalmente no consigue la unión tan deseada cuando trata de trasvasar la experiencia mística a la realidad y Dios no se manifiesta materialmente, porque sólo unos pocos elegidos pueden alcanzar el éxtasis místico que está vedado a los simples mortales como él:

:

«Alcé los brazos sobre

 unas supuestas albas.

                                                             Quise la nueva luz

 y la nueva palabra.

 Y sólo conseguía

 ver mis manos mojadas,

 hechas pájaros tristes

 deshojadas en agua»[157].

En artículos periodísticos de Jesús Delgado Valhondo existen numerosas muestras de esta idea teórica, fundamental en su vida espiritual y su poesía porque representa la meta de su recorrido vital, consciente de que la existencia es un regalo extraordinario que se debe llenar espiritualmente de contenido, de indagación, de compromiso, y descubrir poco a poco a través de nuestra innata capacidad de asombro. Para Valhondo el hombre debe ser el resultado de una existencia intensa que bucea e indaga en sí mismo, en los demás y en su entorno mientras va quemando etapas en un deseo ascético-místico de llegar al encuentro con Dios, la perfección, que lo espera en la cima anhelada.

Postura por tanto lejana a una vida anodina, monótona, sin preocupación espiritual: «La ambición más digna del hombre es el anhelo por subir […]. Subir para ganar la cúspide que le pertenece. Subir como el árbol para llegar al primero y al último rayo de sol. […] Elevarse es ganar. […] El alma busca la altura […]. Subir aunque sea por desprendernos del barro, de la miseria, de los reptiles. Subir para engrandecernos, para dilatarnos, para poder respirar mejor»[158]. La decepción vendrá cuando en la realidad no pueda acceder a Dios con la facilidad que esperaba, pues lo encontrará inaccesible en la cima y su vida caerá en el desencanto donde naufragan los seres espiritualmente vacíos por el silencio de Dios:

«[…] Por la herida

 sólo Dios. Cierra el libro

 que tiene abierto el mar

 de madrugada. Día

 que no nos ve.

                                 Melancolía»[159].

Por este motivo La montaña no es un mero ejercicio lírico sino un libro eminentemente reflexivo, producto de una conmoción espiritual que abarca y abraza de sentimientos un accidente geográfico, porque todo se cuece en el alma del poeta que con su sinceridad traduce sus sensaciones en forma lírica desde su yo más íntimo: «Quise coger la hierba», «Y cuántas veces mi lecho», «Me palpo con las manos», «Y me estaré constantemente», «como cruz me la llevo» … Y otras veces a través de imágenes de un lirismo enternecedor que en más de una ocasión se convierte en desgarrador estremecimiento:

«[Santander] Labio de España, aliento

gris de mar»[160].

«Ya se enredan las nubes

en las rocas. El viento

enseña su garganta»[161].

«herida que sangrando monte arriba

va señalando el alba de los sueños»[162].

«Abre su caja el sol

vierte diamantes:

viva luz donde juegan

color los ángeles»[163].

«Llevo la sangre recogida

en una cárcel de esperanza»[164].

El libro consta de 19 poemas de extensión breve pues rondan una media de 15 versos, también generalmente cortos. También este libro distribuye la métrica y la rima de una forma casi totalmente regular: todos los poemas están medidos en heptasílabos («Santander», «Niebla», «Desde el mirador del cable», «Desfiladero de la Hermida», «Torrelavega», «Besando el trozo de la cruz del Señor en Santo Toribio de Liébana» y «Puerto de Santander»), octosílabos («Subiendo la montaña», «Picos de Europa» y «Santillana del mar»), eneasílabos («Recordando la colegiata de Santillana del mar», «Caminos de la montaña», «En el pueblo de Potes» y «San Vicente de la barquera»), endecasílabos («Cuevas de Altamira», «Taberna del riojano» y «Sepulcro del inquisidor Corro») o presentan combinaciones de pentasílabos + heptasílabos («Shiri-miri» y «Playa del sardinero»).

Sigue predominando la rima asonante que se mezcla frecuentemente con la consonante, formando en la mayoría de los casos estrofas y poemas conocidos: tercetos encadenados («Taberna del riojano»), redondillas («Subiendo la montaña») y cuartetas asonantadas («Niebla»). Hay un predominio patente del romance en octosílabos (trece de los 19 poemas); también aparece el romance-endecha («Desde el mirador del cable», «Desfiladero de la Hermida», «Torrelavega» y «Puerto de Santander») y el heroico («Cuevas de Altamira» y «Sepulcro del inquisidor Corro»), que es usado cuando se produce un aumento de la tensión lírica en el primer caso por el asombro que le produce encontrarse en el mismo lugar que habitaron seres primitivos hace miles de años, sintiendo su presencia en aquellas paredes dibujadas:

«Un hombre estuvo aquí -trece mil años-

 mi primitivo hombre de misterio:

 el arte le nació sin saber cómo

 iba soñando caza y rozó cielos»[165].

o en el segundo por el rechazo que le inspira el inhumano inquisidor Corro, ayer poderoso y hoy despreciado:

«Te acaricio, te miro, te mantengo

 casi de corazón, trasluz cansado.

 Pero te arranco pronto de mi sangre

 me produces temor y me das asco»[166].

Aparte tenemos tres poemas que rompen esta regularidad: «Santander» presenta la rima en los pares hasta el verso 8º y a partir de ahí en los impares. «Shiri-miri» distribuye la rima de una forma irregular (abcbcab–b-b) y «Besando el trozo de…» tiene la mayoría de los versos sueltos. Por tanto otra vez se puede localizar una muestra de lo que hemos traducido como independencia y rebeldía de Valhondo frente a la atadura de la métrica y la rima.

Estas características métricas indican que formalmente en La montaña el poeta se ha dejado llevar por su instinto lírico primitivo más cercano a la poesía tradicional que a la culta, aunque esta afirmación no significa que sea un libro descuidado, pues La montaña contiene momentos de una alta creatividad y en conjunto es uno de sus libros más unitarios, coherentes y sin altibajos de Valhondo tanto en la forma como en el contenido.

Tampoco divide el poeta formalmente este libro por lo que parece una simple sucesión de poemas. Pero atendiendo al contenido La montaña se estructura en tres partes que responden a una distribución cíclica, cuyo principio y fin se sitúa en la capital cántabra: «Santander» (primer poema) y «Puerto de Santander» (último poema).

La división en tres partes estaría distribuida de la siguiente forma:

Primera parte: Desde «Santander» a «Shiri-miri», especie de introducción donde describe el impacto emocional sufrido ante el paisaje y el clima santanderino:

«Quise coger la niebla

 -ángel de telaraña-

 […]

 Quería coger nieblas …

 Eran nubes cansadas

 de volar que en la tierra

 vertían sus nostalgias.

 Como yo cuando vengo

 de mi trabajo al alma

 y me noto en la sangre

 suelo de una mañana»[167].

   Segunda parte: Desde «Subiendo a la montaña» a «Desfiladero de la Hermida», núcleo del libro donde se encuentra la impresión sentida ante las proporciones magníficas de la montaña cántabra y el fracaso de su encuentro con Dios:

«Ojos de Dios -¡qué cercanos

 están de mí!- dentro miro

 la transparencia del cielo

 alto del escalofrío»[168].

   Tercera parte: Desde «Santillana del mar» a «Puerto de Santander» donde bucea en el alma de las tierras santanderinas de las que extrae su esencia de siglos y en cuya naturaleza halla impreso el origen de la vida, que lo reanima de su decepción pues capta en él una honda espiritualidad:

«Rincones, sombras, esquinas

 y piedras, siglo a sembrar.

 Por las calles y callejas

 almas puestas a secar.

 Las horas cierran silencios

 en Santillana del Mar»[169].

También indica la división en tres partes el hecho de que el poeta en la primera se encuentra en las tierras bajas («Montañas / que nacen de la pluma / del día. Sueñan cuevas, / donde tiempos acunan, / noches eternas»[170]). En la segunda sube a la montaña y llega a la cima («Al lado de estas piedras / se me alejan los cielos / soñando pesadillas / de abismos en el tiempo. / Monstruos que de mí beben / huellas de mal momento»[171]. Y en la tercera, baja de la montaña y recorre los lugares situados a media altura hasta llegar al puerto de Santander, junto al mar donde comenzó su recorrido:

«Tiene la voz del mar cogida

 en una eterna primavera.

 En cielos vibra el arpa azul.

 La luz se vierte por la hierba»[172].

En cuanto al estilo, La montaña se contrae en su expresión y se hace esencial por medio de una economía de palabras y recursos, que lleva sin disquisiciones al fondo del asombro espiritual ejercido por aquellas tierras en el poeta. Conecta así con el estilo formal de libros anteriores: trazos impresionistas, pinceladas magistrales, originalidad en las imágenes, ritmo ágil y directo, expresión cercana y cálida, facilidad elaborada, características directamente sacadas por el poeta de su espíritu palpitante en momentos de perfecta comunión con el paisaje montañés, que expresa a través del verso corto, la rima asonante o recursos indicativos de la afectación espiritual experimentada como los encabalgamientos, que llenan los versos de buena parte de los poemas del libro:

         

«Angeles grises: agua.

Palabras ya caídas

sobre la hierba. Viento

mojado. Con la vida

va vertiéndose el cielo

casi tierra. Con alma

temblando. Por la herida

sólo Dios. Cierra el libro

que tiene abierto el mar

de madrugada. Día

que no nos ve»[173].

Con este recurso, que es el más frecuente en La montaña, el poeta expresa formalmente no sólo el asombro extraordinario que experimenta delante de tamañas medidas sino también la dramática sensación de sentirse minimizado. De ahí que muchos poemas (como el citado) normalmente estén formado por frases breves, cortadas por pausas intermedias y versales que convierten la expresión en una mezcla de balbuceo y esencia lírica:

«Campos verdes. Y montes

 y nubes. Piedra vieja.

 Fábrica roja. Luz

 en caminos abierta»[174].

A pesar de que se detecta una economía de medios propia de la esencialidad comentada, también se localizan en La montaña otros recursos:

Metáforas con las que define las sensaciones sentidas ante la contemplación de la magnitud, historia y belleza de los lugares visitados o el asombro producido en su ánimo ante hechos vividos: «[Santander] Labio de España»[175]. «niebla / -ángel de telaraña-«[176]. «Así, sin alma estoy, / vértigo de simiente»[177]. «Playa del Sardinero: / manzana al aire»[178]. «[Pueblo de Potes] axila de la tierra»[179].

Imágenes que indican el asombro producido en su espíritu por la belleza del paisaje santanderino: «Abre su caja el sol, / vierte diamantes: / viva luz donde juegan / color los ángeles»[180]. «En cielos vibra el arpa azul. / La luz se vierte por la hierba»[181].

Símiles que trasmiten el alto grado de conmoción experimentado en aquellas tierras: «Santander a la espalda / como cruz, me la llevo»[182].

Anáforas con las que insiste en señalar las fuertes emociones sentidas: «Cómo se tiende el alma, / cómo el alma se vierte»[183]. «He de vivir en adelante, / llena de montes, a mi alma; / llena de nubes»[184] …; a veces combinadas con polisíndetos para subrayar su angustia: «Cuántas veces yo me digo / […] / y me pego y me maldigo. / Y cuántas veces / […] y yo a la tierra / […] / Y cuántas veces consigo lo que en el alma sospecho»[185].

Interrogaciones que marcan la captación del misterio sentido en aquella especie de sobrerrealidad: «¿Quiénes viven de mí? ¿Quiénes de sombra / me van llenando el alma que sospecho / a fuerza de vivir siglos y siglos? / ¿Viejas historias? ¿Bíblicos lamentos?»[186].

Uso del yo con el que el poeta indica su cercanía a la realidad y presenta sus sentimientos de una forma más sincera: «Quise coger», «yo me digo», «Estoy vacío», «yo me noto» 

Empleo de la técnica fotográfica: si en el «Canto a Extremadura» Valhondo utilizó la técnica cinematográfica, en La montaña emplea una técnica fotográfica con la que convierte cada poema en independiente, aunque todos se relacionen por la unidad temática, el estilo melancólico y el espíritu del poeta que impregna cada momento. Él mismo nos da la pista cuando relató sus vivencias de aquel viaje a Santander: «En vez de llevarme una cámara de fotografía, me llevé unas cuartillas y escribí ‘La montaña’ «[187].

La montaña también es el libro del paisaje en su sentido geográfico y telúrico, porque el poeta se centra en el terreno que se ofrece a su vista y no hace referencias a los seres que lo pueblan. Pero el paisaje de La montaña es distinto por ejemplo al de Hojas húmedas y verdes o El año cero, porque ahora se trata del paisaje que se manifiesta con toda su fuerza aplastante y la inmensidad de su cielo inalcanzable, que sobrecoge el cuerpo y el espíritu del poeta desde un principio afectado por el clima gris de niebla y llovizna constante y el temor infundido por las alturas y las proporciones fabulosas para una persona de tierras bajas:

«Ángeles grises: agua.

 Palabras ya caídas

 sobre la hierba. Viento

 mojado. Con la vida

 va vertiéndose el cielo

 casi tierra»[188].

Este tono gris de los días cántabros provoca que el espíritu del poeta se vea invadido por una fuerte melancolía y compruebe sus limitaciones físicas subiendo la montaña, sintiendo el cansancio al caminar por las pendientes y un vértigo espantoso en aquellas alturas que le hacen sentir la sensación de que su alma se le ha escapado del cuerpo: «El [abismo] que más me ha impresionado por la alada soledad que le cubría, es el ‘Mirador del cable’ en los Picos de Europa. Parecía que se me había desprendido el alma del cuerpo. Me veía a mí mismo como rodando, hacia un fondo sin fin. Me atraía una muerte. Me llamaba una muerte desde el fondo»[189]. Poéticamente esta sensación la expresó de la siguiente manera:

«Así, sin alma estoy,

vértigo de simiente

para ir cuesta abajo

si mi alma se pierde.

Estoy vacío y, luego,

me llaman desde siempre

allí abajo, en las sombras

un sueño, una vertiente.

No tengo ni una estrella

donde poder cogerme»[190].

Estas vivencias espeluznantes, experimentadas por el poeta cuando se siente arrastrado por el vértigo hasta perder la noción del espacio y del tiempo ante la enorme altura, lo llevan de nuevo a remover dolorosamente sus preocupaciones transcendentales, que conectan el contenido de La montaña con el de sus libros anteriores, aunque esta conexión es accidental porque originalmente el poeta no tuvo la idea de continuar incidiendo en sus intranquilidades en este libro circunstancial:

«Cuántas veces yo me digo

agarrándome del pecho

que tengo un algo deshecho

y me pego y me maldigo.

[…]

Y cuántas veces consigo

lo que en el alma sospecho:

dolor de mundo. Y cosecho

 hombre de penas conmigo»[191].

Pero el clima triste y melancólico las proporciones titánicas de la montaña santanderina, la nostalgia de su lejana tierra y la presencia cercana de Dios hacen que se sienta extremadamente angustiado en aquel marco grandioso (pero preocupantemente amenazador) de medidas extraordinarias:

«Yo me noto pequeña

criatura. Yo me siento

vencido ya. La sangre,

que de prisa despierto

en corazón, me llena

de temor y misterio.

Al lado de estas piedras

se me alejan los cielos

soñando pesadillas

de abismos en el tiempo»[192].

Este sentimiento de temor lo hace acercarse más a Dios, al comprobar su poder y la fuerza de su creación. Pero ahora no encontrará al Dios amigo y confidente de sus libros anteriores, sino al Dios tempestuoso que se encuentra inaccesible en la cima (lugar inexpugnable), protegido por la fuerza y las dimensiones impresionantes de su obra, cuyas defensas (altura, pendientes, abismos, niebla, llovizna) obligan al poeta a quedarse lejos de su creador y a desear nostálgicamente convertirse en paisaje para quedarse cerca de Él:

«Ojos de Dios -¡qué cercanos

están en mí!- dentro miro

la transparencia del cielo

alto del escalofrío.

[…]

Quisiera ser una roca

para quedarme contigo

en estos Picos de Europa

dentro de tu rostro lívido,

ser el alma de estos montes

acurrucada en tu nido,

dejarme la vida aquí

en vez de darla al camino»[193].

Pero su entrega tampoco es valorada por Dios, a pesar de que el poeta trata de ganar su confianza enterneciéndolo al recordarle amablemente su condición de padre para él y abuelo con barbas largas para los niños: «Eres padre. Sólo abuelo / cuando juegas con los niños»[194]. Entonces se siente solo y desorientado, perdido en las magnitudes colosales de la montaña cántabra y sus precipicios que amenazan con tragárselo:

«Miro las cumbres; piedras

altas, horas en vuelos.

Intento yo encontrarme

a mí mismo en el cuerpo.

Me palpo con las manos

y casi no me encuentro.

Me voy cerrando sombra

por el desfiladero.

La tierra de mi carne

se me va deshaciendo»[195].

La profunda melancolía en la que cae el poeta por la tremenda decepción sufrida llega a su cénit en «Taberna del riojano»[196], lugar en el que trata de ahogar sus penas con vino, y en «Caminos de la montaña»[197] donde se ve afectado negativamente por la llegada temprana del otoño que se hace más triste en aquellas tierras altas. No obstante el poeta, que se ha agotado espiritualmente después de sentir tan cerca a la divinidad y sin embargo encontrarse con un Dios desconocido para él, entra en una estado de misticismo provocado por la melancolía que como un baño espiritual regenera su alma cansada y maltrecha:

«Besé la cruz y llevo

 los labios abrasados

 de rosas y de voces

 y de sangre en colmena»[198].

Sin embargo el espíritu del poeta ha recibido un golpe fatal, porque su búsqueda se ha convertido en frustración. Tanto tiempo anhelando llegar a la cima y encontrarse con Dios al que se imaginaba esperándolo, para comprobar que es inalcanzable porque está protegido por fuerzas desproporcionadas como si se tratara de un señor todopoderoso que se aisla de sus insignificantes siervos y los trata con desprecio, no con la ternura y comprensión que el poeta esperaba de un buen padre. Entonces una fuerte sensación de soledad definitiva se apodera del poeta:

«Suspiro. Son las seis. Escombros

 en los recuerdos. Hace frío.

 Penas de Dios me quedan solo.

 Hombre solo en el mundo. Sombra

 sola de un vuelo misterioso»[199].

Por este motivo La montaña es un libro que recoge el momento crucial de la concepción religiosa y de la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo pues en Santander, llamado por antonomasia «La montaña», pudo poner en práctica su idea espiritual del camino de la vida que entendía como una empinada cuesta con la meta en la cima de una alta montaña, donde Dios se encontraba atento a su llegada para recompensar su esfuerzo con el premio de su presencia y las respuestas a preguntas tantas veces formuladas:

«Manos azules de Dios.

 Manos de Dios sobre Cristo.

                                                         Tus manos que van nevando

 dedo a dedo en el vacío.

 Cara de Dios -¡qué cercano

 tengo ya tu aliento vivo!-«[200]

.

Sin embargo, la montaña santanderina tiene unas proporciones tan magníficas que lo sobrecoge; en la subida se encuentra con múltiples obstáculos que, junto al silencio de Dios, lo obligan a volver antes de alcanzar la cima. De esta forma tan impactante comprueba la imposibilidad de religarse a la divinidad cuando conoce la distancia abismal que separa al hombre de Dios y la dramática soledad en la que se encuentra desorientado por su silencio:

«Sobre la mesa la botella vela

el ser del hombre triste y sin destino»[201].

Una angustia descorazonadora invadirá desde entonces su poesía, porque la conmoción espiritual es fortísima: el dios de tormentas que allí encuentra no era el Dios soñado. Su decepción es estremecedora pues la soledad y la imperfección, padecida durante tantos años pero atenuada por la esperanza de que Dios se la resolviera, se acentúa sobremanera. Todo su esquema espiritual se hace añicos: sin Dios no tiene esperanza posible y sin esperanza no puede llegar al conocimiento de la verdad ni alcanzar la inmortalidad que era en definitiva lo que buscaba.

Una conmoción extraordinaria se produce en el espíritu del poeta ya muy herido. De ahí que en los libros siguientes inicie una búsqueda de razones en las que apoyar su nueva y estremecedora situación e intentar de nuevo la búsqueda del Dios perdido:

«Llevo la sangre recogida

 en una cárcel de esperanza.

 En corazón toda una tarde,

 gris y tremenda, atravesada»[202].

Por tanto el tema religioso se hace en La montaña más patente que nunca, porque el poeta pone en práctica su idea de religión en su sentido estricto de religación, de volver a ligar, de reunir dos partes separadas que antes se encontraban unidas: el hombre cuando nace se separa de Dios, anda por el camino de la vida anhelando regresar a su origen (o lo que es lo mismo, a Dios) con la esperanza de que ese reencuentro culminará idílicamente en la cima de la montaña. Ante esta idea sorte los obstáculos del camino con la esperanza del abrazo soñado y la vuelta a sus orígenes para descansar eternamente junto a Dios.

Esta es la razón de que el poeta suba a la montaña creyéndose al final del camino. La subida es ardua y dura pero no importa, en su mente ve a Dios con los brazos abiertos y siente su regazo cálido. Ya está, se acabaron las preguntas sin respuesta. Sube y sube. Tiene a Dios al alcance de su mano, casi lo toca con la punta de sus dedos. Pero … no lo alcanza. Los precipicios lo asustan, la niebla lo aterroriza, la tormenta lo acobarda … tiene que desistir. Baja apesadumbrado y su espíritu se conmociona ante la cercanía tan lejana de Dios porque se siente insignificante, un simple elemento de la naturaleza ante la grandiosidad y el poder de su obra.

El poeta empequeñecido impregna y acentúa la espiritualidad en sus emociones, pero no para hacerlo más fuerte y seguro sino más consciente de su nimiedad y finitud al constatar que el ser humano es uno más de los elementos de la creación, en la que se siente dominado, perdido, indefenso y solo. De ahí su tristeza: «El hombre de tierra adentro se ha volcado, ante el deslumbramiento de esta extraña Castilla marinera, en un cántico que es, a la vez, loor y examen de conciencia, gustosa auscultación de los propios latidos más que himno de júbilo ante la luz y el mar de la montaña»[203].

El hipersensible Luis Álvarez Lencero realizó una sutil apreciación cuando extrajo el profundo sentido de la religiosidad de Valhondo en La montaña y su efecto balsámico en los demás, porque su sinceridad aclara y calma nuestras propias ansias de Dios a pesar del fracaso de su búsqueda que, por su cercanía, se hace también nuestra: «Un hombre honrado que ilumina con su presencia el alma de las piedras. Sí, Jesús, amigo mío, Cristo mío, hermano, eres un viento que nace de la boca de Dios y nos lava la cara todos los amaneceres» [204].

Con La montaña, Jesús Delgado Valhondo llega al final del camino, al punto de inflexión espiritual donde ya nada volverá a ser lo mismo porque la esperanza de encontrar a Dios, aunque muy mermada por las continuas frustraciones de su búsqueda, lo habían mantenido animado a continuar caminando hacia la cima donde siempre había pensado que encontraría a Dios para recompensarlo de sus fracasos y sus trabajos por llegar a Él. Pero la decepción será total, como será posible comprobar en los libros siguientes donde sin esperanza, en medio de la desorientación y la mediocridad, tendrá que habituarse a convivir con su dramática soledad y con su concepción trágica de la vida donde naufraga con su insignificante e imperfecta condición.

Por este motivo se puede asegurar que La montaña marca un antes y un después en la evolución espiritual y poética de Jesús Delgado Valhondo. Un antes esperanzado porque, a pesar de que venía temiendo lo peor por el silencio de Dios, seguía abrigando la esperanza de encontrarlo (incluso en los momentos de mayor angustia). Y un después porque ya no volverá a recuperar la esperanza perdida y se irá hundiendo más y más en la soledad de su tragedia vital.

Repuesto aparentemente, aunque aún conmocionado, parece que el poeta vuelve a la realidad cuando baja de La montaña y contempla la playa del Sardinero que le sugiere con su luz, su brisa y su aroma a manzana una sensualidad que de nuevo le recuerdan a Eva, prototipo de la mujer, ofreciendo eternamente placer al hombre:

«De carne y viento azul,

 de viento y baile.

 Arcos iris caídos:

 arena y tarde.

 Tarde de cualquier Eva

 que el mar alhaje.

 La costilla, una ola.

Y ya tú naces.

Playa del sardinero:

manzana al aire»[205].

Sigue la dura imprecación al inquisidor Corro provocada por la sensación de insignificancia que el poeta ha experimentado en La montaña, porque esa comprobación práctica lo hace criticar la vanidad de este personaje odiado, en su tiempo poderoso y ahora yacente en su tumba como si no hubiera sido nada:

«No puedes ser ya más, ni más ni menos,

 tu carne caramelo de alabastro

 te ha gastado una broma, cebo y duelo,

 de punto muerto en confortado año»[206].

Y termina el libro en un tono equilibrado, de puro lirismo, donde el poeta vuelve a recuperar su pulso anímico y poético, ebrio del paisaje montañés que ha invadido su espíritu y su memoria para siempre de múltiples sensaciones positivas y a la vez de la estremecedora experiencia de su fracaso irreversible:

«He de vivir en adelante,

llena de montes, a mi alma;

llena de nubes que me besan

alzando sólo la mirada»[207].

«Tiene la voz del mar cogida

en una eterna primavera.

En cielos vibra el arpa azul.

La luz se vierte por la hierba»[208].

«Vámonos, alza el alma.

Dios está amaneciendo.

Santander a la espalda,

como cruz, me la llevo»[209].

Además el poeta experimenta otras sensaciones diversas e incluso opuestas, que son producto de las fuertes emociones vividas: el silencio en «Santillana del Mar» («Las horas cierran silencio / en Santillana del Mar»[210]), que es un revulsivo para su espíritu porque le ayuda a reflexionar sobre la grandeza del paisaje santanderino y a adoptar una actitud más calmada ante una experiencia, que sabía no se volvería a repetir. También en este poema aparece la sensación amarga del tiempo ido:

«Un calendario de paisaje,

donde el momento se nos muere»[211].

El misterio, ante la contemplación de la huella del hombre primitivo y la permanencia de su espíritu, que el poeta siente aún en «Cuevas de Altamira» (subtitulado «Trece mil años en la sangre»):

«Un hombre estuvo aquí -trece mil años-

 mi primitivo hombre de misterio»[212].

El asombro ante el entorno montañoso, verde, grandioso y nuevo para el poeta:

«Campos verdes. Y montes

 y nubes. Piedra vieja.

 Fábrica roja. Luz

 en caminos abierta»[213].

Y el deseo de enraizarse en aquella tierra como un árbol solo:

«… Y me estaré constantemente

 en esta axila de la tierra

 como si fuese un árbol solo,

 clavada cruz, entre las piedras»[214].

Este abanico de sensaciones, que se halla en los poemas de La montaña, es un ejemplo de la riqueza espiritual, de la atenta observación y de la extremada sensibilidad con las que Jesús Delgado Valhondo vuelve a implicarnos creando sin proponérselo una poesía personal, especialmente sentida, de tal manera que con él subimos la montaña, sentimos cansancio y nos impresionamos, palpamos la niebla o nos llenamos de esa nostalgia que invade también nuestro espíritu a la par del suyo:

«He de vivir en adelante,

 llena de montes, a mi alma;

 llena de nubes que me besan

 alzando sólo la mirada»[215].

Y es por esto que Jesús Delgado Valhondo se hace consustancial con su poesía, es decir, el poeta se mimetiza con el paisaje de tal manera que no distinguimos frontera alguna entre él y su visión poética: «Con él [con La montaña] he paseado nuevamente por Santillana, el puerto, las calles de Santander y sus islas. También he descubierto cosas nuevas como ese delicioso pueblecito de Potes»[216] le dice Dora Isella Russell, una sudamericana enamorada de España, transmitiéndole la emoción sentida con la lectura del libro que la había transportado espiritualmente de nuevo a las tierras santanderinas visitadas por ella con anterioridad.

Otra vez Valhondo en La montaña muestra su extraordinaria sensibilidad y su sinceridad extrema, a pesar de que el asombro producido por la montaña cántabra, podía haber desvirtuado la percepción de sus sensaciones e inducirle a crear una poesía más artificial y laudatoria, que se hubiera quedado en un simple agradecimiento a aquellas tierras hospitalarias. Por el contrario, el poeta aún sigue allí no sólo porque el libro todavía continúa expuesto en las librerías de Santander, sino también porque su espíritu quedó desde entonces prisionero entre las cumbres de la montaña y forma parte para siempre de su paisaje, del que ya no puede faltar la visión espiritual, sincera y sentida de este hipersensible poeta: «Todo está lleno de hondo sentido, en poesía abierta, sin amaneramientos ni retóricas» [217].

No estamos de acuerdo con José Canal cuando asegura que el libro «tiene mucha espontaneidad»[218] quizás basándose en el ritmo ágil de los poemas, típico de la poesía popular, pero el contenido no tiene nada de espontáneo porque se nota espiritualmente meditado y maduro después de una atenta observación del paisaje.

Tampoco estamos de acuerdo con Pedro Caba cuando asegura que La montaña «es libro de circunstancias y de cortesía poética tuya»[219], porque La montaña es un libro circunstancial pero no de circunstancias, y es de cortesía sólo por el detalle de haber sentido tan hondamente el paisaje de aquellas tierras, pero el motivo de escribirlo no fue agradecer a los santanderinos su acogida porque en ningún momento se puede documentar tal agradecimiento.

Mucho nos tememos que tanto Canal como Caba hicieron sus comentarios después de una primera lectura y sin embargo para desentrañar el significado de La montaña es necesario acercarse con más detenimiento a él, porque este poemario es algo más que espontaneidad y cortesía: «Todo, en fin, es ‘recreado’ en el espíritu del poeta y nos lo ofrece en metáforas vivas, en pensamientos hondos»[220].

Jesús Delgado Valhondo escribió La montaña por una necesidad humana de expresar la impresión que produjo aquel paisaje en su espíritu, siempre predispuesto al asombro y a la melancolía: «Jesús Delgado Valhondo pasó un verano en Santander y Santander lo ametralló con certeros impactos en su roja diana siempre desguarnecida»[221].

Quizás se necesite tener un talante hondamente espiritual y especialmente sentido como Luis Álvarez Lencero para comprender el impacto emocional y la angustia, que produjo en Valhondo la conmoción sufrida en aquel marco incomparable: «Hay en tu poesía una fuerza que arrastra, una fuerza que conmueve cuanto canta. Pero al mismo tiempo te arañas los pasillos de la angustia»[222].

Y es que los poemas del libro unos parecen arrancados directamente del alma y otros despegados delicadamente de lo más hondo del espíritu del poeta, de su propio ser,  como frutos recolectados de la íntima relación establecida entre poeta y paisaje; unas veces desgarradora y dolorosa, otras dulcemente encantadora. Adolfo Maíllo califica estos dos extremos como «las dos notas más genuinas del alma de la casta extremeña»[223].

De todas formas Jesús Delgado Valhondo, dramático o equilibrado siempre mantiene su estilo personal de expresión transparente, léxico común, dicción inteligible e imágenes creativas, a pesar de que el libro es el resultado de una elaboración meditada y repetidas veces corregida con la avidez del que siempre cree que se puede dar un paso más hacia la perfección, hecho que muestra un poeta maduro y consciente de su labor lírica, que no ha necesitado oscurecer ni enrevesar su expresión para conseguir momentos de una alto valor lírico:

«Llevo la sangre recogida

en una cárcel de esperanza.

En corazón toda una tarde,

gris y tremenda, atravesada.

Y no seré yo quien quisiera

el desangrarme al arrancármela.

Estoy a gusto con mi suerte

y con mi historia y con mis nadas»[224].

También la crítica (como sucedió con los libros anteriores a La muerte del momento) recibió con alabanzas La montaña:

Fernando Hernández destaca el profundo lirismo que se respira en el libro: «[Los poemas de La montaña] revelan tus cualidades de poeta nato, al aprehender y percibir en La montaña […] un lirismo de la mejor condición, plasmado en tus poesías de corte sin duda clásico en su profundidad y permanencia»[225].

Alfonso Iniesta extrae la variedad de sensaciones que transmite un poeta todo sensación y sensibilidad: «[…] me gusta, además, la forma moderna, la abundancia de imágenes y la sonoridad del verso tanto en la forma, como en la caudalosa percepción de ricas emotividades que constituyen el fondo»[226].

Manuel Pacheco aprecia el ímpetu anímico de sus versos palpitantes: «Tu Montaña me gusta en tu línea de vértigo, de mar, de espuma, de vino»[227].

Manrique de Lara subraya la creatividad de unos poemas cuyo estilo se basa en la elegancia y el equilibrio: «Todo lo que allí se ve es una poesía hecha desde la creación, que él [Valhondo] se encargaba de traducir al lenguaje poético con una exactitud convincente, con un estilo sosegado y de elegante cadencia, sabiamente desnudado y tocado de encanto»[228].

Como es posible comprobar estos comentarios destacan características, que ya se han hecho personales en el estilo de Valhondo: poesía trascendente que permanece. Profunda riqueza humana y lírica. Angustia creciente pero que no se hace rechazable sino emotiva, porque el poeta sabe configurarla con un tono esencial, verdadero y cercano, que subraya su humanidad y a la vez aporta la tensión necesaria a su lirismo.


[1] Valhondo entró en contacto con Tito hombre a través de José Luis Hidalgo, poeta cántabro que fue amigo de José Hierro. Hidalgo y Valhondo se conocieron a través de Manuel Molina, el promotor de Intimidad poética y Corcel, y Pedro Caba cuando estuvo destinado en Valencia.

[2] Carta de José Hierro a Jesús Delgado Valhondo, Santander, febrero 1952.

[3] Reeditada al final de Poesía entre las páginas 405 y 426.

[4] Poesía, p. 403.

[5] Editada en Poesía entre las páginas 85 y 113.

[6] Nos llama la atención que suprimiera el soneto «Coxalgia», que aparece en la edición original, y no volviera a editarlo, porque es fundamental para comprender que el origen de sus intranquilidades religiosas y existenciales se encuentra en su enfermedad infantil: «La vida fuera, tras de los cristales / que encerraban mi cuerpo desvalido. / Geografía sabida en su latido / ignorando la playa de mis males. / Horas pasan cercanas y fatales / royendo mi coxalgia y mi quejido, / entrega de momento dolorido / al canto de los cuervos ancestrales. / Cuando apenas siete años sostenía / sólo dolor y podredumbre ahogaba / mi despertar doliente a la alegría. / En la pierna la llaga me rezaba / terror de mi niñez y donde un día / Dios entre mi pus brotaba» en Poesía, p. 97.

[7] Este título lo reduciría: «El lenguaje de las flores en la Navidad».

[8] «Madrugada», p. 15.

[9] «El espacio», p. 17.

[10] «Silencio de monte», p. 19. Dedicado a José Hierro.

[11] «Velándome sueños», p. 18.

[12] Carta de Ángel Crespo a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 11-10-52.

[13] «Atardecer», p. 22. Dedicado a Ramón González-Alegre Bálgoma.

[14] «Tiempo», p. 39.

[15] «Tiempo», p. 39.

[16] «Madrugada», p. 14.

[17] «Oración del enfermo», p. 34.

[18] «Angustia», p. 37.

[19] «Muerte», p. 43. Este poemilla ilustró la esquela mortuoria de Jesús Delgado Valhondo, editada en el periódico Hoy por la Asociación de Escritores Extremeños. Fue seleccionada como representativa de su obra lírica por Francisco López-Arza Moreno, secretario de la AEEX, y Antonio Salguero Carvajal, autor de esta tesis.

[20] Dedicadas a su hermano Juan (1ª), a Magdalena Leroux (en la página 6 aparece un dibujo suyo representando a la muerte en una noche nevada y lúgubre) y a Enrique Pérez-Comendador (marido de la anterior) (2ª), a Pedro Caba (3ª; la portada de esta parte lleva, además de la dedicatoria, una cita de Pemán: «El ‘existencialismo’, por lo menos el literario, no significa otra cosa sino esa ansia de retorno hacia lo puramente vital») y a Antonio Rodríguez-Moñino (4ª).

[21] «Angustia», p. 37.

[22] «Después de la tormenta», p. 13. Dedicado a Eugenio Frutos.

[23] «Somos la roca que no crece», p. 40.

[24] «Silencio de monte», p. 19.

[25] «Encinas y olivos», p. 20

[26] «Atardecer», p. 22.

[27] «Ha nevado», p. 29. Dedicado a Pedro de Lorenzo.

[28] «Oración del enfermo», p. 33. De este poema Enrique Segura le dice a Valhondo: «Tiene la religiosa claridad del alma extremeña». Dedicado a Arturo Benet.

[29] «Angustia», p. 37.

[30] «Mi sombra», p. 25.

[31]«Atardecer», p. 23.

[32] «Oración del enfermo», p. 33.

[33] «Velándome sueños», p. 18.

[34] «Ha nevado», p. 29.

[35] «Momento», p. 21. Dedicado a Víctor F. Corugedo.

[36] «Atardecer», p. 22.

[37] «Mi sombra», p. 25. Dedicado a Antonio Rodríguez-Moñino.

[38] «Tiempo», p. 39.

[39] «Angustia», p. 37.

[40] «Encinas y olivos», p, 20.

[41] «Muerte», p. 43.

[42] No en vano el título del primer poema es «Después de la tormenta».

[43] «Ha nevado», p. 29.

[44] «Nana de la niña tonta», p. 27. Este poema, dedicado a un ser desvalido, continúa el hábito de Valhondo de incluir alguna referencia a estos seres como recuerdo estremecedor de su doble drama: ser humanos y, por tanto, imperfectos y caducos; y además tener alguna deficiencia que los hace más vulnerables y finitos.

[45] «Madrugada», p. 14.

[46] «Oración del enfermo», p. 34.

[47] Poesía española (Madrid), nº 15, 1953.

[48] «Oración del enfermo», p. 34.

[49] «Silencio de monte», p. 19.

[50] «Los años», p. 16.

[51] José María de la Puente, «Comentario para unas poesías de Jesús Delgado Valhondo», Cáceres, 24-8-51. Mecanografiado, archivo particular del poeta.

[52] «El maestro en vez de explicar las minas sueña en voz alta», p. 31. Manuel Pacheco, en carta a Valhondo, le dice de este poema y de los otros donde centra sus reflexiones en la escuela: «Leí unos poemas a las escuelas donde hablabas a los niños, poetas puros porque aún no se habían contaminado con la suciedad que aprecia más que a todo, al dinero».

[53] «Tiempo», p. 39.

[54] «Oh muerto mío», p. 42.

[55] «Canciones», p. 26.

[56] «El maestro en vez de explicar las minas sueña en voz alta», p. 31.

[57] «Oración del enfermo», p. 33.

[58] Sordo Lamadrid, Felipe. Comentario sobre La esquina y el vientoPlatero (Cádiz), nº 20, 1953.

[59] «Oración del enfermo», p. 33.

[60] «Mi sombra», p. 25.

[61] «Oh muerto mío», p. 42.

[62] Felipe Sordo Lamadrid. Comentario sobre La esquina y el vientoPlatero (Cádiz), nº 20, 1953.

[63] «Somos la roca que no crece», p. 40.

[64] «Después de la tormenta», p. 13.

[65] «Madrugada», p. 14.

[66] «Momento», p. 21.

[67] «Atardecer», p. 22.

[68] «Tiempo», p. 39.

[69] «Mi sombra», p. 25

[70] «Atardecer», p. 23.

[71] «Angustia», p. 37.

[72] «El maestro en vez de explicar las minas sueña en voz alta», p. 31.

[73] ibídem.

[74] ibídem.

[75] «Ha nevado», p. 29.

[76] «Oración del enfermo», p. 33.

[77] «Atardecer», p. 22-23.

[78] «Momento», p. 21.

[79] «Noche», p. 24. Dedicado a Leocadio Mejías.

[80] «Oración», p. 32.

[81] p. 40.

[82] «Muerte», p. 43.

[83] Baldomero Díaz de Entresoto, «Un nuevo libro de Jesús Delgado Valhondo», Mérida (Mérida), nº 24, 1953.

[84] «Madrugada», p. 14.

[85] p. 17.

[86] p. 26.

[87] p. 27.

[88] p. 28.

[89] Carta de Magdalena Leroux a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 9- 10- 55.

[90] Poesía española (Madrid), nº 15, 1953.

[91] Baldomero Díaz de Entresoto, «Un nuevo libro de Jesús Delgado Valhondo», Mérida (Mérida), nº 24, 1953.

[92] Carta de Ángel Crespo a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 11-10-52.

[93] Carta de Enrique Pérez-Comendador a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 2-6-52.

[94] Carta de Gabriel Celaya a Jesús Delgado Valhondo, San Sebastián, 8-1-53.

[95] Poesía, p. 87.

[96] Enrique Segura Otaño, «Jesús Delgado Valhondo», Prólogo de La muerte del momentoGévora (Badajoz), nº 32, p. 1.

[97] «Pasa un entierro por la puerta de la escuela», p. 4. Dedicado a Santos Díaz Santillana.

[98] «La iglesia», p. 5.

[99] Enrique Segura Otaño, «Jesús Delgado Valhondo», Prólogo de La muerte del momentoGévora (Badajoz), nº 32, p. 1.

[100] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[101] «El lenguaje de las flores en la Navidad», p. 3.

[102] «Primer día de clase del niño huérfano», p. 4.

[103] «Vendimia», p. 5.

[104] «Momento de vida», p. 5.

[105] «Morir habemos», p. 8. Dedicado a Leopoldo de Luis.

[106] p. 9.

[107] «Velándole el sueño al hombre dormido en el camino», p. 8.

[108] «Un día cualquiera», p. 4.

[109] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[110] «Canciones de caminantes», p. 3.

[111] «Momento de vida», p. 5.

[112] «Como una piedra al mar», p. 7.

[113] p. 3. Valhondo tiene un artículo titulado «El lenguaje de las flores» donde dice: «Alelí blanco, sencillez. Alelí rojo, despecho. Dormidera, languidez. Don Diego de día, infidelidad. La caléndula, pena. […] Digo todo esto hojeando un libro de mil ochocientos setenta y cinco. Editado en París magníficamente», [s.l.], 7-4-59.

[114] p. 5.

[115] «Vendimia», p. 5.

[116] «Morir», p. 8.

[117] «La muerte del momento«, p. 9. Dedicado a Fernando Hernández Gil.

[118] «Morir habemos», p. 8.

[119] En su segunda parte (la primera es un romance en octosílabos).

[120] Tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento poco trabajo le hubiera costado hacer los poemas totalmente regulares en la métrica y la rima. Pero su independencia y su rebeldía a aceptar tajantemente las cosas sin más lo llevaban a dejar patente esa seña de identidad.

[121] Badajoz,  nº 32, 31[sic]-6-55 (hay un error en el día, pues junio sólo tiene 30).

[122] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[123] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[124] «La iglesia», p. 5.

[125] «Habla, estamos solos», p. 5.

[126] «El corazón en la vida», p. 6. Este poema está dedicado a Arsenio Pacios y lleva una cita del Libro de Job: «Dichoso el nombre a quien Dios castiga».

[127] Jesús Delgado Valhondo, «Mientras abre sus hojas la flor de la mañana», en Ayer y ahora (Cuentos), Badajoz, Universitas, 1978, pp. 85-87.

[128] «Cuando quieras, Señor», p. 9. Dedicado a Baldomero Díaz de Entresoto.

[129] «Morir habemos», p. 8.

[130] ibídem.

[131] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[132] «Primer día de clase del niño huérfano», p. 4.

[133] «Un día cualquiera», p. 4.

[134] «Noche en el alma», p. 6.

[135] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[136] Enrique Segura Otaño, «Jesús Delgado Valhondo», Prólogo de La muerte del momentoGévora (Badajoz), nº 32, p. 1.

[137] «Canciones del caminante», p. 3.

[138] «El corazón en la vida», p. 6.

[139] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[140] «Primer día de clase de un niño huérfano», p. 4.

[141] «Un día cualquiera», p. 4.

[142] «Vendimia», p. 5.

[143] Los versos citados pertenecen al poema titulado «La iglesia» (p. 5), cuyo origen se encuentra en estas palabras de Jesús Delgado Valhondo: «A veces mira uno estos pueblos nuestros y ve en la iglesia un barco de piedra encallado en la ladera de La montaña o navegando almas en el horizonte hacia un destino infinito de azul y de ángeles», en «Badajoz y el mar», Hoy (Badajoz), 11-2-66

[144] «Habla, estamos solos», p. 5.

[145] «Morir habemos», p. 8.

[146] «Yo estaba allí sentado», p. 3.

[147] «Canciones de caminantes», p. 3.

[148] «Habla, estamos solos», p. 5.

[149] «Pasa un entierro por la puerta de la escuela», p. 4.

[150] «Noche del alma», p. 6.

[151] «Un día cualquiera», p. 4.

[152] «Manos en silencio», p. 4.

[153] «Santander», p. 9. Dedicado a Alejandro Gago.

[154] Libro del Exodo. Sagrada Biblia, Versión de Aloíno Nácar y Alberto Colunga, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1966, p 112.

[155] «Caminos de La montaña«, p. 29. Dedicado a Pedro Bellón Uriarte.

[156] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[157] «Niebla», p. 10. Dedicado a los hermanos Bedia.

[158] Jesús Delgado Valhondo, «Subir», Hoy (Badajoz), 9-11-63.

[159] «Shiri-miri», p. 12. Dedicado a Adolfo Muñoz Alonso.

[160] «Santander», p. 9.

[161] «Desfiladero de la Hermida», p. 22.

[162] «Cuevas de Altamira (Trece mil años en la sangre)», p. 24. Dedicado a Carlos Muñoz.

[163] «Playa del sardinero», p. 31.

[164] «En el pueblo de Potes», p. 38.

[165] «Cuevas de Altamira (Trece mil años en la sangre)», p. 24.

[166] «Sepulcro del inquisidor Corro», p. 35.

[167] «Niebla», p. 10.

[168] «Picos de Europa», p. 19. Dedicado a Fernando Lázaro Carreter.

[169] «Santillana del mar», p. 23. Dedicado a A. Fernández Pacheco.

[170] «Santander», p. 9.

[171] «Desfiladero de la Hermida», p. 21.

[172] «San Vicente de la barquera», p. 39.

[173] «Shiri-miri», p. 12.

[174] «Torrelavega», p. 27.

[175] «Santander», p. 9.

[176] «Niebla», p. 10.

[177] «Desde el mirador del cable (Vértigo)», p. 14. Dedicado a Emilio Alarcos.

[178] «Playa del sardinero», p. 31.

[179] «En el pueblo de Potes», p. 37.

[180] «Playa del sardinero», p. 31.

[181] «San Vicente de la Barquera», p. 39.

[182] «Puerto de Santander», p. 40. Dedicado a A. F. Carrasco.

[183] «Desde el mirador del cable (Vértigo)», p. 14.

[184] «En el pueblo de Potes», p. 37.

[185] «Subiendo la montaña», p. 13. Dedicado a Leopoldo Rodríguez Alcalde.

[186] «Cuevas de Altamira (Trece mil años en la sangre)», p. 24.

[187] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara A, 1991-1993.

[188] «Niebla», p. 10.

[189] Jesús Delgado Valhondo, «Vértigo», Hoy (Badajoz), 21-5-59.

[190] «Desde el mirador del cable», p. 14; poema que no en vano se subtitula «Vértigo».

[191] «Subiendo la montaña», p. 13.

[192] «Desfiladero de la Hermida», p. 21.

[193] «Picos de Europa», p. 19-20. Dedicado a Fernando Lázaro Carreter.

[194]  «Picos de Europa», p. 19-20.

[195] «Desfiladero de la Hermida», p. 22.

[196] p. 28.

[197] p. 29.

[198] «Besando el trozo de la cruz del Señor en Santo Toribio de Liébana», p. 30.

[199] «Caminos de la montaña», p. 29.

[200] «Picos de Europa», p. 19.

[201] «Taberna del riojano», p. 28.

[202] «En el pueblo de Potes», p. 37.

[203] Carta de Lázaro Carreter a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 9-7-57.

[204] Carta de Luis Álvarez Lencero a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, abril 1958.

[205] «Playa del sardinero», p. 31. El aroma de la manzana en el aire nos recuerda al que ya captamos en el poema «La manzana» de Hojas … y El año cero.

[206] «Sepulcro del inquisidor Corro», p. 35.

[207] «En el pueblo de Potes», p. 38.

[208] «San Vicente de la barquera», p. 39.

[209] «Puerto de Santander», p. 40.

[210] p. 23.

[211] «Recordando la colegiata de Santillana del mar», p. 26; subtitulado «Luz del sueño». Valhondo lo dedicó a José Jurado Morales.

[212] «Cuevas de Altamira (Trece mil años en la sangre)», p. 25.

[213] «Torrelavega», p. 27.

[214] «En el pueblo de Potes», p. 37.

[215] «En el pueblo de Potes», p. 37.

[216] Carta de Dora Isella Russell a Jesús Delgado Valhondo, San José de Costa Rica, 17-5-57.

[217] Carta de Eugenio Frutos a Jesús Delgado Valhondo, Zaragoza, 29-5-57.

[218] Carta de José Canal a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 13-8-57.

[219] Carta de Pedro Caba a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 16-8-57.

[220] Olalla (Mérida), abril 1957.

[221] Canal, José, «La montaña de Jesús Delgado Valhondo», Alcántara (Cáceres), nº 125-134, 1959.

[222] Carta de Luis Álvarez Lencero a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 13-9-57.

[223] Carta de Adolfo Maíllo a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 22-11-57.

[224] «En el pueblo de Potes»,  p. 37.

[225] Carta de Fernando Hernández a Jesús Delgado Valhondo, Guareña, 26-5-57.

[226] Carta de Alfonso Iniesta a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 28-5-57.

[227] Carta de Manuel Pacheco a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 7-7-58.

[228] Manrique de Lara, «La montaña de Jesús Delgado Valhondo», Poesía española (Madrid), junio 1958.

AURORA. AMOR. DOMINGO (1961)

Aurora. Amor. Domingo es un libro de poemas que Jesús Delgado Valhondo incluyó entre las páginas 115 y 159 de su Primera antología con una presentación muy sencilla: en la portada aparece escuetamente el título y, abajo en letra pequeña, el calificativo «inédito» acompañado de la fecha de edición (1961). En la siguiente página aparece un dibujo de Antonio Vaquero Poblador y posteriormente los 16 poemas del libro.

Para entender la estructura y el contenido de Aurora. Amor. Domingo es conveniente recordar las circunstancias que envolvieron su elaboración y su edición. Sobre 1958, Valhondo escribe un poemario titulado Ciudades y a continuación en 1959 otro que denominó Pequeña angustia. Ante la imposibilidad de publicarlos independientemente, opta por fundirlos en un libro con el título de Aurora. Amor. Domingo e incluirlo en la Primera antología.

Este dato es fundamental para entender que Aurora. Amor. Domingo son dos libros y que por tanto consta de dos partes perfectamente diferenciadas (aunque el poeta no las distinga) y a la vez interdependientes: la primera, que acoge los nueve primeros poemas y la segunda, los siete poemas restantes, tienen un enfoque idéntico pues parten de la esperanza y acaban en la angustia. No obstante la segunda parte la padece en mayor grado, porque la denuncia del abandono de Dios que expone el poeta en el primer poema («Hombre crucificado en tu secreto, / clavado ahí, donde lo dejas / para siempre»[1]) termina convirtiéndose en una fuerte decepción, que será traducida por el poeta en una arrasadora ironía:

«Está Dios escuchándonos, amigo,

 pidamos que al final tengamos suerte,

 un paso más y estamos al abrigo,

 en lo alto del sueño con la muerte»[2].

La elaboración de la primera parte del libro estuvo condicionada por las circunstancias que envolvieron a su autor: Jesús Delgado Valhondo, maestro de Primera Enseñanza, cuando en 1958 elabora los poemas de esta parte lleva destinado en pueblecitos veinticuatro años.

Presionado por tan pesada carga, su ánimo padece el cansancio, el aislamiento, la mediocridad, la falta de horizontes y la necesidad de un ambiente cultural atrayente. Por tanto es fácil entender que su espíritu en esta época se encuentre resquebrajado por el agotamiento que le produce la soledad, la incomunicación, los problemas cotidianos y de la muerte (únicos accidentes en la vida cotidiana de un pueblo), y añore fervientemente la ciudad:

«Tantos años, ciudad, por ti muriendo,

 por ti rezando solo mi agonía,

 por ti dejando lo mejor que tengo,

de calle a plaza, de rincón a esquina»[3].

Esta situación lo lleva a concebir la ciudad como un bálsamo revitalizante para su espíritu decaído y crea en su mente una utopía con retazos de recuerdos nostálgicos de sus vivencias en Cáceres, la ciudad de su adolescencia y juventud: «La palabra se integra a los actos y a los hechos para dar lugar de una manera fortísima en la mente -recuerdos- a la calleja, al arco, a la plaza, al jardín, al árbol … y detrás o delante del detalle un Cáceres total, panorámico, conjuntado. Ciudad-tiempo, ciudad-historia, ciudad-poema, ciudad-humana, ciudad-lágrima, ciudad-juego, ciudad-risa, ciudad-amor …»[4].

Contribuyen también a construir en la mente del poeta esta ciudad ideal las visitas que por estas fechas realiza a Madrid y a Salamanca, donde fue especialmente recibido por los escritores que le hicieron saborear las mieles de ambientes culturales atractivos tan añorados por él en la mediocridad pueblerina: «La flor más hermosa que ha nacido del campo es la ciudad. Una flor de cemento, hierros, ladrillos, piedras, sombras, luces, fuentes, bronces, calles, plazas, hombres y voces. […] La ciudad es el cerebro de la aldea. Vamos a la ciudad. Contemplamos. Vemos la obra del hombre. Y también la de Dios. Las ciudades tienen sus ángeles. El panorama de una ciudad es atrayente, soberbio, fascinante. Excita»[5].

Es por tanto esta postura una inversión del tema clásico de la alabanza de aldea horaciana, que supone una ruptura con ese asunto tópico en la poesía latina y renacentista («¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida senda / por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido»[6]), pues Valhondo añora la ciudad que deseaban abandonar los clásicos (el mundanal ruido) y alejarse de la naturaleza (pueblo), que es a donde querían retirarse aquéllos.

En el fondo su deseo de volver a la ciudad se debe a que se encuentra en el momento crucial de su existencia y de su obra poética debido al reciente fracaso de su búsqueda de Dios, que acaba de experimentar en la montaña. Por tanto la naturaleza ya no es el reflejo de la divinidad ni tampoco su silencio ni su soledad propician que sea un lugar adecuado para la reflexión, pues antes era la fuente de su espiritualidad y ahora es la causa de su angustia:

«Triste ciudad de hombres,

 de estos hombres que pasan,

 como los ríos vidas

 llenos de sucias aguas»[7].

El poeta, apenado por el peso físico de la vida en el pueblo y frustrado por la tremenda decepción espiritual sufrida, necesita el mundanal ruido para olvidar sus fuertes preocupaciones. Esta necesidad, que se le hace insoportable, lo arrastra a inventar un mundo nuevo, el de la ciudad que idealmente representa lleno de actividad,  bullicio, esperanza y nuevos horizontes:

«Vamos a inventar un mundo

 con sólo decir palabras.

Un mundo que cante y gire

 en una nueva alborada.

[…]

Después bastará decir

cualquier cosa, y ya lograda

tendremos a la ciudad

con sus calles, con sus plazas,

con la gente que va y viene

de su corazón a lágrimas»[8].

Pero a pesar de su génesis Aurora. Amor. Domingo es la crónica lírica de un ideal frustrado, porque el poeta quiere crear una ciudad perfecta, libre de presencia, quimeras, limitaciones e imperfección humana pero fracasa al no poder eludirlas pues se dio cuenta de que la ciudad deshabitada sólo existe en su mente, porque la ciudad real estaba poblada por seres imperfectos y finitos.

Esta nueva decepción, que unida al silencio de Dios llevan al poeta a la desesperanza y a sentirse definitivamente solo, explica que la esperanza expuesta en el primer poema (texto anterior) desaparezca inmediatamente en el siguiente y el libro se convierta en una desgarradora exposición de su concepción desencantada de la existencia en la ciudad:

«Y sé que en cada esquina

 el tiempo roto y triste duerme,

 y un viento frío, que me queda

 el alma llena de dobleces»[9].

Varios factores pudieron influir negativamente en este cambio de actitud en el poeta (primero esperanzado ante la posibilidad de crear en su mente una ciudad ideal, libre del dolor humano, y enseguida angustiado porque en la realidad estaba habitada por el hombre y sus múltiples limitaciones:

1º)La conciencia de que el ser humano imperfecto y problemático de los pueblos era el mismo que el que habitaba la ciudad donde acababa de instalarse.

2º)Las trabas interpuestas por personas que vivían en la ciudad, cuando quiso publicar los dos libros que finalmente se vio obligado a editar juntos dentro de la Primera antología. Es significativo que ningún poema del libro esté dedicado, quizás porque Valhondo estuviera dolido con todos los que podían ayudarlo a publicar los dos libros inéditos y no mostraron ningún interés.

3º)El mísero sueldo y el escaso reconocimiento de la labor docente del maestro, que lo preocupó sobremanera por estas fechas: «No nace el hombre sabiendo. Hay que enseñarle. Hay que guiarle. Hay que educarle. […] Hay gente que no se da perfecta cuenta de lo que suponen las escuelas en sus pueblos. Si los maestros se van de ellos porque no tienen medios para vivir, mala hora sonó para ese pueblo»[10].

4º)Las críticas recibidas de personas que vivían en la ciudad por su participación en la Campaña de Educación Fundamental.

Estos motivos son la causa de que ya en el primer poema Jesús Delgado Valhondo advierta su intención de crear una ciudad aislada de la presencia humana:

 «No hay que pensar en el hombre.

  […]

  La ciudad es lo que importa»[11].

El poeta era consciente de que su utopía sin el ser humano podría realizarse, pero con él nunca, pues las imperfecciones humanas empañarían su concepción ideal de la ciudad:

«Y el hombre -fracaso eterno-

con su historia meditada

y con su monotonía

de paredes hechas páginas,

que va leyendo y leyendo

cada día, cuando pasa

con su pan y su trabajo,

su cáncer creciendo entrañas,

de este lado para el otro:

melancólica nostalgia.

Y va buscando la muerte

como quien busca almohada»[12].

Luego la misma ciudad de lejos tan amable con esquinas a cuya vuelta en otro tiempo encontraba la sorpresa de los asombros, de lo nuevo y de lo inesperado, que convertían su recorrido en un auténtico descubrimiento, ahora sin embargo le resulta una angustia llena de obstáculos por la inseguridad y el riesgo que constantemente se padece en ella:

«Yo sé que en cada esquina

un ojo mira las pequeñas muertes,

que, cada vez que paso, siento

sus aldabazos en mis sienes»[13].

Además, a pesar de su propósito de incorporarse a la ciudad con su espíritu inmaculado para empezar una vida nueva en su mundo flamante, llega a ella cargado de sus sempiternas preocupaciones espirituales, sus versos se impregnan de la endémica melancolía que arrastra y se convierten en doloroso grito de angustia:

«Estoy, ciudad, en ti, sobre tu mano,

 que introduce los dedos en mi herida,

 y vas oyendo los latidos locos

 a latigazos de melancolías»[14].

Esta herida emocional, que el poeta lleva íntimamente a la ciudad, aumenta sobremanera cuando habitándola se topa con el hombre («fracaso eterno»), del que ya tiene una triste y dramática concepción: imperfecto, prisionero y acosado por unas circunstancias que no es capaz de resolver ni dominar, y convertido en un autómata nostálgico, pesaroso y lleno de limitaciones, que vaga sin rumbo ni esperanza y vive acobardado mientras espera que la muerte lo alcance («-Somos hombres, somos nada-«[15]), pues definitivamente es incapaz de entender el misterio de su condición humana:

«Lo del hombre para Dios,

 por ser un hecho de magia»[16].

Esta triste concepción de la naturaleza del hombre lo martiriza más cuando siente que él mismo es un reflejo de ese ser vulnerable y finito, que se ve acosado por la vida y se encuentra impotente ante la necesidad de comprenderse y entender el mundo que lo rodea:

«No pueden con problemas

que solucionan lágrimas.

[…]

Da pena verlos siempre

pasar, tarde y mañana,

murmurando su vida,

masticándose el alma»[17].

Rafael Melero interpreta que esta postura desengañada de Valhondo ante la ciudad habitada por el hombre es debida a que «la voz del hombre actual es la voz del urbanismo»[18], porque se ha materializado y ha perdido su valor espiritual. Ésta es la segunda razón que tuvo el poeta para desvincularse del ser humano en el primer poema del libro y concebir una ciudad libre del dolor, porque ahora con la presencia humana la ciudad ha perdido su idealismo al volverse triste y vacía como los seres («pobres espirituales») que la habitan:

«Pasan hombres. Los turbios

 hombres que solos hablan,

 quejidos entre dientes,

 dolor en las entrañas»[19].

Además la negativa de Jesús Delgado Valhondo a idear una ciudad con seres humanos tiene otro sentido trascendente: su deseo de no ser uno más en la masa, de no perder su identidad personal, su conciencia de ser independiente, en una época en que agoniza el yo ante el avance del urbanismo impersonal y masificador: «[Estos hombres] parecen una cadena trágica, los restos de una ciudad cada vez más urbana»[20].

 También la clave de esta postura contraria a la ciudad habitada por seres humanos se halla en que Valhondo, siempre necesitado de un ambiente espiritualmente comprometido que indagara en la esencia humana y tratara de resolver los problemas que lo acuciaban, detectó enseguida la pasividad ante los temas trascendentes que provocaba en el ser humano la cultura urbana: «Y a la puerta de la tertulia la calle que nace de nuevo, lo anodino, lo de siempre»[21].

Además sus deseos de marcharse a la urbe coinciden sociológicamente con el trasvase masivo de gente del campo a la ciudad, que comienza a producirse a finales de los años 50 y por tanto con los problemas que conllevó la masificación, la lucha por situarse en un medio urbano, las rencillas por ocupar puestos de trabajo o poder y todo en medio de la mediocridad de gente poco preparada para asumir la cultura de la ciudad y para adoptar una actitud espiritual ante un mundo cada vez más materialista y, sin embargo, preparada para escalar la pirámide social, si hacía falta recurriendo a la inmoralidad y a la obstaculización de iniciativas creadoras.

De tal forma que no nos extraña el desencanto del poeta, si tenemos en cuenta que se vio afectado por estas circunstancias sociológicas en el momento que idealmente intentó crear un mundo más justo, humano y razonable:

«Limitaremos regiones:

Galicia: yerba mojada.

Cataluña y Aragón,

piedra y río en las espaldas.

Valencia, jarra de flores.

Uña de mar, Vascongadas.

Y Extremadura y Castilla,

editando nuestras almas»[22].

Desalentado por esta decepción, el poeta recurre a sus sentimientos religiosos (como ha hecho hasta ahora cuando ha necesitado calmar sus preocupaciones existenciales) y entona una letanía como queriendo apartarla de su mente con una especie de conjuro a la ciudad deshabitada, perfecta, en cuyas piedras encuentra:

La resistencia al paso del tiempo: «Cuando miramos aquello, contemplamos tiempo. Cuando miramos esto, contemplamos tiempo. Siempre el tiempo. Parado, hermoso, confortable»[23].

La eternidad en la permanencia del pasado, que se encuentra impreso en la piedra: «Tú, Cáceres, eres tiempo hermosamente eternizado»[24].

Y los asombros y misterios que no logra captar como antes en la ciudad habitada. De ahí que en la ciudad de piedra, el poeta encuentre su refugio espiritual:

«Segundo misterio: sombra.

 Tercer misterio: el legajo.

 Cuarto misterio: el convento.

 El quinto: ventana y rapto»[25].

Y también que adopte un tono místico y lo transmita por medio de este rosario de sensaciones impresionistas, contundentes y vigorosas, ejemplo de poesía esencial que se ha desprendido de elementos innecesarios en cuanto que el poeta ha dejado de hacer referencia a la imperfección humana: no utiliza ni una sola forma verbal, sugiere múltiples sensaciones en frases cortas a base de sustantivos (no emplea adjetivos) y recursos sencillos como el uso de los dos puntos, la anáfora y el paréntesis:

«Desde la esquina al rincón:

 santo, santo, santo y árbol.

 (Un credo para la piedra

 y una Salve al campanario)»[26].

Es por tanto un tipo de poesía destilada directamente de su espíritu, ejemplo de síntesis y sugerencia lírica con la que consigue implicar de tal manera en lo que describe que el espíritu del lector se mimetiza a la par del suyo convirtiéndose por simpatía en piedra, sombra y silencio:

«PRIMER misterio: la luna.

 Un Padre Nuestro a los pasos

 de nadie por el silencio,

 de nadie por el espacio»[27].

El poema «Ciudad de piedra», al que pertenecen los textos anteriores, es un ejemplo de lo que algún crítico ha llamado poesía fácil de Jesús Delgado Valhondo como algo positivo sin más, omitiendo que esta labor de austeridad de elementos y recursos conlleva una elaboración muy trabajada, producto de un proceso meditado de lima y selección creativa. De ahí que antes se hablara de la sencillez elaborada de la poesía de Jesús Delgado Valhondo y que ahora Vicente Sos Baynat la advierta cuando dijo: «Nunca es prolijo, ni farragoso, gran virtud como forma y gran maestría como dueño de la palabra»[28].

Además esta poesía esencial no es sólo resultado de una ardua labor de lima, sino también resultado de una meditada reflexión espiritual, que procede de una relación mística entre el poeta y la ciudad soñada, descrita en prosa por él mismo de esta manera: «El cronista ha entrado en Cáceres cara a cara. Parece que la ha cogido descuidada. Porque enseguida la ciudad se pone de lado, al lado, y nos acompaña. Doblamos esquinas y descubrimos paisajes, como si fuésemos de orilla a orilla atravesando puentes. Sorpresas. Emociones. Recuerdos. Nos rodea el misterio: silencio, sombras, soledad. Piedras con sangre y años. El torreón, la luna, la lechuza imponiendo sigilo»[29].

La razón de esta mímesis espiritual se encuentra en estas reflexiones de Jesús Delgado Valhondo, que son la descripción de unas vivencias experimentadas cuando le gustaba recorrerla sumido en el silencio y en el misterio de la ciudad deshabitada: «A Cáceres sin amigos y sin palabras me la puedo suponer y quimerizar. Cáceres sola y muda. Cáceres noche y caminada. Cáceres rosario y siglo. Cáceres esquina y sueño. Cáceres ciudad jamás terminada de vivir y recordada nostalgia»[30]. Esta atracción por la zona antigua de Cáceres, que el poeta guardaba lúcidamente en su nostalgia, es la que le ayudó a idear la ciudad soñada:

«ESTOY pisándote, ciudad, el alma

de calle a casa, de la noche al día,

sin darme cuenta que me vas ganado,

sin darme cuenta de mi tiempo y vida»[31].

Después de conectar espiritualmente con la ciudad deshabitada, el poeta vuelve a la soledad y al silencio de su casa, medita, bucea en su espíritu y allí en la tranquilidad de su alma encuentra a Dios con el que entabla un diálogo sin obstáculos con la amabilidad y la confianza que ofrece la cercanía de un amigo:

«MEDIA vuelta a la llave

mi casa está cerrada

[…]

Cuando escribo leyéndome

despierto de mi nada

y entonces voy con Dios

recorriendo la estancia.

Le enseño lo que escribo,

hablo de lo que haré mañana,

le cuento mil historias

que ya sabe y se calla»[32].

Pero este mágico encuentro que el poeta siente en el silencio de su conciencia termina cuando Dios de nuevo se le pierde en la actividad agobiante de las calles de la ciudad, que es una metáfora de la pérdida de espiritualidad y del predominio del materialismo en la sociedad moderna. Entonces el poeta vuelve a experimentar el fracaso de su búsqueda y de sus limitaciones:

«Después, abro la puerta,

me suelta Dios, se marcha.

Yo ando por las calles

buscándolo. Son vanas

las vueltas que le doy

a la ciudad soñada.

Si alguna vez lo veo

va lejos, se me escapa»[33].

Perdido Dios de nuevo, el poeta gasta su último recurso mental para rescatar su ideal de ciudad y abrigar esta utopía de nuevo en su espíritu, materializando la ciudad soñada en ciudades reales que conocía. Así aparece una visión lírica de Badajoz que supone un respiro espiritual porque descubre una nueva esperanza en su amanecer limpio, donde vuelve a intuir la presencia de Dios:

«Dios me mira contento desde sus grandes horas

  en el momento justo de abrir yo mi ventana»[34].

Estas vacilaciones anímicas del poeta, que lo mismo se sume en la desesperación que en la esperanza son lógicas si tenemos en cuenta que, después de la noche siempre angustiosa para él, encuentra una esperanza de que todo cambie en el nuevo día. El poeta justificó sin proponérselo esta alteración de su ánimo con estas palabras: «El mundo vuelve a nacer en el amanecer de cada día. […] Pensamos que el mundo está bien hecho. Que hay alegría aún. Que la vida es bella. Que el amor sostiene por igual a todos los seres de la Creación. […] Y abrimos nuestra ventana. Larga y ancha mirada para que el mundo crezca ante nuestros ojos. Y Dios nos mira contento, esta mañana de abril, desde sus grandes horas»[35].

Pero en cambio Cáceres, sólo trae a su memoria recuerdos nostálgicos, dolorosos y tristes, que lo llenan de una profunda melancolía por culpa del tiempo que lo ha trastocado todo:

 «Cáceres vuela y vuelve

  conmigo. A mi nostalgia

  un niño cojo viene y alcanza la tristeza

  al borde de mis lágrimas»[36].

Esta nostalgia oculta sin embargo la entrañable relación afectiva y espiritual que lo unía a ella: «Cuando encuentro a alguien de Cáceres, al saludarlo, no solamente estrecho mis manos o entre mis brazos al amigo entrañable, sino que con él y por él, a la ciudad. A un Cáceres idealizado, soñado y engrandecido en un poema oracional (los poemas son oración o canción solamente) que elevo desde lo más hondo, por decir desde lo más puro, del corazón hasta el principio del ser en que vivo»[37].

La capital de la alta Extremadura formaba parte de su personalidad como un elemento primordial de su paisaje y de su mundo, en el que se encontraba irremisiblemente integrado: «Ahora mientras me hablo, mientras me comprometo, voy encontrando un Cáceres en el alma como si fuese parte de la que estoy hecho»[38]. Como es posible observar cuanto más ingrato le resulta el presente al poeta más se refugia en su pasado y su poesía se va llenando poco a poco de contenido biográfico y como consecuencia de angustiosa nostalgia por el tiempo perdido:

«Mi madre, mis hermanos.

 Ya sólo Juan. Mi casa.

 Los surcos de la luna. El aroma de siempre.

 La calleja soñada»[39].

La conclusión, como siempre que pierde la esperanza, no es otra que el encuentro con la muerte que está latente en el fondo de la ciudad, aunque en esta ocasión el poeta la trata con un tono más equilibrado y sereno, sin patetismos, como si de una acompañante cotidiana se tratara intentando habituarse a vivir con ella:

«Estás donde te miro, donde siempre,

detrás de las esquinas del momento,

en todos esos sitios que estuvimos

andando juntos la luz y los recuerdos.

[…]

Oh, muerto mío, te pienso y te medito

y te vuelvo a llamar. Yo te confieso

que todo me es igual cuando te lloro,

que todo me es indiferente y bueno»[40].

El origen de este poema se encuentra en vivencias reales, que impresionaron siempre al poeta, consciente a través del fallecimiento de seres queridos y amigos de la acción demoledora de la muerte: «Otra vez no vi el cadáver de otro amigo y el resultado es que lo siento vivir en la ciudad donde residía cada vez que a dicha ciudad voy. A veces hasta me parece que camina a mi lado. Aunque un puñal de realidades me lo niegue»[41].

Y es que Valhondo acostumbraba a llevar toda su carga de circunstancias cotidianas en el saco de su espíritu, donde guardaba como si de un preciado tesoro nostálgico se tratara vivencias pasadas y presentes, que luego traducía líricamente como bien supo deducir Antonio Zoido cuando dijo: «En medio de ella [de la poesía] está el poeta. Con su vida hecha estrofa. Con su vida rizada, como una palma litúrgica en medular tristeza. Con sus pasos de hombre de la calle. Con su acariciante vocación de maestro. Y también de niño renacido. Y de amigo del alma. Y de hombre de fe. Y de contemplador de soledades, de ciudades vacías y muertos entrañables …»[42].

En este momento Aurora. Amor. Domingo, a partir del poema «Como si fueses una flor», cambia de rumbo formal en la métrica y en el tipo de poemas empleado. En los versos de la primera parte se halla desde heptasílabos («La ciudad de los hombres» y «La prisa») a alejandrinos («Amanecer en Badajoz»), que se agrupan formando exclusivamente romances (endecha -«La ciudad de los hombres» …-, octosílabos -«Ciudad de piedra» …- y heroicos -«Meditación ante un amigo muerto» …).

Por el contrario en la segunda los versos reducen su medida desde los trisílabos («El fondo», combinados con heptasílabos) a otros versos de arte menor como los hexasílabos («Paisaje del sur»), heptasílabos («Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro»), octosílabos («Levántate y anda») y sólo aparecen versos de arte mayor en los dos poemas finales (en «El silencio» eneasílabos y endecasílabos y en «Cima» endecasílabos).

Además en la segunda parte los poemas presentan dos variaciones con respeto a la primera:

Una, mientras en la primera parte sólo usó el romance, en la segunda existe una mayor variedad pues aparece un poema formado por tercerillas («Paisaje del sur»), otro en serventesios («Cima»), tres en romance («Levántate y anda», «Motivos de sobra …» y «El silencio») y uno en versículos («Como si fueses una flor»).

Otra, existen más vacilaciones pues de los siete poemas de la segunda parte tres no presentan una distribución regular de la métrica y de la rima y por tanto no forman estrofas o poemas conocidos: «Como si fueses una flor», poema que marca el paso de una parte a otra, está escrito en versículos[43]; «El fondo» es una mezcla de trisílabo y heptasílabos con rima asonante en los pares hasta el verso 6 y de ahí en adelante en los impares. Y «El silencio» está formado con heptasílabos, eneasílabos y endecasílabos, que presentan una rima como la del romance.

Mientras en la primera parte sólo tres poemas de nueve presentan alguna vacilación: «Ciudades-palabras», cuya rima asonante en los pares hasta el verso 26 da un salto en el verso 28 y pasa a los impares; lo mismo sucede en el verso 51 donde da otro salto y pasa a los pares. «Doblar una esquina» que está escrito en heptasílabos, eneasílabos y endecasílabos y «Cáceres» que mezcla heptasílabos y alejandrinos.

Estos casos irregulares constituyen la muestra localizada en libros anteriores con la que Valhondo advierte su rebeldía a dejarse encadenar por la métrica y la rima regular en todo el libro. Además son ejemplos del afán experimentador del poeta que sigue buscando nuevos caminos de expresión.

También se localiza una diferencia en la temática de una y otra parte: en la primera existe una unidad semántica en torno a la idea de ciudad que arrastra al poeta a ahondar en sus preocupaciones existenciales:

«Más cigüeñas y más

 azul. Hundo miradas

 en el fondo del aire, en la sangre vivida,

 en las viejas palabras»[44].

En cambio en la segunda parte el sueño de crear una ciudad ideal desaparece, porque ha fracasado en su intento y el poeta queda decepcionado rumiando sus grandes interrogantes sobre el tiempo, la muerte y Dios:

«El mar es una lágrima

y, Dios mío, me baño

en ella tan desnudo

que sólo nos quedamos

la bendita tristeza,

los años que he gastado

y el hombro donde llevo

la cruz de los relámpagos»[45].

La elaboración de la segunda parte estuvo condicionada por las preocupaciones espirituales, que el poeta padecía en su ánimo desde siempre y se le agravaron después al resquebrajar la presencia humana su concepto de ciudad ideal. En esta parte por tanto aumenta la desesperanza del poeta, que se hunde más en la angustia y en el dolor de sentirse abandonado por Dios, al que se lo reprocha con un tono de acusación irónica:

«Seré la cruz.

Humana cruz clavada en el camino.

Dejarás cuando pases el aroma de tu ternura al hombre.

Hombre crucificado en tu secreto,

clavado ahí, donde los dejas,

para siempre»[46].

Como muestra del descontrol espiritual en que ha caído, el poeta sigue recordando a Dios perdido y lo menciona espontáneamente en momentos que parecía no acordarse de su presencia: «En el caracol, / al revés, sonaban / palabras de Dios» [47]. Estos recuerdos intermitentes, indican que su dolor por la pérdida de Dios es tan alto que llega a rozar la demencia espiritual hasta el punto de creerse dios cuando levanta a un niño que se ha caído:

«Dije: «Levanta. No llores».

 […]

 Salió corriendo otra vez.

 Yo casi Dios ¡Qué alegría!»[48].

Su angustioso estado anímico llega a su culmen en el poema «El fondo», donde muestra el abismo en el que ha caído a través de imágenes surrealistas, alucinantes e incluso desagradables, que muestran el grado de desesperación alcanzado por el amor imposible que siente por Dios, al que busca quiméricamente, loco de amor divino, para que le calme su desesperanza, le dé respuestas a sus dudas y disipe su angustia vital:

«Oscuras manos andan

 el fondo de la fría

 memoria de las cosas

 que fueron tierra, mina.

 La cara boca abajo,

 apretada agonía

 del silencio. La vida

 que se esconde. La noche

 en punto de partida.

 Tiempo ahogado. Tiempo

 sin voz. Luz negra, antigua.

 Sobresalta la piedra

 caída»[49].

Este poema, clave en el planteamiento lírico de su estado espiritual, tiene la siguiente traducción: la cima fue durante un tiempo la esperanza del encuentro con Dios, que en La montaña se materializó en fracaso. El polo opuesto es el fondo o abismo en que ha caído. Desechada la relación con Dios porque no se manifiesta a pesar de sus múltiples llamadas, el poeta angustiado olvida la idea de la cima y se obsesiona con el concepto contrario que encaja con su desencanto: el misterioso fondo del río que le incita al suicidio pues en su desesperación cree que podrá reposar tranquila y definitivamente en la soledad y el abandono, libre de angustiosas preocupaciones:

«Profundo y misterioso

 mundo del todavía:

 algas y ese cadáver

 incapaz de la orilla»[50].

La desesperación del poeta continúa in crescendo en el poema «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro» a pesar de que se sabe que fue un poema circunstancial, pedido por los responsables de Gévora para el número dedicado al pintor universal[51], en el que teóricamente Valhondo se debía haber circunscrito a destacar los valores del genial artista. Sin embargo, el encargo no lo apartó de sus preocupaciones y el poema es una estremecedora reflexión sobre la condición imperfecta del hombre, sus contradicciones, su soledad, su indefensión ante el tiempo y su búsqueda truncada de Dios que lo tiene abandonado a su suerte junto a los demás hombres:

«Nosotros en la tierra

clavados como el árbol,

hundiendo la raíz

en el mismo cansancio.

[…]

Y luego los bolsillos

de carne, mientras vamos

a pintar en la nieve

a Dios entresoñando»[52].

Por tanto se observa ahora una vuelta al hombre del que se olvidó en La montaña y renegó en la primera parte de Aurora. Amor. Domingo, pues no se queja por él únicamente sino que hace extensiva su angustia a los demás hombres que también son árboles solos, de tal forma que el deseo del principio de ignorar al hombre en su concepción de la ciudad ideal, desaparece para incluirse en la angustia humana universal que produce en el ser humano el desencanto de sólo poder soñar a Dios pero nunca alcanzarlo:

«Rasga mi piel y queda en carne

 viva la angustia en mis entrañas.

 No sé quién es: bajo mi oído

 desesperadamente calla»[53].

Es decir, en este momento el poeta sale de su reducto y se hace solidario con el sentir de los otros, seres desorientados e indefensos como él. Este giro no es sólo producto de un estado anímico determinado sino también resultado de una preocupación social, pues el poeta advierte la relación estrecha que existe entre él y los demás, cuando comprueba que sus grandes preocupaciones forman parte del sentimiento universal del que participan todos los seres humanos. De ahí que su poesía vaya adquiriendo un enfoque marcadamente filosófico y solidario: «Su poesía da filosofía y hasta sociología»[54].

Por esta razón, se produce ahora un cambio de actitud en el poeta sobre sus semejantes: el hombre no tiene la culpa de ser un conformista, un mediocre, un ser que no pueda adoptar otra postura, porque se encuentra aprisionado en el callejón de la vida. Igual le sucede a él que no tendrá más solución que sucumbir ante el misterio de la realidad, porque Dios no lo ha dotado de capacidad para comprenderla:

«El huracán por cima

 y también por debajo.

Y dentro de la sombra

nos vamos conjugando.

El verbo es el amor

y, después, nos odiamos.

¿De qué color se pinta

la mona en este caso?»[55].

Perdida toda esperanza, el poeta angustiado se encuentra con sus propios fantasmas que martillean su espíritu en el silencio y la soledad de la noche; otro abismo del que no es capaz de salir:

«ALGUIEN anda la noche oscura,

noche crecida en la distancia;

escucho acobardado donde

vivo los misterios del alma»[56].

Al final se calma y en el último poema saca fuerzas de flaqueza y realiza una completa y actualizada exposición de su amarga concepción sobre la vida y la idea de la montaña, que contienen preocupaciones comunes a los demás hombres, compañeros de fatigas y de angustias, con los que va inseguro subiendo dificultosamente el camino de la cima anhelada al encuentro de Dios, para lo que pide irónicamente suerte, pues ya no confía en que le responda ni lo proteja, aunque todavía guarda una débil esperanza de que pueda encontrarlo «sentado allí», esperándolo:

«Vamos, hermanos, subiremos juntos,

que el último escalón casi se alcanza,

que llevamos dolor y unos asuntos

y debajo del brazo la esperanza.

Está Dios escuchándonos, amigo,

pidamos que al final tengamos suerte,

un paso más y estamos al abrigo,

en lo alto del sueño con la muerte»[57].

Pero el verso final denuncia su falta de fe en que Dios lo aguarde pues ya no asegura que lo espera sino que Dios está «como esperando». Por tanto la seguridad de llegar a Dios se ha trastocado en la certeza de que al final del camino (que ha quedado lleno de despojos) lo único seguro es el encuentro con la muerte.

Ante esta situación, pasada la tempestad en su espíritu, el poeta se serena, ordena su ideas y expone sus intranquilidades con una calma melancólica que indica la aceptación de su derrota, al comprobar que nunca encontrará respuestas a sus interrogaciones por mucho que se desespere y que es mejor aceptar la cruda realidad de un Dios que no se manifiesta:

«Sin darme cuenta qué montaña subo,

 ando mi vida a costa de mi vida,

 no más el corazón que se detuvo

 a libar el amor que se suicida»[58].

Así la esperanza que el poeta parece tener en estos versos no es más que una aceptación irónica de sumisión ante la evidencia, y no extrañará que sólo sea una calma pasajera y de nuevo aparezca en libros posteriores la angustia que ahora parece calmada, pero que sigue latente en su maltrecho espíritu. No en vano Manuela Trenado ha advertido que «[el poema] ‘cima’ es la semilla, resumen o anticipo de lo que va a ser su libro Un árbol solo«[59].

Visto el contenido de Aurora. Amor. Domingo y, ante tanta angustia, se hace necesario indagar en el significado de las palabras aparentemente positivas del título, porque no concuerdan con el significado tan descorazonador que encierra el libro: «aurora», «amor» y «domingo» son tres palabras separadas por puntos, independientes, que exponen contenidos placenteros y sin embargo (no olvidemos que pensó llamarlo «Aurora. Dolor. Sábado«) se advierte que los tres conceptos contienen significados negativos:

«Aurora» es el nacimiento del día pero en este libro adquiere un sentido adverso para el poeta, porque no se trata de una aurora reconfortante que sigue a una noche plácida sino de un medio necesario para desprenderse de la angustia padecida en la noche. Por eso las primeras luces del día están impregnadas de los tintes rojos de la sangre de su herida espiritual:

«Resplandece en la sangre la claridad del día.

Ha despertado el aire remansos de nostalgias»[60].

«Amor» tampoco se trata de un sentimiento positivo, porque el poeta se refiere a su amor por Dios que al no ser correspondido no es recíproco y por tanto es desamor:

«Desde la cima de la voz primera,

del claro día o de la luz pisada,

de peregrinos en la primavera,

vuelvo a pedir a Dios hoy su mirada»[61].

«Domingo» es el final de la semana, el día en que se descansa plácidamente, pero el domingo del que habla el poeta es una metáfora del final de su camino a la montaña que no le ha proporcionado descanso sino una tremenda decepción vital, una triste derrota y un inconsolable escepticismo:

«Ya van nuestras palabras ordenando:

 detrás de los despojos yo distingo

 a Dios sentado allí, como esperando

nuestro cansado rostro de domingo»[62].

En Aurora. Amor. Domingo vuelve a aparecer el estilo personal de Jesús Delgado Valhondo: lengua directa y transparente; vocabulario común pero traducido a poesía a través de ese tono cercano, sincero y confidencial que caracteriza su voz lírica; en esta ocasión, contenida y velada por una melancólica angustia, aunque sin exabruptos.

Las palabras fluyen con la naturalidad del que trata de ordenar sus ideas en el momento crítico que comprueba una dura realidad, para después tomar una determinación ante la situación dramática que se le ha planteado. Y así trascurre el libro en un tono confidencial, próximo y melancólico, que llega al estremecimiento cuando el poeta advierte que su concepción trágica de la vida y el mundo tiene su traducción en la soledad de la tragedia humana:

«Nosotros en la tierra

 clavados como el árbol,

 hundiendo la raíz

 en el mismo cansancio»[63].

No se observan influencias palpables en este libro como no sea la presencia de la lírica popular reflejada en el uso predominante del romance; una posible referencia al poema «A la ascensión» de Fray Luis de León en «Como si fueses una flor», donde el poeta se queja del abandono de Dios; un leve recuerdo de Miguel Hernández cuando utiliza el verbo libar en el poema «Cima» y de Guillén en ese respiro optimista del poema «Amanecer en  Badajoz», o el tono desencantado y trágico de la poesía existencial.

En cuanto a las imágenes, se hallan abundantes, aunque se advierte que no son creadas a conciencia sino que fluyen espontáneamente de la expresión sentida que marca su angustia al poeta. De ahí que en Aurora. Amor. Domingo sean más que nunca un termómetro que indica la temperatura emocional del estado anímico del poeta.

Así en el poema que abre el libro se localizan imágenes esperanzadas («Plantaremos muchos árboles / en el viento y en la entraña / de la luz»[64]) para pasar enseguida a otras caracterizadas no por el lirismo sino por la dureza a que le lleva su desencanto y su indefensión («siento / sus aldabonazos en mis sienes. / […] / Mi corazón le da su bolsa / llena de sangre casi siempre»[65]), que se convierten paulatinamente en angustiosas («quejidos entre dientes, / dolor en las entrañas. / […] / Andan aires podridos en medio de nostalgias»[66]).

Cuando el poeta recupera momentáneamente la esperanza, aparece alguna imagen positiva («Un nuevo sol vertiendo su dorada palabra») en el poema «Amanecer en Badajoz» que da paso en la segunda parte a otras imágenes primero angustiosas («rasga mi piel y queda en carne / viva la angustia en mis entrañas»[67]) y después desencantadas («hasta dar con mis huesos en la desgana / y tirar la mirada sobre el llano»[68]).

Además existen otros recursos:

Metáforas de una extraordinaria calidad, cuando define sucintamente las características de las regiones españolas en el primer poema:

«Galicia: yerba mojada.

Cataluña y Aragón,

piedra y río en las espaldas.

Valencia, jarra de flores.

Uña de mar, Vascongadas.

[…]

Andalucía, grito y flor

en el patio y la ventana»[69].

Símiles que tienen por misión indicar plásticamente el paso del tiempo: «estos hombres que pasan, / como los ríos vidas»[70].

Construcciones anafóricas que denuncian el alto grado de angustia que padece («Yo sé que en cada esquina / un ojo mira las pequeñas muertes, / […] / Yo / sé que en cada esquina / el tiempo roto y triste duerme, / […] / Yo sé que en cada esquina, / […]»[71]).

Polisíndetos y asíndetos que exponen la tensión espiritual sufrida por el poeta y mantienen el tono del libro en una  angustiosa melancolía: «El huracán por cima … / Y también por debajo. / Y dentro de la sombra / nos vamos conjugando. / […] / Inventemos la rosa, / las tardes, el gusano, / el azul que se sube / a la mirada andando»[72].

Recursos intensificadores como el uso del alejandrino, cuando momentáneamente se siente esperanzado en el poema «Amanecer en Badajoz» o el empleo del versículo cuando aumenta su angustia en el poema «Como si fueses una flor».

O la economía de medios que se halla en el poema «Ciudad de piedra» principalmente y en «Cáceres», «Paisaje del sur» y «Levántate y anda», que se convierten en muestra de la poesía esencial de Valhondo, caracterizada por leves pero vigorosos trazos que descubren un tremendo esfuerzo lírico a la par del espiritual:

«Olivos y viñas,

 el trigal. Amor

 de tierra. Campiña»[73].

Aurora. Amor. Domingo, en la evolución poética de Jesús Delgado Valhondo, supone un paso más en el ahondamiento de la abierta llaga de su espíritu herido, cada vez más hondo, cada vez más abismo y fondo de la noche negra donde ha caído, abandonado por Dios. Sus ilusiones van desapareciendo una a una: primero la esperanza de encontrar a Dios a través del paisaje; después, en sí mismo y ahora en la ciudad donde se topa con el ser humano y sus imperfecciones, es decir, tanto deseo de salir de la atmósfera asfixiante del pueblo y oxigenarse en la ciudad para, poco después de instalarse en ella, sentir con más intensidad sus fuertes intranquilidades.

De Aurora. Amor Domingo apenas recibió Valhondo opiniones por ser editado dentro de la Primera antología y pasar desapercibido como una parte más de ella: «Delicioso tomo […]. Entra Vd. en la extraordinaria escuela española contemporánea de la lírica. Totalmente pertenece a ella y el espíritu andaluz matizado de imágenes bellas y atrevidas dan un verdadero encanto a su antología»[74].

Este hecho resulta penoso pues sucede lo mismo que con La muerte del momento: Ambos libros  constituyen momentos claves en la evolución espiritual y en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y por tanto al no ser conocidos debidamente ni una ni otra han podido ser entendidas en un sentido global hasta ahora que se ha realizado el análisis detenido de ambos libros y han sido encajados en su lugar correspondiente como dos poemarios independientes y a la vez fundamentales en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

EL SECRETO DE LOS ÁRBOLES (1963)

El secreto de los árboles es la exposición del desencanto vital al que llega el poeta después de comprobar que no tiene capacidad para crear nada a pesar de su procedencia divina (acaba de fracasar en su intento de crear una ciudad ideal). Dios sigue con su empecinado silencio y no acude en su ayuda, y sus semejantes tampoco pueden socorrerlo, porque también están solo, son imperfectos y se encuentran desamparados naufragando en la vida[75] sin recurso alguno para mitigar sus limitaciones.

El origen de El secreto de los árboles se localiza en Aurora. Amor. Domingo[76], donde el poeta se da cuenta de la cruda realidad que debe afrontar como ser humano. Perdida la esperanza de Dios y de sentirse dios con capacidad de crear una ciudad (un mundo) ideal, el poeta advierte que la calle (la vida) no está habitada por seres independientes con capacidad de decisión sobre sus propios actos sino por vivos-muertos, es decir, por seres abocados a la muerte que son prisioneros del destino y están a merced de las circunstancias como mediocres actores de la comedia universal de Dios, pura ironía del ser más perfecto de la creación.

Ante esta realidad el poeta para no caer en el abandono total guarda en su ánimo un resquicio de esperanza y piensa que este enigma, inexplicable para el ser humano, debe tener un sentido. Aunque seguirá mientras no lo descubra sin conocer la realidad ni descifrar los misterios que envuelven su condición imperfecta y finita:

«por qué la gente se suicida,

 por qué el hombre enloquece o se acobarda

 y por qué las prostitutas saltaban

 a la comba»[77].

Sin embargo advierte que el secreto de este jeroglífico divino es guardado celosamente por los árboles que flanquean el camino de la calle y son testigos mudos de las circunstancias del hombre en la vida y por tanto cómplices de Dios, quien ha montado este enorme teatro del mundo donde al ser humano sin pedirlo ni explicárselo nadie le ha tocado representar un papel que lo angustia:

«Te contaré las cosas que al mundo están pudriendo

 la comedia que tuve que representar»[78].

Buscando una salida a su complicada situación emocional, el poeta llega a creer por unos momentos que es distinto y más perfecto que los demás (como cualquiera cuando piensa que ciertos hechos sólo le pueden pasar a los otros y se aterroriza al comprobar que es igualmente vulnerables). Pero se desengaña pronto porque comprende un hecho estremecedor: él mismo es una copia exacta de sus semejantes:

«Si meditas despacio lo que ocurre

es que todos nosotros, codo a codo,

como el que no quiere la cosa,

mirándonos estamos en el espejo»[79].

Por tanto El secreto de los árboles significativamente es una continuación y una conclusión de Aurora. Amor. Domingo con el que conecta desde el primer poema, «La calle», y se sitúa otra vez en la ciudad. Pero ahora, no se trata de aquella ciudad utópica sino de una urbe real, que le hace salir del refugio de su espíritu e incorporarse a la calle con los otros, dando un giro radical desde el yo intimista al nosotros social. Pero la finalidad de Valhondo no es cambiar estructuras sociales, sino provocar una reacción espiritual (unas veces planteada como rebelión individual y otras como revolución colectiva), que despertara al hombre para reivindicar su dignidad de ser humano. Esta postura espiritualmente solidaria es la que hizo asegurar a Manuel Pecellín que Jesús Delgado Valhondo está «lejos de cualquier inclinación hacia el realismo social».

El libro se divide en dos partes: la primera está dedicada a Juan Antonio Cansinos y consta de trece poemas («La calle» … «Ventana») y la segunda a José María Fernández Nieto y está formada por ocho poemas («Noche y alba» … «Tierra y amor para el olvido»). Esta distribución no se manifiesta sólo formalmente sino también a través del estilo que evoluciona, conforme avanza el libro, hacia una consciente dificultad en la expresión que, aunque en apariencia sigue siendo sencilla y directa, resulta a veces difícil de interpretar, porque el poeta adopta un lenguaje surrealista (más patente en la segunda parte) que indica un aumento de la tensión causada por la pérdida de Dios y el hundimiento de su espíritu en el abismo del desencanto: «Esta obra está cimentada en una sencillez expresiva, tan difícil en nuestro tiempo, en el que tan dados somos a meter ruido lo mismo quemando petardos que escribiendo un poema. Pero que nadie traduzca sencillez por ingenuidad o por simpleza»[80].

Este hecho alerta porque en los últimos libros hubo un predominio del equilibrio formal y de la transparencia expresiva y sin embargo en El secreto de los árboles el poeta fuerza la irregularidad métrica y rítmica en el 50 % de los poemas y vela la comprensión con imágenes alucinantes, secuencias oníricas y rupturas sintácticas mostrando un profundo desequilibrio emocional, que lo lleva a desechar el hilo conductor de sus libros anteriores, cuando se encontraba dentro de su angustia un tanto esperanzado:

«Y entonces me entristezco

sin poder remediarlo

pensando en la muchacha

que se quedó en la calle

con el muerto en la boca

y la sangre filtrándola»[81].

De todas formas este giro es lógico si tenemos en cuenta que El secreto de los árboles es una exposición de la desesperanza que la realidad descarnada produce en el espíritu del poeta, y de su reacción rebelde ante lo inexplicable. Por este motivo junto a momentos desencantados se localizan otros donde el poeta saca fuerzas de flaqueza de su despecho y muestra un tono irónico, incluso cuando se dirige a Dios («(Con tu permiso, Señor. / Claro está, con tu permiso)»[82]), consciente de que es un vivo-muerto más y tiene que enfrentarse solo y desprotegido a la existencia como los demás hombres:

«Hombre que estás delante de nosotros

 rumiando pensamientos y conflictos

 de salario, de hijo enfermo»[83].

Por esta razón en El secreto de los árboles el poeta siente la imperante necesidad de salir a bocajarro a la calle ( «(¡Qué ganas tengo, Señor, / de echar el alma a la calle!)»[84]) y confundirse con los demás en una especie de solidaridad unidireccional, de búsqueda de refugio fraterno, para sentir el calor de los otros y hacer soportable con ellos la pesada carga de las imperfecciones, la finitud y la desorientación humana universal: «Punto de cita son las calles […]. La gente necesita verse. Confrontar con los demás su manera de vivir. Sentirse nadie en la corriente de la calle; hombre común, vulgo, masa. Andar juntos el camino ordinario. Medirse humanamente. Tallarse entre el asfalto y el anuncio luminoso. Navegar»[85].

Ahora el ser social en que se ha convertido el poeta necesita angustiosamente de la relación humana («En la calle está el hombre, el mejor libro para leer que ofrece el mundo»[86]), del amor fraterno y solidario, que materializa en la necesidad común de la caricia como manifestación del amor que busca desesperadamente el ser humano en sus semejantes:

«Eres animal en busca

de la mano azul del alma.

(Te suenan los cascabeles

dentro del cofre del agua)»[87].

Pero la calle se convierte para el poeta en un callejón sin salida, que es una imagen de la vida llena de obstáculos, de un horizonte con vallas donde la libertad no existe, no sólo por las limitaciones que le impone al hombre su imperfecta condición humana y sus circunstancias, sino también (y esto es lo más grave para el poeta) por el egoísmo de algunos de sus semejantes que se la quitan a la fuerza:

«Están gritando a mi oído:

 ‘¡Por aquí no pasa nadie!’ «[88].

Esta actitud insolidaria viene a agravar aún más si cabe las dificultades de la vida diaria, que ya de por sí el ser humano sortea como puede, a la vez que va dejando sus ilusiones, quimeras e intranquilidades en la calle: «En la acera deja el hombre muchas preocupaciones, pensamientos, alegrías, adioses, saludos, abrazos, soledad y compañía, amigos y tristezas, ojos y oídos, vida»[89].

Desde este momento una fuerte angustia se apodera del poeta cuando comprueba con más nitidez sus limitaciones. Ahora se da cuenta de que incluso la palabra, el último recurso para intentar definirse a sí mismo, ha perdido su valor porque con ella no es capaz de expresar exactamente lo que desea y no encuentra el medio para explicar su desencanto y su trágica situación. Ante esta situación interpone como alternativa el valor del silencio:

«No puedo pronunciarte

 porque la voz me duele.

 […] A veces, se me olvida

 todo lo que aprendimos

 mirándonos tan solo

 las manos, las palabras»[90].

o de la ternura que no necesitan del soporte oral para manifestarse: «La palabra es el mejor y más preciado tesoro del hombre. La palabra hablada. Y la palabra escrita. Hay palabras que ni son habladas ni escritas, está en las manos, en los gestos, en los ojos»[91].

A veces esta ternura se centra en seres desvalidos que el poeta suele presentar en textos no poéticos, pero escritos paralelamente a su creación lírica: «El cronista admira y quiere a las beatas. Con frecuencia las busca en el fondo de las iglesias. Le duele cuando se habla de ellas despectiva y burlonamente. Sin conocimiento de causa. Sin caridad. Hoy hubiese querido besar las manos de estas beatas y acariciarles las canas, las penas y el dolor»[92].

Estas reflexiones sobre seres marginados hacen que lo invada un profundo sentimiento de desamparo personal, aumente su angustia y reitere una imagen (apareció en Aurora. Amor. Domingo) que es la metáfora del final de la existencia humana: la del ahogado («medito en el cadáver que flotando estará / esta noche en el frío»[93]), que muere dramáticamente solo y abandonado; destino trágico que representa el nulo valor de la vida, cuya certeza arrastra al poeta a pensar en el suicidio como solución drástica para calmar definitivamente su angustia:

«Un olor casi a mar

que nos invita a ahogarnos

ya sin cuerpo en sus aguas»[94].

«hechos que sucedieron en mi ansiedad suicida,

como me ahogaba el mar»[95].

Ahora la nostalgia se presenta como revulsivo a la angustia para rescatar recuerdos, que vivifiquen momentáneamente el espíritu del poeta: «Me encuentro allá en el fondo / de mis ojos y duermo / recuerdos deliciosos»[96]. Éste recurso de origen romántico y modernista (ya localizado en libros anteriores) dulcifica las intranquilidades espirituales del poeta en una huida evasiva hacia el pasado, pues lo aleja momentáneamente de la dura realidad. Pero los recuerdos se le van perdiendo borrados por el tiempo implacable:

«Se gastan los recuerdos tan generosamente

 que se queda el ayer lejos y oscuro»[97].

El presente no es más alentador porque la ciudad en la que ahora vive el poeta no tiene nada que ver con aquélla otra ideal que quiso crear libre de dolor humano. Además la ciudad actual no es la que guardaba en el recuerdo de su adolescencia, enternecedora, amable, esperanzada; ahora es una gran ciudad que de noche se asemeja a un monstruo dormido donde en el silencio y la tranquilidad aparente subyacen los sucesos de la vida cotidiana (mediocridad, problemas, dolor, preocupaciones) protagonizados por seres temerosos que en la calma de la noche se sienten víctimas acosadas por la ciudad amenazadora:

«Cuando las calles cierran

sus puertas por la noche

creo que mucha gente

andará bajo el mundo

buscándose las muecas,

el dinero olvidado,

a perros vagabundos,

a novias perseguidas,

a gritos que quedaron

naufragando el anuncio»[98].

Éste es el motivo de que en un poema significativo, «Calle de los vivos muertos»[99], donde el poeta explique su dolorosa visión de la calle (la vida), comenzando con una imagen alucinante: «En esta calle viven cuarenta y tres mil muertos», que simboliza a los habitantes de la ciudad no como seres humanos dueños de su destino, sino como autómatas sin voluntad que están a merced de explotadores y genocidas («Hay quien se come muertos o los borra del mapa»). Entonces el poeta se solidariza con los habitantes («Pero yo los aprecio como a borrachos, /tanto como a la ahogada, tanto como al absurdo») de ese enorme cementerio que es la ciudad (el mundo), ahora habitada por seres condenados a morir no sólo por Dios sino también por otros hombres que hipócritamente justifican sus acciones insolidarias con una religiosidad ficticia:

«Y, luego, ya se sabe, rezando se consuelan

 y se ponen de luto».

Entonces desde esa ciudad-cementerio-prisión, el poeta añora el mar, lejano y misterioso, porque es el horizonte que se le niega, la libertad inalcanzable («¡Oh, pobre hombre que piensa, quiere y grita: / mar!»[100]) y también se le acentúa el deseo de Dios pues ahora el mar no es ese inmenso lugar espiritual donde el poeta recuperaba aliento anímico, sino «Amargo mar divino. / Llanto de Dios nutriéndome», como resultado de la pérdida de la esperanza en la divinidad que ya no es un alimento espiritual sino amargura y dolor.

Ante este desencanto vital, el poeta se muestra de nuevo solidario porque cara a la vida ya no es únicamente un árbol solo, sino parte de una alameda donde intenta sobrevivir junto a otros seres solitarios. Por eso plantea preguntas en plural sobre los misterios de la existencia en su nombre y en el de otros:

                                                     «Tendremos que averiguar

quién es la mujer desnuda,

dónde está la flor que huele

y que significa nunca.

Tendremos que averiguar

quiénes somos, quién nos busca,

qué hacemos en la alameda

crucificando preguntas»[101].

En este abandono tan dramático, el poeta arrastrado por el tiempo sueña la hora de su muerte, con un tono no exento de ironía porque sabe que en el momento de ese paso tan crucial se encontrará solo, abandonado por Dios: «Se duerme bien, la muerte es el descanso, / es buena vocación la de difunto»[102]. Incluso le resulta irónica la idea de la muerte como descanso, porque sólo es una solución teórica y no la certeza del paso a la vida definitiva para gozar de la presencia de Dios, porque sin Él después de la muerte no hay nada:

«Sombra de sombras, mis fantasmas,

 mis vivas sombras en el altar.

 […] sobre sombras cualquier día

 he de acostarme a descansar»[103].

La angustia del poeta aumenta en una hora concreta del día, las siete de la tarde, en el momento que materializa el drama en que vive por la soledad, el paso del tiempo y el abandono de Dios:

«Miré el reloj

 y eran las siete de la tarde:

 angustia, soledad: moría

 la luz en nuestra sangre.

 Mi corazón vacío

 de pronto. Sin amor. Sin nadie,

 pasaba Dios muy lejos: alas

 abiertas del paisaje»[104].

Y llega la noche donde el poeta se ve acosado por las sombras y sus fantasmas, «sombra de sombras», que representan sus intranquilidades espirituales magnificadas en el silencio y la soledad nocturna, que lo mantienen en el abismo del que no es capaz de salir:

«Ando con sombras en abismos

 por esta noche de penar»[105].

A pesar de todo se observa que termina la primera parte del libro en el poema «Ventana» con un tono más equilibrado y una postura más solidaria, pues en los últimos poemas se había olvidado de los otros desorientado por su angustia. Ahora abre la puerta de su casa y espera a que lleguen «hombres que no tienen nada», volviendo a adoptar una actitud de tono social como al principio del libro, aunque ahora de una forma más tranquila y esperanzada:

«Esperando a cualquiera por si llama,

[…]

Acodo vidas en el alma,

siembro mis voces en el viento,

pueblo mi culto a la esperanza.

Decidido el oficio del silencio»[106].

Estos versos muestran que el poeta se rearma anímicamente porque está convencido de que debe recargar su esperanza, después de reconsiderar todo aquello en lo que creyó cuando Dios era su apoyo y tenía sus esperanzas intactas. No obstante esta actitud es una muestra de su resignación y no de que haya calmado definitivamente su ánimo: 

«Meditando las cosas que nos ganan,

 las cosas que nos pierden sin remedio»[107].

En el poema que abre la 2ª parte, «Noche y alba»[108], se confirma la postura resignada que adopta el poeta ante las circunstancias inamovibles y el cambio de actitud citado más lleno de esperanza, que se detecta en el intento de hacer positiva la noche, concepto hasta ahora muy negativo para él («Tengo el mundo de la noche /  hecho una flor en la mano») o cuando dice:

«Iré corriendo hacia ti

 honda noche de algo mío

 donde volverte a vivir».

Pero pronto pierde la esperanza porque como siempre la noche le queda un enorme vacío:

«[…]

y a mí no me dice nada.

La noche se me ha quedado

como una flor apagada

en las manos y en las sábanas».

Estos altibajos emocionales son un ejemplo de la lucha que el ser humano mantiene consigo mismo y que por estas fechas libraba Valhondo en su espíritu: «Las virtudes contra los vicios, los problemas contra los sueños, las esperanzas contra las horas, el espíritu contra la animalidad, el amor frente al odio»[109]. La frecuencia con que se producen estas vacilaciones en su espíritu se debe a que su ánimo se resquebraja con facilidad y enseguida da paso a la angustia, más profunda ahora que se encuentra solo sin la esperanza de llegar a Dios.

Y lo paradójico es que son los árboles, distantes con su silencio misterioso, los que comienzan a debilitar el espíritu del poeta porque ellos, está seguro, conocen el secreto de la vida y sin embargo lo guardan impasibles sin inmutarse ante la desorientación humana:

«Árboles puestos de pie

 en la orilla de la sangre.

 ¡Puestos de pie! ¡Qué secreto

 están guardando los árboles!»[110].

Esta intuición aumenta su angustia porque los árboles, representantes del paisaje en la ciudad, hasta el momento habían sido sus aliados en su búsqueda de Dios (el paisaje, su obra, fue un medio para llegar a Él). Ahora sin embargo los árboles son cómplices del silencio divino, porque guardan celosamente las respuestas a las interrogantes angustiosas del poeta sobre la vida, el tiempo y la muerte.

Curiosamente la clave de este secreto (que según el poeta guardan los árboles) se localiza en el libro posterior concretamente en el poema «Espíritu de árboles» de La vara de avellano, donde el poeta asegura:

«creciendo en la mirada

 hombres que ya se hicieron

 espíritu de árboles»[111].

Estos versos explican que para el poeta los árboles no son simples objetos decorativos de la naturaleza, sino que tienen alma con capacidad de guardar secretos porque los hombres, árboles solos en vida, cuando mueren se reencarnan en espíritu de árboles y entonces conocen el secreto sobre la vida y la muerte, que tanto angustian al poeta y ellos sin embargo guardan codiciosamente.

En el poema siguiente, «Solo»[112], se confirma la pérdida de la esperanza iniciada y frustrada en el poema anterior. Ahora el poeta declara la necesidad que tiene de estar solo para reorganizarse anímicamente:

«Hombre de soledad

 que pasa silencioso

 a tu lado, soy yo:

 el señalado, el loco,

 el prologuista del responso

 que llama al vino mar

 y necesita estar

 indispensablemente solo».

Aunque esta necesidad es pasajera porque en el poema «Ese espejo»[113] se solidariza con el hombre cotidiano («compañeros de penas y de lágrimas»), que va caminando dificultosamente bamboleado por la adversidad de su imperfección y de la vida, «broma pesada», para concluir en que todos los seres humanos son copias unos de otros y por esa razón se necesitan mutuamente:

«Hoy te encuentras en mí, de mí naciendo,

 de mí comiendo a dentelladas, vida;

 […]

 Si meditas […]

 […] todos nosotros […]

 […]

 mirándonos estamos en el espejo».

Esta idea se encontraba ya en la mente de Valhondo cuando, meses antes de publicar El secreto de los árboles, reflexionando sobre la careta que el ser humano lleva en la comedia de la vida, la exponía de la siguiente manera: «Si meditamos sobre las máscaras, sobre las caretas o sobre los capirotes y nos fijamos en ellos detenidamente, es que, unidos, codo a codo y sangre a sangre, mirándonos estamos a un espejo»[114].

Llama la atención las expresiones cotidianas, que usa el poeta en este poema, quizás para llegar mejor a los demás que aún no le han respondido, buscando una solidaridad recíproca que actúe como revulsivo e incite a la acción común ante la injusticia del abandono divino y la opresión a la que se ve sometida el hombre por alguno de sus semejantes. Así se puede hallar expresiones como éstas:

«[…] de la

hija que regresa, cansada y rara,

tan tarde que la cena se le enfría,

de la mujer haciendo los oficios

[…]

arrastrando su cruz por los caminos,

como los buenos cuentos de los tontos

donde prometen cielo a mil pesetas.

[…]

y por qué las prostitutas saltaban

a la comba de madrugada en parques

cantando soledades del barquero

[…]

Eres capaz de cualquier

cosa; te noto en la mirada modos

del lobo que perdió su gran camada.

[…]

de todos los que dicen -¡claro!- que son hombre

que cada cual ha puesto lo que puede».

Pero como el poeta no obtiene respuesta de los otros se refugia en su interior, angustiado por «montones de preguntas», y vuelve a intentar el contacto con Dios para que se las aclare: «Tiene mirada Dios cerrada y quedo / dentro esperando hasta que Dios despierte»[115], pero Éste sigue mudo. Por ese motivo la espera se le hace insufrible, pues como el mismo poeta decía: «El que espera, desespera».

Sin embargo mientras que le llega la respuesta tan ansiada el poeta reflexiona sobre su estado y se refugia en la confesión que confía a un amigo en el poema «Algo no anda bien»[116], donde se muestra lleno de preocupaciones religiosas («Hay un salón de sangre por donde Dios pasea / dulce y tierno cansancio») y de una angustia palpable («Tengo un desván de quejas y un oscuro pasillo / por donde el desconsuelo anda suelto y reinando»). Por ese motivo de nuevo el poeta busca consuelo en compartir solidariamente el dolor que aflige al ser humano («Si te parece bueno que dos hombres se digan / mutuamente que sufren») y la preocupación que lo invade por la tremenda desorientación que sufre:

«porque yo tengo algo

 que lo busco hace tiempo en todos mis asuntos

 y no sé lo que pasa y estoy desesperado».

No obstante su rebeldía lo arrastra a desmitificar la idea de la dorada mediocridad clásica, porque no se conforma con asentir como un autómata a lo que sucede y vivir la realidad como un mediocre que nada se pregunta ni indaga. De ahí que su espíritu combativo de ser consciente de su realidad personal y de los seres que habitan su entorno lo hace reflexionar sobre su situación y la de los otros, a los que incita de nuevo por medio de la ironía a que tomen conciencia de su condición de seres humanos y de la vida anodina y mediocre, que llevan sin preguntarse nada.:

«Lo que quiero decir en el silencio,

 lo que jamás diré, ni cómo aguanto

 lo inaguantable a gusto, a mi manera,

 y a disgusto de tente y ves tirando

 con dorada mediocridad»[117].

Esta situación le resulta inaguantable al poeta, porque no concebía la vida sin lucha y sin embargo se da cuenta de dos hechos: uno, la falta de Dios lo arrastra a la mediocridad y, otro, que se ha convertido (o se convertirá si no lo remedia) en un ser conformista como los demás sin ilusiones ni sueños («Ya ves que uno es feliz siendo un mediocre / que hasta puede llorar de vez en cuando»[118]), por culpa de la realidad de un Dios que no lo tiene en cuenta: «Dios que, a veces, / habla conmigo por pasar el rato»[119]. Son por tanto opiniones puramente irónicas, producto de la rabia provocada por su desencanto y su decepción, que lo llevan a la indiferencia desde que pierde la esperanza tanto en el cielo como en la tierra.

:

«[…] la tierra es dura y nos duele en las entrañas

 hecha de agonía cuya cumbre ya se sabe

 a donde nos va a llevar»[120].

Ésta es la razón por la que el ser humano consciente se ve obligado a sortear solo las circunstancias de la vida y el momento dramático de la muerte: «Muchos y peligrosos baches que vamos sorteando a través del tiempo como buenamente o malamente podamos. […] y caídas terribles sufren los aturdidos, los borrachos de sueños, los sentimentales y los absurdos. […] Baches de donde salimos con los huesos del alma molidos. […] Por fin en uno de ellos nos quedamos para siempre jamás hundidos y esperando la paletada de tierra y la misericordia de Dios»[121]. Esta soledad se hace más dramática cuando la angustia acentúa sus dudas y no le da respuestas que le permitan dilucidar el gran enigma de la existencia de la eternidad: «Después, cualquiera sabe lo que viene»[122], porque lo que pase después de la muerte depende de los designios de Dios que Él sólo conoce.

A pesar de todo el penúltimo poema del libro es una reafirmación de la esperanza en la divinidad que se detecta en el mismo título del poema, «Sé que estás esperándome»[123], donde el poeta se rinde ante Dios y lo que antes eran quejas ahora se convierte en una confesión estremecedora de sus propios errores y una justificación de sus culpas y de su rebeldía anterior:

«Yo pensaré que acaso

el perdón es la culpa de estar tiranizado

en el combate duro de un dios y un animal

en los que me he movido y, a veces, me he matado

sin saber donde empieza ni donde acaba el mal».

Sin embargo esa esperanza desaparece en el poema final «Tierra y amor para el olvido»[124], un epílogo donde recoge su concepción desgarradora del mundo y de la vida: la ciudad es una prisión de la que es imposible escapar («Cuando las calles cierran / puertas y cielos rasos, / pared y escaparate, / me recojo en la celda»[125]). El hombre es insignificante («Desde la vida del sueño se ven las cosa pequeñas, / a la ciudad como celda, al hombre como una hormiga»). El mundo resulta un «fruto amargo». La tierra es una «una almohada para los que están durmiendo / un recuerdo, unas palabras, un corazón o un cadáver», «un grito agudo», «ala de sangre», «dura y nos duele en las entrañas». La cima parece un «monte de agonía cuya cumbre ya se sabe / a dónde nos a va a llevar». Y el amor es «lúgubre perdido en una gota de mar».

En esta situación de desencanto vital al poeta lo mantiene paradójicamente la nostalgia y el dolor («¡Duelen los ojos de ver este bendito recuerdo! / Y es un clavo la mirada del dolor que nos conforta»), aunque no logra disipar la sensación de abandono en la que cae después de reflexionar y buscar respuestas «en la triste sinrazón que la razón no señala», porque todo aquello que necesita y materializa en la tierra y el amor … («huyendo van a esconderse /  tras las espaldas de Dios»). Termina lógicamente el libro con una visión de Dios como simple tapadera de los misterios que envuelven al hombre para desorientarlo, y no como respuesta a los enigmas que debería clarificarle para calmar la angustia que lo invade, una vez que le exige el cumplimiento de su papel en el abandono y la soledad más absoluta:

«Hasta el labio que pusimos ayer mañana al amor,

 para la voz que se arrastra por el barro amado y tibio,

 por esa lluvia abrazada a los troncos de mi noche,

 hasta lo que yo tenía guardado bajo mis ojos

 me dejan abandonado»[126].

En los dos últimos poemas citados se encuentra un hallazgo muy importante: la razón de que muchos años después escribiera Huir, último libro de poemas de Jesús Delgado Valhondo. En el mismo título, «Sé que estás esperándome», se descubre una seguridad rotunda en lo que afirma: al final de su vida está seguro de que Dios, a pesar de su falta de respuestas, no lo ha abandonado y lo espera («Sé que estás esperándome al final de mi nombre / con palabras que acusan y con mirar que ampara) como un buen padre solícito, atento y compasivo ([…] / Sé que estás esperándome al volver esa esquina / a que vaya a tu lado y comience a llorar»[127]),  para escuchar los lamentos y razones de su hijo («Y verás qué terrible es la angustia que tengo, / la amargura que queda al perder la partida») que, por un determinismo fatalista, no ha podido actuar de otra manera a como lo ha hecho obligado por las circunstancias que le han tocado vivir:

«Puede ser que hasta […]

 […] me compadezcas pensando en mi fracaso

 y darme la razón sobre la mucha carga

 para llevarla solo»[128].

Por ese motivo al final de su vida huirá al encuentro con Dios como siente que lo hacen las cosas que ama: «Amor y tierra de olvido / huyendo van a esconderse / tras las espaldas de Dios»[129]. Esta idea supone una concepción llena de esperanza a pesar del desencanto con que finaliza El secreto de los árboles, porque la muerte de esta manera no supone un paso definitivo, sino una huida victoriosa encaminada a buscar el refugio de Dios, detrás del que se esconden los que mueren físicamente para renacer espiritualmente en Él convertido en espíritu de árboles, y no descubrir la razón de la existencia a los que siguen recorriendo dificultosamente el camino de la vida, porque perderían la esperanza del encuentro con Dios y los anhelos de eternidad, soportes que los mantienen en la fatigosa subida a la montaña. De todas formas se asistiá más de una vez antes de llegar a Huir a vacilaciones emocionales del poeta, que desmentirán la seguridad demostrada en el poema comentado.

En El secreto de los árboles, el poeta descubre sus vacilaciones anímicas por medio de dos recursos formales:

Uno, a través de la métrica y la rima, porque en este libro predomina llamativamente la variedad métrica y rítmica con respecto a sus libros anteriores, donde había conseguido el equilibrio precisamente por la disciplina mostrada en estos dos aspectos. En cambio en el libro que se analiza la métrica tiene por una parte una gran variedad (versos heptasílabos -«Nombre», «La gran ciudad dormida» y «Acaso»-, octosílabos -«La calle», «La caricia», «Callejón sin salida» y «Alameda»-, eneasílabos -«Sombras»-, endecasílabos -«Mirada de Dios» y «Dorada mediocridad»- y alejandrinos -«Sé que estás esperándome»-) y por otra parte contiene grandes vacilaciones pues únicamente la mitad de los poemas están compuestos con uno metro de los citados.

 El resto de los poemas presenta combinaciones de dos (heptasílabos + eneasílabos -«Solo»-; heptasílabos + alejandrinos -«Calle de los vivos muertos» y «Algo no anda bien»-; eneasílabos + endecasílabos -«Ventana»-), de tres (endecasílabos + dodecasílabos + alejandrinos -«El poeta se muere en el momento»-; pentasílabos + heptasílabos + eneasílabos -«Las siete de la tarde»-; heptasílabos + endecasílabos + un verso de trece sílabas -«Ese espejo»-) e incluso de más metros («Noche y alba», «Mar» y «Tierra y amor para el olvido»).

En cuanto a la rima continúa predominado la asonante, que se mezcla con la consonante sin orden aparente. Este descontrol formal provoca que sólo siete poemas presenten una métrica y una rima regular acorde con la de una  estrofa o un poema. Cuatro de ellos son romances: octosílabos («La caricia» y «Alameda»), eneasílabos («Sombras») o heroicos («Dorada mediocridad»); «Ventana» son tres quintetos; «Mirada de Dios» cuatro serventesios y «Sé que estás esperándome» once serventesios.

En los demás sólo se hallan alteraciones de la métrica (los poemas citados que mezclan dos o más metros) o de la rima: «La calle» está escrito en octosílabos y tiene la rima propia de un romance pero rompe la regularidad rítmica de los versos pares cambiando la última rima del penúltimo verso que es par al último que es impar. «Callejón sin salida» mezcla sin concierto versos rimados con versos sueltos. «Calle de los vivos muertos», «El poeta se muere en el momento», «Las siete de la tarde» y «Algo no anda bien» son romances por la rima, pero mezclan versos de dos o tres medidas. «Solo» comienza con la rima típica de un romance y termina con una redondilla. Y el resto son poemas en heptasílabos sin rima («Nombre», «La gran ciudad dormida», «Acaso» y «Ese espejo») en versículos («Mar» y «Tierra y amor para el olvido») o con la rima asonante y consonante distribuida unas veces regularmente y otras sin concierto («Noche y alba»).

Por tanto El secreto de los árboles, que mezcla formalmente poemas de facturas muy diversas, indica teniendo en cuenta la tendencia a la regularidad detectada en los libros anteriores que el poeta se encuentra muy afectado en su ánimo y es incapaz de controlar sus sentimientos no por haber perdido el control de sus emociones, sino porque ya tiene bastante con verse atrapado espiritualmente como para dejarse también atrapar por la forma, ahora que necesita de una libertad plena para desahogarse.

Esta tendencia hacia una vacilante variedad formal, que se concreta en el uso paulatino de los versos sueltos, blancos, libres y versículos en detrimento de los versos medidos cuya distribución métrica y rítmica responde a una estructuración conocida, se acentuará más en sus libros posteriores hasta desembocar en Un árbol solo, escrito en versículos.

Otro, por medio de la extensión de los versos y de los poemas. En la primera parte predominan los metros de arte menor y los poemas que no pasan de los 23 versos; mientras que en la segunda destacan los metros de arte mayor y poemas de extensión larga, que llegan a los 51 versos.

La razón de estas vacilaciones se sitúa en el alto grado de angustia espiritual padecida por el poeta en este libro que lo lleva a no tener interés por dominar formalmente su expresión dolorida, como queriendo comunicarnos también por este medio su desgarro y su estremecimiento. Y es que en este momento no le interesa nada más que el contenido, apremiado por la necesidad de exponer su angustia y de obtener respuestas inmediatas. Así se puede asegurar que los metros cortos y las menores vacilaciones rítmicas se concentran en la primera parte coincidiendo con un pulso más tranquilo y sin embargo en la segunda predominan las vacilaciones más patentes en todos los aspectos formales y los poemas más extensos, precisamente cuando más angustiado se encuentra y necesita más espacio para transmitirnos su estremecedor mensaje.

Este sutil detalle se observa en que el poeta conjuga conscientemente la tensión emocional con la extensión de los versos y de los poemas, consiguiendo que la segunda parte llegue más al lector que la primera. Así lo supieron detectar José María Fernández Nieto («De pé a pá me ha gustado y, si me das a elegir, me quedaría con la segunda parte que ahonda más y dice más cosas que la primera») y Eugenio Frutos («He leído la segunda parte del libro. Creo que es superior a la primera. De forma más lograda y, sobre todo, el tema mismo -trascendencia y angustia- le da un hondísimo interés humano […]. Los poemas largos son muy buenos, cosa poco frecuente»).

Es cierto, en la segunda parte se observa que el poeta es consciente de que ha fracasado su búsqueda de un ser humano ideal, protegido por un Dios-padre, y un mundo habitado por un hombre perfecto (o con imperfecciones lógicas pero subsanadas por Dios de inmediato, atento a cualquier accidente de su ser predilecto), y de que su lucha entre la fe y la duda que lo mantenía con esperanzas ha terminado en la complacencia de la mediocridad, lo mismo que su anhelos de eternidad individuales y colectivos. Por esta razón la segunda parte es más sustancial al ser la conclusión de todo un proceso donde expone su desencanto, cuyo dolor resultante hace que los versos sean más sentidos, si cabe, que los de la primera parte.

No obstante su estilo personal no sufre alteraciones por este adensamiento emotivo pues el poeta, aunque oscurece su expresión abatido por la angustia, consigue una expresión justa y verdadera, libre de artificialidad y repleta por el contrario de emoción natural y sentida porque, como dice José María Fernández Nieto[130] en la presentación de El secreto de los árboles: «La bondad extraordinaria -la poética y la otra- de Jesús Delgado Valhondo, le sobrevienen no solamente de ser así sino de pensar el mundo hondamente de haberlo conocido y vertido al poema».

La expresión se sustenta en dos recursos no exentos de originalidad: uno, el uso de frases  sacadas de su experiencia cotidiana (ya citadas) y, otro, la adaptación de la expresión surrealista a la descripción de sus vivencias que no se hace extraña, porque concuerda con su desequilibrio anímico que lejos de nublar la expresión la aclara. Esto, que puede ser interpretado como una contradicción, es posible documentarlo sobre todo en los últimos poemas:

 «Ala de sangre que vuela

  de este lado para el otro, de este lado para el otro»[131].

Esta opinión también la sustenta Pedro Caba, al que este tipo de poesía en nuestro poeta le resultaba novísima sin dejar de ser personal. Aleixandre destaca el valor vivencial de este libro y lo interpreta como el resultado de la «emoción de un hombre puesto en trance de comunicarse»[132]. José Luis Cano insiste en estos valores, cuando le dice: «Un ‘secreto’ hondamente poético por su clara y sincera melodía»[133]. Lázaro Carreter advierte el cúmulo de cualidades humanas y poéticas que encierran estos versos, asegurando a Valhondo que «Ahora, has alcanzado la madurez, que sólo se logra así: con casta sencillez formal, y sentimientos auténticos, vividos, no tomados a préstamo»[134]. Y Dámaso Alonso redondea estas opiniones, expresando su aprecio por él y por su poesía: «Por su poesía tengo mucha estima. […] Mucho me gustaría que llegara Vd. al éxito nacional … mundial. […] le leeré siempre y siempre le tendré por excelente poeta y amigo en Mérida»[135].

La coincidencia en destacar la voz y la poesía personal de Jesús Delgado Valhondo se hace común como se puede observar en las críticas realizadas a El secreto de los árboles. Esto es un indicio que lleva a asegurar, una vez analizado detenidamente el libro, que el poeta se encuentra en la cumbre de su creación poética después de haber conseguido una personalidad lírica muy definida que es a la vez popular y culta, clásica y moderna, tradicional y renovadora.

La tradición se localiza en el empleo de versos cortos (pentasílabos, heptasílabos, octosílabos), estrofas (redondilla y quinteto) y poemas populares (romance). Y la renovación en el cambio a una expresión aparentemente más complicada y cerebral, el uso de metros y poemas extensos, el verso libre y el versículo y un fluir narrativo-descriptivo (donde no se elude la imagen alucinante ni la dura alusión a la realidad), que se acerca más a la poesía de los novísimos con la que temporalmente coincide que a la que venía elaborando hasta el momento.

Resulta significativo, que por estas fechas, encontremos en el epistolario de Valhondo cartas de Félix Grande y de José María Valverde, que en una de ellas le dice: «[De El secreto de los árboles] prefiero el final al principio, es decir, a medida que el verso toma más profundidad y más sabor de conversación, superada ya la primera fase de la ‘copla’ [Se refiere a la primera parte de la poesía de Valhondo]»[136].

Este cambio de rumbo expresivo se explica porque Jesús Delgado Valhondo venía notando un nuevo enfoque en la poesía desde agosto de 1962, fecha en la que arremete en un artículo periodístico contra esta nueva lírica por su oscuridad y falta de comunicación, aunque apreciaba de ella la búsqueda de nuevos caminos. Esta postura crítica (pero abierta) supone un deseo consciente de adaptación a las nuevas tendencias líricas sin perder en ningún momento la relación con la poesía más tradicional ni por supuesto alejarse de su estilo personal, que tenía como objetivo la creación de una lírica como comunicación primero y comunión después.

No obstante este cambio no supone una marcada alteración en su personalidad lírica, aunque sí en la lengua empleada pues ahora está construida a base de desgarros que sin embargo no obstaculiza la comunicación sino la favorece porque lo que pierde en claridad lo gana en emoción verdadera. Valhondo no estaba de acuerdo con la poesía oficial de la época por creerla falta de mensaje y por tanto de comunicación: «Hay bastante confusión entre oscuridad y misterio. Y esta confusión se ha ensañado en la poesía y con la poesía […]. Porque el poeta se da entero y vero o estamos los lectores de poesía de más. Hay que darse en comunicación, como dice Aleixandre, o en comunión, como dice Caba. Yo creo que la oscuridad se ha confundido con el misterio. […] El hombre no es oscuridad; es misterio vivo […]. Si el hombre no tuviese misterios que lo alimentasen […] moriría de aburrimiento y de hambre. […] La oscuridad carece de mensaje. El misterio es, constantemente, mensaje»[137].

Y aunque Valhondo oscurece la expresión no pierde sus deseos de comunicación y de comunión, que compensa con el uso de expresiones extraídas de la realidad sin olvidar su eficacia lírica («Se cerró la calle. / El muro / se alzó sobre lo vivido»[138]). Así se puede observar cómo traduce expresiones surrealistas con imágenes comunes fáciles de interpretar («Hay quien come muertos o los borra del mapa»[139]). De tal forma que se renueva adaptándose a la tendencia del momento sin apartarse de su arraigo a la tradición tanto popular como culta ni de su línea personal e independiente.

Sin embargo se encuentran ecos de Machado («Te diré que en el alma tengo una aguda espina / y que no logro nunca el poderla arrancar»[140]); de Dámaso Alonso en el poema «Calle de los vivos muertos», cuando dice: «En esta calle viven cuarenta y tres mil muertos», que recuerda el primer verso de Hijos de la ira: «Madrid es una ciudad de un millón / de cadáveres», y de Lorca en el poema «Las siete de la tarde», pues remite a la angustia de una hora exacta en «Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Megías», donde el poeta granadino insiste en el significado de las cinco de la tarde cuando comenzó a fraguarse la tragedia del torero. También el tono empleado suena en algún momento al de la poesía existencial desarraigada y a veces a la del realismo social (especialmente a Blas de Otero), aunque la poesía de Valhondo nunca pierde en esos contados momentos su sabor personal:

«Después, cualquiera sabe lo que viene

 después, en una lápida de mármol

 o en oscura  pizarra (esto es lo mismo),

 bajo un ciprés o en la raíz de un cardo,

 junto a un rosal, escrito a hierro y fuego,

 debe poner, si el mundo piensa en algo:

 aquí yace un señor que se murió de nada:

 hombre mediocre que se murió de asco»[141].

Más clara es la influencia de la poesía de los novísimos en la forma narrativo-descriptiva adoptada en los poemas extensos y sobre todo en los escritos en versículos, pero esto más que influencia podría interpretarse como una adaptación a la poesía renovadora de los años 60, que lo atrajo quizás por lo que significaba de superación de la poesía social, debido al antiguo interés que Valhondo sentía por estar atento a las innovaciones líricas que se producían en el panorama poético español.

En cuanto a las imágenes utilizadas destacan las de contenido concordante con su estado angustioso y de rabia contenida ante su impotencia:

«de echar el alma a los dientes

 del primer perro que pase»[142].

 «La sangre en el corazón

  luchando por escaparse»[143].

 «Hay quien se come muertos o los borra del mapa»[144].

 «Me sembré, me deshice, estuve oculto

  a golpe de azadón, a lluvia y tiempo»[145].

 «Árboles puestos de pie

  en la orilla de la sangre»[146].

 «Ando sobre montones de preguntas»[147].

 «Hay un salón de sangre»[148].

Metáforas, entre las que destacan las citadas del poema «Tierra y amor para el olvido» con las que trasmite su trágica concepción del hombre, la ciudad, el mundo, la tierra, la cima y el amor.

Símiles con los que quiere explicar vivencias altamente angustiosas de un modo lírico: «cierran / sus puertas esos hombres / como si fuesen páginas / del libro de sus días»[149]. «sombras / algunas llenas de nostalgia / como novela que velar»[150].

Anáforas indicativas de su angustia y desencanto: «tanto como a borrachos, / tanto como a la ahogada, tanto como al absurdo»[151]. «Como canta el campo. Como / suena la yerba»[152].

Supresión del pronombre personal de primera persona, que hace más cercano e implicador lo que cuenta: «Se hizo … Me sembré, me deshice … estuve … Dormí … Soñé … Dejé … Estaba a gusto … Era …»[153].

Encabalgamientos con los que indica su desconcierto: «Lobos / del amor», «puertas de sangre / de par en par», «Hombre de soledad / que pasa silencioso» «el prologuista  del responso / que llama al vino mar»[154].

Paradojas que muestran sus continuas contradicciones ante una realidad enigmática que no entiende: «Si muero es porque vivo»[155].

Vacilaciones propias de su estado emocional inseguro: «Manos que van y que vienen»[156]. «sombras / unas vienen y otras van»[157]. «Ver lo que viene y lo que pasa»[158].

Prosaísmo cuando su ímpetu anímico lo obliga a salirse de las limitaciones del verso: «A veces la tierra es dura y nos duele en las entrañas / hecha monte de agonía cuya cumbre ya se sabe / adónde nos va a llevar»[159].

Uso abundante de admiraciones y paréntesis, que muestran el asombro del poeta ante una realidad que se le hace inverosímil y expone pensando en voz alta: «Consumiendo luz a gotas / le debo al viento la sangre. / (¡Cuántos sueños van nadando / en nuestro recuerdo, mares!)»[160].

El secreto de los árboles, a pesar de la aparente contradicción existente entre el desequilibrio espiritual que contiene y la adaptación a la nueva corriente poética predominante en el panorama de la lírica nacional, es un libro de madurez situado en el cénit de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo con una importancia capital pues anuncia y plantea Un árbol solo y contiene el germen de su último libro, Huir, que escribiría veintinueve años después.

El libro analizado expone por tanto la concepción global y coherente que Valhondo tenía de su obra lírica; un ejemplo de adaptación a la realidad lírica, que presenta a un poeta no anquilosado ajustándose a los cambios sin trauma alguno. Además es el punto de inflexión de su obra poética donde adapta la novedosa técnica del momento a su nuevo estado emocional que ahora le es imposible expresar con los recursos propios de la lírica tradicional y menos con la rigidez que le impone su forma disciplinada.

¿DÓNDE PONEMOS LOS ASOMBROS? (1969)

Este libro es un doloroso recorrido mental de Jesús Delgado Valhondo por la biografía de su espíritu, que se encuentra sumido en la desesperanza y la soledad producidas por la experiencia negativa de La montaña, cuyas consecuencias ha expuesto estremecedoramente en Aurora. Amor. Domingo y El secreto de los árboles.

 Por tanto ¿Dónde ponemos los asombros? es el resultado de sus libros anteriores, donde se detecta una profunda desorientación y un desgarrador desencanto. El poeta ha perdido el punto de referencia que suponía Dios; la realidad lo arrastra a convertir en un mediocre sin anhelos y sin albedrío y sus semejantes no tienen intención de colaborar en la búsqueda de soluciones a sus problemas trascendentales. Como consecuencia debe sortear los obstáculos de la existencia en la más absoluta soledad, sin nadie a quien contarle sus asombros y sin posibilidad alguna de resolver sus fracasos:

«Un mal trago

 para beberlo sólo

 y sólo pasearlo»[161].

De ahí la pregunta angustiada del título que cuenta la soledad en que se halla el poeta y el vacío espiritual en el que naufraga lleno de dudas porque, sin Dios y sin esperanza, esos asombros que eran la esencia del descubrimiento constante del mundo y de sus deseos de vivir; esa capacidad de sorprenderse día a día hallando palabras, hechos, lugares y sensaciones nuevas, ¿qué sentido tienen ahora? ¿a quién, desde este momento, puede hacer partícipe de sus asombros para alegrarse con él? o ¿a quién le transmitirá sus fracasos para consolarse si la melancolía y la tristeza han destruido su posibilidad de superar su avidez por descubrir un mundo esperanzado y Dios no quiere participar de sus ilusiones y quimeras? Entonces ¿de qué le sirven los asombros si no tiene la ilusión de descubrir lo desconocido? o ¿cómo supera sus fracasos, si no existe nadie que lo consuele y lo oriente?:

«¿A quién contamos los asombros?

¿Dónde ponemos los asombros?

¿A quién que mañana es domingo

y no lo sepa?»[162].

El origen de ¿Dónde ponemos los asombros? se halla en el poema «Dorada mediocridad» de El secreto de los árboles, donde el poeta comprueba definitivamente que la realidad hace al hombre un ser mediocre y conformista, que no debe preguntarse nada pues su papel en el gran teatro del mundo («Debe de haber un día / que no tenga escenario / ni nosotros caretas / de risas de payaso»[163]) es aceptar todo sin anhelos de eternidad ni deseos de ser independientes («un futuro donde todos / nos sintamos mejor y, desde luego, hombres»[164]), un pobre espiritual en definitiva porque ya no abriga en su ánimo la esperanza en Dios que hasta el momento era el sostén de su inestable conciencia espiritual:

«Ha perdido lo que tenía:

 aquella antigua y buena fe»[165]

Por esta razón ahora el poeta camina desorientado (no tiene norte) y vive sólo por vivir («Donde se gana el llanto el desdichado hombre / que navega en la calle bajo cualquier asunto / de religión sonámbula y solitarias cuentas / para vivir tirando como bestia del mundo»[166]), una vez que se han disipado sus sueños de alcanzar a Dios y conseguir un mundo más humano y justo como antes cuando «Posiblemente estuve soñando que soñaba»[167].

En esta irónica situación de mediocridad el poeta se debate entre el desencanto y la esperanza («Para el asombro nuestro / para nuestro descanso / debe haber un día / que no hemos estrenado»[168]) en unos vaivenes que no sólo se observan en el contenido, sino también en la forma (mezcla de versos y poemas regulares y libres), en la expresión (unas veces directa y transparente y otras de difícil comprensión) o en su espíritu que unas veces recuerda, otras siente una rebelde ironía y la mayoría de las veces una profunda tristeza. Estas vacilaciones emocionales vienen provocadas por el agotamiento sentido en la lucha que mantiene consigo mismo, intentando desentrañar los misterios indescifrables:

«y, ahora, cara al muro, en otra vida extraña

 soy la sombra pisada de aquella rama huida»[169].

Así no es extraño que se hallen abundantes expresiones vulgares con las que el poeta muestra un desinterés por los temas que antes le preocupaban sobremanera («Se nos pasó de rosca el tiempo»[170]. «Hay quien se encoge de hombros / importándole un bledo»[171]. «Pecado capital de tomo y lomo»[172]…) junto a poemas de marcado tinte surrealista:

«Unos ojos vigilan tras las persianas de tigres,

 pasos de ramas secas, olor de hojas quemadas,

 una mujer tendida en la pradera verde

 busca un limón perdido entre siesta y cigarra»[173].

Estas frases aparentemente incomprensibles son producto de las vacilaciones propias de un espíritu atormentado, cuya existencia es una pura casualidad porque es el «cuento / hermoso del milagro / que hacemos cada día / sin querer ni pensarlo»[174], y resultado, por tanto, de un enigmático determinismo porque no se le pide opinión al ser humano, protagonista de la vida, ni se le hace partícipe de la evolución de su propia existencia considerándolo independiente y libre.

A pesar de todo se nota en este libro un tono más lineal y contundente y una angustia más uniforme que en el libro anterior. Esto se debe a que el poeta llega a un punto donde no tiene más remedio que convencerse de la realidad,  apaciguarse y reordenar sus ideas partiendo de un hecho constatado: la vida es así y él no tiene capacidad para cambiarla. El único remedio es la resignación que él entiende (y esto es lo que más le duele) como mediocridad, pues de nada le sirven las lamentaciones, de nada la angustia, de nada las palabras:

«Las palabras se nos quedaron

 hechas estropajo entre los dientes»[175].

En esta situación sólo le queda el triste soporte espiritual de la melancolía y de la  nostalgia, a las que recurre para iniciar una búsqueda del tiempo perdido intentando rescatar el pasado a través de sus recuerdos. Pero tampoco calma su tristeza este recurso, porque sus vivencias se encuentran demasiado lejanas para poder rescatarlas con la nitidez que desea:

«Ando buscando un niño en mi desvelo

 […] No lo encuentro en mi calle y estoy seguro

 de que está todavía»[176].

 o bien porque se da cuenta de que el tiempo perdido es irrecuperable:

«Hemos perdido tanta vida

 a generosas manos llenas

 que locos andamos preguntando

 si alguien lo tiene la devuelva»[177].

aunque le queda la esperanza de recuperarlo algún día, pensando que sólo se trata de un momento de desorientación pasajera tras el cual hallará de nuevo el camino para llegar a Dios:

«Pero aún nos queda la esperanza,

 como a una nube de tormenta

 que al descargar en pleno campo

 hace la tierra más ligera,

 poder hallarlo alguna vez

 como el árbol, la primavera»[178].

Esta vuelta al pasado es una reacción lógica en alguien que no está de acuerdo con el presente y busca como solución evadirse en el tiempo en una postura, que remite a los románticos, siempre insatisfechos del presente, siempre angustiados en la frontera entre el idealismo y la realidad.

Así en el poema «Términos medios»[179] se plasma uno de los vaivenes espirituales de su corazón apasionado que, como no acepta su situación, reacciona e incita a los demás a ser conscientes de la realidad, para que remuevan sus conciencias y mediten sobre su lamentable condición de hombres y sobre la tragedia de la vida:

«No vale ignorar que nacimos hombres

 que no querer saberlo

 es cruzarse de brazos y palabras

 en la tragedia que está viendo»[180].

A la vez, critica contundentemente la pasividad humana del hombre común («Todos vuelven la espalda») y de los que se aprovechan de su desamparo, justificándose en Dios («El mundo es de unos cuantos / […] / que aseguran tener / a Dios de su parte y su cuento»). Este ataque es una muestra de que el poeta se resiste a ser un apático sin dignidad, a pesar de que ya no se encuentra fortalecido anímicamente por Dios, y a estar dominado por otros en un mundo que se le hace insoportable porque ha perdido el valor del espíritu:

«De cualquier modo que lo mires

 ir arrastrando sentimientos

 es vivir de  mala manera

 sin paz, sin luz y sin remedio»[181].

Y el ser humano, que debía ser el más interesado en desvelar los misterios que lo acucian, se desentiende poniendo como justificación la falta de tiempo para ocuparse de los temas trascendentes y en cambio lo pierde en asuntos sin valor espiritual arrastrados por la sociedad del progreso deshumanizado:

«Todos vuelven la espalda.

 Ponen en marcha el tiempo.

 Dicen: ‘la vida que llevamos

 no es para más ni para menos’ «[182].

En este punto se observa cómo el poeta pasa de nuevo de la postura pasiva de la poesía de la comunicación, a la activa de la lírica de la comunión; del existencialismo fatalista a la dignificante preocupación social, es decir, del yo al nosotros buscando una reacción colectiva ante el problema de identidad del ser humano, pues se da cuenta de que este escollo no es sólo suyo sino también de los demás, seres indefensos, solitarios y desorientados que como él deben aclarar su lamentable situación:

«¡Oh[183] milagros al canto

 o a nadie escucharemos!

 Las cosas en su punto

 ya no hay término medio»[184].

Como el poeta no se resigna a aceptar la realidad, continúa su búsqueda de respuestas y se convence de que el sacrificio realizado por el ser humano con soportar el tiempo y la lucha que mantiene por buscar a Dios debe tener como recompensa la eternidad («Esperamos que un día nos deshaga la luz. / Y ponga en libertad nuestras ansias de tiempo, / nuestras horas ganadas en buena lid un día»[185]). Esta esperanza en obtener algo positivo de su dolorosa existencia lo lleva a rechazar la debilidad de su fe anterior frente al ejemplo de Sócrates, persona de fuertes convicciones, cuya impasibilidad ante la muerte hizo que su gesto llegara al presente, venciendo el tiempo y ganando la inmortalidad:

«Hoy las hojas están llenas

 de saber, sólo se inmuta

 la planta cuando conmuta

 veneno gris por un nombre

 y Sócrates es hecho hombre

 soñado de la cicuta»[186].

No obstante esta fuerza moral pronto se disipa y el poeta sufre otro vaivén espiritual que lo lleva a la melancolía en el poema «Algo olvidado y oscuro»[187], donde realiza un recorrido por el paisaje de su geografía humana usando la metáfora del árbol. El resultado es descorazonador: primero fue un «árbol de montaña lejana / […] cuyo vértigo en la raíz estaba», después «simple tronco rodando amarga vida» y ahora es «sombra pisada de aquella rama huida». Una descripción significativa que marca los tres momentos claves de su existencia espiritual y por extensión de su obra lírica: en un principio, anhelante a pesar de su soledad; posteriormente,  decepcionado por la realidad vivida y, por último, abatido por el abandono en que se encuentra. Es decir, la diferencia es patente para su mal pues, a pesar de que reconoce no haber sido nunca un hombre pleno, ahora está seguro de que es una sombra de lo que fue, postración humillante que vaga sin rumbo por un mundo sin sentido:

«Donde se gana el llanto el desdichado hombre

 que navega en la calle bajo cualquier asunto

 de religión sonámbula y solitarias cuentas

 para vivir tirando como bestia del mundo»[188].

Esta valoración negativa de su existencia lleva al poeta a exponer su desencanto vital en «Calle de la nada»[189], donde indica ya desde el título su concepción de la vida (calle) que, ahora para él, no tiene valor alguno porque, desenraizado de la tierra y perdida la esperanza en Dios, ha quedado vacío y su  esperanza de encontrar apoyo en los otros le ha producido más insatisfacción, al comprobar que son seres tan insignificantes y vulnerables como él y que todos sobreviven como pueden en un mundo sin sentido, abandonados a su suerte, desorientados y solos:

«En esta calle de la nada solos

nos quedamos para siempre jamás.

Sin raíz y sin cielo […]

Nadie nos escucha […]

por donde no se va a ninguna plaza,

a ningún sitio que sepamos».

Perdido el horizonte de la esperanza, el poeta se encuentra desencantado sin la ilusión de la inmortalidad y por tanto sin capacidad de rearmarse moralmente, pues Dios no escucha, las palabras no sirven, el camino de la vida no lleva a ninguna parte, los otros son seres imperfectos o apáticos o insolidarios: «Uno ha sufrido tanto que lo que te queda es una mezcla de tristeza, melancolía, ironía y sonrisa interior. Sales a deshacer entuertos y vuelves como don Quijote, molido a palos»[190].

Esta triste opinión de su propia naturaleza lo arrastra a sentir una acentuada desorientación y a concebir al género humano como un conjunto de seres acosados por la vida, la finitud, la predestinación y el tiempo que sin el auxilio divino se hallan a merced de otros que se aprovechan de su indefensión:

«Somos una copa de vino

puesta en la mesa del milagro

para el primero que nos vea

y quisiera tomarse un trago»[191].

El resultado de esta paulatina degradación es la conversión del hombre en pobre espiritual y como consecuencia en voluntad sumisa. Así al perder a Dios el ser humano se encuentra en manos de las circunstancias y de los enigmas de la realidad «como se pierde una moneda / que va rodando en los por qué»[192] igual que el poeta, un pobre espiritual más sin esperanza de inmortalidad y sujeto en la vida cotidiana a ser siervo de unos cuantos:

«Pobre de espíritu que trabaja

 para que otros vivan bien»[193].

Esta forma tan desolada que tiene el poeta de definir la condición humana es el resultado de su desencanto ante la falta de respuestas de Dios y la insatisfacción producida por el peso de la existencia. Y es aquí donde se hace necesario advertir que la pregunta del título (¿Dónde ponemos los asombros?) está en plural porque el poeta no habla por sí solo sino también por los demás, que se encuentran tan desorientados y sorprendidos como él ante la tragedia colectiva de la que son protagonistas a su pesar:

«No es que padezca yo contigo

 es que me pasa a mí también

 y no hay remedio a nuestros males

 ni volveremos a nacer»[194].

La decepción culmina en el último poema de la primera parte del libro, «La catedral»[195], cuyo contenido denuncia el alto grado de desencanto al que llega el poeta, pues antes este lugar sagrado le sugería múltiples sensaciones positivas[196] y ahora es un lugar aburrido y triste, pura ironía de lo que fue cuando tenía sus esperanzas intactas. La razón de este cambio de actitud se debe a que la catedral ha perdido la espiritualidad que la hacía un lugar lleno de riqueza para el alma cuando Dios lo habitaba:

«El órgano despierta a cinco viejas

y se asustan los sueños y los ángeles.

Suspira una beata y se confiesa

el tiempo que no supo enamorarse».

Tal desencanto induce al poeta a tener una visión crítica («Bostezan los canónigos, obispo, / en sociedad de cantos y balances»), irónica («Un tiempo mueble de sepulcros reza / responso y letanía en los altares») e incluso irreverente («Se irrita un sacristán, se duerme un cura, / se aburre un santo de su misma imagen, / se preguntan los muertos cuatro cosas:»), recogida en pinceladas plásticas de efecto demoledor, que producen una burla maliciosa y deformadora próxima al esperpento de Valle Inclán, conocido por Valhondo en sus primeras lecturas.

Este ataque directo a la institución eclesiástica es una muestra de que el poeta no se resigna a ser un mediocre sin voluntad y, una vez pasada la crisis aguda en la que estuvo a punto de caer en el abandono total, acepta de nuevo su compromiso de ser consciente y critica con valentía a esa organización obsoleta que no cumple con su objetivo espiritual de ser intermediaria entre Dios y los seres humanos:

«Miles de ratas, en la sacristía

 del más allá, royendo se deshacen

 en busca de un infierno de ironía

 en trapos sucios de cloaca y hambre»[197].

El libro está formalmente dividido en dos partes con once poemas cada una. Este dato resulta un hecho significativo porque, a pesar de la desorientación detectada en el poeta, se comprueba que no debe de haber perdido el control de sus actos cuando nos muestra el libro con sus partes equilibradas. Por esta razón el desequilibrio emocional hallado en el libro no influye en su creación y el poeta tiene en todo momento conciencia de lo que escribe y de cómo lo expresa sin verse influido negativamente por sus emociones.

Además entre una y otra parte existe una diferencia de tono por el aumento de la tensión dramática que ya veníamos detectando en la primera. Así, en la segunda parte a la par que la expresión se hace más enrevesada aumenta el grado de desencanto, debido a que el poeta cada vez más confundido comprueba que:

1º)El recuerdo no es solución a su nostalgia porque el tiempo perdido no lo puede recuperar: «Tiempo encerrado entre paredes / que se le da la libertad / del pájaro. Ya no puedo alcanzarlo. / Soy como un niño sin juguetes»[198]. Y además tiene la sensación de que su obcecación anterior por la soledad y el silencio es lo que lo ha llevado a perder el tiempo, al ocuparse más de resolver sus dudas existenciales que de vivir y sin embargo no haber logrado descifrar siquiera el misterio del hombre («Aún me queda que descifrar el hombre / de última paz y de misterio»[199]) ni atender a sus seres queridos en vida, a los que ahora muertos no puede rescatar:

«y sólo he conseguido en un camino incierto

 un tiempo de recuerdos donde no habita nadie»[200].

2º)Dios, al que antes podía hablar en la soledad y el silencio de la noche, ahora está dormido y él se encuentra sumido en una noche oscura del alma, recordando nostálgicamente aquel tiempo en que lograba conectar con Él (al menos unidireccionalmente):

«Se duerme Dios en la noche,

 […]

 bebiendo no sé qué tiempo

 de catedral de horas íntimas»[201].

 Aunque, como hace notar Rafael Morales, «no es [Delgado Valhondo] un poeta ingenuamente optimista», porque su esperanza tiene muchas reservas: «Sabe muy bien que el mundo es duro y que la farsa es dramática, que los hombres estamos desterrados en un valle de lágrimas y que representamos calderonianamente nuestro papel, a veces, con risa de payaso»[202].

Así, ante esta realidad que no le gusta, el poeta se espiritualiza, camina de puntillas intentando no verse influido por ella y se refugia en el sueño:

«me diluyo en tu carne.

 O me pierdo en el sueño de la calle que cruzo»[203].

Pero enseguida reacciona porque quiere estar despierto no alienado por el sueño y vuelve a la realidad con un acento social de preocupación y ternura por un ser desvalido «El loco»[204], ejemplo de ser humano en el que los demás suelen descargar su hipocresía, sus propias culpas y su maldad innata:

«Confesaremos para estar tranquilos

 y pasar por la vida carne y cómodos

 hay que echarle la culpa a quien se pueda

 y torearle a salario y modo»[205].

Entonces el poeta se da cuenta de que se ha preocupado en exceso por sí mismo y se ha olvidado de este ser necesitado de su solidaridad («Nosotros siempre al margen de las cosas. / Nada supimos, en verdad, nosotros»[206]) y de que como poeta debe realizar su función social de denuncia («Alguien como el poeta ha de encargarse / de sacudir con su plumero el polvo») y crítica de esa falsa actuación humana que lo margina o lo explota:

«A lo mejor los buenos lo recluyen

o lo clavan en cruz como a aquél otro.

En la cruz del andamio o del pupitre,

del barrio de absorción lejano y solo».

Esta rabia interior es la que lo lleva a reflexionar sobre el cambio tan radical que ha experimentado su personalidad, antes esperanzada y ahora apática y llena de dudas («¿Soy sabiendo quien soy, y que no quiero nada, / el que pidiese a gritos algo que me faltaba?[207]), que justificará con el citado «posiblemente estuve soñando que soñaba».

Sin embargo esa posibilidad tampoco lo calma y se encuentra en una situación de vaciedad espiritual, porque el tiempo lo ha convencido de que sus intensísimas y sempiternas preocupaciones trascendentes no han valido más que para olvidarse de todo lo demás, y no sólo ha fracasado en su búsqueda de armonía espiritual sino también en su relación humana con sus semejantes, empezando por sus seres queridos a los que intenta rescatar del pasado pero no los halla:

«Una historia nos hace y nos nace un fantasma

 que nos llena la sangre de una inmensa nostalgia»[208].

De ahí, que ahora fracasado y solo la muerte sea el único punto de referencia en su horizonte y vuelva a realizar un ejercicio de adaptación pensando en el momento de la suya (no es la primera vez) para habituarse a él irónicamente («He de reírme mucho»[209]) o dulcificándolo con la idea de que ese paso preocupante es un descanso:

«He de echarme a morir

 haciéndome una casa de paz

 y de ternura»[210]

.

De todas formas no fue Jesús Delgado Valhondo un ser humano capaz de encajar este momento tan fácilmente, ni tampoco de eludir la realidad por mucho que tratara de autoconvencerse de que debía aceptarla. Por este motivo termina el libro con un repaso retrospectivo de su vida, antes llena de angustia pero esperanzada y ahora vacía y sin anhelos de ver a Dios («Y me saqué del alma cuanto conmigo estuvo: vida que me crecía para llegar a verte»[211]) en aquel amanecer donde se sentía vivo entre los demás:

«Dios me miró

-¡Ay, yo bien que lo veía!-

y desperté contento

para sentirme vivo

entre vosotros»[212].

Y sin el soporte de la naturaleza, su aliada en la búsqueda de la divinidad que ahora es una «Selva virgen»[213], naturaleza desordenada sin la presencia divina («Hay en el cielo un campo lleno de flores rotas, / de atardeceres muertos y de llaves en llamas») a través de la cual no puede reiniciar el camino a Dios, aunque a su nostalgia llegan aromas de aquélla más gratificante de Hojas húmedas y verdes:

«Hay gozos que desprende el bosque […]

por donde viene altiva la muchacha del mundo

mordiendo alegremente la tarde y la manzana».

Las vacilaciones espirituales detectadas en el contenido se hacen también patentes en la forma. Así llama la atención la variedad de versos empleados: octosílabos («La cicuta», «Dios en la noche»); eneasílabos («La cuerda del reloj» y «Pobre espiritual»); endecasílabos («Buscando mi infancia en la ciudad donde nací», «Calle de la nada» y «El loco») y alejandrinos («Algo olvidado y oscuro», «El fantasma», «Anécdota» y «Selva virgen»). Lo mismo sucede con la variedad de las combinaciones métricas que aparecen a lo largo del libro: heptasílabos + eneasílabos («Asombros»); heptasílabos + eneasílabos + endecasílabos («Términos medios» y «Dentro del alma vivo al hombre»); tetrasílabos + heptasílabos + endecasílabos («La novela»); heptasílabos + alejandrinos («Figura») y pentasílabos + heptasílabos + endecasílabos («Cualquier día sucederá»). Incluso se dan mezclas un tanto sorprendentes: en la primera parte de «Tiempo perdido», octosílabos + eneasílabos + decasílabo y en la segunda eneasílabos + un heptasílabo. En «Final del camino»  se combinan versos compuestos de 12, 13 y 14 sílabas.

A pesar del desequilibrio formal en más ocasiones de las que pudieran parecer en un primer análisis, se hallan estrofas y poemas: serventesios («Algo olvidado y oscuro» y «Final del camino»); cuaderna vía («El fantasma») y décima («La cicuta»). Y romances, que de nuevo vuelven a predominar -diez de los veintidós poemas del libro- («Asombros», «Tiempo perdido», «Términos medios», «La cuerda del reloj», «Pobre espiritual», «Catedral», «El loco», «Dios en la noche», «Dentro del alma vivo al hombre» y «Selva virgen») y soneto («Buscando mi infancia …»).

Sin embargo esta disciplina que parece haberse impuesto el poeta es sólo aparente, pues existen poemas que sólo son regulares en la métrica («Porque somos de tiempo», «Calle de la nada») o varios romances con la rima asonante en los pares pero escritos en dos metros o tres metros («Asombros», «Términos medios» y «Dentro del alma vivo al hombre»). O introducen la marca de la independencia y rebeldía de Valhondo, ya detectada en libros anteriores, cambiando la rima en la segunda parte del poema («Tiempo perdido»); introduciendo versos heptasílabos entre los eneasílabos («La cuerda del reloj») o un pentasílabo, un hexasílabo, un octosílabo y un eneasílabo en una composición extensa en endecasílabos («Catedral»); sustituyendo la rima consonante por la asonante («El fantasma») o construyendo los poemas con versos blancos («Porque somos de tiempo», «Calle de la nada», «La novela» y «Figura») o en versículos («Cualquier día sucederá» y «Comunión»).

Por otra parte se detecta que el poeta mezcla las estrofas y poemas cuya distribución formal es regular con los que no la tienen. Quizás esto se deba a que su desorientación le produce vaivenes emocionales que lo llevan desde el presente al pasado y viceversa, explicando de esta manera su angustioso caos anímico con la variedad en la forma.

También se nota que en la primera parte existe un mayor número de romances (seis) que en la segunda (cuatro) y que en ésta hay más poemas libres (cuatro) que en aquélla (dos). Por tanto se deduce que Valhondo sin desentenderse de la tradición comienza a acercarse a la modernidad en un intento por adecuar la forma no sólo a la nueva corriente lírica del momento, sino también a su nuevo estado espiritual que necesita ahora de una mayor libertad para expresar sus hondos y dramáticos pesares.

Además estas alteraciones formales también se observan en la linealidad de la estructura interna del discurrir del libro, pues sufre en varias ocasiones saltos mentales atrás y adelante, porque Valhondo en ¿Dónde ponemos los asombros? no es un poeta cerebral, sino que se deja arrastrar por impulsos anímicos y sentimentales procedentes de la urgencia del que necesita transmitirlos y rara vez por la disciplina del que se pone de hecho a escribir versos y a fingir una seguridad que no tiene.

Esto indica que de nuevo el poeta ha tenido un interés relativo por la métrica y la rima y ha estado más atento al contenido que ha encasillarlo en metros y combinaciones regulares. Muestra por tanto de la espontaneidad propia de un poeta más interesado en decir que en cómo decirlo, al que le importa más que la expresión sólo quede pinzada por una leve rima y una métrica que no lo aprisione en un ritmo determinado y repetitivo para no verse obligado a decir en determinados momentos algo distinto de lo que realmente deseaba: «Me gusta tu poesía, porque vas a decir lo que tienes dentro sin importarte mucho el darle colorido»[214].

No obstante esta simplicidad formal, desnuda de retórica, a César Aller le parece que es el resultado de que el poeta retoque poco los poemas, aunque también reconoce que esa confianza expresiva del emotivo Valhondo le permite que lo conozca sin haberlo visto nunca. Esta opinión supone un reconocimiento implícito de su autenticidad, cuya existencia está fuera de toda duda pues, si en algún momento pierde calidad por su ímpetu espontáneo lo gana en intensidad lírica por su verdad.

Es cierto, Jesús Delgado Valhondo, en ¿Dónde ponemos los asombros? retóricamente se muestra más desnudo que en sus libros anteriores por dos razones:

    1)Han desaparecido los balbuceos y las incertidumbres precedentes de sus momentos de duda que lo hacían utilizar frecuentemente la anáfora, el asíndeton, el polisíndeton, el encabalgamiento, la interrogación y la exclamación para indicar su desconcierto.

2)Perdido definitivamente Dios, deja de contenerse en la expresión y da largas a sus sentimientos sin mucho interés en dominarlos como muestra en los poemas extensos tanto en la medida de los versos como en su número.

Además el estilo contenido, suave, cálido de sus primeros libros (que empieza a modificarse a partir de La montaña) es sustituido en ¿Dónde ponemos los asombros? por un tono contundente (en ocasiones irónicamente arrasador), cuyos límites únicamente lo marcan el encasillamiento en versos medidos que más de lo que es frecuente en él se desbordan en composiciones libres y en ruptura o alteraciones de la métrica o de la rima en poemas tradicionales, como resultado de la rabia interior que siente al constatar la realidad inmutable que lo convence del abandono de Dios y de su soledad.

También se detecta un mayor uso de la ironía y un aumento del empleo de frases vulgares, que indican la decepción total del poeta que incluso ahora no tiene mucho interés por cuidar su estilo, como queriendo mostrar el grado de desencanto al que ha llegado y una explicación de su tono agrio, que no es el que había hecho personal en sus libros anteriores:

«Todos tendrán razón.

 Hasta aquél que me ponga

 como un trapo de pobre»[215].

De ahí que parezca que sus versos estén desnudos de retórica pero, si se analiza la expresión, se detecta que se encuentra repleta de recursos literarios que afectan no a la forma, que sigue siendo natural y con bastantes momentos espontáneos, sino al contenido y aún más al tono irónico (a veces mordaz) que provoca en el poeta su desorientación y su amargura convertida, unas veces, en rabia contenida y, otras, en arrebatadora ironía:

«Descargaremos nuestra voz-conciencia

en el portal de los despojos,

acusando a pájaros y laureles

y al hombre tal de los responsos»[216].

Así hay en todo el libro abundantes símiles que indican su soledad («como perro perdido en noche fría / sin amo, sin cobijo, sin consuelo»[217]), su desamparo («puse las manos sobre el día / se me quedó como la nieve»[218]), su obsesión por la muerte («[…] esta calle […] larga como la muerte en el camino»[219]), sus dudas («como se pierde una moneda / que va rodando en los por qué»[220]) y sus intranquilidades («y le vibra en la mente como si fuese un arpa»[221]).

Metáforas con las que describe su triste estado emocional, intentando calmarse y a la vez lanzar una petición desesperada de auxilio: «Porque somos la tierra […] / Porque somos el paso […] / Porque somos un tiempo […]» [222]. «La cicuta […] / era una serpiente fría / entre calientes arenas»[223]. «Primero fui […] árbol de una montaña / […] simple tronco […] y ahora soy la sombra pisada»[224]. «somos una copa de vino / puesta en la mesa del milagro»[225]. «[Catedral] Mar sacado del fondo de la luz, / flor de noria […]. / Hueco del caracol, murmullo lento / […] / Piedra que llora siglos»[226].

Interrogaciones, que muestran las múltiples dudas surgidas de su desamparo: «¿No habrá quién nos aguante / para pasar un rato / bebiendo con nosotros / canciones, vino y llanto?[227]. «¿Soy, sabiendo quién soy, y que no quiero nada, / el que pidiese a gritos algo que me faltaba? / […]»[228]. «¿Qué color la montaña tendrá ahora? / ¿Quién en la cima de rodillas reza? / ¿A qué mar llegará quien a ningún sitio se dirige?»[229].

Exclamaciones que indican la acentuación de su angustia: «¡Oh milagro al canto / o a nadie escucharemos!»[230]. «¡Cualquiera sabe quién vendrá[.] / Ni quién será amo del llanto[¡]»[231]. «-¡tiene que suceder forzosamente!-«[232]. «-¡qué profundo el pesar!-«[233]. «Dios me miró / -¡Ay, yo bien que lo veía!»[234].

Frases colocadas entre comillas para dar mayor énfasis a su contenido: » ‘Una palabra a tiempo’ «[235]. » ‘Buscamos tiempo que perdimos / en no sabemos qué contiendas’ «[236].

Paréntesis que recogen sus reflexiones en voz alta: «(Nos dijeron, como a hombre: / ‘barajar y paciencia’. / Y barajamos nuestras cartas / y nos sentamos a la puerta)»[237]. «(Que no andamos, anda el camino. / Huimos para quedarnos) / […] / (Yo le doy cuerda a mi reloj / todas las noches en mi cuarto).»[238]. «(El aullido / se hace serpiente interminable). / […] / (Pusieron en el centro santo y seña / y en las vidrieras la invención del aire) / […] / (Aunque anochece, corazón, temprano, / debe de haber aún sol en muchos árboles).»[239].

Anáforas y estructuras anafóricas que insisten en acciones penosas para su ánimo: «Ando buscando […] / Ando por los recuerdos […]»[240]. «Porque somos la tierra […] / Porque somos el paso […] / Porque somos un tiempo […]»[241]. «Por la luz sin figura yo canto de alegría. / Por la sonrisa clara, yo canto de alegría»[242]. «Debía haber llegado al final […] / Debía haber llegado a ganar […] ­/ Debía haber llegado al final […]»[243]. «vida que me crecía […] / Vida que me manaba […]»[244]. O polisíndetos: «y, después, […] / y, ahora, […]»[245].

Hipérbatos que destacan determinadas circunstancias al comienzo del verso: La soledad del ser humano («En esta calle de la nada solos / nos quedamos para siempre jamás»[246]) o su doble personalidad (Una de ellas, falsa): «Mientras va desnudándose de tanta piel inútil / y de tanto secreto que en la lluvia guardara / hay un temblor de tarde que amortaja el concierto»[247].

Estos recursos indican el estado espiritual de desorientación y desesperanza en que se encuentra el poeta y que lo llevan, conforme crece gradualmente su angustia, a aumentar la dureza de las imágenes en cuanto a la expresión y al significado, que llegan a convertirse en auténticas alucinaciones cuando el poeta pierde el control de la intensidad de su discurso, aunque nunca su control mental:

«Hay en el cielo un campo lleno de flores rotas,

 de atardeceres muertos y de llaves en llamas»[248].

Sin embargo a pesar del oscurecimiento observado en estas últimas imágenes, se puede notar cómo resultan aclaradoras: unas, por su fuerza plástica; otras, por su originalidad creativa y todas por esa sincera verdad que afecta anímicamente al receptor desde su desencanto, angustia o melancolía:

«Dios en la noche se duerme

 como un mar de agua tibia»[249].

Las influencias no son palpables en ¿Dónde ponemos los asombros? Sin embargo en los dos vaivenes espirituales sufridos se observa cómo en el primero el poeta busca la solidaridad para remover conciencias, incluso denunciando actitudes insolidarias y en el segundo, decepcionado por la falta de respuesta de los otros, tiende a refugiarse en sí mismo. Esto supone por un lado una búsqueda de concienciación en los demás, típica del Realismo social (principalmente de Blas de Otero) que incluso en algún momento suena al tono exaltado del Modernismo (sobre todo de Rubén Darío) en su última época (es significativo el uso del alejandrino y del serventesio) y por otro un refugio en su espiritualidad interior masticando sus problemas, propia de la poesía existencial más característica.

Pero a pesar de esto quizás ¿Dónde ponemos los asombros? sea el libro más personal y auténtico de Jesús Delgado Valhondo por su unidad temática, espontaneidad y estilo desgarrado, singular y sin concesiones, que no es el de la poesía modernista ni el del Realismo social. Este tono personal es un reflejo de la disconformidad, que sintió el poeta ante sus circunstancias personales en la vida real cuando no estaba de acuerdo con algo que consideraba injusto y valientemente exponía sus razones sin temores ni ataduras. Es decir, ahora más que nunca el poeta se confunde con el hombre.

Ésta es la razón de que en ¿Dónde ponemos los asombros? se observe cómo el poeta no se siente atado a nada ni a nadie y sus ironías, acusaciones y salidas de tono, se hacen más atractivas porque se nota que son valientes y sinceras sin dejar de ser líricas. Así supo reconocerlo Emilio Vera cuando le dijo: «Tu poesía me parece sólida, sobria, antirretórica, concisa y precisa; serena y poco dada a fuegos de artificios»[250], o José María Rodríguez opinó: «Eres todo lo contrario de esos poetas objetivos de ahora, que sólo se preocupan de la estética, la elegancia y la dialéctica»[251].

En esta línea Leopoldo de Luis le aseguró: «[Tus poemas son] melancólicos, pero no pesimistas; líricos, pero no autófagos; bellos, pero no estetizantes; solidarios, pero no prosaicos; religiosos, pero no evasivos»[252]. Y Garciasol afirmó: «Te has despojado, por lo general, de metáforas y de imágenes para quedarte en hueso vivo. […] Hay una seca emoción en casi todos tus poemas, sin artificios ni retóricas. Incluso, a veces se rompe el verso para que dé más sangre y más verdad»[253], igual que Lázaro Carreter: «Has llegado a una retórica tan desnuda que los sentimientos hieren más por falta de recubrimiento»[254]. Incluso Eugenio Frutos incidió en la independencia de la personalidad poética de Valhondo, diciendo: «Poemas del corazón con una visión personal e imágenes originales. Todo cliché, todo convencionalismo es rechazado»[255].

José María Moreiro, impresionado por el tono del libro, define a Jesús Delgado Valhondo de esta forma curiosa y acertada: «Nuevo niño grande, virtuoso de la espina, saltimbamqui de Dios. Correcaminos del alma»[256]. Una acertada definición porque ¿Dónde ponemos los asombros? es un recorrido radiográfico de constantes idas y vueltas por los entresijos de su alma de poeta que, mayor (tenía 60 años) pero con alma apasionada, intenta arrancar las espinas sembradas en sus caminos espirituales, continuamente interrogando a Dios sobre las razones de su angustia, que no logra aplacar.

En este sentido ¿Dónde ponemos los asombros? es una continuación de El secreto de los árboles pues en el libro que se analiza Jesús Delgado Valhondo toca, después de tanto ahondar, el fondo de su abismo espiritual y de ahí que se halle más desolación que en el libro anterior. No obstante, como se ha podido comprobar, el poeta a pesar de su angustia no pierde su pulso lírico y se muestra como un poeta maduro y dueño de su palabra, aunque su espíritu sea un caos anímico. Pero tal estado no desvirtúa su discurso sino que lo dignifica y lo intensifica por su búsqueda insistente de la divinidad y de las razones de sus limitaciones humanas, a la vez que lo convierte en lírico por el camino de la indagación trascendente en esas realidades impenetrables.

LA VARA DE AVELLANO (1974)

Es un libro de poemas dedicado a Manuel Fernández Calvo, director de la colección de poesía Ángaro de Sevilla, donde fue publicado el 31 de enero de 1974 por la editorial Católica.

La vara de avellano comienza con una breve presentación de la colección Ángaro, que incluye la autobiografía espiritual[257] realizada por Jesús Delgado Valhondo para la Antología primera, cuyo contenido expone el carácter contradictorio (que ya por estas fechas se reconoce el mismo poeta) y su talante humano abierto a la amistad, su gusto por la lectura, la música clásica y el cante jondo y el aprecio por su familia. A continuación  realiza un resumen de la relación de Valhondo con el grupo y de su obra poética: «Con ‘La vara de avellano’, interviene por cuarta vez, el poeta extremeño, en nuestras publicaciones. En 1971 y con el número 23 de nuestra colección, figura su título ‘Canas de Dios en el almendro’. En 1972, […], interviene en nuestra ‘Antología primera’. Y finalmente en ‘Cerrada claridad’ -monografía antológica del grupo Ángaro, publicada en 1973- firma tres de los cuarenta y dos poemas que componen el libro»[258].

La vara de avellano está dividido en dos partes: la primera consta de 19 poemas y va precedida por una cita de Juan Ramón Jiménez: «La soledad era eterna / y el silencio interminable. / Me detuve como un árbol / y oí hablar a los árboles»[259] que, aparte de anunciar indirectamente Un árbol solo (siguiente libro de poemas de Valhondo), contiene las claves para entender el estado espiritual en que el poeta aborda la elaboración del libro: se encuentra en la soledad y el silencio de la meditación como un árbol solo que indaga en los demás, árboles solos como él, una vez que sus recuerdos placenteros del paisaje caen hechos añicos y el camino se hace más inseguro e incierto:

«silbaba una serpiente

 siempre delante del camino»[260].

 Y lo que es peor, el poeta ha perdido la conciencia de sí mismo y de los demás: «Atravesábamos espejos. / Yo nunca supe donde fuimos»[261]. Antes el espejo le reflejaba la medida de su personalidad y de su relación con los otros[262] que, aunque tan árboles solos como él, lo acompañaban. Ahora el espejo se rompe y camina desorientado porque el poeta pierde el norte de su conciencia y la referencia de los demás.

La vara de avellano es por tanto la descripción del caminar melancólico y triste del poeta por la naturaleza de su entorno, donde ve reflejada la frustración total del ser humano y la suya propia que, una vez perdido Dios, va a desechar la esperanza de recuperarlo a través del paisaje y del hombre, medios indirectos por los que quiso llegar a Él, cuando aún tenía esperanzas de alcanzarlo. Ahora el poeta es un pobre espiritual, sin capacidad de idealizar el paisaje y sin recursos para entender al ser humano, reflejo del poeta, que no tiene siquiera capacidad intelectual para comprenderse:

«Un buen día saqué la vara

 y azoté el aire de la alcoba,

 sonaban lámparas vacías,

 caían cristales de la sombra»[263].

A pesar de todo La vara de avellano es un libro que discurre, salvo determinados momentos angustiosos (que llegan a ser apocalípticos), en medio de un suave desencanto. Este libro supondría un paso intermedio entre la desgarradora angustia de los libros anteriores y la triste serenidad que en él se inicia y se hace patente en el siguiente libro, Un árbol solo. Por esta razón en La vara de avellano el poeta se limita a describir las razones de su desencanto en un tono melancólico, que está exento de reivindicaciones espirituales y sociales fuera de tono, aunque esto no evita que critique actitudes apáticas o egoístas de una manera contundente.

Así La vara de avellano comienza con un intento de recuperar ese paisaje ideal de sus primeros libros porque, a pesar de que el poeta es consciente de sus limitaciones, no acepta el hecho de ser un fracasado y, perdidos otros caminos, lo intenta de nuevo por medio de la obra de Dios. Pero le resultará imposible, porque se da cuenta de que el paisaje, en otro tiempo tan presente, ahora sin la esperanza de encontrar a la divinidad no le sirve de nada; es tan triste y melancólico como su misma búsqueda («la tarde / incomprensible se marchita»[264]) y sólo se encuentra con la muerte («Van las procesionarias / hilvanando las veredas / y a la muchacha llevan a enterrar a la orilla del día»[265]) y la desolación («El pinar […] / Estampa caída boca abajo / y allí nosotros»[266]), al perder la referencia de la realidad que hasta el momento bien o mal veía reflejada en el espejo del paisaje.

Así ahora no tiene la suave fragancia a manzana y a sensualidad femenina de antes, sino que está habitado por una mujer (símbolo del ser humano) que intenta sin éxito[267] eludir la muerte («El cuerpo queda atrás /olvidado, / casa deshabitada / del alma de la huida»[268]), hecho que para el poeta supone el destino ineludible del ser humano universal cuando la referencia del paisaje se rompe.

Entonces intenta la evasión a través del sueño (en la presentación del libro asegura que sueña bien) para recuperar nuevos horizontes por medio del viaje en tren. Pero ahora no se trata de una experiencia placentera[269], pues su finalidad es la huida de un mundo ingrato buscando la libertad ansiada:

» ‘Cada vez que pasa un tren

 me quiero ir a alguna parte’.

 Se me han quedado estos versos

 metidos en la huida»[270].

Además tampoco le resulta una experiencia positiva, porque termina en el desencanto y la frustración: el viaje discurre a través de un paisaje desvirtuado que sólo le proporciona más desorientación y angustia. Su intento por tanto ha terminado en fracaso; el poeta no encuentra el paisaje soñado pues piensa que, igual que las respuestas a sus interrogantes, debe esconderse detrás de la dramática realidad en que vive:

«En el costado de Dios

árboles recién llorados se pierden.

Palabras nunca dichas

flotan en la alameda

que debe haber detrás de todo esto.

Un río, espejo del revés,

[…] una mariposa vuela a muerte

[…] sigue corriendo el tren

y yo no sé si ya me he ido

a alguna parte»[271].

Arsenio Muñoz de la Peña dijo a propósito de La vara de avellano: «Real centinela, ¿qué has visto a través de toda tu noche pasada en negra guardia?» y la respuesta sería lo que describe en los poemas «El pinar» y «Viaje»: naturaleza desvirtuada, muerte, desolación y a «un dios pequeño y sordo / [que] hace puntillas en los hilos del frío»[272]. El sueño entonces termina de una forma trágica: «enciendo la luz de la mesilla» porque «una mariposa vuela a muerte»[273]. Así que este recurso (uno de los últimos de que disponía) supone una nueva decepción en su intento desesperado de encontrar a Dios.

Ante esto al poeta únicamente le queda la triste posibilidad de caminar junto a sus semejantes como forzados del camino de la vida, porque lo encuentra como una forma de mimetizar su espíritu melancólico con la tristeza del paisaje y de esta manera convertirse en un elemento más de él recorriéndolo paso a paso:

                                                         «Y pobre y triste caminaba

 sin saber donde andando iría,

 sólo en el alma se notaba

 que lentamente atardecía»[274].

Pero tampoco el camino lo lleva a alguna parte, porque el caminante sufre en el camino y sortea todos sus peligros alentado por el premio que hallará en su destino, pero el poeta no espera regalo alguno pues ya no cree en la cima ideal donde seguro estaba iba a encontrar a Dios. Ahora el camino resulta más empinado y la cima es un lugar desolado, lleno de muerte porque Dios no se encuentra en ella:

«confuso monte cuesta arriba y roto,

 cima para un cadáver de mirada

 sin enterrar, absurda y sin nosotros»[275].

En este ambiente impregnado de destrucción el atardecer no es aquel momento de riqueza espiritual de antes donde el día se duerme lenta y plácidamente en el regazo de la noche, sino un momento doloroso que se desprende estrepitosamente de la luz y arrastra al poeta que se hunde espiritualmente con él:

«Suena la tarde al caer

 en la tierra […].

Voy a caer también

 y todavía»[276].

Este intento por recuperar el paisaje conecta este libro con el anterior, ¿Dónde ponemos los asombros?, que terminó con una descripción desgarradora de la naturaleza, pues ya no era un conjunto armónico sino una selva virgen, consecuencia de la ruptura de la concepción del orden que el poeta en otra época creyó ver en la obra de Dios, ahora caótica sin Él.

Así el primer poema del libro es la conexión con ese paisaje ordenado («Guardé una vara de avellano / en el cajón de la memoria; / trozo de sierra no perdida, / la mano amiga del aroma»[277]), que el poeta rescata de su memoria. Pero enseguida esta concepción positiva se diluye para dar paso a la negativa de ahora («Sangraba el músculo del viento / […] / mientras silbaba una serpiente /siempre delante del camino»[278]), que recorrerá melancólico observando los restos desolados de aquella naturaleza ideal; en otro tiempo, camino abierto y válido para llegar a Dios.

Por tal motivo este poema termina con unos versos estremecedores («Atravesábamos espejos. / Yo nunca supe donde fuimos») que resultan muy significativos porque el espejo, que era su medio de identidad donde hasta ahora se veía reflejado junto a los demás, se rompe y pierde su propia imagen. Este hecho es trascendental porque no sólo se queda sin el único medio de identificación de que disponía sino también se desconecta de su pasado perdiendo definitivamente sus referencias humanas presentes y pretéritas. Como consecuencia el poeta llega a la desorientación total.

Perdido definitivamente el paisaje, roto el camino que transita por él y hecho añicos el espejo de su conciencia, el poeta ya no tiene ningún medio espiritual ni físico para llegar a Dios y cae en la más penosa angustia. Ahora está convencido de que ha perdido el tiempo que dedicó a su búsqueda de la divinidad (como el suicida que mata su tiempo), intentando conseguir respuestas sobre la condición humana que se le ocultan detrás de los misterios como si de un juego macabro se tratara, desorientándolo con la justificación de que su angustia y su soledad son productos de sus dudas, porque es un hombre incrédulo que por razonar se ha apartado del redil de la fe:

«[…] andar por esta sangre,

como un hombre cualquiera arrinconado al muro

el anuncio que grita que pensar es pecado

del hombre que va solo. Del hombre solo. Culpa

del hombre.

Siempre solo»[279].

En este punto su angustia crece porque ahora comprende que la tragedia del ser humano no es únicamente la soledad, sino el hecho de que en la comedia universal de Dios sólo es un simple elemento articulado por unas manos que lo mueven a capricho, ocultas detrás del enigma que le niega conocer los motivos de la trágica existencia del ser humano y la posibilidad de comprenderla:

«como hombre colgado

 del hilo con que juegan caras de marionetas

 del misterio»[280].

Sin embargo a pesar de su desencanto espiritual el poeta no se considera todavía un ser derrotado y se revuelve en su lucha espiritual como un ser agónico que intenta resolver dogmas racionalmente. Por eso se debate en un ir y venir de la fe a la duda, del ruego a la negación, de la huida al regreso, siempre sumergido en la intranquilidad del desconforme y sufriendo como si fuera una eterna «crucificada sangre»:

«cavo vuelvo hundo

 huyo vengo abrazo

 pierdo

 entro

 duelo

 niego

 ruego

 niego

 escondo a Dios»[281].

Extraordinaria síntesis-exposición de su situación espiritual y su trágica desorientación.

La angustia, que el poeta expone por medio de esta muestra lírica de su desesperación a base de expresiones escuetas de significados superpuestos, lo lleva a convencerse de que no podrá librarse de esta vida que lo martiriza, sin respuestas ni ayuda del cielo ni de la tierra, sin nadie que entienda su negativa a aceptar su nueva identidad personal: la del mediocre que sólo trata de sobrevivir como un ignorante que repite siempre lo mismo, que hace siempre lo mismo en un mundo insoportable:

«Calle de la nada. Larga calle,

 oscuro y silencioso pasa el hombre

 todos los días por el mismo sitio

 de siempre»[282].

Ahora sólo le queda el refugio de su espíritu y el calor de los demás, pero su segunda cara y la de los otros aumentan su desencanto, porque su otro yo y los demás gozan cuando lo ven sufrir, coartan su libertad y podan sus esperanzas en nombre de Dios:

 «Libéranos, si puedes

  del yo que en el altar

  nos tiraniza y grita»[283].

El otro yo es la doble conciencia del poeta que siempre está en desacuerdo con él, aumenta su inseguridad y hace más difícil su agonía, como el prójimo (próximo) que protegido por su fe lo martiriza con su seguridad sin fisuras y lo hace vivir en una continua sensación de culpabilidad, porque el ser agónico duda a menudo de su postura a contracorriente y llega a sentir miedo de sí mismo: «¿Quién nos liberará del miedo / a nosotros mismos?»[284]. Por tanto la calle, a la que salió a bocajarro en El secreto de los árboles, no le ayuda a entender el mundo ni al hombre porque lo aísla de los otros, lo empequeñece y lo abruma.

Estos versos son la traducción lírica de sus preocupaciones cotidianas pues Valhondo, en los años previos a la publicación de La vara de avellano, se quejó en varios artículos periodísticos[285] de la mediocridad provinciana que encontraba en la gente de su entorno por la apatía, las rencillas, la incultura, la sumisión, la falta de miras inteligentes y la inconsciencia del extremeño que no luchaba siquiera por sus propios intereses. Esta situación lo martirizaba por el perjuicio que se le hacía a Extremadura, a la colectividad y a la formación espiritual de las personas como seres independientes y dignos.

De modo que estos versos muestran una vez más la visión trascendente que Valhondo tenía de la existencia cotidiana. Así mientras los demás asisten inconscientes a los sucesos de su entorno Valhondo arremete contra la falta de proyectos colectivos encaminados al bien común y a atenuar la tremenda soledad en la que vivía el ser humano:

«En la cima se mudan

 los pájaros de nido

 en esa tarde tibia

 de orillas y de abismos»[286].

De ahí que la soledad sea ahora un tema recurrente y que en esta ocasión la materialice de una forma desgarradora en un momento concreto, la tarde de domingo[287], cuando la actividad y el bullicio de la semana se paraliza, la calle está inmersa en un melancólico vacío y siente que se encuentra más solo que nunca haciéndose preguntas y confundido por la falta de respuestas:

«Puede ser que te piense

 sin encontrar camino

 en este día hermoso

 por el amor vencido.

 ¿Quién quedará en nosotros

 si cobardes huimos?

 ¿Quién quedará esta tarde

 en lo desconocido?»[288].

Este ambiente afecta fuerte y negativamente al espíritu del poeta que solo en el silencio se enfrenta a su conciencia y lo obliga a ahondar en sus preocupaciones y en preguntarse si la condición natural del ser humano es estar constantemente inmerso en un tristeza sin sentido, porque el hombre es «una pasión cualquiera» no el ser independiente y libre que animosamente supera los obstáculos de la vida:

«La calle queda sola

 como un cerrado libro

 y yo amueblo mi vida

 con la vieja tristeza

 de la tarde de domingo»[289].

En este abismo de silencio el poeta medita y le surgen preguntas retóricas que desde su misma formulación están abocadas a no obtener respuestas, es decir, a más silencio. silencio en la calle, silencio en el alma, melancolía y angustia:

          

«[…] ¿Qué será

lo que llaman destino?

[…]

¿Quién quedará en nosotros

si nosotros dormimos?

¿Quién quedará detrás

de lo que ayer hicimos?»[290].

Mientras su tiempo va desapareciendo detrás de él en cuanto acaba de vivirlo, oculta su pasado, lo engulle y lo queda huérfano de su propia historia: «Va escondiéndose el tiempo / en la esquina del frío»[291]. Ese tiempo que la muerte paraliza y el poeta observa en el «Retrato de una muchacha muerta en una casa de huéspedes»[292] es idéntico a su tiempo que se ha detenido por falta de esperanza, es decir, es un vivo-muerto:

«Me está pesando tu cadáver

que aún lo llevo en la mirada al mediodía.

[…]

De su crucificado aburrimiento a mí

casi no hay nada»[293].

Sin embargo se debe advertir que, aunque el tiempo como concepto filosófico se encuentre paralizado, el real que vive el poeta no deja de correr y arrastrarlo a la muerte, un hecho que se hace patente en la muchacha del retrato, muerta demasiado joven.

Se cierra así la cárcel donde el poeta queda prisionero sin pasado, sin presente y sin tiempo disponible, en un círculo claustrofóbico de insoportable melancolía donde ha desaparecido su capacidad de asombro, la sal de la vida. Por esto Cayetano Rosado afirma que: «Valhondo nos desnuda la vida. La disecciona, como un cirujano hábil, mostrándola tal cual es. Se carga de tiempo (‘un poeta es un niño cargado de tiempo antiguo, nos decía en su libro ¿Dónde ponemos los asombros?‘)»[294]. Como vemos el poeta es víctima de sus propias elucubraciones, porque su concepción desgarradora de la vida y del ser humano se vuelve contra él y lo afecta negativamente.

En esta situación un sentimiento de culpabilidad y a la vez de autojustificación invade al poeta, que se lamenta de no haber aprovechado intensamente su vida y ahora que intenta recuperar ese tiempo malvivido no logra atraparlo porque es imposible:

«El tiempo va corriendo,

 nunca logro alcanzarlo,

 caballo desbocado

 que no puede domarse»[295].

El pasado sólo le ha dejado interrogantes, muchas heridas y algunos momentos que prefiere olvidar. Un triste curriculum espiritual para ser resumen de toda una vida; mucho tiempo perdido para sólo quedarle las manos vacías y el alma desolada. De ahí que dedique en contraste un poema al Guadiana, el río de la vida, la permanencia imperturbable, el tiempo sempiterno, la eternidad; siempre pasando y siempre el mismo, mientras el ser humano, pasa y muere:

«agua que vuelve y que va entre la yerba del aire.

 […] Aguadiós, antigua luz; agua escrita»[296].

Una vez agotado el tema del paisaje, el poeta vuelve los ojos al hombre con el que camina penosamente por los senderos de la vida y del que tiene una opinión tan desalentadora como de sí mismo: el hombre es un lobo para el hombre. Por este motivo sus recuerdos se centran en la guerra civil española, cuyas consecuencias aún no se habían olvidado y hacían difícil la convivencia. Este recuerdo supone una novedad pues será la primera vez que Valhondo haga referencia directa a este tema no tratado siquiera en los poemas más cercanos a este triste suceso.

Esta vuelta al pasado inmediato se debe a que ahora necesita rebuscar en sus recuerdos para encontrar algún detalle pretérito que lo haga recuperar su confianza en el hombre, pero sólo halla destrucción y muerte. Por esa razón la expresión se hace balbuceante y se fragmenta por medio de encabalgamientos, que no sólo indican su triste opinión del tiempo pasado, sino que también convierten su visión en una denuncia conmovedora:

«Cayeron desangrados

 muchos hombres. Podridos

 de mundo. Las rodillas

 rotas. Ojos vertidos

 en cerebro de luz.

 Las palabras cortadas,

 carnaval en astillas»[297].

Un pasado ignominioso, ejemplo de la maldad humana que aún no se ha logrado borrar por mucho que los responsables intenten eliminarlo de la memoria colectiva:

«Después de la batalla

 barrieron el paisaje

 muchas veces. Jamás

 lo barrerán bastante»[298].

El recuerdo de esta penosa experiencia aumenta su angustia y lo lleva a hacer extensible su crítica a las guerras que asolan la historia de la humanidad, «abierta llaga de paisajes»[299] cuya herida, profetiza, nunca se logrará cerrar:

«No olvida el pueblo judío.

 Ni tampoco los negros ni los blancos»[300].

Si en libros anteriores sus críticas se dirigieron contra los explotadores, ahora sus denuncias se centran en los genocidas que provocan los conflictos armados para su propio provecho, sin importarles el dolor que causan en sus semejantes y el odio incurable que las guerras engendran:

«Nadie se olvida ya.

 Ninguno olvida su pasado.

 Una muralla de palabras

 ahoga tiempo y mata espacio»[301].

De tal manera que el poeta no entiende cómo el ser humano es el peor enemigo del ser humano, cuando todos tienen (o deben tener) las mismas preocupaciones espirituales y buscan (o deben buscar) idéntica meta:

«Y tú -el tú del yo- sabes

 que Dios nos preocupa demasiado»[302].

Ante el recuerdo de tantos genocidios el poeta se pregunta: «¿Dónde está el hombre / entero, vero y responsable?»[303], es decir, ¿dónde se encuentra el ser más perfecto de la creación hecho a imagen y semejanza de Dios?, porque el orbe parece un mundo de locos donde el hombre debe olvidar que es copia perfecta de la divinidad: «Mejor será que olviden / que son imagen / de Dios. Mejor es olvidarse»[304]. Con esta actitud el hombre niega a Dios sin importarle la trascendencia de esa postura a la vez que olvida las enseñanzas de Cristo, adoptando sin más escrúpulos la Ley del Talión, que lo arrastra a una espiral de violencia y odio imposible de detener:

«Es terrible justicia bíblica:

ojo por ojo, pie por mano

y diente por simiente

y en venta Juan el Santo»[305].

El resultado será la pérdida de confianza del poeta en el ser humano y en sí mismo porque es un reflejo de los demás. Así que ha agotado el último recurso que le quedaba para recuperar al hombre y reemprender juntos el camino hacia Dios, pues comprueba estremecedoramente que el ser humano (como antes el paisaje) no es un medio apropiado para realizar este nuevo peregrinaje hacia la divinidad.:

«Vamos como va el río

 al mar. Nos lo dijeron.

 No estamos un momento

 con nosotros. Pobre hombre

 que no es él […]

 Nunca te encontrarás»[306].

La reflexión sobre la agresividad de la condición humana provoca en el poeta la necesidad de ser combativo y denunciar la deshumanización que vive y observa en su entorno:

«Voy a tirar de la manta

 para ver lo que debajo vive.

 Hay que deshacer entuertos

 para que reine la hermosa vergüenza

 del cansancio»[307].

Incluso irónicamente goza pensando en su valentía, rara en un mediocre («asombro de uno mismo»), y en la repercusión que va a tener su denuncia pero, cuando llega el momento de actuar, siente todo el peso de su mediocridad y se comporta como un conformista que piensa: «(Será mejor callarme)»[308] y aprueba lo que tanto critica con su actitud servil («un pobre hombre de ‘buenos días, amigo’, / de ‘usted lo pase bien don Ildefonso’ «[309]) que elude a conciencia y por comodidad no sólo las agresiones que sufre el ser humano en la vida cotidiana, sino también los grandes problemas universales:

«ninguno quiere saber nada

 y no contesta nadie»[310].

Estas preocupaciones demuestran que Jesús Delgado Valhondo fue una persona especialmente sensible, que se veía influida sobremanera no sólo por la actitud egoísta de las personas con las que convivía en su entorno más inmediato, sino también por los hechos estremecedores que pasaban continuamente en su entorno más lejano (guerras, magnicidios, destrucción, muerte, agresiones inconfesables contra el ser humano y la naturaleza). Esas personas, que provocan tanto dolor y tanto padecimiento a sus semejantes, son las criticadas duramente en los versos comentados más arriba. De tal manera que es aquí donde la poesía y el poeta cumplen una extraordinaria función social de denuncia como transformadores de conciencias y notarios de una realidad ante la que el ser calificado de humano no puede seguir tan pasivo, porque a todos incumbe esta trágica situación.

El resultado de la meditación del poeta sobre el paisaje, el hombre y él mismo no puede ser más desolador: no hay solución posible porque nada puede ayudarlo a sostener una nueva esperanza. Sólo le queda la autocompasión que trata de conjurar por medio de una retahíla de lamentaciones donde descubre que se siente culpable de haber creído en una utopía, de soñar lo que no es, de no conocerse, de traer hijos a un mundo caótico, de haber atendido sólo a la razón y de ser víctima de un destino que lo arrastra hacia la nada:

«Vamos como va el río

al mar. Nos lo dijeron.

No estamos un momento

con nosotros. Pobre hombre

que no es él, sino el otro

el que trabaja y goza.

Nunca te encontrarás»[311].

No obstante el poeta, en medio del discurrir de su melancolía, no se rinde del todo sino que, como advierte Hugo E. Pedemonte, Valhondo encuentra a otros semejantes a través de «la indagación ontológica del solitario y del solidario que hay en tu árbol, en el bosque del mundo, en la alteridad de uno mismo y de los otros»[312], que sufren una situación más lamentable que la suya y lo hacen sentir una tierna compasión por seres marginados (no es la primera vez) como el tonto y la prostituta. La razón de este interés se encuentra en que su anhelo de hallar a Dios, el fracaso de su búsqueda y la desolación resultante lo llevan a pensar que estos seres, representantes de todos los marginados, se encuentran más desamparados que él ante la vida, el mundo y la divinidad.

El tonto es el protagonista de la imagen (hasta ahora impersonal) del ahogado que ya apareció en otros libros. Aunque en esta ocasión no tiene una connotación desoladora como antes, pues el espíritu del tonto pervive en el pozo y la muerte aparece como una dimensión anímica agradable: «Las golondrinas lo llevan en la garganta / y hacen con él gárgaras de lirios. / […] Hoy ha cogido un gorrión por las patas / y ríe a reventar»[313]. El espíritu del tonto continúa «por los siglos de los siglos del agua» en el pozo, como el alma de las personas y cosas que perviven después de la muerte en el lugar donde habitaron[314].

De la prostituta el poeta realiza una defensa humanísima por medio de una descripción naturalista de su paradójica situación vital porque, a pesar de las apariencias, es una mujer con pasado y sentimientos que sufre fuertemente el desprecio y el aislamiento al que la someten los demás, quizás más culpables que ella:

«Y la mujer de vida fácil

tiene la amargura y la vergüenza

de su alcoba saliéndose a la calle.

[…]

Recuerda lentamente

[…]

-¡oh la primera comunión!-

[…]

Y la mujer de vida fácil,

bajo el aliento de tratantes

se muere más difícil

que cualquiera»[315].

Es precisamente en este tipo de poemas, donde la voz del poeta adquiere más valor universal, porque tanto el tonto como la prostituta tratados con la humanidad que lo hace el poeta son ejemplos de seres humanos y paradójicamente de la grandeza de su imperfección porque, aunque marginados por los otros, siguen conservando sus valores espirituales a pesar de sus defectos morales o físicos. De modo que se trata de otro intento del poeta por despertar conciencias, poniéndolos delante de nosotros:

«Y la mujer de vida fácil

 tiene la amargura y la vergüenza

 de su alcoba saliéndose a la calle.

 […]

 Y la mujer de vida fácil,

 […]

 se muere más difícil

 que cualquiera.

 (Igual le pasa

 al mundo)»[316].

La II parte del libro se encuentra encabezada por dos citas de José Luis Hidalgo, el poeta cántabro cuyos versos, impregnados de un hondo sentimiento existencial y de marcados presagios de muerte, estremecieron a Jesús Delgado Valhondo:

«Has bajado a la tierra cuando nadie te oía

 y has mirado a los vivos y contado a los muertos.

 Señor: duerme sereno, ya cumpliste tu día,

 puedes cerrar los ojos que tenías abiertos».

«Soy el poeta. Me pregunto:

 ¿qué es lo que anoche sentí arder?

 Miro mis manos, trastornado,

 y no lo puedo comprender».

Estos versos sirven de introducción al único poema de esta parte, la elegía dirigida por el poeta a su hermano Juan, muerto recientemente, en la que muestra su profunda desolación ante la acción demoledora de la muerte y la consecuencia nefasta del silencio y el abandono divino. El contenido de estas citas cuadran por tanto con la desorientación, la amargura y la rabia contenida, que siente el poeta en estos  momentos amargos ante este hecho fatal.

La división de La vara de avellano en dos partes sólo obedece a la intención de aislar del resto del libro esta sentida muestra de amor y dolor fraternal, pues su contenido no desentona con el de la primera parte sino que es complementario, porque la soledad, el dolor, la muerte, el silencio, los recuerdos, la melancolía y el tiempo, patentes en esta elegía, son los mismos conceptos localizados en los poemas que la preceden.

El hecho de que aparezca colocada al final del libro y aislada del resto de los poemas ha llevado a Víctor García Camino[317] a pensar que así el poeta manifiesta la angustiosa soledad que lo domina. Ciertamente, perdido definitivamente Dios y muerto el único apoyo terreno que le quedaba, el poeta queda definitivamente como un árbol solo.

Además Valhondo con este detalle persiguió un segundo objetivo: conectar el final de la segunda parte de su obra poética que termina en la soledad, con la tercera que se inicia con Un árbol solo. Tantas coincidencias llevan a pensar que no se producen casualmente, sino por la reflexión consciente y los meditados deseos de coherencia de Jesús Delgado Valhondo.

También esta elegía cumple una función de epílogo donde se advierte que la muerte es el destino final e irremisible de la tragedia del ser humano, que ahora se materializa no en un ser metafísico sino en una persona real muy cercana al poeta. No en vano se deshace en insistentes preguntas con las que concluye este libro desencantado, punto final no sólo de la segunda parte de su poesía sino también de su evolución espiritual, pues a partir de aquí su concepción de la existencia no cambiará un ápice:

«¿Quién a mi sangre llega y me requiere?

 ¿Qué mano está en la mía cuando escribo

 en el recuerdo donde vuelvo a verte?

 ¿Qué espacio encarcelado donde vivo?»[318].

No obstante en mitad del desencanto se halla la esperanza de la inmortalidad, cuando asegura: «Ya sé que tú me esperas, como siempre», no sólo porque a pesar de todo al poeta aún le queda algún resquicio de esperanza en la eternidad, sino también porque necesita tenerla pues sin ella no podría soportar el inmenso dolor que siente.

La tristeza que rezuma este poema no impide que se puedan localizar momentos de un alto valor lírico, cuando describe la acción demoledora de la muerte («Es un caído sol de mediodía / que en mi costado como cruz reposa») o del tiempo («El tiempo es sólo golpes de paciencias, / […] / y hablo contigo por hablar conmigo»); el sentimiento de soledad («¿Quién si no estás? Ya Cáceres vacío») o de melancólico recuerdo («¿Recuerdas la oropéndola del pino / desde el fondo sombrío de aquel huerto?») o el valor del silencio:

«Nosotros que supimos entenderlo

 cuántas cosas nos dijo, cuántas cosas

 supimos de nosotros en silencio».

En este sustancioso poema se nota que el poeta ha tomado las riendas de su pulso más personal y sentido a pesar del triste suceso descrito, pues se encuentra en el momento más crucial de su vida porque la muerte de Juan no fue sólo la desaparición de un hermano, sino del que durante muchos años suplió el hueco dejado por su padre que falleció cuando Valhondo tenía sólo nueve años de edad.

La desolación espiritual del poeta que se detecta en el contenido del libro también se observa en la forma pues su irregularidad en La vara de avellano es manifiesta. Sólo siete de los veinte poemas del libro están compuestos en un único metro: heptasílabos («Tarde de domingo», «El olvido», «Espíritu de árboles» y «Letanía de la culpa»), eneasílabos («La vara de avellano» y «Álamos») y endecasílabos («Mi hermano Juan») -es significativo que haya desaparecido el uso del octosílabo-. Los demás tienden a la irregularidad parcial, combinando endecasílabos + un decasílabo + un trisílabo («De esta calle nunca jamás saldré») y pentasílabos + heptasílabos + eneasílabos + endecasílabos («Y pobre y triste») o total, formando poemas con versos blancos («De esta calle nunca jamás saldré», «Espíritu de árboles» y «Letanía de la culpa») o versículos, que es lo frecuente en el libro (nueve de los veinte poemas).

La rima que predomina es la asonante, incluso en la elegía a su hermano Juan, donde se mezcla con rima consonante y versos sueltos. Rara vez la rima se distribuye de una forma regular formando estrofas (una sextilla + dos tercetos + dos cuartetas + estrofa de cinco versos blancos en el poema «Y pobre y triste» y nueve serventesios en «Mi hermano Juan») o romances  («La vara de avellano», «Álamos», «Tarde de domingo», «El olvido» y «El mundo-gente». Los dos primeros en eneasílabos; el tercero y el cuarto, romances-endecha y el último con metros variados).

Pero, casi siempre aparece en la rima algún rasgo de irregularidad: «Y pobre y triste» está dividido en cinco partes y mientras las cuatro primeras presentan las distribuciones citadas que dan lugar a estrofas conocidas, la última no responde a ninguna (a–a-). Y los serventesios de la elegía no sólo están construidos mezclando rima asonante con consonante sin orden aparente, sino que el penúltimo y el antepenúltimo tienen rima sólo en los versos pares. Y de los cinco romances, tres presentan irregularidades: uno tiene dos rimas («La vara de avellano») y  dos la alteran en los tres últimos versos, donde la rima en los versos pares pasa a los impares («Tarde de domingo» y «El mundo-gente»).

Por tanto se deduce que el poeta no ha tenido interés en construir el libro a base de composiciones disciplinadas a causa de las vicisitudes por las que está pasando su evolución espiritual y lírica. En La vara de avellano la irregularidad se adueña de la forma en consonancia con un contenido, donde el poeta se debate en la soledad y la desolación. Además la intranquilidad espiritual que padece la viene arrastrando desde Aurora. Amor. Domingo, precisamente cuando comienza a intercalar poemas en versos blancos, libres y versículos con poemas distribuidos regularmente, conforme aumenta su desencanto. En La vara de avellano su decepción es total y el número de poemas irregulares es el mayor de los libros estudiados hasta el momento.

De todas formas se deduce una explicación: el siguiente libro de poemas, Un árbol solo, será expuesto totalmente en versículos, por lo que parece premeditada esa tendencia hacia la libertad formal en La vara de avellano a través de la irregularidad, paralela a ese despojarse el poeta de pasado, recuerdos, Dios, paisaje e incluso de elementos lingüísticos como sucede en varios poemas y sobre todo en el caligrama «Crucificada sangre» («influencia del simbolismo francés», según Pecellín), construido en primera persona a base de verbos, sin puntuación y con una asombrosa economía de medios, ejemplo de poesía esencial llevada a su máxima condensación: «cavo vuelvo hundo / huyo vengo abrazo / pierdo / entro / duelo / niego / ruego»[319].

El motivo de esta manifestación sintética es que al poeta le faltan las palabras y quiere condensar sus ideas en aquéllas que están llenas de contenido, suprimiendo los elementos que obstaculizan la expresión (adjetivos, artículos, preposiciones, conjunciones) y reforzándolas con el emparejamiento de sustantivos en rápidas pinceladas que buscan respuestas a través de la esencia de la palabra de una forma pareja a la búsqueda de su propia esencia como hombre y como espíritu: «Agua amiga», «agua puente», «agua milagro», «agua rostro», «carta promesa». Tanto condensa estos términos que llega a la creación de palabras como en el caso de «Aguadiós» («Sanchovientre» en «Letanía de la culpa») o a la unión de sustantivos y adjetivos con una gran creatividad («boca fértil», «agua escrita», «agua imposible» [320]) que llevan a escuchar la letanía del agua.

Este esfuerzo estilístico, que se observa en la búsqueda de la palabra exacta, también se extiende al ritmo donde el poeta muestra su intranquilidad espiritual por medio de una expresión entrecortada, mezclando sustantivos, adjetivos y verbos con pausas que dividen el verso en un número asimétrico de sílabas:

«Calle adelante. Vuelves.

Calle adelante. Mientes.

Calle cerrada. Muro.

Calleja muerta. Punto

y aparte: Campos. Árboles.

Cumbre. Abismos. […]»[321].

O a través de juegos de palabras y construcciones de elementos binarios que imprimen más fuerza a la expresión, ya de por sí impregnada de una irracional, misteriosa y alucinante angustia surrealista: «Una muchacha se desnuda y corre / pinar adentro, sombra adentro. / Entra y sale […]. / Se confunde […]. / Huye […]. / […] corre / y corre»[322]. O por medio de interrogaciones sucesivas, como ya se ha podido comprobar en citas anteriores o por la reiteración anafórica como la del estribillo: «La culpa es sólo mía»[323] o la acumulación de encabalgamientos como en «Letanía de la culpa»:

«Vives del cuento. Debes

tantos engaños. ¡Tantos

a tantos! que nos sabes

a quién pagar primero»[324].

O la finalización del libro con un poema de candente emoción como la elegía a su hermano. Estos recursos imprimen fuerza creativa y vigorosa introspección a lo que el poeta cuenta pues consiguen una sentida verdad poética, cuando obliga a realizar una lectura emocionada en la que se mezcla la pasión y el dolor.

También las imágenes reflejan la angustiosa desolación del poeta a través de construcciones de una alta calidad creativa y de una patente originalidad, de tal forma que angustia y creación crecen a la vez y dan lugar a múltiples recursos, que afectan al contenido multiplicando el valor semántico de las palabras en imágenes como éstas:

«Ángeles vuelan por los álamos

 en jilgueros de avemaría»[325].

«Van las procesionarias

 hilvanando las veredas»[326].

«Iba a coger pájaros de luz»[327].

«y es inútil quemar la voz gritando»[328].

«cava la fosa con un gesto»[329].

«buscando calor de nido

 en el trigal del cuerpo»[330].

«Te arropas con escombros»[331].

O en metáforas como las siguientes:

«La crisálida es música entre las redes

 del romero»[332].

«Ojos verdes […]

 son caramelos de estrellas para el sueño»[333].

«Guadiana cuerpo tendido, cuerpo desnudo bañándose,

 labios en flor […].

 Agua que se desespereza

 […]

 Agua amiga

 […];

 agua puente; hermana lúcida»[334].

«La historia de la humanidad,

 abierta llaga de paisaje»[335].

«Es un caído sol de mediodía»[336].

O símiles de este tipo:

«como hombre colgado

 del hilo con que juegan caras de marionetas

 del misterio»[337].

«[calle] …

 larga como la muerte en el camino»[338].

Como es posible comprobar, estas imágenes contienen una fuerza significativa y plástica repleta de creación, originalidad y registros variados que a veces toman un tono descarnado, propias del lenguaje más desnudo («fondo ciego del campo / paisaje doblado»[339]. «Queja del árbol, que recuerdo»[340]. «nos tapia las salidas / al verso, a la palabra»[341]) o un tinte surrealista («Cayeron desangrados / muchos hombres. Podridos / de mundo. Las rodillas rotas. Ojos vertidos / en cerebro de luz»[342]). O expresan melancolía que siente el poeta a través del paisaje («Por el río abajo la tarde / incomprensible se marchita»[343]) o su preocupación por el tiempo («Hemos robado días. Hemos tirado días»[344]).

No obstante el estilo de Jesús Delgado Valhondo no se desvirtúa y continúa siendo muy personal (directo, cercano, confidencial) pues, a pesar del momento dramático que supone La vara de avellano, emplea una lengua sobria (parquedad en el uso de adjetivos), creativa (invención de palabras) y melancólica, que sin embargo se llena de un vigor emocional equilibrado porque nunca se desborda.

Además, a pesar de la irregularidad formal, el poeta no pierde la conciencia de su pulso emocional y su melancolía elimina los exabruptos (hay una reducción de frases vulgares), aunque esto no evita que reivindique a seres marginados y realice denuncias contundentes, por medio de la desnudez de recursos formales que sin embargo en el contenido se hacen abundantes.

Esta lengua natural, que Jesús Delgado Valhondo a estas alturas ha hecho propia, alcanza su culmen en la elegía a su hermano Juan donde, según García Camino, «Valhondo ha sabido infundir un tan grande acento emocional que la ennoblece y eleva a las más altas cumbres líricas»[345].

En cuanto a las influencias, llama la atención una referencia directa y consciente a la melancolía de Antonio Machado en los poemas «Álamos» y «Y pobre y triste». Pero este hecho sólo indica la necesidad de no copiar posturas o esquemas líricos (cosa que Valhondo, sobrado de creatividad, no necesitaba), sino de encontrar un paradigma con el que confrontar su estado anímico y transmitir justamente su situación espiritual. Así busca en la tradición literaria y lo encuentra en el mejor modelo de humana melancolía:

«Cuán ancha y larga la palabra campo

con álamos en las orillas.

Bello paseo por un hombre [Machado].

Simple paseo por la vida»[346].

De tal forma que se puede observar cómo Valhondo entiende que el paseo de Machado por el paisaje de Soria es un recorrido ideal suavizado con la placidez de la melancolía, mientras que su caminar transcurre por la realidad del mundo, cuya tragedia no atempera su melancolía sino que aumenta por el peso físico del paisaje pues en él ve a Dios pero no puede alcanzarlo:

«El tiempo cuenta historias

 y Dios florece en cualquier sitio

 donde miras»[347].

Buero Vallejo encuentra que las vivencias del paisaje de Valhondo en La vara de avellano no sólo le recuerdan a Machado, sino también «inesperadas formulaciones poéticas de sentimientos sencillos y esenciales»[348]. Pero lo cierto es que éstos se encuentran de siempre en el Valhondo más personal; por tanto esta apreciación de Buero puede deberse a que no conociera completa la obra lírica del poeta extremeño.

Por lo demás en el resto del libro se halla la adscripción a la poesía existencial y social de posguerra pero, no de una forma determinada y nítida, sino en una amalgama de sentimientos espirituales que se mezclan con preocupaciones sociales y momentos de marcado tinte surrealista, como es lógico en este momento de desorientación en que el poeta vive. De todas formas están aderezados y controlados en su discurrir lógico por el estilo personal de Valhondo.

La crítica recibió La vara de avellano con una actitud plenamente alentadora que destaca la madurez y la trascendencia alcanzada por Jesús Delgado Valhondo en el dominio de la palabra poética a estas alturas de su obra lírica. Ledesma Criado destaca la humanidad de sus versos sentidos: «Me serenó y sedó […]. Es un libro redondo, donde el hombre solo y su ternura reta al mundo, en cita de universales hombrías»[349]. Muñoz de la Peña subraya su trascendencia frente a la vida anodina e inconsciente que lleva el ser humano común: «Este nuevo libro de Delgado Valhondo es tierno y flexible, vegetal y virginal, pautado y pausado, ocioso y nervioso. Tiene el valor de lo que vale, porque el ensueño del poeta es permanente vela que nos desvela de la vulgar vida»[350]. Y José María Bermejo ve en este libro a un poeta con un estilo propio marcado por la coherencia y la madurez: «La vara de avellano confirma un tono personal, coherente y maduro»[351].

La vara de avellano es el epílogo de la segunda parte de la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo, que termina aquí con un poeta antes vitalista y ahora postrado en una fuerte melancolía y convencido de su destino final, porque ha comprobado después de una larga y agotadora lucha espiritual en busca de respuestas que la realidad es inmutable y el ser humano no tiene capacidad para cambiarla ni desentrañar su misterio. Y él tampoco.


[1] «Como si fueses una flor», p. 140. Primer poema de la 2ª parte.

[2] «Cima», p. 154.

[3] «Ciudad de siempre», p. 125.

[4] Jesús Delgado Valhondo, «Cáceres», Extremadura (Cáceres), archivo particular del poeta.

[5] Jesús Delgado Valhondo, «Aldea y ciudad», Hoy (Badajoz), 10-9-59.

[6] «A la vida retirada» de Fray Luis de León.

[7] «La ciudad de los hombres», p. 127.

[8] «Ciudades-palabras», pp. 119-120.

[9] «Doblar una esquina», 122.

[10] Jesús Delgado Valhondo, «Cuando se mueren los pueblos», Hoy (Badajoz), 10-10-59.

[11] «Ciudades-palabras», p. 121.

[12] idem, p. 120.

[13] «Doblar una esquina», p. 122.

[14] «Ciudad de siempre», pp. 124-125.

[15] «Ciudades-palabras», p. 121.

[16] idem.

[17] «La ciudad de los hombres», pp. 126-127.

[18] Carta de Rafael Melero a Jesús Delgado Valhondo, Pontevedra, 19-3-60.

[19] «La ciudad de los hombres», pp. 126-127.

[20] Carta de Rafael Melero a Jesús Delgado Valhondo, Pontevedra, 19-3-60.

[21] Jesús Delgado Valhondo, «Tertulias», Hoy (Badajoz), 19-1-61.

[22] «Ciudades-palabras», p. 120.

[23] Jesús Delgado Valhondo, «Cáceres (Viejo país del alma)», Hoy (Badajoz), 17-11-61.

[24] Jesús Delgado Valhondo, «Cáceres», Extremadura (Cáceres), archivo particular del poeta.

[25] «Ciudad de piedra», pp. 128-129.

[26] idem, p. 129.

[27] «Ciudad de piedra», p. 128.

[28] Carta de Vicente Sos Baynat a Jesús Delgado Valhondo. Mérida, 16-9-62.

[29] Jesús Delgado Valhondo, «Cáceres (Viejo país del alma)», Hoy (Badajoz), 17-11-61.

[30] Jesús Delgado Valhondo, «Cáceres», Extremadura (Cáceres), archivo particular del poeta.

[31] «Ciudad de siempre», p. 124.

[32] «La prisa (Fiebre de ciudad)», pp. 130-131.

[33] idem, p. 131.

[34] «Amanecer en Badajoz», p. 133.

[35] Jesús Delgado Valhondo, «Amanecer en abril», Hoy (Badajoz), 13-4-61.

[36] «Cáceres», p. 135. Valhondo publicó en «Yo soy extremeño», una recopilación de relatos cortos de diversos autores coordinada por Antonio Zoido, el cuento titulado «Cáceres», que es una versión en prosa para niños de este poema.

[37] Jesús Delgado Valhondo, «Cáceres», Extremadura (Cáceres), archivo particular del poeta.

[38] ibídem.

[39] «Cáceres», p. 134.

[40] «Meditación ante un amigo muerto (Fondo de ciudad)», p. 138.

[41] Jesús Delgado Valhondo, «Manuel Monterrey», Hoy (Badajoz), 8-1-64.

[42] Antonio Zoido, «La poesía de un poeta», Hoy (Badajoz), 14-1-62.

[43] Posiblemente no sea una casualidad, sino una forma de indicarnos el poeta ese paso.

[44] «Cáceres», p. 135.

[45] «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro», p. 148.

[46] «Como si fueses una flor», p. 140.

[47] «Paisaje del sur», p. 142.

[48] «Levántate y anda», p. 143-144.

[49] «El fondo», p. 145-146. Este poema es el resultado lírico de la relación íntima del poeta con el Guadiana, que él mismo nos explica detalladamente en «El poeta y el Guadiana», Hoy (Badajoz), 5-1-61.

[50] «El fondo», p. 145-146.

[51] Nº 63-67 de la revista pacense dirigida por Monterrey y Lencero, en el que Valhondo editó el poema citado en la página 10.

[52] «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro», p. 149.

[53] «El silencio», p. 151.

[54] Carta de José María Pemán a Jesús Delgado Valhondo, Cádiz, 9-6-62.

[55] «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro», p. 149.

[56] «El silencio», p. 150-151.

[57] «Cima», p. 153-154.

[58] idem, p. 153.

[59] Manuela Trenado, «Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo», Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1995.

[60] «Amanecer en Badajoz», p. 133.

[61] «Cima», p. 153.

[62] idem, p. 154.

[63] «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro», p. 149.

[64] «Ciudades-palabras», p. 119.

[65] «Doblar una esquina», pp. 122-123.

[66] «Ciudad de los hombres», p. 126.

[67] «El silencio», p. 151.

[68] «Cima», p. 152.

[69] «Ciudades-palabras», p. 120.

[70] «La ciudad de los hombres» p. 127.

[71] «Doblar una esquina», pp. 122-123.

[72] «Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro», p. 149.

[73] «Paisaje del sur», p.141.

[74] Carta del doctor Blanco Soler a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 7-2-62.

[75] Que en este libro representa con el símbolo de la calle.

[76] Desde el poema «El fondo» hasta terminar el libro.

[77] «Ese espejo», p. 28. Dedicado a Federico de Onís.

[78] «Sé que estás esperándome», p. 36.

[79] «Ese espejo», p.29.

[80] José María Fernández Nieto, Presentación de El secreto de los árboles.

[81] «La gran ciudad dormida», p.13. Dedicado a Juan José Poblador.

[82] «La calle», p. 9. Dedicado a Federico Carlos Sainz de Robles.

[83] «Ese espejo», p.28.

[84] «La calle», p. 9.

[85] Jesús Delgado Valhondo, «Plazas y calles», Hoy (Badajoz), 4-11-60.

[86] Jesús Delgado Valhondo, «Complejos», Hoy (Badajoz), 26-8-62.

[87] «La caricia», p. 10.

[88] «Callejón sin salida», p. 11.

[89] Jesús Delgado Valhondo, «La acera», Hoy (Badajoz), 20-9-62.

[90] «Nombre», p.12.

[91] Jesús Delgado Valhondo, «Hablar», Hoy (Badajoz), 17-1-63.

[92] Jesús Delgado Valhondo, «Las beatas», Hoy (Badajoz), 3-11-62.

[93] «La gran ciudad dormida», p. 13.

[94] «Acaso», p. 14.

[95] «Sé que estás esperándome», p. 35. Dedicado a Luis Pizarro Peñas. En Poesía hay un error de bulto en este poema porque, después de sus cinco primeras estrofas, se incluye la segunda mitad del siguiente poema, «Tierra y amor para el olvido». Por tanto, faltan seis estrofas (25 versos) de «Sé que me estás esperando» y el título y la primera mitad (21 versos) de «Tierra y amor para el olvido».

[96] «Acaso», p.14.

[97] «El poeta se muere en el momento», p. 18.

[98] «La gran ciudad dormida», p.13.

[99] «Calle de los vivos muertos», p.15. Dedicado a Antonio Vaquero Poblador y a Juan Antonio Ferreiro.

[100] «Mar», p. 16.

[101] «Alameda», p. 17. Dedicado a Moríñigo del Barco.

[102] «El poeta se muere en el momento», p.18. Dedicado a Manuel Lozano Fuego.

[103] «Sombras», p. 20.

[104] «Las siete de la tarde», p.19. Dedicado a Manuel Sanabria y Anita Pérez-Flórez.

[105] «Sombras», p. 20.

[106] «Ventana», p. 21. Dedicado a Guillermo Silveira.

[107] «Ventana», p. 21.

[108] «Noche y alba», pp.25-26. Lleva una cita de L.F. (León Felipe): «Aquí vino / y se fue».

[109] Jesús Delgado Valhondo, «La careta», Hoy (Badajoz), 27-2-63.

[110] «Noche y alba», p. 25.

[111] Juan Ramón dice en el poema «Primavera y sentimiento» de Rimas: «Los sauces me llamaron, y no quise / decir que no a las voces de los muertos». Es decir, existe en nuestra lírica la concepción de los árboles no sólo como seres humanos (árbol solo), sino también como receptores del espíritu de los seres humanos que mueren.

[112] «Solo», p. 27. Dedicado «A mis compañeros Luis A. Lencero [y] Manuel Pacheco». Los tres formaban el llamado triángulo poético extremeño, que por estas fechas se reunía para intervenir en recitales y otras actividades literarias.

[113]  «Ese espejo», pp. 28-29.

[114] Jesús Delgado Valhondo, «La careta», Hoy (Badajoz), 27-2-63.

[115] «Mirada de Dios», p. 30. Dedicado a Antonio Zoido.

[116] «Algo no anda bien», pp. 31-32. Lleva una nota: «El poeta invita a un amigo que sea crítico, Carlos Luis Álvarez, por ejemplo, para que venga a visitarle».

[117] «Dorada mediocridad (poema para leer con énfasis de mediocre)», p. 33. Dedicado a José María Osuna. Lleva una cita de Horacio: «Aurea mediocritas».

[118] «Dorada mediocridad (poema para leer con énfasis de mediocre)», p. 34.

[119] idem, p. 33.

[120] «Tierra y amor para el olvido», p. 37.

[121] Jesús Delgado Valhondo, «Los baches de la vida», Hoy (Badajoz), 9-11-65.

[122] «Dorada mediocridad», p. 34.

[123] «Sé que estás esperándome», pp. 35-36.

[124] «Tierra y amor para el olvido», pp. 37-38.

[125] «La gran ciudad dormida», p. 13.

[126] «Tierra y amor para el olvido», p. 38.

[127] «Sé que estás esperándome», pp. 35-36.

[128] idem, p.35.

[129] «Tierra y amor para el olvido», p. 38.

[130] Director de la Colección Rocamador, que editó El secreto de los árboles.

[131] «Tierra y amor para el olvido», p. 37.

[132] Carta de Vicente Aleixandre a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 11-11-63.

[133] Carta de José Luis Cano a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 29-11-63.

[134] Carta de Fernando Lázaro Carreter a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 11-11-63.

[135] Carta de Dámaso Alonso a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 4-12-63.

[136] Carta de José María Valverde a Jesús Delgado Valhondo, San Cugat del Vallés, 20-2-64.

[137] Jesús Delgado Valhondo. «Oscuridad y misterio», Hoy (Badajoz), 9-8-62.

[138] «La calle», p. 11.

[139] «Calle de los vivos muertos»,  p. 15.

[140] «Sé que estás esperándome», p. 36.

[141] «Dorada mediocridad (poema para leerlo con énfasis de mediocre)», p. 34.

[142] «La calle», p. 9.

[143] «Callejón sin salida», p. 11.

[144] «Calle de los vivos muertos», p. 15.

[145] «El poeta se muere en el momento», p. 18.

[146] «Noche y alba», p. 25.

[147] «Mirada de Dios», p. 30.

[148] «Algo na anda bien», p. 31.

[149] «Acaso», p. 14.

[150] «Sombras», p. 20.

[151] «Calle de los vivos muertos», p. 15.

[152] «Noche y alba», 25.

[153] «El poeta se muere en el momento», p. 18.

[154] «Solo», p. 27.

[155] «La siete de la tarde», p. 19.

[156] «Alameda», p. 17.

[157] «Sombras», p. 20.

[158] «Ventana», p. 21.

[159] «Tierra y amor para el olvido», p. 37.

[160] «La calle», p. 9.

[161] «Asombros», p. 11.

[162] idem.

[163] idem, p. 13.

[164] «Cualquier día sucederá», p. 49.

[165] «Pobre espiritual», p. 31.

[166] «Algo olvidado y oscuro», p. 25.

[167] «El fantasma», p. 47.

[168] «Asombros», p. 13.

[169] «Algo olvidado y oscuro», p. 25.

[170] «Tiempo perdido», p. 17.

[171] «Términos medios», p. 19.

[172] «El loco», p. 43.

[173] «Selva virgen», p. 59.

[174] «Asombros», p. 11.

[175] «Tiempo perdido», p. 17.

[176] «Buscando mi infancia en la ciudad donde nací», p.15. Dedicado a José María Pemán.

[177] «Tiempo perdido», p. 17.

[178] idem, p. 18.

[179] p. 19.

[180] «Términos medios», p. 19.

[181] idem.

[182] idem.

[183] Esta interjección parece ser una errata, pues por el sentido debía ser una conjunción disyuntiva con la que el poeta plantea a los demás dos posibilidades.

[184] «Términos medios», p. 19.

[185] «Porque somos de tiempo», p. 21. Dedicado A Manolo. A Paqui. Se trata de Manuel Martínez-Mediero y su mujer.

[186] «La cicuta», p. 23. Este poema ya apareció en La esquina y el viento, con una leve variación en el último verso «silencioso» por «soñado». Valhondo explicó su sentido en el «El poeta en el campo». Hoy (Badajoz), 15-5-69.

[187] p. 25.

[188] «Algo olvidado y oscuro», p. 25.

[189] p. 27.

[190] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo. Badajoz, 2-11-70.

[191] «La cuerda del reloj», p. 29.

[192] «Pobre espiritual», p. 31.

[193] idem.

[194] idem.

[195] pp. 33-35.

[196] Véase «Amanecer en la catedral» de Hojas húmedas y verdes.

[197] «La catedral», p. 35. Dedicado a Juan Ruiz Peña, director junto a José Ledesma Criado de la Colección Álamo, que publicó ¿Dónde ponemos los asombros?

[198] «La novela», p. 39. La dedicatoria de este poema a José Ledesma Criado creemos que se debe a una errata del editor, pues pensamos que el poeta quiso dedicarle la segunda parte completa. Llegamos a esta conclusión porque Valhondo dedicó la primera parte a Joaquina, su mujer, y no tiene sentido que la segunda no se la dedique a nadie y sin embargo tenga dedicado sólo el primer poema a Ledesma Criado.

[199] «Dentro del alma vivo al hombre», p. 52.

[200] «Final del camino», p. 53.

[201] «Dios en la noche», p. 45.

[202] Rafael Morales, «Amargura y esperanza en la poesía de Delgado Valhondo», Arriba (Madrid), 2-1-69.

[203] «Figura», p. 41.

[204] pp. 43-44.

[205] «El loco», p. 43.

[206] idem.

[207] «El fantasma», p. 47.

[208] idem, p. 47.

[209] «Cualquier día sucederá», p. 50.

[210] idem, p. 49.

[211] «Anécdota», p. 56.

[212] «Comunión», p. 58.

[213] Título del último poema del libro, pp. 59-60.

[214] Carta de Marcelino García Velasco a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 1969.

[215] «Cualquier día sucederá», p. 50.

[216] «El loco», p. 43.

[217] «Buscando mi infancia en la ciudad donde nací», p. 15.

[218] «Tiempo perdido», p. 17.

[219] «Calle de la nada», p. 27.

[220] «Pobre espiritual», p. 31.

[221] «El fantasma», p. 47.

[222] «Porque somos de tiempo», p. 21.

[223] «La cicuta», p. 23.

[224] «Algo olvidado y oscuro», p. 25.

[225] «La cuerda del reloj», p. 29.

[226] «Catedral», p. 33.

[227] «Asombros», p. 11.

[228] «El fantasma», p. 47.

[229] «Comunión», p. 57.

[230] «Términos medios», p. 19.

[231] «La cuerda en el reloj», p. 29.

[232] «Cualquier día sucederá», p. 49.

[233] «Final del camino», p. 53.

[234] «Comunión», p. 58.

[235] «Asombros», p. 12.

[236] «Tiempo perdido», p. 17.

[237] idem, p. 18. El último verso citado («y nos sentamos a la puerta») nos recuerda aquel otro del poema «Yo estaba allí sentado» de La muerte del momento: «En el umbral sentado / de par en par la puerta».

[238] «La cuerda en el reloj», p. 29.

[239] «Catedral», pp. 33-35.

[240] «Buscando mi infancia en la ciudad donde nací», p. 15.

[241] «Porque somos de tiempo», p. 21.

[242] «Figura», p. 41.

[243] «Final del camino», p. 53.

[244] «Anécdota», p. 56.

[245] «Algo olvidado y oscuro», p. 25.

[246] «Calle de la nada», p. 27.

[247] «Selva virgen», p. 59.

[248] idem.

[249] «Dios en la noche», p. 45.

[250] Carta de Emilio Vera a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 25-9-69.

[251] Carta de José María Rodríguez Méndez a Jesús Delgado Valhondo, Barcelona, 21-11-69.

[252] Carta de Leopoldo de Luis a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 28-9-69.

[253] Carta de Garciasol a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 10-10-69.

[254] Carta de Lázaro Carreter a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 28-10-69.

[255] Eugenio Frutos, «¿Dónde ponemos los asombros?«, Índice (Madrid), nº 260, 15-12-69.

[256] Carta de José María Moreiro a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 25-8-71.

[257] Que pidió Ángaro a Valhondo como al resto de los participantes para ilustrar la Antología primera.

[258] Presentación de La vara de avellano, p. 8. Como se puede comprobar dice con orgullo que Valhondo «interviene por cuarta vez». Este número de colaboraciones indica la estrecha relación del poeta extremeño con el grupo Ángaro de Sevilla.

[259] Es la segunda estrofa de «Árboles hombres», poema de Romances de Coral Gables de Juan Ramón Jiménez.

[260] «La vara de avellano», p. 15.

[261] «La vara de avellano», p.15. También se localiza en Machado la imagen del espejo como símbolo de la falta de identidad del ser humano: «un solitario que avanza / sin camino y sin espejo?» (poema XLV de Poesías completas, p. 244) y la desorientación que conlleva su rotura: «en el inmenso espejo, / donde me miraba un día» (poema XLIX. Ibídem).

[262] También Machado veía en el espejo la relación con sus semejantes: «Busca en tu prójimo espejo; / pero no para afeitarte / ni para teñirte el pelo», poema XXXIV de Poesías completas, p. 295. «Un corazón solitario no es un corazón; porque nadie siente sino es capaz de sentir con otro, con otros … ¿por qué no con todos?». «Diálogos entre Juan de Mairena y Jorge Meneses», p. 366. Incluso para Abel Martín «no es la belleza el gran incentivo del amor, sino la sed metafísica de lo esencialmente otro», p. 337. Valhondo vuelve a tratar la necesidad de reflejarse en otros para conocerse a sí mismo en el poema «Todo cae» de Inefable domingo de noviembre.

[263] «La vara de avellano», p. 15.

[264] «Álamos», p. 16.

[265] «El pinar», p. 18.

[266] idem, p. 18.

[267] Como Beatriz en la escena espeluznante de la leyenda «El monte de las ánimas» de Bécquer. Madrid, Alianza, 1979, p. 116.

[268] «El pinar», pp. 17-18.

[269] Recordemos el poema «Viaje en tren» de Canciúnculas.

[270] «Viaje», p. 19.

[271] «Viaje», p. 20.

[272] idem.

[273] idem.

[274] «Y pobre y triste», p. 23.

[275] idem, p. 24.

[276] idem.

[277] «La vara de avellano», p. 15.

[278] idem.

[279] «Tribulación», p. 25.

[280] idem.

[281] «Crucificada sangre», p. 26. En la página 27, aparece un dibujo de Francisco Pedraja que representa un rincón de la Plaza Alta de Badajoz.

[282] «De esta calle nunca jamás saldré», p. 29.

[283] «Abre en el aire un hueco», p. 30.

[284] idem.

[285] Jesús Delgado Valhondo. «Dorada mediocridad de la vida provinciana» y «Capital de provincia». Ambos editados en Nuestra ciudad (Badajoz), octubre 1970.

[286] «Tarde de domingo», p. 32. Lleva una cita de Gabriel y Galán: «Así murió aquella tarde solo y quejándose al sol», que viene a ilustrar la situación de soledad en la que está instalado el poeta.

[287] Aquí se encuentra el germen de Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre.

[288] «Tarde de domingo», p. 31.

[289] idem, p. 32.

[290] idem.

[291] idem.

[292] pp. 33-34.

[293] «Retrato de muchacha en una casa de huéspedes», p. 33. De este poema Jesús Delgado Valhondo hizo una versión en prosa, que tituló «El retrato» y publicó en Cuentos y narraciones. Badajoz, Universitas, 1978, pp. 18-20. Dieciocho años antes había editado un artículo, «El retrato» (Hoy, 12-7-60), en el que trataba este tema por primera vez.

[294] Moisés Cayetano Rosad,. «Nuevo libro de Jesús Delgado Valhondo», Mecanografiado, archivo particular del poeta.

[295] «El olvido», pp. 37-38.

[296] «Guadiana», p. 22. Este poema lleva una cita de Juan Ramón: «Viene una música lánguida, / no sé de dónde en el aire» como la que deja el río Guadiana en el espíritu del poeta con su eterno pasar. En el artículo «El poeta y el Guadiana» (Hoy, 5-1-61), Valhondo explicó la relación espiritual que mantenía con el río.

[297] «Espíritu de árboles», p. 39.

[298] ibídem.

[299] «El mundo-gente», p. 45.

[300] idem, p. 44.

[301] idem, p. 43.

[302] «Abre en el aire un hueco», p. 30.

[303] «El mundo-gente», p. 45.

[304] idem, pp. 45-46.

[305] idem, p. 44.

[306] «Tribulación», p. 42. Lleva una cita del Libro de Job: «Seis veces te sacará de la tribulación y la séptima no te alcanzará mal», que justifica el título y el contenido del poema.

[307] «Tirar de la manta», p. 41.

[308] idem, p. 42.

[309] idem.

[310] «El mundo-gente», p. 45.

[311] «Letanía de la culpa», p. 50.

[312] Carta de Hugo Emilio Pedemonte a Jesús Delgado Valhondo. Sevilla, 21-12-79.

[313] «El tonto del pozo», p. 21.

[314] En esta idea se encuentra recogida la génesis de Los anónimos del coro, penúltimo libro de poemas de Jesús Delgado Valhondo.

[315] «Mujer de vida fácil», p. 36. Tiene un subtítulo: «(Fábula con moraleja)», que indica la conclusión a la que llega el poeta: La vida de la prostituta de alguna forma es parecida a la del ser humano en cuanto que está sola frente a los demás como el hombre, que está solo sin Dios y, como ella, termina desamparado.

[316] idem, p. 36.

[317] Víctor García Camino, «Jesús Delgado Valhondo. Aportación para un comentario», Revista de estudios extremeños (Badajoz), XXXVIII, I, 1982, pp. 139-163.

[318] «Mi hermano Juan», p. 52.

[319] «Crucificada sangre», p. 26.

[320] «Guadiana», p. 22.

[321] «Letanía de la culpa», p. 47.

[322] «El pinar», p.17.

[323] «Letanía de la culpa», pp. 47-50.

[324] idem, pp. 47-50.

[325] «La vara de avellano», p. 15.

[326] «El pinar», p. 18.

[327] «El tonto del pozo», p. 21.

[328] «De esta calle nunca jamás saldré», p. 29.

[329] «Abre en el aire un hueco», p. 30.

[330] «Mujer de vida fácil», p. 35.

[331] «Letanía de la culpa», p. 48.

[332] «El pinar», p. 17.

[333] «Viaje», p. 19.

[334] «Guadiana», p. 22.

[335] «El mundo-gente», p. 45. Dedicado a José María Rodríguez Méndez.

[336] «Mi hermano Juan», p. 52. Después del título, lleva unos versos del poema «Cáceres» de Aurora. Amor. Domingo: «Mi madre, mis hermanos. / Ya sólo Juan. Mi casa …», que nos indica la soledad a la que llega el poeta una vez muerto su hermano Juan, el familiar más cercano que le quedaba.

[337] «Tribulación», p. 25.

[338] «De esta calle nunca jamás saldré», p. 29.

[339] «Guadiana», p. 22.

[340] «Y pobre y triste», p. 23.

[341] «Abre en el aire un hueco», p. 30.

[342] «Espíritu de árboles», p. 39.

[343] «Álamos», p. 16.

[344] «Tribulación», p. 25.

[345] Víctor García Camino. «Jesús Delgado Valhondo. Aportación para un comentario». Revista de estudios extremeños (Badajoz), XXXVIII, I, 1982, pp. 139-163.

[346] «Álamos», p. 16.

[347] «El pinar», p.17.

[348] Carta de Buero Vallejo a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 18-9-78.

[349] Carta de José Ledesma Criado a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 13-2-74.

[350] Arsenio Muñoz de la Peña, «El avellano de Valhondo», Béjar en Madrid (Madrid), 5-10-74.

[351] José María Bermejo, «La vara de avellano«, Hoy (Badajoz). Y también en La estafeta literaria (Madrid), 15-6-74.

 

Fotografía cabecera: Detalle de la Plaza Mayor de Trujillo, con la escultura de Pizarro de protagonista

 

Poesía (III,2)

ANÁLISIS DE SUS LIBROS DE POEMAS

Después de analizar los libros de poemas que constituyen la obra poética de Jesús Delgado Valhondo agrupándolos en partes (y, en el caso de la segunda, también en etapas), vamos a realizar un estudio particular de cada libro, independiente del resto, que nos permita obtener una perspectiva sincrónica y llegar a un conocimiento más detallado y profundo de su obra poética.

CANCIÚNCULAS

El título de este libro procede del ritmo de la cancioncilla popular, que el poeta imprime a los poemas de la primera parte cuya denominación es idéntica a la del libro («Canciúnculas»). El título también muestra la fuente de la que bebió el joven Valhondo y el interés que tuvo desde el comienzo de su obra lírica por las manifestaciones (Cancioneros y Romanceros), recursos (metros cortos, rima asonante, estrofas y poemas populares) y características (agilidad, espontaneidad y frescura) de la poesía tradicional.

Canciúnculas fue encuadernado por el autor con pastas duras de libro de contabilidad de la época, diseñada con manchas de tinta negra sobre fondo blanco, en cuyo centro está situado el título escrito a máquina con letras mayúsculas. El libro no lleva prólogo ni dedicatoria; su lugar lo ocupa una portada interior escrita a máquina con el título, el nombre y los dos apellidos del autor. Sobre el título, hay un poema manuscrito verticalmente aprovechando el espacio en blanco como borrador con los cuatro primeros versos tachados y los últimos rectificados[1].

A continuación aparecen los poemas mecanografiados en folios blancos por una sola cara, que fueron ilustrados por Leocadio Mejías con dibujos alusivos a sus respectivos contenidos.

 En la vuelta de la contraportada hay cuatro poemas manuscritos: el primero y el tercero están corregidos y el cuarto, tachado. Además en el interior del libro se hallan dos poemas manuscritos en una hoja suelta cuadriculada y en otra un poema a máquina, que es una reelaboración de otro incluido en el libro con el mismo título.

La medida del libro es de 24’50 x 20 cms. Las páginas están sin numerar y por tal razón aparecen numeradas entre corchetes cuando las citamos.

Canciúnculas es un libro de poemas que recoge los primeros versos escritos por Jesús Delgado Valhondo durante la década de 1930 a 1940. Este dato se deduce[2] de varias razones:

1ª)Las declaraciones del mismo autor, que situaba sus comienzos poéticos a principios de esta década y aseguraba que sus poemas iniciales los recogió en Canciúnculas, su primer libro de poemas: «Soy poeta de vocación tardía. Empecé a los 24 ó 25 años»[3], le oímos decir.

2ª)El conocimiento de dos datos relacionados con su amigo Leocadio Mejías: uno, los poemas titulados «Noche de calentura» y «Dejadme morir»[4], los compuso Valhondo después de visitar a su amigo enfermo que, según recordaba, se había casado recientemente. Teniendo en cuenta la edad aproximada con que llegaban al matrimonio los jóvenes en aquella época (25 años) y que Leocadio tenía una edad cercana a la de Valhondo, nos situamos sobre 1933-1935.

El otro dato es que los dibujos de Canciúnculas fueron realizados por Leocadio Mejías en un café, lugar que en aquella época era frecuentado sólo por jóvenes maduros y personas mayores. Valhondo calculaba que ambos tendrían alrededor de 25 años; por tanto, nos volvemos a situar en las mismas fechas deducidas con el hecho anterior.

3ª)El poema citado «Noche de calentura» lleva entre el título y el primer verso una nota del autor: «Después de leer ‘Las Galgas’ de Pedro Caba». Esta novela fue editada en 1935 y es de suponer que Valhondo la leería inmediatamente teniendo en cuenta el interés que siempre mostró por todo lo que escribía su admirado maestro, filósofo y amigo.

4ª)El poema «Caminante» lleva manuscrita la anotación «agosto 1938».

5ª)La última noticia documentada de Canciúnculas data del 10 de octubre de 1939, cuando Pedro Caba le remite aquella opinión adversa sobre el libro. Este dato indica que por estas fechas Valhondo lo había terminado.

El libro es inédito aunque su autor intenta publicarlo al final de la década, pero desiste en su empeño por la crítica mencionada. Sin embargo no lo repudia y posteriormente selecciona los poemas que más apreciaba para incluirlos en Hojas húmedas y verdes y en El año cero, sus dos primeros libros editados.

Canciúnculas es un libro de poemas juveniles, variado y diverso, en el que Jesús Delgado Valhondo mezcla sentimientos de un joven prematuramente maduro con múltiples influencias, donde son patentes los recuerdos de su avidez lectora y de su falta de selección. Sin embargo también es una muestra de que gozó de un espíritu abierto en el que no cabía la exclusión de autores ni tendencias por muy extrañas que pudieran parecer. Y además de que tuvo conciencia de la responsabilidad lírica adquirida y sustentó sus primeros versos en las fuentes de la poesía tradicional y culta.

Muchas por tanto son las deducciones que extraemos del análisis de los conceptos, argumentos y medios líricos, que el poeta expone y usa, un tanto atropelladamente, empujado por su ímpetu juvenil de poeta novel que necesitaba expresar con urgencia sus inquietudes espirituales:

1º)Mezcla de múltiples temasen una amalgama variopinta donde no se distinguen todavía con nitidez los asuntos predominantes, pues Canciúnculas es el “cajón de sastre” donde Valhondo incluye todos los temas que le habían preocupado hasta el momento.

No obstante entre esa variedad temática ya es posible localizar conceptos trascendentes, que muestran la base existencial y la naturaleza anímica de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, porque muchos de estos temas con leves variaciones en sus planteamientos serán los característicos de su futura poesía:

-El dolor: Aparece como un medio de conseguir fortaleza espiritual y mantener la conciencia de su naturaleza humana:

«Pintor:

píntame el pensamiento

de este crítico momento

de dolor,

y hazlo eterno»[5].

-El abismo: Es una metáfora del miedo, que siente el poeta de caer en el fondo de su conciencia sin posibilidad de rearmarse espiritualmente y por tanto de salir de la nada, del no ser:

«¿Qué me separa de ti?

¿El odio? … ¿El amor? … ¿La verdad?

Me separa de ti, (escúchalo bien),

la amargura del abismo del mar»[6].

-La angustia: Es un tema que indica la existencia de una lacerante preocupación ante la existencia ya en la primera poesía de Valhondo, que impregnará toda su obra poética:

«¡Apaga la luz!,

que todo su color rojo

se ha metido en mis ojos.

… ¡Ay! …

Escaleras tan pendientes

y yo rodando por ellas!

[…]

Mañana,

(¿ay! … cuándo será mañana)»[7].

-El deseo de infinito: Es un sentimiento que muestra un anhelo ferviente de libertad en un mundo que lo circunscribía a unos horizontes muy limitados:

“Voy cortando el espacio

 buscando el infinito-.

 ¡Espera caminante!;

 me marcharé contigo»[8].

-El suicidio: Es un tema que en Canciúnculas sólo aparece indirecta y fugazmente pero que más tarde se podrá localizar en varios momentos de su obra, cuando sienta la necesidad de insensibilizarse ante sus preocupaciones angustiosas:

«Junto al sombrero de un cura

 la pistola de todos los suicidios»[9].

-El viaje placentero: Es la oportunidad de sobrepasar los límites que le marca el mundo reducido donde vive y de calmar sus deseos de libertad:

«Uno, dos, tres ….. Muchos olivos

que están haciendo instrucción;

y el tren casi distraído

les va tocando el tambor»[10].

-Las intranquilidades: Valhondo, ya ser consciente de su condición imperfecta y de vivir en un mundo enigmático, se verá invadido por fuertes y angustiosas preocupaciones espirituales, que expresa frecuentemente a través de los más variados medios y en los más insospechados momentos:

«como tu medida zurcida,

tengo de zurcidos yo

llena la vida»[11].

-El árbol sólo: Es el símbolo central de su poética, que ya aparece en su primer libro indicándonos el origen y la idea central de toda su obra poética, la soledad humana:

«(Un solo árbol, consuelo

de la gran pasión del campo»[12].

-El misterio del barrio de San Mateo de Cáceres: Advierte la preocupación por los enigmas existentes en un lugar que fue el entorno de su infancia y juventud. Pero en realidad es un tema de mayor calado, pues posteriormente lo hará extensivo a los misterios del mundo, cuyo desciframiento lo preocupará sobremanera a lo largo de toda su obra poética:

«Un secreto que se asoma

tras el quicio de una puerta

deja abierta

una leyenda

de ……….»[13].

-Los asombros: Como contrapunto a los misterios, Valhondo también supo leer en su entorno todo aquello que le ofrecía algo nuevo y le hablaba de múltiples maneras por medio de la luz, las sombras o el silencio:

«Un torreón da respeto

de siglos a su misma sombra»[14].

-El espejo: Es un tema, que se mantendrá escondido después de esta referencia hasta bien avanzada su obra, cuando pierda sus señas de identidad y el espejo se rompa imposibilitándolo para tomar conciencia de sí mismo y de los demás. Aquí aparece con una elaboración jocosa en la superficie, pero preocupante en el fondo porque no refleja más que su imagen física pero no su ser consciente situado dolorosamente en la existencia:

«Cuando río,

ríes.

Cuando lloro,

lloras.

Cuando sufro,

no sufres.

Cuando pienso,

no piensas.

¡IDIOTA!!»[15].

-La soledad: Este tema se encuentra relacionado íntimamente con el símbolo de un árbol solo, junto al que Valhondo hará girar toda su obra poética, pues será su único y trascendental objetivo: la búsqueda de razones que le expliquen por qué el ser humano está abocado a ser un solitario:

«La soledad

en un rincón

hila que hila que hila

trocitos de mi canción;

hila que hila que hila

las fibras de mi dolor»[16].

2º)Influencias diversas, donde se oyen las voces lejanas de escritores clásicos de la literatura nacional tanto alejados en el tiempo como contemporáneos, que fueron los citado en la relación de las primeras lecturas documentadas del joven Valhondo:

-De Cervantes y El Quijote, en la referencia a las víctimas de dos de los más celebrados incidentes que tuvo “el caballero de la triste figura”: el ataque a los frailes benitos creyendo que eran encantadores y la aventura de los molinos de viento contra los que arremete por parecerle gigantes:

«Los olivos,

los castaños

y los pinos,

son ejércitos de frailes capuchinos.

[…]

Giran que giran

como molinos de vientos

del diablo

que en el centro

de la tierra

haga pan»[17].

-De Quevedo, en la clara relación establecida con el soneto «A una nariz»:

«Líneas propias de mujer

y por pechos las pirámides de Egipto»[18].

-De Juan Ramón, en el recuerdo de Platero y yo:

«(Mi Platero va mascando

su dulce filosofía)[19].

-De Unamuno, en la descripción que Valhondo realiza de Castilla donde destaca su austera espiritualidad:

«Llanuras ……

Sequedad en mi garganta y en la tierra.

[…]

Un hormiguero

despide una lengüeta de fuego,

¿descenderá hoy del cielo

hecho Dios, Espíritu Santo?»[20].

-De Antonio Machado, en la estrecha semejanza que existe entre la imagen de su enamorado y el de Valhondo:

«Con una guitarra atada al cuello

por esas calles de Dios,

¡dónde vas?

No lo sé, soy ciego

y he perdido el corazón»[21].

-De Alberti, en la gracia y la frescura de los requiebros expresivos de su poesía más cercana a la lírica popular:

«Cantaré los caracoles

por ver si puedo convencerte.

¡Y olé!

Carmen Romero

te diré lo que te quiero

y hasta donde puedo quererte»[22].

-De Lorca, en la nítida atracción que siente Valhondo por sus personajes trágicos:

«Eran cuatro cirios muertos,

cuatro ojos sin luz clara.

Eran cuatro penas grandes

por las cuatro puñaladas»[23].

-De Emilio Prados, en la coincidencia con la angustia vital sentida por el poeta malagueño ante la pérdida de su mundo,  que lo lleva a sentirse etéreo con el fin de superarla[24]:

«¡Que el ruido respete

la eternidad del momento mío!

¡Que el sonar del río

que llevo dentro

calle,

quiero suspenderme sin peso

en el aire»[25].

-De Miguel Hernández, en el ímpetu que Valhondo supo imprimir a su poesía más angustiosa, pura rabia vital ante el drama de la vida y la muerte:

«Entran

salen

y vuelven a entrar

abejas

en mi cerebro,

[…]

¡Y vuelven a entrar!,

para traerme libado

el seco sabor del mar»[26].

Además Valhondo desde un principio atendió y se vio influido por las corrientes que se sucedían en el panorama poético español, sobre todo por los ismos, que concebían el arte (y por tanto la poesía) como juego. Aunque siempre le inyectó directa o sutilmente una dosis de intranquilidad espiritual:

-La influencia del cubismo se detecta en la descripción realizada del contenido de varios cuadros cubistas, donde Valhondo establece asociaciones subconscientes entre objetos diversos:

«Una botella partida;

detrás una cara rota

de hombre, monstruo o mujer.

[…]

La mitad de una guitarra

suspira por dar la nota»[27].

-Del creacionismo, en la representación no sólo significativa sino también gráfica del sonido de un reloj:

«Tic, tac, tic, tac,

tic, tac, tic, tac,

……………….

¡Ciento veinte pulsaciones!,

ni una menos ni una más.

Rrrrrrrrrrrrrasssssss

Un quejido.

Dan, dan. dan,

Tres suspiros»[28].

-Del futurismo, en su asombro ante el avión, un importante avance técnico en aquella época:

«En una vuelta

de campana

te he visto otra vez

palmera,

parecías el ventilador del cielo»[29].

-Del impresionismo, en su interés por captar el momento fugaz y plasmarlo:

«Pintor: píntame el pensamiento

de este crítico momento

de dolor,

y hazlo eterno»[30].

-Del surrealismo, en esos momentos que no puede expresar sus inefables emociones (en Valhondo es característico el uso de una lengua directa y transparente):

«Otra vez las sombras pardas,

de un perro que llora,

(a un gato la cola

se le iriza [sic] sola),

y una vieja cabra

desriza la barba

y la alarga

por la estancia toda»[31].

3º)Ritmos, acentos y tonos propios del Cancionero (de ahí «Canciúnculas»), del Romancero, de la canción popular y sobre todo de la andaluza y del cante jondo[32], que atrajo a Valhondo por su contenido apasionado y sus lamentos desgarradores:

«Te tocaré un fandanguillo

con las rejas del balcón.

‘La guitarra tiene un hoyo

dentro del hoyo mi amor'»[33].

En consecuencia el estilo de Canciúnculas se caracteriza por su agilidad y se sostiene en una sucesión de ideas en cadena surgidas del espíritu abierto, a veces desbocado, del poeta a quien más que el embellecimiento gratuito le atrae la sencillez expresiva, el tono natural y la forma espontánea.

4º)Acentuadas vacilaciones en la métrica y en la rima porque, aunque basadas en una forma tradicional de metros cortos y asonancias, intercala sin orden rima consonante, metros diversos y versos sueltos.

Esta mezcla anárquica provoca que no aparezca en todo el libro un poema que responda con la regularidad necesaria a la distribución métrica y rítmica de una estrofa o poema tradicional. Sólo cuatro poemas presentan algún rasgo de regularidad: «Novia» que se estructura rítmicamente como un romance, pero sólo el 2º y el 4º verso tienen rima asonante pues el resto es consonante, y sus versos son pentasílabos, hexasílabos, octosílabos y decasílabos. «Esperé», poema dividido en dos partes, cuyos versos en la primera son octosílabos y distribuye su rima como un romance; y sin embargo en la segunda se forma una redondilla, que además mezcla rima asonante y consonante (-ando/-erto/-endo/-ando). «Poeta torero» que por tener versos octosílabos y rima asonante en los pares se identifica con un romance, pero mezcla un pentasílabo y una rima consonante. Y «4º cuadro. Bronca» que tiene también una forma típica del romance, pero intercala dos decasílabos con los octosílabos y rima consonante con la asonante.

Estos titubeos muestran, por un lado, el ímpetu juvenil que dominaba al poeta, aunque supondrán una experiencia formativa para llegar a la elaboración de versos y poemas futuros con mayor madurez formal sin perder la frescura y espontaneidad de sus primeros poemas. Y por otro, una característica de la poesía de Jesús Delgado Valhondo que se detectará sobre todo en sus primeros libros de poemas: la base de su poesía natural, sencilla y espontánea desde un principio se encuentra en el rechazo de aquello que pudiera encorsetarla. De ahí que nunca llegue totalmente a la regularidad formal en un libro y que su poesía con el tiempo se vaya despojando de elementos formales que le resultan innecesarios.

5º)Repetición de conceptos empleados en la poesía con valor simbólico:

     -La luna y las estrellas, para expresar la magia  y el misterio de la noche:

                                                   «Serena como mi luna

era aquella noche larga»[34].

    -La guitarra como acompañamiento de sus intranquilidades espirituales:

«La mitad de una guitarra

suspira por dar la nota

última, el ¡ay! postrero del cante»[35].

    -La canción, para transmitir sus preocupaciones anímicas:

«¡Campo, mira que guitarra

tengo, para rezar mi canción!»[36].

    -El mar como camino hacia el infinito en busca de horizontes más amplios donde ejercer su libertad:

«¡Agárrate de mi mano

iremos sobre el mar!

[…]

Donde la corriente quiera llevarte conmigo»[37].

    -El camino como lugar por donde transitan sus anhelos de nuevos espacios sin límites:

«Voy cortando el espacio

en busca del infinito-.

¡Caminante;

me marcharé contigo»[38].

6º)Al lado de la inexperiencia de un poeta novel (rima pobre, ripios, falta de estructuración formal en los poemas, uso nulo de la disposición típica de las estrofas y poemas tradicionales) se localizan características, que virtualmente indican la existencia de un buen poeta futuro: imágenes audaces y originales, rimas y ritmos espontáneos y naturales, versos y poemas ágiles, ideas enjundiosas, sencillez elaborada, esencialidad:

«Una congoja

absurdamente querida,

se ha enroscado en mi garganta.

Una congoja verde

de hierba recién llovida

en la noche.

Una congoja nítida

sin dolor en la cabeza

ni fiebre de anginas.

Una congoja que me trae

ansias de morir»[39].

8º)Dentro de poemas que tratan temas intranscendentes, se localizan intranquilidades donde se descubre un joven sintiendo prematuras preocupaciones trascendentes que más tarde serán las generadoras de versos, poemas y libros de un alto valor humano y espiritual:

«Las encinas y los olivos amasando

para hacer una gran torta de la tierra.

Un ciprés grita: ¡Adivina

adivinanza, ¿quién se llenará

la panza?

[…]

Rodando

siempre rodando,

como el Sol,

la Luna

y yo»[40].

9º)Los poemas amorosos se llenan de una sensibilidad neorromántica, propia de un joven en edad de amar, que cuenta sus experiencias amorosas unas veces placenteras («Agárrate de mi mano / iremos por el camino»[41]) e incluso llenas de sensualidad («Cuando tú estés desnuda / sin compasión. / Te llevaré al campo / con el balcón»[42]) y otras con un acento dolorido semejante al desamor:

                                                «Llorando entonces los dos

me preguntaste:

¿Me quieres?

Y te contesté que no»[43].

10º)Interés por el trabajo de lima: La mitad de los poemas del libro presentan correcciones, tachaduras, versos de prueba … que supone una muestra de la preocupación del poeta por el trabajo de lima intentando encontrar el verso justo y la expresión adecuada. Estos hechos constatables llevan a deducir que el joven Valhondo no es un poeta tan espontáneo como parece en una primera lectura sino que reflexiona, trabaja y pule, porque es extremadamente consciente de su labor lírica[44].

11º)Capacidad creadora y equilibrio en el empleo de recursos literarios. Ambas virtudes resultan llamativas, porque lo normal en un poeta novel es reiterar imágenes y acumular recursos tópicos o plagiados pero Valhondo aunque en algún momento caiga en la trampa del calco, muestra un talento innato, poco usual en un poeta joven que ya manifiesta una competencia prometedora en su oficio lírico:

«Enamorados contar con la luna

las puntas de las estrellas»[45].

«Las luciérnagas parecen

cristales rotos sin mueca»[46].

«Ansiedad

de vida y muerte ¡Es la historia!

(noria de la eternidad)»[47].

«El reloj de mi abuelo

tiene la fiebre en el péndulo»[48]

.

En estas muestras se puede descubrir a un poeta que desde su primera poesía se decanta por una expresión poética repleta de contenido y no por un lirismo simplemente embellecedor, carente de sentido. Además se deduce también que no tiene (ni siquiera en sus comienzos) interés alguno en embellecer artificialmente la expresión, sino de expresarla con la naturalidad de un sentimiento incardinado en la conciencia de su labor poética. Así es posible notar cómo la primera poesía de Valhondo, lejos de ser artificial y forzada, discurre naturalmente por los cauces líricos que le marcan sus sencillos y sinceros sentimientos innatos, consiguiendo sin proponérselo una poesía que se sustenta en el lirismo sin dejar de ser humana.

Por esta razón en Canciúnculas se pueden localizar abundantes recursos poéticos que no desbordan el caudal del verso, pues se encuentran al servicio del contenido contribuyendo a que la expresión se adapte a los objetivos perseguidos por el poeta:

-Metáforas para imprimir plasticidad a la expresión:

«Eran cuatro cirios muertos,

cuatro ojos sin luz clara.

Eran cuatro penas grandes

por las cuatro puñaladas»[49].

«El camino,

(Alfiler

de la corbata del pueblo)»[50].

-Símiles para infundir movimiento a una realidad aparentemente estática:

«El péndulo como una mano

con galones de oficial»[51].

«El río

como un tornillo

se clava en su nacimiento»[52].

-Sinestesias para transmitir las diversas sensaciones, que le provoca al mismo tiempo un hecho:

«La máquina da un silbido

agudo, estrecho y sombrío»[53].

-Personificaciones para dar vida a conceptos abstractos e inanimados:

«un corazón se deshoja

en suspiros.

[…]

Un secreto que se asoma

tras el quicio de una puerta»[54].

«El sol se dormía en mis botas»[55].

-Imágenes para expresar líricamente visiones que no puede en forma común o para advertir su concepción angustiada de la muerte:

«Un cantar

se suspende en el clavo

de su mismo sentimiento»[56].

«¿Quién me empuja por los hombros

para meterme en la tierra

y taparme con escombros?»[57].

Como Canciúnculas es un libro extremadamente ágil, espontáneo e impetuoso, los recursos empleados giran en torno a estos calificativos. Así son abundantes:

-Las anáforas que reiteran conceptos aportando movimiento:

«Rodando

siempre rodando,

como el Sol,

la luna

y yo»[58].

«Giran que giran que giran

como molinos de viento»[59].

    -Las hipérboles que acentúan acciones o exageran apreciaciones de los sentidos:

«Así voy dando

mil siete vueltas

en esta tarde de mayo

al paseo»[60].

«Un hormiguero despide una lengüeta de fuego»[61].

    -Los signos gráficos (interrogaciones, admiraciones y puntos suspensivos), que hacen la expresión más acentuada y gráfica:

«¡¡¡Agárrate de mi mano

iremos sobre el río!!!

……..-¿Dónde?- ……..

Donde la corriente quiera

llevarme contigo»[62].

    -El monólogo unidireccional y el diálogo, que imprimen cercanía al mensaje transmitido:

«Anda, ve y dile

a ése que silba en la puerta

que debe marcharse ya»[63]

«Caminante ¿Dónde vas?

-Voy en busca del corazón del camino-«[64].

    -Los juegos de palabras, que exponen la concepción que tiene el poeta de la poesía como juego, aunque no placentero sino angustiado:

«[…]la sombra me aterra,

[…]la sombra es secreto,

[…]el secreto me pesa»[65].

«El dolor se hizo placer

el placer se hizo dolor»66.

    -Los paralelismos que insisten en conceptos parejos de una misma realidad para recalcar su contenido:

«Un sonido

que se pierde en la calleja

[…]

Un secreto que se asoma»67.

«La mitad llena de luna,

la mitad llena de sol»68.

    -Los estribillos que imprimen musicalidad y frescura e inciden en un punto que se desea destacar:

«La guitarra tiene un hoyo

dentro del hoyo mi amor»69.

«La mitad llena de luna,

la mitad llena de sol.

Así sería la plaza

en que torease yo»70.

También, llama la atención que a lo largo del libro se hallen versos («En los hilos del telégrafo / escribe música Dios»71) e incluso conceptos claves de su poesía madura («Un solo árbol, consuelo / de la gran pasión del campo»72). Como contrapunto se localizan símbolos, que no volverán a aparecer en su poesía posterior como la guitarra o la canción.

Canciúnculas, a pesar de ser un libro de poeta novel, presenta una clara voluntad de estructuración, pues se encuentra distribuido en cuatro partes nítidamente diferenciadas por sus títulos respectivos:

1ª Parte: «Canciúnculas».

2ª Parte: «4 cuadros cubistas».

3ª Parte: «Viajes».

4ª Parte: «Incorpóreas».

Los cuatro títulos hacen referencia al contenido y a la forma de los poemas que constituyen cada parte. Como el libro continúa inédito, es necesario describirlo para que se pueda tener una idea exacta de su distribución y además realizar un estudio global del contenido de los poemas de cada parte con el fin de localizar el sentido unitario que el poeta quiso imprimirles. También es conveniente analizar los cuatro poemas que aparecen manuscritos en la vuelta de la contraportada, y los tres que están en hojas sueltas, para descubrir la razón de su existencia:

1ª parte.- «Canciúnculas»:

1.-«Tres instantes»:

   -«1º Instante. Amor».

   -«2º Instante. Dolor».

   -«3º Instante. Olvido».

2.-«Novia».

3.-«¿Recuerdas?».

4.-«Luna llena».

5.-«Esperé».

6.-«Entre las zarzas».

7.-«Crimen».

8.-«Carmen Romero».

9.-«Río».

10.-«Para mi consolación».

11.-«Poeta torero».

12.-«Media zurcida».

13.-«Castilla en siesta».

14.-«Una tarde de mayo me saqué yo de paseo».

15.-«Noche cocida».

16.-«El reloj de mi abuelo».

17.-«Fiesta».

18.-«Espejo».

Es la parte más extensa con 18 poemas de desigual factura tanto en la forma como en el contenido. La métrica generalmente es una mezcla de metros diversos que oscilan entre los bisílabos y dodecasílabos con predominio de los de arte menor. La rima junta, generalmente sin regularidad, la asonancia y la consonancia con los versos sueltos (por ejemplo, «Castilla en siesta»73), y algunos poemas están escritos en versos libres que sustentan su ritmo en leves rimas.

El contenido es también diverso, aunque predominan la sensualidad y los deseos amorosos del joven poeta, que se encuentra en la etapa platónica y romántica que todo joven atraviesa cuando descubre el amor. En Valhondo este tema perdurará sólo en sus primeros libros editados y más tarde en alguno posterior como La montaña, pero desaparecerá en libros posteriores para ocupar su lugar preocupaciones más angustiosas y menos placenteras como el tiempo, la muerte y la soledad.

Las influencias de la lírica tradicional, de ciertos poetas que lo atrajeron y de las corrientes vanguardistas que estaban de moda en sus comienzos líricos; el acento andaluz (muy marcado); los temas intranscendentes, expuestos con el ritmo musical de la rima asonante y el estribillo, pero con tonos amargos, de frustración y tragedia; los anhelos, las preocupaciones y los misterios, conforman un conglomerado que el poeta convierte en un todo al imprimirle su sello personal a través de una expresión sencilla, natural y espontánea cercana a la canción popular, su primer punto de referencia:

«Tengo una casa en el campo

con dos álamos por puerta,

que no dan sombra

porque la sombra me aterra,

toda la sombra es secreto

y a mí el secreto me pesa»74.

  

2ª parte.- «4 cuadros cubistas»:

1.-«1º cuadro. Descarrilamiento».

2.-«2º cuadro. Suicidio».

3.-«3º cuadro. Caos».

4.-«4º cuadro. Bronca».

Estos poemas son el resultado de la contemplación realizada por el poeta de cuatro cuadros cubistas, cuando describe líricamente los conceptos dispares y, aparentemente sin relación, que el pintor expone plásticamente en asociaciones surrealistas y oníricas:

“1º cuadro»

-Descarrilamiento-

«El ojo turbio de un puente.

Una rueda de la máquina

del tren. Un asiento de primera.

Unas gafas con dos lágrimas

y un libro.

Verde pintado con brocha,

azul y verde de un río,

por donde van siete peces

descoloridos».

Los poemas de esta parte están escritos en versos libres, pues mezcla metros diversos con rima asonante doble en «Descarrilamiento», asonante y consonante en «Suicidio» y «Caos» y una distribución regular semejante a la del romance en «Bronca».

La unión de influencias poéticas de Quevedo y Juan Ramón Jiménez y pictóricas de Picasso, ayudan al poeta a conseguir imágenes con sabor clásico y vanguardista, que son ejemplo de conjunción de tendencias aparentemente opuestas:

«Líneas propias de mujer

y por pechos las pirámides de Egipto.

[…]

¡Una vida que se escapa

tras el color amarillo!»75.

También se localiza una originalidad en las imágenes que surgen de la cosecha creativa del poeta anunciándonos unas dotes líricas innatas de una calidad prometedora:

«Un hombre pelado al cero,

(la inmensa esfera del mundo)»76.

Valhondo declaró que estos poemas procedían de influencias de la literatura que estaba de moda en aquella época, «porque entonces se llevaba el cubismo. Como éstos tenía muchos, pero no me he atrevido nunca a publicarlos».

 En Pulsaciones encontraremos otra muestra de esta influencia de época en el poema titulado «Arco de Santa Ana».

3ª parte.- «Viajes»:

      1.-«Vente».

 2.-«Caminante» (I y II).

 3.-«Viaje de Platero y yo».

 4.-«Viaje en tren».

 5.-«Viaje en avión».

En estos poemas Valhondo describe cinco formas líricas de hacer camino: la idílica del amor («Agárrate de mi mano / iremos por el camino»);  la filosófica del caminante que siente cómo hace camino («Caminante ¿Dónde vas? / -Voy en busca del corazón del camino»); la poética acompañado por Platero («(Mi Platero va mascando / su dulce filosofía)»; la colorista de un viaje festivo en tren («El tren se toma una copa, -se calienta-, / y sale de allí despacito, / despacito y regañando, / ¡Ay, qué bueno está ese vino, / ay, qué rico!») y la apasionante de creerse Dios en las alturas («Mitad águila / mitad Dios, / me voy creyendo / cuando paso por / encima de los pueblos»).

También en esta parte predominan los versos multirítmicos y multimétricos. El contenido sin embargo se unifica en torno a la idea del viaje placentero en busca de nuevos e infinitos horizontes, aunque no está exento de la preocupación por los misterios y obstáculos que el poeta encuentra y teme hallar en el camino («El camino / nació blanco, nació muerto, nació frío. / Su corazón está podrido»77) o por la sensación de formar parte de un destino prefijado («Rodando / siempre rodando, / como el Sol, / la Luna / y yo»78).

De nuevo se puede localizar numerosas imágenes, producto de la reflexión y la observación del poeta ante experiencias nuevas que muestran no sólo su capacidad de asombro, sino también la existencia de trascendentes intranquilidades de las que deducimos una concepción dramática de la existencia ya en su primera poesía:

«Voy en busca del corazón del camino. […]».

II

«Voy cortando el espacio

con tijeras […]

de luces de mis ojos»79.

«Un dolor monta en un cuervo

y una esperanza en un mirlo»80.

«El río como una aguja

se eleva

para coserme

en la tierra»81.

Influencias de Antonio Machado, Juan Ramón y Miguel Hernández condimentan los versos de estos poemas que, con un ritmo ágil al compás del trotecillo de Platero o del traqueteo del tren nos llevan a ser viajeros y caminantes de senderos líricos: unas veces a pie y otras en algún medio de locomoción, gozando con los asombros o preocupado por los misterios que acechan en los recodos del camino:

«Giran que giran

como molinos de vientos

del diablo

que en el centro

de la tierra

haga pan»82.

4ª parte.- «Incorpóreas»:

1.-«Noche de calentura».

2.-«Dejadme morir».

3.-«Duerme que viene el halcón».

Es la parte más corta en cuanto al número de poemas, que siguen respecto al metro y la rima la misma tónica que los anteriores. El contenido sin embargo se distingue en el tono angustiado y delirante, que provocan al poeta sus intranquilidades espirituales acosando su mente en forma de angustiosas alucinaciones febriles con presentimientos de muerte («Una congoja / absurdamente querida, / se ha enroscado en mi garganta. / […] / Una congoja que me trae / ansias de morir»83), y lo arrastran a que quiera ser sólo espíritu incorpóreo (de ahí el título de esta parte) para insensibilizarse ante tales angustias:

«¡Que el sonar del río

que llevo dentro

calle,

quiero suspenderme sin peso

en el aire»84.

Estos tres poemas suponen un avance con respecto a los anteriores, pues recogen un aumento de la tensión lírica producido por la aparición de la angustia que desde ahora irá en aumento a lo largo de su obra poética; un ritmo más seguro y contundente; un pulso más afianzado por el empleo de una temática más trascendente y el cierre del libro con un buen poema, «Duerme que viene el halcón», que muestra el estado anímico en que termina el poeta y conecta de esta manera con la fuerte intranquilidad que presenta en su siguiente libro de poemas:

«Entran,

salen

y vuelven a entrar

abejas

en mi cerebro

[…]

¡Y vuelven a entrar!,

para traerme un zumbido

balbuciente ……..,

(es la nana del demente),

que me deja adormecido».

Valhondo por tanto tuvo una decidida predisposición a estructurar el libro cuando lo dividió en cuatro partes diferenciadas, que ofrecieran una muestra de la poesía que había escrito hasta el momento con el fin de publicarla y tantear la opinión de la crítica (aunque luego desistiría por la crítica adversa de Caba). Por eso presentó una amplia y diversa variedad no sólo en los múltiples temas y argumentos que trata sino también en la estructura formal del libro, aunque perfectamente agrupada en cuatro partes.

Poemas manuscritos

-«Un pie desnudo»: Tiene correcciones y escasa nitidez, pero se deduce que el poeta, pisando la arena de un río con un pie desnudo, se siente tierra y como tal parte de la naturaleza:

«Mi pie desnudo te siente

arena, sol, tarde, agua.

Mi pie desnudo te siente

como un trocito del alma».

-«Amanecer en la catedral»: Es un poema maduro de honda espiritualidad, que Valhondo incluirá más tarde en Hojas húmedas y verdes y El año cero sin variaciones.

-«Alba»: Se trata de un buen poema con excelentes imágenes, que no aparece en libros posteriores:

«El canto de los grillos hace temblar las estrellas

y los pozos secos.

Las hojas de los árboles se enteran de todo

y vibran como dedos, ……

-(Los lirios ya no están, se fueron para siempre

se fueron)-.

El horizonte incansable lanza manadas

de cuervos

(¡Se despiertan tan temprano

los pájaros negros!).85

El cielo tiene las hojas de los lirios,

de los lirios muertos.

Huele el campo a campo y la flor a flor

y los árboles a viento,

(La noche queda dormida en el fondo

de los pozos secos)».

-«Sonrisa»: Es un poema de seis versos que está tachado y no se puede reproducir por aparecer cortado en su margen derecho.

Posiblemente Valhondo escribiera estos poemas en borrador pensando completar Canciúnculas (por ejemplo, «Alba» encajaría por su contenido e ímpetu desgarrador en «Incorpóreas») o bien incluirlos en Hojas húmedas y verdes o en El año cero, pues de hecho edita en ellos sin modificaciones el único poema («Amanecer en la catedral») que en el borrador de Canciúnculas aparece completamente terminado.

Poemas sueltos

-«Amor»: Es un poema multimétrico formado por veintidós versos, que se distribuyen en tres partes con un contenido amoroso lleno de una sensualidad claramente becqueriana. Este dato, que deducimos de la lectura del contenido, lo confirma una anotación manuscrita que lo precede diciendo: «De Bécquer a mí». Transcribimos la primera parte:

«¡Tus manos entre las mías!

manos blancas

y finas.

Yo besaba la punta de tus dedos

y tú a mi ingenuidad

le sonreías».

 

   -«Nana»: También va precedido por la misma anotación manuscrita, indicando la influencia patente de Bécquer que, de este modo, el poeta hace pública. Está formado por dieciséis versos de diversas medidas con predominio de los octosílabos. Éstos son los seis primeros versos:

«No pidas amor ahora.

 Duérmete.

 No pidas amor ahora.

 Duerme con sueño tranquilo,

 como sueña la amapola,

 al sol, al viento, al olvido».

   -«Caminante»: Es una reelaboración del poema del mismo título que aparece en la página [65] del libro. Tiene diecisiete versos de distintas medidas, que se agrupan en dos partes. La primera dice así:

«Caminante ¿Dónde vas?

-Voy en busca del corazón del camino-.

El camino, caminante,

nació blanco, nació muerto, nació frío.

Su corazón

está podrido».

Se desconoce el motivo por el que estos poemas aparecen en hojas sueltas dentro de Canciúnculas. El hecho de que estuvieran guardados entre sus páginas lleva a suponer que Valhondo tenía intención de incluirlos dentro del libro: los dos primeros, en la primera parte («Canciúnculas«) donde predomina esta temática y, el tercero, reelaboración más amplia y completa del poema «Caminante«, en sustitución del poema que incluye en el libro con el mismo título.

Los poemas en borrador y los de las hojas sueltas hacen pensar en la posibilidad de que Valhondo quiso hacer una edición más amplia de Canciúnculas, que se quedó en proyecto por la crítica adversa de Caba. Posteriormente incluye de estos poemas «Amanecer en la catedral» en sus dos primeros libros editados y del poema «Caminante» extrae alguna idea para su poema «Canciones de caminante» de La muerte del momento.

Sea como fuere, estos poemas suponen una muestra de cómo Valhondo actuó en sus comienzos experimentando, reelaborando y corrigiendo, es decir, fue desde el principio un poeta muy consciente de la tarea que había asumido. Este arduo trabajo explica que en Canciúnculas los poemas evolucionen de principio a fin hasta llegar a una expresión más contenida y segura de mayor madurez y calidad, aunque todavía con los desajustes e incertidumbres propias de un poeta que está buscando su forma personal de decir.

 

LAS SIETE PALABRAS DEL SEÑOR

 Las siete palabras del Señor es un desahogo espiritual de Jesús Delgado Valhondo, donde muestra la necesidad imperiosa de transmitir a través de la palabra lírica las fuertes preocupaciones religiosas de una crisis de conciencia que sufrió sobre 1935, angustiado por las dudas y vacilaciones  experimentadas por su deseo ascético de perfección moral.

Las siete palabras del Señor tiene un contenido exclusivamente religioso, que supone un corte en la línea iniciada en Canciúnculas, pues Valhondo sólo trata el tema de su relación con la divinidad en un momento que únicamente le preocupa calmar el malestar de su espíritu.

Es por tanto un libro circunstancial que no tuvo la finalidad de continuar la tarea lírica comenzada en Canciúnculas, sino conjurar las dudas espirituales de aquel momento, mostrar su arrepentimiento sincero y obtener perdón. De ahí que Las siete palabras del Señor sea exclusivamente un acto de contrición expresado en forma lírica, donde el poeta abre de par en par las puertas de su alma, se declara pecador y suplica a Dios que lo perdone.

Las siete palabras del Señor es una muestra del carácter agónico del joven poeta y un anuncio de la postura comprometida, que adoptará el poeta maduro en su búsqueda de Dios a lo largo de su obra lírica. Este carácter luchador por llegar a la divinidad directamente a través del conocimiento de sí mismo fue característico en Valhondo, porque entendía que ese anhelo era una forma de dignificación cuando intentaba vencer la desidia espiritual, que invadía al ser humano, y de autoaceptarse humildemente como persona consciente de su imperfecta condición humana que paradójicamente era también parte de la divinidad.

La clave del libro se encuentra en los últimos versos del primer poema, donde el poeta nos relata las vivencias de su búsqueda, primero desesperada por no encontrar a Dios y después sorprendida por hallarlo en su interior:

«(Te he buscado,

 por todos sitios te he buscado

 como loco,

 allí,

 más allá,

 aún más allá;

 no sé dónde estuve de tanto y tanto andar).

 Y ahora, arrodillado y llorando, al fin

 te encuentro

 dentro

 de mí

 ¡en mí!»86

De este encuentro con Dios nace la conciencia pecadora del poeta, que siente no actuar de acuerdo con el compromiso cristiano, pues no da al necesitado, es débil, duda y es igual que aquéllos que actúan mal87. Y como consecuencia de ese sentimiento de culpa nace Las siete palabras del Señor, testimonio escrito de su arrepentimiento y anhelos de perfección moral:

«Tengo ansias de amor y de verdad,

de algo infinitamente bondadoso,

de virtud,

de caridad,

de beatitud»88.

El título del libro, Las siete palabras del Señor, procede de la actitud sumisa y de entrega que adopta el poeta imitando a Cristo crucificado para que sus pecados le fueran perdonados, siguiendo la línea discursiva que le marca el contenido de las palabras pronunciadas por el hijo de Dios en la cruz:

«¡Dios mío!

En pleno campo de rodillas ante ti

con los brazos desnudos,

con los hombros desnudos, con el pecho desnudo.

¡En pleno campo de rodillas ante ti!»89.

El libro es inédito, porque el propósito de Valhondo cuando lo escribió fue únicamente calmar su espíritu atormentado por la conciencia de encontrarse en pecado. Así sobre 1935, coincide con Eugenio Frutos, que también padecía una crisis idéntica, y le regala Las siete palabras del Señor, precedido de una dedicatoria a su maestro y amigo: «A Eugenio Frutos con todo el cariño que merece a un aficionado a la poesía un poeta como él»Frutos le corresponde dedicándole un librito de contenido semejante titulado Retablo de la pasión de nuestro Señor90 con la siguiente frase: «A Jesús Delgado Valhondo aguda sensibilidad poética y poeta amigo». Posteriormente Valhondo no tuvo ningún interés en difundir Las siete palabras del Señor y el libro sigue inédito.

Las siete palabras del Señor se conserva encuadernado por su autor con el mismo material e idénticas medidas que Canciúnculas. En la portada lleva el título a máquina con letras mayúsculas. Los  ocho poemas que lo componen aparecen escritos por una cara también a máquina en nueve páginas porque el primero, poema-prólogo, ocupa dos (a la 3ª palabra le dedica dos poemas, pero por su corta extensión caben en la misma página). Las páginas no fueron numeradas; por esta razón, cuando se citan, van entre corchetes.

Pasamos la portada y en la página, que hemos numerado con el [3] (contando la portada), aparece en el centro del folio un recorte de Cristo crucificado que mira al cielo, aún vivo.

En la página [5], se puede leer la dedicatoria de Valhondo a Frutos, en la que dos datos llaman la atención: uno, la admiración que sentía el joven poeta por Frutos. Y otro que se autodenomine «aficionado a la poesía», indicando que era consciente de encontrarse en sus comienzos líricos. Debajo de la dedicatoria, aparece la firma del autor del libro escrita a pluma, en la que se lee nítidamente su nombre y sus dos apellidos.

En la página [7] hay una segunda portada, que lleva el título del libro escrito a máquina y en mayúsculas. En la página [9] aparece otro recorte de Cristo crucificado, distinto del anterior, que también aún vivo mira al cielo. Varios más seguirán apareciendo en el interior del libro ilustrando los poemas de la 1ª, 4ª, 5ª y 6ª palabra y la página posterior a la 7ª palabra: El primer Cristo está en la cruz con la misma postura que los anteriores; de los otros dos sólo aparece el busto con la corona de espinas sobre la cabeza sangrante y la vista dirigida a lo alto. En el poema referido a la 6ª palabra y en la página siguiente a la última se encuentran dos Cristos en la cruz, pero ya con la cabeza inclinada, muerto.

Valhondo debió tener dos razones para intercalar estas imágenes: una, embellecer el libro y conseguir una presentación más atractiva; otra, ayudar al lector a seguir su contenido con más facilidad, porque las posturas distintas de los Cristos mencionados indican los momentos que el hijo de Dios vivió en la cruz y con ellos coinciden las fases del arrepentimiento del poeta: 1º)Cristo en la cruz mirando al cielo; el poeta con los brazos abiertos eleva sus súplicas a lo alto. 2º)Cristo aparece con gesto meditativo; el poeta confiesa su estado anímico por medio de su reflexión espiritual. 3º)Cristo ha dejado de padecer, ha expirado; el poeta se siente invadido por la calma, pues ha conseguido la tranquilidad espiritual que necesitaba.

En la página [11] se encuentra el poema-prólogo a Las siete palabras del Señor, titulado «Oración al Señor crucificado». A continuación se suceden los poemas cuyos títulos son el enunciado de una de las palabras que Cristo pronunció antes de morir y, debajo entre paréntesis, lleva un subtítulo que informa del contenido de cada poema y de cómo evoluciona el arrepentimiento del poeta a la par que Cristo va pronunciando sus palabras:

-Poema a la 1ª palabra: «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!». «(Arrepentimiento)«.

-Poema a la 2ª palabra: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». «(Aún más arrepentimiento)».

-Poemas a la 3ª palabra: «Mujer, he ahí a tu hijo». «(Amor)». «Hijo, he ahí a tu madre». «(Más amor)».

-Poema a la 4ª palabra: «Padre mío, ¿Por qué me has abandonado?». «(Intranquilidad)».

-Poema a la 5ª palabra: «Tengo sed». «(Deseos)”.

-Poema a la 6ª palabra: «Consummatum est». «(Tranquilidad)».

-Poema a la 7ª palabra: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». «(Inmortalidad)».

En la página [27] aparece el último poema del libro, que lleva al final la firma del poeta con su nombre completo y debajo una nota a máquina: «En el crítico momento que quise saciarme de vida», que es una aclaración del mismo poeta sobre su estado anímico cuando escribió el libro: deseos de eternidad, que anhela conseguir como Cristo, por medio del sacrificio y de la  entrega.

No se puede ocultar que Las siete palabras del Señor, por su carácter circunstancial y puramente emotivo, es un libro excesivamente impetuoso que descuida el estilo en muchos momentos y, por eso mismo, adolece de falta de calidad. No obstante este librito contiene otras cualidades que nos resultan apreciables, porque ayudan a conocer datos interesantes sobre la personalidad espiritual y religiosa del poeta en el momento clave del inicio de su obra lírica. Así, después de una lectura detenida del libro, detectamos estas características:

1ª)Profundo sentimiento cristiano: En el sentido más profundo de la palabra, cristiana es aquella persona que toma conciencia de sus pecados, siente un arrepentimiento sincero y se predispone a seguir un camino de perfección ascética imitando a Jesucristo. Pero esta afirmación teórica, en la actuación diaria de un cristiano cualquiera, se reduce simplemente a conseguir el perdón una y otra vez por miedo al castigo divino. Pero el sentimiento religioso del joven Valhondo no es el de un cristiano cualquiera, sino el de un ser consciente de su condición divina y humana, que anhela encontrarse con Dios para llenarse de su perfección y de su  inmortalidad.

En Las siete palabras del Señor Valhondo se desahoga, suelta el lastre de sus intranquilidades espirituales, encuentra el sentido de la palabra amor (en la que piensa que se encuentra la solución a los problemas del ser humano) y calma su espíritu, cuando capta el verdadero significado del sacrificio de Cristo: llegar a Dios y alcanzar la inmortalidad como premio a su entrega incondicional. De ahí que al principio adopte la postura de Cristo en la cruz, se sienta insultado, escarnecido y se estremezca sinceramente ante su extraordinario sacrificio:

«Clavadas las rodillas en la tierra, lamido por la tierra, sorbido por la tierra todo el cuerpo … y, martirizado por ser insaciable, por la sed insaciable del amor, como tú!»91.

No obstante Valhondo seguirá anhelando a Dios toda su vida, porque el hallazgo descrito en Las siete palabras del Señor no será una solución definitiva que destierre sus preocupaciones religiosas: Dios se le escapará constantemente a pesar de estar seguro de haberlo alcanzado muchas veces y aquello que, al final de este libro es paz interior y seguridad, se convierte en otros posteriores en duda, desesperación y angustia provocándole recaídas llenas de anhelos e incertidumbres que no logrará calmar nunca.

2ª)Lengua directa, sencilla y común: En un principio confiere al proceso un tono confidencial como el que emplea un hijo para hablar con su padre de tú a tú, cuando sinceramente quiere pedirle perdón por algún error cometido:

«Perdóname

que no di

mi

ropa a aquél

que

estaba desnudo»92.

Sin embargo el tono natural del comienzo gradualmente se convierte en ímpetu apasionado, cuanto más se acerca el poeta al sentido real del sacrificio de Cristo en la cruz: «Tengo ansias de sufrir más y más, / lo mismo que sufriste tú en la cruz»93. Al final, después de la tormenta espiritual experimentada, llega la calma a través de la liberación que supone la muerte:

«quedar en una anulación completa,

por no vivir, por no pensar, por no ser»94.

 3ª)Mayor interés por el contenido que por la forma: Mientras en Canciúnculas abundaron las imágenes, en Las siete palabras del Señor escasean porque al poeta ahora no le interesa la forma sino el mensaje con el que trata de convencer a Dios de su arrepentimiento y obtener su perdón.

Sólo en contadas ocasiones cuando el poeta desea aumentar su desgarro utiliza alguna imagen con el fin de intensificar el dramatismo de su situación espiritual y conseguir el objetivo propuesto:

«Llueve azul.

Me envuelve,

me abraza

y me acaricia lluvia azul.

Azul del cielo caído solamente para mí»95.

O bien cuando necesita ser tierno y convincente:

«No ves como en la noche

se va durmiendo la tarde

cariñosa!»96.

O cuando quiere expresar la tranquilidad de su espíritu, una vez calmada la tempestad de su alma:

«Saciado de vida

y la balanza en su nivel perfecto,

en un platillo el alma

y en el otro el cuerpo»97.

4ª)Economía en el empleo de recursos poéticos: Como corresponde a un tipo de expresión tan llana, los recursos empleados por Valhondo son escasos y acordes con el tono del contenido:

Rima y métrica irregular: La rima asonante está mezclada con la consonante y los versos sueltos. La característica que más llama la atención es que utiliza la anáfora como medio rítmico, pues en muchas ocasiones la repetición de palabras es la que mantiene la rima:

«[…]

En pleno campo de rodillas ante ti

[…]

¡En pleno campo de rodillas ante ti!

[…]

Azul del cielo caído solamente para mí!

[…]

es como mejor te veo en mí.

[…]

con los brazos desnudos,

con los hombros desnudos,

con el pecho desnudo.

[…]

Llueve azul.

[…]

y me acaricia lluvia azul.

[…]

Con tus brazos abiertos,

con los brazos de mi alma abiertos,

con el corazón abierto»98.

 

o la reiteración de la misma forma verbal:

«[…]

mistificándome,

beatificándome,

santificándome»99.

«[…]

no descansar,

por no dejar

de pensar»100.

«[…]

¡Quién pudiese, Señor, buscarse,

encontrarse,

y entregarse!»101.

La disposición rítmica y métrica de los versos y los poemas no responde a ningún tipo de estrofa ni de poema tradicional, porque el poeta da rienda suelta a sus sentimientos que pugnan por salir de su alma, y evita el freno de la métrica y la rima regularmente distribuida, porque hubiera hecho más artificial sus súplicas y menos comprensible su mensaje:

«Tengo ansias de amor y de verdad,

de algo infinitamente bondadoso,

de virtud,

de caridad,

de beatitud»102.

 

La medida de estos versos es diversa y cuatro tienen rimas agudas consonantes pero sin formar estrofa. Éste es uno de los muchos ejemplos que podemos seleccionar a lo largo del libro, para demostrar que ni la métrica ni la rima responden a una distribución determinada.

Sin embargo existe algún poema donde parece que Valhondo tuvo la voluntad de rimarlo, aunque sin responder a una distribución conocida ni redondearlo con una rima completa, pues todos tienen versos sueltos. Por ejemplo el poema dedicado a la 4ª palabra tiene dos (-ad/-ud/-ir/-ar/-ar/-ar/-í/-ía/-ado/-ías/-ado/-é) y el de la 7ª palabra uno (-agas/-ar/-alma/-i/-ir/-ad/-arse/-arse/-arse/-ismo/-ú/-uz).

Uso del verso libre: La mezcla de metros diversos y de rima asonante y consonante con versos sueltos llevan a deducir que Valhondo compuso Las siete palabras del Señor en versos libres con el único fin de librarse de la atadura que le hubiera impuesto el uso de una forma regular y a la vez de expresar sus sentimientos sin obstáculos.

No obstante compensa su falta de apoyo en medios formales conocidos con la pasión que expresa por medio de reiteraciones, dictadas a su cerebro directamente desde su espíritu a  golpes de sentimientos sinceros:

«¿Por qué, Señor, Dios mío, en tu misma agonía,

(que a ti mismo te hubiese con tu poder consolado),

A ti mismo te mirabas y angustioso te decías:

‘Padre mío, ¿por qué me has abandonado?’

¡DIOS MÍO! ………….. (¿POR QUÉ ….?)»103.

La razón de esta insistencia se encuentra en que los versos se agrupan formando, más que poemas, oraciones llenas de plegarias, en las que invoca a Dios reclamando su atención por medio de anáforas, infinitivos, imperativos, participios y repeticiones de estructuras sintácticas. Estos recursos redondean el ritmo de los versos e imprimen más ímpetu a sus súplicas y verdad a su arrepentimiento:

«Perdóname

que no di

[…]

Perdón, porque soy débil

[…]

Perdóname

que yo soy igual

[…]

Perdóname

¡Señor!

[…]»104.

«por no vivir, por no pensar, por no ser»105.

«¡Acuérdate de mí!

Acuérdate de mí.

(Acuérdate de mí)»106.

«¡Qué intranquilidad!

¡Qué inquietud!»107.

«Crucificado en el aire. Insultado por el silencio purpúreo del campo. Blasfemado por una flor temprana»108.

«Clavadas […], lamido […], sorbido […] y martirizado […]»109.

Depuración de la forma: Llega a tal extremo que a veces el verso pierde su ritmo característico y se convierte en un monólogo angustioso que en algunos momentos peca de prosaico:

«Tengo ansias de sufrir más y más

lo mismo que sufriste tú en la cruz

que sabiendo que no podías beber,

en tu boca se encendió la luz

de la palabra, cuando con toda tu bondad

dijiste a tus verdugos: ‘Tengo sed’ «110.

Y otras los versos se alargan de manera exagerada y forman textos más cercanos a la conversación cotidiana que a la expresión poética:

«Clavadas las rodillas en la tierra, lamido por la tierra, sorbido por la tierra todo el cuerpo …… y, martirizado por sed insaciable, por la sed insaciable del amor, como tú!»111.

5ª)En varias ocasiones se detecta una preocupación social por el ataque que sufre constantemente la dignidad del ser humano. Esta intranquilidad del poeta se acentúa en el caso concreto de las madres y los niños:

«¿Ves a esa niña triste, escuálida, andrajosa? /

¿A ese niño pobre pedir sin obtener

caridad?»112.

«¿Ves a esa mujer triste y sola?

Consuélala como a madre»113.

Y también se observa un interés por vislumbrar en las palabras de Cristo una defensa divina de la dignificación de la mujer que en la década de los años 30 resulta sorprendente:

«¡Mujer, dijo! Mujer y no madre.

A ti, a ésa y a aquélla, y a todas

os dijo Jesús, mujer!»114.

6ª)Influencias de la ascética y la mística en el contenido y la estructuración del libro: A lo largo del poemario se localiza una fuerte atracción de Jesús Delgado Valhondo por estas posturas espirituales, que proceden de la tradición religiosa y literaria, pues ya el primer poema del libro (que no en vano se titula «Prólogo a Las siete palabras del Señor«) es una invocación a Dios, donde describe el camino místico seguido hasta llegar al encuentro deseado para conseguir su atención y su benevolencia:

-Primero, el poeta públicamente se reconoce pecador, se arrepiente y pide perdón (vía purgativa); versos del 1 al 6:

«¡Dios mío!:

En pleno campo de rodillas ante ti

con los brazos desnudos,

con los hombros desnudos,

con el pecho desnudo.

¡En pleno campo de rodillas ante ti!».

 

-Segundo, el poeta, libre de pecados, se purifica y su camino a Dios se ilumina de azul (vía iluminativa); versos del 7 al 27:

«Llueve azul.

Me envuelve,

me abraza

y me acaricia lluvia azul.

Azul del cielo caído solamente para mí!.

[…]».

-Tercero, el poeta encuentra a Dios en sí mismo (vía unitiva); versos del 28 al 41:

«Y ahora, arrodillado y llorando,

 al fin

 te encuentro

 dentro

 de mí,

 ¡en mí!».

A la vez el libro significativamente se encuentra estructurado en tres partes, que coinciden en conjunto con la descripción del proceso místico seguido por el poeta en su búsqueda de Dios: vía purgativa, primer poema; vía iluminativa, del 2º al 7º, y vía unitiva, 8º y 9º. El contenido de cada vía coincide con el expuesto en la división anterior.

 La siguiente reflexión mística relacionada con el contenido del libro, que Valhondo realizó muchos años después, puede servir de documento explicativo para entender el origen de la espiritualidad y los anhelos místicos manifestados en Las siete palabras del Señor: «Pero quizás lo más impresionante del templo de Santiago -para el que estas líneas escribe- sea el Cristo de los Milagros. Profundamente dolorido. Cansado y humilde. Raíz de cielo. ¿Cuál de las siete palabras tiene entre sus labios? ¿Qué misterio nos embarga su agonía? No sabemos qué vivencia nos motiva y nos entristece. Orar al Cristo de los Milagros cuando se tiene trece años de edad marca para toda la vida intelectual del hombre»115.

Paralelamente en el libro existe un deseo de perfección ascética que culmina en el poema a la última palabra subtitulado «Inmortalidad», donde descubrimos la razón última de sus anhelos de pureza moral que es conseguir la eternidad:

«Sentir

que en tus manos me envolviera la inmensa eternidad.

¡Quien pudiese, Señor, buscarse,

encontrarse

y entregarse!

Y entregarse a sí mismo,

 como te entregaste Tú

 en la cruz».

 

Sin embargo, teniendo en cuenta la línea discursiva que sigue el contenido de Las siete palabras del Señor de acuerdo con las palabras pronunciadas por Jesucristo en la cruz, se puede agrupar el contenido de los poemas en cinco partes:

1ª parte: Entraría en ella el primer poema del libro: «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado» que es una invocación introductoria, en la que el poeta se presenta ante Dios desnudo como su hijo en la cruz, para conmoverlo y obtener el perdón que le requiere. Unas veces suplicante, otras seguro, el poeta cuenta a Dios la búsqueda desesperada y el enorme sacrificio realizado (como Cristo) hasta llegar a Él. Es el poema más repleto de medios reiterativos que con su recurrencia muestran la necesidad espiritual de hallar a Dios:

«(Te he buscado,

por todos sitios te he buscado

como loco

allí,

más allá,

aún más allá;

no sé dónde estuve de tanto y tanto andar)».

2ª parte: Acoge los dos poemas siguientes: «¡Padre, perdónalos! porque no saben lo que hacen. (Arrepentimiento)» y «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Aún más arrepentimiento)». El poeta declara su contrición de una forma muy acusada empleando las anáforas «Perdóname», «Perdón» y «Acuérdate de mí», que elevan la tensión dramática hasta el punto de proponer a Dios su propia muerte como castigo a sus dudas:

«Perdóname

que yo soy igual que aquéllos

que no supieron …………………

Perdóname

¡Señor!

y mátame

¡Dios mío!

después»116.

3ª parte: Dos poemas integran esta parte: «Mujer he ahí a tu hijo. (Amor)» e «Hijo, he ahí a tu madre. (Más amor)», en los que se detecta la citada preocupación social, aleccionado el poeta por el amor filial de Jesucristo que a punto de morir ofrece a su madre un hijo que ocupe su lugar, como muestra de entrega de los unos a los otros en un supremo ejemplo de amor fraterno, que el poeta traduce en amor solidario de los que tienen por los que se encuentran en la indefensión y en la soledad:

«¿Ves a esa mujer triste y sola?

Consuélala como a madre.

-¿Y a ésa desgraciada y a  ésa loca?-

Consuélala como a madre¡»117.

4ª parte: En ella se incluyen tres poemas: «Padre mío, ¿por qué me has abandonado? (Intranquilidad)», «Tengo sed. (Deseo)» y «Consummatum est. (Tranquilidad)». Una enorme preocupación asalta al poeta, cuando recuerda el hondo vacío que sintió Cristo a la hora de su muerte, abandonado en la cruz. El poeta se pone en su lugar, se estremece al imaginarse solo como Cristo y se solidariza con Él, queriendo acompañarlo en su sacrificio supremo. Al final, viendo que los designios de Dios son inamovibles el poeta, junto con Cristo, se entrega confiadamente a la voluntad divina:

«No tener agonía,

 entregarme sin luchar,

 decir como el Señor a última hora,

 [¿]para qué vivir si la obra

 ha terminado ya?».

En ese descubrimiento estremecedor de la soledad que sintió Cristo en la cruz en el momento de su muerte, se halla la clave de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y el origen de su imagen capital, un árbol solo; pues muy joven sintió que el ser humano estaba abocado a la soledad durante toda su vida; sin embargo, esa soledad la podía mitigar saliendo de ella en busca de sus semejantes o abrigando la esperanza de encontrar a Dios. Pero era consciente de que la soledad que no podía eludir era la que sentiría en el instante de su propia muerte118, porque no tendría posibilidad alguna de consolarse en los demás  ni de recibir ayuda de Dios como le ocurrió a Cristo en la cruz:

«¿Por qué, Señor, Dios mío, en tu misma agonía,

(que a ti mismo te hubieses con tu poder consolado),

A ti mismo te mirabas y angustioso te decías;

‘Padre mío, ¡por qué me has abandonado?’

¡DIOS MÍO! ………………. (¿POR QUÉ?)»119.

5ª parte: Sólo está formada por el poema titulado: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. (Inmortalidad)», donde al poeta le invaden unos grandes deseos de infinito, de ser capaz de entregarse confiadamente a Dios como Cristo que por su entrega se ganó la eternidad (ese objetivo tan codiciado por el ser humano) como premio a su sacrificio:

«Sentir

que en tus manos me envolviera la inmensa eternidad»120.

Las siete palabras del Señor es un libro que, aunque propio de un poeta novel, muestra ya la existencia de un ser humanísimo, consciente de su condición imperfecta y mortal y, por eso mismo, capaz de reconocer sus errores, levantarse y seguir. Por estos motivos, aunque se puede criticar al libro por sus deficiencias, no podemos dejar de reconocer que detrás de cada verso existe un joven comprometido con su condición humana, que vive y lucha con todos sus recursos espirituales  buscando la perfección moral para ser digno de Dios y poder participar de la eternidad que en Él se halla.

Esta postura dignificadora de Valhondo, propia de un ser humano íntegro que no se conforma con sobrevivir inconscientemente como la mayoría de los mortales, tiene una importancia fundamental para comprender su poesía: el compromiso que Valhondo muestra en Las siete palabras del Señor no es el resultado de un impulso pasajero, sino la columna vertebral de toda su poética, pues se sostiene en la conciencia de su finitud y su soledad y, como consecuencia, en una férrea voluntad de buscar a Dios, que será el motor de su extensa, profunda y trascendente obra poética.

La conclusión de Jesús Delgado Valhondo en Las siete palabras del Señor es que sólo la noción de ser vivo es lo que lleva al hombre a la integridad moral y ésta a Dios. Y como la lucha del hombre íntegro es anímica y nunca cruenta, un mundo de seres anhelantes de perfección ascética sólo conocería la paz. De ahí la importancia de su conclusión: el ser humano debe tener conciencia de su condición y, a partir de ese autoconocimiento, llegar a la perfección moral para construir un mundo de seres solidarios que conecte fácilmente con Dios en beneficio de todos.

 

PULSACIONES

Pulsaciones, tercer poemario de Jesús Delgado Valhondo, es un libro que supone un mayor ahondamiento en las intranquilidades de su espíritu donde se mezclan sin orden aparente traumas acentuados (miedo, angustia, soledad, dolor) con otras  preocupaciones procedentes de su necesidad de entender la realidad cotidiana (anhelos de eternidad, misterio, idea de suicidio, nostalgia, silencio, secretos). No obstante, aunque se observa un aumento de la angustia, el poeta logra exponerlos en un tono más sereno y personal sin desgarros espirituales ni influencias tan palpables como en Canciúnculas y Las siete palabras del Señor.

Pulsaciones es otro libro inédito encuadernado por el poeta con idéntico diseño y las mismas medidas que los dos anteriores. Las páginas están sin numerar y por esta razón cuando se citan sus números van entre corchetes. El título no aparece en la portada sino en otra interior, que además pone «POESÍAS» y debajo la firma con el nombre completo del autor. Los poemas van a continuación, escritos a máquina121.

Estas coincidencias en la edición de los tres libros inéditos indican que Valhondo los encuadernó al mismo tiempo, cuando tomó conciencia de autoría y se decidió a recopilar y encuadernar los poemas escritos hasta el momento.

Para comentar Pulsaciones se hace necesario describirlo primero por varias razones: una,  los poemas del libro se encuentran mecanografiados en la cara de las hojas y muchos de ellos con rectificaciones manuscritas. Dos, en la vuelta de las hojas aparecen poemas manuscritos que no pertenecen a Pulsaciones, porque el poeta utilizó las páginas en blanco del libro como borrador por escasez de papel o bien porque quiso reunir todos los poemas que  pensaba publicar en su «libro grande»122.

La descripción del original de Pulsaciones, siguiendo los títulos de las partes en que se distribuye y los poemas que las componen123, es la siguiente:

1ª)»Musiquillas»:

«¡Ay, quién fuese pescador!».

«Cántaro».

«Lagarto».

«Canción».

«Cuando te pusiste medias».

«El loco».

«Pozo».

«De la noche a la mañana».

«Campo».

«Sinfonía».

2ª)»Atardecer del gitano»:

«La penita».

«Entre la pena y el consuelo».

«El consuelo».

«Cante jondo».

3ª)»Angustia hecha flor»:

«Angustia».

«Flor».

«Soledad».

«Florecer».

«Canción a la eternidad».

«Meditación».

«¿Dónde pondré el corazón?».

«Oración».

«¿Ser?».

«El silencio levanta un altar».

«Camposanto».

«El sepulturero».

4ª)»Barrio de San Mateo»:

«Plazuela de San Mateo»:

«Torreón».

«Campanario del convento».

«Convento».

«Calleja oscura».

«Arco de Santa Ana».

«Salida de luna».

«La bruja».

«Amanecer». 

Como muchos de estos poemas presentan correcciones y reelaboraciones, es necesario advertirlas:

Página [7]: En ella aparece el primer poema de la primera parte, pero esta página debía estar ocupada por la portada con el título «Musiquillas», pero se le ha olvidado al poeta.

«Lagarto», [p. 11]: En el margen derecho, reelaboración manuscrita.

 «Canción», [p. 13]: Último verso tachado y dos añadidos a mano.

«El loco», [p. 17]: Un par de versos corregidos y los dos últimos reelaborados.

«De la noche a la mañana» [p.21]: El título aparece tachado y sustituido por  «Madrugada», que también aparece tachado; finalmente pone «Amanecer», que tiene tachada la primera parte y rectificada y reelaborada la segunda con dos anotaciones: «Arreglar» y «Para Abril»124.

«Sinfonía», [p. 25]: Tachado el título y en su lugar a mano pone «Para ti las margaritas».

Página [27]: Arriba  aparece manuscrito el título de esta parte «Atardecer del gitano», porque al poeta se le ha olvidado hacer la portada. Debajo se encuentra el poema «La penita» que tiene tachados los versos 6 y 7.

«Soledad», [p. 41]: Corregidos el primer y tercer verso de la segunda parte y tachados los dos primeros y corregido el quinto de la tercera parte.

«Florecer», [p. 45]: Tachada una palabra del 5º verso.

«Meditación», [p. 49]: Tachados los catorce primeros versos125.

«¿Dónde ponemos el corazón?», [p. 51]: Rectificados los versos 2º, 5º, 8º y 9º.

«Cementerio», [p. 61]: Tachado el título, que es sustituido por «Camposanto», y corregido el verso 8º.

«Plazuela de San Mateo», [p. 67]: Dividido en tres poemas («Torreón», «Campanario del convento» y «Convento») que aparecen tachados; al último le sigue una  reelaboración manuscrita.

«Salida de luna», [p. 75]: Rectificado el verso 3º.

La descripción de los poemas, que aparecen manuscritos en la vuelta de las páginas de Pulsaciones126, es la siguiente:

Página [2]: Tres poemas tachados e ilegibles.

Página [3]: Un poema tachado, escrito a mano verticalmente y sin título, que comienza con el verso: «Y, la sombra de los árboles se alargaban»127.

Página [4]: Dos poemas manuscritos, «Enero» y «Febrero». En la parte superior del primero se lee «Año Cero»128, pero el primer poema aparecerá reelaborado más tarde en este libro y el segundo sólo conservará el título.

Página [5]: Tres poemas manuscritos: «Marzo», «Abril» y «Mayo»; el segundo y el tercero aparecen rectificados y con reelaboraciones al margen. Posteriormente el primero y el tercero serán editados en El año cero idénticos; el segundo sólo conservará el título.

Página [6]: Tres poemas manuscritos: «Junio», «Julio» y «Agosto». El primero y el tercero aparecen reelaborados en la edición de El año cero y el segundo con sólo dos leves variaciones.

Página [7]: El espacio en blanco que deja en la parte superior de la página el primer poema del libro, «¡Ay, quién fuese corazón!», está ocupado por un poema de cuatro versos que al final pone «Septiembre» (en la edición de El año cero sólo es idéntico este título) y la anotación: «(en la página siguiente)».

Página [8]: Cuatro poemas: «Septiembre», «Octubre», «Noviembre» y «Diciembre». El primero es idéntico al que apareció en Canciúnculas, con el título de «Dolor»129. En El año cero vuelve a ser editado sin variaciones, pero el resto sólo conservarán el título, excepto «Noviembre» que es una reelaboración del que aparece en Pulsaciones.

Página [9]: «(Noche)» casi ilegible. El año cero y La esquina y el viento tienen sendos poemas con el mismo título, pero con los versos totalmente distintos.

Página [10]: «Nota del viaje», poema que será publicado idéntico en Hojas húmedas y verdes, aunque con el título de «La estación», y volverá a ser editado igual en El año cero, con el título de «Estación de ferrocarril».

Página [12]: «Poesías de primavera. Almendro», que comienza con el verso: «… Y fue la luna de enero»130.

Página [14]: «San José», cuyo primer verso dice: «San José mira la vara». «Lirios», tachado aunque legible; su primer verso es: «Las campanitas del cielo».

Página [16]: «Carrera» que comienza: «De flores, aires y cantos», y «Rosal»: «¿por dónde ha entrado / la primavera en las ramas del romero?».

Página [18]: «Primavera en mi otoño» tachado aunque legible; empieza así: «No sé porque [sic] reías»131. Entre el título y el primer verso el poeta ha escrito la anotación: «Pasa a páginas siguientes».

Página [20]: Aparece la última parte del poema anterior con tachaduras y correcciones.

Página [22]: Poema en un principio titulado «Primavera en mi otoño», que lleva tachadas las tres primeras palabras y añadidas «en mi primavera» con lo que el título definitivo queda «Otoño en mi primavera». El poema que está tachado es una reelaboración del que aparece en la página [18].

Página [24]: «Mi calavera» que comienza: «Hoy, sin falta, me encargo» y «Luto» que está tachado pero legible; el primer verso dice: «Yo tenía, como cualquiera».

Página [26]: Dos poemas sin títulos: el primero empieza así: «Panoramas en los cristales. Cuadros» y el segundo: «Pardo, verde, amarillo», que tiene los dos últimos versos rectificados.

Página [28]: «Dolor», tachados y corregidos varios versos; antes del título aparecen reelaboraciones del mismo: «Dolor de primavera» y «Luto en primavera». Aparecerá editado en Hojas húmedas y verdes.

Página [30]: Poema tachado y corregido, sin título; el primer verso es: «Ojos lejos en libertad».

Página [32]: «A la orilla del mar», corregidos algunos versos. Aparece en Canciúnculas idéntico.

Página [34]: En esta página vienen dos poemas sin título: el primero comienza así: «Huido el humo de chimenea» y el segundo: «Dentro de una nube …»; es un poema que se encuentra tachado, pero es legible.

Página [35]: Aprovechando el blanco que deja el título de la segunda parte, “Angustia hecha flor», aparece un poema con muchas rectificaciones, cuyo primer verso es: «Qué pequeño me encuentro cuando siento» y lleva esta dedicatoria: «Brindis desde ayer a mi gran amigo L. Mejías».

Página [36]: «Pueblo», corregidos y tachados algunos de sus versos. Los nueve últimos posiblemente pertenezcan a otro poema, pues parece que van precedidos de un título que es ilegible; comienza así: «Dormía, soñaba -como sueña / y duerme un pueblo-«.

Página [38]: «Castillo», corregidos y tachados algunos versos; aparecerá reelaborado en Hojas húmedas y verdes. «Paisaje de Castilla» corregido y tachado algunos versos; será publicado en El año cero con el título modificado levemente («Paisaje castellano») y los versos idénticos.

Página [40]: «Castillo» es una reelaboración del poema anterior.

Página [44]: «Otra vez la soledad», poema con dos partes; comienza: «¡Déjame en mis insomnios recordar!».

Página [46]: «Domingo de abril» tiene tachado el complemento, que es sustituido por «de Resurrección»; por tanto el título queda «Domingo de Resurrección». Tiene varios versos corregidos.

Página [48]: «Mañana vieja», con algunos versos corregidos y tachados; aparecerá reelaborado en Hojas húmedas y verdes.

Página [50]: «Noche viuda», tachado aunque legible. El primer verso dice: «Una cueva [con la cerradura rota]» (las palabras entre corchetes están tachadas).

Página [52]: «Claveles», muy corregido. Comienza con el verso: «¿Qué [sentirán] las flores en el cantar del campo».

Página [54]: Poema sin título y con dos partes, que empieza con el verso: «El mundo en el campo: Los ojos en el cielo». Con abundantes correcciones; sus cuatro últimos versos están escritos en un recorte, que ha sido pegado encima de los versos originales del final del poema.

Página [56]: Poema sin título y varios versos rectificados, comienza así: «Desnudé no sólo el cuerpo sino el alma».

Página [58]: «El verso», corregido y rectificado algunos versos. Está dedicado «A Manuel López Robles», poeta del grupo onubense de Francisco Garfias.

Página [60]: «El olivo» (lleva el subtítulo de «Mi oración en el huerto»), casi ilegible, aunque hemos conseguido reconstruirlo. Su primer verso es «El tallo del olivo es tierra de llanto».

Página [62]: Poema muy corregido. Comienza con un verso que está tachado: «Se hizo mina la noche».

Página [64]: Poema sin título que pudiera ser la continuación del poema anterior. Comienza con el verso: «Se murieron las flores, y el jardín».

Se elude el comentario de estos poemas, porque no pertenecen a Pulsaciones (objeto de este análisis) y además porque resultaría una tarea problemática al aparecer la mayoría de los poemas tachados, corregidos o reelaborados.

No obstante el aspecto que presentan los poemas indica de nuevo el tremendo interés de Valhondo desde el comienzo de su obra lírica por el trabajo de lima y por la búsqueda de la palabra y la expresión exacta, que lo llevaron incluso a desechar poemas con calidad suficiente para haber formado parte de uno de sus libros. No obstante en Hojas húmedas y verdes y El año cero Valhondo incluirá una selección de poemas tanto de Pulsaciones como de los que hemos denominado “poemas del borrador de Pulsaciones”.

En la vuelta de la contraportada, Valhondo anotó a mano la palabra «Artículos» y debajo el título de cuatro de ellos: «La poesía en la Biblia»132, «El poeta y el niño», «Las asignaturas y la poesía»133 y “Cáceres, poema eterno»134.  También aparece una dirección: «Maricel, revista literaria. San Gaudencio, 12, ático. Apartado de Correos, 25. Sitges (Barcelona)».

Es difícil conocer con exactitud la fecha de elaboración y edición de Pulsaciones pues, como sucede en los dos libros anteriores, no aparece indicada en el libro ni se conoce documento alguno donde se certifique. No obstante, se sabe que es un libro elaborado entre 1935 y 1940 (posterior por tanto a Canciúnculas y Las siete palabras del Señor) por las declaraciones del propio autor y las anotaciones manuscritas que realizó junto a tres poemas sobre su publicación en revistas: «¡Ay, quién fuese corazón!» (página [7]) y «Salida de luna» (página [75]): «Publicada en Nueva España enero 1940», y en «Pozo» (página [19]): «Publicada Boletín de Educación -May-Agos de 1939-«. Estos datos no indican la fecha de elaboración del libro, pero se supone que la composición de los tres poemas no se realizaría mucho antes de su publicación en las citadas revistas y en todo caso se haría dentro del lustro citado.

Pulsaciones es un libro que Jesús Delgado Valhondo no tenía pensado publicar, pues su deseo de hacerlo no es mencionado en ningún documento y además lo usa de libreta de notas y borrador. Posiblemente su decisión se debiera a la crítica adversa de Caba sobre Canciúnculas, que lo llevaría a no querer publicarlos por considerar ambos libros poco maduros y pensar que, si de uno había recibido una opinión desfavorable, del otro no la tendría mejor.

De cualquier forma, después de un análisis detenido de Pulsaciones, deducimos que es un libro posterior a Canciúnculas porque detectamos:

1º)Mayor madurez en el pulso poético.

2º)Menor vacilación de la métrica y sobre todo de la rima.

3º)Más serenidad y equilibrio en el estilo.

4º)Mayor dominio del lenguaje poético que se observa sobre todo en la calidad de las imágenes.

5º)Menos prosaísmos, ripios, antirritmos y desajustes.

6º)Tono más grave y maduro por la desaparición de la espontaneidad y los juegos líricos aunque, por esto mismo, Pulsaciones es menos vitalista que Canciúnculas.

7º)Aumento de las preocupaciones existenciales, que advierte una evolución hacia una poesía más trascendente y personal.

8º)Mayor número de poemas de Pulsaciones en Hojas húmedas y verdes y El año cero, que indica más aprecio de Valhondo por los poemas de este libro, donde se encontraría más seguro de su pulso lírico que en los poemas de los libros anteriores.

Pulsaciones está compuesto por treinta y dos poemas, que oscilan entre los dos y los cuarenta y dos versos con una media que no llega a los 15 versos por poema. En total Pulsaciones tiene 479 versos, que responden a las siguientes características:

1ª)La métrica y la rima continúan siendo vacilantes, aunque una cierta regularidad métrica tiende en muchos poemas a la combinación de versos octosílabos con otros de arte mayor y menor, aunque sin formar en la mayor parte de los casos combinaciones de estrofas o poemas recogidos en la tradición métrica.

Sólo tienen una regularidad total en la medida y la rima los poemas «La penita», «Meditación»135 y «La bruja» que son romances octosílabos; «Campanario del convento» que se trata de un pareado endecasílabo con rima asonante y «Salida de luna» que está formado por tres cuartetas asonantadas o tiranas.

Otros poemas son regulares en la métrica o en la rima: «¡Ay, quién fuese corazón!» está en octosílabos, pero mezcla la rima consonante con versos sueltos. «Lagarto» tiene rima asonante en los pares, pero la métrica está formada con versos heptasílabos, octosílabos, eneasílabos y decasílabos. «El loco» es un poema de 17 octosílabos, pero sólo mantiene la rima asonante en los pares hasta el verso 12 pues, a partir de ahí, sólo riman los versos 15 y 17 impares. «Cante jondo» son cinco octosílabos, pero con una rima consonante cruzada que deja en medio un verso suelto. «¿Dónde pondré el corazón?» es un poema de diez versos octosílabos, pero intercala rimas distribuidas irregularmente con versos sueltos. Y «El sepulturero» es un poema que tiene la estructura rítmica de un romance y versos octosílabos, pero comienza con un decasílabo.

Igual que en los libros precedentes, continúan siendo frecuentes las mezclas de versos de mediana o larga extensión con versos cortos, que ayudan al poeta a marcar las inflexiones de la expresión supliendo la falta de regularidad formal:

«¡Qué dolor cuando te miro,

 pozo de dolor cargado!

 No devuelvas mis palabras

desolado.

Contesta a lo que pregunto

claro.

«Hoy he visto un niño

en la cama de tu agua

aprisionado.

-¡No!-

[…]»136.

Por tanto en Pulsaciones Jesús Delgado Valhondo sigue interesándose poco por encorsetar su expresión en versos medidos y rimados, pues prefiere la libertad métrica. No obstante los poemas de este libro en general coinciden en tener una forma más equilibrada que sus dos libros anteriores por varias razones: El predominio del octosílabo para evitar que se desboquen sus sentimientos. La existencia de varios poemas, cuya métrica y rima responden a una distribución conocida. Y la reducción de estructuras reiterativas, que fueron características en sus dos libros anteriores y le hicieron pecar en algún momento de espontáneo e impulsivo.

Estos hechos indican la tendencia de Jesús Delgado Valhondo hacia una poesía más contenida y equilibrada, que reafirma la idea de que en Pulsaciones es más reflexivo y personal, aunque todavía se encuentre lejos de la disciplina de sus libros maduros.

2ª)El contenido de los poemas sigue siendo muy variado, porque el objetivo de Valhondo fue trasmitir el cúmulo de sensaciones diversas experimentadas en su espíritu intranquilo ante los hechos que más le afectaban.

Sin embargo los agrupa en cuatro partes y los hace girar en torno a un tema predominante, excepto la primera en la que mezcla intranquilidades diversas como la sensualidad («Canción»), el paso del tiempo («Cuando te pusiste medias»), la preocupación por seres débiles («El loco»), el ahogado («Pozo») o la melancolía («Para ti las margaritas»), sin preocuparse  mucho por la unidad de esa agrupación; de ahí que haya poemas al cántaro, al lagarto, al amanecer o al campo.

Por esta razón la primera parte del libro es la más variopinta como corresponde a la diversidad temática de la canción tradicional, que el poeta toma como punto de referencia. Sin embargo el tono de los contenidos en esta parte no coincide generalmente con la intrascendencia de esta manifestación popular, porque en Valhondo se hace profundo y preocupante por esa tendencia innata, que es ya típica en el poeta novel, a ahondar en conceptos provistos de circunstancias existenciales:

«Para ti las margaritas,

para mí los pensamientos.

Para ti todo el cantar,

para mí su sentimiento»137.

O a preocuparse por situaciones cotidianas que lo inquietan, porque comprende la doble tragedia de personas que no sólo se ven obligadas a soportar las imperfecciones propias de seres humanos, sino también una circunstancia adversa añadida como es el caso del loco:

«Y, el hombre triste y escuálido,

por esos campos de Dios

sigue como o rodando

temiendo que alguna vez

quede por una o ahorcado»138.

La diversidad característica de esta parte la advierte el mismo poeta titulándola «Musiquillas», que está formada con poemas poco extensos, metros cortos, rima asonante, agilidad y ritmo espontáneo semejante al de la copla popular, que recuerda a «Canciúnculas», la parte con la que abrió su primer libro. Tal coincidencia es consciente porque Valhondo quiere conectar con la línea poética iniciada en Canciúnculas, que fue interrumpida por Las siete palabras del Señor. Una vez conseguida la conexión, en las demás partes de Pulsaciones, prevalece la ordenación de contenidos en torno a un tema unitario:

El tema central de la segunda parte es la pena139, pues no en vano se titula «Atardecer del gitano», que enseguida lleva a relacionarla con la presentida tragedia del gitano lorquiano, cuya razón se encuentra en su acentuada preocupación por la muerte y en la imposibilidad de conseguir sus anhelos de inmortalidad:

«Allá en las cumbres más altas

todas las noches me duermo

pensando en un sitio oscuro, silencioso,

y yo en un rincón sentado

con las manos sobre el pecho …..

….. ¿Acaso será? …… ¡Dios mío!,

que yo quiera hacerme eterno?»140.

E, impregnando ese ambiente de trágica y preocupante realidad, se oye la queja desgarradora del cante jondo:

«Espiral del cante jondo

taládrame el corazón.

‘Porque me veo en decadencia’.

Espiral del cante jondo

ya me has roto el corazón»141.

El título de la tercera parte, «Angustia hecha flor», adelanta un aumento de la preocupación que va a invadir los poemas de esta parte, cuyo núcleo temático es la angustia:

«¡Suéltame!, no me aprisiones el cuerpo,

ni el alma, / ni el corazón.

[…]

¡Suéltame,

desátame,

déjame!,

que me devora el ansia de marchar»142.

Múltiples motivos explican que el poeta sienta más intranquilidades y que éstas se conviertan en angustia por la mayor presión que paulatinamente ejerce la soledad en su ánimo:

«Aunque esté entre muchedumbres,

qué solo me encuentro!»143.

    La contradicción de sentirse parte de Dios como espíritu y a la vez imperfecto como ser humano:

«Siento

allá lejos, en las cumbres más altas

de mis pensamientos,

florecer mi alma,

y aquí en este trozo de tierra mi cuerpo»144.

La idea latente del suicidio que lo atrae por concebirlo como un estado de insensibilización ante sus intranquilidades:

«Cerca de mí un árbol seco

me está invitando al suicidio»145.

    El dolor que lo presiona constantemente:

«Dios mío.

Atenúame la luz del alma

que tiene mucho dolor

el corazón»146.

    El miedo adquirido en su niñez:

«Sentirme niño,

con timidez y cobardía;

tener la vida en un hilo,

sentir el miedo que un día

sentí siendo niño»147.

    La  trágica conciencia de ser que lo deja indefenso ante sus preocupaciones:

«Sentirme hombre.

(¡Qué orgullo sentirme hombre!)»148.

    El silencio necesario para rearmarse anímicamente y reflexionar:

«El silencio levanta un altar

donde oficia

su

misa

el alma mía»149.

    Y la ironía como medio de conjurar su temor ante la muerte:

«Quien dijo mal del sepulturero,

no supo bien lo que dijo.

[…]

Yo ya le tengo encargado

que me cante un fandanguillo»150.

Vemos por tanto que se trata de una mezcla de sensaciones muy diversas referidas a miedos, deseos insatisfechos y traumas del poeta que cada vez se siente más humanamente imperfecto y menos divino y como consecuencia más repleto de preocupaciones espirituales, cuyo origen se encuentra en la conciencia de estar viviendo una existencia inexplicable en la que prevalece el dolor y los presentimientos de muerte:

«Una sepultura húmeda          

me hizo saltar, y en lo blanco

de la cal, me enredé el alma,

y el rezo se hizo canto»151.

Los poemas que integran la cuarta parte, titulada «Barrio de San Mateo», tienen en común el misterio que envuelve la atmósfera de este lugar, donde el espíritu del poeta sufre un fuerte contraste, pues espiritualmente se engrandece por la perfecta comunión que consigue con ese entorno tan sentidamente vivido y al mismo tiempo humanamente se empequeñece porque allí nota con más nitidez su imperfecta condición:

«Calleja: mi cuerpo

se está convirtiendo en alma

atada en tu oscuridad,

en tu calma,

[…]

Casi no me encuentro de tanto

miedo! …..»152.

El misterio por tanto es el aglutinador de las sensaciones opuestas que el poeta experimenta. Así el silencio espiritual153, que sentía desprenderse del recogimiento de las monjas del convento situado en aquel barrio, aparece mezclado con  fuertes preocupaciones como la oscuridad154 que se llena de secretos amenazadores155; el amor que termina trágicamente en fracaso156 y la influencia en su ánimo del contraste entre la noche y el día:

«Manto negro de la noche

 has perdido ya el color,

 y, se ha borrado lo escrito

 por mí, con trozos de corazón.

 ¡¡¡SOL!!!

 Como una flor se va abriendo la mañana»157.

La estructuración en cuatro partes perfectamente diferenciadas advierten dos hechos: uno, la voluntad que tuvo el poeta de presentar ordenados sus sentimientos, agrupando en partes unitarias los poemas se relacionan temáticamente. Y otro la tendencia docente que observamos desde Canciúnculas en la clara distribución de los poemas de sus libros, para facilitar la lectura y la comprensión del contenido respondiendo a sus deseos de comunicación directa y transparente.

Entre los temas y contenidos mencionados se apuntan muchos de los aparecidos en Canciúnculas, pero sin embargo se han excluido otros que resultan los más positivos: el mar o el camino como medio de alcanzar nuevos horizontes; la avidez de asombros buscando realidades y experiencias nuevas o el gusto por el viaje placentero. A cambio se insiste en el dolor, la angustia y la soledad.

Esta deducción lleva a constatar que en Pulsaciones ha desaparecido el tono intrascendente de algunos poemas de Canciúnculas y el libro gana en serenidad, pero su lugar lo ocupan versos profundos que, si indican una evolución hacia la madurez del poeta, también advierten que sus preocupaciones primeras están evolucionando hacia la angustia que se hará característica en su poesía madura.

La razón la da el mismo poeta en un artículo periodístico, cuando dice con la seguridad de haberlo experimentado: «El niño debe reír, el tiempo-vida le traerá la tragedia en sí, penas, sufrimientos y contrariedades. El mundo tiene una piel rugosa y difícil para los hombres, pero lisa y llana para los niños»158; y él se siente ya hombre lleno de abundantes tragedias cotidianas.

Esta vuelta voluntaria y anhelante a su niñez muestra un regusto por el dolor, porque es el sentimiento que se le quedó grabado de esta etapa de su vida; por ese motivo a Valhondo le gusta sentirlo con tal de recuperar su infancia perdida («[Quién pudiese…] sentir el miedo que un día / sentí siendo niño»159. Sin embargo,  también se puede pensar que la atracción por el dolor es una tendencia innata en el poeta pues, a través de este sentimiento negativo, experimentó otras sensaciones como el silencio, la soledad o la meditación que lo ayudaron a indagar en sí mismo y en los demás.

En Pulsaciones se vuelve a detectar la sensualidad, que apareció en Canciúnculas. Sin embargo el uso de este asunto sufrirá un proceso decreciente conforme avance su obra, pues Valhondo lo irá relegando a una situación marginal y únicamente lo empleará en contadas ocasiones difuminado en un lirismo cada vez mayor. No obstante en Pulsaciones podemos localizar alguna muestra patente de la sensualidad de sus años juveniles, rebozada en esta ocasión con el ritmo de la canción flamenca:

«Si quieres que yo te quiera

tienes que salir desnuda

para que pueda yo verte

a la luz de la luna»160.

También aparece de nuevo en Pulsaciones la preocupación por los seres débiles (en concreto por el loco y el niño), que muestra la solidaridad de Valhondo no sólo preocupado por sus tormentas anímicas personales sino también por los seres más indefensos como ya detectamos en Las siete palabras del Señor:

 

«¡Qué dolor cuando te miro,

 pozo de dolor cargado!

[…]

Hoy he visto un niño

en la cama de tu agua

aprisionado»161.

En libros anteriores pudimos comprobar cómo el joven Valhondo a pesar de su edad se mostraba como una persona prematuramente madura. Ahora en Pulsaciones se confirma esta actitud en el uso reiterado de temas como la pena, la tristeza, la angustia y la idea de suicidio que pasa por la mente del poeta con cierta frecuencia como solución a los desgarros continuos de su espíritu, unas veces sutilmente a través de sus personajes

«Aquí hay un hombre entero,

 éntrate [puñal] por mi costado

 que te haré flor en mi pecho»162.

 otras, directa y claramente:

«Cerca de mí un árbol seco

 me está invitando al suicidio»163.

Esta forma natural de decir el poeta lo que piensa sin tener en cuenta la ideología religiosa de la época en la que el suicidio era un tema tabú y condenado, descubren características de su personalidad humana que ya ha incorporado a su lírica: espontaneidad, transparencia y valentía en decir lo que realmente siente sin divagaciones que camuflen la expresión para evitar problemas. Mientras otros poetas jugaban a oscurecer la expresión, Valhondo tuvo una palpable intención de aclararla, de no enturbiar sus sentimientos para adaptarlos artificialmente a las tendencias ideológicas imperantes. Esta postura independiente será la que adopte a lo largo de su extensa vida poética como reflejo de compromiso humano y de responsabilidad lírica.

La pena y la tristeza, que en este libro sigue teniendo su origen en la influencia popular del cante jondo y culta del Romancero gitano de Lorca, serán el comienzo de la aparición de un tono angustiado y anhelante porque el poeta, que ya tomó conciencia de su procedencia divina al sentirse parte del paisaje, comienza a sentir sus limitaciones y su finitud humana, contrasentido que desembocará en una fuerte desorientación: Por un lado su sentimiento se atrofia hasta llegar a caer en una perenne tristeza y a desear sentir la pena:

«-¿Para una pena?-

¡Quererla!

eternamente quererla»164.

Y por otro sus anhelos de Dios y eternidad desembocarán por los fracasos sufridos al intentar alcanzarlo en el deseo de sentirse insensible ante todo para eludir el sufrimiento:

«Dios mío,

[…]

Núblame la inteligencia

y embálame en algodón

el corazón»165.

Esta idea llega a tener en su exposición un tono parecido al de Rubén Darío en su poema «Lo fatal», aunque en Valhondo resulta más esperanzada porque, mientras el poeta modernista cierra el poema con un desencanto desolador, el poeta extremeño abriga el anhelo de ser Dios, pero no con el fin de usurpar su puesto sino para sentirse seguro y sin intranquilidades espirituales que lo atormenten:

«¡Qué locura de sentir!

¡En la locura de sentir,

amar,

crear,

ser Dios,

eso sí!»166.

Los últimos poemas de Pulsaciones tratan dos conceptos muy arraigados desde antiguo en el espíritu de Valhondo: el silencio y la soledad que en esta ocasión surgen de la espiritualidad sugerida por el entorno del barrio de San Mateo de Cáceres. Pero ese lugar, que hasta ahora le había traído a su recuerdo momentos inolvidables de su infancia y su juventud, se encuentra invadido por misteriosos secretos que le provocan preocupaciones espirituales. Tales intranquilidades se verán traducidas en sus versos por medio de un tono delirante que confirma el aumento de la angustia en este libro. Y como consecuencia aparece de nuevo el contraste entre la espiritualidad sentida por el poeta en aquellos lugares y la conciencia de sentirse cuerpo caduco, barro imperfecto:

«¡¡¡COMO SE AGRANDA MI ALMA!!!

(¡Cómo se me achica el cuerpo!)»167.

Estas sensaciones opuestas aparecen también en sus momentos más placenteros, pues no logran calmar sus preocupaciones mortales, y el poeta se presenta como un ser extremadamente sensible que se ve muy afectado por cualquier asunto que toque las fibras de su delicado espíritu y la vasija, siempre en ascuas, de su corazón:

 «Casi no me encuentro de tanto miedo»168.

3ª)En Pulsaciones se localizan sólo algunas influencias de las que aparecieron en Canciúnculas. Este dato muestra una mayor independencia, seguridad y madurez en Valhondo, que ha iniciado una evolución hacia una poesía más afianzada y personal en la que, a pesar de sus vacilaciones y alguna que otra inseguridad de poeta novel,  apunta ya características que sustentarán su sólida obra futura.

No obstante en Pulsaciones se puede hallar alguna influencia de la poesía popular, en el empleo de versos preferentemente cortos, rima asonante, estrofas (cuarteta) y poemas (romance). A la vez también se sigue detectando una leve influencia de Juan Ramón Jiménez en la atracción que Valhondo continúa mostrando por Platero y yo:

«Un coro de niños pone

un horizonte de cantos.

El loco, el locooooooooooo»169.

También se localiza el quejío desgarrador del cante jondo y del Romancero gitano en su vertiente trágica, cuando elige a un gitano como protagonista de un ambiente impregnado de tristeza y muerte lorquiana:

«No quiero que a mí me entierre

con pena el sepulturero.

Ni que se diga que yo

no soy del todo flamenco»170.

Además se detectan influencias del Modernismo en sus dos épocas claves: una, en el interés por la sensación, la musicalidad, la melancolía de los ambientes crepusculares y la tristeza del otoño:

«Un crepúsculo otoñal que traiga silencio y sombra,

para mí.

Un amanecer de campanillas de plata y cantos de alondra,

para ti.

La humedad y la tristeza de todos los lamentos

para mí.

Los olores y canciones de todos los huertos

para ti»171.

 

Y otra, en el recuerdo de Rubén Darío (en un aspecto distinto a la cita anterior) que, una vez pasada su etapa colorista y despreocupada, ofrece a Valhondo una solución a sus problemas anímicos y cotidianos en la vuelta a la naturaleza, el origen terrenal:

«Quién pudiese sentirse fiera

en un bosque, entre árboles,

entre jarales, entre piedras,

en una cueva profunda y sentir,

¡Quién pudiera sentir

ser tierra!»172.

También se observa la influencia del inefable Ramón Gómez de la Serna en versos, que son una especie de greguerías, como

«¡Qué dolor tiene la luz / que mira por la ventana»173.

«Mira que alegre va el río / sonando buenos dineros»174.

«Carreteras que son hilos / con que se empaqueta el campo»175.

El motivo de estos recuerdos de Ramón es que Valhondo, interesado por las nuevas formas del arte, encontró en este sorprendente escritor el modelo para conseguir una expresión lírica más rica y creativa176. Y se detecta por último una influencia del poeta colombiano José Asunción Silva177 en la honda melancolía de algunos poemas y en el gusto por las repeticiones anafóricas, que dejan en el aire una tristeza latente y un ambiente mortecino:

«¡¡¡COMO SE AGRANDA MI ALMA!!!

(¡Cómo se seca mi cuerpo!)

(¡Cómo se seca mi cuerpo!)

(¡Cómo se seca mi cuerpo!)»178.

En cuanto a la influencia vanguardista de Canciúnculas casi no queda nada en Pulsaciones, donde sólo un caligrama, «Arco de Santa Ana», recuerda aquella reminiscencia que caló hondo en el ánimo abierto de Valhondo, para desaparecer después en cuanto tomó el pulso de su poesía personal, que se encontraba lejana a estas experiencias juveniles:

     

«Es de ver cuando tú pasas ya de noche por el Arco.

Es de oír esos siseos de raso negro rasgado,

de tus muslos.

(Ni comadrejas, ni búhos, ni lechuzas

sisean con tanto agrado).

Es de oler tanta humedad fresca

sacada por el Diablo

de su lacena [sic].

Es de ver cómo se marcha mi pena

y quedo alegre y cantando.

 
   

        Por                colgado

        mirarte

        a

        ti

        la

        esquina

        se quedó

        el

        ojo

                  Mi ilusión va cuesta arriba                 La calle va cuesta abajo179      

                                                    En este ángulo tengo

amor para ti guardado.

Bailan los cristales rotos

en línea recta alargados

colores de luna llena.

Cuando pasas lentamente

ya de noche por El Arco,

mis oídos sueñan música,

mis ojos sueñan calvarios».

Hay en Pulsaciones un hecho que llama poderosamente la atención: la falta de referencia temática a los sucesos de la guerra civil, que estaba asolando España por la época en que Valhondo elaboró los poemas de este libro. La razón puede deberse a su conciencia de poeta independiente, que no dejaba influir su creación por los hechos acaecidos en su entorno al adoptar una postura cercana al «arte por el arte», o bien que su situación personal, por su adscripción ideológica a la izquierda cuando estalló la contienda, no le permitió tratar el tema para no agravar aún más su ya delicada situación.

4ª)Abundantes imágenes, que muestran a un poeta más creativo y evolucionado hacia una expresión más rica en matices que en Canciúnculas y en Las siete palabras del Señor. La riqueza de las imágenes de Pulsaciones presentan a un poeta que, alentado por sus deseos de buscar la expresión exacta y la forma más lírica sin perder capacidad de comunicación, va madurando a pasos agigantados:

«Se cayó la luna al pozo

y está nadando dormida»180.

«El eco va rebotando

de rocas en rocas las o 

que va formando el ocaso»181.

«En un regato rezando

las ranas siempre lo mismo»182.

«éntrate por mi costado

que te haré flor en mi pecho»183.

De ahí que las imágenes y recursos literarios en Pulsaciones destaquen por estar más ajustados a la expresión que en Canciúnculas, porque ahora se ha hecho más contenida igual que el uso de estos medios formales. Por este motivo es fácil localizar en ellos una espiritualidad más equilibrada con el lirismo al que gradualmente viene tendiendo el poeta, aleccionado por sus deseos de crear una poesía trascendente y desprovista de elementos innecesarios:

Metáforas: «en las cumbres más altas / de mis pensamientos»184. «Un ciprés se saca punta / en el airecillo frío»185.

Imágenes: «Atenúame la luz del alma / Hazme una arruga en la frente / Arráncame con tenazas la espina / Núblame la inteligencia […] / embálame en algodón»186.

Asociaciones sinestésicas: «mis oídos sueñan música, / mis ojos sueñan calvarios»187.

Paralelismos: «Ay, quién fuese pescador / […] / ¡Ay, quién fuese corazón!»188.

Anáforas: «Para ti … / para mí … / para ti … / para mí»189.

Símiles: «Me rodea tu espíritu / como atmósfera de lana»190.

Personificaciones: «Una rosa bebe olor de tierra. / Un ciprés pincha su encanto / que sangra. Una cruz / pide caricia a una mano / de madre. / Un ángel se hace de mármol»191.

Pulsaciones es el libro que cierra la etapa iniciática de Jesús Delgado Valhondo, donde terminan los tanteos realizados durante toda una década. El poeta ha llegado a tener una idea clara de lo que quiere: la creación de una poesía que exprese sus intranquilidades para mitigarlas y a la vez que las comunique no sólo de una forma traslúcida sino también trascendente.

De ahí que a lo largo de sus tres libros iniciales se haya ido desprendiendo de elementos superfluos (espontaneidad, intrascendencia, ritmos ligeros) que fueron propios de su ímpetu juvenil y ahora no le sirven para crear con la hondura deseada.

Pulsaciones, además de ser el libro donde se observa más esa evolución hacia la madurez, es también el eslabón que conecta con el primer libro de la poesía conocida (Hojas húmedas y verdes) de Jesús Delgado Valhondo, donde se muestra más selectivo en los asuntos tratados, que desde entonces sólo apuntan a los grandes temas de su obra poética, y más cuidadoso en la forma pues, aunque continúa la irregularidad métrica y rítmica, el tono es más equilibrado por la desaparición de las estructuras repetitivas. 

 

HOJAS HÚMEDAS Y VERDES (1944)

Hojas húmedas y verdes es el primer libro de poemas publicado por Jesús Delgado Valhondo, que tiene una importancia capital pues es la continuación, conexión y síntesis de su primera poesía (Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones) y a la vez supone el punto de partida y el germen de su lírica madura, donde aparecen expuestos contenidos y recursos, que se harán característicos a lo largo de sus libros posteriores conformando el núcleo temático de su obra poética y su estilo personal.

Hojas húmedas y verdes es un libro constituido con poemas seleccionados de Canciúnculas y Pulsaciones y otros nuevos que el poeta escribió para la ocasión:

Poemas de Canciúnculas: «Amor» y «Amanecer en la catedral». El primero es el «Apunte XII» de Hojas … y el segundo es uno de los cuatro poemas que aparecen manuscritos en la vuelta de la contraportada. Los dos últimos versos del poema «Castilla en siesta» («Un solo árbol, consuelo / de la gran pasión del campo») aparecen en los versos 4º y 5º del «Apunte I» de Hojas 

Poemas de Pulsaciones: «Meditación».

Poemas del borrador de Pulsaciones: «Dolor» y «A la orilla del mar». «Nota del viaje» cambia en Hojas … el título por «La estación» y los versos 7º y 8º, «Bajo un álamo / de pájaros que reverdecen»,  por «Álamo: pez en arcilla. / Pájaro, ¡ay! que se pierde».  «Castillo» y «Mañana vieja», aparecen reelaborados.

Poemas nuevos: A esta selección antológica, le añadió diez poemas nuevos («Semana Santa», «Día nuevo», «Paseo», «Otro amanecer», «La venta», «Fecundidad», «Árbol nuevo», «Árbol viejo», «La manzana» y «El membrillo») y trece de los catorce «Apuntes», excepto el nº XII.

Hojas húmedas y verdes fue un libro que Jesús Delgado Valhondo no tuvo en mente hasta poco antes de su publicación, porque el proyecto que llevaba abrigando quince años192 era el de publicar un libro grande (El año cero). Pero sus planes se vieron alterados por el ofrecimiento de la colección Leila y el deseo que tenía de conocer la opinión de la crítica sobre su poesía de la que, hasta el momento sólo había editado algunos poemas sueltos en revistas.

Debido a esta circunstancia resulta necesario indagar en el objetivo que Valhondo persiguió para componer el libro. Para ello barajamos dos hipótesis: quiso presentar una muestra de su primera poesía y completarla con poemas nuevos o bien completar los poemas escritos para Hojas … con la selección antológica. De las dos hipótesis nos inclinamos por la segunda porque, de haber querido presentar una muestra amplia de sus primeros libros no hubiera tenido necesidad de escribir poemas nuevos si nos atenemos al número que incluye de aquéllos en Hojas … y El año cero.

Resuelto este extremo tenemos que preguntarnos sobre el modo que tuvo Valhondo de componer el libro y entonces surgen dos preguntas: una, ¿qué razón lo llevó a escribir poemas nuevos en Hojas … cuando pudo escogerlos de los que tenía preparado para El año cero? Creemos que pudo tener dos motivos: no quiso tocar los que había escrito para El año cero, pues los tenía reservados para su libro grande, o bien aprovechó la ocasión para tratar en ellos el tema cumbre de su poesía, la soledad humana, tomando como entorno el paisaje y como símbolo el árbol solo en el momento clave de sentar la base temática de su obra poética.

Dos, ¿por qué seleccionó esos poemas de sus libros anteriores y no otros? La respuesta puede ser la siguiente: Valhondo, impaciente por publicar, selecciona de los libros anteriores aquellos poemas con los que estaba más conforme y respondían a dos exigencias: una a la calidad y otra a que versaran sobre los temas que, de la amalgama de los tratados en Canciúnculas y Pulsaciones (y su borrador),  predominan en Hojas … con el fin de construir la base temática de su obra poética. Y no incluyó un número mayor de ellos porque, unidos a los poemas nuevos, completaban la extensión marcada por los editores de la colección Leila.

Además le da validez a estas hipótesis el hecho documentado de que Valhondo fue en El año cero donde quiso recoger todos los poemas válidos de su etapa iniciática. Sin embargo accedió a alterar sus planes, porque necesitaba con urgencia poemas para completar los que había escrito para Hojas 

De Las siete palabras del Señor no incluyó ningún poema por varias razones: 1)Se trataba de un libro circunstancial y no encajaba en el proceso selectivo. 2)Fue un libro concebido globalmente y no tenía sentido incluirlo en parte ni entero. 3)No parece que lo considerara con la suficiente calidad para difundirlo en su primer libro editado.

Hojas húmedas y verdes mantiene, amplía y perfecciona características de los libros de su primera etapa por varias razones:

1.-Los poemas de Canciúnculas y Pulsaciones, que aparecen en Hojas …, muestran que el poeta ya tiene conciencia de la calidad: de los poemas seleccionados, la mayoría son editados sin variaciones. Además uno es perfeccionado cambiándole el título por otro más acorde con el contenido del poema y adaptando dos versos que desentonaban. Dos los reelabora mejorándolos palpablemente y de otro selecciona un par de versos que son claves en su poética. Comparando los poemas originales con los retocados, se observa que el poeta ha conseguido perfeccionarlos después de superar una ardua y reflexiva labor de lima.

Además Valhondo se vio animado a realizar esta paciente tarea por la responsabilidad de dar a conocer sus primeros versos en un libro editado y su autoexigencia, que lo arrastraba a romper o reelaborar versos y poemas constantemente hasta el punto de estropear alguno por su afán perfeccionista: «Veo con dolor y disgusto que algunos poemas antes buenos no se pueden admitir ya» le dice Pedro Caba en una ocasión. Incluso desechó muchos poemas, que sólo conocemos por referencias documentales y debió destruirlos en arrebatos de perfección.

2.-Se observa que los poemas nuevos están construidos con un cuidado exquisito: unos bajo la disciplina del soneto y el resto sustentados en una labor creativa que tiende a la esencialidad de la expresión, en la que se han suprimido los tonos inconscientes y espontáneos de su primera poesía.

3.-En los poemas de Hojas … por tanto se detecta una evolución palpable hacia la madurez: el poeta no sólo sabe seleccionar poemas por la calidad sino también crear una poesía que elimina formas y contenidos superfluos y asuntos secundarios para centrarse en la producción de una lírica esencial y trascendente.

4.-La cuidadosa selección de poemas de libros anteriores y la construcción de los nuevos descubre que ya el poeta sabe lo que quiere y cómo conseguir un objetivo meditado: la concreción temática y la creación de un estilo personal, que sentara unas bases circunscritas a unos temas determinados y a un modo concreto de expresión, presidido por la sencillez elaborada, la síntesis y la trascendencia.

Esto lleva a pensar que Valhondo ha dado por concluida su etapa iniciática y es consciente de que en Hojas … debe construir los cimientos de su obra poética de acuerdo con un contenido, una forma, un estilo y un esquema unitario y coherente.

Valhondo, una vez realizada la selección, centró su interés en presentar sus poemas con una lógica determinada que fuera acorde con su formación docente, pues esta postura compaginaba con sus deseos de transparencia y de comunicación. No obstante, observando la composición del libro, parece que no cumple este requisito pues, si bien Hojas … se encuentra dividido en dos partes, un número mayor de poemas en la primera (12 poemas y 14 “Apuntes”;  y sólo cinco poemas en la segunda) desequilibra esta distribución.

Pero después de realizar un análisis detenido de la estructura se llega a la conclusión de que Hojas … goza de un equilibrio formal basado en la simetría, pues el libro reparte sus poemas de esta manera:

1º)Parte inicial: Un soneto, dos poemas con títulos formados por sustantivos semejantes (día-mañana) y adjetivos opuestos (nuevo/vieja) y dos poemas dedicados a elementos del paisaje («Castillo» y «A la orilla del mar»).

2º)Parte central: Siete poemas  y catorce apuntes, que tratan contenidos diversos.

3º)Parte final: Un soneto, dos poemas con títulos formados por sustantivos semejantes (árbol-árbol) y adjetivos opuestos (nuevo/viejo) y dos poemas dedicados a elementos del paisaje («La manzana» y «El membrillo»).

Es decir, la parte central está construida con siete poemas más el doble de apuntes193 y las partes periféricas con la reunión de cinco poemas en cada una que además están repartidos de una manera idéntica en ambas partes. Esta distribución, que no pude ser una casualidad, lleva a pensar que quizás el poeta originalmente lo dividiera en tres partes tal y como las acabamos de exponer y la descompensación entre ambas partes se deba a un error de imprenta, que olvidó indicar el comienzo de la segunda parte y puso a la tercera el número de la segunda.

No obstante, como la idea anterior es sólo una hipótesis, nos atendremos a la estructuración que marca el poeta dividiendo el libro en dos partes claramente diferenciadas:

La primera, dedicada a A. Rodríguez Rebollo, formalmente es una mezcla de los poemas rescatados de los libros anteriores y de poemas nuevos; y significativamente se subdivide en dos planos que se corresponden con los poemas relacionados en la parte inicial y la central.

Y la segunda, dedicada a Eugenio Frutos Cortés, acoge únicamente los poemas nuevos citados en la parte final.

Ante tal distribución se puede pensar que quizás Valhondo quisiera distinguir un antes, formando una breve antología (los poemas nuevos que mezcla con los antiguos no desentonan, porque no será la única vez que a una selección antológica añada poemas nuevos –Primera antología y Poesía-), y un después, seleccionando para la segunda parte sólo poemas nuevos.

Ambas partes sin embargo giran en torno a un tema unitario: la descripción del estado espiritual del poeta proyectado en el paisaje que sostiene en contenidos distintos:

En la primera, los poemas correspondientes a la parte inicial, el argumento se centra en el paisaje y, en los poemas de la parte central, se observa que este asunto progresa desde el interés por el entorno al recogimiento de la meditación y por tanto al ahondamiento en intranquilidades (el paso del tiempo, la muerte, la melancolía, las visiones subconscientes) que cada vez le resultan más preocupantes.

En la segunda parte, formada por los poemas de la parte final, éstos vuelven a centrarse en el paisaje y en las sensaciones diversas que despierta en su espíritu: fecundidad (naturaleza), soledad (árbol), sensualidad (manzana), aroma (membrillo), aunque impregnadas por una suave melancolía que provocan al poeta sus deseos insatisfechos de libertad materializados en la imagen del árbol solo, que como él se encuentra prisionero del paisaje.

Por tanto Hojas … es un libro estructurado formal y significativamente, que muestra el interés de Valhondo por seguir presentando sus libros nítidamente distribuidos. Esta comprobación indica dos hechos: una, el deseo que tiene de facilitar la comunicación entre poeta y lector y, otra, la reafirmación de su conciencia de autoría.

Los temas y contenidos no son nuevos, pues ya aparecen en sus primeros libros; sin embargo, en Hojas … se observan varios cambios en su uso y en sus enfoques:

 1)El poeta ha desechado los marcados por influencias como la angustia de tono lorquiano y la idea del camino, que había tomado prestada de Machado.

 2)Los asuntos se concretan más pues en sus primeros libros aparecieron mezclados sin destacar ninguno.

 3)El tratamiento es más personal y maduro, porque ha desaparecido la espontaneidad y la intrascendencia, típicas de su poesía novel.

Por estas razones ahora se encuentra un tema central en torno al que giran todos los poemas del libro. Además este asunto ahora aparece madurado, porque la visión que tiene Valhondo del paisaje no es producto de una simple concepción descriptiva sino de una profunda reflexión espiritual. De ahí que el poeta no se limite a relacionar los elementos del paisaje sino que los use como espejo donde se refleja el estado de su espíritu, que es normalmente melancólico porque el paisaje se desvanece, las montañas no son nítidas, la primavera es verde y fría y un árbol lo incita al suicidio:

«A las montañas lejanas

alguien da con difumino.

Cerca de mí un árbol seco

me está invitando al suicidio»194.

Dentro de este tema y, a diferencia de sus libros anteriores que no lo trataron, se expone el tema de Dios donde es posible distinguir (aunque sólo aparece breve e intermitentemente) que la postura del poeta con respeto a la divinidad es la misma que se establece entre un hijo y su padre: el poeta ve a Dios cercano y amable, habla confiadamente con Él y se refugia en su consuelo transmitiéndole, como si de un cómplice se tratara, sus intranquilidades:

«Mientras los dedos de Dios

están secando mis lágrimas»195.

«¡Parece, Señor, mentira

que envejezca una mañana!»196.

Sin embargo no es suficiente la cercanía con Dios que de momento siente el poeta, pues también impregnando todo de angustia aparece el tema del tiempo y de su implacable aliada, la muerte, que le provocan fuertes y constantes preocupaciones causadas por su acción destructiva:

«Me está doliendo el tiempo

en las primeras canas de la cabeza.

Como una compañera

fuerte me aprieta del brazo

una cinta negra»197.

Por tanto el paisaje, Dios, la muerte y el tiempo son los temas fundamentales que se perfilan como los asuntos sobre los que va a girar su obra poética. Esta rapidez en el planteamiento temático reafirma la idea de que Valhondo en Hojas … quiso sentar la base temática de toda su obra, pues sólo falta por aparecer un tema fundamental, el hombre, que presentará y desarrollará en libros posteriores.

Otros temas complementarios se mezclan con estos asuntos centrales como la preocupación religiosa («Semana Santa»198), la tristeza («Mañana vieja»199), los anhelos de infinito («La estación»200), la melancolía («Paseo»201), el dolor («Dolor»202), la espiritualidad («Amanecer en la catedral»203), las intranquilidades («Apunte VI»204), la aceptación de su condición imperfecta («Apunte VII»205), el miedo a la muerte («Apunte VIII»206) o la comunión con el paisaje («Apunte XIV»207). Es decir, han perdurado  de los libros anteriores aquellos contenidos que congenian con los temas centrales, que ya ha elegido el poeta cuidadosamente para que sean el núcleo de su obra lírica.

Esta concreción de los temas de Hojas … lleva a observar que el interés por la determinación del contenido, comenzada en la última parte de Pulsaciones, se convierte en contención y equilibrio, pues todo aparece impregnado por una melosa tristeza innata en el poeta y, muchas veces de su gusto, que lo hacen menos impetuoso y más íntimo, de tal forma que se puede hablar de la existencia de un dulce equilibrio místico-espiritual en Hojas húmedas y verdes.

Ahora el poeta se encuentra en el camino de la madurez, por lo que ha desaparecido el ímpetu arrollador (a veces inconsciente) de sus primeros libros, la mezcla de temas intrascendentes con asuntos preocupantes y el desbordamiento por alguno de sus extremos. Sus versos en cambio adoptan tonos graves de poeta maduro como ya se puede detectar en el soneto que abre el libro, donde se localiza el sentido religioso con que Valhondo captaba e interpretaba la realidad:

«La primavera enciende velas largas

 cuya almena de luz son las estrellas

que en la noche temblando se retrasan

                    

son semillas las lágrimas amargas

esperando que alguno beba en ellas

el dolor de los Cristos que aquí pasan»208.

Llama la atención que en su primer libro conocido la melancolía se haya apoderado del ambiente emocional que envuelve su quehacer lírico y evolucione a la angustia ya en el tercer poema, «Mañana vieja». Por esta razón se detectan que Valhondo, desde el inicio de su obra poética, se muestra un poeta tan prematuramente preocupado por temas trascendentes, que es lógico no encontrar concesiones al romanticismo como es normal en los poetas noveles.

Ese carácter triste, melancólico y fuertemente preocupado provocará que el desequilibrio emocional  se haga típico en Valhondo y, en Hojas húmedas y verdes, ya se observe en la influencia que ejerce en su ánimo el contraste entre el día y la noche que lo incita a la autodestrucción, angustiado en su soledad por esa lacerante hipocondría en que constantemente vive:

«Si llego a matarme anoche

hoy no respiro este alba

que sabe a fruta madura

que sabe a fresca manzana»209.

El amanecer del día en cambio lo libera de los temores y ecos de muerte nocturnos, le trae la luz que ahuyenta las sombras y su espíritu se abre a la par que la claridad para oxigenar su alma y llenarse de vida y confianza:

«Una nube se quiere hacer gusano,

el aire todo negro bulle y crece

y se extiende gozoso por el llano

derrumbando a la sombra que perece»210.

En Hojas húmedas y verdes existen poemas correlativos que tratan el mismo tema: «Día nuevo / Mañana vieja» y «Árbol nuevo / Árbol viejo», que no sólo son la muestra de un trabajo selectivo y organizado, sino también de la insistencia en el paisaje, tema clave, en torno al que gira todo el libro. Este asunto, predominante en Hojas húmedas y verdes, se localiza en el mismo título del libro y en el de poemas como «A la orilla del mar», «Otro amanecer», «La manzana» o «El membrillo». Incluso hay referencias directas al paisaje en poemas, cuyos títulos no se refieren a él como «Semana Santa» y «Apuntes».

Dentro del paisaje aparece el poeta-hombre, sus semejantes, los animales (la paloma, el toro, la perdiz, la golondrina, la cigüeña) y las plantas (el árbol, elemento primordial del paisaje; y las frutas -la manzana y el membrillo-, en donde el poeta encuentra el paisaje sintetizado):

«He mordido la manzana

la lluvia fresca, mi cuerpo

y una fuerte mañana»211.

El paisaje por tanto es el termómetro que indica el estado de su espíritu. Por esta razón se deduce que Hojas húmedas y verdes es el punto de partida del recorrido vital y lírico iniciado por el poeta, que se sabe y se siente paisaje no sólo por ser su primer libro conocido sino sobre todo por su contenido que gira en torno a este asunto omnipresente212Hojas húmedas y verdes es el nacimiento del poeta y su contenido, el paisaje, el origen del hombre que representa. De ahí que Manuel Molina en el prólogo del libro asegure que Jesús Delgado Valhondo es un «hombre de la creación».

El tema del árbol ya aparece en Canciúnculas, pero en Hojas húmedas y verdes Valhondo lo presenta más desarrollado y maduro: el árbol es el elemento más destacado del paisaje, porque encuentra una estrecha semejanza con la situación del ser humano en el mundo. El árbol por tanto es un símbolo con el que Valhondo explica su concepción sobre la vida: cuando es joven, el árbol se encuentra enraizado en la tierra sintiéndose parte del paisaje, sin embargo las mismas raíces, que lo unen a él, lo mantienen aferrado a la tierra y coartan su libertad. El árbol quiere ser paisaje haciendo uso de su libertad, pero no puede ejercerla. Cuando es mayor, su situación empeora porque el árbol ha renunciado a sus deseos y se encuentra en la soledad.

Éstos son los mismos planteamientos vitales del poeta que siente en su conciencia de ser independiente y libre cómo forma parte del universo, pero la realidad lo ata a sus propias circunstancias encadenando sus anhelos. Es por tanto en la primera parte de su vida una especie de Tántalo que desea y no puede, prisionero del paisaje del que ha surgido:

                 

«Ante el temor del daño, ¡qué andaderas

de niño le colocan! Él se agarra,

intenta dar un paso y todo en vano.

¡Está el campo tan cerca! si pudieras …

                                                    Pero su raíz como una enorme garra

le sujeta en esfuerzo sobrehumano!»213.

Luego el poeta intuye que cuando sea mayor olvidará sus anhelos por inalcanzables y  se encontrará involuntariamente en el abandono, el desencanto y la soledad:

«No viene un perro amargo que le ladre

 al deslizar cabellos poco a poco

 y quedar convertido en un buen padre»214.

Es decir, la vida del ser humano es una constante frustración, primero por no poder usar su libertad cuando en su juventud tiene deseos y fuerza («Árbol nuevo») y finalmente resulta una tremenda tragedia, porque cuando es mayor todo concluye en la soledad más absoluta («Árbol viejo»).

No se localiza en Hojas húmedas y verdes ninguna influencia vanguardista palpable, excepto la del surrealismo en algunas de las numerosas imágenes que se encuentran diseminadas por todo el libro:

«Exactas la Semana Santa miden

con triángulo y compás las golondrinas»215.

«(es una nube gris

la hoja de una navaja)»216.

«Hacinadas calaveras

que sólo a morder aciertan

en el mar de sus maderas»217.

No obstante, a pesar de la influencia surrealista se descubre la originalidad y la riqueza de matices de la poesía de Valhondo (detectada en la última parte de Pulsaciones) en la capacidad creativa personal que encierran estas imágenes. De las influencias de sus libros primeros sólo quedan leves y escasos recuerdos de Antonio Machado:

«(Temprana luna de enero

quién te pudiera besar

en el claro azul del cielo!)»; 218.

de Juan Ramón (de su primera etapa, en el título del libro);

de Lorca:

«El olor de verde seco

en el heno conmovido

y verde oscuro en el eco.

Y verde claro en el llanto»; 219.

 de Alberti:

«(¡Hermosa y linda está el agua

con sus banderas de pinos

y puntillas en la enagua!)»; 220.

 y Miguel Hernández:

«Exhalan los hormigueros

de la franciscana tierra

cansancio de jornaleros»; 221.

Pecellín también encuentra en algún verso similitud con Pedro Caba y con Aleixandre. De todas formas en ningún momento se trata de una influencia en toda regla, sino más bien de restos de esquemas mentales que todavía afloran de sus abundantes lecturas sin proponérselo el poeta.

Llama la atención sin embargo el tono social de los versos con los que recuerda a Miguel Hernández, porque no es la primera vez que Valhondo hace llegar su preocupación por la gente que habita el paisaje, a pesar de que da la sensación de que se encuentra aislado en el caparazón de sus intranquilidades. Aunque en estos casos a Valhondo más que calificarlo de social habría que llamarlo solidario, pues no intenta mover masas sino la conciencia de cada ser humano. Por esta razón en sus libros siguientes siempre aparecerá algún momento en el que denuncie la situación lamentable de seres marginados o desvalidos, más necesitados de calor y comprensión humana que de movimientos reivindicativos.

El estilo, empleado por Valhondo en Hojas …, es el que hará salvo leves variaciones característico de su personalidad poética: natural, sencillo, sincero y humano; lengua y expresión común, confidencial, transparente, velada por abundantes imágenes que le imprimen misterio y un tono triste y melancólico, cercano a la hipocondría (a veces habitada por visiones fantasmales: «Cuando creo que están quietas [las calaveras] / de serenidad ambiciosas, / por las órbitas despiertan / las arañas silenciosas»222). Aunque como ya se ha advertido en Hojas húmedas y verdes el estilo es más equilibrado y contenido que en sus libros anteriores por la selección realizada, la aceptación de su responsabilidad literaria y la conciencia de que inicia su obra poética y debe seguir una evolución coherente. Dos poemas antológicos «La manzana» y «El membrillo» son extraordinarios ejemplos de la perfecta conjunción conseguida entre un tema natural y una expresión de fino y esencial lirismo:

«-Adán, toma … Adán, prueba …

¡Gózame! ¿No ves que soy fruta

madura, que soy Eva?»223.

«El espejo nevado;

tu pañuelo.

El barroco hecho espuma;

tu pañuelo.

Donde tus dedos escriben

tus dedos»224.

De ahí que su estilo se depure en poemas que son producto de una visión hiperreal del entorno y muestra de una madurez lírica que sorprende encontrarla en su primer libro editado:

                           

«(Ahora puedo explicarme

por qué entre la ropa blanca

-tesoro de campo y aire-

has guardado una manzana

para perfumar tu carne)»225.

La autodisciplina temática y de estilo que se ha impuesto el poeta también se hace extensiva a la métrica y la rima donde es patente que las vacilaciones, características en sus libros anteriores, ya no son generales pues han desaparecido en su mayor parte:

Doce poemas de los 31 que componen el libro responden a una distribución conocida de la métrica y la rima. Sonetos: «Semana Santa», «Fecundidad», «Árbol nuevo» y Árbol viejo». El segundo y el tercero cambian los cuartetos por serventesios y el cuarto tiene una rima distinta en el segundo cuarteto. Posiblemente Valhondo incluyera estos sonetos en el libro influido por este comentario de Pedro Caba: «Le aconsejo la décima y el soneto por ejercicio […]. Ya sabe Vd. el asco que nos ha hecho coger al soneto. Pero cuando en esto se logra frescura, espontaneidad y juventud vuelve uno a sentir agrado y emoción poética ante él»226.

    Romances: «Mañana vieja», «La estación», «Meditación», «Apuntes (VII y XIII)». Todos están formados con versos octosílabos y cumplen con la distribución de la rima asonante en los versos pares. Tercerillas: «Apuntes (II y X)». Cuarteta asonantada: «Apuntes (IX)».

Ocho poemas tienen su métrica en octosílabos: «A la orilla del mar», «Amanecer en la catedral», «Otro amanecer», «Apuntes (I, IV, V, VI,VIII)». Pero mezclan generalmente la rima asonante y la consonante de forma irregular y por ese motivo no terminan siendo estrofas o poemas. Este hecho no se produce porque el poeta tuviera dificultad en construir estas formas de acuerdo con la métrica oficial, sino porque así los creaba a conciencia (por ejemplo, el segundo poema citado tiene la rima asonante en los versos impares227).

Ocho poemas combinan los octosílabos con heptasílabos («Día nuevo» y «La manzana»), con un tetrasílabo («Paseo», «La venta», «Apuntes (XI y XIV)»), con dos tetrasílabos y un endecasílabo («Apuntes (III)») y con trisílabos y tetrasílabos («El membrillo»). Resulta curioso que algún poema tenga en los primeros versos una distribución regular de la rima y en los siguientes se rompa como sucede en el primer poema o que «La venta» tenga la distribución propia de cuatro redondillas, pero la cuarta cambie su último verso octosílabo por un tetrasílabo.

Y tres poemas mezclan distintos metros: dodecasílabos con un pentasílabo y un octosílabo («Castillo»); varias medidas de hexasílabos a dodecasílabos («Dolor») y de tetrasílabos a decasílabos («Apuntes (XII)»). El primero comienza con la rima asonante en los versos pares pero, a partir del 8º verso, se rompe esa regularidad y el tercero intercala un verso suelto en medio de una cuarteta.

La tendencia hacia la regularidad, aunque no es general, resulta una muestra de que la forma se encuentra al servicio del contenido y se trata más de un ejercicio premeditado de contención, acorde con su evolución hacia la madurez, que de una tendencia firme hacia el encadenamiento en la métrica y en el ritmo de las formas tradicionales. Este hecho lleva a pensar en la posibilidad de que las vacilaciones localizadas sean tanteos experimentales del poeta, que sigue buscando su forma personal de decir.

En cuanto a los recursos empleados, sorprende la acumulación que se produce en el primer poema del libro, «Semana Santa», donde el poeta muestra su capacidad creadora, mezcla de honda espiritualidad y delicado lirismo. Sin embargo ese uso acumulativo y consciente de medios sorprende porque no es típico en la técnica de Jesús Delgado Valhondo, sino el empleo natural de recursos que van surgiendo del mismo discurrir sincero con que cuenta sus impresiones. El poema comienza con un hipérbaton muy marcado:

«Exactas, la Semana Santa miden

con triángulo y compás de golondrinas,

y la tarde de abril por las colinas

las cigüeñas, midiéndolas, despiden»228.

Y en el resto del poema se localizan metáforas («Son ascuas las raíces», «La primavera enciende velas largas / cuya almena de luz son las estrellas», «Son semillas las lágrimas amargas»), personificaciones («cierna el olivar cenizas finas») e imágenes («miden con triángulo y compás», «esperando que alguno beba en ella / el dolor de los Cristos que aquí pasan»).

Posiblemente la acumulación de recursos en el primer poema, portada del libro, sea un medio consciente de captar la atención del lector nada más comenzar la lectura. En el resto los recursos empleados cumplen las características antes mencionadas, como se puede comprobar en esta descripción del amanecer donde no se cita expresamente sino sólo es sugerido:

«Todavía tiene el cielo

una luna limpia y clara

cuando un ruido de colmena

empieza a mover las casas»229.

o en la descripción negativa de una mañana triste:

«Todo el aire está arrugado

y el tiempo lleno de canas»230.

Otros recursos localizamos en una lectura atenta del libro:

Subjetivismo, a través del uso reiterado de la primera persona:

«Si llego a matarme anoche»231.

“Me está doliendo la primavera»232.

«yo ando como árbol seco»233.

«soy ciego y he perdido el corazón»234.

«He mordido en la manzana»235.

 o del vocativo, en determinados momentos («¡Parece, Señor, mentira¡»), para conseguir el tono cercano y confidencial.

Metáforas:

«(es una nube gris la hoja de una navaja)»236.

«Todos somos / […] hombres ceros»237.

«El espejo nevado; / tu pañuelo»238.

Personificaciones:

«Tienen los cuatro rincones

olor a sangre del agua.

las paredes se desprenden

de las sombras que guardaban»239.

Encabalgamientos:

«Un son                   

de campanas matinales»240.

«¡qué andaduras

de niño le colocan!»241.

«Tiene un sabor de mujer

amargo, ácido y grana»242.

Como es posible observar, los recursos empleados por Jesús Delgado Valhondo surgen de su meditación y de la raíz de su sentimiento y no de un trabajo artificioso sobre el papel (aunque esto no quiere decir que, una vez escritos, no los meditara y limara), de ahí que resulten llenos de frescura y originalidad.

De auténtico hallazgo (ya anunciado en los primeros libros), se pueden definir las imágenes innumerables que aparecen en los poemas de Hojas húmedas y verdes, por su creatividad:

«Son ascuas las raíces

[…]

La primavera enciende velas largas

cuya almena de luz son las estrellas

[…]

Son semillas las lágrimas amargas»243.

«cuando un ruido de colmena

empieza a mover las casas»244.

“Lágrimas tienen los hilos

rotos de las telarañas.

La piel de polvo en aguja

ha cosido la mañana»245.

«Álamo: pez en arcilla»246.

«Por la carretera abajo,

empujados por la tarde,

el alcalde y su señora»247.

«El espejo nevado;

tu pañuelo.

El barroco hecho espuma;

tu pañuelo»248.

Estas imágenes son resultado de una creatividad caracterizada por la construcción espontánea, libre de elaboraciones intelectuales pero naturales y de gran eficacia significativa, que se encuentra al servicio del contenido lírico y espiritual (no del lucimiento) y de acuerdo con el estilo, de tal forma que no desentonan con el discurrir de la expresión sencilla y natural y a la vez imprimen calidad a los versos.

La variedad, que se halla en estas imágenes y en otras localizadas, lleva a entender que la creación en Valhondo es consustancial con su esencia lírica: no crea imágenes por el mero hecho de embellecer la expresión, sino que éstas surgen con la expresión misma como síntoma de la calidad y madurez lírica que va consiguiendo conforme toma el pulso de su lírica, y la elaboración es el resultado de una meditada observación que se materializa en imágenes como las citadas en las que expone sus preocupaciones trascendentales a través de una visión lírica de la realidad.

Por este motivo no estamos de acuerdo con José María Pemán cuando definió Hojas húmedas y verdes como un libro «lleno de gracia y juventud» porque, sin más aclaraciones, resulta un comentario superficial que perjudica su valoración. La riqueza creativa que encierran las imágenes mencionadas lleva a rechazar este tipo de comentarios que suelen terminar destacando la sencillez como la característica fundamental del estilo de Valhondo y, sin embargo, olvidan subrayar el esfuerzo creativo realizado por el poeta, porque no advierten que se trata de una sencillez elaborada.

Valhondo es sencillo en el tono amable, cercano y confidencial que emplea, en la frescura que imprime a su expresión con el uso del verso corto y la rima asonante, en sus ideas humanas por su cercanía, pero no lo es en su expresión creativa de sutiles observaciones, propias de un espíritu delicado, que transmite la esencia de su reflexión por medio de imágenes muy elaboradas y envueltas en una expresión natural, que destila de su proceso de meditación no siempre sencillo.

La poesía de Jesús Delgado Valhondo hay que paladearla y meditarla, porque lo que expresa, antes lo ha rumiado en su espíritu y después en el papel lo ha reelaborado y pulido hasta encontrar la expresión justa y esencial. Éste es un proceso radicalmente opuesto al poeta sencillo, cuyos versos se deshacen entre los dedos antes de llegar al alma del lector:

«Me esta doliendo la primavera,

el verde del ciprés

y el reloj de pulsera»249.

«El retablo es todo el cielo

dentro del pecho de Dios»250.

«A caramelos de cera

saben las nubes del cielo»251.

Estas imágenes llegan directamente al espíritu del lector a través de sensaciones diversas que llenan su palabra de una honda emanación anímica que unas veces puede traducir y otras no entiende pero quedan indelebles en su alma. Poesía la de Jesús Delgado Valhondo, lejana a la sencillez que algunos críticos sin desearlo han repetido sin aclarar bien este concepto, ignorantes de que, con su comentario poco meditado, le hacían un flaco favor.

En cambio otros supieron captar las entrañas de su poesía desde el primer momento: «Todo tiene emoción, vibración y hondura»252, le dice Frutos a Valhondo sobre la impresión que le producen los versos del libro. Fernando Bravo destaca sus múltiples lecturas y sugerencias: «Leo y releo tu librito y cada vez encuentro un matiz nuevo»253. Francisco Garfias emparenta el estilo de la poesía de Valhondo con la espiritualidad que rezuma el título del libro: «Tu poesía es transparente y fina como las Hojas húmedas y verdes y tiene la gracia espiritual de una lluvia finísima sobre la hierba»254. Jorge Campos resalta su poesía candente y humana: «Estamos aquí [en Madrid] tan ensonetados y llenos de poesía fría, bien medida y compuesta, pero que no dice nada, que sabe bien leer algo escrito con sinceridad y vocación poética y no con arte de laboratorio o falsa artesanía»255.

Después de la publicación de Hojas húmedas y verdes, Jesús Delgado Valhondo continuó su creación lírica haciendo notar su sinceridad y vocación poética en una poesía cada vez más reflexiva, trabajada y trascendente. Así lo supo ver Vicente Aleixandre («[Observo una] mayor concentración en los poemas que me manda»256), cuando dos años después supo detectar el esfuerzo creador de Valhondo.

EL AÑO CERO (1950)

El año cero es el segundo libro de poemas editado por Jesús Delgado Valhondo, con el que hace realidad el proyecto largamente aplazado de publicar un libro grande257, que recogiera los mejores poemas escritos hasta el momento para hacer su presentación en el mundo de la poesía. Luego las circunstancias se encargarían de alterar sus planes y primero publicó Hojas húmedas y verdes para tantear la opinión de la crítica.

El año cero está formado por una selección antológica de poemas de CanciúnculasPulsaciones258Hojas húmedas y verdes y poemas nuevos:

1.-Poemas de Canciúnculas: «Noche de calentura»259, «Amanecer en la catedral», «Dolor», «Noche cocida» y «El reloj de mi abuelo» son publicados en El año cero con variaciones excepto el primero; el segundo aparece con unos leves cambios en los versos finales, el tercero cambia el título por «Septiembre», el cuarto aparece reelaborado y con un subtítulo «(Barrio de San Mateo de Cáceres)» y el quinto reducido.

2.-Poemas de Pulsaciones: «Pozo», «Para ti las margaritas», «Soledad», «¡Ay, quién fuese corazón!», «La bruja» y «Meditación»260. «El sepulturero» cambia el título por «Al sepulturero», «Paisaje de Castilla» por «Paisaje castellano», «Nota del viaje» por «Estación de ferrocarril» y  «Salida de luna» por «Luna en el barrio de San Mateo de Cáceres». «Cante jondo» y «Camposanto», aparecen reelaborados.

3.-Poemas del borrador de Pulsaciones: «Enero», «Febrero», «Abril», «Octubre» y «Diciembre» sólo conservan el título. «Marzo», «Mayo», «Julio»261, «Septiembre» y «A la orilla del mar», idénticos. «Junio» y «Agosto», reelaborados. «Noviembre», sólo idéntico el título y reelaborado el último verso.

4.-Poemas de Hojas húmedas y verdes:

-«Día nuevo», reelaborado en El año cero donde aparece con un verso más. La diferencia fundamental se encuentra en la colocación del estribillo «¡Si llego a matarme anoche!» al comienzo del poema en El año cero262, donde el poeta destaca positivamente el incumplimiento de su arrebato momentáneo.

-«Paseo», «La venta» y «El membrillo» son idénticos en ambos libros.

-«Otro amanecer» sólo varía el título por «Amanecer». Y algunos «Apuntes» de Hojas … son los «Sueños» de El año cero: el “Apunte IV” de Hojas … es el “Sueño I” de El año cero; el VI es el II; el XII es el III; el XI es el IV y el VII es el V.

-«La manzana», reelaborado.

-«La estación»263 de Hojas … cambia el título por «Estación de ferrocarril» en El año cero y reelabora dos versos encabezados por sendos vocativos («Álamo: Pez en arcilla» y «Pájaro, ¡ay! que se pierde»), que rompían la linealidad del tono enunciativo del poema por otros dos versos («Bajo un álamo, / de pájaros que se pierden») cuyo tono concuerda con el resto del poema.

5.-Poemas nuevos: «Aire», «Olivos», «Autopsia», «La idea», «Nana a la primavera», «Silencio», «Otoño mío», «Sueño», «Peregrino», «Noche», «¡Señor, Señor!», «Mérida», «Tierra», «Agua», «Cáceres», «La naranja», «Uvas», «Ciruelas claudias», «Canciones», «Fiebre» y «Dolor florido». 

Como se puede apreciar, la selección realizada por el poeta para componer El año cero es mucho más amplia que la llevada a cabo con Hojas … debido a que:

 1)Hojas … es más selectivo porque, aparte de que los editores le indicaran un límite de páginas, Valhondo sólo quiso presentar una muestra de su poesía, pues se trataba de su primer libro editado y debía ser cauto en la selección de los poemas seleccionados y en su número.

2)En El año cero, Valhondo selecciona cuidadosamente los poemas más granados de su poesía anterior sin distinguir a qué libro pertenecen, les añade otros escritos expresamente para el libro, con el fin de reunir lo mejor de su poesía y, desde este sólido punto de partida constituido por un solo libro, cimenta su obra lírica.

No en vano Jesús Delgado Valhondo consideraba El año cero su primer libro264, porque Hojas húmedas y verdes siempre le pareció una experiencia novel con un título impreciso y errores tipográficos. Según Juan María Robles, el mismo título del libro así lo indica: «Con El año cero declara [Delgado Valhondo] paladinamente que comienza de la nada y que va en busca de algo o deja impreciso, innumerado el momento en que comienza su poesía»265.

También con el título el autor quiso transmitir su preocupación por el tiempo, que se le escapaba sin poder atraparlo: «El tiempo se me va de las manos del alma»266. Fernando Bravo aseguró que Valhondo con El año cero se situaba en la intemporalidad: «Un año nonnato de un tiempo inadvenido, sin calendario ni relojes, el año eterno del corazón del alma». Estos críticos llevan razón pues años más tarde el mismo poeta declaró que con El año cero «intenté matar el tiempo, que es el devenir de la vida».

Valhondo no estructura El año cero de una forma tan clara como sus libros anteriores, porque no agrupa los poemas por libros ni los distribuye en partes ni indica de alguna manera los escritos expresamente para él. Todo lo contrario, mezcla unos con otros sin orden ni concierto aparente. Sin embargo teniendo en cuenta el afán estructurador que tuvo en sus libros anteriores, su forma de distribuir El año cero debió responder a un razonamiento lógico.

Analizado este asunto, se localizan tres series de poemas: una es la constituida por doce poemillas dedicados a los meses del año («Enero» … «Diciembre»). Otra está formada por tres poemas extensos («Peregrino», «Noche» y «¡Señor, Señor!»). Y la tercera se encuentra integrada por cinco poemas dedicados a frutas («La manzana», «La naranja», «Uvas», «El membrillo» y «Ciruelas claudias»)267.

Si nos atenemos al contenido, la primera serie gira en torno al paisaje; la segunda, a su relación con Dios, y la tercera de nuevo al paisaje. Y si centramos nuestro análisis en el estilo también se halla esta triple estructuración: los poemas dedicados a los meses del año, continúan la línea comenzada en sus libros anteriores de poesía esencial, intuitiva, impresionista, de ágiles y sorprendentes trazos. Los poemas extensos en cambio desarrollan mucho más su contenido, los versos se alargan igual que su número y la expresión deja de ser esencial. Y los poemas dedicados a las frutas de nuevo son breves y el poeta vuelve a la poesía sintetizada.

Visto así, estas tres series de poemas indicarían la existencia de una distribución en El año cero y, en el caso de que estos poemas fueran los únicos del libro, ya estaría localizada la estructura, que volvería a basarse en la simetría como en Hojas … ateniéndonos al contenido (paisaje / Dios / paisaje) y al estilo (esencial / desbordado / esencial). Pero quedan más de la mitad de los poemas sin clasificar y por tanto no podemos hacer extensiva esta estructuración a todo el libro.

De ahí que intentemos buscar otro tipo de estructura en la que entren todos los poemas dividiendo su número por la mitad y agrupándolos en dos partes, y descubrimos que en la segunda se concentran todos los poemas nuevos (excepto «Aire» y «Olivos»). Pero éstos se mezclan con poemas de Pulsaciones Hojas húmedas y verdes268 y en consecuencia esta estructuración no lleva a localizar una distribución razonable ni se detecta dato alguno que indique un deseo consciente de presentar ordenadamente el libro.

Ante la imposibilidad de hallar una respuesta lógica a cómo Valhondo pudo estructurar El año cero, concluimos con tres hipótesis que al menos pueden dar pistas para hacernos una idea aproximada sobre tal interrogante: mezcló los poemas de una forma intuitiva según apreciaba que no rompían el tono general ni el objetivo de servir de escaparate antológico de su poesía. O quiso estructurar los poemas del libro haciéndolos girar en torno a las tres series citadas de poemas y luego no las concluyó. O bien se dejó llevar por su empeño de ofrecer una visión amplia de su poesía y mezcló los poemas de una forma no estructurada sino lineal que tuviera su punto de partida en el paisaje (poemas dedicados a los meses del año), siguiera con la exposición de sus preocupaciones espirituales (poemas seleccionados de sus libros anteriores), llegara a su culmen en la descripción de su relación con Dios (poemas extensos) y terminara de nuevo en el paisaje, donde el poeta queda lleno de intranquilidades (poemas dedicados a las frutas y últimos poemas) anunciando el contenido del libro siguiente, La esquina y el viento.

En cuanto a la métrica de El año cero, con respecto a los poemas que proceden del borrador de Pulsaciones y los poemas nuevos (del resto ya la conocemos por el estudio realizado en libros anteriores) lo primero que llama la atención es el predominio del verso octosílabo en la mayoría de los poemas: «Aire», «Febrero», «Abril», «Mayo», «Junio», «Noviembre», «Diciembre», «Olivos», «A la orilla del mar», «Autopsia», «Sueño», «Tierra», «Agua», «Cáceres», «Canciones» y «Dolor florido». Otras veces el octosílabo aparece combinado con tetrasílabos («La naranja»), pentasílabos («Enero», «Ciruelas claudias»), tetrasílabos y hexasílabos («Silencio») y decasílabo («Octubre»). El heptasílabo es utilizado en varias ocasiones solo («La idea») o combinado con el pentasílabo («Otoño mío» y «Mérida»), con el endecasílabo («Peregrino» y «¡Señor, Señor!») o el alejandrino («Noche»). El resto de los poemas presenta una métrica variada.

Respecto a la rima predomina la asonante, pero en muchas ocasiones aparece combinada con la consonante en distribuciones que pocas veces consiguen coordinarse con la métrica para formar estrofas conocidas. Sólo podemos constatar la existencia de una redondilla + una tercerilla («Febrero»), una cuarteta + una redondilla («Abril»), tres décimas («Tierra», «Agua», «Cáceres») y un terceto + un quintilla («Dolor florido»). Tampoco abundan los poemas pues sólo se localizan varios romances («Noviembre», «Olivos», «La idea», «Sueño», «¡Señor, Señor!», «Mérida», «Canciones» y «Fiebre») y una silva («Peregrino»).

Por tanto El año cero sigue la tónica de sus libros anteriores, pues el poeta muestra una clara tendencia a zafarse de ataduras formales. A cambio se localiza un interés por la experimentación: «Aire» y «Autopsia» tienen rima asonante en los versos impares; «Agosto» mezcla rimas asonantes con una consonante; «Octubre» está escrito en octosílabos y sin embargo comienza con un decasílabo. «Noviembre» es un romance octosílabo, pero mezcla rima asonante y consonante; «Marzo» combina los dos tipos de rima con versos sueltos; «Peregrino», aunque es una silva porque mezcla versos heptasílabos y endecasílabos sin orden aparente, tiene la distribución propia del romance con la rima asonante en los versos pares, o «Noche» introduce dos heptasílabos entre sus endecasílabos y está construido con versos blancos.

Estos detalles confirman que Valhondo tampoco en El año cero quería verse aprisionado por la rigidez de estos medios formales y provoca conscientemente estas alteraciones para conseguir efectos poéticos determinados, que se encaminan siempre a lograr un objetivo único: ponerse al servicio de la expresión natural, ágil y transparente que comunicara con fidelidad sus múltiples y trascendentes intranquilidades. Por este motivo incluso detectamos vacilaciones métricas y rítmicas en los poemas extensos de tono severo («Peregrino», «Noche» y «¡Señor, Señor!»), donde hubiera sido lógico que apoyara sus reflexiones angustiosas en la disciplina formal para hacer más efectivo su mensaje, pero sin embargo encuentra ese apoyo en la diversidad.

Estas vacilaciones, por tanto, se pueden explicar como un rasgo del estilo de Jesús Delgado Valhondo, incómodo con el corsé de la métrica y de la rima que, una vez pasada la prueba de fuego que supuso Hojas húmedas y verdes, se siente más libre y seguro y vuelve a su forma particular de entender los metros y los ritmos, es decir, sin ataduras y sólo como medio de contener su ímpetu para que no se desbordara o no se produjera un descenso de la calidad en sus reelaboraciones, pues Pedro Caba lo había acusado varias veces de realizar alguna desafortunada por su quimérico deseo de perfección: «Yo he tenido que rechazarle algunos poemas que, bellos y encantadores en su primera redacción, los ha echado a perder después por retocarlos»269.

Esto ocurre con el  poema «La manzana», que fue publicado en Hojas húmedas y verdes, y aparece reelaborado en El año cero con modificaciones de peor calidad:

“La manzana”

de Hojas …

He mordido en la manzana

la lluvia fresca, mi cuerpo

y una fuerte mañana.

Tiene un sabor de un ayer

amargo, ácido y grana

y tierno olor a mujer.

Suene como en el caracol

una conversación eterna,

una conversación …

-Adán, toma … Adán, prueba …

¡Gózame! ¿No ves que soy fruta

madura, que soy Eva?

(Ahora puedo explicarme

por qué entre la ropa blanca

-tesoro de campo y aire-

has guardado una manzana

para perfumar tu carne).

“La manzana”

de El año cero

He mordido la manzana

¡y era cuerpo de mujer!

que yo me soñaba ayer.

Cómo suena el caracol

que tengo por corazón

amargo como la hiel

cuando me suena tu voz.

No sé

si era manzana o mujer

o, acaso, sólo sabor,

o el olor

lo que me decía: ten.

(Ahora puedo explicarme

por qué entre la ropa blanca

-en tu cintura ya el aire-

has guardado una manzana

para perfumar tu carne).

El estilo de El año cero continúa la línea del de Hojas húmedas y verdes con una poesía directa, humana y personal aunque su expresión, ya poblada de preocupaciones, miedos e incluso visiones fantasmales, se llena de la angustia que le produce la búsqueda de Dios, su fracaso y la desorientación resultante. Este cambio de tono se detecta principalmente en los poemas extensos, donde se explaya en argumentaciones angustiosas que suponen una alteración estilística con respecto a los poemas precedentes y posteriores.

Así, mientras en los poemas breves del comienzo del libro, se halla una expresión esencial en medios y en elementos significativos expresados en una contenida melancolía, en los poemas extensos el poeta se desborda en sus razonamientos y en su angustia e incluso nos topamos con un poema («Noche») donde la expresión se hace surrealista, indicando que ha llegado al cénit de su desorientación:

«Expectación secreta de la noche en el campo,

 sonidos que persiguen simientes de sonidos;

 los sombríos sigilos de la espera en la rama

 y sombríos sigilos para ver el infierno»270.

Después vuelve a una expresión más contenida y a esa poesía esencial, de trazos firmes y concisos de los primeros poemas del libro, donde el poeta transmite múltiples y sutiles emociones a través de una extraordinaria economía de medios:

«Uvas»

Ea, ea, ea,

Las doce, niña,

a la cuna.

¡Ay!, del aire que gotea

luna

Ea, luna.

Me faltan dedos,

me sobran uvas.

(Doce amantes le cuento

hoy a la bruja)271.

 

Paralelamente al estilo el lenguaje cambia de acuerdo con el tono empleado, de tal forma que mientras en los poemas del comienzo del libro la lengua (a pesar de que todo el poemario está lleno de intranquilidades) se dulcifica con algún momento impregnado de sensualidad («Una moza rubia crece / hinchando pecho y cadera»272), en los poemas extensos se localiza una expresión que se endurece angustiosamente a la par que su amargura («voy palpando penumbras y tinieblas / […] / y la carne tiene sabor a barro»273. / «¡Mi vida!, desterrada de la vida / es un cristal herido por el hacha»274) y llega a su mayor desgarro en imágenes alucinantes como:

«La roca muerta crece en voz para la noche

y un cuerpo de gigante se lo sueña la forma»275.

Después, aunque la angustia no desaparece, la tensión se aplaca y la lengua se hace dulcemente melancólica, superada momentáneamente la fase aguda de la crisis anímica del poeta:

     

«Ya sé que soy manantial

de la semilla que espera,

dolor de mi primavera

mi carne en barro filial»276.

En cuanto a los temas utilizados, El año cero es el libro del paisaje que vuelve a impregnarlo todo tan intensamente igual que en Hojas húmedas y verdes pues como dice Pedro Caba: «[Valhondo] Es poeta del paisaje; todo en él es retina»277, y Pecellín asegura: «Jesús canta a la naturaleza, personificándola, descubriendo un mundo cálido en la intimidad de cada ser, incluso de los más insignificantes. Valhondo consigue ver las más insospechadas imágenes. Es todo agudeza visual»278. Esa intensidad en la percepción es la que consigue unificar la amalgama de poemas diversos tanto en la forma como en el contenido en torno al tema del paisaje, que ya fue el asunto central de Hojas húmedas y verdes.

El libro comienza con un poema muy significativo titulado «Aire», en el que el poeta no sólo expresa su deseo de ser etéreo para mimetizarse espiritualmente con la naturaleza sino que a la vez ofrece la clave temática del libro:

«Ser aire, molino, aire

 […]

 para verterme por todo

 el poema del paisaje»279.

y continúa con otros doce, dedicados cada uno a un mes del año, en los que describe líricamente el cambio que se produce en el paisaje, y la influencia experimentada por su espíritu que se altera con él. De ahí que estos poemas hayan sido definidos acertadamente por Pecellín como un «magnífico calendario lírico»280:

«Todo el viento lleva ahora

 aroma de mi dolor»281.

«Abril juega con mis ojos

 como juega con los pinos»282.

«Golondrinas siegan aire;

 los cuervos siegan dolor»283.

«Los surcos de los montes

 son señales de llanto viejo.

 La tierra se envejece

 sola, como un lagarto lento»284

«(En horizonte amarillo

 están clavando la tarde

 sacros golpes de martillo)»285.

Otros poemas del libro están repletos de paisaje ya desde el mismo título: «Olivos», «Nana a la primavera», «Otoño mío», «Tierra», «Agua» … y sobre todo los cinco poemas dedicados a frutas: «La manzana», «La naranja», «Uvas», «El membrillo» y «Ciruelas claudias», que son exaltaciones líricas de la fecundidad del paisaje donde además se descubre sensualidad, preocupación existencial y aguda reflexión, relacionadas con sus aromas diversos y sus formas distintas y sugestivas.

Esta sutil sensibilidad muestra cómo el paisaje, concentrado en las frutas, penetra en el espíritu del poeta a través de su vista, gusto y olfato, y cómo lo materializa en poemas que son auténticos juegos líricos llenos de sugerencias: en la manzana, encuentra la sensualidad femenina («He mordido la manzana / ¡y era cuerpo de mujer! / que yo me soñaba ayer»); en la naranja ve la forma del mundo («-El mundo, como naranja … / […] / La naranja, como mundo …») o en el membrillo, el paso del  tiempo («(Tu pañuelo que fue alba / ha madurado en membrillo)»). Esto viene a confirmar que no es una simple visión descriptiva la que el poeta realiza del paisaje y, por tanto, se trata de un enfoque original y propio de Valhondo donde radica uno de los valores del libro.

En el centro del paisaje sigue estando el árbol solo, que ahora no incita al poeta al suicidio sino que se convierte en modelo de soledad interior, cuando logra desprenderse de las intranquilidades que martirizan su espíritu para quedar él mismo, pura esencia de su yo:

«Árbol solo, en el día

largo, de mi destino.

(Voy perdiendo todo

lo que me sobra

para ser de mí mismo).

Hoja a hoja -¡alegría!-

me estoy quedando mío»286.

No obstante tal estado de gratificante soledad interior, resulta fugaz pues a través de la visión impresionista del paisaje que realiza el poeta se conoce que su ánimo se puebla de sentimientos diversos generalmente negativos: pena, tristeza, dolor, duda, melancolía, misterio, pues el paisaje es un espejo donde se proyecta y se refleja su espíritu, que está lleno de preocupaciones y deseos insatisfechos de libertad:

«Ser aire, molino, aire

[…]

para pegarme en jarales,

para verterme por todo

el poema del paisaje»287.

Destaca entre los sentimientos sutiles que expone el poeta la sensualidad de la mujer (aparte de la que acabamos de comentar) a través del aroma del paisaje, lleno del perfume natural que le sugestiona y le trae fragancias de feminidad. Continúa de esta manera, Valhondo con el tono sensual iniciado en Canciúnculas que ahora surge con toda su fuerza en el paisaje, centro de su creación lírica, quizás como un medio de evasión que lo apartan por unos momentos de sus preocupaciones trascendentales:

«Tu falda jugando en el aire.

Tus cabellos tirados al aire.

Toda tú (más que carne

hecha espíritu puro),

desperfumándote»288.

De todas formas la novedad en la temática de El año cero es la presencia de Dios que ahora se observa con más nitidez porque la proyección realizada por el poeta de sus intranquilidades en el entorno natural ya no logra calmar sus múltiples interrogantes sobre la vida, el tiempo y la muerte. Es decir, el poeta no se conforma con ser parte del paisaje como hasta ahora, porque se ha dado cuenta de que no participa de la perfección que goza la creación de Dios y, como consecuencia, este tema toma cuerpo ante la necesidad del poeta de entablar un diálogo con la divinidad para exponerle sus preocupaciones:

«Peregrino de mí por esta vida.

 Que peregrino, Dios, cuando esté muerto,

 sólo de Ti seré, que hacia Ti voy

 en zumo de misterio»289.

Pero ahora Dios no presenta la amabilidad ni la cercanía de Hojas … sino que se encuentra demasiado lejos para saciar los anhelos inalcanzables del poeta, pues cuando intenta cogerlo se le escapa produciendo en su frágil espíritu un aumento de su desesperanza y paradójicamente de sus deseos de aprehenderlo, porque se sabe dependiente de Dios y necesita encontrarlo con más urgencia cuanto más lejos está. Ante tal incongruencia, el poeta queda temeroso y desesperado en la amargura de sus imperfecciones y de su fracaso de alcanzarlo:

«En el cielo, Señor, tan alto cielo,

tan alto corazón, tan puras aguas

para esta sed de Ti que me amanece,

para este día en que supura el alba.

[…]

Si -viento- intento olerte

como perfume por el cielo pasas.

Y yo me quedo en mis instintos solo

temblando y loco, costra amarga»290.

Llama la atención que no haya poemas previos que introduzcan el tema de Dios y sin embargo, cuando aparece el primer poema dedicado a la divinidad, se descubre que el poeta no es la primera vez que habla con Ella. Sin embargo después se advierte que esta relación directa y cercana es normal porque ha estado siempre presente en la poesía de Valhondo a través de su diálogo con el paisaje, obra divina; de ahí que desde siempre Dios impregne el mundo poético de Jesús Delgado Valhondo.

Además (y esto es lo más importante) se observa que es principalmente en los poemas nuevos escritos para completar El año cero, donde el poeta muestra una mayor preocupación por el tema de Dios y repite con más insistencia la idea de la muerte, que se ha convertido de manera repentina en obsesiva. Este giro lleva a pensar que posiblemente estos poemas los escribió incluso antes de publicar Hojas húmedas y verdes influido negativamente por circunstancias adversas (muerte de su madre y poco después de su hermana, y el peso de los años de vida pueblerina y sin horizontes, donde los acontecimientos diarios estaban relacionados con el dolor y la muerte). Y no los publicó en su primer libro conocido, porque le resultaba fundamental reservarlos para el gran libro que preparaba (El año cero). Esta hipótesis aclararía que el tema de Dios y de la muerte se hagan repentinamente patentes en este libro.

El aumento de la preocupación por alcanzar a Dios no sólo se explica porque lo tenga delante y no logre alcanzarlo, a pesar de que a gritos el poeta le descubre sus secretos más preciados para conmoverlo, sino también porque el poeta se ha dado cuenta de que paradójicamente al darle la vida le exige que forme parte de su mundo finito:

(«¡Ay, cómo juega conmigo

Dios solitario y secreto!»)291.

Además el poeta se encuentra con sus semejantes que podrían calmar su angustia, pero en ellos halla también la finitud humana no la perfección divina (a pesar de ser obra de Dios) y la influencia negativa del tiempo, que ya apareció en Hojas … y por este motivo se acentuará en El año cero:

“Todos somos carreteros

lamidos por los caminos,

labradores, campesinos,

hombres ceros»292.

Hay en El año cero un poema que llama poderosamente la atención en la poesía de Valhondo. Se titula «Paseo» y está compuesto por sólo cinco versos que sin embargo contiene una característica de su estilo, su capacidad de síntesis:

«Por la carretera abajo,

 empujados por la tarde,

el alcalde y su señora,

gorda y fría,

con cuatro niños delante»293.

Este poema fue definido como impresionista o neorrealista; incluso Ángel Sánchez Pascual asegura que es un cuadro de la familia propia del régimen: el alcalde es el representante del autoritarismo de la época; la mujer, la típica esposa supeditada al marido y el número de hijos constituye la familia numerosa que recomendaba los valores morales de aquellos tiempos. Sin embargo el poeta lo explicaba de esta manera: «Hay paseos para gente vencida. Para recién casados, para familias numerosas. En los pueblos se va a la carretera o a la estación de ferrocarril. […] Yo hice un largo poema hace muchos años a este paseo de pueblo. Taché, borré, conseguí apenas unos versos. ¿Ironía? ¿Amargura? Era la otra cara de lo que antes dijimos: El paseo maduro y total. El paseo de la melancolía y del conformismo. La monotonía del atardecer»294. Con este comentario, Valhondo descubre dos hechos: uno su empeño en conseguir la palabra y la expresión exacta por su concepción responsable de la tarea poética. Dos, la trascendencia que encontraba en hechos que de entrada no tenían valor emocional alguno y en cambio servían de soporte donde plasmar sus perennes preocupaciones.

Junto a este poema de El año cero hay otros dos del mismo libro, a los que Valhondo consideraba esenciales no sólo de este poemario, sino también de toda su obra lírica: «Tres poemas de El año cero son guía e ironía de toda mi obra: ‘Paseo’, que tenía más de 60 versos y quedó reducido a cinco. ‘Mérida’ y ‘Meditación’ «. La pérdida de su pasado («Mérida, yo te piso / y tú qué lejos»), que expone sentidamente en el primero, y la soledad que, en el segundo, lo invita al suicidio para dejar de sentir («Cerca de mí un árbol solo / me está incitando al suicidio»), ciertamente son ideas claves sobre las que girará toda su obra: la primera se acentuará sobre todo en su etapa crepuscular a través del símbolo de las ruinas (Poesía de la decepción) y la segunda estará presente desde los mismos comienzos de su obra poética, pues precisamente surgió cuando se encontró por primera vez solo.

A esta relación de poemas esenciales y trascendentes se puede añadir otro poema de diez versos cortos, también llamativo por su velado misterio, que se titula «Estación de ferrocarril» y comienza así:

«La estación, bajo un álamo,

de cantos que reverdecen

tiene tres niñas que esperan

que alguien de ayer se las lleve»295.

Es un poema fundamental porque muestra otra característica de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, su capacidad de sugerencia: «Toda obra de arte, si verdaderamente es obra de arte, debe sugerir. […] Sugerir es para el cronista -quisiera no estar confundido- la más esencial de toda obra bien hecha. […] Es decir, sugerir sueños, sensaciones, milagros. Y palabras, visiones, sentimientos y proyectos»296. Y esto es lo que consigue el poeta a través de breves trazos, donde comunica unas vivencias que, aunque sólo aparecen apuntadas, contienen un significado más profundo. El poeta lo explica de este modo: «Vías de comunicación. Por donde se va la vida y puede llegar el amor personificado. El viajero que llega. El tren de la ilusión. Su novela rosa. La soñada felicidad. La aventura»297. Es decir, el deseo de libertad y de nuevos horizontes que lo invade en aquellos momentos y lo mantendrá vivo mientras guarde un solo resquicio de esperanza.

Son poemas por tanto que muestran los anhelos y pesares del poeta ante un presente desalentador, triste y sin esperanza, que trata de eludir por medio de la evasión al pasado y la evocación nostálgica de los lugares más queridos por él: Mérida y Cáceres donde pasó su infancia, adolescencia y juventud.

Aunque tampoco este recurso calma su desesperanza, pues del primer lugar sólo guarda una pesadumbre por la pérdida de identidad que está padeciendo en su fisonomía, debido a los continuos atentados que sufren sus restos históricos por el progreso («Tú te mueres de joven / y yo de viejo. / Mérida, yo te piso / y tú ¡qué lejos!»298) y, del segundo, únicamente abriga una visión fantasmal de la ciudad sumida en la noche oscura («El pueblo remoto, huido. / […] / Y las torres son ya velas / apagadas de la noche»299) e incluso su querido barrio de San Mateo aparece lleno de misterios que le producen miedo:

«El callejón está oscuro

  y tiene miedo mi alma»300.

Otros sentimientos negativos invaden al poeta, cuando empiece a sospechar la inutilidad de su búsqueda de Dios:

La muerte aparece en varios poemas donde el poeta se muestra obsesionado por este paso, que le resulta más duro aún sin la esperanza de Dios («Camposanto», «Autopsia», «Fiebre» …). Además, relacionada con ella, se encuentra una imagen que siempre impresionó a Valhondo (en libros posteriores se hará obsesiva): la del ahogado, por ser una muerte solitaria y trágica como la del hombre sin Dios:

«‘Hoy he visto un niño

 en la cuna de tu agua

 aprisionado’”301.

El dolor, sentimiento con el que se cierra el libro de una forma significativa, porque indica el estado espiritual en que queda el poeta:

«Si ya tengo mi canción

 herida de mi lamento.

 ¿A qué has venido si yo …?

 … Si yo todo estoy abierto

 de florecido dolor»302.

La soledad interior con la que se tiene que enfrentar a la cruda realidad:

«¡Aunque esté entre muchedumbre

 qué solo me encuentro!

 ¡Quiero gritar, y grito!,

 pero es que grito hacia dentro»303.

El sueño que transmite su desorientación, pues el poeta no sabe bien si Dios se encuentra en la realidad en que vive o el sueño es el medio para alcanzarlo:

«Y yo sueño, sueño, sueño, …

 Y el alma cierra la puerta»304.

Y el amor trágico, presagio del fracaso humano de su búsqueda de la divinidad:

«peregrino por este andar ansioso

 de ir más allá, donde comienzo

 y la carne tiene sabor a barro

 y la sangre a recuerdos»305.

 

El año cero por tanto es el inicio de la búsqueda desesperada de Dios y donde comienza a fraguarse la angustia producida por su abandono y desorientación, que irá in crescendo en sus libros posteriores. Por este motivo no estamos de acuerdo con Jiménez Alegría, cuando asegura que El año cero «es el primer libro reidor de después de la guerra»306 pues, si esta afirmación significa que en él predomina el optimismo, El año cero no es optimista de ninguna manera. Este libro contiene las mismas preocupaciones detectadas en libros anteriores e incluso se encuentran acentuadas al incorporar el poeta como nuevo tema su visión preocupante de Dios y su búsqueda fracasada que, al ser expuesta con la verdad de un puro corazón sangrante, se halla lejos de toda concesión a la alegría.

El año cero no es un libro reidor porque, aunque su pesimismo no es el de la poesía existencial provocado por el desastre de la guerra civil, incide en la vida real y trágica de un hombre que comienza a concebirse como finito e imperfecto y, por eso mismo, carente de esperanza. Ante esta situación trascendente e inmutable, el poeta no se ríe sino se llena de una mayor melancolía y tristeza ante esa preocupante comprobación. Por tal motivo el libro termina de esta manera desalentadora:

«[…]

Si ya tengo a mi canción

herida de mi lamento.    

¿A qué has venido si yo …?

… Si yo todo estoy abierto

de florecido dolor»307.

Todavía algún crítico sigue encontrando influencias claras de Juan Ramón, Lorca, Alberti o Gerardo Diego. en la poesía de El año cero, pero éstas se hallan principalmente en poemas de sus libros anteriores. En los poemas nuevos sin embargo sólo detectamos algún recuerdo del Romancero gitano de Lorca en el ambiente trágico del poema «Olivos» o en la gracia de los requiebros de la poesía andaluza del poema «Aire», «La idea» y «Nana a la primavera» («Trae la lechuza en el pico / dormida luna de yeso / por el olivar». Es cierto también que algún poema como «Uvas» tiene el ritmo ágil y fresco de la poesía popular y en «Noche» notamos la presencia del surrealismo. De todas formas estos detalles no pueden ser considerados influencias en toda regla, y más cuando se ha notado cómo el poeta se va desprendiendo de las localizadas en su poesía novel.

Además de ninguna manera estamos de acuerdo con Carlos Callejo, cuando le dice a Jesús Delgado Valhondo en un tono amable esto: «Con todo resultas un Bécquer muy 1950 y ello se nota en muchos detalles de tu poesía en que pagas un fuerte y triste tributo a la moda; y, al lado, de imágenes espontáneas, frescas y pasmosamente bellas, dibujas el garabato superrealista o la macabra nota solanesca (Solana, tu ídolo, es un loco genial, pero nunca un pintor)»308. La mayor parte de los poetas en su primera poesía han tenido influencias de los clásicos y además este hecho es un síntoma muy positivo, sobre todo si esa influencia se traduce en una poesía nueva como la de Valhondo. Incluso la influencia del pintor Solana en la poesía de El año cero, detectada por Callejo, viene a beneficiarlo, pues en caso de ser cierta indicaría que el bagaje cultural de Jesús Delgado Valhondo no sólo se cimenta en poetas sino también en pintores; y este dato lejos de perjudicarlo añadiría un componente valioso a la raíz intelectual de su poesía.

Las imágenes vuelven a aparecer abundantemente en todos los poemas del libro, indicando que Valhondo sigue en su línea meditativa y de responsabilidad en su creación consciente:

«Ser aire, molino aire

para que muelas mis manos

y hagas el pan de mi sangre»309.

«Cógeme esta noche en peso

el corazón»310.

«Me saben los olivares

a tu noche, Jesucristo»311.

«Se cayó la luna al pozo

y está nadando dormida»312.

«Me cuece dentro el silencio

de mi pisar amarillo»313.

«Ir andando por donde lamo sueño»314.

«Los temores se nutren de mi carne naciente»315.

«El latín en tinta china,

volando como murciélago»316.

Son imágenes que continúan al servicio del contenido y a la par que él se endurecen en expresiones que muestran la angustia creciente del poeta, la impotencia contenida y los claroscuros de su espíritu atormentado. Sin embargo esas fuertes emociones espirituales no desvirtúan en ningún momento su palabra, porque están dichas con la sentida contundencia de un poeta sincero que además va asegurando el pulso de su lírica precisamente por la conjunción que logra establecer entre estado emocional y palabra expresada, como es posible comprobar en estas imágenes, en las que destaca una creatividad muy personal donde se mezcla el lirismo, la angustia y la trascendencia:

«Ha dejado olor a sapo

la cola de la tormenta»317.

«para este día en que supura el alba»318.

«Todo el paisaje es oído

que escucha un rugido fiero»319.

”Se me está quedando lacio

el corazón, y el cerebro»320.

”¡También disecado yo!

y con plumeros de cuervos

me limpian el corazón»321.

En estas muestras observamos una seguridad expresiva y una riqueza de registros, que sorprendentemente proceden de las propias vivencias, sensaciones, estados espirituales y de una lengua común, a la que el poeta consigue sacarle toda su eficacia lírica. Es decir, la imágenes en Valhondo surgen inversamente a como sucede en otros poetas, porque éstas son el último paso en su proceso creativo. Primero dice su palabra con emoción y ese impulso crea la imagen, mientras que generalmente la imagen es el germen desde donde surge el poema.

En El año cero, Valhondo usa unos recursos parecidos a los de Hojas húmedas y verdes, pues en este aspecto mantiene el mismo pulso poético. Quizás la diferencia radique en que la mezcla de recursos realistas y surrealistas en El año cero se presente algo más estructurada, de acuerdo con la línea discursiva de este libro, distinta al anterior. En El año cero, la tensión no empieza con el libro para desaparecer después como sucede en Hojas húmedas y verdes, sino que se inicia en un tono normal y va in crescendo hasta los poemas extensos donde se encuentra el poema «Noche», de claro contenido surrealista, para volver después a un cierta calma.

Así, se puede distinguir que en la primera y tercera parte de El año cero haya recursos tradicionales como anáforas («Aire», «¡Señor, Señor!»), interrogaciones e interjecciones («Sueño»), polisíndeton («Peregrino»), vocativos («¡Señor, Señor!», «Mérida»), uso de la primera persona frecuentemente o encabalgamientos («Fiebre»). En cambio en torno al poema «Noche» se produce un oscurecimiento del lenguaje y los recursos toman un tinte preocupante por simpatía:

«Ir andando del corazón al alma

[…] Ir andando por donde lamo sueño»

«La roca muerta crece en voz para la noche

y un cuerpo de gigante se lo sueña la forma»

«La lengua se me hace pura llama»

Este cambio de tono cercano a la angustia sucede precisamente cuando el poeta comienza a sentir la soledad y el abandono al que lo somete Dios:

«Si -viento- intento olerte

como perfume por el cielo pasas»322.

Ante su soledad, el poeta emplea un medio de autodefensa que es la visión irónica de la institución eclesiástica, incapaz de ayudar a sus fieles a encontrar respuestas a sus interrogantes, demostrando su inutilidad para ser intermediaria entre el hombre y Dios:

«Catedral: las tres en punto.

 Cantan canónigos lentos.

 El latín en tinta china,

 volando como murciélago.

 Mariposea un sacristán

 -centauro- de vela a viento.

 Adelgazando está siglos

 un Cristo flaco y moreno.

 (Me explico que Carlos V

 se sintiese a veces muerto)»323.

La sorpresa mayor cuando nos documentamos sobre El año cero fue encontrar la conmoción positiva producida en la crítica, que se vio sorprendida ante una poesía libre de academicismos por su tono personal, directo y humano, distinta a la poesía de laboratorio, agarrotada, sin entrañas ni alma que, según ella, se hacía en aquel momento como aseguró Manuel Delgado Fernández: «Estamos en tiempos tan mezquinos que cualquier mediocre se considera genio, y definitiva y acabada su obra inicial, generalmente floja en todos, y más floja todavía en los que la consideran insuperable y tienen sólo oídos para la baja adulación y las campanas huecas. Sin embargo, iniciaciones hay, como esta tuya, que tallan hombría poética y señalan la ruta de la cumbre»324.

También sorprende comprobar que Jesús Delgado Valhondo, por entonces aún poeta novel, con El año cero hiciera mella en la sensibilidad de críticos distintos y distantes y dejara en ellos una huella indeleble por su tono original y su verdadero sentir. Así Jiménez Alegría destaca su capacidad de comunicar y conmover: «Desde el primer día que lo leí, vi en Vd. a un poeta sensitivo de una delicadeza acusada. […] Da Vd. la sensación que se propone, la empapa de emoción y ésta llega vibrante y pura al espíritu del lector»325. Arturo Benet alaba su decisión de elaborar una poesía transparente y natural: «Creo que ha emprendido el camino más seguro y directo, aunque quizás no sea el más llano ni el menos accidentado: el de la dicción clara y la expresión directa; el de la belleza más pura y más inmarcesible»326. Carlos Callejo destaca su espiritualidad: «Sigue y sigue tu rumbo, en cuanto al estilo se refiere: Tienes alma y sabes darla con gracia y con altura»327. Fernández Delgado ve en Valhondo a un poeta claro, espontáneo y auténtico:  «Vuelvo a expresar mi fe y mi esperanza en las dotes poéticas de Vd. a quien considero representante -quizás el único- de la tendencia poética más pura: La de la espontaneidad y la cristalinidad del poema; dos condiciones esenciales de la autenticidad del lirismo»328. Y Manuel Monterrey subraya la trascendencia que encuentra en su poesía: «Sus poesías reflejan una incertidumbre de un verdadero poeta que tiene algo que decir»329.

Opiniones como las citadas llaman la atención poderosamente, pues existen pocos casos como el de Jesús Delgado Valhondo que, después de publicar sólo dos libros, reciban opiniones tan sinceras y agudas, producto de lecturas detenidas. Estilo personal, directo y emotivo; poeta espontáneo y auténtico, que goza de un lirismo con rumbo definido, son las características que se le reconocen sin ambages. Y esta rotundidad en las afirmaciones sorprende, porque generalmente los primeros libros publicados, incluso de los grandes poetas, son calificados como primerizos y faltos de personalidad.


[1] El poema, que continúa inédito, se titula «Amanecer»: «Rojo, morado, violeta; / colores de atardecer / -¿Me das un beso mujer / para sellar la paz nuestra? [Estos versos aparecen tachados] / Las golondrinas manchando / de puntos negros, la tarde … /Para mañana el recuerdo / de los colores que guarde / dentro de mi corazón. / Violeta, morado, rojo … / cuántos colores distintos / colores [esta palabra y el verso anterior están tachados] de atardecer / dolores para mis ojos».

[2]Aunque con las debidas reservas, porque no hemos encontrado documentos ni datos que lo certifiquen concluyentemente.

[3] Es decir, hacia 1933 ó 1934.

[4] Lleva una cita de Leocadio: «Que callen los niños que cantan en la calle».

[5] «Dolor», p. [5]. El dolor en Valhondo también se encuentra íntimamente relacionado con el placer: «El dolor se hizo placer / el placer se hizo dolor, / se fundieron en mi pecho / en forma de corazón», p. [23].

[6] «Olvido», p. [5].

[7] «Noche de calentura», pp. [83 y 85].

[8] «Caminante», p. [65].

[9] «Suicidio», p. [55].

[10] «Viaje en tren», p. [73].

[11] «Media zurcida», p. [31].

[12] «Castilla en siesta», p. [33].

[13] «Noche cocida», p. [41].

[14] ibídem, p. [41].

[15] «Espejo», p. [49].

[16] «Noche cocida», p. [43].

[17] «Viaje en avión», p. [77].

[18] «2º. Suicidio».

[19] «Viaje de Platero y yo», p. [67].

[20] «Castilla en siesta», p. [33].

[21] «Amor», p. [5]. Machado dice en el poema LXXVII, p. 140, de sus Poesías Completas (Espasa-Calpe, 19ª ed., 1994): «así voy yo, borracho melancólico, / guitarrista lunático, poeta, / y pobre hombre en sueños, / siempre buscando a Dios entre la niebla».

[22] «Carmen Romero», p. [19].

[23] «Crimen», p. [17].

[24] En su poema «Alba rápida» de su libro Cuerpo perseguido. También encontramos una necesidad parecida en el poema «Lo fatal» de Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío.

[25] «Dejadme morir!», p. [89].

[26] «Duerme que viene el halcón», p. [91].

[27]  «4º cuadro. Bronca», p. [59].

[28] «El reloj de mi abuelo», p. [45].

[29] «Viaje en avión», p. [77].

[30] «Dolor», p. [5].

[31] «Noche de calentura», p. [85].

[32] Valhondo se sintió muy atraído por el cante jondo; de hecho, a lo largo de su vida, fue socio de varias peñas flamencas.

[33] «Novia», p. [7]. Otros ejemplos de influencias populares son «La mitad llena de luna, / la mitad llena de sol; / Así sería la plaza / en que torease yo» en «Poeta torero», p. [29].»Recostado en una esquina / con un cigarro en los dedos / para ver cuál de las mozas / se fijaba en mi sombrero» en «Fiesta», p. [47].

[34] «Crimen», p. [17].

[35] «4º cuadro. Bronca», p. [59].

[36] «Novia», p. [7].

[37] «Vente», p. [63].

[38] «Caminante», p. [65].

[39] «Dejadme morir», p. [87]. Otros poemas en donde esto se puede comprobar son «Crimen», «Carmen Romero», «Castilla en siesta», «Viaje en tren», «Noche de calentura» o «Duerme que viene el halcón», de los que en algún momento citamos textos.

[40] «Viaje de Platero y yo», pp. [67 y 69].

[41] «Vente», p. [63]

[42] «Novia», p. [7].

[43] «¿Recuerdas?», p. [9]. 

[44] Este trabajo de lima lo podemos observar en el poema «3º cuadro. Caos», p. [57], que está lleno de correcciones, tachaduras y reescrituras donde se puede deducir la lucha del poeta con la palabra.

[45] «Luna llena», p. [11].

[46] «Para mi consolación», pp. [23-25].

[47] «Noche cocida», p. [41].

[48] «El reloj de mi abuelo», p. [45]. El poema CXXVIII titulado «Poema de un día» de Machado (Poesías completas, p. 219) recuerda a este poema de Valhondo, porque ambos imitan el sonido del reloj.

[49] «Crimen», p. [7].

[50] «Viaje en avión», p. [75].

[51] «El reloj de mi abuelo», p. [45].

[52] «Viaje en avión», p. [75].

[53] «Viaje en tren», p. [71].

[54] «Noche cocida», p. [41].

[55] «Fiesta», p. [47].

[56] «Viaje de Platero y yo», p. [67].

[57] «Noche de calentura», p. [85].

[58] «Viaje de Platero y yo», p. [67].

[59] «Viaje en avión», p. [77].

[60] «Una tarde me saqué yo de paseo», pp. [38 y 39].

[61] «Castilla en siesta», p. [33].

[62] «Vente», p. [63].

[63] «Para mi consolación», p. [25].

[64] «Caminante», p. [65].

[65] «Para mi consolación», p. [23].

66 ibídem, p. [23].

67 «Noche cocida», p. [41].

68 «Poeta torero», p. [29].

69 «Novia», p. [7]

70 «Poeta torero», p. [29].

71 «Viaje en tren», p. [73].

72 «Castilla en siesta», p. [33].

73 Es un poema formado por veintiún versos trisílabos, tetrasílabos, pentasílabos, octosílabos, eneasílabos, decasílabos y dodecasílabos (3-8-4-8-8-5-8-3-5-5-4-12-8-5-3-5-10-8-9-8-8), que riman en asonante y consonante (a-bbac-cccddd-deee-ef), excepto cuatro que están sueltos.

74 «Para mi consolación», p. [23].

75 «2º cuadro. Suicidio», p. [55]. Los dos primeros versos nos recuerdan a unos parecidos del soneto «A una nariz» del poeta barroco y los dos últimos al poema «Primavera amarilla» del Nobel.

76 «3º cuadro. Caos», p. [57].

77 «Caminante», p. [65].

78 «Viaje de Platero y yo», p. [69].

79 «Caminante», pp. [65 y 99].

80 «Viaje en tren», p. [71].

81 «Viaje en avión», p. [79].

82 ibídem, p. [77].

83 «¡Dejadme morir!», p. [87].

84 ibídem, p.[88].

85 Mucho más tarde, en Ruiseñor perdido en el lenguaje, Valhondo volverá a usar la imagen de los pájaros negros, creemos que influido por la película «Los pájaros» de Alfred Hitcotch.

86 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [11].

87 «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», p. [15].

88 «Tengo sed», p. [23].

89 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [11].

90 Aún inédito.

91 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado «, p. [13].

92 «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!», p. [15].

93 «Tengo sed», p. [23].

94 «Consummatum est», p. [25]. Es una idea expresada por Valhondo ya en su primer libro, que ahora repite y volverá a hacerlo en varios momentos de su obra lírica, cuando la angustia lo llene de dolor y sienta que la solución a tantas preocupaciones es ser insensible.

95 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [11].

96 «Hijo he ahí a tu madre», p. [19].

97 «Consummatum est», p. [25].

98 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [11].

99 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [11].

100 «Padre mío ¿por qué me has abandonado?», p. [21].

101 «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», p. [27].

102 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [11].

103 «Padre mío, ¿por qué me has abandonado?», p. [21]. De este poema la única rima suelta es la última, pero obsérvese cómo Valhondo la hace coincidir con la partícula interrogativa del comienzo: «¿Por qué […] / […] (¿POR QUÉ?)».

104 «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», p. [15].

105 «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», p. [27].

106 «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso», p. [17].

107 «Padre mío, ¿por qué me has abandonado?», p. [21].

108 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [13].

109 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [13].

110 «Tengo sed», p. [23].

111 «Prólogo a Las siete palabras del Señor. Oración al Señor crucificado», p. [11].

112 «Mujer he ahí a tu hijo», p. [19].

113 «Hijo he ahí a tu madre», p. [19].

114 «Mujer he ahí a tu hijo», p. [19].

115 Jesús Delgado Valhondo, «Iglesia de Santiago (Cáceres)», Hoy (Badajoz), fascículo 34, 22-3-92.

116 Son versos del primer poema citado, p.[15].

117 Versos del segundo poema mencionado, p.[19].

118 Esto nos explica también el temor que sintió siempre a quedarse solo.

119 «Padre mío, ¿por qué me has abandonado?», p.[21].

120 «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», p.[27].

121 Leocadio Mejías fue el que realizó este trabajo, pero no los ilustró con dibujos como hizo con los poemas de Canciúnculas.

122 El año cero, que elaboró con poemas de CanciúnculasPulsaciones y bastantes de los que aparecen  manuscritos en la vuelta de las hojas de este último libro.

123 El índice no recoge fielmente la composición del libro, pues el primer poema «¡Ay, quién fuese pescador», en su página correspondiente se titula «¡Ay quién fuese corazón!». El título del poema «Para ti las margaritas» en un principio era «Sinfonía», que así aparece en el Índice porque no fue rectificado por el poeta. Registra como un solo poema «La pena, entre la pena y el consuelo y el consuelo» y sin embargo aparecen en el interior del libro como tres poemas independientes: «La penita», p.[27], «Entre la pena y el consuelo», p.[29] y «El consuelo», p.[31] numerados «I, II, III» respectivamente. Además en el índice la última parte, «Barrio de San Mateo», está encabezada por un poema con el título incompleto, «Plazuela», pues en su página correspondiente se titula «Plazuela de San Mateo», que se compone de tres poemas no registrados en el índice: «Torreón», «Campanario del convento» y «Convento».

124 Debe referirse al poema del mismo título, que no hemos localizado, porque los versos que aparecen son distintos a «Abril», poema editado en El año cero.

125 Este poema es una muestra del esfuerzo de síntesis que ya por entonces realizaba Valhondo. Los veinte versos del poema original quedan reducidos a seis; así lo publicaría en Hojas… y El año cero.

126 E incluso en las caras de las hojas aprovechando los blancos que dejan algunos poemas del libro. Tanto a los poemas manuscritos, que aparecen en las caras, como los que se localizan en las vueltas de las hojas de este libro, serán denominados de ahora en adelante “poemas del borrador de Pulsaciones”.

127 Al final del poema aparece una firma a pluma, «J. delgado». Debe ser una forma abreviada, que Jesús Delgado Valhondo utilizó en un principio para firmar.

128 Al aparecer esta anotación encabezando la primera página de poemas manuscritos, entendemos que en un principio todos estos poemas fueron compuestos para El año cero, aunque como posteriormente decidió publicar Hojas …, seleccionó también algunos de estos poemas para completar este libro.

129 El poema lo indica poniendo debajo de «Septiembre» «(dolor)». Como tenía otro poema con el título de «Dolor» en Pulsaciones, se decidió a cambiárselo al de Canciúnculas cuyo contenido encajaba con el que deseaba para el mes de septiembre.

130 De los poemas que no se indique en qué libro fueron editados posteriormente, se debe entender que no se tienen más noticias de ellos.

131 El poema queda cortado y el poeta indica que continúa con la anotación: «Pasa a páginas siguientes».

132 Publicado en el Hoy (Badajoz) el 24-11-62.

133 De éste y del anterior no tenemos más que esta noticia, quizás porque sólo se trate de títulos de artículos que Valhondo pensaba escribir y finalmente se quedaran en títulos de conferencias, pues posteriormente pronunció alguna con denominaciones parecidas.

134 Editado en el periódico Extremadura (Cáceres), aunque no sabemos la fecha.

135 Es uno de los pocos poemas que responden a un tipo concreto de distribución regular. Pero su redacción original, que aparece tachada, es una mezcla de versos tetrasílabos y octosílabos con una rima irregular y algún verso suelto.

136 «Pozo», p. [19].

137 «Para ti las margaritas», p. [25].

138 «El loco», p. [17].

139 «Espiral del cante jondo / taládrame el corazón. /  […] / Espiral del cante jondo / ya me has roto el corazón». «Cante jondo», p. [33].

140 «La penita», p. [27].

141 «Cante jondo», p. [33].

142 «Angustia», p. [37].

143 «Soledad», p. [41].

144 «Florecer», p. [45].

145 «Meditación», p. [49].

146 «Oración», p. [53].

147 «¿Ser?», p. [55].

148 «¿Ser?», p. [55].

149 «El silencio levanta un altar», p. [59].

150 «El sepulturero», p. [63].

151 «Camposanto», p. [61].

152 «Calleja oscura», p. [69].

153 «¡Detén el paso! / y escucha atento / el silencio / que despiden / las monjitas del convento». «Convento», p. [67].

154 «Calleja oscura, / ¡cómo se queja el suelo con mis pasos, / qué tristes son sus lamentos!». «Calleja oscura», p. [69].

155 «Yo no sé por qué secreto / tiene miedo el corazón. /  […] / Yo no sé por qué secreto / tengo miedo de mí mismo». «Salida de luna», p. [75].

156 «Es de ver cuando tú pasas ya de noche por El Arco. / Es de oír esos siseos de raso negro rasgado, / de tus muslos. / […] / Es de oler tanta humedad fresca / sacada por el Diablo / de su lacena. [sic] /  […] / Cuando pasas lentamente / ya de noche por El Arco, / mis oídos sueñan música, / mis ojos sueñan calvarios». «Arco de Santa Ana», p. [73].

157 «Manto negro de la noche / has perdido ya el color, / y, se ha borrado lo escrito / por mí, con trozos de corazón. / ¡¡¡SOL!!! / Como una flor se va abriendo la mañana». «Amanecer», p. [79].

158 «La risa en el niño». Boletín de la Inspección de la Escuela de Practicantes (Cáceres), 1944.

159 «Ser», p. [55].

160 «Canción», p. [13].

161 «Pozo», p. [19].

162 «Entre la pena y el consuelo», p. [29].

163 «Meditación», p. [49].

164 «Canción a la eternidad», p. [47].

165 «Oración», p. [53].

166 «¿Ser?», p. [57].

167 «¿Ser?», p. [57].

168 «Calleja oscura», p. [69].

169 «El loco», p. [17]. En Machado también encontramos esta preocupación por el loco: «Huye de la ciudad / […] / Por los campos de Dios el loco avanza». Poema CVI de Poesías completas. Madrid, Espasa-Calpe, 1988, p. 163.

170 «Entre la pena y el consuelo», p. [29].

171 «Para ti las margaritas», p. [25].

172 «¿Ser?», p. [55].

173 «Amanecer», p. [21].

174 «El consuelo», p. [31].

175 «Meditación», p. [49].

176 No olvidemos que Valhondo en varios números del semanario Mérida editó «Llamas de candil», que eran frases cortas e ingeniosas como las greguerías.

177 Confesada por el mismo Valhondo, que conoció sus versos en la Antología de la poesía española e hispanoamericana de Federico de Onís.

178 «Calleja oscura», p.[69]. Valhondo nos recitó de memoria con un profundo sentimiento un poema de José Asunción Silva y en especial sus repeticiones anafóricas que recuerdan a éstas.

179 Estos dos versos en el original están dispuestos en forma de tejado.

180 «¡Ay quién fuese corazón», p. [7].

181 «El loco», p. [17].

182 «Campo», p. [23].

183 «Entre la pena y el consuelo», p.[ 29].

184 «Florecer», p. [45].

185 «Meditación», p. [49].

186 «Oración», p. [53].

187 «Arco de Santa Ana», p.[ 73].

188 «¡Ay, quién fuese corazón!», p.[ 7].

189 «Para ti las margaritas», p. [25].

190 «¿Dónde pondré el corazón?», p. [51].

191 «Camposanto», p. [61].

192 Recordemos que oímos citar por primera vez El año cero en un documento de1939.

193 Notemos también el uso de este número cabalístico.

194 «Meditación», p. 13.

195 «Día nuevo», p.  8.

196 «Mañana vieja», p.  9.

197 «Dolor», p. 13.

198 «Son semillas las lágrimas amargas / esperando que alguno beba en ellas / el dolor de los Cristos que aquí pasan», p. 7.

199 «¡Parece, Señor, mentira / que envejezca una mañana!/ Todo el aire está arrugado / y el tiempo lleno de canas», p.  9.

200 «Arrastran un tren las miradas / de las tres hijas del jefe», p. 12.

201 «Por la carretera abajo, / empujados por la tarde, / el alcalde y su señora, / gorda y fría, / con cuatro niños delante», p. 12.

202 «Me está doliendo la primavera, / el verde del ciprés / y el reloj de pulsera», p. 13.

203 «Anhelante de color / rompe el alba las vidrieras / de la catedral. Un son / de campanas matinales / -espuma de luz- entró», p.14.

204 «La perdiz está temblando / estando ya disecada, / que plumas de gavilán / tiene el plumero del guarda. / ¡También disecado yo! … / Y con plumero de cuervos / me limpian el corazón», p.17.

205 «A caramelos de cera / saben las nubes del cielo. / La flor despidió el sabor / y ahora sabe a terciopelo. / Y yo me gusto a mí mismo / seco y simple, cano y muerto», p.17.

206 «Hacinadas calaveras / que sólo a morder aciertan / en el mar de sus maderas. / Cuando creo que están quietas / de serenidad ambiciosas, / por las órbitas despiertan / las arañas silenciosas», p.18.

207 «El campo esperaba al día / en mi misma pulsación. / Sonaba fuerte, sonaba / en mis sienes asustadas / la llamada / del paisaje que nacía», p.19.

208 «Semana Santa», p. 7.

209 «Día nuevo», p. 8.

210 «Fecundidad», p. 21.

211 «La manzana», p. 23.

212 Ahora nos explicamos por qué el poeta, en la dedicatoria de Poesía (Obras completas), nos escribió estas palabras: «A Antonio Salguero esta obra que es la ‘otra’ vida de un hombre y, quizás, la plena vida de un hombre [la espiritual]».

213 «Árbol nuevo», p. 22.

214 «Árbol nuevo», p. 22.

215 «Semana Santa», p. 7.

216 «Día nuevo», p. 8.

217 «Apuntes (VIII)», p. 18.

218 «A la orilla del mar», p. 11.

219 «Apuntes (X)», p. 18.

220 «A la orilla del mar», p. 11.

221 «Apuntes (I)», p. 16.

222 «Apuntes VIII», p. 18.

223 «La manzana», p. 23.

224 «El membrillo», p. 24.

225 «El membrillo», p. 24.

226 Carta de Pedro Caba a Jesús Delgado Valhondo. Valencia, 4-1-44.

227 La razón ya la hemos comentado: Valhondo no quiso verse encorsetado por el encadenamiento de la métrica y la rima no sólo por un motivo lírico sino también personal: Quería ser libre e independiente.

228 Ordenado quedaría así: «Golondrinas exactas miden / la Semana Santa con triángulo y compás, /  y las cigüeñas, midiéndolas despiden /  la tarde de abril por las colinas».

229 «Día nuevo», p. 8.

230 «Mañana vieja», p. 9.

231 «Día nuevo», p. 8.

232 «Dolor», p. 13.

233 «Apuntes (V)», p. 17.

234 «Apuntes (XII)», p. 19.

235 «La manzana», p.23.

236 «Día nuevo», p. 8.

237 «La venta», p. 15.

238 «El membrillo», p. 24.

239 «Mañana vieja», p. 9.

240 «Amanecer en la catedral», p. 14.

241 «Árbol nuevo», p. 22.

242 «La manzana», p. 23.

243 «Semana Santa», p. 7.

244 «Día nuevo», p. 8.

245 «Mañana vieja», p. 9.

246 «La estación», p. 12.

247 «Paseo», p. 12.

248 «El membrillo», p. 24.

249 «Dolor», p. 13.

250 «Amanecer en la catedral», p. 14.

251 «Apuntes (VII)», p. 17.

252 Carta de Eugenio Frutos a Jesús Delgado Valhondo, Zaragoza, 15-2-45.

253 Cara de Fernando Bravo a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 13-6-44.

254 Carta de Francisco Garfias a Jesús Delgado Valhondo, Moguer, 19-7-44.

255 Carta de Jorge Campos a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 29-8-44.

256 Carta de Vicente Aleixandre a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 23-1-46.

257 En la página anterior a la Introducción de Hojas húmedas y verdes pone «Del mismo autor AÑO CERO«, es decir, Valhondo lo anuncia seis años antes de su publicación. Además, tenemos una carta suya a Fernando Bravo del 29 de marzo de 1944, donde le expone su deseo de reunir sus tres primeros libros en uno.

258 Y del borrador de este libro.

259 Tiene en El año cero unas leves variaciones en los versos finales.

260 Cambia «árbol seco» por «árbol solo».

261 Sólo varía en una palabra.

262 Mientras en Hojas … se encuentra situado en el verso 13. Sin duda es una reelaboración afortunada la de El año cero.

263 Poema de Pulsaciones.

264 «Mi primer libro de poesías se titula ‘El Año cero‘ «, en Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiada, archivo particular del poeta.

265 Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

266 ibídem.

267 Encontramos también restos de otras series, cuya existencia conocemos por cartas como las dedicadas a ciudades («Mérida» y «Cáceres») o a los cinco elementos fundamentales («Tierra» y «Agua») o a reflexiones cortas («Sueños»), pero están incompletas pues, en cuanto a la primera, Valhondo en una carta cita unas «décimas a Cáceres»; respecto a la segunda, faltan elementos, y la tercera ya apareció, aunque con un título distinto («Apuntes»), en Hojas … No obstante estas apreciaciones también pueden ayudar a entender mejor la composición de El año cero.

268 Los de Canciúnculas están incluidos en la primera parte mezclados con otros de Pulsaciones y Hojas …

269 Prólogo de El año cero, escrito por Pedro Caba, p. 7.

270 «Noche», p. 61.

271 p. 70.

272 «Julio», p. 18.

273 «Peregrino», p. 58.

274 «¡Señor, Señor!», p. 62.

275 «Noche», p. 60.

276 «Tierra», p. 65.

277 Prólogo de El Año cero, p. 8.

278 Manuel Pecellín Lancharro, Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 70.

279 p. 13.

280 ibídem.

281 «Febrero», p. 14.

282 «Abril», p. 15.

283 «Junio», p. 17.

284 «Agosto», p. 19.

285 «Octubre», p. 20.

286 «Otoño mío», p. 57.

287 «Aire», p. 13.

288 «Marzo», p. 15.

289 «Peregrino», p. 58.

290 «¡Señor, Señor!», p. 62.

291 «Sueño», p. 57.

292 «La venta», p. 40. El cero es una metáfora que representa la nimiedad de la condición humana. También fue utilizada por Machado: «El acá / y el allá, / caballero, / se ve en tu rostro marchito, / lo infinito: / cero, cero». Poema «Llanto de las virtudes  y coplas por la muerte de don Guido» de Poesías completas. Madrid, Espasa-Calpe, 1988, p. 230. Y Abel Martín en la p. 350 asegura: «Dios regala al hombre el gran cero, la nada o cero integral».

293 «Paseo», p. 36.

294 Jesús Delgado Valhondo, «Plazas y calles», Hoy (Badajoz), 4-11-60.

295 «Estación de ferrocarril», p. 35.

296 «Sugerir», Hoy (Badajoz), 24-1-64.

297 Jesús Delgado Valhondo, «Plazas y calles», Hoy (Badajoz), 4-11-60.

298 “Mérida», p. 64.

299 «Cáceres», p. 67.

300 «Luna en el barrio de San Mateo de Cáceres», p. 43.

301 «Pozo», p. 56.

302 «Dolor florido», p. 78.

303 «Soledad», p. 53.

304 «Sueños I», p. 75.

305 «Peregrino», p. 59.

306 Ovidio Jiménez Alegría, «El año cero«, Alba (Vigo), nº 5, 1950.

307 «Dolor florido», p. 78.

308 Carta de Carlos Callejo a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 29-6-50.

309 «Aire», p. 13.

310 «Enero», p. 14.

311 «Olivos», p. 31.

312 «¡Ay, quién fuese corazón!», p. 44.

313 «Silencio», p. 52.

314 «Peregrino», p. 58.

315 «Noche», p. 60.

316 «Canciones». p. 73.

317 «Julio», p. 18.

318 «¡Señor, Señor!», p. 62.

319 «Cáceres», p. 67.

320 «Canciones», p. 73.

321 «Sueños II», p. 75.

322 «¡Señor, Señor!», p. 63.

323 «Canciones», p. 73.

324 Carta de Manuel Delgado Fernández a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 28-4-50.

325 Ovidio Jiménez Alegría, «El año cero«, Alba (Vigo), nº 5, 1950.

326 Carta de Arturo Benet a Jesús Delgado Valhondo, Arenys de Mar, 13-4-50.

327 Carta de Carlos Callejo a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 29-6-50.

328 Carta de Manuel Delgado Fernández a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 28-4-50.

329 Carta de Manuel Monterrey a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 1-4-49.

 

Fotografía cabecera: Detalle de la Catedral Nueva de Plasencia

Poesía (III,1)

CAPÍTULO III

 ANÁLISIS DE LA TRAYECTORIA LÍRICA DE JESÚS DELGADO VALHONDO

INTRODUCCIÓN

Varios críticos han coincidido en destacar la coherencia de Jesús Delgado Valhondo al crear su obra lírica sin alteraciones violentas y enfocarla gradualmente a conseguir un corpus muy meditado que conscientemente concibió desde el inicio de su poética con un planteamiento didáctico: «La obra de Delgado Valhondo tiene una marcha certera hacia la madurez y la plenitud. Cada nueva obra tuya es necesaria, es un paso más, una visión más completa de lo que intuías desde el principio y que nos va desvelando poco a poco, pedagógicamente, como buen maestro de niños y de grandes»[1].

También, advierten que durante el desarrollo de ese objetivo no sólo siguió fielmente el planteamiento inicial previsto sino que conforme avanzaba fue ganando hondura y calidad: «Pocos poetas como Delgado Valhondo han mantenido una trayectoria tan clara, tan fiel a unos principios jamás desarbolados en lo esencial. Con los años, como las ricas soleras, la poesía de este autor, ha ido ganando en penetración, en agudeza metafórica»[2].

De entrada el elevado número de libros de poemas que forman la obra poética de Jesús Delgado Valhondo indica la magnitud que adquirió, pero este hecho no es más que una virtud cuantitativa que no sería suficiente para asegurar la existencia en Valhondo de una poética coherente y evolucionada. El valor fundamental de la obra poética de Valhondo es la responsabilidad con que la escribió por una predisposición moral, que fue más allá del simple lucimiento propio: su búsqueda de la palabra y el verso exacto, su indagación en los entresijos del ser humano y del mundo, su deseo anhelante de la verdad, su autoexigencia y la organización meditada de sus sentimientos poéticos dan como resultado una lírica caracterizada por la coherencia, la honradez y la vocación poética, que constituyen la mejor muestra de que estamos ante una obra poética consciente, reflexiva y elaborada.

Ciertamente la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo sigue un proceso lineal estructurado en varias fases, que comienza con sus primeras experiencias poéticas (Canciúnculas, Las siete palabras del señor Pulsaciones), pasa por un largo proceso de maduración (desde Hojas húmedas y verdes a La vara de avellano), llega a su cénit con Un árbol solo y declina (aunque no en calidad), a la par de su propia vida (desde Inefable domingo de noviembre a Los anónimos del coro), hasta concluir en un final (Huir) que es la síntesis de su vida humana, espiritual y lírica.

Además significativamente su obra poética se ha completado cíclicamente como pocas, pues por un lado partió de una meta, recorrió un largo y empinado camino que lo llevó a La montaña, donde encuentra a Dios, pero distante y silencioso. Desciende para reanudar su camino abandonado y solo. Y termina deseando volver a su origen, empujado por el enigma de la vida que lo invita a reintegrarse al lugar de donde procedía.

Por último la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo no es sólo atractiva por su coherencia y profundidad sino también por su trascendencia porque supone la descripción de su propia experiencia humana y espiritual que líricamente convierte en una parábola de la existencia del hombre con un principio, un momento cumbre y un final que traduce físicamente en el regreso a la tierra y espiritualmente en el inicio de una nueva vida.

Así estructuración coherente, trascendencia significativa y cuidado extremo de la forma confieren a la obra poética de Jesús Delgado Valhondo no sólo un valor presente sino también intemporal, pues a pesar de haber sido perfectamente cerrada la vigencia de su contenido hace que supere el tiempo y sus reflexiones espirituales, materializadas en la expresión lírica, queden indelebles (y como recién dichas) para la posteridad como un ejemplo de ser humano consciente, que tuvo la dignidad de ahondar en su condición mortal igual que otros pensadores y líricos junto a los que permanecerá inmortalizado en la memoria del sentir universal.

OBRA LÍRICA

La obra poética de Jesús Delgado Valhondo se distribuye en dieciocho libros de poemas:

Tres libros de poemas inéditos: CanciúnculasLas siete palabras del señor y Pulsaciones.

Y quince libros de poemas editados: Hojas húmedas y verdes[3], El año cero[4], La esquina y el viento[5], La muerte del momento[6], La montaña[7], Aurora. Amor. Domingo[8], El secreto de los árboles[9], ¿Dónde ponemos los asombros?[10], La vara de avellano[11], Un árbol solo[12], Inefable domingo de noviembre[13]Inefable noviembre[14], Ruiseñor perdido en el lenguaje[15], Los anónimos del coro[16]y Huir[17].

Hemos limitado nuestro análisis al estudio de estos libros y de los poemas que contienen, porque en conjunto forman la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, un todo que trata el tema único de la soledad y la búsqueda de Dios.

Además, Jesús Delgado Valhondo editó:

Cuatro antologías: Primera antología[18]Canas de Dios en el almendro[19]Entre la yerba pìsada queda noche por pisar[20] y Segunda antología[21].

Poesía21, unas «obras completas» hasta el momento de ser editadas en 1988, a las que actualmente le faltan para ser completas los tres libros inéditos y Huir, último libro de poemas de Jesús Delgado Valhondo, publicado seis años después.

           También Valhondo tiene un poema extenso titulado «Canto a Extremadura» [22] (que ya hemos comentado en «Presencia de Extremadura y su paisaje» del capítulo II) y numerosos poemas publicados en revistas lírcas y periódicos con apartados literarios que no hemos incluido en nuestro estudio [23] como tampoco las antologías ni Poesía, por no hacer interminable la investigación y entender que los poemas dispersos no son fundamentales para este estudio y que, cuando analizamos los libros independientemente, también estudiamos las antologías y Poesía, porque son una selección de los poemas característicos de cada libro. Además hemos eludido, por los mismos motivos, el análisis de la poesía que encierran sus relatos, artículos periodísticos, pregones de Feria y Semana Santa, críticas de libros, crónicas, ensayos, letras de himnos y canciones, prólogos y semblanzas.

DISTRIBUCIÓN DE SU POESÍA Y ESTUDIO DE SU CONTENIDO

Una muestra de la coherencia lírica de Jesús Delgado Valhondo la encontramos en un manuscrito[24], donde aparece estructurada su obra poética de su puño y letra. Este hecho supone que era consciente de que sus libros de poemas formaban un todo unitario y a la vez seguían una evolución distribuida en unas partes muy definidas, que expuso de la siguiente manera:

«Primera parte: Poemas sin libro. Primeros poemas[25].

Segunda parte: Hojas. El año cero. La esquina y el viento. La muerte del momentoCanto a ExtremaduraLa montaña. Aurora. Amor. Domingo. El secreto de los árboles¿Dónde ponemos los asombros?  La vara de avellano.

Tercera parte: Un árbol soloInefable domingo de noviembreRuiseñor perdido en el lenguajeLos anónimos del coro.

Final: Últimos versos. La huida[26]«.

A continuación vamos a realizar un análisis de cada parte, que hemos titulado de acuerdo con el momento anímico en que el poeta las realizó para resumir su contenido global, distinguirlas unas de otras[27] y marcar la evolución que sigue lineal y coherentemente la obra poética de Jesús Delgado Valhondo desde el principio al final.

La primera parte es denominada «Poesía de la intranquilidad permanente» porque, aunque en los libros que la integran (Canciúnculas, Las siete palabras del señor y Pulsaciones) se localiza la inconsciencia propia de un hombre y un poeta joven que aún no conoce totalmente la trágica realidad de la existencia, ya se manifiestan con nitidez las inquietudes religiosas y existenciales que progresivamente invadirán su lírica y constituirán de modo permanente la columna vertebral de su obra poética.

La segunda parte es titulada «Poesía de la búsqueda y la desorientación», porque en ella el poeta inicia una búsqueda de Dios que con el paso del tiempo se convertirá en desorientación, cuando Dios no responda a sus llamadas. Es una parte extensa que abarca nueve libros[28] y se estructura en varias etapas:

1ª)Etapa de conexión y planteamiento: Formada por Hojas húmedas y verdes y El año cero, que son sendas antologías pues incluyen una selección de Canciúnculas y Pulsaciones[29] y transmiten las preocupaciones religiosas de Valhondo, que fueron expuestas en el otro libro de la primera parte, Las siete palabras del señorHojas … y El año cero por tanto conectan significativamente la primera parte con la segunda y además plantean los grandes temas de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo al seleccionar de los libros anteriores determinados poemas y añadir otros nuevos que insisten en los mismos asuntos.

2ª)Etapa de esperanza: Constituida por La esquina y el viento y La muerte del momento, donde ya aparece la angustia por el fracaso de la búsqueda de Dios, el tiempo y la muerte. No obstante el poeta guarda en su espíritu la esperanza de que Dios lo atienda, pues aún conserva su ánimo intacto a pesar del silencio divino.

3ª)Etapa de conmoción: Es una fase constituida por un solo libro, La montaña, relato de la subida a ese lugar imaginario que en su espíritu suponía un lugar elevado, en cuya cima pensaba que iba a encontrarse a Dios esperándolo para recompensar sus esfuerzos por buscarlo. El libro cuenta el momento culminante de su ansiado encuentro con Dios tanto tiempo deseado y la conmoción producida en su espíritu por el rechazo de la divinidad que no se digna recibirlo, cuando ya la tenía al alcance de la mano.

4ª)Etapa de angustia: Es la más amplia pues se desarrolla en Aurora. AmorDomingoEl secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros?, libros en los que el poeta constata la cruda realidad que ya venía presintiendo: Dios no se manifestará jamás y el ser humano, desorientado, imperfecto y solo, no logrará nunca desentrañar el misterio que envuelve la vida y el mundo, pues su trágico destino es ser un solitario y un mediocre, incapaz de comprenderse, de entender a sus semejantes y de descifrar la realidad. El resultado del descubrimiento de esta lamentable situación es la angustia más descorazonadora.

5ª)Etapa de desencanto: Es el cierre de la segunda parte que está constituida sólo por La vara de avellano, donde la mediocridad del ser humano lleva al poeta a una dependencia del pasado, de los recuerdos, de los otros (tan imperfectos como él) y de Dios que sigue sin responderle, a la vez que es destruido lenta pero irremisiblemente por el tiempo, que lo sitúa cada vez más cerca de la muerte. Un dramático desencanto invadirá su espíritu que ahora no guarda resquicio alguno de esperanza, sino de una indiferente apatía ante la conciencia de su soledad.

La tercera parte es denominada «Poesía de la decepción» y agrupa a Un árbol soloInefable domingo de noviembre e Inefable NoviembreRuiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro. Es el tramo donde el desencanto ha dado paso a la decepción, porque el poeta comprueba que el estado natural del ser humano es la tristeza, la melancolía, la angustia y la soledad y que tal situación no tiene solución posible en la tierra ni en el cielo, pues el ser humano se encuentra a merced de una fuerza misteriosa e incontenible que lo arrastra a la nada, porque sin Dios no puede existir la salvación ni la inmortalidad.

La cuarta parte, que será la que cierre la obra lírica de Valhondo con un solo libro, Huir, es definida «Poesía del místico escepticismo», porque el poeta expresa con un profundo recelo su desconcierto ante el hecho comprobado del misterio universal, que convierte al hombre en un ser solitario aunque proceda de Dios y ante el abandono y la indefensión frente a la muerte, ese paso que sin el consuelo de la divinidad le resulta tan dramático.

No obstante la muerte en esta recta final deja de poseer las connotaciones trágicas que siempre tuvo para el poeta y la presenta como un paso necesario para huir hacia sus orígenes. El poeta acepta resignado participar en esta etapa final del proceso místico[30] del que es protagonista a su pesar, pues no sabe adónde va ni quién lo va a recibir ni qué es lo que realmente hay detrás de esa frontera enigmática que cierra el libro de su vida.

De acuerdo con esta distribución que sigue fielmente a la realizada por el mismo poeta vamos a realizar un análisis global de cada parte para determinar su evolución poética y poder pasar en el siguiente capítulo al estudio individual de cada libro[31].

Primera parte: Poesía de la intranquilidad permanente

En esta parte, constituida por Canciúnculas, Las siete palabras del señor y Pulsaciones, encontramos «el taller íntimo y previo en el que se forjó el jovencísimo escritor»[32]. Sin embargo el origen de la poesía de Jesús Delgado Valhondo lo hallamos mucho antes de escribir un solo poema, cuando comienza a fraguar sus sentimientos líricos en la época de su enfermedad infantil, que es donde empieza a formarse su especial sensibilidad y a fortalecerse su capacidad de meditación y observación para captar el sentido trascendente de lo que vive e indagar en los detalles más pequeños, escuchar silencios, descubrir asombros y desentrañar misterios que serán posteriormente las sensaciones que lo inciten a escribir versos.

En esta etapa clave de su vida sus sentidos, que se desarrollan prematuramente por sus circunstancias adversas, captan y guardan en su espíritu las emociones más variadas y sutiles y sucede algo fundamental, los sentimientos alegres e inconscientes, propios de la infancia y la adolescencia, se tornan en sufrimiento y dolor:

«Cuando apenas siete años sostenía

sólo dolor y podredumbre ahogada

mi despertar doliente a la alegría»[33].

Varias experiencias vitales serán claves para que Valhondo forme la base lírica sobre la que cimenta sus primeros libros y asiente más tarde su poesía madura:

1.-La etapa dolorosa vivida en Mérida es la experiencia existencial de la que Valhondo destila el poso espiritual del que parte su lírica, pues en esta época comienza a forjar su rico mundo interior, basado en la meditación, el dolor, la soledad, el silencio, la melancolía, la contemplación y el diálogo con la naturaleza y la búsqueda anhelante de Dios[34].

2.-Las vivencias humanas en el entorno singular de Cáceres, la ciudad de su adolescencia, de sus juegos de niño, de sus primeras lecturas, de su incipiente contacto con el ambiente cultural, de la amistad y el amor.

Cáceres se instala en su alma, la siente y la poetiza a través de su visión lírica de la ciudad antigua[35] y en especial del barrio de San Mateo y La Montañados lugares de especial espiritualidad para él, donde escuchaba silencios y descubría asombros que dan solidez a su sensibilidad, observando y sintiendo los contrastes de sombra y luz, el embrujo de sus  rincones o la magia de la elevación que dominaba la ciudad. 

3.-La amistad con Pedro Caba y Eugenio Frutos que influyeron mucho en él criticando, orientando y alentando sus primeros pasos líricos, de cuyas opiniones extraía el joven poeta los datos y consejos necesarios para ir macerando el carácter existencial de su espíritu.

4.-Sus abundantes y ávidas lecturas, cuyos contenidos reducía a esencia intelectual y añadía a su bagaje anímico.

5.-La valiosa amistad de Leocadio Mejías, Fernando Bravo, José Canal, Tomás Martín Gil, Pedro de Lorenzo y el conde de Canilleros (entre otros) que desde el principio valoraron su estilo personal y lo alentaron a continuar por su camino personal.

6.-Y la circunstancia de encontrarse cara a cara con la soledad en su primer destino de maestro, donde convivió con seres elementales en una atmósfera de miseria, dolor y muerte.

Todas estas experiencias vitales, que tuvieron en común unas fuertes preocupaciones espirituales por su empeño en indagar en la esencia del ser humano y del mundo, dieron lugar a que Jesús Delgado Valhondo sintiera la necesidad de recoger en versos unos sentimientos que lo desbordaban y lo arrastraban a plasmarlos en forma lírica por su naturaleza inefable y trascendente, y a imprimirles una coherencia que se vio materializada en la elaboración de sus tres primeros libros, aún inéditos.

Esta conciencia temprana de ser humano con múltiples limitaciones que vive en un mundo inexplicable dará lugar a que Valhondo inicie su lírica con una inusual madurez, en la que ha desterrado casi toda concesión a la sensualidad y al amor, y su poesía desde el primer momento trate temas trascendentes impregnados de una pena latente, que se traduce en una tristeza endémicamente melancólica. Y así sucederá hasta el final de su obra poética porque no se dio nunca descanso espiritual.

Por tanto en CanciúnculasLas siete palabras del señor y Pulsaciones, libros que conforman sus comienzos líricos, se halla el punto de partida de su evolución espiritual y lírica y consecuentemente la base de su obra poética cuyos pormenores se exponen a continuación.

Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones

Descripción

     CanciúnculasLas siete palabras del Señor Pulsaciones, a pesar de ser unos poemarios noveles, son los tres libros que constituyen la primera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, donde se encuentra no sólo el inicio de su lírica sino también la base de su poesía madura.

 Además estos tres libros adquieren una importancia indiscutible en el contexto global de su obra cuando Valhondo los encuaderna e inconscientemente indica que tiene conciencia de autoría, les reconoce un valor y una idea de unidad global, porque muchos años más tarde, cuando otros poetas suelen renegar de sus primeros libros en una visión retrospectiva y total de su obra, Valhondo en cambio los definirá en conjunto y sin ambages como los tres libros que abren su obra poética.

Sin embargo no se puede ocultar que los tres poemarios son primerizos por sus vacilaciones, influencias, lugares comunes y reiteraciones, pero contienen formas y contenidos característicos que llevan el marchamo de un poeta personal desde sus mismos comienzos que posee una carga humana, espiritual y lírica incontenible, es consciente de su tarea lírica y muestra unos deseos tremendos de comunicación y superación.  De tal manera que el poeta novel de Canciúnculas no es el mismo que el de Pulsaciones, pues ya en este libro se encuentra una evolución hacia la madurez que, salvando las distancias, es la que se detectará en libros posteriores donde localizamos al Valhondo más seguro, creativo y trascendente.

La importancia de Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones en el conjunto de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo es incuestionable puesto que, si se prescindiera de ellos, su estudio global quedaría incompleto. Canciúnculas es la espontaneidad natural, el reconocimiento de la importancia de la tradición, la amable inconsciencia de la juventud, la confluencia de influjos resueltos muchas veces originalmente, la mezcla de diversos tonos y la exposición de los sentimientos más transparentes.

Las siete palabras del Señor es la constatación de la existencia de una temprana preocupación religiosa en un poeta eminentemente reflexivo y consciente de formar parte del mundo y de su dependencia respeto de la divinidad, con la que se separa y une temporalmente dependiendo de las dudas y esperanzas que le causa la lucha entre su fe y su razón, que será característica en Valhondo desde que el recuerdo y las secuelas físicas y espirituales de su enfermedad infantil y sus adversas circunstancias existenciales lo hicieran vacilar continuamente en su fe cuando trataba de explicar racionalmente la realidad. Las siete palabras del Señor es producto de una de sus crisis religiosas y una muestra de sincero arrepentimiento y de petición desesperada de perdón, que tendrá su continuación en el discurrir lírico de libros posteriores, aunque de una forma más profunda y madura.

Pulsaciones es un libro más creativo y evolucionado, donde Valhondo se muestra más dueño de su pulso lírico y por tanto una prueba de que a pesar de su inexperiencia no se estanca sino que tiene voluntad para depurar sus versos noveles y capacidad de evolución por medio de unas dotes líricas innatas y de un trabajo meditado. Por tanto se puede asegurar que Pulsaciones es un libro donde Valhondo concluye su etapa de tanteos y está listo para iniciar el camino de una poesía que, si ahora es todavía insegura, con el tiempo será definida como personal, coherente y profunda.

Temas y contenidos

Como es normal en un primer libro, los temas y contenidos de Canciúnculas son múltiples y anárquicos, pues aparecen mezclados sin aparente orden ni concierto. No obstante en este libro todos responden a las intranquilidades de un poeta que aún joven siente unas fuertes preocupaciones trascendentales, que destacan por ser inauditas en los comienzos poéticos de otros vates y sin embargo en Valhondo se hacen características.

A pesar de la amalgama de temas, se distinguen en Canciúnculas cuatro grupos de contenidos, que responden a otras tantas situaciones emocionales del joven poeta:

1.-El primero acoge los poemas en que expresa sus intranquilidades anímicas, que lo sumen primero en el dolor, después lo hunden en la amargura de su abismo espiritual y por último le causan una desgarradora angustia[36], que en algunos momentos lo arrastran a la idea de suicidio como liberación, es decir, a un estado de inconsciencia, de no sufrimiento, de insensibilidad.

2.-El segundo grupo es el de los poemas que tratan la sensualidad, típica en un poeta joven que se encuentra en la etapa de búsqueda amorosa, donde tantas veces como encuentra el amor experimenta un sentimiento de rechazo, que intenta mitigar con la ironía o el despecho como protección o justificación a su fracaso amoroso[37].

3.-El tercer grupo reúne a distintas formas de expresar sus deseos de infinito, materializados en el recuerdo nostálgico del mar como ideal lejano e inalcanzable, el anhelo de hacer camino a través del viaje como descubrimiento y medio de alcanzar nuevos horizontes, la idea religiosa de subir la Montaña como purificación espiritual para preparar el camino hacia el encuentro con Dios, la tristeza y la pena de fracasar en el intento de alcanzar esas metas ideales y como consecuencia el convencimiento de ser un árbol solo, aislado en un mundo que no colma sus deseos de libertad ni de infinito[38].

4.-Y por último el cuarto grupo acoge los poemas que muestran una doble emoción, trascendente y jocosa en el ánimo de Valhondo, que ya se caracteriza por los contrastes espirituales y las vacilaciones entre los extremos, unas veces (las menos) eufórico y otras, angustiado[39].

Estos temas que en Canciúnculas aparecen entremezclados, en sus siguientes libros poco a poco se irán ordenando y encajando hasta adquirir entidad propia dentro su concepción de la vida y del mundo. De tal forma que es posible comprobar cómo desde un principio Valhondo tiene en mente una idea de la temática global de su obra poética, cuyo germen se encuentra ya en su primer libro de poemas.

La continuación de Canciúnculas temáticamente no es su segundo libro sino el tercero, Pulsaciones, donde Valhondo comienza con la misma variedad de contenidos. Sin embargo, se detecta una mayor insistencia en los temas más preocupantes y un ahondamiento en el silencio y el miedo producido por el misterio en que se siente envuelto.

Es decir, en Pulsaciones se observa el aumento de su inseguridad ante la duda que le produce su procedencia divina y sin embargo notar el peso de su imperfección humana. De ahí que se acrecienten sus temores, se vuelva extremadamente vulnerable e insista en reiterar el estremecimiento que produce en su ánimo el contraste entre la noche (sombras = desencanto) y el día (luz = esperanza) o desaparezca, después de la primera parte, la variedad temática, los asuntos intrascendentes y la sensualidad que en Canciúnculas fueron frecuentes.

Así la última parte de Pulsaciones reúne unos poemas cuyo tema gira en torno al barrio de San Mateo de Cáceres, donde Valhondo encuentra los asombros de lo nuevo, de lo reciente descubierto, de la luz y los contrastes, pero también el misterio de los indescifrable, la intranquilidad de lo enigmático y las sombras preocupantes que le recuerdan la muerte[40].

Hay un tema en Pulsaciones que presenta a un poeta no sólo preocupado por sus intranquilidades personales, sino por los seres más débiles bien por trastornos síquicos (el loco) o bien por su fragilidad (el niño). Esta preocupación social, que antes aparece en Las siete palabras del Señor, adquiere un sentido de dignificación humana. Por este motivo será para Valhondo un tema preocupante a lo largo de su obra poética y en su segundo libro lo traducirá en una tierna preocupación por los niños y en una reivindicación de la dignidad de las madres (y por tanto de la mujer), apoyándose en la atención especial que Cristo puso en la suya a la hora de su muerte.

El tema central y único de Las siete palabras del Señor es el religioso, donde el joven Valhondo muestra su certeza de ser dependiente de la divinidad y además su atracción por Jesucristo que con su sacrificio, aparte de enseñarlo a aceptar su destino, le mostró el sendero para conseguir la inmortalidad. Las siete palabras del Señor presenta a un Valhondo tempranamente consciente de su relación con la divinidad y capacitado para mantener una relación personal con Dios sin intermediarios a través del arrepentimiento sincero, que será el medio normalmente empleado por él en adelante para calmar las intranquilidades producidas por sus frecuentes dudas.

Influencias

En Canciúnculas encontramos numerosas y variadas influencias, que son el resultado de la avidez por la lectura del joven Valhondo. La diversidad de las referencias si por un lado indican una cierta anarquía, pues el mismo Valhondo confesó que por aquella época leía todo lo que caía en sus manos, por otro descubren sus preferencias más tempranas que se sitúan en una línea clásica caracterizada por la trascendencia. Es decir, en sus primeros poemas se hallan el Cervantes del idealista don Quijote, el Bécquer del desamor, el Rubén Darío más existencial, el Juan Ramón trascendente, el Unamuno del sentimiento trágico de la vida, el Machado melancólico, el Alberti de la preocupación social, el Lorca de la pena, el Dámaso Alonso del desgarro y el Miguel Hernández más sensible.

Estos poetas en conjunto representan la lírica del sentimiento por la que Valhondo apostará desde sus mismos comienzos, a pesar de que por edad debía haberse decidido por una poesía menos trascendente. Sin embargo, estas adscripciones garantizan que fue un poeta conocedor de nuestros líricos y además de ser poseedor de un espíritu abierto y sin escrúpulos, donde no cabía la exclusión de autores ni obras ni tendencias pues de todos quiso aprender. Este hecho que podría interpretarse como propio de un poeta dependiente nosotros por el contrario lo entendemos como característico de un lírico cimentado en nuestra mejor tradición y por tanto como garantía de que, unido a sus condiciones humanas y líricas innatas, Valhondo fuera capaz de construir una obra poética cimentada en nuestra tradición lírica más trascendente.

Tampoco tuvo en su mente Jesús Delgado Valhondo la idea de adscribirse solamente al clasicismo más extremo, pues en Canciúnculas se encuentran experimentos vanguardistas, influido por los Ismos. Ni tampoco a la lírica culta de los grandes maestros, porque en su primera poesía los recuerdos de la lírica popular son numerosos no sólo en la forma de metros cortos y leves asonancias, sino también en los recursos, agilidad y frescura de una poesía novel que es consciente de encontrarse dentro de una rica tradición como punto de referencia imprescindible para iniciados.

En cambio en Pulsaciones Valhondo reduce bastante las influencias y las que persisten aún se encuentran insertas en su poesía de una forma más sutil. Este dato lleva a detectar dos hechos positivos: uno cuando se sintió más dueño de sí mismo, fue soltando buena parte del lastre que lo hacía demasiado dependiente y otro muestra una rápida evolución hacia una poesía más segura, madura y personal, que apunta ya características de su sólida lírica futura.

No obstante en Pulsaciones todavía es posible localizar referencias a corrientes y poetas de los que no quería apartarse conscientemente. Así continúa el empleo de metros cortos y asonancias, que ahora tiende a formar estrofas tradicionales (aunque muy escasas) y poemas como la cuarteta y el romance. También se detectan recuerdos de la sensibilidad de Juan Ramón, del desgarro del cante jondo, del presentimiento trágico de Lorca, del existencialismo modernista de Rubén Darío, de la creatividad del inefable Ramón Gómez de la Serna e incluso de la poesía hispanoamericana de tonos existenciales.

Es decir, Valhondo en Pulsaciones por un lado se ha alejado de unas influencias (como las vanguardistas) para no volver más a ellas y de otras a las que retornará más adelante y por otro ha seleccionado aquéllas que en ese momento cuadraban con su estado anímico y a la evolución que deseaba imprimir a su corta obra lírica.

Las siete palabras del Señor tiene una influencia palpable de la ascética y la mística española, a la que Valhondo recurre en un momento de enorme preocupación espiritual como hará a lo largo de su obra lírica cuando necesite rearmarse anímicamente o bien su angustia lo lleve a reintentar el encuentro con Dios desde la soledad de su conciencia y de su espíritu individual, antes de buscar el apoyo de sus semejantes e intentarlo solidariamente.

También este libro es una muestra del deseo de independencia de Valhondo que después de Canciúnculas, libro de corte neopopular, rompe con esta línea y escribe el siguiente lejos de esa tendencia, olvidándose de la métrica y la rima y basándose únicamente en el verso libre, posiblemente por influencia de la poesía modernista y de la Generación del 27, aunque con un enfoque personal que consigue una simbiosis entre rehumanización y existencialismo.

Estilo

Como corresponde a un libro primerizo, en Canciúnculas Jesús Delgado Valhondo muestra un estilo caracterizado por la dependencia de las corrientes y autores tanto en la forma como en el contenido.

Por esta razón el modo de expresión peculiar de Valhondo en Canciúnculas se encuentra teñido de los ritmos y conceptos típicos del Cancionero, Romancero, la canción popular y especialmente de la andaluza y el cante jondo por su forma ágil, directa y natural, el sentimiento trágico y el tono desgarrador, que eran los ritmos y tonos que atraían al joven poeta, ya por entonces prematuramente maduro.

Además mezclado con esta referencia popular localizamos también el sentido trascendente de la lírica culta, que encajaba a la perfección con su estado anímico y a la vez con sus deseos de guiarse por los poetas de mayor espiritualidad entre los muchos que había conocido en su múltiple y variada experiencia lectora.

No obstante también hallamos en el estilo de Canciúnculas unas características propias, que se harán singulares conforme avance su poética: ímpetu espontáneo y sincero, naturalidad, sencillez y rechazo de todo obstáculo formal que pudiera hacer su expresión artificial, enrevesada, prisionera o falsa, pues desde sus primeros poemas detectamos un interés inusitado por la trasparencia en sus planteamientos y la libertad formal; de tal manera que la poesía de Valhondo enseguida será conocida por directa y sincera.

También en este libro detectamos al lado de la inexperiencia de un poeta novel (rima pobre, ripios, falta de estructuración en algunos poemas, uso nulo de la disposición típica de las estrofas y poemas tradicionales), características que indican la existencia virtual de una gran capacidad creadora (imágenes audaces y originales, rimas y ritmos espontáneos y naturales, versos y poemas cortos especialmente frescos, ideas enjundiosas, agilidad, sencillez elaborada).

Y además en Canciúnculas hallamos un interés (impensable en un poeta joven) por el trabajo de lima, que muestran una preocupación temprana por encontrar la virtud expresiva en el esfuerzo de la búsqueda creadora y que no estamos ante un poeta novel sin más sino ante un joven especialmente consciente de su labor lírica a la que, por esos deseos de superación, le imprime un sello personal de autoría desde el primer momento.

Las siete palabras del Señor es un ejemplo del estilo más directo, claro y espontáneo del Valhondo novel, pues en este libro se desnuda de todo artificio en su deseo de hacerse transparente y de que nada impida que su mensaje llegue a la divinidad. No encontraremos en toda su obra lírica otra expresión más desnuda, espontánea y directa. No obstante esta despreocupación por la forma y esa atención casi exclusiva del contenido produce en determinados momentos versos más cercanos a la prosa, cacofonías y desajustes rítmicos que Valhondo reajustará en Pulsaciones, cuando logre liberarse de los tópicos, la inconsciencia, el nerviosismo y la variedad que sobra en este libro, una vez que calme sus preocupaciones religiosas y tome el pulso de su poesía.

Pulsaciones es una continuación del estilo de Canciúnculas, aunque más contenido y evolucionado: los temas se centran, la forma se hace más regular, los sentimientos no se desbordan tanto, la expresión se torna más trascendente y el pulso lírico más personal. Jesús Delgado Valhondo, después de Pulsaciones, se encuentra seguro de estar listo para la publicación de su primer libro de poemas, que será una especie de antología de poemas extraídos de Canciúnculas y Pulsaciones. Este hecho muestra una gran confianza en sus primeros libros y que los considera dignos para que fueran su escaparate y sus señas líricas de identidad.

Métrica

En Canciúnculas las numerosas vacilaciones métricas y rítmicas si por un lado pueden traducirse como inexperiencia, por otro tienen la virtud de ser un ejemplo de la etapa de tanteos en la que Valhondo está buscando su modo personal de expresión no sólo en las formas populares, sino en las más recientes como eran por aquel entonces las vanguardistas. Este hecho indica que Valhondo había decidido no dirigirse por los caminos de la lírica regional y quería imprimir un sentido más universal a su forma lírica y a la exposición de sus temas y contenidos.

Así Canciúnculas es la muestra de que Valhondo desde sus comienzos tuvo una idea clara de usar sólo la forma como mero soporte del contenido, pues se inclina por los metros cortos y la asonancia o bien por el verso libre. Es decir, por un leve sostén que no desvirtuara lo más mínimo el discurrir de sus sentimientos líricos.

En Las siete palabras del Señor incluso se muestra aún más libre de las ataduras formales, pues se decide por el uso del versículo y en algunos momentos por versos cercanos a la prosa poética. Así en este libro, Valhondo se configura como el mejor ejemplo de poeta espontáneo que, en un momento de extrema sinceridad y de necesidad de hacer creíble su arrepentimiento, se desprende de todo obstáculo formal y da la máxima preferencia al contenido para solicitar urgentemente perdón.

Sin embargo en Pulsaciones Valhondo vuelve a una cierta regularidad métrica y rítmica, porque fue consciente de que en Las siete palabras del Señor sus sentimientos se habían desbocado sin la contención del metro y de la rima. Por esta razón aunque Pulsaciones se encuentra lejos de la regularidad formal Valhondo decide ponerse un freno con el uso del octosílabo mezclado con otros metros cortos; aunque fue una contención limitada pues estas combinaciones no suelen formar estrofas ni poemas regulares. No obstante este leve soporte fue suficiente para que el libro tuviera un tono más encauzado en la modulación propia de la lírica y el poeta se muestre más sereno, dentro de la angustia, menos impetuoso y como consecuencia más evolucionado.

Valhondo fue consciente de este paso hacia el equilibrio y la madurez y para componer su siguiente libro de poemas Hojas húmedas y verdes realizará una selección que contiene algún poema de Canciúnculas, ninguno de Las siete palabras del Señor y bastantes más de Pulsaciones, es decir, desecha los poemas de los libros más espontáneos e impulsivos y apuesta por la naturalidad equilibrada.

Recursos literarios

El empleo de recursos literarios es el aspecto que más llama la atención en el análisis de los libros de la primera etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, pues sorprenden por su fuerza creativa de extraordinario alcance y por indicarnos la existencia en el poeta novel de un lirismo poderoso y original.

Así en Canciúnculas se pueden localizar imágenes que serán pilares de ideas claves en su obra lírica como la del árbol solo o símbolos como el de la guitarra, el camino o la canción[41] que muestran, además de la espontánea naturalidad ya comentada, una gran capacidad para convertir en lirismo sus sentimientos más desnudos y naturales.

Además las imágenes y recursos líricos adoptan formas muy diversas anunciando a un poeta con una creatividad variada e inagotable y con medios suficientes para cimentarla y además aseguran que esta capacidad creadora no es fruto de la casualidad sino de una formación intelectual adquirida por medio de la paciente labor lectora, que el poeta novel ha realizado conscientemente durante años.

Las siete palabras del Señor por el contrario es el ejemplo de la poesía más desnuda de recursos literarios, pues Valhondo se despoja de todo obstáculo formal para expresarse de la forma más directa dando preferencia total a su mensaje de arrepentimiento y a su petición desesperada de perdón, que era lo que en aquel momento le urgía. Por esa razón las escasas imágenes y recursos que aparecen en el libro están al servicio de ese objetivo y no tienen la finalidad de obtener beneficios líricos.

Por este motivo en Las siete palabras del Señor las imágenes y recursos se caracterizan por su contraste, porque contribuyen a aumentar el desgarro haciendo creíble el arrepentimiento o bien humanizan los sentimientos hasta el punto de  hacerse convincente y digno de perdón. No obstante la falta de esos medios a veces contribuye a que el ímpetu lírico de Valhondo se desvirtúe y la expresión peque de prosaica, aunque también este hecho se puede interpretar como producto de la naturalidad llevada a su máximo extremo cuando el poeta reza más que versifica y, como la persona que ora es austera, del mismo modo Valhondo está más atento a lo que dice que a cómo lo dice.

Así, teniendo en cuenta este detalle, Valhondo en un principio usa recursos insistentes como las anáforas o reiterativos como las estructuras de varios elementos o intensificadores como las formas no personales del verbo, para crear un soporte sobre el que sostener su angustia. Luego cuando descansa una vez que ha calmado sus preocupaciones espirituales los recursos líricos casi desaparecen.

En Pulsaciones vuelve Jesús Delgado Valhondo a desplegar su imaginación creadora de tal forma que a pesar de ser su tercer libro de poemas ya podemos calificarla de portentosa. Aunque por eso mismo en Pulsaciones se localiza a un poeta formalmente más seguro y significativamente más creador que en los libros anteriores. Este hecho se debe sin duda a una labor lírica enfocada desde la pasión por el trabajo consciente de un poeta que ha encontrado su camino espiritual y creativo en la expresión lírica.

Por tanto también por las imágenes y recursos literarios podemos detectar la evolución que Valhondo experimenta en su primera etapa hacia una mayor madurez, creatividad y equilibrio emocional. Este nivel conseguido será la base de su evolución posterior.

Estructura

Tanto Canciúnculas como Las siete palabras del Señor y Pulsaciones se encuentran perfectamente estructurados en cuatro, siete y cuatro partes respectivamente. Esta realidad que indica una voluntad clara de organización no se circunscribe a cada libro individualmente sino que, debido a la simetría del número de partes, pensamos que Valhondo no sólo las distribuyó a conciencia sino que las concibió global y unitariamente.

Este detalle, que podríamos interpretarlo con una simpleza estrictamente matemática, resulta muy significativo pues, llegados a este punto, se puede asegurar que Jesús Delgado Valhondo ya desde sus orígenes poéticos tenía una conciencia clara de su labor y de presentarla con extrema coherencia. Tal hecho nos reafirma en la idea de que Valhondo tuvo una visión profética del conjunto de su obra lírica desde sus comienzos y que la estructuración expuesta a comienzos de este capítulo (que sacamos del manuscrito citado) no fue circunstancial.

Sin embargo aunque existe una voluntad estructuradora de los libros no sucede así con el número de poemas de cada parte pues, por ejemplo, la última de Canciúnculas está formada sólo por tres y en cambio la tercera de Pulsaciones contiene doce. Este hecho puede deberse a dos razones: una a que Valhondo llega hasta donde le dicta su inspiración, es decir, cuando nota en su interior que ha dicho todo lo referente al tema expuesto en esa parte, la cierra. Y otra que no era partidario de las ataduras formales y sólo utiliza las estrictamente necesarias como soporte y medio de contención.

Por otra parte pensamos que la estructuración de sus primeros libros no sólo se debe a su conciencia de autoría sino también a su espíritu docente, pues no debemos olvidar su profesión que, si bien cuando comenzó a escribir los poemas de su primer libro aún no era maestro, sí ejercía el magisterio cuando los organizó para encuadernarlos artesanalmente[42].

Precisamente en ese interés por estructurar su obra poética desde el comienzo, encontramos un paralelismo entre Valhondo y Jorge Guillén, que también tuvo ese mismo interés estructurador. Además los dos se confundieron al calcular el cierre de sus obras poéticas respectivas, pues el poeta malagueño lo tenía previsto en Homenaje y tuvo que añadir Y otros poemas, y el extremeño había pensado que su último libro fuera Inefable domingo de noviembre y sin embargo luego publicó tres más.

Evolución

    Pulsaciones es un libro en el que se localiza a un Jesús Delgado Valhondo más evolucionado y cercano a sus grandes preocupaciones posteriores. Pasada la etapa colorista y variopinta de Canciúnculas, ha tomado conciencia de su labor de poeta y ha encontrado decididamente en la poesía un medio de expresión, que encaja perfectamente con la necesidad imperiosa de comunicación y comunión que sentía su espíritu.

El valor de Las siete palabras del Señor no se halla, igual que en los libros comentados, en un análisis técnico pues hemos visto como el poeta no se preocupó excesivamente por la calidad ni por la forma. El mérito de este libro reside en que el poeta novel, más acentuado que en Canciúnculas, se muestra como un ser consciente de estar en el mundo, de formar parte de él y de su relación estrecha con la divinidad.

Y este momento aunque líricamente no destaca en su obra lírica es fundamental en su concepción religiosa y por tanto resulta imprescindible para comprender su poética, porque es aquí donde manifiesta su decisión de aceptar su compromiso de ser humano consciente y comprometido, que va a marcar toda su obra dándole unidad, coherencia y sentido.

 Es decir, desde ahora toma como modelo a Cristo en la cruz y adopta el deseo de caminar hacia la perfección para llegar a Dios, su origen y su refugio a través de la dignidad de saber reconocer sus errores y la capacidad humana de levantarse y seguir, recaer y volver a levantarse, humilde y consciente de sus limitaciones humanas, conjugando sus anhelos de llegar a Dios con su compromiso personal de perfección con el fin de desentrañar la verdad que en Él se halla a través de la perfección espiritual que proporciona la integridad humana.

Después de analizar estos tres libros, llama la atención que la obra poética de Jesús Delgado Valhondo no comience con los temas tópicos y el tono típico de los poetas noveles, que normalmente naufragan en el idealismo romántico de encendidos amores, pasiones insatisfechas y ansias de libertad; en la denuncia de las injusticias y en la utopía de un mundo mejor. La poesía de Valhondo ya en sus inicios tiene un velo de melancolía y tristeza, preludio de la angustiosa soledad a la que llegará el poeta conforme paradójicamente vaya ahondando en el conocimiento del ser humano, árbol solo por naturaleza, mediocre actor del gran teatro del mundo, soñador empedernido que se hace muchas preguntas retóricas como ésta: ¿Es acaso la búsqueda de Dios parte de este sueño que es la vida?

La razón de esta forma distinta de comenzar su lírica tiene dos causas: una, su encuentro con el dolor siendo niño que lo llevó a estar seguro de que la felicidad como estado permanente no existe, pues sólo en momentos efímeros se logra intuir porque el ser humano es imperfecto por naturaleza. Por este motivo su poesía desde sus comienzos se impregnará de un tono melancólico y angustioso, donde toda concesión a la alegría y a lo placentero parece estar vedado, pues pocos detalles de estas sensaciones positivas encontramos en su obra lírica. Otra, cuando Valhondo inicia su obra poética tiene 25 años, edad en la que ya concibe la existencia humana con amarga experiencia, después de olvidar enseguida la dulce concepción de la existencia que se tiene en la adolescencia.

Estas razones explican que encontremos en la primera poesía de Jesús Delgado Valhondo una madurez inusitada, propia de un espíritu macerado en el dolor y en la experiencia de la vida cotidiana, que irá creciendo cuanto más bucee en su espíritu, en la frágil condición humana y en la búsqueda de respuestas racionales a preguntas trascendentes[43].

Por tanto el valor de estos tres libros primeros, que no se suelen citar al comentar la poesía de Jesús Delgado Valhondo, es fundamental a pesar de ser producto de una corta experiencia lírica, porque a través de ellos ya descubrimos a un Jesús Delgado Valhondo definido: asceta del silencio, ermitaño de la soledad, humanamente contradictorio, agónico siempre, quimérico en su búsqueda de Dios y la eternidad, nostálgico de su pasado doloroso, meditador empedernido, agudo observador, amante de la melancolía y la tristeza (sazonada con pizcas de alegría), sincera y conscientemente claro, sencillamente atractivo. Así es el joven poeta de Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones y será el maduro poeta de otros quince libros de poemas.

Pocos poetas con sólo tres libritos consiguen desentrañar su personalidad y que ésta pueda ser definida con valor propio hasta el extremo de que la mayor parte de las características expuestas sean una constante en toda su obra poética, que tendrá una continuidad sin desfallecimientos y una concepción coherente desde principio a fin.

Segunda parte: Poesía de la búsqueda y la desorientación

En la segunda parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo se produce el desarrollo y desenlace del tema fundamental en torno al que gira toda su creación lírica: la soledad y la búsqueda de Dios.

Después de los tanteos de la primera parte en donde hallamos la base de su poesía (sus intranquilidades espirituales provocadas por el misterio que envuelve la existencia humana) el poeta, incapaz de desentrañarlo, se sume en la tristeza y la melancolía de su imperfección y va al encuentro de Dios con la esperanza de que calme sus dudas existenciales y sus deseos de eternidad.

Así los libros de esta parte son la descripción del recorrido espiritual que realiza el poeta por los entresijos de su alma, cuyos sentimientos evolucionarán desde la esperanza a la angustia a causa del fracaso de su búsqueda, reafirmando su concepción trágica de la existencia, del ser humano y del mundo, y terminará en un dramático desencanto y en la decepción del mediocre que sin Dios y, por tanto, sin posibilidades de salvación, es consciente de que está abocado a la nada.

Valhondo comienza su andadura, después de los tanteos de sus tres primeros libros, afectado por el dolor, la búsqueda de Dios, la soledad, el tiempo y la idea de la muerte. La vida para el poeta, un ser humano más, es una imaginaria cuesta, llena de obstáculos por el silencio de Dios y la imperfección humana, que tiene al final una cima donde, a pesar de todo, piensa que se encuentra la divinidad esperando a que llegue para recompensarle su sacrificio.

No obstante esta esperanza se manifestará entre frecuentes dudas y vacilaciones espirituales, con pasos atrás y adelante, producto del ánimo cambiante que habían fraguado en el poeta sus circunstancias personales y sus horas de soledad y meditación que, si bien lo acercaron a la divinidad, lo convirtieron en un solitario cuando constató el silencio de Dios, las limitaciones y la fragilidad del ser humano, incapaz de comprenderse a sí mismo, a los demás y al mundo, y en un ser angustiado ante la falta de respuestas de la divinidad que guardaba celosamente las claves de sus preguntas. Al final cuando pierde a Dios, el poeta no logra hallar en el paisaje ni en el ser humano medios para reencontrarlo, pues le confirmarán la realidad de esa pasión inútil y lo arrastrarán a la angustia más desoladora.

Así en Hojas húmedas y verdes, libro de conexión con la primera parte, encontramos anhelos e inquietudes, pero envueltas en la melancolía y la tristeza del que se siente incapaz de alcanzarlos o resolverlas. En El año cero (también libro de conexión), aparece nítidamente la soledad, la angustia y la desorientación en que se encuentra y por este motivo el planteamiento del tema central de su obra poética: la búsqueda de Dios.

En La esquina y el viento comienza a perder la esperanza en Dios porque no le responde. La muerte del momento es el libro de la preocupación por el tiempo y donde observamos un aumento de su angustia, aunque la esperanza sigue apareciendo intermitentemente como en el libro anterior.

En La montaña el poeta sufre el primer impacto emocional: ha llegado a la cima pero allí encuentra a un Dios distinto del que soñó, pues no se digna siquiera recibirlo e incluso lo aterroriza mostrando su enorme poder por medio de la fuerza de la creación.

Aurora. Amor. Domingo es una apuesta por la ciudad y por el ser humano, pero concluye en una triste concepción del hombre y de la realidad y el poeta sufre un segundo embate emocional que lo lleva a manifestar la necesidad de huir de una vida ingrata y de la sordidez de un mundo sin Dios. El secreto de los árboles es un libro donde sufre otra conmoción espiritual, pues comprueba en la práctica las imperfecciones humanas y la certeza de que Dios no le contestará jamás. Por este motivo, en ¿Dónde ponemos los asombros?, el espíritu del poeta es el de un ser desencantado, indefenso y escéptico.

La vara de avellano es la descripción de la frustración total del mediocre, que ha fracasado en su intento de recuperar el paisaje y el hombre para reiniciar a través de ellos el camino a Dios.

Teniendo en cuenta esta somera descripción, para analizar objetivamente la evolución poética de la segunda parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, que constituye su núcleo (nueve libros), es necesario dividirla en varias etapas coincidentes con las experimentadas en su evolución anímica, que darán lugar a distintos momentos líricos.

Etapa de conexión y planteamiento

Hojas Húmedas y El año cero son libros en los que Jesús Delgado Valhondo desecha poemas de asuntos intrascendentes y tonos juveniles y a la vez selecciona e incluso repite en ambos libros aquéllos que insisten en sus preocupaciones espirituales, perfilando de esta manera los temas que en libros posteriores ocuparán el centro de su obra lírica. De ahí que denominemos esta etapa de conexión y planteamiento.

En la elección de los poemas de estos libros sin duda influyó por una parte las razones que el poeta tuvo para editarlos: el primero es una selección antológica preparada para darse a conocer a través de una modesta colección y el segundo es el gran libro que tenía pensado publicar con el fin de tantear la opinión de críticos cualificados, que le dieran el visto bueno para ingresar con la dignidad necesaria en el mundo poético.

Por otra parte Valhondo quiso exponer líricamente los motivos humanos y espirituales que lo arrastraban a escribir poesía y a la necesidad de comunicarla. Por esta razón en estos libros el poeta no entiende la poesía como mero acto estético sino como medio de comunión anímica con sus semejantes, a los que veía con sus mismas preocupaciones y anhelos.

Pessoa dijo que el poeta es un fingidor y Valhondo sin duda no escapa a esta afirmación si el poeta portugués se refiere a una tergiversación lírica de la realidad. Pero Valhondo cuando escribe poemas, transmite sus emociones espirituales de una forma muy cercana a su estado emocional y a su experiencia cotidiana, y finge lo estrictamente necesario.

Por este motivo también en la selección de los poemas de estos libros va a influir de forma decisiva la crisis anímica con que inicia la década de los años 40 por la experiencia negativa de la guerra civil, la sanción impuesta, el aislamiento y la soledad padecida en su destierro. Así la aparición del tema de la soledad, de la imperfección humana, del tiempo y de la muerte y su insistencia en ambos libros no puede ser entendido como una mera ficción lírica, sino más bien como un modo de comunicar las inquietudes que sentía en su espíritu especialmente sensible, cuya carga anímica había formado un rico mundo espiritual, al que necesitaba dar salida para buscar respuestas y consuelo en los demás.

Hojas húmedas y verdes y El año cero

Descripción

Hojas húmedas y verdes y El año cero son dos libros antológicos, que constituyen la base de la poesía conocida de Jesús Delgado Valhondo, la muestra de su etapa iniciática que inédita aún no quiso dejar en el olvido y el escaparate selectivo de los primeros poemas de su lírica más otros nuevos escritos a conciencia para presentarse en el mundo poético.

Por tanto ambos libros tienen una importancia capital, pues por un lado sirven de conexión con su poesía primera de la que recoge a conciencia los mejores poemas escritos hasta entonces y, por otro, de planteamiento al incluir poemas nuevos donde con la experiencia acumulada comienza a perfilarse como un poeta personal, que es consciente de su labor poética y capaz de crear una lírica trascendente.

No obstante cada libro cumple una función distinta: con Hojas húmedas y verdes, Valhondo quiso medir sus fuerzas pues hasta entonces sólo había publicado poemas sueltos. Como el resultado fue alentador se sintió seguro para decidirse a publicar un libro en el que venía pensando hacía muchos años, que fuera una recopilación antológica de toda su poesía, El año cero. Por tanto Hojas húmedas y verdes es la avanzadilla de El año cero y éste es una antología en toda regla.

Sin embargo se advierte que tanto Hojas húmedas y verdes como El año cero son selecciones antologías sui generis, pues las tradicionales suelen recopilar sólo poemas de libros anteriores y en cambio Valhondo añade a éstas poemas nuevos como lo hará con otras de sus antologías. En la Primera antología incluye un grupo de poemas titulado Aurora. Amor. Domingo y en Poesía, un poemario denominado Los anónimos del coro que, si bien los incluyó como medio de publicación porque no logró verlos editados independientemente, también se deduce de  este hecho un deseo de mostrar su poesía anterior y a la vez de presentar la continuación como una forma de evitar la fragmentación que provocan las antologías al uso.

Este detalle tiene una importancia mayor que la originalidad comentada, porque esta variante respecto a las antologías comunes es otra muestra del sentido coherente que Valhondo quiso imprimir a su obra poética pues, más que la de otros poetas, la suya tiene un sentido marcadamente unitario, que comienza a plantearse tímidamente en Hojas húmedas y verdes y con nitidez en El año cero, libro concebido desde el mismo título como su primer libro: «El año cero» es el punto de partida donde recopila los mejores poemas de libros anteriores y a la vez conecta con los siguientes.

Temas y contenidos

Mientras en los libros de su primera etapa Jesús Delgado Valhondo no destaca los temas esenciales entre la amalgama de los muchos que trata, en Hojas húmedas y verdes se desprende de influencias, elimina asuntos que no le interesan y el tema fundamental de su obra poética comienza a perfilarse indirectamente, pues no será Dios quien ocupe el centro temático del libro sino su obra, el paisaje.

Tal extremo es debido a que el poeta aún no necesita o no se atreve a entrar directamente en contacto con Dios, impresionado ante la grandiosidad y perfección de la naturaleza, porque su convencimiento de la nimiedad humana lo hacen mantenerse alejado de la divinidad y por una parte resignarse con observar humilde y asombradamente su creación y, por otra, comenzar a sentirse solo y a experimentar cada vez con mayor intensidad las intranquilidades, que ya expuso en sus primeros libros, y la necesidad de iniciar su búsqueda.

Este planteamiento escaso de esperanza y repleto de inseguridad espiritual provoca que Dios aparezca en fugaces menciones con las que Valhondo intenta dar sensación de proximidad a Él, pero la confianza aparente que en fugaces momentos establece con la divinidad al instante es sustituida por referencias al tiempo, la muerte, la falta de horizontes y de libertad. De tal forma que la esperanza latente de los dos poemas primeros del libro se convierte en tristeza y melancolía, que se hacen características en Valhondo desde ahora poeta maduro y grave que ha eliminado en cuanto al contenido los asuntos intranscendentes y llena su lugar con las connotaciones negativas de la noche y la soledad interior, expuestas conscientemente a través de la imagen del árbol solo, clave en su poesía.

Así la soledad será un tema, que mencionado en sus primeros libros, toma cuerpo en Hojas húmedas y verdes donde aparece con nitidez anunciando que ése es el destino dramático del ser humano. Pero Valhondo no se refiere a una soledad física sino a una soledad de conciencia espiritual, de sentirse realmente solo en momentos claves de su vida y sobre todo en el supremo de la muerte.

 Esa soledad, por tanto, va unida a una tremenda sensación de fragilidad: el ser humano, física y espiritualmente, es débil, imperfecto y limitado. Y el mundo (el paisaje) es una contradicción igual que su creador: lo crea humano, es decir, caduco para formar parte de su obra y a la vez lo hace prisionero de ella, coartando sus anhelos de libertad que paradójicamente siente instalada en su propia esencia divina.

Esta contradicción provoca en el poeta la necesidad de Dios y lo arrastra al inicio de su búsqueda, pues su conciencia racional no encuentra sentido a un planteamiento del ser humano y del mundo que lógicamente es contradictorio e incomprensiblemente trágico.

 Pero desde sus mismos comienzos la búsqueda de Dios está abocada al fracaso por dos motivos: el ser humano no tiene capacidad intelectual para entender su relación con Dios ni su manifestación en el mundo y el poeta no logrará desentrañar tal misterio formulando preguntas racionales. El resultado será el silencio de Dios y la angustia del que interroga.

El año cero temáticamente es una continuación de Hojas húmedas y verdes en cuanto que el paisaje continúa siendo el tema central. Pero se observa una diferencia, en los poemas nuevos de El año cero este tema poco a poco va quedando relegado para ser sustituido paulatinamente por el tema de Dios que ahora aparece con nitidez, igual que el tema del tiempo y la muerte que se convierten en obsesivos. De ahí que se pueda decir que en este libro es cuando comienza realmente la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, después de cuatro libros de tanteos con el inicio de la búsqueda de Dios, la aparición de la angustia y el encuentro con el hombre, único tema que faltaba en el núcleo significativo de su poesía, donde ya se encontraban el tema del tiempo, la muerte,  la soledad, el paisaje y Dios.

Por otra parte la visión de la divinidad en El año cero ha cambiado con respecto a su libro anterior, pues Valhondo ya no tiene una concepción positiva de Dios, que se le muestra distante, contradictorio y prepotente, porque lo siente muy lejos para poder alcanzarlo, le exige más de lo que como ser humano puede alcanzar y se muestra con la arrogancia del que se sabe superior y no se digna responder a una criatura imperfecta y frágil, que por este motivo lo necesita con urgencia.

También en El año cero Valhondo vuelve a tocar el tema de la soledad con la misma imagen del árbol solo, pero con un cambio de enfoque porque ahora la soledad que había concebido como tragedia en Hojas húmedas y verdes, al arrastrarlo a la posibilidad del suicidio como liberación de su angustia, es convertida en medio trascendental para rearmarse anímicamente, reequilibrar su espíritu e iniciar la búsqueda de Dios con garantía desde la intimidad de su refugio interior donde el poeta se siente seguro una vez que se ha alejado del paisaje cuando por un lado le recordaba su fragilidad tanto física como espiritual y, por otro, coartaba sus anhelos de libertad que en El año cero vuelve a ser un tema insistente.

No obstante Valhondo tanto en uno como en otro libro recupera la sensualidad, que había proscrito en Las siete palabras del señor y Pulsaciones, por la necesidad de compensar la angustia que comienza a padecer cuando inicia la búsqueda de Dios y siente su fracaso futuro, se convierten en obsesivos el tiempo y la muerte y su encuentro con el hombre lo lleva ante su imperfección a refugiarse en la intimidad de su conciencia solitaria.

Influencias

Tanto en Hojas húmedas y verdes como en El año cero se observa cómo Jesús Delgado Valhondo en el contenido va soltando gradualmente el lastre de las dependencias que existía en los libros de su primera etapa, a pesar del carácter antológico de ambos poemarios. Así, en los poemas nuevos de estos libros, aunque todavía quedan restos de influencias de poetas contemporáneos muy admirados por Valhondo como Machado, Juan Ramón, Lorca, Alberti o Miguel Hernández, se nota que hace un esfuerzo para convertir estos recuerdos en interpretaciones originales.

Este hecho es una muestra de que el esfuerzo de originalidad e independencia, que viene realizando Valhondo, es patente aunque todavía no se encuentra plenamente seguro y se apoya en versos o ideas atractivas de estos poetas para expresar esas sensaciones personales mientras toma el pulso de su lírica, encuentra un camino propio y se atreve a andarlo sin ayudas.

Quizás el hecho de centrarse en poetas de este siglo se deba a su cercanía con ellos en el tiempo y por tanto a un recuerdo más cercano que sin duda aumentó el interés por éstos y más cuando sus maestros acababan de morir dramáticamente o de exiliarse para evitar la muerte[44].

Además que sólo se encuentren referencias a los poetas contemporáneos citados, supone que con respecto a sus libros primeros se ha olvidado de otros como Bécquer o Rubén Darío, aunque en libros posteriores volverá a ellos. Al primero cuando se haga más espiritual y etéreo y al segundo cuando la angustia lo aprisione en tal grado que necesite hacerse de nuevo insensible para evitar el sufrimiento que lo invadía poco a poco de una manera más agobiante.

En Hojas húmedas y verdes y en El año cero han desaparecido las influencias vanguardistas, excepto la del surrealismo. Este hecho lleva a pensar que globalmente ha desechado ese camino que si bien en un principio lo atrajo como experimento y forma de buscar nuevos modos de expresión después se olvidó de él por ser un medio inadecuado a sus deseos de expresión lírica. Por esta razón, interpretamos la desaparición de esta influencia como un lastre soltado por Valhondo una vez que se decide por tendencias más seguras como la de nuestros clásicos contemporáneos, y una muestra del afán por conocer todo con el fin de experimentarlo y posteriormente desecharlo si no encajaba con su idea de la comunicación lírica.

En la forma es donde más patente quedan recuerdos de la poesía tradicional, pues no sólo esto sucede en cuanto al metro y a la rima, que en muchas ocasiones continúa siendo de versos cortos y asonancias, sino también respecto a la formación de estrofas tradicionales que antes quedaron en la mayoría de los casos abortadas como muestra de espontaneidad y libertad lírica. Ahora, sin embargo se localizan algunas redondillas, cuartetas, romances e incluso décimas, que indican en conjunto un deseo de no desprenderse de la tradición a la vez que muestra un interés por el clasicismo contemporáneo.

Este detalle da la seguridad de que Jesús Delgado Valhondo fue un poeta conocedor de las tendencias que estaban vigentes en el país. Por este motivo las influencias en estos libros estudiados se pueden interpretar como tanteos de un poeta que está buscando su camino personal y su estilo propio. Y este esfuerzo más que perjudicarlo lo dignifica, pues asegura que una vez dueño del control de su poesía ésta no será producto del azar o de unas condiciones innatas, sino intelectualmente cimentadas en el conocimiento de poetas de peso y en el experimento de numerosas tendencias. Y además en un trabajo de investigación y en un esfuerzo dignificador de superación y de lima, que no eludirá en ningún momento de su obra lírica la atención a corrientes nuevas.

Estilo

Teniendo en cuenta que ya hemos detectado cómo Jesús Delgado Valhondo comienza a tomar el pulso personal de su poesía, por medio de la contención y el equilibrio, no extraña encontrar en el estilo de Hojas húmedas y verdes y El año cero al Valhondo más singular con unas características personales definidas: espontaneidad meditada, lengua común, naturalidad, transparencia y sencillez, resultado de la elaboración trabajada que no se empaña con las abundantes imágenes (especialmente creativas) empleadas; melancolía e incluso visiones alucinantes, que proporcionan el conocimiento de un espíritu en continua ebullición temperamental y una íntima esencialidad que produce un cálido, cercano y eficaz lirismo.

El estilo de El año cero sin embargo sufre una alteración cuando en los poemas más extensos del libro, la contención y la síntesis de los primeros poemas, cortos, impresionistas y esenciales, se convierten en desbordamiento formal y significativo[45], pues tratan angustiosamente el tema de Dios y la búsqueda en la que el poeta se siente fracasado nada más comenzar. Todo esto se refleja en el tono del lenguaje que se vuelve áspero, desgarrador y dramático, indicando por unos momentos la pérdida de su pulso anímico que a estas alturas se caracterizaba por el equilibrio emocional[46].

A pesar de ese momento crítico en El año cero es posible detectar su fuerza lírica en tres puntos que serán desde este momento pilares de su estilo personal: su economía de medios, su capacidad de síntesis y su poder de sugerencia.

 Por tanto El año cero es un libro maduro aunque Valhondo incluyera numerosos poemas de su primera etapa, porque se nota una elaboración muy meditada; no en vano durante muchos años fue un proyecto de libro grande, que no sólo no decepciona sino que llama la atención por contener una poesía que ya se puede calificar de creativa, profunda y personal.

Métrica

La mayor regularidad que se halla en la métrica de Hojas húmedas y verdes y El año cero es una muestra de que Jesús Delgado Valhondo fue consciente de que por un lado en sus libros primeros se había desbordado sin la contención de la rima y la métrica y, por otro, de que para presentarse en el mundo lírico necesitaba hacerlo de una forma más contenida y equilibrada que eran precisamente las características que le proporcionaban estos medios formales. Por este motivo tanto en uno como en otro libro se olvida del verso libre.

No obstante todavía en ambos libros se encuentra al Valhondo más espontáneo y natural, pues la regularidad en la forma no es general siguen las vacilaciones y no siempre los versos se agrupan en estrofas y poemas regulares. Aunque este hecho no es un obstáculo, para que se pueda detectar una constante que se viene localizando desde sus comienzos líricos: la servidumbre de la forma con respecto al contenido que de esta manera consigue contener hasta los límites precisos donde le queda un margen para ahondar hacia la madurez sin dejar de evolucionar y a la vez sentirse libre y dueño de su pulso lírico. Así en El año cero existen poemas extensos donde Valhondo ahonda más en su emoción y sin embargo lo sostiene en formas no regulares.

Estas muestras de irregularidad por una parte suponen un medio de no dejarse aprisionar por la forma, temiendo perder frescura y espontaneidad y como consecuencia identidad personal y, por otra, deseos de experimentar buscando nuevos caminos expresivos y obsesión por encontrar el verso justo y la palabra exacta. Estas pretensiones conllevan desequilibrios, vacilaciones y alguna reelaboración desafortunada, pero no perjudican al poeta porque resulta digno su riesgo y esfuerzo en busca de su camino personal y, a la vez, también se observa cómo esa lucha con la forma y la palabra está consiguiendo resultados alentadores, porque cada vez las vacilaciones son menores y sin embargo los resultados líricos más patentes.

Recursos literarios

Tanto en Hojas húmedas y verdes como en El año cero el uso de recursos literarios siguen la línea marcada en los libros anteriores: las imágenes son producto de una poderosa creatividad y los recursos proceden de un trabajo consciente y meditado de la elaboración lírica y en ambos casos están puestos al servicio de los contenidos tratados por el poeta, para que la exposición de sus sentimientos llegue mejor al espíritu del lector y nunca para favorecer su lucimiento personal.

Es indudable que ya en Hojas húmedas y verdes Jesús Delgado Valhondo se presenta con experiencia y conoce los medios apropiados para conseguir expresar lo que necesita en cada momento. De ahí que teniendo en cuenta que se trata de su primer libro conocido realice en el primer poema conscientemente un alarde de lirismo, acumulando imágenes y recursos para sorprender al lector, que normalmente comienza un tanto escéptico la lectura de un poemario cuyo autor le es desconocido.

Posteriormente vuelve a emplear estos medios con la contención y el equilibrio que en él es característica. El recurso que más llama la atención en Hojas húmedas y verdes es el intimismo con que Valhondo expresa sus sentimientos haciendo muy suyo y trascendente aquello que cuenta y al mismo tiempo, por la forma cálida, cercana y amable familiaridad que le imprime, convertirlo también en algo nuestro.

Este recurso que enseguida nos pone de parte del poeta, nos convierte en confidentes de unos sentimientos compartidos que Valhondo acerca más a base de metáforas muy creativas y originales, personificaciones que ahondan en el misterio de cuanto nos rodea dándole vida o encabalgamientos que suspenden la expresión y la hacen más sugerente y, para el lector, participativa pues la poesía de Valhondo ya a estas alturas convierte al lector en sujeto activo.

Cumple Valhondo así en su primer libro conocido uno de sus más fervientes deseos: elaborar una poesía que comunique y comulgue con los demás, pues la poesía que no llega o no comparte no era tal cosa para él[47]. De ahí que las imágenes y recursos cumplan una función práctica de atracción, relación y unión entre corazones gemelos, el del poeta preparado para decir y el del lector listo para recibir y compartir.

En El año cero el uso de imágenes y recursos continúa en la misma línea que en Hojas húmedas y verdes. No obstante ahora se produce un cambio de tono por el aumento de la angustia que, situada en los poemas centrales del libro, se refleja en el empleo de determinados medios indicativos de angustia (anáforas, surrealismo), desorientación (interjecciones e interrogaciones) o fuertes preocupaciones existenciales (imágenes que llegan a ser en algunos momentos alucinantes y apocalípticas). Después de estos poemas, los medios líricos vuelven a la contención y el equilibrio de acuerdo con el tono esencial y melancólico que adoptan los últimos versos del libro.

Por tanto esta diferencia de tono que, en El año cero da como resultado el empleo concreto de ciertos recursos es una muestra más de cómo Valhondo los pone siempre al servicio del contenido.

Estructura

Hojas húmedas y verdes es un libro en el que Jesús Delgado Valhondo puso el máximo cuidado en presentarlo estructuradamente, pues sabía que era su presentación lírica en la sociedad poética. Por esta razón no sólo dividió el libro en dos partes sino que distribuyó simétricamente los poemas. No obstante en Hojas húmedas y verdes más que un interés cartesiano por presentarlos racionalmente se detecta una intención didáctica cuyo objetivo docente no era otro que ayudar a que el primer escaparate de su poesía no diera sensación alguna de inseguridad o de inexperiencia.

Valhondo culmina de este modo con Hojas húmedas y verdes el camino hacia la organización adecuada de sus sentimientos, que había iniciado en Canciúnculas como otro modo de contención y como un ejemplo de la seriedad con el que desde sus inicios líricos se toma la tarea poética, consciente de ser un trabajo trascendental porque se trataba de traducir en el papel los sentimientos del espíritu y Valhondo siempre mostró un gran respeto por los asuntos del alma.

Además en estos deseos de estructuración también influyó decididamente su trabajo docente y su interés porque la comunicación establecida entre poeta y lector a través de la poesía fuera trasparente y nada la obstaculizara, pues observamos un interés didáctico en presentar de una forma clara sus libros.

Sin embargo estos deseos patentes del poeta por estructurar a la perfección sus sentires no se continúan en El año cero, porque no se localiza de ninguna forma una estructuración clara, posiblemente porque el libro grande que tantos años tuvo en mente quiso ser una muestra demasiado amplia que incluso llega a repetir poemas de Canciúnculas. Así, mientras Hojas húmedas y verdes tiene 18 poemas, El año cero consta de 57.

No obstante parece que Valhondo tuvo intención de estructurar El año cero de alguna manera, pues las series de los meses del año, de los poemas extensos y de las frutas así lo indican, pero finalmente no hallamos una estructura lógica y concluimos en que se dejó llevar por la espontaneidad y el ímpetu de mostrar ampliamente un repaso de su actividad lírica desde sus inicios, alentado por la buena acogida que tuvo Hojas húmedas y verdes.

Hasta aquí esta explicación podría resultar convincente sin más explicaciones pero, teniendo en cuenta el afán estructurador que mostró Valhondo en sus libros anteriores, nos resistimos a quedarnos en este punto y pensamos que El año cero es una antología de sus libros anteriores e incluso de su poesía más remota de la que posiblemente haya varias muestras (que pudieran no haber aparecido en sus primeros libros) entre los poemas nuevos escritos para El año cero.

Por esta razón es evidente que El año cero no está formalmente estructurado, pero podemos pensar que se encuentra dividido en tres partes de un modo más sutil en cuanto al contenido y al estilo. De esta manera se explicaría algo que en Valhondo hasta el momento era impensable (no estructurar un libro) e indicaría que continúa con su espontaneidad intacta y en vez de dividirlo clara y racionalmente, lo ha hecho de una forma más lírica.

Evolución

Hojas húmedas y verdes mantiene, amplía y perfecciona características de los libros de su primera etapa porque, aunque la mayoría de los poemas fueron ya incluidos en ellos, se observa en la selección realizada y en los poemas nuevos una evolución palpable hacia la madurez.

Hojas húmedas y verdes es ejemplo del esfuerzo de superación poética realizado por Jesús Delgado Valhondo, que se vislumbra en su paciente y esforzada labor de selección[48], estructuración y lima[49]. A esta perseverante y minuciosa tarea lo animó la responsabilidad de dar a conocer sus primeros versos en un libro y su capacidad de autocensura, que lo hacía romper y reelaborar versos y poemas constantemente e incluso desechó abundantes poemas, que se conocen por citas epistolares y sin embargo no han aparecido en libros ni en borradores.

En El año cero Valhondo evoluciona hacia una mayor profundización espiritual, que humanamente lleva pareja una elevación de la angustia y líricamente un aumento de la calidad, porque cuanto más tenso tanto más humano, sincero y creativo resulta. De esta manera Valhondo hace cierta la idea de que el poeta es más original y propio cuando más cerca se encuentra del borde de su abismo espiritual. O como pensaba él mismo es necesario macerar los sentimientos en el dolor para conseguir que sean más verdaderos y sentidos.

Este derroche de personalidad y de creación fue detectado por la crítica, que le reconoció su sinceridad, su hondura y su humanismo desde el primer momento en que se dio a conocer desprendido de ataduras, independiente y seguro de sus sentimientos. Por tanto con sólo dos libros publicados, Valhondo logró comunicar y comulgar con gente cuya única relación fue la poesía, hecho que da la medida de la altura lírica alcanzada con tan corta obra.

Valhondo continuó incesante su creación lírica después de la publicación de Hojas húmedas y verdes, alentado por las buenas críticas recibidas y lejos de engolarse se hizo más consciente de su humilde labor, que lo llevó a una mayor sinceridad y honradez poética como es posible observar en su poesía posterior cada vez más segura y meditada.

Las críticas positivas aumentaron después de la edición de El año cero, reforzando la idea de que ya por estas fechas Valhondo tenía una personalidad definida: en cuanto a la verdad de sus sentimientos, se le reconoce sincero, esencial y auténtico. Respecto al contenido, profundo y atractivo. Su expresión es definida como clara, directa, espontánea y transparente. Y, en cuanto a su sensibilidad, delicado, emotivo, vibrante y puro. Una extraordinaria relación de calificativos que auguraban un futuro poético prometedor caracterizado por un aumento de la creatividad,  la trascendencia y  la calidad lírica.

Etapa de esperanza

En la época previa y posterior a la publicación de La esquina y el viento, Jesús Delgado Valhondo goza de unos momentos alentadores, porque se encuentra seguro de sí mismo cuando la crítica califica su poesía de humana, sincera y original con sólo dos libros publicados.

Sin embargo su profesión de maestro lo mantiene demasiado cerca de la pobreza física y espiritual de la gente y como practicante de su dolor e imperfecciones. De ahí que hasta ahora ensimismado en sus intranquilidades espirituales provocadas por el silencio de Dios y su preocupación por el tiempo y la muerte se sienta muy afectado por este doble contacto con sus semejantes cuando descubre la existencia de los demás, seres imperfectos y limitados que se encuentran tan desorientados y solos como él.

Estas experiencias existenciales provocan que a mediados de la década de los años 50 Valhondo ya tenga perfilada su concepción desencantada de la vida y del ser humano en la que ahondará buscando convencerse de lo contrario. Sin embargo cuanto más profundice en los entresijos de la condición humana su visión se hará más angustiosa, porque la triste opinión que tenía se agranda no sólo por constatar las limitaciones físicas y espirituales de sus semejantes, sino también por la mediocridad en que sobreviven sin interés alguno por fortalecer su espíritu y hacer más gratas sus vidas mortales.

Como consecuencia se verá invadido por la melancolía y la tristeza, que aumentarán cuando compruebe en él mismo las imperfecciones de los demás y no encuentre apoyos físicos ni espirituales en su soledad y aislamiento del pueblo, cuyas vivencias comenzarán a pesarle sobremanera conforme vayan pasando los años. La muerte del momento será la crónica de su estado emocional en esta etapa.

No obstante se puede hallar en la poesía de esta época momentos esperanzados porque, mezclados con su angustia, Valhondo paladea intermitentemente épocas gozosas que procedían del reconocimiento suscitado por su lírica dentro y fuera de la región, de pequeños hechos positivos de la vida cotidiana y profesional, y del respeto que se había granjeado por su atractiva personalidad humana y lírica. Este aprecio lo sentía no sólo en su entorno diario sino también en los círculos culturales de Mérida, Cáceres, Badajoz y de distintos puntos de la geografía nacional a los que llegaba por carta, poemas, libros o personalmente.

La época de mayor esperanza de esta etapa la transmitió en el «Canto a Extremadura» que (como en su momento se vio) fue una visión épica y alentadora de su tierra y de su gente.

La esquina y el viento y La muerte del momento

Descripción

La esquina y el viento y La muerte del momento son los primeros libros de los que se puede hacer una definición determinada y clara de su contenido pues, como vimos anteriormente, los tres primeros de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo están formados por una amalgama de asuntos cuyo núcleo no está definido, y los dos siguientes en su mayor parte son recopilaciones difíciles de definir en conjunto, sin que se escape algún aspecto imposible de incluir en una definición global.

En La esquina y el viento, Valhondo incide en la frustración y la soledad que le produce el silencio de Dios y el drama que le supone la vida por la influencia negativa del tiempo y la muerte. A estas preocupaciones añade el encuentro desalentador con sus semejantes que, en vez de calmarlo, aumentan sus intranquilidades pues le resultan una copia exacta de su imperfección y de sus limitaciones.

Si en este libro el poeta expone su visión negativa sobre el ser humano y el mundo, en La muerte del momento es más específico y concreto porque se centra en sus propias vivencias existenciales y vuelve a incidir sobre los mismos asuntos, pero de una forma más cotidiana. Ahora se centra en la persona normal de la calle, elemental e inmediata, que no tiene pretensiones universales ni trascendentes, pero que se ve influida de la misma forma negativa que él por las circunstancias de la existencia diaria.

Vemos por tanto cómo Valhondo ha tomado definitivamente el pulso de su lírica y sus planteamientos se hacen más concretos, lineales y coherentes, de tal forma que, si en la edición original de La esquina y el viento aún incluye algún poema de libros anteriores, La muerte del momento es un libro totalmente nuevo y claramente definido.

Temas y contenidos

En los dos libros anteriores el tema central fue el paisaje[50] donde el poeta indagó buscando el rastro de Dios, que finalmente no se manifiesta. Por tanto, la frustración de este fracaso, la incidencia del tiempo y la muerte, la soledad y la angustia que, gradualmente, se va convirtiendo en desgarradora, serán los asuntos sobre los que girarán estos libros.

La esquina y el viento sin embargo destaca la concepción desencantada que tiene el poeta del ser humano (en la que incluye la propia) y La muerte del momento gira en torno de la inquietud por la suerte del ser común con el que convive diariamente, viendo en sus imperfecciones, su abandono y su soledad, un reflejo de sí mismo.

No obstante habría que realizar una distinción entre ambos libros, pues en La esquina y el viento el poeta se olvida del paisaje porque es obra de Dios que no se manifiesta y de nada vale intentar encontrarlo a través de su creación. El poeta entonces se refugia en sí mismo, ahonda en su abismo espiritual y sólo encuentra angustia pues no tiene soportes que lo esperancen.

En La muerte del momento, sin embargo, el poeta sale de su intimismo donde estaba aislado, mira a su alrededor y se fija en su entorno que está habitado por su familia (mujer e hijos) y sus semejantes. Pero esta realidad en vez de tranquilizarlo contribuye a aumentar su angustia poderosamente, pues se da cuenta de que no tiene que soportar sólo sus imperfecciones sino también la de las personas unidas anímicamente a él y sobre todo la de los más cercanos y débiles, sus hijos. Un tremendo sentimiento de culpabilidad invade al poeta, que siente el peso de haber sido dios al darles la vida e igual que la divinidad hace con el hombre arrojarlos a un mundo sin sentido y abocarlos a la destrucción del tiempo y a la aniquilación de la muerte.

De esta manera Valhondo, lejos de huir del enigma del ser humano y del mundo, lo que hace es profundizar en él y sentirse invadido por un sufrimiento desgarrador de indefensión, de fragilidad ante el misterio y de impotencia intelectual para desentrañarlo. Ante esta honda presión anímica su angustia sufre un aumento considerable, pues no encuentra razón alguna ni posibilidad de hallar solución.

Entonces, buscando un soporte para no desmoronarse, el poeta trata de apoyarse en el recuerdo y realiza un repaso de su vida anterior (infancia y juventud), pero no encuentra asidero alguno porque la halla espiritualmente vacía y demasiado lejana. Ante esto únicamente le queda una solución: buscar a Dios angustiadamente, pero tampoco lo consigue. Piensa en la eternidad y también le falla esta última salida. El resultado es la desesperación y la angustia.

Es, en este momento desolador, cuando el poeta se da cuenta de que no es fácil religarse a Dios, porque no se puede llegar tan directamente como él pensaba, entre otras cosas porque no es un ser tan amable como esperaba[51] o bien porque Dios es una esencia tan elevada que se escapa al intelecto del hombre. Entonces el poeta cae en la cuenta del significado de esta idea: el principio de la fe es la duda, que supone para él la explicación de la dificultad del camino a Dios, porque a la divinidad se la encuentra muchas veces dudando de su existencia, es decir, de una forma agónica.

No obstante este camino, que en un principio supuso un alivio, provocará al poeta continuas vacilaciones espirituales pues, cuando se esperanza pensando en la eternidad como liberación, recuerda que antes tendrá que pasar por la muerte o, cuando encuentra un desahogo para su ánimo, se acuerda de que no podrá salvar a sus seres más queridos de los efectos arrasadores del tiempo.

Entonces siente más angustia y un tremendo desencanto emocional, pues se da cuenta de que sin Dios no puede haber esperanza y sin capacidad intelectual no puede llegar a Él. Por tanto, se encuentra en un círculo vicioso del que es incapaz de salir, porque está solo y con la responsabilidad de desentrañar sus misterios y además los de las personas que dependen anímicamente de él, mientras el tiempo sigue su curso inexorablemente y la muerte acecha.

Ante esta triste situación el poeta muestra su rabia atacando a Dios para sacarlo de su silencio, pero continúa sin manifestarse. Entonces cae en el desencanto más desolador: no hay solución posible porque el ser humano es imperfección, soledad y angustia en manos del tiempo y de la muerte.

Influencias

Tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento sólo quedan algunos leves recuerdos de poetas de los que Valhondo no quiere conscientemente desprenderse. Igual que luego veremos en la métrica, Valhondo desea aún guiarse por referencias tradicionales y cultas que le dan seguridad y a la vez cimentan el camino trascendente que ha elegido.

No es raro que sigamos encontrando en ambos libros sutiles influencias del Antonio Machado más esencial y delicado en el tono melancólico y el uso de la imagen del camino, que es una metáfora de la senda que el poeta ha emprendido espiritualmente en busca de Dios. Además se hallen recuerdos de varios poetas de la generación del 27 (Prados, Guillén, Alberti)[52], unas veces para justificar su angustia y otras para regenerar su ánimo.

No podía faltar el recuerdo de la lírica popular, sobre todo a través de los metros y ritmos empleados, y de Alberti, un poeta que hizo de la poesía tradicional la base de su lírica culta y que atraía a Valhondo por la nostalgia que le imprime y ese ritmo ágil, típico de la poesía popular, que lo aleja y lo libera de preocupaciones con su frescura y espontaneidad.

Como la angustia crece por momentos en Valhondo cuando constata que Dios no se digna responderle, resulta lógico encontrar un ímpetu imprecatorio e incluso agresivo, dirigido a Dios y parecido al que Blas de Otero hizo tan singular cuando en su poesía más existencial con frecuencia reprendió a la divinidad su silencio y su abandono del ser humano.

Y en el último poema de La muerte del momento el uso de liras y de un misticismo espiritual trae a la mente recuerdos de San Juan de La Cruz, una vez que el poeta ha comprendido que a Dios no llegará de ninguna forma atacándolo sino buscando su esencia por el camino del espíritu.

Valhondo sigue por tanto con la tendencia de desprenderse de influencias lejanas (excepto la de San Juan de la Cruz) y centrarse en otras contemporáneas, mucho más cercanas no sólo en el espacio sino, sobre todo, en el tiempo y en el enfoque que de los problemas existenciales hacen estos poetas para dilucidar soluciones con las que resolver sus preocupaciones espirituales y  mantenerse en su búsqueda.

Estilo

Tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento aparece un poeta sólido y dueño de su pulso lírico a pesar de la angustia que unas veces lo hacen caer en el desencanto, las más en la desesperación y otras en la rebeldía contra una situación que no comprende.

No obstante, aunque la presión anímica sufrida impregna los versos de una  intranquilidad que lo llevan a perder aquella fresca naturalidad característica de sus primeros libros, se sigue detectando una poesía cálida, sincera, tierna y humanísima, que implica porque nos hace partícipes de su concepción desoladora del ser humano y el mundo, al sentirnos seres imperfectos en un mundo enigmático que tampoco logramos entender como el poeta.

En La muerte del momento hay un aumento patente de la angustia, porque el poeta se centra en su propia realidad después de apartarse de su concepción universal en La esquina y el viento, donde de alguna manera se sentía arropado porque la desgracia no era sólo suya sino de todos sus semejantes. En cambio en La muerte del momento reflexiona sobre su situación personal y estremecedoramente comprueba que es un prisionero del tiempo y la muerte.

Por esta razón el estilo en La muerte del momento es más intimista y su expresión se torna más auténtica y hondamente sentida que en La esquina y el viento. La lengua, a pesar de la fuerte conmoción, se transparenta y adopta un tono melancólico que llega a ser elemental cuando al poeta sólo le interesa su mensaje descorazonador como solicitando ayuda para resolver su situación lamentable. Incluso en los momentos más angustiosos cuando el poeta se decide a pedir explicaciones a Dios, la expresión se encuentra contenida por una melancolía que mantiene el tono en los límites precisos del respeto y evita la desconsideración.

Ese esfuerzo por crear un mensaje destilado, libre de elementos distorsionadores en un momento delicadísimo, consigue que la expresión poética se haga estrictamente esencial, pura meditación trascendente. Y a pesar del momento desgarrador que vive tenga un discurrir lineal que parte de una templada melancolía y llega sin exabruptos a una desoladora angustia. Sin embargo el poeta no puede controlar que su expresión tome un carácter fúnebre con la acumulación final de poemas referidos a la muerte y una forma apropiada a este sentimiento con el uso repetido del romance-endecha o abandone la forma regular para expresarse  libremente o bien termine conteniéndose en los límites que le marca la lira y su recogimiento místico.

Estas continuas vacilaciones, propias de un ser que indaga en su abismo espiritual, evita la monotonía de un tono lineal sin altibajos y hace que el lector participe activamente de la lectura, unas veces conmovido y otras dulcemente calmado después de unos momentos críticamente angustiosos, que es cuando el poeta ha conseguido establecer estrechas relaciones emocionales con el lector e implicarlo en su desazón, que de esta manera se hace universal.

 Así la poesía de Jesús Delgado Valhondo logra establecer una comunión humana y espiritual con sus semejantes y se convierte en la crónica trágica del final de la relación entre Dios y el ser humano, pues acaba en el desamor más dramático.

Métrica

Ambos libros, en cuanto a la métrica, tienen en común la tendencia a una regularidad formal: predominan los versos de arte menor, sobre todo los heptasílabos[53] y los octosílabos[54]. Hay por tanto en estos datos un deseo de no abandonar la tradición al preferir metros populares y a la vez un ejercicio de experimentación, que trata de buscar nuevos efectos líricos con las combinaciones citadas, y un interés por no encorsetar la expresión en medidas, que crearan un tono repetitivo y dieran la sensación de falta de recursos.

Lo mismo sucede con la rima que es generalmente asonante y en algunas ocasiones está mezclada con la consonante o tiene vacilaciones conscientes no ortodoxas, provocadas por el poeta para conseguir frescura, agilidad y sentirse libre sin presiones que lo obligaran a expresar algo distinto de lo que deseaba.

Con la formación de estrofas y poemas, sucede lo mismo pues, tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento, existe una tendencia hacia la creación de estrofas regulares (tercerillas, redondillas, cuartetas, quintillas -en ambos libros-, liras y décimas) y poemas tradicionales (romances -octosílabos, endechas y heroicos-) y cultos (tercetos -a veces encadenados-, sonetos -uno heroico- y sonetillos -en ambos libros-). Si observamos con detención, se puede advertir que Valhondo usa las estrofas más conocidas y los dos poemas más empleados en nuestra lírica, el romance y el soneto; además, tanto el terceto como el sonetillo, son pasos previos del soneto que vienen a ser experimentos con estrofas y poemas.

Jesús Delgado Valhondo a estas alturas ha decidido no apartarse de la tradición popular ni culta, pues las considera guías imprescindibles, y sigue buscando nuevos caminos formales en la frontera entre la libertad plena y la regularidad, que le dejaran un margen de maniobra para que esa expresión personal siguiera con la verdad espontánea que le dictaba su honradez poética.

Recursos literarios

Continúa Valhondo en ambos libros con el uso moderado de los recursos literarios que sigue poniendo al servicio del contenido, de tal forma que lejos de oscurecer la expresión, incluso en los momentos más críticos, ayudan a comprenderla con más nitidez[55], pues ésta gana en poder de sugerencia compensando la falta de transparencia con un acentuado lirismo, que deja al lector una honda emanación traducible en su conciencia.

Y esto es posible porque Valhondo maneja el lenguaje común, del que nunca se aparta, con una maestría propia del poeta sincero y muy sentido, de tal manera que las imágenes surgen generalmente de una forma espontánea y nada artificial, por ese motivo nos resultan tan creativas, cercanas y nuevas, y de ahí también que se tenga la sensación de que sólo las usa en un número justo.

También los recursos se notan naturalmente incardinados en el discurrir de la expresión que no necesita de grandes y complicadas construcciones, sino del sencillo pero eficaz manejo de medios como los signos de interrogación o exclamación, produciendo inflexiones y requiebros modulados de las emociones; encabalgamientos que contienen la expresión por medio de pausas sugerentes; metáforas sorprendentes que descubren visiones creativas de conceptos muy conocidos; anáforas que insisten en otros especialmente importantes e hipérbatos, que hacen reflexionar con más profundidad en ciertos detalles.

En La muerte del momento además se observa que de acuerdo con el momento extremadamente delicado por el que atraviesa el poeta abundan los recursos repetitivos[56], que indican sin decirlo expresamente el grado de angustia alcanzado por el poeta en su reflexión trascendental.

Es decir, los recursos ayudan a crear la tensión apropiada en la que está continuamente inmersa la poesía de Jesús Delgado Valhondo, y mantienen siempre vivas las ascuas de su perenne intranquilidad espiritual como ser agónico que busca desesperadamente comprender su esencia y su destino.

A todo esto se une una portentosa economía de medios y una capacidad de síntesis extraordinaria (detectada ya en libros anteriores), que contribuyen a crear esa poesía esencial e implicadora con recursos como el plural mayestático y ganan el ánimo con  su cálida amenidad pues, aunque los temas tratados por Valhondo son los mismos que los de la lírica universal, adquieren sin embargo una dimensión distinta por su cercanía.

Una muestra indicativa de este enfoque personal de Valhondo es el contraste que crea entre la sombra y la luz manejando magistralmente el claroscuro, que expresa a través de la tranquilidad en la transparencia del día, de la lentitud melancólica del atardecer y el silencio de la noche, donde con más nitidez logra entablar un monólogo liberalizador con Dios, o bien por medio de la desconfianza en la claridad del día, de las sombras preocupantes de la tarde o de la oscuridad de la noche inacabable que se llena de temores, fantasmas y presagios de muerte.

Estructura

La edición original enviada por Jesús Delgado Valhondo a José Hierro, director de la colección Tito hombre, estaba dividida en cuatro partes que contenían diez, ocho, siete y diez poemas respectivamente. Como Hierro le indicó la imposibilidad de editarla por su extensión, Valhondo se vio obligado a reducirla a dos partes, que contenían dieciocho y cinco poemas respectivamente.

En la edición publicada el poeta suprimió algunos poemas ya editados en Hojas húmedas y verdes[57]; otros que repetían temas como los dedicados a la escuela; varios de asunto navideño, que por su contenido no encajaban en el libro, y otros que cerraban el poemario esperanzadamente. Por tanto parece ser que la reducción lejos de perjudicar al libro la benefició, pues Valhondo tuvo la oportunidad de prescindir de poemas ya editados, de no insistir en temas repetidos y evitar asuntos que distorsionaran el contenido global del libro. Como entre el envío de la edición original y la selección medió un tiempo Valhondo, movido por sus continuas vacilaciones espirituales, eliminó los últimos poemas, donde mostraba una esperanza en Dios, y dejó aquéllos que eran una muestra de la angustia que sentía en el momento de seleccionar para ajustarse a lo que le pedía Tito hombre.

El libro aunque reducido no perdió la clara exposición de su contenido, que sigue un curso lineal ascendente desde la calma del primer poema[58] a la angustia de los últimos. De esta forma el poeta continuó en La esquina y el viento con la firme voluntad de exponer sus sentimientos de una manera ordenada, que contribuyera a su transparencia y a ese deseo de comunicación que presidió siempre su tarea lírica.

La muerte del momento sin embargo aparentemente no se encuentra dividido, pues los poemas aparecen en un bloque único pero, indagando en el contenido, se detecta una estructuración semántica y formal, pareja a la intensificación del tono que divide al libro en dos partes: la primera se caracteriza por la melancolía, que aparece expuesta en versos de arte menor y una expresión más esencial y, la segunda, por la angustia más acuciante que el poeta expone en versos extensos y una expresión más desbordada.

Quizás el hecho de que Jesús Delgado Valhondo no dividiera formalmente el libro sea una sutil manera de indicarnos la presión síquica que ejercía en su ánimo la monotonía de la vida diaria y, como en un día monótono no se distinguen partes pues todo se siente en una exasperante linealidad, transmite este sentimiento angustioso no estructurando el libro.

Sin embargo el libro se divide significativamente y esto es una muestra más de que Valhondo es desde sus mismos comienzos un poeta que, consciente de su labor lírica, tiene por norma la exposición ordenada de sus sentimientos.

Evolución

Como hemos visto La esquina y el viento en su edición original incluía algunos poemas de libros anteriores, pero Valhondo aprovechó la selección posterior que le pidieron desde Santander para liberarse de esos poemas y publicar un libro que, por primera vez en su obra poética, fuera totalmente inédito no sólo en cuanto al contenido sino también en su concepción global.

Esto significa que Valhondo comenzaba con paso firme y consciente, después de su etapa de tanteo, una obra lírica cimentada en una experiencia previa que ya tenía definido el tema central y la forma de contarlo después de múltiples experimentos en sus libros anteriores. Así La esquina y el viento[59] es su primer libro nítidamente definido, unitario y compacto y, además, se encuentra perfectamente conectado con los libros anteriores y por tanto integrado en la coherencia que ya es característica en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

La muerte del momento es otro libro concebido unitaria e independientemente sin lastres del pasado y conexionado con el libro anterior, pues continúa la línea angustiosa iniciada en La esquina y el viento y supone el punto más tenso de las preocupaciones trascendentales de ambos libros. No obstante La muerte del momento no es una simple continuación de La esquina y el viento porque, como ya vimos, si este libro fue una visión universal de los problemas trascendentales que aquejan al poeta, La muerte del momento es una exposición particular de sus problemas personales, sujetos a la realidad de la vida diaria, de su propia existencia y de las personas que lo rodean.

Por otro parte La muerte del momento supone un paso adelante en la evolución espiritual de Jesús Delgado Valhondo pues, si en La esquina y el viento se muestra encerrado en su yo más íntimo, en La muerte del momento se produce un cambio de actitud hacia el nosotros solidario[60].

También este golpe de timón lírico tenía una personalidad muy definida, una seguridad patente y una hondura anímica trascendental, que suponía una superación con respeto a la poesía de sus libros anteriores, una muestra de la madurez lírica alcanzada, de profundidad muy humana y moderna y emocionalmente muy efectiva.

Sin embargo la virtud más destacada por la crítica es la autenticidad de un poeta antes que nada hombre de su tiempo y de su momento, es decir, la sinceridad de hombre cualquiera, cotidiano, alejado de corrientes y tendencias académicas y artificiales, en el que se puede ver reflejado cualquier persona sencilla aunque no tenga formación intelectual de altura, pero sí sentimientos transparentes y sinceros. Esto supone que a Valhondo ya se le reconoce sin ambages una voz personal que será definida por Juan Ruiz Peña con el calificativo de valhondiana.

Además Jesús Delgado Valhondo en La muerte del momento es incluso más personal y sentido si cabe que en La esquina y el viento, porque se sitúa en la realidad más cercana y cruda y sus preocupaciones crecen en el contacto con el dolor y la imperfección propia y de los demás. Pero la crítica apenas comentó este libro, pues no fue muy conocido por ser publicado en Gévora, revista modesta que, a pesar del esfuerzo titánico de sus promotores, Monterrey y Lencero, tenía una corta tirada que además era repartida dispersamente sólo entre los colaboradores y suscriptores.

No obstante tenemos en La muerte del momento a un poeta afianzado en la preocupación del ser humano, cuya imperfección unida al tiempo y a la muerte no le hacen abrigar esperanzas de salvación ni de vida eterna.

Etapa de conmoción

La experiencia, que vivió Jesús Delgado Valhondo en la universidad santanderina (1956), influyó fuertemente en él de tres maneras positivas, porque humanamente midió su capacidad de relación al codearse con buena parte de la flor y nata de la cultura española del momento y amplió sus relaciones humanas, entablando amistad sincera y enriquecedora con estas personas de un gran prestigio en el mundo de la cultura del momento.

Intelectualmente, en tertulias o conversaciones informales, oyó opiniones autorizadas sobre las corrientes poéticas y los poetas del momento; pudo participar en discusiones líricas que, sin duda, ampliaron sus conocimientos sobre la poesía; expuso y discutió sus ideas estéticas y difundió su singularidad lírica a través de la lectura de sus poemas sobre los que recibió agudas y sinceras opiniones, y comprobó personalmente que su poesía llegaba con facilidad a críticos de la calidad de sus contertulios.

Estas emociones, que Valhondo experimentó con la intensidad de poeta sincero y preocupado por su labor poética, le reportaron un gran empuje moral y desde entonces siguió creando con más ahínco al ver refrendado su trabajo lírico de esta manera.

Y por último, espiritualmente, La montaña lo impresionó con sus proporciones extraordinarias; produjo un fortísimo impacto en su alma de poeta y provocó una conmoción en su concepción religiosa, que cuenta posteriormente en su libro La montaña, visión espiritual de aquellas tierras donde se encontró más cerca del cielo; creyó llegar al final de su búsqueda y sin embargo sufrió un tremendo desengaño.

Estas razones y el grato recuerdo que en su alma dejó la tierra santanderina y su gente y las relaciones amistosas entabladas provocaron que Jesús Delgado Valhondo terminara La montaña poco después de su vuelta, y se atreviera a enviar el libro a los hermanos Bedia, que inmediatamente se dispusieron a editarlo. Así La montaña se convirtió en el libro que tuvo menos dificultad en publicar y en muestra del grado en que la personalidad humana, espiritual y lírica de Valhondo caló en el afecto de aquella gente durante su estancia cántabra.

La montaña

Descripción

La montaña es el cénit de la evolución espiritual de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo donde, después de un largo y dificultoso recorrido ascendente descrito en los libros anteriores, llega a la cima anhelada para encontrarse con Dios, que no se digna recibirlo ni puede calmar sus preocupaciones trascendentales.

Curiosamente (¿o es consciente?) el gráfico de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo tiene forma de montaña y el libro denominado por él de esta manera se encuentra en el vértice de esa elevación, justo en el centro de su obra pues antes de La montaña escribió ocho libros y después otro tanto. Jesús Delgado Valhondo tuvo una visión profética de la estructuración global de su poesía y la colocación a conciencia de La montaña en su justo medio es un detalle que certifica la certeza de esta afirmación..

A esta conclusión nos lleva la insistencia de Valhondo[61] en la idea de La montaña y en la necesidad espiritual que tenía como ser humano de subir, de superarse, de llegar a un estado anímico y emocional que lo posicionara convenientemente para, desde esa posición privilegiada, conseguir la unión con Dios, su origen y su destino.

Significativamente La montaña marca dos momentos bien diferenciados en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y en su vida espiritual, porque primero aunque la angustia motivada por sus preocupaciones espirituales comenzara tempranamente (ya la detectamos en su primer libro), siempre tuvo la esperanza de que cuando consiguiera encontrar a Dios Éste calmaría sus intranquilidades. Y después porque La montaña es el libro donde constata que Dios es inalcanzable, bien porque el ser humano es demasiado insignificante para que la divinidad le dedique atención, o bien porque el Dios que conoció en La montaña era el mismo que el de la Biblia, un ser distante. Por tanto antes de La montaña hay en Valhondo esperanza y después angustia y soledad.

De ahí que La montaña sea la culminación de un proceso que comienza a perfilarse en CanciúnculasLas siete palabras del señor y Pulsaciones; se prepara en sus dos primeros libros conocidos, Hojas húmedas y verdes y El año cero; se inicia y desarrolla en La esquina y el viento y La muerte del momento y llega a su culmen en La montaña, después de exigir al poeta una larga preparación espiritual y la superación de un abrupto y largo recorrido.

Temas y contenidos

     El tema central de La montaña es la comprobación traumática del poder ilimitado de Dios; la constatación de que una insuperable distancia separa al ser humano de la divinidad y el descubrimiento estremecedor y definitivo de la finitud, imperfección y caducidad del hombre cuyo destino inmutable es la angustia y la soledad.

El poeta hasta ahora había contemplado la naturaleza con el asombro y la serenidad de estar admirando la obra de Dios y su poder creador y de que los problemas del ser humano podrían ser solucionados con facilidad, en cuanto que éste lograra entrar en contacto con la divinidad por el camino del espíritu[62]. Después cuando Valhondo comienza a darse cuenta de que Dios se muestra esquivo y no piensa salir de su silencio, el paisaje se llena de connotaciones negativas para el poeta que se refugia en sí mismo, en su paisaje interior, y se olvida del de su entorno[63]. Pero no puede aguantar por mucho tiempo su soledad porque se angustia. Entonces sale de su interior, toma conciencia de los seres que habitan su entorno y se angustia con la constatación de sus mismas imperfecciones[64].

No obstante cuando el poeta siente la necesidad de salir de su aislamiento interior, vuelve al paisaje, abre los ojos y contempla aterrado otro muy distinto del suyo, y las connotaciones negativas que ya tenía la naturaleza de su entorno llano y sin grandes elevaciones del terreno, ahora aumentan en unas proporciones magníficas que no sólo lo asombran sino también lo estremecen, porque es la forma definitiva de comprobar la nimiedad y la imperfección del ser humano ante tanta perfección y tanta grandeza[65].

Pero el impacto mayor que produce en el espíritu de Jesús Delgado Valhondo la contemplación de la Montaña y el recorrido que realizó por ella, fue la inseguridad que le proporcionó contemplar el tremendo poder de Dios y su distanciamiento y también su dependencia de la divinidad, es decir, se dio cuenta de que Dios no tenía intención de escuchar al ser humano, ni quería recibirlo y además disponía de un poder que en cualquier momento podía usarlo a capricho[66] y eliminarlo, después de hacerlo pasar por el sufrimiento y el dolor.

El poeta sin embargo ya iba predispuesto espiritualmente a la melancolía desde que en La muerte del momento descubre la imperfección humana y la fugacidad del tiempo. Luego el clima de Cantabria especialmente triste, el cansancio físico al subir aquellas extraordinarias moles por senderos empinados al borde de tremendos precipicios en medio de la niebla y la llovizna, aumentan considerablemente su tristeza, pues ahora que podía llevar a la práctica su idea teórica de la subida a la Montaña en la que tantas veces había meditado idealmente como superación humana y como medio de alcanzar a Dios en su cima, se encuentra con un desconocido, distante y poderosísimo señor que puede disponer a su antojo de su vida. Después del tremendo e inútil esfuerzo de la subida, la decepción y la angustia es total porque, ahora que ha encontrado a Dios, comprueba que no existe forma humana de religarse a la divinidad.

De ahí el desconcierto del poeta, porque había pensado que la religión era el único medio válido para llegar a Dios y Él mismo lo había convencido de todo lo contrario. Ante esto ¿qué forma le quedaba de unirse a Él? Ninguna, porque comprueba que el ser humano se encuentra solo en un mundo que nadie le ha explicado cómo funciona ni qué leyes lo rigen y por tanto la vida, la naturaleza humana y la inmortalidad seguirán siempre siendo un enigma irresoluble para un ser humano desamparado, imperfecto y solo.

Más tarde sin embargo el poeta baja de la Montaña, se calma y entra en unos momentos místicos, cuando activa su mecanismo anímico de defensa y crea una visión lírica de lugares de aquellas tierras, a los que el tiempo y la historia han proporcionado categoría espiritual de tal forma que, después del impacto emocional, queda en él un poso de la presencia de Dios en el paisaje, como reconociendo que, a pesar de la decepción sufrida, todavía debe seguir asombrándose ante tan maravillosa creación.

También el poeta se evade de la honda preocupación que siente por el impactante descubrimiento que ha realizado, cuando encuentra una sensualidad en los aromas diversos del paisaje santanderino o adopta una postura irónica ante el inquisidor Corro o capta el silencio, el misterio y el asombro de aquel entorno tan especial para la reflexión contemplativa o se despide de una manera estrictamente lírica de Santander y sus tierras.

No obstante el espíritu del poeta ha quedado mortalmente herido; el resto de su vida será una larga agonía desde que baja de La montaña hasta que resume su recorrido espiritual y expone su visión desencantada del ser humano, de la vida y el mundo en Huir, que es la síntesis de la desgarradora decepción vital sufrida en La montaña, de la que no logrará recuperarse.

Influencias

Quizás sea La montaña el libro con menos influencias de Jesús Delgado Valhondo pues, como se ha visto, la inclusión en su obra poética es puramente accidental, es decir, escribió este libro porque casualmente fue invitado a los cursos de verano de la Universidad de Santander, no porque tuviera en su mente ese viaje para escribir allí La montaña.

Por tanto es un libro con una concepción espontánea, intuitiva, que no toma como puntos de referencia conocidos más que la idea de la Montaña de la tradición bíblica y el ejemplo de Cristo y San Pedro de Alcántara de la tradición cristiana, que durante tanto tiempo venía madurando en su espíritu y que materializó con ocasión del viaje a la capital cántabra.

De ahí que Valhondo se ciña a la tradición cristiana ascética y mística, que se basa en el fortalecimiento espiritual a través del dolor y el sacrificio, como paso previo y estrictamente necesario para conseguir el estado de gracia que ilumine el camino a la divinidad. Y de ahí también la esperanza, que detectamos en sus libros anteriores a pesar del fracaso de su búsqueda, pues Valhondo entendía que sólo por medio de la perseverancia en el sufrimiento podría fortalecer su espíritu. Pero la decepción lo invade cuando comprueba que tampoco el dolor es medio adecuado para llegar a la divinidad, pues ha recorrido un camino lleno de dificultades y sin embargo sigue con las manos vacías, se encuentra solo y sin más recursos.

Como consecuencia sus libros siguientes serán la crónica de la tremenda decepción existencial de un ser humano desamparado que no encuentra soportes espirituales ni religiosos para continuar aguantando los embates de una existencia que no tiene sentido, mientras que el tiempo imparable lo acerca a pasos agigantados a la muerte, contra la que no ha conseguido ayuda divina ni, lo que es peor, una mínima esperanza de alcanzarla.

Estilo

El estilo de La montaña vuelve a caracterizarse por el verdadero sentimiento, la expresión transparente, el vocabulario común, la extrema sinceridad, la emoción, la creatividad y la elaboración meditada. No obstante existe una diferencia con respecto al estilo de sus libros inmediatamente anteriores, porque ahora Jesús Delgado Valhondo lo impregna de un mayor lirismo al encontrarse inmerso en la última etapa del proceso místico y, por tanto, en la frontera entre la realidad y el éxtasis que lo lleva expresivamente a ser menos existencial y a la vez más creativo.

Esta situación emocional diversifica su entendimiento por el entorno nuevo y sorprendente que lo rodea y capta una variedad de sensaciones que convierte en originales, sentidas y compartidas pues si en libros anteriores ya consiguió implicarnos con sentimientos existenciales ahora también lo consigue con otros que, por sutiles y creativos, se acercan más al lirismo. Y si con el relato de su discurrir cotidiano en La muerte del momento llegó a hacer nuestra sus múltiples preocupaciones, ahora en La montaña logra otro tanto por el camino de la esencia lírica consiguiendo que nos impliquemos humanamente a través de sentimientos que podemos palpar por tangibles y, a la vez líricamente, por otros que podemos intuir aunque no logremos traducirlos.

En el estilo de La montaña por tanto Valhondo consigue un objetivo doble, pues resulta descarnado, directo y natural y al mismo tiempo delicado, esencial y moderno en cuanto que logra exponer los sentimientos de siempre pero adaptados a una nueva realidad y a una nueva forma, sin dejar de ser sincero y humano. Por tanto La montaña reúne una mezcla del estilo desnudo de sus libros anteriores, pero adaptado a la esencialidad de la que también dio muestras en ciertos momentos de estos libros.

Además en La montaña descubrimos dos características del estilo personal de Jesús Delgado Valhondo: una, el aumento de la angustia lo hace paradójicamente ser más intenso, sincero y esencial y, otra, la elevación de la tensión emotiva lo lleva a ser más variado, cuando lo normal sería que lo paralizara creativamente y se ciñera, por seguridad en un momento delicadísimo, a un monotema que incluso lo hiciera repetitivo.

Sin embargo Valhondo se presenta en La montaña como un poeta maduro y de su tiempo, angustiado pero contenido, impetuoso pero equilibrado que aunque se hace más lírico no tiene que recurrir al oscurecimiento para alcanzar cotas de una elevada calidad lírica, de tal forma que se entiende directamente o, si en algún momento se hace intraducible, al menos logramos intuirlo y conectar con él sin dificultad.

Y esto sucede porque Valhondo en La montaña consigue desprenderse de elementos innecesarios cuando lo pasa por el filtro del proceso místico, que elimina cualquier obstáculo para quedar expedito el camino hacia la divinidad, el mensaje del poeta llega nítido y el deseo de unión parece que se va a realizar de una vez por todas.

Valhondo consigue también con este enfoque que su mensaje tuviera un valor nuevo, perdurable en el tiempo y en el sentimiento de quien lo lee varias décadas después de escribirlo y que no quedara difuminado en una simple visión geográfica, producto de una emoción temporal y pasajera, pues su mensaje aún sigue siendo recibido en las tierras cántabras como una elaboración literaria que extrae su esencia a través de la contemplación de un paisaje físico con un enfoque espiritual que de otra forma pocos hubieran podido siquiera intuir.

A esto contribuye sobremanera la técnica fotográfica empleada por el poeta con un fin didáctico, pues los poemas aparecen como las fotografías de un acontecimiento en un álbum familiar, de tal manera que todas son independientes y todas se relacionan formando la visión global de La montaña. Y es que Valhondo en este libro sigue con su estilo docente, que tiene un objetivo muy determinado: la comunicación y la comunión con el receptor, consciente de que su mensaje sin su implicación estaba vacío.

Por tanto Valhondo en La montaña hace gala de un estilo muy calculado y medido que tiene espontaneidad como aseguró José Canal, pero no como una característica negativa sino todo lo contrario, pues la espontaneidad en Valhondo da frescura y agilidad a una expresión que se ha hecho más literaria y aquello que ha perdido de la inconsciencia de sus primeros libros, lo ha ganado en riqueza intelectual y en lirismo, en seguridad y en madurez, en sorprendente modernidad.

Métrica

     Como corresponde a un libro eminentemente reflexivo y culminante de un proceso espiritual y lírico, la métrica en La montaña se hace más regular aún que en sus dos libros anteriores: todos los versos están medidos, la rima es asonante y en su mayor parte el libro se encuentra formado por agrupaciones en estrofas (cuartetas y redondillas) y poemas (romance y tercetos encadenados).

La tendencia a la regularidad métrica, iniciada en sus dos libros anteriores, se hace más patente en La montaña pues, aparte de los datos anteriores, hay un elemento repetido en los tres libros que sirve de punto de referencia: el uso del romance. En La esquina y el viento de 23 poemas, 11 son romances[67]; en La muerte del momento, de 22 poemas, 14 son romances[68] y, en La montaña, de 19 poemas, también 14 son romances[69].

No obstante se mantiene en La montaña la diversidad de metros y la existencia de algún poema irregular, que entendemos como un dato más de que Valhondo se sigue mostrando reacio a ser totalmente regular pues, con esos restos de irregularidad, introduce vacilaciones formales conscientes donde encuentra un descanso al esfuerzo que le pide la regularidad que, por otra parte, no es muy severa pues el romance se construye con una cierta facilidad a base de rima asonante y el verso más manejable de nuestra métrica, el octosílabo.

También La montaña es una muestra de que Jesús Delgado Valhondo cuando se hace disciplinado en algún aspecto en otro se libera, pues en momentos anteriores ha eludido elementos y formas que lo aprisionaran. Así mientras en La esquina y el viento y La muerte del momento apareció una mayor variedad de estrofas y poemas, en La montaña los reduce a la mínima expresión. Es decir, se hace más lírico y se libera de ataduras formales en un momento que la tendencia a la esencialidad detectada en La montaña comenzaba a aprisionarlo cuando de siempre se sintió más seguro siendo espontáneo que estrictamente disciplinado.

No obstante Valhondo continúa con su preferencia por la tradición y los metros populares porque, incluso en momentos esencialmente líricos, le proporcionan más libertad, capacidad de reacción y espacio para ser creativo. Lo mismo sucede con la rima que, en La montaña es generalmente asonante con el fin de marcar un camino determinado y no salirse de él y no dejarse aprisionar en la maraña de la rima culta.

Así el hecho de haber logrado una expresión más lírica no supone que haya perdido frescura ni espontaneidad calculada, pues aquello que suena más disciplinado en el contenido, la forma lo convierte en ágil y natural. Es decir, la reducción de combinaciones de estrofas y poemas más complicados que el romance supone una oxigenación espiritual para el contenido a través de la forma.

Recursos literarios

Dos tipos de medios poéticos, que se corresponden con una expresión más lírica y esencial, destacan en La montaña: la metáfora y el encabalgamiento.

El primero es propio de la acentuación del tono lírico y de la traducción del asombro producido por el entorno de proporciones magníficas, que  llevan al poeta a expresar sus sensaciones con un mayor grado de lirismo, porque no puede o no quiere traducir exactamente sus impresiones que ahora son más inefables y por tanto menos tangibles. Así aparecen metáforas siempre que el poeta necesita definir los lugares visitados, que dejan en su ánimo una sensación nueva, indefinible y por consiguiente más estética (aunque no por ello menos sentida[70]) o cuando se ve obligado a describir su estado de ánimo, asaltado por fuertes emociones[71].

Vemos así cómo los tensos momentos vividos, paradójicamente producen una expresión lírica más intensa, porque el poeta no puede traducir sus emociones con palabras comunes (como siempre había hecho) y en cambio lo hace con su instinto lírico que ya a estas alturas ha conseguido un alto grado de intuición que resulta especialmente creativo y personal.

Por otro lado el encabalgamiento es el recurso formal en que Valhondo sostiene su poesía esencial, que ahora basa en la contención de su emotividad en unos límites precisos, marcados también por el uso de metros cortos. No obstante esta interpretación que podría suponer una dependencia de una construcción excesivamente artificial es muestra de una poesía eminentemente reflexiva y muy elaborada, porque el uso del encabalgamiento requiere un manejo cualificado del ritmo y del léxico, que desde este momento se hace característico del estilo personal de Valhondo.

El uso de recursos se completa en La montaña con sutiles y delicadas imágenes de una plasticidad no sólo puramente estética sino también emocionalmente muy sentida[72], que impregnan las descripciones de lirismo y a la vez de humanidad como, por ejemplo, cuando por medio de un símil de indudable calidad Valhondo indica que su experiencia santanderina le ha llegado muy hondo en su sentimiento más humano: «Santander a la espalda, / como cruz me la llevo»[73].

Otros recursos formales, íntimamente relacionados con el contenido, redondean este libro: la anáfora y las interrogaciones que vienen a llenar de intensidad emocional el humano lirismo vertido por el poeta, insistiendo en el misterio y el asombro que lo angustian.

Y por último, si con estos recursos Valhondo formalmente consigue un tono nuevo y una acentuación lírica, también logra acercarlos al lector doblemente con el uso reiterado del yo, pues ahora no sólo implica al lector de una manera formal sino también estética.

La montaña sin duda supone un avance considerable en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que definitivamente ha alcanzado la madurez lírica pues, si en sus libros anteriores fue natural o lírico por separado, ahora ha conseguido mezclar ambos aspectos, indicando que se halla en el punto de mayor madurez de su obra poética.

Estructura

En La montaña, continúa Jesús Delgado Valhondo con el deseo de no estructurar patentemente sus últimos libros, sino presentarlo de una forma unitaria sin interrupciones que pudieran fragmentar su discurrir. Sin embargo este hecho no significa que el contenido sea una simple sucesión de poemas sin más, porque La montaña es un proceso cíclico estructurado en tres partes.

Esa realidad supone un cambio formal en la estructuración de sus poemarios[74], pues antes la marcaba claramente dividiéndolos en partes y ahora lo hace subrepticiamente de acuerdo con el contenido y la emoción que le imprime.

Quizás este cambio se encuentre relacionado con la esencialidad que impregna la poesía de sus últimos libros y con el deseo de ser más lírico y no tan directo y formalmente claro, es decir, después de conseguir una poesía eminentemente comunicativa ahora quiere que también lo sea lírica. De esta forma pide al lector un esfuerzo estético e intelectual suplementario, paralelo al que él mismo está realizando.

Posiblemente también esta alteración se deba a que, sin abandonar un objetivo docente, Valhondo desee no ser tan cartesiano porque la creatividad ha aumentado. Así, aunque no estructura el libro en partes podemos distinguir, después de una lectura atenta, un principio, un desarrollo y un final de acuerdo con los tres momentos cruciales del recorrido físico y espiritual que realiza. Esto antes nos lo daba digerido, ahora quiere que lo descubramos.

Valhondo con esto ha dado un paso más. Después de conseguir en los libros anteriores implicarnos en sus desazones haciéndonos ver que también son nuestras, ahora desea que nos comprometamos más en el proceso lírico participando en el descubrimiento del enigma que él trata de desentrañar, porque necesita la ayuda de nuestra perspectiva.

Como consecuencia el cambio de enfoque es sustancial porque Valhondo en La montaña ha pasado definitivamente de una poesía de la comunicación, cuyo objetivo fue la conexión con el lector, a una lírica de la comunión con la que recaba una participación activa y por tanto más comprometida del lector.

Evolución

La montaña es un libro fundamental en la evolución poética de Jesús Delgado Valhondo porque, formalmente, es el resultado de los continuos experimentos métricos que Valhondo había realizado en sus libros anteriores. Ahora se decide por los versos de extensión media y en especial por el heptasílabo, que es el metro intermedio entre el bisílabo y el alejandrino, buscando el equilibrio formal para una poesía que ahora se hace más esencial y como consecuencia más lírica.

Y significativamente es el culmen de su evolución espiritual, la llegada a la cima del empinado camino que recorrió en los libros precedentes y la acumulación del largo cansancio de su lucha personal por descubrir los secretos de la naturaleza humana y del mundo. Y lo más estremecedor la exposición del fracaso estrepitoso de su búsqueda de Dios.

Pero es en el estilo sobre todo donde más se nota la evolución de Valhondo hacia una poesía más intelectual y elaborada, aunque no pierda su personal espontaneidad y frescura. En La montaña, después de los experimentos de condensación que realiza en los libros anteriores, Valhondo consigue una poesía que es la esencia destilada de su situación espiritual, desprovista de elementos innecesarios. Así por ejemplo podemos observar cómo las metáforas están generalmente en aposición, con lo que reduce elementos al ahorrarse el verbo y al mismo tiempo consigue efectos más estéticos, o los encabalgamientos que contienen la expresión por medio de pausas no sólo versales sino también por las producidas con los cortes tonales del mismo recurso.

Por tanto formalmente Valhondo consigue en La montaña el mayor grado de equilibrio al acercarse más que nunca a la regularidad. Y significativamente congenia la espontaneidad con la reflexión, la frescura con la estética y el contenido con un esencial lirismo.

La montaña fue un libro con el que Valhondo volvió a difundir más ampliamente su poesía, después de la escasa publicidad que tuvieron La muerte del momento y el «Canto de Extremadura». La crítica de nuevo tuvo la oportunidad de expresar su opinión sobre una poesía que le impresionó, porque después de cinco años sin saber de él[75] sorprendentemente se encontró con un poeta maduro que manejaba con soltura los recursos formales, mezclaba el clasicismo y la modernidad acompasadamente y hacía gala de un lirismo personal eminentemente creativo.

Pero la característica que más atención suscitó fue el avance de Valhondo hacia una poesía más estética, variada en las sensaciones, madura en los planteamientos y esencial en los conceptos que ahora, por el aumento del lirismo, se hace más sutil y como consecuencia más elegante, atractiva e implicadora.

Etapa de angustia

Esta etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo estará marcada por varios hechos ocurridos en su experiencia cotidiana, que influirán negativamente en su estado emocional y aumentarán su angustia: la decepción espiritual sufrida en su experiencia cántabra, el cansancio acumulado por su larga permanencia en pueblos, los problemas cotidianos y la dificultad que encontró para publicar su siguiente libro de poemas, Aurora. Amor. Domingo.

El contenido de la primera parte de este libro (y de varios artículos periodísticos escritos por estas fechas) son la muestra más clara de su cansancio de vivir en pueblos y su deseo de ir a la ciudad, que se hace más urgente por la necesidad de salir del aislamiento en que vive y la decepción que siente por el escaso reconocimiento social de la labor del maestro y del practicante.

Sin embargo, ya trasladado a Mérida, su vitalismo lo lleva a seguir con su hiperactividad interviniendo en numerosas actividades literarias con las que va creándose un prestigio que le reporta varios reconocimientos (que sin embargo no logran calmar su angustia).

Paradójicamente la experiencia vital de estos años, no obstante, produce una mayor madurez en su poesía y, si crece en angustia, también lo hace en sentimiento y verdad poética, pues el lirismo de su etapa anterior se atenúa y su poesía se hace más natural, impetuosa y descarnada, como podemos comprobar en El secreto de los árboles, desencantada visión del misterio que envuelve la existencia humana, expuesta de una forma cercana, confidencial y estremecedora.

No obstante se observa a partir de su etapa de conmoción que poco a poco van apareciendo poemas extensos en versos libres con un lenguaje surrealista, que rompen su línea personal de versos y poemas cortos, expresados con una lengua directa. Este cambio se debe a dos motivos: uno a la angustia padecida, que lo hace salirse de su lírica esencial, pues ahora necesita más espacio formal y significativo para transmitir sus inquietudes. Otro, a la alteración que observa en la poesía nacional que está dando paso a una lírica nueva (superación de la social), no sólo en el contenido sino también en la forma. Esta última precisamente coincide con los cambios que va introduciendo en su lírica de una forma muy personal pues, aunque no estaba de acuerdo con esta nueva poesía porque le resultaba oscura e incomunicativa, apreciaba en ella que experimentara nuevos caminos expresivos, que era lo que también él buscaba.

Una circunstancia imprevista agravará su situación emocional, de por sí angustiosa, la muerte repentina de su mujer, que lo hunde en la desolación y la soledad, y lo mantiene apartado incluso de la poesía, pues este suceso luctuoso ocurre el último día de 1964 y no volveremos a tener noticias de que escriba poemas para su siguiente libro hasta 1966.

En esta situación emocional se traslada a Badajoz buscando consuelo en un ambiente cultural más activo que lo alejara de los tristes recuerdos y lo animara de nuevo a escribir. Pero poco a poco sufre un impacto en su ánimo cuando comprueba que aquel lugar idílico, que lo acogió con los brazos abiertos y lo ayudó a salir de su triste estado, estaba poblado por seres imperfectos, interesados, acomodaticios y conservadores de una moral que provocaba daños personales y hacía un flaco servicio a su tierra. Su desilusión es grande porque se resiste a vivir en aquel ambiente mediocre al que le empuja la realidad y porque a esta decepción había que sumarle la angustia del fracaso de su búsqueda infructuosa de Dios, con la que viene cargando desde su experiencia santanderina.

Dios no se manifiesta, el ser humano espiritualmente se encuentra solo y desamparado y por si fuera poco no tiene capacidad de entender el mundo, ni organizarlo para su propia felicidad y en cambio es capaz de hacer más caótico y desagradable todo lo que inicia, que suele ser simple e interesado, u obstaculizar lo que unos pocos animosamente son capaces de plantear y llevar a cabo. Estas intranquilidades las expone en su siguiente libro de poemas ¿Dónde ponemos los asombros?

Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros?

Descripción

Aurora. Amor. DomingoEl secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? son los libros que constituyen la etapa de angustia de la segunda parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

Los tres libros son una consecuencia de la decepción sufrida en La montaña, pues el poeta en Aurora. Amor. Domingo cree encontrar la solución a sus preocupaciones existenciales en crear un mundo ideal, basado en la palabra y lejos de la imperfección humana. Para ello se imagina una ciudad libre de la presencia del hombre, donde encuentra la inmortalidad en la piedra que retiene el tiempo hecho historia, es decir, logra captar el presente y el pasado unidos y por medio de esa simbiosis se imagina un futuro espiritual esperanzador circunscrito al entorno de la ciudad deshabitada.

Pero como siempre que el ser humano ha querido aislarse de sus semejantes al final el poeta se topa con ellos y con sus múltiples limitaciones, para comprobar angustiosamente que él mismo es una copia exacta de los seres que habitan su entorno y también de sus imperfecciones y quimeras. Entonces el poeta fracasa en su intento de crear un mundo ideal y cae definitivamente en la desesperanza, en la soledad más descorazonadora y finalmente en la angustia.

El problema se agrava cuando en El secreto de los árboles comprueba que el ser humano no tiene la capacidad divina de crear desde la nada, ni suficiencia intelectual para entenderse a sí mismo, ni para formar un mundo más humano, solidario y perfecto, ni para comprender el misterio que envuelve la naturaleza humana ni el mundo que habita, donde un Dios misteriosamente silencioso lo ha abandonado a su suerte en medio del dolor y la soledad sin saber cómo ni por qué.

Y lo peor de todo es que el poeta advierte estremecedoramente que se encuentra prisionero no sólo de la divinidad sino también de las circunstancias, que algunos de sus semejantes aprovechan para su propio beneficio, apartándose de esta forma de una acción humana común, que ofreciera al ser humano la esperanza de conseguir junto a los demás una vida más llevadera y la salvación futura.

Además el poeta se ve obligado a soportar la paradoja de tener una conciencia independiente, que le obliga a actuar consecuentemente con su procedencia divina y su naturaleza humana, es decir, a compaginar fe y razón cuando son en la práctica dos polos opuestos cuyo ensamblaje lo llena de contradicciones y de una desoladora angustia.

Dos motivos son los causantes de esta desolación: Advertir que su procedencia divina le exige desentrañar el misterio del mundo para llegar a Dios y verse convertido en un mediocre sin anhelos ni esperanzas por las limitaciones de su condición humana que lo convencen de la imposibilidad de tamaña empresa, porque no tiene capacidad para unirse a sus semejantes y entre todos alterar las circunstancias adversas que continuamente se le presentan, ni siquiera para organizar el mundo a su medida.

Ante esta situación en ¿Dónde ponemos los asombros? el poeta cae en la angustia más estremecedora, pues ya ha comprobado que el ser humano no puede cambiar su destino ni entenderlo, por tanto debe convertirse en un ser anodino, espiritualmente vacío, insensible, cuyo objetivo es la simple supervivencia sin anhelos y sin razón. Pero el ímpetu vital de Jesús Delgado Valhondo a pesar de su derrota y su soledad se niega a anular su conciencia y se rebela contra esta contradicción, esperanzándose con la idea de que todo debe tener una explicación divina que el ser humano no es capaz de entender. Sin embargo este convencimiento es pasajero pues la realidad lo arrastra a pensar que no hay lugar para la esperanza y que la angustia y el desencanto lo destruirán poco a poco.

Temas y contenidos

Aurora. Amor. Domingo es el resultado de una triple presión: una física por el cansancio de vivir en pueblos durante muchos años en contacto con el dolor y la triste mediocridad de seres elementales. Otra existencial, por el deseo de apartarse de la imperfección humana de la que en un principio el poeta creyó estar libre; y posteriormente, por la necesidad de volver a la relación con el ser humano buscando la conjunción espiritual con sus semejantes y la formación de una voz común para intentar unidos la solución de los problemas trascendentales que los acosaban. Y otra espiritual, por la decepción sufrida en La montaña con el fracaso de su búsqueda de Dios que le indicaba la tremenda soledad en que se encuentra el ser humano respecto a la divinidad. Esta triple presión constituirá el núcleo temático de Aurora. Amor. Domingo.

El cansancio físico, producido por su largo aislamiento alejado de los núcleos más activos donde olvidar sus preocupaciones trascendentes, provoca que Jesús Delgado Valhondo realice una reelaboración del tema horaciano de la alabanza de aldea y el desprecio de la ciudad pero a la inversa, es decir, el poeta idealiza la ciudad y rechaza el campo por motivos opuestos: Horacio basaba su idealismo en el contacto con la naturaleza, el silencio y el alejamiento de los inconvenientes de la vida urbana; en cambio Valhondo necesita situarse en medio del bullicio vitalista de la ciudad.

Aunque la ciudad ideal que Jesús Delgado Valhondo anheló en su aislamiento pueblerino se encontraba deshabitada para eludir conscientemente la imperfección humana, que el poeta conocía por propia experiencia y sabía que, de no evitarla, rompería esa concepción utópica. Pero Valhondo llega a la ciudad y enseguida su idealismo se disipa cuando habitándola se encuentra al hombre con sus imperfecciones y advierte que él mismo es un reflejo de sus semejantes, que están desorientados a merced del dolor, las circunstancias, el tiempo y la muerte.

No obstante por momentos logra idealizar la ciudad y en su espiritualidad y recogimiento incluso encuentra a Dios, pero se le vuelve a perder en cuanto la urbe recobra su frenética actividad y la serena meditación del poeta en soledad da paso a la difícil convivencia con el materialismo irreflexivo, al recuerdo de la pérdida de Dios y a la idea de la muerte, que lo acecha detrás de cada esquina. Como consecuencia surge en el poeta de nuevo la necesidad del contacto con Dios, al que ahora anhela con urgente nostalgia. Pero como sabe que no lo va a hallar vuelve compasivamente su mirada al hombre, en el que sólo encuentra sus mismas limitaciones.

Entonces un sentimiento de solidaridad surge en el espíritu del poeta, que se compadece no sólo de su situación sino también de la del ser humano universal que como él se encuentra atrapado en un mundo misterioso para el que no se le ha dotado de entendimiento. Ante esto el hombre no tiene más salida que convertirse en un ser anodino, espiritualmente vacío, que participe en el determinismo de un mundo organizado de antemano, donde se le exige actuar sin indagar en nada.

Pero esta postura pasiva ante tantos enigmas no cuadraba con la personalidad comprometida del poeta extremeño que se rebela contra tal imposición, para enseguida comprobar que no logrará cambiar la realidad. Ante esto primero se desespera, después se angustia y por último en la siguiente etapa cae en la melancolía, que lo lleva a la resignación de suponer que todo debe tener un sentido, incomprensible para la limitada razón humana.

La temática de El secreto de los árboles gira en torno al asunto planteado en la segunda parte de Aurora. Amor. Domingo: la necesidad de volver al hombre del que quiso apartarse para hacerlo también del dolor y la imperfección humana. Pero esta drástica solución no sirve de nada, porque el poeta comprueba que es dolor y soledad como el resto de sus semejantes.

Por este motivo ahora busca la relación con los demás, el refugio entre los otros y el amor, que es el sentimiento más sincero trasparente y desinteresado que se puede establecer entre personas. Pero este anhelo del poeta también fracasa, porque hay semejantes que por intereses particulares no están dispuestos a contribuir a sus deseos solidarios. Entonces el poeta vuelve a caer en la angustia más desesperante, pensando no sólo en él sino también en seres indefensos que sufren todavía más las agresiones de esos insolidarios que distorsionan el deseo común de amor y solidaridad.

Esta es la razón de que a estas alturas el ideal de ciudad que expuso en Aurora. Amor. Domingo se haya disipado por completo. La ciudad ahora es un monstruo que se traga a sus habitantes y la calle, antes bulliciosa y vitalista donde se producía el encuentro gratificante con los otros, es un cementerio viviente y un lugar agresivo por esos cuantos que, incluso escudándose en posturas religiosas, anteponen sus intereses a los de la mayoría, aumentan su dolor y destruyen las propuestas solidarias en medio del silencio desesperante de Dios.

Por otra parte, el poeta no recibe respuestas a sus pretensiones de solidaridad, porque el ser humano tiene vacío su espíritu y atiende sólo al individualismo materialista propio de la sociedad moderna y se conforma con sobrevivir en medio del misterio que lo envuelve, inmerso en la dorada mediocridad que le marca una tendencia política o religiosa determinada.

Ante esta postura pasiva, incomprensible en seres humanos con libre albedrío que debían caracterizarse individualmente por abrigar el anhelo de conocer su origen y su destino y colectivamente por el compromiso con los demás, el poeta cae en el desencanto y en la soledad y sufre continuas vacilaciones emocionales que unas veces lo llevan a rebuscar en sus recuerdos, intentando rescatar un pasado del que, expurgado los escollos, sólo quedan las vivencias positivas en las que se apoya para soportar la dura realidad, o a desear el reencuentro con el mar como medio de buscar la libertad anhelada o a esperanzarse pensando en que pase lo que pase al final Dios lo espera. Otras lo convierten en un ser irónico que se burla de verdades inmutables en las que hasta ahora había creído a rajatabla. Esta falsedad lo arrastra a angustiarse hasta el punto de pensar en el suicidio como un estado ideal para liberarse del dolor y de las intranquilidades que le corroen el alma.

Así el poeta vuelve de nuevo a sentir las consecuencias del abandono de Dios en la presión de la soledad, el paso del tiempo, la cercanía de la muerte y en una realidad que se encuentra envuelta por un misterio cada vez más intenso e impenetrable que sin embargo se hace para la pobre mente humana un secreto a voces pero intraducible y por ello más descorazonadora porque parece que se trata de un incomprensible juego divino, que pone ante los ojos del ser humano la solución y sin embargo lo ha creado intelectualmente ciego.

El tema central de ¿Dónde ponemos los asombros? es una consecuencia de la decepción sufrida en El secreto de los árboles: el ser humano nunca desentrañará el misterio de la naturaleza humana ni del mundo sin la ayuda de Dios y, como la divinidad guarda silencio y no se manifiesta, no tiene esperanza alguna de resolver sus grandes problemas trascendentes y por tanto de ser independiente y creador, ni de actuar libremente de acuerdo con su conciencia ni por supuesto de entender más allá de lo que sea capaz de deducir con su corta capacidad mental.

Este problema irresoluble provoca en el poeta una tremenda desorientación, porque ya no tiene nada a lo que recurrir pues por último lo ha hecho a sus recuerdos y ha comprobado estremecedoramente que se han perdido en la nebulosa del tiempo. Por tanto se ha convertido, en contra de su voluntad en un ser anodino, vacío e intrascendente; en un mediocre.

Pero sus últimos resquicios de dignidad lo hacen reaccionar ante tal situación y arremete, por un lado, contra la pasividad de sus semejantes, tratando de concienciarlos para que unidos se rebelen contra su triste situación, o denuncia el ataque que recibe el ser humano de sus semejantes y, por otro, contra los representantes de esa religiosidad de apariencias y de boato que en nada ayuda al espíritu, adoptando un tono agriamente irónico que raya en el desprecio.

Después, agotado física y espiritualmente, analiza su situación y vuelve a caer en la desesperación más profunda cuando comprueba que su esfuerzo no sirve de nada porque todo continúa inmutable y él es un insignificante elemento de un poderoso engranaje, que nunca será capaz de cambiar ni entender.

Influencias

Es quizás en esta etapa donde más claramente se comienza a observar la pervivencia de la tradición y la modernidad en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, pues formalmente a la vez que es el romance el poema más empleado significativamente los temas responden a las preocupaciones existenciales y sociales, que son características en la poesía de la primera mitad del siglo XX hasta el momento en que el poeta escribe estos libros, editados en plena década de los años 60.

Por este motivo en Aurora. Amor. DomingoEl secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? encontramos recuerdos de las preocupaciones, que expusieron con sus estilos particulares las tendencias líricas más significativas del periodo mencionado, intentando dilucidar al unísono los misterios de la condición humana y el mundo:

El Modernismo en esta etapa de la poesía de Jesús Delgado Valhondo está presente no sólo en el tono de exaltación angustiosa de momentos determinados, que recuerda al Rubén Darío existencial sino también en el empleo consciente del alejandrino y del serventesio que en Valhondo hasta el momento era inusual.

La Generación del 98 la encontramos en esos deseos de regeneración espiritual, que Valhondo tiene cuando se dirige a los demás e intenta remover sus conciencias para que recuperen la dignidad humana que han perdido obligados por las circunstancias, la actitud negativa de algunos de sus semejantes y el silencio de Dios, con lo que supone de desorientación, angustia y soledad. También localizamos en algunos momentos el contenido filosófico de los planteamientos paradójicos de la poesía unamuniana, cuando el poeta se enfrenta a las contradicciones de la trágica lucha entre su fe y su razón. Y por último el intimismo subjetivo y la triste melancolía machadiana también están presentes en ese desencanto que rezuma la poesía de Valhondo en esta etapa.

Por otra parte hallamos la ironía deformadora de los esperpentos de Valle Inclán, cuando el poeta arremete contra los valores religiosos de la época que ahora le resultan superficialmente encaminados a la apariencia y nunca al fortalecimiento espiritual y, mucho menos, a desentrañar los grandes enigmas trascendentes que preocupan al ser humano.

La Generación del 27 la detectamos en la convivencia de la tradición y la renovación, que se hizo típica en la poesía de nuestra segunda edad de oro literaria y en Valhondo se materializa en el uso predominante del romance, en la angustia trágica de tinte lorquiano, en el optimismo de Guillén en algún instante fugaz esperanzado y en el enfoque surrealista de muchos pasajes de estos tres libros, sobre todo cuando el poeta altamente angustiado traspasa la realidad e indica su desesperación por medio de imágenes subconscientes con las que trata de liberar su angustia. Incluso hay un recuerdo de Miguel Hernández cuando Valhondo utiliza un tono esencialmente trágico y algún significante propio del poeta alicantino.

La poesía existencial de posguerra se encuentra principalmente en el desencanto causado por el abandono de Dios y su silencio, que son temas propios del estremecimiento emocional producido por las consecuencias aterradoras de la contienda, cuando el ser humano se encontró más desamparado y sintió el distanciamiento de Dios con más nitidez. Es significativo el parecido del tono desencantado y trágico que impregna estos libros con el que Dámaso Alonso usa en Hijos de la ira y Valhondo recoge en varios poemas.

El Realismo social está presente en esos deseos de compartir con los demás las íntimas preocupaciones, que son comunes a seres humanos prisioneros de unas estructuras construidas para usarlos en beneficios de unos cuantos, y de concienciarlos sobre la situación en que viven para que salgan de su apatía y de su resignación y proclamen el respeto que se merecen como seres humanos independientes, iguales y libres. De ahí que el tono impetuoso e indignado de Blas de Otero se haga familiar en determinados momentos, sobre todo cuando Valhondo se encuentra más desesperado y se resiste a ser un mediocre, abatido por la derrota y la indignidad.

No obstante, es necesario aclarar que el enfoque de Jesús Delgado Valhondo es distinto al del Realismo social, pues mientras éste pretendía una revolución política de la masa formada por las capas más desfavorecidas de la sociedad, Valhondo intenta producir una conmoción en la conciencia espiritual de cada ser humano, único e irrepetible. Por tanto no es una reacción social que cambiara las estructuras del país por motivos meramente políticos la que pretende Valhondo, sino un movimiento espiritual solidario de seres independientes, que moviera cada conciencia hacia un análisis de la condición humana y una solución de la situación lamentable que soportaban como individuos.

La poesía de los Novísimos se localiza en la forma narrativo-descriptiva de metros extensos y poemas libres, que en Valhondo comienza a ser frecuente a la vez que va desprendiéndose del metro corto y de la rima asonante tradicional. No obstante sólo adopta la forma de esta nueva poesía, porque le proporciona más libertad al desligarse de la atadura de la rima y la métrica en un momento que necesita más espacio para expresar sus intranquilidades, que ahora se hacen preocupantes en extremo.

También la expresión va a tender hacia el prosaísmo reflexivo de la poesía novísima y sus elucubraciones mentales (aparentemente desordenadas por seguir el dictado anárquico de la mente), que se adaptan mejor al nuevo enfoque de la lírica valhondiana por ser más flexibles. Este hecho indica la apertura que siempre estuvo Valhondo dispuesto a realizar ante cualquier movimiento lírico que buscara nuevos caminos expresivos, aunque en un principio no fueran de su agrado.

A pesar de esta amplia y variada gama de influencias, la poesía de Valhondo, lejos de perjudicarse, se beneficia porque de cara al lector es una garantía de que el poeta es conocedor de la historia literaria más reciente, que tiene una gran capacidad para extraer sus asuntos fundamentales, reelaborarlos y exponerlos de una forma original y por esto mismo de actualizar y reafirmar su personalidad lírica.

Además estas preocupaciones que, por su naturaleza, siempre han estado vigentes en el pensamiento universal del ser humano y que sin embargo en literatura fueron efímeras, Valhondo las recupera y las revitaliza no como simple moda, sino como asuntos trascendentes que el ser humano no debe olvidar por mucho que evolucione el arte y la poesía, pues el misterio de su imperfección continúa siendo un enigma insondable.

Estilo

El estilo de Aurora. Amor. Domingo básicamente no difiere del que viene siendo característico de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo: expresión directa y sincera, tono transparente impregnado de melancolía, lenguaje común equilibrado a pesar de la angustia y capacidad de implicación basada en el tono de confesión con que el poeta gradualmente nos va introduciendo en sus desazones.

Sin embargo el estilo más característico de este libro se encuentra en aquellos momentos en los que el poeta se hace conscientemente esencial, mostrando su dominio de la síntesis y de la sugerencia, pues a la vez que se desprende de elementos innecesarios tanto formales como de contenido y reduce la expresión a pinceladas impresionistas, deja abierta la posibilidad de completar las ideas, que muchas veces sólo apunta para que la implicación provocada en el lector actué y las termine.

Esta poesía esencial por un lado es producto del mayor ahondamiento espiritual del poeta en un momento delicado que necesita ajustar su reflexión al máximo a una situación existencial concreta y, por otro, de un trabajo esforzado de lima que no ha abandonado desde sus comienzos líricos.

No obstante no es la poesía esencial el aspecto más característico del estilo de este libro, porque Valhondo ya había dado muestras de ella en libros anteriores, sino un recurso que aparece por primera vez con nitidez en Aurora. Amor. Domingo, como mecanismo de defensa ante una realidad incomprensible, la ironía pues la angustia, que llega a ser estremecedora, obliga al poeta a remover principios inamovibles, que caen por su propio peso cuando comprueba que el ser humano se encuentra desamparado a pesar de los planteamientos religiosos y filosóficos, que habían creído dar una explicación fehaciente a los problemas trascendentes del hombre.

Así el ser humano, a pesar de ser definido como la muestra más perfecta del poder divino, no es más que imperfección y caducidad. La fe, que había sido presentada como sostén perfecto para afrontar los problemas terrenales, sólo le produce angustia porque Dios no responde a sus continuas llamadas y necesita una señal de su existencia para fortalecerse y, por último, se le ha prometido una vida eterna y sin embargo en la terrena no le ha proporcionado medios para conseguirla, ni siquiera para vencer al tiempo y afrontar la muerte con dignidad y esperanza.

Por este motivo en El secreto de los árboles el estilo se oscurece cuando el poeta comprueba esta desgarradora realidad y pierde su control anímico; entonces la expresión se hace surrealista y formalmente irregular. El poeta ha caído en el desencanto más trágico y la ironía vuelve a predominar en el tono que se llena de expresiones vulgares conscientes, como tratando de desmitificar la realidad y hasta el mismo hecho poético, que tampoco ayuda al poeta en su desencanto.

Sin embargo, el estilo personal de Jesús Delgado Valhondo continúa localizándose incluso en estos momentos más angustiosos por esa humana sinceridad que presenta de una forma descarnada no sólo los problemas trascendentales del poeta sino también los nuestros.

Por esta razón el estilo de ¿Dónde ponemos los asombros?, continuación de los dos libros anteriores, se caracteriza por el desequilibrio formal y emotivo que aumenta conforme avanza el libro y se hace más patente en la segunda parte a través del uso de metros y poemas, que tienden a la irregularidad, y una expresión que deja de ser traslúcida para oscurecerse entre el surrealismo y la ironía arrasadora cuanto más desequilibrado se encuentra el poeta.

El tono nostálgico es otro elemento desestabilizador, porque lo lleva al recuerdo y a comprobar que su lejanía lo hacen irrecuperable igual que el tiempo invertido en descifrar el misterio de la realidad, que sólo le ha dejado un vacío habitado por la soledad, la sensación de momentos no vividos y el silencio de Dios. También el poeta siente la tristeza de que su preocupación por los temas trascendentes lo ha apartado de sus semejantes y además ha fracasado. De ahí que lo invada una preocupación por los seres desvalidos y denuncie las actitudes ofensivas y falsas que se adoptan ante ellos para marginarlos aún más.

Entonces el poeta vuelve la vista a la naturaleza para comprobar que si antes fue un medio para acceder a Dios cuando la encontraba como un reflejo de su poder ilimitado, ahora se halla abandonada por su creador cuyo silencio ha afectado a su misma obra. Por este motivo el poeta siente un profundo y desolador vacío cuando comprueba que Dios sigue mudo, la naturaleza está destruida y el hombre se ha deshumanizado, es decir, los tres pilares en otro tiempo de su apoyo moral y de su esperanza, se han desmoronado y, como no le quedan más recursos, cae en la desesperación y en el vacío más desolador que lo llevan irremisiblemente a la idea de la muerte contra la que definitivamente no tiene nada que oponer.

Esta es la razón de que el estilo haya cambiado gradualmente desde el equilibrio melancólico al desbordamiento emocional, desde la forma regular a la libertad métrica y rítmica, desde el respeto a la ironía, desde el lirismo a la expresión vulgar, desde la transparencia al oscurecimiento, desde la dignidad a la mediocridad.

No obstante en el estilo de estos tres libros descubrimos que Valhondo cuanto más angustiado se muestra más auténtico se revela y su lírica gana en intensidad emotiva, en espontaneidad calculada y en poderosa creatividad.

Métrica

Aurora. Amor. Domingo no se encuentra estructurado formalmente, pues los poemas aparecen seguidos sin divisiones como había ocurrido en La montaña. Sin embargo por las características métricas del libro se deduce perfectamente, que se distribuye en dos partes: la primera formada sólo por romances y la segunda por poemas construidos con metros diversos tendentes a la irregularidad, que se hará característica en El secreto de los árboles y en ¿Dónde ponemos los asombros?

Así las vacilaciones métricas y rítmicas en estos dos libros concuerdan con las que se producen en el contenido, de tal manera que a más desequilibrio emocional más descontrol en la forma no sólo en cuanto a la diversidad de metros, combinaciones de la rima asonante y de las estrofas (que normalmente no llegan a constituirse en poemas), sino también en lo que respeta a la extensión de los poemas que se alargan tanto en la medida de los versos como en el número de éstos.

La razón de la regularidad formal en la primera parte de Aurora. Amor. Domingo estriba en que el poeta deseaba crear una ciudad ideal y para ello necesitaba un equilibrio formal mientras que, a partir de ese momento cuando su utopía fracasa, sufre un fuerte impacto angustioso que lo descontrola anímica y formalmente.

Sin embargo, a pesar de las vacilaciones, este dato resulta indicativo de una característica propia de Valhondo: la concordancia entre lo que dice y cómo lo dice y además la comprobación de que se está produciendo una evolución desde la regularidad tradicional a la libertad del verso libre. Sin embargo este paso que podría ser motivo de mengua en la intensidad lírica supone un aumento de la carga emotiva, de tal forma que la crítica valora más la intensidad de la segunda parte de El secreto de los árboles que la primera, a pesar de su aparente descontrol.

Recursos literarios

Si en otros libros como La montaña, generalmente los recursos literarios surgieron de una consciente elaboración lírica del poeta, en Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? proceden de la misma inercia del impulso emocional, que le provoca la angustia padecida. De tal forma que el uso de medios líricos en estos libros muestra con más exactitud que nunca su descontrolado estado anímico.

Así mientras Aurora. Amor. Domingo presenta a un poeta desorientado que en un primer momento se esperanza e incluso se permite la elaboración creativa para caer en la melancolía y finalmente en la angustia, que traduce en imágenes emocionalmente descarnadas, en El secreto de los árboles los recursos empleados descubren a un poeta angustiado, pero que no se resigna a soportar ni admitir su situación sin lucha. Esta postura agónica, que localizamos en el uso de la ironía como denuncia de una situación incomprensible y de numerosos signos gráficos (admiración y paréntesis), hace patente la estremecedora conmoción del poeta ante hechos que no es capaz de dominar ni comprender.

En ¿Dónde ponemos los asombros?, que es la continuación del libro anterior, se observa un aumento de la tensión angustiosa y de la desorientación del poeta a través de imágenes subconscientes, alucinantes, despectivas e incluso temerarias, que son ejemplo del fuerte desequilibrio espiritual sufrido, cuando el poeta descubre definitivamente que nunca conseguirá cambiar nada, pues Dios no tiene intención alguna de ayudarlo ni sus semejantes gozan de capacidad suficiente siquiera para resolver sus problemas cotidianos.

La frecuencia con que Valhondo paralelamente usa tanto imágenes como recursos llevan a pensar que en estos libros más preocupado por lo que dice que por la forma de decirlo, tiene un interés más práctico que lírico en el uso de estos medios, pues se nota cómo su empleo se debe más a un impulso inconsciente que a un deseo de creación poética (ahora es lo que menos le preocupa).

Así en los momentos de poesía más esencial se detecta una economía de medios, pues la expresión se sostiene únicamente en sustantivos y signos gráficos y en la supresión de elementos tan necesarios como los adjetivos y los verbos o el pronombre personal de primera persona, para agilizar la expresión y hacer el contenido más creíble y cercano. También en estos momentos esenciales el encabalgamiento es un recurso muy del gusto del poeta, que advierte su fuerte angustia convirtiendo en balbuceo una expresión continuamente entrecortada.

En general son la metáfora, el símil y las imágenes subconscientes los recursos líricos más empleados, con el fin de exponer su estado espiritual y justificar ese descontrol que encontramos en libros desbordados por algunos de sus extremos, porque ya no tienen la contención de la forma regular y de la esperanza en las que los libros anteriores se equilibraban.

Por otra parte el recurso formal más empleado es la anáfora, que destaca la insistencia del poeta en mostrarnos su desesperanza y los puntos claves de sus preocupaciones. A veces refuerza este recurso con el polisíndeton cuando aumenta el grado de angustia o el asíndeton cuando trata de contenerla. En algunas ocasiones utiliza otros recursos intensificadores como el alejandrino o las vacilaciones conscientes o alarga las frases que, también conscientemente, adoptan un tono prosaico intentando atraer la atención hacia lo que dice más que hacia la forma de decirlo.

Estructura

     La estructuración de Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? tiene, significativamente, una disposición encadenada pues, como analizaremos en su momento, el origen de El secreto de los árboles se localiza en el poema «El fondo»[76] de Aurora. Amor. Domingo y el de ¿Dónde ponemos los asombros? se halla en el poema «Dorada mediocridad»[77] de El secreto de los árboles. Este hecho significa que Valhondo concibió globalmente la estructuración de los libros de esta etapa, porque significativamente los tres son la consecuencia de la fuerte conmoción sufrida en La montaña.

Otro dato que demuestra la concepción global de la estructura de estos libros es que cada uno se dividen en dos partes: Aurora. Amor. Domingo no está dividido superficialmente, pero sabemos que son dos libros[78] en uno: la primera parte (primer libro), que trata el tema de la ciudad ideal, consta de nueve poemas y, la segunda (segundo libro), que está formada por siete poemas, reflexiona sobre el tiempo, la muerte y Dios.

El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? se dividen formalmente en dos partes claramente diferenciadas, pues el poeta no sólo las separa visualmente sino también a través de otros datos formales y de contenido: por ejemplo en la primera parte de El secreto de los árboles se concentran los poemas cortos y en la segunda los extensos; además dedica cada parte a una persona distinta. Y en ¿Dónde ponemos los asombros? la primera parte consta de once poemas y la segunda de otros tantos.

Como podemos comprobar la regularidad no se manifiesta idénticamente en los tres libros, pero esos distintos recursos estructurales descubren una concepción consciente del poeta que no quiere ser estrictamente regular, porque su estado anímico no lo admite y también porque como ya vimos ha iniciado un proceso en el que pide al lector más participación y no quiere presentarle sus reflexiones líricas con la misma claridad docente de los primeros libros. No obstante el contenido de los tres poemarios responde a una concepción idéntica, pues comienzan en un tono melancólico que se vislumbra esperanzado para gradualmente tender a la angustia.

Evolución

La evolución del poeta, que detectamos en los tres libros, sigue dos caminos paralelos: significativamente, se observa en ellos un aumento de su angustia, después de la decepción sufrida en La montaña y, como consecuencia, un adensamiento espiritual porque ahora el poeta es más consciente de su soledad y de que ese sentimiento trágico de la vida, que ya había concebido en libros anteriores, es una realidad inmutable contra la que no puede hacer nada.

El fracaso en la creación de una ciudad ideal lo ha convencido de varias realidades que definitivamente tiene que aceptar a regañadientes: el ser humano no tiene capacidad de crear ni de soñar utopías. El hombre es pura imperfección, incapaz de ayudarse a sí mismo y menos de formar un bloque común con sus semejantes para solucionar sus mutuos problemas; por tanto para llegar a Dios, el ser humano no es solución alguna, pues él mismo necesita ayuda para soportar sus imperfecciones. El hombre tenderá a ser cada vez más imperfecto debido al silencio de Dios, que es el único capaz de interpretar y dar solución al misterio de la condición humana y a las razones de su posición en el mundo. El ser humano y el poeta como tal es un actor más de la comedia universal de Dios, que le ha concedido un papel y le ha obligado a representarlo sin pedirle opinión ni importarle el sufrimiento que le produce no tener capacidad intelectual para comprender qué es lo que pretende la divinidad.

Formalmente en Aurora. Amor. Domingo se produce una evolución desde la poesía tradicional de versos cortos, rima asonante, estrofas y poemas regulares, a otra de versos y ritmos libres con estructuras modernas que tienden al versículo. En los otros dos libros de esta etapa se confirma este paso gradual, previo a Un árbol solo, que será el libro cumbre de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, donde este cambio se consolida.

Para realizar este proceso evolutivo, Jesús Delgado Valhondo tomó como guía la poesía existencial contemporánea y apoyó sus reflexiones en poetas que habían ahondado en preocupaciones semejantes. Pero la acusada evolución experimentada por el poeta en sus últimos libros hace que su estilo personal le imprima un enfoque nuevo en dos sentidos: uno, el protagonista de su poesía es el ser cotidiano que él mismo representa. Y dos, el poeta es consciente de que la meditación trascendental de los grandes pensadores debe traducirla al nivel del hombre de la calle, que como él sufre los mismos embates de las circunstancias, el tiempo, la muerte, porque siente más dolor ante la impotencia de no tener recursos intelectuales para eludirlos[79].

En Aurora. Amor. Domingo, el vitalismo de Jesús Delgado Valhondo ha desaparecido, pero todavía tiene arrestos para luchar y no caer en la mediocridad y en la apatía. La ironía utilizada significará los últimos coletazos de una dignidad espiritual, que se agota por momentos ante los continuos atentados contra la integridad  del ser humano por un mundo ingrato y un Dios, que se ha alejado de su obra dejándola a su suerte. Este es el resultado de la conmoción sufrida por el poeta en La montaña, que se hace patente en Aurora. Amor. Domingo, libro desencantado y demoledor.

En El secreto de los árboles, a pesar de la aparente contradicción que existe entre el desequilibrio espiritual que contiene y la adaptación a la nueva corriente poética, Valhondo se presenta con la madurez de su sello personal, situado en el cénit de su obra lírica desde donde ya tiene una visión completa de su obra futura, hasta el punto de anunciar y plantear Un árbol solo y de adelantar el germen de su último libro, Huir, que escribiría veintinueve años después.

¿Dónde ponemos los asombros? es una continuación de El secreto de los árboles pues, en el libro que nos ocupa Valhondo toca el fondo de su angustia y lo encontramos más desolado que en el libro anterior. No obstante, como hemos podido comprobar, el poeta a pesar de su angustia no pierde su pulso lírico porque se muestra maduro y dueño de su palabra, aunque su espíritu sea un caos anímico.

 Este desequilibrio sin embargo no desvirtúa su discurso poético, independiente y personal, sino que lo dignifica por la perseverancia mostrada en su búsqueda insistente de la divinidad y de las razones de sus preocupaciones vitales. ¿Dónde ponemos los asombros? es un libro anímico[80], donde el poeta intenta arrancar las espinas sembradas en su camino espiritual interrogando a Dios sobre las razones de la angustia que no logra aplacar.

Etapa de desencanto

En los primeros años de la década del 70 hasta la publicación de La vara de avellano (1974) dos vivencias contribuyen a que el ánimo de Jesús Delgado Valhondo desemboque en el desencanto: una es la muerte de su hermano Juan y otra la concepción negativa que tiene de la gente de su entorno.

El primer hecho le resulta muy doloroso, porque la muerte no sólo se cebó con el último hermano que le quedaba, sino también con la persona que consideraba un padre. Por tanto no se trataba sólo de la muerte de un ser próximo, sino de la desaparición de su último soporte y del único eslabón que lo unía con su pasado. El tremendo dolor sentido por el poeta se encuentra recogido en la dramática elegía, que cierra La vara de avellano.

Y el segundo hecho descubre una realidad estremecedora: el ser que habita la ciudad a la que había llegado años antes para liberarse de sus hondos pesares está vacío, sin bagaje anímico alguno, más atento a sus intereses particulares que a la atención de su espíritu.

Por tanto ya no le queda sostén alguno para soportar su angustia ni evitar la caída en el más triste de los desencantos: Dios sigue sin responderle, su hermano-padre ha muerto y los semejantes que le rodean no tienen voluntad alguna para entender la realidad ni indagar en su condición imperfecta ni colaborar en una acción solidaria que conmoviera a la divinidad para que se la explicara.

Sin embargo se ve obligado a continuar representando su papel para un Dios inmutable, que no se digna explicarle para qué sirve y qué pretende; a convivir con seres anodinos e intrascendentes, que lo arrastran a participar con ellos en sus hipocresías sin atreverse a denunciar la verdad, y también a ser espectador impasible de los sucesos que ocurren diariamente en su entorno lejano (guerras, violencias, injusticias, odios por doquier),  que atentan contra la dignidad humana y agrandan sus imperfecciones aliados con el tiempo y la muerte. 

La vara de avellano es el libro donde trasmite estos hechos que lo convencen de que nada puede cambiar. La conmoción producida en el espíritu del poeta, que se ve abocado a ser un mediocre, se traduce en un desolador desencanto.

La vara de avellano

Descripción

La vara de avellano es el término del recorrido espiritual que Jesús Delgado Valhondo había comenzado en Hojas húmedas y verdes, cuando inicia su búsqueda de Dios desde la soledad de ser humano, prisionero de sus circunstancias y de un destino inamovible que, si en un principio creyó poder solucionar cuando se produjera el encuentro con la divinidad, después en La montaña comprueba que no cuenta con la ayuda divina. A partir de ahí el poeta inicia un proceso de degradación emocional, que lo arrastra a la angustia en los libros que acabamos de analizar y, después, a la desolación en La vara de avellano que por este motivo es la crónica espiritual de un ser desencantado que quiso y no pudo conseguir aquello que tan anhelantemente había buscado para quedar, después de tanta lucha, espiritualmente agotado y solo.

La vara de avellano supone la conexión con la etapa siguiente, que comienza con Un árbol solo, culminación y síntesis de su poesía anterior, donde resume su camino espiritual hacia la cima anhelada, primero ascendente hasta La montaña y después descendente hasta ¿Dónde ponemos los asombros? para estabilizarse en la posición desencantada de La vara de avellano, que significativamente es el cierre de su evolución espiritual y formalmente de la segunda parte de su obra poética, aunque no definitivo sino abierto a una calculada coherencia estructural de una obra lírica que el poeta pensaba continuar.

En el título «La vara de avellano» hay un recuerdo de aquella naturaleza armónica, cuando guardaba la esperanza de encontrar a Dios, pero ahora la ha perdido definitivamente y el poeta camina desorientado por un paisaje caótico y gris. Éste es el motivo de que el mundo descrito en este libro descorazonador sea el reflejo fiel de su estado anímico.

Temas y contenidos

Temáticamente La vara de avellano es el último intento del poeta por reencontrar a Dios por medio de la naturaleza y al ser humano que, al ser dos de los asuntos centrales sobre los que gira toda su obra lírica, entendemos como un borrón y cuenta nueva, porque se trata del mismo proceso que cualquiera de nosotros realiza cuando, por ejemplo, quiere llegar al conocimiento de un pintor: indaga en su obra para deducir su esencia. Del mismo modo el poeta ahonda espiritual y líricamente en los elementos fundamentales de la creación para llegar al creador.

Pero el paisaje de La vara de avellano, aunque es el mismo de siempre, la tristeza y la melancolía espiritual del poeta lo concibe como un lugar desolado donde únicamente logra hallar a la muerte. Sin embargo el paisaje continúa inmutable, lo que ha cambiado es la visión del poeta que cuando estaba esperanzado encontraba en él la huella de Dios y ahora, sumido en el desencanto de su fracaso y de sus limitaciones intelectuales, lo percibe como un caos idéntico al laberinto que para él habita la divinidad.

Así en sus primeros libros el poeta captaba en la fragancia del paisaje la sensualidad de una mujer ideal, que lo llevaba a la ilusión de un mundo armónico. Pero ahora en La vara de avellano esa misma mujer ha perdido su encanto femenino y desesperada trata de eludir a la muerte que la persigue sin tregua hasta alcanzarla, como al resto de los seres humanos que no saben dónde ni cómo refugiarse de su mortal enemiga, conscientes y angustiosamente seguros de que sus tentáculos terminarán por alcanzarlos.

Ésta es la  razón de que el poeta sienta que no tiene escapatoria, pues no puede haber sueño realizable ni es posible la libertad en un mundo que es una cárcel dominada por la muerte. Por tanto ni física ni espiritualmente es posible llegar a Dios, un objetivo que le resulta definitivamente inalcanzable como ya había intuido en los tres libros anteriores.

Entonces sólo le queda continuar el camino de la vida sin meta ni norte que lo guíe en la más absoluta desolación del que sólo intenta sobrevivir como un autómata, que se encuentra a merced de una voluntad superior, caprichosa, enigmática e incluso agresiva, cuyas armas son el tiempo y la muerte, mientras que el atardecer de su vida lo arrastra (tiempo) al abismo de la noche (muerte).

Ahora el poeta no es únicamente un solitario sino un ciego intelectual que no es capaz de interpretar su papel en la comedia del mundo, pues Dios no lo ha dotado de entendimiento ni de soporte espiritual alguno para desempeñar tan complicada tarea. Y por si fuera poco se ve obligado a luchar continuamente con su doble personalidad, ésa que metida en su conciencia lo martiriza diciéndole que podía ser más contemporizador, que debía pasar por alto indignidades y agresiones a su condición humana, hacer la vista gorda en definitiva, creer sin más, obedecer sumisamente. Y además tiene que combatir con la actitud de sus semejantes: unos, apáticos e inconscientes ante los grandes problemas trascendentes que a todos afectan; otros, interesados, violentos, apartados de toda propuesta encaminada a la búsqueda de una solución común.

A veces el poeta trata de eludir el presente desolador en que vive volviendo al recuerdo del pasado, pero lo encuentra lleno de preguntas sin respuestas y difuminado en la  lejanía del tiempo. Luego cuando decide ser consecuente con su actitud crítica es incapaz de denunciar injusticias e hipocresías, acosado por múltiples presiones cotidianas. Y en el fondo de esta triste situación se encuentra la muerte que ahora acaba de llevarse a su ser más querido, a su soporte emocional, sumiéndolo en la más absoluta soledad y decepción vital.

Influencias

En La vara de avellano aparece una influencia del Antonio Machado más melancólico, al que el poeta recurre conscientemente, pues ahora más que nunca encuentra un paralelismo entre su cansado y triste caminar y el del poeta sevillano por el paisaje de Castilla. Aunque detectamos una diferencia fundamental en el enfoque: Machado halla un soporte espiritual en la melancolía del paisaje pues concuerda con la que siente su espíritu y en cambio Valhondo, roto su vínculo con el paisaje, se ve obligado a sostener el peso de su propia melancolía y por ejemplo el atardecer que antes era un momento de relajación espiritual ahora es simplemente un instante doloroso que da paso a las sombras de la noche.

También encontramos una dependencia del surrealismo en los momentos de mayor desorientación, cuando el poeta describe el caos anímico que capta en el paisaje y la desesperanza del ser humano que lo habita, a través de imágenes subconscientes que llegan a ser alucinantes y estremecedoras como la de aquélla mujer, que representa al ser humano universal, corriendo inútilmente a refugiarse de la muerte.

El recuerdo de la poesía existencial, que se encuentra patente en todo el libro, lo hallamos con más nitidez en esos momentos en que el poeta se refiere al peso de la existencia cotidiana donde coexiste con seres desvalidos, hechos crueles y esa connivencia que se ve obligado a aceptar diariamente para seguir sobreviviendo. Formalmente esta angustia de su vivir cotidiano la expresa por medio de continuas preguntas retóricas que dejan en el aire una fuerte angustia existencial.

Sigue la referencia de libros anteriores a la poesía social en la preocupación por seres marginados, para los que el poeta reivindica la dignidad humana que entre todos les arrebatamos. Aunque esta reivindicación no tiene un carácter social sino solidario, pues el poeta no trata de soliviantar a la masa para provocar su reacción, sino de remover conciencias y hacerlas dirigir su mirada hacia seres concretos que necesitan, más que de movimientos multitudinarios, cambios de actitudes individuales que modifiquen la valoración colectiva que se tiene de ellos.

Estilo

Si en los libros anteriores la angustia impregnó plenamente el contenido, La vara de avellano discurre en un tono eminentemente melancólico, incluso en los momentos de mayor tensión emocional, porque el poeta está agotado y además ha comprobado que no sirve de nada angustiarse.

No obstante a pesar de esa melancolía que lógicamente debía haber producido un tono lineal en todo el libro, encontramos diversos registros estilísticos: uno puramente emocional en los poemas libres donde el poeta da largas a su desencanto; otro esencial cuando profundiza en su reflexión y elude los elementos innecesarios para quedarla en pura síntesis[81].

Esta tendencia hacia la esencialidad se debe a que el poeta trata de encontrar las palabras justas para transmitir sus sentimientos de la forma más directa sin elementos superfluos que las desvirtúen, en un último intento de expresar con la mayor fidelidad sus preocupaciones que, si las expusiera en su estilo natural característico, se harían repetitivas surtiendo el efecto negativo que han tenido hasta el momento.

También en esta esencialidad se encuentra la duda del poeta sobre si ha empleado el lenguaje adecuadamente, es decir, si ha logrado decir con él lo que exactamente quería o por el contrario se ha enzarzado en exponer una y otra vez lo mismo y por ese motivo todo ha quedado en meras reiteraciones de palabras sin valor conceptual. De ahí que en poemas determinados[82] no sólo reduzca elementos muchas veces a su mínima expresión, sino también cree palabras nuevas que dan un sentido más exacto a sus lamentaciones.

El uso de encabalgamientos, cesuras, pausas versales muy marcadas e incluso la supresión en algún momento de signos de puntuación imprimen un ritmo ágil, que anteriormente había conseguido con elementos que ahora suprime. Por tanto el poeta acentúa en La vara de avellano la sobriedad en el tono y la parquedad en el uso de medios intentando menos rodeos y mayor precisión.

Sin embargo especialmente en los poemas de versos libres, emplea múltiples recursos cuando desea explayarse en razonamientos que lo desahoguen emocionalmente. Así nos encontramos con juegos de palabras, construcciones binarias, interrogaciones, anáforas o encabalgamientos, que imprimen una verdadera y poderosa emoción a sus palabras desencantadas.

Métrica

Como corresponde a la desorientación y al desencanto que siente el poeta, la métrica en La vara de avellano es un reflejo exacto de su descontrol espiritual. Así hallamos escasos poemas regulares que incluso usan metros diversos y sobre todo poemas en versos libres[83]. La rima asonante también tiende a la irregularidad incluso en los momentos que es más regular.

No obstante el aumento de estas irregularidades en La vara de avellano no sorprende, porque Valhondo lo venía anunciando paulatinamente desde Aurora. Amor. Domingo. De ahí que formalmente La vara de avellano es el libro más irregular de la segunda parte de su obra poética porque, parejo con su estado emotivo, es el momento de mayor descontrol espiritual. Es decir, ha existido un paralelismo claro entre contenido y forma, de tal manera que a más angustia en el contenido más descontrol en la forma y La vara de avellano es el punto más elevado de la desorientación vital del poeta.

Sin embargo la irregularidad de La vara de avellano tiene un sentido fundamental, que es conectar con Un árbol solo donde la regularidad formal desaparece por completo, porque es un libro escrito totalmente en versículos.

Recursos literarios

     La vara de avellano, como los libros anteriores, contiene múltiples imágenes originales que surgen de la creatividad lírica del poeta de una forma espontánea, intuitiva, conforme expone sus preocupaciones espirituales. La mayor parte de ellas son imágenes circunstanciales del momento que vive y no pasan a ser por sí mismas independientes ni representativas de un sentido más trascendente del que se refieren en ese momento.

Sin embargo entre las numerosas imágenes que aparecen en La vara de avellano, localizamos cuatro cuya simbología tiene una significación especial dentro de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo: el tren, el ahogado, la alameda y la de la tarde del domingo[84].

Las cuatro imágenes tienen una significación común: reflejan la triste desolación del poeta cuando comprueba que nunca colmará sus anhelos de libertad y su vida transcurrirá en la tristeza melancólica del solitario, que no logra consuelo individual ni colectivo.

Otras imágenes que son el resultado de una alta creatividad vienen a ilustrar el desencanto del poeta, perfectamente engarzadas con el discurrir del contenido. Por esta razón las imágenes más frecuentes se sitúan en los momentos de mayor desencanto, cuando toman un tono surrealista de asociaciones subconscientes que llegan a veces a trastocar el lenguaje, reflejando de esta manera la medida del desconcierto anímico del poeta.

Otros recursos como el símil y especialmente la metáfora completan la relación de medios creativos, que se sostienen en otros recursos formales: unas veces, son los tradicionalmente empleados por el poeta como la anáfora, los signos gráficos o el encabalgamiento; y otras se basan en la economía de medios, que lo lleva a suprimir elementos innecesarios[85] cuando la expresión se convierte en esencial.

Estructura

El poeta estructura La vara de avellano en dos partes claramente diferenciadas como sus libros anteriores. No obstante esta doble división es llamativa porque la primera parte cuenta con diecinueve poemas y la segunda sólo con uno, la elegía a su hermano Juan.

Ante este desequilibrio estructural, se puede pensar que este poema elegíaco fuera circunstancial y el poeta, elaborado ya el libro, se limitara a colocarlo al final para no tener que alterar el orden de los poemas. Pero si tenemos en cuenta que la muerte de Juan se produjo en 1970 y la mayoría de los poemas del libro los escribió desde entonces hasta su publicación en 1974, se llega a la conclusión de que la elegía está colocada conscientemente al final del libro como epílogo, cerrando no sólo este poemario y una parte de su obra poética sino también sirviendo de conexión con la parte siguiente pues prepara la aparición de Un árbol solo cuyo tema es la soledad; es decir, la misma sensación que prevalece en la elegía.

Por tanto la doble división de La vara de avellano es otra muestra de la coherencia de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y de que siempre fue consciente de su concepción global, pues la interrelación estructural de este libro (final de la segunda parte) con los anteriores y el siguiente (comienzo de la tercera) así lo certifica.

Evolución

La vara de avellano es el final de un proceso espiritual que comenzó en Hojas húmedas y verdes, donde se inicia una búsqueda que ahora acaba en el desencanto, la soledad y la presencia nítida de la muerte como único destino cierto del ser humano.

Esta evolución espiritual y poética que ha pasado por diversas etapas, consecuencias de las anteriores, se ha caracterizado por un descontrol emocional creciente que sin embargo no ha afectado al dominio de su estructura y de su coherencia global pues, como hemos podido comprobar, Valhondo es temperamental, idealista e incluso utópico en sus planteamientos emocionales, pero a la vez siempre ha sabido controlar el rumbo que seguía su lírica y las interrelaciones que debía entablarse entre sus partes.

Por tanto estamos ante un poeta maduro y dueño de su obra, que ha sabido transmitirnos su preocupante estado espiritual durante muchos libros y varias décadas y sin embargo tiene tal dominio de su técnica que, a pesar de su angustia anímica, es un ejemplo de organización y de lucidez intelectual.

Además nos encontramos con un poeta capaz de mantener su coherencia, pues el núcleo de toda su obra lírica sigue girando en torno a los problemas fundamentales del ser humano aunque la poesía del momento fuera por rumbos distintos, y de sostener su compromiso independiente y sincero, porque esa perseverancia indica que Valhondo no se ajustaba a modas y que el objetivo de su poesía no fue el lucimiento personal sino la búsqueda de respuestas existenciales.

Tercera parte: Poesía de la decepción

Jesús Delgado Valhondo, en la nota donde estructura su obra poética, escribe sobre esta parte: «A partir de Un árbol solo hasta Los anónimos del coro«. Es decir, la tercera parte consta de cuatro libros: Un árbol solo, Inefable domingo de noviembre / Inefable noviembre, Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro.

Esta etapa que se inicia con Un árbol solo, libro considerado por Valhondo el fundamental de su obra lírica, se verá fuertemente influida por varias experiencias que el poeta vivió con profundo dolor a partir de 1975:

1ª)La muerte de su entrañable amigo y maestro Eugenio Frutos (1979), que lo hizo cerciorarse con más nítidamente de la trágica realidad del tiempo y de la muerte.

2ª)El desencanto emocional que sufrió en su etapa política, cuando su intento de poetizarla acercándose a los problemas y sentimientos de la gente de la calle, fue abortado por sus mismos compañeros de partido, cuyo vacío espiritual los hacía situarse muy lejos de los intereses de sus votantes, en los que Valhondo sin embargo veía a seres necesitados de guías comprometidos humana y espiritualmente con sus necesidades y preocupaciones.

3ª)La realidad de una jubilación que para Valhondo supuso un duro golpe anímico, pues entendió que lo apartaban de su trabajo por carecer de facultades intelectuales y humanas debido a la edad, cuando él se sentía lúcido y animoso.

 El impacto emotivo fue arrasador porque este hecho lo despertó de un letargo que, mientras estuvo activo, había amortiguado la crudeza de la realidad atenuando la verdad estremecedora del rápido paso del tiempo. Pero llegada la jubilación golpeó con fuerza una personalidad que había basado su existir en la hiperactividad muchas veces para olvidar sus constantes intranquilidades y ahora lo convertía en un ser indefenso, inservible y solo: «¿Y qué es lo que ha pasado mientras tanto, en el dudoso, incogible, incomprendido instante? Nada, eso, tiempo […]. Estoy alejado de todo. Alguna que otra vez aparezco, doy un recital o paseo solo. Voy al ayuntamiento una hora los martes y otra los viernes»[86].

4ª)La soledad, que siempre le había acompañado como una compañera espiritual, ahora se convierte también en una acompañante física. El poeta y el hombre se encuentran totalmente solos.

La decepción fue definitiva porque, perdida su esperanza en Dios y en el ser humano, llega al punto más doloroso de su soledad y su angustia aumentará hasta límites desgarradores: «A mí me han construido como a todos vosotros. La vida es algo horrible», le oímos decir en la postrimería de su vida[87].

El resumen del estado espiritual de la última etapa de su existencia lo irá desgranando en los libros de la tercera parte, que está invadida por la soledad de Un árbol solo, la melancolía de Inefable …, la búsqueda nostálgica del tiempo perdido y del pasado de Ruiseñor perdido en el lenguaje, la reivindicación de la dignidad y la identidad personal del ser humano de Los anónimos del coro y la melancólica desesperanza de todos estos libros por las múltiples razones expuestas.

Esta decepción es en definitiva la que expresa en la tercera etapa de su poesía, que se une a su propia desencanto vital, porque él se encuentra todas las imperfecciones de sus semejantes y además se siente en su profunda e irreversible soledad un ser fracasado.

Sin embargo esa lucha incansable, que ha mantenido durante toda su vida, lo autoconvence de que ha hecho lo humanamente posible. De ahí que junto a la descripción de su desencanto se localicen frecuentes justificaciones de su proceder pasado y su situación presente.

Un árbol solo, Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre, Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro

Descripción

Mientras los libros de la segunda etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo fueron pasos consecutivos del camino descendente seguido por el poeta hasta Un árbol solo, donde recopila toda su experiencia espiritual anterior, los libros de la tercera etapa son una reiteración de los temas trascendentes que Valhondo había tratado hasta entonces a modo de justificación de su desencanto espiritual. Aunque habría que advertir que esos razonamientos justificativos contienen muchas veces duros reproches e incluso fuertes reivindicaciones sobre la condición humana.

Así en Un árbol solo el poeta, con el repaso que realiza de su vida espiritual, quiere justificar su triste concepción de un ser humano incapaz de ordenar el mundo para su propio beneficio y demasiado imperfecto para desempeñar el papel que sin pedirlo le ha tocado representar en la comedia universal de Dios, de un mundo extremadamente enigmático para ser entendido por la pobre mente humana y de un ser superior misterioso que deja a sus criaturas desamparadas en la indefensión y la soledad más absoluta.

Inefable… es una justificación de su estado melancólico y desencantado después de constatar que el destino humano es la soledad en un mundo desangelado y triste, donde no hay lugar para la esperanza y donde sólo queda la resignación y la entrega incondicional al tiempo implacable y a la muerte que, sin esperanza de salvación, supone la destrucción eterna.

Ruiseñor perdido en el lenguaje en su primera parte es una vuelta al pasado, un repaso de su vida donde los buenos recuerdos se pierden en el olvido de un tiempo que ha pasado con suma rapidez, y sólo tiene conciencia de hechos negativos que le dejaron una amarga sensación de fracaso. En su segunda parte Ruiseñor… es el último intento de superar la muerte (esta vez a través del amor), que termina en otro fracaso rotundo. Además Ruiseñor… también es una justificación porque en ambas partes el poeta intenta explicar que no hay fuerza humana que pueda contener al tiempo y a la muerte.

Los anónimos…, aunque está dividido en varias partes aparentemente inconexas, todas son una justificación de la imperfección humana y de ese triste papel que el ser humano está obligado a representar sin ningún objetivo trascendente pues Los anónimos del coro, protagonistas del libro, no logran realizarse dignamente como seres humanos sino sólo sobrevivir en un mundo que, una vez muertos, enseguida olvida su existencia a pesar de que cada uno han contribuido a construir la historia representando trágica y dolorosamente el complicado cometido que se les asignó.

Y todos estos libros son una valiente denuncia contra la injusticia universal de Dios que, aliado con las inmanejables circunstancias, el tiempo, la muerte y algunos seres humanos que no quieren contribuir a la creación de un mundo más humano y razonable por intereses particulares, mantienen al ser humano común en una angustia permanente, que ni siquiera puede calmarle la esperanza de salvación porque ésta no existe.

En definitiva los libros de la tercera etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo en conjunto son la crónica de un ser humano, que personalmente siente su fracaso humano y espiritual, que ha visto también malogrados sus anhelos colectivos de solidaridad universal y que padece la realidad de un mundo lleno de seres solitarios y desorientados por sus propias imperfecciones, el enigma de la existencia y el silencio de Dios que han convertido sus vidas mortales en una angustiosa tragedia.

Temas y contenidos

Un árbol solo marca una frontera en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, porque lo concibió como un libro definitivo que fuera el magno resumen de su poesía anterior. Es como si el poeta con él hubiera querido agotar su creatividad espiritual y lírica para poner punto y final a una obra poética en la que ya había dicho todo. De ahí la acumulación de asuntos girando en torno a la soledad humana, tema central que les da unidad.

Este tema no es nuevo pues Valhondo ya lo había venido desgranando en los libros de la segunda etapa de su lírica. Sin embargo no se circunscribe a él porque la soledad humana es la consecuencia del silencio de Dios, el enigma del mundo, la imperfección humana, la indefensión ante el tiempo y la muerte, la falta de esperanza en la inmortalidad y el desencanto ante una realidad que la pobre mente humana no es capaz de comprender.

Los temas citados, que son previos a la idea central, completan este enjundioso libro convertido de esta manera en el devocionario lírico, donde confluyen todas las preocupaciones del poeta explicando el triste estado en que se encuentra al final de su azarosa vida espiritual, que ha dedicado por entero a la búsqueda de una quimera.

Los temas y contenidos de los libros siguientes son una consecuencia del agotamiento espiritual sufrido por el poeta, después de la lucha emocional mantenida por su conciencia con una realidad incomprensible durante toda su vida. Es decir, el peso de la existencia que, en Valhondo ahora se hace muy patente, es el hilo conductor de estos libros y por tal motivo el nexo de unión entre ellos y los libros precedentes.

De ahí que el tema de Inefable… sea la melancolía que invade todo el libro desde el mismo título. Los asuntos apuntados, que ya en La vara de avellano habían hecho caer al poeta en un profundo desencanto, los vemos traducido ahora en la triste concepción de un mundo en el que el poeta se encuentra sin ilusión y sin esperanza, después de fracasar estrepitosamente en la búsqueda de unas razones que le explicaran los enigmas de la existencia y le facilitaran las claves del dolor y la imperfección humana.

Ruiseñor perdido en el lenguaje trata el tema de la nostalgia por un pasado tan lejano que incluso casi lo ha perdido en la memoria del tiempo, y su lugar queda ocupado por los despojos que va dejando el ser humano a lo largo del camino, donde anda perdido lamentando su triste destino. No obstante el poeta intenta una recuperación del pasado y la búsqueda de una solución a la muerte a través del amor, pero comprueba que no hay solución posible: el tiempo lo arrastra irremisiblemente hacia ella, que ahora se le presenta con la nitidez del que por edad la presiente muy cerca.

Los anónimos del coro giran en torno al tema de la nimiedad de la condición humana, de esos seres sin historia que han habitado y pueblan el mundo, participando obligatoriamente y sin identidad como meros comparsas en la comedia universal que dirige Dios caprichosamente. El poeta reivindica la dignidad de esos seres anónimos, que son vapuleados no sólo por el tiempo y la muerte sino también por unas circunstancias incontrolables y un mundo misterioso, que está presidido por un Dios mudo que asiste impasible a los continuos ataques a la dignidad humana. Del mismo modo este libro reivindica el reconocimiento del valor de seres anónimos, de luchadores natos, de fieles servidores de un señor todopoderoso que los ha abandonado en un mundo problemático y sin esperanza.

En fin los libros de la tercera parte de la poesía de Jesús Delgado Valhondo tienen en común el tratamiento de temas ya conocidos, aunque enfocados desde una perspectiva unitaria más honda y específica. Todos son libros muy profundos, sentidos y trabajados. Todos tienen unos contenidos que, aunque en algún momento incidan en asuntos coincidentes con otros libros anteriores, ofrecen una visión nueva y una preocupación más íntima que suponen en conjunto una exposición global del contenido trascendente de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

Influencias

Los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, por ser la revisión de los libros anteriores, recogen gran parte de las influencias mencionadas tanto del entorno y de las circunstancias del poeta como de las tendencias y alguno de los poetas más significativos del panorama lírico español del siglo XX.

Lo primero que detectamos en estos libros es la influencia del carácter espiritual del propio poeta (desconforme, luchador, intranquilo e irreductible), que no le permitió resignarse a participar inconscientemente en una realidad enigmática y quiso comprender entre melancolías y angustias, siempre con la dignidad del que se siente parte de Dios y a la vez con la humildad del que se reconocía imperfecto y finito. Ese carácter combativo es el que lo hará reincidir en asuntos ya tratados y escribir estos libros.

Es decir, Valhondo no se limitó exclusivamente a ser un poeta cuyo temperamento apasionado y sentido lo llevara a crear una poesía puramente estética, sino que su lírica es la crónica de su personal visión del mundo, idealmente entendida como un humanismo donde el hombre debía ser el centro del universo como la más perfecta criatura creada por Dios. Pero como la realidad no respondía a estos planteamientos, indagó hasta la saciedad más humana e insistió hasta quedar espiritualmente agotado. Los libros de la tercera etapa de su poesía son el relato de esta fatigosa búsqueda que finalizó en fracaso.

También Valhondo se vio influido por la realidad de su entorno y de los seres que lo habitaban, cuya imperfección lo estremeció unas veces, porque comprendía que estaba impresa en la misma esencia humana y otras, porque descubrió que el ser humano estaba vacío espiritualmente y por tanto no tenía capacidad para superar sus propias limitaciones ni para construir un mundo más solidario y humano. De ahí las continuas referencias en estos libros a la historia, donde únicamente logra ver la destrucción y la muerte provocada por trágicos enfrentamientos, que entendía como muestras de la pobreza intelectual y espiritual del ser humano.

Las abundantes lecturas, que en buena medida realizaba para encontrar explicación a lo que no comprendía, lo llevaron a afianzar su idea central de la soledad humana en poetas admirados como Juan Ramón y Antonio Machado o buscó una explicación filosófica de la vida y el mundo en los razonamientos de filósofos metafísicos como Heráclito[88], estoicos como Séneca[89], cristianos como San Agustín y Santo Tomás[90], ascetas y místicos como San Juan y Santa Teresa[91] o en las literarias preocupaciones existenciales de los estoicos barrocos[92], Rubén Darío[93], Unamuno[94] y la Generación del 98[95], la Generación del 27 y concretamente de Dámaso Alonso[96], Lorca[97], Alberti[98], Aleixandre[99] o Miguel Hernández[100]. También se detecta la preocupación existencial de la poesía de posguerra (que en Valhondo se encuentra en toda su obra) y la social de la poesía del Realismo del Medio Siglo.

Además por su carácter abierto Valhondo no se encerró en sí mismo, sino que estuvo muy atento por medio de lecturas y una intensa relación epistolar a las tendencias que se iban sucediendo en la panorama lírico español, y adecuó gradualmente su poesía a aquellos enfoques que le permitían renovarse sin dejar de ser personal. De ahí que poco a poco imprimiera un cambio a la forma y adaptara sus planteamientos espirituales y líricos a la nueva manera de decir sin olvidar la tradición.

Así los libros de la tercera etapa de su lírica están ya adaptados a la poesía que surge de la renovación iniciada en los años 60 en la lírica nacional, tanto a la forma narrativo-descriptiva y al versículo como al tono surrealista y al uso de la sintaxis, que supone una ruptura en el discurrir lineal de la poesía tradicional. No obstante de cuando en cuando vuelve a la lírica regular del romance y del soneto, consciente de que no debía olvidar su pasado, para buscar un equilibrio entre la tradición y la renovación y situarse de esa manera en el justo medio donde se encuentra el fiel de la virtud humana y lírica.

No obstante las influencias comentadas no son meras copias de sus modelos. Una muestra es la adaptación que gradualmente realiza de la forma narrativo-descriptiva en estos libros: después de Un árbol solo, que es un extenso poema, se decide por dividir sus largos discursos en partes más pequeñas que permiten seguir y asimilar las reflexiones con más facilidad e incluso por usar el estribillo[101], un recurso de la tradición, que equilibra y marca el final de cada parte y concede un descanso reflexivo al lector, o por el empleo del soneto con el que advierte que no olvida la tradición a pesar de haber adoptado una forma moderna.

Vemos por tanto que Valhondo no fue un simple imitador sino un transformador creativo que aglutina corrientes y crea una poesía personalísima, tradicional y moderna a la vez con la garantía de continuar la estela de los grandes poetas y la madurez de un vate forjado líricamente en el sentir del pueblo que además se encuentra capacitado no sólo para la adaptación sino (y esto es lo primordial) para elaborar una poesía madura, honda y personal que se parece sólo a Jesús Delgado Valhondo.

Estilo

En el estilo de los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo se halla por su carácter reiterativo la confluencia de todas las características de su modo de decir más personal, que se ha ido desmenuzando en el análisis de este apartado en los libros anteriores.

En conjunto los cuatro libros de esta parte tienen un tono surrealista adecuado a la tremenda desorientación del poeta, que no consigue explicar su desconcierto con un significado directamente traducible, aunque se sustenta en un lenguaje común, directo y muy sincero. El surrealismo, que en ocasiones produce una expresión difícil de traducir, se equilibra con la melancolía del desencanto o bien con el rechazo rebelde e irónico del que se resiste a aceptar lo inevitable. No obstante tanto en un caso como en otro la humana sinceridad del poeta siempre consigue implicarnos en lo que dice y unas veces participamos de su melancolía y otras lo acompañamos en sus justas protestas, porque Jesús Delgado Valhondo, transparente o surrealista, llena de un profundo sentimiento sus reflexiones que antes que líricas son humanas y sentidas.

Ese carácter dual del estilo que preside esta parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo es precisamente el que evita la monotonía, porque melancolía y exabruptos aparecen íntimamente relacionados y en tensión por medio de un dinamismo que convierte en ágiles unos versos muchas veces intuidos por reiterar contenidos insistentemente. Luego ese espíritu irreductible de luchador nato, de reivindicador de la dignidad humana, mantiene tenso un modo de decir que siempre suena a nuevo e interesante a través de aumentos de la angustia en momentos muy medidos.

Luego el discurrir lineal del discurso, que generalmente sigue el proceso en tres etapas de la estructuración tradicional (planteamiento, nudo y desenlace) con un fin docente y orientador, adopta un carácter cíclico que es a la vez guía para el lector y metáfora de la existencia humana.

Además Valhondo no sólo cuida la envoltura de su poesía sino también su significado, que siempre tiene una profundidad enriquecedora de trascendencia filosófica y religiosa, donde se aúnan tradición y coetaneidad en una simbiosis extraordinaria de la angustia de antes y de ahora que nos hace presente y nuestra.

Conforme pasan los libros el estilo se hace cada vez más melancólico, pues el poeta al cumplir los setenta años (coincidiendo con la publicación de Un árbol solo) sufre una crisis cuando realiza el balance de su vida espiritual y sólo encuentra un monumental fracaso. De ahí que sea la ironía el rasgo de estilo más característico de estos libros, como resultado de la paradoja que se establece entre la procedencia divina y la condición humana del hombre que al poeta le resulta insufrible.

Todo este enigma indescifrable, que en un principio el poeta quiso expresar con una poesía de métrica regular y de corte tradicional, fue finalmente transmitido en forma de ensoñación, de irrealidad, de alucinaciones, que advierten el desconcierto espiritual del poeta, y de una ruptura del lenguaje indicativa de que tal desbarajuste anímico invade incluso el medio lingüístico empleado, porque el poeta no acierta a expresar tanto misterio con el único recurso de la lengua. De ahí que Valhondo en esta parte de su obra lírica no imprima dificultad a su estilo por simple evolución, sino por necesidad expresiva ante una realidad impenetrable y como consecuencia imposible de explicar claramente con palabras.

Por la misma razón entendemos la insistencia en temas ya tratados y que en algún momento el estilo se resienta y peque de reiterativo. Pero no sucede esto por falta de agotamiento argumental sino porque Valhondo no puede o no quiere creerse que las constantes paradojas encontradas entre la realidad y la condición humana sean ciertas y las expresa de ese modo, insistiendo una y otra vez (que es otra manera de aumentar la tensión), recalcando temas como si quisiera indirectamente pedir ayuda o provocar la reacción de sus semejantes, que asisten inconscientes a la tragedia universal de la que todos participan. Esto explica que el estilo de esta parte, a pesar del momento emocionalmente delicado en que se encuentra, gane en reflexión, vigor y creatividad.

También el largo discurso que es Un árbol solo en los libros posteriores se va reduciendo paulatinamente y el estilo se convierte poco a poco en esencial, apoyado en un lenguaje que se va sintetizando hasta su mínima expresión[102]. Este hecho constatable supone una muestra de su lucha con la palabra en un intento de desentrañar los misterios de la realidad indagando en sus conceptos básicos que por eso mismo están desprovistos de elementos innecesarios.

Teniendo en cuenta que la poesía para Valhondo fue un medio de expresar sus preocupaciones espirituales por medio de una concepción vital basada en un planteamiento filosófico de hombre común, el camino que emprende a la esencialidad no tiene otro objetivo que reordenar sus ideas tendiendo a lo más elemental, que es el concepto y de ahí intentar una explicación más racional y comprensible de la realidad. Pero se encuentra con que no tiene capacidad para manejar esa esencia conceptual y continúa con ese modo de expresión surrealista advirtiéndonos que naufraga perdido en el lenguaje[103].

Este intento de tender a un lenguaje primitivo para reorganizarse mentalmente en Ruiseñor perdido en el lenguaje fracasa enseguida, pues en Los anónimos del coro la expresión se hace más difícil y automática al instalarse el poeta en una región más allá de la realidad, donde le resulta imposible encontrar una referencia lógica de la realidad perdida, porque ahora se siente un ser sin identidad como los seres anónimos que lo acompañan. De ahí que el tono misterioso sea el elemento paradójicamente unificador del libro y la característica del estilo esa incertidumbre emocional que embarga al poeta y a los seres que lo habitan.

Métrica

Todos los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentran escritos en versículos. El cambio gradual de una poesía de métrica tradicional, iniciado en la mitad de la segunda parte, se hace general en Un árbol solo y se mantiene en el resto de los libros de esta parte. El motivo de esta evolución formal se encuentra en el interés de Valhondo por adaptarse a las nuevas formas de expresión y por adecuar la fórmula expresiva a un estado espiritual distinto al de los libros de la parte anterior, para seguir insistiendo en sus preocupaciones con una forma más adaptada a la pérdida de la esperanza, la desorientación y el desencanto que se ha producido al final de la etapa anterior.

También el uso del versículo es un modo de transmitir la visión caótica que tiene ahora del mundo. Así mientras tuvo una concepción armónica utilizó en consonancia la métrica regular; en cambio ahora que el mundo es para él un descontrol, usa una forma métrica que es al menos aparentemente un desconcierto formal y significativo.

Y Valhondo que siempre había eludido la sumisión a una forma métrica estrictamente regular y la alteraba, aunque fuera mínimamente para indicar sus extremados deseos de libertad e independencia, con aquel cambio gradual realizaba una de sus aspiraciones más largamente anheladas: desprenderse de toda atadura y por consiguiente de la métrica tradicional, que exigía unos versos de una determinada medida y le obligaba a engarzarlos de una forma concreta, cuando en su conciencia quería decir aquello que sentía con una mayor libertad, porque se adaptaba mejor a su ímpetu característico y a la necesidad de expresar sus preocupaciones trascendentales con una forma más adecuada que no era la tradicional[104].

No obstante en algunos momentos como la segunda parte de Ruiseñor… o en la tercera de Los anónimos … el poeta vuelve a la regularidad métrica con un doble objetivo: autodisciplinarse para no caer en el descontrol al que el uso reiterado del versículo lo hubiera llevado y advertir que no se olvida de la tradición a pesar de su apuesta por una forma métrica más adecuada a los tiempos y al momento emocional en que se encuentra.

Y en general el abandono de la métrica regular es debido a que, en esta parte de su poesía, a Jesús Delgado Valhondo le interesa más transmitir sus sentimientos que actuar como lírico, porque las preocupaciones espirituales, ahora acentuadas, lo tenían humana y sinceramente angustiado y sus intranquilidades en estos momentos más que un tema lírico son una realidad palpable, que él trata de conjurar usando la forma poética como válvula de escape.

No obstante la adopción del versículo no es un remedo exacto del de la poesía de la época pues Valhondo, que siempre hizo un gran esfuerzo de originalidad, después de Un árbol solo evita el largo discurso propio de la lírica narrativo-descriptiva parcelando el contenido por medio de la división en poemas cortos como en Inefable … o a través del estribillo como en Ruiseñor … Además la medida de los versos tienen a una extensión media entre los cortos y los más extensos; así por ejemplo en Inefable … oscilan entre las ocho y diez sílabas y rara vez sobrepasa este número y cuando lo hace tiene algún motivo como, por ejemplo, indicar el aumento de la angustia.

Por tanto en Valhondo la métrica de los libros de esta parte no es sólo una adaptación a los tiempos, sino más bien un medio que acomoda a su nueva necesidad expresiva, mostrando sin pretenderlo su palpable madurez, su capacidad de evolución y su maestría que a estas alturas consigue usar indistintamente dos tipos de métrica sin resentirse lo más mínimo.

Recursos literarios

En los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, las imágenes y recursos literarios continúan al servicio del significado y de los distintos momentos emocionales por los que pasa en la última etapa de su vida.

Así uno de los recursos más usados en estos libros es el yo autobiográfico, que imprime más verdad a lo que cuenta el poeta porque se convierte no sólo en narrador sino también en protagonista de sus propias reflexiones, que consigue hacernos más cercanas aún con recursos que implican continuamente en su melancolía y en su angustia como, por ejemplo, con la supresión del pronombre personal y el uso constante de la primera persona del singular y del plural.

No obstante éstas no son las únicas formas verbales empleadas, pues Valhondo realiza un auténtico alarde en el uso de diversos tiempos verbales e incluso de las formas no personales del verbo, a las que saca el máximo partido indicando con su variedad y distinta significación múltiples registros emocionales, que resultan muy originales y creativos.

También usa con soltura los recursos literarios tradicionales como el hipérbaton, la hipérbole, la anáfora, el encabalgamiento, el asíndeton, el polisíndeton, la paradoja, la ironía y la personificación para mostrar con detalle sus distintos momentos espirituales. Consigue así implicar al lector y hacerlo partícipe de su angustia y su desorientación hasta el punto de arrastrarlo a reflexionar detenidamente sobre los problemas trascendentales planteados.

Además deducimos que Valhondo se encuentra en su momento lírico más álgido por la ostentación involuntaria que realiza del uso de recursos más líricos y creativos como la metáfora, el símil, las imágenes y los símbolos como la gran marcha del ser humano universal a Dios, que es la columna vertebral de Un árbol solo, o la imagen de la prostituta de Los anónimos … que es una metáfora del ser anónimo que todos somos y de nuestro triste y preocupante destino, o la imagen del tren o la del río que el poeta reitera con una insistencia angustiosa ahora que es consciente de encontrarse consumiendo la última etapa de su viaje existencial, arrastrado por la corriente incontenible de la vida.

No obstante los recursos literarios en ninguno de los libros de la tercera parte son usados con exceso, porque incluso en momentos como la primera parte de Ruiseñor … se detecta una economía de medios asombrosa cuando la expresión se convierte en estrictamente esencial, pues se sustenta sólo en sustantivos, verbos y construcciones elementales.

Por tanto los recursos literarios en estos libros no tienen el objetivo típico del embellecimiento, sino que son un medio práctico para conseguir que la expresión se ajuste más a su intelecto y a la vez se establezca una fluida conexión entre poeta y lector, a pesar de su tono surrealista y su velada significación.

Una muestra clara de esta afirmación es el empleo de recursos en Los anónimos del coro, donde se encuentran perfectamente engarzados con el contenido hasta tal punto de que con ellos consigue el poeta transmitir ese ambiente misterioso que invade todo el poemario e intuir que el final de su etapa crepuscular, llena de angustia y desconcierto, será una referencia fiel de nuestro propio final.

Estructura

Continúa Jesús Delgado Valhondo con su preocupación docente de presentar estructurados los libros de esta parte de una forma nítida. Incluso, en el caso del extenso poema que es Un árbol solo, ayuda a comprender su disposición a base de citas intercaladas, consciente de que sus tres partes pecan de extensas y el lector se puede perder en su complicado discurrir. Por tanto la triple división queda parcelada a su vez en cuatro, dos y tres etapas respectivamente, coincidiendo con el número de citas introducidas. De esta forma las extensas partes resultan más digeribles al poderse ir asimilando poco a poco en sucesivas y cortas etapas, que tienen un descanso reflexivo al final de cada una de ellas.

Además la división en tres partes de Un árbol solo coincide formalmente con la estructuración más tradicional y sencilla y significativamente con las tres vías místicas. Este dato descubre otra ayuda que el poeta pone a nuestra disposición para que no naufraguemos en la maraña de sus enjundiosas reflexiones.

La estructura de Inefable…, que está dividido en tres partes, se vio condicionada directamente por la de Un árbol solo, pues Valhondo evita la larga extensión de sus partes distribuyéndolas en poemas independientes de mediana extensión. El hecho que nos permite afirmar esta idea es la simetría de su número: la primera parte está formada por tres poemas; la segunda por seis y la tercera por tres. De esta manera, con respecto al libro anterior, no se tiene la sensación de que Inefable… sea un largo poema, cuando realmente lo es.

Además Valhondo estructura estos libros no sólo con estos recursos sino también con medios temporales y visuales como el uso de la luz: Un árbol solo comienza en el crepúsculo de la tarde y termina en la mañana siguiente e Inefable… empieza en un amanecer y finaliza en otro. Es decir, el poeta guía al lector no sólo dividiendo sus libros en partes, sino también por medio de un discurrir temporal en el que se suceden momentos de sombra y luz. Este proceso es idéntico al que experimenta su ánimo que pasa por distintos estados emocionales[105] de acuerdo con el momento del día en que se encuentra[106].

En Ruiseñor… la estructuración en dos partes no tiene más intención que la de dividir dos contenidos formalmente distintos. No obstante el significado global unifica estas partes pues, aunque la primera trata el tema de la muerte y la segunda del amor, filosóficamente son dos conceptos complementarios[107].

Además el poema «Jesús Delgado» se encuentra dividido en catorce versículos cuya separación la marca el estribillo y los sonetos significativamente se estructuran en tres partes, que coinciden con los tres estados emocionales por los que pasa el poeta. Globalmente hay también otra estructuración en torno al catorce que es el número de versículos de la primera parte, el de sonetos y el de versos de éstos.

Los anónimos… se divide en cuatro partes claramente diferenciadas, sin embargo su estructuración es la más artificial pues parece que sólo existe una relación práctica entre ellas, que fue publicarlas juntas para que entre todas consiguieran la extensión apropiada de un libro. Pero este desajuste práctico queda compensado con la unidad que le imprime el misterio que envuelve a todas.

Por tanto no es una simple división sin más la que realiza Jesús Delgado Valhondo de cada libro, sino que va más allá utilizando todos los recursos estructurales de que dispone para presentar sus sentimientos de la forma más orientativa para el lector. Además el poeta sabe que es necesario ayudarlo para que no se pierda en su largo discurso y en la dificultad de la expresión surrealista, que no se caracteriza precisamente por la claridad ni por la estructuración cartesiana.

Evolución

El primer dato que indica la evolución experimentada por Jesús Delgado Valhondo en los libros de esta etapa es la consolidación del cambio hacia una poesía más adaptada a los tiempos, que hace general en Un árbol solo y se mantiene en los libros siguientes.

Pero este cambio de rumbo formal no es sólo de pura apariencia ni de olvido de sus principios ni de su poesía anterior, pues Valhondo no olvida la tradición aunque ahora se instale en la modernidad, ni deja de ser independiente aunque siga el camino marcado por las nuevas corrientes líricas. Valhondo había previsto con mucha antelación que la insistencia en sus problemas trascendentales, si continuaba con la misma forma tradicional, acabarían siendo una simple repetición. Por ese motivo a mediados de su obra poética inicia ese cambio hacia la modernidad, buscando una forma distinta que no sólo se adaptara a su nuevo estado de soledad y desencanto, sino también lo ayudara a expresar los mismos sentimientos, pero con un enfoque distinto, y surtieran el efecto de concienciación, justificación y reivindicación que deseaba.

Por tanto Jesús Delgado Valhondo consigue ser a la vez clásico y moderno, tradicional y renovador sin perder sus señas de identidad y sus características poéticas que, ahora adaptadas a esta nueva manera de decir, parecen otras sin dejar de ser esencialmente las mismas.

Este hecho lleva a reafirmar que Valhondo siempre tuvo en su mente la estructuración global de su lírica y fue consciente de que lo que escribía en ese momento estaba conectado con lo anterior y lo que terminaba se conectaba con lo siguiente. De tal forma que pasa de una etapa a otra sin traumas y además consigue que la coherencia en torno a su nuevo estado de soledad sea el pilar en que se asienta esta parte de su obra poética, cuyos libros son una continuación de la anterior.

Por otra parte también Valhondo evoluciona dentro de ella, pues se observa una tendencia mayor hacia la poesía esencial, el surrealismo, la escritura automática y la huida de la realidad. Sin embargo no deja de recordar que la tradición es su base evolutiva hacia la contemporaneidad, igual que su pasado es el soporte de su historia presente. De esta manera consigue que no sean dos conceptos opuestos sino complementarios.

Por tanto en los libros de esta etapa crepuscular tenemos a un poeta que maneja con maestría todos los aspectos formales y de contenido del versículo y del surrealismo y a la vez de la tradición y la modernidad, sin que su forma de decir no se resienta y gane en madurez, atracción y altura lírica.

Por ese motivo ahora se puede localizar la madurez de un poeta muy dueño de su lírica, pues ha demostrado fehacientemente su capacidad no sólo de adaptación sino también de evolución y de congeniar contrarios (como la tradición y la renovación) sin que haya tenido que pagar tributo alguno ni a una ni a otra, pues sus características líricas personales continúan intactas incluso cuando sería lógico alguna alteración en los momentos de mayor angustia.

Es cierto que en estos libros la expresión no es tan directa como en los anteriores, pero Valhondo consciente de ello lo compensa con numerosos recursos como el uso de citas o la estructuración docente o el empleo exhaustivo de tiempos verbales. Además su perseverante labor de lima, su búsqueda de la palabra justa, su sincero sentimiento y su apasionada emoción siguen presidiendo estos libros y asegurándonos que Valhondo, a pesar del cambio formal experimentado, continúa siendo el mismo porque no ha renunciado a la humanidad por el lirismo, sino que ha conseguido relacionar ambos conceptos de tal manera que en él no se dan por separado sino formando un todo inseparable.

Esto se explica porque Jesús Delgado Valhondo, que fue una persona concienciada de sus limitaciones, siempre estuvo intentando el fortalecimiento de su espíritu y mejorando sus creaciones líricas. De ahí que cuanto más ahonda en sus preocupaciones trascendentales más profundidad lírica consigue y esto sucede en esta etapa crepuscular cuando ha comprobado ya la tragedia del ser humano y la imposibilidad de remediarla.

Muchos datos nos afianzan en estas afirmaciones sobre la madurez de Valhondo en esta parte de su obra poética. A ellas debemos añadir su misma conciencia de haber creado un libro distinto (Un árbol solo) a lo que se hacía en la lírica del momento o las opiniones positivas de personalidades del mundo de las letras o su resquemor porque la crítica no se hubiera ocupado convenientemente de sus libros siguientes o la garantía de una obra lírica presidida por la coherencia, la trascendencia y la humanidad o su irreductible fidelidad a la línea iniciada en su primer libro cuarenta años antes o la intensidad emocional con que sigue creando como si el último verso  escrito fuera el primero.

Cuarta parte: Poesía del místico escepticismo

Esta parte, que fue definida escuetamente por Jesús Delgado Valhondo con la palabra «Final», incluye según él mismo: «Últimos versos. La huida»[108]. Esta sintética definición supone una premonición de Valhondo, cuya seguridad muestra una conciencia clara de que en este libro escribiría los últimos versos de su vida, y el estado descorazonador y la urgencia con la que iba a componer el libro.

Definimos esta parte como la «poesía del místico escepticismo», porque Valhondo escribió Huir en una especie de éxtasis místico que lo alejó de las circunstancias y la realidad, ensimismado espiritualmente en un ser superior indefinido, que no identifica con Dios en ningún momento, y arrastrado por una poderosa llamada interior que lo reclama desde su origen y que él interpreta como la voz del ser supremo que era su principio y su fin, al que va para proceder por fin a la unión mística tanto tiempo deseada, aunque forzado por las circunstancias.

 No obstante su estado espiritual es puramente escéptico: ha dedicado toda una larga vida a buscar una quimera que lo ha abandonado en manos de la muerte. En este momento, el resumen de su existencia es extremadamente corto y desalentador: soledad y fracaso vital.

De ahí que Jesús Delgado Valhondo, en los últimos años de su vida, se encuentre agotado humana, espiritual y líricamente por los continuos fracasos de su búsqueda; la lucha espiritual que había entablado durante toda su existencia entre su fe y su razón y la amplitud de su obra poética que lo había llevado a repetirse en sus últimos libros, sin que consiguiera avanzar un ápice en su comprensión del ser humano, del mundo y de su relación con Dios. Además, su estado físico, que se deterioraba por momentos, y su experiencia como practicante le indicaban que su existencia tocaba a su fin.

Una muestra de que era consciente de encontrarse al final de su vida son las palabras escépticas y decepcionadas que pronunció, el 24 de marzo de 1992, en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos de Mérida, a la que fue convocado como invitado de honor. Valhondo en el repaso que realizó de su vida y su obra dejó muy claro la triste idea que tenía sobre su estado físico y espiritual[109], la existencia[110] y la falta de libertad del ser humano[111].

Los comentarios realizados sobre estos asuntos  resumen las tres grandes preocupaciones, en que basaba su escepticismo y la tremenda decepción que padecía: la estremecedora finitud del ser humano, la tragedia de la vida y la falta de independencia por culpa de unos cuantos semejantes que ponían sus intereses por delante de los demás[112] y de un Dios que dotó al ser humano de una razón insuficiente para entender el mundo y lo tiene prisionero de unas circunstancias indominables.

Este patetismo desgarrador de Jesús Delgado Valhondo, que siempre se caracterizó por su ímpetu, actividad y juventud, da la imagen de la enorme decepción que había acumulado en su alma cuando escribió Huir después de una intensa vida cuyo final siente cercano, y de la necesidad que tiene de apartarse de ella como una dramática realidad que lo angustiaba hasta el punto de querer abandonarla, consciente de que no le quedaba nada por hacer.

No obstante todavía tuvo fuerzas suficientes para denunciar con valentía en sus últimos artículos periodísticos el escaso valor que una sociedad farisea concedía a la sinceridad, recordando la que él mantuvo siempre en su etapa política, o la falta de sensibilidad en el mal uso que se hacía del teatro romano de Mérida representando obras con unos montajes y unos contenidos, que desvirtuaban la espiritualidad del bimilenario recinto.

Huir

Descripción

Huir con respecto a los libros anteriores se distingue perfectamente porque es un libro terminal, que se encuentra presidido por el convencimiento del poeta de que ha llegado el momento de afrontar el final de su vida y de cerrar definitivamente su obra lírica que venía siendo la crónica espiritual de su existencia.

En Huir ha desaparecido la esperanza que el poeta abrigaba en los libros de la primera y segunda parte de su obra poética y tampoco aparece ese ímpetu contra lo incomprensible, que hizo característico en los libros de la tercera parte. En Huir la lucha ha terminado ante la certeza de que ya nada tiene solución porque, aunque el poeta quiera reiniciar su lucha y su búsqueda, sabe por sus achaques físicos que su vida está llegando al fin y no le queda tiempo para comenzar de nuevo.

Por este motivo Valhondo concibe este libro como una despedida no sólo de su existencia sino también de su obra lírica, desde el comienzo y hasta ahora íntimamente relacionada en un todo armónico que nunca tuvo fisuras. Y de ahí también que Valhondo conciba Huir exclusivamente como un testamento espiritual y lírico, pues en este momento los asuntos terrenales y cotidianos no tienen importancia alguna para él.

Huir es el libro más pesaroso y desgarrador de Jesús Delgado Valhondo por el estremecimiento que supone sentir en sí mismo la caducidad física y la finitud espiritual, pues para Valhondo no podía haber sufrimiento mayor que la extinción de su conciencia y de que ésta, antes de caer en la nada, siguiera soportando la incertidumbre sobre Dios y la eternidad hasta el último momento de su vida.

Huir conceptualmente se relaciona con todos los libros anteriores, porque es el epílogo de su obra poética donde realiza una síntesis final sobre las razones que le empujan al escepticismo sentido en esta etapa terminal de su vida y su poesía. Valhondo, consciente de que podía repetirse, sucintamente apunta los momentos claves de su vida espiritual, plagada de continuos fracasos, confesando que su lucha ha terminado por agotamiento no sólo físico sino también intelectual: su cuerpo no aguantaba los embates del tiempo y su conciencia no tenía más recursos para poder continuar la búsqueda que, por otro lado, entendía que era inútil pues había comprobado dolorosamente que contra el silencio de Dios, el tiempo y la muerte no había resistencia posible.

Lógicamente Huir se relaciona más estrechamente con los libros de la parte anterior que con los más lejanos, porque además de su proximidad también es una justificación de las razones que explican su necesidad de huir de la vida. Para una persona espiritualmente tan combativa como Jesús Delgado Valhondo suponía mucho que todos comprendiéramos la imposibilidad humana de continuar la lucha; y, como no quería dejar la sensación de que huía como un cobarde que vuelve la espalda rehuyendo la batalla, explica los pormenores de su decisión irrevocable y de esta manera consigue que lo veamos con la dignidad del derrotado que ha sucumbido después de enfrentarse cara a cara a un enemigo invencible.

Huir es por tanto el libro más largamente elaborado por Jesús Delgado Valhondo no ya desde un punto de vista técnico, sino desde la visión global privilegiada que ahora tiene de su vida y su poesía. Realmente como dijo Jaime Álvarez Buiza, «Huir pesa 84 años», los que vivió Valhondo intensamente desde su misma infancia hasta el último aliento de su vida espiritual y lírica, en el que se vio obligado a soportar y reconocer su rotundo fracaso.

Temas y contenidos

En Huir por su carácter de síntesis Jesús Delgado Valhondo recoge los temas y contenidos cruciales de su vida espiritual y lírica, que había venido desgranando en las preocupaciones e intranquilidades vertidas en los temas y contenidos de los libros anteriores:

1.-La necesidad de huir que, a pesar de ser anunciada en los últimos libros de la segunda parte de su obra lírica, humanamente aparece en Valhondo desde el mismo inicio de su vida, pues de alguna manera estuvo huyendo siempre de algo: de las garras de la enfermedad padecida en su infancia; de los pueblos donde conoció la miseria, el dolor y el atraso cultural del ser humano corriente; de su ciudad natal donde murió su mujer; de Badajoz de donde quiso huir también en repetidas ocasiones por las mezquindades y la falta de atención al espíritu, y de la vida, por su ingratitud.

Espiritual y líricamente, su huida comienza cuando sintió la soledad y como consecuencia la necesidad de escribir en versos las preocupaciones que lo mantenían en una intranquilidad permanente. De ahí su avidez por la lectura; sus viajes a Cáceres, Mérida, Badajoz o Madrid, desde los pueblos donde se asfixiaba espiritualmente y su hiperactividad; todo para zafarse de los ambientes en los que sentía prisionero, huyendo victoriosamente[113], pues Valhondo consideraba un triunfo el hecho de salir indemne de los pozos sin fondos en los que su espíritu caía frecuentemente.

Pero el momento crucial de su vida anímica fue su visita a La montaña, donde esperaba que esas intranquilidades hasta el momento soportable se le aplacaran, pero ocurrió lo contrario. Valhondo baja de La montaña, busca refugio en sus semejantes y en el paisaje, pero se topa con otra realidad no menos verdadera y dramática que la anterior: el ser humano es un cúmulo de imperfecciones físicas y espirituales. Por tanto también por ahí se encuentra solo y desorientado. Entonces mira el paisaje y busca aquel medio en donde antes había intuido la presencia y la grandeza de Dios, pero lo encuentra desolado.

Ante tanta tragedia Valhondo siente una tremenda urgencia por huir, pero no encuentra refugio alguno y queda atrapado en la soledad y en la angustia. Entonces como último recurso se refugia en la poesía como una especie de huida aliviadora de una realidad preocupante y a la vez como una justificación de las razones que más tarde lo arrastrarían a huir definitivamente hacia su origen para evadirse de esa realidad que, primero ingrata y después trágica, se le hacía insoportable.

No obstante el refugio poético fue sólo temporal, porque las palabras con el tiempo comenzaron a perder su valor y terminaron por agotársele después de una vida usándolas. Entonces el poeta se dispone a huir hacia la única salida practicable, dejándose llevar lenta y suavemente por una fuerza interior que en esta ocasión no era la angustiosa del tiempo, sino otra bien distinta que lo invitaba a huir sin miedo alguno hacia su origen. Y Valhondo va sin traumas con una pasmosa tranquilidad y un certero convencimiento al reencuentro con la esencia que fue su principio y ahora es su fin.

2.-Las razones de la huida que Valhondo adelanta en las citas que presiden varios poemas de Huir donde introduce alguna razón para justificar su huida. En la escogida de Fray Luis[114], Valhondo muestra el motivo más acuciante de su huida: la necesidad de escapar de la vida.

Las otras razones no son menos urgentes y lógicas:

-La realidad ingrata y desangelada[115], que lo arrastra al desencanto y a la incertidumbre[116].

-La certeza de la inexistencia de una solución razonable a la tragedia humana y a su dramática situación personal[117].

-La desorientación y la soledad que siente y la seguridad de que nadie comprende su naufragio espiritual en medio de un mundo materialista y alejado del espíritu[118].

-La imposibilidad de conocerse a sí mismo en el laberinto del mundo[119] y descifrar razonadamente una realidad enigmática, que esconde las respuestas como si de un trágico juego se tratara, y la certeza de que nunca las encontrará[120].

-La concepción de la existencia como una huida para buscar respuestas y sólo encontrar fracasos[121] y la sensación de sentirse solo y arrastrado hacia la nada[122]. O como una triste experiencia[123]. O como un lugar insoportable del que hay que desaparecer para que las circunstancias no sigan cebándose en él[124].

-El tremendo cansancio físico y espiritual, que le ha producido una vida gastada en la lucha entre su fe y su razón y ahora agota sus últimos momentos[125].

-El descubrimiento estremecedor de ser un hombre más, cuyas preocupaciones sólo le han valido para perder el tiempo, y terminar siendo tan imperfecto y finito como el resto de sus semejantes[126].

-La insignificante huella que deja el ser humano común en la historia[127] y la nebulosa que envuelve la existencia rodeando todo con un halo de misterio, imposible de desvelar para el ser humano[128].

-La convicción de que, a pesar del fracaso de su búsqueda, el ser superior que le dio la vida lo está esperando y lo llama a través de una voz inefable que lo arrastra hacia su origen[129] como si la huida estuviera impresa en la misma condición humana que desde el principio tiende misteriosamente a volver a su fin[130].

3.-Los misterios más preocupantes que lo angustian en la última etapa de su vida por la proximidad de la muerte:

-El destino de las personas que mueren por el escepticismo que sufre en estos momentos terminales y lo lleva a no creer en la eternidad, aunque le queda la duda de si el ser humano en sus últimos momentos averigua su destino como Lencero[131], cuando a punto de morir se despidió de él como sabiendo adónde iba.

-El enigma paradójico de un ser humano y un mundo regido por Dios, pero oculto paradójicamente al pobre entendimiento del mismo protagonista de la existencia.

-La pérdida del pasado y los recuerdos, motivado por la rapidez con que corre el tiempo, que convierte en fugaz unas vivencias en su momento nítidas y próximas, borrando las experiencias pasadas una vez vividas y con ello su origen y su historia, dejándolo huérfano de identidad en el más absoluto desconocimiento de sí mismo.

-El silencio y la falta de respuestas de un Dios principio y fin de todo, que hizo al hombre a su imagen y semejanza y por ese motivo más descorazonador, porque resulta imposible entender qué razones tiene para abandonar a una parte de sí mismo en la soledad y la desorientación más trágica.

-La mediocridad exigida a un ser de procedencia divina y dotado de conciencia, que no puede usar porque lo divino y lo humano están en su contra. Por un lado la única relación que tiene con Dios es la institución que lo representa y ésta le exige creer sin pensar y, por otro, los semejantes que rigen la realidad lo dominan con normas o prohibiciones[132], que imposibilitan la construcción de un mundo más justo, humano y solidario[133].

-La misteriosa condición humana de la que sólo sabe que tiene un principio y un fin no menos enigmático y, en medio una estremecedora indefensión en manos de unas circunstancias indominables, que parecen ser manejadas a capricho por un Dios que no se manifiesta y en cambio juega con sus criaturas a un incomprensible juego, del que siempre salen malparadas sin esperanzas de salvación.

4.-Los momentos más significativos de su existencia, que ahora pasan por su mente como si de una película se tratara haciendo un repaso descorazonador de su existencia, cuyo balance es tristemente negativo:

-Infancia angustiosa: Valhondo apenas logra vislumbrar algunos recuerdos de aquellos momentos de dolor, pero son tan angustiosos que, aunque era muy niño cuando los sufrió, se le ha quedado impresa la trágica fragilidad del ser humano y su finitud como un martirio espiritual, que ha soportado toda la vida.

-Madurez dramática: Valhondo experimenta un aumento patente de su angustia en su madurez, pues en esta etapa vital coinciden sus preocupaciones espirituales, numerosas y hondas, con las intranquilidades acumuladas por las circunstancias cotidianas, las responsabilidades familiares, el trabajo de maestro y su profesión de practicante, que lo mantuvieron dolorosamente cerca del sufrimiento humano y de su desgarradora nimiedad. Además aumentan dolorosamente su angustia, la actitud inhumana de algunos semejantes que oprimen al resto por intereses particulares, el egoísmo materialista y el abandono del espíritu en la sociedad moderna, que lo llevan a retirarse del mundanal ruido y a buscar de nuevo su soledad, pero muy decepcionado y escéptico.

Influencias

Igual que en los libros de las etapas anteriores, se vuelven a detectar diversas influencias en Huir. Por su carácter de fuga sin retorno, Valhondo en este libro trasciende la realidad, se eleva por encima de las circunstancias cotidianas y adopta una actitud lírica parecida a la postura de los místicos, que vivían en un plano intermedio entre el ser humano y la divinidad y, a la vez, al lirismo de Juan Ramón cuya poesía siempre fue una trasgresión de la realidad, porque el Nobel no vivía en este mundo sino en otro creado por él mismo, situado por encima de una realidad que le resultaba poco grata y trascendente.

Jesús Delgado Valhondo, al escribir Huir, quizás tuviera en su mente a determinados poetas, pero tampoco se puede asegurar claramente que tiene influencias de ellos como afirma algún crítico, por el simple hecho de encabezar el libro con una cita de cada uno y encontrar versos semejantes en sus respectivas obras poéticas. Porque en poesía, después de nueve siglos de elucubrar sobre los mismos temas[134], está todo dicho y este hecho obliga, si queremos ser objetivos, a detectar la originalidad en el modo de decirlos. De lo contrario la angustia de Manrique ante la muerte, la preocupación de Quevedo por el tiempo o la tristeza de Bécquer frente al amor, convertirían en meros plagiarios a poetas posteriores caracterizados por su poderosa personalidad.

Por estos motivos en Huir, a pesar de parecerse en algún momento a algún poeta concreto, se puede localizar una personalidad muy acusada, que lo distingue de sus modelos. Así Valhondo es personal con respecto a los místicos en que parte de una experiencia real y cotidiana y su enfoque religioso no es un fin sino un medio para entender la realidad enigmática en la que vive el ser común; en cambio en los místicos la unión con Dios es un fin perseguido sólo por unos cuantos que tienen el don de llegar, a través del éxtasis, a unirse con la divinidad en un ambiente puramente intelectual y por tanto alejado del hombre cotidiano que el poeta extremeño hace protagonista de su obra lírica.

Respecto a  otros poetas más intelectuales, Jesús Delgado Valhondo se distingue claramente en el tono natural y verdaderamente sentido que consigue a través de su irreductible sinceridad y  el lenguaje estrictamente común que emplea, incluso para transmitir sus preocupaciones más inefables. Además sus versos nunca son tan esencialmente líricos como para verse desprovistos de toda referencia a la realidad, de la que nunca se sale.

Valhondo se distingue con la claridad del poeta de carne y hueso, primitivo y si se quiere elemental, pero muy alejado de las posturas irreales donde se sitúan otros poetas. De los dos enfoques mencionados resultan dos poesías bien distintas: una, la de Valhondo aunque menos vistosa, verdadera y humana y, otra, más deslumbrante,  intelectual y selectiva.

Indudablemente a ese parecido, para mencionarlo y analizarlo, hay que denominarlo técnicamente “influencias” pero las influencias detectadas en Huir de ninguna manera significan copia, plagio o falta de personalidad lírica en Valhondo, en un momento que es más humano y como consecuencia más poeta que nunca.

No obstante es lógico que el tema existencial tan largamente tratado por Jesús Delgado Valhondo se apoye en modelos atractivos para él con el fin de continuar el camino iniciado y completar globalmente una extensa obra lírica de un modo coherente, pero este hecho puede interpretarse simplemente como apoyo en unos puntos de referencia para no perder el norte marcado. Y Huir es la prueba clara de que Valhondo, sosteniéndose levemente en ciertos modelos, consigue su propósito mientras otros poetas que intentaron lo mismo no lo lograron y se vieron obligados a imprimir un cambio de rumbo a su lírica para camuflar la incapacidad de continuar ahondando por el mismo camino, como hubieran deseado.

Estilo

Huir no sólo es una síntesis del contenido de toda la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo, sino también de las características de su estilo plural y equilibrado, pues en este libro es posible hallar la transparencia más nítida, la sencillez más patente, la sinceridad más extrema y la humanidad más estremecedora y, al mismo tiempo (nunca por separado), la poesía esencial más sugerente y el tono surrealista más desgarrador.

 Es decir, Valhondo realiza una mezcla del estilo de sus primeros libros hasta la mitad de su obra poética con aquel otro del resto de sus poemarios hacia el que fue evolucionando conforme necesitó desproveer al lenguaje de elementos innecesarios, cuando comenzó a evitar las disquisiciones que lo hubieran llevado a repetirse.

Luego esta mezcla que Valhondo consigue por la experiencia acumulada y un laborioso trabajo de lima está envuelta en un suave tono surrealista, que paradójicamente logra explicarnos sensaciones a través de la sugerencia de sus imágenes que descubren las preocupaciones espirituales más recónditas de su conciencia. De tal manera que lo que no se entiende por medio de la  transparencia, se comprende participando activamente en desentrañar el sentido de aquello que el poeta desea que deduzcamos[135].

Esta mezcla de estilo o (mejor dicho) esta fusión de dos planos distintos de un mismo modo de decir no aparece por primera vez en Huir pues, como ya ha sido posible comprobar, Valhondo no realizaba cambios bruscos en su lírica sino gradualmente, después de meditarlos mucho y ponerlos en práctica en libros anteriores. Tal hecho explica que el estilo característico de Huir se pueda detectar al menos parcialmente en los poemarios de la tercera parte y con mayor nitidez en los más cercanos a Huir pues el poeta, después del extenso poema que fue Un árbol solo, reduce poco a poco en los libros siguientes aquellas largas tiradas de versos, suprimiendo elementos superfluos del discurso que se hubieran hecho reiterativos.

Así en Inefable … se observa una reducción en el número de sílabas e incluso una parcelación del discurso en poemas, aunque extensos, más reducidos que las partes de Un árbol soloRuiseñor..., aunque en su primera parte es un poema extenso, está dividido en catorce versículos por el estribillo. Y Los anónimos…, aunque alguna de sus partes vuelven a ser extensas así como sus versos, la tercera que fue elaborada expresamente para Los anónimos… concentra los poemas cortos y los únicos versos regulares del libro.

Es decir, resulta que esa reducción trae aparejada una vuelta a las formas tradicionales, que aparecen en la segunda parte de Ruiseñor… escritas en sonetos, y en la tercera de Los anónimos… compuestas en heptasílabos. Huir se halla elaborado en formas regulares, excepto las típicas variantes que Valhondo siempre introdujo cuando empleaba estas formas por su impenitente rebeldía a perder su espontaneidad e independencia.

Paralelamente, como se acaba de mostrar, el estilo surrealista de Un árbol solo se va depurando en los libros siguientes y en Huir da como resultado un modo de expresión, que es una síntesis de poesía esencial, transparente y surrealista tan sabiamente dosificada que no se distinguen tres tipos de poesía sino uno solo y, sin embargo, tiene las características fundamentales de las tres: la concisión selectiva de la poesía esencial, el intimismo y la sinceridad de la poesía transparente y la creatividad alucinante de la poesía surrealista. Ninguno de los tres estilos prevalece sobre los otros, porque uno se encarga de marcar los límites al resto. De ahí que el estilo de Huir contenga las diversas y variadas características apuntadas anteriormente, pero presididas por el equilibrio.

También se localiza en la tensión emocional que soportan los versos de Huir una mezcla de patetismo y lirismo que se compensan mutuamente y se complementan con el equilibrio de los tres estilos que confluyen en este libro terminal. Así el tema y el tono trágico que toman algunos versos se encuentra difuminado en una expresión lírica más contundente que melancólica, más valiente que angustiosa y más contenida que la de libros anteriores por los límites que le marca la esencia, la transparencia y la creatividad que el poeta conscientemente se propone.

El dominio de la técnica poética de la que Valhondo a estas alturas hace gala le permitió no dejarse llevar por la tensa emoción del momento y mantenerse en unos límites humanos y estéticos que, de lo contrario, hubieran convertido el poemario en una lacrimógena retahíla de justificaciones.

Métrica

La métrica de Huir, con respecto a los libros de la etapa anterior, es radicalmente distinta. No obstante es, a pesar de las diferencias, una consecuencia directa de la tendencia hacia la regularidad que Jesús Delgado Valhondo inicia a partir de Un árbol solo de un modo gradual y que en los libros siguientes se observa en dos detalles: uno, la reducción progresiva de la medida de los versos y de su número y, dos, la aparición de poemas regulares en Ruiseñor… (sonetos) y Los anónimos … («Los pronombres personales»).

Este cambio formal no es un hecho aislado sino paralelo a la tendencia, también iniciada a partir de Un árbol solo, hacia una poesía más esencial. Así a la vez que el poeta desprovee su expresión de elementos superfluos lo mismo hace con la forma, que pasa de versos y tiradas muy extensas a poemas cortos con metros breves y un número reducido de versos. Lógicamente la reducción formal es una consecuencia de la tendencia hacia la esencialidad, pues ésta no la hubiera podido conseguir sin aquélla.

Por el tipo de metros, estrofas y poemas empleados en Huir se deduce que Jesús Delgado Valhondo realiza un compendio de los que más usó en su etapa de poesía cercana a la tradicional. De los versos de arte menor emplea todos menos los más cortos (bisílabo, trisílabo y tetrasílabo); de los de arte mayor, usa dos: el eneasílabo y el endecasílabo. Las estrofas son muy escasas siguiendo la poca costumbre que tuvo de usarlas; únicamente utiliza una tercerilla. Los poemas, en cambio, son numerosos aunque circunscritos a los más empleados en la métrica española: El soneto y el romance y sus variantes en arte menor: el sonetillo y el romancillo. Como es normal en Valhondo deja su sello en el uso de un poema con distribución regular, pero sin que responda a una forma conocida, y otro en versos libres. En la rima actúa de acuerdo con la tradición, pues los poemas cultos tienen rima consonante y los tradicionales, asonante.

El equilibrio formal, que Valhondo rescata en Huir después de una larga etapa de olvido buscando nuevas formas de expresión más adecuadas al caos emocional provocado por su fracaso y su angustia, es otra muestra del equilibrio emocional que mantiene a pesar del momento estremecedor que vive, pues no se debe olvidar que se está despidiendo de la vida. Además hay en la vuelta a la tradición formal un rescate de sus preferencias métricas (curiosamente esto es lo único que consigue recuperar de su pasado), una vez pasada la fuerte angustia que lo encaminó por los senderos de una expresión más libre.

Así el predominio de los metros de arte menor, las estrofas y poemas regulares, y los versos que distorsionan levemente la regularidad[136] son los puntos coincidentes, a pesar del amplio periodo temporal que los separa, entre la poesía característica de la primera mitad de su obra lírica y de su libro terminal. Sin embargo formalmente Huir no sólo supone una vuelta a la tradición, sino también una confluencia de formas diversas tanto cultas como populares, que marcan fehacientemente su evolución hacia la renovación para adaptarse a los nuevos tiempos líricos.

Además el motivo de esta vuelta a la regularidad, que anunció en dos libros de la parte anterior, no es otro que hacer coherente el punto final de su obra poética con los libros precedentes. De ahí que en Huir convivan en perfecta armonía las formas populares y cultas, la tradición y la renovación, su pasado y su presente.

Recursos literarios

En Huir Jesús Delgado Valhondo continúa con el uso abundantes de recursos literarios, que ya hiciera característico en sus libros anteriores y más ahora que reduce la expresión a cotas antes no alcanzadas, pues en este libro es más esencial que en ninguno de sus libros precedentes.

Sin embargo el empleo de recursos continúa al servicio del contenido porque en Huir, todavía en mayor medida que en otros libros, le interesa más el significado que la forma aunque no sea su voluntad descuidarla. Por esta razón Valhondo quiere decir mucho con pocas palabras y a la vez no decir más de lo que desea. Para conseguirlo se vale de recursos líricos como el hipérbaton y el comienzo abrupto en el primer verso[137], que le ahorra una larga introducción contando innecesariamente su existencia, o la omisión del pronombre personal que acerca al lector a la acción, o el uso de la segunda persona que lo implica más en lo que dice.

Otros medios son empleados por Valhondo para transmitir su testamento lírico como los gerundios que indican movimiento; las formas impersonales, sugerencia; los participios, contención; las anáforas, insistencia o las paradojas, desorientación. Entre ellos llama la atención el empleo especial de la metáfora y el encabalgamiento, recursos que se hacen necesarios en la poesía esencial por su poder creativo la primera y por su valor sugestivo el segundo.

El uso de citas y notas completan los medios que Valhondo pone al alcance del lector, para que su discurso esencial sea comprendido sin perder su carácter lírico y al mismo tiempo su carga humana quede reforzada por su ímpetu emocional característico. Es decir, Valhondo en Huir quiere ser lírico pero sin dejar de ser humano. De ese deseo y de su maestría en congeniar contrarios y usar convenientemente recursos literarios surge el equilibrio entre la humanidad y el lirismo que preside su último libro.

No varía patentemente el empleo de recursos en Huir con respecto a los libros que lo precedieron pero, en los de la tercera parte aunque no se hacen nunca excesivos, los recursos prevalecen en algunos momentos sobre la expresión por su tono eminentemente surrealista. Es aquí donde se diferencia Huir de ellos, pues en ningún momento da la sensación de un empleo excesivo de medios, al encontrarse perfectamente engarzados en ese fluir esencial de la poesía del libro, en conjunto, más equilibrado de Jesús Delgado Valhondo.

Y este detalle no debe extrañar porque los cambios graduales, que realizó en la forma hasta llegar a este momento, no fueron producto de la casualidad sino muy meditados por Valhondo que tenía muy asumido su oficio de poeta y lo que eso significaba de perfeccionismo, pues su honradez lírica lo obligaba a pulir la forma continuamente, a experimentar poco a poco, a cambiar gradualmente y a no afianzarlo hasta que estaba seguro de que ésa era la poesía que deseaba crear. Huir es el ejemplo.

Estructura

Huir es un libro que Jesús Delgado Valhondo concibió con muchos años de antelación como el final de la estructura coherente de su obra poética y, además, lo estructuró en dieciséis poemas, cantidad que se corresponde con los dieciséis libros independientes que componen su obra poética[138].

Por tanto se puede pensar que estructuró conscientemente Huir en dieciséis poemas para indicar que en él confluyen todos sus libros anteriores y de este modo destacar la coherencia de su obra poética. Esta sutil relación lleva a pensar que el poeta realizó un resumen del contenido de cada libro independiente en el discurrir de cada uno de los poemas y emparejó cada poema de Huir con un libro[139].

Pero no se halla una relación entre el contenido de estos poemas y los libros que supuestamente le corresponderían pues, por ejemplo, La montaña se debía relacionar con el poema «Cuatro», que es donde Valhondo habla de la cumbre anhelada y, sin embargo según la hipótesis anterior, se relaciona con el poema «Siete», donde claramente no trata este tema. Esta falta de correspondencia sucede en el resto de los libros excepto entre Huir y el poema correlativo «Y dieciséis», que coinciden por situarse ambos al final de su obra poética y del último libro respectivamente.

No obstante se localiza un deseo docente de indicar al lector una disposición determinada para facilitarle la comprensión del texto y de la lectura. De ahí que Valhondo presente Huir dividido en dieciséis poemas breves, que son un ejemplo de poesía esencial con la que se circunscribe estrictamente a lo que desea expresar y a la vez facilita la comprensión. También, de acuerdo con el contenido, el libro se distribuye en tres núcleos temáticos que resumen los momentos cruciales de su vida espiritual: la infancia, el pasado y los recuerdos. La madurez, la conciencia de su imperfección, su soledad, su fracaso y la necesidad de huir. Y, por último, su huida definitiva.

Además Huir se relaciona globalmente con todos los libros anteriores y especialmente con El secreto de los árboles¿Dónde ponemos los asombros?La vara de avellanoUn árbol soloInefable… y Los anónimos…, porque son libros en los que expresamente transmite la necesidad y el deseo de huir. Por tanto hay también una estructuración meditada del contenido evolutivo de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo desde un libro determinado hasta el final, cuyo tema latente es la huida.

Evolución

Con respeto a sus libros anteriores no cabe duda de que Huir es una despedida consciente, pero no súbita sino madurada y anunciada ya en libros anteriores pues Valhondo no era partidario, como ya hemos visto en otros aspectos de su obra poética, de alterar con brusquedad su coherente discurrir sino de evolucionar cambiando gradualmente lo que deseaba con mucha antelación.

Por este motivo Huir es producto de su propia evolución espiritual, que lo llevó a deducir muchos años antes su necesidad de huir del mundo y también es el resultado de una evolución formal desde los poemas extensos a los breves, de una evolución significativa desde la pérdida de la esperanza a la huida y de una evolución de estilo, que va desde el tono surrealista al esencial.

Es decir, Huir es el fin de una múltiple evolución, que resulta la mejor muestra de la capacidad de adaptación a nuevos modos de decir y del dinamismo de la lírica de Jesús Delgado Valhondo, que siempre estuvo abierta y en movimiento como resultado de una inquietante y rica vida espiritual y del empeño en transmitirla a través de una poesía meditada, honda, trabajada y trascendente. Éste es el motor de la evolución que se detecta en la obra poética de Valhondo y resumidamente en su último libro de poemas donde cierra conscientemente esa evolución.

También Huir es un ejemplo de la fortaleza de espíritu y de la conciencia lírica de Jesús Delgado Valhondo, que mantuvo una evolución inalterable siguiendo el mismo camino durante toda su larga vida. Primero hasta escribir Canciúnculas, reflexionando y acumulando preocupaciones en su conciencia; después, dejando constancia de ellas en una extensísima relación de poemas agrupados en libros y, por último, sintetizando todo (contenidos y formas) en un libro terminal.

Huir por tanto es el mejor reflejo del equilibrio espiritual y lírico alcanzado por Jesús Delgado Valhondo debido a su perseverancia en sostener una evolución constante, que venía manteniendo desde el comienzo de su obra lírica, aunque pasara por múltiples experiencias líricas y soportara angustiosas vivencias espirituales, que podían haberlo apartado del camino hacia su origen.

Jesús Delgado Valhondo se presenta en Huir como un poeta totalmente maduro, no sólo humana sino también líricamente pues, a pesar del estremecimiento que invade el libro y del sentido trágico que para él siempre tuvo la vida y la muerte, no le importa dejar la primera y enfrentarse a la segunda con una valentía que, de no haber comprendido la irreversibilidad del destino humano, le hubiera supuesto un paso insufrible. Sin embargo la experiencia acumulada en su búsqueda y la fortaleza alcanzada por sus continuos fracasos consiguen que se comporte de un modo valiente ante una realidad, que no comprendió y que ahora llega a su final, y ante la muerte que en estos momentos no la ve como un trago amargo, sino como una salida liberadora por donde huir.

Además Valhondo aparece en su último libro como un ser humano consecuente con su vida y con su obra pues tuvo la entereza, a pesar de saber próximo su final, de conservar su equilibrio emotivo después de una vida espiritual en conflicto permanente, que fue desgranando en sus libros anteriores, y de superar etapas consciente de que cuanto más avanzaba más cerca estaba de su fin y, cuando llegó, fue capaz de realizar un compendio con el que cerraba no sólo su extensa obra poética sino también su existencia.

[1] María López Ollero, «Carta a Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[2] José López Martínez, «La vara de avellano«, Ya (Madrid), 20-4-75.

[3] Alicante, Col. Leila, 1944.

[4] San Sebastián, Col. Norte, 1950.

[5] Santander, Col. Tito hombre, 1952.

[6] Gévora (Badajoz), nº 32, 31-6-55.

[7] Santander, Col. La cigarra, 1957.

[8] En Primera antología, Badajoz, Diputación Provincial, 1961.

[9] Palencia, Col. Rocamador, 1963.

[10] Salamanca, Col. Álamo, 1969.

[11] Sevilla, Col. Ángaro, 1974.

[12] Badajoz, Institución Cultural «Pedro de Valencia», 1979 (1ª ed.), 1982 (2ª ed.).

[13] Cáceres, I. C. El Brocense, 1982.

[14] Editado simultáneamente a Inefable domingo de noviembre en Algeciras, Col. Bahía, 1982.

[15] Sevilla, Kylix, 1987.

[16] En Poesía, Badajoz, Diputación Provincial y ERE, 1988.

[17] Badajoz, Del oeste ediciones, Col. Los libros del oeste, 1994.

[18] Badajoz, Diputación Provincial, 1961.

[19] Sevilla, Col. Ángaro, 1971.

[20] Badajoz, Universitas, 1979 (1ª ed.), 1994 (2ª ed.).

[21] Segunda parte de Entre la yerba pisada queda noche por pisar, pp. 105-161.

21 Badajoz, Diputación Provincial y ERE, 1988.

[22] En Hoy (Badajoz), 28-6-56. Gévora (Badajoz), nº 44-45, 30-8-56, pp. 1-6. Alcántara (Cáceres), Año XII, 1956, nº 102-104, pp. 21-26. Primera antología (1961). Entre la yerba pisada queda noche por pisar (1979) y Poesía (1988).

[23] Aunque los que hemos conseguido localizar se encuentran recogidos en el apartado «Poemas en publicaciones periódicas» de la bibliografía.

[24] Posiblemente de alguna conferencia sobre su poesía.

[25] Recogidos por él en sus tres primeros libros inéditos: Canciúnculas, Las siete palabras del señor y Pulsaciones.

[26] Se refiere a Huir que, en un principio, pensó titular en forma sustantiva.

[27] En la segunda parte, también diferenciamos las etapas en que se divide.

[28] La mitad de los libros que analizamos en esta tesis.

[29] Dos de los tres libros de la primera parte de su poesía.

[30] De ahí el calificativo que aparece en el título de esta parte.

[31] El método que vamos a utilizar consiste en realizar una breve introducción de cada parte o etapa, donde destacamos aquellos hechos existenciales y líricos, que influyeron en la elaboración de los poemas correspondientes a cada una de ellas. Luego, pasamos al estudio global de los libros que constituyen cada una de las partes y etapas, distribuyendo el análisis en varios apartados fijos: descripción, temas y contenidos, influencias, estilo, métrica, recursos literarios, estructura y evolución. Somos conscientes de que la reiteración de estos apartados producen una sensación de monotonía, pero es inevitable para conseguir un análisis uniforme y coherente.

[32] Como asegura Sánchez Pascual en el prólogo de Poesía. No obstante sólo se refiere a Canciúnculas y Pulsaciones y no cita el segundo libro de la primera poesía de Jesús Delgado Valhondo, Las siete palabras del señor, que es un librito también importante para entender el sentir religioso del entonces poeta novel. Aunque, quizás tenga una razón para no mencionarlo: este libro es un alto en el camino para calmar una crisis religiosa, donde Valhondo se olvida momentáneamente de la línea iniciada en Canciúnculas, cuya continuación es Pulsaciones.

[33] «Coxalgia», poema de la edición original de La esquina y el viento, que incomprensiblemente (teniendo en cuenta su contenido fundamental) fue uno de los suprimidos en la edición de Tito hombre.

[34] Esta afirmación está basada en las declaraciones que el mismo poeta realizó en “Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo”, actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1982.

[35] A la que Valhondo llamaba «ciudad de piedra».

[36] «Una congoja / absurdamente querida, / se ha enroscado en mi garganta». «Dejadme morir», [p. 87]. El número de las páginas, donde se localizan los poemas que citemos de los tres libros inéditos, aparecen entre corchetes porque el poeta no las numeró.

[37] «Líneas propias de mujer / y por pechos las pirámides de Egipto» de «Suicidio», [p. 55].

[38] «El camino, / (alfiler / de la corbata del pueblo), / presume de ser / platino / lleno de brillantes negros» de «Viaje en avión», [p. 75].

[39] «se me escapaba, / dejando arrollo [sic] de risa clara / […] / Cuando me la encontré / era cieno y la dejé» de «Entre las zarzas», [p. 15].

[40] «El callejón está oscuro / y tiene miedo mi alma, / de no sé yo qué secreto / de rejas de tus ventanas» de «Salida de luna», [p. 75].

[41] Estos símbolos los hemos comentado en el apartado correspondiente del capítulo anterior.

[42] Valhondo los pasó a máquina, su amigo Leocadio Mejías se los ilustró y, por último, el poeta los encuadernó personalmente.

[43] El poeta en este asunto se dejó llevar por su sentimiento y no por su raciocinio, y se dará cuenta muy tarde de este error que lo decepcionará sobremanera, pues cuando lo advirtió fue consciente de que no le quedaba tiempo para reiniciar el encuentro de Dios con otros planteamientos, aunque menos emotivos, más eficaces.

[44] Recordemos que cuando Valhondo publicó Hojas húmedas y verdes en 1944, Machado, Lorca y Hernández habían fallecido recientemente de una forma trágica y Juan Ramón y Alberti acababan de exiliarse. También cuando publica El año cero en 1950 los recuerdos seguían demasiado palpables.

[45] En algún momento la transparencia característica de Valhondo se vuelve intraducible.

[46] Aunque Valhondo lo recuperará en los últimos poemas del libro.

[47] «Se comunica -poesía es comunicación- con el ser que le contempla e, incluso, se da en ‘comunión’ -poesía es comunión- en ideas, meditaciones y sentimientos». Jesús Delgado Valhondo, Prólogo de Yo, el árbol de Juan Bautista Rodríguez Arias, Badajoz, Caja de Ahorros, 1977.

[48] Canciúnculas y Pulsaciones sumaban 67 poemas, sin embargo sólo seleccionó 13 para Hojas húmedas y verdes

[49] Ocho de los poemas que aparecieron en libros anteriores, presentan reelaboraciones posteriores que generalmente los perfeccionan.

[50] Más en Hojas… que en El año cero.

[51] La biblia tiene múltiples ejemplos de su implacabilidad.

[52] De Emilio Prados, en la angustia por la pérdida de su mundo que, también a Valhondo, se le escapa de las manos sin poder retenerlo como podemos comprobar en el poema «El espacio» de La esquina y el viento. O de Jorge Guillén, en la influencia anímica positiva que detectamos en los poemas «El lenguaje de las flores» y «Vendimia» de La muerte del momento.

[53] Combinados en La muerte del momento con eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos.

[54] Mezclados, en La esquina y el viento, con tetrasílabos y hexasílabos.

[55] Aunque a veces haya un oscurecimiento de la expresión.

[56] Uso verbal de la primera persona, el vocativo, el encabalgamiento, la anáfora, las estructuras recurrentes.

[57] Como «Fecundidad» y «Árbol nuevo».

[58] «Después de la tormenta».

[59] Tomando como referencia la edición publicada, no la original.

[60] La crítica enseguida observó cómo Valhondo, en La esquina y el viento, se había desprendido de su pasado (en cuanto al arrastre de poemas publicados anteriormente) y había entendido que debía crear una poesía totalmente nueva.

[61] No sólo en prosa sino también en verso.

[62] Esto ocurre en Hojas… y El año cero.

[63] Tales hechos suceden en La esquina y el viento.

[64] Este triste descubrimiento se produce en La muerte del momento.

[65] Hecho que comprueba estremecedoramente en La montaña.

[66] Igual que estaba haciendo con su silencio.

[67] El 47%.

[68] El 63%.

[69] El 73%.

[70] «Playa del sardinero / manzana al aire» de «Playa del sardinero».

[71] «Así, sin alma estoy, / vértigo de simiente» de «Desde el mirador del cable».

[72] «En cielos vibra el arpa azul. / La luz se vierte por la hierba» de «San Vicente de la barquera».

[73] De «Puerto de Santander», último poema del libro.

[74] Teniendo en cuenta que algo parecido hizo Valhondo en La muerte del momento.

[75] Los que median entre la edición de La esquina y el viento (1952) y La montaña (1957).

[76] «[…]. La vida / que se esconde. La noche / en punto de partida. / Tiempo ahogado. Tiempo / sin voz. Luz negra, antigua».

[77] «¡Dorada mediocridad! Doradas / uvas para gozar el vino humano / de la sangre. Mi vino, tinto y loco, / tan sólo como el hombre en que me engaño. / Mi dorada mediocridad. […] / Ya ves si uno es feliz siendo un mediocre / que hasta puede llorar de vez en cuando / y morirse queriendo o sin quererlo / a plazos cortos o a desprecios largos».

[78] Ciudades y Pequeña angustia.

[79] Por eso Valhondo dijo en una ocasión que la poesía era «un acto de caridad».

[80] José María Moreiro definió acertadamente al Jesús Delgado Valhondo de ¿Dónde ponemos los asombros? como «correcaminos del alma».

[81] Como sucede en el poema «Crucificada sangre».

[82] «Guadiana», «Letanía de la culpa», el citado «Crucificada sangre» …

[83] Que constituyen el 60% del total.

[84] Estas cuatro imágenes que, por aparecer insistentemente en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, hemos denominado símbolos, ya han sido analizadas en el apartado correspondiente del capítulo anterior.

[85] Pronombre personal de primera persona, adjetivos y otros elementos complementarios, pausas y signos de puntuación.

[86] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo. Badajoz, 20-1-82.

[87] Intervención de Jesús Delgado Valhondo en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos, Mérida, mayo 1992.

[88] Imagen del río.

[89] Impasibilidad y aceptación de un mundo inamovible.

[90] El ser humano es un reflejo de Dios y todos los seres tienden instintivamente a la búsqueda de su creador.

[91] Para llegar a Dios es necesario una preparación laboriosa del espíritu basada en el sacrificio y la entrega incondicional.

[92] Quevedo y Calderón.

[93] Tristeza del jardín y melancolía.

[94] El sentimiento trágico de la vida, la paradoja y la ironía.

[95] Concepto de intrahistoria.

[96] Imagen del tren.

[97] Tragedia presentida.

[98] Nostalgia por su mundo perdido.

[99] Sentido trascendente del universo y sus criaturas.

[100] Destino trágico.

[101] Como sucede en la primera parte de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[102] Como sucede por ejemplo en el poema «Jesús Delgado» de Ruiseñor … o en «Los pronombres personales» de Los anónimos …

[103] Él mismo lo advierte indirectamente en el título Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[104] No olvidemos que Un árbol solo lo comenzó con versos medidos y después decidió destruirlos y empezarlo de nuevo en versículos.

[105] Primero, melancólico; después, anhelante y, por último, triste.

[106] No olvidemos que Valhondo distingue con insistencia entre el día, el atardecer, la noche y la mañana.

[107] Amor y muerte son dos conceptos tradicionalmente relacionados; recordemos la conexión establecida por Quevedo entre cuna y sepultura.

[108] Valhondo, a la hora de ponerle título a su último libro, dudó si denominarlo «La huida» o «Huir» para, finalmente, decidirse por el infinitivo, que alarga la idea de la huida como una acción que no acaba nunca.

[109] «Yo ya soy viejo».

[110] «La vida es algo horrible».

[111] «A mí me han construido como a todos vosotros. Los de arriba nos dicen lo que tenemos que hacer».

[112] Por estas fechas, Jesús Delgado Valhondo describe su estado emocional y, entre otras cosas, lo definió como «cansado y dolido de los hombres».

[113] «La huida victoriosa» es el quinto verso del poema «Nueve» de Huir ([p. 37]), que entendemos como un modo de vencer una realidad de la que el poeta logra escabullirse in extremis y, aunque se trata de una huida, él la considera una victoria pues, por el momento, logra vencer una realidad que desea atraparlo.

[114] «Huye, que sólo el que huye, escapa» de «Once».

[115] «Una circunferencia / de sueños la jornada, / ropa sucia, apagada, / en rincón de dolencia» de «Dos».

[116] «Río de sombras cruza la huerta, / mieles de menta y de avefría, / beso la seda de esquina incierta» de «Ocho».

[117] «Me hundo. / No tengo escapatoria» de «Dos».

[118] «Nadie me dice dónde / llegué. Nadie sabía / que se murió mi alondra» de «Cuatro».

[119] «Nunca sabré quién soy / perdido en no sé dónde» de «Seis».

[120] «Nunca jamás ahondes. / Nunca es siempre jamás» de «Cinco».

[121] «La vida es una huida, / busca nada ganada» de «Siete».

[122] «Hombre que solo soy / […] / Y como todos voy / a una luz que me esconde / para siempre jamás» de «Siete».

[123] «Me parece la vida / un desdichado encuentro» de «Trece».

[124] «Huyo para esconderme. / […] / Huyo para perderme» de «Diez».

[125] «Huyo para librarme / de este largo cansancio» de «Nueve».

[126] «Uno más. No comprendo / en absoluto nada» de «Diez».

[127] «La vida es una página / del libro de otra biblia / que escribieron los hombres / en el tiempo al pasar» de «Doce».

[128] «[La vida es […] / […] / Una bruma de ocaso / que se bebe la tarde» de «Doce».

[129] «Me lleva la corriente. / El mar está esperando, / sed de agua, a que llegue». «Catorce». «Siempre me estará esperando. / Por eso voy, / porque me está esperando» de «Y dieciséis».

[130] «Sin darme cuenta huyo / de no sé qué, de algo» de «Quince».

[131] » ‘Me voy, me decía Luis Álvarez Lencero antes de morir’. Y se fue. ¿Dónde habrá ido?», cita del poema «Cinco».

[132] Siempre perjudiciales para él y la masa de seres intrahistóricos.

[133] El tema de la apariencia y oportunismo de algunas personas fue un asunto preocupante para Valhondo que, en la nota final de Huir, vuelve a aparecer.

[134] Porque no existen más.

[135] «Huyo para esconderme. [«Sencillez transparente»] / Uso mortal bufanda / que me abriga del tiempo / frío de madrugada. [«Imágenes creativas de tono surrealista»]. / Huyo para perderme. [«Sencillez transparente»] / Dentro de la palabra / verso moraba el hombre. / Musical nota pálida [«Imágenes creativas de tono surrealista»]» de «Diez», [p. 37].

[136] Muestra de su impenitente espontaneidad e independencia.

[137] «Es mi vida».

[138] Exceptuando Las siete palabras del Señor y el «Canto a Extremadura», que consideraba circunstanciales.

[139] «Uno» se correspondería con Canciúnculas, «Dos» con Pulsaciones, «Tres» con Hojas húmedas y verdes, «Cuatro» con El año cero, «Cinco» con La esquina y el viento, «Seis» con La muerte del momento, «Siete» con La montaña, «Ocho» con Aurora. Amor. Domingo, «Nueve» con El secreto de los árboles, «Diez» con ¿Dónde ponemos los asombros?, «Once» con La vara de avellano, «Doce» con Un árbol solo, «Trece» con Inefable …, «Catorce» con Ruiseñor perdido en el lenguaje, «Quince» con Los anónimos del coro, «Y dieciséis» con Huir.

 

Fotografía cabecera: Vista desde la Plaza Mayor de Cáceres

 

Poética (II)

CAPÍTULO II

POÉTICA

INTRODUCCIÓN

Después de conocer las vivencias humanas y existenciales que conforman la gestación, el contenido y la edición de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, vamos a profundizar en los principios fundamentales de su poética para comprender la dimensión humana, espiritual y lírica de su obra en verso.

Partiendo de la definición que hace el diccionario del concepto “poética” («arte de escribir versos o arte de componer obras poéticas»), vamos a utilizar este término en un sentido más amplio entendiendo que la poética de Jesús Delgado Valhondo es «el conjunto de contenidos y formas que traducen su sentir a modo de mundo poético sobre el que asienta su obra lírica personal».

Desde esta definición más extensa del concepto, el primer paso que daremos para definir la poética de Jesús Delgado Valhondo es analizar su personalidad lírica con el fin de conocer al poeta y situarlo posteriormente dentro del contexto literario de su generación. Después expondremos su cosmovisión filosófica, religiosa, física y lírica para conocer su mundo poético y terminar definiendo las características de su poesía, donde analizaremos los contenidos y formas que configuran su poesía. Y, finalmente, poder pasar al análisis de su obra poética en el siguiente capítulo.

PERSONALIDAD LÍRICA

Estudiosos y críticos de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo han definido los distintos aspectos de su personalidad de poeta que, en conjunto, confirman el hecho de que nos encontramos ante una figura lírica singular.

Juan María Robles Febré ha destacado su capacidad para el asombro, su vitalismo, su creatividad natural y su sentir verdadero y humano: «Es una excavadora de la belleza. Sus grandes ojos de cangilones de noria, que bajan constantemente desde la hondura de su explícita identificación, hasta el fondo mismo de su ser, dan la razón de una vida plenamente poética. Jesús no es un poeta cósmico ni planetario, es un poeta tremendamente terreno que camina de sorpresa en sorpresa por la llanura de la existencia […]. Es un poeta existencialista, vitalista, grandemente sentimental, universalista por humano, sencillo y condensado, a la vez. […] Ése ha sido siempre su oficio de hombre cabal, de poeta logrado, de peregrino consciente, de herido abierto»0.

Santiago Castelo ha descubierto la sencillez como clave expresiva de su poesía personal, rotunda y humanísima, que muestra fehacientemente la raíz emotiva y cordial de su lírica sincera, frente a la exclusivamente cerebral: «Decir Jesús Delgado Valhondo es decir poesía sencillamente […]. Es el poeta más rotundo, más claro y más universal que ha tenido Extremadura. Carente de prisas, he ahí su clave: Aliarse con el tiempo. […] No hay cuadro más emocionante que éste del poeta religioso, vital, humanísimo y hondo, envuelto en la alegría de esa mujer única y del griterío de esos chiquillos. Y el poeta con ellos y sus amigos, con un vaso de vino en la mano, lo mismo te cuenta una historia picante que, con los ojos anegados en lágrimas, te recita la elegía a su hermano Juan»[1].

José María Bermejo ha centrado la descripción de Valhondo en sus ojos, a la vez tiernos y dolidos, al mismo tiempo habituados a la soledad y a la angustia, pero capaces de traducir sus percepciones en sencillos y, a la vez, densos sentires que ganan nuestra voluntad inmediatamente, porque la voz sincera de Jesús Delgado Valhondo nos hace sentir que, al hablar de él, también habla de nosotros: «Estos ojos donde se escucha la ternura, han llorado muertes como rayos, han visto mundos que jamás verá nadie. Estos ojos amasados por el dolor, ebrios de soledad y de lúcidas ansias, son los que ahora repasan viejos versos, acarician la copa o el humo. […] Su poesía es como el vino de solera: penetra suave, pero hondo. Y cuando queremos darnos cuenta ya nos está matando por dentro»[2].

Miguel Muñoz de San Pedro, después de oír recitar a Valhondo, destacó emocionado su capacidad extraordinaria para transmitir sus sentimientos por medio del verso y hacer sentir a quienes lo escuchaban exactamente lo mismo que decía con su expresión cálida y sincera: «‘Hemos oído a un poeta’ Fue el día en que Jesús Delgado Valhondo leyó sus versos. El juicio era definitivo: rimar estrofas es tarea fácil; ser poeta, un don divino. Y Jesús Delgado Valhondo es un poeta de cuerpo entero. El comentario elogioso lo repetían muchos, entre ellos, Cossío y Montaner, cuya autoridad en la materia es incuestionable»[3].

Fernando Bravo, que conoció íntimamente a Valhondo por ser un amigo excepcional, aseguró que su rica y variada humanidad fue la raíz de su personalidad poética: «Delgado Valhondo es singularísimo por su humanidad de múltiples y elevados registros poéticos»[4]. Ese talante humano, que surge desde su natural sinceridad, llega a nosotros por medio de su innata capacidad de comunicar y seducir, de tal forma que Valhondo nunca nos parece artificial ni engañoso; al contrario, nos produce una enorme confianza.

Manuel Pecellín ha situado la base de la personalidad poética de Jesús Delgado Valhondo en su ingenio que, aderezado por su enternecedora bondad, logra convertir su experiencia existencial en materia y palabra poética, amable y cálida, sin más exabruptos que los humanamente necesarios: «Nunca falta su chispa ingeniosa, la deslumbrante rapidez para descubrir lo inédito, el impulso superador de cualquier dificultad, la risa contagiosa, la bonhomía. Forjado en azogue y verbo, este Midas de la palabra traduce en materia poética cuanto toca»[5].

Enrique Pérez-Comendador destacó de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo la transparencia, la independencia y la verdad que la hacen trascender el tiempo: «[…] poetas que, como Vd. cantan su canción con pureza, fuera de ambientes literarios, inmersos en la vida corriente y extrayendo de ella y de la naturaleza circundante su caudal […] éste surge como un manantial de ojos que ven y de corazón que siente más que de las cosas mismas […] cuando se es y se vive, si hay sentimiento poético y emoción, eso prevalece»[6].

Ángel Campos ha detectado una triple vertiente, intimista, social y universal en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que lo afirman como ser incardinado en el mundo y, a la vez, dotado de una voz lírica que, saliendo de su intimidad, llega fácilmente a los demás, sin ningún tipo de trabas: «Siempre ha entendido la poesía como un acto de afirmación en un doble sentido: Por un lado, afirmación del propio autor, que se reconoce como parte del mundo y, por otro, afirmación de la palabra poética como algo externo de significación social y universal»[7].

Ese componente social en la poesía preocupó siempre a Valhondo, aunque nunca en el sentido de reivindicación colectiva (rechazó la poesía social), sino de atención a la persona individual e independiente, integrada en el concepto «pueblo»: «La poesía nunca ha sido de minoría. Porque los grandes poetas no han escrito para minorías sino para el pueblo, como Lope de Vega o Antonio Machado o el primer Juan Ramón. Y Alberti y Lorca y León Felipe. La poesía le ha dado la espalda al pueblo. Mala cosa»[8].

Rubén Caba ha destacado de la personalidad lírica de Valhondo el inveterado deseo de conocerse y conocernos en una lucha titánica contra el tiempo en la que, a pesar de saberla perdida, peleó sin descanso y nunca admitió la resignación en su incansable y descorazonadora búsqueda de la dignidad humana: «poeta candeal, franciscano y máximo, que ha sabido plasmar sus más nobles y lúcidos deseos de escapar del tiempo […] es un albatros exiliado en el suelo cuyas alas gigantescas le impiden caminar […] siempre se ha resistido a pactar con lo trivial, con lo mezquino, con lo sórdidamente real. Y porque no ha abdicado de su trono juvenil, porque nunca ha dejado de empuñar el cetro mágico de su alma niña, quiere que los seres humanos juguemos a la vida con la máxima inocencia y la mínima ignorancia»[9].

Y, por último, Antonio Zoido ha encontrado en la labor poética de Valhondo una forma de victoria sobre el tiempo («humilde locura de dejar huella perenne y lírica»[10]), pero siempre entendiendo el trabajo del poeta como una labor espiritual y desprofesionalizada.

Después de este repaso descriptivo de la identidad poética de Jesús Delgado Valhondo, podemos deducir la variedad y la riqueza de su atractiva personalidad lírica: poeta rotundo, claro y universal; vitalista, humanísimo y hondo; sentimental, tierno y extremadamente sentido, que se conmovió ante el dolor, la soledad y los sempiternos anhelos del ser humano. Es decir, fue un «poeta de cuerpo entero», como aseguró Muñoz de San Pedro.

Su vitalidad, su ingenio, su amabilidad contagiosa y su compromiso humano dieron lugar a una poesía auténtica por vivida pues, como si se tratara de una crónica espiritual, responde a sus diversos instantes vitales. Independiente y, por ese motivo, imprevisible en su evolución pero, siempre, poeta situado en la existencia, en la búsqueda del concepto exacto y en el sentir del hombre cotidiano y, por tanto, universal. «Excavadora de la belleza, Midas de la palabra, poeta con solera…».

Éste es el poeta, éste es Jesús Delgado Valhondo y así es su poesía, el D.N.I. lírico de un hombre, que sintió (en el sentido más amplio de la palabra), que quiso comprender por medio de la poesía un mundo y un hombre excesivamente imperfecto, artificial y materialista. Por esta razón, la verdad de la palabra de Jesús Delgado Valhondo ha sobrepasado el hecho de su muerte: «Se nos fue Jesús, pero nos dejó a Delgado Valhondo. (…) La muerte no ha cortado nada: ha dilatado la figura de Jesús Delgado Valhondo, la ha proyectado hacia ese ámbito eterno e intemporal donde viven las grandes creaciones del espíritu»[11].

Es cierto, sobre todo desde su muerte, la poesía de Jesús Delgado Valhondo se encuentra, por su carga humana y espiritual, incluida en esa voz universal que recoge los grandes sentires del ser humano de todos los tiempos: «La crítica dice de mis cosas, y coinciden todas, que son claras y sencillas. Que no busque nadie retorcimiento cerebral en ellas, ni ansias de llamar la atención, ni siquiera el intentar originalidad. Con cierto orgullo ¿por qué no? digo lo de Nervo: ‘Mi vaso es pequeño, pero bebo en mi vaso'»[12].

Estas opiniones orientadoras, que constituyen en conjunto el único análisis realizado sobre la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo, sirven para profundizar en este aspecto clave del poeta extremeño y añadir otras reflexiones que completen esas agudas apreciaciones.

Jesús Delgado Valhondo fue un poeta de prestigio no sólo a nivel regional, sino también en círculos literarios de España, donde comenzó a ser conocido sobre todo por los comentarios elogiosos que le dedicaron Juan Ramón Jiménez en 1954 y, anterior y posteriormente, intelectuales y críticos de los últimos cincuenta años.

Pero, llegados a este punto, tenemos que hacer la siguiente pregunta ¿conocemos su concepción humana, espiritual, filosófica y lírica de la existencia por haberla analizado con detenimiento? Y la respuesta es negativa, porque los estudios que se le han dedicado hasta ahora no pasan de leves juicios sobre aspectos inconexos de su persona o su obra, pero nunca constituyen investigaciones globales, extensas y profundas, que descubran los entresijos de su singular personalidad lírica[13].

Los estudios realizados sobre Jesús Delgado Valhondo pecan de superficiales y, por este motivo, escasamente se ha buceado en su espíritu de hombre y en su alma de poeta; poco se ha meditado sobre su sutil concepción del silencio, la soledad y el misterio o su preocupación sobre el enigma de la condición humana y del mundo o sobre la muerte y la inmortalidad. Casi nadie se ha acercado a su hondo sentimiento sobre el dolor o la melancolía como forja del corazón. Y, por último, imperdonablemente poco o nada se ha dicho sobre cómo concebía el paisaje extremeño tan sentido, meditado y observado por él, sin cuyo conocimiento no se le puede comprender totalmente.

Por esta razón, es necesario conocer todos los aspectos que conforman la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo: su poesía, más de corazón que de preceptos, es (siguiendo los títulos meditados de sus libros de poemas) el resultado de vivir día a día como un árbol solo; sintiendo la muerte de cada momento en un inefable domingo de noviembre desde la perspectiva cruda de un hombre cero, que intenta descubrir los asombros y misterios del mundo y buscar a Dios, que no se le manifiesta (oculto en el secreto de los árboles) o se le muestra fugazmente en la naturaleza (a través de los floridos almendros), mientras sostiene una flexible vara de avellano y medita sobre la huida continua del ser humano en un alto del camino a la inalcanzable montaña.

Es decir, Jesús Delgado Valhondo, antes que nada, fue un hombre cotidiano, «un hombre cualquiera» como le gustaba definirse[14], que se sintió afectado por las imperfecciones de la condición humana, el misterio del mundo, la extraña relación entre hombre y Dios, las circunstancias que le tocaron vivir (generalmente, adversas para un espíritu sensible como el suyo) y las múltiples agresiones sufridas por la dignidad humana, la naturaleza y la idiosincrasia de su tierra, su paisaje y, en definitiva, su mundo.

Estos son los motivos por los que su poesía es la traducción de esas intranquilidades que continuamente bullían en su espíritu y él las convertía en lírica trascendente. De ahí también que cualquier hecho activara su hipersensibilidad y por simpatía su desahogo espiritual, que era la creación lírica.

Y éste es el motivo de que vida y poesía sean inseparables en Jesús Delgado Valhondo: «Siempre he estado cerca de la poesía de Delgado Valhondo. De su persona, también ¿Quién podía sustraerse a su trato entrañable, a su desmesurada simpatía, a su agudeza de ingenio, a sus voces y a sus abrazos?»[15]. Por esta razón, no se puede entender plenamente su obra lírica si no se conoce totalmente su visión personal del mundo.

Esta dualidad inseparable de hombre-poeta, también la detectó Ricardo Senabre, que situó en ella el origen de la autenticidad, la característica más diferenciadora de Valhondo: «Jesús se transformaba en Delgado Valhondo, cuando los rasgos del amigo se desvanecían para dar paso al perfil del poeta; de un poeta hondo, cuyos versos pueden no traducir lo ‘vivido’ pero sí lo ‘sentido’, virtud que proporciona a la gran poesía su radical autenticidad»[16].

Jesús Delgado Valhondo humano y espiritual tradujo en lirismo sus experiencias cotidianas, previamente convertidas en trascendentes, por medio de una sensibilidad extraordinaria, que expresó en versos sentidos y hondos con el tono natural del que tiene la sinceridad como norma ética y la expresión poética como medio necesario de transmitir sus inquietudes anímicas de una forma sublime.

Lirismo

La esencia de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo se encuentra sintetizada en estas palabras que él mismo pronunció: «Me inspiro en algo muy profundo que llevo como ser humano y que intento contarle a los demás, porque sé que a todos los hombres nos pasa lo mismo o algo parecido»[17]. De ahí que podamos asegurar que dos conceptos configuran la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo: el espíritu («El momento fundamental del comienzo de mi obra poética fue aquél en que me puse a dialogar con el hombre que llevo a cuesta y dentro»[18]) y la existencia (Valhondo declaró, en varias ocasiones, sentirse influido por Ortega y su máxima «Yo soy yo y mis circunstancias»).

El origen de su poética se encuentra en la zona más recóndita de su conciencia espiritual de hombre que, por un lado, no pudo evitar por llevarla impresa en su misma naturaleza de ser humano y, por otro, no quiso eludir porque aceptó su compromiso de ser situado en el mundo.

 Así, desde su conciencia, primero reflexionó sobre el mundo que lo rodeaba y, después, entabló un diálogo consigo mismo en el yo más íntimo de su soledad un tanto decepcionado por lo que había visto y sentido en su alrededor. Aunque después, abrumado por el peso de su soledad, volvía a salir de su refugio interior a la búsqueda del consuelo en los otros: «mis poesías empezaron por el mundo que me rodeaba, siguieron escarbando en mi mina y ahora ando solitario con todos los hombres»[19].

La soledad de ser humano, sentida por Valhondo desde muy niño, será el ambiente emocional de su poesía: «Comencé a escribir cuando me quedé solo y sentí la necesidad de hablarme a mí mismo, de contarme a mí mismo que era contárselo a todos los hombres las cosas que me sucedían»[20]. Pero esto que podía suponer un aislamiento de los otros, fue un modo de rearmarse humanamente para salir de cuando en cuando al encuentro de los demás, echar una ojeada al exterior y volver, generalmente muy herido y más solo, a su refugio espiritual: «De vez en cuando subo al púlpito, pero soy ante todo un poeta de confesionario, que gusta encerrarse […] para buscar la soledad como entorno de su obra»[21].

Por tanto, la poesía de Jesús Delgado Valhondo surgió por la necesidad de contar líricamente a los demás sus intranquilidades espirituales. De ahí que su lírica sea, globalmente, la descripción íntima de los diversos estados anímicos por los que pasó a lo largo de su vida: «Acostumbro a escribir cuando la necesidad espiritual me obliga a ello»[22]. Por esta razón, su poesía es un soporte donde sostiene sus meditaciones espirituales.

No obstante su lírica, que no fue un fin sino un medio, ha transmitido unas emociones verdaderamente sentidas, porque el poeta ahondaba constantemente en su soledad, donde iba configurando un sentimiento trágico de la existencia, con tonalidades claramente angustiosas. También la contemplación del ser humano, que habitaba en su entorno inmediato y lejano, lo llevó a profundizar aún más en la condición imperfecta y finita del hombre y, de esta forma, a ser más poeta: «Me ha hecho poeta el sufrimiento de los hombres», dijo en una ocasión.

Sin embargo, esta inexplicable condición y su provisionalidad lo llevaron a concebir la vida como un juego del que participaba la poesía, que expresa ese sentimiento misterioso, cada vez más fuertemente experimentado por él, sobre una existencia cuyo control se le escapaba y lo dejaba a merced de la muerte como sucede en el juego, pocas veces con resultados felices y la mayoría con un final adverso: «En la vida sólo hay dos cosas: El oficio, que da dinero para comer, y el juego. La poesía lo es; algunos jugamos con la poesía»[23].

No obstante, la poesía será para Valhondo el medio más adecuado para transmitir los más hondos y sinceros sentimientos, que surgían de su conciencia interior, la única que no estaba desvirtuada, adulterada ni condicionada por circunstancias extrahumanas. Fue la poesía, por tanto, para Jesús Delgado Valhondo la expresión máxima de la voz interior y verdadera del ser humano: «La poesía no puede definirse. Aleixandre dice que es comunicación y yo estoy de acuerdo pero, más que una definición, es una cualidad. Yo creo en la poesía íntima, de voz baja, confidencial, es decir, del hombre a la humanidad. Y debe ser sentida, clara, intensa y, sobre todo, verdadera. Aborrezco la poesía de grito -generalmente inútil-, la mayoría de las veces histérica, fanfarrona; en una sola palabra teatral»[24].

Sin embargo, a pesar de que Valhondo tenía una conciencia clara de qué era la poesía, fue consciente de la dificultad que entrañaba trasvasar al papel los sentimientos desde su interior y, como necesitó transmitirlos con la urgencia de la angustia, luchó desesperadamente para que vieran la luz de la forma sutil y sentida con que él los vivía en su espíritu.

Pero, con frecuencia, intuía que le era imposible transcribirlos con exactitud, porque estaban sumidos en el inefable misterio que envuelve la existencia, en ese mundo donde la razón se pierde y surge una sensación inexplicable, que deja tras sí un halo de misterio, a la vez, espiritualmente consolador: «Nunca he conseguido decir todo lo que llevo o creo llevar para comunicarlo. Por eso sigo poetizando, versificando, rompiendo silencios, creando oraciones, expresando sentimientos, soliqueando, andando dentro y fuera de la soledad, queriendo encontrar algo y no sé lo que es. Rilke soñaba con ‘labrar silencios’, yo sueño con un mensaje ilegible de puro instinto, de otra, de la otra significación de las cosas y de los hechos. Y, sobre todo, como diría Pedro Caba ‘el secreto poético de San Juan de la Cruz, de Bécquer, de Machado, de Juan Ramón, está en ese perfume de misterio que llenan las palabras de un sentido, de una radiación sutilísima'»[25]. Es lo que Juan Ramón llamó «honda emanación»[26], mitad placer estético, mitad placer espiritual.

Los sentimientos

El perfil poético de Jesús Delgado Valhondo parte de una idea universal y antropocéntrica del mundo, pues no distingue razas, ni naciones, ni colores; sólo ve al hombre, a su espíritu y a sus sentimientos, que son los mismos en todos los hombres. Esta apertura de espíritu en Valhondo se complementaba con una rica vida interior, labrada en la soledad y el silencio, donde captaba el misterio que envolvía todo.

Por esta razón, Valhondo no podía sentir ni escribir ni creer en una poesía que no procediera del espíritu y fuera dirigida directamente al sentimiento del ser humano universal, con un mensaje transparente, sentido, cercano, sincero y apasionado: «[Jesús Delgado Valhondo] es antes que nada, un maestro del sentir. Sólo escribe de lo que siente con pasión y cuando el sentimiento se le desborda ya de modo inevitable. El resultado es una poesía hondamente cordial, cuya fuerza radica sobre todo en la sinceridad que rezuma cada verso. Las palabras no encubren oquedades; son el mismo aliento»[27].

De esta postura comprometida humanamente con la verdad de los sentimientos, procede la extrema sinceridad, la sencillez, la naturalidad que se respira en la poesía directa y humanísima de Valhondo, de tal forma que su vida fue en extremo consecuente con su sentir espiritual. De ahí su independencia humana y poética que es, en definitiva, lo que distingue su atractiva personalidad: «Es Delgado Valhondo un hombre de rica vida interior, temperamento original, sensitivo. Delgado Valhondo es un poeta del sentimiento, canta como habla, con el corazón en la mano y se expresa en tono confidencial»[28].

La sinceridad y los sentimientos humanos no se aprenden ni se adquieren a través de lecciones magistrales ni de escuelas, como tampoco la personalidad ni el tono lírico de una voz poética singular. Nacemos con una condición mental y vivimos modelándola, según nuestra voluntad y nuestras circunstancias. Si en nuestra mente existe desde siempre una tendencia positiva ante el mundo y las circunstancias nos son favorables, nuestros sentimientos aumentarán y se harán más sutiles y sinceros. Por el contrario, si nuestra mente se encuentra indispuesta desde siempre a albergarlos, nuestros sentimientos serán adquiridos y artificiales. Y es aquí donde destaca una personalidad poética como la de Jesús Delgado Valhondo, que pertenece al primer planteamiento expuesto.

Valhondo poseía unos sentimientos innatos, enraizados en su origen y en su nacimiento. Sus circunstancias vitales, los maceraron en el dolor, la soledad y el silencio, y sus sentimientos se hicieron más consistentes y sentidos. Después fueron tomando cuerpo a través de una voz que contaba exactamente lo que sentía y, el poeta, que guardaba en su espíritu y su subconsciente todas sus vivencias, abrió de par en par las puertas de su alma e hizo poesía espontánea y naturalmente, porque hablaba como y para el hombre en el lenguaje universal de los sentimientos.

Además, como dice Jesús Martínez, «su vida fue una cosecha de sueños» que respondía a unos deseos imposibles de alcanzar, pues sus vivencias adversas (enfermedad infantil, guerra y posguerra, muerte prematura de seres queridos) lo hicieron añorar la paz y la estabilidad espiritual que le faltaba y, por eso, gradualmente pasó a traducir sus intranquilidades en sueños.

Jesús Delgado Valhondo fue un ser humano con una extraordinaria sensibilidad poética, porque se sentía vivo en el mundo con sus imperfecciones, anhelos, temores y pequeñas alegrías, igual que nosotros. La diferencia que existió entre él y los demás radicaba en que Valhondo era capaz de sentir y hacer que los demás (incapaces por falta de sensibilidad) sintieran con él y participaran de su espiritualidad. Así, mientras determinados hechos pasaban por delante del ser humano común sin que los advirtiera,  Valhondo los convertía en asunto poético pues, como dijo en una ocasión, «Mi poesía nace de todo», es decir, su poesía recreaba lo cotidiano con la naturalidad del que «va tendiendo las palabras en el alambre del verso, como ropa recién lavada»[29].

Y, aunque su poesía fue un medio, consiguió expresar sus sentimientos a través de una voz cálida, directa, limpia, sencilla, cercana y amable con una extraordinaria capacidad de comunicación y comunión, a través de la que descubrimos un corazón sensible y amplio, instalado en el cuerpo de un sesudo y meditabundo hombre maduro que llama la atención por su talante reflexivo, elegante y trascendente.

No obstante, consciente de que la poesía es comunicación, Valhondo no olvidó nunca al lector y, en esa espontaneidad innata de su lírica, también influyó la conciencia de que el poeta debe hacer posible esa comunión de sentimientos entre poeta y lector: «El escritor, sin dejarse llevar por el gusto de sus lectores, debe coincidir con el público. Si el lector no ‘entra’, goza, vive y sueña en el mundo que le crea el escritor, éste puede decir que ha perdido el tiempo lastimosamente. O que el escritor vive en otro ‘tiempo’, cosa que se da con mayor frecuencia en el poeta'»[30].

Jesús Delgado Valhondo fue también una persona humanamente apasionada, que puso en la expresión lírica el mismo calor que usaba en la conversación común; de ahí la calidez y la cercanía de su palabra poética y, también, la familiaridad que emana de su voz convertida en versos: «Recarga Jesús Valhondo el hondo crujir de sus palabras. Nos separa el corto diámetro de una mesa camilla; el chorro de luz que se precipita desde el flexo hasta los libros; las carpetas, los apuntes, poemas y libros que el escritor deshoja mientras recita. Pierde, en sus manos, el papel toda corporeidad y queda en sus labios la esencia del poema. En una habitación llena de libros, con una virgen de madera y un lagarto de bronce y un haz de bastones a disposición del propietario, surgen los versos de Jesús Valhondo. El poeta habla y recita; recita y habla y cae la tarde por las ventanas mientras el domingo decembrino se llena de locutores deportivos»[31].

En la poesía de Jesús Delgado Valhondo, nos encontramos en la calle y en el interminable camino de la vida. Por medio de él captamos el paisaje que, de otra manera, nos pasaría desapercibido. A través de su meditación hallamos alguna luz en los misterios. Con él aprendemos a estremecernos ante los asombros, a fijarnos en las cosas pequeñas, en los niños, en los seres indefensos, en la primavera, en las flores del campo, en el tiempo, en los demás. En definitiva, su poesía anima a seguir indagando en nuestra condición humana y mortal, en nuestras limitaciones y, trascendentemente, a buscar naturalmente a Dios, clave de la existencia del ser humano.

José María Bermejo escribió unas palabras muy agudas sobre el lirismo de Jesús Delgado Valhondo, que vienen a certificar estas afirmaciones: «He aquí al hombre común, ahogado en su propio misterio, al hombre ‘que lo único que hace es componerse de días’. Hombre común y dolorosamente propio. Con voz que le presta el poeta»[32]. Es cierto, Jesús Delgado Valhondo fue un hombre cotidiano repleto de sentimientos y con voz de poeta.

La lírica de la dignificación

Jesús Delgado Valhondo, a través de su poesía, consiguió que nos sintiéramos dignamente humanos, personas de carne y hueso, con corazón, sentidos y sentimientos, de tal forma que nos enseñó a conocernos a nosotros mismos, a través de la profundización interior en nuestra alma, como él hizo con su alma de hombre-poeta. Y, en nuestro desamparo, nos sentimos reconfortados por su inseguridad (que no es otra que la del ser humano universal), porque la nuestra se atenúa al palpar en él nuestra radical fragilidad. Y esto nos da vida y ánimos para afrontar nuestra existencia, muchas veces, dolorosa pues, por la fuerza que nos infunde su palabra, no nos dejamos arrastrar hacia el abismo, que es la nada.

Jesús Delgado Valhondo, a través de su poesía, nos vivifica y nos dignifica, porque se sintió como uno más, y de este modo, cuando habla de él y por él, está hablando por todos: «Nosotros hablamos del hombre de la calle. De nosotros»[33]. «Cuando conversamos con nosotros mismos, estamos conversando con los demás»[34]. «Es fácil darse a los demás. Es fácil ser la continuación de otros. Es fácil ‘socializarse’ «[35], aseguraba repetida y sentidamente.

Además, la poesía de Jesús Delgado Valhondo hace cierto el valor docente de la literatura en una sociedad tan tecnificada como la nuestra que ha rechazado las señas más íntimas del ser humano, los sentimientos. Y cumple una función humana, espiritual y social de especial importancia porque, visto así, se convierte en uno de los últimos reductos del sentimiento donde, junto a la lírica de otros poetas, la poesía de Jesús Delgado Valhondo quedará como muestra de las sensaciones más humanas, naturales y sentidas.

GENERACIÓN

Para adentrarnos en el estudio de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, después de analizar su personalidad lírica, es necesario definir su situación generacional con el fin de saber en qué época determinada de nuestra historia literaria se inserta pues, a partir de ahí podremos saber cómo participó de sus circunstancias y características y cuáles son las aportaciones personales, que explican su singularidad poética dentro del elevado plantel de poetas que, en todas las épocas de este siglo, han nutrido la lírica nacional y regional.

Después de la guerra civil, la línea continua del discurrir poético en el panorama nacional queda partida por las consecuencias de la contienda (muertes, exilio, traumas), que producen lo que se ha llamado la «generación escindida». Esta generación se caracteriza por la rehumanización de la expresión poética, que está representada por tres grupos generacionales, según la opinión de Víctor García de la Concha[36]: uno, el de los fundadores, formado por Luis Felipe Vivanco, Leopoldo y Juan Panero y Luis Rosales, que habían nacido entre 1901 y 1910. Otro, la segunda promoción, constituida por Federico Muelas, Dionisio Ridruejo, José Luis Cano, José García Nieto y Jesús Juan Garcés, nacidos entre 1911 y 1920. Y el tercer grupo integrado por los alumnos de la Escuela de Periodismo.

La generación escindida tuvo unas características, que se pueden resumir en las siguientes:

-Coincidencia de una corriente existencial que trata el tema religioso, social y humano, primero, en un tono angustiado y, después, esperanzado y solidario.

-Preocupación por la muerte, aunque con distinto tono.

-Persistencia de los temas religiosos y nacionales.

-Deseos de rehumanización en dos vertientes: una, la personal y, otra, la social, es decir, el poeta profundiza en su intimidad y a la vez sale de sí mismo y se preocupa de los demás.

-Interés por la renovación vanguardista mezclada con formas clásicas.

-Renuncia de los artificios poéticos y del cuidado excesivo de la forma, propio de una poesía que vuelve al sentimiento humano, al amor y el paisaje.

Para García Camino, Jesús Delgado Valhondo pertenece al grupo de los fundadores, es decir, al de Vivanco, los Panero y Rosales, principalmente por «el tono de relato confidencial, fluyente, temporal, de los sucesos del alma», que caracteriza a este grupo de poetas. Viola Morato también es de esta opinión: «Los motivos religiosos y existenciales, el mundo cotidiano y familiar, el misterio y lo sobrenatural acercan su obra [la de Jesús Delgado Valhondo] a la de Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales y otros componentes de la discutida ‘Generación del 36’, en cuya franja generacional Valhondo se sitúa cronológicamente»[37].

No discutimos la adscripción, que ambos estudiosos realizan de Valhondo, a la generación escindida pues, si aceptamos el método de las generaciones para situar temporalmente a un autor, el poeta extremeño pertenece por edad a ella y también por coincidir en líneas generales con las características apuntadas (aunque nunca de manera taxativa): temas existenciales, preocupación social por los seres marginados, enfoque religioso, humanidad, vacilación entre la angustia y la esperanza, preocupación por el tiempo y la muerte, intimismo, solidaridad y atención al paisaje.

Pero si la pertenencia a una generación supone escribir poesía de acuerdo con unas normas de grupo o de escuela, Jesús Delgado Valhondo no pertenece a ésta ni a otra generación conscientemente, porque no tuvo un interés premeditado en crear de acuerdo con modas ni tendencias dirigidas: «No he hecho mi obra en etapas. No he tenido etapas, ni tendencias; yo era de los pocos poetas que publicaban en ‘Espadaña’ y ‘Garcilaso’. Aunque influencias siempre se tienen y, sobre todo, al principio»[38].

Jesús Delgado Valhondo nunca se sintió atraído por lo que se escribía en la lírica nacional para hacer él lo mismo o algo parecido, sino para conocer tendencias, poetas y enfoques poéticos por curiosidad intelectual y estar al día, nunca para seguir la estela de una corriente poética: su estilo poético es tan de corazón, tan de sentimientos, es decir, tan propio que no puede circunscribirse a fronteras ni a tendencias literarias artificiales.

El mismo Viola Morato, que examina a Valhondo desde una perspectiva histórica, le reconoce un acierto que para nosotros es fundamental, pues a través de él podemos cimentar la idea de la independencia y la acusada personalidad de nuestro poeta dentro de su supuesta generación y entre los poetas coetáneos: «Uno de sus mayores aciertos fue rehuir las sucesivas ‘modas’ que conoce la poesía española de posguerra: La poesía pura, el garcilasismo y, más tarde, la poesía social»[39]. Aunque, añadimos, que no las despreció sino que las adaptó a su estilo, porque en la trayectoria de Valhondo encontramos características que, por ser universales, también hallamos en las distintas tendencias de la poesía a partir de 1939.

En Jesús Delgado Valhondo-poeta (que es lo mismo que decir Jesús Delgado Valhondo-hombre) mandó el corazón como reconoce Eugenio Frutos: «El caso de Delgado Valhondo me parece claramente el de un hombre física y sentimentalmente adscrito a su región, pero abierto a toda la producción española y a la influencia de las corrientes literarias de nuestra época»[40]. O Ricardo Senabre: «Sin estridencias, con seguro instinto, Jesús Delgado Valhondo ha ido construyendo a solas, impulsado por los manes lejanos de Machado y Juan Ramón, una obra lírica de acusada personalidad, no sometidas a modas ni regida por otros vaivenes que los movimientos de su corazón»[41].

Teresiano Rodríguez Núñez, director del periódico Hoy de Badajoz, hace este comentario a Valhondo en una carta: «Decir las cosas como tú sabes decirlas es un don; darnos consuelo a los demás con ellas, una generosidad». En estas palabras se encuentra la clave que explica, en buena medida, la poesía independiente de nuestro poeta: Valhondo escribió sus versos para él y para todos; se expresó tal y como lo sentía de una forma idéntica a como siente el hombre normal de la calle, el hombre universal o el lector que no busca una poesía intelectual de escuela o academias para satisfacer su placer estético, sino una verdadera interpretación de la vida, que le ayude a superar el día a día y le proporcione explicación a lo que presiente y no sabe explicar. Es decir, paz interior, esperanza e incluso inseguridad en la de otro, aunque sólo sea por el consuelo de coincidir en las mismas vivencias, que es lo mismo que decir pequeñas y fugaces satisfacciones, limitaciones y angustias, y no sentirse solo y abandonado en un mundo contradictorio, en el que se sabe imperfecto y mortal: «La voz amiga del poeta se derrama en nosotros, actúa como un bálsamo lenitivo y nos redime de toda pesadumbre al compartir la suya con la nuestra, porque sus palabras son mucho más que palabras»[42].

Jesús Delgado Valhondo puso punto y final a una conferencia, titulada «La Navidad en la poesía», con estas palabras: «Y sólo me queda desearos paz y felicidad. Toda la paz y la felicidad que a mi corazón le niega el destino», y Arsenio Muñoz de la Peña dijo: «En Valhondo las palabras son brasas de su personal incendio»[43]. Es decir, la angustia, que sintió nuestro poeta, es similar a la que todos sentimos y su incendio es idéntico al que todos llevamos dentro, pues no hay nada mejor en nuestro desamparo que sentirnos reconfortados por la inseguridad de los otros, pues este endémico sentimiento humano nos viene por creernos aislados, por sentirnos solos. La poesía y, especialmente la de Jesús Delgado Valhondo, nos hace partícipes a todos de la inseguridad universal del ser humano, que se atenúa al sentir a otros palpar nuestra radical inseguridad. Y esto nos da ánimos y nos da vida[44].

Además, la poesía sentida como la de Valhondo nos mantiene conectados  con los sentimientos humanos, que no tienen valor crematístico: «Amar a una persona, contemplar una puesta de sol o el mar o la naturaleza que renace en primavera, o a un anciano que soporta dignamente su decrepitud; cultivar la amistad; creer firmemente en un mundo mejor; ¡vivir!»[45]. Ésta es la poesía que llega, que interesa humanamente a todo aquél que vive, ama, medita y se siente partícipe del mundo, unas veces con gozo y otras con desesperanza, pero siempre con unos enormes deseos de comunión y comunicación con los demás.

Y en las generaciones, sin embargo, se suele dar una poesía sujeta a unas características de escuela que, por seguir los dictados de un maestro todopoderoso, resulta artificial. Incluso la voz de los poetas que las integran no es la del hombre común, sino la del ser humano metafísico, que se encuentra muy lejos de los problemas y anhelos del hombre cotidiano.

La poesía de Valhondo no se inscribe en ninguna generación ni sigue ciegamente a ningún maestro. Siente atracción por los clásicos pero ésta no se traduce en copia, sino en honda emanación y en reelaboración meditada y original, que se condimenta con un sentir sincero y consciente de la creación poética, que no sabe de vasallajes para labrarse un prestigio a la sombra del maestro, pues jamás tuvo que validar ni alabar sus sentimientos, porque nunca los pensó vender.

López Martínez aseguró que Delgado Valhondo «no se inmuta ante los bandazos de las modas literarias, humildemente seguro en sus creencias y posibilidades. Su evolución discurre de acuerdo con su más íntima etiología creadora». Y Cayetano Rosado afirmó que «Valhondo nunca hizo poesía social de lleno, aunque su generación siempre discurrió por esos caminos. […] Valhondo siempre caló más profundo todavía. Llegó al hombre. Lo miró. Lo examinó detenidamente, y se puso a hablar metafísicamente de él. Y fue a parar a Dios. Quiso, quiere unir a Dios y al hombre. He aquí su ideal»[46]. Es cierto, el ideal poético de Valhondo fue espiritual más que estético: la unión personal del hombre con Dios; y por ello luchó, se angustió y, como vio que resultaba imposible, soñó en ese momento extraordinario hasta que la realidad lo convenció de que era una empresa abocada al fracaso. Si hubiera perseguido un objetivo exclusivamente estético, su poesía habría tomado sin duda otros derroteros más propicios al lucimiento personal, pero hubiera dejado de ser el poeta sincero y sentido que todos le reconocían. 

No obstante, somos conscientes de que los poetas de su generación a nivel nacional también sintieron preocupaciones semejantes, pero no construyeron como Jesús Delgado Valhondo toda una poética en torno a un tema único (la soledad humana y la búsqueda de Dios), ni lo convirtieron en el anhelo preferente del ser humano universal, ni ahondaron ni perseveraron tanto en esa necesidad vital que en Valhondo se convirtió en centro no sólo de su poesía sino también de su vida como hombre y como espíritu, incluso cuando los temas de la lírica nacional siguieron caminos muy distintos, después de olvidar las preocupaciones existenciales. Continuar fielmente su camino, supuso para Valhondo ir en contra de la moda o del gusto oficial y de los intereses de editoriales o instituciones sin proponérselo y sin preocuparle su propio perjuicio.

Y es aquí donde Jesús Delgado Valhondo traduce las influencias diversas que sintió en originalidad, pues su poesía se convirtió en un medio aglutinador de las principales ideas estéticas y corrientes literarias de todo el siglo XX tanto en el contenido, donde consigue engarzarlas y darles unidad, como en la forma siguiendo una línea evolutiva gradual que va construyendo sobre la base de la tradición desde donde fue renovando insistentemente.

Una muestra de su irreductible independencia fue que hasta diecisiete años después de publicar su primer libro de poemas en 1944 (Hojas húmedas y verdes) con notable éxito ninguna institución pública extremeña ni nacional se decidiera a editarle un libro de poemas, a pesar de que le habían publicado seis libros colecciones privadas de Alicante, San Sebastián, Santander y Badajoz, cuyos promotores supieron valorar esa voz propia, impregnada de humanismo y sinceridad, que destacaba entre la de los poetas coetáneos regionales y nacionales.

En el panorama de la lírica extremeña, Jesús Delgado Valhondo también coincide en líneas generales con las características de los poetas coetáneos regionales (principalmente,  con las de Eugenio Frutos, Alfonso Albalá y José María Valverde): uso de las formas cultas (endecasílabos, sonetos), tradicionales (octosílabos, cuartetas, romances) y del verso libre y el versículo, que irá progresivamente incorporando a su lírica. Empleo de temas entre los que destaca el sentimiento religioso, lleno de fe serena y dudas angustiosas o la visión idealizada del paisaje, donde encuentra la presencia de Dios. Ausencia de la realidad de posguerra y una cuidadosa atención por los aspectos formales.

Pero vuelve a ser en el tema insistente de la soledad humana y la búsqueda de Dios, donde Valhondo se diferencia también de los poetas regionales coetáneos, pues ninguno lo usó como centro de su poética. Además, sus evoluciones respectivas los llevaron por caminos paralelos a las corrientes que se sucedían en la lírica nacional, mientras que Valhondo las incorporó sólo en el aspecto formal y en algunos detalles de estilo, pero nunca influyeron tanto en él como para hacerlo desviarse de la búsqueda que impregna espiritualmente toda su poesía. «Yo, triste de mí, no tengo generación ni otras cosas parecidas. ¡Qué se le va a hacer!», le dijo Valhondo a Tomás Martín Tamayo, consciente de su independencia y a la vez lamentándose de su soledad también en este terreno.

Esa soledad, que lo mantuvo siempre ahondando hacia dentro de sí mismo, es la prueba más contundente de su personalidad lírica y de su no adscripción a corrientes o modas. Valhondo, desde su conciencia, elaboró un tipo de poesía puramente personal, que sólo en la forma se pareció en alguna de sus etapas a la que se hacía a nivel nacional y no por un deseo de copiar o por agotamiento lírico sino porque su coherencia lo llevaba a conocer lo que hacían los demás y a no volver la espalda a la realidad.

Además, por ejemplo Viola Morato incluye a Jesús Delgado Valhondo en la tendencia arraigada de la literatura regional de posguerra, que tiene una visión positiva de un mundo armónico, pero esta postura amable no la encontramos en toda la poesía de nuestro poeta sino en momentos muy determinados y nunca como una visión generalizada de toda su poética que, por el contrario, se tiñe de angustia y de frecuentes preguntas a Dios, porque necesitaba saber las razones de un mundo y un ser humano enigmático. Por tanto, Valhondo no puede ser incluido sin más especificaciones en la concepción de un mundo armónico.

El enfoque con el que Jesús Delgado Valhondo convierte su búsqueda en la del ser humano universal (el hombre es su protagonista; en cambio, en Pacheco es el marginado y en Lencero el obrero), la persistencia con que la realiza y la voz personal con que cuenta paso a paso su crucial peregrinación y su trágico resultado es lo que distingue a Valhondo de sus coetáneos: «Su poesía no nace de la frialdad técnica ni se instala en al amaneramiento clasicista de los poetas de ‘Escorial’ y ‘Garcilaso’. […] Tanto por la temática como por los procedimientos expresivos, Delgado Valhondo aporta una voz personalísima a la literatura arraigada de la posguerra»[47].

Sólo encontramos una adscripción declarada por él mismo al grupo alicantino de Intimidad poética[48] que, por cierto, fue más una reunión de amigos apasionados por la poesía que un grupo sujeto a unas normas, al que Valhondo se adscribió en agradecimiento por publicarle sus primeros poemas. También sabemos que perteneció, al grupo sevillano Ángaro, en cuyo consejo de redacción se le incluía, pero éste fue un simple colectivo poético que no pertenecía conscientemente a ninguna generación, pues sus componentes exponían en libertad los sentimientos que le dictaban sus respectivos espíritus distintos.

Por lo demás, Jesús Delgado Valhondo no se adscribió conscientemente a nada ni a nadie. La muestra es que lo mismo publicaba en una revista de corte tradicionalista como en otras de tendencias más modernas; lo mismo leía a escritores cultos como se empapaba de literatura popular; igualmente se sintió atraído por nuestros clásicos como por la literatura experimental. En fin, de la misma manera se interesaba por los místicos españoles que por los simbolistas franceses. Valhondo poseía un espíritu abierto a toda creación sincera, viniera de donde viniera; luego unas manifestaciones influían en él directamente y otras, en cambio, las archivaba en su mente y pasaban a formar parte de su bagaje cultural y lírico.

Además, sus variadísimas lecturas literarias y filosóficas y la amplia relación de revistas en las que participó, fue suscriptor o simplemente leyó durante su larga vida, ofrecen una muestra fehaciente de su amplio espíritu y de que nunca se decidiera abiertamente ni se sintiera adscrito a ninguna escuela, corriente o generación.

La independencia de carácter de Jesús Delgado Valhondo es una singularidad fundamental no sólo en su vida como poeta sino también como hombre. Su capacidad autocrítica, sus deseos de superación humana y lírica, su independencia y su carácter inquieto no le permitían estar sujeto a normas ni a estilos determinados, porque él por un lado se autocontrolaba o lo ayudaban a controlarse Caba, Frutos, Senabre, Buiza, Pecellín y, por otro, no necesitaba copiar un estilo porque él tenía el suyo: natural, sencillo, humano y sincero.

Valgan estas palabras del mismo poeta para entender su concepción abierta de la poesía, cuando le preguntaron si la consideraba moderna: «No entiendo bien lo que quiere decir con eso de ‘poesía moderna’. Poesía moderna es aquélla que viene con un sello de originalidad, nueva, con propia luz, inventada por primera vez; entonces estoy conforme con la poesía moderna. Y todo poeta por el hecho de serlo, cuando con personalidad irrumpe en el mundo, es moderno, por nuevo… y por único»[49].

Por último, también debemos advertir cuando afirmamos la independencia de Jesús Delgado Valhondo que, a lo largo de la historia, se pueden localizar poetas que, a pesar de vivir en su tiempo, han construido su obra al margen de modas y corrientes, dedicados de lleno a seguir un camino personal previamente marcado. Por tanto, si admitimos que esos poetas independientes existen, no resulta descabellado hacer lo mismo con Jesús Delgado Valhondo y más cuando, aparte de las razones apuntadas, sus sentimientos personales e independientes se mantienen inalterables desde su primer libro de poemas al último, seguro de estar construyendo una poética con un objetivo premeditado y único.

No obstante, cuando tengamos que plantearnos didácticamente a qué generación pertenece Jesús Delgado Valhondo, podemos decidirnos por una postura intermedia que incluya la de García Camino, que por edad lo adscribe a la generación del 36; la de Benito de Lucas[50], que lo sitúa en la Generación de 1940, junto a José Hierro, Rafael Morales y Leopoldo de Luis, por su primera publicación (Hojas húmedas y verdes) de 1944; la de Viola Morato que lo incluye en la poesía arraigada, por su concepción religiosa, y la de Enrique Segura Otaño que lo inscribe en la poesía desarraigada, por su tono trágico y en ocasiones tremendista.

Es decir, las cuatro tendencias se incluyen en la misma corriente existencial que, en la segunda mitad de los años 30, se acentúa en nuestro país por las consecuencias nefastas de la guerra civil e impregna la generación del 40 y sus dos tendencias (arraigada y desarraigada). Por esta razón, Jesús Delgado Valhondo puede pertenecer a las cuatro, pues su obra poética es puramente existencial y participa en general de las características de todas sus manifestaciones, que muchas veces se confunden en las fronteras imprecisas que las separan.

Por tanto, se puede definir a Jesús Delgado Valhondo como un poeta inscrito dentro de la poesía existencial que, a partir de 1936, llena el panorama lírico español hasta finales de los años 40, cuando una nueva concepción de la poesía (la del Realismo social) ocupa su lugar. Esta definición tiene un valor doble, porque congenia las cuatro hipótesis y no desecha ninguna y al mismo tiempo Valhondo participa de todas por las razones apuntadas, es decir, pertenece a la Generación de 1936 por edad; a la Generación de 1940, por el año de publicación de su primer libro; a la poesía arraigada, por su sentimiento religioso, y a la desarraigada por la angustia que se respira en su obra lírica.

Además, el problema de conceptuar la trayectoria de un poeta con un nombre único que englobe toda su producción normalmente corre el riesgo de definir sólo una etapa de su poesía, pero con Valhondo no existe tal problema porque fue un poeta existencial desde el comienzo al final de su poética.

También nos seduce aún más esta solución aglutinadora el hecho de que, por una parte, Jesús Delgado Valhondo ya era existencial cuando aparece esta corriente poética en el panorama literario, pues sus primeros versos así lo confirman, de tal manera que el origen de su existencialismo no fue motivado por la guerra civil sino por intranquilidades espirituales de raíces religiosas, que comenzó a sentir cuando niño comprobó en él mismo la fragilidad y la imperfección del ser humano y después aumentaron con los continuos fracasos de su búsqueda de Dios y la concepción desencantada de la existencia, la vida y el mundo. Y, por otra, seguirá siendo existencial cuando esta corriente lírica desaparezca del panorama literario español.

«El existencialismo literario es el retorno del hombre a lo puramente vital» aseguró Valhondo definiendo la raíz filosófica de su poesía, cuyo centro es la misma vida. Como consecuencia, deducimos que indirectamente con estas palabras definió también su posición generacional, que no se sitúa por tanto en una de las diversas posturas de la lírica de la existencia, sino en pleno centro de esta corriente sin distinciones: «Hurga el tiempo en el alma de este poeta existencial. El tiempo es el mejor reloj de la existencia y Delgado Valhondo lo llevó puesto y a deshora siempre, porque se le escapaba, de ahí su angustia vital y el calificativo de ‘poeta existencial’ «[51].

Eugenio Frutos fue el crítico que realizó el análisis más profundo de las características de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, y también lo calificó de poeta existencial por estas razones: «Heidegger aseguraba que toda poesía auténtica es existencial en cuanto testimonia y funda el ser en la experiencia concreta de un hombre entero y en cuanto descubre, a esta luz del ser, al existente que yace, hosco y extraño en las tinieblas de la tierra. Y Delgado Valhondo fundó su poesía en su experiencia vital, al sentirse desamparado y finito en la tierra»[52].

COSMOVISIÓN FILOSÓFICA

Los estudiosos de la Filosofía coinciden en afirmar que esta disciplina surgió por el asombro del ser humano cuando fue consciente de que formaba parte de un mundo enigmático y de una realidad cambiante y que dentro de él existe una fuerza poderosa, idealista y lógica a la vez, que lo arrastra a desvelar ese misterio y esa variabilidad que envuelve su misma condición humana, su propia existencia y el mundo donde vive: «La admiración fue lo que movió al hombre a filosofar y el cambio y la multiplicidad de los individuos. Y, después, la reflexión sobre su doble experiencia: la de los sentidos (nada es igual a otra cosa, todo está en continuo cambio y evolución) y la de la razón (el mundo se rige por unas leyes universales invariables). Este contraste desgarrador provoca una incomprensión natural ante el movimiento y la caducidad de todo en el espíritu humano, que se debate en una lucha tremenda consigo mismo y con la doble realidad»; de esta manera explica Rafael Gambra el origen de la Filosofía[53].

Valhondo fue un hombre cotidiano, pero con una poderosa capacidad de asombro. Consciente de su condición humana y de formar parte del mundo, se interesó y se preocupó por todo y éste es el motivo de que sus percepciones de la realidad las hiciera trascendente en su espíritu. Se reconocía insignificante en la infinitud del universo y, por ello, asombrado ante la vida, la naturaleza y el poder de Dios. Esta avidez ante el asombro lo llevó a tener una concepción filosófica del mundo y de la realidad y a plantearse numerosas preguntas; cuando no obtuvo respuestas, inició una búsqueda desesperada de Dios para que se las respondiera y, ante la falta de explicaciones, se angustió:

 La Nada abre las alas

 y me picotea.

 El alma abre las alas

 y quiere arropar a Dios.

 Y Dios se escapa.[54]

Por este motivo, su obra poética se sustenta en un planteamiento filosófico existencialista, que hunde sus raíces en los clásicos de la antigüedad y llega a profundizar en nuestros maestros más remotos y cercanos, intentando desentrañar los misterios de un mundo y un ser humano que necesitaba entender, entre otras razones, para comprenderse a sí mismo.

La inseguridad, que le produjo el hecho de darse cuenta prematuramente de la imperfección humana, hizo que desde siempre tuviera un especial interés por los planteamientos filosóficos cuyo centro fuera la existencia (ésa que había sentido con tanto peso desde su más remota memoria), intentando desentrañar el misterio que la envuelve y encontrar alguna razón al dolor, a la soledad y al abandono del ser humano.

Será en este planteamiento donde se encuentre inmerso el sentido trascendente de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y la base filosófica en que se asienta así como su sentido religioso, pues también era consciente de su dependencia de la divinidad:

Buenos días, Señor, a ti el primero

que eres historia y sangre de mis años.[55]

El descubrimiento constante de las cosas era lo que lo animaba en la vida diaria. Torcer una esquina por ejemplo le suponía encontrarse con cosas nuevas, recién creadas. Y este asombro es el que lo hizo poetizar la realidad en un primer momento, cuando el paisaje y el hombre le parecían manifestaciones perfectas de Dios.

Pero esta concepción idealista del mundo pronto se romperá cuando indague en ambos conceptos y se tope con que la naturaleza de la que formaba parte y el ser humano con el que recorría el camino de la vida estaban llenos de abundantes imperfecciones. Así, perdida la concepción armónica del mundo y del ser humano y acorralado por el tiempo, recurrirá a Dios para que le respondiera a preguntas como ¿para qué nacemos si somos extremadamente imperfectos? ¿cómo somos imperfectos si procedemos de la suprema perfección? ¿qué quiere hacer Dios con nuestro dolor y finitud? ¿qué desea conseguir con esa incesante muerte/resurrección a que somete al ser humano? y, sobre todo, ¿por qué el hombre ha sido condenado a estar solo?

Pero Dios no le contesta y entonces adopta una actitud angustiosa ante el cambio de las cosas, del ser humano y de él mismo, que lo hacen caminar hacia su destrucción y lo arrastran irremisiblemente a la muerte que, sin Dios, significaba la nada:

 […] muerte que vienes al fin,

 ¿Que no hay nada, sólo polvo,

 delante y detrás de mí …?[56]

Por esta razón en Jesús Delgado Valhondo se da ese contraste desgarrador del que habla Gambra ante la incomprensión de la caducidad de todo y esa lucha trágica consigo mismo por su condición finita y con la realidad cambiante por su carácter inestable.

A esto se debe añadir un componente típicamente valhondiano: la soledad, situación espiritual que lo llevó a escribir sus primeros versos y después a la búsqueda desesperada Dios, que terminó en fracaso rotundo y en una profunda conmoción espiritual. Así la soledad será el motor de su obra poética ante la constatación de la desgarradora y preocupante fragilidad del ser humano y de él mismo y, sobre todo, ante la incapacidad de traducir los enigmas con los que continuamente se topaba y especialmente con el problema de comprenderse a sí mismo como base para alcanzar a Dios y posteriormente entender el mundo.

De esta forma Jesús Delgado Valhondo llegó a convertirse primero en un estoico, porque estaba seguro de que todo sucedía necesariamente y ante la realidad sólo cabía adoptar una postura serena. Sin embargo su espíritu impetuoso, desconforme siempre con las actitudes resignadas, no pudo aceptar convertirse en un ser insensible (espiritual y social) y durante mucho tiempo luchó para no perder la esperanza de alcanzar sus anhelos. Pero cuando comprueba que el ser humano no era capaz de encontrar respuestas a los misterios del mundo cae en el escepticismo:

La calle queda sola

como un cerrado libro

y yo amueblo mi vida

con la vieja tristeza

de tarde de domingo.[57]

Por esta causa no resulta extraño que Valhondo, hombre de un tiempo que vivió intensamente con la pasión y la dignidad de ser humano, participe de la corriente filosófica existencialista que, arrancando de Kierkegaard, impera en Europa durante el siglo XX y en España arraiga sobre todo a través de Miguel de Unamuno, precursor del existencialismo filosófico.

Jesús Delgado Valhondo, existencialista desde que sus circunstancias personales lo hicieron estremecerse ante la fragilidad del ser humano, que muy niño experimentó en su propio cuerpo, llegó a la lectura de los grandes pensadores, especialmente de los existencialistas, a través de varios amigos filósofos: «Yo hablo de mis amigos los filósofos (Frutos, Caba, Muñoz Alonso, Pecellín…). He comprado un libro de Russell y me lo he leído dos veces. Leer Filosofía me divierte y me satisface»[58].

Sin embargo debemos advertir que Valhondo no fue un existencialista teórico por lectura, sino un existencialista práctico por vida:

[…] y bésame tan sólo en la inocencia

de los días de ayer cuando era niño

-y yo te descubrí por vez primera-.[59]

las lecturas vinieron después y confirmaron las intranquilidades que él había experimentado en su cuerpo y en su espíritu siendo niño:

En la pierna la llaga me rezaba

terror de mi niñez y donde un día

Dios infinito entre mi pus brotaba.[60]

 y posteriormente en la realidad de la vida cotidiana y sus circunstancias adversas. Como éstas encajaban perfectamente con las inquietudes que sentía, incidió líricamente en los temas típicamente existenciales, seguro de que su sentir tenía una traducción no sólo particular sino también universal, pues observó que no eran preocupaciones personales sino también del hombre:

Vamos como va el río

al mar. Nos lo dijeron.

No estamos un momento

con nosotros. Pobre hombre

    que no es él, sino el otro.[61]

De hecho otros poetas extremeños coetáneos como Alfonso Albalá trataron en su poesía el tema de la existencia y filósofos como Eugenio Frutos y Pedro Caba tenían una concepción existencialista del mundo que, como ya hemos comentado, constituyen el origen del enfoque filosófico de la obra poética de Valhondo. Y este existencialismo procede de Unamuno (por el que todos los citados sintieron una profunda admiración) y en Valhondo se convierte en una guía consentida y necesaria para encaminar rectamente y sin pérdida toda una obra poética, que tiene como norte las preocupaciones existenciales.

Así la filosofía de la lírica valhondiana, que se desarrolla principalmente a partir de su decepción sufrida en La montaña, tiene los siguientes planteamientos: el ser humano es un ente insignificante y caduco en el universo infinito, lleno de imperfecciones, intranquilidades y pasiones, acosado por el tiempo que lo arrastra irremisiblemente a la muerte ante la que se encuentra preocupantemente solo, porque Dios no acude en su ayuda:

Luego viene la muerte, sinuosa, femenina, fría,

su destino hacia el mío.

Ella se ríe detrás de mi espejo,

ella niévase en mi cabeza, carcajada de arrugas.[62]

De ahí que para Valhondo la vida fuera como un cárcel donde el ser humano se encuentra prisionero del misterio de la existencia y de algunos de sus semejantes que, por intereses personales, no quieren participar en una acción común y solidaria para pedir ayuda a Dios, que se sentiría compasivo si la petición la realizaran todos los seres humanos sin excepción.

Por estas razones la existencia de Valhondo, a pesar de sus anhelos de libertad personal y de sus inquietudes espirituales, sociales y culturales quedó varada en la sordidez de un entorno poblado por seres mediocres repletos de insulsas pasiones, tristes deseos e irrealizables quimeras, en el contacto con el dolor permanente del ser humano y la ambición desmedida de algunos semejantes, que provocaban ataques constantes a su dignidad personal y a la de los otros, tan indefensos y carentes de recursos espirituales e intelectuales como él.

Y lo peor de todo para Valhondo fue la falta de sensibilidad del ser humano ante la trascendencia de la vida, del tiempo y de la muerte y su desidia ante la necesidad de buscar a Dios para pedirle explicación de tantos enigmas a través de una poderosa voz colectiva, que conmoviera a la divinidad. Todos estos obstáculos insalvables consiguieron que adoptara gradualmente una concepción de la vida y del ser humano cada vez más triste y desencantada:

Porque somos un tiempo a montones de siglos

con el dolor ganado a tropezón con Dios,

encerrado en la piel, como en la jaula el canto,

esperamos que un día nos deshaga la luz.[63]

Así Valhondo, ante la postura inconsciente de sus semejantes que olvidaban la atención del espíritu y actuaban de forma contraria a la conciencia humana, primero buscó solo a Dios dentro de sí mismo, en su conciencia personal. Pero Dios se mantenía mudo, eludiendo el contacto con él, a pesar de ser parte de su esencia divina:

Y Dios parece que no quiere

hablar conmigo o se le olvida.[64]

Mientras, el poeta se encontraba inmerso en el río de la vida, aparentemente siempre el mismo y sin embargo siempre distinto en un proceso incesante de vida-destrucción que le resultaba angustiosamente paradójico, pues la vida nace de la muerte y a su vez genera de nuevo vida y así sucesiva e infinitamente en un imparable pasar y renovarse. O también el poeta se sentía pasajero de un fatídico tren (símbolo frecuente en sus últimos libros), que va dejando a los seres humanos abandonados en sórdidas estaciones, una vez que el tiempo los ha convertido en despojos y los entrega a la muerte:

Somos nosotros: simplemente.

-¡Pasajeros al tren!-.

Un tren que siempre marcha

dejando inquietas estaciones

al lado del camino.[65]

Atrapado en esta realidad desgarradora, sólo le quedó una solución: huir hacia adelante para reintegrarse a sus orígenes y volver al punto de partida donde esperaba encontrar el refugio y el descanso tantas veces anhelado junto a Dios (o a un ser superior) que, de una vez por todas, se dignara explicarle el misterio del mundo y las razones del enigma de la imperfección humana y de la muerte.

No obstante, debemos advertir que, por ese compromiso en desentrañar secretos, Jesús Delgado Valhondo no fue estrictamente un existencialista porque por una parte no perteneció conscientemente a la corriente filosófica existencial y, por otra, el peso de la existencia no lo convirtió en un ser inmóvil y resignado sino que, ante sus circunstancias, adoptó una postura activa. De ahí que quizás sea más acertado afirmar que Valhondo fue un raciovitalista, influido por Ortega y su concepción autónoma del ser humano, cuya idea central aseguraba que el hombre puede influir de alguna forma en su existencia, filosofando y actuando ante cuestiones que, por aparentemente inamovibles o por estar sujetas teóricamente a la razón, otros aceptan resignadamente.

Tal fue la preocupación existencial de Valhondo que sus intranquilidades espirituales lo llevaron a indagar buscando respuestas no sólo en los planteamientos vitales de filósofos contemporáneos y coetáneos, sino también en los clásicos más lejanos de la historia de nuestra cultura y de la cultura occidental. Así en su concepción filosófica del mundo aparecen desde Heráclito, Sócrates[66], Platón y Aristóteles a los filósofos cristianos (San Agustín y Santo Tomás) y los místicos y ascetas españoles (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa de Jesús).

Además buscó en la literatura española a aquellos autores que habían realizado un enfoque existencial de su visión personal del mundo y se vio atraído por la relación establecida por Quevedo entre el amor y la muerte; las imágenes con las que Calderón concibió la vida (como sueño y como teatro[67]); la nostalgia de Bécquer; la angustia modernista; el sentimiento trágico de la vida de Unamuno; la melancolía de Antonio Machado; la búsqueda de la esencia de la palabra de Juan Ramón; la presentida tragedia personal de Lorca; la tristeza vital de Alberti; el drama universal de Aleixandre; la preocupación existencial de Miguel Hernández y el desencanto personal y social que impregna en general la lírica de los poetas españoles a partir de la posguerra.

Y por último sus preocupaciones lo arrastraron también a indagar tanto en el existencialismo desencantado de Kierkegaard como en el enfoque esperanzado de poetas cristianos como Francis Jammes y Paul Claudel, a los que consideraba dos grandes poetas católicos. De Jammes le atrajo su extraordinaria sensibilidad para poetizar la naturaleza y Dios, que son el motivo de su lírica expresada a través de unos versos transparentes, intensos y fervorosos como su misma alma. Su novela Rosario al sol[68] le impresionó por su profundo lirismo.

De Claudel le llamó la atención que se hiciera católico estudiando liturgia, donde halló una intensidad poética inusitada y sobre todo que su poesía fuera la exposición lírica de su vida espiritual, a la que sirvió fielmente y expuso a través de una poesía religiosa, sonora y sentida: «[…] Quisiéramos tener presente la obra, para ejemplo, de estos dos poetas. Que oran, que aman y se eternizan. Y adonde nosotros quisiéramos llegar. Una meta ideal, en el tiempo, para el alma. El mejor y mayor premio para la vida»[69].

Por este motivo encontramos en la lírica de Jesús Delgado Valhondo muestras de esa atracción por ambos poetas en la intensa relación que encuentra entre naturaleza, Dios y ser humano; el verso impetuoso, límpido y repleto de humanidad y lirismo y especialmente la descripción de su experiencia espiritual y particular, que da a conocer la intensidad de sus vivencias como ser humano atento por igual a su cuerpo y a su espíritu.

Esta indagación en las posturas existenciales de todos los tiempos y todas las tendencias provocó que Valhondo vertiera en su obra poética ese sentimiento trágico de ser humano perdido en la infinitud del universo y del mundo, abrumado por una existencia que no pudo comprender y por unas imperfecciones que supo llevar con la dignidad de un hombre que sorteó como pudo sus circunstancias, unas veces esperanzado y otras fuerte y negativamente influido por una realidad enigmática y un Dios que no le respondía, a pesar de sus continuas llamadas, intentando encontrar primero explicación al misterio que envuelve la vida para contener su angustia y después justificación a su desencanto por la imposibilidad de entender su sentido existencial.

Por tanto podemos asegurar que en la poesía de Jesús Delgado Valhondo confluyen todas las preocupaciones existenciales que se formularon desde los pensadores de la antigüedad clásica a los contemporáneos y que, si no es posible afirmar la originalidad de sus ideas pues las toma de los filósofos citados como explicación y justificación de sus estados espirituales, es posible destacar cinco valores personales del contenido filosófico de su lírica:

1)La capacidad de aglutinar todas estas preocupaciones existenciales de tal forma que la idea del río de la vida de Heráclito aparece hermanada con la neoplatónica de San Agustín lo mismo que sucede con la trágica concepción de la vida de Quevedo o Calderón, que se encuentra ligada a la que sufrió Unamuno.

2)La originalidad de exponerla a través de la expresión lírica. La dificultad que en su misma esencia guarda la exposición de los pensamientos filosóficos ha llevado a los grandes pensadores a realizarla generalmente por medio de ensayos en prosa y sólo en algunos pensadores aparece expuesta en parte a través del verso. La obra poética de Jesús Delgado Valhondo recoge toda su concepción filosófica en este medio lírico y, por eso mismo, adquiere un valor excepcional dentro de la literatura basada en planteamientos filosóficos.

3)La dedicación de toda su extensa obra lírica a tratar estos temas trascendentes desde el comienzo al final. Si se tiene en cuenta que su poesía se encuentra repartida en dieciocho libros de poemas, sería lógico que sólo hubiera dedicado una parte de ella al tema existencial, pero no sucede así pues desde el primer libro al último se nota en el poeta el peso de la existencia. De tal manera que pocas obras líricas reúnen unitariamente esta característica temática y menos con tal extensión, coherencia y perseverancia.

 4)La exposición de sus preocupaciones existenciales con la voz personal de un poeta que aúna calidez, naturalidad y trascendencia. El tono del lenguaje filosófico se caracteriza por la dificultad de su expresión intelectual, la rigidez expositiva, la férrea racionalidad de sus argumentos y la nula creatividad lírica. En cambio, la poesía de Valhondo destaca por el tono cercano, sentido, espontáneo y transparente, que acerca con naturalidad temas enrevesados con una personal capacidad implicadora.

5)El protagonismo que adquiere en su obra lírica el hombre cotidiano, el verdadero de carne y hueso y no el metafísico de los grandes pensadores que, aunque algunos advirtieron explícitamente su intención de referirse al ser común, en realidad no pudieron desprenderse de su mentalidad filosófica y tomaron como protagonista de sus elucubraciones a un ser artificial fácilmente moldeable que en muchas ocasiones les sirvió para encajar sus ideas eludiendo incluso grandes interrogantes.

Un árbol solo, síntesis y símbolo de la cosmovisión filosófica de Jesús Delgado Valhondo

Un árbol solo fue el libro en que Jesús Delgado Valhondo realizó una síntesis lírica de su concepción filosófica del mundo. Por este motivo resulta necesario realizar una exposición del contenido trascendente de este símbolo capital en su poesía como ejemplo práctico para comprender el planteamiento filosófico de su obra poética.

Los temas y contenidos de Un árbol solo y por la razón expuesta de su poesía no pueden ser entendidos si no captamos el contenido filosófico (y por simpatía, religioso) que encierra, pues en este libro crucial desarrolla no sólo su concepción metafísica sino también religiosa del mundo y del ser humano cuando indaga en el misterio que envuelve la realidad y, para comprenderla, en la necesidad de religarse a Dios pues para Valhondo el sino del hombre era su búsqueda de la divinidad y su motor, la soledad que resultaba de no encontrarlo.

Así en el análisis de Un árbol solo hemos detectado que su concepción del mundo y del ser humano se basa en la concepción neoplatónica de San Agustín, la neoaristotélica de Santo Tomás y la existencialista de Unamuno:

1)Platón distinguió entre el plano ideal (mundo de las ideas) y el material (mundo de las cosas). El espíritu inmortal e infinito (la conciencia del hombre) se encuentra arrojado en el mundo de las cosas dentro de un cuerpo físico, mortal y finito, después de vivir en el mundo de las ideas, contemplando la idea suprema. El deseo (más bien, la angustia) de llegar a la divinidad le viene al hombre de no haber olvidado que una vez contempló la suprema idea, cuando en espíritu vivía en aquel mundo ideal y superior.

De ahí que Valhondo llegara a un momento en que pensó que «a Dios lo tenemos en nosotros mismos, y no hay que salir a buscarlo a la calle»[70], es decir, las ideas son individuales de cada conciencia y la realidad exterior es un espejismo creado por nuestra mente. Por esta razón la soledad no se encuentra en la realidad sino dentro de nosotros, en nuestra conciencia y, como cada individuo es una conciencia aislada, los demás seres no pueden ayudarlo ni ofrecerle consuelo. Por esto el único camino para llegar a la divinidad es a través de la conciencia individual, que se encuentra instalada en la soledad de cada ser humano:

(De pronto desciendes al fondo

a contemplarte

y en un espejo roto encuentras una misma

figura de ti mismo tan llena de sorpresas

que hasta te desconoces

encontrando otra vida,

otra manera de multiplicarte).[71]

San Agustín adapta este planteamiento pagano a las ideas cristianas y dice que el alma no preexistió en un mundo anterior, sino que fue creada de la nada por Dios e infundida a un cuerpo, en el que vive como en prisión anhelando siempre su bien, que sólo puede hallar en la posesión de Dios. El alma humana conoce no sólo las cosas concretas sino las ideas universales de las cosas iluminadas por Dios, que nos da así una especie de visión divina de cuanto nos rodea y se ofrece a nuestros sentidos. El entendimiento, la conciencia, es un «algo divino» y la contemplación intelectual se traduce en la entrañable relación del alma con Dios y en la natural aspiración del alma a retornar hacia su origen y su descanso. La contemplación y el amor abren al alma el camino de elevación ascética hasta llegar al éxtasis místico, donde adquiere el entendimiento que le faltaba para contemplar a Dios.

Por ese motivo, aunque el ser humano (y el poeta) no logra alcanzar a Dios en la tierra, lo anhela desesperadamente y, a pesar de sus reiterados fracasos, guarda la esperanza de recuperar su puesto al lado de la perfección que contempló mucho antes:

Asciendo hasta la cumbre.

Y bajo hasta mí mismo.

Me entierro en vientre de regreso.

Mas cobijo de madre necesito.

Más tierra que cavar dentro del cielo.[72]

 De ahí que Valhondo fracase y vuelva a intentarlo una y otra vez, subiendo continuamente una imaginaria montaña en un incansable peregrinar, que se repite infinitamente como el sino del ser humano que busca respuestas desesperadamente en la soledad de su conciencia individual. Sin embargo esta búsqueda frustrante, que por lógica debía haberlo hecho desistir, paradójicamente lo mantuvo activo pues, teniendo en cuenta un proverbio filosófico que dice «la búsqueda no tiene término, eso lo que le da valor a la búsqueda», la búsqueda frustrada de Valhondo tuvo el valor de hacer su vida soportable, porque mantuvo su esperanza.

La esperanza de la búsqueda por tanto consigue que Valhondo tenga fuerzas para subir una y otra vez a la montaña, a pesar de la dificultad que conlleva tal empresa:

Sueñan cumbres. Y la cumbre se deja contemplar

cada vez más lejos, más huida,

y nace una nueva soledad del tiempo muerto.[73]

Y de ahí también que el poeta desee subir a la cima, porque allí estará al lado de Dios; es el lugar más elevado de la tierra y, por tanto, situado más cerca del cielo, donde tradicionalmente el cristiano cree que se encuentra la divinidad, basándose en la única noticia que tiene de su presencia en la tierra, cuando entregó en el Sinaí (la Montaña) los Diez Mandamientos a Moisés.

La aspiración del hombre trascendente es la purificación del alma y su elevación serena a la contemplación de Dios y a la búsqueda de lo que realmente es a través de la virtud. De ahí que Valhondo esté continuamente intentando acercarse a Dios, suplicando su presencia y obteniendo silencio. De ahí también su soledad, que aparece al desear una manifestación materializada de Dios, cuando es un hecho imposible porque la divinidad es un ente espiritual y sin embargo, como ser humano, desea que se manifieste de una forma racional.

Pero el problema de la soledad es doble pues en el hombre coexiste la soledad interior, la de su espíritu que se encuentra en su conciencia, y la exterior que la agranda aún más porque el ser humano está solo, incluso cuando se encuentra con gente, porque la conciencia es espiritual, individual e intransferible y sólo puede llenarla Dios, como la soledad interior:

Habito mi soledad y la soledad me habita.

Es un milagro que hago cada día,

cada noche:

siempre que quiero, puedo;

lo sé.

La ilusión de vivir está

en crear la soledad a mi manera.

Mi doble soledad.[74]

 Por esta razón, mientras Dios no se manifieste, el ser humano se encontrará totalmente solo y esta doble concepción idealista de la soledad por tanto no aplaca sino provoca dudas en el poeta pues intenta resolver razonadamente una situación espiritual. De tal forma que llegado a un punto Valhondo advierta el error inútil de intentar acercarse a Dios racionalmente pues, como dijo Santo Tomás, Dios es una verdad suprarracional o, como aseguró Unamuno, Dios es indefinible y querer definirlo es pretender limitarlo en nuestra mente, matarlo y entonces es cuando surge la duda[75].

El hombre se encuentra solo porque su espíritu (porción de Dios y por tanto infinito) nota que le falta parte de ese componente divino espiritual que lo ligaba a la divinidad y por el que en un tiempo fue perfecto y feliz. Ahora en la tierra, lleno de imperfecciones, añora aquella parte que dejó en Dios y que lo sigue ligando a Él por medio de una fuerza absorbente que ni puede ni quiere eludir. Y es aquí donde radica el sentido religioso de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, porque en su conjunto es la exposición de sus deseos de conectar con Dios para volver a Él. Y de ahí también que con tanto anhelo busque a la divinidad y que su fracaso lo lleve a la duda existencial, cuando Dios no responde:

La cima que buscamos estará

en otro sitio,

en otro monte, más allá;

en otra fábula,

en otra forma ahorcada.[76]

Por esta razón el poeta inicia un proceso ascético con fines místicos para llegar a Él a través de su capacidad intelectual, de su conciencia, de su soledad porque entiende que al conocimiento de Dios sólo se puede llegar a través del entendimiento, estado que se alcanza con la virtud resultante de un comportamiento ascético, que lleva a la unión con la divinidad. De esta manera el ser humano, imperfecto, puede llegar al conocimiento ideal que es en definitiva Dios, el saber supremo, el que tiene las claves del enigma del universo y del ser humano, en un intento de alcanzar la felicidad, ese momento supremo cuando el intelecto descubre la verdad.

El problema para el poeta surge cuando comprueba que pocos seres humanos tienen la capacidad de acceder a Dios por su propio entendimiento y que él forma parte de esa masa de seres, cuyo intelecto no logra alcanzarlo. De ahí que en un libro anterior a Un árbol solo, El secreto de los árboles, Valhondo se quejara de que las palabras no le servían pues había agotado todo su valor para entender la realidad, es decir, se le había agotado su capacidad intelectual y por tanto su único recurso de llegar a Dios[77].

En esta situación el poeta queda en soledad, porque Dios no se manifiesta ni él es capaz de alcanzarlo. Entonces trata de sacar partido a su soledad, utilizándola como camino de acceso al estado intelectual del entendimiento y a través de él llegar a Dios. Por esta razón el poeta lo busca dentro de sí mismo, pues deduce que su alma y la divinidad son los dos polos fundamentales de la anhelada unión. De ahí que intente llegar a la divinidad a través de su espíritu, que se encuentra en la soledad de su conciencia, al ser un trozo del espíritu de la divinidad y, por tanto, consciente de tener parte de la esencia de su espíritu perfecto: «La certeza primaria para el hombre radica en su experiencia interior, vía hacia la verdad, que se ofrece con la claridad de lo propio, de lo personalmente vivido», dice San Agustín.

Si el alma y Dios son el fundamento de la unión deseada, el mundo exterior sólo sirve para descubrir en él los rastros de la divinidad, que animan a las cosas y fueron depositados por Ella en todo cuanto existe. De ahí la búsqueda de Dios que Valhondo intenta en libros anteriores a Un árbol solo por medio del paisaje y del ser humano, huellas de Dios en la tierra, y de ahí también la necesidad de los otros una vez que el paisaje deja de ser un camino válido para llegar a la divinidad.

2)Mezclada con la concepción neoplatónica, nos encontramos en Un árbol solo con el planteamiento neoaristotélico que realiza Santo Tomás de la realidad asegurando que no hay dos mundos sino uno sólo, el que vemos y palpamos. En él se encuentran las cosas del universo (entre ellas los seres humanos); cada una individualmente y a su manera tiende a una esencia universal: Dios. Este es el camino a la montaña en el que se junta el poeta con otro seres humanos que tienden, por una poderosa llamada interior, a la búsqueda de esa esencia común que para los cristianos tiene el nombre de Dios:

Seguimos eternamente subiendo

juntos la montaña,

humana masa de pan que a Dios mantiene.

La cima está tan cerca

como esa soledad que mana de nosotros,

cuando pasamos la gente,

los que vamos andando tierras,

silencios, noches, días, tiempo, […].[78]

Como el poeta no tiene capacidad intelectual para llegar al conocimiento de la divinidad, su sino es repetir la subida a la montaña infinitamente junto a los demás seres humanos hasta que su capacidad intelectiva logre alcanzarlo. El fracaso de la búsqueda de Dios a través de la «Soledad desnuda» (título de la primera parte de Un árbol solo) que realiza el poeta lo lleva a buscar a los otros tan anhelantemente como a Dios para consolar su soledad (que no logrará nunca apartar de él) con la de sus semejantes y, juntando todas, convertir la voz individual de cada ser humano en una poderosa llamada que atrajera la atención de Dios («Soledad habitada» y «Gente» -título de la segunda y tercera parte de Un árbol solo-).

3)Y, por último, en este libro crucial de su poética, Valhondo mezcla con los planteamientos filosóficos expuestos la concepción del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, que se puede resumir en estos pensamientos: «¡Ser, ser siempre, ser sin término, sed de ser, sed de ser más!, ¡hambre de Dios!, ¡sed de amor eternizante y eterno!, ¡ser siempre!, ¡ser Dios!».

Sed de Dios es el anhelo que persigue Valhondo y lucha entre la fe y la razón es la que se produce en su espíritu anhelante: «Siempre resulta que la razón se pone enfrente de nuestro anhelo de inmortalidad personal, y nos lo contradice. Y es que en rigor la razón es enemiga de la vida […]. Es un trágico combate, es el fondo de la tragedia, el combate de la vida con la razón», decía Unamuno. Ambos conceptos son los presupuestos básicos del pensamiento que vierte el poeta extremeño en Un árbol solo, compendio (no lo olvidemos) de sus libros anteriores (especialmente desde Aurora. AmorDomingo a La vara de avellano). Este es el motivo por el cual aseguramos anteriormente que explicando la filosofía recogida en Un árbol solo conoceríamos la de toda su obra poética.

También encontramos una explicación de la evolución experimentada por Jesús Delgado Valhondo desde que sale de su soledad, va al encuentro con los demás y se une a ellos en estas palabras de Unamuno: «El ‘no hagas a otro lo que para ti no quieras’, lo traduce él [el individuo que vive preso del instinto de conservación] así: yo no me meto con los demás; que no se metan los demás conmigo. Y se achica y se enfurruña y perece en esa avaricia espiritual [«Desnuda soledad»]. Más así que el individuo se siente en sociedad, se siente en Dios, y el instinto de perpetuación le enciende en amor de Dios y en caridad dominadora, busca perpetuarse en los demás, perennizar en su espíritu, eternizarlo, desclavar a Dios [«Soledad habitada»],  y sólo anhela sellar su espíritu en los demás espíritus y recibir el sello de éstos [«Gente»]. Es que se sacudió de la pereza y de la avaricia espirituales».

Sin embargo, como dijo Eugenio Frutos, “en Valhondo Dios es sentido, no pensado abstractamente o razonado» pues Dios es una vivencia no una idea filosófica de ahí que, en su poesía, la divinidad sea un protagonista más que se codea con el ser humano de tú a tú. En este planteamiento es donde se distingue el poeta extremeño de Unamuno porque, aunque el rector realiza un gran esfuerzo por presentarnos a un Dios cercano, no lo consigue pues no deja de ser un ente ideado por la mentalidad trascendente de un filósofo.

Quizás en la génesis de la concepción filosófica de Un árbol solo, donde Valhondo resume su concepción de la existencia humana, también esté presente la actitud adoptada por el poeta polaco Rainer María Rilke ante la realidad, pues los planteamientos vitales de ambos poetas coinciden: «Su vida fue una entrega total a la poesía, a la profundización en el yo, en el misterio del hombre. De ahí su gran aliento metafísico y religioso, a más de su lirismo»[79].

No obstante, aunque el aliento de Valhondo fue siempre apasionado, al final de su vida cae en el escepticismo y, aunque era consciente de que debía haber un ser superior, no lo identificó con Dios, sino con un ente supremo indefinido, porque sus continuos fracasos en la búsqueda de la divinidad lo llevaron a desconfiar de que el Dios que había buscado con tanto anhelo fuera el mismo que, en su etapa inicial esperanzada, había anhelado. Por este motivo Valhondo al final de su vida actúa racionalmente y piensa que un ser supremo, por deducción lógica, lo tenía que estar esperando, pues todo ser humano que nace debía volver necesariamente al lugar de donde partió.

CONCEPCIÓN RELIGIOSA

La necesidad vital que empujaba a Jesús Delgado Valhondo a buscar respuestas sobre las múltiples interrogantes del ser humano y del mundo donde vivía, lo llevaron a tener un sentido religioso de la vida  muy arraigado.

Sin embargo su religiosidad no era de comunión diaria ni de fiestas de guardar, sino realmente sentida y vivida. Su conciencia de hombre religioso (no de poeta que usaba el tema religioso) lo arrastraba a anhelar constantemente a Dios que por un lado lo ayudaba a ser fuerte y, por otro, lo llenaba de tristeza y desesperanza, porque se le escapaba con frecuencia y no le daba respuestas a sus preguntas ni solución a su desamparo ni calma a sus temores que cada vez se le hacían más agudos en su soledad espiritual[80].

La religiosidad de Valhondo tampoco fue producto del existencialismo filosófico en el que tanto indagó sino de la influencia de la realidad cotidiana, viendo sus imperfecciones físicas y sintiendo sus limitaciones espirituales (o lo que es lo mismo, su aterradora fragilidad que era lo que más lo estremecía); observando el paso y el peso del tiempo en él y en los demás; ansiando la presencia de Dios para aclarar su desorientación y la de los otros, mientras subía trabajosamente a la cima de una inalcanzable montaña, en la que esperaba encontrar el descanso y las respuestas que colmaran sus anhelos terrenos y eternos.

A la pregunta «¿Ha sido usted religioso?» contestó: «Mucho, y mi familia también. Mi madre era terciaria franciscana y mi hermana murió a los 40 años con una fe tremenda. Yo he tenido temporadas alejado de la Iglesia, quizás quien más me haya separado de ella sean los curas, pero siempre he sido profundamente religioso, cuando se proclamó la República me encontraba en Santa María la Mayor de Cáceres. Todo hombre es religioso y todo el que medita se hace creyente; en esto me pudo influir mi enfermedad infantil. Yo he sido siempre un cristiano-base con una postura crítica»[81].

Esta respuesta sentida y vehemente muestra a un ser naturalmente religioso, que elude grandes planteamientos metafísicos y se centra en la realidad del contacto directo con Dios, sin intermediarios, como cualquier persona de la calle que no entiende los planteamientos maniqueos de la religión oficial y se deja llevar por su instinto humano y su ligazón con la divinidad, a la que se siente unido por un vínculo,  formado por una mezcla de amor y temor.

De ahí sus vacilaciones religiosas, unas veces convencido y otras, muy crítico: «Yo soy muy variable. He tenido temporadas de un misticismo tremendo y otras no», decía. Y también de ahí sus dudas: «Uno se escucha a sí mismo, oímos unas palabras antiguas ¿hemos dudado alguna vez? ¿Cuántas veces hemos clavado a Cristo? Dan ganas de desclavarlo y ponernos en su lugar»[82]. Su religiosidad por tanto fue producto de una relación tempestuosa con Dios, cuyos silencios lo llevaron a entablar una angustiosa relación unidireccional, en la que se debatió constantemente entre la fe y la razón.

Por este motivo, Valhondo fue un ser agónico, que podría haber protagonizado cualquier novela de Unamuno. Es decir, era consciente de sus dudas, las asumía y continuaba a pesar de la angustia que le producían con su compromiso cristiano de hombre trascendente y comprometido: «En Semana Santa, cuando hay una procesión en la calle, se realiza una representación del drama íntimo y profundo de la humanidad. Y hay que entrar en escena. Que estamos invitados a coger la cruz. Porque estamos viviendo más que nunca en Dios para crecer espiritualmente, que es una hermosa manera de crecer»[83].

Pero, hombre de acción y con capacidad crítica, pensaba que no se debía conformar con las verdades oficialmente establecidas y que tenía el deber de seguir buscando, aunque eso supusiera debatirse entre la férrea creencia y la duda angustiosa: «Yo tengo un soneto titulado precisamente así ‘La duda’, donde se habla de esos pasos que vas a dar y no sabes si hay un escalón o un abismo, o tienes que levantar el pie porque el escalón es alto»[84].

Sin embargo la certeza de que el ser humano procedía de Dios y que a Él tendría que retornar tarde o temprano en un ineludible ligarse de nuevo es lo que lo llevó a intentar una y otra vez la unión con la divinidad, consciente de que Dios a pesar de sus continuos silencios no podía olvidar a una parte de Él: «Siempre me he fijado en la creación del hombre, que es un soplo de Dios, no cabe duda. Es parte de Dios. Todo hombre es Dios, porque le dio el espíritu, su soplo de vida, una parte suya. Dios es mi amigo, se me escapa, vuelvo a encontrarlo»[85]. Esa seguridad es la que lo llevó a sentir una religiosidad natural, directa, de tú a tú, de estrecha relación filial entre padre e hijo: «Dios es la historia de mi vida. Lo busco como busco a mi vida»[86].

Valhondo buscó a Dios primero yendo detrás de él anhelantemente; de ahí sus crisis religiosas y la asistencia a cursillos espirituales: «Mi ansia de buscar a Dios ha sido tremenda», confesaba. Después, angustiosamente y por último con el paso de los años más equilibrada y reposadamente, aunque esta actitud no estuvo exenta de un sutil escepticismo: «Es inútil salir en busca de Dios por las calles, porque va tan deprisa que no lo alcanzas; no se puede salir en su persecución. A Dios se le alcanza cuando uno está sentado, porque a Dios lo tenemos dentro de uno mismo», decía[87].

Ante esta certeza llegó a la conclusión de «que cada uno tiene un dios particular. Dios puede ser un amigo y puede ser un hombre que viene del trabajo. En la biblia se dice que el hombre es Dios hecho a su imagen y semejanza»[88]. Este continuo diálogo con Dios que entablaba en medio del dolor y la soledad, es lo que convirtió a Valhondo en una persona extremadamente espiritual hasta el punto de asegurar que la poesía era la materialización del dolor provocado por Dios al ser humano: «Poesía es lo que destila un corazón cuando la mano de Dios lo aprieta»[89].

El hombre comienza a sentirse frágil ante el mundo y la vida, cuando comprueba su insignificancia, y Jesús Delgado Valhondo la sintió demasiado pronto al ser vapuleado tempranamente por la enfermedad. De ahí que su poesía respire en muchos momentos una fragilidad arraigada y muy humana[90]. A lo largo de su vida irá aumentando en él esa sensación de fragilidad, que será la causante de la necesidad de buscar a Dios, porque se sentía dependiente de Él. Esa urgencia por encontrar a Dios será la que marque el sentido religioso de su vida y de su poesía: «‘Todo Hombre es religioso’ le he oído decir a Pedro Caba; el ateo lo es también, pero de otra manera. El hombre está hecho para depender de alguien»[91]. Esta religión, auténtica y próxima, por sentida y cotidiana, es la que nos transmite en su poesía[92].

No obstante la religiosidad de Valhondo, aunque natural y sencilla, tiene un soporte intelectual en la ascética y la mística española, pues no en vano se sintió atraído por los poetas representativos de estas tendencias religiosas. Por un lado siempre tuvo un deseo enorme de perfección, de atención al espíritu más que al cuerpo. El silencio, la soledad y la meditación, conceptos primordiales para él, también lo son de los ascetas que en un ambiente recogido y sereno limpian su espíritu, lo equilibran y lo preparan para ir en busca de Dios y de la verdad. Como consecuencia, muchas veces Valhondo hizo confesiones de sus errores y de sus quimeras como ejercicio de limpieza espiritual, sin importarle lo que dijeran los demás («Humano, ¿y qué?» exclama en uno de sus poemas después de descubrir sus defectos e intranquilidades), porque su interés se centraba en su tranquilidad interior, aislado de todo materialismo y de todas las pasiones.

Por otro lado a Valhondo se le puede calificar como un místico por su deseo constante de llegar a Dios, al que buscó incesante y quiméricamente en la calle y en el silencio de la casa, en la iglesia y en el campo, en la aurora y en el crepúsculo. Pero la última etapa mística, la unitiva, le resultaba frustrante porque Dios se le escapaba siempre cuando creía tenerlo al alcance de la mano:

Después, abro la puerta,

me suelta Dios, se marcha.

Yo ando por las calles

buscándolo. Son vanas

las vueltas que le doy

a la ciudad soñada.

Si alguna vez lo veo

va lejos, se me escapa.[93]

Sin embargo no abandonaba tras sus fracasos; insistía, rogaba, protestaba, se desesperaba o se esperanzaba como un ser humanísimo, que hizo de su compromiso vital una bandera de autenticidad, basada en su inconformismo ante lo que no entendía y quería saber, porque la realidad le anunciaba su procedencia divina pero a la vez le hacía sentir su contradictoria naturaleza mortal, que lo arrastraba a estar constantemente en lucha consigo mismo y con los demás, mientras el tiempo lo ponía poco a poco más cerca de la muerte.

Valhondo siempre sintió una gran curiosidad por conocer y averiguar por sí mismo lo que había detrás de las cosas: «Yo he llegado a mirar por la llaga de un Cristo que, retorcido en una cruz, había en una iglesia de Cáceres o he ido a un museo donde había sepulcros vacíos, y me he tendido en uno para sentir esa sensación o he meditado en la celda vacía de un convento. Cuando se descubrió un pasadizo, que va al teatro romano de Mérida, fui el primero que me atreví a entrar para sentir el espíritu de las personas que por allí habían pasado», nos contaba con el atrevimiento del que quería saber más en un intento por descubrir misterios y sorprenderse con los asombros. Por esta razón el tema religioso le interesó tanto y sobre él leyó y meditó hasta la saciedad más humana, queriendo encontrar una luz que guiara su camino hacia Dios para religarse de nuevo con Él.

Pero todo concluyó en un tremendo y estremecedor fracaso, porque Valhondo comprendió que la imperfección humana, aliada con el silencio paradójico de Dios, convertía al hombre en un solitario incurable incapaz de comprenderse y menos de llegar a la divinidad. No obstante en su último libro, Huir, transmite una esperanza, aunque imprecisa:

VOY porque hay alguien

que me está esperando.

No sé quién es

pero me está esperando.[94]

La profundidad de la poética de Jesús Delgado Valhondo es el resultado de la meditación y la reflexión en sus circunstancias existenciales y espirituales, que forman un conglomerado de vida y poesía perfectamente urdido en su alma, después de vivirlo en su experiencia cotidiana y anímica. Por este motivo en la poesía de Jesús Delgado Valhondo existe una religiosidad arraigada y realmente sentida. Su alma de hombre-poeta necesitaba religarse a Dios desde su sentimiento más desnudo y profundo, intentando buscar respuestas y calmar sus inquietudes que, como hombre y parte de la obra de Dios, constantemente le invadían ansiando conocer a su creador que se había convertido en su norte y su tabla de salvación una vez que el mundo y el ser humano dejaron de ser puntos de referencia válidos para entenderlos y comprenderse.

No obstante la religiosidad de Jesús Delgado Valhondo no coincide con la versión ni con la postura oficial de la Iglesia, porque superficialmente adoptó una actitud semejante a la erasmista que exigía más espiritualidad y menos artificio en la relación con Dios e íntimamente era partidario de una relación personal con la divinidad sin intermediarios, parecida a la de los protestantes, y no congeniaba con el boato de las celebraciones multitudinarias de los católicos: «Yo soy un hombre religioso, sí. Creo que cada poema es una especie de oración. Sin embargo soy bastante anticlerical»[95].

Ésta es la razón de que toda su obra poética sea un ejemplo de cómo el ser humano puede seguir un camino directo a la divinidad ahondando en su espíritu, y no precisamente para buscar el consuelo ante la muerte que es en definitiva lo que desea el católico oficial, sino para algo más profundo y trascendente: conocer su origen, el sentido de la vida, las razones de la muerte y la existencia de la inmortalidad como forma de perduración espiritual de su naturaleza finita.

Para Valhondo el ser humano no necesita de ritos ni intermediarios que desvirtúen y hagan engañoso el camino a la divinidad, pues la virtud que dignifica al ser humano ante Dios es el deseo ferviente de perfección, de búsqueda, de desentrañar el misterio que lo envuelve, de ir más allá de la realidad y en definitiva de buscar la dignidad que como ser humano le corresponde hallando respuestas a su contradictoria imperfección y su paradójica doble naturaleza: «El fondo teísta, no sé hasta qué punto católico de Jesús Delgado Valhondo, trasciende las apariencias de la realidad: es cuando su metáfora rebasa el ‘aquí y ahora’ y, por interiores cuasi inefables, da noticia de una presencia invisible que traspasa el mundo inmediato y visible con un mensaje intemporal»[96].

Esa valentía comprometida (e incluso temeraria), que para Jesús Delgado Valhondo debía adoptar el ser humano ante la existencia, tenía su modelo en Jesucristo que es la parte humana de la divinidad, ejemplo de compromiso pues,  aunque pudo eludir su responsabilidad, tuvo la enorme dignidad de enfrentarse a su doloroso sacrificio. El hombre para Valhondo debía aceptar su compromiso humano y espiritual y no refugiarse en la apatía ni en la intrascendencia del materialismo, porque nunca se encontrará a sí mismo ni hallará respuestas ni por tanto sentirá jamás la satisfacción de la lucha por conocerse: «Jesús entró en Jerusalén rodeado de niños, de mujeres y de hombres de pueblo. Igual que nosotros. Tenían en él la mirada y la confianza. Querían justicia, amor. Esperaban. Y ya veis vosotros lo que sucedió. Le pegaron, lo escupieron en la cara, lo martirizaron […]. Sobraba Cristo allí. Les estorbaba. Cristo era la verdad y les molestaba la verdad. Y lo llevaron calle arriba, como por nuestra calle. ¿Cuántas veces hemos llevado delante a Cristo sangrante y no lo hemos visto o no lo hemos querido ver?»[97].

Por esta razón, aunque Valhondo llenó su vida de la angustia que le producía su búsqueda, experimentó el gozo inefable de la esperanza que supone la presencia cercana de la divinidad y el sentimiento de formar parte de ella: «Dios es para mí ‘melodía que llena los espacios» dice en un verso de Inefable … Y esta experiencia directa con la divinidad, Valhondo no la quiso guardar egoístamente para él solo sino que la compartió, consciente de que todos los seres humanos formamos parte de Dios desde nuestra soledad particular: «Me encanta tu religiosidad vivida y práctica que te lleva a comulgar cada día con los hombres en sus más diversas situaciones. Me encanta que sigas subiendo el ‘monte’ de tu árbol solo»[98].

PERCEPCIÓN DE EXTREMADURA Y SU PAISAJE

La mejor muestra de la espiritualidad de Jesús Delgado Valhondo es la concepción del paisaje de su tierra, porque en ella se reúnen traducidos líricamente los aspectos antes tratados (observación, meditación, silencio, asombros, religión): «Mi pasión por la tierra es y fue tal que la he visto hacerse hombre y a la tierra hombre en el hombre, en el campesino»[99].

El aprecio de Valhondo por la naturaleza procede de su idea de religión, pues intentó religarse a Dios a través de su obra aprendiendo a sentirla y a quererla porque comprendía que el hombre formaba parte de la creación. Y aunque fue consciente de que en ella era un elemento insignificante, tenía un papel fundamental que desempeñar dentro de la concepción universal de Dios, en la que la naturaleza constituía el medio físico donde se desarrollaba la existencia humana y espiritual del hombre y su relación con la divinidad: «El principio de amor a la patria está, sin duda, en el paisaje. Muchos no conocen la historia y aman a su patria, porque aman a su tierra, fecunda o seca, con piedras o con hierbas, con olivos o con álamos. La aman, porque la tienen metida en el alma. Sobre todo, el paisaje»[100].

De esta manera entre poeta y paisaje se estableció una estrecha relación espiritual, porque Valhondo sentía que de él había surgido, que a él pertenecía y al paisaje volvería finalmente cuando su cuerpo fuera entregado a la tierra; ésta es la razón de que la leyenda esculpida en su lápida diga: «Ya soy tierra extremeña». Valhondo experimentaba en su propia carne sentimientos de estar ligado a Dios y a la tierra, de la que el paisaje, «el mejor ladrón del corazón humano» (según sus palabras), era su alma. Por esta razón, iba con frecuencia al campo, a contemplarlo y escucharlo, a sentirlo física y espiritualmente: «Nos agrada ir descubriendo insectos. Observamos las hormigas, las arañas, las mariposas […]. Recogemos plantas. Buscamos sus nombres: hierba de la sangría, el digital, el oloroso tomillo y el excitante poleo […]. Miramos el campo a lo ancho y a lo largo»[101].

El amor de Jesús Delgado Valhondo por su paisaje llegó a tal extremo que en sus paseos campestres iba a «oír crecer la hierba» y para contemplarlo mejor se llevaba prismáticos y lupa. Más filosóficamente, aunque no con menos sentimiento, Valhondo declaró en una ocasión: «Me entusiasma el campo, porque me encuentro más profundamente a mí mismo. La soledad se me hace coloquial».

A través de la contemplación del campo extremeño, Valhondo llegó a la idea de que Extremadura tenía unas características particulares, que la diferenciaban de otras regiones y que la idea de patria no es otra que nuestro cuerpo es tierra de un determinado lugar, del que somos dependientes al influir fuertemente en nuestro carácter y nuestro ánimo por su colorido, silencios, clima, musicalidad, movimiento, aroma, transformaciones, porque el paisaje sin avisarnos se apodera de nuestro espíritu al que moldea, alimenta, da vida y queda atrapado para siempre por ese lugar en el que tenemos nuestras raíces. De tal forma que, cuando nos alejamos de él, sentimos un nostálgico destierro y un imperioso deseo de regresar a nuestro paisaje hasta el punto de que, cuando sentimos morirnos, pedimos que nos entierren en él: «La vuelta a la naturaleza es una vuelta también del hombre que vivimos cotidianamente, hacia lo que fue. Se huye de la ciudad para ganar la gran batalla de sus instintos. Despojarse de culturas es tan necesario como despojarse de ropas ante el mar. Es quedar más puro y verdadero. Huir de la ciudad es encontrarse uno más cerca de sí mismo. Una huida victoriosa. No cabe la menor duda»[102].

Tanto preocupó a Valhondo conocer su tierra, que indagó en personas y libros para descubrir la esencia de Extremadura, hasta llegar a la siguiente conclusión: Extremadura es una unidad de tierras, una personalidad, una hermosa nación: «Al cronista le ha preocupado siempre mucho su tierra: Extremadura. Procuró enterarse de su cultura. Estuvo metido en lecturas y amistades con libros y arqueólogos, porque quería saber la raíz de su existencia. Saberla y removerla hasta las simas, hasta ese punto oscuro que nos absorbe». También estaba convencido de que Extremadura era una mentalidad, una filosofía, una manera de ver la vida y el mundo: «Extremadura es un espíritu que sólo se aprehende cuando se ha leído a sus autores y se ha escuchado a los hombres y mujeres de los pueblos»[103].

Valhondo, extremeño arraigado amorosamente a su paisaje, consideraba al pueblo una fuente de inspiración de primera mano, porque de él había surgido la danza y la canción y de éstas el arte y la ciencia, de tal manera que para él el pueblo era el único lugar donde se puede encontrar la Extremadura auténtica: «Es posible que me decidiese a venir porque soy extremeño de pura cepa y, naturalmente, me gusta estar entre los hombres de la tierra. Hablar con ellos, beberme un vaso de vino, si es tinto mejor, con ellos. Reír y también sufrir con ellos. Porque escuchadme: hoy para buscar a un hombre hay que venir a un pueblo como Torremayor. Hay que venir aquí si deseamos de verdad encontrar las raíces de nuestra existencia como extremeños, como hombres de la tierra. Ya veis vosotros por qué estoy aquí. A ganar mi jornal de extremeño. A encontrarme un poco a mí mismo en vosotros»[104].

Estas sentidas palabras son una muestra no sólo de la unión espiritual que Valhondo experimentó con su paisaje y su gente, sino también del conocimiento profundo de su alma, que lo convirtieron en un gran valedor de sus sentires, tradiciones y costumbres con las que solía ilustrar las conversaciones sobre su tierra: «Pasear junto a Jesús era un ejercicio de sabiduría popular, de exaltación de lo extremeño», aseguró Santiago Castelo.

Valhondo sintió tanto a su tierra y de una forma tan estrecha que afirmó contundentemente: «De fuera podrán venir a enseñarme a decir y a escribir. Pero nunca jamás a amar a mi tierra y a mis gentes. Porque esto es lo mío. Nadie ama a su tierra -dijo alguien- porque es grande, sino porque es suya y ésta mi tierra extremeña donde nací y donde quiero morirme y donde deseo ser enterrado. Y vosotros sois mis amigos, mis paisanos; los que amamos el mismo paisaje, los que nos sentimos con la ropa de la misma tierra»[105]. Incluso a su tierra no sólo le perdonaba haberse visto obligado a publicar muchos de sus libros fuera, sino que a este hecho le encontraba, orgulloso, un beneficio para ella: «Me publicaban los libros fuera de Extremadura, pero para escribirme lo tenían que hacer a una dirección de Extremadura».

Como buen maestro, veía en el paisaje un excelente pedagogo. No en vano en una ocasión declaró convencido que el lugar donde encontraba su máxima inspiración era sentado debajo de una encina en agosto para meditar mientras observaba el paisaje. Por este motivo lo recomendaba a padres y maestros como libro en el que el niño y el adolescente podía cimentar su cultura espiritual e intelectual, conocer su tierra y a través de ella a sí mismo por una sencilla razón: «Sólo se quiere lo que se conoce».

La Extremadura clásica, castiza y eterna, para Valhondo, era la que se situaba entre el Tajo y el Guadiana, los dos ríos de la tierra extremeña que ejercen una notable influencia espiritual sobre ella y sobre el extremeño, porque no en vano el hombre tiene un nacimiento, un recorrido y un final como los ríos, es decir, un parentesco con ellos a través del espíritu de ambos. Además los ríos inciden materialmente sobre la tierra, porque su agua le da vida, la hace fructificar y renacer cada año.

El Tajo fue para Valhondo «un río cargado de secreta nostalgia. Templa su agua -acero, a veces; otras, cielo hondo -entre canchales agudos donde canta- y se silencia- y se virtualiza»[106]. Y el Guadiana, contrapunto y a la vez complemento, «ya demuestra su coquetería femenina en ese aparecer y desaparecer, en ese asomarse y ver y esconderse para reír, trae historias y leyendas a Extremadura de lagunas y de huertos, de margaritas y pies desnudos entre juncos, de culebras al calor»[107]. Hondura y placidez, características respectivas de los dos ríos de Extremadura eran, precisamente para Valhondo, los dos extremos del espíritu del extremeño, que moldean su carácter rudo y afable, árido y humano como la tierra extremeña, unas veces dura y otras generosa.

La Extremadura auténtica era la de la encina, el olivo, el trigo, las grandes extensiones de tierras de pastos y el clima «que besa o castiga denodadamente»[108] y además la del tiempo que pasa lentamente en silencios palpables, donde el ser humano encuentra más lúcidamente su soledad, cuando se siente en comunión con el paisaje: «Extremadura es una ‘soledad sonora’ que hay que oírla, pasarla por el corazón y transcribirla con sangre»[109]. Al norte del Tajo y al sur del Guadiana, para Valhondo, la tierra típicamente extremeña iba perdiendo personalidad por la influencia de Castilla y Andalucía respectivamente.

Pero Extremadura no era sólo tierra para Valhondo pues, habitando su paisaje, se encontraba el hombre extremeño, curtido por su clima extremo, unas veces suave y las más sofocante o frío, que no obstante le ha dado fuerza espiritual, caudal inagotable que posee el extremeño y que un día lo llevó a descubrir tierras lejanas, habituado como estaba a adaptarse a la aridez de su paisaje: «Hecho el cuerpo de tierra extremeña, el alma impregnada y presionada por paisaje extremeño, su sangre de historia fecunda y madura, dan un hombre de recia personalidad y de pura varonía»[110].

Y al lado de la hombría del extremeño, Valhondo situaba la feminidad de la mujer extremeña, contraste del hombre y a la vez complemento lírico, tierno y virtuoso, en la que encontraba «una inagotable cantera espiritual»: «La mujer es, ante todo, casa con luz encendida, madre desde que nace, suspiro hondo de la tierra, manantío de vida, oración y flor, sueño lírico del hombre, oído del mundo, corazón fecundo de la humanidad»[111]. Llegó a idealizar tanto a la mujer extremeña que, en su delirio lírico de admiración y respeto, le puso color a su voz: «Azul es la voz de las extremeñas»[112].

Al final de su vida, Valhondo resumió de esta manera la atracción por su paisaje, donde convivía con la gente que conformaban una idea física y espiritual, Extremadura: «Extremadura está en mí más que nunca, cuando paso a paso más me vuelvo tierra extremeña para hacer verdad aquello de que ‘Extremadura soy yo’ y soy Extremadura en cada uno de vosotros, porque Extremadura somos nosotros, sus habitantes, sus hombres y sus mujeres»[113].

Una de las muestras más patentes del extraordinario y sincero sentimiento que experimentó por su paisaje fueron estas palabras que le envió a Luis Álvarez Lencero, cuando el visceral y atormentado poeta se encontraba en Alemania, desarraigado de su entorno natural: «Ahora, desde donde te escribo, se ven volar cigüeñas. Este cielo nuestro es único, es inmenso. Está, hoy, muy alto. Lo empuja la alcazaba, la catedral, el castillo, hacia un azul más azul y más cielo. Alguien le ha lavado la cara y dan ganas de besarlo. En la ladera de los montes, del mismo Badajoz, del fuerte de Santa Engracia, hay lirios y pan de queso, esas flores amarillas que tanto gustan a los pájaros. Las golondrinas tiran saetas a media altura. Huele el aire a yerba creciendo. A ti que tanto te gusta el río, este río nuestro, este Guadiana tremendo, armonioso, maternal si lo vieses, despide olor a poleo, a hierbabuena, a juncos verdes, a adelfas, a mejorana. Más allá a majuelo y malva. Y aún más allá a mielga y milenrama. Hay una soberbia algarabía de olores. Las ranas están a rebosar de luceros y escuchan la flauta del sapo. ¡Si vieses qué hermosa está Extremadura ahora, en primavera!»[114].

En estas palabras se puede observar cómo Valhondo mezclaba la realidad y el lirismo en alta medida, porque él mismo recomendaba que la enseñanza de Extremadura se rociara de una buena dosis de poesía, pues era la mejor manera de mostrar la ilusión y el amor por la tierra extremeña y de que había calado hondo en nuestro espíritu, nutriéndolo y vivificándolo: «Nuestro campo es panacea espiritual» aseguraba. Y, a tanto llegó en su lirismo, que identificó Extremadura con el mar: «Extremadura siempre ha soñado con el mar. Extremadura sigue soñando con el mar. Los embalses parecen juguetes del mar. Hierba mojada, mar a la vista. El trigal es un mar de olas verdes o amarillas. Mar es la siesta. Isla, el encinar»[115].

Cuando más se nutría el poeta del paisaje era en el atardecer atraído por su misterio, intensidad, tonalidades, sonidos, soledad, silencio y la lenta llegada de las sombras, que propiciaban un ambiente adecuado para la meditación, la idealización y el amor. El atardecer del otoño era el más adecuado para su nostalgia y su melancolía: «Estos atardeceres extremeños son de una intensidad abrumadora. Lentos y sangrantes. Parece como si el cielo abriese sus heridas. Unas heridas que son como flores que se deshojan en pétalos blancos, amarillos, morados, azules, rojos»[116].

Valhondo veía en el atardecer la muerte del día, pero una muerte dulce y serena sin estridencias ni sufrimientos, casi sin notarla. Él se sentía morir un poco cada atardecer, pero a la vez se reconfortaba en el crepúsculo porque, aunque tenía que aceptar el fin de todo lo que comienza, esos colores de los últimos rayos del sol entre las nubes, esa suave brisa, ese apagarse el mundo, esos sonidos lejanos cada vez más atenuados lo hacían tomar otra perspectiva espiritual, que lo acercaba a una mayor comprensión del mundo y de sí mismo: «En estos atardeceres bajos y largos, íntimos y tristes […] Deja un momento, sin encender la luz, deja correr el tiempo. Abre el espíritu que te mantiene y entra dentro». Y esto era un sedante para su alma (muchas veces atormentada por un final inminente y trágico) donde abrigaba el deseo de morir como la tarde, que se apaga lentamente mientras la recoge con dulzura en su regazo el velo de la noche.

El atardecer por tanto era para Valhondo la antesala de la noche y ésta el momento más propicio para la meditación y el encuentro consigo mismo. Tiempo placentero, porque se sentía protegido en el refugio de su silencio y su soledad, lejos del día, de sus circunstancias y de la de los demás. Otras veces, la noche era el abismo, la perdición en los entresijos de su espíritu triste y melancólico[117], que no lo hará siempre desear el día, a pesar de que su carácter abierto y sociable deseaba la luz para andar por la calle, reunirse con sus amigos y conocidos, conversar y echar fuera de su alma los fantasmas que lo atormentaban[118].

Por tanto, el paisaje para Valhondo no era un simple tema sobre el que poetizar, sino el marco sentimental sobre el que se afianzaba su origen, su vida, sus sentimientos más íntimos y sus preocupaciones más inmediatas; de ahí que el paisaje más sentido por él fuera el más enraizado en su origen: «Alguien dijo que nadie ama a su tierra porque es grande sino porque es suya. Y esta tierra, este pueblo, es doblemente mío porque nadie es de ningún sitio hasta que no tiene allí a sus muertos y yo los tengo aquí, en Mérida. A mi padre, a María, a hermanos. Algo que no sé explicar me hace dependiente de este paisaje, del alma de la ciudad, de este ambiente que te rodea como un aura de gloria y de infinita felicidad»[119]. Y también por este motivo entendemos que experimentara una honda preocupación por la alteración que su vieja (pero auténtica) fisonomía iba sufriendo ante el empuje del progreso: «Mérida tiene un padecimiento gravísimo, que se muere de joven»[120].

Además el sentido trascendente con que Valhondo concebía el paisaje lo llevó a insistir en la necesidad de cuidarlo con mimo, adelantándose de esta manera varias décadas a los sentimientos ecologistas: «Hace unos años acompañamos a unos estudiantes del último curso de bachillerato del instituto de Mérida, que iban con sus profesores a visitar una cueva prehistórica. Después de comer uno de los profesores invitó a los alumnos a recoger los restos de comida, los papeles, las mondaduras de frutas. Los enterraron entre unas rocas. El campo quedó limpio y, parecía, agradecido. Una lección magistral. Yo no la he olvidado»[121].

Tal concepción explica que muchos de los títulos de sus libros de poemas sean pinceladas del paisaje: Hojas húmedas y verdes, La esquina y el viento, La montaña, Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles, Canas de Dios en el almendro, La vara de avellano, Un árbol solo, Entre la hierba pisada queda noche por pisar, Inefable domingo de noviembre o Ruiseñor perdido en el lenguaje.

El «Canto a Extremadura», consecuencia de la observación y comunión con su paisaje, se encuentra formado por poemas con títulos escogidos de su mismo entorno natural («Castillo», «Olivar», «Encinas», «Viñas», «Tajo», «Guadiana»), que constituyen una exaltación de la naturaleza extremeña, de su gente y de su futuro, cuyo progreso material y espiritual pasaba por la transformación del paisaje: «Nuestra tierra ha perdido seriedad y tristeza. Pero ha ganado elasticidad, anchura, expansión, colorido, nuevas formas, otra clase de silencio, una más ‘sociable’ soledad. Y alegría. Al mudar el paisaje vamos ganando. El hombre se ha rejuvenecido. Y se ha hecho más optimista. Antes conquistó un mundo, ahora está conquistando su mundo. Ha colonizado el campo, que es humanizarlo. Al mejorar el tiempo y el clima, ha mejorado el hombre. Está creciendo espiritualmente. Ha creado un nuevo, hermoso y excitante paisaje»[122].

Estas palabras fueron pronunciadas por un Valhondo jubiloso, cuando las secas y pardas tierras del Guadiana se vieron fecundadas por el milagro del agua, que les proporcionó el Plan Badajoz pues él, que era un transfigurador de la realidad, enseguida vislumbró en este resurgimiento físico un renacimiento espiritual de su mundo, cuyo futuro ahora veía lleno de esperanza.

EL «CANTO A EXTREMADURA»

El «Canto a Extremadura» es la descripción lírica de la contemplación personal, que realiza el poeta del paisaje y la gente de Extremadura, cuya esencia extrae y describe de una forma emotiva y alentadora.

Dos hechos contribuyeron a que Jesús Delgado Valhondo adoptara esta nueva actitud y se decidiera a componer el «Canto»: uno, la preocupación que siempre tuvo por el atraso económico de su región, debido a la falta de agua, a pesar del esfuerzo realizado por el hombre extremeño:

Se nos iba la sangre del alma tan temprano,

se nos iba la vida sin darnos casi cuenta

y moría de sed la tierra y era vano

el esfuerzo del hombre con nervios de tormenta.[123]

Esta preocupación se torna en esperanza de redención de su tierra y de su gente cuando en 1953 se inicia el Plan Badajoz que unos años después será una realidad milagrosa, porque había convertido las áridas y secas tierras ribereñas del Guadiana en un vergel que daba frutos generosamente, no sólo por el beneficio del agua sino también (y esto es lo que más lo animó) por el ímpetu del hombre extremeño, al que ve ahora dignificado por medio del trabajo:

Ya el campo tiene agua, nacen pueblos hermanos,

suenan campanas en el cielo extremeño

los hombres han sabido dónde tienen las manos

para hacer nueva patria en un gigante empeño.[124]

Este hecho influye positivamente en el ánimo del poeta, cuya esperanza podemos localizar no sólo en el «Canto» sino también en artículos periodísticos de esta época como, por ejemplo, el titulado «Volver sobre nuestros pasos» donde muestra su euforia no sólo por los beneficios económicos sino también culturales, que reporta el Plan Badajoz a su tierra[125].

Dos, la convocatoria de los Juegos Florales de 1956 por el ayuntamiento de Badajoz, que lo animó a presentar el extenso poema a este certamen poético.

No sabemos si Valhondo lo elaboró expresamente para el concurso o si lo tenía adelantado y lo terminó para el acontecimiento, pero pensamos que posiblemente una parte la tuviera escrita con anterioridad a la convocatoria de los Juegos Florales, porque detectamos dos calidades líricas definidas y diferenciadas: una desde el comienzo al poema «Ciudades» (incluido), más elaborada, sin apenas tópicos y con extraordinarios hallazgos líricos:

Encinar extremeño, mis heroicas encinas,

mis sufridas encinas milenarias y llenas

de cigarras, de tórtolas, de olor de campesinas

como si fuese sangre sin encontrar sus venas.[126]

Todo viñedo tiene andando entre su tarde,

bajando luz de viento, ángeles de brisa;

y el demonio que, luego en una copa arde,

en una llama llena de llantos o de risas.[127]

El jabalí es la roca que su fuerza desvela.

El conejo es el pálpito de la hierba mojada.

El águila es montaña que se desprende y vuela.

El lobo es el ladrido de noche a madrugadas.[128]

Descalzo pie entre juncos de la moza que grita

pisando va la nube llena de escalofrío,

yerbabuena, poleo, adelfa, margarita …

Y se desnuda el agua para que pase el río.[129]

Otra, desde «Nueva Extremadura» hasta el final, más de circunstancia, de lugares comunes, menos elaborada, más prosaica y con alguna concesión a la ideología religiosa y política de la época:

Cuando la patria dijo, ‘Necesito tus hombres,

necesito tu sangre, necesito tu entraña’,

todos fueron a una sin conocer sus nombres

a colocar el hombro para elevar a España.[130]

De tal forma que esta parte pudo ser la que escribió con la precipitación del plazo temporal establecido en las bases del certamen, y el tono requerido en este tipo de convocatorias, y la primera fuera la que tuviera madurada y escrita desde hacía algún tiempo, teniendo en cuenta el amor que siempre sintió por el paisaje y la gente de su tierra.

No obstante las circunstancias que rodean a este conjunto de versos no les resta apenas calidad, porque el lirismo, muchas veces creativo, llena buena parte de los versos de verdadero sentimiento, conocimiento profundo de Extremadura y originalidad.

Por tanto, el «Canto» puede ser un poema circunstancial pero no de circunstancias, pues se nota que Valhondo no lo escribió para concursar sino con el fin de aprovechar el certamen como medio de difusión de unos sentimientos que sobre su tierra guardaba celosamente en su alma desde hacía años, esperando el momento oportuno de darlos a conocer; y esta ocasión llegó con la convocatoria de los citados Juegos.

El «Canto a Extremadura» no es un poemario sino un largo poema (un canto), pues consta de tan sólo 184 versos, agrupados en 15 poemas de 12 versos cada uno[131] que, por su medida y la distribución de su rima consonante[132], forman tres serventesios alejandrinos divididos en dos hemistiquios isosilábicos de siete sílabas cada uno.

El poeta no dividió el «Canto» formalmente en partes, de ahí que aparentemente parezca una simple sucesión de poemas. Pero el «Canto» tiene una estructuración en tres partes si nos atenemos a su pulso lírico:

1ª)Desde el comienzo hasta el poema «Cuadros», donde predomina un contenido místico.

2ª)Desde «Tajo» a «Ciudades», donde se agrupan los poemas con sentido mítico.

3ª)Desde «Nueva Extremadura» al poema final, donde se concentran los lugares comunes.

Esta división no rompe el ritmo equilibrado del poemario, porque el poeta la marca con dos inflexiones de la tensión lírica: su ímpetu lírico toma cuerpo ya en el primer poema, «Castillo», con un tono eminentemente místico, pues se centra en los valores imperecederos de Extremadura y su paisaje. Sube hasta «Tajo», poema en que aparece la primera inflexión, donde observamos que la tensión del poema aumenta pero ahora sustentado en el sentido mítico que encuentra en los dos ríos de la región y en el sabor añejo de gestas pasadas que paladea en sus ciudades.

La segunda inflexión se produce en el poema «Nueva Extremadura», cuando el poeta se emociona con la transformación tan patente que observa en su tierra, antes árida y ahora llena de vida por el milagro del agua y el trabajo del hombre extremeño. Este futuro alentador lo llena de esperanza y su espíritu, por primera vez  desde el inicio de su obra poética, respira tranquilo y libre de sus preocupaciones trascendentales que en el «Canto» excepcionalmente no aparecen:

Y fábricas que hacen un paisaje celoso

y energías que estrenan sus fuerzas en la luz.

Agua viva bendice el campo. Y hace hermoso

el cielo que se clava en redentora cruz.[133]

No obstante el «Canto» gira en torno a dos planos superpuestos, que nos llevan a pensar en una posible estructuración en dos partes:

 1)El temporal, de contenido épico que a su vez se escinde en dos direcciones complementarias: el pasado histórico de la vieja Extremadura («Castillo», primer poema), centrado en los restos de aquel tiempo pretérito («torres y murallas», «castillo”) y en el orgullo de la aportación humana que realizó nuestra región al descubrimiento de América. Y el presente de la nueva Extremadura[134], alentado por la realización y los resultados del Plan Badajoz.

2)El espacial que también se bifurca en la descripción de la realidad física (paisaje) y la humana (gentes).

La estructuración en dos partes se reafirma con la doble vertiente religiosa y guerrera, mística y mítica, que venimos detectando en los versos del «Canto»:

Porque ha sembrado el trigo de promesa en América

y ha tenido héroes y santos que criar

yo venero la savia del árbol de la épica

Extremadura mía donde poder rezar.[135]

El «Canto a Extremadura» además tiene un tono muy distinto al característico de Valhondo, pues se encuentra escrito en forma de epopeya que marca con el ritmo marcial impuesto por los hemistiquios isosilábicos de los extensos alejandrinos, la rima alterna de los serventesios, la frecuencia repetitiva de la misma estrofa y el espíritu impetuoso y esperanzado del poeta que, a pesar de todo, se muestra disciplinado y consciente de su labor lírica, adecuando el tono y la tensión al tema delicado y entrañable que trata para no desbordar sus sentimientos y de paso evitar tópicos excesivos, que hubieran convertido el poemario una retahíla de alabanzas sin ningún valor.

De tal forma que, en el «Canto a Extremadura», se puede encontrar una mezcla de múltiples emociones sugeridas por el color, el aroma y la diversidad del paisaje, que destaca el poeta llenando nuestro espíritu de variadas y sutiles sensaciones líricas, lejanas a los estáticos y reiterados lugares comunes que se suelen utilizar en este tipo de poemas:

Mancha tactos el aire, la palabra amarilla

las palabras ahumadas de calladas razones,

hay silencios larguísimos en donde el sueño brilla

hay hojas que parecen ya secos corazones.[136]

Además el tono épico citado no es lineal sino que, desde el comienzo del poemario, va  creciendo hasta llegar al poema «Tajo» vuelve a intensificarse en «Nueva Extremadura», donde el espíritu del poeta se desborda un tanto al hablar del hombre y la mujer extremeña hasta caer en algún tópico de encendida pasión por la gente de su tierra:

Porque somos así, pardos como la tierra,

duros como la roca y recios como el roble,

porque somos trabajo, porque somos la guerra

porque somos el alma más generosa y noble.[137]

Es cierto que en estos cuatro versos donde define las virtudes raciales del hombre extremeño (fuerte, luchador, generoso y noble) el poeta se desborda lo mismo que cuando en el poema siguiente describe las virtudes de la mujer extremeña recurriendo a tópicos (complemento del hombre, cálida, pacífica, madre de héroes y santos, refugio físico y espiritual de sus hijos). Pero también se debe reconocer que el lirismo creativo y el ímpetu empleado los hacen nuevos y la reelaboración resulta original:

                                       La que siempre es la madre con las alas abiertas

por cobijar al hijo sentido en el amor

y que tiene la casa con las puertas abiertas

y la lumbre encendida y escondido el amor.[138]

Además el «Canto a Extremadura» no es una simple descripción tradicional, pues el poeta hace uso de la técnica cinematográfica, que supo adaptar a su mensaje lírico imprimiéndole emoción y dinamismo. Así el «Canto» se presenta como una sucesión de secuencias, coherentes e interrelacionadas por el contenido descriptivo que comienza con una toma panorámica desde un lugar elevado («Castillo»), baja y encuadra las tierras de labor, donde se encuentran los cultivos típicos de Extremadura («Olivos», «Encinas», «Trigal», «Viñas», «Huertos»), enfoca la lejanía («Montes», «Cuadros»), toma un primer plano de los ríos («Tajo» y «Guadiana»), entra en los núcleos urbanos («Ciudades»), realiza una vista panorámica de la nueva tierra transformada en un lugar productivo por el Plan Badajoz («Nueva Extremadura») y de sus gentes («Hombre extremeño» y «Mujer extremeña») y termina con un primer plano de la Virgen de la Soledad, final del proceso inductivo que partió de lo general y ahora desemboca en lo particular, como queriendo insinuar que todo existe en función de un sentido divino.

Con esta técnica propia del cine el poeta consigue por un lado presentar los elementos fundamentales que integran y conforman el paisaje extremeño, físico y humano, de una forma ordenada y con un enfoque nuevo y original: «Me suponía en lo alto de un castillo y desde allí veía mi tierra extremeña»[139]. Y, por otro, como ya advertimos, conexionados dentro de la tradición religioso-guerrera de la historia de Extremadura y a la vez del momento presente desde una perspectiva interna centrífuga, que el poeta alcanza mimetizándose en perfecta comunión con el paisaje, austero y místico, como un elemento más de él:

Cielo y tierra: Paisaje. Mi corazón mendiga

el surco del otoño como grano de trigo,

quiero quedarme toda esta enorme fatiga

en el milagro hermoso de morirme contigo.[140]

De tal manera que Jesús Delgado Valhondo, en el «Canto a Extremadura», aparece más que nunca como un auténtico poeta extremeño, porque poetiza desde y sobre su tierra y además lo hace de una forma creativa y sincera a pesar de la naturaleza del certamen al que lo presentaba. Es por tanto el «Canto» el inicio y el final de una corriente frustrada de poesía puramente extremeña, a partir de la cual cuarenta años después podríamos hablar de la existencia de una lírica hecha en Extremadura y sobre Extremadura, que hubiera ahondado y posteriormente definido los rasgos de nuestra identidad regional para saber lo que somos, hasta dónde podemos llegar y hacia dónde debemos dirigirnos; cuestiones que por falta de una reflexión diversificada siguen sin ser contestadas al haber perdido la oportunidad lírica que supuso el «Canto a Extremadura».

Por otro lado con el uso de la técnica cinematográfica Valhondo consigue no verse obligado a marcar los cambios de un lugar (o concepto) a otro, al imprimir con ella continuidad e intensificación emotiva y de este modo evitar altibajos en la tensión espiritual y lírica del poemario que mantiene además siguiendo un hilo discursivo lleno de imágenes visuales, sensoriales y olfativas al describir la flora (encinas, álamos, olivos, robles, viñas, hierbas aromáticas), la fauna (ciervo, jabalí, águila, conejo y lobo), los accidentes geográficos (montes y ríos), hasta llegar al hombre y a la mujer extremeña.

Alejandro Pachón también encuentra en el «Canto» una relación entre la técnica empleada por el poeta y la que es propia del cine cuando dijo: «Aunque no tocara directamente la temática cinematográfica, su obra, como la de los creadores de imágenes escritas, no carece de estos enfoques. Su poesía, que en alguna ocasión se ha utilizado como fondo en ‘off’ para documentales, podría haberse filmado con la cámara de Néstor Almendros, con iluminación natural del atardecer, la hora bruja, resaltando las sombras y los brillos»[141].

En el «Canto a Extremadura», aunque Valhondo olvida sus intensas preocupaciones trascendentales, se pueden hallar algunos residuos de sus inquietudes espirituales como, por ejemplo, cuando siente unos fuertes deseos de mezclarse con el paisaje («para llevar más alto mi corazón latiendo, / para volar miradas en ansias de bautismo», «Castillo»), sufre intensamente al recordar el sacrificio de Cristo en el huerto de los olivos («yo también me arrodillo y oraciones me nacen / en el cáliz divino de noche de olivar», «Olivar»), lo invade el misterio («Yo no sé si la luna resbalando en el suelo / yo no sé si fue el búho inventándose el nido», «Encinas»), recuerda la soledad («La soledad destapa su velo y se desnuda, / sabe a mármol de hueso, a colmena dejada», «Huertos») o el sufrimiento de su vida y de su infancia («vengo de muchos años rodando en el camino / […]. / Mi corazón te ofrezco […] / en mi fondo de niño, por lo que yo he sufrido», «Ofrenda a la Virgen de la Soledad»).

Tampoco el poeta pudo totalmente desprenderse de su sentimiento religioso y muchos de sus versos se impregnan de una sutil religiosidad, que ahora no es producto de la angustia como en sus libros anteriores sino de la vinculación que el poeta encuentra entre los elementos del paisaje y misterios trascendentes de la religión (el olivo le recuerda la pasión de Cristo; la espiga, el cuerpo de Dios; la viña, a su sangre y la Virgen, el refugio y la protección que supone para el creyente):

y amarguras de sombras que recuerdan a Cristo.

Oh, bíblicos olivos, que mi tiempo deshacen.[142]

Quizá porque la espiga puede ser cuerpo luego

de Dios y salve al hombre de su duro vivir.[143]

Como olivar y trigo es bíblica la viña.[144]

recógeme en tu seno Luz de la Soledad.[145]

Jesús Delgado Valhondo no pudo eludir la expresión de su sentimiento religioso, aunque  olvidara momentáneamente sus fuertes intranquilidades, porque veía en el paisaje la obra de Dios y el medio para religarse a Él, no un mero adorno plástico; por esa razón el paisaje era el centro de su concepción religiosa del mundo. De ahí que poeta y paisaje aparezcan en el «Canto» en una perfecta comunión mística formando parte de la creación y por tanto de Dios, su principio y su fin.

No obstante llama la atención que en el «Canto» Valhondo centre su visión religiosa en la Virgen más que en Dios. Esto pudo deberse a dos razones: una, encaja mejor con el tipo y el tono épico del poema porque la Virgen tradicionalmente ha sido la protectora e intercesora del ser humano ante Dios, que no contesta a las preguntas del poeta. Otra, porque el «Canto», respiro espiritual en su búsqueda de la divinidad, es una ocasión propicia para pedir protección a la Virgen, en un momento vital en el que el poeta se encuentra agotado por su búsqueda infructuosa de Dios, como ya vimos en La muerte del momento, el libro anterior.

Sobre el valor del «Canto» existen varias opiniones que sorprenden porque no le reconocen las cualidades comentadas: una es la de Manuel Pecellín que opina de él: «Totalmente ocasional, reincide en los tópicos habituales de los cantos dirigidos a nuestra tierra»[146]. Nosotros, a pesar del crédito que nos merecen las opiniones de este agudo crítico, creemos que es una apreciación precipitada pues, si bien el «Canto» se hace tópico en los cuatro últimos poemas, el resto contiene un ímpetu sostenido, original, sin lugares comunes y con verdaderos hallazgos líricos. Quizá por este esfuerzo de creatividad, al final el poeta agote sus recursos y se vea obligado a basarse en ideas repetidas para terminar el poema, o bien es lógico pensar que el poeta conscientemente haya recurrido a ellos para hacer más directo y comprensible su «Canto» y llegar así mejor al espíritu del extremeño tan falto ayer como hoy de sentido regionalista. A esta afirmación llegamos por el hecho de que Valhondo a estas alturas es un poeta conocedor de su trabajo lírico y nos extraña sobremanera que a sabiendas cayera en la trampa de los tópicos sin más.

Y otra opinión negativa es la de Manuela Trenado que califica el «Canto» como «uno más de los que se han hecho a Extremadura», pero seguimos creyendo que este tipo de juicios se debe a un análisis rápido del poema porque, si tenemos en cuenta que su asunto ha sido tratado hasta la saciedad, es imposible no recurrir a algún tópico. Pero Valhondo lo compensa sobradamente con sentimiento y creatividad, resultado del conocimiento profundo del paisaje y del alma extremeña, con el que convierte en original lo que dice (por lo menos hasta las estrofas finales citadas).

Alejandro Pachón no sólo piensa lo contrario que los citados sino incluso asegura que la poesía de Jesús Delgado Valhondo sobre Extremadura llena las páginas definitivas sobre su gente, sus pueblos y su paisaje: «Aprendí, a través de su obra, que podía hacerse poesía lírica y descriptiva sobre esta tierra sin caer en el tópico o en la exaltación, sin enfatizar ni resultar cargante»[147].

Por otra parte José María Fernández Nieto afirma que la extremada sinceridad es el verdadero valor del «Canto»: «Yo concursé al mismo tema en que tú triunfaste […]. Creo incluso que era técnicamente mejor que el tuyo premiado […]. Pero ocurre que no podía sentirlo porque no conozco siquiera tu tierra […]. Sin embargo el tuyo me gustó extraordinariamente, porque tenía, además de mucha modernidad, una riqueza de conceptos compatible con la poesía ‘buena’ con la poesía esencial y verdadera […]. Y luego, tu poema, sentido hasta el tuétano, porque era el poema de un poeta extremeño»[148].

A estas virtudes sobre la calidad y la singularidad del «Canto», tendríamos que añadir otras como los recursos estilísticos empleados:

Imágenes de una gran calidad, calificadas anteriormente de “extraordinarios hallazgos líricos”, que se completan con otras como «los ángeles se encienden de azul», «niña / que vive de la sangre de un corazón de tierra» o «Y ese olor de la tarde cuando se cierra fría».

Metáforas tan sugestivas como «El trigal son los mares que anhela el extremeño»; las citadas anteriormente donde define con extraordinaria creatividad los animales representativos de nuestra fauna (ciervo, jabalí, conejo, águila y lobo) o «Ciudades que son sueños de siglos en la historia» o «[La mujer extremeña] La que siempre es la madre con las alas abiertas».

Símiles del tipo «como si fuese sangre sin encontrar sus venas».

Construcciones de carácter épico: «Encinar extremeño, mis heroicas encinas», «para llevar pequeños paisajes por el mundo», «Este Tajo extremeño que tiene a Garcilaso / metido entre su alma», «Agua viva bendice el campo. Y hace hermoso / el cielo», «Yo venero la savia del árbol de la épica».

Y, sobre todo, la gran abundancia de anáforas, utilizadas como recurso intensificador (igual que el anterior): «para ensanchar […] / para llevar […] / para volar […]»,  «o ha nacido del polvo […] / o ha nacido de tierra […] / o ha brotado […]», «el mar donde la sangre suda […] / el mar donde la tarde […]», «El Tajo […] / con el ansia […] / con su traje de hierro […] / con su sangre de arena», … Polisíndetos «y la luz de unas manos […] / y amarguras de sombras», «de rincones y esquinas […] / de piedras y de cielos […] / de plazas y callejas […] / de torres y murallas». Y asíndetos que refuerzan polisíndetos: «Alamos, pinos, robles. Y jaras y tomillos / y hueco de la roca y el agua desatada».

No obstante, a pesar de la trasparencia que domina el poema, se puede encontrar algún momento de oscurecimiento cercano al surrealismo en los poemas «Viñas» y «Huertos», donde parece predominar más el subconsciente del poeta que su voluntad innata de claridad lírica, aunque en nada desmerece la calidad de los poemas porque, precisamente en ellos, es donde el poeta consigue los momentos sugestivos de mayor lirismo:

La soledad destapa su velo y se desnuda,

sabe a mármol de hueso, a colmena dejada,

al aliento del ángel, al verde mar que suda

en rocíos de auroras, la serpiente y la espada.[149]

Apoya nuestra defensa de la originalidad del «Canto», el hecho de que no hallemos ninguna influencia palpable en él, si no es una leve reelaboración de un verso de Chamizo («Porque semos asina, semos pardos / del coló de la tierra»[150]), que creemos consciente: «Porque somos así, pardos como la tierra»[151]. O quizás la presencia del ritmo típico de los cantos épicos de nuestra literatura, pero adaptado al tiempo presente y a una realidad concreta que lo hacen, en caso de ser una influencia, original.

Sin embargo formalmente el «Canto» podría tener un modelo lejano en los alejandrinos del Mester de Clerecía, aunque la agilidad de los empleados por Valhondo, su factura moderna y la agrupación en serventesios llevan a pensar que su modelo más próximo, si acaso tomó alguno, se encuentre en el Modernismo y más concretamente en el Rubén Darío de Azul y en poemas como «Caupolicán»; aunque este parecido sería sólo formal porque, en el contenido, el poeta extremeño no es tan sanguíneo como el modernista.

Pensamos por tanto que es en el sentimiento sincero y en la originalidad del lirismo creativo donde radica el valor del «Canto», precisamente por no planteárselo el poeta como un trabajo de circunstancias sino como la expresión sincera de la comunión que sentía con su tierra y su gente en un momento positivo para Extremadura. Por ejemplo el comienzo del poema «Encinas» («Yo no sé si la encina ha nacido de roca  / o ha nacido del polvo que levanta el rebaño / o ha nacido de tierra seca, caliente y loca, / o ha brotado en la siesta o es un dolor extraño»[152]) nos reafirma en la defensa de la originalidad del «Canto», pues creemos que son unos versos muy distintos de los que se han escrito sobre la Extremadura tópica. Y esto es debido a que resulta difícil encontrar otro poeta en la literatura de autores extremeños que abrigara un sentido tan trascendente sobre el paisaje como Valhondo: «Cómo regresan ahora en cuanto notan la muerte cercana [se refiere a los extremeños emigrados]. Reintegrarse a la tierra para que hecho semilla pueda fructificar en roca, en flor, en árbol. O mejor, en espíritu de paisaje»[153].

La mímesis, que Valhondo sintió con su paisaje, hace que su «Canto» sea en conjunto el más sincero, sentido y original que se haya escrito sobre Extremadura, y que poemas como «Castillo», «Encinas», «Viñas», «Montes» o «Tajo» contengan momentos creativos de una extraordinaria lucidez, que sitúan al «Canto» formal y significativamente muy por encima de los poemas escritos sobre nuestra tierra.

CLAVES DE SU MUNDO LÍRICO

La cosmovisión poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentra íntimamente relacionada con una amplia serie de conceptos existenciales, que constituyen la base de la trascendencia humana, espiritual y literaria de su obra poética.

Unos se relacionan con la actitud que adoptó ante la realidad y los acontecimientos vividos (desde «Melancolía, angustia y vulnerabilidad» hasta «Idealismo y espiritualidad») y los restantes se basan en reflexiones realizadas por él para disponer de opiniones claras en las que apoyar sus elucubraciones líricas (desde «El dolor» a «La poesía y los poetas»):

Melancolía, angustia y vulnerabilidad

Valhondo, consciente de su condición imperfecta y finita, fue un ser contradictorio, angustiado y a la vez vitalista, que recargaba continuamente su esperanza porque, a pesar de la cruda realidad, creía en la posibilidad de que el mundo comenzara a ser mejor en cualquier momento.

Por esta razón llenaba también su corazón de ilusiones y sueños, situándose en la frontera donde se confunden el deseo de encontrar lo que se busca y el gozo de descubrir secretos en una contradicción muy humana de ser agónico, independiente y social al mismo tiempo, que se siente afectado por la relatividad de los acontecimientos diarios en los que, no según su voluntad, sino dependiendo de las circunstancias, unas veces participaba acompasadamente con los demás y otras sin embargo se encontraba dominado por ellas y lo arrastraban inevitablemente hacia la angustia junto a los otros, seres tan débiles e imperfectos como él: «La vida me ha llevado y traído de allá para acá, de la vida a la muerte, de la alegría a la tristeza, de la prosa al verso, de la calle a la casa, de la sombra a la luz, del amor a la poesía, a lo inefable, a mi propia y singular cultura. Soy orteguiano: ‘Yo soy yo y mis circunstancias’. Mi mundo espiritual y mi mundo físico, social: mi país, mi pueblo, la gente, la VIDA. Yo soy mi vida. He procurado conocerme a mí mismo. A veces he estado a gusto conmigo, otras, no. Una de las normas que me han traído y llevado por mi tiempo ha sido: El sufrimiento de los hombres no te traiciona nunca. He cantado lo que en cada momento me ha intranquilizado, movido, traído, llevado»[154]

De vuelta a casa le invadía la tristeza cuando meditaba en el silencio sobre sus imperfecciones y las circunstancias que rompían con frecuencia sus esquemas vitales y desequilibraban su espíritu de persona extremadamente sensible, a la que afectaban de lleno los defectos y quimeras del hombre cotidiano, anodino y sin horizontes, y la falta de sentires humanos y espirituales del individuo que, en el anonimato de la masa, se olvidaba de su espíritu y del bien común.

Por esta razón, Jesús Delgado Valhondo tenía un carácter vulnerable (reconocido por él con frecuencia), que lo arrastraba a la melancolía y a la angustia: «A los siete años sufrí mucho. Una huella imborrable. Con frecuencia me lleno a rebosar de melancolía»[155].

Contradicción y sensibilidad

Esas intranquilidades propias de un ser que busca, se confunde y vuelve a comenzar, llevaron a Valhondo a contradecirse, a pensar de forma distinta a como lo había hecho momentos antes y a preocuparse por estos cambios de parecer, dolido consigo mismo por la inestabilidad de su carácter: «Conocerme a mí mismo es harto difícil por variable prodigio de mi tiempo»[156]. De tal forma le preocupó este asunto, que llegó incluso a crear su propia teoría sobre su veleidad emocional: «No sé por qué ha de opinar siempre uno lo mismo. Es sano cambiar de ideas. Es importante en el hombre sentir inquietud. Si el hombre no hubiese cambiado constantemente de parecer, aún andaríamos afilando una piedra en la ladera de una montaña»[157].

La justificación de tal carácter se puede encontrar en el hecho de que Jesús Delgado Valhondo fue una persona muy sensible en un mundo demasiado artificial, mercantilista y práctico. De ahí que, aunque el entorno no acompañó sus deseos de autenticidad, su mayor interés fue siempre conocerse a sí mismo y a los demás como punto de partida para entender el mundo y sus misterios: «El amor es lo más importante en la vida para mí. Mi afición es mi manera de ser: la poesía, la lectura, la amistad, es decir, el conocimiento del hombre»[158].

Por esta razón, la bondad fue el punto de partida de la relación con su conciencia y con los demás: «Me serviría de gran satisfacción si el día de mi muerte alguien dijera: ‘Jesús era un hombre bueno’. Creo que esta sola frase serviría para justificar mi vida. Ser un hombre bueno es algo que intento cada día»[159]. Esta concepción amable, que en él se tradujo en extrema sinceridad, sólo le reportó una profunda decepción, porque su sinceridad en un mundo lleno de intereses no fue siempre apreciada sino ahogada muchas veces por la hipocresía, la desidia y la crítica destructiva.

Decepción y fracasos

A pesar de su empuje vital por conocer y llegar a la verdad, Jesús Delgado Valhondo se consideraba un hombre de fracasos, a los que le costaba mucho sobreponerse porque comprobaba, cuando creía haber desentrañado un misterio, que todo se le derrumbaba a su alrededor «cómo con la mayor facilidad me derrota y me nubla los ojos y me empapa el alma de sufrimientos»[160], aunque reconocía que debía habituarse a los fracasos: «Debería estar acostumbrado a ellos. Pues, no. No me acostumbro. […] A mí me siguen importando mucho mis fracasos. Y es que dentro debo tener un geniecillo de ésos que me martirizan en cuanto me derrumbo y se ríe de mí a carcajadas. Me sigue doliendo el alma en cada uno de mis fracasos»[161].

No obstante se llenaba de ánimos para superar los obstáculos de la vida y trataba de salir de la cárcel de la desesperanza aunque fuera confundiéndose, dudando y contradiciéndose, porque sabía que era la única manera de encontrarse a sí mismo y llegar a la verdad. Ese carácter indagador indica que para Valhondo la vida era lucha pues lo contrario sería «no luchar, ser el eterno vencido» y ese estado no cuadraba con su espíritu irreductible. Esta valiente postura sin duda fue un ejemplo de nobleza, dignidad y magisterio pues nos induce a seguir su ejemplo y a no sentirnos derrotados, es decir, nos da con ella una lección de vida.

Quizá la razón de su insistencia ante el fracaso se debiera a esa hiperactividad vital de la que, sin proponérselo hizo gala a lo largo de su vida pues necesitaba constantemente asombrarse, notar cómo le bullía el alma por las intranquilidades, llegar a lo extraordinario, emocionarse hasta el llanto más descarnado y humano, rebosar de vida y de anhelos, sentirse hombre hasta situarse incluso al borde del abismo y la autodestrucción[162] para recapacitar, serenarse y recargar de nuevo su esperanza.

Como poeta, su búsqueda de la palabra exacta y de la forma más adecuada para expresar justamente sus sentimientos hizo que se considerara un fracasado por no poder asir el concepto largamente buscado o el término imprescindible para redondear un poema. De ahí que hiciera extensiva esta sensación propia de fracaso también a los poetas: «Los poetas, […] son todos unos tremendos fracasados»[163].

Vitalismo y familiaridad

A pesar de los fracasos sufridos, Jesús Delgado Valhondo fue una persona cargada de ilusiones personales, que centró en su tierra y su gente: «Lo mejor que me ha dado la vida ha sido un montón de ilusiones que voy gastando alegre, generosamente, por ahí. […] Es una hermosa manera de ir tirando en este mundo cada día peor humanizado, materialista y sucio. Sin ilusiones no hay sueños. Sin ilusiones no hay fantasías. Un hombre que carece de fantasía ha perdido su mejor tiempo, por no saber interpretar su sentido y su sentimiento. […] El amor es llana y simplemente una maravillosa ilusión. Cuando se pierde, se ha perdido, irremisiblemente, todo. He puesto siempre la mejor, la más hermosa y poética ilusión en mi tierra extremeña; en sus paisajes y en sus hombres. Y nadie me despertará de este sueño: ‘No me podrán quitar / esta bendita ilusión, / esta manera de amar»[164].

Valhondo fue ejemplo sin duda de hombre que se sintió vivo y se reconoció imperfecto pero que trató contra viento y marea de superarse a través de una rectitud moral que le costó muchos contratiempos emocionales, pero ante nuestros ojos se presenta como un ser ennoblecido que es elevado ejemplo, prototipo, ser humano por antonomasia.

De ahí que podamos definir a Jesús Delgado Valhondo como un ser humano que sintió y sufrió al mismo tiempo. Sin embargo este dolor fue el que produjo una poesía sincera y cálida, que se hace familiar pues con ella se identifica al momento toda persona que tenga capacidad de estremecerse ante los acontecimientos y sentir humanamente, porque su sentimiento es un reflejo exacto del de sus semejantes. Por este motivo se llega a su espíritu tan pronto, por eso mismo nada más conocerlo se hace tan cercano lo que dice, y por esa razón el lector siente a la par y sus corazones palpitan al unísono, sustentados por el idioma universal de los sentimientos humanos.

Humanidad, sociabilidad e intelectualismo

Manuel Pecellín ha realizado acertadas descripciones de los aspectos más destacados del humanismo de Jesús Delgado Valhondo, que ayudan a conocer con más detalle su carácter social e intelectual. De su patriarcado de las letras extremeñas, ejercido espontánea y generosamente, ha dicho: «Es el corazón asombrosamente juvenil de la poesía extremeña, siempre pronto a repartir sus versos en recitales, generosísimo con cuantos se le aproximan, alentador lúcido de las voces recién estrenadas, tierno y delicado hasta la ingenuidad»[165].

Santiago Castelo también ha destacado la capacidad de Jesús Delgado Valhondo para guiar y unir contrarios en torno a su talante abierto y comprensivo: «Creo que la muerte de Jesús nos ha dejado un poco huérfanos y un poco desnortados. Porque Jesús era un hombre bueno, un poeta excelente y un factor de cohesión extraordinario. […] Él era un aglutinante magnífico: unía a todos. En su risa, en la magia de su palabra poética, en la maestría de su enseñanza, en el cariño de sus reproches, en el juicio atinado sobre personas y obras, todo en él era cohesión y cordura»[166].

Es cierto, una de sus tareas más humanas y líricas fue el apoyo incondicional que siempre ofreció a poetas y escritores jóvenes (Manuel Pecellín, Jaime Álvarez Buiza, Tomás Martín Tamayo, Manuel Martínez-Mediero, Ángel Sánchez Pascual, José Antonio Zambrano, José Miguel Santiago Castelo, Gregorio González Perlado) sin miedo alguno al relevo generacional, pues como dijo Álvaro Valverde: «No iba de poeta por la vida. No le hacía falta»[167].

De su espíritu abierto, su juventud (a pesar de su edad madura), generosidad, bagaje intelectual y experiencia de vida, Pecellín ha confesado: «Me impresionó siempre la juventud que derrochaba, sus ganas de vivir, esa impenitente generosidad de quien lo da todo, los profundos conocimientos de un lector incansable, la penetración sicológica del que ha vivido las circunstancias más diversas. Acercarse a Jesús es recibir un baño de optimismo»[168]. Es cierto, Jesús Delgado Valhondo congeniaba su espíritu angustiado de hombre solo con un sentido amable de la vida en la superficie.

Y de su defecto físico, al que se sentía indisolublemente unido porque lo consideraba un rasgo de su personalidad, Pecellín cuenta: «Una parpadeante cojera le da alas. Timoneados por bastones de todo género, sus pies entonan incansables la canción de la acera en busca del chiringuito donde compartir vasos y palabras. Contra el galeno que promete enderezarle lo torcido por la polio, insurge con ira: ‘¡Usted desea privarme de mis señas de identidad!'»[169]. Más tarde Cristóbal Cuevas sintetizó estas descripciones de Valhondo definiéndolo como «esa entrañable figura».

Juan María Robles, gran amigo y conocedor del alma de Jesús Delgado Valhondo, destacó de él su defensa extrema de la verdad como norma ética que identifica al ser humano comprometido y honesto: «Emeritense, es decir, clásico; soterrado, violento a flor de líneas, alguna vez, sin perder su paz, rebelde ante la injusticia o la mentira»[170] y sus dotes de buen conversador: «Hablador agudo, simpático, ameno y hondo»[171].

Juan Ramos Aparicio subrayó de la personalidad del poeta extremeño la relación existente entre su espíritu amable y positivo y el sentimiento estremecedor y edificante que destila su poesía sincera: «Tienes ese corazón que Dios te ha dado, grande y noble como la tierra que nacer te viera, tanta bondad que, por fuerza, el lirismo brota en permanente torrente de poesía, pero poesía que conmueve y hace sentirnos mejores»[172].

Antonio Bellido hizo hincapié en la conexión entre el poeta y el maestro, que supo congeniar la lírica con la docencia de tal manera que enseñó a sentir a los demás y a vivir el mundo, humana y trascendentemente: «Hombre de tierra adentro y sonrisa a flor de piel. Poeta por las cuatro esquinas. Y maestro de escuela, jubilado. Jubilado y jubiloso y juvenil. Maestro del verso y del recuerdo; maestro del hallazgo y del asombro; maestro de la humanidad; maestro de la amistad, árbol de la amistad; maestro del silencio»[173].

Eugenio Frutos destacó el ímpetu vital de Valhondo como resultado de sus deseos de conocer y vivir intensamente, indagando en la existencia y acumulando un bagaje humano y espiritual, que trasmitía a través de su hiperactividad y su interés por todo, a la vez que sin proponérselo lograba implicar a los demás en sus quimeras e ilusiones: «Su perfil humano es agudo, incisivo que se abre paso por la vida atento a su latir y amorosamente volcado sobre todo. […] He notado cómo la vida se iba acumulando en él para crecer y no para decaer, salvo en los momentos difíciles que todos tenemos. […] Su vitalidad nerviosa […] se ha ido reforzando y adquiriendo una fuerza de vida optimista que envuelve, arrastra y hace vibrar a su interlocutor»[174].

Santiago Castelo recalca del carácter de Valhondo su capacidad para congeniar contrarios sin resultar contradictorio y además conseguir con su vehemencia seguidores incondicionales que, como él, se vieron atrapados dulcemente por su desbordante naturalidad: «Desde que leí el primer poema de él todo lo suyo se me hace mío y me radicaliza; todo en él es una amalgama de lirismo y humanidad, de fuerza y delicadeza. Lo veo como el amigo que está ahí cálida la mano, presto el corazón, honrado y bueno; sus palabras generosas y desbordadas; su irrenunciable voluntad de extremeño cósmico»[175].

Estas palabras de Castelo son el resultado de la atracción que ejerció el espíritu transparente, el ánimo sin dobleces, la tranquilidad que se respiraba junto a una persona tiernamente sanguínea como Valhondo: «En torno a Jesús Delgado la vida se hacía más fácil, sencilla y llevadera. Él era la voz pronta, el genio vivo, la risa fresca y al mismo tiempo la sensibilidad más pura, el corazón más cálido, la palabra más exacta. A Jesús se le quería porque sí. No había que darle vueltas. Cuando se enfadaba y cuando se reía, cuando te contaba alguna vieja historia -siempre bellísima y llena de ternura- o cuando despotricaba como un niño porque veía una injusticia o un desafuero. Jesús era Jesús»[176].

Fernando Bravo corrobora la opinión de Castelo señalando que Jesús Delgado Valhondo tuvo un especial carácter que atraía por su humanidad y su amplio corazón: «La faceta simplemente humana de Jesús Delgado Valhondo es insoslayable, porque es una personalidad que, naturalmente, nos atrae de manera firme e imborrable; de él emana un entrañable y siempre vivo recuerdo. Jesús Delgado Valhondo es un puro corazón al viento»[177].

Joaquina Oncins, su esposa, destacó  espontáneamente (de la misma forma que los anteriores en sus respuestas más meditadas) el carácter cordial, sensible, generoso y sencillo de la personalidad de su marido: «No es excéntrico; cordial; sensible, muy sensible y muy melancólico. Tiene un espíritu generoso. Trata de limar lo áspero. Reconoce los defectos y virtudes de cada uno, pero siempre procura destacar el lado bueno. Es realista, con los pies en el suelo. Le gustan las cosas sencillas (porque es sencillo) como salir al campo, fijarse en pequeñas cosas, en las flores, en las plantas»[178].

Álvarez Buiza recordó a Jesús Delgado Valhondo con deleite y a la vez con la nostalgia propia del que conoció su profunda soledad: «Jesús-todo. Gozo y dolor. Tierno, tierno como pan recién nacido, como niño que surge, igual que un corazón ensimismado. Ojos de acompañada soledad. Manos de soledad sobre la frente. Ay, dulce amistad, abrazo dulce»[179].

Manuel Martínez-Mediero destacó el torrente incontenible de la personalidad de nuestro poeta, que supo equilibrar ímpetu con experiencia y singularidad con inteligencia: «Jesús era el mar y al mar no hay forma de contenerlo; no digamos de entenderlo. No se podía con él. Cuando tú ibas, él ya venía. […] y, sobre todo, fue maestro de una sabiduría profunda y rara»[180].

Ricardo Senabre, recordando a Valhondo recientemente fallecido, destacó la vitalidad y el intimismo como dos facetas complementarias de su personalidad desbordante y a la vez reflexiva: «Oigo su voz, su elocución entrecortada y vehemente, y lo veo pasar de la exaltación casi humorística a la confidencia y al susurro. Jesús, amigo leal, hombre de múltiples facetas y ninguna arista, practicaba en ocasiones una gesticulación extremada, a manera de muralla protectora que salvaguardara a un tiempo su ternura caudalosa y su recóndita timidez. Luego, la poesía dejaba al descubierto, inevitablemente, parcelas de ese territorio íntimo que él se había empeñado en celar con el mayor cuidado»[181].

Nos encontramos, por tanto, con una relación amplísima de detalles sobre la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo, sobre el hombre y su espíritu, que descubren a una persona especial, contradictoria unas veces, segura otras; con un corazón juvenil, a pesar de su edad;  entrañable con cuantos solicitaron su amistad; vitalista y activo; fácil para la amistad; bondadoso e ingenuo; delicado y sensible; optimista y positivo en su relación con los otros; melancólico, en soledad; ejemplo de aceptación de sí mismo; rebelde contra la injusticia; soñador empedernido y, a la vez, realista; sencillo y afable hasta la ternura.

Como intelectual Jesús Delgado Valhondo fue siempre un alentador de todo lo que fuera cultura: gozó de un espíritu abierto[182] y un amplio bagaje que fue resultado de su apasionada experiencia vital, de ser un lector incansable lleno de curiosidad y de la participación en incontables actividades literarias. Fue un agudo conocedor de la condición humana; clásico, tradicional y moderno; lírico humanísimo, delicado y conmovedor; maestro del asombro y del silencio; poseedor de un ímpetu desbordante, que impregnaba con su alma de extremeño y de hombre con pretensiones humanas universales.

Y, lo más importante de todo, Jesús Delgado Valhondo, más que  hombre y más que poeta, fue espíritu contradictorio, luchador y buceador del alma: «El hombre que no tiene preocupaciones, que no lucha en la vida, que no es movido por una intranquilidad […] está completamente acabado, ha jubilado su corazón»[183]. Su fe y su razón convivieron indisolublemente en una constante pelea entre el idealismo de un mundo mejor y la dura realidad, entre la creencia sin más y la negación racional, entre los anhelos de Dios y sus imperfecciones, entre sus sentimientos y sus pasiones, entre su irracionalidad y su conciencia, entre el querer decir y sus limitaciones, entre sus ansias de eternidad y su finitud: «y ahora que me queda poco camino que recorrer, me angustio en una lucha contra el tiempo y contra mí mismo», dijo sentidamente pocos días antes de morir[184].

Todas estas características humanas se dieron en Jesús Delgado Valhondo. La sinceridad y el número de sus autores certifican la objetividad de sus contenidos y muestran la existencia de una poderosa personalidad lírica en nuestro protagonista, que Santiago Castelo ha sabido resumir en estas palabras: «aquella voz de Jesús cauterizadora y torrencial, desbordante y vivísima … Era un hombre sin aristas en una tierra áspera y dura»[185].

Visto así, Jesús Delgado Valhondo, que se definía como «un hombre cualquiera. Y nada más», no fue únicamente un hombre común y un poeta conocido, sino que adquirió una dimensión lírica más amplia por ahondar en su riqueza anímica de persona que superó con creces el simple hecho de escribir poesía, a través de la que trasmitió sus intranquilidades más íntimas a los demás con los que quiso estar continuamente en comunicación y en comunión, porque entendía que todos los hombres son un mismo hombre.

Es decir, su poesía es intrínseca a su experiencia vital porque escribió como hombre y para el hombre, de tal forma que su lírica es un reflejo exacto de su personalidad. Así lo detectó Arturo Gazul cuando dijo: «Hay también raros seres, naturalezas excepcionales, íntegramente poetas en su vida como en su obra, con la lámpara de la poesía perennemente encendida en su corazón, a todas horas, en todo momento, tan dulces y generosos en el amor como en el dolor. Usted es uno de ellos, un poeta íntegro, totalmente. Acaso mi único mérito sea descubrir al hombre tras de su obra literaria»[186].

Y, por último, Jesús Delgado Valhondo gozó de un carácter campechano, tierno, amable, apasionado, fruto de su riqueza humana y de su comprensión de la  imperfección y la grandeza del hombre: «Nos habíamos escabullido de no sé qué acto oficial y anduvimos juntos por aquellas calles apacibles y luminosas. Jesús me enseñó algunos ejemplos magníficos de la arquitectura local, pero enseguida sospeché que lo que él quería era guiarme por otro más recóndito itinerario: el de la geografía humana de Olivenza. Y fue entonces, mientras compartíamos unas copas, cuando descubrí a un Jesús Delgado Valhondo aliado con los placeres genuinos de muy palmarias enemistades con los perifollos de la literatura. A medida que progresábamos en el consumo de los cálidos y enterizos vinos de Barros, se me fue mostrando Jesús como un poeta equidistante entre el desdén y la pasión. Parecía creer en muy pocas cosas, pero esas pocas cosas las defendía con tesón inquebrantable»[187].

Este carácter tan abierto hizo que amara la amistad sobre otras virtudes humanas y la cultivara personalmente o a través de cartas que hoy constituyen un amplísimo e interesante epistolario, en el que podemos descubrir su espíritu transparente y entregado a los demás, sin perjuicios ni vicios que empañaran su singular sinceridad.

Por consiguiente no podemos de ninguna manera seguir considerando a Jesús Delgado Valhondo simplemente uno más entre los primeros, porque su extraordinaria personalidad lírica obliga a destacarlo entre otros y a sacarlo por justicia de la impersonalidad de la masa, donde sin quererlo lo han situado incluso los que han tratado de destacarlo repitiendo tópicos, pero sin profundizar en su conocimiento personal.

Idealismo y espiritualidad

En el acto de nombramiento de hijo predilecto, celebrado en Mérida poco antes de morir, Jesús Delgado Valhondo justificó su actuación humana con una frase lapidaria: «Sólo he cumplido con el deber que me dictaba mi condición de hombre», es decir, su conciencia espiritual. Esta afirmación, sencilla y humana a la vez, conecta con el hecho de que agudamente se le ha llamado «Juan alma»[188] una exacta definición: «Juan» porque con su extrema humildad (forjada en la convicción de quien conoce su insignificancia en el universo) fue un hombre más que podría representar a cualquier persona sencilla de la calle, del pueblo, y «alma» porque siempre estuvo indagando en la suya y en la de los demás.

Fue por tanto Valhondo un ser de vida espiritual consciente e intensa, que investigó en sí mismo y en su entorno; no fue un ser anodino ni vacuo como los acomodados en la mediocridad y el amparo del anonimato de la masa. Así, su poesía está impregnada de ese sentido anímico con que convertía en trascendente su experiencia vital cotidiana: «He tenido toda la vida por norma entre otras vivencias, sentimientos e intranquilidades dos frases que me impresionaron de tal manera que, a veces, hice de ellas norma de vida: una, conócete a ti mismo y, otra, el sufrimiento de los hombres no te traiciona jamás»[189].

Y es que Jesús Delgado Valhondo fue un ser humano que atendió por igual a su cuerpo y a su espíritu. Nada que le ocurriera a él o a los demás le era indiferente (lo mismo le preocupaba su casa que su entorno, su estado espiritual que el de los demás). Se sintió humano y actuó como tal; por este motivo fue una persona que vivió, sufrió, amó, meditó, observó y se comunicó con los demás apasionadamente: «En algo tiene que demostrar el hombre que su nivel de vida ha subido y en vez de vestirse por dentro […] se viste por fuera. […] antes vestirse por dentro, colmar el alma de poesía, el corazón de amor, el cerebro de hermosas ideas, de bellos pensamientos, de tiempo inacabado. Después de la elegancia espiritual, la corporal»[190].

Esta postura vital hizo que Jesús Delgado Valhondo fuera un ser consciente por un lado de sus raíces espirituales, entroncadas en el cielo donde se encuentra Dios y, por otro, de sus conexiones materiales, enraizadas en la tierra y el paisaje en el que vivió con los demás y a la vez dentro de la masa, su aprecio por la meditación, lo hizo sentirse ser independiente y solo. De ahí el intimismo y la voz personal, que surge de su espíritu y hacen característica su poesía.

Pero Jesús Delgado Valhondo fue además un ser social, un hombre comprometido en medio de un mundo materialista lleno de contradicciones, que había olvidado el cuidado del espíritu. Y esto lo hizo ser crítico consigo mismo y con los otros. Tal postura lo arrastró a verse invadido constantemente por intranquilidades (como él llamaba a sus inquietudes) que le producían su actuación contradictoria y la de los que vivían en su entorno. No obstante pensaba que las intranquilidades eran necesarias para mantenerse consciente y para conseguir un mundo mejor: «‘Tú, tranquilo’. Estirado y altanero. Sin importarte lo que a tu alrededor pasa. Sin escuchar lo que oyes. Sin ver lo que miras. Sin aprender lo que lees. […] ‘Tú, tranquilo’, es una estupenda frase para imbéciles. Frase hecha para gente de ‘poco pelo’, corta de genio, de escasa mentalidad y de limitadísima imaginación. […] Tú, amigo, intranquilo, preocupado -ocupado en tu problema-, porque el mundo entero necesita de tu preocupación constantemente. Tú, latiendo, impulsando, motivando, agitando y acrecentando al mundo. No puedes estar tranquilo mientras haya sobre la faz de la tierra ambiciosos y confusos»[191].

A la vez su espíritu estuvo constantemente lleno de preocupaciones espirituales, melancolías que en su meditada soledad le produjeron continuos desencantos al palpar sus imperfecciones físicas y espirituales y comprobar en sí mismo y en los demás la incapacidad del hombre para resolver incluso los pequeños problemas de la vida cotidiana y llegar a la perfección moral. Estas preocupaciones le harán en soledad (no en compañía de los demás) ser una persona de ánimo depresivo, melancólico y angustioso, golpeado continuamente por las intranquilidades de su espíritu sensible[192].

Ese martilleo constante en su mente le hará añorar la paz en su alma, ser insensible a la realidad y a los problemas que de ella se derivaban sin descanso y acosaban su alma dejándola en carne viva. A tanto llegó esa presión sicológica que en más de una ocasión su mente torturada y rebosada de una profunda tristeza abrigó la idea del suicidio[193].

Pero enseguida arrepentido volvía a recobrar la esperanza en un mundo y un hombre mejor, en quien confió siempre y a quien aprendió a perdonar sus errores, habituado a autoperdonarse y a ser consciente de que él mismo era un reflejo de los otros. Esa postura espiritualmente humilde es la que se observa en la voz personal de su poesía más auténtica que, aunque impregnada de angustia, guarda unos tremendos deseos de superación después de cada momento de duda: «Sin ilusiones no hay sueños. Sin ilusión no hay fantasía»[194].

Valhondo también fue un hombre digno porque pudiendo vivir inconscientemente, su extremada sensibilidad no le permitió vivir de puntillas, insensible y de espaldas a sus problemas y a los de los otros («Yo me siento orgulloso de ser hijo de mi pueblo. De ser pueblo»[195], decía). En él se detecta una lucha espiritual entre su fe, que lo convencía de su origen divino, y su razón, que le recordaba constantemente sus limitaciones y lo angustiaban haciéndolo vacilar, aunque estaba convencido de que el principio de la creencia es la duda: Deseaba creer en Dios y en el hombre; sentía la naturaleza, a la que quiso como obra de Dios y por eso mismo donde lo buscó anhelantemente.

Pero Dios no aparecía ni se manifestaba de ninguna manera y, mientras, él naufragaba en sus contradicciones y sus circunstancias materiales como ser finito. Y en su peregrinar diario hacia una inalcanzable cima, donde deseaba y esperaba encontrar a Dios, caminaba dificultosamente con sus vacilaciones y límites, que se agigantaban al sentir los de sus semejantes, compañeros en ese interminable camino hacia la vida verdadera.

La dignidad ascética y espiritual, que fue tan personal y sincera en Valhondo, no se encontraba sólo en su alma sino que también en la vida diaria defendió con valentía lo que dignamente consideró justo sin importarle las consecuencias. Y su idealismo lo llevó a intervenir en política con el único fin de poetizar esta actividad tan falta de sentimientos; cuando entendió que no podía hacer nada, se retiró sin rencores, más dolido con él mismo que con los demás. Y es que Jesús Delgado Valhondo fue un idealista en cuya mente abierta cabía holgadamente un mundo más humano y un hombre menos problemático. Pero ese hombre en el que creyó no tenía su sentido trascendente de la existencia, ni se consideraba parte de una concepción divina del universo, ni sabía ver la naturaleza ni la maravilla de la creación ni la grandeza de su creador y no cuidaba su espíritu; sólo era imperfección y limitaciones.

Esa espiritualidad, que impregna su condición humana, anímica y poética, procede de su experiencia personal, cuando la enfermedad infantil lo llevó a meditar antes de tiempo en el silencio y la soledad, donde sus sueños de niño bien pronto se llenaron de dolor y angustia.

El dolor

El dolor es el primer concepto fundamental que arraiga en Valhondo. De él surgen otros en su filosofía vital y lírica no menos enraizados y trascendentes como la meditación, el silencio, la soledad, la muerte y Dios. Su temprano encuentro con el dolor lo hizo comprobar en sus carnes la fragilidad del ser humano, y lo convirtió en un ser humilde, amante del silencio, de la soledad y de la vida pero, por eso mismo, preocupado por la muerte y por ello anhelante siempre de Dios.

Con sólo seis años una grave enfermedad lo abate, física y espiritualmente, durante años. Médicos, sufrimiento y dolor. Su fortaleza espiritual y vital (extraña en un niño) lo sobreponen y una vez superada la enfermedad aprende a encontrar el lado positivo del sufrimiento. Piensa que el dolor es necesario para el alma y para el cuerpo, porque no hay hombre completo si no ha experimentado la amargura de la pena y la dulzura de la melancolía, si no ha moldeado el espíritu con el llanto ni el corazón con el dolor: “El dolor se hizo placer / el placer se hizo dolor, / se fundieron en mi pecho / en forma de corazón”[196].

No obstante, a pesar de la facilidad que Jesús Delgado Valhondo tenía para sublimar el dolor, quedará en su ánimo una tristeza latente cercana a la hipocondría, debida a su triste experiencia infantil, a su fracasada búsqueda de Dios y a la serie de hechos luctuosos que le sucederán en su larga vida (no son sucesos distintos a los que les han ocurrido a los demás, pero a él le afectaron sobremanera). Esa tristeza latente se detectará en toda su poesía, pues Valhondo encontró en la expresión lírica un bálsamo para serenar su ánimo, ajado por la pena. Así la poesía fue un sedante, que le tranquilizaba el alma y le aportaba calma a su espíritu angustiado.

Por esto también el dolor en ocasiones adquiere en Valhondo no sólo un sentido humano y físico sino también lírico y trascendente: “Pintor: / píntame el pensamiento / de este crítico momento / de dolor, / y hazlo eterno”[197]. Esta concepción del dolor arraigó generalmente en aquellos escritores que indagaron en el sentido trascendente de la existencia como por ejemplo Azorín que aseguró en una ocasión:  «El dolor es bello; él da al hombre el más intenso estado de conciencia; él hace meditar; él nos saca de la perdurable frivolidad de la vida». Valhondo también concebía el dolor como un medio de fortalecimiento espiritual del ser humano: «El hombre que no ha pasado por el sutilísimo tamiz del dolor, es hombre que tiene su espíritu sin cultivar»[198].

Sobre el sentimiento opuesto, la felicidad, Valhondo pensaba que sólo era una ilusión[199] y, como el hombre vivía de ilusiones, el hombre gozaba de felicidad incluso dentro del dolor. No obstante en Valhondo sólo se trata de una idea teórica, porque en la realidad sus múltiples intranquilidades lo convirtieron en una persona espiritualmente angustiada por un exceso de reflexión[200].

El silencio, la soledad y la meditación

Estos tres conceptos aparecen juntos en la época de dolor que sufrió Jesús Delgado Valhondo. Silencio en la casa, en la calle, en el alma. «Amo el silencio desde el día que me quedé solo», decía. Silencio de soledad, silencio de meditación, de encuentro con uno mismo, con los demás y con las cosas[201]. A lo largo de su vida hubo momentos en que necesitó estar en silencio y él voluntariamente se apartaba del ruido a un lugar retirado en el campo o en la ciudad, porque allí el silencio lo purificaba e, instalado en su soledad interior, meditaba con mejor perspectiva sobre los hechos, se acercaba más limpia y fácilmente a la comprensión del mundo, a los demás y las cosas: «A veces he querido romper las rocas o las murallas con palabras. Ha sido inútil mi esfuerzo. He querido abrir puertas en la noche cerrada por la oscuridad con la luz del grito, y no he conseguido nada. No me he desesperado ni me he encontrado vencido, aunque sí fatigado, y he pegado en los objetos más al uso -el pisapapeles, la pitillera, la cartera- sobre la mesa donde escribo, una etiqueta con la palabra SILENCIO»[202].

En el silencio Jesús Delgado Valhondo encontraba más poesía que en la voz y en la palabra, aunque advertía que era necesario aprender a escucharlo, porque había silencios distintos: el de una plaza de toros es diferente al de un teatro, y éstos distintos al de una catedral o un circo: «Quedarse uno en la catedral. Solo. Rasgar las sombras. Fuera sentir un caos de seres humanos que se arrastran por la ciudad. […] el circo. Redondo silencio. El trapecio descansa sobre brazos invisibles de miradas llenas de angustias y ansiedades»[203]. A tanto llegó su atracción por el silencio que se atrevió a decir: «Lo más bonito que hay en Madrid son los cementerios, que tienen un silencio especial»[204].

En varias ocasiones Valhondo hizo referencia al valor paradójico de dos tipos de silencio que le llamaron siempre la atención: el silencio de los gestos y el silencio del silencio[205]. Siempre le atrajo encerrarse en el silencio y la soledad para observar y meditar sobre las cosas, dialogar con ellas, poetizarlas, darles personalidad y vida con su vida.

Por esta razón se sintió conmovido por los muebles viejos, entre cuyas grietas encontraba gestos, miradas y palabras de la gente que los usó y dejó sobre ellos trozos de existencia y de espíritu. Las cosas tienen su fin en las ruinas y por este motivo también Valhondo se sintió atraído por su misterioso ambiente, en el que se conservaba una herencia histórica, cuyo espíritu (latente en ellas) les imprimía la solera de años y siglos, de sus antepasados (del artista, del místico, del guerrero) y de sus orígenes (éste será el tema central de Los anónimos del coro)[206]. Sin embargo, también las ruinas le sugerían la destrucción a que lleva el tiempo al ser humano y a las cosas; por este motivo, el tema de las ruinas se hará frecuente en la poesía de su etapa crepuscular (Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro).

La gama de silencios que escuchaba es otra muestra más de su extremada sensibilidad, por medio de la cual logramos conocerlo y aprendemos a escucharlos. Extraordinaria labor, por tanto, de intermediación a través de la lírica o, mejor dicho, a través de la hipersensibilidad de un ser humano especialmente sensible, transmutado en poeta que iba al campo a escuchar cómo crecía la hierba: «en más de una ocasión en plena juerga con los amigos, sentía unos enormes deseos de soledad y silencio. Los dejaba y entraba en la primera iglesia que veía abierta a darme un ‘baño de silencio’. Allí me colocaba en un rincón a contemplar a las beatas, que estaban rezando el rosario, y me encontraba agustísimo. Yo he pensado si no sería una reminiscencia a mis 18 años, de mis vivencias infantiles con el silencio y la soledad»[207].

Valhondo decía: «La cosa que más me ha importado en mi vida es la soledad, que es la fuente de todos mis bienes, y el silencio. Como consecuencia he sentido siempre un gran interés por conocerme a mí mismo»[208]. Soledad interior, lucha individual contra la enfermedad que lo quiere destruir, ayuda familiar y médica, rodeado, atendido y arropado por sus padres, hermanos y médicos, pero solo.

La soledad en compañía de otros será un punto primordial en su poesía, porque para Jesús Delgado Valhondo no existía mayor soledad que el vacío del espíritu, aunque se encontrara acompañado y protegido: «El hombre es un ser tan perfectamente acabado, que vive aisladamente en mitad de una multitud. Más aislado entonces que en pleno campo o en pleno desierto. Porque en pleno desierto está consigo mismo. Un hombre que no puede estar solo carece, en primer lugar, de imaginación» aseguraba con su experiencia de hombre solo (no solitario). Valhondo se encontraba consigo mismo precisamente cuando estaba rodeado por personas, que eran su punto de referencia y su reflejo. No obstante, a pesar de su atracción por la soledad, fue un hombre muy sociable que no rehuía cualquier oportunidad de estar con los demás y hacer amigos conociendo y llenando su espíritu de la gratificante y gozosa relación con los otros.

Pero Jesús Delgado Valhondo distinguía dos tipos de soledad: «Hay una soledad espiritual y una soledad física que se llama aislamiento»[209]. La soledad espiritual le era necesaria para reencontrarse consigo mismo y meditar, y la soledad física lo angustiaba porque la sentía cuando se encontraba aislado, naufragando en el mar de sus intranquilidades. Por esa razón si alguna vez caía en ellas, iba en busca de los demás para «llenarse de compañía».

Sin embargo no le gustaba la compañía de la masa, porque entendía que ésta intentaba cosificar al ser humano despersonalizando al individuo: «Los hombres son dados a concentraciones, ejércitos, etc., que quieren ser rebaños»[210]. Ahora bien, era partidario de la muchedumbre, cuando «no intenta ‘formar’ a nadie, sino que va simplemente. Todo el pueblo va como el agua del río, que parece que siempre es la misma y siempre es distinta», decía[211]. Esta idea la desarrollará en Un árbol solo.

También Jesús Delgado Valhondo afirmaba sobre la soledad: «El hombre siempre está un poco solo. La soledad es la mejor querida que puede tener uno. Yo siempre he amado mucho mi soledad, me sosiega, me deja pensar». Pero advertía: «Yo la tengo, no la busco; me pasa lo que a Picasso cuando decía que él no buscaba, encontraba»[212]. Su concepto de soledad, dramático y arraigado, procede de la trágica experiencia de estar rodeado por personas que lo querían ayudar y sin embargo no podían hacer nada por él. En esa paradoja se encontraba el tipo de soledad más dramático que concebía Valhondo, porque sentía que ésa era la misma soledad que sentiría en el momento de su muerte, en el que estaría dramáticamente solo[213].

Esa soledad espiritual es la que temía Valhondo porque entendía que el hombre sin un alma fortalecida se encontraba totalmente indefenso ante la muerte y que el ser humano, sin fuerza espiritual, no podría concebirla más que como finitud y destrucción. Ese vacío del espíritu es la soledad que angustia al poeta, sobre todo a partir de La montaña, y se acentúa en libros posteriores hasta desembocar en Un árbol solo. Los continuos fracasos de su búsqueda de Dios lo arrastran hacia el desencanto, el escepticismo e incluso el abandono hundiéndolo en un abismo desgarrador, porque la muerte que notaba cada vez más próxima lo iba a sorprender vacío, realmente solo, sin defensas espirituales que le proporcionaran la esperanza en Dios y en la inmortalidad.

La capacidad espiritual de sublimar conceptos y hacerlos trascendentes lo llevó a que la soledad provocara en su ánimo múltiples sensaciones paralelas y contrapuestas, pues la soledad era también un extraordinario modo de independencia y de fortaleza, de preocupación y también de contradicción y de lucha: «Todo hombre que sea un verdadero hombre debe aprender a quedarse solo en medio de todos, a pensar en él sólo por todos; y a estar, en caso necesario, contra todos»[214].

La meditación, una de sus pasiones, fue consecuencia de la atracción que sintió por el silencio y la soledad y su interés en conocerse a sí mismo a través de la profundización en su alma y, de ese modo, llegar a los demás. Por medio de la meditación dialogaba consigo mismo, descansaba y aprendía en el silencio a encontrar la palabra justa, a desentrañar los misterios y a observar.

La observación era para Jesús Delgado Valhondo el silencio escuchado atentamente, cuando recapacitamos en nuestro cerebro y nuestro corazón y nos adentramos en nosotros, recorremos nuestros entresijos y seguimos el sendero que nos lleva a los demás por el camino de la creación, que es la reflexión hecha palabra o poema. La meditación es un ejercicio mental, practicado por Valhondo con frecuencia que además de satisfacciones le producía las intranquilidades ya comentadas, porque siempre estaba insatisfecho consigo mismo. Ese viaje a su propio ser le descubría sus imperfecciones y le indicaba cuán lejos se encontraba de su meta personal y de su anhelo de llegar a Dios y a los demás. Aquél enigmático; éstos y él mismo, volubles e imperfectos: «Sin observación, sin conversación, sin amistad con las cosas, no solamente no hubiera habido progreso, ni siquiera conocimiento, ni siquiera razón»[215].

La pena y la tristeza

El profundo sentimiento de fragilidad citado hará que Jesús Delgado Valhondo se vea invadido por la melancolía y que incluso sus mejores momentos vitales estén impregnados de la triste provisionalidad de quien se sabe, mejor que nadie, fugaz y caduco. Una pena honda y una latente tristeza lo acompañarán fielmente a lo largo de su vida, hasta el punto de llegar a necesitarla y desearla[216].

No obstante la pena y la melancolía, lejos de apartarlo de sus semejantes, hicieron sus sentimientos comunes a las emociones de los demás: «La miseria material parece ser cantada por el poeta para que sea sentida en todos los seres y hermanarlos»[217]. Valhondo, buen conocedor de la pena y la tristeza, había fraguado una teoría sobre ambos conceptos: «Lo grave es que a la pena se termina queriéndola. […] Personaliza la pena y agrada porque al que la posee lo hace interesante, como el luto. Una mujer de luto es atrayente. […] La pena se extingue cumpliéndola o cantándola. El cante jondo ha redimido mucha pena por seguidillas o por soleares. Además, la pena es voz de pueblo y, por lo tanto, comunicativa y contagiosa. […] La tristeza, sin embargo, se alimenta de resignaciones, pereza, heridas, recuerdos de tiempo pasado, del atardecer, del llanto contenido y hasta de renuncias. […] La pena es comunitaria. La tristeza, no. La pena pasa o se cura. La tristeza queda. Es como una enfermedad crónica. Se llama hipocondría»[218].

Es decir, pensaba que la pena se podía conjurar con la poesía; sin embargo, la tristeza era un revulsivo necesario para forjar el espíritu, sin el que no entenderíamos la voz de nuestra conciencia, generalmente apesadumbrada: «[…] Cantemos nuestras penas para que se nos vayan volando como palomas al pinar. Y a la tristeza conllevémosla para que nos mueva el ánimo y nos ayude a los trabajos del alma»[219].

La melancolía de Jesús Delgado Valhondo, unida a su creatividad y a su profundo sentimiento religioso, será fundamental para comprender su concepción de la vida y, por consiguiente, de su obra lírica, porque un hombre melancólico, que es además poeta, se halla más aferrado a la existencia que una persona común al sentir más intensamente su peso, que es cuando el poeta consigue ese decir inefable, que lo distancia del hombre cotidiano.

Además Jesús Delgado Valhondo llegó a detectar unas fuerzas superiores, instaladas en la sobrerrealidad, que lo dominaban y lo hacían naufragar constantemente a capricho sin que pudiera hacer nada por dominarlas. Por esta razón se definía así: «Yo soy yo cuando dispongo de mí». Sin embargo cuando conseguía disponer de él en la soledad deseada de su conciencia, se agigantaba, se ennoblecía, se confortaba y se encontraba: «Quédate contigo mismo. Sueña mientras sientes, como la sangre es savia que alimenta el árbol en que vives. Apaga la sed que te abrasa con la copa de tu corazón. Deja a la mente vagar. Anda sin escaparte de ti. Agárrate del brazo de tu soledad y cuéntale tu novela -como yo le canto mi poema- mientras subes la montaña del día a día o latido a latido»[220].

Aunque, como ya hemos comprobado en la mayoría de las ocasiones, la soledad no le resultó tan gratificante como asegura en este texto, pues en la realidad la tristeza lo hundía en la melancolía y lo alejaba de la felicidad: «A quien no se le puede pedir que hable de alegría es a los poetas […] andan mal enterados del bolsillo donde está la alegría […] Quien no la tiene es porque no quiere. O porque el bolsillo no está en el espíritu, sino en el dolor de la chaqueta […] La alegría quita preocupaciones ¿Qué sería un mundo sin preocupaciones?»[221].

El asombro ante el misterio

Jesús Delgado Valhondo fue un ávido observador del mundo, consciente de formar parte de un universo grandioso que sólo podía haber sido creado por Dios. Esa avidez observadora lo llevó continuamente al asombro que le producía el misterio del mundo, del ser humano y de la divinidad, y se convirtió en su alimento espiritual: «El hombre necesita del misterio y del milagro cotidiano para poder seguir viviendo de rentas espirituales»[222].

De ahí que uno de sus mayores encantos en la vida fuera la aventura, ser ignorante de lo que iba a ocurrir en el futuro porque sostenía su esperanza, lo intranquilizaba y mantenía intactas sus ilusiones. Además pensaba que el misterio bien asumido no preocupaba sino por el contrario confortaba, tenía encanto y magia pues le resultaba un placer y una necesidad espiritual descifrar secretos. Por eso el poeta para Valhondo cumple una función aclaradora pues desentraña misterios, le pone nombre a lo que no lo tiene y especialmente trata de comprender al hombre, que sigue siendo un misterio inexplicable.

Tanto fue el interés de Valhondo por el misterio que incluso la vida de los minerales y las piedras («‘Vive’ la piedra. Se mueve en un proceso de cristalización», decía) atrajo poderosamente su atención, pues pensaba que el hombre deseaba mineralizarse, convertirse en polvo, volver a la naturaleza de donde surgió. El problema de Valhondo fue que espiritual y sentidamente intentó resolver los misterios y entender el problema de la vida, pero la existencia no es un problema para ser resuelto sino un misterio para vivirlo. Y él se vio acuciado por tres grandes e irresolubles misterios: Dios, tiempo y muerte.

Para Valhondo la salsa de la vida se encontraba en la capacidad personal de asombro, en ir descubriendo cada día un trozo nuevo del mundo que lo rodeaba, en bucear en su espíritu como si se tratara de un terreno virgen por descubrir, donde degustar los hallazgos con el asombro de un moderno descubridor. Además Valhondo concebía los descubrimientos con un sentido trascendente, porque entendía que en ellos el hombre medía su profundidad de vida y su compromiso como ser humano y divino. Descubrir misterios, vivir asombros era para él una buena muestra de que estamos vivos, de que somos.

En ese afán por desentrañar misterios, Valhondo aumentaba su capacidad de asombro ante lo que no conocía e iba descubriendo y como consecuencia ganaba en lirismo conforme los asombros del mundo se le iban convirtiendo en misterios cada vez más insondables: “Todas las cosas se quedan, / de pronto, tras de la esquina / Dios en la noche se duerme / como un mar de agua limpia”[223].

El tiempo y la muerte

Pero ese deleite de descifrar misterios, de descubrir el mundo día a día, se hará angustioso en Jesús Delgado Valhondo cuando compruebe su incapacidad para desentrañar los enigmas más trascendentes y por tanto los que más le preocupaban.

Valhondo concebía el tiempo como el aliado de la muerte, porque lo arrastraba irremisiblemente hacia el final no sólo de su vida física sino también espiritual, es decir, para él no se trataba únicamente de la extinción de su cuerpo sino además (y es el hecho que más le preocupaba) de su conciencia y, por tanto, de la esperanza de inmortalidad. Además el tiempo le producía la necesidad urgente de desentrañar misterios antes de que se le agotara y, como sufría fracaso tras fracaso, se angustiaba porque cada uno de ellos le restaba un tiempo del que ya no volvería a disponer: «Los poetas, como son unos tremendos fracasados, apenas viven de tanto soñar y soñar, y se quedan siempre con menos de la mitad de sus años»[224].

De ahí que en la poesía de Valhondo la angustia vaya in crescendo conforme menos tiempo le quede y se haga especialmente dramática cuando sea consciente de que, por edad y achaques físicos, realmente se le estaba agotando sin posibilidad alguna de recuperarlo ni alargarlo, mientras los misterios continuaban tan patentes como al principio de su búsqueda. Por ese motivo, admiraba a los que tenían la capacidad de gastar bien su tiempo: «Creo que es digno de admiración el que sabe consumir bien sus años. El que sabe comulgar, uno a uno, todos los momentos de su vida. Porque hay quien a los veinte años es viejo ya»[225].

Además el tiempo no sólo agotaba su vida sino que paralelamente iba borrando su pasado y lograba que sus recuerdos quedaran cada vez más lejanos, de tal forma que llegó a un punto donde se sentía sin futuro y sin referencias de su identidad original. La existencia vista así suponía, para Valhondo, una realidad angustiosa porque la vida debía generar más vida y sin embargo se traducía en un simple descuento de tiempo. De ahí que titulara el poemario que consideraba su primer libro, El año cero, el punto de partida de un tiempo que empezaba a descontársele. Además comprobó aterrado que la existencia no se basaba en la generación de vida sino en la destrucción, es decir, para que él viviera otros debían morir y para que otros existieran él tendría que extinguirse.

De ahí que siempre al final se topara con el misterio supremo, con un insalvable obstáculo, con un enigma indescifrable, la muerte, para la que no tenía explicación ni defensa. Se sabía mortal y si en un principio la esperanza en Dios logró calmar su angustia, posteriormente no dejó de asustarle ese paso definitivo porque se sintió solo ante ese crucial momento, cuando comprueba que Dios no le responde y por tanto no tiene la garantía de su consuelo y su apoyo en ese paso tan decisivo y preocupante. Como consecuencia Valhondo adoptó una postura escéptica que lo llevó a dudar de la existencia de Dios y de que la muerte fuera un paso hacia la inmortalidad pues, sin esperanza en la divinidad, pensaba que se trataba de un salto a la nada.

Aunque también admitía, quizás como justificación, que el hombre no comprendía la muerte porque cuando muere su espíritu está vacío y no tiene nada que ofrecer a cambio para merecerse pasar de humano a divino; de ahí su duda y su falta de fe en una vida mejor. Además el ser humano deja escapar el tiempo sin saberlo aprovechar, no sabe vivir cada instante pues de lo contrario moriría lleno de vida y la muerte no le resultaría un trago tan amargo: «La meta de la vida es la muerte. Colmarse el hombre de vida es morir. Lo ideal es, naturalmente, colmarnos de vida poco a poco, momento a momento, latido a latido, pacientemente, santamente»[226]. Y esto supone aprovechar bien el tiempo para colmarse de vida; de ahí que Valhondo se preocupara sobremanera «del tiempo que gasté en balde y del tiempo que no gasté»[227].

Por este motivo Jesús Delgado Valhondo estaba seguro de que otra actitud más esperanzada tendría el hombre ante la muerte si supiera colmarse de vida aprovechando cada momento y sintiendo el regalo tan extraordinario que se le hace al dársela, pero esta esperanza se convierte en decepción cuando comprueba que el ser humano no tiene capacidad de preparar su espíritu y rebosarlo de vida para cuando llegue la muerte: «Morir (pensad que delante tenemos al Cristo de la Buena Muerte) es el acto más importante y definitivo que hacemos los hombres. Sólo, para ganar esta muerte, esta gran muerte, con dignidad, deberíamos estar preparándonos toda la vida. El pregonero -que toda su vida ha intentado ser poeta -ha elevado a Dios sus versos, en oración, pidiéndole una hermosa y honrada manera de morir. Un morir entregándonos a algo sublime como a un hijo pequeño que va corriendo como un niño en busca de los brazos de su padre»[228]. La muerte significaba para Valhondo «estar consigo mismo. Se dice este hombre acaba de morir, pero lo que acaba es de vivir, porque a morir empieza»[229].

Jesús Delgado Valhondo cultivó su espíritu incesantemente a través de la lectura, la experiencia y la meditación que si por un lado cimentaron su capacidad intelectual por otro lo llevaron a la conclusión de que es imposible explicar racionalmente el misterio de la muerte. Como consecuencia siempre sintió una enorme inseguridad y desamparo ante ella, tanto que padeció la angustia de la muerte inminente desde niño y sintió un gran temor a quedarse solo. Este sentimiento tan fuerte podemos entenderlo si recordamos que, al ser el menor de sus hermanos, vio morir a toda la familia, estuvo muy cerca de la muerte durante los años de su enfermedad infantil y la sintió muchas veces a su lado en sus años de practicante.

De ahí que como revulsivo una de sus grandes pasiones fuera fortalecer y ensanchar su espíritu a través del conocimiento de sí mismo como paso previo al encuentro de Dios: «Es con Dios con quien se tropieza muchas veces en el espíritu del hombre»[230] y como forma de dignificación humana porque «desde luego, es más interesante el hombre – alma que el hombre – máquina. El mundo del espíritu que el otro, el tangible, el material, el corpóreo»[231].

Por este motivo insistió con frecuencia en la necesidad de ahondar cada persona en su espíritu, como forma de ser independiente y libre y de paso hacer el mundo más lógico y habitable: «Creo que si cada hombre emprendiese la conquista consigo mismo hasta dar de lleno con el ser en que vive, habría ganado la batalla más importante de su existir. Porque todo hombre -y esto es mandato divino- se diferencia de los demás para que la humanidad se enriquezca. Es necesario que cada uno represente su propio papel en la vida»[232]. Aunque reconocía que el fortalecimiento del espíritu personal comenzaba por el descubrimiento del de los otros, en los que se veía reflejado: «Lo importante es ascender de condición y calidad en el ascensor del alma, cultivando la tierra de nuestro espíritu. Y esto se consigue yendo en vez de a lo nuestro a lo de los demás»[233].

La educación

Otra muestra más del enfoque espiritual que Jesús Delgado Valhondo imprimía a su vida fue la trascendencia con que concebía la educación, en una época donde la única pedagogía era la rigidez de «la letra con sangre entra». Para él la educación tenía mucho de poesía, de amabilidad, de comprensión, de meditación sobre los demás, de cuidado extremo por el espíritu de los niños y de los jóvenes, los futuros hombres.

Para Valhondo la primera norma que debía figurar en un programa de educación era que antes de nada el niño conociera el paisaje (definido por él como libro abierto), su fauna, su flora, su color, sus aromas, porque no entendía otra manera de apreciarlo y quererlo. Por este motivo entendía que el niño debía conocer su pueblo, su provincia, su región, su país y como consecuencia el mundo a través de una visión y una vivencia captada por sus sentidos y atrapada por sus sentimientos, después de apreciar el silencio del campo, sentir su soledad, distinguir las flores, aprender a amar la tierra de la que procede, a la que pertenece y en la que descansará: «Cuando el hombre que ha vivido en un determinado lugar sale de él por primera vez, se siente desterrado. Algo está tirando de él. Algo ha quedado atrás que no es precisamente la familia, la finca o el ganado. Eso que cuando niño se le metió en el alma y ahora está precisamente señalando: el paisaje. […] Usar, padres y maestros, el paisaje como libro necesario para que aprenda el niño mucho de su país y mucho de sí mismo. Y toda esta enseñanza rociada con una buena dosis de poesía … Es una medicina que no falla nunca»[234].

Como consecuencia su espíritu se ensanchará, será más culto y libre y sentirá su dignidad a la misma altura que otras personas. Una concepción social por tanto es la que Valhondo tenía de la educación, porque veía en el espíritu educativo una liberación, una dignificación y un sentido democrático (no en vano fue sancionado por su apuesta y compromiso por las ideas abiertas). El futuro, decía, está siempre en el hombre, en el ser humano; de ahí la importancia de la enseñanza y la educación, pues «un hombre es más importante que una calle o que un puente».

Jesús Delgado Valhondo recomendaba este programa, más de filosofía poética que de educación, porque pensaba que la enseñanza debía ir dirigida más al espíritu que al cerebro, ya que el deseo de enseñar y aprender surge en el ser humano por la necesidad de conocerse y ensanchar los límites del espíritu. De hecho aseguraba que los únicos capaces de formar escuela han sido los religiosos, los filósofos, los poetas y los artistas, precisamente porque sus enseñanzas han atendido al espíritu, formando (no instruyendo) al hombre, educándolo para la vida creadora del ser y no para la material del tener.

Por esta razón pensaba que los programas educativos debían ser hechos por ellos. Pero como en la realidad no sucedía así arremetió contra los males de la enseñanza: «Lo peor va a ser que en las escuelas se dediquen a preparar a los chicos para pruebas objetivas, instrucción que me parece muy bien, pero que lleva aparejado el descuido de preparar a hombres con amplitud y profundidad, con personalidad»[235].

Como vemos estas ideas avanzadas (sobre todo, si tenemos en cuenta que Valhondo las expuso hace más de treinta años), gozan de una vigencia extraordinaria y todo porque en ellas intervino el alma de un poeta, que ponía el espíritu humano por delante de objetivos estrictamente académicos o ideológicos. No deberíamos desatender hoy estas humanísimas y agudas sugerencias de nuestro espiritual maestro/poeta: «Bien pudiera ser el libro un medio eficaz de solidaridad entre los hombres. Por lo pronto es un medio bueno para dialogar. Y cuando el hombre empieza a dialogar, se humaniza. Y cuando el hombre se humaniza, ama. Y está salvado»[236].

La palabra

Aparte de la batalla librada para desentrañar el misterio de la realidad, Jesús Delgado Valhondo libró otra con el medio que tenía para descifrarla, la palabra. De ahí que le preocupara sobremanera encontrar la palabra justa, para disponer de un recurso que le ayudara a decir exactamente aquello que el sentimiento le pedía y le exigía, para expresar las palabras del corazón (la palabra exacta) que tenía grabada con sangre en el sentimiento: «No sé cuántos artículos he escrito sobre la palabra. Me ha preocupado siempre mucho. He querido arrancarle al silencio el sonido justo, cabal, castizo que me diese la palabra. Una palabra nueva -como aquéllas del poeta, golonniña, golongira, golonlira, golontrina-, un nuevo medio de decir lo que hasta ahora no he podido. […] Expresar la idea escrita con sangre en el cerebro […], con palabra inteligente, con palabra luminosa, genial, con palabra – espíritu. Las palabras del corazón»[237].

A Valhondo siempre le intrigó la palabra por conocer lo que hay «tras su cáscara de letras», que encierra los pensamientos e ideas, la creación de mundos que existen vírgenes en el alma. El quería dominar la palabra de la oración que comunica, la ardiente del amor, la limpia de la verdad, porque renuevan y dan vida a las cosas. Su interés por la palabra procedía de creer que es el mejor y más preciado tesoro del hombre, porque en ella se encontraba el poder de traducir su conciencia: «El día que el hombre sepa definir habrá cogido el cielo con las manos. Y habrá ganado las oposiciones de las cosas hermosas y absurdas de la impropiedad»[238].

Su búsqueda de la palabra exacta fue incansable por una necesidad vital de expresión justa, comunicación y dignificación («cuando el hombre se puebla de versos, el hombre es mejor», decía). Además Valhondo valoraba tanto la palabra, porque pensaba que cuando la encontrara podría trascender la muerte en la inmortalidad de su voz: «El día que encuentre las dos o tres definiciones que busco; el día que pueda encerrar mis verdaderos poemas, los que no hemos podido escribir aún porque se me escapan como el tiempo y el viento, entonces, digo, me importaría menos morirme. Porque sería yo mi palabra. Y la palabra queda siempre latiendo en el cielo como estrella invisible y sonora. Y dentro de ella mi mundo»[239].

La poesía transcrita en un poema era palabra y silencio para Valhondo que en esta idea estaba de acuerdo con Carlyle que definió la poesía como «acción simultánea de silencio y de palabra». «Silencio» para desde sus más profundos sentimientos llegar a desentrañar las cosas y «palabra» «por un ansia enorme de definir» que sin embargo se le escapaba de las manos porque no era capaz de aprehender el concepto exacto para definir lo que deseaba: «Me ha entusiasmado la palabra en sí. La palabra como fruto. La palabra como sonido. La palabra como función social. La palabra como creación de mundos. La palabra como creación poética. La palabra como oración … como testimonio, … como dios. El Verbo»[240].

Para encontrar la palabra que buscaba, Jesús Delgado Valhondo se situaba en el mundo y oía los silencios que palpaba en soledad para arrancarle el sonido de la palabra justa. Ir en busca de los silencios, pensaba, requería ser poeta, es decir, hombre con capacidad espiritual para escucharlos, porque el silencio es la palabra poética de Dios que se manifiesta en sutiles misterios, tonos, melodías y ritmos diversos, provocados por su palpitación en el silencio de la soledad. Y además Valhondo cuando oía los silencios también escuchaba la voz del mundo, «vestido de la palabra» que identifica a los seres y a las cosas: el trueno es la del cielo, el ruido del volcán es la de la tierra.

La poesía y los poetas

En más de una ocasión Jesús Delgado Valhondo se preguntó sobre su labor lírica, la poesía y los poetas intentando desentrañar el valor de lo que él y otros sentían y plasmaban en un papel directamente desde su sentimiento. Su meditación sobre estos temas concluyó en que existe poesía en el paisaje, en las artes, en la naturaleza y por tanto la poesía es necesaria para que el ser humano engrandezca su espíritu a través de sus sentidos y fortalezca sus sentimientos: «Si no hay poesía no hay atardecer, ni amor, ni oración, ni nada. La nada es la carencia absoluta de poesía», aseguraba[241].

La poesía verdadera para Valhondo era ante todo sinceridad, porque está hecha de la misma sangre con la que el poeta va formando su espíritu[242] del que resulta ser un eficaz medicamento: «La poesía por su calidad humana, por lo que tiene de oración y de canto, de tristeza y de alegría, de desesperación o de consuelo y de esperanza, es un magnífico medicamento para el espíritu del hombre»[243].

Además Valhondo concibió la poesía como un bálsamo para el alma de los demás hombres, pero cada vez los veía más arrastrados por el progreso materialista, por eso dudó de si beneficiaba al espíritu del hombre, al que veía cada día más estéril porque pensaba que si la vida carecía de lirismo no habría creación en el alma ni fortalecimiento del espíritu, que es donde el hombre se encuentra con Dios, se dignifica, se humaniza y es más feliz al ascender a un estado donde ve, oye y goza espiritualmente a través de la sensibilidad que se hace creación en el poeta: «No hay cosa mejor para embellecer la vida que la poesía […]. La palabra nace en el hombre, como brota la sangre de una herida»[244].

Una muestra de que Jesús Delgado Valhondo entendía que toda expresión artística llevaba consigo una carga de poesía fue su afición a los toros: «Lo que hace distinto a cada pase es la carga poética que lleva. […] El toro en sí y por sí es un poema escrito en el campo y en la plaza», aseguraba. Incluso concibió una metáfora que relacionaba a los toreros en la plaza con los hombres en la existencia: «Todos somos toreros que sorteamos como podemos las cornadas de la vida»[245].

Sin poesía para Valhondo por tanto no existía esperanza para el ser humano. Por eso el hombre es preocupación del poeta y porque al interpretarlo y juzgarlo el poeta hace lo propio con él. La poesía es como consecuencia «un ejercicio de autoconocimiento individual y colectivo y de equilibrio, porque es ternura capaz de neutralizar la violencia». Y también la poesía auténtica «es aquella que perdura en el tiempo, aguanta numerosas lecturas, siempre se mantiene como recién creada y como consecuencia se eterniza a la vez que hace lo propio con su autor».

La poesía como las demás artes es un legado extraordinario de la expresión universal de los sentimientos humanos desde el origen del hombre. Por esta razón aunque muchas veces no podemos sentirla, la comprendamos, y entre ella y nosotros se establece una dependencia y un diálogo, que es el que entablamos con nuestro pasado al interpretar un cuadro, leer un poema, contemplar un vestigio arqueológico o abrir un libro donde se recoge la voz de los hombres: «El poder de la palabra poética es extraordinariamente hermoso y conmovedor. […] El verdadero poema sugiere más que dice. El poema que dice todo sin sugerir nada al lector es un falso poema. Nos están engañando. El poema se entiende y no se comprende. Y, a veces, se comprende y no se entiende como nos ha ocurrido al escuchar los poemas de Eurípides y Sófocles en ‘Medea’ y ‘Electra’ en las representaciones en griego por el Teatro Nacional de Atenas. […] cuando recitando poemas que nadie entendía, se adueñaban, sin embargo, de los sentimientos del pueblo, nunca he visto un público más atento, vibrando enardecido»[246].

Por esto Jesús Delgado Valhondo se quejaba de que en las bibliotecas extremeñas no hubiera libros de escritores de la región en un número adecuado y advertía que el extremeño, de este modo, se quedaba sin oír la voz de su tierra y sin el vigor necesario para amarla después de conocerla: «La poesía es una. El poeta es intimista, pero la poesía no debe serlo. El que escribe poesía para sí es un suicida. La poesía es siempre social y social su contenido. El poeta se da, se entrega a los demás y esto es social»[247].

Además Valhondo calificó de conmovedor el poder de la palabra poética, porque sugiere más que dice, lleva una intranquilidad que preocupa y enamora, y abre las puertas de la inspiración. «Sugerir es lo más esencial de toda obra bien hecha. Una obra tiene que decir, enseñar, fantasear, educar» al lector que es el que debe hacerla válida después de desentrañar el misterio en su interior y el sentimiento universal del espíritu.

En una ocasión Valhondo definió la poesía de esta manera: «Poesía es la palabra encantada. Antes que la palabra existió el silencio y el olor y la mirada. La primera palabra nació del asombro y el asombro no es otra cosa que el sobresalto ante un hecho físico natural, sobrenatural: Un huracán, un terremoto, un volcán. O de la belleza de una piedra, oro, plata, mercurio, o de una flor, un árbol …». Es decir, el poeta es un intermediario, por su especial sensibilidad, entre el mundo y sus semejantes, a los que le traduce las múltiples sensaciones inefables que al ser común le resulta imposible interpretar: «La poesía se refleja en la belleza de las cosas y el poeta se encarga de traducir esa hermosura para entregarla a los demás»[248].

Igualmente el poeta es también necesario pues como Valhondo declaró «los poetas son a la poesía lo que la palabra es a la voz, lo que el sueño al amor, lo que la fantasía a la rosa»[249]. El poeta representa el sentir del ser humano («Decir lo de uno interpretando a todos») y traduce el lenguaje oscuro que existe en los misterios con los que se enfrenta y convive el hombre diaria y constantemente: «La pena, la alegría, el dolor, el sufrimiento, es común a todos los hombres, lo que ocurre es que el poeta es el intérprete de toda esta universal sensación»[250]. Para aseverar aún más su opinión sobre la necesidad de los poetas advertía que incluso los países con sistemas políticos y económicos materialistas protegían a sus poetas «porque no puede existir un hombre sin alma, ni una mujer sin ideal, ni un conocimiento de la hermosura sin imaginación»[251].

Un poeta es grande cuando es cronista de sí mismo porque para Valhondo poesía era «todo aquello que misteriosamente está entre la vida y la muerte escuchándonos siempre, mirándonos siempre, siempre al acecho de la soledad y del silencio, de la música y del Verbo»[252]. Por esta razón Valhondo criticó a los poetas que eran cronistas por encargo de otros que perseguían fines alejados de los sentimientos sinceros: «[…] no digamos de los poetas. A éstos, enseguida un premio, y después, un carguito. Y a medrar. Y a politiquear. Y a oficializarse. En cuanto esto sucede, adiós poeta y pobre»[253].

El hombre se hace poeta, según Valhondo, cuando siente una necesidad espiritual de expresar un sentimiento que lucha en su interior por convertirse en palabra, en comunicación y en comunión con los demás. Por esta razón para él el poema más intenso es «el más íntimo»; el más sencillo, «el que lleva en sí la más desnuda de las confesiones»; el más bello, «el que más humildad rezuma»; el más emocionante, «el que más cruel sinceridad encierra»; el más hermoso, «el que con sencillez se adorna»; el más espontáneo, «el que más perfume despida» y el más claro «el que tenga voz sobre palabra».

Además el dolor y la alegría del poeta es común a la de los demás hombres, porque el poeta es hombre, ser universal cuyo corazón y alma necesitan liberarse de misterios, que son los temas tratados (amor, muerte, alegría, paisaje, tristeza), y contactar con otros corazones que intuyen la existencia en su espíritu de esos sentimientos universales (sufrimientos, intranquilidades, amarguras) pero que por falta de sensibilidad lírica no son capaces de liberar al exterior, como el poeta, convirtiéndolos en palabra: «El poeta, es un ser que sublima, perfecciona y eleva, lo que ama. Y es que ve belleza, donde no la hay; ve lo que no ve nadie»[254].

En esa comunión perfecta el lector, por medio del poeta, comprende el verdadero sentir de las cosas: «Un buen poeta debe saber mirar y escuchar a las cosas», decía. El poeta es el que pone nombre a las cosas: «Poner nombre es dar vida, poetizar. Porque poesía es, al fin y al cabo, una palabra mágica que da vida a las cosas»[255]. Un buen ejemplo de poeta para Valhondo fue Gabriel y Galán que no hizo otra cosa que expresar sus sentimientos tal como los sentía después de recrearlos en su corazón, tamizarlos en su alma y comulgar con el sentir del pueblo extremeño enmarcándolo en su paisaje. El poeta como Gabriel y Galán si es auténtico y generoso lo que hace no es otra cosa que regalar su alma, que es lo único de lo que dispone, por eso canta y hace partícipes a los demás por instinto. De ahí que cuando muere un poeta, con el que hemos conectado humanamente, sentimos que algo ha muerto dentro de nuestro corazón.

Este es el motivo de que el poeta auténtico es el que goza de una rica vida interior, que lo arrastra a conocerse a sí mismo, al hombre, a su entorno y al mundo. Esta personalidad agónica de poeta auténtico enriquece al lector y lo hace gozar cuando se comunican y se hacen cómplices de sentimientos comunes. Por esta razón el lector, que gusta de la lectura de varios poetas, amplía su espíritu porque cada uno le presenta un mundo distinto, un enfoque original de los mismos temas tratados por todos. Este acto de comunión poética para Valhondo es una manera hermosa de caridad a través de la poesía.

Por tanto, según Jesús Delgado Valhondo, el poeta realiza una extraordinaria función humana y social cuando crea a través de su imaginación, «el don más bello del hombre», pues no hay creación posible sin ella ni progreso ni cultura ni acercamiento a Dios, el supremo creador: «Poeta es sinónimo de creador. Y lo que hace que el hombre se acerque a Dios más entrañablemente, más amorosamente»[256]. Ni tampoco esperanza porque sin sensibilidad no se puede crear y sin creación no hay palabra, es decir, el hombre necesita a los poetas para que sigan creando, diciéndoles palabras, porque en ellas se encuentra la esperanza: «Cuando se es duro de corazón, entonces ese corazón carece de palabras. En realidad ese corazón es un mecanismo, no un puñado de sangre, muy apretado, donde se cuece la vida y donde la emoción se edita»[257].

Para nuestro hombre-poeta, el poema auténtico es el que nace en el corazón y llega a la gente por medio de la comunicación «mágica y encantadora»[258] que se  establece entre poeta y lector, cuando aquél aguza los sentidos y éste abre su corazón para entender lo que el poeta le transmite líricamente.

CARACTERÍSTICAS LÍRICAS

Muchos y diversos son los rasgos líricos que caracterizan la poesía de Jesús Delgado Valhondo y lo diferencian de los poetas existenciales contemporáneos. Juan Ruiz Peña, catedrático universitario de literatura, aseguró que en la poesía del poeta extremeño existía una resonancia que se atrevía a calificar de «valhondiana»[259], calificativo que aglutina y sintetiza los valores personales de la poesía de Valhondo y le reconoce una singularidad poética, que tiene estas características:

Autenticidad y sinceridad

Estas dos virtudes constituyen el primer valor de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que fue destacado unánimemente por la crítica de la segunda mitad del siglo XX, porque es un poeta que se expresó del modo más directo y más sencillo sin concesiones a las modas o enfoques oficiales del momento. De ahí que a lo largo de su vida poética existiera una desconexión entre la valoración de su poesía y la que predominaba en el ambiente literario nacional.

Valhondo fue un poeta auténtico, porque su poesía respondió a su verdadero modo de ser y sentir, y fue sincero porque impregnó su lírica de un afecto y una emoción que le hicieron alegrarse o sufrir a la par de los otros. Es decir, su poesía es el reflejo exacto de su sentir vital y viceversa y la autenticidad fue su punto de referencia humano y lírico: «Cuando leo un poema, antes que su calidad palpo su autenticidad», decía.

Esta virtud para Valhondo era la seña de identidad del ser consciente y comprometido y la muestra de que estaba vivo, de que se sentía humano y como consecuencia de que experimentaba preocupaciones existenciales, porque estaba convencido de que el ser humano, si lo es, no podía aislarse de su entorno ni de los sucesos que ocurrían en él: «El poeta vive en su tiempo, o no es poeta y, por lo tanto, está dentro e impregnado de las mismas intranquilidades de todos. El poeta es o no lo es». No obstante comprendía que ser sincero en una sociedad materialista que se alejaba día a día del espíritu acarreaba problemas: «Ser sincero es lo peor que le puede pasar a un hombre español», le oímos asegurar.

El mismo Juan Ramón Jiménez en su carta a Valhondo resaltó la autenticidad como el valor más destacado de su poesía, porque sintió que emanaba de la misma naturalidad de su palabra sincera: «Un libro tan naturalmente escrito y con la misma hondura diaria con que jira la rueda de un carro por un camino o como entra y sale como aceña de un molino».

 Naturalidad que surge de la consciencia de su carácter finito, de su humilde concepción de la condición humana y de sus deseos de comunicación, y hondura porque habla desde la intimidad de su espíritu, seguro de la trascendencia de su voz sincera: «El tono de esta lírica es hondamente anímica y a la vez vertida hacia el mundo exterior. El poeta está rodeado de su circunstancia y poseído por la expresión de ella misma. Por eso la autenticidad que salta de sus poemas»[260].

Es cierto, la autenticidad de Jesús Delgado Valhondo procede en buena medida de la postura comprometida que decidió adoptar ante unas circunstancias que negaban su dignidad humana, unas veces invitándolo a inhibirse ante una realidad inmutable y, otras, atacándolo directamente por sincero y humano: «Él retorna de sus paseos por la vida -donde se deja muchas veces rotas las alas- casi sin aliento, dejándonos esa respiración jadeante de sus versos huracán a veces, céfiro y caricias otras. Jamás falsea Valhondo la vida. La presenta tal como él la horna: Sonriente, alegre, gris, mórbida, contradictoria, clamante»[261].

Jesús Delgado Valhondo fue auténtico porque todo lo vivió con la intensidad de su ancho espíritu, sin dobleces ni medias tintas, seguro de que el camino del hombre se encontraba en la sincera naturalidad de reconocerse imperfecto y caduco por sus contradicciones y defectos, pero también en la capacidad de superación del que ascéticamente trata de buscar la verdad que se halla escondida detrás de lo creado, porque a la vuelta de todo estaba seguro de que se encontraba Dios, la suprema verdad.

De ahí su búsqueda de la esencia humana y del mundo, y de ahí también sus esperanzas y dudas, que producen una poesía angustiosa, pero también apasionada: «En él se halla la pura esencialidad, la vibración emotiva y agridulce de un alma que se debate entre luces y sombras, entre amor y dolor, entre realidad y ensueño, nunca desligada de la idea y el sentimiento de la divinidad, pero presa de interrogantes hamletianos y, a momentos, sintiéndose como desamparada de su gracia»[262].

De esta aparente contradicción surge el doble carácter, temperamental y melancólico, de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo, porque unas veces sus deseos de perfección lo sumían en la tristeza del fracaso cuando obstaculizaba sus esperanzas de llegar a Dios, su destino y, otras, el silencio de la divinidad y la inconsciencia de sus semejantes ante los problemas trascendentes lo rebelaban: «Delgado Valhondo está siempre inmerso en su Valhondo verso»[263]. Es decir, es la postura lógica de una personalidad que su temperamento no lo dejaba ser otra cosa que natural y sincero, cálido e impetuoso, esperanzado y desgarrador, consecuente e irónico: «Sus versos son unas veces caricias, brisa respirable, otras -las menos- huracán. No sabía falsear la vida que vivió a bocanadas. […] Sus libros son humanamente enternecedores, sobre todo los poemarios últimos en que se densa su aguda personalidad»[264].

Además la autenticidad de Valhondo procede de su concepción combativa y responsable de la tarea poética, pues siempre la sintió como una labor transcendente, acorde con sus circunstancias existenciales de hombre y su dignidad espiritual de poeta que antes de nada se sentía conciencia existencial a la que metafóricamente la vida le producía profundas heridas que destilaban sangre lírica: «Tú decías que escribir un poema es fácil, lo difícil es meter en las entrañas del poema una gota de sangre de poesía»[265].

De ahí su lucha, el compromiso de hombre que se respira en su poesía: «La poesía de Delgado Valhondo es agónica, porque participa del drama, del conflicto, a punzadas con el dolor y la fe, la vida y la muerte, la belleza y el olvido»[266]. Y de ahí también la esperanza y la angustia: «La inseguridad y la angustia, propias de nuestro tiempo, se alternan con la certeza en un Dios con el que el hombre puede conversar (en tonos cercanos al arraigo de Luis Rosales o Luis Felipe Vivanco)»[267].

La autenticidad de Jesús Delgado Valhondo lo llevó a contar exactamente lo que le ocurría, seguro de que su condición imperfecta del hombre, sobre todo si trataba de hallar dignamente respuestas, justificaba sus continuos altibajos emocionales buscando una tabla de salvación en el consuelo de los otros y una explicación a sus frecuentes vacilaciones. Sin embargo cuando comprobó que los demás eludían los problemas espirituales con la apatía y la desidia, elevó el tono de sus quejas con el fin de remover conciencias por medio de una forma lírica, que se sustentaba en la sinceridad y en la pasión (a veces, provocación) espiritual:  «Pocas voces extremeñas hay más auténticas que la de Jesús Delgado Valhondo. Pocos poetas tan imprevisibles en su trayectoria, tan variados, tan fieles a la emoción del momento»[268].

No obstante, a pesar de sus fracasos en la búsqueda de Dios como en recabar apoyo de los demás, su vitalismo y su ímpetu pasional después de una época de crisis siempre resurgían de sus cenizas fortalecidos y de nuevo reanudaba su compromiso humano, auténtico y sincero, consciente de formar parte de un mundo que había que saborear y vivir, hasta que volvía a sentir de nuevo la angustia que le provocaban las circunstancias: «Sin embargo, esta intensa presión de la angustia que ocasiona la cruda realidad, no es capaz de desarmar la gran vitalidad del poeta que con su energía moral vence el vacío de vivir. La imperiosa necesidad de perdurar se combina con la dicha de sentirse vivo, de amar, de gozar de una naturaleza venturosa. De este modo el trasfondo de lo negativo o desfavorable, se ve paliado por un mar de esperanza que se superpone aún sin estar libre de una veteada inseguridad»[269].

Como consecuencia la autenticidad de Jesús Delgado Valhondo produjo un lírico con personalidad propia que actuó y se mostró como fue, sin aditamentos de ningún tipo. Cuando actuaba como persona y / o como poeta no hizo otra cosa que dar riendas sueltas a su conciencia humana, que se encontraba a sí misma en la inspiración lírica. No en vano Tomás Martín Tamayo, una persona muy cercana al poeta, dijo de él que «era poeta hasta en sueño».

De esta manera la personalidad lírica de Valhondo enriquece y alienta pues, aparte de ser consecuente con sus circunstancias personales, representó fielmente el papel que le tocó protagonizar en la gran comedia del mundo, porque supo complementar su tarea lírica con un fuerte compromiso humano durante toda su vida, sin doblegarse ante circunstancias u honores. La autenticidad que respira su poesía, es la de su propia vida y por este motivo Valhondo-hombre da una lección de fortaleza, de lucha por lo que creía, aunque se perjudicara material y espiritualmente en más de una ocasión. Y es que, como dijo Pecellín: «Jesús fue un ser que se dejó llevar por la pasión, esa emoción fortísima que trasfigura a la persona; Jesús fue un ser trasfigurado»[270].

El compromiso de autenticidad en Jesús Delgado Valhondo se acentuó por su concepción combativa de la función que debía realizar la poesía en una sociedad cada vez más artificial y menos sincera: «El poeta debe tener algo especial. Además de hombre como otro cualquiera se es poeta. Ser poeta implica, hoy por hoy, estar en la sociedad señalando, enseñando y, sobre todo, sintiendo en carne viva»[271]. Valhondo nunca concibió la poesía con un objetivo meramente estético, porque pensaba que debía ser un revulsivo contra la desidia y la falta de espiritualidad, de pasión y dialéctica en una sociedad anodina que vivía sin conciencia su existencia trascendente: «[La poesía aporta a la sociedad actual] intranquilidad espiritual. Sangre eterna. Amor. Filosofía de primera línea. Sueños. Palabras llenas de jugo que saborear a placer. Dolor y alegría. Vida. Caminos. Canciones …»[272].

Esa exigencia de autenticidad consigo mismo, Valhondo la hizo extensiva a su paisaje, del que se sentía espiritualmente parte enraizada en la esencia extremeña. Orgulloso de su origen y sus raíces, no perdió ocasión para pregonarlo: «Yo soy un extremeño y ya es ser, y todavía más, emeritense», decía sentidamente. Esta actitud toma más valor cuando sabemos que no se debía a un cerril empecinamiento regionalista, sino a un conocimiento profundo y meditado del alma de la gente y del paisaje de Extremadura, que también concibió transcendentemente: «[Mis temas preferidos son] El hombre y el paisaje. El paisaje y el hombre como parte integrante del paisaje del mundo. El hombre libre»[273].

Su «Canto a Extremadura» es la mejor muestra de esa conjunción de paisaje y hombre libre en la que creyó: el milagro del agua producido por el Plan Badajoz supuso para Valhondo no sólo una recuperación física del paisaje extremeño, sino también una redención del hombre que en aquel momento se liberaba al dignificarse por el trabajo.

Humanidad

Los sentimientos que vierte Jesús Delgado Valhondo en sus versos tuvieron como centro las emociones que como ser humano vivió en su experiencia vital de hombre sencillo y de poeta, que cuenta su vida en comunión con los demás. De ahí que los registros afectivos de su poesía sean variados, enriquecedores e impriman humanidad a su experiencia de vida y calidez a su expresión lírica, porque surgen directamente del sentimiento, centro de la humanidad. Por ese motivo cualquier emoción por insignificante que pareciera fue traducida a poesía tal como la experimentaba. Y aquí es donde calidad humana y poética se confunden para ser un todo inseparable y humanísimo: «Sigue usted siendo el poeta claro y profundo de siempre, con humanidad que rebosa en cada línea. […] Hay un porcentaje notabilísimo […] de emoción limpia»[274].

Además el fondo humano de la poesía de Jesús Delgado Valhondo procede de la compasión que sintió por él y por sus semejantes, cuando conoció demasiado pronto su dependencia de la divinidad y de las circunstancias y, sobre todo, desde que fue consciente de su insignificancia y su soledad en el contexto de una obra grandiosa y enigmática, cuyo dominio y explicación se encontraba en Dios. Como Éste no se dignó responderle y sus semejantes no estuvieron dispuestos a seguirlo en su búsqueda de la divinidad, comprendió que dependía de la voluntad divina, a la que no conseguía arrancarle las respuestas demandadas, mientras el tiempo lo arrastraba irremisiblemente a la muerte. De ahí ese lamento tan humano, tan de ser finito que invade toda su poética.

Humanidad por tanto en Valhondo es sinónimo de humildad, de saberse naturaleza caduca y dependiente y por supuesto de estar alejado de la presunción y los honores. En un momento de Inefable domingo de noviembre dice: «humilde servidumbre / nuestro oficio de hombre» que puede ser traducido como “oficio de poeta”, porque Valhondo escribía por una necesidad vital de decir exactamente lo que sentía y cuando lo sentía, aunque siempre después de observarlo y reflexionarlo detenidamente: «Soy un pensador. Estoy lleno de preocupaciones y de sorpresas. Observo todo lo que me rodea. Soy sincero. Escribo porque es algo que no lo puedo remediar, ni intento remediarlo»[275].

Su poesía es como consecuencia el resultado de una meditación que intenta dilucidar su condición humana y así hace aflorar sus sentimientos más transparentes de una forma natural que a veces suena a primitiva y espontánea, pero que siempre se encuentra impregnada de esa carga humana que Pedro Caba calificó de inocencia: «Jesús Delgado Valhondo es un poeta sencillo, profundo, original e inocente. No hay poesía posible sin un mínimo de inocencia y no poca castidad intelectual. ¿Qué quiere decir el poeta? No se lo preguntemos, porque él no lo sabe. Ni lo sabemos nosotros. Pero su poesía nos estremece con ondas últimas de sueños difíciles y hermosos. Es la inocencia del poeta y también su castidad. Como todo gran poeta, pone entre paréntesis su condición de hombre ordinario y cotidiano para ponerse a hablar un lenguaje de cosas para los demás indecibles»[276].

No obstante su tono unas veces será cálido, sereno, equilibrado y, otras, angustioso, desgarrador y dramático, como indicador de las vacilaciones de su espíritu que por humano sentía nítidamente los vaivenes de su alma, apesadumbrado por las circunstancias, aunque nunca perdiera el control de su pulso poético: «En los poemas de Delgado Valhondo encontramos la serena y grave interpretación de tanta interrogante, de tanto paisaje interior del alma. Su tono es duro, patético, desgarrador que anuncia una angustiosa soledad. Aunque Delgado Valhondo lo envuelve con el celofán amable de una poesía tan delicada, tan bien construida, que deja, junto a una indecible emoción estética, una suave, inefable y amortiguada melancolía»[277].

La confluencia de su humanidad de hombre y de poeta ha llevado a Juan José Poblador a decir: «Jesús Delgado Valhondo es un poeta que quizás no le hubiera hecho falta escribir para serlo»[278]. Es cierto, Valhondo hubiera sido poeta aún sin escribir porque su condición humana estaba impresa en su alma desde su mismo origen, no fue adquirida posteriormente con su labor lírica. Después la necesidad de transmitir sus anhelos y pesares fue el motivo primero de su indagación profunda en la naturaleza del ser humano y en la suya propia y posteriormente de su transcripción en versos.

 Por esa estrecha relación entre humanidad espiritual y lírica, su poesía perdurará a través de los tiempos como vaticinó Luis Álvarez Lencero cuando le dijo: «ahí quedará tu palabra iluminada en el tiempo sonando a hombre oliendo a hombre, salvando a hombre»[279].

Independencia

La independencia espiritual de Jesús Delgado Valhondo que por dignidad humana intentaba situarse por encima de pasiones y quimeras terrenales, fue un rasgo característico de su personalidad lírica. Valhondo quiso entender la razón de la naturaleza imperfecta del ser humano y a conseguir este objetivo se dedicó en cuerpo y alma. Así como hombre se posicionó en posturas liberales, lejos de ataduras ideológicas totalitarias y, como espíritu, se dedicó desde su soledad a indagar en la naturaleza humana y en Dios, motor de lo creado, siguiendo una línea de la que no se apartó, a pesar de que diversas tendencias líricas se sucedieron temporalmente en el panorama poético español mientras creaba su obra poética y de que el tema existencial dejó de estar de moda cuando había publicado sólo un libro.

Pero Valhondo, muy seguro de lo que deseaba, se dirigió por el camino sentimental que le marcaba su carácter y fue independiente y original sin proponérselo, porque no buscaba el amparo de un grupo o escuela ni necesitó un modelo para tener una voz propia, porque su singular modo de ser le proporcionó esa personalidad que otros tienen que inventarse artificialmente: «Vd. se ha ganado desde sus primeros poemas, esa libertad, esa independencia, respecto a las fórmulas expresivas de modas, escuelas, novedismos y falsos tradicionalismos. Vd. versifica por imperativos de su modo de ser, sin haberse preocupado previamente del sistema o estilo que adoptará para la creación de sus imágenes. Y éstas surgen probablemente en sus poemas por natural generación, porque es la más adecuada, justa y concisa expresión verbal de la alquimia poética que se versifica en su espíritu. […] La espontaneidad ajustada a las lindes del clasicismo. Ni lirismo sin forma, ni forma sin lirismo»[280].

Esa independencia fue la que le permitió atender por igual a la forma y al contenido, a la tradición y a la innovación. Adscribirse a unas corrientes determinadas hubiera supuesto dejar de ser él para ser algo impuesto, artificial, pero sus inveterados deseos de libertad lo llevaron a atender los dictados de su conciencia y de ahí su poesía personal que, si bien siguió la estela de la realidad lírica, supo traducirla en voz personal, diferenciadora y nueva: «Tu ‘Antología’ toda ella es de una sencillez conmovedora; versos casi sin ecos extraños y, sobre todo, sin moda ni modos; de ayer, de hoy y de siempre; frescos, directos, sentidos fluidísimos. ¿Has visto la nube negra que ha caído sobre la joven poesía? Buscando eso que llaman ‘fuerte’ o lo que dicen ‘social’, coinciden casi todos, tristemente, en una sequedad lírica indiferenciada. Ni claridad, ni ritmo, ni acento, ni embriaguez, … […] Creo que la poesía actual está falta de gracia y pasamos por la aridez de un ‘post’: ‘post-romanticismo’, ‘post-modernismo’, ‘post-juanramonismo’, ‘post-subrealismo’, … sequedad y cartón piedra. Por eso tu libro es sorpresa. Por lo que hay en él de vida sentida, natural, sin artificios»[281].

Sin embargo, independencia en Jesús Delgado Valhondo no significó aislamiento porque, si la empatía es la relación afectiva y emocionada con una realidad ajena, la poesía de Valhondo, a pesar de ser un diálogo con su espíritu en soledad, se abrió a los demás y participó de su dolor y sus esperanzas: «El valor más acusado de este poeta extremeño es su ‘don de comunicación’. […] hay buenos poetas como Delgado Valhondo, que se nos cuelan en las entretelas del corazón o del alma por ese gran camino que es el don de la simpatía. Estos poetas nos ganan la amistad personal, nos ganan la identidad lírica. Con lo cual, cuanto ellos nos sugieren parece como si lo hubiéramos parido nosotros»[282]. Esta misma opinión la expresa Juana Vázquez de esta manera: «Si yo pudiera escribir, escribiría esto; lo que escribe Jesús Delgado Valhondo. Hay veces que cuando lo estoy leyendo creo estar leyendo algo que yo he escrito»[283].

Cotidianeidad

La cercanía que se respira en la poesía de Jesús Delgado Valhondo es un reflejo del sentir de hombre de la calle que a la par de él soportaba su soledad y luchaba con sus circunstancias. Y es que el protagonista de la poesía valhondiana es el hombre diario, el del trabajo y la familia que no tiene grandes pretensiones pero que sin embargo se ve continuamente presionado y arrastrado por unos acontecimientos infranqueables ante los que se acobarda o bien se ve obligado a tomar partido en una lucha sin cuartel contra el tiempo y la muerte.

Ese continuo reto, que la mayoría de los mortales resuelven con la desidia y la resignación, fue traducido por Valhondo en inconformismo y rebeldía ante el misterio de la realidad, a la que convirtió en trascendente por medio de una forma lírica con significado emotivo, que extraía de la vida diaria: «[Delgado Valhondo] transfigura las cosas cotidianas dotándolas de misterio y descubriéndolas en su entraña viva»[284].

No obstante llega un momento en que el soporte espiritual no es suficiente para sostener su búsqueda y se angustia. Entonces Valhondo utiliza la ironía como mecanismo de defensa ante la falta de salidas y respuestas a sus interrogantes, y deforma aquello que anteriormente le fue grato y esperanzador hasta el punto de convertirse en irreverente destructor de los símbolos representativos de una concepción armónica del mundo (ver «Catedral» de ¿Dónde ponemos los asombros?«). Pero estos momentos críticos enseguida daban paso a otros de calma, en los que volvía a profundizar en su discurso y a reconvertir su voz en trascendente, aunque su tono adoptara gradualmente la dificultad esencial del que con palabras y transparencia había conseguido desenmascarar pocos misterios.

Pero esta trascendencia, cuyo contenido espiritual y filosófico podía convertirla en excesivamente intelectual, es puesta al alcance de todos a través de un lenguaje cotidiano, que basó en el uso de un léxico común en el cual no localizamos más que una sola palabra extraña[285]. Este hecho demuestra que hubo en Valhondo un deseo consciente de que su verso fuera tan cercano y familiar como lo que sentía.

Esta facilidad de Valhondo, que algunos críticos han interpretado sin más como sencillez, no es otra cosa que anhelo de comunicación, pues Valhondo pensaba que el poeta debía hacer un esfuerzo por no ser quien rompiera esa conexión con el lector, sino que debía establecerse entre ambos una comunión perfecta favorecida por el poeta. De ahí que, aunque trate temas no cotidianos los presenta de una forma asequible para todos y traduzca el contenido en versos comprensibles, aunque no fueran siempre sencillos.

Particularidad y universalidad

Otro característica de su poesía es la particularidad y al mismo tiempo la universalidad de su voz lírica de creador consciente de una poesía llena de cálida humanidad, basada en experiencias particulares de su sentir sincero que por eso mismo no difería un ápice del sentir del hombre universal. De ahí que por un lado su poesía sea particular con rasgos de estilo propio y, por otro, universal porque sintió tan humanamente como cualquier otro ser humano del resto del mundo.

Este sentimiento universal no fue adquirido por Jesús Delgado Valhondo artificialmente sino que siempre estuvo impreso en su personalidad, pues creyó que la poesía era una voz común a todos los hombres con leves variaciones establecidas por el entorno del poeta: «No creo en poetas regionales, pues el poeta -dentro de sus limitaciones- es universal. Por eso, Gabriel y Galán, Pemán, Pepe Hierro… pasan todas las fronteras. El poeta, dentro de su patria, de su sentir y de su hacer, es universal, aunque naturalmente lleve en su poesía la huella de su terruño»[286].

Por otra parte Valhondo también fue un poeta particular, porque no salió fuera de su tierra salvo en contadas ocasiones y por poco tiempo. Esta circunstancia, lejos de ser negativa, se convirtió en característica singular pues, a pesar de la presión que ejercieron sobre él Martín Gil y Romero Mendoza para que siguiese los pasos de Galán y Chamizo, no cayó en el regionalismo vano del atraso ni en el tópico de la encina. Por este motivo cuando trata del paisaje se refiere sin decirlo al de Extremadura y, cuando habla de su gente, está pensando en la de su entorno.

Por tanto en la poesía de Valhondo encontramos la huella del terruño, pero de una forma tan sutil que trasciende las fronteras locales a través de unos sentimientos humanos particulares pero traducidos al idioma universal de la poesía: «nada más universal que lo pura y limpiamente humano»[287].

El mejor ejemplo de la particularidad y a la vez de la universalidad de Valhondo en su lírica es el «Canto a Extremadura» donde, a pesar de hablar explícitamente de su tierra, la voz del poeta adquiere un tono grandioso que traspasa los límites regionales. Lo mismo sucede con La montaña, cuyas proporciones titánicas dan un sentido trascendente a la subida del poeta a la cima, pues su voz suena a palabra de uno cualquiera de sus semejantes que lo acompañan en la ascensión. Esto es lo que hizo decir a Vicente Cano que «Jesús Delgado Valhondo es creador de una poesía de índole y alcance universal»[288].

Forma personal

Eugenio Frutos en el prólogo a La esquina y el viento titulado «La poesía personal de Jesús Delgado Valhondo» destaca lo que ésta tiene «de intramuradamente personal, de cosa suya, cocida en su sangre y expresada en el esguince particular de su figura y su gesto». Es decir, Frutos advierte que uno de los rasgos fundamentales de la expresión lírica de Valhondo es su forma personal de exponer y decir sus sentimientos.

No obstante la lírica del poeta extremeño paga su obligado tributo a la tradición cuando toca los temas de siempre, y en eso no es personal lógicamente (como el resto de los poetas), pero Valhondo consigue serlo cuando lo que dice de esos temas es producto de sus reflexiones y vivencias, materializadas en la preocupación por la muerte, el paso del tiempo o el dolor de personas de carne y hueso, de antihéroes, de seres corrientes que como él viven y aman, sufren y mueren. Y Valhondo también es personal en su forma de decirlo a través de un lenguaje directo, desgarrado o natural, humanísimo, sentido, verdadero y con un respeto extremo por los demás, a los que consideraba prisioneros como él de las circunstancias.

Y esa preocupación humanísima es lo que hizo que la poesía de Jesús Delgado Valhondo tenga una voz tan personal y no se parezca a ninguna otra aunque participe de las mismas formas y sentires. Luego la insistencia en el mismo tema, que no se hace repetitiva, contribuye a que se le identifique nítidamente con un modo concreto de decir y sentir y a la vez se le pueda distinguir de entre los poetas coetáneos: «Delgado Valhondo tiene un acento personal que lo diferencia de todos los demás poetas de Extremadura. Medularmente conserva una sólida unidad inspirativa»[289].

Tanto ahondó en su espíritu («en su mina» como le gustaba decir) que su voz, poco a poco más profunda, se fue perfilando cada vez más personal. No obstante, aunque trató siempre idéntico asunto, no lo hizo de la misma forma porque en cada momento supo imprimirle tonalidades distintas, que oscilaban entre la esperanza y la angustia, entre la búsqueda de la palabra exacta y la decepción de no encontrarla, entre la euforia y la melancolía, entre la aceptación y la ironía, construyendo de este momento un caleidoscopio de sensaciones, que dio lugar a una poesía única: «Su poesía es suya, personalísima y honda. Acaso sea un juego divino de contrastes y firmezas que, unas veces, se suavizan en candores de soñado cromo pastoril y otras se ensombrecen en duros tonos de aguafuerte. Todo se mece al ritmo de su corazón, entre luces y sombras, con una dulzura de melancolía, para cristalizar en los perfiles exactos del concepto y la melancolía»[290].

Luego su desinterés por el lucimiento personal impregnó de calidez una expresión que no pretendió destacar sino decir esencialmente lo que bullía en su intimidad, haciendo más eficaz ese mensaje y a la vez más cercano y confidencial hasta el punto de que su poesía se convierte en algo nuestro: «La poesía de Delgado Valhondo no es de brillantes sonoridades, sino íntima, recatada y como susurrante. Trata de conquistar la individualidad fraterna. Es uno de los poetas más puros quintaesenciados, más concentrados en su paradigma de amor y dolor. No embebido ni prisionero en un narcisismo esteticista, sino abierto a lo divino y humano, en íntima compenetración vivificante con el eterno drama de la presencia humana en la tierra»[291].

La forma personal que Valhondo imprimió a su modo de decir fue reconocida por numerosos críticos que conocían su trayectoria poética. Valga como ejemplo esta opinión que recibió al publicar El secreto de los árboles, cuando se encontraba en el cénit de su poética: «Un libro tuyísimo, hasta el tuétano, pero creo que más ‘importante’ que ninguno en lo que tiene sobre todo de contenido más que de expresión que es la tuya de siempre»[292].

Su originalidad expresiva además resulta tan cercana que conmueve cualquier espíritu sensible, porque está llena de preocupaciones espirituales por comprenderse y comprendernos. Esta noble lucha, propia  de una persona inconformista, impregna su poesía de una verdad que llega al corazón a la vez que al intelecto suavemente, preocupantemente, docentemente: «Jesús Delgado Valhondo es un poeta con una forma de decir las cosas que lo hace diferente a los escritores de su generación […] cuando nos habla tiene una sinceridad que en otros sitios no se usa. […]. Quizá su condición de maestro hace que sea un poeta didáctico»[293].

Además su poesía, por su humano y sincero sentimiento, tiene un valor de medicina espiritual, que seda, cura y reanima espiritualmente como aseguró Ricardo Senabre cuando dijo: «Pero nunca conoceremos lo que es aún más importante: cuántos lectores se han sentido acompañados, consolados, alentados en algún momento de sus vidas por los versos de Jesús. Porque la poesía cuando lo es de verdad, cuando hunde sus raíces en el sentir auténtico, sirve también para eso; la voz amiga del poeta se derrama en nosotros, actúa como un bálsamo lenitivo y nos redime de toda pesadumbre al compartir la suya con la nuestra, porque sus palabras son mucho más que palabras»[294].

Sencillez

La sencillez que respira una poesía sin vueltas como la de Jesús Delgado Valhondo, escrita a golpes de sentimientos y de existencia vivida con la intensa humildad del que se siente insignificante y a la vez parte de la naturaleza, es otra característica de una lírica que para leerla no necesita el uso del diccionario.

Pero esta sencillez en modo alguno minimiza su calidad, porque para comprenderla no es necesario expurgar el significado entre una maraña de expresiones que no dicen nada, ni cae en la simplicidad del rimador de versos. La forma expresiva de Valhondo se sitúa en la frontera entre la expresión poética sencilla e intelectual, es decir, en el justo medio que es donde está la virtud de la verdadera poesía: «La obra de Jesús Delgado Valhondo está cimentada en una sencillez expresiva, tan difícil en nuestro tiempo. Pero que nadie traduzca sencillez por ingenuidad o por simpleza. La bondad extraordinaria -la poética y la otra- de Jesús Delgado Valhondo le sobrevienen no solamente de ser así sino de pensar el mundo hondamente de haberse conocido y vertido al poema»[295].

Esta sencillez significativa se complementa formalmente con el uso que de la métrica y la rima hace la poesía popular: versos cortos y rima asonante que no entorpecen en ningún momento el significado de la expresión ni le da un tono distinto del que quiere imprimirle, que no es otro que el de la sinceridad por medio de la desnudez de todo tipo de artificios. Así Valhondo incluso es sencillo en sus momentos más surrealistas, porque aunque a veces no lo entendamos siempre nos deja la verdad de su voz y su profundo sentimiento, que nos arrastran no a traducirlo sino a llenarnos de su honda emanación, sentimentalmente más eficaz que una traducción al pie de la letra.

No obstante la sencillez de la poesía valhondiana no ha sido bien entendida, porque en algún momento este concepto se ha traducido como simplicidad, porque como reconoce Antonio Bellido: «Jesús tiene una endiablada manera de escribir que engaña. Parece fácil y no puedes evitarlo»[296]. Es la difícil facilidad que Juan María Robles traduce como una trampa tendida por Valhondo para comprometernos con todo lo que nos rodea.

Es cierto pues si definimos la poesía de Valhondo como sencilla para distinguirla de la poesía retórica, entonces es sencilla porque es antirretórica. Pero sencillez en Valhondo es reflexión, elaboración, trabajo de lima, lucha con la palabra, deseos de comunicación, cordialidad, intimismo y subconsciente, que no siempre da como resultado una poesía fácil pues a partir de su decepción en La montaña su voz se espiritualiza progresivamente y, aunque el léxico continúa siendo común, admite menos la traducción y necesita más de un análisis que penetre en la intuición y la sugerencia transmitida por el poeta. Por tanto, como dice Alarcos Llorach, la poesía de Valhondo «es una poesía aparentemente sencilla».

Quizás quienes han definido a la ligera como sencilla la poesía de Valhondo se basen en las características de sus primeros libros que coinciden con la lírica tradicional de versos cortos, rimas asonantes, léxico cotidiano y agilidad, cuyo tono, ritmo y contenido ayuda sobremanera a la comprensión de texto. Pero la poesía de Valhondo posteriormente es el resultado de la síntesis a la que somete su expresión, que va convirtiendo su poesía en esencial y a la vez en más difícil de entender a la primera lectura.

Y así como nadie se atreve a definir la poesía de Juan Ramón Jiménez[297] de sencilla, tampoco es correcto hacerlo con la de Jesús Delgado Valhondo: «Sus versos son auténticamente humanos, con una economía de expresión difícil y eficaz. Poesía verdadera»[298]. Es cierta esta afirmación de Lázaro Carreter, porque la expresión de Valhondo está llena de originalidad creativa, producto de su individualidad y como todo lo individual no resulta nada fácil, porque generalmente son reelaboraciones de ideas mentales muy íntimas e incluso lejanas en el tiempo, que se basan en anhelos, quimeras, traumas, insatisfacciones o recuerdos encerrados en el subconsciente, imposibles de explicar fuera de la expresión lírica. De ahí que buena parte de la poesía de Jesús Delgado Valhondo la comprendamos pero, aunque sea calificada de sencilla, no la podamos traducir con palabras y sin embargo nos deja en nuestro espíritu una inefable sensación que preocupa, consuela y siempre implica.

También el hecho de que la poética de Jesús Delgado Valhondo gire en torno a un tema unitario y de que cada libro sea una continuación del anterior y algunos un resumen hace que su lectura resulte aparentemente fácil, porque supone incidir en un asunto familiar y por tanto conocido. Pero en Valhondo comprender un libro supone conocer los anteriores y pocos de los que han definido su poesía de sencilla se han leído completa su obra poética. Además la poesía de Valhondo es producto de una elaboración tan íntima y meditada que toda ella se encuentra repleta de imágenes creativas aparentemente sencillas, pero que no son de ninguna manera fáciles.

Por tanto pensamos que es la impresión que deja esta poesía la que parece sencilla. Es decir, su tono cordial, su forma ágil y su contenido humano es lo que deja en el lector una sensación de haber conectado con un sentimiento parejo al suyo y de ahí que se defina como sencilla, aunque si se nos preguntara posiblemente no sabríamos traducirla con exactitud: «Aparentemente es un libro sencillo, elemental, fácilmente concebido y expresado y en ello estriba su grandeza: en esa sencillez, en esa elementalidad con que dices cosas tan cargadas de hondura y contenido humano. Y lo haces limpiamente, sin rebuscar ni una sola vez lo escabroso o la forma epatante»[299].

También la sencillez aparente de la poesía de Valhondo se encuentra en la atracción que sintió por las cosas insignificantes de la vida, paradójicamente generadoras de hondura y por tanto de una calidad expresiva no sencilla: «Delgado Valhondo siente devoción por lo mínimo. […] La encuentra en la hormiga, en la abeja zumbadora, en el pajarillo. En la elocuencia erguida de un árbol solo. Esta devoción por lo pequeño, lo hace enriquecer de primor los fondos más bien tenebrosos y pesimistas -sólo al parecer- de sus poemas»[300].

La consciencia de su insignificancia en el mundo, por una parte, hizo que se fijara en los detalles que lo rodeaban intentando desentrañar el enigma de la existencia, que encontraba en hechos y asuntos imperceptibles para los demás y, por otra parte, la humildad de su talante humano lo llevaron a creer que quizás la vida fuera más llevadera y explicable si tuviéramos más interés por lo sencillo que por lo complicado: «Sabe Jesús que el auténtico sentido trágico de la vida está en lo sencillo, en lo más aparentemente fácil; en una gota de agua, en una brizna de hierba, en los ojos azules de la vida que pasa y se detiene susurrándonos sus mil y un secretos tantas veces ignorados. Jesús Delgado Valhondo asume su ministerio y busca al hombre allá donde esté. Allá donde brote un átomo de humanidad por insignificante que sea. Al fin y al cabo todo es así de sencillo, hasta lo más sublime»[301].

No obstante el resultado no fue siempre sencillo, pues para Valhondo la sencillez suponía un esfuerzo de síntesis tanto en la forma como en el contenido. De ahí que su poesía se caracterice por el cuidado de su envoltura, que evoluciona meditada y gradualmente de la tradición a la renovación, y por un contenido trascendente que, para no repetirse y avanzar un paso más en la interpretación de la realidad, buscaba la perfección lírica y nuevas maneras de expresión: «De viril sencillez y profunda emotividad, que reflejan una posición lírica de sinceridad y de belleza no poco difíciles»[302].

De todas formas el origen de la aparente facilidad de su poesía tiene un fondo humano, que procede de su concepción sencilla de la vida y de su deseo de convertir sus insalvables obstáculos en transparentes y realizables, con el fin de conseguir un mundo menos problemático y más habitable. Por este motivo siempre tuvo como referencia moral la limpidez llevada a sus máximos extremos por el camino de la expresión traslúcida. Esto explica que Martín Tamayo dijera que «Valhondo es directo, llano, de una claridad casi ofensiva»[303] y que la opinión aguda y limpia de los niños fuera la forma de calibrar su sencillez: «El mismo ha confesado que sus versos, muchas veces por vía de ensayo se los ha leído a los niños y, cuando ha comprobado el entusiasmo de éstos, ha dado por buena la empresa»[304].

Y esta sencillez que se encuentra lejos de la simplicidad fue una de las características que más destaca en su personalidad lírica, frente a la poesía que oscurece la expresión como garantía de calidad: «Delgado Valhondo tiene la modesta sencillez limpia del que escribe con el alma tan en contraste con el pedantesco engolamiento de los falsos valores»[305].

El concepto de sencillez en Valhondo por otra parte se relaciona con su autenticidad, porque el poeta auténtico para él debía reunir entre otros valores ser sencillo. Así las conexiones entre poeta y lector debían estar desprovistas de complicaciones innecesarias: «Su poesía es de las más limpias, hondas y transparentes que hoy se pueden leer […] en sus versos se trasparenta una actitud lírica espléndida, que cristaliza, a su vez, en unos poemas llenos de autenticidad poética»[306].

Tiene también la sencillez de Jesús Delgado Valhondo un valor espiritual, porque calma, equilibra, quita aridez a una realidad ya de por sí complicada y la presenta transparente y sin más problemas que los que surgen de lo tratado: «Ahora acabo de leer tu libro. Es muy bello. Muy sencillo en apariencia. Muy sabio -y no hablo de técnica literaria- en realidad. A mí ya cansado de fárragos […] tu voz de agua limpia, cogida en el manantial, fresca y sin légamos de arrastre, me hace mucho bien y me descansa»[307].

Por eso, la sencillez de Valhondo tiene mucho de ambiciosa como dice Rafael Laffón, de ascetismo, de aclarar lo oscuro, de equilibrar lo trastocado, de explicar el misterio: «Otras veces, esa intimidad se encierra en moldes de profunda serenidad, sin disonancias, armónica, con una difícil y bien lograda sencillez»[308]. Y también tiene mucho de eficacia, porque su poesía llega al lector y lo seduce, mientras éste se aleja de la lírica menos sencilla: » ‘Esa difícil facilidad’ de la que están hechos tus poemas es algo que me impresiona mucho, porque comparo su tajante efectividad con la ineficacia de tantos versificadores que nos quieren sorprender hoy con la dificultad insultante de sus cáscaras vacías»[309].

En fin, muchos críticos son los que han detectado que la sencillez de Valhondo no es sinónimo de facilidad por escaso trabajo de lima o descuido, sino producto de una labor responsable de creación poética que encierra muchas virtudes líricas: naturalidad expresiva, calidez, proximidad, palabra susurrada, confidencial … que nos habla en nuestra misma frecuencia y por eso nos gana implicándonos en lo que transmite.

Valhondo nos llega tan adentro porque es capaz de decir sencillamente lo que nosotros deseamos expresar y no somos capaces. Por esta razón su poesía nos parece sencilla, clara, porque está diciéndonos lo que nosotros deseamos decir y no podemos. Y es que Valhondo, natural y espontáneamente, desmitifica el acto de poetizar convirtiendo la elucubración lírica en conversación cálida, directa y cotidiana, aunque como dice José Canal: «Su poesía no es fácil de analizar. En realidad, toda poesía verdadera rechaza el análisis como que es misterio revelado que está más allá de la lógica»[310].

Contenido existencial, filosófico y religioso

Definir la poesía de Jesús Delgado Valhondo como sencilla sin más es un error como acabamos de comprobar, pero aún es más inaceptable esa equivocación si se tiene en cuenta la hondura y la trascendencia de su palabra por el contenido existencial, filosófico y religioso que impregna toda su obra poética.

La mayoría de los poetas van quemando etapas y modificando sus temas a lo largo de su poética, sin embargo Valhondo en ningún momento dejó de sentirse influido fuertemente por las intranquilidades que le producía la existencia cotidiana, de buscar respuestas a los asombros y el misterio que envuelve la naturaleza humana y de indagar en su procedencia divina, porque se sabía dependiente de la divinidad, en la que esperaba encontrar la tranquilidad que en la vida terrena le faltaba, cuando le descubriera el secreto que tan celosamente guardaba sobre la vida, el ser humano y el mundo.

Además, el mantenimiento de ese contenido a lo largo de toda su poética es un ejemplo de perseverancia, hondura y transcendencia difícil de igualar, pues ni un sólo poema de Jesús Delgado Valhondo se sale del tema marcado, porque ninguno fue escrito para rellenar, sino para redondear una poética caracterizada por la meditación, la honradez y la seriedad creadora.

Valhondo, muy seguro de su objetivo lírico, no se permitió ni un solo descanso a lo largo de su extensa obra poética, porque tampoco se lo concedió en su espíritu. Y como su poética es la crónica espiritual de su experiencia comprometida, pues quiso ser consecuente con su naturaleza humana y estar acorde con su origen divino, tiene una hondura reflexiva que no sólo no se aparta en ningún momento de la búsqueda trascendente iniciada desde sus primeros versos, sino que profundiza gradualmente y se convierte en ejemplo de compromiso humano y perseverancia lírica.

Pero además el carácter existencial y religioso de su poesía tiene en su enfoque filosófico un pilar que lo sustenta, pues su capacidad para el asombro y sus deseos de desentrañar misterios lo llevaron a ahondar más en su condición humana, en la de sus semejantes y en la del mundo, del que se sentía parte como criatura imperfecta y a la vez independiente y digno como un elemento más de la naturaleza o lo que es lo mismo de la esencia divina.

Este enfoque existencial, filosófico y religioso es el aspecto que imprime a la poesía de Valhondo una singularidad distintiva y una importancia primordial dentro de la lírica contemporánea.

Coherencia

Toda la extensa y enjundiosa poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentra sustentada en un tema único (la búsqueda de Dios) y en una fuerza motriz (la soledad del ser humano). Desde el primer libro hasta el último, Jesús Delgado Valhondo poetiza sobre el tema expuesto sin salirse de un camino coherente, que se convierte en la búsqueda de Dios del hombre universal, en un intento desesperado e irremediable de encontrar a su creador desde la soledad trágica que invade al ser humano.

Jesús Delgado Valhondo fue quemando etapas en su vida y a la vez en su espíritu construyó una poética con unas partes interrelacionadas, que se agrupan en apartados coherentes y evolucionan en fases consecutivas con un comienzo (1ª parte, desde Canciúnculas a Pulsaciones), un desarrollo (2ª parte, desde Hojas húmedas y verdes a La vara de avellano), un desenlace (3ª parte, desde Un árbol solo a Los anónimos del coro) y un epílogo-resumen (4ª parte, Huir), que no sólo cierra el ciclo lírico sino también vital de Valhondo, de tal forma que al mismo tiempo pone punto y final a su vida y a su poesía, en una muestra fehaciente de su coherencia humana, espiritual y lírica: «La coherencia de tu vida queda plasmada en tu obra, siendo ésta coherente consigo misma, sin quiebros bruscos, pero con marcha certera hacia la madurez y la plenitud. Cada nueva obra tuya es necesaria, es un paso más, una visión más completa de lo que intuías desde el principio y que nos vas desvelando poco a poco, pedagógicamente, como buen maestro de niños y de grandes»[311].

Por tanto la coherencia de su obra poética es patente pues tiene un principio definido, un cénit marcado y un cierre con el que pone punto y final conscientemente a su obra poética, que evoluciona de principio a fin con la personalidad identificadora de un hombre y un poeta, muy consciente de su posición humana en el mundo y de su trabajo poético.

Además Valhondo desarrolla en su obra poética no sólo un tema único que sigue un camino lineal, sino que ésta experimenta una evolución formal, espiritual y significativa que lo lleva a pasar gradualmente de una poesía tradicional a otra moderna, del verso medido al versículo, de la esperanza a la angustia. Este cambio se inicia en Aurora. Amor. Domingo, después de su fracasada búsqueda de Dios que se produce en La montaña, y concluye en Un árbol solo, libro donde formal y significativamente confluyen los anteriores y a la vez inicia otra etapa que desemboca en Huir, su epílogo-síntesis: «La crítica ha reiterado el carácter homogéneo de una trayectoria poética que no presenta quiebros bruscos ni cambios notables de dirección (excepto en “Canto a Extremadura”); hay unas constantes temáticas, afectivas y formales que dan unidad a una obra de una altura poética fuera de lo común»[312].

Esencialidad

La búsqueda de la esencia lírica no tiene en Jesús Delgado Valhondo un sentido estrictamente literario, pues su trabajo lírico no fue producto de una necesidad estética sino existencial para encontrar su propio yo y el sentido de su misma vida. Valhondo buscó la esencia de la palabra para disponer de un medio que le explicara los enigmas del mundo y del ser humano, respondiendo a la siguiente máxima: «Vivir es una inacabable pugna por convertir la existencia en conciencia; por dar a luz al yo esencial, a partir del yo existencial»[313]. Esto explica que sus primeros libros sean la exposición de su situación existencial para pasar en los siguientes a un mayor ahondamiento en su conciencia, buscando la esencia lírica y a partir de ella la de su yo como paso previo para comprenderse y comprender al ser humano y al mundo y finalmente formarse una idea exacta de todo.

Este proceso es semejante al de los místicos[314] que primero iluminaban su conciencia para dejar expedito el camino hacia la divinidad. De la misma manera el poeta comienza por aclarar la conciencia de su yo para llegar a dilucidar los secretos del mundo. Así la poesía actúa como un soporte de la búsqueda de la esencia en la que el poeta, un hombre cotidiano, se convierte en una conciencia superior espiritualmente iluminada que intenta descifrar el mundo cantándolo para sobrevivir en la esencia de su poesía, porque ésta conserva para la eternidad la evolución de los distintos momentos de su conciencia indagadora y comprometida.

De ahí que la esencialidad de la poesía de Jesús Delgado Valhondo es el resultado de una labor de síntesis que elude lo superfluo, y de una búsqueda del concepto que intenta ir justamente al centro de las cosas sin rodeos innecesarios ni burdas justificaciones, porque nunca necesitó inventar sentimientos sino más bien contener el torrente de sus emociones que frecuentemente lo desbordaba.

Éste es el motivo de que el padre Martín Sarmiento afirmara que desde Juan Ramón no se había escrito en España una poesía tan densa, desaccidentalizada y lírica como la de Valhondo, cuya voz recomendaba como norte para las personas necesitadas de luz en su desorientación: «Ahí está el templo sagrado de Valhondo: ‘¡El fervor, el fervor entrañable en punzante deseo de clarividencia! […] Vosotros, los desnortados, los que andáis vagando en pos de vuestra autenticidad, oíd el Evangelio de los labios de Delgado Valhondo»[315].

La esencialidad de la poesía de Jesús Delgado Valhondo se halla en su empeño de evitar las divagaciones, las medidas palabras, las frases huecas («todo poeta que no sintetiza está perdiendo el tiempo», decía) y en su deseo de buscar el centro del asunto, evitando lo que pudiera apartarlo del tema y empañar su expresión limpia y transparente: «Delgado Valhondo va a la raíz del poema, sin rodeos. A la desnudez excitante. A veces, un estudiado e intencionado prosaísmo lacerante -expresiones como ‘descaradamente muerto’- ponen su acento e intransferible marca en el poema»[316].

Valhondo llega al cénit de su esencialidad, cuando el lenguaje se convierte en un puro ejercicio de concisión impresionista de «suaves pinceladas descriptivas, con frecuentes cruces sinestésicos de sensaciones, que dan a sus poemas un aire impresionista y vago, favorecido por la asonancia en la rima y la extraordinaria economía de medios con que comunica sus emociones»[317]. Valhondo quería desproveer al lenguaje, una vez eliminado lo superfluo, de lo que no resultaba estrictamente imprescindible para transmitir el mensaje que exactamente deseaba decir.

Y aquí es cuando aparece, junto a su capacidad de síntesis, su sorprendente capacidad de sugerencia con la que consigue una mayor esencialidad, de tal forma que muchas veces emocionalmente es más sugerente en sus poemas cortos con lo que deja por decir que en poemas extensos y de versos largos, donde por insistir en el mismo asunto, alguna vez nos queda la sensación de lo repetido. Valhondo sin duda es más intenso cuando emplea ese lenguaje sintético pero sugerente que cuando se explaya: «Esta es una poesía de lo esencial […]. Delgado Valhondo es un poeta que ahorra las palabras y concentra la emoción. Prefiere el brevísimo pomo de esencia al río. […] Es muy esquemática la expresión de este poeta. […] A veces es más lo que sugiere que lo que menciona»[318].

También la espiritualidad tan característica en Jesús Delgado Valhondo contribuye sobremanera a condensar su poesía en lo estrictamente elemental, porque su espíritu es un filtro donde se queda aprisionado lo superficial, lo que no es trascendente y sin embargo deja pasar el sentimiento más verdadero, a la vez que lo convierte en novedoso y sorprendente meditación esencial: «A mí me parecía que estaba leyendo un libro de cristal y que todo lo que decía era transparente, limpio, puro; que las palabras, las letras, estaban condensadas en su sustancia, que eran cortas, breves, pero tenían un mundo de ideas vírgenes delante, que estaba fundido lo espiritual con lo material»[319].

Y esto se debe a que la poesía de Valhondo es el resultado de una experiencia cercana a la mística, cuando los anhelos de Dios se le hacen insufribles y se espiritualiza de tal manera que en algún momento cree casi tocarlo y que disfruta la cercanía de su presencia: «La poesía de Delgado Valhondo está en frecuente diálogo y anhelo de divinidad»[320].

No obstante esa síntesis lírica en que gradualmente se convierte su poesía no es sinónimo de monotonía, porque adquiere tonos y registros diversos que implican, estremecen, esperanzan, angustian y siempre satisfacen, cuando se comprende que el objetivo de la condensación es desentrañar la esencia humana, construida sobre presupuestos básicos y elementales, porque el poeta es consciente de que la dificultad de entenderla procede de las complicaciones artificiales que con nuestra imperfección le vamos añadiendo: «Estrofas sencillas, hondas, elementales siempre, voz grave y cuasi angélica a un tiempo. Intima. Sorprendida. Temerosa y, a la vez, esperanzada. Sincera por supuesto. Y, en definitiva, esencial. […] en él la poesía se hace hombre»[321].

Es quizás en su momento de mayor angustia (De Aurora … a La vara de avellano), cuando encontramos al Jesús Delgado Valhondo más sintético en buena medida porque las palabras se le empezaban a quedar sin contenido de tanto usarlas y comenzaban a resultarle ineficaces. Entonces intenta hallar la esencia de las cosas a través de un lenguaje más selectivo, más condensado y por tanto más esencial como aseguró Enrique Segura Otaño: «Cada nuevo libro de Jesús Delgado refleja ‘in crescendo’ el perfeccionamiento de su lírica, cada vez más personal, cada día más íntima, más sintética y segura de su profundo sentido emotivo».

Sin embargo, a pesar de ese esfuerzo por hallar la expresión más sintética (que la hace más difícil de entender), la poesía de Jesús Delgado Valhondo sigue infundiendo confianza, porque detrás de su dificultad existe una humana y honda transparencia en la que podemos comprobar que no se oculta nada, pues sólo palpamos esencia destilada de un espíritu sincero que dignamente actúa sin trampas ni dobleces: «La poesía de Delgado Valhondo no defrauda: clara, concisa, profunda, expresiva, transmite con fluidez, cuanto le interesa comunicar […] poesía sustancial y saludablemente humana»[322].

Responsabilidad

El compromiso con que Jesús Delgado Valhondo concibió su tarea lírica lo llevó con frecuencia a experimentar la angustia conceptual y la ansiedad producida por la persecución infructuosa de la palabra exacta y a sentir cómo se le escapaba sin poder plasmarlo en el papel: «El valor de la lírica de Jesús Delgado Valhondo radica en el sentido de la responsabilidad de su obra»[323].

La poesía de Valhondo es producto de una creación muy trabajada, que tuvo como objetivo desentrañar el concepto encerrado por la palabra: «Para lograr la sencillez y lo espontáneo se necesita mucho esfuerzo. Al fondo del poema no se llega hasta que no se topa con la palabra exacta»[324]. Cada poema era para Valhondo un espacio donde indagar sobre el mundo, una unidad armónica que exigía equilibrio en todas sus partes, un desgarro del espíritu parecido a un parto lírico-emocional y un trozo de vida que convertía en versos apasionados: «Anoche me ha tenido a medio dormir un poema sobre Cáceres mío. He estado con él mucho tiempo. Me duele ese poemita y lo estoy queriendo ya. Me parece que es bueno. He vuelto sobre él varias veces. Cuando me intranquiliza una cosa de éstas hasta que no le ves el fin no paras. […] Cuando cierro la carta, vuelvo a leer este poemilla. Lo último que he hecho. Y me gusta. Me ha costado trabajo centrarlo. Trabajo y sangre ¿sabes?»[325].

Esta autoexigencia en Valhondo procede principalmente de la sensación de fracaso que experimentaba cuando, desconforme con un poema, sentía la imposibilidad de expresar lo que exactamente deseaba. Tal insatisfacción lo empujaba obsesivamente a escribir otro poema, buscando el desahogo de sus intranquilidades a través de la expresión certera, aunque entendía que se trataba de una tarea muchas veces abocada al fracaso: «Cada poema es para su autor un fracaso por eso, precisamente, se hace el siguiente. Y se envenena uno de tal manera que es imposible ‘desintoxicarse’. Yo, a veces, reniego»[326].

Esta seriedad lírica enseguida fue calificada por la crítica como una característica personal, porque su poesía dejó siempre una sensación de discurso muy elaborado, de honda indagación en los entresijos del alma humana, de continua forcejeo léxico, de perseverancia en lo trascendente: «Lo suyo ha sido indagar y hundirse líricamente, sensiblemente, en todos los rincones de la poesía. […] Pocos escritores tan consecuentes y tan luminosos como él […] han ido formando su mejor legado: El de una honradez literaria por encima de todo cambalache»[327].

Esta actitud de responsabilidad lírica procedía en Valhondo de una fuerte vocación poética, porque entendió la poesía como una forma de superación humana y como una labor espiritual dignificadora. La búsqueda de respuestas a los misterios del mundo a través de la expresión lírica fue su referencia moral, pues creía que el ser humano sería mejor si saliera de su intrascendencia y buscara respuestas: «Es el ejemplo de una pura y formidable vocación poética. […] Yo lo he sentido debatirse con la forma. […] Fue una lucha dura y larga, que no puede sostenerse sin una inquebrantable vocación»[328].

En su responsabilidad lírica además influyó mucho su concepción ascética (en un sentido no sólo espiritual sino también poético) de la existencia, su disciplina en la búsqueda de lo trascendente, su autocrítica y sus deseos de perfección tanto humana como lírica en un deseo de alcanzar lo sublime a través de la exigencia moral y técnica: «Es exigente consigo mismo. El mayor crítico de su obra es él. Rompe mucho de lo que escribe; otras veces un folio lo deja en una línea»[329].

Su lírica por tanto no puede ser calificada de simple y espontánea sin más, porque este comentario denunciaría un análisis superficial de una poesía a la que no se le puede achacar de ninguna manera descuido, falta de pasión o de planteamiento: «Pocos -muy pocos [poetas]- tan exigentes consigo mismo, tan insatisfechos, tan tenazmente perfeccionistas […]. En todos los casos se advierte una cuidada construcción textual, una organización interna meditada, coherente, que la aparente espontaneidad de los versos oculta con frecuencia»[330].

Esa responsabilidad lo llevó a perseverar durante medio siglo en un tema que indagaba en los grandes problemas del ser humano, convirtiendo en única una labor literaria que se caracterizaba por la honradez y el compromiso: «es un poeta emblemático en cuanto a su dedicación literaria»[331].

Y esto sin duda ha enseñado a todos, porque Valhondo se convirtió sin proponérselo en un ejemplo de perseverancia cuya humildad orientó a propios y extraños: «Ya viejo, ya mayores, estamos obligados a fomentar tu ejemplo de poderoso brío y buen hacer que tu obra va dejando en nosotros como un camino magnífico de rigor y compromiso […]. De ti tenemos todo, persistencia y años, muchos años de asombros conjugando luces y querencias»[332].

Atracción por el misterio

La atracción por el misterio, que siempre sintió Valhondo y lo hizo indagar en él mismo y profundizar en el mundo para intentar entenderlo, dio como resultado una poesía profunda, eminentemente reflexiva y sugerente sobre todo cuando, alentado por su capacidad de asombro o su necesidad de desentrañar enigmas, cruzaba el umbral de la realidad y se adentraba en esa otra frecuencia que se sitúa en la frontera de lo inexplicable.

Dos razones al menos tuvo Valhondo para tener un sentido tan acentuado del misterio: una, las mismas interrogantes (nunca contestadas) sobre la vida. En un sentido universal, el ser humano es obra de un ser superior, al que llama Dios, que lo creó a su imagen y semejanza, es decir, perfecto, inteligente, pacífico, justo y sin embargo ha degenerado hasta llegar a ser y actuar de un modo radicalmente contrario. Ante esta paradójica situación, el hombre-poeta necesita preguntar: «¿Quiénes somos?».

En algún momento efímero de su historia, el ser humano ha creído saber cuáles eran sus metas en el mundo, pero pronto se desengañó pues cuando creía alcanzarlas a duras penas se le escapaban sin lograr siquiera palparlas y sin comprender las razones de sus fracasos y limitaciones. Ante esta situación se sintió indefenso y, lo que es peor, imperfecto no sólo física sino también moral y espiritualmente al constatar que no tenía la capacidad necesaria para comprender el mundo ni para ordenarlo en su propio beneficio. Ante esta lamentable situación, el hombre-poeta se pregunta, resignado y confundido: «¿Adónde vamos?».

Y por último la historia y la realidad presente hacen dudar al ser humano de su procedencia divina, pues no concuerdan sus planteamientos, ni por aproximación, con los de su creador. Un sentimiento de vacío por la ignorancia de su origen, desorienta aún más al hombre, que no tiene un punto de apoyo en su procedencia ni un referente por el que orientar su camino. Y aquí el hombre-poeta interroga desconcertado: «¿De dónde venimos?».

La segunda razón es el resultado de la falta de respuestas a las preguntas anteriores, que producen la inexistencia de explicación a hechos, sucesos, reacciones y cambios no sujetos a ninguna lógica humana (quizás sí divina) que el hombre en su insignificancia en el universo no sabe explicar. Quiere creer, necesita creer que Dios existe, que la naturaleza es su obra y él la más perfecta de ella, que hay otra vida después de la muerte, pero hechos ilógicos para la frágil mente humana le rompen estos planteamientos en mil pedazos, pues si Dios existe ¿por qué no se muestra?, si la muerte es el paso a una vida mejor ¿por qué hay que morir sufriendo?, si Dios es todopoderoso ¿por qué no soluciona los problemas del mundo?, ¿por qué permite las guerras, la explotación del hombre por el hombre …?, ¿por qué …?, ¿por qué …?, ¿por qué …?

La búsqueda de respuestas a esas interrogantes fue el objetivo de la poesía de Jesús Delgado Valhondo y la razón de que, por una parte, el mundo fuera para él un continuo descubrimiento de asombros y, por otro, constante angustia ante los misterios que no pudo desentrañar, a pesar de su búsqueda incansable, consciente y dignificadora: «En su obra late siempre lo sobrenatural bajo el mundo sencillo y cotidiano. El misterio se expresa mediante nociones como la sombra, el sueño, la muerte, la profundidad, el abismo, …»[333].

Intimismo y solidaridad

La intimidad que emana de la cálida palabra de Jesús Delgado Valhondo se hace confidencial y a la vez secreto a voces, lamento necesario para calmar las heridas de su alma angustiada. De ahí que sea un poeta tan íntimo y especialmente sentido y que declinara premios y honores por no fingir una intimidad para la galería, que no se correspondiera con su verdadero sentir.

Esa íntima expresión hizo que sobre todo a través de opiniones particulares de la crítica que, en artículos y en su epistolario se encuentran con una frecuencia significativa, su poesía fuera reconocida como auténtica y él como poeta realmente sincero, o lo que es lo mismo, íntimo: «El secreto de los árboles me ha gustado por esa ternura confidencial, que caracteriza a tu poesía, que es verdaderamente íntima, de palpitación secreta e interiorizada»[334].

Pero Jesús Delgado Valhondo además de íntimo es objetivo porque en él íntimo no es sinónimo de egocéntrico y, cuando transmite sus sentimientos, se observa que no son particulares sino colectivos. Su intimidad no consiste en expresar sus alegrías o sus problemas particulares, lamentándose quejumbrosamente de su situación individual, su poesía es un grito (aunque sin estridencias) en nombre propio y en el de los demás, compañeros de fatiga en la penosa marcha hacia la cima anhelada: «No hay ni un solo grito, ni un solo adjetivo altisonante que quiebre la suavidad y el encanto de cada verso que te va produciendo un delicioso encantamiento para decirte las cosas más importantes y trascendentes»[335].

Es cierto, porque cuando Valhondo habla del dolor no se circunscribe sólo al suyo sino lo hace extensivo al de los demás. Cuando rememora su niñez recuerda a su ciudad, su familia y a sus amigos. Cuando ve pasar el tiempo, tanto se lamenta por su degradación como por la de cualquier otra persona. Cuando el paisaje se convierte en centro de su emoción, no lo idealiza y oculta sus defectos, sino que los expresa líricamente para que los demás lo capten y sientan con él su honda preocupación (por ejemplo, el poema «Mérida»). Esta postura por tanto es objetiva, aunque paradójicamente surge de su intimidad personal: «Su poesía presenta una marcada tendencia al equilibrio entre el mundo exterior (el paisaje, la ciudad …) y una carga emotiva con que es proyectado. La realidad llega hasta el lector tras pasar por el filtro de una sensibilidad, humanamente enriquecida»[336].

Este contraste entre subjetivismo y objetividad se da en Jesús Delgado Valhondo, porque la capacidad de unir contrarios es otro aspecto personal de su singularidad. Valhondo se adentra en su intimidad y quiere encontrar soluciones para todos sus semejantes, porque fue consciente de que sin la referencia de los demás no se conocería íntegramente a sí mismo: «Poesía directa y concreta, en íntimo diálogo con el autor. Así su huida de esa ‘soledad radical’ que cada uno es, según Ortega, y la busca del ‘tú esencial’ de Machado, a quien contar nuestro cuento»[337]. De ahí que este proceso suceda también a la inversa: «Los que lo leen se encuentran a sí mismos, inmersos en su mundo interior, recreado por él para ellos»[338].

Y tanta es la confianza inspirada por la intimidad de Valhondo que los demás se acercan a oír el susurro de sus secretos, porque su poesía surge de una profunda reflexión personal, cuya garantía es la perseverancia de su búsqueda que a veces no necesita siquiera de la palabra como advierte Santos Díaz Santillana: «Jesús Delgado Valhondo abre su alma y nos transmite en voz baja, con palabras pausadas, breves, sin estridencias, a veces casi sin palabras con un gesto -‘mirándonos tan sólo las manos’- lo que lleva y le duele dentro».

Luego la intimidad se acentúa con la dulce melancolía por esa triste concepción de la realidad inmediata, que impregna toda su obra de una pena latente a modo de traducción de la influencia negativa de sus cotidianas circunstancias existenciales. No obstante su profundo pesimismo de desamparo subiendo la montaña, haciendo el camino, recorriendo la calle se conjuga con su carácter jovial y desenfadado (influido por la comprensión de la trágica soledad del hombre) en su afectiva relación con los demás.

Y es que la intimidad de Jesús Delgado Valhondo tuvo su origen en el diálogo personal que mantuvo siempre con su conciencia, punto de referencia por el que sopesó la medida de las cosas y de su propia actuación. Y en su intimidad decidió regirse por la autenticidad y la transparencia humana y lírica, porque quiso ser consecuente con su dignidad espiritual. De ahí también la cercanía y la cordialidad de su voz: «Interiorizada, secreta -pomo de esencia- es la voz de Delgado Valhondo. El poeta se retrae, solitario soñador, hacia su propia intimidad. Lo que más me gusta de la poesía de Delgado Valhondo es su autenticidad y luego su sencillez expresiva, su delicada mesura, su graciosa manera de insinuar el verso y una como blanca tonalidad que tiñe su poesía toda»[339].

Por estas razones no es extraño que la poesía de Jesús Delgado Valhondo adquiera tonos diversos y talantes aparentemente contradictorios, porque muestran una intimidad abierta y receptiva a sensibilidades dispares: «Cuando leemos las poesías de Delgado Valhondo, parece que ocultan raíces primitivas y humanas, con personalidad de cantor que nos recuerda la juglaría de Berceo con un vaso de bon vino y la jocunda expresividad del Arcipreste»[340]. Así unas veces su intimismo se acerca meditadamente a los clásicos; otras, espontáneamente a la tradición y, otras, se convierte en moderna reflexión esencial: «La poesía de Delgado Valhondo enraíza, por un lado, en las fuentes juanramonianas y, por otro, en las formas tradicionales, se resuelve en un intimismo existencial y hasta religioso»[341].

No obstante la diferencia entre la intimidad de Jesús Delgado Valhondo y la de otros poetas, radica en que en él va ligada a su existencia pasada, presente y futura, es decir, su intimidad no lo obliga a romper como sería lógico su nexo de unión con el pasado al que siente muy cercano, ni a olvidarse inconscientemente del futuro cuyo final conoce, ni a renegar del presente aunque a veces se le hace insoportable, porque en caso de desconexión se refugia en sí mismo, pone orden en su conciencia y vuelve a sintonizar con su tiempo: «Delgado Valhondo profundiza en sí mismo y de sí extrae el fervor humanístico con que matiza sus motivos poéticos, que suelen ser aquéllos que mueven su sensibilidad de hombre melancólico»[342].

Esto lleva a pensar que, aunque la intimidad es uno de los pilares de su personalidad lírica, Valhondo fue un poeta que vivió en el presente, porque su poesía surgió de la observación de la realidad y del ritmo de su corazón, que palpitaba al compás del de los demás. Su angustia, su melancolía, su tristeza e incluso su esperanza son las del tiempo que vivió día a día y las de la gente con las que convivió y sintió.

Su base moral no es la de ninguna corriente filosófica teórica (aunque en determinados aspectos coincida con los presupuestos de algunas), sino la que su corazón experimenta al contemplar y sentir el dolor y el fracaso humano, la insatisfacción, la fragilidad, la desorientación de su familia, sus amigos, sus conocidos, de la gente normal de la calle. La Filosofía medita sobre los hechos trascendentales que muchas veces no es capaz de explicar de una forma comprensible; Valhondo en cambio lo hace sobre los sucesos cotidianos que le ocurren a los seres humanos, compañeros en el interminable camino de la vida pues, como aseguró Robles Febré, «suele llevar en su corazón los problemas de los demás, que son los suyos»[343].

Por tanto Valhondo estuvo en sintonía con su tiempo, en comunión con la realidad, protagonizada por el ser humano y su condición mortal, que le preocupó sobremanera y a la que no supo dar explicación, aunque lo intentó a través de la meditación sobre el ser humano y el paisaje, de la búsqueda de Dios, de su autoconocimiento y su traducción lírica: «Hay en su creación una constante afectiva y una reacción emotiva idéntica y reiterada ante las alegrías y dolores humanos: esto es lo que etimológicamente significa ‘simpatía’, es decir, padecer conjuntamente con los otros, gozando con sus alegrías y sufriendo con los dolores ajenos tanto como los propios»[344].

Por tanto Jesús Delgado Valhondo a la vez que íntimo fue solidario, en cuanto que su creación parte del silencio y la soledad de su espíritu, «árbol solo», pero nunca se olvida de compartir sus sentimientos con los demás a los que concibe como él prisioneros de las mismas circunstancias, problemas y esperanzas. Por este motivo para Hugo E. Pedemonte Valhondo quiso ser él mismo, pero «se abre a la solidaridad de una manera evangélica, no ‘social’, reconociendo al prójimo no a la masa». El dolor, el amor, la muerte, que son sucesos comunes a todos los seres humanos, es lo que lo hermana con los demás hombres[345].

No obstante Valhondo no fue partidario de planteamientos sociales, pues pensaba que guardaban detrás intereses partidistas y anulaban la intimidad personal. De ahí que su poesía sea íntima y solidaria pero nunca social, y de ahí también que pudiera crear una poética, extensa y perdurable en el tiempo, porque su voz no es representante de un movimiento de época sino de la conciencia que tiene vigencia indefinida, pues sus preocupaciones superan el tiempo y se adaptan a cualquier ser humano y a todo momento temporal: «Poesía honda, medular; poesía que exige, para una ideal gustación, traspasar la fina piel de las palabras, la suave dulzura de sus versos, la imagen que enclaustra el pensamiento. Es entonces, cuando en la nacarada gaveta de sus poemas, encontramos la serena y grave interpretación de tanta interrogante, de tanto paisaje interior del alma»[346].

Dicotomía en su concepción del arte

En Jesús Delgado Valhondo sorprende la concepción clásica y tradicional y al mismo tiempo moderna e innovadora que tenía del arte. Según Hugo E. Pedemonte Valhondo es un poeta de tendencia clásica tradicional, incluso en los momentos en que parece darse al versolibrismo[347]. Es cierto, en Un árbol solo, libro de poemas donde confluye su obra anterior después de incorporarle formas y procedimientos nuevos, Valhondo ha pasado del clasicismo de su poesía anterior a la modernidad y sin embargo se localiza una fuerte influencia de los planteamientos filosóficos más remotos.

No obstante el hecho de que se reconozca el componente tradicional en su poética no supone que se pueda calificar su poesía de conservadora, pues Valhondo fue adaptándose a las corrientes más modernas de la lírica nacional. Así, a partir de Aurora. Amor. Domingo, introduce gradualmente el verso libre y lo instaura en su poética totalmente en el citado Un árbol solo, para no abandonarlo en los libros de su tercera etapa, salvo en raras ocasiones.

Una muestra de su clasicismo y su modernidad se encuentra en que podemos hallar numerosas referencias de poetas de todas las épocas literarias a lo largo de su obra poética, pues leyó incansablemente tanto a los poetas clásicos como a los modernos buscando solución a sus deseos de respuestas. Así es fácil en Valhondo encontrar recuerdos de esos poetas y tendencias líricas, que de una u otra forma han indagado en el alma humana y el mundo intentando desentrañar el misterio que los envuelve.

Por este motivo en la poesía de Jesús Delgado Valhondo aparece la agilidad y la frescura de la poesía popular, la ironía del Arcipreste, la meditación sobre la muerte de Manrique, los deseos de unión con Dios de los místicos, la intranquilidad existencial de Quevedo y Calderón, los deseos de libertad de los románticos (especialmente la tristeza y la melancolía de Bécquer), la angustia modernista, la preocupación por los problemas del entorno de la Generación del 98, la esencialidad de Juan Ramón, el sentimiento humanísimo de Machado, la mezcla de tradición y vanguardia de la Generación del 27, la forma innovadora y el intimismo de la poesía contemporánea y la búsqueda de nuevos caminos expresivos de la lírica más reciente.

Sin embargo el hecho de reconocer la existencia de estas referencias en la lírica de Valhondo no supone que pierda su personalidad pues, como dice Federico de Onís: «Su poesía es nueva y personal»[348] y a la vez los múltiples recuerdos localizados se encuentran tan incardinados en su forma personal de decir que muestran a un poeta muy preparado intelectualmente, pues se basó en nuestra tradición, se adaptó a la modernidad y supo crear una poesía personal y trascendente que es, a la par, ejemplo de formación clásica y adaptación moderna, a pesar de la dificultad que conlleva la tarea de unir contrarios y seguir siendo uno mismo: «Es tan moderna y tradicional la poesía de Delgado Valhondo que se confrontan los lirismos de Miguel Hernández, por ejemplo, con la risa estridente del Arcipreste de Hita. Es una amalgama tan suya, que revela, una personalidad inconfundible»[349].

Originalidad y carácter originario

La originalidad y el carácter originario de la poesía de Jesús Delgado Valhondo no radica en los temas que emplea sino en el enfoque y en el tono personal y sentido con que transmite sus preocupaciones más íntimas: «Cuando ve cierto ángulo singular, se lo apropia hasta encontrarle y descubrirle su secreto perfil. Lo recoge con curiosidad y lo hace suyo, acompasándolo a los latidos de su corazón»[350].

El carácter originario en Valhondo procede de sus deseos de recuperar ese mundo perdido de sus orígenes, cuando estuvo libre de preocupaciones y angustia. Por eso cuanto más intranquilidades siente, cuanto más sube la intensidad de su nostalgia, tanto más desea volver a su pasado para recuperarlo y calmar su espíritu: «Su madura y rica tarea existencial le hacían ser cada vez más nostálgico, con un tendente retroceso al oscuro misterio del origen en el que se ha zambullido, anillando su alfa y su omega»[351]. Pero el pasado cada vez se alejaba más de su presente y sus recuerdos pasaron de ser un sedante espiritual a convertirse en un generador de angustia.

De esta manera la originalidad de Valhondo se relaciona con su origen, porque aquélla se encuentra en ese sentimiento de dependencia que tan tempranamente lo invadió durante su enfermedad infantil y lo convirtió en un ser humano esencialmente humilde y consciente de su naturaleza imperfecta. Esto significativamente lo llevó a tener un conocimiento y una visión clara de su origen y de la realidad (que en ningún momento lo lleva a engaño) para más tarde describirla y analizarla y formalmente expresarla con una esencial naturalidad: «La originalidad proviene de la exactitud de la visión, la capacidad de casi dibujarla con palabras, su interiorización y vivo sentimiento y la expresión directa y concisa»[352].

Por este motivo la temprana maduración de Valhondo hizo que ya en el mismo origen de su poética planteara los asuntos trascendentales que integran el núcleo temático de toda su lírica de una forma coherente y muy meditada. El perseverante ahondamiento en un tema único, la seguridad en no desviarse del camino previamente trazado, la preconcepción de toda su obra, su expresión personalísima y ese misterio inexplicable que lo llevó a insistir líricamente en el enigma del ser humano y del mundo, a pesar de que sabía la inutilidad de su empresa: «Tú posees una forma original de decir; una manera original de ver el mundo, que es para mí donde radica el lírico, el poeta inefable»[353].

Además originalidad y origen se encuentran íntimamente relacionados en Jesús Delgado Valhondo por una característica nostalgia que lo llevó a crear una poesía impregnada en el sentimiento de pérdida de sus raíces y a la vez sostenida por el anhelo de recuperarlas al final de su vida, cuando retornara al lugar y a la esencia de la que partió.

Esa conexión nunca rota es la que convierte su poesía en original por coherente, trascendental y sentida pues por un lado la une a su origen un hilo vital que es primitiva atracción y, por otro, a su fin a través de una llamada poderosa que lo llevaba de nuevo a su origen. Esta estructuración cíclica, de profundo contenido e incardinación en sus sentimientos más íntimos, es la que hace original una lírica que gira en torno a su origen.

Sentido hondamente extremeño

El hondo sentido extremeño de la poesía de Jesús Delgado Valhondo aunque, si bien sólo aflora nítidamente en una sola ocasión («Canto a Extremadura»), impregna sutilmente toda su poética porque, cuando habla del paisaje se refiere al del Guadiana y el Tajo, los encinares, la calidez de la primavera, el calor del estío, el septiembre misterioso, la niebla del noviembre otoñal, el frío del invierno, la luz, las estaciones, el entorno de la encina, la cigüeña, la hormiga y la cigarra y al hombre y a la mujer extremeña que habitan ese paisaje.

En la poesía de Valhondo late una preocupación por el ser humano que vive, trabaja, se alegra o sufre en Extremadura aunque luego al no advertirlo explícitamente, se convierta por extensión en desasosiego por el hombre universal. Valhondo implícitamente se refiere a un hombre elemental, repleto de pasiones, atacado por el dolor y endurecido por el trabajo en su clima extremo, que bien podría identificarse con el extremeño, más atento al sustento material que a su estado anímico. Pero sin embargo éste es el hombre que Valhondo veía formando parte de la naturaleza en la que él mismo sentía, sufría y amaba: «A Delgado Valhondo se le nota que es extremeño en sus temas y lenguaje, en la atención del que escucha a su tierra pero, sobre todo, en el hallazgo de un hombre que dialoga con la naturaleza, que la reconoce sin ostentarla y que la ama sin nombrarla»[354].

Pero la relación de Jesús Delgado Valhondo con su paisaje no sólo fue una conexión física sino también espiritual. De ahí que este concepto en él no tenga un sentido regionalista, costumbrista o localista como sucede en la poesía de Galán o Chamizo, sino que adquiera un sentido universal, aunque con rasgos propios del paisaje extremeño, de las mañanas frías y transparentes de invierno, de las siestas sofocantes de verano, del gris melancólico y misterioso de las nieblas de otoño y de la fragancia primaveral con que la hierbabuena, el poleo y el romero impregnan el paisaje de la encina, la jara y la tórtola.

Además sabemos que Valhondo se refiere al paisaje extremeño y no a otro, por el sentido religioso que para él tuvo este concepto. Se sabía parte del paisaje del que había surgido y al que volvería cuando muriera, de tal manera que la Extremadura física se convierte en paisaje espiritual y trascendente donde se desarrolla su labor humana y lírica y por este motivo sólo en él pudo encontrar inspiración y fuerza para urdir una poética extensa y profunda como la tierra que lo vio nacer, existir y expirar. A esta concepción contribuyó sin duda el hecho de que apenas saliera de ella, más que en viajes esporádicos y cortos y, aunque la llamada de Madrid lo tentó en varias ocasiones, nunca se imaginó fuera de su paisaje y siempre se arrepintió a tiempo o encontró una justificación para no desenraizarse y seguir aferrado a su paisaje.

Luego, Jesús Delgado Valhondo no se limitó a vivir por vivir en él, sino que se sintió solidario con la tierra donde había nacido y esa conexión espiritual se convirtió en compromiso y preocupación por el presente y el futuro de su gente y sus campos. Por esta razón cuando el Plan Badajoz calmó la sed de las yermas tierras de las riberas del Guadiana vivió la época más jubilosa de su vida.

De su paisaje además procede su modo personal de sentir, pues recoge los dos polos opuestos y complementarios del carácter espiritual y físico de la gente y la tierra extremeña (tierno y duro, cálido e impetuoso, dulce y rebelde, sincero y humanísimo) que constituye para Ángaro «la hondura del pensamiento del hombre de Extremadura»[355].

Estas características del extremeño tienen unas connotaciones diferenciadoras muy sutiles, que no escapan a quienes tienen datos para comparar con otros caracteres y de una forma objetiva caracterizar al extremeño con esa dualidad distintiva, que define la personalidad del ser que habita esta tierra nuestra: «Debo manifestarte algo que me ha gustado mucho en tu poesía: La difícil definición de lo ‘extremeño’. Una de las cosas que me han admirado en los extremeños es una ironía dramática muy peculiar, tan distinta de la ironía trágica de Andalucía. La ironía extremeña se produce en leves notas, en rasgos esquemáticos. Es una fuerza revulsiva, ingenua, infantil; pero arraigada en el hombre duro y seco»[356].

Tensión lírica

En la poesía de Jesús Delgado Valhondo se detecta una necesidad de decir que la sustenta en todo momento sin altibajos. La tensión resultante procede de su honrada concepción de la tarea lírica que primero se enraíza en un intimismo melancólico; después se convierte en angustia ante la falta de respuesta de Dios y, por último, se traduce en una comprensión muy humana de la triste condición del hombre, de la vida y del mundo y al mismo tiempo en una lucha sin cuartel contra la falta de libertad de la conciencia del individuo, que se debate entre la fe y la razón y su incapacidad de entender la realidad pues la vida es una batalla trágica de la que sabe saldrá derrotado.

La personalidad agónica de Jesús Delgado Valhondo que crea la tensión lírica característica de su poesía se puede entender a través de esta definición de Unamuno, que distingue dos tipos de personas: «Hay personas, que parecen no pensar más que con el cerebro, mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida. […]. No basta pensar, hay que sentir nuestro destino»[357]. Al segundo tipo que siente su sino pertenece Jesús Delgado Valhondo.

Ese mismo sentimiento inconformista ante una realidad que se empeña en anularlo convierte su palabra en temperamental y a su verso en incandescente, siempre encendido y palpitante, de tal manera que Valhondo hace tomar partido al lector porque le transmite espiritualmente esa tensión anímica: «Ya ha llegado otra vez el cántico, otra vez la fiebre, otra vez la poesía de Jesús Delgado Valhondo. […] La poesía de Delgado Valhondo representa a su sentimiento temperamental. Cada cual reacciona ante el mundo como Dios quiso que reaccionase. Delgado Valhondo reacciona en diálogo con su espíritu. Son dos personajes que dialogan»[358].

Sin embargo la conmoción que produce la poesía de Valhondo no procede únicamente de su temperamento espiritual y agónico, sino también de su vitalismo, de esos deseos enormes de vivir que le provocaba su concepción amable de la vida, transmutada con frecuencia en angustia por circunstancias adversas: «Sus poemas se esmaltan constantemente con secuencias vividas y cromáticas, incisos de humor y puñaladas sensuales de febril y gozoso entendimiento de la vida. El poeta, aunque piensa de continuo en la muerte -que le obsesiona-, no desaprovecha ocasión de mostrar su celebración y la continua tentación de alegría que le ofrece el amor y la vida»[359].

También su tensión lírica viene de una concepción comprometida de la existencia, porque Valhondo no se conformó con ser espectador sino que asumió su papel de actor de la gran comedia universal en la que se sintió partícipe junto a los demás seres humanos: «Te tenía escrita una carta […] de lo que escribo y de lo que hago. De lo que me rodea y de lo que rodeo yo con mi imaginación ‘calenturienta’ «[360] le dice a su amigo Fernando Bravo.

La vitalidad de su poesía además procede en buena medida de la necesidad de expresar sus sentimientos tal como le bullen en su espíritu perennemente insatisfecho, para el que la poesía era un remedio tranquilizante: «Voy a porrazos con la vida, a trastazo limpio y no limpio. Quiero alcanzar algo que se me escapa constantemente. Debo ser un enfermo sin remedio. Alguna vez, querido Fernando, he llegado a gritarme: ¡Maldita sea el día que hice el primer verso! Ya ves, luego me pido perdón. Me suele dar estas satisfacciones inmensas de un no se qué cumplido»[361].

Esta postura aparentemente contradictoria llevó a Valhondo por una parte a una «aproximación de términos y situaciones de por sí antagónicos en los que parece contradecirse la significación, ‘lo viejo / lo nuevo’, ‘sueños / vigilias’, etc., así como la bíblica figura de la Magdalena que pregonaba obscenidades al amparo de su pureza son contraposiciones que no sólo afectan al entendimiento, sino que sirven a veces para conciliar perspectivas aparentemente opuestas» y, por otra, a que aborde «también con intuición sicológica motivos que forman parte del mundo interno individual. Y en su ansia de verdad necesaria e imposible se acerca, por otra parte, bajo el signo de las irresistibles preguntas, a los temas más decisivos e insoslayables. Intenta así la certidumbre de las incertidumbres: ‘Ando sobre montones de preguntas, / en esta noche larga de pasillo’ «[362].

Por eso aunque natural y sencilla la poesía de Jesús Delgado Valhondo se encuentra llena de una intensa emoción creativa, que se traduce en imágenes originales con las que nos sorprende continuamente, haciéndonos experimentar múltiples sensaciones humanas y estéticas que, si antes hemos sentido, ahora nos resultan nuevas porque su intimidad hace hilar al poeta espontáneamente unas asociaciones de ideas sorprendentes, creativas y originales.

Así aliados sentimientos y creatividad con tensión lírica en el discurrir fluido de su poesía encontramos numerosos momentos, en que nuestro corazón se contrae y la emoción nos invade por esa verdad que dice tan sentidamente, porque ¿quién no se ha emocionado al leer la elegía a su hermano Juan? o ¿quién no se ha sentido partícipe y solidario con su juego y su cansancio, al oírlo recitar su poema «Jesús Delgado» de Ruiseñor perdido en el lenguaje? o ¿quién no se ha estremecido cuando suplica a Dios las respuestas que necesita y no las obtiene? No sólo nos hemos sentido unidos con él sino que nos hemos visto reflejados en su dolor y en sus interrogantes, a través de la emoción tan humana y sincera con la que impregna sus sentimientos, que son los nuestros.

Jesús Delgado Valhondo llega a nosotros por medio de una expresión contundente, pero que nos invade con facilidad porque unas veces es como una oración, otras una confidencia, otras puro lirismo y a la vez resulta original, sentida y humana, de tal forma que compartimos su emoción, porque él la hace nuestra: «Cuando los temas de la poesía de Delgado Valhondo, se circunscriben a su contorno terrenal, siempre hallamos en ellos la proyección de su amorosa mirada, de su imponderable delicadeza y una elegancia formal, emanación de un innato sentido aristocrático del arte, a la vez, que de una sencillez entrañable y cordial, aunque como envuelto en una bruma de ausencia»[363].

Estamos de acuerdo con Juan Chacón cuando dice que «el verdadero poeta es el que da al proceso artístico una extraordinaria intensidad, cifrada en su capacidad artística, y Jesús Delgado Valhondo la demuestra en toda su obra poética»[364] porque en Valhondo su verdad, su autenticidad, su verdadero sentimiento es creíble y efectivo, pues además de calidad tiene un temperamento exaltadamente poético lleno de intensidad emotiva: «Es todo él, sin descanso, un sendero empinado de fervor. Un derroche de inspirada fiebre»[365].

Existencialismo lírico

Quizás la característica más distintiva de Jesús Delgado Valhondo se encuentre en el hecho de ser uno de los máximos representantes del existencialismo lírico, pues pocos como él ha ahondado tanto en los sentimientos del espíritu humano y en el análisis de la concepción del hombre, la vida y el mundo. Pocos como él se han sentido tan arrastrado por la muerte, esa experiencia ineludible y enigmática que lleva al ser humano racionalmente a la nada.

Y como consecuencia pocos han dudado tanto buscando dilucidar el secreto que nubla la realidad hasta el punto de convertirla en un puro misterio insondable: «No faltará nunca el lector que se dirá: ‘Este hombre no se decide, vacila; ahora parece afirmar una cosa, y luego la contraria; está lleno de contradicciones; no lo puedo encasillar; ¿qué es? Pues eso, uno que afirma contrarios, un hombre de contradicción y de pelea, uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza y que hace de esta lucha su vida'»[366]. Esta definición de Unamuno que describe la personalidad contradictoria del hombre comprometido con su condición humana le cuadra perfectamente a Jesús Delgado Valhondo.

Además ese fondo existencial que llena su obra lírica lo detectamos por tratarse también de un enfrentamiento contra la realidad y el tiempo en su lucha constante con el lenguaje, por buscar la palabra exacta, por introducirse en su esencia y decir con justeza y naturalidad sus intranquilidades y a la vez con la dignidad y profundidad humana que conlleva el trabajo lírico, cuyo objetivo es, nada más y nada menos, que transmitir las señas de identidad del hombre, es decir, los sentimientos humanos.

SÍMBOLOS

Juan Ramón decía que la poesía era «un modo de acercarse a lo invisible por medio de símbolos» y el diccionario dice que símbolo «es la expresión por algún medio sensible, de algo inmaterial». Teniendo en cuenta estas definiciones, Jesús Delgado Valhondo usó el símbolo como un medio de aproximarse a la comprensión de los misterios que se encontró en el camino de su búsqueda de respuestas existenciales y de traducirlos racionalmente para obtener una concepción lógica de la realidad.

Las tres claves simbólicas fundamentales en torno a los que gira toda su obra poética son: el árbol, la montaña y la huida. Los dos primeros ya están presentes en Canciúnculas y la huida se puede localizar en El secreto de los árboles. Posteriormente Valhondo dedica a cada uno de estos símbolos un libro, cuyos títulos son la clave simbólica que va a tratar: Un árbol soloLa montaña y Huir. Este hecho supone una muestra de la coherencia y de la reflexión que encierra su obra lírica, pues estos símbolos constituyen los pilares de la concepción del mundo poético de Valhondo sobre los que construye su discurrir significativo, evolucionado y coherente.

Los tres conceptos se encuentran íntimamente relacionados y situados estratégicamente, pues aparecen al principio (“un árbol solo” es definido en el poema «Árbol nuevo» de Hojas húmedas y verdes, su primer libro editado), en el medio (la montaña que aparece desarrollado en el libro del mismo título) y al final de su obra poética (la huida, que cierra su lírica con Huir).

La estrecha relación entre estos conceptos comienza a establecerse cuando el poeta al inicio de su obra lírica comprueba su soledad y tal situación lo induce a buscar a Dios. Por este motivo, el poeta dirige sus pasos a la cima de la montaña donde se encuentra la divinidad sorteando los obstáculos del camino, pero llega y no lo recibe. Entonces después de varios intentos de alcanzarla a través de la naturaleza y del ser humano, el poeta decepcionado comprende que la única solución es la huida.

El árbol

El árbol, que ya aparece mencionado en su primer libro (poema “Castilla en siesta” de Canciúnculas) con el calificativo de «solo», tiene un simbolismo que el mismo poeta explicó de esta manera: «Dentro de la naturaleza no encuentro ser material o idea que más semejanza tenga con el ser humano. Como el árbol, el hombre, tiene ‘plantas’ que se fijan en el suelo, que están en contacto con la madre tierra. Enhiesto, sube hacia el cielo, busca las alturas, el sol y, en lugar de tener las raíces (cabellos) hacia el suelo, las tiene hacia el cielo, a donde tiende todo hombre»[367].

El árbol solo es el medio de traducir la soledad del ser humano, tema capital de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo que trató desde el comienzo de su lírica y desarrolló ampliamente en su libro cumbre, del que los últimos versos constituyen el núcleo temático de su poesía:

En medio del paisaje,

en la llanura,

trémulo de emoción

un árbol solo.

Este símbolo aparece tan tempranamente en su poesía, influido por su experiencia infantil cuando Valhondo, afectado por una grave enfermedad, sintió la soledad y comprendió que en los momentos claves de la existencia el ser humano se encuentra solo, aunque esté atendido y rodeado de gente.

El símbolo del árbol solo se hace insistente desde su primer libro, Canciúnculas, a La muerte del momento. Aparece después en ¿Dónde ponemos los asombros?, cuando el poeta realiza una síntesis de la evolución de su soledad: primero fue «árbol de montaña lejana / […] cuyo vértigo en la raíz estaba», después «simple tronco rodando amarga vida» y ahora «sombra pisada de aquella rama huida». Posteriormente pasará a ser el tema central y el título de su libro más representativo, Un árbol solo.

No obstante aunque únicamente hemos mencionado los libros donde este concepto aparece desarrollado expresamente, la idea de la soledad está siempre presente en la poesía de Jesús Delgado Valhondo.

La montaña

El interés por el fortalecimiento de su espíritu marca la postura mantenida por Jesús Delgado Valhondo durante toda su vida para allanar el camino a Dios, que en su conciencia estaba en pendiente y lleno de obstáculos. La superación de esos escollos constituían el medio purificador que permitía al ser humano acercarse poco a poco a la montaña en cuya cima se encontraba la divinidad dominando el mundo y esperando a que sus criaturas, después de un camino de perfección ascética, llegaran a su presencia para recoger el premio de su fortaleza física y espiritual.

La oportunidad de materializar esta idea teórica le llega a Valhondo cuando viaja a Santander y encuentra en la montaña una muestra fehaciente del poder formidable de Dios, pues piensa que tales proporciones sólo podían haber sido creadas por un ser superior. De aquel impacto emocional surge La montaña, un libro repleto de paisaje grandioso que impresiona espiritualmente al hombre-poeta. «Niebla», «Shiri-miri», «Picos de Europa» y «Caminos de la montaña» son algunos de los títulos de unos poemas, esencia de paisaje, donde el poeta muestra su asombro y se espiritualiza ante medidas tan titánicas, pues en aquel paisaje encuentra el equilibrio y la paz del espíritu al sentirse divino por estar más cerca de Dios y a la vez humano porque se nota más barro que alma: «Dios está aquí, en la cima, más asequible, más creador, más cercano: Se le ve y se le toca con el alma. Es que, desde aquí, somos más sencillos, más humildes y estamos más serenos»[368].

La idea de la montaña se encuentra en la poesía de Valhondo mucho antes de escribir el libro de poemas del mismo nombre donde la convirtió en palabra, desde que impresionado leyó en la biblia la subida de Moisés al Sinaí para buscar los Diez Mandamientos y su encuentro con el Dios de tormenta; la atracción que ejerció en él el lugar de Cáceres, denominado la Montaña, y la impresión que le produjo la figura de San Pedro de Alcántara, que subía y clavaba una cruz en todas las cimas halladas en su incansable labor de evangelización, buscando el acercamiento a Dios a través de la imitación del doloroso vía crucis de su hijo. Y también le influiría «La subida al Monte Carmelo», glosa que San Juan de la Cruz realiza de su poema «Noche oscura del alma» donde relata el camino seguido por su alma hasta encontrarse con Dios.

En esa subida, en ese deseo por elevarse espiritualmente, encontraba Valhondo la ambición más digna del hombre por agrandar los horizontes del alma, por hacerse fuerte de espíritu. Y, aunque la subida le cuesta porque la pendiente es dura, la compensa llegar a la cima, donde Dios muestra su grandiosidad y está más cerca de Él y de la vida auténtica que ha prometido al hombre.

En la cima, como en el campo abierto, Valhondo encontraba la libertad plena y por eso le hubiera gustado transformarse en cigüeña o águila para volar material y espiritualmente y contemplar desde un lugar de privilegio la obra de Dios y ensanchar los límites de su espíritu.

No obstante, a pesar de su extraordinaria predisposición para la espiritualidad, la esperanza de Valhondo en la Montaña termina en fracaso rotundo y toda su estructura emocional se viene abajo: su idea del fortalecimiento espiritual para afrontar la vida y la muerte es sólo teórica, pues la práctica le resulta descorazonadora cuando comprueba el silencio despectivo de Dios, que está en la cima pero ni lo recibe ni le contesta. La soledad será desde entonces el tema recurrente de su poesía y la angustia de vivir en un mundo inexplicable, regido por un Dios misterioso.

La huida

La huida es un símbolo que Valhondo expone en Huir, su último libro de poemas, pero que anuncia mucho antes en El secreto de los árboles. La huida representa el capítulo final de la búsqueda de la divinidad que realiza el ser humano cuando la vida y el mundo comienzan a resultarles insufribles. En este sentido la huida es un término negativo, porque es el resultado del fracaso estrepitoso en que termina su lucha después del fallido intento en desentrañar los misterios de su condición humana, de la vida y el mundo:

Uno más. No comprendo

en absoluto nada.[369]

También la huida significa el reencuentro con sus orígenes y por consiguiente con Dios. Pero también en este sentido es un concepto contrario, porque en la vida el poeta no logra hallarlo y sin embargo ahora espera conseguirlo a través de la muerte. Es la paradoja más irónica experimentada en su vida, porque visto así el encuentro con Dios no es una victoria sino una derrota definitiva:

Crepúsculo. Me hundo.

No tengo escapatoria.[370]

Otros conceptos completan las claves simbólicas empleadas por Jesús Delgado Valhondo en su obra poética:

La alameda

Es un símbolo relacionado con el del árbol solo. El ser humano vive la existencia abocado a la soledad. Después de la muerte, va a reunirse con otros árboles en la alameda que se va formando junto a Dios, tras el cual se esconden y se convierten en sus cómplices ocultando los misterios de la existencia a los seres que aún viven; de ahí el título de El secreto de los árboles:

 […] creciendo en la mirada

 hombres que ya se hicieron

 espíritu de árboles.[371]

La alameda también representa la solidaridad de seres solitarios, porque es una reunión de árboles solos que se acompañan mutuamente, haciendo más llevadera su situación (la soledad acompañada). Así la sociedad es como una alameda formada por muchos seres, que soportan individualmente su soledad preguntándose sobre su identidad y su existencia:

                                                       Tendremos que averiguar

quiénes somos, quién nos busca,

qué hacemos en la alameda

crucificando preguntas.[372]

Y por último también podemos entender que para Valhondo la alameda tuvo el valor espiritual y religioso que los clásicos atribuían a los bosques, es decir, un lugar de concentración, recogimiento y reflexión colectiva junto a otros árboles solos, que tienen el mismo objetivo: la búsqueda y el encuentro con Dios.

El cadáver y el ahogado

Son dos conceptos que simbolizan el estado final de soledad reservado al ser humano por un Dios que no se manifiesta ni le da esperanza alguna de salvación ni de inmortalidad, pues sin esa ilusión el alma muere y del ser humano sólo queda el cadáver, despojo del espíritu que lo habitaba:

Profundo y misterioso

mundo del todavía:

algas y ese cadáver

incapaz de la orilla.[373]

El símbolo del ahogado es recurrente en la poesía de Valhondo desde que vislumbra la imposibilidad de tener esperanza en la vida eterna, pues sin ella el ser humano muere desamparado, abandonado y solo como un ahogado. Este concepto con valor simbólico aparece en El año cero y es utilizado varias veces en El secreto de los árboles, cuando Valhondo pierde la esperanza de conseguir una ciudad ideal y de encontrar apoyo en sus semejantes, que sobreviven decepcionados en una realidad vacía de sentido, de desamparo, de abandono y soledad como los ahogados:

Un olor casi a mar

que nos invita a ahogarnos

ya sin cuerpo en sus aguas.[374]

El cadáver simboliza también el traje con el que viste Dios al espíritu humano: «Somos objetos olvidados / en mágico desván de algún cadáver»[375]. Y la cárcel donde se encuentra encerrado el poeta por su condición mortal:

Desconocido yo

en mí mismo encerrado

cadáver donde vivo

un presente que dudo

si existo solo siempre.[376]

La calle

Aparece en la poesía de Valhondo cuando abandona el pueblo y va a la ciudad. La calle, elemento primordial de la urbe, es un lugar de encuentro, relación y hallazgos: «Una de las diversiones más profundas del cronista es recorrer las calles de una capital de provincia. […] La calle es algo así como la personalidad de la ciudad. La parte más humana de la ciudad. La sangre latiendo de la ciudad. Por donde una ciudad nace, se mueve, se muere; vuelve a nacer para volver a morir»[377].

Sin embargo cuando a Valhondo le invade la decepción de la ciudad que expone en El secreto de los árboles, en ¿Dónde ponemos los asombros? y en La vara de avellano, la calle se convierte en callejón sin salida, en una prisión donde el ser humano se encuentra atrapado junto a sus semejantes a merced de la muerte:

Se cerró la calle. El muro

se alzó sobre lo vivido.

Nos condenamos, dolor,

en la cárcel del camino.[378]

Ambos conceptos constituyen para Manuela Trenado una «polisimbología que confluye en un referente: la vida»[379]. Es cierto, la calle es la traducción de la idea positiva que en un principio Valhondo tuvo sobre la existencia y el callejón (observemos el morfema despectivo) es la concepción negativa, que adoptó cuando se dio cuenta de que la vida no tenía salida y el bullicio, la actividad y las relaciones humanas no eran más que una pantalla para hacer olvidar momentáneamente al ser humano, que se encontraba en una realidad trágica que no podía eludir:

En esta calle de la nada solos

nos quedamos para siempre jamás.

Larga como la muerte en el camino.[380]

Entonces la calle se convierte en otro símbolo más negativo que el callejón sin salida, “la calle de los vivos muertos”, donde el ser humano camina convertido en un autómata sin norte ni horizontes, acosado por la muerte:

En esta calle viven cuarenta y tres mil muertos

[…]

Hay quien se come muertos o los borra del mapa

o los tiran al huerto en montones confusos.[381]

Estos símbolos, según Amalia Álvarez Cienfuegos, proceden en Valhondo de su experiencia vital más inmediata, no de una elaboración teórico-lírica: «Sus ideas se entremezclan o mejor diremos, conviven con lo personal y concreto: ciudades, calles, rincones… referencias a lugares acotados en los que con frecuencia emerge lo biográfico y ambiental con características sintomáticamente afectivas. La calle como camino, la calle de la nada, el callejón sin salida, y hasta la calle resaltada con un oxímoron, como ‘la calle de los vivos muertos'»[382].

El camino

Es un símbolo que se puede localizar en Canciúnculas. Valhondo lo recoge de la tradición manriqueña pues en su poesía el camino simboliza la vida. No obstante introduce una variante, que hace a este concepto en él un tanto original: el camino de Valhondo tiene un tramo ascendente, porque lo concibió como una cuesta empinada que el ser humano se tenía que esforzar en subir para merecerse alcanzar a Dios.

Después de su decepción en la Montaña, el camino toma una inclinación descendente que no supone en Valhondo un alivio porque es el tramo que debe recorrer desamparado y sin esperanza alguna:

Debía haber llegado al final del camino

[…]

 Debía haber llegado al final de mí mismo,

[…]

Haber llegado ya pero ando perdido

en sabe Dios qué mundo turbulento y distante.[383]

La cima. El ascenso y el descenso

La cima en la poesía de Jesús Delgado Valhondo es un símbolo íntimamente relacionado con la montaña, que representa la meta anhelada por el ser humano que vive la vida conscientemente:

Cuántas ansias de alcanzar el monte mío,

lo que me vence. Subo enloquecido,

lleno de impaciencias

parezco un suicida enamorado.[384]

Es además el descanso y el encuentro gozoso con Dios al final del duro camino de la vida después de subir la montaña. La cima también tiene un sentido ascético, pues supone el punto de referencia de la superación humana y de sus deseos de perfección por subir a una región superior, donde se encuentra Dios, el máximo anhelo del ser que acepta humildemente su imperfecta condición humana y quiere recuperar su componente divino reencontrándose con la divinidad:

Vamos, hermanos, subiremos juntos,

que el último escalón  casi se alcanza,

que llevamos dolor y unos asuntos

y debajo del brazo la esperanza.[385]

Sin embargo la cima se convertirá en un concepto negativo cuando Jesús Delgado Valhondo comprenda, después de la decepción descrita en el libro La montaña, que Dios se encuentra allí pero no está dispuesto a recibirlo. Desde entonces la cima será el reflejo de sus deseos insatisfechos porque, si Dios está pero no responde su trabajoso subir a la cima no tiene razón de ser y su caminar resulta un sinsentido:

Ya van nuestras palabras ordenando:

detrás de los despojos yo distingo

a Dios sentado allí, como esperando

nuestro cansado rostro de domingo.[386]

El símbolo de la cima se encuentra íntimamente relacionado con dos conceptos sobre los que Valhondo reflexionó repetidas veces en varios de sus artículos periodísticos: el ascenso y el descenso. Ascender es un concepto que pertenece a su etapa de esperanza cuando aún guardaba la ilusión de encontrar a Dios en la cima. Subir traducía sus anhelos de encuentro con la divinidad; la cima no sólo estaba lejos sino que se encontraba con obstáculos en su camino, pero entendía que la superación de ellos era el tributo que debía pagar para merecerse el disfrute de la presencia divina: «subiendo, subiendo hacia Dios […]. ¡Qué importa el dolor corporal si el alma se engrandece, si está allí, muy cerca, el Cielo que ama?»[387].

Ascender también para Valhondo  tenía el valor que le atribuían los místicos a la vía purgativa: desprender de las circunstancias terrenas e ir al encuentro con Dios libre de cargas existenciales en estado primitivo: «Hemos subido, solamente a esta cima, a mirar. El ascender no tiene otro mérito, que no sea mirar. El tirar la mirada a lo ancho y a lo largo del mundo. Dios está aquí, en la cima, más asequible, más creador, más cercano. Se le ve -aunque para ver- lo dijimos -hay que profundizar-, y se le toca con el alma. Es que, quizás, desde aquí, somos más sencillos, más humildes y estamos más serenos»[388].

Además el deseo de ascender suponía para Valhondo el anhelo más noble del ser humano, que es centrar su vida en la superación constante para llenarla de sentido y significado: «La ambición más digna del hombre es el anhelo de subir. […] El alma busca la altura. Subir como las aves, como la estrella. Subir aunque sea para desprendernos del barro, de la miseria, de los reptiles. Subir para engrandecernos, para dilatarnos, para poder respirar mejor. […] Tramo a tramo vamos subiendo. Subiendo la montaña de la vida. No que la cima esté lejos y que el camino sea escabroso y duro. Más sabor delicioso nos proporciona el misterio de la ascensión. A más altura, más fruto. Ascender es mejorar. Si es alta la cumbre más cerca estará el cielo»[389].

En Valhondo el sentido simbólico del anhelo del ser humano por ascender a la cima tiene un símbolo opuesto, el descenso, que tuvo en él un doble significado:

Uno positivo, porque descender significa ahondar en uno mismo buscando lo más hondo de la conciencia personal y originaria para encontrar la raíces más íntimas de su condición humana: «El hombre desciende porque le gusta beber en la fuente de un primitivismo que está en el fondo de su ser. Es la vuelta a la naturaleza, la contemplación de la hoguera, el instinto animal recuperado. Es el tiempo que vuelve. Es el gran placer de perder, en un juego consigo mismo, lo que había adquirido a base de sacrificios para su sociabilidad. Es aligerar maneras, historia, ropa. Se debe estar más a gusto. Se gastan los perjuicios sociales, la cultura, hasta quedarse limpio y originario»[390].

Y otro negativo, pues descender es una clave simbólica que aparece en la obra lírica de Valhondo después del fracaso que describe en La montaña, indicando el dolor profundo que le supuso su experiencia nefasta de no poder encontrar a Dios y la necesidad que tiene el ser humano de descender a lo más hondo de su conciencia para replantearse de nuevo la búsqueda de Dios.

La ciudad

Simboliza el mundo que creó Jesús Delgado Valhondo idealmente, cuando sus deseos de abandonar el pueblo e ir a la ciudad le hicieron concebir un mundo abierto, dinámico y repleto de asombros que descubrir, donde el ser humano encontraba sentido a su existencia en sus calles, aceras y esquinas: «Me divierte pasear las calles de Badajoz. Ir descubriendo en ellas asombros. Doblar esquinas y sorprender lo que hay en toda vuelta, en la otra cara»[391].

Pero pronto la ciudad lo decepciona, pues en ella se topa con el ser humano y sus imperfecciones. Entonces la calle se convierte en un lugar por donde él y sus semejantes arrastran su caducidad; las aceras no significan más que un simple lugar de paso y tras las esquinas sólo se encuentran los misterios inexplicables:

Y sé que en cada esquina

el tiempo roto y triste duerme,

y un viento frío, que me queda

el alma llena de dobleces.[392]

El símbolo de la ciudad y de sus componentes físicos lo usa Valhondo en Aurora. AmorDomingo, El secreto de los árboles¿Dónde ponemos los asombros? y La vara de avellano, es decir, cuando su concepción de un mundo armónico se rompe y la ciudad se convierte en un monstruo que engulle a sus habitantes, seres solitarios y amedrentados, y se transforma en un enorme cementerio («Dolor en carne viva. / Ciudad de espaldas. Lobos / del amor. Lejanías. Sombras en abandono»[393]).

El corazón

Es un símbolo que significa el centro de la conciencia y el cofre donde el hombre guarda sus sentimientos más humanos: «Al cronista le ha parecido el corazón como una copa de sangre, como una flor en carne viva y hasta como una casa con habitaciones. Nosotros preferimos dividir el corazón en cuatro habitaciones donde ir pasando la vida lo mejor posible. En la aurícula -la aurícula es un aparato para ponerlo al oído- es donde mejor se escuchan los conciertos, las palabras y la voz de Dios tan sutil y tan primorosa. Las otras habitaciones bien pudieran servir de despacho, dormitorio y cocina. Donde leer y escribir, donde soñar ilusiones y esperanzas, melancolías y gozos; donde preparar la comida de los sentimientos. […] Hagamos de nuestro corazón una casa de sentimientos nobles. […] Y si alguien intenta atracarnos pidiéndonos la bolsa o la vida, démosle la bolsa del corazón bien repleta de paciencia, de caridad, de pasión, de confianza»[394].

Sin embargo a pesar de lo último que dice encontramos en el poema «Doblar una esquina» de Aurora. Amor. Domingo, que es una reelaboración en verso del artículo anterior, una concepción distinta del corazón:

Yo sé que en cada esquina

alguien me espera y me detiene:

mi corazón le da su bolsa

llena de sangre, casi siempre.

La cruz

     Es el símbolo con el que Jesús Delgado Valhondo recuerda el sacrificio de Cristo, idéntico al que se ve obligado el hombre a realizar en el camino de la vida, subiendo su Gólgota particular para cumplir con el papel que le ha tocado representar dolorosamente como Jesucristo que, aún siendo hijo de Dios, le dijo a su Padre: «Aparta de mí este cáliz».

También le resultaba a Valhondo simbólica la cruz por la influencia que San Pedro de Alcántara ejerció en él, repitiendo incansablemente la misma acción: subir con una cruz las cimas por las que pasaba en su peregrinar para colocarla  en lo más alto, simbolizando lo que representaba para él la vida, un continuo subir buscando a Dios siempre esperanzado. Este enfoque lo manifestó Valhondo en los siguientes versos, pero ya desencantado:

Subo a la cima azul de la mañana,

paso a paso mi cuerpo, buen anciano,

hasta dar con mis huesos en la desgana

y tirar la mirada sobre el llano.[395]

cuando, como Rafael Rufino Félix, pensaba que la vida era una «obligada peripecia, que tiene mucho de farsa, abocada a la extinción, y que se nos asignó»[396]

 El espejo

Es un símbolo que representa el lugar donde el ser humano toma conciencia de sí mismo, cuando el espejo le devuelve reflejada su imagen y lo obliga a reflexionar sobre su identidad en una especie de diálogo espirituvisual. El espejo ofrece al poeta la medida de su propio espíritu y así conoce sus propias imperfecciones.

Hasta aquí podemos catalogar este símbolo como positivo pues, aunque el espejo refleja también lo que hay de negativo en la conciencia del ser humano reflejado, por lo menos le da una referencia exacta de sí mismo. Pero llega un momento en que el espejo se rompe y entonces el poeta constata que es idéntico a los demás hombres, es decir, tan imperfecto y caduco como sus semejantes y además que ya no recibe con nitidez la imagen de sí mismo; entonces pierde de este modo la posibilidad de conocerse:

Siempre estamos esperando a alguien

porque no sabemos quiénes somos

y necesitamos revelarnos en otros.

Impresionante bodegón humano.[397]

Por tanto el espejo simboliza la falta de identidad del ser humano, porque es incapaz de saber quién es y como consecuencia de conocer a los demás que hasta el momento eran su punto de referencia. Este símbolo aparece en la poesía de Valhondo cuando se rompe definitivamente su concepción de un mundo armónico, se desorienta, busca apoyo en los otros y descubre que comparten idénticas limitaciones:

Atravesábamos espejos.

Ya nunca supe donde fuimos.

Estos versos pertenecen al primer poema de La vara de avellano, libro en que Valhondo utiliza el símbolo del espejo para transmitirnos su desorientación y el motivo de la angustia que desde entonces invadirá su poesía. Camilo José Cela da esta explicación del espejo que relaciona con la soledad: «Un abejorro en tres espejos vale por cuatro abejorros: el de la verdad y los otros tres. En la celda con paredes de espejo de O’Neill, el abejorro se sabe solo, pero no se siente solitario; al hombre, ese abejorro que vive prisionero en la mazmorra de los muros de espejo, le acontece lo mismo. El solitario está más solo que nadie porque se sabe solo; ésa es su maldición y su dolor. El solo, el que no está ni es más que solo, ignora su soledad -aunque la padezca- y busca la compañía: con frecuencia, la de otros solitarios. La vida del solo que no se sabe solo, del solo que no tiene conciencia de su soledad, es una vida miserable. El solitario Kafka sabía de la vida miserable del solo: dormir y despertar, dormir y despertar»[398]. Lo mismo que al abejorro le sucede al poeta.

La esquina

Es un símbolo que tiene en Jesús Delgado Valhondo dos significados. Al principio cuando su concepción de la ciudad es idílica la esquina supone la posibilidad de hallar asombros. Volver una esquina es encontrarse con lo nuevo, con lo descubierto por primera vez, con el mundo recién hecho y presto a ser recreado por el que busca emociones nuevas:

Yo sé que cada esquina

[…]

es un paisaje que atravieso.[399]

Pero después, cuando su concepción se torna en desencanto, la esquina es la inseguridad de un hallazgo que no siempre resulta gratificante; es el encuentro con el dolor y con los seres imperfectos que como autómatas habitan la ciudad:

Yo sé que en cada esquina

alguien me espera y me detiene:

mi corazón le da su bolsa

llena de sangre, casi siempre.[400]

El fondo o abismo

Es un símbolo que aparece en el primer libro de Jesús Delgado Valhondo, Canciúnculas. Ambos símbolos representan el lugar donde el ser humano cae cuando abandonado y solo no tiene asidero espiritual alguno para soportar unas circunstancias, que continuamente están empujándolo a su destrucción. El fondo o el abismo es ese pozo espiritual, profundo e insuperable, que significa la anulación total de la conciencia del ser humano:

Oscuras manos andan

el fondo de la fría

memoria de las cosas

que fueron tierra, mina.

La cara boca abajo,

apretada agonía

del silencio.[401]

La guitarra y la canción

La guitarra y la canción son dos símbolos que expresan la pena y la tristeza del poeta y la forma de mitigarlas cantándolas:

Con una guitarra atada al cuello

por esas calles de Dios,

¿adónde vas?

-No lo sé, soy ciego

y he perdido el corazón.[402] 

La guitarra y la canción son dos símbolos de la etapa iniciática de Jesús Delgado Valhondo y proceden de influencias populares y de Antonio Machado para quienes la canción era un modo de conjurar la tristeza y de ahuyentar a la muerte. No volverá Valhondo a utilizar estos símbolos desde que calme sus ímpetus amorosos juveniles y los olvide para centrarse en los problemas existenciales, donde no tiene cabida este tipo de sentimiento.

La luz y las sombras

Son dos símbolos contrapuestos. El primero es un término positivo con el que el poeta expresa la llegada de la luz después de una noche llena de intranquilidades y angustia (sombras). La luz reanima su espíritu vapuleado por unas sombras que le traen fantasmas a la mente y lo vivifica consiguiendo que su esperanza se tranquilice y se reactive:

esta noche eterna y mía

bajo la entraña latente,

quiere echarme hecho simiente

sólo de melancolía.

¡Que venga, que venga el día!.[403]

En cambio las sombras es un concepto contrario, sinónimo de las intranquilidades que martillean y acosan su débil espíritu. También las sombras representan la noche, donde se hacen patentes los misterios, los recuerdos y la presencia de la muerte:

Sombra de sombras, mis fantasmas,

mis vivas sombras en el altar.

Ando con sombras en abismos

por esta noche de penar.[404]

 El mar

Es un símbolo representativo de los deseos insatisfechos del poeta, el horizonte inalcanzable que ve desde su ciudad-prisión anhelando un espacio sin fronteras donde calmar sus ansias de libertad e infinito.

También como asegura Manuela Trenado es «el símbolo de la perduración y de la grandeza de la creación», o sea, es la inmortalidad que trascendentemente el ser humano anhela para sí: «El deseo del hombre por su trascendencia, por un tiempo que no pase, por la eternidad, está expresado por el término ‘mar'»[405].

El mar aparece en Canciúnculas pero toma importancia cuando el poeta se siente prisionero de sus circunstancias en un lugar que creyó idílico (la ciudad) y sin embargo lo tiene atrapado coartando sus deseos de romper con un presente angustioso y asfixiante. Por este motivo el mar representa la necesidad de buscar un espacio abierto donde ejercer sin accidentes la libertad que en la ciudad añora.

El museo

En la poesía de Jesús Delgado Valhondo es un símbolo del pasado, donde se exponen los despojos de los seres humanos que nos precedieron y se refleja la acción demoledora del tiempo:

Voy al museo

cuento cadáveres y santos.

Marcos sin cuadros.

¡Cuántos cadáveres flotando!.[406]

También es un símbolo que para Valhondo significa la suerte que correrá el ser humano del presente que pronto el tiempo se encargará de destruir convirtiéndolo en pasado.

El museo representa la concepción que tenía Valhondo del mundo en aquel momento: antes armónico, mientras tuvo la esperanza de encontrar a Dios, y ahora desolado, cuando ha perdido toda posibilidad de hallarlo. El museo como símbolo aparece bastante tarde en la poesía de Valhondo, concretamente en Ruiseñor perdido en el lenguaje, cuando su decepción es irrevocable:

Una pena se queda como dudando

y ponen música alegre

y todo se queda temblando

de miedo

de historia,

de sangre que han derramado.[407]

La niebla y la tarde del domingo

La niebla es, como dice Manuela Trenado, «la idea de misterio que envuelve las cosas, situaciones y a la vida y a la muerte». Es la nebulosa en la que Valhondo ve envuelto el mundo por los misterios que empañan su transparencia. Este símbolo es usado principalmente en Inefable domingo de noviembre donde describe un mundo gris y triste, que es el reflejo de su alma desencantada:

Hojas de nieblas caen

de otoño perdido.

Las cosas reclaman la mirada.[408]

Valhondo relaciona la niebla con el otoño, el mes de noviembre y el domingo cuando el espíritu se contrae por el ambiente desabrido de esta época del año, de este mes en que se celebra el día de los difuntos y de ese día de la semana en que el mundo pierde su ritmo y todo recuerda a la muerte:

En el ambiente ha quedado

flotando

la muerte del paisaje

y el vuelo de los sueños.[409]

Es un símbolo propio de su etapa de decepción cuando su idea de un mundo armónico y transparente ha sido sustituida por otro envuelto en la bruma de la desesperanza y la idea de un final inevitable, inminente y triste:

Provocamos milagros en ausencias

temidas y quedamos, desérticos,

de tinieblas cubiertos.[410]

La tarde de domingo es un símbolo que representa metafóricamente la concepción que Jesús Delgado Valhondo tenía del mundo en su etapa crepuscular: desangelado, inactivo, triste y gris como su ánimo, antes impetuoso y apasionado y ahora desencantado, apático y repleto de melancolía:

Puede ser que tú seas

en los ratos perdidos

esta tristeza absurda

de tarde de domingo.

[…]

La calle queda sola

como un cerrado libro

y yo amueblo mi vida

con la vieja tristeza

de la tarde de domingo.[411]

La noche y el sueño

Jesús Delgado Valhondo simboliza en este concepto el abandono de Dios, cuando Éste cierra los ojos, duerme y no lo atiende. Por eso en la noche se siente angustiado hasta el punto de considerarla un abismo y un espacio sin tiempo donde la vida se paraliza y queda en manos de la muerte:

Se van apagando nubes,

pisa la noche mi cuerpo

y yo no sé de mí nada

sino que me estoy muriendo.[412]

Al alba en cambio Dios abre los ojos y renace la esperanza del poeta a la par del día, porque se siente acompañado de nuevo:

Y por el alba viene y yo no puedo

deshacerme de mí para una muerte.

Tiene mirada Dios cerrada y quedo

dentro esperando hasta que Dios despierte.[413]

También la noche para Valhondo es enigma que por un lado lo induce a descifrar misterios en un ambiente de silencio, reflexión y recogimiento y, por otro, de tentación pues lo arrastra a compartir lo que existe en ella oculto. En las sombras de la noche las cosas se ven en su estado original exentas de sus circunstancias y el poeta llega a un nivel de iluminación, que lo acercan a sus esencias y como consecuencia a la suya propia:

Tengo el mundo de la noche

hecho una flor en la mano.

Noche en ti.

¡Ya ves si te estoy amando!

¡Qué poco trabajo cuesta

consumir tanta distancia,

tener esta noche abierta

de par en par en el alma![414]

La noche era para Jesús Delgado Valhondo además el momento adecuado para el sueño del que distinguía dos tipos: «‘Esta noche hallé en mi sueño lo que ayer tarde soñé’: Dos clases de sueño podríamos catalogar en el verso antes dicho: el soñar desvelado y el soñar dormido. […] En el sueño del dormir somos espectadores y actores a la vez. Nos contemplamos andar y nos despertamos cansados. Nos contemplamos llorar y nos despertamos con lágrimas. Morimos y despertamos vivos. […] Se sueña desvelado para ganar tiempo. El mejor tiempo, porque es el idealizado. El más puro y el más hermoso. Tiempo de nuestro íntimo vivir que se nos hace secreto tesoro en la cuenta de nuestra existencia»[415].

El sueño dormido es el que le producía hondas intranquilidades. En cambio durante el sueño desvelado construía sus ilusiones y fantasías y a la mañana siguiente se levantaba repleto de ánimos: «Sin ilusiones no hay sueños. Sin ilusión no hay fantasía […] un hombre que carece de fantasía ha perdido su mejor tiempo, por no haber sabido interpretar su sentido y su sentimiento»[416]. El sueño dormido en cambio lo arrojaba a las sombras y a los fantasmas de la noche:

Sombra de sombras, mis fantasmas,

mis vivas sombras en el altar.

Ando con sombras en abismos

por esta noche de penar.[417]

Relacionadas con el sueño encontramos en Valhondo referencias a las ideas de «la vida es sueño» y «la vida es un teatro», símbolos procedentes de la influencia de Calderón de la Barca, que aparecen en «La escena» de Los anónimos del coro. Valhondo admite estos planteamientos en su etapa de desencanto cuando definitivamente no entiende la realidad y piensa que todo debe ser necesariamente un sueño, cuyo despertar será el encuentro con Dios.

El símbolo de la vida como teatro también es producto de su etapa desencantada, pues aparece en su poesía cuando concibe la existencia del ser humano como la participación en una gran comedia, donde realiza un papel que no ha elegido y no tiene capacidad para representar. Los anónimos del coro es por tanto un símbolo del triste papel que el ser humano se ve obligado a representar en el teatro de la vida:

Si pudiera correr la cortina

de este escenario de mi vida

la función no se haría jamás

en esta casa de muñecas.[418]

También Valhondo simboliza el desempeño de ese papel en el uso que cada ser humano hace de su careta:

Debe de haber un día

que no tenga escenario

ni nosotros caretas

de risas de payaso.[419]

     La careta también sirve para  indicar la falsedad y la doble cara usada por las personas, cuando dejan de ser ellos mismos por intereses particulares, o el drama que supone la representación de la vida para el ser humano:

Su voz cabe

en mi amarga dramática careta.[420]

En Los anónimos del coro, Jesús Delgado Valhondo simboliza la parábola del gran teatro de la vida humana en la descripción de la triste existencia de la prostituta que supone una espera inacabable abocada al desencanto, la soledad y la muerte:

La prostituta se sentó,

en una piedra a la orilla del camino,

a esperar.

No sabía lo que esperaba.

Ni a quién.

Ella siempre esperaba.[421]

El retrato

Este símbolo aparece en la poesía de Jesús Delgado Valhondo representando el recuerdo del pasado y la presencia acechante de la muerte. Donde mejor se encuentra descrito este símbolo es en el poema «Retrato de muchacha en una casa de huésped» de La vara de avellano.

El retrato es donde queda impresa la forma de personas que existieron convirtiéndolas en fantasmas, que nos recuerdan fotografiados, enmarcados y estáticos en la pared, nuestra condición mortal:

Me está pesando su cadáver

que aún lo llevo en la mirada al mediodía.

De su retrato a mí hay un momento de compás.[422]

También el retrato (o fotografía) es una especie de espejo que denuncia el ataque que el ser humano sufre constantemente por parte del tiempo:

Miro mi fotografía

y me echo a temblar

como si resucitase en invierno.[423]

El río

Simboliza la paradoja del discurrir continuo de la vida humana, que pasa sin parar dando la sensación de que siempre es la misma y sin embargo es distinta. El río en Jesús Delgado Valhondo es un término negativo, pues es el símbolo de la tragedia a que está sujeta la existencia humana. La vida es como un río por donde siempre están pasando seres humanos, pero el poeta comprueba en un momento determinado que no se trata de los mismos seres sino que éstos son distintos. Entonces se da cuenta de algo que lo estremece: la vida es un trágico proceso de creación/destrucción, pues para que el río de la vida esté siempre corriendo unos seres tienen que morir para que otros ocupen su lugar, mientras este proceso dramático es contemplado impasiblemente por Dios:

Mi gente que va y nunca viene.

Mi gente es un río que pasa y siempre pasa.

Siempre pasa la misma gente el mismo agua.[424]

El río es un símbolo utilizado por Valhondo en sus libros de la etapa crepuscular, cuando se siente arrastrado por la corriente incontenible de la vida y se da cuenta de que está próximo su final, porque otro ser humano se encuentra dispuesto a ocupar su lugar en el río de la existencia. Así de sencillo y de dramático:

Me reflejo en el agua.

Me lleva la corriente.

El mar está esperando,

sed de agua, a que llegue.[425]

El tren

Es un símbolo que aparece tempranamente en la poesía de Jesús Delgado Valhondo como podemos detectar en el poema «Notas de viaje» de Pulsaciones:

[…] tiene tres niñas que esperan

que alguien de ayer se las lleve.

Arrastra un tren las miradas

de las tres hijas del jefe.

En un principio la imagen del tren en Valhondo simboliza sus deseos insatisfechos de libertad e infinito en un mundo que lo aprisiona y coarta su necesidad de ir más allá de lo que la realidad le permite, para indagar más profundamente en su condición humana y buscar nuevas formas de encontrar a Dios. También simboliza sus anhelos de descubrir mundos desconocidos y los enigmas que se ocultan tras el horizonte: «Pasan trenes. Me gustaría irme en ellos, a cualquier sitio de cualquier parte. El caso es ir. Cada tren: un montón de misterios. Un pueblo entre vías que siempre va. Niños en las ventanillas descubriendo mundos. Muchachas que parecen decir adiós a gentes invisibles. Llenando sus ojos de prodigios y milagros»[426].

Pero poco a poco este símbolo se irá llenando de angustia, porque el tren pasa a ser la vida (aliada con el tiempo) que deja a los seres humanos en las estaciones del camino a merced de la muerte:

-¡Pasajeros al tren!-

Un tren que siempre marcha

dejando inquietas estaciones

al lado del camino.[427]

El viaje, entonces, se llena de connotaciones lúgubres y trágicas, ya no es el viaje anhelante, sino el que no desea realizar porque sabe su dramático final; el tren no devuelve a sus viajeros a la estación de origen.

Este símbolo, que se hace negativamente insistente, es propio de la etapa crepuscular de la poesía de Valhondo desde La vara de avellano cuando advierte que la vida no tiene retorno como el tren que sólo realiza el viaje de ida:

El tren debe estar lejos,

ajeno a nuestro oído,

camino de algún túnel

haciéndose murmullo de ciudad.[428]

Todos estos símbolos serán analizados con más detalles conforme vayan apareciendo en la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo, cuando analicemos uno por uno sus libros de poemas.


0 Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[1] José Miguel Santiago Castelo, «Delgado Valhondo», ABC (Madrid), 29-5-79.

[2] José María Bermejo, «Delgado Valhondo, el misterio sencillo», Hoy (Badajoz), 27-1-74.

[3] Miguel Muñoz de San Pedro, «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.

[4] Fernando Bravo, «Ese corazón al viento …», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[5] Manuel Pecellín, «Mi Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[6] Carta de Pérez-Comendador a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 15-1-53.

[7] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[8] Respuesta de Jesús Delgado Valhondo a una pregunta que, por carta, le hizo Mari Carmen de Celis, Madrid, 1974.

[9] Caba, Rubén, «Un albatros exiliado en el suelo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[10] Antonio Zoido, «Glosa de amistad», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 10.

[11] Texto de Ricardo Senabre citado por Santiago Castelo en el prólogo de Huir, Badajoz, Del Oeste Ediciones, 1994, p. [10].

[12] Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[13] Ricardo Senabre advirtió este hecho en «Jesús Delgado Valhondo en su poesía esencial» (Hoy, 22-5-88) y, posteriormente, Ángel Campos en «Más conocido que estudiado» (Hoy, 28-11-93).

[14] Valhondo explicó su concepto de «hombre cualquiera» con estas palabras sencillas pero aclaradoras: «Yo lo noto cuando me meto en un bar y hablo con individuos que no me conocen, de cualquier cosa que sólo interesa a nosotros dos en ese momento: una operación, los disgustos que da un hijo, en fin, cualquier cosa del hombre común». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[15] Álvaro Valverde, «Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[16] Ricardo Senabre, «Jesús en el recuerdo», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, Teatro López de Ayala, 1993, p. 9.

[17] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[18] J. López Martínez, «Para Jesús Delgado Valhondo, extremeño, Salamanca, es la ciudad más profunda y bonita del mundo», El adelanto (Salamanca), 11-12-64.

[19] Eolo [Santander de la Croix], Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 18-2-67.

[20] Respuesta de Jesús Delgado Valhondo a una pregunta que, por carta, le hizo Mari Carmen de Celis, Madrid, 1974.

[21] Marciano Rivero Breña, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

[22] José Martínez Fernández, «Jesús Delgado Valhondo», Medicina y cirugía auxiliar (Madrid), mayo 1954.

[23] Manuel Pecellín, «¿Qué cantan los poetas extremeños?», Hoy (Badajoz), 25-3-93.

[24] Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[25] idem.

[26] «No creo en un arte de mayorías, ni importa que la minoría entienda del todo el arte; basta con que se llene de una honda emanación» declaró Juan Ramón Jiménez cuando lo acusaron de crear una poesía difícil.

[27]Ricardo Senabre, «Sentir y decir», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[28] Juan Ruiz Peña, «Un poeta extremeño», Diario de Burgos (Burgos), 28-3-63.

[29] José Joaquín R. de Lara, Introducción a la entrevista titulada «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[30] José Martínez Fernández, «Jesús Delgado Valhondo», Medicina y cirugía Auxiliar (Madrid), mayo 1954.

[31] José Joaquín R. de Lara, Introducción a la entrevista titulada «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[32] José María Bermejo, «Delgado Valhondo, el misterio sencillo», Hoy (Badajoz), 27-1-74.

[33] Jesús Delgado Valhondo, «Aldea y ciudad», Hoy (Badajoz), 10-9-59.

[34] Jesús Delgado Valhondo, «De la huella al libro», Hoy (Badajoz), 16-4-67.

[35] Jesús Delgado Valhondo, «Disponer de sí mismo», Hoy (Badajoz), 2-8-64.

[36] Víctor García de la Concha, La poesía española de postguerra, Madrid, Prensa española, 1973.

[37] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[38] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[39] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[40] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo en Extremadura», El noticiero universal (Barcelona), 4-11-63.

[41] Ricardo Senabre. «Sentir y decir», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[42] ibídem.

[43] Arsenio Muñoz de la Peña, «Los cuatro mosqueteros», Hoy (Badajoz), 15-5-63.

[44] Antonio Salguero Carvajal, «Eres necesario, Jesús», Hoy (Badajoz), 27-4-93.

[45] ibídem.

[46] Moisés Cayetano Rosado, «Nuevo libro de Jesús Delgado Valhondo», mecanografiado, archivo particular del poeta.

[47] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[48] Jesús Delgado Valhondo, «Miguel Hernández-Castuera-Cañamero», Hoy (Badajoz), 16-2-92.

[49]Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[50] Benito de Lucas. «Poeta de su tiempo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[51] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[52] Eugenio Frutos, Prólogo de La esquina y el vientoPoesía, p. 87-90.

[53] Rafael Gambra, Historia sencilla de la Filosofía, Madrid, Rialp, 1981.

[54] «Oración» de La esquina y el viento.

[55] «Oración» de La esquina y el viento. Lo volvemos a citar porque, a pesar de tener idéntico título que el anterior, no se trata del mismo poema.

[56] «Velándome sueños» de La esquina y el viento.

[57] «Tarde de domingo» de La vara de avellano.

[58] Antonio Salguero Carvajal., “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara B, 1991-1993.

[59] «Dios» de La esquina y el viento.

[60] «Coxalgia» de La esquina y el viento.

[61] «Letanía de la culpa» de La vara de avellano.

[62] «Oración» de La esquina y el viento.

[63] «Porque somos de tiempo» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[64] «Álamos» de La vara de avellano.

[65] «Gente» de Un árbol solo.

[66] Valhondo adoptó como símbolo la cigarra, que fue el distintivo de la poesía griega, arte fuertemente influido por la Filosofía. En Jesús Delgado Valhondo, «La última cigarra», Hoy (Badajoz), 20-10-66.

[67] «Creo que si cada hombre emprendiese la conquista consigo mismo hasta dar de lleno con el ser en que vive, habría ganado la batalla más importante de su existir. Porque todo hombre -y esto es mandato divino- se diferencia de los demás para que la humanidad se enriquezca. Es necesario que cada uno represente su propio papel en la vida». En Jesús Delgado Valhondo, «Personalidad», Hoy (Badajoz), 18-9-63.

[68] Espasa-Calpe, Colección Austral, nº 9.

[69] Jesús Delgado Valhondo, «Dos poetas católicos», Hoy (Badajoz), 26-12-59.

[70] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara A, 1991-1993.

[71] «Desnuda soledad» de Un árbol solo.

[72] «Soledad habitada» de Un árbol solo.

[73] «Desnuda soledad» de Un árbol solo.

[74] «Soledad habitada» de Un árbol solo.

[75] Miguel Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967. Las restantes citas de Unamuno pertenecen a este libro.

[76] «Gente» de Un árbol solo.

[77] «No puedo pronunciarte / porque la voz me duele. / […] / Es que no sé escribirte / porque me faltan letras / para poder contarte / una cosa cualquiera». «Nombre» de El secreto de los árboles.

[78] «Gente» de Un árbol solo.

[79] Rainer María Rilke, llamado «el poeta de Europa», nació en Praga el 4 de diciembre de 1875 y murió en Valt-Mont (Valais suizo) el 29 de diciembre de 1926. Su poética se caracteriza por el ahondamiento en las vivencias humanas y su concepción totalizadora de la tarea poética, características que se pueden comprobar en «Elegía de Duino», su poemario más representativo.

[80] «De esta calle nunca jamás saldré, / larga como una muerte en el camino, / sin raíz y sin cielo que sostenga / nuestra manera de entender la vida. / No conocemos nada. Nadie escucha / y es inútil quemar la voz gritando / desesperadamente en el vacío». «De esta calle nunca jamás saldré» de La vara de avellano.

[81] Esta postura crítica se observa perfectamente en el poema «Misa de pontifical», que tenemos recogido en el cassette nº 10 y hemos transcrito en el apartado «Cassettes y vídeos» de la bibliografía.

[82] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Don Benito, 1973, mecanografiado, archivo particular del poeta.

[83] ibídem.

[84] Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93. «La duda [es] la luz en la sombra para derrumbar fantasmas» así definió Valhondo la duda en su ensayo «Un gran poeta personalísimo», Hoy (Badajoz), 5-10-72.

[85] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[86] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiado, archivo particular del poeta.

[87] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara A, 1991-1993. Esta es una idea muy meditada y vivida por él: «Dios se nos escapa. Es inútil correr para alcanzar a Dios. Para alcanzar a Dios no es necesario ni siquiera andar. Hay quien dice que se alcanza mejor poniéndose uno de rodillas». En Jesús Delgado Valhondo, «Mirar», Hoy (Badajoz), 9-3-65.

[88] Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93

[89] Jesús de la Peña [Jesús Delgado Valhondo], «Notas breves de dentro y de fuera», Alcántara (Cáceres), Año IX, nº 72-74, 1953, pp. 84-85.

[90] «¡Señor! ¡Dios mío! tengo miedo / y no me colma tu esperanza, / me sujeto cobardemente / a la tierra que nos separa. / Acorralado por la vida / entre la pared y la espada, / en la vigilia y los sueños / en tu misterio que me llaga». «Oración del enfermo» de La esquina y el viento.

[91] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[92] «Golondrinas siegan aire; / los cuervos siegan dolor. / ¿Quién columpia a las abejas? / Tábanos duros me colman / de zumbido el corazón. / ¿Quién me está buscando siempre? / Como una fruta exprimida / está goteando Dios». «Junio» de El año cero.

[93] «La prisa» de Aurora. Amor. Domingo.

[94] «Y dieciséis» de Huir.

[95] José Joaquín R. de Lara, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[96] Hugo E. Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), nº III, 1992.

[97] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Torremayor, 1970, mecanografiado, archivo particular del poeta.

[98] María López Ollero, «Carta a Jesús», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[99] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[100] Jesús Delgado Valhondo, «Sobre todo el paisaje», Alcántara (Cáceres), Año I, nº 4, 1946,  pp. 12-14.

[101] Jesús Delgado Valhondo, «Una lección», Hoy (Badajoz), 10-7-60. En este mismo artículo sigue diciendo: «Escuchamos al campo. Suena su voz debajo del silencio: la oropéndola, el grillo, la rana, las ramas que se mueven acompasadamente. Debajo de cada piedra existe el drama o el amor. Al cronista le gusta sentarse en el suelo, escuchar su llamada, meter las manos entre la tierra, entre la arena, para sentirla más cerca. Es una atracción, más que de fuerzas físicas o gravitatorias, de sentido espiritual. Es que recuerda uno que allá, a lo lejos, en el principio del tiempo en la sangre, nos hicieron de barro, de arcilla, vasija para contener el alma. El soplo de Dios. Hay sitios que, cuando uno se sienta, nos acaricia, como el valle. Otros como en la cima de una montaña, nos diluimos, nos esparcimos y somos semilla a lo ancho de nuestra mirada. El hombre es el primordial elemento del paisaje. Sentado en la tierra, donde un día nos hemos de acostar, miramos al cielo para contar estrellas simplemente». El artículo titulado «El suelo» de Jesús Delgado Valhondo (Hoy -Badajoz-, 2-4-67) incluye una reelaboración parecida.

[102] Jesús Delgado Valhondo, «La vuelta a la naturaleza», artículo, archivo particular del poeta.

[103] Ambos textos son  del artículo titulado «Cimas extremeñas» de Jesús Delgado Valhondo.

[104] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa. Torremayor, 1970, mecanografiado, archivo particular del poeta. Valhondo vertió ideas semejantes en su artículo «Mixtificación de lo popular», Hoy (Badajoz), 31-1-63.

[105]Jesús Delgado Valhondo. Pregón de Semana Santa, Don Benito, 1973.

[106] Jesús Delgado Valhondo, «Tierra entre ríos», Extremadura (Cáceres), 6-1-48.

[107] ibídem.

[108] ibídem.

[109] Santander de la Croix, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 18-2-67.

[110] Jesús Delgado Valhondo, «Elogio del Guadiana», 1950.

[111] Jesús Delgado Valhondo, «Yo no puedo explicarme», Hoy (Badajoz), 31-10-57.

[112] Jesús Delgado Valhondo, «La mujer extremeña», Extremadura (Cáceres), 28-5-48.

[113] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[114] Jesús Delgado Valhondo, «Carta a un poeta en Alemania», Hoy (Badajoz), 27-4-66.

[115] Jesús Delgado Valhondo, «Badajoz y el mar», Hoy (Badajoz), 11-2-66.

[116] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Don Benito, 1973,  mecanografiado, archivo particular del poeta.

[117] «Esta noche eterna y mía, / bajo la entraña latente, / quiere echarme hecho simiente /  sólo de melancolía. / ¡Que venga, que venga el día!». «Noche» de La esquina y el viento. «Pero qué será de mí / cuando se acabe la tarde / y tenga forzosamente / que en la mirada acostarme. / Y no pueda verte nunca / sino lejos, tan distante, / donde el recuerdo se junta / con el olvido y los árboles. / No quiero que se me vayan / este puñado de instantes. / Los que vengan no serán / ya seguramente iguales. / Y los pierdo como suelo / perder cosas, en mi calle; ésa que va desde el alma / hasta la casa que sales. / Y luego vienen preguntas / y no me contesta nadie». «Atardecer», poema inédito, archivo particular del poeta.

[118] «Como una flor se va abriendo la mañana. / ¡¡¡Cuánta desolación!!! / Cuánta desolación. / Cuánta desolación)». «¡¡¡Sol!!!» de Pulsaciones.

[119] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93.

[120] «Mérida, ¿dónde has ido / que no te siento? / Contrarias nuestras vidas / se nos están perdiendo. / (Duerme la estatua, frío, / sobre su tiempo; / arco de puente y río, / dolor de sueño). / Tú te mueres de joven / y yo de viejo. / Mérida, yo te piso / y tú ¡qué lejos!». «Mérida» de El año cero.

[121] Jesús Delgado Valhondo, «Una lección», Hoy (Badajoz), 10-7-60.

[122] Jesús Delgado Valhondo, «Crear paisajes» Hoy (Badajoz), junio 1962.

[123] «Nueva Extremadura».

[124] «Nueva Extremadura».

[125] Jesús Delgado Valhondo, «Volver sobre nuestros pasos», Hoy (Badajoz), 31-12-57.

[126] «Encinas».

[127] «Viñas».

[128] «Montes».

[129] «Guadiana».

[130] «Hombre extremeño».

[131] Excepto el primero que tiene dieciséis.

[132] Detectamos dos rimas en asonante: «mojada-madrugadas» en «Montes» y «Mérida-América» en «Ciudades».

[133] «Nueva Extremadura».

[134] «Nueva Extremadura».

[135] «Mujer extremeña».

[136] «Huertos».

[137] «Hombre extremeño».

[138] «Mujer extremeña».

[139] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[140] «Castillo».

[141] Alejandro Pachón. «Jesús y las películas». En A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Kylix, 1993, p. 29.

[142] «Olivar».

[143] «Trigal».

[144] «Viñas».

[145] «Ofrenda a la Virgen de la Soledad».

[146] Manuel Pecellín Lancharro, Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 71.

[147] Alejandro Pachón, «Jesús y las películas», en A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Kylix, 1993, p. 29.

[148] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 11-1-57.

[149] «Huertos».

[150] Se trata de los vv. 57 y 58 del poema «Compuerta», que abre El miajón de los castúos de Luis Chamizo.

[151] «Hombre extremeño».

[152] «Encinas».

[153] Jesús Delgado Valhondo, «A Extremadura le falta tierra», Hoy (Badajoz), 17-7-56.

[154] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[155] Marciano Rivero Breña, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

[156] ibídem.

[157] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[158] Marciano Rivero Breña, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

[159] ibídem.

[160] Jesús Delgado Valhondo, «Fracaso», Hoy (Badajoz), 4-3-61.

[161] ibídem.

[162] «Todos los hombres se suicidan alguna vez; ‘Cristo se suicidó’, le dije a un católico y se alarmó; cuando queremos matar una idea, cometemos un suicidio». En Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara A, 1991-1993.

[163] Jesús Delgado Valhondo, «Hablar por decir», Hoy (Badajoz), 3-2-59.

[164] Jesús Delgado Valhondo, «Ilusión», Hoy (Badajoz), 24-3-78.

[165] Manuel Pecellín Lancharro, Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 71. Ya hemos citado este texto, pero creemos necesario repetirlo.

[166] José Miguel Santiago Castelo, Prólogo de Huir, Badajoz, Del oeste ediciones, 1994.

[167] Álvaro Valverde, «Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[168] Manuel Pecellín Lancharro, «Mi Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[169] ibídem.

[170] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[171] Juan María Robles Febré, «La hondura», Frontera (Badajoz), nº 3, 1988.

[172] Juan Ramos Aparicio,  «Jesús Delgado Valhondo. Hombres de Extremadura», Extremadura (Cáceres), 12-2-80.

[173] Antonio Bellido Almeida, «Jesús Delgado Valhondo ¿político?», Hoy (Badajoz), 15-7-79.

[174] Eugenio Frutos, «Perfil humano de Jesús Delgado Valhondo», mecanografiado, archivo particular del poeta.

[175] José Miguel Santiago Castelo, «Siempre esa voz, maestro tu palabra», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[176] José Miguel Santiago Castelo, Prólogo de Huir, Badajoz, Del oeste ediciones, 1994.

[177] Fernando Bravo, «Ese corazón al viento …», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[178] Teresiano Rodríguez Núñez, Entrevista a Joaquina Oncins Hipólita, Seis y siete (Badajoz), 10-4-76.

[179] Jaime Álvarez Buiza, «Rapsodia en dos tiempos», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[180] Manuel Martínez-Mediero, «La última postal», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 6.

[181] Ricardo Senabre, «Jesús en el recuerdo», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 9.

[182] «No soy del siglo pasado. Me enorgullece este siglo, este tiempo -que también es mío, esta hora. Y asisto con satisfacción, con simpatía, con cariño, a la tremenda invasión de la juventud a la vida». En Jesús Delgado Valhondo, «Del siglo pasado», Hoy (Badajoz), 5-8-69.

[183] Jesús Delgado Valhondo, «Definición y poesía», Hoy (Badajoz), 22-2-58.

[184] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93.

[185] José Miguel Santiago Castelo, Prólogo de Huir, Badajoz, Del oeste ediciones, 1994.

[186] Carta de Arturo Gazul a Jesús Delgado Valhondo, Llerena, 2-11-55.

[187] José Manuel Caballero Bonald, «Desdén y pasión», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[188] Francisco Gutiérrez, «Ya estás con Luis, Jesús», Extremadura (Cáceres), 30-7-93.

[189] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[190] Jesús Delgado Valhondo, «El traje», Hoy (Badajoz), 6-2-60.

[191] Jesús Delgado Valhondo, «Tú, tranquilo», Hoy (Badajoz), 24-3-65.

[192] «Entran, / salen /  y vuelven a entrar / abejas / en mi cerebro, /  que me traen con un ritmo extensionado, / sonidos negros. / (Ausencia de mí mismo) / ¡Y vuelven a entrar!, / para traerme libado / el seco sabor del mar. / ¡Y vuelven a entrar!, /  para traerme un zumbido / balbuciente …….., / (es la nana del demente), /  que me deja adormecido». «Duerme que viene el halcón» de Canciúnculas.

[193] «Si llego a matarme anoche / hoy no respiro esta alba / que sabe a fruta madura / que sabe a fresca manzana». «¡Si llego a matarme anoche!» de El año cero.

[194] Jesús Delgado Valhondo, «Ilusión», Hoy (Badajoz), 24-3-78.

[195] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93.

[196] «Para mi consolación». Canciúnculas, p. [10].

[197] «Dolor» de Canciúnculas, p. [1]. Este poemilla es una muestra de que en Valhondo se localiza lo que se ha definido como la “estética del dolor”.

[198] Jesús Delgado Valhondo, «El dolor», Hoy (Badajoz), 13-9-60.

[199] Hace unos años asistimos a una tertulia literaria en Badajoz, organizada por el profesor de Literatura Antonio Borrero, a la que fue invitado Jesús Delgado Valhondo, quien a una pregunta sobre por qué la poesía en general trataba temas tristes contestó: «porque la felicidad no existe». Su rotunda opinión se debía sin duda a su conciencia de ser finito y mortal, para el que la idea de la muerte elimina toda felicidad.

[200] Macarena García Calderón, «El poeta en su rincón», Hoy (Badajoz), 20-2-66.

[201] El interés de Valhondo por el silencio fue especial. En una de sus notas manuscritas, encontramos estas frases, seguramente seleccionadas de sus lecturas: «El resto es silencio (Shakespeare)». «El silencio es la mejor escuela del hombre (Palladas)». «Por la palabra, el hombre es superior al animal; por el silencio se hace superior a sí mismo (Masson)». «Oye, ve y calla». «Silencio».

[202] Jesús Delgado Valhondo, «El silencio», Hoy (Badajoz), 22-7-60.

[203] Texto de su artículo titulado «Ser el último para recoger silencios»

[204] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara A, 1991-1993.

[205] «O estamos en silencio, ¡cuánto dice! / Nosotros que supimos entenderlo / cuántas cosas nos dijo, cuántas cosas /  supimos de nosotros en silencio». Elegía «Mi hermano Juan» de La vara de avellano.

[206] «Alguien estuvo en este mismo sitio / que ahora ocupo. / Noto su vacío suceso rodeándome. / Acaricio lo que todavía queda / del cuerpo del hombre de la historia. / Tiene peculiar forma y manera de existir». «Desde antes» de Los anónimos del coro.

[207] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[208] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93. 

[209] Cortés, Alfonso, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[210] ibídem.

[211] ibídem.

[212] ibídem.

[213] «¡Aunque esté entre muchedumbre / qué solo me encuentro! / ¡Quiero gritar, y grito!, /pero es que grito hacia dentro. / ¡Quiero golpear, y siento / golpes en el corazón!». «Soledad». El año cero. En Machado encontramos: «Tengo a mis amigos / en mi soledad; / cuando estoy con ellos / ¡qué lejos están!». Poema LXXXIV de Poesías completas, p. 304. El mismo Valhondo nos confesó que muchas veces se sintió solo cuando más acompañado se encontraba.

[214] Es el texto de una nota manuscrita de Valhondo, que cogió de Romain Rolland.

[215] Jesús Delgado Valhondo, «Las cosas», Hoy (Badajoz), 11-4-59.

[216] «….. ¿Acaso será? ……¡Dios mío! / que yo quiera hacerme eterno?, / porque yo noto que estoy / con tanta pena, contento». «La penita». Pulsaciones. Los modernistas, influidos por Lord Byron, concibieron la tristeza como un signo de distinción, inteligencia y sensibilidad. Este enfoque se inscribe en la llamada “estética del sufrimiento”, que concibe la tristeza como un gozo en la melancolía. El problema de tal estado es que la tristeza y la melancolía da paso a la angustia, que es lo que le sucedió a Valhondo.

[217] Macarena García Calderón, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 20-2-66.

[218] Jesús Delgado Valhondo, «La pena y la tristeza», Hoy (Badajoz), 4-4-63.

[219] ibídem.

[220] Jesús Delgado Valhondo, «Soledad», Hoy (Badajoz), 18-2-60.

[221] Jesús Delgado Valhondo, «La alegría», Hoy (Badajoz), 1-9-63.

[222] Jesús Delgado Valhondo, «Drogas mágicas», Hoy (Badajoz), 8-2-64.

[223] «Dios en la noche» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[224] Jesús Delgado Valhondo, «Hablar por decir», Hoy (Badajoz), 3-2-59.

[225] ibídem.

[226] Jesús Delgado Valhondo, «Morir», Hoy (Badajoz), 16-10-58.

[227] Jesús Delgado Valhondo, «Donde dije …», Hoy (Badajoz), 21-6-60.

[228] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Don Benito. 1973,  mecanografiado, archivo particular del poeta.

[229] José Joaquín R. De Lara, Introducción a la entrevista titulada «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[230] Jesús Delgado Valhondo, «Abismos», Hoy (Badajoz), 24-10-57.

[231] ibídem.

[232] Jesús Delgado Valhondo, «Personalidad», Hoy (Badajoz), 18-9-63.

[233] Jesús Delgado Valhondo, «Categorías humanas», Hoy (Badajoz), 13-12-64.

[234] Jesús Delgado Valhondo, «El niño y el Paisaje», Hoy (Badajoz), 8-2-64.

[235] Jesús Delgado Valhondo, «Pruebas objetivas», Hoy (Badajoz), 2-7-63.

[236] Jesús Delgado Valhondo, «Necesitan un libro», Hoy (Badajoz), 11-4-67.

[237] Jesús Delgado Valhondo, «La palabra que necesitamos», Hoy (Badajoz), 14-5-58.

[238] J. López Martínez, «Para Jesús Delgado Valhondo, extremeño, Salamanca es la ciudad más profunda y más bonita del mundo», El adelanto (Salamanca), 11-12-64.

[239] Jesús Delgado Valhondo, «Educación», Hoy (Badajoz), 17-4-58.

[240] Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989, pp. 39-52.

[241] Jesús Delgado Valhondo, «¿Es necesaria la poesía?», Hoy (Badajoz), 14-9-63.

[242] En esto Valhondo coincide con Juan Ramón, que concibió la poesía como una actividad espiritual en oposición al oficio literario. Poetizar para Juan Ramón y, por tanto, para Valhondo es esculpir el alma mediante la escritura.

[243] Jesús Delgado Valhondo, «La poesía como medicamento», Hoy (Badajoz), 15-3-62.

[244] Jesús Delgado Valhondo, «Cuando la palabra es hermosa», Hoy (Badajoz), 14-6-64.

[245] Juan Ángel, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 13-3-92.

[246] Jesús Delgado Valhondo, «Un lenguaje universal», Hoy (Badajoz), 30-5-63.

[247] Tomás Martín Tamayo, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 17-10-76.

[248] Declaraciones de Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 21-1-90.

[249] Jesús Delgado Valhondo, «¿Es necesaria la poesía?»,  Hoy (Badajoz), 14-9-63.

[250] ibídem.

[251] ibídem.

[252] Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», en actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

[253] Jesús Delgado Valhondo, «Nuevos pobres», Hoy (Badajoz), 19-9-58.

[254] Jesús Delgado Valhondo, «Eso que se llama amor», Hoy (Badajoz), 25-3-61.

[255] Jesús Delgado Valhondo, «Nombres», Hoy (Badajoz), 31-5-59. Según Platón, poner nombre a las cosas es un modo de descubrir el universo como esencia.

[256] Jesús Delgado Valhondo, «Crear», Hoy (Badajoz), 18-10-63.

[257] Jesús Delgado Valhondo, «Dejar hablar al corazón», artículo, archivo particular del poeta.

[258] Jesús Delgado Valhondo, «El corazón», Hoy (Badajoz), 15-2-63.

[259] Carta de Juan Ruiz Peña a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 31-10-69.

[260] Pedro Caba, «Primera antología«, Espiral (Madrid), mayo 1962.

[261] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[262] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[263] Arsenio Muñoz de la Peña, «Los cuatro mosqueteros poéticos», Hoy (Badajoz), 15-5-63.

[264] Juan María Robles Febré, Preámbulo de A Jesús Delgado Valhondo. Homenaje, Badajoz, Kylix, 1993, p. 8-9.

[265] Manuel Pacheco, «Prosema para hablar a un lado del triángulo poético llamado Jesús», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 8.

[266] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), nº III, 1992.

[267] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[268] Ricardo Senabre, «Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», en Escritores de Extremadura, Badajoz, Diputación Provincial, 1988. También Senabre definió a nuestro poeta como «esa torre vigía de las letras extremeñas», en «Sentir y decir», monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[269] Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo»,  REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[270] Manuel Pecellín Lancharro, Presentación de A Jesús Delgado Valhondo. Homenaje, Badajoz, hotel Zurbarán, 1994.

[271] Respuesta de Jesús Delgado Valhondo a una pregunta que por carta le hizo Mari Carmen de Celis, Madrid, 1974.

[272] idem.

[273] idem.

[274] Carta de Antonio Rodríguez-Moñino a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 12-8-62.

[275] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[276] Pedro Caba, «Un gran poeta», Hoy (Badajoz), 26-1-58 y 15-2-62.

[277] Fernando Pérez Marqués, «Carta a Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 7-3-64.

[278] Juan José Poblador, «A la memoria de un poeta», en A Jesús Delgado ValhondoHomenaje, Badajoz, Kylix, 1993, p. 25.

[279] Carta de Luis Álvarez Lencero a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 2-10-60.

[280] Carta de Arturo Benet a Jesús Delgado Valhondo, Arenys de Mar, 16-1-53.

[281] Carta de Francisco Garfias a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 20-4-63.

[282] Federico Carlos Sainz de Robles, «Primera antología«, Madrid (Madrid), 6-6-62.

[283] Carta de Juana Vázquez a Jesús Delgado Valhondo, Salvaleón, 6-10-63.

[284] José María Bermejo, «La vara de avellano», Hoy (Badajoz), 28-4-74 y en La estafeta literaria (Madrid), 15-6-74. Hugo Emilio Pedemonte también definió a Valhondo como «transfigurador» en «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), nº III, 1992.

[285] «élitros» («Cualquiera de las dos piezas córneas que cubren las alas de los coleópteros») en «Los pronombres personales. Yo» de Los anónimos del coro.

[286] Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[287] José María Osuna, «Jesús Delgado Valhondo, claridad y misterio», ABC (Sevilla), 29-9-68.

[288] Vicente Cano, «Jesús Delgado Valhondo, una señorial representación de la poesía extremeña de hoy», Lanza (Ciudad Real), 26-2-84.

[289] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[290] Miguel Muñoz de San Pedro, «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.

[291] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[292] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 27-5-63. José Díaz-Ambrona le hizo a Valhondo un comentario parecido: «El secreto de los árboles me gusta extraordinariamente. Sólo puedo decirte una cosa; es tuyo y con eso está dicho todo», en carta a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 18-1-64.

[293] Miguel Murillo, «Es un poeta genuinamente extremeño», Hoy (Badajoz), 30-9-93.

[294] Ricardo Senabre, «Sentir y decir», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-9-93.

[295] José María Fernández Nieto, Presentación de El secreto de los árboles, Palencia, Col. Rocamador, 1963.

[296] Antonio Bellido Almeida, «Jesús Delgado Valhondo, ¿político?», Hoy (Badajoz), 15-7-79.

[297] Así definió líricamente Juan Ramón la sencillez: «¿Sencillo? / Las palabras / verdaderas; / lo justo para que ella, sonriendo / entre sus rosas puras de hoy, / lo comprenda. / Con un azul, un blanco, un verde, / -justos-, / se hace -¿no ves?- la primavera».

[298] Carta de Lázaro Carreter a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 11-10-56.

[299] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 27-5-63.

[300] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[301] Miguel Pérez Reviriego, «Jesús Delgado Valhondo», mecanografiado, archivo particular del poeta.

[302] Revista de Literatura (Madrid), nº 5, 1953.

[303] Tomás Martín Tamayo, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 17-10-76.

[304] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[305] Miguel Muñoz de San Pedro, «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.

[306] Carta de José Manuel Blecua a Jesús Delgado Valhondo. Barcelona, 18-6-62.

[307] Carta de Gabriel Celaya a Jesús Delgado Valhondo. San Sebastián, 11-11-63.

[308] M. Palomo, «El secreto de los árboles«, Revista de Literatura (Madrid), nº 5, 1990.

[309] Carta de Francisco Martínez García a Jesús Delgado Valhondo, León, 1-2-88.

[310] José Canal, «La vara de avellano«, Alcántara (Cáceres), nº 176, 1974.

[311] María López Ollero, «Carta a Jesús», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[312] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[313] Son las palabras con las que Javier Blasco explica la búsqueda que Juan Ramón realiza en su poesía y que coincide con la llevada a cabo por Valhondo posteriormente. En Antología poética, Madrid, Cátedra, 1993, p. 256.

[314] César Nicolás en «Algunas claves en la obra poética de Juan Ramón Jiménez», artículo editado en las Actas de Juan Ramón Jiménez en su Centenario (Cáceres, 1981) incluye el proceso místico en lo que llama «sistemas semióticos», que ayudan al poeta a buscar la esencia de las cosas.  

[315] Martín Sarmientos, «‘Yo, si voy a ser a ser simiente ..’  o el milagro de Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-6-59.

[316] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[317] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[318] Bartolomé Mostaza, «Primera antología«, Ya (Madrid), 26-9-62.

[319] Carta de Juan Vázquez a Jesús Delgado Valhondo, Salvaleón, 14-10.63.

[320] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[321] Antonio Zoido, «La poesía de un poeta», Hoy (Badajoz), 14-1-62.

[322] Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo«, REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[323] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), III, 1992.

[324] Ángel Sánchez Pascual, «Jesús Delgado Valhondo, un poeta en Extremadura», Alcántara (Cáceres), nº 15, 1982.

[325] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 7-8-58.

[326] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Rubén Caba, Zarza de Alange, 9-9-60.

[327] José Miguel  Santiago Castelo, «Delgado Valhondo», ABC (Madrid), 29-5-79.

[328] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo o la vocación poética», El noticiero universal (Barcelona), 18-10-63.

[329] Teresiano Rodríguez Núñez, Entrevista a Joaquina Oncins Hipólita, Seis y siete (Badajoz), 10-4-76.

[330] Ricardo Senabre, «Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», en Escritores de Extremadura, Badajoz, Diputación Provincial, 1988.

[331] Joaquín Benito de Lucas, «Poeta de su tiempo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[332] José Antonio Zambrano, «Jesús Delgado Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8.

[333] Manuel  Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[334] Carta de Juan Ruiz Peña a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 7-1-64.

[335] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 27-5-63.

[336] Manuel Simón Viola Morato. Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[337] Eugenio Frutos, «¿Dónde ponemos los asombros?«, Índice (Madrid), nº 260, 15-12-69.

[338] Ángel Martín Sarmiento, «‘Yo, si voy a ser simiente …’ o el milagro de Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-6-59.

[339] Juan Ruiz Peña, «Un poeta extremeño», Diario de Burgos (Burgos), 28-3-63.

[340] Enrique Segura Otaño, «¿Dónde ponemos los asombros?«, REEx (Badajoz), I, XXVI, 1970.

[341] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[342] José Quintana, «¿Dónde ponemos los asombros?«, Azor (Barcelona), nº 37, 1969.

[343] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[344] Eugenio Frutos, Prólogo de la Primera antología, Badajoz, Diputación, 1961.

[345] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[346] Fernando Pérez Marqués, «Carta a Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 7-3-64.

[347] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[348] Carta de Federico de Onís a Jesús Delgado Valhondo, Río Piedras (Puerto Rico), 13-10-62.

[349] Enrique Segura Otaño, «Primera antología«, REEx (Badajoz), XVII, 1961.

[350] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo» Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[351] Juan María Robles Febré, Preámbulo de A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Kylix, 1993, p. 9.

[352] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo o la poesía de un poeta sincero», introducción a Entre la hierba pisada queda noche por pisar, Badajoz, Universitas, 1979.

[353] Carta de Juan Ruiz Peña a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 7-1-64.

[354] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[355] Grupo Ángaro, «La vara de avellano«, ABC (Sevilla), 24-8-74.

[356] Carta de José María Rodríguez Méndez a Jesús Delgado Valhondo, Barcelona, 21-11-69.

[357] Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967, p. 9.

[358] Ramón González-Alegre, «Delgado Valhondo en su Extremadura», El faro de Vigo (Vigo), 7-10-62.

[359] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[360] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 14-3-59.

[361] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 15-11-61.

[362] Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo«, REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[363] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[364] Juan Chacón, «Jesús Delgado Valhondo», La hora XXV (Barcelona), 1966.

[365] Carta de Antonio Zoido a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 29-1-53.

[366] Miguel Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967, p. 193.

[367] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, Editora Regional, 1995.

[368] Jesús Delgado Valhondo, «Mirar», Hoy (Badajoz), 9-3-65.

[369] «Diez» de Huir.

[370] «Dos» de Huir.

[371] «Espíritu de árboles» de La vara de avellano.

[372] «Alameda» de El secreto de los árboles.

[373] «El fondo» de Aurora. Amor. Domingo.

[374] «Acaso» de El secreto de los árboles.

[375] «El vuelo busca cuerpo» de Inefable domingo de noviembre.

[376] «Los pronombres personales (Yo)» de Los anónimos del coro.

[377] Jesús Delgado Valhondo, «Calles (Badajoz, capital de provincia)», Hoy (Badajoz), 24-6-70. Transcribimos el resto del texto por su interés: «[…] En la calle consumimos muchos de nuestros sueños, de nuestros deseos, de nuestro quehacer. La calle es compañera y amiga. Carta para leer, y libro para estudiar. […] Me gusta ir consumiendo luz y sombras, cuando la ciudad está despierta o dormida. […] Me agrada ser descubridor de los secretos de la calle. Recorrer recuerdos. Viajar por la calleja, por el callejón olvidado. […] La calle en día de trabajo es río de pasión, de prisas, de adioses. En el atardecer, es sueño de paseos, amor, entrañada compañera. Cuando la ciudad duerme, la calle es silencio, misterio, hueco de voces, muchacha que se quedó con un beso muerto entre los labios y va filtrándose en una huida de callejón tapiado».

[378] «Callejón sin salida» de El secreto de los árboles.

[379] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Mérida, Editora Regional, 1995.

[380] «Calle de la nada» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[381] «Calle de los vivos muertos» de El secreto de los árboles.

[382]Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo», REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[383] «Final del camino» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[384] «Soledad habitada» de Un árbol solo.

[385] «Cima» de Aurora. Amor. Domingo.

[386] ibídem.

[387] Jesús Delgado Valhondo, «San Pedro de Alcántara clava su cruz», Extremadura (Cáceres), octubre 1948.

[388] Jesús Delgado Valhondo, «Mirar», Hoy (Badajoz), 9-3-65.

[389] Jesús Delgado Valhondo, «Subir«, Hoy (Badajoz), 9-11-63.

[390] Jesús Delgado Valhondo, «Descender», Hoy (Badajoz), 28-8-63.

[391] Jesús Delgado Valhondo, «Calles (Badajoz, capital de provincia)», Hoy (Badajoz), 24-6-70.

[392] «Doblar una esquina» de Aurora. Amor. Domingo.

[393] «Solo» de El secreto de los árboles.

[394] Jesús Delgado Valhondo, «El corazón», Hoy (Badajoz), 15-2-63.

[395] «Cima» de Aurora. Amor. Domingo.

[396] Rafael Rufino Félix Morillón, Presentación de Canto universal de Juan María Robles Febré, REEx (Badajoz), Tomo LI, 1995, p. 843.

[397] «Las traseras del tiempo» de Inefable domingo de noviembre.

[398] Camilo José Cela, «Leyendo el libro de ‘Las mil y una noches'», en Café de artistas y otros papeles volanderos, Barcelona, Primera Plana, 1993, p. 62.

[399] «Doblar una esquina» de Aurora. Amor. Domingo.

[400] ibídem.

[401] «El fondo» de Aurora. Amor. Domingo.

[402] «Amor» de Canciúnculas.

[403] «Noche» de La esquina y el viento.

[404] «Sombras» de El secreto de los árboles.

[405] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Mérida, Editora Regional, 1994.

[406] «Jesús Delgado» de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[407] ibídem.

[408] «Plenitud de sol» de Inefable domingo de noviembre.

[409] «El día seca la mar» de Inefable domingo de noviembre.

[410] «Hospedaje de luz» de Inefable domingo de noviembre.

[411] «Tarde de domingo» de La vara de avellano.

[412] «Atardecer» de La esquina y el viento.

[413] «Mirada de Dios» de El secreto de los árboles.

[414] «Noche y alba» de El secreto de los árboles.

[415] Jesús Delgado Valhondo, «Soñar», Hoy (Badajoz), 29-12-62.

[416] Jesús Delgado Valhondo, «Ilusión», Hoy (Badajoz), 24-3-78.

[417] «Sombras» de El secreto de los árboles.

[418] «La escena» de Los anónimos del coro.

[419] «Asombros» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[420] «Noviembre otra vez» de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[421] «Jaula de atardecer» de Los anónimos del coro.

[422] «Retrato de muchacha en una casa de huésped» de La vara de avellano.

[423] «Palacio de sentidos» de Los anónimos del coro.

[424] «Gente» de Un árbol solo.

[425] «Catorce» de Huir.

[426] Jesús Delgado Valhondo, «La estación de mi pueblo», Hoy (Badajoz), 26-12-82.

[427] «Gente» de Un árbol solo.

[428] «El vuelo busca cuerpo» de Inefable domingo de noviembre.

 

Fotografía cabecera: Detalle del Templo de Diana, Mérida

Vida (I)

CAPÍTULO I

EXPERIENCIA VITAL Y LÍRICA DE JESÚS DELGADO VALHONDO

 

 INTRODUCCIÓN

La personalidad del ser humano, generalmente, es una mezcla de su carácter genético personal y de las circunstancias existenciales que le tocan vivir. El poeta, ser humano dotado de una especial sensibilidad, no es una excepción y su carácter singular se ve influido, en mayor o menos medida, por los acontecimientos de su entorno, que marcan en algunos casos fuertemente su obra hasta el punto de convertirse en la crónica humana y espiritual de su existencia.

Éste es el caso de Jesús Delgado Valhondo, pues su poesía es la descripción subjetiva de sus estados emocionales en relación con la divinidad y con el ambiente cultural e histórico que lo rodeaba a modo de diario íntimo donde fue recogiendo sus intranquilidades, experiencias y sensaciones cotidianas, fuertemente influido por sus imperantes deseos de desentrañar los enigmas de su condición humana y de los sucesos que ocurrían a su alrededor. Y esas inefables sensaciones sólo pudo contarlas a través de una expresión superior, la Poesía.

De ahí que entender la poesía de Valhondo signifique introducirnos en una expresión natural y verdadera, extraída directamente de la realidad que, en su intimidad de hombre cotidiano, traducía en lirismo trascendente: «Delgado Valhondo es un hombre profundamente humano que vive en poesía y convierte en ‘clima’ poético todo cuanto le rodea»[1].

Por tal motivo, es necesario conocer sus circunstancias vitales como paso previo e imprescindible para llegar a la esencia de su lírica, porque en Valhondo vida (humana y espiritual) y poesía es un todo tan indisoluble que se puede realizar un recorrido fiel de sus vivencias en los contenidos líricos, que fue vertiendo desde sus versos noveles a los últimos donde, conscientemente, hizo un repaso de las intranquilidades espirituales y existenciales que experimentó durante toda su vida: «Entre su vida y su obra hay un maridaje armónico y dolorosamente consecuente. Constantemente anda rebuscando en el desván de su espíritu, reviviendo la sencilla y honda aventura de su vida» [2].

Relatamos a continuación su experiencia vital y lírica, precedida de datos históricos y literarios para tener una visión de conjunto en la que situar a Valhondo y, a la vez, conocer los fundamentos de su personalidad humana y literaria.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1900 A 1919

Alfonso XIII sube al trono en 1902. El gobierno del país lo ocupan alternativamente los conservadores, presididos por Maura, y los liberales, capitaneados por Canalejas, que habían llegado a un acuerdo para ocupar el gobierno por medio de un turno pacífico de partidos. A pesar de sus intentos por estabilizar el país y reactivar la producción, los enfrentamientos entre patronos y obreros en la ciudad, y de terratenientes y temporeros en el campo, las huelgas, la violencia y la represión se fueron adueñando del país, hasta desembocar en un clima de desorden, agravado por la guerra de Marruecos (1909), en la que el Ejército sufriría serias y estremecedoras derrotas.

A comienzos de siglo, en la literatura nacional conviven el Modernismo, la Generación del 98, las Vanguardias y el Novecentismo. Conforme avanza la primera década, el Modernismo pasa de la evasión a las preocupaciones existenciales. La Generación del 98 se encuentra en su apogeo. Picasso con «Las demoiselles de Avignon» (1907) hace triunfar el Cubismo. Ramón Gómez de la Serna funda la revista Prometeo (1908) y publica el manifiesto futurista (1910). Y la Generación del 14 irrumpe en este repleto panorama.

Es la década en que se publican obras fundamentales como Alma de violeta de Juan Ramón Jiménez (1901), Amor y Pedagogía de Unamuno, La voluntad de Azorín, Sonatas de Valle Inclán (1902), Soledades de Antonio Machado (1903), La busca de Pío Baroja (1904), Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío (1905), La fiesta nacional de Manuel Machado (1906), Tinieblas en las cumbres de Ramón Pérez de Ayala (1907) y El concepto de la nueva literatura de Ramón Gómez de la Serna (1909).

La poesía extremeña, en los inicios del siglo XX, se encuentra fuertemente influida por movimientos literarios del siglo anterior: Romanticismo (sobre todo Bécquer y la evasión al pasado), Realismo (Campoamor), Modernismo (Villaespesa y Salvador Rueda, más que Rubén Darío). Y también por ideas regionalistas,  religiosas y morales conservadoras.

Entre los escritores extremeños, destacan José María Gabriel y Galán (extremeño de adopción), Vicente Sánchez Arjona, Enrique Díez-Canedo, Pedro Sánchez Ocaña, Luis Oteyza, Eloy Guerra, Antonio Reyes Huertas, Manuel Monterrey, Manuel Delgado Fernández, Luis Chamizo, Félix Valverde Grimaldi y Rufino Delgado Fernández, que nacieron en las dos últimas décadas del siglo XIX.

Gabriel y Galán es el poeta más representativo de la primera década del siglo XX, a pesar de su muerte temprana en 1905. Tuvo una difusión regional y nacional extraordinaria (a comienzos de siglo era el poeta más publicado en España). Su poesía sencilla y directa, que contaba las alegrías y preocupaciones de la gente humilde del campo (muchas veces en su mismo dialecto), contiene un sentimiento humanísimo y una fuerza expresiva, que emana con frecuencia del primitivismo de la lengua dialectal que emplea.

Luis Chamizo, con el paso del tiempo, constituirá con Galán el dúo puntero de la lírica regional con proyección dentro y fuera de Extremadura. El medio de expresión utilizado por Chamizo es el castúo, un dialecto de su creación, también de un poder comunicativo extraordinario, que consigue su máxima eficacia a través de la declamación.

Felipe Trigo, el novelista más publicado a lo largo de la década, editará numerosas novelas entre las que destacan Las ingenuas (1901) y En la carrera (1906). Manuel Monterrey se da a conocer con Mariposas azules (1907) y Madrigales floridos (1908), que contienen poemas de corte modernista. En 1909, Antonio Reyes Huertas, que había ingresado en el mundo literario con un poemario autoeditado, Ratos de ocio, funda en Badajoz la revista Extremadura cristiana.

Junto a estos escritores, comienzan a escribir y publicar Enrique Leal Magdaleno, llamado «el último romántico español», autor de Ecos románticos, y Juan Luis Cordero, el poeta cacereño que más premios poéticos ha obtenido.

A comienzos del siglo, se publican en Cáceres la Revista de Extremadura, fundada por Publio Hurtado en 1889, que supuso el primer intento de cohesión de la cultura extremeña. Alma extremeña, revista literaria semanal, que editó en 1905 y 1906 y Extremadura literaria (1909), en la que colaboraban Publio Hurtado, Diego María Crehuet, Juan Luis Cordero, Francisco Belmonte y Enrique Montánchez. En Mérida, se editan Plumas nuevasRevista literaria, científica y de sport (1906), dirigida por Julio Núñez Enciso; en el número de marzo de 1907, aparece un artículo de Mario Roso de Luna y colaboraciones de Julio Acha y Amantina Cobos. Y Gil BlasSemanario feliz e independiente, que no es una revista literaria, pero tiene una sección poética. En Almendralejo, publican Antorcha católicaLa revista decimal ilustrada (1901) y Archivo extremeñoRevista mensual de Ciencia, Arte e Historia que, en el número de marzo de 1911, dedica un homenaje a Carolina Coronado.

En la primeros años del siglo nacen Pedro Caba (1900), Francisco Rodríguez Perera ( 1901), Eugenio Frutos (1903), José Díaz-Ambrona (1903), Fernando Bravo (1906) y Jesús Delgado Valhondo (1909).

A partir de 1910, España sigue sumida en el desorden y ni siquiera, a mediados de la década, la neutralidad en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), ayudó a crear un clima más propicio en el interior, pues aumentaron los precios, las acciones subversivas y el desorden, que los gobiernos sucesivos se veían incapaces de atajar, pues el sistema de turnos comenzó a ser rechazado por los partidos socialistas, anarquistas y republicanos.

Otros acontecimientos históricos y culturales de especial importancia jalonan esta década. Creación de la CNT (1910), fundación de la Residencia de Estudiantes (1911), fundación de la tertulia del Pombo (1915), huelga general (1917), comienzo del trienio bolchevique (1918) y Huidobro, poeta vanguardista chileno, visita España (1918).

En Literatura, continúa la convivencia del Modernismo, la Generación del 98, las Vanguardias y el Novecentismo, aunque los dos primeros movimientos pierden su empuje hacia 1915. Los ismos se instalan definitivamente en el ambiente del arte español (manifiesto ultraísta, 1919), aunque no será hasta la década siguiente cuando enraícen y den sus mejores frutos. El Novecentismo, que se encuentra en su apogeo, impone su estilo pulcro y esencial.

En la segunda década del siglo se publican obras relevantes como Campos de Castilla de Antonio Machado (1912), Platero y yo de Juan Ramón Jiménez (1914), La nueva literatura de Cansinos Assens, El espectador de Ortega y Gasset (1916), Greguerías de Ramón Gómez de la Serna (1917) y Crisis del humanismo de Ramiro de Maeztu (1919).

La poesía regional sigue teniendo los mismos escritores e idénticas características que las citadas en la década anterior. Felipe Trigo publica Las Evas en el paraíso (1910), El médico rural (1912) y Jarrapellejos (1914). Por estas fechas nacen Carlos Callejo (1911), Antonio Zoido (1913), Antonio Corredor (1913) y Juan María Robles (1918).

 

Infancia, encuentro con el dolor. Juventud, el asombro de su entorno

Jesús José Delgado de la Peña Valhondo nació el día 19 de febrero de 1909 en la calle Bastimentos3 de Mérida (Badajoz), ciudad en la que su padre, José María Delgado de la Peña Merino (natural de Zarza de Alange -Badajoz-) ejercía de notario. Su madre se llamaba Sofía Valhondo Carvajal y era de Montánchez (Cáceres).

Jesús fue el menor de diez hermanos y recordaba su infancia con mucho agrado, porque se sintió un niño muy querido. Pero, cuando sólo tenía seis años de edad, sufrió una grave enfermedad en la cabeza del fémur de la pierna derecha, que lo mantendrá entre la vida y la muerte durante cinco años y lo marcará física[3] y espiritualmente[4] para toda la vida. Desde entonces recordará aquella etapa con dramáticas y sentidas palabras, rememorando su sufrimiento y el encuentro, por medio del dolor, consigo mismo, la naturaleza y Dios[5].

No obstante, el sentimiento que más lo afectó fue la constatación de la indefensión, la debilidad, la insignificancia y la soledad del ser humano[6], que impregnarán toda su obra poética con un sino trágico, típico de un ser angustiado que busca desesperadamente a Dios para que le explicara la razón del sufrimiento humano y el misterio de la muerte, a la que temía obsesivamente hasta la superstición.

En 1918, muere su padre. Al año siguiente su madre, buscando el calor de la familia, decide trasladarse con sus hijos a Zarza de Alange pero, pasado un tiempo, no vio futuro para ellos en el pueblo y se marcha a Cáceres, donde tenía varios hermanos.

La primera impresión de la capital cacereña, en el alma infantil de Valhondo, fue muy triste, pero se adapta pronto y enseguida consigue amigos; este hecho nos explicará la facilidad que, desde pequeño, tuvo para cultivar uno de sus dones más preciados: la amistad[7], valor humano que mantendrá vigente toda su vida a través de una estrecha relación personal con amigos, conocidos y personas de la calle o bien por medio de cartas.

En Cáceres, sufre una nueva recaída de su enfermedad, que le obliga a usar muletas durante varios meses pero, superado este contratiempo, fue un niño extrovertido, simpático y desenvuelto[8], al que su defecto físico no le impedía participar con sus amigos en todos los juegos[9] e, incluso, subir y bajar con su bota de alza las cuestas del barrio de San Mateo a todo correr.

Este barrio fue, para Valhondo, un lugar de entrañables vivencias, porque en él pasó su infancia y su adolescencia (cerca se encontraba el instituto donde estudió Bachillerato) y, más tarde, en él, paseó y meditó mucho, pues siempre lo atrajo como retiro espiritual por su paz y su silencio hasta el punto de quedar grabado en su alma el canto de las monjas del convento de clausura, que había en aquel barrio, entonando maitines igual que el sonido de la campana que las llamaba a la oración[10]. Conforme Valhondo se vaya haciendo mayor, su deseo de rescatar el pasado lo llevará a recordar insistentemente, en poemas y artículos periodísticos, sus vivencias en el barrio de San Mateo que él, por su especial sensibilidad, convertía en vivencias espirituales[11].

El enraizado cariño que experimentó Jesús Delgado Valhondo por este lugar, metafóricamente denominado por él como «el corazón palpitante de Cáceres», también lo hizo extensivo a la ciudad extremeña de su infancia y su juventud, que poetizó por medio de recuerdos evocadores y nostálgicos en repetidas ocasiones tanto en prosa como en verso[12], así como al otro lugar de Cáceres, que atrajo poderosamente su atención, «La montaña», vigía que se eleva majestuosa presidiendo la ciudad, de tal forma que siempre que volvía una esquina, se encontraba con ella y muchas veces se paraba a contemplarla como si lo hubiera seducido con una atracción mágica[13].

Valhondo, ya había olvidado el dolor de su enfermedad infantil, cuando sucede un hecho luctuoso en su vida que lo marcará anímicamente. Su hermano Fernando, de 20 años de edad, muere en la guerra de Marruecos. Fernando era el hermano con el que más relación mantenía por entonces y su muerte dejó un recuerdo dramático en su alma joven («En mi casa hubo algo que se hundió definitivamente»), que no sólo aumenta el dolor producido por aquella tragedia, sino también hace que desde niño vaya formando en su espíritu una concepción trágica de la existencia y se acentúe progresivamente su angustia ante la preocupante caducidad del ser humano.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1920 A 1929

En 1921, el Ejército español, en Marruecos, sufre una brutal derrota en el llamado Desastre de Anual, que produce una fuerte conmoción en el país y aumenta aún más la confusión política y social. Ante esta situación tan caótica, el rey consiente que el general Primo de Rivera se hiciera con el poder por medio de un golpe de estado (1923). En un principio, el general logró calmar a los partidos políticos, acalló los desórdenes, terminó la guerra de Marruecos (1925) y consiguió un auge económico.

Ante estos logros, algunos intelectuales como Salvador de Madariaga y Ortega y Gasset aplaudieron la política del dictador. Pero, poco después, otros intelectuales y universitarios pidieron más libertades y Primo de Rivera les contestó con una fuerte censura. Los críticos fueron encarcelados o exiliados (Unamuno fue deportado a Fuerteventura, Fernando de los Ríos apartado de su cátedra). Esta actitud represiva no sirvió de mucho, pues otros intelectuales como Azaña y Marañón, fueron con sus duras críticas minando los pilares de la Dictadura que, unidas al descontento del Pueblo, la falta de apoyo del Ejército y de los partidos políticos y la influencia negativa en nuestra economía del hundimiento de la Bolsa de Nueva York (1929), llevarían al general a dimitir en enero de 1930.

En esta década aparece la revista Índice (1921), fundada por Juan Ramón Jiménez, la Revista de occidente (1923), Litoral de Málaga (1926) y La gaceta literaria (1927). Se celebra el tercer centenario de Góngora (1927) y la exposición internacional Barcelona-Sevilla (1929).

En Literatura, se produce la convivencia del Vanguardismo con la Generación del 27, que es la corriente característica de esta década; después de una primera etapa de «Arte por el Arte», comienza un proceso de rehumanización con la adopción de formas surrealistas y contenidos, que tienen como centro el ser humano. Todavía la Generación del 98 y el Novecentismo siguen produciendo manifestaciones literarias como, por ejemplo, El boxeador y el ángel (1929) de Francisco Ayala y San Manuel bueno, mártir de Unamuno (1930), pero las corrientes vanguardistas y, sobre todo, el Surrealismo adoptado por la Generación del 27, imponen nuevos enfoques. Al final de la década, se detecta un cambio radical en la Literatura con la aparición de una sensibilidad distinta denominada «el nuevo romanticismo», cuyos autores adoptarán un compromiso político (El Blocao de Díaz Fernández -1928-).

A lo largo de la década se editan títulos representativos como Versos y oraciones del caminante de León Felipe (1920). Libro de poemas de Lorca (1921), Imagen de Gerardo Diego (1922), Presagios de Pedro Salinas, Hélices de Guillermo de Torre (1923), Nuevas canciones de Antonio Machado (1924), Marinero en tierra de Alberti (1925), Las islas invitadas de Manuel Altolaguirre (1926), Perfil del aire de Cernuda (1927), Romancero gitano de Lorca, Sobre los ángeles de Alberti y Ámbito de Aleixandre (1928).

El nivel de la cultura extremeña, durante la Dictadura continúa siendo pobre, aunque se consiguen algunos avances (construcción de escuelas, mayor escolarización) que resultaron insuficientes por el atraso secular que arrastraba la región con respecto al país. La educación superior estaba reservada a un número reducido de privilegiados. En Badajoz es creada la Revista de estudios extremeños (1927) como medio de difusor de la cultura extremeña.

En esta década continúan publicando los escritores que surgieron a principios de siglo: La sangre de la raza (1920) de Reyes Huertas, El miajón de los castúos (1921) de Luis Chamizo, Cuatro estampas extremeñas (1924) de Francisco Valdés, El libro de las horas anónimas (1926) de José López Prudencio, Epigramas americanos (1928) de Enrique Díez-Canedo, que son títulos todavía enraizados en asuntos de la tierra, aunque esto no significa que les falte calidad o que no sean dignos de ser estudiados detenidamente.

En esta década, nacen Manuel Pacheco (1920), Luis Álvarez Lencero (1923), Alfonso Albalá (1924), Pedro Belloso (1926), José María Pérez Lozano (1926), José María Valverde (1926), Teófilo de Marcos Pérez (1926), Rufino Félix Morillón (1929) y Alberto Oliart Saussol (1929).

 

Primeras lecturas. Contacto con la cultura

Jesús Delgado Valhondo realiza el Bachillerato[14] en el Instituto de Segunda Enseñanza de Cáceres (1921), donde se hace de un grupo amplio de amigos entre los que se encontraban Leocadio Mejías, Pedro de Lorenzo y José Canal, que tenían un denominador común: sus aficiones literarias y su gusto por la lectura

Valhondo recordaba haber leído en aquella época El buscón y otras novelas picarescas y satíricas del Siglo de Oro, que le resultaban divertidas. También leyó a Bécquer, Unamuno («que me gustará tanto como Antonio Machado»), Valle Inclán («Me llamaron la atención las Sonatas y las Comedias bárbaras«), Azorín, Baroja, («Me los sabía de memoria»), Gabriel Miró («‘Las Figuras de la Pasión del Señor‘ me las he leído muchas veces»), Benavente, Blasco Ibáñez, Muñoz Seca, Eduardo Zamacois, Rubén Darío («Me conmocionó su poema ‘Lo fatal’ «), Villaespesa, Manuel Machado, Emilio Carrere, Villalón, Répide, Alvaro Retama, Felipe Trigo, León Felipe, Wenceslao Fernández Flores y Ramón Pérez de Ayala (como poeta).

Esta relación de escritores españoles[15], que reúne las primeras lecturas de Valhondo, resulta muy significativa porque van a explicar que, a lo largo de su obra lírica, nos encontremos con referencias al desencanto barroco, a la sutileza romántica, al naturalismo realista, a las preocupaciones existenciales y religiosas de los autores modernistas y del 98 y a la esencialidad típica de los escritores de la Generación del 14.

El Vanguardismo, por estas fechas, también dejó su impronta teórica en él, pues un año antes de su muerte le oímos decir: «En la vida hay dos cosas importantes: El oficio y el juego. El arte es juego, la arquitectura, las matemáticas -los conjuntos- … El oficio es para subsistir y dedicarnos al juego»[16]. Este comentario supone una conexión con una de las características fundamentales de la nueva concepción del arte vanguardista, asimilada por Valhondo en la década de los años 20, cuando se produjo la efervescencia de los ismos. La influencia práctica en él fue posterior, a comienzos de los años 30, porque es en su primer libro de poemas, Canciúnculas, sobre todo, y en el tercero, Pulsaciones, donde aparece alguna muestra de los numerosos poemas vanguardistas que escribió por esta época, pero que no se atrevió a publicar y destruyó, según sus propias palabras.

Además, leía novelas de ensayo y filosofía, como por ejemplo, los libros de Estética sobre el paisaje de Sánchez Muniaín y la poesía francesa, sobre todo, la simbolista de Rodenbach y sus seguidores Maeterlink, Louijs, Francis Jammes y Paul Claudel, poetas católicos que influyeron mucho en Antonio Machado[17]. Este tipo de poesía lo atrajo por su ternura y porque se encontraba en ella con Dios, casi sin mencionarlo, simplemente sugerido[18].

Su preferencia por las lecturas filosóficas nos va a explicar sus conocimientos en este campo que, junto con otras citadas más adelante, serán la base intelectual sobre la que irá apoyando su discurrir lírico y dotarán a su poesía de hondura y consistente trascendencia. Las lecturas de poetas católicos extranjeros impregnarán su lírica de una enjundiosa dulzura espiritual mezclada con el anhelo del Dios deseado.

También el joven Valhondo leyó desde la primera a la última página de los grandes narradores de la novela de ficción y aventuras como Salgari, Walter Scott, Julio Verne, Víctor Hugo, Anatole France, Dovstoievsky y Tolstoi, que dejaron en su alma adolescente los deseos de libertad e infinito, que detectaremos en el análisis de su poesía. Y, por último, leyó a escritores menos conocidos como Luis de Oteyza, novelista nacido en Zafra, y a otros que dejaron en su espíritu sensible una honda huella. Por ejemplo, Valhondo recordaba que le impresionó un poema amoroso de una monja de clausura, titulado «Espiga», que repetía varias veces la palabra “amor” con una calidez extraordinaria, y un libro titulado Jesús de un anarquista, que le había impresionado sobremanera por la relación que establecía entre la ideología revolucionaria del autor y la pacífica de Cristo.

Esta avidez lectora del joven Valhondo estuvo acompañada por una inquietud cultural, inaudita en un joven de su edad, pues a los 12 años ya era socio del Ateneo cacereño, centro cultural de intelectuales y amantes de la cultura en el que se celebraban conferencias, exposiciones y conciertos a los que asistía, animado por su inclinación a las actividades culturales hasta el punto de protagonizar alguna como una exitosa intervención sobre la situación del Cristianismo en la Roma Imperial, que realizó con tan sólo 14 años.

El joven Valhondo, poco a poco, no sólo participa en el mundo cultural de la capital cacereña, sino también conoce a intelectuales de la talla de Publio Hurtado, presidente del Ateneo y sabio cacereño, que con diligencia dirigía aquel lugar de élite, o a poetas como Luis Chamizo, que impartió una conferencia en este lugar.

No obstante, su formación intelectual, no sólo va a proceder de lecturas y de la relación con personas como las citadas, sino que aprendió bastante de sus compañeros de instituto, cuyas ideas, muchas veces contrapuestas, dejaron una marca anímica imborrable. En su clase convivió con varios futuros anarquistas como José Antonio Martínez Seller, posteriormente secretario nacional de los anarquistas españoles, que atentó contra Azaña y murió en el sitio de Toledo con una metralleta en la mano gritando: «Aquí hay que saber morir» y otros conservadores como Pedro Tardío, que obtuvo en la guerra civil dos medallas al valor en el bando nacional. La relación con jóvenes de tan dispares ideologías hizo que Valhondo fuera adquiriendo en su adolescencia un talante abierto, liberal y comprometido, y un carácter tempranamente maduro.

Además, su personalidad se completaba con una tendencia hacia la reflexión y la espiritualidad, como podemos deducir de esta detallada descripción de Eugenio Frutos sobre el temperamento de Valhondo adolescente: «Conocí a Jesús Delgado Valhondo en Cáceres, siendo un muchacho. Y aún me lo imagino empapándose de silencio e Historia, oyendo el suave paso de la muerte y eternizando el tiempo por el alto Cáceres, por la plaza de San Mateo y de Santa María, entre los palacios de piedra que las casas nobles levantaron. […] No se vive en vano en una ciudad así, queda su huella muy honda en el alma»[19].

La adolescencia, por tanto, supuso para Jesús Delgado Valhondo la adquisición de una amplia base de relaciones humanas y de experiencias espirituales y culturales que, unidas a sus abundantes lecturas, engrosarán su bagaje humano, anímico y cultural que veremos, años más tarde, convertido en versos repletos de profunda y variada experiencia emotiva e intelectual. No en vano, su juventud estuvo repleta de amistades diversas, numerosas y variadas lecturas, meditación prematura, experiencias amables y adversas, que fueron conformando una sensibilidad fuera de lo común que, con el paso del tiempo, sus circunstancias y su carácter singular, profundamente nostálgico y trascendente, se encargaron de macerar en su espíritu, convirtiéndolas en amargo dolor por la incapacidad de aprehender esas vivencias, evocadas por él constantemente, a lo largo de su vida, con fidelidad de cronista y sensibilidad de poeta en un intento desesperado por rescatarlas pero que, sin embargo, cada vez las encontraba más lejanas por la influencia negativa del tiempo.

Estas experiencias y sensaciones juveniles formarán uno de los pilares de su obra poética, que se irá situando gradualmente en el pasado, los recuerdos y la nostalgia del tiempo irrecuperable, cuanto más se aleje de su adolescencia y más cercana sienta la muerte.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1930 A 1939

Alfonso XIII, ante la caída de Primo de Rivera, confía el gobierno al general Berenguer, intentando restablecer el orden constitucional y afianzar el débil poder de la monarquía, por lo que concede el perdón a los exiliados y permite la vuelta de los intelectuales a sus cátedras. A pesar de estas medidas, el clima político y social se alteró aún más, al amenazar los partidos de izquierda con una guerra civil. Ante esta situación, el rey optó por abdicar y salir de España.

El 14 de abril de 1931 es proclamada la II República. Un gobierno de izquierdas, presidido por Azaña, quiso separar la Iglesia del Estado, repartir los latifundios entre los obreros del campo y alterar la estructura del ejército, pero estas reformas terminaron en un desorden generalizado.

No obstante, la República estuvo encabezada por intelectuales, que consideraron el refuerzo de la cultura como eje fundamental de una nueva España. Por esta razón, fue proclamada la libertad de expresión en la Constitución de 1931, que produjo un aumento de la calidad de la enseñanza, propugnada por la Institución Libre de Enseñanza, mejoró la situación económica de los docentes, se construyeron escuelas y bibliotecas, se realizaron campañas de alfabetización (había un 30 % de analfabetos) y de cultura.

En 1936, los partidos de izquierda, agrupados en el llamado Frente Popular, ganaron las elecciones, y Azaña fue nombrado presidente del gobierno. El nuevo panorama político provocó más desórdenes aún, que desembocaron en el inicio de la guerra civil el 18 de julio de 1936. Las consecuencias fueron funestas: un país dividido en dos bandos, destrucción por doquier, odios, venganzas, muertes (Unamuno, Lorca, Antonio Machado), dispersión y exilio de intelectuales y escritores (Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Alberti, Prados, Altolaguirre, León Felipe, Moreno Villa), que se vieron obligados a continuar su obra fuera del país. El 1 de abril de 1939 termina la contienda civil y, en septiembre, comienza la II Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral, aunque ideológicamente se posicionó al lado de los regímenes totalitarios que la provocaron y después perdieron la guerra.

A la vez, en esta década suceden otros hechos culturales y literarios como la aparición de las revistas Cruz y raya (1933), Caballo verde para la poesía, dirigida por Neruda (1935) y Escorial (1936). Picasso pinta «Guernica» (1937), cuadro de enormes proporciones, donde refleja el horror de la guerra civil.

En Literatura se debilita la vigencia de las corrientes literarias anteriores y toma fuerza la nueva tendencia denominada por Díaz Fernández «el nuevo romanticismo», que supone un rechazo del arte puro y la defensa de un arte para la vida comprometido con los problemas presentes. El nuevo romanticismo convivirá con la literatura de la Generación del 36 (a la que pertenece Jesús Delgado Valhondo por edad) y la del exilio.

A pesar de los turbulentos sucesos históricos, se publican obras representativas como Imán de Ramón J. Sender, La turbina de Arconada, El nuevo romanticismo de Díaz Fernández (1930), Chiripi de Zunzunegui, Teatro incompleto de Max Aub (1931), Poesía española (antología) de Gerardo Diego (1932), La voz a ti debida de Pedro Salinas, Perito en lunas de Miguel Hernández (1933), Reparto de tierras de Arconada (1934), Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Lorca, Abril de Luis Rosales (1935), Razón de amor de Salinas, El rayo que no cesa de Miguel Hernández, La realidad y el deseo de Cernuda, Cantos del ofrecimiento de Panero, Continuación de la vida de Vivanco, Juan de Mairena de Antonio Machado  (1936), Viento del pueblo de Miguel Hernández (1937), El payaso de las bofetadas de León Felipe (1938) y Primer libro de amor de Ridruejo (1939).

Durante la República, en Extremadura, se realizó un notable esfuerzo por elevar el nivel cultural construyendo más centros escolares y dignificando la figura del maestro. A pesar de que el ambiente cultural extremeño sigue siendo pobre, se realiza algún proyecto digno de ser destacado como el mantenimiento de la Revista de estudios extremeños por la Diputación de Badajoz o la creación de la revista Cristal (Cáceres) por un grupo de jóvenes escritores, que deseaban reactivar el triste panorama cultural en que estaban inmersos.

También nos encontramos con escritores, que formaron la escasa intelectualidad extremeña de la época, aunque sin erigirse en grupo que hubiera unificado esfuerzo y conseguido resultados patentes: Francisco Valdés, Braulio Ducasse, Eugenio Frutos, Pedro Caba, Enrique Díez-Canedo y Antonio Rodríguez-Moñino, extraordinario bibliófilo, cuyos estudios sobre la cultura extremeña tuvieron difusión internacional. Francisco Valdés publica Resonancias (1932) y Letras (1933), que fueron elogiadas por la crítica nacional. Aparecen Ética elemental, primera obra publicada por Eugenio Frutos (1935) y Las Galgas de Pedro Caba (1935).

Por estas fechas, alrededor de la Casa de Extremadura y del Ateneo de Madrid, surge un movimiento literario de pensadores y poetas extremeños, bajo el patriarcado de Joaquín Costa, en el que destacaron Luis Chamizo (estrenó su drama Las brujas -1930- con éxito nacional), Mario Roso de Luna, José López Prudencio y Juan Simeón Vidarte.

Extremadura en esta década tiene en el arte representantes de la talla de Felipe Checa, Pérez Giménez, Adelardo Covarsí y Eugenio Hermoso, pintores que reflejaban el costumbrismo del pueblo campesino.

Durante la guerra civil, la literatura en nuestra región se vio condicionada por la ideología del bando correspondiente. En Castuera, se publicó El frente popular, subtitulado «Periódico republicano del altavoz del frente de Extremadura» que, en su número 2 del 24 de junio de 1937, editó «Campesino de España» de Miguel Hernández. Paralelamente, en la zona nacional, el periódico Hoy de Badajoz editó, durante 1937 y 1938, relatos y poemas en la sección «Nuestros combatientes escriben» y, durante septiembre de 1939, en otra titulada «Libros, arte y literatura», donde además aparecían noticias relacionadas con el mundo de la cultura en la región, España y el extranjero.

Además, el Hoy editó por entregas, a partir de 1938, El miajón de los castúos de Chamizo y colaboraciones de poetas jóvenes, adeptos al régimen, como Antonio Zoido, Adolfo Maíllo y Antonio Hernández Gil que, años más tarde, evolucionarían hacia posiciones democráticas.

Aparte quedaron silenciados otros escritores de importancia como Díez-Canedo, Rodríguez-Moñino, Francisco Vera y Roso de Luna por no ser adictos al régimen; algunos se decidieron por el exilio.

 

Encuentro  con la Poesía. Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado

Sobre 1930, comienza a despertar en Jesús Delgado Valhondo el gusto por la expresión escrita personal y su trasvase a poemas que, de momento, no se atreve a publicar. En el año 1933, conoce a través de la lectura a Rabindranat Tagore, poeta que le impresiona por su extraordinaria sensibilidad. Su encuentro con los versos del poeta hindú fue accidental[20] y, por esta circunstancia, la huella del Nobel fue mayor en su alma, que se sintió subyugada no sólo por su fina sensibilidad y su verso cálido sino también por la contemplación de la naturaleza como obra de Dios y la nostalgia del tiempo pasado, que son temas centrales en Tagore.

Ambos hechos lo llevan a que, aunque continúe leyendo con avidez, comience a seleccionar lecturas y a realizarlas de una forma más sistemática. Por esta razón se observa que, desde aquel momento, empieza a sentir preferencia por la poesía frente a la novela y por poetas concretos que, conocidos por él con anterioridad, lo habían seducido desde el primer momento: «Si no recuerdo mal, tú partiste de Juan Ramón. Me contaste que Tomás Martín Gil te aconsejaba volver a Gabriel y Galán pero tú, sin querer, te ibas a Juan Ramón»[21].

De ahí que Valhondo lea la obra completa de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, que le atraen por su esencialidad, intimismo y el uso de palabras cargadas de significado, aunque sintió un mayor interés, según sus propias declaraciones, por Machado que por el poeta de Moguer: «Juan Ramón quizás no haya influido en mi poesía para nada», aseguraba. No obstante, como posteriormente tendrá que escuchar opiniones que aseguraban encontrar en su poesía la influencia del Nobel, la justificará con estas palabras: «Juan Ramón está tan presente en mí, porque le he dedicado mucho tiempo. Desde el primer momento que pude saber de ‘Platero y yo’, me emocioné. Es un poeta íntegro como Antonio Machado».

Nosotros, teniendo en cuenta el análisis de las influencias que se realiza de cada libro en el capítulo correspondiente, pensamos que, al menos conscientemente, Valhondo no se vio influido por Juan Ramón tan nítidamente como se asegura, aunque reconozcamos que existen coincidencias emocionales. Por eso estamos de acuerdo con Antonio Zoido cuando afirma que hay en Valhondo una preocupación  por desentrañar el enigma existencial del ser humano que oscila entre el deseo de vivir y la preocupación ante la proximidad de la muerte, paralela a la que siente Juan Ramón en la etapa final de su poesía[22].

Es cierto, el aspecto lírico del Nobel que más llamó la atención de Valhondo no fue temático ni formal sino emotivo, pues lo que realmente le impresionaba de Juan Ramón fue su capacidad lírica para crear un mundo propio por medio de la esencia de la palabra: «Juan Ramón Jiménez, el portentoso poeta, el creador, por medio de la palabra, por arte y magia de la palabra, del mundo poético más generoso y espléndido de nuestro tiempo. […] Juan Ramón estrena siempre las palabras. Hay algunas que hasta que no las usó él parece que no hubiesen existido. Es el poeta más extenso y líricamente profundo. Juan Ramón y Antonio. Sí, Antonio también, naturalmente»[23].

No obstante, aunque encontramos en la poesía de Valhondo puntos coincidentes con la de Juan Ramón (que iremos viendo a lo largo del trabajo), la influencia del Nobel en el poeta extremeño es más que poética de honda emanación espiritual. Este texto, escrito por Valhondo, después de visitar la casa del Nobel, aclara tal relación anímica: «Nos sentamos -perdón por tanta osadía- en su sillón. Me inundó una tremenda tristeza y estuve a punto de llorar ¡Cuánta devoción, Dios mío! Vamos dejando la vida en los objetos, en las personas, en la misma vida que nos rodea […]. Hay un airecillo quieto y casi olvidado tras un murmullo sutilísimo de tiempo en un espacio donde cabe un mundo: el del poeta. Hay allí un cruce de miradas que duelen»[24].

De todas formas, no negamos que Valhondo sintiera devoción por el Nobel[25] y que deseara crear un ámbito lírico personal guiándose por el que había conseguido Juan Ramón y por su quimérica búsqueda de la palabra exacta. Así, para Eugenio Frutos, Delgado Valhondo tiene la originalidad y la sorpresa de la poesía de Juan Ramón en su forma personal, pero advierte que de ninguna manera su poesía es una réplica ni una continuidad, pues Valhondo es menos poeta puro y más hombre poeta en su inmediatez y su sencillez expresiva[26].

Por otro lado, respecto a la certeza que tienen algunos críticos de encontrar en la poesía de Valhondo una clara influencia de Antonio Machado, también tenemos que admitir la existencia de coincidencias entre ambas posturas líricas como, por ejemplo, el escaso uso de la retórica y la compensación con una acentuada sinceridad; la concepción de la poesía basada en la relación entre esencialidad y temporalidad y en la pura emoción producida por una honda palpitación del espíritu[27]; la melancolía como ambiente lírico, procedente de Bécquer; el lenguaje, sincero, auténtico, directo y la proyección del estado espiritual del poeta en el paisaje.

No obstante, a pesar de esta aparente relación, determinados críticos como, por ejemplo, Arturo Gazul, ante la afirmación de otro que la aseguraba, halló una mayor vinculación espiritual y estilística de Valhondo con nuestros clásicos que con el poeta sevillano[28]. Y Eugenio Frutos encontraba una relación entre ambos, pero sólo en el talante espiritual, la humildad y la dignidad que adoptaban ante el mundo, aunque con las matizaciones propias de encontrarse ante dos poetas independientes.

Nosotros creemos que, además de tener en cuenta estas opiniones autorizadas, la mejor prueba para saber si existe una influencia patente de Machado en Valhondo, es leer con detenimiento la obra lírica de ambos poetas y, al finalizarla, encontraremos que en ningún momento podemos documentar una estrecha relación que signifique copia. Valhondo leyó a Machado con devoción de discípulo y se sintió atraído por los dos pilares de su poética: la esencia y el tiempo que, desde entonces, se conformaron como los  dos puntos claves de la poética del vate extremeño, pero esto supone sólo la constatación del magisterio ejercido por Machado en Valhondo (reconocido por él mismo) como en tantos otros poetas contemporáneos.

Por otra parte, la semejanza en el tono melancólico, que se da en ambos poetas, es una consecuencia lógica de la angustia que sienten aquellos poetas cuando indagan en la esencia de la palabra y en el discurrir del tiempo ante la imposibilidad de desentrañar la primera y de atrapar el segundo. Pero, mientras que en Machado la emoción que más destaca es la melancolía, en Valhondo es la angustia. Y la coincidencia en el estilo sincero, auténtico y directo[29] de ambos no es más que la confluencia del deseo, que se da en múltiples escritores, de ser transparentes para que su palabra llegue sin obstáculos al lector. Pero, por eso mismo, no podemos asegurar que todos estos escritores se hayan visto influidos por Machado y, por supuesto, tampoco Valhondo.

Además la tristeza y la melancolía es general en muchos poetas del convulso siglo XX, que se vieron afectados negativamente por los vertiginosos y profundos cambios producidos en la historia contemporánea. Estas circunstancias llevaron no sólo a Machado sino también a Valhondo y a otros muchos poetas a considerar la forma como un mero soporte de una poesía basada en la pura emoción, porque intentaba desentrañar los enigmas que los rodeaban en un intento de explicarse lo inexplicable.

Por tanto, pensamos que Valhondo tomó como guía a Machado pero nunca como modelo al que imitar. Además, en el poeta extremeño se dan unas características que, incluso, superan los sencillos, aunque esenciales, planteamientos de Machado: la insistencia en aclarar el misterio del mundo y del ser humano, que abarca toda su extensa obra poética. La atracción por el Modernismo pero en su vertiente más trascendental que indaga en el ser y no en las puras sensaciones estéticas (Machado en Soledades se encuentra más cerca de la musicalidad y el colorido modernista). Y el ahondamiento en el paisaje, del que elimina la descripción tan del gusto del poeta sevillano.

La relación de Valhondo con los dos poetas andaluces será el asunto más ingrato, que deba soportar, pues se convertirá en un auténtico sambenito con el que diversos críticos, creyéndolo beneficiar, han explicado sin más profundizaciones los fundamentos de su poesía en comentarios superficiales que lo perjudican. De ahí que el poeta extremeño tuviera que defender su independencia y originalidad en varias ocasiones: «Mi poesía no es juanramoniana, ni pertenece a ningún estilo. A mis versos he procurado revestirlo siempre con cuanto de válido había en mi propia personalidad. La poesía viene a ser algo tan personal e íntimo que un determinado poeta, aun catalogando a su obra dentro de una misma corriente, puede escribir un tipo de versos totalmente nuevos y distintos a cuantos se hayan escrito hasta el momento»[30].

Así lo reconoce Antonio Zoido, diciendo: «Su poética [la de Valhondo] fue de compendio epocal. De la sentenciosa profundidad de Machado, a la episódica brillantez de Alberti, hasta fundirse en buceadora transformación con los poetas de postguerra. De ahí su feraz sementera»[31]. En otro momento, el mismo Zoido asegura tajantemente: «Toda poesía que merezca este nombre, tiene que participar de cultas absorciones precedentes, pero se enaltece si las adherencias se resuelven en triunfal personalidad»[32].

Estamos de acuerdo con esta opinión: Valhondo, como buen lector y humilde discípulo con enormes deseos de aprender, se sintió influido en las formas expuestas por Juan Ramón y Machado y, además, por buena parte de nuestros clásicos (Manrique, Quevedo, Calderón, Bécquer, Unamuno). Pero este hecho, lejos de perjudicarlo, es un punto a su favor porque supone la mejor garantía de que nos encontramos ante un lírico formado en la mejor escuela, la de nuestra larga y cimentada tradición lírica, que es el medio más digno y coherente para que una obra lírica alcance el grado de trascendente como la de Valhondo: «Sólo se es original dentro de una determinada tradición» dijo Thomas S. Eliot. Luego, supo imprimirle sentimiento sincero y, por eso mismo, su obra poética adoptó una voz personal que dista mucho de la que escuchamos en la de los poetas citados.

En 1934, Valhondo se encuentra en la antología editada por Federico de Onís[33] con la poesía hispanoamericana de Alfonsina Storni, Juana Ibarbouru, César Vallejo, Benjamín Taborga, Amado Nervo, Luisa del Valle y José Asunción Silva, cuyo poema «Nocturno» lo impresionó. Desde entonces, Valhondo se sintió atraído por la palabra nueva, mágica y profunda de estos poetas que lo sorprendieron gratamente.

 

Pedro Caba y Eugenio Frutos

Jesús Delgado Valhondo, en los años previos a la guerra civil, se desenvuelve en un Cáceres provinciano donde, sin embargo, las manifestaciones culturales no faltan y estrechan vínculos personales. Así, en la década de los años 30, se relaciona frecuentemente con dos personas que influirán en su formación humana, intelectual y poética.

Una fue Eugenio Frutos Cortés, al que conoció a finales de los años 20. Frutos era escritor y catedrático de Filosofía del Instituto de Segunda Enseñanza en Cáceres que, más tarde, consiguió la cátedra de esta disciplina en la Universidad de Zaragoza. Valhondo sintió siempre una honda admiración por este intelectual al que, además, consideraba un buen poeta.

La otra persona fue Pedro Caba Landa, al que conoció poco antes de la guerra civil en Cáceres. Caba era licenciado en Filosofía y Letras, filósofo («Es el humanista más grande de nuestro tiempo» afirmaba Valhondo) y escritor, aunque su actividad laboral era la de policía. Durante la contienda, Caba fue encarcelado por sus ideas de izquierda y la familia de Valhondo ayudó a la suya económicamente hasta que logró salir del trance. Desde entonces mantuvieron una relación personal muy afectuosa y será Pedro Caba el que abra a su amigo las puertas a la publicación, cuando se encuentre destinado en Valencia.

Valhondo había presentado a Caba y Frutos en la farmacia de su hermano Juan y, desde entonces, los tres se profesaron un aprecio mutuo y mantuvieron una estrecha relación mientras coincidieron en Cáceres, donde pasaron juntos, recorriendo el Paseo Alto, muchas tardes deliciosas en charlas animadas y formativas, en las que el joven Valhondo asimiló sus razonamientos filosóficos, a través de los que comenzó a indagar en el misterio de la naturaleza humana y el mundo y fue adquiriendo la base filosófica sobre la que asentaría más tarde su obra poética.

Las inquietudes filosóficas de Frutos se identificaron con las preocupaciones existenciales de Husserl, Heidegger, Jasper y Unamuno, que se centran en el problema entre la esencia y la existencia humana, la fugacidad del tiempo presente, el enigma de la vida que termina en la muerte y la contradicción entre temporalidad y eternidad. Estos temas, más tarde, serán asuntos insistentes en la poesía de Jesús Delgado Valhondo.

Paralelamente, Pedro Caba, influyó también de una manera fundamental en la concepción filosófica del joven Valhondo sobre el ser humano, la vida y el mundo pues, analizando la filosofía de este pensador cacereño, encontramos ideas coincidentes en su obra poética: el hombre debe realizarse como persona y como espíritu. El ser humano tiene la necesidad de buscar a sus semejantes, porque sólo a través de ellos logra comprenderse a sí mismo y comprenderlos. El hombre debe sentir la dignidad de ser humano, pero sin olvidar que todo lo debe humildemente a Dios. El conocimiento es la fuente de la felicidad individual y colectiva y los seres humanos deben comulgar ideales, proyectos y recuerdos[34].

Pedro Caba fue admirador, como Frutos, de los existencialistas europeos y de Unamuno y, además, discípulo de Ortega, del que adoptó el deseo de mostrar los razonamientos filosóficos con una nueva perspectiva, basada en un lenguaje más cercano al hombre común, aunque sin descuidarlo pues, a la vez, se sintió seducido por las sorprendentes y ultramodernas imágenes de Ramón Gómez de la Serna.

Estos gustos los trasvasó al joven Valhondo que sembrará su lírica de sutiles y modernas imágenes originales, que recuerdan a las de Ramón, y reconocerá explícitamente la influencia que ejerció en él Ortega y Gasset: «Creo firmemente en aquello de que ‘yo soy yo y mis circunstancias’. Mi mundo orgánico, mi mundo físico, social, mis amigos, mi familia, mi país, mi pueblo, lo que me rodea, lo que me abraza … mi vida; yo soy mi vida»[35].

Además, Valhondo tomará de Caba imágenes como la de las ruinas, que será muy empleada en Un árbol soloRuiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro, como metáfora de la destrucción provocada por el tiempo en las personas y cosas[36], o ideas, también presentes en estos libros de su etapa crepuscular, como que la razón no tiene suficiente capacidad para captar lo concreto; de ahí que, para llegar a lo esencial, sea necesario emplear un pensamiento mágico, que trascienda la realidad y la visión positivista del mundo, de la que no se puede extraer más que generalidades[37]. El uso de estas ideas coincide con la etapa surrealista de Valhondo, cuando decide utilizar un nuevo tipo de lenguaje intentando atrapar el misterio de la realidad y la esencia de las cosas.

También, el poeta emeritense apreció en Caba, sobre todo, que su concepción poética fuera producto de una relación espiritual de profundo arraigo con Extremadura: «Extremadura es el gran amor de este maravilloso escritor [Pedro Caba], por donde pasan primaveras y otoños pletóricos de luz y sombra, de amarillos y negros, donde el cielo se encadena a la tierra, a la tierra madre, como feto a vientre, como rama a tronco, como corazón a venas»[38].

El magisterio filosófico de Frutos y Caba fue fundamental para que Jesús Delgado Valhondo consiguiera traducir las impenetrables elucubraciones filosóficas de los grandes pensadores a lenguaje común y de ahí exponerlo cálida y líricamente. Por tanto, es aquí donde radica la originalidad del enfoque lírico-filosófico de Valhondo y la diferencia con sus modelos, generalmente, demasiado inalcanzables por usar un lenguaje filosófico intelectual e insistir en ideas incomprensibles para el hombre cotidiano.

Sin embargo, en la poesía de Jesús Delgado Valhondo se resume la filosofía del hombre común, que sólo toma como referencia las ideas metafísicas de los grandes pensadores, pues siente como un ser cotidiano la existencia, el dolor, el peso de la vida, el paso del tiempo y la proximidad de la muerte; se pregunta y no halla respuestas; busca a Dios y no le responde; se angustia y lucha con su fe, que lo obliga a creer sin ver, y con su razón que no le puede explicar los motivos de tanta imperfección y tanto enigma. Esto será la poesía de Valhondo, filosofía cotidiana expresada en una cuidada forma lírica y encerrada en un contenido humanísimo y sentido, que extrae directamente de su realidad de hombre cualquiera.

Por tanto, fueron Eugenio Frutos y Pedro Caba, los pensadores que llevaron a Valhondo a darse cuenta de que su situación personal no era un caso aislado, sino que se entroncaba en la situación existencial del ser humano y en una corriente filosófica determinada; que no era un hombre solo con unas circunstancias únicas, sino que como él los demás sentían el mismo peso de la existencia. Valhondo, por entonces, un joven reflexivo y tempranamente maduro, convierte con el tiempo, aleccionado por los dos filósofos, su situación personal en filosófica y su lírica en trascendente, al impregnarse de un existencialismo teórico, que ya había experimentado en sus vivencias pretéritas.

De ahí que el poeta extremeño, siguiendo la concepción existencialista de la vida, del ser humano y del mundo, que desmenuza y reitera en su obra poética, fuera el continuador de una Filosofía, que tiene como centro la existencia de ser cotidiano que, día a día, consciente de sus imperfecciones, se enfrenta al misterio de la realidad y lucha con ella de manera angustiosa, porque sabe de antemano que va a perder esa batalla desigual que libra con el tiempo y la muerte, intentando desentrañar el enigma que lo rodea. Pero su espíritu comprometido lo arrastrará a rebelarse contra esa realidad y a intentar entenderla, a pesar de sus reiterados fracasos.

Esta postura agónica nos lleva a detectar la existencia de una estrecha relación con el planteamiento filosófico-vital de Miguel Unamuno, en el que se sintetiza la corriente cristiana del existencialismo europeo. De ahí que Valhondo reúna y resuma en su poesía la filosofía sobre el problema de la existencia humana, que plantea el rector salmantino en su Del sentimiento trágico de la vida: para Valhondo, la vida era lucha (agonía) y, por eso, cuando fracasaba, volvía a intentarlo una y otra vez, basándose en la idea medular del existencialismo cristiano que situaba en la duda el comienzo de la creencia. No obstante, aunque la duda le produjo una dolorosa angustia, la convicción racional de que debía haber un ser superior lo llevaba cíclicamente a la esperanza y a continuar su lucha espiritual.

No obstante, Jesús Delgado Valhondo se distingue de Unamuno en que centra sus reflexiones filosóficas, no en el hombre trascendente y teórico del rector (a pesar de que éste insistiera en que el centro de sus pensamientos era el «hombre de carne y hueso»[39]), sino en el hombre de la existencia diaria, del que siente físicamente el dolor, la tristeza y la melancolía, del que comprueba en sí mismo la arrasadora acción del tiempo y siente una necesidad imperiosa de encontrar a Dios como único medio de salvación terrena y de alcanzar la inmortalidad.

Por este motivo, la obra poética de Jesús Delgado Valhondo será la exposición de la visión espiritual, personal y singular de su concepción sobre la vida, el ser humano y el mundo, a tenor de sus circunstancias individuales, espirituales e históricas, influido por la espiritualidad de la ascética y la mística española, el raciovitalismo de Ortega y la conciencia de ser intrahistórico de Unamuno.

Pero, Jesús Delgado Valhondo será el autor de una lírica extensa, coherente y trascendental, no sólo por la incidencia en él de las visiones filosóficas de los pensadores contemporáneos y coetáneos citados, sino también porque aprovechó su experiencia vital, espiritual e intelectual como forma de indagación y conocimiento, e hizo que, personal e independientemente, hundiera sus raíces en el pensamiento universal de las grandes preocupaciones humanas, que indaga en el hombre como parte desgajada de la divinidad y en su entorno terreno, convirtiendo de esta manera su obra lírica en una reflexión profunda sobre los grandes enigmas del ser humano, de la vida y del mundo que, así expuesta, se convierte no en la preocupación de un poeta aislado sino en la exposición de la angustia del ser humano universal.

Paralelamente Frutos y Caba, profundos conocedores de la literatura española y de los escritores más representativos, también orientaron sobre tendencias y autores claves y disciplinaron en sus anárquicas lecturas al joven Valhondo, que conoció a través de ellos, sobre todo, las corrientes vanguardistas, la Generación del 14, que Caba admiraba, y la Generación del 27, de la que Frutos formó parte.

Además ambos fueron sus descubridores como poeta y sus críticos más severos y justos, que le ayudaron a orientar sus primeros pasos líricos, por entonces inseguros. Además, realizaron con Valhondo una laudatoria labor de protección, defendiéndolo de los que pensaban que debía seguir la poesía regionalista, y de orientación poética, sobre todo, por alentarlo a que continuara creando una poesía personal, que no se dejara influir por las nuevas corrientes (preocupadas, según ellos, más por una expresión artificial de concursos y premios, que por transmitir un sentir sincero), aunque no fuera reconocido por la poesía ni los poetas oficiales.

Desde que Frutos se marche a Zaragoza y Caba a Valencia hasta bien entrados los años 70, Valhondo seguirá manteniendo con ellos una relación amistosa e intelectual, a través de una frecuente conexión epistolar, en la que frecuentemente le daban recomendaciones sobre los diversos aspectos que intervienen en la elaboración de un poema, lo orientaban sobre la edición de un libro, le escribían prólogos o le llamaban la atención cuando se salía de su camino personal[40]. Valhondo reconocerá este magisterio docente e intelectual, diciendo «Eugenio Frutos y Pedro Caba me enseñaron mucho. Incluso a saber leer y pensar»[41].

 

Ingreso en el magisterio. Trevejo. Canciúnculas. Las siete palabras del Señor

Paralelamente a estos hechos, Jesús Delgado Valhondo inicia estudios de Comercio, pero los abandona para matricularse en la facultad de Farmacia de la Universidad Central de Madrid como alumno libre y aprueba el primer curso. Por entonces, se promulgó una orden ministerial, que daba la posibilidad de conseguir el título de maestro aprobando unas asignaturas. Valhondo las supera y obtiene el título de Maestro de Primera Enseñanza el 8 de septiembre de 1933. Un año más tarde, aprueba las oposiciones y, el 12 de noviembre de 1934, toma posesión de su primer destino en Trevejo, pueblecito al noroeste de la provincia de Cáceres.

Con 25 años el nuevo maestro llega al pueblo y se entrega de lleno a su trabajo y a la lectura; en el escaso tiempo que le dejan estas actividades, da paseos solitarios por los alrededores del pueblo en los que medita y contempla el paisaje, que será su primera fuente de inspiración. A la vez entabla un diálogo con su conciencia, en la que van tomando cuerpo pensamientos que necesita trasvasar líricamente a un papel y darlos a conocer cuanto más solo y aislado se encuentra.

Además, Valhondo intenta salir de su soledad a través de una intensa relación epistolar, que comienza a conexionarlo con grupos poéticos del país, hasta el punto de servir de intermediario entre poetas que iba conociendo, a los que pone en contacto fomentando, de esta manera, las relaciones literarias entre poetas que no se conocían ni, en muchos casos, él sabía de ellos más que por carta. Esta cualidad motivó que, más tarde, Manuel Pecellín lo definiera como «solidario y cosmopolita».

A la vez, recurre a la lectura como medio de evasión, para soportar su soledad: «Allí leía desde que amanecía hasta que quedaba rendido. Si la lectura a veces es un vicio yo padecía ese vicio»[42]. Sus lecturas, aunque más selectivas, seguían siendo muy variadas: Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Cervantes, Quevedo, Bécquer, Rubén Darío, Antonio Machado, Unamuno, Azorín, Valle Inclán, Benavente, Gómez de la Serna, Gabriel Miró, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Alberti, Salinas, Prados, Dámaso Alonso, Miguel Hernández; también se interesaba por las últimas manifestaciones de la literatura vanguardista. Además leyó el Kempis[43] («Me lo leí muy despacio» recordaba), abundantes vidas de santos (La vida de san Pedro de Alcántara lo impresionó) y autores extranjeros (sobre todo, los poetas franceses católicos antes citados).

De tarde en tarde, cuando sus obligaciones docentes se lo permitían y en vacaciones, Valhondo viajaba a Cáceres y se mezclaba con escritores y poetas, participaba en sus actividades culturales (por ejemplo, colabora en la revista Cristal44 que nació por aquellas fechas) y, sobre todo, en tertulias que se celebraban en diversos lugares (la que más recordaba era la tertulia que se realizaba en la rebotica de la farmacia de su hermano Juan).

No obstante, ni las lecturas ni las cartas ni los viajes a la capital consiguieron calmar por entero la soledad que le invadía en su aislamiento y, entonces, comienza a escribir poesía decididamente respondiendo a la necesidad de dialogar con su propia conciencia: «Tenía veinticinco años, recuerdo perfectamente el día, cuando me encontré cara a cara con la soledad: Allí, solo, sentado sobre una piedra del medio derruido castillo, empecé a escribir poesía y aprendí a hablar conmigo mismo»45.

Sin embargo, aquella profunda soledad producirá un beneficio lírico indudable, pues de ella surge la imagen del árbol solo, que será la idea central de su obra poética y, para Antonio Zoido, la base de su inspiración46. Por tanto es, en este momento emocional, cuando Valhondo comienza de hecho y conscientemente su creación lírica, aunque antes hubiera escrito poemas sueltos, incitado por sus múltiples lecturas poéticas y por el ambiente cultural, en el que se había movido durante su adolescencia y juventud. Los poemas de esta época quedarán recogidos en Canciúnculas, su primer libro, que aún continúa inédito.

Canciúnculas es una muestra de la primera poesía de Jesús Delgado Valhondo que, aunque vacilante, nos sirve para conocer su punto de partida y de referencia para realizar un seguimiento de su evolución posterior hacia una expresión madura, tanto en la forma como en el contenido, y para comprobar que algunos temas fundamentales y el timbre personal de su voz lírica aparecen ya en sus composiciones más primitivas.

Paralelamente a las circunstancias que envolvieron sus comienzos líricos, la cruda realidad de una época mísera como la de mediados de los años 30 dejó secuelas en su espíritu. Así la situación de la escuela, la pobreza de sus alumnos y la falta de medios sanitarios y económicos de la gente del lugar fueron temas preocupantes para el joven maestro, que intentó paliarlos en la medida de sus posibilidades. Como consecuencia de la relación afectiva que entabló con los habitantes de Trevejo, cuando tenga que abandonar el pueblo, obligado, lo hará con una gran tristeza: «Cuando salí de Trevejo sancionado, tuve que ir andando a la carretera, venía todo el pueblo detrás de mí. Me fui de Trevejo llorando como un tonto. Entonces la gente quería a los maestros»47.

Hacia 1935, Valhondo compone un librito de circunstancia, titulado Las siete palabras del Señor, que es producto de una crisis religiosa. El libro, que sigue inédito, lo dedicó a Eugenio Frutos y éste, en correspondencia, le regaló un libro suyo de poemas48, también resultado de intranquilidades religiosas parecidas a las de su amigo que, en aquella época, tenía un sentido dialéctico de la religión y de la vida, pues ya no coincidían su fe y su razón, ni veía una relación clara entre la realidad y el misterio que la envolvía.

El tema religioso era un asunto frecuente en las conversaciones de Frutos y Valhondo y sus reflexiones los llevaban a formularse preguntas sin respuestas, que les provocaban dudas sobre la existencia de Dios, la inmortalidad, el sentido de la vida y crisis de conciencia que, en esta ocasión, las resolvieron con sendos desahogos líricos en forma de poemarios.

 

La guerra civil. Destierro en Gata. Pulsaciones

Paralelamente a sus intranquilidades espirituales y a su actividad creadora, en 1936, Jesús Delgado Valhondo, republicano convencido49, es secretario local de la UGT de la Enseñanza en Cáceres. El 4 de abril contrae matrimonio con María Rodríguez Domínguez en Badajoz adonde había sido trasladado su suegro, cajero del Banco de España. La guerra civil comienza. Valhondo, por su lesión en la pierna, no es movilizado pero fue detenido y, posteriormente, salvado por amigos «de alguien que me quería pegar un tiro».

No obstante, aunque en un principio se le quiso condenar por profesar ideas republicanas a veinte meses de suspensión de empleo y sueldo y destierro, al final fue sancionado «con traslado forzoso dentro de la provincia con prohibición de solicitar cargos vacantes durante un periodo de dos años, e inhabilitación para el ejercicio de cargos directivos y de confianza en instituciones culturales». El lugar del destierro fue Gata, donde ocupó su plaza de maestro el 1 de marzo de 1940.

En este pueblo cacereño, Valhondo siguió leyendo insistentemente y, en su entorno natural, continuará reflexionando en el silencio de un paisaje muy apropiado para la introspección lírica, en el que se sentía más cerca de Dios a través del contacto y la contemplación de su obra, y de sí mismo, aunque su carácter hipocondríaco cuando se quedaba solo, le producirá una continua y profunda melancolía a pesar de que, en su relación con los demás, siempre fue una persona extrovertida.

Aunque el pesimismo interior de Valhondo fue consustancial a su personalidad toda su existencia, será esta sensación negativa (no exenta de un sentido trágico de la vida) la que lo llevó, para calmar sus intranquilidades y llenar su soledad, a continuar escribiendo poemas que reunirá en un libro, aún inédito, titulado Pulsaciones, donde se va desprendiendo de influencias y tomando el pulso personal que hará característico en libros sucesivos, no sólo porque irá adquiriendo una mayor experiencia lírica, sino también por el ambiente más adecuado para la creación poética que encuentra en su nuevo destino.

A la vez, en Gata, siguió atendiendo su labor educativa a través de la que ejerció con sus alumnos una especie de docencia poética, que iba encaminada a suscitarles el gusto por la lectura. Además, todavía le quedaban ánimos para participar en el ambiente cultural que allí había, como un modo de superar su aislamiento y de aprovechar el tiempo: «Mi estancia en los pueblos donde he ejercido mi magisterio ha sido siempre un ‘centro’ cultural […]. En Gata, tuve tertulias literarias. Estábamos suscritos un grupo de personas (médicos, maestros, propietarios, veterinarios) a revistas como ‘Novelas y cuentos’ «. En el pueblo cacereño, trabó amistad con un médico, Joaquín Viera López, que se encontraba también sancionado, y con el sacerdote, compañeros de largos y entretenidos paseos por los atractivos parajes de los alrededores.

A Valhondo le resultó agradable y formativa su estancia en Gata, pues opinaba que tenía «un poso cultural y espiritual de primera categoría». Allí asistió a la primera tertulia organizada de su vida: «Nos reuníamos en el local de Acción Católica y comenzábamos hablando de literatura, para pasar, más tarde a charlar sobre un tema general: La calidad del aceite de oliva de la cosecha de aquel año, la rabia, hechos que ocurrían en el pueblo …». Y, además, religiosamente se encontró en un ambiente propicio, pues Gata era considerada «la perla de la diócesis»50.

 

Primeros contactos con el exterior

Desde Gata, animado por su ambiente cultural y religioso, Jesús Delgado Valhondo intensifica con el exterior las relaciones que había comenzado en Trevejo tímidamente, y empieza a sentir que sale de su aislamiento. Esto lo lleva a ampliar sus conexiones epistolares, a leer revistas literarias que, desde Cáceres, le enviaba periódicamente su hermano Juan (Intus de Salamanca, Intimidad poética de Alicante, Odiel de Huelva, Proel de Santander, Bernia de Valencia) y a colaborar en algunas de ellas. Estas publicaciones lo mantenían en contacto con tendencias líricas del momento y le servían de referencia para adecuar su estilo a la poesía que más cercana estaba a sus intranquilidades, aunque imprimiéndole un tono cada vez más seguro, personal e independiente.

Mientras, completaba su tiempo libre con frecuentes lecturas y alguna esporádica colaboración en el periódico Extremadura de Cáceres que, además de ampliar sus contactos con el mundo exterior, lo enriquecían humana, espiritual y familiarmente: «Cuando he regresado, he pensado en la trascendencia espiritual de mi visita. Tu casa, cálida y acogedora; tus libros queridos […]; tu doncella de cuento de Zohengrín, con una risa en sus ojos esquimales; tu hijo mayor51 pensativo como un ángel, tu esposa digna de ti, y tu charla ¿Qué más puedo traer de la visita a un poeta que esos recuerdos imborrables, de poesía?»52.

Sin embargo, cuando pasaba una época de equilibrio emocional, su tranquilidad queda empañada por dos sucesos luctuosos: la muerte de su madre (11 de septiembre de 1938) y, cinco meses después, de su hermana Luisa, cuyo fallecimiento recordaba con profundo dolor, pero con el consuelo de la fortaleza cristiana con que Luisa vivió sus últimos momentos, tranquilizando a toda la familia.

Estos hechos, que le impresionaron fuertemente (sobre todo, el segundo, porque su hermana sólo contaba 40 años y, según él, murió por un fallo médico), lo hicieron refugiarse más en sí mismo y sufrir frecuentes depresiones, que lograba superar con sus viajes a Cáceres introduciéndose en el ambiente literario de la capital, donde se relacionaba con Pedro de Lorenzo, Pedro Romero Mendoza, Leocadio Mejías, Eugenio Frutos, Juan Fernández Figueroa, Pedro Caba, Tomás Martín Gil, José Canal y Fernando Bravo, entre otros.

Con ellos, sin importarle sus tendencias ideológicas, compartía lecturas e inquietudes, organizaba actividades y asistía a tertulias en casa de Pedro de Lorenzo o del Conde de Canilleros, Miguel Muñoz de San Pedro, al que consideraba un intelectual sentidamente interesado y preocupado por Extremadura. En esta tertulia se preparó la edición de varios libros como Extremadura canta y Cáceres canta, en las que Valhondo intervino como seleccionador del contenido.

Cuando su trabajo lo obligaba a pasar una larga temporada en Gata, seguía manteniendo relación con sus amigos de Cáceres por carta: «[…] te mando algunas cosas. De ellas espero tu opinión y la de esa simpática tertulia. Sobre todo de Marcos San Tomé -sincero y justo-, y la de Silva»53. También intercambiaba comentarios sobre poemas, estados de ánimo y proyectos: «Mi libro tardará en salir, quizás para el otoño. Pero no puedo decírtelo con certeza, tengo la idea de resumir los tres libros que tengo en uno solo. Tengo dado algo en Garcilaso, según me dice García Nieto se publicará en mayo, y algunas cosillas en provincias. Estoy muy animado pues el círculo de amigos poetas es cada vez más amplio y mejor»54.

No obstante, a pesar de sus buenas relaciones, al final de la década de los años 30, sólo había difundido sus poemas entre sus allegados y a través de alguna colaboración en revistas como Nueva España, donde publica dos poemas de Pulsaciones55. Por esta razón, comienza a sentir la necesidad de tantear la opinión de personas con prestigio y se atreve a enviar Canciúnculas, libro terminado, y El año cero, en elaboración, a Pedro Caba, y éste le contesta: «Los poemas de El año cero me gustan extraordinariamente. Las canciúnculas no tienen tanto acierto en las imágenes y en los juegos de ritmos»56.

Desanimado por esta respuesta, Valhondo entiende que necesita elaborar más sus reflexiones líricas y pasa un tiempo durante el cual su preocupación primera es limar sus versos hasta la saciedad57. Esto explica que los originales de Canciúnculas y Pulsaciones estén repletos de correcciones y que se observe la falta de interés en difundir éste, pues utilizó sus páginas en blanco como borrador para poemas de El año cero que, más tarde, incluiría en su edición definitiva junto a poemas reformados de Canciúnculas y Pulsaciones.

A comienzos de la década de los años 40 Valhondo, desde Gata, intensifica tanto su relación epistolar con el exterior, que decenas de cartas de esta época aparecen en su epistolario, por cuyo número y contenido podemos deducir no sólo la intensidad de las relaciones entabladas con personas de dentro y fuera de Extremadura, sino también los beneficios que le reportaron:

-Conecta con focos literarios, culturales e intelectuales de Madrid, Valencia, Alicante, Zaragoza, Huelva, San Sebastián, Cádiz y Badajoz.

-Se relaciona con poetas y escritores representativos de estos focos: Vicente Aleixandre, José Luis Cano, José María Valverde, Jorge Campos y Juan Aparicio (Madrid). Pedro Caba y José Luis Hidalgo (Valencia). Eugenio Frutos (Zaragoza). Francisco Garfias (Huelva). Manuel Molina (Alicante). Gabriel Celaya (San Sebastián). Julio Mariscal Montes (Cádiz) y Manuel Monterrey (Badajoz).

-Es reconocido unánimemente, desde estos puntos geográficos diversos y distantes, como un poeta con voz personal.

-Publica un libro (Hojas húmedas y verdes) y poemas sueltos en revistas de un cierto alcance nacional.

-Tiene por consejeros a críticos objetivos y autorizados en los momentos claves de sus comienzos, cuando más necesitaba de críticas orientadoras.

-Se gana el aprecio humano y lírico de personas que sólo lo conocían por carta y a través de su poesía.

Estas intensas y variadas relaciones establecidas desde su exilio provinciano a través de cartas, muestran la singular personalidad humana y poética, que gozaba Valhondo desde sus comienzos líricos.

Así, animado por Pedro Caba y Eugenio Frutos, que lo alentaban considerándolo un poeta auténtico ante la poesía cerebral y retórica que, según ellos, se hacía entonces, Valhondo desarrolla una intensa actividad de creación poética y de difusión, que obtiene sus primeros frutos: en 1942, Ricardo Blasco, director de la revista Corcel58 de Valencia, le publica en el segundo pliego (nº 2) varios poemas59.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1940 A 1949

España, en la primera parte de la década sufre las consecuencias nefastas de la guerra civil: odios, represión, hambre, miseria y empobrecimiento cultural. Esta situación se ve agravada por la afiliación de nuestro devastado país a la ideología totalitaria de los vencidos (Alemania e Italia) en la II Guerra Mundial, que provocó un aislamiento internacional.

El mundo se dividió en dos bloques: EE.UU. y la URSS, representantes del capitalismo y del socialismo, respectivamente. Una corriente de angustia existencial invadió Europa ante el enfrentamiento de estas potencias, que dio lugar a la llamada «guerra fría» y a que el mundo viviera un continuo peligro de padecer una III Guerra Mundial, durante casi cinco décadas.

España tuvo que adoptar una economía autárquica y la depuración fue el medio empleado para evitar la entrada de ideas avanzadas, corrientes vanguardistas y libros. El país sufrió una larga época de pobreza cultural, dominada por la censura, que salvaguardaba los fundamentos políticos, religiosos y morales del férreo régimen. Se persigue a los intelectuales y a la Institución Libre de Enseñanza, se expurgan bibliotecas y las librerías apenas tienen libros. Al no conocer lo que escribían los exiliados ni los autores extranjeros, se produjo una interrupción en el discurrir cultural y literario del país.

A pesar de todo, la posguerra española fue un periodo fecundo para la poesía, quizás porque la lírica es más propicia que otros géneros literarios para eludir la censura. Esta época positiva la podemos seguir a través de numerosas revistas (Intimidad poéticaCorcelGarcilasoEspadañaVerboÍnsula), antologías y colecciones como Adonais. Los poetas de esta década, aunque aislados del exterior, conectaron con las generaciones españolas precedentes a través de Lorca, Miguel Hernández, César Vallejo, Neruda, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Dámaso Alonso y los poetas exiliados.

Por estas fechas escriben y publican los poetas nacidos entre 1909 y 1923 como Gabriel Celaya, Ramón de Garciasol, Blas de Otero, Gloria Fuertes, Rafael Morales, Eugenio de Nora, Carlos Bousoño, Victoriano Crémer, Dionisio Ridruejo, José Luis Hidalgo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco y José Hierro que forman la llamada Generación del 40definida por algún crítico, como por ejemplo Gerardo García Camino, “la generación escindida”, pues unos se quedaron en España, otros murieron y otros se exiliaron. En esta Generación se incluye a Valhondo por la fecha de su primer libro editado, Hojas húmedas y verdes, 1944.

Aunque no existe una separación marcada entre ellos, se distinguen dos tendencias, que Dámaso Alonso calificó como «poesía arraigada» y «poesía desarraigada». Se trata de dos posturas adoptadas ante la realidad pretérita inmediata: la «poesía arraigada» adopta una actitud positiva, al considerar que los sucesos ocurridos tenían una explicación dentro de la idea de un mundo más ordenado. De ahí que tratara temas como el amor y el paisaje, impregnados de sentimiento religioso, estilo intimista y perfección formal. Sus seguidores se agruparon en torno a la revista Garcilaso. En esta postura se encuentran Luis Rosales, García Nieto, Vivanco y Panero.

Por el contrario, la «poesía desarraigada», también llamada «existencial», expresa sentimientos de dolor ante los resultados de la contienda, que se traducen en angustia y en protesta de estremecido dolor ante la muerte, el tiempo, los anhelos de Dios y su silencio y el caos del mundo.

Tres acontecimientos marcan este enfoque lírico: la publicación de Sombra del paraíso (1943) de Vicente Aleixandre, Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso y la aparición de revistas como EspadañaCorcel y Postismo. En esta posición se enmarcan los poetas citados y otros como Blas de Otero y Gabriel Celaya.

Durante esta década se editan obras representativas como Tiempo de dolor de Vivanco (1940), Entre el clavel y la espada de Alberti (1941), El poeta prometeico de León Felipe (1942), Sonetos de la piedra de Ridruejo, Campo cerrado de Max Aub (1943), Como quien espera el alba de Cernuda, Hijos de la ira de Dámaso Alonso, Estancia vacía de Panero (1944), Caminos de sangre de Victoriano Crémer (1945), La estación total de Juan Ramón Jiménez (1946), Tranquilamente hablando de Gabriel Celaya, Los muertos de José Luis Hidalgo (1947) y Elegías de Ridruejo (1948).

En los años 40, la actividad cultural en Extremadura es escasa como es lógico en una región que debe levantar no sólo sus ruinas sino también su atraso secular. En las escuelas, los libros de texto estaban rígidamente controlados por la inspección de Enseñanza Primaria. Su contenido constituía más que una exposición de conocimientos objetivos una alabanza a España y al régimen y una exaltación de la historia del imperio y de la religión; de ahí que la propaganda incidiera en la «dimensión espiritual» de la lectura. El analfabetismo era alto, la situación económica penosa y, por consiguiente, el número de lectores, reducido.

En esta situación, los pocos títulos publicados con el patrocinio de las Diputaciones de Badajoz y Cáceres eran políticamente partidistas o eludían la realidad. Por este motivo se destacó la literatura regionalista como, por ejemplo, la de Chamizo, al que se hizo un homenaje en 1946 (murió el 25-12-45) y se editaron libros como Medallones extremeños (1949) de Manuel Monterrey y lo sonetos de Rodríguez Perera de corte cristiano y clásico, con un contenido aséptico. No obstante, también aparecieron obras como Lázara, la profetisa de Pedro Caba (1945), Tu dulce cuerpo pensado de Pedro de Lorenzo (1947) y Ausencia de mis manos de Manuel Pacheco (1949), que suponían un cambio de enfoque literario, un alejamiento de los presupuestos del régimen y un aumento de la calidad.

La actividad cultural, además, se completó con algunas representaciones teatrales en el Teatro Romano de Mérida (iniciadas en 1933) o, en Badajoz, donde se estrenó, por ejemplo, Las brujas de Luis Chamizo en 1946. En el periódico Hoy de Badajoz escriben López Prudencio, Reyes Huertas, Arturo Gazul y Enrique Segura Otaño (que, con una mentalidad más abierta y valiente, se atreve a tratar sobre Lorca en 1944, Felipe Trigo y los poetas franceses malditos). A ellos se van uniendo otros escritores como Alfonso Albalá, Pedro Caba, Pedro de Lorenzo, José María Pérez Lozano, Rodríguez-Moñino, Francisco Vaca y Antonio Soriano.

A mediados de la década, en 1945, este panorama se reactiva con la creación de la revista cacereña Alcántara, sostenida económicamente por sus fundadores (entre los que se encontraba Jesús Delgado Valhondo) hasta el nº 15, cuando se hizo cargo de ella la Diputación Provincial de Cáceres. Aún hoy (1997) Alcántara sigue publicando60, por lo que supone una fuente de primera mano para conocer la cultura extremeña de los últimos cincuenta años.

Al final de la década, se celebran Exposiciones y Seminarios del libro extremeño y Asambleas de Estudios Extremeños (la I en 1948 y la II en 1949), donde se produce un encuentro de intelectuales y escritores regionales con otros venidos para la ocasión desde Madrid como José María Cossío y Joaquín Montaner.

Paralelamente, la Revista de estudios extremeños pacense contribuyó a esta reactivación publicando trabajos de Rodríguez-Moñino, Floriano Cumbreño, Miguel Muñoz de San Pedro, Carlos Callejo y de otros eruditos, investigadores, críticos y escritores.

En esta década nacieron José Antonio Gabriel y Galán (1940), Antonio Díez Román (1941), Pureza Canelo (1946), Ángel Sánchez Pascual (1946), José Antonio Zambrano (1946), José María Bermejo (1947), Gregorio González Perlado (1947), José Miguel Santiago Castelo (1948), José María Pagador (1948) y Joaquín Calvo (1949).

 

Encuentro con el grupo alicantino de Miguel Hernández. Hojas húmedas y verdes

Jesús Delgado Valhondo, a comienzo de los años 40, lee por primera vez a Miguel Hernández a través de Lola Mejías, mujer de Eugenio Frutos, que le envía cuatro versos de «Égloga» («Un claro caballero de rocío / un pastor, un guerrero de relente / eterno es bajo el Tajo; bajo el río / de bronce decidido y transparente») y, en una carta posterior, Eugenio Frutos le manda la «Elegía a Ramón Sijé»61. La fuerte atracción que, desde el primer momento, Valhondo sintió por Miguel Hernández, lo animan a localizar a sus amigos por medio de cartas.

De esta forma contacta, a finales de 1942, con el grupo alicantino de Manuel Molina, Vicente Ramos y Carlos Fenoll (que habían formado con Miguel Hernández el grupo poético de Orihuela) en cuya revista, Intimidad poética, Valhondo publicó poemas en varios números62, de los que Manuel Molina, el benjamín del grupo, quedó muy satisfecho: «Desde que yo leí en ‘Corcel’ aquellas ‘Estampas’ tuyas, adiviné en ti un poeta bueno, espiritual y noble, que todo lo entrega en una canción y que se da plena a la vida y a la belleza sin reservas y cautelas, que surge de tu corazón como el agua de un manantial y de ahí las rosas abiertas de tus versos vírgenes»63.

Esta excelente acogida y la impaciencia que sentía Valhondo por publicar y saber qué opinaba la crítica de un libro suyo de poemas, provocaron que a finales de 1943 se atreviera a enviar a la colección Leila, dependiente de Intimidad poética, el libro titulado Hojas húmedas y verdes, de forma sigilosa porque no estaba dispuesto a que nadie lo decepcionara con críticas desalentadoras. A mediados de 1944, Hojas húmedas y verdes se convierte en el primer libro de poemas editado de Jesús Delgado (no aparece el segundo apellido), cuyo prólogo fue realizado por Manuel Molina.

Hojas húmedas y verdes tiene una importancia capital, pues por un lado es la continuación, conexión y síntesis de su primera poesía y, por otro, supone el punto de partida y el germen de su lírica madura, donde aparecen  expuestos rasgos formales y de contenido que, posteriormente, conformarán su estilo personal y el núcleo temático de su obra poética, que será la soledad humana, ahora planteado con nitidez.

Hojas húmedas y verdes es una selección antológica de poemas de CanciúnculasPulsaciones y El año cero, libro que Valhondo deseaba publicar hacía años, mucho antes de concebir Hojas … pero que, por aquella opinión desfavorable de Caba, desistió de editar y optó por seguir limándolo. De ahí que, cuando se le presentó la ocasión, decidiera publicar un libro distinto, que fuera una muestra de Canciúnculas y Pulsaciones, más algunos poemas elaborados para El año cero (los repetidos en ambos libros) y cinco poemas nuevos. Esta selección antológica forma Hojas húmedas y verdes, libro con el que Valhondo deseaba conocer la reacción de la crítica, antes de atreverse a editar el libro en el que tenía puestas sus esperanzas de poeta novel, El año cero.

La edición de Hojas húmedas y verdes se realizó en forma de folleto y tiene una presentación agradable, pero Valhondo no quedó conforme porque el título le parecía sin personalidad: «Le puse este título porque no encontré otro, y no me ha gustado nunca, me parecía que aquello estaba muy verde, porque las hojas perennes no me gustan, no sé por qué. Desde entonces cada título nuevo lo medité mucho y, antes de decidirlo, rompí muchos, quizás porque no me gustó el título de Hojas húmedas y verdes«64.

Además, Jesús Delgado Valhondo estaba decepcionado, porque el libro tenía muchos errores«Las erratas de Hojas …’ me tienen desesperado. Cada día encuentro más». De los cien ejemplares que tuvo la edición, enfadado, quemó ochenta. Quizás Pedro Caba contribuyera a aumentar su disgusto, pues le criticó las erratas y el título por su tono becqueriano.

Pero el disgusto le desapareció, cuando Manuel Molina le comunica que Vicente Aleixandre, después de leer el libro, opinaba que, incluso con erratas, era un buen poeta. Este comentario le infundió mucho ánimo por venir de una personalidad poética tan especial como la del futuro Premio Nobel. Valhondo apreció este detalle sobremanera y desde entonces, aparte de aumentar su estima por la poesía de Aleixandre, mantendrá una relación epistolar con él, que siempre lo animará a continuar valorando positivamente su poesía.

Desde aquel momento, Valhondo leerá con avidez la poesía de Aleixandre y se verá influido por su concepción universal del ser humano, su idea de la ineludible relación con los otros y su situación en la naturaleza de la que, como el Nobel, sentía que formaba parte. Esta influencia consentida será paralela al cambio formal que Valhondo inicia en Aurora. Amor. Domingo y culmina en Un árbol solo desde una poesía de corte tradicional a otra narrativo-descriptiva como la de Aleixandre: «Empecé a leer su obra con profundidad. ‘Sombras del paraíso’ y ‘La destrucción y el amor’ juntamente con ‘Espada como labios’. Fueron durante mucho tiempo mi principal -única- preocupación. Mi alimento. Me di cuenta desde el primer momento que estaba ante un poeta de excepcionales cualidades. Un poeta capaz de llevarme a mundos tremendos y venerados. Además, un poeta atento a todo movimiento literario. Y del hombre»65.

La crítica de Aleixandre fue sólo una de las opiniones positivas, que Valhondo recibió de su primer libro editado. A pesar del número y la variedad, todas destacaban unánimemente la frescura de su verso cálido y sentido como muestra el siguiente comentario: «[En Hojas húmedas y verdes] se respira poesía»66. «Recibí sus Hojas. Estamos por aquí tan ensonetados y llenos de poesía fría, bien medida y compuesta, pero que no dice nada, que sabe bien leer algo escrito con sinceridad y vocación poética y no con arte de laboratorio o falsa artesanía»67.

Con estas opiniones alentadoras, Valhondo se anima hasta el punto de volver a pensar en la publicación de El año cero y se atreve a enviárselo a Jorge Campos en septiembre de 1944, para que se lo editara en Índice pero su intento resultó fallido.

 

Ampliación de relaciones. Primeros artículos en prosa

Jesús Delgado Valhondo continúa extendiendo sus relaciones exteriores y conecta con el grupo poético onubense de Francisco Garfias68 y con el círculo literario madrileño de su amigo Leocadio Mejías, en el que se encontraban Emilio Carrere y Alfredo Marqueríe. Mejías, que fue el autor de este contacto, también difunde la poesía de su amigo dándola a conocer a Juanita Azorín y Carmen Loyzaga, dos recitadoras profesionales, que incluyen poemas de Valhondo en sus respectivos repertorios.

Además, la publicación de Hojas húmedas y verdes vino acompañada del contacto con el grupo poético valenciano de Vicente Goas69, que Valhondo entabló a través de Pedro Caba, destinado allí. Gaos, después de leer poemas de Valhondo, le responde enseguida destacando su voz singular: «Caba me leyó sus poesías que me gustaron sinceramente, como cosa personal, muy apartada de la poesía al uso de estos días»70.

Así, animado por las relaciones y críticas positivas que estaba consiguiendo, comienza en 1944 a publicar artículos en prosa. El primero de ellos fue «La risa en el niño», editado en el Boletín de la inspección de la escuela de practicantes de Cáceres, donde se detecta que Valhondo al comienzo de su obra poética ya tiene una concepción trágica de la vida. Y, el segundo, «El monasterio de Guadalupe», publicado en la revista Lar de San Sebastián, es una muestra característica de su prosa, que sublima la realidad y la convierte en puro lirismo: «El otoño tiende sus brazos hacia el invierno, el sol juega con la lluvia y salta en la cuerda del arco iris. Entre las galerías del monasterio pasean ahora meditando los frailes franciscanos […] ¡Qué fácil es la vida desde aquí!»

Por estas fechas, Valhondo supera el primer curso de practicante en Medicina y Cirugía y, a la vez, amplia sus relaciones literarias, porque lo aprobó por libre en Salamanca, donde conoció primero a Emilio Salcedo y a Juan Crespo y, después, a José Ledesma Criado y al catedrático Juan Ruiz Peña, directores de la revista y el grupo Álamo, con los que mantendrá una fructífera relación literaria durante muchos años. Además, el contacto con el dolor humano, durante sus prácticas, lo pondrán más cerca de la caducidad de la naturaleza humana y su poesía se teñirá progresivamente de angustiosos anhelos de encontrar a Dios, para que le explicara la razón de este sufrimiento que Valhondo, por su especial sensibilidad, hacía suyo.

Paralelamente, publica por primera vez en Garcilaso71 a través de su amigo Pedro de Lorenzo, director y componente del grupo fundador de la revista y, por entonces, muy relacionado con el mundo periodístico y literario de la capital. También, edita poemas en Proel72, animado por José Luis Hidalgo.

 

Creación de Alcántara

En 1945, Jesús Delgado Valhondo decide fundar, durante una tertulia en la rebotica de la farmacia de su hermano Juan, la revista Alcántara con Fernando Bravo, José Canal y Tomás Martín Gil, tres amigos íntimos con los que charlaba asiduamente sobre los temas más variados y «muy especialmente de cuanto se relacionara con el resurgir extremeño»73. La aparición de Alcántara se debió a que «El ambiente cultural de nuestra región acusa en los tiempos presentes un tan elevado nivel de inquietudes y realizaciones en todos los órdenes, que se hace imprescindible crear el instrumento idóneo que recoja todo ese movimiento y, a la vez, actúe como su difusor eficaz»74.

Valhondo recordaba a los tres con gran afecto y, sobre todo, a Tomás Martín Gil porque fue su profesor de ingreso en el bachillerato y tenía un interés desmedido por las manifestaciones literarias y artísticas y, especialmente, por la cultura popular extremeña. Valhondo describió su afecto por Martín Gil de esta manera: «Yo quería a Tomás Martín Gil como se puede querer a un padre o a un hermano mayor. Era un hombre bueno, entrañable y cordialísimo».

Pero, a pesar de esta buena opinión, Valhondo se enfrentaba con su maestro por tener ideas estéticas y literarias opuestas y porque Martín Gil intentaba orientarlo en su creación literaria de una forma a veces poco docente e implacable: «Tus versos me gustaron mucho. Pero insisto en que tienes que echar por la borda todas las ideas tristes o, por lo menos, aquellas palabras que como la de ‘suicidio’ no encajan en una composición donde se alude al ‘huerto’ de Jesús el de Galilea ¿a qué viene esta palabra en una composición tan hermosa? Lo creo un verdadero lapsus, un ripio formidable que deshace la harmonía [sic] del resto»75.

Estos duros comentarios, en buena medida se debían a que Martín Gil, junto a Romero Mendoza, estaba empeñado en dirigir a Valhondo por los caminos de la poesía regionalista de Galán y Chamizo y se encontraba dolido desde que Valhondo tomó otros derroteros: «Me contaste que Tomás Martín Gil te aconsejaba volver a Gabriel y Galán»76. Sin embargo, cuando Martín Gil murió, mostrará su aprecio por él en una bella elegía77, porque «La amistad ha estado siempre para mí por encima de todo» aseguró Valhondo.

Alcántara comenzó a publicar el 10 de octubre de 1945 con un exiguo capital de 200 pesetas, que aportaron a partes iguales los cuatro fundadores. La primera colaboración de Valhondo será el poema titulado «El recuerdo» y, posteriormente, editará otros poemas, narraciones y ensayos78, sobre todo mientras mantenga una relación estrecha con Cáceres.

A partir del número 33, Valhondo será autor de una sección titulada «Notas breves de dentro y de fuera», que firmará con el nombre de José de la Peña79. Las «Notas …» levantaron en más de una ocasión críticas y polémicas por los comentarios que su autor vertía en la sección contra grupos poéticos, instituciones, congresos y personas en un tono mordaz: «Se celebró la Fiesta de la Poesía con más ruido que éxito: Todos los poetas mediocres tuvieron ocasión de dar a conocer sus ‘cosas’, no llamamos a ‘eso’ poemas. Nosotros lo festejamos visitando en el Seminario de San Antón, en Badajoz, a un verdadero poeta: Francisco Cañamero»80.

Otras veces las «Notas…» se limitaban a informar: «Ha obtenido el Premio ‘Café Gijón’ de Novela Corta, Ana María Matute. En la votación quedó finalista Ignacio Aldecoa»81. Otras se quejaban de la situación de abandono en que se encontraban los poetas de la provincia: «[…] El tema de la discusión nos parece interesante para críticos, no para poetas. Con tanta anatomía sobre la poesía la van a disecar y no nos van a quedar nada para los pobres de provincia, los que no somos más que lo que Dios quiere»82. O bien llamaban la atención sobre algún aspecto de la cultura como, por ejemplo, la falta de suplementos literarios, científicos y artísticos en los diarios españoles83. El número 111-113 de Alcántara de 1956 publicará las últimas «Notas …». En el número 37 de 1950, Valhondo había comenzado a firmar una nueva sección titulada «Al margen de los libros», en la que amablemente comenta libros de poemas recibidos.

Además de esta estrecha colaboración, Jesús Delgado Valhondo acercó a la revista escritores de la categoría de Jorge Campos y José María Valverde y, también, sintió una gran preocupación por ella cuando la publicación sufrió altibajos a lo largo de su extensa vida.

 

Traslado a Zarza de Alange

Cansado de vivir en Gata, Jesús Delgado Valhondo decide pedir traslado a Cáceres pero, por la sanción impuesta, no reunía los puntos necesarios. Después pensó en Mérida, pero tampoco acumulaba la puntuación suficiente. Entonces solicitó Zarza de Alange, donde tenía familia y propiedades.

En el concurso de traslado de 1946, consigue una plaza en este pueblo pacense y, en septiembre de este año, toma posesión de ella. Zarza de Alange (actualmente La Zarza) se encuentra situada a 25 kilómetros de Mérida, una corta distancia que le permitirá realizar frecuentes visitas a su ciudad natal, para salir del anquilosado ambiente pueblerino en el que, como en Trevejo y Gata, se encontraba otra vez inmerso.

Valhondo, de cuando en cuando, se desplazaba jubiloso, repleto de sus últimas creaciones literarias e ilusionado con sus múltiples proyectos, al encuentro con sus amigos emeritenses que tenían, por aquellas fechas, una tertulia y lo esperaban con especial interés: «Jesús Delgado Valhondo, por entonces del pueblo de Zarza de Alange, se presentaba en ‘su Mérida’ y recalaba, animoso, sonriente y siempre constante, rebosante su escarpela de príncipe de versos, en la tertulia moderna de Casa del padre Mollete, sita en la pintoresca ‘Calle del Puente’ con sus mesones antiguos, verbigracia la del Parador de Vista Hermosa […]; allí estaba: Félix Valverde Grimaldi, poeta selecto, intimista y abogado; Baldomero Díaz de Entresoto, ya registrador de la propiedad, […]; Martín Paredes, un veterinario imprescindible en la rueda poética; Joaquín Galván, Santos Díaz Santillana, escritor y periodista, autor ya de varios libros … el que estas notas escribe y algunos más»84.

Estos breves trazos describen el temperamento de Valhondo, que siempre conservó con los amigos un carácter espléndido de marcados ademanes, voz potente, caminar ágil, sinceridad sin tapujos y una presencia singular tambaleante, que atenuaba con el uso de bastones, que le gustaba coleccionar.

También, desde Mérida, de vez en cuando se acercaban sus amigos a visitarlo: «El ‘HOY’ me publicó, en un suplemento dedicado a la feria de Mérida, versos ofrecidos a mi ciudad. Jesús, que los leyó, quiso conocerme, y el encuentro se produjo en Zarza de Alange, […]. Hasta allí me llevaron tres amigos suyos […]: Valverde Grimaldi, Rabanal Brito y Díaz Santillana. De ese día conservo, además del grato recuerdo, su libro ‘El año cero’ con una animosa dedicatoria a mi incipiente obra»85.

Mérida supondrá un desahogo para Valhondo, como antes había sucedido con Cáceres. No obstante, con el paso del tiempo, se relacionará más con Badajoz, porque entonces tenía un ambiente cultural de mayor dinamismo que el de su ciudad natal, alentado por la existencia de varias editoriales (Diputación, Doncel, Arqueros), dos revistas poéticas (Gévora y Alor) y un grupo intelectual amplio y activo.

De todas formas, Valhondo continúa con su actividad literaria y, en 1947, envía a Pedro Caba una novela para que le dé su opinión y participa en Verbo86 con un poema titulado «¡Señor, Señor!», que dedicó a Vicente Ramos.

Así, poco a poco, consigue abrirse camino y hacerse un hueco en el panorama literario regional; de tal manera que, en enero de 1948, Antonio Reyes Huertas configura una relación de los valores extremeños confirmados en el año anterior e incluye a Valhondo87.

 

La II Asamblea de Estudios Extremeños. Reencuentro con Cáceres

En 1949, se celebra la II Asamblea de Estudios Extremeños en Cáceres. Jesús Delgado Valhondo asiste y en ella se relaciona con José María Cossío, Joaquín Montaner, Francisco Elías de Tejada, Francisco Hernández Pacheco, Eduardo Pacheco, Víctor G. García Camino, Manuel Delgado Fernández y escritores del grupo de Badajoz como Antonio Zoido, Enrique Segura Otaño, Enrique Segura Covarsí (hijo del anterior), Julio Cienfuegos, Manuel Monterrey88 y Terrón Albarrán, con los que entabla una estrecha relación literaria y amistosa89, que le granjeará paulatinamente su afecto, le abrirán las puertas a colaboraciones en el periódico Hoy y le prepararán el camino para, cuando años más tarde, se decida a trasladarse a la capital pacense, buscando nuevos y más atractivos horizontes literarios.

José María Cossío, asistente a la Asamblea, leyó poemas de Valhondo, le oyó recitarlos y quedó tan gratamente impresionado que le ofreció introducirlo en Madrid y el puesto vacante de Miguel Hernández en su revista Los toros. Sin embargo, Valhondo rechazó el ofrecimiento aunque, años después en épocas de decepción, se preguntará si no cometió un error al rechazar este ofrecimiento: «Y ya viejo -ahora- dudo si no habré cometido un error de vida al no haberme ido a Madrid a su debido tiempo».

La II Asamblea fue un acontecimiento cultural relevante, en el que Valhondo  no sólo amplió sus relaciones humanas e intelectuales sino además consiguió críticas laudatorias y unánimes: «No puede pasar en silencio que Cossío, Montaner, Moñino y los demás auténticos valores de la sección de literatura de la Asamblea dijeran esta frase: ‘Hemos oído aquí un único poeta: Jesús Delgado’. Saltando por tu modestia hay que hacer que esto se sepa»90.

Por estas fechas, también conocerá a Antonio Rodríguez-Moñino, al que lo presentó Martín Gil en una tertulia formada, entre otros, por los anteriormente citados más Romero Mendoza y Tomás Pulido. Además trabó amistad con Enrique Pérez-Comendador y su mujer Magdalena Leroux, escultores extremeños de renombre internacional, a quienes dedicará la segunda parte de La esquina y el viento, cuya edición aparece ilustrada con un dibujo de esta artista.

Sin embargo, a pesar del buen momento por el que atraviesa, el reencuentro con Cáceres, su ciudad querida, le trae recuerdos nostálgicos de su adolescencia y de sus antiguos maestros ya fallecidos, porque la muerte siempre se interpondrá entre él y sus recuerdos, cuando vuelva su mente al pasado, intentando rescatarlo: «Me pierdo en la penumbra y tiniebla de mi memoria y recuerdo ¿Cómo conocí a don Miguel Angel Orti Belmonte? […] Hace un instante, ocurría esto hace un instante, vivían don Antonio Silva y don Tomás Martín Gil -¿acaso han muerto?- Siempre espero encontrarlos, y Cáceres era más mío»91.

 

El año cero

 En los años finales de la década de los 40, Jesús Delgado Valhondo no desiste en su intento de publicar su siguiente libro de poemas, El año cero, a pesar de los avatares por los que pasó hasta llegar a verlo en sus manos, pues la edición de este libro fue accidentada: después de la crítica de Caba en 1939, Valhondo no se anima a reintentar su edición hasta recibir las críticas positivas de Hojas húmedas y verdes.

Así, hacia mediados de 1945, Juan Aparicio92 se pone en contacto con Valhondo para que le mande un libro y le envía dos con títulos que sólo aparecen documentados en la carta que acompaña al envío (Le dijo la arena al viento y Campos, rama y azul), aunque suponemos que contendrían poemas de CanciúnculasPulsaciones y El año cero. Como el tiempo pasaba y no tenía noticias de los libros, Valhondo escribió a Aparicio, y éste le aseguró que se los iba a publicar, pero la revista desapareció y la edición no se pudo realizar.

Ante esta circunstancia, Valhondo prueba editar el libro en la colección Adonais pero su director, José Luis Cano, le responde que no es posible, porque tendría que esperar mucho, y le sugiere que lo intente en la revista Proel de Santander o en Halcón de Valladolid, donde le sucede lo mismo.

A pesar de estas decepciones, continúa intentando la edición de su libro inédito y, a finales de 1948, se lo envía a Gabriel Celaya que, desde un principio se interesa por El año cero. Meses más tarde, ante la impaciencia del autor, que ve cómo pasa el tiempo y el libro no es editado, Celaya le contesta pidiéndole calma y halagándolo con el siguiente comentario: «Conste que tu libro me interesa muchísimo. Quiero que sea ‘Norte’ quien revele a este poeta de verdad llamado Jesús Delgado Valhondo». El interés de Gabriel Celaya, por publicarle su libro, muestra que Valhondo caló hondo en el sentimiento de poetas de prestigio nada más comenzar a difundir sus versos y que la estima por su poesía y por su persona es sincera pues, de lo contrario, no le hubieran publicado.

En la II Asamblea de Estudios Extremeños, Valhondo que, como vimos, llamó la atención con su poesía tan personal, suscita el interés de los organizadores por publicarle El año cero pero, al final, este deseo no se cumple y tuvo que seguir esperando a que le llegara el turno en Norte que, por entonces, se encontraba saturada publicando a otros autores como Cela y Leopoldo de Luis.

Mientras, el poeta extremeño se encuentra elaborando poemas que, tres años después, serán publicados en su tercer libro conocido, La esquina y el viento. Paralelamente, sigue muy sensible ante los sucesos de su entorno y denuncia el estado de ruina en que se encontraba el templo de San Benito de Alcántara: «Extremadura tiene heridas por donde constantemente sangra su gloria y con la gloria se le va el honor. Una de estas heridas es atroz, enorme: el templo de San Benito de Alcántara»93.

Por fin, a comienzos de 1950, El año cero94 es publicado en la Colección Norte que dirige Celaya95, e impreso en la editorial Escélicer de San Sebastián, con prólogo de Pedro Caba y firmado por «Jesús Delgado».

El año cero es el segundo libro de poemas editado por Jesús Delgado Valhondo, pero que él consideraba el primero como podemos deducir por el título, que nos indica un punto de partida. El libro está formado con poemas de Canciúnculas, PulsacionesHojas húmedas y verdes y otros que aparecen en borrador en las páginas en blanco de los folios de PulsacionesEl año cero se completa con poemas escritos posteriormente a estos libros. Por esta razón, es una síntesis antológica de su primera poesía, ampliada con poemas nuevos que suponen un ahondamiento en sus preocupaciones (Dios, la soledad, el tiempo y la muerte) y un afianzamiento de los temas y el estilo que, poco a poco, va haciendo característico en su poesía personal, sentida y humana.

La acogida de la crítica fue alentadora. Como muestra transcribimos la opinión de Pemán: «He leído con gusto sus poesías, muy llenas de sentido humano y dramático con una forma recta y sin timidez» y la de Leopoldo Panero: «Libro primerizo lleno de auténtico sabor poético». Además, Valhondo estuvo recibiendo opiniones positivas de numerosos críticos96, no sólo en el año de su publicación, sino también en los siguientes. El interés despertado por el libro también se notó en que personas como Manuel López Robles se encargara, por iniciativa propia, de difundir el libro por Hispanoamérica y Pedro Caba facilitara a Valhondo direcciones para su difusión en Argentina, Venezuela, Uruguay, Colombia, Portugal, Francia e Italia.

Gabriel Celaya se encontraba muy satisfecho, poética y económicamente, con el resultado de El año cero: « ‘El año cero’, además de ser un éxito para ‘Norte’ fue una preciosa ayuda que salvó a mi colección de un bache. […] Me llegan constantemente elogios de ‘El año cero’. Últimamente, he leído en ‘Alba’, una crítica muy favorable y doblemente estimable, porque viene junto con otras de otros poetas terriblemente duras. Los hechos están demostrando que no me equivoqué cuando te anuncié un éxito»97.

Valhondo se mostró muy halagado con las críticas recibidas: «Las críticas de El año cero son doblemente elogiosas porque al lado las había terriblemente duras contra Gerardo Diego, Garciasol, etc. A mí me tratan admirablemente: ‘Rico venero de imágenes’, ‘Su espíritu poético de gran elevación’, ‘El año cero nos hace respirar […] Le llamaremos ‘el libro del oxígeno’. Más cosas te contaría, porque en América también ha tenido su éxito El año cero«98.

Como consecuencia de este éxito, Jesús Delgado Valhondo toma confianza en sus posibilidades poéticas y siente que sólo le falta el reconocimiento de críticos, cuyas opiniones fueran de peso: «Yo tenía seguridad de que mi poesía era válida pero necesitaba que me lo dijesen los exigentes, los críticos ‘verdaderos’, en resumen, la crítica sin amistad y sin envidia. Que me dijesen si merecía la pena publicar. Escribir lo sabía desde el primer momento que puse la pluma sobre el papel»99.

Pero estos resultados alentadores que, por un lado, colman la satisfacción personal del poeta emeritense, por otro, debido a su carácter cerebral y reflexivo, lo arrastran a profundizar en su espíritu, intentando conseguir una expresión de sus sentimientos cada vez más fiel a su conciencia. Este hecho le supone un esfuerzo anímico, que lo lleva a sentirse progresivamente más intranquilo consigo mismo y a estar especialmente preocupado por la falta de espiritualidad, que observa en el hombre de su tiempo100.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1950 A 1959

En los años 50 se produce una distensión entre los dos bloques y, aunque el peligro de enfrentamiento persiste, el viejo continente inicia una recuperación económica, ayudado por EE.UU. a través del Plan Marshall, y crea organismos como el Mercado Común (1957) que comienzan a trabajar en la realidad de una Europa unida.

España se beneficia de esta recuperación y, para mejorar su imagen exterior, inicia una leve apertura interna (nombramiento de Joaquín Ruiz Jiménez en el Ministerio de Educación, 1951) y contactos con el exterior (ingreso en la UNESCO, 1952. Concordato con la Santa Sede, 1953). Ante esto, Europa adopta otra actitud respecto a España y lo mismo sucede con EE.UU., que firma con nuestro país un acuerdo militar (1953). Como consecuencia de estos hechos,  somos admitidos en la O.N.U. (1955).

Este cambio de actitud, la ayuda americana, la afluencia del turismo, las inversiones extranjeras y la mayor actividad industrial producen una mejoría económica, que coinciden con los primeros movimientos universitarios y obreros (1956).

Al final de la década, se inicia un Plan de Desarrollo (1959) y se produce una emigración masiva del campo a la ciudad, debido al desarrollo industrial que se concentra en los entornos urbanos; la emigración se realiza también fuera de nuestras fronteras, sobre todo, a Alemania. Esta mayor actividad trae consigo la aparición de la clase media, el aumento de los universitarios y las reivindicaciones laborales.

A mediados de la década, se vuelve a buscar el contacto con la cultura europea, aparecen editoriales y la censura afloja su rigidez. Aprovechando la apertura del régimen, la poesía toma otra postura; ahora se quiere hacer una «literatura para la vida» que eduque al pueblo y cambie su actitud pasiva ante la realidad. Esto se intenta realizar por medio de una lírica con fines éticos, comunicativos y sociales, que denuncia las injusticias acentuando la cruda realidad donde no existe la libertad del individuo.

A esta nueva tendencia se la denomina «Realismo social», que se caracteriza por un descuido de la forma en beneficio del contenido, con el fin de llegar al lector de una forma directa y fácil. Sin embargo, al final de la década, se produce en los poetas un desencanto (general en los escritores), pues la poesía no había conseguido cambiar nada. Los poetas más representativos fueron Ramón de Garciasol, Victoriano Crémer, Leopoldo de Luis, Gabriel Celaya, Vicente Aleixandre, Blas de Otero (primer representante de la poesía social) y Eugenio de Nora.

En esta década se editan obras de especial relieve como Cántico de Jorge Guillén, Ángel fieramente humano de Blas de Otero (1950), Redoble de conciencia de Blas de Otero, Umbral de la armonía de Alfonso Albalá, Caireles al sol de Antonio Zoido (1951), Quinta del 42 de José Hierro (1952), España, pasión de vida de Eugenio de Nora (1953), Historias del corazón de Vicente Aleixandre, Versos del domingo de José María Valverde (1954), Pido la paz y la palabra de Blas de Otero, Cantos iberos de Gabriel Celaya, Presencia mía de Manuel Pacheco (1955), De claro en claro de Gabriel Celaya (1956), Cuanto sé de mí de José Hierro, Maremagnum de Jorge Guillén (1957), Salmos al viento de J. A. Goytisolo (1958) y Compañeros de viaje de Gil de Biedma (1959).

En Extremadura, la actividad cultural experimenta una reactivación. Badajoz será el centro de un ambiente muy activo: tertulias, publicación de tres revistas (Revista de estudios extremeños, Alor y Gévora), conciertos, exposiciones de pintura, representaciones teatrales, Fiestas de la Poesía, Juegos Florales, conferencias, conmemoraciones, recitales poéticos, cursos de verano y cátedras de cultura («Donoso Cortés» y «López Prudencio»). Generalmente, estas actividades estaban patrocinadas por la Diputación Provincial que, además, publicaba obras a escritores como Antonio Rodríguez-Moñino y Enrique Segura Otaño.

A la llegada de la primavera, paralelamente a la celebración de la Fiesta de la Poesía, el Hoy dedicaba una página poética a esta estación del año. En ella intervenían un nutrido grupo de poetas, entre los que destacan Álvarez Lencero, Delgado Valhondo, Manuel Pacheco, José Canal, Díaz-Ambrona, Manuel Monterrey, Rodríguez Perera, Antonio Soriano, Francisco Vaca y Luis G. Willemenot.

El grupo poético de Mérida dispuso de una página independiente, que se titulaba «Lira emeritense», donde aparecían Félix Valverde Grimaldi, Santos Díaz Santillana, Rafael Rufino Félix, Jesús Delgado Valhondo, Claudio Martínez García, José María Saussol, María Teresa Núñez, Manuel Domínguez Merino, Piquero de Nicolás e incluso poetas del grupo de Badajoz como Lencero, Monterrey y Díaz-Ambrona.

El Hoy también dio a conocer un gran número de narradores extremeños, a través de la publicación de numerosas narraciones cortas de Juan José Poblador, Arsenio Muñoz, Delgado Valhondo, Fernando Villalba, Vera Camacho, Pérez Marqués y Antonio Zoido. Y creó un dominical, en 1958, que se interesó por los asuntos artísticos y literarios.

Paralelamente, las revistas citadas contribuyeron a ambientar el panorama literario propiciando o difundiendo homenajes a poetas extremeños, nacionales e hispanoamericanos y, también, la imprenta Arqueros, que creó la Biblioteca de Autores Extremeños y subvencionó a la revista Gévora. Incluso el Centro Cultural de Badajoz creó la Asociación Cultural Iberoamericana, que consiguió traer a Camilo José Cela, Manuel Fraga, Rafael Sánchez Maza y Leopoldo Panero.

Un hecho social de grandes proporciones, la realización del Plan Badajoz (1952-1956), contribuyó decididamente a que se respirara en el ambiente cultural de la capital pacense un gran optimismo, pues el Plan transformó las secas y despobladas vegas del Guadiana en un vergel lleno de vida.

Un dato claro del resurgir cultural extremeño, en los años 50, fue el gran número de revistas que se fundaron y publicaron en esta década: Alor (Badajoz, 1950-1958), Gévora (Badajoz, 1952-1961), Ángelus (Zafra, 1953-1960), Arcilla y pájaro (Cáceres, 1952-1953), Anaconda (Cáceres, 1954), Jaire (Badajoz, 1954-1955), Olalla (Mérida, 1957) y Capela (Almendral, 1959-1960). Además, en esta década, poetas extremeños como Rodríguez Perera, Pacheco, Lencero, Terrón Albarrán y Delgado Valhondo fueron invitados a dar recitales en diversos lugares del país (Madrid, Universidad de Salamanca y Cádiz, Sevilla). También son indicativos de este resurgir hechos como la alabanza de Juan Ramón Jiménez a la poesía de Valhondo o la participación de Francisco Cañamero en Estría, revista de poesía sacerdotal editada en Roma.

Tres focos culturales muy activos descubrimos en la década de los años 50 en Extremadura: Badajoz, en torno a la Revista de estudios extremeños, Alor, Gévora, el periódico Hoy, la Diputación Provincial, el Ayuntamiento y la Real Sociedad Económica de Amigos del País. Cáceres, alrededor de Alcántara y de la Diputación Provincial. Y Mérida, en torno a Olalla, la revista y el semanario Mérida, el Ayuntamiento y el Liceo. La relación entre ellos se producía principalmente por medio de los Congresos de Estudios Extremeños y otras actividades conjuntas como Fiestas de la Poesía, revistas y conferencias.

También el teatro experimentó una reactivación gracias a grupos de aficionados (como por ejemplo “El retablo” de Badajoz dirigido por Juan José Poblador), que representaban obras de autores clásicos, contemporáneos españoles y extranjeros y de autores extremeños como Antonio Zoido, Antonio Orio-Zabala y Antonio Soriano, que estrenan piezas teatrales donde tratan la conquista de América, temas regionales y religiosos.

Cuando en 1953, Luis Álvarez Lencero publica su primer libro El surco de la sangre, comienza a forjarse el llamado «triángulo poético extremeño», junto a Jesús Delgado Valhondo que había publicado su primer libro, Hojas húmedas y verdes, en 1944, y Manuel Pacheco, cuya primera obra poética, Ausencia de mis manos, fue editada en 1949. Varios hechos los mantuvieron unidos: las estrechas relaciones personales y literarias que establecieron entre ellos; sus caracteres humanos y poéticos complementarios (Lencero, impetuoso; Valhondo, íntimo y Pacheco, alucinante); sus deseos de no salir de Extremadura (salvo la ausencia de Lencero durante unos años); la participación en revistas y numerosos recitales; su capacidad para salir del aislamiento regional y el hecho de que sus libros de poemas fueron los más editados y difundidos.

Frente a la continuidad y proyección de la obra poética del «triángulo», otros como Terrón Albarrán (que Arturo Gazul, en un principio, incluyó en el «triángulo poético», junto a Valhondo y Pacheco), Fernando Bravo o Carlos Callejo han desaparecido del panorama lírico extremeño sin dejar rastro. Lo mismo les ha sucedido a poetas más jóvenes, nacidos en los años 20 y 30 (entre los que se encuentran los promotores de las revistas citadas, que desistieron de su actividad literaria por la falta de apoyo institucional y la necesidad de sobrevivir con su trabajo diario). Por esta razón,  se les ha denominado «la generación perdida».

Un hecho significativo, que indica la dificultad de publicar durante la década en la región, fue que los poetas más relevantes tuvieran que editar fuera de Extremadura. Esta circunstancia, unida a la falta de promociones anteriores con figuras destacadas que se hubieran constituido en maestros, hizo que los poetas de esta década fueran autodidactas y basaran su creación poética en lecturas personales.

De  todas formas, este hecho no minimiza en nada la actividad cultural y literaria de la década en nuestra región, pues el hecho de que se mantuviera a pesar de las dificultades demuestra su vitalidad. A las instituciones y editoriales extremeñas les correspondía, precisamente lo que hizo falta a esta generación, la proyección fuera de los límites regionales.

En los años 50 nacieron Manuel Neila (1950), José Antonio Ramírez Lozano (1950), José Luis García Martín (1950), Vidal Ángel Garrido (1951), Moisés Cayetano Rosado (1951), Antonio Gómez (1951), Jaime Álvarez Buiza (1952), Vicente Sabido (1953), Antonio Pacheco (1955), Felipe Núñez (1955), Felipe Muriel (1956), José Manuel Fuentes (1957), Miguel Romero (1957), Luciano Feria (1957), Ángel Campos (1957), Álvaro Valverde (1959), José Luis Bernal (1959), Pilar Fernández (1959) y Mª Rosa Vicente (1959), que hoy día se encuentran en el cénit de su creación lírica.

 

La esquina y el viento

Durante esta década, Jesús Delgado Valhondo no deja de atender a las múltiples actividades101 en las que siempre está implicado, intentando olvidar las grandes preocupaciones trascendentales que, poco a poco, van invadiendo su poesía, de la que progresivamente elimina sutilmente los aspectos más amables, como se puede observar en su siguiente libro de poemas, La esquina y el viento, que ya tiene preparado para publicar.

Valhondo, intentando publicar en Extremadura antes de verse obligado a hacerlo fuera, se lo envía en abril de 1951 a Manuel Terrón Albarrán, para que se lo edite en la Colección de Poesía Alor, que acaba de ser creada.

Ante la falta de respuesta, presenta el libro al Premio Adonais buscando un medio de publicación pero, aunque en esta edición del Premio el poeta extremeño obtiene una mención honorífica, no consigue que le editen el libro como era su propósito a pesar de que esta Colección de Poesía publicaba los libros destacados.

No obstante, su prestigio va en aumento y los organizadores de actividades culturales lo invitan a que intervenga en ellas, atraídos por las críticas que despiertan sus libros publicados y su poesía sentida y sincera. Así, por ejemplo, se desplaza desde Zarza de Alange para participar en la inauguración del Ciclo de conferencias de la biblioteca municipal de Mérida, dirigida por el arqueólogo José Álvarez Sáenz de Buruaga. Delgado Valhondo, que es presentado por el poeta emeritense Baldomero Díaz de Entresoto, habla sobre el tema «El poema y su momento crítico» y recita un grupo de poemas con su personal estilo, que conmueve a los presentes.

Además, sus versos comienzan a ser imprescindibles en actos literarios, que tuvieran como centro la poesía regional. Claude Couffon, secretario del grupo France-Poesie, organiza en París a comienzos de 1952 una Velada de Poesía Extremeña, presentada por Luis Ibarra, poeta y agregado cultural de la embajada de Nicaragua, en la que se leen poemas de Valhondo, junto a otros de Rodríguez Perera, Terrón Albarrán, Manuel Monterrey, Manuel Pacheco, Eugenio Frutos, Díaz de Entresotos y Álvarez Lencero.

Este interés por su persona y su poesía será característico a lo largo de la década de los años 50, en la que Valhondo amplía el círculo de sus relaciones literarias. Recibe opiniones de personas de diversas procedencias, que coinciden en el descubrimiento de un estilo poético personal en su poesía, valorada unánime y positivamente por la crítica desde el primer momento de darla a conocer. Aumenta considerablemente su producción poética a cuatro libros de poesía, un poema extenso y un libro de relatos, animado por los comentarios alentadores. Establece por carta una amplia relación con escritores y sigue conectando a otros que no conocía personalmente.

Mientras, como sigue con su propósito de publicar La esquina y el viento, dirige su atención a Santander y entra en contacto con José Hierro y su grupo poético. En febrero de 1952, Hierro, que dirigía junto a Víctor F. Corugedo y Aurelio G. Cantalapiedra la Colección Tito hombre de la capital cántabra, le anuncia que le va a publicar La esquina y el viento, pero le advertía que en una edición más reducida que la enviada.

Por fin, en noviembre de 1952, La esquina y el viento ve la luz en la imprenta de los hermanos Bedia, editores que animaron durante muchos años el ambiente cultural en Santander. De este libro se hicieron dos presentaciones: una en formato folio y, otra, en tamaño cuartilla. El libro lleva el número 11 de la Colección y tuvo una tirada mayor que la de los libros editados anteriormente, porque el último libro publicado por Tito hombre fue uno de Cernuda y lo secuestró la censura. Los editores, con el permiso de Valhondo, aumentaron la tirada para poder compensar con los ingresos extras la pérdida sufrida con el libro secuestrado, que había puesto a la Colección en un aprieto económico.

En La esquina y el viento, Valhondo comienza a sentir el fracaso de su búsqueda de Dios y a conocer que la imperfección de la condición humana lo hace depender excesivamente del tiempo y la muerte contra los que advierte no tiene fuerza física ni espiritual que oponer. De ahí que muestre una patente inseguridad anímica, cuando trata de calmar sus intranquilidades, que ahora comienzan a angustiarlo sobremanera.

Valhondo envía el libro a sus amigos y conocidos de toda España e Hispanoamérica. Las críticas insistieron en destacar el singular estilo de su autor, que es calificado de sencillo, transparente, verdadero y sentido. Como ejemplo transcribimos las opiniones, que Valhondo recibió por carta, de Jacinto López Gorgé: «tu filiación de poeta sencillo, limpio de fáciles retóricas y de cubiletes rítmicos. Y limpio, también, de complejos conceptuales y de complicaciones ideológicas». De Enrique Pérez-Comendador: «Los poetas como usted cantan su canción con pureza. Esta es la mejor manera de hacer poesía, arte…». Y de Gabriel Celaya: «tu nuevo libro me ha gustado mucho. Está en la misma línea de El año cero y, aparte de lo que tiene de importante el comprobar que tú tienes eso que llaman una ‘voz personal’, a mí este tipo de poesía me encanta».

Alarcos Llorach, Lázaro Carreter y Pedro Caba son algunos de los autores de otros elogios que, por su prestigio, están fuera de toda parcialidad. Este hecho nos lleva a afirmar que Valhondo ya tiene el reconocimiento que deseaba de críticos de renombre, sin necesidad de residir en Madrid y sin haber ganado un premio importante en un concurso oficial.

El éxito de La esquina y el viento produce beneficios inmediatos para su autor, pues le aceptan poemas en publicaciones literarias importantes de Madrid como la revista Índice que, en su primer número, publica el poema «Después de la tormenta» de su libro recientemente editado, o Poesía española, que destaca el soneto «Día de otoño», publicado a Valhondo en el número 2 de la revista Gévora de Badajoz.

Animado por la excelente acogida de sus poemas en Madrid, amplía sus horizontes provincianos visitando la capital, donde conocerá personalmente el ambiente poético, las tendencias líricas vigentes y a poetas de la talla de Gerardo Diego, con el que congeniará.

 

Yo soy el otoño

En 1953, Jesús Delgado Valhondo aumenta su actividad creadora y publica en el número 5 de los Cuadernos Alcántara102, su primer libro de cuentos, titulado Yo soy el otoño, que incluye varias narraciones cortas: «Yo soy el otoño» (que da título al libro), «Como pasamos la noche bajo el sueño», «Mañana vieja», «Mi suicidio», «La vida en los muebles», «El viajante» y «El matón».

Estos relatos se encuentran precedidos por un prólogo, cuyo autor anónimo (¿José Canal?) titula «Poemas con ‘carne’ «, refiriéndose a la enjundia de lo que Valhondo cuenta, pues advierte que no se trata de simples relatos, sino de una mezcla mitad prosa mitad poesía, ligada con detalles de buen narrador lírico. Es decir, la misma característica que ya destacamos en sus primeros artículos periodísticos y que Valhondo convertirá, con el paso del tiempo, en característica personal de su prosa: «A este ramillete de narraciones les ha dado forma de cuento porque van en prosa, están dialogados y tienen argumento. Salvando los dos primeros aspectos, quedan, el lector se convencerá de ello, poemas».

Practicante en Medicina y Cirugía

La capacidad de trabajo y el espíritu hiperactivo de Jesús Delgado Valhondo, que atiende a cualquier actividad cultural interesante, lo llevan a comenzar en septiembre de 1953 por libre el segundo curso de practicante en Medicina y Cirugía, que aprueba en Cádiz porque desde Zarza de Alange había menos distancia a la ciudad gaditana que a la salmantina, donde aprobó el primer curso.

Además, Cádiz era una ciudad en la que tenía amistades y relaciones literarias desde que, en 1950, el poeta Julio Mariscal Montes, director de la revista Platero, lo invitara a participar en ella. En sus viajes de estudios a Cádiz, Valhondo afianza su relación literaria con el Grupo Platero y traba amistad con Fernando Quiñones, Sordo Lamadrid, Carlos Edmundo Ory, Pilar Paz y José María Pemán, con los que conversaba de literatura durante sus estancias en la capital gaditana.

Obtenido el título de practicante en Medicina y Cirugía, Valhondo ejerce en Zarza de Alange esta segunda profesión, que lo mantiene muy cerca del dolor de la gente sencilla. Esta cercanía al sufrimiento humano influirá negativamente en su carácter melancólico y, positivamente, en su sentir poético, pues su lírica progresivamente se irá llenando de una mayor trascendencia, cuando compruebe día a día la fragilidad del ser humano, que ahora vive y siente con demasiada frecuencia en sus semejantes al pie de la cama de un moribundo o de una madre que sufre por su hijo enfermo o de un niño huérfano.

No obstante, Valhondo confesaba abiertamente que en un principio estudió esta profesión por dos razones: una, por no poder continuar sus estudios de Farmacia y ser una especialidad cercana y, otra, porque se ganaba lo suficiente para compensar el sueldo mísero de los maestros de entonces: «Hay pobres de siempre; por ejemplo, el maestro de escuela. Da pena y grima de estos pobres así. No merece la pena hablar de ellos»103.

Pero, enseguida, su sentido trascendente de la existencia convirtió esta profesión en una especie de labor humanitaria, espiritual y social, a través de la que se acercaba al ser humano, encontraba a Dios en sus criaturas y ayudaba a mitigar el dolor ajeno y propio, compartiéndolo con los demás. Hasta tal punto sintió el sufrimiento humano en sí mismo que llegó un momento en que este trabajo se le hizo insufrible y lo dejó. La causa fue un niño de seis años al que vio morir de leucemia sin poder hacer nada por él. También la escasa valoración social de la labor del practicante fue otro motivo por el que abandona la profesión con un cierto resentimiento104.

Nunca más volvió a ejercer profesionalmente este oficio que, por el contacto con el sufrimiento humano, influyó en su carácter, en su concepción vital y en su poesía, que se va llenando de sutiles y agudos lamentos. Ésta es la razón de que la mediocridad de la vida pueblerina y la contemplación continua de la imperfección humana sean la base temática del libro, La muerte de momento, que escribe por estas fechas.

Sin embargo, no desaprovecha la oportunidad de participar en numerosas actividades literarias. Imparte una conferencia titulada «Génesis y síntesis del poema» en el Liceo de Mérida, presentado por Santos Díaz Santillana. Publica el poema “Aljibe” en la página poética del periódico Hoy (Badajoz), que celebra la llegada de la primavera. Interviene en otra página poética del mismo diario, dedicada a los poetas emeritenses, con el soneto «Fecundidad». Y, también, edita en revistas como Poesía española (Madrid), Arcilla y pájaro y Anaconda (Cáceres), Mérida (semanario de esta ciudad), Estría (Roma), Platero (Arcos de la Frontera) y Dabo (Palma de Mallorca).

 

Elogios de Juan Ramón Jiménez

En 1954, le sucede un hecho especialmente significativo: Recibe carta de Juan Ramón Jiménez, que elogia sus poemas de La esquina y el viento y su poesía personal:

«Mi querido Jesús Delgado Valhondo:

     Gracias, poeta, por su libro ‘La esquina y el viento’, que me ha retenido mucho.

     Un libro tan naturalmente escrito y con la misma hondura diaria conque jira la rueda de un carro por un camino o como entra y sale el agua como aceña de un molino, carro y agua que hacen su faena cotidiana tan cumplidamente, es un regalo para mí. Esa manera de decir su vida, me satisface; esa tensión como sin usted quererla ni saberla, a fuerza de ser corriente; igual que mirar o como oír su hondura.

     Que llegue usted en su dar diario a donde puede. No lo evite usted.

     Su amigo».

      Firma [Juan Ramón Jiménez] 105

La impresión que causa este detalle en el ánimo de Jesús Delgado Valhondo tuvo un efecto no sólo práctico sino también espiritual: «Envié mis libros a Juan Ramón, La esquina y el viento, y me contestó con una carta que es como uno de sus mejores poemas». Para Pedro Caba este hecho suponía comprobar el pobre estado moral de la intelectualidad de aquella época, que no había querido reconocer en Valhondo las virtudes líricas descubiertas ahora por el Nobel: «Me duele y me ha complacido mucho que Juan Ramón tenga ese concepto de tus poemas. Pero me duele porque esto es el país de los desconocidos. No porque no nos conozcamos, sino porque hacemos todo lo posible por desconocernos unos a otros. Te merecías un lugar mucho más elevado públicamente en la poesía española».

Varios años más tarde, Ricardo Gullón citará los comentarios elogiosos, que escuchó a Juan Ramón sobre Valhondo, en sus conversaciones con el poeta de Moguer: «Aquí traigo, un libro, La esquina y el viento, de Jesús Delgado Valhondo nutrido de la mejor poesía moderna»106. No será el único comentario de Juan Ramón sobre la poesía de Valhondo, pues Gullón recuerda en el prólogo de los Sonetos espirituales del Nobel haberle oído decir que apreciaba su lírica: «[…] Juan Ramón elogiaba en la intimidad poemas de Gerardo Diego y José Hierro, de Unamuno y de poetas menos conocidos, como Pilar Paz [del grupo gaditano Platero] o Jesús Delgado Valhondo, de quienes me leyó versos muy hermosos»107.

Este reconocimiento supuso para Valhondo un aumento de su prestigio y un gran aliento moral, pues fue decisivo para sentirse seguro de su capacidad lírica: «No me atrevía a utilizar la palabra ‘poeta’ hasta que me lo dijo Juan Ramón Jiménez; entonces comencé a darme ánimos y garantías»108. Y, además, para experimentar una enorme satisfacción personal y una sólida seguridad en sí mismo: «Esto, Fernando, me ha llenado de una gran satisfacción […] Me parece que cada vez estoy más hecho, más maduro. Más seguro de mí».

Ante este hecho, se puede pensar que la pasión de Valhondo por la poesía de Juan Ramón proceda de este momento, pero no es así pues su atracción le viene de muchos años antes, como podremos comprobar en Canciúnculas y Pulsaciones.

 

La muerte de momento

Paralelamente a este acontecimiento de su experiencia poética, Jesús Delgado Valhondo intenta publicar su siguiente libro de poemas La muerte de momento. El proceso comienza a principios de 1953, cuando pasa por su mente la idea de crear una colección poética, no sólo para aliviar su problema, pues presentía que le iba a resultar difícil editar su nuevo libro, sino también el de otros poetas que sufrían su misma penuria. Pero, finalmente, no conseguirá llevar a cabo su proyecto.

Por esta razón, llama a la puerta de La isla de los ratones después de consultarlo con Gabriel Celaya, quien le dio buena referencia y opinión sobre la revista y su director, pero la publicación no se llevó a cabo por el mismo problema que existía en las Colecciones de aquella época: había que esperar mucho. Un mes después, intenta la edición en Dabo, revista de Palma de Mallorca, y se pone en contacto con su director, Rafael Jaume, quien le envía los requisitos exigidos para publicar, pero no le interesan y continúa buscando mejores condiciones para publicar su libro.

Seguidamente, trata con Rafael Millán, director de la Colección Neblí de Madrid, que se alegra de la propuesta y le remite las condiciones, no sin antes advertirle que el libro tardaría en salir, porque tenía compromisos anteriores. Ante estas perspectivas, Valhondo prepara para publicar un libro distinto en Alor (Badajoz), Hombre entre tierra y mar, del que no volveremos a tener noticias. La espera se le hace interminable y, en enero de 1955, ofrece su libro a Jacinto López Gorgé, director de la Colección Mirto y laurel de Madrid, pero también le contesta que tiene que esperarse.

Por entonces, Manuel Monterrey y Luis Álvarez Lencero, que editaban en Badajoz la revista Gévora donde Valhondo había publicado ya varios poemas, le venían insistiendo en que editara un poemario en ella para darle renombre. Ante esta propuesta, cansado de intentar la publicación del libro, les envía en junio de 1955 los originales de La muerte de momento, que es publicado inmediatamente en el nº 32 de Gévora el 31 de junio de 1955.

La muerte de momento es una radiografía lírica de su estado espiritual en un día cualquiera de su vida en Zarza de Alange, donde el aislamiento lo hace ahondar tristemente en su soledad y en su imperfección y tomar conciencia de sus semejantes, cuando advierte que el problema no comienza y termina en él mismo, sino también en otros seres cercanos como su familia y sus vecinos, que también sufren igual que él los embates del tiempo y las circunstancias de una vida sin horizontes, acosados por el dolor y la muerte.

A pesar del sentimiento tan sincero y conmovedor, que Jesús Delgado Valhondo vierte en su nuevo libro, recibió escasas opiniones de él por la corta tirada de Gévora, que se situaba en torno a los 150 ejemplares, y su pobre presentación a ciclostil. Ambas causas contribuyeron a que el libro se difundiera insuficientemente y, también, a que disminuyera la valoración y el interés de los críticos por comentarlo.

Paralelamente, Valhondo continúa sus relaciones literarias, publicando en las revistas Malvarrosa (Valencia), Alor y Gévora (Badajoz), Poesía española (Madrid) y Rumbos (Barcelona). Además es incluido, por primera vez, en la Historia y antología de la poesía española, dirigida por Federico Carlos Sainz de Robles, que volverá a contar con él en las sucesivas ediciones de esta obra.

También, el diario regional Hoy (Badajoz), donde venía participando desde que conectó con los escritores de Badajoz en la II Asamblea de Estudios Extremeños, le publica otras colaboraciones, que le servirán de base para entablar estrechas relaciones con el periódico cuando se traslade a Badajoz años más tarde, y la dirección le ofrezca llevar una página literaria, que mantendrá durante años con una perseverancia digna de elogio. También colabora en el semanario Mérida de esta ciudad, como corresponsal de Zarza de Alange y con una especie de greguerías tituladas «Llamas de candil»: «Aquellos álamos hacían bolillos». «Las hojas del eucalipto son navajas sin madurar». «El gallo es monárquico, va dejando en sus huellas flores de lis».

 

El «Canto a Extremadura»

A comienzos de 1956, sorprende el entusiasmo que irradia Jesús Delgado Valhondo cuando habla de Extremadura, sus gentes y sus campos109. La euforia, que vive en esta época, se debe en buena medida a la realización del Plan Badajoz, que transforma las tierras secas de las orillas del Guadiana en productivas y lo llevan a imaginar un horizonte repleto de esperanza para su atrasada región e, incluso, a detectar un resurgimiento cultural que, para él, está transformando también el espíritu y la dignidad de los extremeños110.

Nunca antes vimos ni veremos después a Valhondo con un estado de ánimo tan optimista. La razón de este talante era que el ambiente, vivido por Extremadura en aquel momento, encajaba a la perfección con el espíritu apasionado y solidario de un extremeño de corazón como él. Así, cuando observó el progreso de los extremeños, se sintió animado porque notaba en los otros y en él mismo que, a pesar de los pesares, siempre quedaba la esperanza de un mundo mejor, en el que Extremadura, una región secularmente atrasada, tenía la oportunidad de regenerarse como demostraba la transformación física que se había producido en el paisaje extremeño de las márgenes del Guadiana.

Será por estas fechas (1956), cuando la relación con Badajoz llega a su punto culminante: Valhondo consigue el Premio de los Juegos Florales, organizados por el Ayuntamiento de  la capital pacense con motivo de las Ferias y Fiestas de San Juan, con un extenso poema titulado «Canto a Extremadura», que será publicado a mediados del año en el Hoy con el título de «Cantando a Extremadura. Cielo y tierra».

El «Canto a Extremadura» es la descripción lírica de la visión espiritual, mística y mítica, que tiene el poeta de su tierra, de su paisaje y de sus gentes, expresada en un estilo sentimental e impetuoso (aunque equilibrado), una lengua transparente y directa y un cálido tono épico, que hacen ágiles los largos alejandrinos, cercanos los insistentes serventesios y creíbles los sentimientos, que expresa el poeta de una forma subjetiva.

El «Canto» es, por tanto, el resultado de una etapa animosa por la que atraviesa Valhondo, cuando observa la transformación de su tierra y de su gente, que trae agua a las resecas riberas del Guadiana y vida a los espíritus de los seres que la pueblan. De ahí que, sobre todo, en los últimos poemas, aparezca un poeta nuevo, desconocido, entusiasta y eufórico, que se ha desprendido momentáneamente de su pesada carga de preocupaciones.

Valhondo es otro en el «Canto a Extremadura»; es un ser vitalista, que siente la dignidad y el orgullo de ser extremeño, de tener un pasado cuyas raíces se hunden en la historia de los tiempos y en una profunda tradición guerrero-religiosa y de vivir en Extremadura a la que augura un futuro esperanzador, oxigenado su espíritu con el aire cálido de su tierra y de su historia y con un horizonte repleto de agua abundante y trabajo.

El premio de los Juegos Florales y el homenaje que se le dedicó posteriormente  resultaron una gratificante experiencia para Valhondo aunque, paradójicamente, también le produjo el efecto contrario, porque este tipo de acontecimientos dejaban en su mente la nostalgia de un tiempo vivido y, por tanto, irrecuperable. De tal forma que, inmediatamente, pasaban a engrosar sus recuerdos y su melancolía junto a otras experiencias negativas, que se juntaban aumentando su tristeza hasta el punto de convertirla en angustia: «De vez en cuando abro el libro mágico que estoy escribiendo en el cerebro y me pongo a leer. El cerebro tiene una parte donde se escribe día a día, página a página, nuestra novela, nuestra historia, a tinta de sangre y a pluma de tiempo. A costa de vida»111. Así su poesía, después del “Canto”, volverá a llenarse del melancólico y angustioso desencanto con el que va escribiendo el libro de su vida.

 

Curso de verano en Santander. La montaña

En el verano de 1956, Jesús Delgado Valhondo asiste a un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander con una beca del Ministerio de Educación y Ciencia. Allí conoce y traba amistad con Alarcos Llorach, José Hierro, Lázaro Carreter y Adolfo Muñoz Alonso, catedrático de Filosofía y director del Curso, que se tituló «III Conversaciones sobre Educación Primaria. Educación y Didáctica» y fue organizado por el Servicio Español del Magisterio con ponencias como las tituladas «La historia como pedagogía de Dios», «Didáctica de las matemáticas», «Trastornos de audición y lenguaje» y «Las técnicas al servicio de la formación humana».

Este viaje a Santander y la experiencia universitaria resultante fue para Valhondo muy agradable y formativa, porque conoció a personas de la categoría intelectual de los mencionados, recibió consejos líricos, cultivó la amistad y la dialéctica y amplió relaciones humanas y literarias.

Además, producto de este viaje y de su comunión con el paisaje montañés será su libro de poemas La montaña: «Casi un libro tengo de versos a Santander. Estuve en los Picos de Europa, en las Cuevas de Altamira, en Santillana del mar. Vi al inquisidor Corro, hecho ya alabastro, leyendo. Besé en Santo Toribio de Liébana un trozo de la cruz del Señor. Deshice un poco de mi vida al meterme por el desfiladero de la Hermida. Y vi rodar mi alma al asomarme al mirador de ‘El Cable’, donde sentí el vértigo más tremendo que he padecido»112.

La actividad de Valhondo no decae y, en enero de 1957, tiene ya escrito La montaña. Enseguida los hermanos Bedia de Santander, entusiastas impresores con los que había entrado en contacto años antes cuando le publicaron La esquina y el viento, emprenden la tarea de imprimir este libro.

Tal rapidez, que demostraba las buenas relaciones entabladas en la capital cántabra por Valhondo y el interés despertado por su poesía, lo satisface sobremanera pues comprueba con hechos cómo sus esfuerzos de años le estaban produciendo frutos. No obstante, la satisfacción por este acontecimiento, espiritualmente no le calman la angustia sufrida en la montaña santanderina, que se agrava ahora con la sensación de claustrofobia, que siente en el aislamiento del pueblecito pacense.

El 1 de abril de 1957 es editada La montaña en el número 2 de la colección La cigarra. El libro está dedicado a Adolfo Muñoz Alonso y, muchos de los poemas, a personas que conoció el autor en su estancia santanderina. El poemario lleva dos dibujos de Ricardo Zamorano: uno representa la Montaña y, otro, el lugar donde se encuentra enterrado el inquisidor Corro.

La montaña es un ejemplo del enfoque espiritual con que Valhondo impregnaba sus vivencias cotidianas. Así una experiencia docente se traduce en un libro de poemas, que nos muestra la intensa vida emocional y el sentido trascendente y religioso con que impregnaba cualquier acto de su vida. De ahí que, aparte de sus gratas y animosas charlas sobre la poesía y el hecho poético, su estancia en Santander afectara a su espíritu y la hiciera coincidir con su evolución anímica y poética.

Por este motivo su visión de La montaña no se quedó en una mera contemplación plástica, sino que la tradujo en una experiencia espiritual, que constituye el cénit de su concepción religiosa y trascendente de la vida y el mundo, pues creyó que allí iba a producirse el anhelado encuentro con Dios. Pero, sin embargo, Éste sólo le muestra su tremendo poder a través de la fuerza poderosa de su obra, que impresiona negativamente al poeta de tal manera que el impacto emocional sufrido en su experiencia cántabra divide su obra poética en un antes esperanzado y un después angustioso.

 

Cansancio del pueblo. Deseos de ciudad. Primeras noticias sobre Aurora. Amor. Domingo

Poco después de la edición de La montaña, Jesús Delgado Valhondo tiene preparado un libro inédito que, en un principio tituló «Ciudades» y posteriormente «Abriendo mi ventana», y otro bastante adelantado, que pensaba titular «Pequeña angustia». Animado por el éxito y, sobre todo, por la rapidez con que le habían editado La montaña, se decide a publicar el primero de ellos. Pero de nuevo va a saborear la amargura de las dificultades insalvables cuando reciba una respuesta negativa de Adonais, que le va a afectar hasta el punto de considerarse un fracasado por tener dos libros sin publicar y estar, según declaró, «en un pueblo rompiéndome el alma a tropezones. Y con la boca amarga».

Sin embargo, su atracción por la poesía no decae: «Sigo con la ‘enfermedad’ poética. Es que el placer de hacer un poema que te llegue a gustar aunque sea momentáneamente -no digamos si consigues que dure algo- no tiene en la vida par»113. Ni tampoco baja la intensidad de su actividad literaria ni de sus relaciones: publica artículos en el Hoy; piensa pasar a limpio la novela, que hace años tiene escrita, y comenzar otra «que necesito escribir»; la Asociación Española de Practicantes Escritores y Artistas le ofrecen la representación de ella en la provincia, atraída por su prestigio como poeta, y publica en revistas como Pleamar (Vizcaya), Ayer (Jerez de la Frontera), Olalla (Mérida), Ágora e Índice (Madrid).

Esta hiperactividad, sin duda, supuso para Valhondo un modo de soportar los largos meses de aislamiento en Zarza de Alange: «No salgo de aquí hace la friolera de cuatro o cinco meses», le confiesa a un amigo. Este aislamiento, cada vez más insoportable, aumenta por hechos que demuestran una doble preocupación por su obra lírica y la cultura de su región: no se encuentra conforme con la selección que le hacen de sus poemas de La montaña, en la antología de Aguilar. Ni tampoco está de acuerdo con el Presidente de la Diputación cacereña, que prometió reactivar Alcántara y, sin embargo, la revista languidece. También se queja de la Academia extremeña y de los mecenas, a los que califica de «mecenas de borregos, de encinas, de guardas jurados».

Sin embargo, recibe la medalla de la Orden de Alfonso X El sabio; pronuncia una conferencia titulada «El poeta frente a su obra»; participa junto a sus amigos pacenses en la página poética del Hoy, que conmemoraba la llegada de la primavera; publica poemas en Olalla (Mérida) e interviene en las I Conversaciones Nacionales sobre Educación Primaria con una ponencia titulada «Política y educación», en la que resalta que la mejor política educativa es la que incita al niño a conocer su pueblo, su historia y su paisaje para que los ame.

 

La Campaña de Educación Fundamental

Animado por Antonio Zoido, a mediados de 1958, Jesús Delgado Valhondo participa en la Campaña de Educación Fundamental, organizada por la Dirección General de Enseñanza Primaria y la Junta Nacional contra el Analfabetismo en la Siberia Extremeña, zona deprimida del noreste de la provincia de Badajoz. Este proyecto  pretendía llevar información y cultura a zonas alejadas de los focos más activos. Valhondo interviene en recitales y charlas sobre la poesía y el libro114 junto a Luis Álvarez Lencero, Manuel Pacheco, Juan José Poblador y el mismo Zoido.

La influencia de la poesía en la gente sencilla y ruda del campo, según Valhondo, fue extraordinaria y, por ese motivo, se sintió contento con su participación al comprobar que los poetas habían conseguido establecer fácilmente comunicación con los sentimientos de personas que representaban al hombre cotidiano, el mismo que había convertido en el protagonista de su obra poética. Además, había comprobado en la atracción que aquella gente mostró por la expresión lírica que la poesía cumplía una función social «Me ha gustado esa ‘excursión’ mía en la Campaña de Educación Fundamental. Es verdad eso de que los poetas mueven a los pueblos». No obstante, siente una profunda tristeza, cuando comprueba que, a pesar de su buena voluntad y su desinterés por destacar y sacar provecho a su participación en la Campaña, hay gente que lo critica; tanto le afectaron estas opiniones adversas que llegó a pensar en irse de Extremadura.

La Campaña tuvo un medio de difusión escrito, que fue la revista Jara, subtitulada «Órgano de la Campaña de Educación Fundamental en la zona Montes-Siruela». Sólo se editaron uno o dos números de esta publicación circunstancial. El director de Jara fue Antonio Zoido y el subdirector, Jesús Delgado Valhondo, que publica en el número 1 el poema «Jaras» donde explica líricamente el origen de las manchas rojas de la flores de esta planta, que las atribuye a la sangre de Cristo.

 

Viajes a Madrid y Salamanca

En el verano de 1958, visita Madrid y se relaciona con personalidades de las letras del momento, que había conocido en viajes anteriores. También en esta ocasión la experiencia le resultó muy gratificante por el trato que le dispensaron: «Los del Gijón se portaron bien conmigo. Todos, Gerardo [Diego] -tenía notas mías, se las sabía, sin esperarme-. Había surgido la conversación de mi persona el día anterior con motivo de que García Nieto había dado a José J. Manrique de Lara mi libro ‘La montaña’ para criticarlo en ‘Poesía Española’. […] Me trataron admirablemente».

Pocos meses después se encuentra de nuevo en la capital, para intervenir en las Veladas Artísticas del Colegio de Practicantes. Valhondo, que fue presentado por Pedro Caba, disertó sobre el tema «El poeta ante su obra» y realizó un repaso de su obra poética intercalando comentarios y poemas con tal sinceridad, que llamó la atención por «su carácter exaltadamente poético». También aprovecha este viaje para relacionarse con el mundillo literario, intervenir en el Día de la Poesía de la Semana del Hogar Extremeño y dejar una colaboración poética en Arriba, que le será publicada más tarde.

Posteriormente, fue invitado a intervenir en un recital poético en la Universidad de Salamanca, junto a Manuel Pacheco. Los presentó Lázaro Carreter, que era su amigo desde que se conocieron y congeniaron en el Curso de verano de la Universidad de Santander. Mientras tanto, Valhondo mantiene vivas las relaciones con los escritores de la capital pacense, entre los que tiene grandes amigos (Navlet, Zoido, Cansinos, Poblador, Pacheco) y con el periódico Hoy en el que continúa publicando artículos. Tampoco olvida a sus amigos de Cáceres con los que continúa interviniendo en actividades literarias115.

No obstante, a comienzos de 1959, todavía sigue intentando publicar su nuevo libro de poemas (que ya ha decidido titular Aurora. Amor. Domingo), ahora en la Colección que dirige Mario Ángel Marrodán en Bilbao: «Son para 100 ejs. unas 1000 pts., para 200 ejs. […] unas 1750 pts. y para 300 unas 2000 ptas. […] el libro además podrá estar hecho en muy poco tiempo […]. Estoy deseando conocer tu Aurora. Amor. Domingo […]»116. Pero finalmente, Valhondo no publicó su libro en ella, a pesar de la buena predisposición del editor bilbaíno.

 

Claustrofobia pueblerina

Por estas fechas, Valhondo lleva viviendo 25 años en pueblecitos y se encuentra muy cansado de su vida anodina y sin horizontes117. De ahí que piense pedir traslado a Don Benito o Almendralejo, pero Antonio Zoido, inspector de Enseñanza Primaria en Badajoz, le recomienda que lo solicite a la capital.

La urgencia de salir del pueblo, por esta época, es patente en Valhondo, que realiza alabanzas destacando la actividad de la ciudad frente al aislamiento de la vida en el pueblo, al que le reconoce que tiene el campo en la puerta y paz para la meditación a través de la que se encuentra el hombre a sí mismo, pero muestra su preferencia por la ciudad a la que imagina idealmente en sus anhelantes deseos de vivir en ella118. Su siguiente libro, Aurora. Amor. Domingo, recogerá en su primera parte este urgente deseo, que se hace más necesario cuando Valhondo sienta la indiferencia de la gente y de la Administración ante la importante labor del practicante y del maestro y su triste situación económica119.

 

«Jaula del Atardecer»

Un sobresalto familiar viene a aumentar la angustia, que ya siente por la necesidad de trasladarse: su hijo Fernando, mientras realizaba el servicio militar, sufre una perforación de estómago, que lo pone al borde de la muerte durante cinco meses. Valhondo, que pasa todo el tiempo al lado de la cama de su hijo, de nuevo volverá a experimentar la amargura de la enfermedad y la proximidad de la muerte, aunque esta vez de una forma más cercana y angustiosa.

Fernando estuvo ingresado en el hospital militar de Badajoz, que se encuentra en la zona alta de la parte antigua de la ciudad, adonde se llegaba atravesando el barrio de las prostitutas. Valhondo solía ir a una taberna instalada en una antigua iglesia, que frecuentaban estas mujeres con las que congenió humanamente, pues él les contaba sus pesares y ellas se compadecían de su triste situación.

Con el paso del tiempo, cuando caminaba por la calle hacia el hospital, las prostitutas desde las ventanas o en las puertas de sus casas le preguntaban: «¡Don Jesús, ¿cómo se encuentra su hijo?!» y él, agradecido, con el carácter abierto y la honda voz que le caracterizaba, contestaba amablemente: » ‘¡Mejor, muchas gracias!’ «, mientras subía renqueando la empinada cuesta que llevaba al centro hospitalario. Desde siempre, Valhondo había sentido por estas mujeres un respeto que se acentuará con esta entrañable experiencia, origen de la cuarta parte de Los anónimos del coro, titulada «Jaula de Atardecer», donde reivindica la dignidad y el valor humano de estas mujeres, tradicionalmente rechazadas como personas con vicios y sin sentimientos.

Durante esta temporada, Valhondo no estuvo solo pues recibió el apoyo de sus amigos poetas de Badajoz, que fueron a acompañarlo en muchas ocasiones y, cuando la tensión del momento lo permitía, lo informaban sobre hechos culturales y hablaban de lo que cada uno estaba escribiendo o proyectaban actividades conjuntas120. Esto, sin duda, le sirvió de un gran apoyo moral, aunque no evitó que este hecho angustioso agrandara la brecha que en su alma había abierto desde hacía tiempo el dolor y la melancolía ante esta nueva prueba de la fragilidad del ser humano.

A pesar de estas circunstancias tan dolorosas, Valhondo no cede en su actividad y ofrece un recital en Madrid, presentado por Pedro Caba, que resulta un éxito. La mezcla de comentarios sobre su vida y su poesía con textos recitados sentida y hondamente consiguió, como era normal en sus intervenciones públicas, contagiar a los espectadores por su emoción sincera y espontánea, que resultó muy gratificante para el público madrileño.

También publica en la revista Euterpe de San Martín (Buenos Aires), por medio de Manuel Pacheco, en Ritmo de Madrid y en Rocamador de Palencia, revista dirigida por el farmacéutico y poeta José María Fernández Nieto que inicia con Valhondo una rica y larga relación a través de una extensa correspondencia, que culminará con la edición de uno de sus libros de poemas. Además, tenemos noticias de que, por estas fechas, publicó en el Hoy un cuento titulado «Las voces del pozo».

 

Nuevos intentos para publicar Aurora. Amor. Domingo

Todavía, en diciembre de 1959, sigue intentando publicar su Aurora. Amor. Domingo y se siente desorientado, porque no sabe qué suerte correrá el libro: «No sé si publicaré en Badajoz mi libro ‘Aurora. Amor. Domingo'[…] si no se publicara allí -tengo mala suerte en nuestra tierra = ¿recuerdas lo que me ocurrió con ‘La esquina y el viento’? = por no sé qué maleficio lo enviaré a otro sitio».

Estaba con esta duda cuando es animado por Juan Fernández Figueroa a que intente su publicación en Índice. Entonces decide preparar una recopilación de sus versos, que titula Primera antología, donde incluirá su Aurora. Amor. Domingo, cansado ante la imposibilidad de publicarlo por separado, pues Índice no le responde.

No obstante, a pesar de la dificultad que Valhondo tiene para publicar, consigue por otros medios difundir su poesía: Jorge Campos lo incluye en su antología Diez siglos de poesía española121 y José Manuel Blecua le ofrece que forme parte del Archivo de la poesía española122. Ante estas propuestas, Valhondo se anima, decide ampliar sus horizontes nacionales y entra en contacto con la literatura europea a través del Comité D’ écrivains et Editeurs pour une entr’aide européenne con sede en París.

Pero, la realidad de nuevo volverá a sobrecoger su ánimo, pues su hijo Fernando sufre una recaída y necesita ser operado en varias ocasiones. Más tarde, el joven recobra la salud, pero los momentos de dolor y angustia vividos ante el hijo enfermo, dejaron una profunda huella en el espíritu herido de Valhondo, que cada vez siente más el peso de la existencia como se detecta en el desencanto progresivo de los poemas escritos en esta época. Esta nueva experiencia negativa, sin embargo, se incorporará a su poesía en forma de sentir verdadero y humanísimo, que es apreciado por quienes la siguen de cerca123.

Mientras tanto, continúa intentando publicar su Aurora. Amor. Domingo y envía un poemario con el título de «Una ciudad cualquiera» al Premio Marina de Pontevedra, en el que resulta finalista124, pero recibe el resultado como otro fracaso más, aunque es consciente de que este tipo de percances lo hacen ser más sentido: «Cayendo aquí y allá y levantándome cada día más cansado y más ‘poeta’ para colmo de mis males», le dice a su amigo Fernando Bravo convirtiendo en trascendente este suceso negativo de su vida cotidiana.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1960 A 1969

En esta década continúa la distensión, iniciada en la década anterior, entre las dos potencias. La clase media se afianza, debido principalmente a un aumento salarial y a mejoras asistenciales. Occidente entra en la sociedad de consumo.

España nota también esta nueva situación y experimenta un fuerte crecimiento por la entrada masiva de capital extranjero. Se llega al pleno empleo y nuestro país se sitúa entre los primeros países industrializados de Europa. Además se realizan numerosas obras públicas, aumenta el turismo y se produce un cambio de mentalidad.

En Europa, el progreso material sin embargo trae consigo la degradación de la calidad de vida (masificación, materialismo …) y la aparición de movimientos marginales de protesta (hippie) y de posturas revolucionarias, que quieren imponer violentamente un cambio radical (el mayo del 69 francés). Estos hechos, en España, se manifiestan en la adopción de una mayor actitud crítica con reivindicaciones sociales, laborales y culturales y la creación de sindicatos clandestinos como Comisiones Obreras. La oposición al régimen aumenta provocando desórdenes y la aparición de problemas, que se harán endémicos, como el terrorismo en el País Vasco (en 1968 ETA radicaliza su postura y comente su primer asesinato). Mientras tanto, en 1969, el príncipe Juan Carlos es nombrado sucesor de la corona española.

En esta década, aparece la Generación del 60, producto de cansancio del Realismo social. El hecho generacional que afloró a los poetas de esta Generación fue el XX Aniversario de la muerte de Antonio Machado, al que rindieron homenaje en Collioure (1959).

En esta Generación, se produjo una sustitución del «nosotros» por el «yo» y, como consecuencia, una vuelta al intimismo y a temas como el fluir del tiempo, la amistad, la evocación nostálgica de la infancia, que supone un deseo de transmitir la experiencia personal, el escepticismo, la sensualidad, la marginación personal, el inconformismo o la preocupación por el ser humano universal. Se llega a una mayor elaboración del lenguaje y a indagar en la poesía por medio de la misma poesía (metapoesía).

En la amplia nómina de poetas representativos de la Generación del 60, nacidos entre 1924 y 1938, se encuentran José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, José Ángel Valente, Carlos Barral, Eladio Cabañero, Jaime Gil de Biedma, Carlos Murciano, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún, Francisco Brines, Ángel Crespo y Mariano Roldán. A esta Generación están adscritos por edad los poetas extremeños José Mª Valverde, Félix Grande, Alfonso Albalá, Francisco Cañamero, Luis Álvarez Lencero y Manuel Pacheco, entre otros.

En esta década, se editan un buen número de obras representativas como Que van a dar en la mar de Jorge Guillén, En castellano de Blas de Otero, Poemas a Lázaro de José Ángel Valente (1950), Sin esperanza, con convencimiento de Ángel González (1961), Que estás en la tierra de Gloria Fuertes, Desolación de la quimera de Cernuda (1962), Sobre el lugar del canto de José Ángel Valente, A la altura de las circunstancias de Jorge Guillén (1963), Que trata de España de Blas de Otero (1964), Palabra sobre palabra de Ángel González (1965), Arde el mar de Gimferrer (1966), Blanco spirituals de Félix Grande, Homenaje de Jorge Guillén (1967), Poemas de la consumación de Vicente Aleixandre (1968) y Colección particular de Gil de Biedma (1969).

En Extremadura, baja la intensidad del ambiente cultural con respecto a la década anterior. Este hecho se observa en la desaparición de las revistas surgidas en ella, excepto Gévora, que publicará hasta 1961, la Revista de estudios extremeños y Alcántara (aunque éstas no son estrictamente literarias). La activa Real Sociedad Económica de Amigos del País continúa organizando actividades, entre las que destaca la creación de un cine-club, que lleva a la ciudad películas no exhibidas por los cines comerciales y que, al final de la proyección, se comentan. La Diputación Provincial sigue publicando libros y el periódico Hoy continúa interesándose por la literatura y la poesía, que se hace en la región, y publica relatos de narradores jóvenes como Martín Tamayo, Bernardo Víctor Carande, Cándido Sanz Vera y Félix Barroso.

En 1968, la nómina de escritores extremeños, según una relación publicada por el Diario SP, está formada por Antonio Hernández Gil, Francisco Elías de Tejada, José Díaz-Ambrona, Julio Cienfuegos, Francisco Vaca, Arsenio Muñoz de la Peña, Terrón Albarrán, Eugenio Frutos, Antonio Zoido, Juan P. Vera Camacho, Luis G. Willemenot, Martínez-Mediero, Félix Grande, Félix Valverde Grimaldi, Rodríguez Perera, Valhondo, Lencero, Pacheco, Celestino Vega, Mahizflor, Javier Zoido, Mª José Sánchez Benito y Antonio Rodríguez-Moñino.

Ante esta amplia relación de escritores, dudamos que Extremadura en aquella década estuviera falta de actividad interior, como ha asegurado algún crítico. Es más lógico pensar que había muchas individualidades, pero no proyectadas fuera de la región formando una conciencia regional, sino a través de colaboraciones personales y aisladas en publicaciones nacionales, en las que era fácil encontrar, aparte de los consagrados (Félix Grande, Pedro de Lorenzo, J. M. Valverde, Valhondo, Pacheco, Lencero), a Luis Apostua, Santiago Castelo e Isabel Montejano.

También la vitalidad regional se refleja en la calidad y el número de los pintores y escultores extremeños de la época: Ortega Muñoz, Fernando de Carbajal, Juan Barjola, Eduardo Naranjo, Jaime de Jaraíz, Juan José Narbón y Massa Solís (pintores). Pérez-Comendador, Juan de Ávalos, Luis Álvarez Lencero, Justo Berjano, Diego Garrido Adama y los hermanos Tomás y Fernando Mayoral (escultores).

Obras importantes de autores extremeños, publicadas en esta década, son la Primera antología de Jesús Delgado Valhondo y Hombre de Luis Álvarez Lencero (1961), Los insonetos del otro loco de Manuel Pacheco y El último gallinero de Martínez-Mediero (1969).

 Por estas fechas nacen José María Lama (1960), Rosa María Lencero (1960), Manuel Carrapiso (1962), María José Flores (1963), Diego Doncel (1964), Inmaculada Salas (1965) y José Luis Rozas (1966).

 

Traslado a Mérida. Reencuentro con su ciudad natal

En septiembre de 1960, por concurso de traslado Jesús Delgado Valhondo se marcha a Mérida, su ciudad natal, donde toma posesión de su nueva plaza. Fija su residencia en la calle Publio Carisio de la barriada de La Argentina y se incorpora al centro público Trajano el día 15 de este mes.

Para Valhondo dejar Zarza de Alange es una liberación: había pasado 26 años en tres pueblos y estaba hastiado del ambiente mediocre, de la falta de inquietudes y de su atmósfera cargada de penuria y dolor. Éste es el motivo de que llegue a su ciudad natal con una enorme ilusión («Andar a Mérida es ir dentro del alma de Extremadura» dijo), que lo hará mantener una actividad mucho mayor que en los pueblos, pues en Mérida por estas fechas existía un activo ambiente cultural, cuyo centro se encontraba en el Liceo125.

Valhondo recordaba nítidamente sus tertulias emeritenses con personas que sentían inquietudes culturales. Entre ellas destacaban Andrés León, «químico que sabía más de Letras que de Ciencias»126, y Vicente Sos Baynat, catedrático de Ciencias Naturales y geólogo, a cuyo encuentro llegó Valhondo por su interés en conocer científicamente los orígenes de Extremadura y saber si poseía unos rasgos característicos, que la diferenciaban de las otras regiones del país127.

Valhondo recobra el ánimo en su ciudad; ahora puede escuchar y hablar, cambiar impresiones, abrigar la esperanza que surge del contacto con la gente, comunicarse y sentir intranquilidades en él y en los demás: «Tertulias, hombres con palabras en la boca, hombres que tienen algo que contarse. Hombres que se buscan en comunicaciones, aficiones, novelerías e intranquilidades. […] Hombres que se juntan, sociedad que se crea, penas y alegrías que se reparten, amigos […]»128.

Esta euforia, una vez liberada la angustia que desde hacía años oprimía su alma, lo lleva a que aumente su actividad hasta límites extenuantes. Así participa en otras actividades culturales como la I Bienal de Pintura Extremeña (idea original suya), la revista hablada Arco, conferencias, recitales poéticos (en el Liceo y en la Biblioteca Municipal), actuaciones musicales, pregón de Semana Santa (abril 1960), obras de los Festivales de teatro clásico, ciclos cinematográficos, programas de Radio, colaboraciones en la Prensa y en revistas y creación de una tertulia literaria.

A través de estas actividades, se relaciona con los intelectuales de Mérida entre los que destacaban Valverde Grimaldi, Santos Díaz Santillana, Rufino Félix Morillón, Demetrio Barrero, Tomás Rabanal Brito, Manuel Sanabria Escudero, Juan de Ávalos, Celso Galván, Francisco Baviano, Carlos María Fernández Ruano, Baldomero Díaz de Entresoto, Bolín Camacho y Alberto Oliart Saussol, con los que desde Zarza de Alange había participado en Olalla y ahora entablaba amigables charlas, que lo alejaban momentáneamente de sus intranquilidades, ahondaba en un mayor conocimiento de la condición humana y compartía su atracción  por la lírica.

También desde Mérida, realiza viajes a Cáceres para continuar los contactos con sus antiguos amigos; a Badajoz129, donde va consiguiendo excelentes relaciones, y también se desplaza gustoso allí donde reclaman su presencia, dentro y fuera de la región como, por ejemplo, a la Fiesta de la Poesía de Don Benito130 y a un recital poético en Madrid.

Incluso completa sus relaciones fuera de nuestras fronteras, inscribiéndose como socio de la Alleanza Internazionale Giornalisti e Scrittori Latini, una asociación de periodistas y escritores europeos afincada en Roma, que lo mantendrá al tanto de lo que se escribe en Europa enviándole regularmente el periódico de la Asociación, Il Corriere Letterario Latino.

Además, todavía tenía tiempo para relacionarse a diario con personas normales de la calle en torno a una buena copa de vino, y entre bromas y veras penetrar en el verdadero sentir de la gente común que, paralelo al suyo, conformaba las preocupaciones y deseos del hombre cotidiano, protagonista de su obra poética.

En este ambiente propicio para el sentir humano y lírico, Valhondo se encontraba más predispuesto a la creación poética. Así se ve influido por la cercanía del mítico río Anas, con el que mantiene una relación de amor lírico, propia de la fusión con su paisaje y sus raíces reencontradas131. La aguda sensibilidad lírica, que ya por estas fechas demuestra Valhondo, es una prueba de que su espíritu aún tiene capacidad de asombro y de trascender líricamente la realidad cotidiana para descifrar sus misterios latentes, que sólo un alma sensible como la suya es capaz de aprehender.

Esa capacidad de sublimar la realidad y espiritualizarla intentando captar una nueva perspectiva para encontrar nuevos caminos de conocimiento, es la que se comienza a detectar en su obra por estas fechas, que cambia la expresión directa y transparente por otra más esencial y su estilo espontáneo por otro intelectual.

Paralelamente sigue participando en actividades132 y publica en revistas como Arrecife (Cádiz), Euterpe (Buenos Aires) y Punta Europa (Las Palmas de Gran Canaria), a pesar de que se encuentra enfermo hasta el punto de ser intervenido quirúrgicamente.

Superado este contratiempo, Valhondo tendrá otras oportunidades de difundir su poesía fuera de nuestras fronteras: Joseh Luke Agneta, profesor de la Universidad de Brooklyn en Nueva York, le comunica que desea incluirlo en una antología de la poesía española traducida al inglés. Fernández Nieto lo avisa de que el poeta portugués José Dos Santos Marques está preparando una antología poética de la poesía portuguesa y española del momento, titulada Panorámica de la poética luso-hispánica, en la que Valhondo debió participar.

 

Publicación de Primera antología y Aurora. Amor. Domingo

A comienzos de los años 60, sigue recibiendo muestras de aprecio por su poesía, que le resultarán alentadoras: Aleixandre reconoce la atracción que siente por su lírica. Enrique Segura Covarsí, catedrático de Literatura en Badajoz, le comunica el interés de José Díaz-Ambrona, presidente de la Diputación, por publicarle su Primera antología. En esta decisión influyó, sin duda, el contacto estrecho que Valhondo mantenía, desde hacía años, con la intelectualidad de Badajoz, de la que Díaz-Ambrona era el mecenas. Unos actos culturales, en torno a la exposición del pintor cacereño Enrique Pérez-Comendador en la capital pacense, que reunieron a escritores y artistas de las dos capitales y de la región, propiciaron el ambiente adecuado para la publicación de la antología de Valhondo.

La Primera antología fue editada el 2 de septiembre de 1961 por la Diputación Provincial de Badajoz. El prólogo de Eugenio Frutos, titulado «Jesús Delgado Valhondo o la poesía de un poeta sincero», es un estudio sobre las características fundamentales del autor que, desde entonces, serán un punto de referencia obligado para conocer su mundo lírico.

El libro está compuesto por poemas de otros anteriores (El año ceroLa esquina y el vientoLa muerte de momento, “Canto a Extremadura” y La montaña) y por un grupo de 16 poemas inéditos que ha titulado Aurora. Amor. Domingo.

Este nombre es el único de los libros de poemas de Valhondo, que no es original suyo, pues procede del último verso de un poema de Juan Ramón Jiménez, titulado «Poeta», que forma parte de Bonanza (1911-1912), libro del Nobel incluido en su Tercera antolojía poética. El poeta extremeño seleccionó el último verso como homenaje y muestra de admiración del discípulo por el maestro, después de realizar una visita a la casa de Juan Ramón en Moguer133.

Valhondo recibe sobre la Primera antología opiniones muy elogiosas de personalidades de la crítica y las letras españolas. Como muestra citamos la de Aleixandre, que destaca la sinceridad, la trascendencia y la unidad de la obra lírica de Valhondo: «Muchas gracias por esta bella ‘Primera antología’ que acabo de recibir […]. Y por estos ratos de poesía que me está proporcionando. Usted trabaja, ha trabajado, en su fecunda soledad y reúne ahora estos poemas que muestran la unidad del poeta y su fértil verdad en vida y en contemplación, en indagación». Y la de Joaquín de Entrambasaguas, que detecta la existencia en Valhondo de una cosmovisión lírica: «[Primera antología] da una plena idea de su opulento mundo poético, en que hay hallazgos bellísimos».

Omitimos otras críticas interesantes de Gabriel Celaya, Federico de Onís, Vicente Sos Baynat, José Manuel Blecua, Antonio Rodríguez-Moñino, José María Pemán, Ramón de Garciasol y Pedro Caba. Estas opiniones alentadoras fueron una recompensa para Valhondo, al ser criticado positivamente por personas de renombre, que con tanta contundencia valoraban su poesía y detectaban en él un estilo singular: «‘Primera antología’ me tiene contento. Nunca supuse una crítica tan buena».

Tales opiniones lo animan a enviar el libro al Premio Barcelona de Poesía, aunque no era partidario de presentarse a este tipo de concursos, y se siente seguro para arremeter contundentemente contra la poesía social que, en estos momentos, da sus últimos coletazos y ha producido con sus continuas provocaciones una polémica a nivel nacional en la que Valhondo, siempre atento e inquieto ante los cambios líricos, necesita intervenir134.

Su prestigio aumenta y le llegan dos interesantes propuestas desde Madrid: una procede de José Díaz-Ambrona, quien lo invita junto a Pacheco y Lencero a que participe en un recital en el Hogar Extremeño de Madrid. Otra es la petición que le hace Pedro de Lorenzo, director de la revista Blanco y negro, para que colabore en ella con cuentos y poemas. Estas muestras de aprecio lo hacen reafirmarse en su amor por Extremadura y su paisaje, pues piensa que la atención recibida desde fuera de su región, se debe a la tierra que pertenece y a su influencia espiritual, que le proporciona una voz lírica peculiar y atractiva.

 

Hiperactividad en Mérida. El secreto de los árboles

En la primavera de 1962, Valhondo ha terminado su siguiente libro de poemas, El secreto de los árboles. Primero intenta su edición en la Fundación March solicitando una beca, pero no tuvo respuesta. Sin embargo, meses más tarde, José María Fernández Nieto, farmacéutico y poeta palentino, se interesa vivamente por publicarle el libro en la Colección Rocamador pues, además de estimar la poesía de Valhondo, necesitaba superar la mediocre calidad de los libros editados anteriormente.

Por entonces, Valhondo es enviado por el Ministerio de Educación a Madrid a participar en un Congreso de Educación como representante de Extremadura. En este encuentro, lo obligaron a presentar una ponencia sobre el paisaje y el hombre, que resultó polémica porque hizo una metáfora diciendo que «Franco era una página de la historia» y el público, formado en su mayoría por acérrimos falangistas, no admitieron que en la historia hubiera más páginas que la del general y expresaron su malestar con un barullo impresionante, que terminó cuando el doctor Yale, Jefe del Frente de Juventudes de Madrid, salió en su defensa.

En estos momentos, la lírica de la época está sufriendo un cambio: la poesía social da paso a otra nueva que busca caminos inexplorados y, en sus primeros pasos, se muestra oscura e incomunicativa. Contra esta falta de comunicación arremete Valhondo, pues piensa que el lector no la entiende porque el poeta la oscurece a conciencia por una falta patente de sinceridad y deseos de comunicación; y esto, para un poeta sincero y anhelante de comunión como él, no era poesía135.

No ceja Valhondo en su hiperactividad, pues participa en la creación de la revista hablada Arco y colabora habitualmente en ella, igual que en otras actividades culturales del Liceo de Mérida136. La participación en estas actividades tiene, inconscientemente, una finalidad evasiva porque con ellas trata de olvidarse de sus preocupaciones espirituales. Así se entiende cómo, además de atender a su trabajo docente y a las actividades citadas, también sea jefe local del Sindicato Español del Magisterio (S.E.M.).

José María Fernández Nieto, en mayo de 1963, acusa recibo de El secreto de los árboles, y su impresión es muy positiva pues se encuentra impaciente por ver editado el libro para elevar el descenso de calidad de su Colección y porque tiene pedidos desde Madrid, donde se espera con interés el nuevo libro de Valhondo.

Mientras, el poeta emeritense continúa ampliando sus horizontes provincianos: El subdirector del periódico ABC le propone la corresponsalía del diario en Mérida; Valhondo acepta y, en los años siguientes, publicará numerosas colaboraciones sobre asuntos emeritenses. Poco después, el redactor-jefe de La estafeta literaria de Madrid le pide que colabore regularmente en la sección «Estafeta de las provincias». De esta manera, Valhondo se encuentra interviniendo en dos medios prestigiosos de difusión nacional y por interés ajeno. Otra petición le llega desde Madrid: Federico Carlos Sainz de Robles vuelve a solicitarle poemas para incluirlo, por expreso deseo personal, en la siguiente edición de su Historia y antología de la poesía castellana.

Paralelamente, está organizando en Mérida la I Bienal de Pintura Extremeña, que resultó un acontecimiento cultural por su plasticidad, buena organización y resultados. El interés de Valhondo por la pintura procedía de su original concepción del cuadro, que se resume así: un cuadro es un libro para leer e interpretar, un mundo por el que andar y meditar, una manera de escuchar los silencios del paisaje, que en el cuadro se hacen sinfonía, y una forma de desentrañar el mundo misterioso del pintor. Es decir, un medio estético, paralelo a la poesía, para entender el mundo.

Sin embargo, esta vitalidad de Valhondo oculta preocupaciones familiares e incomprensiones que, unidas a los escasos horizontes provincianos, aumentan el malestar en su ánimo, de tal manera que recomienda a un amigo, deseoso de venirse a Extremadura, que no lo haga porque «si no fuera por mi familia saldría de aquí pitando». Pero, a pesar de sus decepciones, estaba tan arraigado a su tierra que estos momentos decepcionantes eran pasajeros137.

A la vez que suceden estos hechos, Valhondo continúa realizando una labor docente, que va dejando un poso más humano que profesional. Esta afirmación la hemos deducido de la opinión de sus alumnos de entonces que, hoy personas maduras, recuerdan con un cariño especial a su maestro Dº Jesús, a pesar de haber pasado más de treinta años. Coinciden en afirmar que, mientras el típico maestro solía ser un enseñante producto de aquella época (autoritario, formado en la pedagogía de «la letra con sangre entra» y con mal humor, él era la bondad, el equilibrio, la calidez, la espontaneidad, la humanidad personificada.

Jesús Delgado Valhondo, maestro y persona, los marcó positivamente por su talante especial y, aunque los sentimientos (sobre todo, si son tan antiguos como éstos) no tienen apenas valor científico, el hecho de que, después de tantos años, sus alumnos lo recuerden con tal proximidad afectiva y agrado como si les hubiera dado clase ayer, nos reafirma aún más en la idea de que Valhondo gozó de una singular personalidad humana, que explica la humanidad de su poesía.

No obstante, él justificaba modestamente este aprecio de sus alumnos, asegurando que sólo se limitaba a aplicar la técnica de los «Centros de interés» que, por entonces, estaba vigente en la Enseñanza. Pero lo cierto es que, por su carácter afable, soñador y poético, embellecía sus comentarios y dejaba volar la imaginación de sus alumnos, que disfrutaban con el método y con sus historias. El procedimiento no hubiera obtenido buenos resultados, sin duda, si él no lo hubiera endulzado con la paciencia y el equilibrio de su especial sensibilidad.

Valhondo se dejaba llevar por la naturalidad que le dictaba su espíritu, convencido de que la educación tiene mucho de lírico idealismo con el que se debe formar el alma virgen, receptiva y repleta de bondades del niño. El maestro debe ser poeta y hablarle al niño en su propio lenguaje que, por naturaleza, es poético. Así la comunicación está asegurada. Por eso, Valhondo siempre se sintió mejor con los niños y con las personas sencillas que, como él, tenían una concepción sencilla, natural y amable del mundo.

 

Publicación de El secreto de los árboles

Por fin, en septiembre de 1963, es publicado El secreto de los árboles, en el número 31 de la colección Rocamador de Palencia, dirigida por José María Fernández Nieto.

El secreto de los árboles es otro libro producto de la decepción sufrida por Jesús Delgado Valhondo, cuando sus deseos imperantes por abandonar el pueblo e ir a la ciudad son pronto anulados por el encuentro en ella con la imperfección y el dolor humano, que no logra ocultar la vuelta a su ciudad natal ni el contacto más cercano con el mundo de su infancia y sus amigos, a los que ve cincuenta años más tarde como víctimas del tiempo y de la muerte. Además, no encuentra en el lugar tantas veces soñado un ambiente propicio para la reflexión, pues está habitado por personas más atentas a interés materiales que al cuidado del espíritu.

De nuevo las reacciones a la aparición de otro de sus libros de poemas son alentadoras, no sólo por sus contenidos sino también por la categoría intelectual de los que firman los comentarios elogiosos, que los mantienen fuera de toda parcialidad. Citamos la opinión de Aleixandre: «Lo he leído con gusto muy grande y le felicito a Vd. por el impulso y por el resultado» y la de Lázaro Carreter: «Me ha producido gran alegría tu nuevo libro poético y su lectura me ha causado honda emoción. Hace mucho tiempo que estás en el camino de la verdadera poesía». Valhondo recibe otras opiniones positivas de Ramón de Garciasol, Gabriel Celaya y José Luis Cano que comentan su nuevo libro en un tono sincero y objetivo.

Al mismo tiempo, sigue colaborando en revistas como Rocamador (Palencia) y en varios números de Arco e intensifica su relación con los poetas de Badajoz, adonde se desplaza con frecuencia para participar junto a ellos en recitales poéticos, donde coincide sobre todo con Lencero y Pacheco, a los que la gente desea escuchar e incluso discutir sobre cuál de los tres era mejor poeta. El «triángulo» Lencero-Pacheco-Valhondo toma cuerpo porque aparte de su calidad no se obstaculizaban, al ser tres estilos distintos y complementarios: «Cruzaron aquella noche, por el aire, con sus voces, los restallantes trallazos de los látigos de menta de Lencero; los féretros con forma de guitarra de Pacheco; el hombre muerto que Valhondo ve en el fondo de todas las ciudades»138.

Pero, a pesar de los elogios, Valhondo continúa siendo una persona excesivamente preocupada, al que no calma su melancolía ningún reconocimiento porque, aunque sigue buscando la verdad en las personas, en el mundo y en Dios, continúa con las manos vacías, sin respuestas. No obstante, persiste en su creación para dar salida a sus frecuentes intranquilidades y consigue que esta desazón espiritual lo arrastre a producir una poesía cada vez más sentida, natural y sincera.

Esa sinceridad será la que favorezca el interés que por su poesía se detecta a principios de 1964 en el Grupo salmantino Álamo, dirigido por el catedrático Juan Ruiz Peña y el abogado José Ledesma Criado139, en cuya revista (titulada como el Grupo) Valhondo publica desde el primer número por expreso deseo de sus directores, que lo llevan a pronunciar una conferencia sobre Federico de Onís en los Cursos de Verano de la Universidad de Salamanca.

 

Primeras noticias sobre ¿Dónde ponemos los asombros?

En marzo de 1964, tenemos la primera noticia de que Jesús Delgado Valhondo se encuentra elaborando poemas, que incluirá en su siguiente libro ¿Dónde ponemos los asombros? Por estas fechas, José López Martínez, que sabía de Valhondo por cartas, pronuncia una conferencia en el Liceo de Mérida y conoce al poeta emeritense personalmente. De este contacto se le quedan grabados dos detalles: uno, lírico, su interés por la poesía esencial; otro, humano, su preocupación por el dolor140. Este dato es significativo, porque define el estado espiritual y lírico en que se encuentra el poeta en un momento clave de su vida y su obra poética.

Valhondo, esencial y humano, no decae en su actividad: publica en revistas como Azor (Barcelona) y Bahía (Algeciras). Se cartea con personalidades relevantes del mundo de la cultura española. Sigue con sus actividades literarias y con su labor docente en continuo contacto con los niños y su mundo. Se hace cargo de la página literaria del periódico Hoy de Badajoz, que titula «Arte y literatura»141.

Esta publicación constituirá en aquella época la única manifestación de la crítica literaria periodística en Extremadura, que Valhondo mantendrá durante años con una calidad y perseverancia digna de elogio. Por estas fechas, Eugenio Frutos publica dos extensos artículos sobre la poesía de Valhondo, donde destaca los rasgos, ya definidos, de su personalidad poética142.

Pero, cuando se encuentra en el cénit de su creación poética, de su vida docente y personal, el 31 de diciembre de 1964, muere repentinamente su esposa, fiel compañera desde los años difíciles de la guerra civil, de la vida apartada en Trevejo, Gata y Zarza de Alange; consuelo de su espíritu atormentado por su quimérica búsqueda de respuestas existenciales y madre ejemplar. Valhondo se encuentra desolado: esta vez la muerte se ha cebado en su ser más querido y su soledad se le hace insufrible: «Cada día estoy peor. La tristeza se hace dolor y es para volverse loco. Ha sido un mazazo tremendo […]. Yo me he quedado solo». Dos meses y medio más tarde se encuentra aún peor: «Me he quedado solo. Amargamente solo. Me gustaba la soledad. Pero, ahora, sin María tengo un vacío tremendo», le confiesa a su amigo Fernando Bravo.

Sin embargo, a pesar del triste momento por el que atraviesa, todavía tiene sitio en su mente y en su emoción para preocuparse de los demás y de su entorno. Ahora su íntima preocupación, su profunda tristeza, es la preocupación y la tristeza por todo y por todos. Su espíritu angustiado será el inspirador de los poemas y cuentos, que escribe por estas fechas basándose en vivencias negativas de la realidad cotidiana a las que asistía con dolorosa impotencia143. No obstante, como siempre que su sensibilidad se acentúa por hechos luctuosos, su voz gana en profundidad reflexiva, en sentimiento y naturalidad, sin necesidad de proponerse la elaboración literaria.

Traslado a Badajoz

En septiembre de 1965, Valhondo solicita y consigue traslado a Badajoz para alejarse de recuerdos latentes que lo martirizan y, de paso, buscar en la capital un ambiente cultural más animado que lo ayudara a mitigar el dolor y los recuerdos.

Un nuevo traslado, otra vez en el camino, de nuevo a dejar atrás amigos y vivencias para ir a lo desconocido, anhelante, buscando el sosiego de su espíritu. No obstante, el sentido trascendente que Valhondo imprimía a los sucesos de la vida cotidiana lo hacía considerar el traslado como una forma de medir la huella que el ser humano va dejando allí por donde ha pasado, de perpetuarse en el camino de la vida: «[El trasladado] gasta generosamente [la vida], porque le parece siempre, el traslado, el último. […] A todo hombre le convendría de vez en cuando un traslado. Para que midiese sus fuerzas y supiese si era alguien en el mundo de los demás. Si era alguien fuera de su rincón»144.

Cuando se instala en Badajoz, el ambiente cultural es atractivo, pues existen tertulias en casa de Esperanza Segura, la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el casino, el Centro Cultural,  la cafetería La Marina,  el hotel Zurbarán y el Mesón de los castúos, donde se celebra la curiosa tertulia de Los trascachos.

Además, se organizan frecuentemente recitales y veladas poéticas, fiestas de la poesía, conferencias, juegos florales, conciertos, exposiciones, aniversarios y centenarios de escritores fallecidos, concursos literarios, representaciones teatrales, homenajes, programas literarios en emisoras de radio y cursos de verano. Se editan la Revista de estudios extremeños, la revista hablada Alcazaba y páginas literarias en el Hoy. Se ofrecen bibliotecas como las de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y de la Diputación Provincial, que patrocinan y organizan actos culturales, y existe una actividad editora promovida por la Diputación Provincial y las imprentas Arquero, Doncel, Mangas y Alianza.

También había un grupo amplio de intelectuales, formado por abogados, profesores, escritores y periodistas, entre los que se encontraban José Díaz-Ambrona, Ricardo Carapeto, Enrique Segura Otaño, Antonio Zoido, Luis Álvarez Lencero, Manuel Pacheco y Francisco Rodríguez Perera145.

En este ambiente abierto y activo, Valhondo se aclimató enseguida a la ciudad y a la gente de su nuevo destino, porque no era un desconocido sino un amigo y un poeta apreciado desde que, en la II Asamblea de Estudios Extremeños y después, desde Zarza de Alange y Mérida, comenzara una relación estrecha con muchos de los citados a través de visitas, cartas, colaboraciones en el periódico Hoy, participación en actividades como los Juegos Florales de 1956, publicación de poemas en Gévora y la inclusión en la Primera antología de poetas extremeños del padre Martín Sarmientos en la revista Ángelus (Zafra).

Además, Valhondo una vez en Badajoz, no desperdiciará ninguna ocasión para integrarse en aquel ambiente, participando y colaborando en todas las actividades donde se le reclama pues, aunque llegó muy abatido a la capital, tuvo fuerzas para salir del abismo en que había caído, arrastrado por su dolor. Y, como en otras ocasiones en que la angustia quería vencerlo, se dedica de lleno a todo tipo de actividades literarias. Así crea y lleva la sección «Notas literarias de dentro y de fuera»146 en el periódico Hoy, en las que realiza comentarios breves sobre la actividad literaria a nivel local, regional y nacional en un tono unas veces informativo y, otras, crítico: «En la Real Sociedad Económica de Amigos del País se celebró con esplendor un número de la revista hablada con motivo de la Navidad». «En las librerías pacenses no hay libros de escritores extremeños. Hemos querido adquirir alguna obra de Víctor Chamorro y nada. Tampoco hemos encontrado libros de Caba, García Durán, Pedro de Lorenzo, etc.».

Mientras tanto, se produce un aumento de su prestigio y del interés por difundir su poesía: Luis López Anglada lo coloca al lado de Gerardo Diego en su Panorama poético español. En Méjico, se le editan varios poemas en  una revista dedicada a la poesía española contemporánea. José López Martínez, periodista bien relacionado en la Prensa española e hispanoamericana, publica un artículo titulado «La poesía intimista y universal de Jesús Delgado Valhondo» en El informador de Méjico y, meses más tarde, le comunica que protagonizará la sección «Postal de España» de El Diario de Centroamérica de Guatemala.

 

El desencanto

A pesar de que Jesús Delgado Valhondo continúa en Badajoz sus actividades docentes y literarias con entusiasmo, comienza a sentir preocupaciones motivadas por la hipocresía que observa en su entorno, cuando nota como poco a poco va perdiendo dignidad, pues se ve obligado a ceder y a comportarse de una manera impersonal que, en circunstancias normales, nunca hubiera aceptado.

Él, siempre interesado por la cultura y la actividad literaria, comprueba que no se puede conseguir algo a costa de nada y, por esta causa, comienza a sentirse mal en la ciudad a la que, hacía poco, llegó entusiasmado147. También por estas fechas se encuentra desconforme con la intelectualidad de Madrid, a la que considera encerrada en un círculo hermético, donde un poeta provinciano no encuentra cabida, aunque tuviera méritos propios.

A pesar de todo, no se desanima y organiza, colabora y participa en actividades relacionadas con la literatura, aunque no le abandonan los sobresaltos: es arrollado por un automóvil, que le produce heridas de las que afortunadamente se recupera sin problemas.

No obstante, su relación con la ciudad que lo ha acogido es extraordinaria. De nuevo, como le había ocurrido con Cáceres y Mérida, Valhondo crea en su espíritu una visión poética de Badajoz, independiente de las personas y los sucesos cotidianos que lo preocupan y lo entristecen148. Lo mismo le sucede con el Guadiana a su paso por la ciudad«Guadiana, ahora, va hablando y hablando de no sabemos bien qué recuerdos de su historia. De una tarde sonámbula. El Guadiana se nos queda temblando en la sangre»149.

Badajoz lo recompensa con un homenaje en la primavera de 1966 y lo convoca a todas las actividades culturales que se organizan como, por ejemplo, al I Curso de Verano de Badajoz, organizado por la Asociación de Universitarios Pacenses, en el que dirige la revista hablada Alcazaba e interviene en los actos poéticos programados. Además, no dejan de llegarle peticiones de colaboración en actividades literarias desde fuera de Extremadura.

Por su parte, no disminuye su actividad y crea la sección “Rincón poético”150 en su página literaria del periódico Hoy, en la que presenta, de una forma sucinta, a un poeta con un breve comentario biobibliográfico y un poema. Con ella realizó una gran labor de difusión de poetas consagrados y noveles de dentro y fuera de nuestra región, a los que dio a conocer popularmente.

El día 5 de agosto de 1967 contrae matrimonio con María Joaquina Oncins Hipólita  en la capilla del palacio episcopal de Badajoz151. La ceremonia fue oficiada por el vicario general de la diócesis, Aquilino Camacho. Actuó como juez el escritor Julio Cienfuegos y fueron testigos Enrique Segura Otaño, crítico y presidente de la Real Sociedad Económica; Manuel Sanabria, médico y escritor de Mérida; Antonio Santander de la Croix, periodista y secretario de la Asociación de Prensa; Francisco Pedraja, presidente de la Asociación de Bellas Artes; Juan Antonio Cansinos, secretario de la Económica; Manuel Pacheco y Luis Álvarez Lencero, poetas; Juan José Poblador, escritor y novelista, entre otros. Por la relación expuesta se deduce que, en sólo dos años, Valhondo se había ganado la confianza y el cariño de la intelectualidad de Badajoz, no sólo por su talante comunicativo y singular sino también por sus méritos literarios.

Su nuevo matrimonio, sin embargo, no es obstáculo para que, además de atender a las obligaciones de su flamante estado, siga con su inusitada actividad. Así participa, junto a Pacheco y Lencero, en un recital poético celebrado en el curso de verano de la Universidad de Cádiz por mediación de José María Pemán. En su página literaria del Hoy, inicia una campaña de difusión popular de poetas de la categoría de Gerardo Diego y Aleixandre. Interviene en la I Semana de Arte, organizada por la Económica, junto a Lencero y Pacheco en un recital-homenaje a Picasso, donde diserta sobre el tema «El libro de Arte y Picasso»152. A la vez, intensifica la relación con sus amigos de Cáceres, influido por la muerte de Leocadio Mejías, intentando rescatar su infancia perdida y retenerla en los amigos que le quedaban.

Por estas fechas ocurre un hecho que da la medida de su amplio espíritu y de su acentuado sentido de la verdad y la justicia, cuando realiza un acto de valentía defendiendo a Rafael Alberti de un asiduo lector de sus artículos periodísticos, que protestaba por el poema «Los niños de Extremadura» del poeta gaditano, donde éste se lamentaba de la situación de pobreza de los niños de nuestra región.

El lector le pedía a Valhondo que arremetiera contra Alberti pero, en un arranque de limpieza de espíritu y de confraternización con el poeta exiliado, lo defiende asegurando por propia experiencia que era cierto lo que decía Alberti en su poema, porque él lo había visto en sus alumnos de Trevejo: «Usted, amigo, comunicante, no ignora que aquellos diputados, eso dicen, iban a Madrid a pedir más guardias civiles para que los hambrientos -padres y hermanos de niños descalzos- no les robasen las bellotas y la leña. Las revoluciones en el mundo no han sido por gusto»153.

 

Relación con el grupo Álamo de Salamanca. Publicación de ¿Dónde ponemos los asombros?

El 31 de agosto de 1968, por mediación del Grupo Álamo, Jesús Delgado Valhondo interviene en un recital poético, junto a Manuel Pacheco154, en los cursos de verano de la Universidad de Salamanca en el Aula Unamuno donde actuaron en otras jornadas Leopoldo de Luis, Carmen Conde, Jiménez Martos y Carlos Murciano. Además, pronunció una conferencia sobre poesía con gran éxito, y participó en el patio de la Universidad en un recital poético del grupo salmantino, junto a sus directores José Ledesma Criado y Juan Ruiz Peña, con los que mantenía estrechas relaciones literarias desde hacía años. En este viaje consigue que la Colección Álamo se interese por editarle su libro ¿Dónde ponemos los asombros?

Por estas fechas, en el II Congreso de Estudios Extremeños celebrado en Cáceres, Valhondo siempre preocupado por su entorno, levanta una polémica con una ponencia presentada conjuntamente con su amigo el médico-poeta José María Osuna sobre unas obras de restauración en el Barrio de San Mateo y en la plaza de San Jorge que, según él, distorsionaban el entorno. El alcalde de Cáceres se sintió aludido y replicó a los desconformes, que ratificaron su denuncia. No obstante, el asunto quedó zanjado poco después, cuando las partes en conflicto se disculparon mutuamente.

Además, Manuel Martínez-Mediero se pone en contacto con Jesús Delgado Valhondo para pedirle su colaboración en una obra de teatro que está escribiendo y se titula El último gallinero155. El poeta accede y participa con unos cantos espirituales en verso. Un año después la pieza teatral gana el certamen de teatro de Sitges (Barcelona).

El 29 de junio de 1969, la Colección Álamo de Salamanca le publica ¿Dónde ponemos los asombros? en los talleres de Artes Gráficas Calatrava de la ciudad universitaria. Lleva en la solapa un dibujo del busto del autor y debajo unas breves notas de su vida, una opinión de Sainz de Robles sobre su personalidad poética y una relación de sus obras. Es el número 9 de la Colección y tiene 68 páginas; la tirada fue de 300 ejemplares.

En ¿Dónde ponemos los asombros? influyó sobremanera la decepción que produjo al poeta constatar la imperfección física, la debilidad espiritual y la influencia negativa del materialismo imperante en el ser humano de su entorno para relacionarse con sus semejantes y tender al bien común, más atento a sus propios y mezquinos intereses personales que a los colectivos. Esta triste realidad provoca que al poeta la vida cada vez le produzca menos asombros y que éstos sean sustituidos por continuos fracasos y decepciones. Su capacidad de sorpresa se agota y queda la vida en blanco y negro, sin luz ni esperanza. El resultado es el desencanto que expresa en ¿Dónde ponemos los asombros?

Sin embargo, a pesar de su descorazonador contenido, el libro recibe críticas muy positivas, entre otros, de Aleixandre: «Hoy me acompañan de nuevo estos versos transidos«. De Leopoldo de Luis: «Me parece un libro ‘muy vivido’, muy verdadero. Si en toda tu poesía hay -hubo siempre- sinceridad y biografía, creo yo que estos poemas aparecen más macerados, más adensados en su humana motivación»Y de Juan Ruiz Peña: «Tu libro es muy bueno; tiene calidad y profundidad -y lo mejor, para mí- una resonancia interior, tierna y humanísima, que yo llamaría ‘valhondiana’ «.

Esta resonancia valhondiana, que distingue a Valhondo de otros poetas del momento, es el dato más característico que encuentran los autores de las críticas citadas (y de otras omitidas) en la poesía de Jesús Delgado Valhondo que lo consagran de esta manera con sólo siete libros de poemas editados, aunque suficientes para llamar la atención por el mérito de su voz lírica personal y de su talante de poeta sincero.

Paralelamente, como en él viene siendo habitual, alterna la composición de poemas y la edición de libros con la intervención en otras actividades, con las que calma su angustia (que cada vez se le va haciendo mayor), y  amplia sus relaciones humanas y literarias156.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1970 A 1979

El comienzo de la década de los años 70 marca la decadencia del franquismo. El desfase entre la modernización del país y su régimen político, cada vez más patente, produce que los partidos políticos y sindicatos clandestinos lo pusieran continuamente en situaciones difíciles. A esta inestabilidad política se suma otra económica producida por la crisis del petróleo que provoca recesión y desempleo. Al mismo tiempo sucede la muerte de Carrero Blanco, jefe del gobierno a manos del terrorismo. Como consecuencia, el régimen se debilita y desaparece con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975.

A partir de esta fecha, con la subida al trono del rey Juan Carlos I, España inicia una transición pacífica hacia la democracia, que asombra al mundo. El gobierno, presidido por Adolfo Suárez, realiza la reforma política, la legalización de todos los partidos políticos, el retorno de los exiliados, la supresión de la censura, las elecciones generales en 1977 y la nueva Constitución en 1978.

La década finaliza con la reforma política en marcha, pero se despide con un aumento de las acciones terroristas y de la crisis energética, que afecta negativamente a nuestra economía y a los nuevos cambios.

Al final de la década de los años 60 y en el comienzo de los 70, se observa un cambio de sensibilidad en la lírica, centrados en Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero, Guillermo Carnero, Martínez Sarrión, Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, José María Álvarez y Ana María Moix. Cercanos a ellos se encuentran Luis Antonio de Villena, Marcos R. Barnatán, Antonio Colinas, Jaime Siles, entre otros.

Son poetas nacidos después de la guerra civil; en su juventud, asistieron al fin del franquismo y al inicio de la democracia y comienzan a escribir en la sociedad de consumo. Constituyen un nuevo Vanguardismo y aportan una sensibilidad distinta: realizan viajes al extranjero y encuentran amplios horizontes culturales. Se interesan por la música en sus más variadas manifestaciones, por los temas personales, los hechos de su entorno vital e histórico y la búsqueda exigente de un nuevo lenguaje. También se sienten atraídos por las vanguardias mundiales y leen a poetas extranjeros de todas las tendencias. Se evaden de la realidad presente y buscan temas en la cultura clásica y el renacimiento italiano.

Como consecuencia, en esta poesía denominada «novísima», se encuentra un lenguaje distinto, caracterizado por su riqueza y variedad, que bucea en el espíritu humano y se olvida del entorno. Este aislamiento interior se debe a las influencias del «pensamiento posmoderno», que no creía en las ideologías políticas, ni en la capacidad humana para ordenar el mundo de acuerdo con la razón, por lo que son escépticos ante el futuro. Muchos de sus planteamientos siguen vigentes hoy día, aunque de momento no se pueden definir con nitidez por falta de perspectiva histórica y literaria, que ayude a aclarar el panorama poético de las dos últimas décadas.

La cultura extremeña, al comienzo de la década de los años 70, sigue manteniéndose en la tónica de las dos anteriores, pero se observa un aislamiento con respecto a los cambios culturales que se están produciendo en el país, por falta de buenas conexiones exteriores y la carencia de Universidad. Así, un recital de poesía surrealista y su montaje escénico, a cargo del grupo poético «Almas humildes», produce un escándalo en Badajoz sobre 1970. En este clima de irritación y sorpresa Martínez-Mediero consigue estrenar El convidado, en la Económica, obra representada por el grupo teatral «Pax».

Los escritores extremeños, que viven fuera de la región, son casi ignorados aquí o bien ellos no tienen interés en publicar en su tierra, más atentos a los cambios que se están produciendo en la cultura nacional. Así sucede con Pureza Canelo, Félix Grande, Santiago Castelo, José Antonio Gabriel y Galán, Jesús Alviz, Vicente Sabido, José Luis García Martín y José María Bermejo, incluso después de haber ganado el Premio Adonais como en el caso de los tres primeros citados. Un ejemplo de ese distanciamiento es el de Pedro de Lorenzo, nuestro máximo representante en prosa poética y novela, que publica fuera de la región extremeña, Extremadura, la fantasía heroica (1973), y Capítulos de la insistencia (1975).

En Badajoz, quedaron Juan María Robles, Santiago Corchete, Álvarez Buiza, Ángel Campos, y José María Pagador. En Mérida, Rufino Félix y otros poetas más jóvenes como Elías Moro, Rosa María Lencero, Antonio Gómez, Vidal A. Garrido y Pilar Fernández. En Cáceres, Ángel Sánchez Pascual y Felipe Núñez . Después de la creación de la Universidad de Extremadura y su Facultad de Filosofía y Letras, ha aparecido un grupo de poetas donde se encuentran José Luis Bernal, Miguel Ángel Lama, Juan Manuel Rozas, Diego Doncel, Felipe Muriel y Álvaro Valverde.

En el verano de 1975, el panorama poético experimenta un notable desarrollo, que tiene su raíz en un festival de música, “Poesía y convivencia”, celebrado en Badajoz y coordinado por universitarios extremeños, que logra reunir durante un día a centenares de personas. Este hecho, inédito por estas tierras, anima a grupos culturales a organizar otras actividades de este tipo en los lugares más insospechados (cines, plazas, salones, corrales), en los que intervienen, además de los poetas conocidos, jóvenes que aportan nuevas características líricas y denuncian su inconformismo ante la situación regional.

El acto culminante de este activo y sorprendente estío fue un festival de teatro, música, poesía y pintura, celebrado en Alburquerque, que logró concentrar a 4000 personas. En los veranos siguientes, continuaron estas actividades, entre las que destacó el recital hispano-luso en la Casa de la Cultura de Badajoz, que resultó muy polémico.

A este cambio, también contribuyó un equipo joven de periodistas, universitarios y escritores (José María Bermejo, González Perlado, José María Pagador, Rodríguez Lara), que llegaron a la redacción del Hoy procedentes de Madrid y Salamanca y conocían las nuevas corrientes culturales del momento.

La innovación más destacada, propiciada por el Hoy, es la creación del suplemento Seis y siete, donde en una sección titulada Antología de novísimos publican a Pérez Reviriego, Antonio Bellido, José Manuel Fuentes, Manuel Carrapiso, Jorge Márquez, Miguel Murillo, Francisca Barea, José María Lorite y los poetas jóvenes antes citados.

No obstante se echa en falta la existencia de editoriales, que difundieran determinadas individualidades con la debida calidad y proyección nacional, en un momento en que las Diputaciones Provinciales de Badajoz y Cáceres, en otra época tan activas, apenas publican quizás más interesadas en reactivar y canalizar las tareas editoras y difusoras de la cultura extremeña a través de sus instituciones culturales Pedro de Valencia y El Brocense, respectivamente, que contribuyeron, aunque no con la intensidad necesaria, a realzar la vida intelectual y artística de nuestra región.

Fue en 1976, cuando surge la idea de crear una editorial extremeña, que se traduce en la fundación de «Esquina viva», sostenida por los suscriptores y con el objetivo de publicar a autores extremeños; deseo que sólo se vio cumplido en un tomo de narrativa extremeña y dos de poesía, en los que aparecen Luis Limpo, María Rosa Vicente, Pedro Belloso, José Antonio Zambrano y Jaime Álvarez Buiza (tomo I). Alfonso Albalá, José María Valverde, Félix Grande, Pureza Canelo, José María Bermejo, Álvarez Lencero, Delgado Valhondo, Manuel Pacheco y Francisco Cañamero (tomo II). Otros objetivos de «Esquina viva» fueron convocar un concurso nacional de novela, crear una revista y ser la plataforma de difusión de la cultura realizada por extremeños.

Al final de la década, aparece Universitas Editorial, dirigida por el activo y emprendedor José María Casado, que ha publicado obras tan interesantes como Literatura en Extremadura de Manuel Pecellín (primer manual de literatura de autores extremeños y punto de partida obligado de cualquier estudio sobre escritores de la región), numerosas de autores clásicos y modernos en su Colección de Autores Extremeños y reediciones de títulos agotados.

En cuanto a los poetas, en esta década destacan los que comenzaron a surgir al final de los años 60: Jaime Álvarez Buiza, José Antonio Zambrano, Antonio Bellido, José María Pagador, María Rosa Vicente, Benito Estrella, Joaquín Calvo, José María Bermejo, Ángel Sánchez Pascual, José Miguel Santiago Castelo, Vicente Sabido, Gregorio González Perlado, Moisés Cayetano Rosado y Felipe Núñez. Son poetas distintos a los anteriores, pues tienen horizontes más amplios, mayor formación intelectual y un ambiente literario más activo. Muchos emigraron y, desde Madrid, han conseguido una proyección nacional en un corto espacio de tiempo.

 

Muerte de su hermano Juan

El año 1970 comienza fatalmente para Jesús Delgado Valhondo, pues el 5 de enero muere su hermano Juan. Su ánimo se hunde y sufre una fuerte depresión: «La muerte de Juan ha sido para mí un tremendo mazazo. No sé cómo voy a salir de ésta. Estoy hundido. La vida me acobarda. Cuando te crees que tienes algo de felicidad viene una cosa de éstas y te machaca el alma»confiesa a un amigo.

A pesar de todo, con el tiempo se sobrepone a su dolor y continúa su actividad literaria. Asiste al I Centenario del nacimiento de Gabriel y Galán, celebrado en Salamanca y Frades de la Sierra como poeta representante de Extremadura por mediación de José Ledesma, y participa en las actividades programadas. Meses después continúa con su actividad creadora y se encuentra escribiendo poemas de su siguiente libro, La vara de avellano, donde expone de una forma trascendente sus preocupaciones cotidianas.

A finales de 1970, se detecta en Valhondo un cansancio de la vida en la capital provinciana, motivado por la artificialidad de las relaciones humanas y su escaso horizonte cultural. Cinco años han sido suficientes para que se le quede pequeña la ciudad, pues ahora le encuentra grandes limitaciones y se siente angustiado en su círculo vicioso de amistades interesadas, rencillas, pasiones materiales, falta de cuidado del espíritu y de ejercicio de la crítica objetiva: «En las capitales de provincia está prohibido pensar. Pensar por cuenta propia. Hay que pensar por cuenta del que paga o del que manda»157. También le duele sobremanera la apatía y la falta de unión de los extremeños, incluso para defenderse cuando vienen de fuera a interferir en sus asuntos.

Sin embargo, continúa con sus relaciones exteriores, sus actividades literarias y su inquietud cultural158. En marzo de 1971, se encuentra esperanzado con el proyecto de creación de la Academia de Letras, Artes y Ciencias de Extremadura, porque cree que la región vive su mejor momento literario-artístico y que la Academia se opondrá a las «barbaridades, a que se derrumben murallas, a que se restauren mal los monumentos, que se publiquen libros que digan algo, que se honren a nuestros hombres, etc. etc.».

 

Relación con el Grupo Ángaro de Sevilla. Canas de Dios en el almendro

Por estas fechas, también comienza una relación estrecha con el Grupo Ángaro de Sevilla por mediación de su amigo Hugo Emilio Pedemonte, poeta uruguayo afincado en España al casarse con la poeta extremeña Eladia Morillo Velarde. Valhondo acaba de seleccionar los poemas de contenido religioso de sus libros anteriores y les ha puesto un nombre: Canas de Dios en el almendro, título que procede de esta reflexión: «El almendro es la adelantada de la primavera. Hay cosas que me alegran extraordinariamente: ver los almendros floridos cuando aún es invierno y la llegada de las cigüeñas (y de las golondrinas). El almendro es el árbol donde a Dios se le enredan las canas»159.

Poco después, el Grupo Ángaro le publicará en su Colección de Poesía esta antología de poemas (1971), que tienen en común la presencia de Dios, en forma de folleto y en edición limitada de tan sólo cincuenta ejemplares. Los poemas seleccionados pertenecen a La esquina y el viento, La muerte de momento, Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros?

Posiblemente, el libro no tuviera más finalidad que publicar en Ángaro y su contenido religioso se deba a que el director de la colección era sacerdote y este tema encajaba con el tono de las composiciones del resto de los poetas del grupo sevillano. También la muerte cercana de su hermano Juan pudo influir en la preparación de esta antología religiosa, donde Valhondo expone reunidos esos deseos imperantes de encontrar a Dios que se repartían dispersos en sus libros anteriores, la lucha espiritual entre la fe y la duda y la necesidad de hallar respuestas, ahora que la muerte lo había tocado tan próxima y dolorosamente.

No obstante, teniendo en cuenta el desencanto de su libro anterior ¿Dónde ponemos los asombros? por la pérdida de esperanza en Dios, podemos pensar que Canas de Dios en el almendro, tuvo su origen en un acto de contrición ante la necesidad espiritual del poeta de que sus dudas fueran comprendidas y perdonadas por la divinidad.

También Valhondo recibió críticas positivas por este librito, entre otros, de Lázaro Carreter: «Hay cosas mucho más trascendentales que ser académico. Por ejemplo, escribir algunos de los poemas de ‘Canas de Dios …’ «. Y José Miguel Santiago Castelo: «¿Cómo expresarte la sensación de paz y suprema exaltación estética que me ha dejado tu libro ‘Canas de Dios en el Almendro’? Es sencillamente maravilloso».

Poco después, es nombrado Delegado Provincial de la Asociación de Inválidos Civiles, dependiente del Ministerio de la Gobernación. En este cargo, tendrá la oportunidad de ejercitar su solidaridad y se volcará ayudando a los minusválidos. A la vez, crea en el Hoy una nueva sección titulada «¿Quién es quién en las letras extremeñas?»160, que incluye en su página literaria, llamada ahora «Arte, Letras y Cultura»161 y se compone de un breve comentario sobre la vida y la obra de un escritor extremeño.

Quizás este interés por destacar nuestros valores tenga su origen en la preocupación que, a comienzos de 1971, siente a causa de la actitud de algunos extremeños que, aparentando defender a Extremadura, sólo atienden a sus intereses personales. Esta postura mercantilista, ante el concepto del ser extremeño, irrita a Valhondo que, ante todo y sobre todo, tuvo a orgullo sentirse en cuerpo y alma de su tierra.

Esta actitud pesimista la provoca, además, que tenga problemas con el nuevo director del periódico Hoy. Sus quejas están justificadas, porque deja de llevar su página literaria; diferencias de enfoque sobre lo que debe ser un medio de difusión escrito, provocan que esté seis años sin llevarla, después de dar a conocer a escritores extremeños, españoles e hispanoamericanos, junto a numerosos comentarios de libros y noticias culturales, por medio de las que mantuvo viva la llama de la crítica literaria en nuestra región que, posteriormente, a nivel periodístico se apagó hasta hoy día.

 

Cerrada claridad. La vara de avellano

Mientras suceden estos hechos, sigue componiendo La vara de avellano, donde recoge su fuerte preocupación por la mediocridad de la vida provinciana y por la resignación que conlleva pues, aunque no estaba dispuesto a ceder, siempre caía en ella unas veces por conformismo y, otras, por evitar problemas que sin embargo minan su espíritu ante injusticias, actitudes y acciones incorrectas que ve y elude o calla162.

No obstante, intensifica su relación con el Grupo Ángaro por dos motivos: uno, la participación en Cerrada claridad163, antología monográfica de los veinte poetas que formaban el grupo sevillano, entre los que él se encontraba. Otro, la preparación de la edición de su siguiente libro de poemas La vara de avellano, cuya publicación tuvo que retrasarla un año y medio, porque el presupuesto de Ángaro se había agotado.

Mientras, su gran capacidad de trabajo le permite seguir con su febril actividad y, además, acudir gustoso a donde lo llaman a pesar de no encontrarse bien de salud, pues se le reactiva una antigua lesión pulmonar que, años después, provocará su muerte. No obstante, lo anima el hecho de que sus amigos de Badajoz se encuentren preparándole un homenaje nacional.

A principios de 1974, el grupo Ángaro le publica La vara de avellano, en el nº 40 de su Colección Poética, que era editada por la Editorial Católica de Sevilla. El contenido del libro muestra la enorme preocupación de Valhondo ante el peligro inminente de perder su dignidad humana y espiritual (que era lo único que le quedaba) antes de convertirse en un autómata sin conciencia, fe ni razón, en un mundo cada vez más enigmático donde Dios no se manifestaba ni el hombre actuaba de acuerdo con su condición humana ni su procedencia divina.

Este libro, que dedica al director del grupo sevillano, Manuel Fernández Calvo, también suscita comentarios loables, entre otros, de Juan Ruiz Peña: «Lo leí con emoción creciente y con el alma como susurrada y enternecida por ese ritmo de tu verso tan entrañado y personal, en suma ¡tan auténtico!». Y Antonio Buero Vallejo: «En ‘Su vara de avellano’ […] he podido apreciarle a Vd. como poeta. No lo conocía ¡son tantos! y, aunque parece imposible, siempre me asombra comprobar que muchos son buenos. Vd. está entre ellos».

Por estas fechas, Jesús Delgado Valhondo no deja de recibir reconocimientos. La comisión organizadora de la XXII Fiesta de la Poesía de Mérida acuerda dedicarle un homenaje y le ofrece esta edición. A su vez, la Sociedad del Liceo de su ciudad pone su nombre al Premio de Poesía que viene convocando en los últimos años. Y Hugo Emilio Pedemonte le pide que grabe en una cinta de cassette los poemas «La vara de avellano», «Álamos», «Tarde de domingo» y «Espíritu de árboles», para ilustrar una conferencia sobre poetas españoles, que va a impartir en Montevideo.

Además interviene en Madrid en el I Recital de Poetas Extremeños164, promovido por el Hogar Extremeño y la Asociación de Amigos de la Universidad de Extremadura junto a Lencero, Fernando Bravo, José Canal, Pureza Canelo y Santiago Castelo; Valhondo consiguió un gran éxito, por sus versos sentidos y su espontánea sinceridad. Desde los años 40, aprovechaba cualquier oportunidad para viajar a la capital y reunirse con los intelectuales del momento, ampliar sus relaciones e intercambiar impresiones con ellos, a través de las que estaba al día sobre la actualidad literaria y el panorama cultural del momento165.

No obstante, estas experiencias gratificantes sólo consiguen apartarlo momentáneamente de ese sentimiento de soledad tan arraigado desde siempre en su personalidad y que ahora se le acentúa con sus cotidianas decepciones.

Meses después, adquiere una casa en Santo Domingo de Olivenza, aldea a 25 kilómetros de Badajoz junto a la frontera portuguesa, donde convive con la gente sencilla del campo y con varios extranjeros que se han instalado allí, después de habitar en grandes ciudades como Nueva York. Valhondo compra la casa para apartarse de la ciudad cuando su ambiente provinciano lo ahogaba, y disponer de un ambiente más propicio para la creación poética, la meditación y el contacto con la naturaleza. En este retiro comienza a componer su libro cumbre, Un árbol solo, cuyo tema central gira en torno a la soledad, que ahora experimenta con mayor nitidez.

 

Cuentos y narraciones

En el verano de 1975, Valhondo publica su segundo libro de relatos, Cuentos y narraciones, en la editorial Extremadura de Cáceres. El libro, aunque tenía una extensión corta de sólo 80 páginas, logra llamar la atención sobre la relación estrecha entre su poesía y su prosa, ambas llenas de lirismo, sensibilidad, sugerencias veladas, delicadeza, ternura y humanidad muy personal.

La respuesta de la crítica fue positiva, como muestran estas palabras de Buero Vallejo: «He leído sus relatos y me gustan por su recóndita poesía, su humanidad y ese misterio que, a veces, los irrealiza y ahonda». Cuentos y narraciones tuvo también entre los lectores una gran aceptación, lo que llevó al autor a pensar en hacer una segunda edición pocos meses después de su publicación. La razón de este éxito se debe a la conexión que Valhondo consigue entablar con el lector a través de su palabra sincera: «Ni te conozco, ni te he visto y, sin embargo, a raíz de haber leído tus hermosos cuentos, ya es como si hubiésemos caminado juntos y bebido del mismo vino»166.

Cuentos y narraciones fue editado a expensas del autor para regalar a sus amigos y conocidos. Más tarde decidió enviarlo al Premio Nacional de Literatura, en su apartado de narraciones cortas, y estuvo a punto de ganarlo si no se lo impide la nula entidad de la editorial Extremadura. Por aquella época, en este premio influía mucho que las obras presentadas estuvieran avaladas por editoriales de prestigio y la citada era una simple imprenta. Así que perdió el premio, que se declaró desierto en aquella edición.

En 1975, Valhondo intuye la importancia del momento histórico a la muerte del general Franco y participa en actos donde se pedían libertades y cambios patentes en un sistema caduco. Por este motivo colabora en unas Jornadas poético-musicales, que la Sociedad «El obrero extremeño» de Almendralejo organiza, convocando a músicos y poetas. Esta experiencia que, además de reivindicar derechos individuales y colectivos, descubrió nuevos valores, se repitió en numerosos pueblos de nuestra geografía durante varios veranos, a pesar de los obstáculos interpuestos por autoridades e instituciones, que veían en aquellas manifestaciones fantasmas revolucionarios167.

 

Atracción por la política

Los acontecimientos de este año, claves en la historia de nuestro país, despiertan en Valhondo su antigua tendencia política liberal y se afilia a Izquierda Democrática, partido de la democracia cristiana de Ruiz Jiménez, con quien en 1977 interviene en la campaña política para las primeras elecciones libres de la nueva democracia.

Pero la campaña de Valhondo no es la de un político al uso, cuyo único objetivo es el partido y su medro personal, pues actúa como un político en teoría pero se comporta como un poeta: «Yo no tenía ambiciones políticas. Lo único que me hubiera gustado era […] emplear el arma de la política como medio para promocionar la cultura del país. […] La política fue para mí como un intento de encontrar esa segunda personalidad que todos llevamos dentro. Yo he disfrutado saliendo de casa cada vez que daba un mitin en un pueblo. De verdad, hablando desde la tribuna ante varos cientos de personas, me desbordaba […]. Además, siempre llevaba un poema que había escrito sobre Extremadura, y que leía en cada uno de los actos. No sé, quizás era un intento de poetizar un poco la política. Pienso que esta actividad se debe poetizar, por cuanto ésta necesita elevarse, sublimarse y a la poesía muy pocas cosas o nada pueden degradarla. Convertiríamos así la política en algo auténticamente bello»168.

Por estas fechas vuelve a llevar su página literaria en el periódico Hoy, desde donde sigue combatiendo en el terreno literario y revitalizando la crítica tan falta de visiones objetivas que clarificaran el panorama cultural de Extremadura, a veces por medio de la polémica. Esta actitud inconformista, sin embargo, alentaba a los escritores jóvenes169 y, sin proponérselo, se convirtió en un patriarca en quien encontraban refugio y aliento: «Tú has sido el padre espiritual de muchos y el hermano mayor de todos170.

Además, interviene en un proyecto que acariciaba desde hacía años: la creación de una colección de libros, que verá la luz en la editorial Esquina viva de Badajoz. Participa con otros poetas en el Recital hispano-luso, celebrado en la Casa de la Cultura de Badajoz, que resultó polémico por sus denuncias contra el poder. Proyecta, junto a Ángel Sánchez Pascual, publicar una historia de literatura extremeña actual.

Por estas fechas, la A.N.I.C. va a desaparecer; la situación de los inválidos era preocupante, porque iban a perder el empleo. Valhondo va a Madrid, habla con el Ministro de Sanidad, el extremeño Enrique Sánchez de León, y consigue que mantengan los puestos de trabajo; entonces, deja el cargo. En agosto de 1976, cada vez más comprometido con Extremadura e inmerso en su paisaje, lanza un lamento lírico contra la destrucción a la que está siendo sometida la encina por la tala indiscriminada, que realizan los agricultores ante la desidia de la Administración171.

 

Ayer y ahora

En 1978, Universitas editorial de Badajoz le publica otro libro de relatos, Ayer y ahora que, de nuevo, vuelve a despertar admiración por esa combinación original de prosa y poesía que consigue obtener fácilmente, cuando describe la realidad desde el otro lado de la frontera que la separa de lo mágico y lo misterioso: «Le felicito por la aguda visión de esa realidad, por ese saber sacar de cosas menudas una gran poesía. En muchas se adivina una extraña experiencia que, sin serlo directamente, se diluye en recuerdos, conversaciones oídas, pequeñas tradiciones. Todo lo que se refleja en sus páginas, que tienen un amargo regusto de realidad vivida»172.

Por estas fechas realiza un viaje a Madrid, que necesita para oxigenar su ánimo con el ambiente literario de la capital: «He pasado las vacaciones en Madrid quitándome la morriña y el polvo provinciano que cada día me cubre más y más. El día menos pensado me entierra definitivamente. O me ahoga». De todas formas este desánimo no le impide publicar en una sección titulada «Encuesta sobre Extremadura»173, que incluye en su página literaria del Hoy, las respuestas de destacadas figuras de las letras extremeñas, a preguntas donde indaga sobre la identidad de su región porque, como declaró en su artículo «Cimas extremeñas», «quería saber la raíz de su existencia»: 1ª) ¿Qué es Extremadura? 2ª) ¿Existe una cultura extremeña? 3ª) ¿Qué opinas sobre la autonomía extremeña en relación con la Cultura? 4ª) ¿Qué harías para elevar el nivel cultural de los extremeños?.

El objetivo de esta encuesta es conseguir una definición de Extremadura, comprobar en la práctica la existencia de una cultura propia y conocer sus necesidades culturales y las formas de elevar su nivel para, más tarde desde la política, iniciar un proceso hacia un resurgir cultural que situara a la región a la altura de las más avanzadas del país.

 

Premio de Poesía Hispanidad

Valhondo va a terminar el año 1978 con dos reconocimientos. Es homenajeado en Almendralejo y se le concede el Premio de Poesía Hispanidad por un poema extenso titulado «Canto a Santa María de Guadalupe como Reina y Madre de la Hispanidad»174, en el concurso literario convocado por los Caballeros de Santa María de Guadalupe, con motivo del Cincuentenario de la coronación de la Virgen como Reina de la Hispanidad.

Valhondo se sorprende de la impresión positiva que produce este premio en la gente, aunque confiesa que se siente dolido porque «Parece como si este premio marcase un nuevo horizonte en mi camino. Yo que he publicado doce o catorce libros y que lo que me ha valido para darme a conocer entre nuestros paisanos haya sido este Premio de la Hispanidad».

 

La jubilación. Entre la hierba pisada queda noche por pisar. Un árbol solo

El año 1979 comienza para Jesús Delgado Valhondo con una cruda realidad: su jubilación, que se hace oficial el 19 de febrero, cuando cumple 70 años de edad y 45 de servicio docente. Esta frontera artificial, impuesta por frías leyes, le resulta dolorosa por tener que apartarse de su vocación y de sus alumnos, a los que había entregado muchos años de su vida y había aprendido a entender y apreciar. Además, la jubilación para él suponía convertirse en un estorbo175 y agotar la penúltima etapa de su vida, imaginada por él como la antesala de la muerte que, tan presente siempre, ahora se le hace más cercana.

Pero sus amigos y conocidos, que lo apreciaban sinceramente, no estaban dispuestos a que se sintiera acabado y le conceden varios reconocimientos («Importante de Extremadura», «Carnet democrático del Pueblo Extremeño», homenaje nacional), que le ayudaron a superar el trauma y no caer en la nostalgia y la melancolía.

Además le publican dos libros de poemas: el primero será una antología titulada Entre la hierba pisada queda noche por pisar, editada por Universitas a mediados de 1979. El libro lleva un prólogo de Eugenio Frutos, que es el mismo de la Primera antologíaEntre la yerba … incluye una selección de 84 poemas de El año cero, La esquina y el viento, La muerte de momento, “Canto a Extremadura”, La montaña, Aurora. Amor. Domingo, ¿Dónde ponemos los asombros?, El secreto de los árboles La vara de avellano, es decir, de sus libros de poesía publicados hasta aquel momento, excepto Hojas húmedas y verdes.

También de esta antología recibirá críticas gratificantes de Ramón de Garciasol: «[…] Pero el mayor homenaje -por duradero y sin trampa- es esta preciosa antología, donde es un gozo volver a encontrarse con poemas que el tiempo no ha desustanciado». Y Leopoldo de Luis: «¡Qué hermoso conjunto de entrañada poesía, donde la voz que sale honda se comunica vivamente con las cosas, con la vida real!».

El segundo libro es Un árbol solo, publicado a final de 1979 por la Institución Cultural Pedro de Valencia de la Diputación Provincial de Badajoz. Un árbol solo es el libro que más apreciaba Valhondo de entre todos los de su obra lírica, porque es una síntesis que repasa y resume íntegramente su vida espiritual, las razones y las justificaciones de su fracaso y la situación de apatía y desencanto espiritual en que vive. Además, en Un árbol solo, Valhondo pone todo su intimismo, todo su ímpetu y toda su sinceridad al servicio de su poderosa capacidad creadora para dejar constancia de su indefensión, su angustia y su soledad ante un Dios que no se manifiesta, un ser humano repleto de imperfecciones e intereses personales y un mundo incomprensible.

Las críticas, que fueron numerosas y laudables, supieron reconocer las cualidades espirituales y líricas de este libro. Como muestra escogemos las realizadas por Jorge Guillén: «Un árbol solo. Árbol que usted no deja a solas. Todo un mundo, el de usted -es decir- el del hombre- lo acompaña». Francisco Induráin: «[…] su poesía tiene voz muy propia, sin recursos de recetario ajeno, y esto es mucho y raras veces logrado. Hay un hondo sentir, humano, con toda la problemática e inquietudes. Por ahí, debe ir la mejor lírica». Ricardo Senabre: «Un árbol solo es un espléndido y conmovedor discurso […] que le deja a uno un hormigueo de inquietud, por su apasionamiento, por su impresionante sinceridad». Y José Manuel Blecua: «Excuso decirle con cuánto fervor he leído su libro, tan transido de recuerdos y olvidos […] he encontrado versos espléndidos y un estupendo aliento poético».

Estos extractos de cartas constituyen sólo una muestra de las recibidas por Valhondo, que están llenas de comentarios objetivos y sinceros de su nuevo libro, indicativos de que ha llegado a su madurez lírica y a su plenitud poética; él mismo aseguraba haberlo sentido.

El impacto a nivel nacional, que produjo Un árbol solo, se vio reflejado en la impresión positiva que produjo en Madrid, al quedar finalista del Premio Nacional de Literatura en su apartado de poesía: «En círculos culturales y poéticos de Madrid tu nombre brilla como una estrella viva. He gozado y he sido muy feliz al oír que estuviste a un centímetro de ganar el Premio Nacional de Poesía»176.

Valhondo vive, en esta época, los momentos más emotivos de su vida porque se siente reconocido y querido, humana y líricamente: «Hablar de Jesús Delgado Valhondo es hablar del mejor poeta extremeño y de uno de los mejores poetas de España; no arriesgo un juicio personal, porque conocedor y amigo personal de los viejos poetas de la Generación del 27 aún vivos (Gerardo, Guillén, Aleixandre) o de la del 36 (Rosales, Ruiz Peña por poner algún ejemplo) estos todos repitieron este juicio, que supone el mejor espaldarazo»177.

El respeto y la admiración hacia Valhondo se observa, además, en el interés que tienen sus amigos por difundir su obra, incluso, fuera de España: Santiago Castelo, en Bulgaria; Francisco Lebrato en Suiza e Italia y José López Martínez, en Méjico178.

 

Actividad política

Llega el año 1979 y Jesús Delgado Valhondo intervine en la campaña política con la Unión de Centro Democrático -UCD-. En las elecciones municipales es elegido concejal, teniente de alcalde y presidente de la Comisión de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz. Su actitud política fue definida acertadamente por Manuel Pecellín cuando dijo: «Concejal ingenuo de la UCD. Sus únicas preocupaciones son las culturales y, ante todo, conseguirle una calle a Díez-Canedo: […]. Más de una vez la débil mayoría (14/13) quedó rota por su voto indisciplinado»179.

Es cierto, su preocupación cultural estaba por encima de los intereses políticos de su partido: «Como concejal de Cultura me interesa muchísimo un homenaje al libro. La cultura está en leer, empezando por la Educación Primaria, donde debe enseñarse al niño no sólo a leer, sino a saborear lo que lee».

Antonio Bellido reflexionó agudamente sobre lo que es un político y cómo encajaba Valhondo en este concepto, y no lograba verlo en el papel de político tradicional, sino de hombre-poeta con unas razones espirituales y solidarias, que se basaban en su acentuada humanidad y en sus sinceros deseos de contribuir a la construcción de un mundo más humano, pasando por la elevación cultural de su tierra y de sus gentes180.

Bellido acertó en su juicio pues Valhondo fue un poeta que, disfrazado de político, soñó en un mundo realmente mejor, sin utopías y románticamente se entregó a la difusión de esta teoría natural y humana allí donde quisieron y supieron escuchar el contenido de su mensaje sincero, que frecuentemente adornaba con textos líricos: «Yo no soy un hombre político. Mi misión se limita a llevar el latir de la gente de la calle hasta el Ayuntamiento de Badajoz». Con razón, Hernández Sito, compañero de campaña electoral, definió los mítines de Valhondo como «Juegos florales políticos».

Por estas fechas (final de 1979) se encuentra pletórico en el cénit de su creación poética, porque es reconocido a nivel nacional por ser el autor de una poesía singular, que no ha cedido ni un ápice de su personalidad. Pero, también, se siente profundamente herido, porque está comprobando que la ambición política anula los sentimientos del ser humano en el que, hasta entonces, había creído. Por esta razón, comienza a apartarse de esta actividad y se distrae componiendo letras de canciones para el grupo folk extremeño Adarve e, incluso, confecciona la letra de un himno para Extremadura.

 

HISTORIA Y LITERATURA EN ESPAÑA Y EXTREMADURA DE 1980 A 1993

La situación, en España, al comienzo de la década es preocupante. El gobierno de la UCD se muestra cada vez más agotado, sube el paro y la inflación, las luchas políticas dan lugar a que el partido del gobierno se desmembre por medio de un transfuguismo vergonzante y la situación económica es deplorable. En este ambiente caótico, se produce un intento de golpe de estado el 23 de febrero de 1981, abortado por el rey Juan Carlos I que se inclinó por la democracia.

En las elecciones de 1982 gana el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), que ocupa el poder durante toda la década. En 1982, España ingresa en la OTAN y, en 1986, en la Comunidad Económica Europea, con lo que afianza su prestigio en el exterior. La crisis es superada, aunque persiste el desempleo y una desmoralización creciente invade el país, ante el hecho de que no se producen los cambios anunciados por el gobierno con la rapidez y la eficacia deseada.

De todas formas, en los años 80, la democracia se consolida después del intento de golpe de estado. La crisis económica de comienzos de la década da paso a una época de auge económico, que culminó en acontecimientos históricos como la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética y su bloque. Estos hechos de especial relevancia suscitaron, a nivel mundial, la esperanza de conseguir un mundo mejor, pero otros acontecimientos gravísimos como por ejemplo los provocados por los nacionalismos, que produjeron conflictos civiles por doquier, dieron al traste con esta ilusión.

Los poetas más representativos, a nivel nacional, son los mencionados en la década anterior: Gimferrer, Montalbán, Sarrión, Foix, José María Valverde, Félix Grande, Luis Antonio de Villena y Antonio Colinas. Sus características líricas no han variado sustancialmente con respecto a las apuntadas anteriormente.

En Extremadura, durante esta década, comienza a publicar los poetas más jóvenes nacidos entre 1954-1961: Luciano Feria, José Manuel Fuentes, José Luis Bernal, Diego Doncel, Ángel Campos, Pilar Fernández, Antonio Pacheco, Álvaro Valverde, Felipe Núñez, Carlos Juan Medrano, Rosa María Lencero, Manuel Carrapiso, Carlos Marsal, José María Lama, María José Flores y Felipe Muriel, entre otros. Son poetas que empezaron a crear a finales de los años 70 y se vieron influidos por las circunstancias adversas del entorno. Ante él, expresan con desencanto lo que sienten, adoptando una postura escéptica ante el mundo y la realidad, que los lleva al intimismo y a una expresión irracional, muestra del desequilibrio espiritual que padecen.

De ahí que se produzca una vuelta a la rehumanización, al equilibrio de la tradición y la renovación y a nuevos enfoques, cuando tratan temas como el paisaje y el amor. Es un grupo de poetas, que han desechado basar su poesía en valores regionales y, por el contrario, hacerlo en los nuevos planteamientos líricos, adaptados a ideas más universales y de acuerdo con el presente. Sus puntos de referencia son los poetas Claudio Rodríguez, G. Carnero, Gimferrer o A. Colinas y han olvidado a los de generaciones anteriores a éstos.

En los años 80, las Diputaciones de Cáceres y Badajoz (crea la revista Alor novísimo; en su etapa anterior se tituló Nuevo Alor); la Junta de Extremadura con su Editora Regional, fundada en 1984; las iniciativas particulares como por ejemplo la de Juan María Robles, editor de los Cuadernos Poéticos Kylix, que comienzan su andadura en 1984, o de mecenazgo como la de Bartolomé Gil Santacruz, han animado el panorama literario de Extremadura, aunque se hubiera necesitado una oferta más amplia para difundir en todo el país las innumerables creaciones líricas surgidas en la década.

Mientras esperaban los cambios necesarios, los poetas se decidieron por la participación en los numerosos premios literarios instituidos en la región (ResidenciaRuta de la PlataCiudad de BadajozJesús Delgado Valhondo, ConstituciónVargas Cienfuego) como único medio de darse a conocer y de publicar. Por esta razón, se ha denominado a estos poetas “la generación de los premios o concursos”. Fuera de la región, algunos poetas extremeños como Félix Grande, Pureza Canelo, Sánchez Pascual, J. María Calles y Diego Doncel, obtuvieron premios de la categoría del Adonais.

El cambio esperado comienza a notarse cuando es creada la Universidad de Extremadura y su Facultad de Filosofía y Letras y empieza a dar sus frutos la tarea docente de sus profesores entre los que destacan Ricardo Senabre, Juan Manuel Rozas y las nuevas promociones en las que se encuentran Gregorio Torres Nebrera, Jesús Cañas, José Luis Bernal, Miguel Angel Teijeiro, Antonio Salvador y Miguel Ángel Lama. que promueven y participan en actividades, y continúan profundizando en el estudio de la literatura de escritores extremeños, como autores o promotores de trabajos de investigación, memorias de licenciatura y tesis doctorales que, poco a poco, van sacando a la luz autores y obras de nuestro pasado y nuestro presente cultural y literario.

Este laudable esfuerzo ha producido un nuevo dinamismo en el ambiente poético,  pues la mayor parte de los poetas jóvenes han estudiado o se han relacionado con la Facultad de Letras y se han visto influidos positivamente por el magisterio de los profesores citados o por la actividades propiciadas, protagonizadas o alentadas por ellos y otras como el Aula de Poesía llevada por Ángel Sánchez Pascual y los premios Residencia que ayudaron a moldear esta nueva sensibilidad.

En torno a esta institución, surgirán numerosos acontecimientos culturales como coloquios, aulas de poesía («Juan Manuel Rozas»), recitales, congresos de escritores, revistas (GayineroAlminarAguas VivasMelquiadesAnaquelGáliboResidenciaOropéndolaEspacio/Espaço Escrito), la editorial La Encina y la colección de narrativa que editaba la novela ganadora y la finalista del Premio de Novela Corta de Cáceres, patrocinado por la Facultad de Filosofía y Letras e impulsado por Ricardo Senabre.

También es necesario incluir en el ambiente cultural de esta época las actividades promovidas por la Asociación de Escritores Extremeños en los años 80 y 90: presentaciones de libros, organización de Congresos de Escritores, edición de la revista El espejo y la creación de varias Aulas Literarias situadas en los focos culturales más activos de la región: Enrique Díez-Canedo en Badajoz; José María Valverde en Cáceres; Jesús Delgado Valhondo en Mérida y el Seminario Humanístico de Zafra, que están acercando a nuestra tierra a los escritores de renombre nacional y regional, en colaboración con los centros de enseñanza secundaria de los lugares citados.

Además es justo citar la actividad literaria y poética desarrollada en centros de enseñanza de nuestra región que ayudan a crear un ambiente propicio para la creación literaria a través de concursos literarios de prosa, verso y cuentos, publicaciones periódicas (boletines, periódicos y revistas) con secciones poéticas, o la edición de libros de poemas y su presentación con montajes sobre nuestra poesía y nuestros poetas181.

En Mérida, el Festival de teatro clásico, que programa obras durante los meses de julio y agosto, conferencias y coloquios; el Festival de teatro de Alcántara (Cáceres), la representación de El alcalde de Zalamea en Zalamea de la Serena (Badajoz) y la celebración de Congresos de Escritores Extremeños (el primero celebrado en 1980) completan el ambiente de la cultura extremeña de esta década.

Los años 90 comienzan con una mejora económica, que lleva a los gobiernos europeos a actuar alegremente y a endeudarse para conseguir lo que llaman “la sociedad del bienestar”. Hacia 1992, esta actitud despilfarradora produce una grave crisis mundial y drásticos recortes en el gasto y las inversiones, lo que desemboca en un preocupante aumento del desempleo, un malestar social y un agudo desencanto.

En el primer lustro de la década de los 90, una crisis económica de gran magnitud afecta al mundo: aumentan las desigualdades, el hambre, la violencia, el racismo y las guerras. La pérdida de valores y la desidia invaden la sociedad española, que se ve arrastrada por la publicidad, las multinacionales y la llamada “cultura del pelotazo”, que lleva a algunos a un enriquecimiento económico rápido sin riesgos y sin merecimientos.

En la poesía de finales de los años 80 y primeros de los 90, conviven cuatro generaciones: la primera (su punto de referencia es José Hierro) y segunda de posguerra (Gil de Biedma, Francisco Brines, Caballero Bonald, Ángel González, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente), la llamada Generación de los 70 o de los Novísimos (Gimferrer, Antonio Carvajal, Antonio Colinas y Antonio Martínez Sarrión) y la Generación de los 80 (Luis Alberto de Cuenca, Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero y Jon Juaristi)182.

La poesía de esta época refleja el caos mencionado en forma de poemas extensos, aparentemente sin rumbo, que se caracterizan por el desuso de la rima y la métrica; la falta de ritmo interior, la exposición narrativa-descriptiva, los sentimientos contradictorios y el estilo impersonal (producto de la presión exterior y de la falta de identidad). Los poetas jóvenes son los citados en la década anterior, aunque de momento no pueden ser definidos nítidamente por falta de perspectiva.

 

La decepción

En 1980, Valhondo asiste al Congreso Mundial de Poesía celebrado en Madrid, donde coincide con poetas españoles, ingleses, indios, coreanos y queda gratamente sorprendido porque «me emocionó mucho saber que la poesía tiene las mismas constantes en cualquier parte del mundo»El hecho que más le agradó fue comprobar que, en realidad, existía una voz común que unía a todos los seres humanos: «Las palabras del corazón son entendidas por todos. Las palabras del corazón pertenecen a un idioma universal»183.

Pero, a pesar de estos hechos, el año 1980 será para Valhondo una época de decepción humana y política: las previsiones utópicas, que se había formado un año antes en su ánimo sin dobleces, decididamente dispuesto a cambiar el ambiente cultural de Badajoz, se ven truncadas por las zancadillas políticas de sus mismos compañeros, que lo llevan a presentar su dimisión como Presidente de la Comisión de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz.

Desde entonces, comienza a visitar con frecuencia la aldea de Santo Domingo de Olivenza y la casa que le sirve de retiro para curar sus aflicciones humanas y sus dolencias físicas. Ahora, más que nunca, necesita reencontrarse con su conciencia y con su soledad, pues los hechos sólo consiguen desilusionarlo: su afán por conseguir del ayuntamiento de Badajoz el reconocimiento de Díez-Canedo («el intelectual más importante nacido en Badajoz durante su historia«, aseguraba) se ve obstaculizado por la cortedad de miras de las políticos que regían los destinos de la capital. Esta actitud de ceguera cultural lo llevan a decepcionarse de tal manera que, incluso, piensa en marcharse de Badajoz.

No obstante, cuando se encontraba en tal estado de postración, se produce otro reconocimiento, que viene del Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura, Tomás Martín Tamayo, quien lo nombra asesor de dicha institución. Entonces en Valhondo renace la ilusión de retomar su vieja idea de luchar por la cultura extremeña y de continuar con su actividad: en la revista Alminar de Badajoz crea una sección que titula «Al margen»184, donde publica una relación de pensamientos, tipo greguerías, que muestran unas veces en un tono desenfadado otras, filosófico, su carácter reflexivo y observador y su desencanto: «Tradujo mal y le nació un poema». «Saltó a la comba del horizonte y se dio de bruces con el cementerio de su pueblo». «Picasso pintó una cabra y le salió una radiografía de una prostituta que había vivido en Egipto hace cinco mil años».

 

Mérida, capital de Extremadura. Retiro de la política

A finales de 1981, los políticos de Badajoz y Cáceres se encontraban enzarzados en una violenta discusión sobre la capitalidad de la Autonomía Extremeña y estaban dispuestos a crear una nueva escisión repartiéndola entre las dos capitales. Entonces, Valhondo recuerda la necesidad de lirismo que tiene la política en ocasiones como ésta, cuando se debe ser menos interesado y más generoso atendiendo al bien común: «El empleo inmoderado del lirismo -como de cualquier otra cosa- lleva al énfasis, al relumbrón. […] A mí, particularísimamente, personalísimamente, me están haciendo mucha gracia las reuniones y bla, bla, bla sobre esta sufrida y maltratada tierra. Y me hace gracia porque sé que daño pueden hacer poco o nada. Cada cual se erige en jefe y a defender Extremadura como si estuviésemos en las últimas. Hace muchos años que pensé: Extremadura, una. Después he caído en la cuenta de que, en efecto, Extremadura es una con dos provincias: Cáceres y Badajoz. […] Yo creo que es igual que sean dos, tres o cuatro. Lo que hay es que echarle mucho lirismo. ¡Muchísimo lirismo! Y, parodiando la frase, diremos que más vale amarse en dos provincias que no odiarse en una sola»185.

Ante esta lamentable situación, Valhondo defiende con un fuerte compromiso personal una solución equilibrada que no perjudicara a ninguna de las dos provincias, pues deseaba que «Extremadura dejará de ser dos provincias que, además, se dan la espalda». Por este motivo,  apoya incondicionalmente a los que deseaban evitar esta nueva división concediendo a Mérida la capitalidad autonómica por su pasado histórico, su prometedor futuro, su situación geográfica y, principalmente, por su capacidad de unión de las dos provincias186.

A principios de 1982, su euforia política ha desaparecido: en la Consejería de Cultura tampoco encuentra apoyo a sus proyectos y, además, el ambiente cultural de Badajoz languidece. Valhondo sufre una fuerte crisis, que le produce el desencanto de creer en los hombres, y la realidad convencerlo de lo contrario187. Los obstáculos que, desde dentro de su partido, le interponen eran debidos a su carácter rebelde en defensa de la verdad, aunque fuera en contra de sus correligionarios: «A mí nadie me ordena ni me impone lo que tengo que votar […]. En política siempre estoy en la oposición». Jesús Delgado Valhondo es un estorbo para todos, porque lo es la verdad cruda y dura que defiende: «Ser sincero es lo peor que le puede pasar a un hombre español», aseguró convencido.

Por esta razón, desea estar solo, alejado de todo aquello que únicamente le produce insatisfacciones muy dolorosas. Este desencanto es comprensible en un poeta humano como él, pues la búsqueda de Dios, que aún no ha abandonado, pasa por el encuentro y la comprensión del hombre, “su obra más perfecta”; constatar que en el ser humano no existe perfección alguna, suponía dudar de la perfección de Dios y de la propia. Esta conclusión supuso para Valhondo la decepción total e irreversible188.

 

Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre

 A pesar de su decepción, Valhondo sigue creando y, en marzo de 1982, Inefable domingo de noviembre es publicado por la Institución Cultural El Brocense de Cáceres. El  coordinador de esta edición fue Ángel Sánchez Pascual, a quien Jesús Delgado Valhondo había enviado el libro nada más terminarlo. Éste, antes de saber que iba a ser publicado en la capital cacereña, lo mandó al Premio de Poesía Bahía de Algeciras (Cádiz), donde se le concedió un accésit y fue editado en la Colección del mismo nombre con el título de Inefable noviembre a finales de 1982 con una tirada de 500 ejemplares.

Por esta razón, este poemario tiene dos ediciones. Sin embargo, la edición que Valhondo consideraba auténtica era la realizada en Cáceres porque, aunque peor publicada, la había preparado él mismo. La doble edición produjo una polémica, porque los organizadores del Premio Bahía acusaron a la institución El Brocense de haberse apropiado de un libro, que consideraban suyo al concederle el accésit.

Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre son libros que recogen el delicado momento emocional de melancolía por el que atraviesa el poeta, arrastrado por la decepción que le producen los hechos vividos dolorosamente. El alejamiento de todo y de todos, la reciente jubilación, la decepción vivida y el refugio único en su soledad que no le satisface totalmente lo llevan a que note con más nitidez la acción demoledora del tiempo, ahora que se encuentra en una edad avanzada y, en un momento, que no tiene apoyos de ningún tipo (los del cielo hace ya tiempo que los perdió y los de la tierra acaba de perderlos definitivamente).

 Inefable… será la descripción de su gris estado espiritual en un mundo nebuloso, triste y frío como los melancólicos días de noviembre con sus presagios de muerte. De ahí que un crítico asegurara que Valhondo «escribió este libro como si fuera el último».

La buena impresión que produjo Inefable… se refleja en estas muestras de las  críticas alentadoras, que recibió Valhondo de Ricardo Senabre: «He pasado unas horas maravillosas, leyendo y releyendo tus poemas. Si me dejara llevar, te diría que hay en ellos auténtica magia». Cristóbal Cuevas: «Otra vez he podido paladear sus versos, que arrancan de las raíces de su ser de hombre, y logran siempre conectar con las raíces más hondas y entrañables de sus lectores». Y Lázaro Carreter: «Mil gracias por tu libro. El cual me confirma en lo que sé desde hace muchos años: que eres uno de los diez primeros poetas españoles, aunque la sociedad anónima (pero con nombres) de las letras no te otorguen esa cotización».

A mediados de julio de 1982 sale la segunda edición de Un árbol solo,  publicado por la Institución Cultural Pedro de Valencia de la Diputación de Badajoz. Valhondo califica este poemario diciendo «es el poema más limpio y sincero y vero que he hecho en mi vida».

Los buenos resultados de estos libros consiguen que vuelva a desarrollar una inusitada actividad. Es vicepresidente del II Congreso de Escritores Extremeños y se le dedican dos comunicaciones189. Clausura el aula poético-literaria de la institución cultural El Brocense con una lectura poética en el auditorio del complejo cultural San Francisco de Cáceres. A lo largo del año, publica en las revistas Litoral de Málaga y Gemma de Aranguren (Vizcaya). Y participa en el aula poética de Plasencia, organizada por Sánchez Pascual, junto a Pureza Canelo, Manuel Pacheco y José María Bermejo.

A la vez, sigue recibiendo opiniones sobre Inefable… en el mismo tono que las anteriormente citadas. No obstante, esto no oculta una realidad evidente que Hugo Emilio Pedemonte, por estas fechas, denuncia: la dificultad que tiene Valhondo para publicar y hacerlo en la región. Pedemonte critica una verdad (constatada desde que Valhondo publica su primer libro en Alicante), que resulta muy significativa: la falta de editoriales extremeñas con interés en proyectar a un poeta de calidad y la escasez de medios dedicados a la cultura. La situación de penuria, que demuestran estos hechos, es la que critica el poeta uruguayo con toda la razón pues, por estas fechas, Valhondo tiene preparado un nuevo libro de poemas y, sin embargo, no logrará publicarlo.

El resto del año 1983, lo pasó alejado de los círculos políticos y literarios190. Aún no se ha recuperado de los resultados humanamente lamentables de su etapa política, en la que no le permitieron realizar sus proyectos. Su desánimo se detecta incluso en un viaje que, por estas fechas, realiza a Madrid, en el que se limita a conocer a su nueva nieta y a pasear a su aire por la capital sin interesarse, como en otras ocasiones, por sus amigos escritores con los que le gustaba intercambiar impresiones sobre la literatura y su ambiente. Por estas fechas declara: «Salgo poco. Me meto en casa y me encuentro agustísimo. Me encanta salir solo -conmigo mismo-«.

 

Época de misticismo

Este aislamiento de su entorno social provoca que Jesús Delgado Valhondo profundice en su interior y vuelva a pasar por una época de crisis religiosa, provocada por las imperfecciones humanas y por Dios que sigue sin responder a sus dudas existenciales. De ahí que, en esta época, esté suscrito al Boletín del Militante del Secretariado Diocesano de Cursillos de Cristiandad y realice algún que otro ejercicio espiritual, más que por confianza en la eficacia de estas actividades espirituales, para buscar a Dios con todos los medios a su alcance.

Así, el año 1984 es una época de recogimiento, que se puede calificar como una etapa mística: soledad, deseos de llegar al encuentro con Dios y retiro a su casa de la aldea («Esta aldea es la paz en superlativo»), donde corrige y termina Los anónimos del coro191 y doce sonetos, que incluirá en  Ruiseñor perdido en el lenguaje, con el título de «Poemas de amor para la muerte». En este año, tan sólo tenemos noticias de que publica en las revistas Alor novísimo de Badajoz y en el diario Informaciones de Madrid, muestra de que ha descendido su interés por difundir sus últimas creaciones.

En 1985, Valhondo es incluido en ¿Quién es Quién en Poesía? Antología poética de España e Hispanoamérica192, en la que publica dos poemas («El tonto del pozo» y «Un árbol en la orilla») y aparece junto a 200 poetas españoles e hispanoamericanos, de los cuales ocho son extremeños. La inclusión en esta antología supuso para Valhondo un reconocimiento, que fue redondeado por la opinión de Juan Manuel Rozas, que lo calificó como «el mayor poeta que tenemos»193.

 

Abanico

En marzo de 1985, se encuentra preparando la edición  de un libro de poemas de diversos poetas que en versos transmiten su visión lírica de Mérida. Abanico, que así se llama el libro, no será publicado hasta un año después. El mismo Valhondo, autor de la recopilación y del poema «Plaza de Mérida», cuenta en el prólogo cómo logró confeccionarlo: «Hace mucho tiempo [en 1974] envié a varios poetas amigos míos fotografías de diversos monumentos emeritenses para que al dorso escribiesen un poema […]. Estos envíos los hacía de tarde en tarde. Y de tarde en tarde los iba recibiendo».

En el verano de 1986, aparece Abanico, editado por el Patronato de la biblioteca municipal de Mérida y dedicado al alcalde de la ciudad, Antonio Vélez: «Le entregamos estos poemas a Antonio Vélez por la sencilla razón de que es el alcalde de Mérida, es mi alcalde porque Mérida es mi pueblo; es mi amigo, me honra con su amistad; además, es mi paisano. El ciudadano ahora número uno por ser precisamente el alcalde del pueblo que más quiero».

 

Cuentos

Al final del verano de 1986194, Valhondo publica Cuentos, su tercer libro de narraciones, editado en Badajoz por la Diputación Provincial en el número 1 de la Colección Narrativa y con dibujos de Bernardo Víctor Carande. Cuentos es un librito de 70 páginas, en el que el autor muestra sus excelentes condiciones para los relatos, mitad prosa mitad poesía, concisos y líricos, enternecedores y profundos: “Jugaba con piedrecitas: chinas blancas, rojizas, parduzcas, como los ojos del gato; azules como trocitos de cielo para pendientes de hadas;  […] Hacía puentes, castillos algunas veces de barro; otras, de viento”195.

A través de historias sencillas, aparentemente de niños, llama la atención sobre detalles, que se pasan por ser, para los mayores, insignificantes y, sin embargo, forman parte de nuestro mundo, en el que mezclamos frecuentemente la realidad con nostalgias del niño que no hemos dejado de ser. Esto lo conoce y comprende Valhondo muy bien y así lo presenta en una mezcla humana y lírica de poeta, narrador y niño grande: “Me encuentro, cada vez que subo al desván, en otra parte del mundo. Una parte que ha huido para refugiarse entre cosas inútiles. Abrir un viejo baúl es descubrir un tesoro de cuentos. Un día encontraré una bolsita, de las que llaman de Judas, llenas de monedas de cobre. Con una de ellas, la mayor, se va a hacer mi padre un colgante para no sé qué”196.

 

Ruiseñor perdido en el lenguaje

En febrero de 1987, Juan María Robles Febré, sacerdote-poeta, en el número 2 de su Colección Cuadernos Poéticos Kylix, le publica Ruiseñor perdido en el lenguaje con una tirada de 250 ejemplares y tan sólo 32 páginas.

El librito se estructura en dos partes: una, titulada «Jesús Delgado», extenso poema donde repasa su larga vida, que el poeta recuerda llena de tristísimos pesares y algún momento fugaz de gozo; éstos son simples recuerdos que se pierden en su memoria y, en cambio, aquéllos lo han ido minando aliados con el tiempo implacable y con las decepciones producidas. Por esta razón, el poeta se refugia en su soledad, tremendamente afectado por el desencanto de comprobar definitivamente la imperfección del ser humano. La otra parte, titulada «Poemas de amor para la muerte», contiene catorce sonetos de recuerdos, nostalgias y presagios de muerte.

No recibirá Valhondo muchas opiniones de este libro por carta, al contrario de como había sucedido con sus obras anteriores. Esto quizás se deba a que este apreciable librito no se difundiera más que en la región o bien a que la influencia (negativa en este caso) del éxito de Un árbol solo ocultara su valor. Sea como fuere, Valhondo llevaba razón al quejarse de que la crítica en general, después de Un árbol solo, no se hubiera vuelto a ocupar con atención de sus libros posteriores, cuando él sentía que eran libros tan densos como éste.

No obstante, su prestigio le sigue reportando numerosas atenciones:  En mayo de 1987, Ricardo Senabre le envía las pruebas de su libro Escritores de Extremadura, en el que le dedica un capítulo titulado «Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», que comienza con unas palabras rotundas de auténtico fervor y reconocimiento humano y lírico del crítico por el poeta: «Pocas voces extremeñas hay más auténticas que la de Jesús Delgado Valhondo. Pocos poetas tan imprevisibles en su trayectoria, tan variados, tan fieles a la emoción del momento. Y pocos -muy pocos- tan exigentes consigo mismo, tan insatisfechos, tan tenazmente perfeccionistas». En este año participa en actividades literarias197 como el IV Congreso de Escritores Extremeños en Hervás (Cáceres), del que es presidente.

 

Poesía, ¿Obras completas? Los anónimos del coro

En la primavera de 1988, la Diputación Provincial de Badajoz y la Editora Regional de Extremadura, le publican unas «Obras Completas» tituladas Poesía, con prólogo de Ángel Sánchez Pascual. Poesía está compuesto por todos sus libros publicados hasta el momento; más un libro inédito, Los anónimos del coro, que aparece entre las páginas 315 y 346; 25 poemas sueltos editados en periódicos y revistas y 22 poemas, agrupados bajo el título de «Homenaje», que a lo largo de los años le dedicaron distintos poetas, amigos y seguidores de su poesía.  Y, por último, incluye la edición de La esquina y el viento, “mutilada” por la colección Tito hombre.

    Pero Poesía no gustó al poeta, porque tenía erratas, una presentación inadecuada y, además, se notaba elaborada con precipitación. Por eso Valhondo, hasta el final de su vida, abrigó el deseo de ver una nueva edición de sus libros realizada con el máximo rigor.

Es cierto que a Poesía le faltan sus tres primeros libros (Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y  Pulsaciones) que siguen inéditos, y Huir, su último poemario, pero debemos aclarar que el editor advierte este extremo en la nota 1 que aparece en la página 32: «No podemos hoy por hoy titular como ‘Obra completa’ la producción de Jesús Delgado Valhondo, porque a su edad, 78 años, está escribiendo con el mismo fervor de siempre. La intitulación de ‘Obras completas’ viene aquí a significar que están todas las obras publicadas por el poeta hasta ahora, pero no puede estar toda la obra, porque ésta sólo se producirá cuando deje de escribir, y esto, afortunadamente, está aún muy lejos».

Los anónimos del coro es una denuncia de la indignidad que el ser humano se ve obligado a arrastrar representando el papel que Dios le ha asignado en la vida, sin pedirle opinión alguna, y soportando, además de la imperfección propia de todo ser humano, la ignominia de profesiones despreciadas como la de las prostitutas. Jesús Delgado Valhondo, en esta etapa terminal de su vida, se encuentra totalmente desalentado porque, después de tanta lucha, siente que no ha conseguido dilucidar ningún enigma sobre la condición humana que, ahora, se le muestra en su lado más amargo y preocupante.

La impresión positiva, que produjo Los anónimos del coro en la crítica, se puede resumir en esta opinión autorizada de Lázaro Carreter: «Llevo más de seis horas leyéndote, agradeciéndote tus versos todos […]. Si la comunicación lírica es un viaje con el poeta por su mundo, unido a él, llevamos viajando juntos seis maravillosas horas. Hace años que te creo uno de los mejores poetas actuales. Ahora, al leerte junto y de una vez, me confirmo en ello».

 

La Medalla de Extremadura. Otros reconocimientos

No terminaron las emociones para Valhondo con esta publicación, pues el 5 de julio de 1988, la Junta Regional le concede la Medalla de Extremadura por sus méritos humanos, profesionales y literarios, que recibe en un acto celebrado en el teatro romano de Mérida el 7 de septiembre de 1988. La placa conmemorativa del acto llevaba una leyenda justificativa del galardón: «Ha creado a lo largo de su vida una abundante obra poética y literaria reconocida como una de las más destacadas y de mayor calidad de los últimos decenios». Jesús Delgado Valhondo recordaba aquellos momentos con un sentido trascendente: «Cuando subía las escaleras, para recoger la medalla, todo aquello se me estaba viniendo encima, sobre todo porque una de las mejores cosas, que me han pasado en la vida, es nacer en Mérida, y me encontraba como en el vientre de una madre, como de regreso. Iba, no ya emocionado, porque era otro ser»198.

No obstante, en sus palabras de agradecimiento, demostró que se encontraba confuso y agotado por el tiempo, física y espiritualmente: «A estas alturas uno se pone a echar cuentas y no salen nunca bien, me falta siempre algo en esta suma de tiempo; me faltan recuerdos, me sobran olvidos. Empiezo a contar tiempo como si fuesen monedas a gastar; me recojo en mí mismo, en mí, es de lo que más sé, y sé tan poco».

Antes de terminar 1988199, concretamente, el 27 de diciembre, recibe otra grata noticia: el Ayuntamiento de Badajoz lo nombra por unanimidad hijo adoptivo de la ciudad y se compromete a solicitar su nombramiento como doctor honoris causa a la Universidad de Extremadura. Aunque su alegría no es completa, porque por estas fechas sufre varias operaciones quirúrgicas para extirparle un cáncer de piel, del que no volvió a resentirse.

Superado este contratiempo, Valhondo siguió con una frenética actividad que atrajo la atención de los que sabían valorarla. Esta atracción se traduce en varios reconocimientos: en Badajoz, se le pone su nombre a una plaza y, en Cáceres, a una calle. En Mérida, en el año 1989200, se le da su nombre a una avenida y a una barriada, en la que su presidente, Manuel Blanco Salguero, crea el Premio de Poesía Jesús Delgado ValhondoY también se le dedica un homenaje en Badajoz.

Estos y otros reconocimientos hacen que, al final de la década de los años 80, se sienta bien y diga: «La de cosas que me están pasando. Estoy lleno de satisfacciones».

 

El otro día y Huir

En 1990, publica en la Editorial Menfis de Badajoz su último libro de relatos titulado El otro día y formado por varias narraciones cortas, que siguen la línea de sus otros libros en prosa. También edita en los Cuadernos Poéticos Kylix quizás el que sea su último poema, «Un árbol. Una cruz», dedicado a San Juan (el poeta carmelita), donde relaciona los dos símbolos que más le atrajeron siempre: el  árbol que materializaba la soledad y la cruz que suponía el sacrificio de Cristo y, por extensión, el que debe soportar el ser humano en su existencia.

El 24 de marzo de 1992, realiza su última intervención en público protagonizando la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos de Mérida, en la que se mostró desencantado y abatido. En septiembre de este año, tiene terminado Huir, su último libro de poemas, que él mismo definió como una despedida. El libro transmite la conciencia del poeta de encontrarse no sólo al final de su vida física sino también espiritual e intelectual, agotado por esa intensa emoción con que había sentido conscientemente sus vivencias cotidianas, que él convertía en trascendentes.

 

El final

El 18 de enero de 1993, la Comisión de Gobierno del Ayuntamiento de Mérida lo nombra hijo predilecto de la ciudad, que es ratificado por unanimidad en un pleno, celebrado el día 16 de marzo de 1993. Valhondo por entonces se encuentra  recuperándose de una caída que le había fracturado el brazo derecho. El día 9 de julio de 1993, herido de muerte por su antigua y grave afección pulmonar, asiste a la entrega del nombramiento honorífico de hijo predilecto en un pleno extraordinario. A pesar de su gravedad, todavía tiene fuerzas para captar la importancia del acontecimiento y declarar: «Es el momento más feliz de mi vida».

Antonio Vélez, el alcalde de la ciudad, en aquel acto lo definió como «el maestro noblemente renqueante, dialogador incansable» y le agradeció su extraordinaria contribución a que Mérida fuera elegida capital autonómica de Extremadura, diciéndole: «Estuviste a la altura de un gran extremeño y gran emeritense, de un viejo patricio romano».

Terminadas ésta y otras intervenciones Valhondo, muy emocionado, pronunció estas palabras de agradecimiento: «Nadie merece el título, el reconocimiento, la integración en la familia, como hijo predilecto de un pueblo y, menos, de una ciudad como Mérida, la de los eméritos, la de los que disfrutan del premio. Y por eso ser emeritense es disfrutar del premio de la alegría de vivir siendo o viviendo, que el caso es igual, en esta ciudad.

Solamente la bondad de un pueblo, representado por unos hombres íntegros y dignos, capaces de afrontar las más difíciles situaciones ante un ciudadano amante de su tierra -y, ¿quién, no?- que sólo ha cumplido con el deber que le dicta su condición de hombre, es capaz de tamaña hazaña. Alguien dijo que nadie ama a su tierra porque es grande sino porque es suya. Y esta tierra, este pueblo, es doblemente mío porque nadie es de ningún sitio hasta que no tiene allí a sus muertos y yo los tengo aquí, en Mérida. A mi padre, a María, a hermanos. Algo que no sé explicar me hace dependiente de este paisaje, del alma de la ciudad, de este ambiente que te rodea como un aura de gloria y de infinita felicidad. Y de sus silencios y de su bullicio juvenil que hace que una ciudad se sienta latir caminando hacia un futuro esperanzador. Y esta soledad que se siente en Mérida que es amante solidaria y, además, humilde.

El pueblo de Mérida, mi pueblo, ha sido generoso conmigo. Y yo no sé cómo voy a corresponder. Es dificilísimo, imposible, tanta liberalidad, benignidad, excelencia y, ahora, que me queda poco camino que recorrer, me angustio en una lucha contra el tiempo y contra mí mismo.

No es suficiente mérito para un emeritense querer a su ciudad desde sus raíces hasta las hojas azules de su cielo. No es suficiente querer a un pueblo a través de su historia, de sus triunfos y de sus vicisitudes. De su creatividad. Y esto es extraordinariamente hermoso. Porque Mérida con su historia a cuestas es ciudad de futuro. Una ciudad con futuro. Esto le da una personalidad que le caracteriza entre las demás de su estirpe. Tiene solera y no por su romanicidad sino por pueblo. Yo me siento orgulloso de ser hijo de mi pueblo. De ser pueblo.

Me nombráis HIJO PREDILECTO = preferido por amor. Por un cariño especial. Yo que soy, como diría León Felipe que no tenía comarca ni tierra provinciana. Yo que tengo región y pueblo y solo puedo pagar con versos.

Las últimas publicaciones las he dedicado a Mérida. Un artículo tengo en el taller sobre el marco y el cuadro refiriéndome al escenario del teatro romano que enmarca a Mérida y la Revista de estudios extremeños publica en su último tomo dos poemas hechos a Mérida y sobre esta plaza que ahora nos da su frente luminosa e inteligentemente romántica.

Que leo y termino: […]201

Gracias. Gracias. Muchísimas gracias».

 Posteriormente al acto, declaró que ser nombrado hijo predilecto de su ciudad suponía el mayor triunfo de su existencia, por encima de todos los premios y reconocimientos recibidos a lo largo de su extensa vida. No obstante, a pesar del momento tan intenso que estaba viviendo, seguía siendo el rebelde que siempre tuvo como norte la búsqueda de la verdad: «Digo y hago lo que me parece, y yo digo la verdad a Extremadura como un hijo se la dice a su madre», declaró a una periodista que le preguntó sobre su último artículo periodístico202 (mencionado en su alocución), donde criticaba con dureza el mal uso que se hacía del teatro romano de Mérida: «Si se quiere hacer del teatro romano otra cosa de lo que es, se comete un delito con Mérida y con toda Extremadura».

Pero su fortaleza no pudo con la mortal enfermedad que padecía, y murió el día 23 de julio de 1993 en Badajoz a las seis de la tarde en la clínica Clideba. Sus últimos momentos fueron plácidos como el atardecer que tantas veces observó ocultándose dulcemente tras la noche, porque murió repleto de vida y, consciente de su finitud, aceptando el trance en un acto de valentía ante el enigma de la vida, del ser humano y del mundo que no había logrado comprender.

Al día siguiente se celebró su sepelio en la iglesia de Santa María de Mérida y, posteriormente, fue enterrado en el cementerio de su ciudad. Jesús Martínez Álvarez recogió aquel momento emocionante en estos versos, que supieron captar fielmente el canto especial que las cigarras a coro203 dedicaron al sentido poeta extremeño en el justo momento de su vuelta a la tierra de la que había partido:

 

                                                              No te dieron tiempo

a descansar en tu tierra.

Centurias de cigarras

camufladas en cipreses

irrumpieron sus chicharras

en un Ángelus triunfal

anunciándote en el cielo.

Ellas ahogaron sollozos.

Ellas pusieron el verso.

Repicaban con más fuerza

al roce del ataúd

y al golpe del sepulturero.

                                                              Dibujaron tu sonrisa

                                                              en los últimos instantes,

                                                              Jesús, de tu entierro.

 

Con Jesús Delgado Valhondo murió un hombre comprometido con su condición humana, un extremeño de corazón y un poeta fuera de lo común. Ahora recordamos que le oímos decir: «Cuando muere un poeta, algo muere dentro de nosotros». Y es verdad 204.


[1] José López, «El poeta y los asombros», Lanza (Ciudad Real), 18-1-70. Para comprender con más profundidad las características humanas de Jesús Delgado Valhondo ver Introducción de La vara de avellano (Sevilla, Editorial Católica, 1974). «Jesús Delgado Valhondo, Aportaciones para un comentario» de Víctor Gerardo Camino (Revista de estudios extremeños, XXXVIII, I, pp. 139-163). «Perfil humano de Jesús Delgado Valhondo» de Eugenio Frutos (mecanografiado, archivo particular del poeta). El artículo «Saber beber» (Hoy -Badajoz-, 14-9-60) y el poema «Mi corazón y yo» (carta de Valhondo a Fernando Bravo del 23-4-51) de Jesús Delgado Valhondo.

[2] José Canal, «¿Dónde ponemos los asombros?«, Alcántara (Cáceres), nº 158, 1970.

3 Hoy llamada «Los maestros».

[3] Tendrá que usar permanentemente una bota de alza.

[4] Ver el poema «Coxalgia» de La esquina y el viento. En Poesía, Badajoz, Diputación Provincial y Editora Regional de Extremadura, 1988, p. 97.

[5] «La enfermedad te da con creces fortaleza de ánimo, esfuerzo sobrehumano por algo que hay más allá y necesitas cogerlo. La vida interior crece. […] La vida le nace al enfermo de la meditación. Yo aprendí a estar solo cuando apenas tenía diez años de edad. Por eso he amado tanto a la soledad, al silencio». En Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva. Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

[6] Ver el poema «La venta (III)» de El año cero, San Sebastián, Col. Norte, 1950. En Poesía, p. 68.

[7] Jesús Delgado Valhondo, «Los amigos», Hoy (Badajoz), 12-7-50.

[8] De esta época procede el diminutivo cariñoso “Chuchi” con que lo nombraban sus amigos y conocidos que lo apreciaban por su atractivo talante.

[9] Jesús Delgado Valhondo, «Puestos de tebeo», Hoy (Badajoz), 23-1-60.

[10] «Detén el paso! / y escucha atento / el silencio / que despiden / las monjitas del convento». «Convento» de Pulsaciones, [p. 67]. También en «Domingo». Hoy (Badajoz), 29-3-70 y en «Las traseras del tiempo» de Inefable domingo de noviembre, Cáceres, I.C. El Brocense, 1982.

[11] «Instituto viejo de Cáceres, mano derecha del barrio de San Mateo que te cogía y te metía en sus calles, en sus callejas, en sus rincones, en sus entrañas y, sin darte cuenta, te mantenías de su sangre y sin darte cuenta sigues comiendo el corazón del silencio de la ciudad». En Jesús Delgado Valhondo, «Homenaje en Cáceres», Hoy (Badajoz), 5-5-65. También en los artículos «El barrio de San Mateo” y «Cáceres, poema eterno», archivo particular del poeta.

[12] «Cáceres tiene un cielo alto, azulean miradas, el aire es limpio como una página sin escribir para que en ella dibujen atardeceres de sábado los vencejos. Cáceres estrena cielo todos los días». En Jesús Delgado Valhondo, «Cáceres (viejo país del alma)», Extremadura (Cáceres), 17-11-61. También en «Cáceres, poema eterno», archivo particular del poeta. «Cáceres» de Aurora. Amor. Domingo, Badajoz, Diputación Provincial, 1961.

[13] «Mis amigos: la frente / del tiempo; las espaldas / del tiempo. Las esquinas esperan la memoria, / y al final, La montaña». En «Cáceres» de Aurora. Amor. Domingo.

[14] Excepto una asignatura llamada Agricultura, que la aprobó en Badajoz, porque su hermano Juan (ya por entonces profesor de Química en el instituto de Cáceres) temía represalias en Jesús del profesor de esta disciplina, compañero suyo, con el que no congeniaba.

[15] Citada en Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

[16] Jesús Delgado Valhondo, Intervención en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos, Mérida, 1992. En Machado encontramos ideas parecidas sobre el Arte: «El arte es un juguete» (poema IV «Consejos» de Poesías Completas, p. 248). «-¿Más el arte? … / -Es puro juego, / que es igual a pura vida, / que es igual a puro fuego. / Veréis el ascua encendida» (poema XCIX de Poesías Completas, p. 306).

[17] Jammes también fue leído con devoción por Juan Ramón Jiménez.

[18] Jesús Delgado Valhondo lo afirma en su artículo «Tomás Stearns Eliot», archivo particular del poeta.

[19] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo o la vocación poética», El noticiero universal (Barcelona), 18-10-63.

[20] Jesús Delgado Valhondo,  «Tagore», Hoy (Badajoz), 14-6-61.

[21] Carta de Eugenio Frutos a Jesús Delgado Valhondo, Zaragoza, 27-2-61.

[22] Antonio Zoido, «Inefable domingo de noviembre. La esencia despojada del poema», Hoy (Badajoz), 27-2-83.

[23] Jesús Delgado Valhondo, «Cuando la palabra es hermosa», Hoy (Badajoz), 14-6-64.

[24] Jesús Delgado Valhondo, «Moguer de Juan Ramón Jiménez», Hoy (Badajoz), 16-8-81.

[25] «Juan Ramón Jiménez», Poesía, Badajoz, Diputación Provincial y ERE, 1988, p. 370.

[26] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo o la vocación poética», El noticiero universal (Barcelona), 18-10-63.

[27] Machado expuso su oposición a la poesía del intelecto a través del diálogo mantenido por Juan de Mairena y Jorge Meneses: «¿no cree en una posible lírica intelectual? (Mairena). Me parece tan absurda como una geometría sentimental o un álgebra emotiva (Meneses)». Poesías Completas, Madrid, Espasa-Calpe, 1994, p. 367.

[28] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[29] Machado quizás lo adoptara de Bécquer lo mismo que Valhondo, así como la atracción de ambos por su poesía clara, fácilmente inteligible, modulada con leves rimas asonantes.

[30] Marciano Rivero, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

[31] Antonio Zoido, «Glosa de amistad», en Homenaje a Jesús Delgado Valhondo, programa de mano, Badajoz, Teatro López de Ayala, 1993.

[32] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[33] Antología de la Poesía Española e Hispanoamericana, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1934.

[34] Manuel Pecellín, «Pedro Caba Landa», Literatura en Extremadura, tomo III, Badajoz, Diputación Provincial, 1983.

[35] Palabras de agradecimiento de Jesús Delgado Valhondo en el acto de entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[36] Valhondo reconoció explícitamente esta influencia en «La ruina y la herida», Extremadura (Cáceres), 5-10-49. No sabemos el efecto que estas palabras de Machado pudieron tener sobre la concepción de las ruinas en Valhondo y en Los anónimos del coro: «Pronto veremos el teatro en ruinas y, al cabo, nuestra sola sombra proyectada en la escena». En prólogo a Campos de Castilla de Manuel Alvar. Poesías completas de Antonio Machado, Madrid, Espasa-Calpe, 1988, p. 79.

[37] Ricardo Senabre. Introducción a Las Galgas, Mérida, ERE, 1989.

[38] Jesús Delgado Valhondo, «Tres novelistas extremeños», Extremadura (Cáceres), 1947.

[39] Hugo Emilio Pedemonte aprecia esta diferencia entre Unamuno y Valhondo cuando dijo: «expones líricamente al hombre de carne y hueso que buscaba Unamuno y que es el único que cualquier lector sensible reconoce como suyo». Carta a Jesús Delgado Valhondo, Azuaga, 3-3-74.

[40] Carta de Pedro Caba a Jesús Delgado Valhondo, Valencia, 17-10-40. Y carta de Eugenio Frutos a Jesús Delgado Valhondo, Zaragoza, 10-3-42.

[41] Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña, Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

[42] op. cit.

[43] También Juan Ramón Jiménez se había sentido atraído por este libro.

44 Dirigida por Alberto Juliá Martínez, fue editada en Cáceres desde el 1 de noviembre de 1935 al 15 de julio de 1936. Publicó 18 números. El grupo fundador estaba formado por José Ibarrola Muñoz, Eduardo Guerrero Oyonarte, Pedro Lumbreras Valiente, Diego Silva Alcántara, José Trujillo Peña y Antonio Hernández Gil, que da cuenta de los avatares por los que pasó esta publicación en una ponencia presentada en el I Congreso de Escritores Extremeños (Cáceres, 1980). En un número de Cristal, participó Valhondo con un poemilla que firmó con el seudónimo “Jesús De-Val”.

45 Jesús Delgado Valhondo, «La soledad», Hoy (Badajoz), 18-2-60.

46 Antonio Zoido, «Glosa de amistad», en Homenaje a Jesús Delgado Valhondo, programa de mano, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993.

47 Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

48 Eugenio Frutos, Retablo de la Pasión de Nuestro Señor, inédito.

49 Se había afiliado a Alianza Republicana dos años antes de proclamarse la República.

50 Valhondo recordaba que la gente, antes de comenzar su trabajo en el campo, oía misa a las seis de la mañana.

51 Se refiere a su hijo José María, nacido en 1937. Después nacería Fernando en 1939 y Gloria en 1949.

52 Estas son las impresiones que Manuel López Robles, poeta del grupo onubense, sacó de su visita a la casa de Valhondo en Gata. Carta a Jesús Delgado Valhondo, La Alquería (Huelva), 7-3-44.

53 Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Gata, 12-8-43.

54 idem. Gata, 29-3-44.

55 «Salida de luna» y «¡Ay, quién fuese corazón!», Nueva España (Madrid), nº 37, 1-1-40 .

56 Carta de Pedro Caba a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 14-10-39.

57 Por estas fechas, se localizan en el epistolario de Valhondo cartas de Caba y Frutos, donde  le critican poemas que les ha enviado; algunos de estos poemas los mandó a ambos para obtener opiniones distintas. Aquéllos, que tuvieron una crítica negativa, no hemos vuelto a encontrarlos documentados, posiblemente porque los destruyó. Caba y Frutos, además, lo animaban a enviar poemas a revistas de prestigio como Garcilaso Cisneros y lo hacían desistir de publicar en otras desconocidas como Cauce de Huelva.

58 Es creada en Valencia en noviembre de 1942 y dirigida por Ricardo Juan Blasco. Se gestó en el bar Galicia, donde se reunían Pedro Caba, Pedro Sanjurjo, Juan Cots, José Luis Hidalgo y José Hierro. Publicó 16 números. Corcel surgió contra el preciosismo de Escorial..

59 «La bruja», «El sepulturero», «Paseo», «Meditación» y «Día nuevo» que tituló globalmente «Estampas». Todos menos el primero aparecerán dos años después en Hojas húmedas y verdes y, ocho más tarde, también en El año cero.

60 Bien dirigida por Romano García.

61 En 1949, Valhondo consigue El rayo que no cesa en la Col. Austral de la editorial Espasa-Calpe editada en Argentina con prólogo de Cossío.

62 «Amanecer en la catedral» en el nº 1 de enero de 1943, «El verso» y «El alba» en el nº 2 de agosto de 1943, «Tú, mujer, digo a la tierra» en el número de abril-mayo de 1943 y «Nacer», en el nº de septiembre de 1944.

63 Carta de Manuel Molina a Jesús Delgado Valhondo, Alicante, septiembre de 1943.

64 Quizás esta disconformidad también se debiera a un secreto no confesado por Valhondo: el sospechoso parecido de este título con el de uno de los primeros libros de Juan Ramón Jiménez, Las hojas verdes (1909).

65 Jesús Delgado Valhondo, «Vicente Aleixandre», Hoy (Badajoz), 1977.

66 Carta de José Luis Cano a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 23-5-44.

67 Carta de Jorge Campos a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 29-8-44.

68 Conocerá a Valhondo a través de Corcel. El grupo onubense estaba formado por Francisco Garfias, Montero Galvache, Francisco Herrera, A. Manzano y Manuel López Robles, que fue quien los puso en contacto. Este grupo editaba la revista Odiel, donde publicó Valhondo.

69 A este grupo pertenecían, además, Alejandro Gaos, José Albí, Ricardo Blasco y José Luis Hidalgo, poeta por el que Valhondo sintió una gran estima, pues era el autor de Los muertos, libro de poemas que lo impresionó.

70 Carta de Vicente Gaos a Jesús Delgado Valhondo, Valencia, 23-11-44.

71 Revista de Madrid, creada en mayo de 1943 por José García Nieto, Pedro de Lorenzo, Jesús Revuelta y Jesús Juan Garcés.

72 Revista de Santander que fue fundada en abril de 1943 por Carlos G. Salomón, E. Sordo Lamadrid, G. Ortiz y D. Badía.

73 EFEBE [Fernando Bravo], «Nacimiento de la revista ‘Alcántara’ «, Alcántara (Cáceres), Año V, nº 26, 1949.

74 Canal, José, «Noticia del proyecto de publicación de ‘Alcántara’ «, Extremadura (Cáceres), 10-9-45.

75 Carta de Tomás Martín Gil a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 17-1-46.

76 Carta de Eugenio Frutos a Jesús Delgado Valhondo, Zaragoza, 27-2-61.

77 Jesús Delgado Valhondo, «Tomás, te estoy buscando», Alcántara (Cáceres), Año III, nº 12, 1947.

78 Ver «Poemas en publicaciones periódicas» de la bibliografía.

79 Esta especie de seudónimo procede de su segundo nombre (Jesús José) y de la segunda parte de su primer apellido (Delgado de la Peña).

80 José de la Peña, «Notas breves de dentro y de fuera», Alcántara (Cáceres), Año VIII, nº 53-54-55, 1952.

81 ibídem.

82 ibídem.

83 ibídem.

84 Tomás Rabanal, «Mi adiós a Jesús Delgado Valhondo», Extremadura (Cáceres), 28-7-93.

85 Rafael Rufino Félix, «El vendaval, Jesús», en A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Cuadernos Poéticos Kylix, 1993.

86 Revista alicantina, fundada por José Albí y Joan Fuster con la colaboración de Manuel Molina y Vicente Ramos, que la apoyó económicamente. Esta publicación supuso un rechazo de la poesía clasista y un abrigo de la nueva lírica humanizada, en la que Valhondo encajaba.

87 Antonio Reyes Huertas, «Los jóvenes», Hoy (Badajoz), 1-8-48.

88 Manuel Monterrey pide a Valhondo que presente en Alcántara a Manuel Pacheco, «otro poeta surrealista».

89 Delgado Valhondo les dedica poemas de El año cero.

90 Carta de Miguel Muñoz de San Pedro a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 20-1-50. También encontramos un elogio parecido en un artículo del mismo Muñoz San Pedro titulado «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.

91 Jesús Delgado Valhondo, «Homenaje a don Angel Orti Belmonte», Extremadura (Cáceres), 6-8-49.

92 Director General de Prensa, promotor de la revista Fantasía y «cazapoetas».

93 Jesús Delgado Valhondo, «La ruina y la herida. Un templo se nos muere: San Benito de Alcántara», Extremadura (Cáceres), 5-10-49.

94 El título del libro lo decidió finalmente Pedro Caba, que rechazó el que había propuesto Valhondo por cursi: «Dolor y gozo del aire», según deducimos  por la carta que le envía Caba el 29-5-48.

95 A quien, junto a Juan de Leceta -otro seudónimo de Celaya-, Valhondo dedica el libro.

96 Eugenio Frutos, Victoriano Crémer, el conde de Canilleros, Manuel Monterrey, José Luis Cano, Arturo Benet, Enrique Segura, Gabriel Celaya, José Canal, José Hierro, Antonio G. de Lama, Enrique Pérez-Comendador, José Crespo, López Gorgé, Rafael Jaume, Francisco Cañamero, Ramón de Garciasol, Leopoldo de Luis, Alejandro Gaos, Alarcos Llorach y Lázaro Carreter, entre otros.

97 Carta de Gabriel Celaya a Jesús Delgado Valhondo, San Sebastián, 13-11-50.

98 Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 30-11-50. No hemos podido confirmar documentalmente el éxito del El año cero en América.

99 Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

100 Jesús Delgado Valhondo, «Hay que pensar que se vive», Extremadura (Cáceres), agosto 1950.

101 Publica en revistas como Espadaña (León), La isla de los ratones (Santander) y Espiga (Buenos Aires) o en periódicos como El correo literario y ABC (Madrid). Imparte conferencias. Participa en el Almanaque de Literatura de Jorge Campos… En 1951, se celebran unas curiosas elecciones al senado olímpico de la poesía española para confeccionar y publicar una antología de los “diez grandes” de la lírica nacional. Formaban el jurado Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Pedro Caba, Gabriel Celaya y Carmen Conde. La clasificación fue encabezada por José Hierro, al que siguieron Blas de Otero, José María Valverde y Carlos Bousoño. Jesús Delgado Valhondo quedó en el trigésimo tercer puesto. Este hecho fue apreciado en nuestra región teniendo en cuenta que se trataba de una encuesta a nivel nacional. Citado en Alcántara (Cáceres), nº 190, 1978.

102 Los Cuadernos Alcántara fueron una idea del mismo Valhondo.

103 Jesús Delgado Valhondo, «Nuevos pobres», Hoy (Badajoz), 19-9-58.

104 Jesús Delgado Valhondo, «Practicante», Hoy (Badajoz), noviembre 1957.

105 Carta de Juan Ramón Jiménez a Jesús Delgado Valhondo, Río Piedras (Puerto Rico), 22-2-54.

106 Ricardo Gullón, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez, Madrid, Taurus, 1958.

107 Madrid, Afrodisio Aguado, 1957. Según Javier Blasco, autor de la edición de la Antología poética de Juan Ramón (Madrid, Cátedra, 1993), Gregorio Torres Nebrera es el crítico que ha realizado el estudio más completo y acertado sobre los Sonetos espirituales en un ensayo titulado «Para una lectura de los Sonetos espirituales«, que se editó en las Actas de Juan Ramón Jiménez en su Centenario. Cáceres, pp. 231 y ss.

108 La carta de Juan Ramón a Valhondo fue un refrendo apreciado por todos y una garantía de calidad, que fue comentada y reproducida en numerosas ocasiones. Por ejemplo, Alor la publicó en el nº 26-27 de julio de 1954.

109 Jesús Delgado Valhondo,  «Bibliotecas Extremeñas», Hoy (Badajoz), 16-3-56.

110 Jesús Delgado Valhondo,  «Volver sobre nuestros pasos», Hoy (Badajoz), 31-12-57.

111 Jesús Delgado Valhondo, «El recuerdo», Hoy (Badajoz), 26-2-56.

112 Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 24-10-56.

113 Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 7-8-58.

114 Por ejemplo, el 23-4-58 diserta sobre «Historia del libro».

115 A finales de 1958, participa junto a José Canal y Juan Luis Cordero en el certamen poético «Virgen de Altagracia» y gana un premio.

116 Carta de Mario Ángel Marrodán a Jesús Delgado Valhondo, Bilbao, 19-1-59.

117 Jesús Delgado Valhondo, «Oposiciones», Hoy (Badajoz), 8-7-59.

118 Jesús Delgado Valhondo, «Aldea y ciudad», Hoy (Badajoz), 10-9-59.

119 Jesús Delgado Valhondo, «Cuando se mueren los pueblos», Hoy (Badajoz), 10-10-59.

120 En la segunda parte de la década de los años 50 y primera de los 60, Valhondo se relaciona intensamente con los escritores y poetas de Badajoz por medio de cartas y la participación en actividades literarias. Es el momento del triángulo poético extremeño, formado por Lencero-Pacheco-Valhondo, que ofrecen recitales conjuntos y se ayudan mutuamente a introducirse en círculos líricos. Por ejemplo, Pacheco, muy bien relacionado con Hispanoamérica, abrió las puertas de la publicación en varios medios de aquellas latitudes a Lencero y Valhondo (éste fue ayudado además por Pedro Caba, que estuvo una temporada por América del Sur pronunciando conferencias; por Hugo Emilio Pedemonte, poeta uruguayo afincado en España, y por José López Martínez, colaborador asiduo de varias publicaciones hispanoamericanas).

121 Jorge Campos, Diez siglos de poesía española, Madrid, Taurus, 1959.

122 Carta de José Manuel Blecua a Jesús Delgado Valhondo, Barcelona, 35 [sic]-2-60.

123 Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 4-2-60.

124 Saluda de José Trevolle Díaz a Jesús Delgado Valhondo, Orense, 7-11-61. El primer premio lo ganó Victoriano Crémer con Tiempo de soledad.

125 Rafael Rufino Félix, «Salvar el Liceo», en Reloj de arena. Badajoz, Menfis, 1992.

126 Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva. Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

127 Jesús Delgado Valhondo, «Cimas Extremeñas», artículo en archivo particular del poeta.

128 Jesús Delgado Valhondo, «La tertulia», en la revista de la Feria de la barriada de San Fernando (Badajoz), 1960. La tertulia de Valhondo en Mérida tenía una participante de 18 años (algo excepcional para la época), Teresa Núñez González, que recuerda su participación en aquella actividad de esta manera: «Yo era una chiquilla de dieciocho años que tomaba asiento sin levantar la cabeza y que no se atrevía a leer lo que escribía. Mi hermana Rosa, con una voz mucho más adecuada que la mía, leía mis poemas. Y Jesús se enfadaba mucho y me decía: ‘Tú tienes suficiente personalidad para leer lo que escribes’. […] marcó el principio de mi vida literaria. A veces pienso que fue una de las personas que más influyó para que yo escribiese poesía y he llorado su pérdida como la de alguien muy querido y cercano, a pesar de la distancia y los años que nos separaron después». En carta de Teresa Núñez a Antonio Salguero Carvajal. Madrid, 30-9-96.

129 A partir de estas fechas y hasta que se traslade a la capital, Valhondo participa en numerosas actividades con los escritores pacenses: En el acto «Las siete palabras del Señor» del Viernes Santo, donde glosa la segunda palabra: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (1961). En el trascacho poético celebrado en el Mesón de los castúos (1963). En el citado acto anual de Semana Santa, esta vez glosando la séptima palabra: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». En un número de una revista hablada con el tema «La Navidad en la poesía». En la Fiesta de la poesía navideña, celebrada en el Instituto Zurbarán, leyendo varios poemas (1965) …

130 Recita los poemas «Ciudad de piedra», «El corazón en la vida», «La oración del enfermo», «El silencio», «¡Qué lejos estoy contigo!» y «El campo se hace mujer» el 25-3-60.

131 Jesús Delgado Valhondo,  «El poeta y el Guadiana», Hoy (Badajoz), 5-1-61.

132 Como, por ejemplo, en la Fiesta de la Poesía de Almendralejo, dedicada a Carolina Coronado, junto a Fernando Bravo, Pacheco y Lencero el 21-3-61.

133 Jesús Delgado Valhondo, «Moguer de Juan Ramón Jiménez», Hoy (Badajoz), 16-8-81.

134 Jesús Delgado Valhondo, «Poesía social», Hoy (Badajoz), 22-2-61.

135 Jesús Delgado Valhondo, «Oscuridad y misterio», Hoy (Badajoz), 9-8-62.

136 Por poner unos ejemplos, citaremos la conferencia pronunciada sobre el tema «El poeta y su mundo», la participación en el Día emeritense de la poesía recitando los poemas «Meditación ante un amigo muerto», «La calle» y «Oración del enfermo» y la presentación de José María Fernández Nieto, que vino a pronunciar una conferencia invitado por Valhondo el 9-2-62.

137 Ramón González-Alegre, «Delgado Valhondo en su Extremadura», El faro de Vigo (Vigo), 7-10-62

138 Arsenio Muñoz de la Peña, «Literatura pacense», Hoy (Badajoz), 1-11-61.

139 Vendrá a Almendralejo en 1966 a participar en un acto literario, invitado por Valhondo que lo presentó.

140 José López, «Aquel día en Mérida», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8. Esta aguda apreciación de José López Martínez coincide con un cambio, que imprime Valhondo a su poética por estas fechas: ahora su poesía que, significativamente, comienza a ser más esencial y hondamente humana, va acompañada de una variación formal que se observa en una mayor extensión de los versos y de los poemas y en su discurrir rítmico, pues casi abandona la rima y sus poemas adoptan un tono de largos parlamentos, parecidos a la poesía narrativo-descriptiva que impera en la lírica española del momento. Quizás a Valhondo le influyera la relación epistolar que mantiene a finales de 1963 y principios de 1964 con Félix Grande y José María Valverde.

141 Incluía varias secciones:  «Famas olvidadas: Jardiel Poncela» por Antonio Zoido. «Notas Literarias de dentro y de fuera» por Jesús Delgado Valhondo y «Concursos», 9-4-67. «Extremadura en la obra del pintor Isidro Antequera» por José López Martínez. «Notas Literarias de dentro y de fuera» por Valhondo y «Famas discutidas: Joan Miró» por Antonio Zoido, 21-3-67. «Famas olvidadas: Foxá» por Antonio Zoido. «Notas Literarias de dentro y de fuera» y «Rincón Poético» (Francisco Sitja Príncipe) por Jesús Delgado Valhondo y «Concursos Literarios», 12-12-69. Después Valhondo cambió, al menos tres veces, el nombre de la página literaria: una, sobre 1970, la tituló «Página del Arte, las Letras y la Cultura». Otra, algo más tarde sobre 1971, la denominó «Arte , Letras y Cultura». Y otra, sobre 1978, la llamó «Artes y Letras».

142 «Jesús Delgado Valhondo o la vocación poética», El noticiero universal (Barcelona), 18-10-63. «Jesús Delgado Valhondo en su Extremadura, Hoy«, El noticiero universal (Barcelona), 4-11-63.

143 «Una vaca se adentró y Pablito fue a por ella. Ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Cayó en un Hoyo de los que los areneros hacían en el verano, cuando el río está por allí con muy poca agua. Todo inútil. Pablito se ahogó. El señor maestro, leyendo la noticia en el periódico y mirando el sitio vacío que había quedado el corpachón de Pablito, se puso a llorar como un niño y dijo en voz alta: ‘El santo de los grillos, Pablito, es el diecisiete de abril’ «. En Jesús Delgado Valhondo, «Pablito el de las vacas» de Cuentos, Badajoz, Diputación Provincial, 1986.

144 Jesús Delgado Valhondo, «El traslado», Hoy (Badajoz), 7-9-65.

145 Además integraban aquel grupo numeroso: Enrique Segura Covarsí, José y Federico Alba, Francisco Rodríguez Perera, Luis G. Willemenot, Esperanza Segura, Julio Cienfuegos, Juan Antonio Cansinos, Francisco Pedraja, Fernando Pérez Marqués, Damián Téllez, Francisco Vaca, Manuel Terrón Albarrán, Arsenio Muñoz de la Peña, Francisco Arqueros, Antonio Soriano, Santander de la Croix y Araceli Spínola.

146 Título que recuerda a sus «Notas breves de dentro y de fuera» publicadas en Alcántara.

147 Jesús Delgado Valhondo, «Vivir del cuento», Hoy (Badajoz), 12-2-66.

148 Jesús Delgado Valhondo, «Atardecer en Badajoz», Hoy (Badajoz), 26-5-66.

149 Jesús Delgado Valhondo, «El Guadiana», Hoy (Badajoz), 25-8-66.

150 Creada por Valhondo en 1966. Por ejemplo el «Rincón Poético» del 2-10-66 está dedicado a Luis Álvarez Lencero. Valhondo no dejó de crear y cambiar las secciones de su Página Literaria para darle variedad, atractivo y, de paso, recoger todo lo que tenía interés cultural. Por este motivo nos encontramos con otras secciones como «Notas Literarias», en las que informa sobre hechos relacionados con el mundo de la cultura y la literatura. «Plumas Extremeñas», en la que destaca a escritores de la tierra, aunque no vivan en ella (por ejemplo, en la del 5-10-72 comenta a Rubén Caba). «In memoriam», «Los escritores extremeños opinan», «Famas olvidadas», «Los libros más vendidos» y otras que hemos citado antes o mencionaremos después. Esta amplia relación de secciones indica la dinámica desarrollada por Valhondo y muestran la gran labor realizada y el alto grado de inquietud cultural que siempre gozó.

En 1966, Valhondo además interviene en numerosas actividades literarias, celebradas en Badajoz, junto a escritores pacenses, de las que citamos algunas: recital-homenaje a Luis Chamizo. Revista hablada Alcazaba, a cuyo cargo estuvo el editorial. Antología del Guadiana, junto a Julio Cienfuegos y Manuel Pacheco. Homenaje al pintor Pedraja Muñoz, celebrado en el bar «El Sótano». Fiesta de la Poesía navideña, realizada en el hotel Zurbarán …

151 De esta unión nacerían tres hijos: Jesús en 1970; Felipe Juan en 1971 y Sofía en 1972. Teresa Núñez recuerda a Valhondo en esta etapa así: «En el 63 se produjo mi marcha a Badajoz, un poco antes que la de Jesús y viví de cerca su dolor con la pérdida de María, así como también la alegría de la llegada de Joaquina y un nuevo hijo cuando ya no esperaba rehacer su vida. Era un hombre lleno de vitalidad y amor como he conocido pocos». En carta a Antonio Salguero Carvajal. Madrid, 30-9-96.

152 En fechas cercanas y posteriores, Valhondo, además, participa en otras actividades: Semana de la Poesía, celebrada en la Delegación de Cultura de Badajoz, junto a Lencero y Pacheco. Reuniones Literarias de las Lagunas de Ruidera en Rocafrida (Ciudad Real), 21-3-67. Extremadura en sus Concursos, 18-4-67. Recital en la Biblioteca Pública de Cáceres, junto a José Canal y Fernando Bravo, 1968.

153 Jesús Delgado Valhondo, «Los niños de Extremadura», Hoy (Badajoz), 13-3-68.

154 Manuel Pacheco, «Prosema para hablar de los bastones y el humor», Hoy (Badajoz), 29-7-93.

155 Manuel Martínez-Mediero, El último gallinero. Sitges (Barcelona), nº 38, 1970,  p. 223.

156 En 1969, interviene en la Fiesta de la Poesía organizada por la Cátedra López Prudencio, junto a Lencero y Pacheco. En la Antología de pensamientos pasionistas, editada en el periódico Extremadura (Cáceres), 12-1-69. En el Homenaje de los Poetas a Antonio Machado, organizado por la Cátedra Donoso Cortés. Y, en 1970, en la Fiesta de la Poesía, organizada por la Delegación Provincial de la Juventud, actuando como mantenedor.

157 Jesús Delgado Valhondo, «La dorada mediocridad de la vida provinciana», Nuestra ciudad. Badajoz, octubre 1970.

158 Interviene en el certamen Retablo 71, junto a Manuel Pacheco y María Rosa Vicente, en Don Benito el 13-12-71. En la Fiesta de la Poesía de Almendralejo de 1971, junto a Lencero. Y en el recital poético que el Grupo Ángaro de Sevilla celebró en la librería Al-Andalus el 12-12-71.

159 Jesús Delgado Valhondo, «Carta abierta a Antonio Díaz Rodríguez», mecanografiada, archivo particular del poeta.

160 Incluye a escritores extremeños que viven dentro y fuera de la región. Por ejemplo, en la del 24-3-71 aparece Eugenio Frutos con un breve estudio biobibliográfico y un poema. Esta sección tuvo variantes: «¿Quién es quién en Poesía?», que presentaba a escritores de renombre nacional, y ¿Quién era quién en las Letras Extremeñas? que comentaba a escritores extremeños desaparecidos como, por ejemplo, Enrique Díez-Canedo, que es protagonista de esta sección en un número de 1973.

161 Por ejemplo, la del 24-3-71 incluía las siguientes secciones: «Artistas en el estudio». «Libros nuevos. Crítica». «¿Quién es quién en las Letras Extremeñas?: Hoy, Eugenio Frutos Cortés» y «Almena del Arte».

162 «Voy a tirar de la manta / para ver lo que debajo vive. / Hay que deshacer entuertos / para que reine la hermosa vergüenza / del cansancio […] Llegó mañana. / (será mejor callarme)». «Tirar de la manta» de La vara de avellano. A pesar del desencanto que lo invade no deja de participar en actividades como la despedida que se le ofreció a Lencero en Badajoz (16-11-72), cuando se marchó a Colmenar o en la Clausura del XXI Ciclo de Conferencias Culturales y Concursos, Exposiciones de Poesías y Pintura, junto a Manuel Fernández Calvo y Antonio Luis Baena, director y miembro del Grupo Ángaro respectivamente, en Almendralejo (agosto 1971).

163 Sevilla, Colección Ángaro, nº 38, 1973.

164 También participa en el I Recital de Poetas de la Región, celebrado en Cáceres (1974).

165 Cuando iba a Madrid, generalmente, tomaba café, por ver a mis amigos en el Gijón. O con José García Nieto, Gerardo Diego, Barnatán, Garciasol, Rafael Montesinos. O con Eusebio García Luengo y Antonio Buero Vallejo. Un día coincidí con González Alegre y con este motivo escribió un gran artículo -sobre nuestro encuentro personal- en el ‘El Faro’ de Vigo». En Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

166 Carta de Cándido Sanz Vera a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

167 Valhondo también interviene, por estas fechas y posteriores, en el I Ciclo de Conferencias Culturales del Círculo de la Concordia de Cáceres, presentando a Pedro Caba (otoño 1975). En la Feria extremeña del libro, junto a Francisco Rodríguez Arias y Antonio Zoido, en Badajoz (19-6-75). En la exposición de pintura de Francisco Lebrato Fuentes, junto a Antonio Zoido, en Oliva de la Frontera (14-2-76). En el acto literario en memoria de Francisco Rodríguez Perera, celebrado en Villanueva del Fresno (23-4-76). En la Semana del libro Extremeño, celebrada en la Casa de Extremadura de Sevilla (11-6-77). En un recital en la Caja de Ahorros de Cáceres (1978) y en otro del Aula de Cultura de la Caja de Badajoz (1979).

168 Marciano Rivero, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

169 Carta de Pedro Belloso a Jesús Delgado Valhondo, Puebla del Maestre (Badajoz), 24-3-77.

170 Carta de José Ledesma Criado a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 23-5-79.

171 Jesús Delgado Valhondo, «Después de las encinas», Hoy (Badajoz), 12-8-76.

172 Carta de Alonso Zamora Vicente a Jesús Delgado Valhondo, archivo particular del poeta.

173 Por ejemplo, en la página literaria del 15-7-78, aparece la realizada a Pedro de Lorenzo.

174 Editado en Poesía, pp. 371-373.

175 «Un mal día te dicen, / simplemente que estorbas. / Que tu mano y tu voz / ya no sirven de nada. / Que comes el pan de otro, / bebes el vino de otro. / (Y el otro está detrás / empujándote con ansias) / […]». «Estabas», poema inédito, mecanografiado, archivo particular del poeta.

176 Carta de Luis Álvarez Lencero a Jesús Delgado Valhondo, Colmenar (Madrid), 12-1-81.

177 Carta de José Ledesma a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 23-5-79.

178 Lo sabemos por los comentarios que éstos hacen a Valhondo en sendas cartas escritas en estas fechas.

179 Manuel Pecellín. «Mi Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

180 Antonio Bellido Almeida. «Delgado Valhondo, ¿político?», Hoy (Badajoz), 15-7-79.

181 Destacamos la actividad editora realizada en el Instituto «Emerita Augusta» de Mérida desde hace nueve años con la edición de las revistas Arco Iris y Empresa ’92, que incluyen sendos apartados literarios dedicados a escritores y temas extremeños, y la publicación de un libro de poemas cada curso escolar, en los que ya han participado más de 200 poetas noveles, conocidos y consagrados: Escritos del Sentir (1989), Poemas del reencuentro (1990), En horas de soledad (1991), Manantial de secretos (1992), Alma entre labios (1993), Homenaje. A Jesús Delgado Valhondo (1994), Como mágico perfume (1995), Canciones de una abierta herida (1996) y Almacén de ilusiones, baúl de sueños rotos (1997).

Los mantenedores de esta tradición editora, que destaca los valores líricos de nuestra tierra y da oportunidad a los noveles, son José Casillas Suárez, coordinador de Empresa ’92, y Antonio Salguero Carvajal, coordinador de Arco Iris y de la publicación de los libros de poemas citados. Además, los cuatro últimos han sido presentados por alumnos en actos donde intervienen la narración, la recitación, la luz, la música y los medios audiovisuales: en la presentación de Homenaje. A Jesús Delgado Valhondo, destacaron la trayectoria humana, espiritual y lírica del poeta extremeño, un año después de su muerte. En la de Como mágico perfume, realizaron un repaso de la poesía de autores extremeños en la historia de la literatura española. En la de Canciones de una abierta herida, ofrecieron una visión de la poesía contemporánea española. Y en la presentación de Almacén de ilusiones, baúl de sueños rotos, incidieron de nuevo en la poesía de autores extremeños y en otras manifestaciones culturales de la región a lo largo de los siglos.

182 Miguel García-Posada, Introducción a «Ocho poemas de amor [inéditos]», El País semanal (Madrid), 9-2-97.

183 Jesús Delgado Valhondo, «Dejar hablar al corazón», artículo en el archivo particular del poeta. Aunque a finales de 1979 y comienzos de 1980 decae bastante su actividad por los motivos apuntados, Valhondo interviene en el Homenaje al médico y escritor Felipe Trigo, celebrado en Trujillanos (8-11-80) y en un recital en el Hogar Extremeño de Madrid (14-12-80).

184 Esta sección también la encontramos en el periódico Hoy, aunque sólo hemos podido documentarla en una ocasión (7-12-86). En Alcántara (Cáceres), había llevado una sección titulada «Al margen de los libros», donde comentaba libros editados, y firmaba con el seudónimo «José de la Peña». Posteriormente, cambió el nombre de esta sección por el de «Recensiones».

185 Jesús Delgado Valhondo, «El lirismo», Hoy, 8-6-76.

186 A pesar de la preocupación que Valhondo sintió por este tema, no descuida su actividad literaria y participa en una publicación titulada «Poetas Extremeños en la Navidad» (Badajoz, Consejería de Cultura, 1981) con dos poemas «Villancico de la Cultura» y «Villancico de la Universidad» y en la Semana Cultural de Feria (Badajoz) el 10-12-81.

187 Jesús Delgado Valhondo, «La verdad», Hoy (Badajoz), 1-5-64.

188 No obstante, no abandona totalmente la participación en actividades literarias e interviene en la inauguración de «Vietnam», una escultura de Lencero, que se celebró en Mérida (1982), en la clausura del Aula Poético-Literaria «El Brocense» de Cáceres (26-5-82) y en el homenaje a Lencero, celebrado en Badajoz (28-12-82).

189 «Religiosidad en Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo» de María López Ollero y «La narrativa de Jesús Delgado Valhondo» de Ángeles Carrero.

190 Sin embargo, acepta participar en la II Feria del libro de Mérida, donde recitó poemas de la Habitación del rato, un poemario inédito, del que no tenemos más noticias.

191 En 1984, Valhondo publica en el nº de septiembre-diciembre de Alcántara (Cáceres) «El dolor del jardín» y «El pensamiento de la palabra», dos poemas de este libro.

192 ¿Quién es quién en Poesía? Volumen I. Madrid, Prometeo, 1985. También en este año Miguel D’ Ors, profesor de literatura de la Universidad de Granada, le pide en carta del 14-10-85, un poema de su libro La montaña, para incluirlo en la antología de la poesía española sobre el tema de la montaña, que estaba preparando.

193 Carta de Juan Manuel Rozas a Jesús Delgado Valhondo, Cáceres, 26-3-85.

194 En este año, Valhondo interviene en un Homenaje a Lorca y en el Centenario de Federico de Onís y participa en la Antología de la Poesía Española sobre el tema del mar, que prepara el Departamento de Literatura de la Universidad de Granada, y en la Semana Cultural del I. B. Rodríguez-Moñino de Badajoz (16-4-86).

195 “La mosca de Juan”, Cuentos.

196 “El duendecillo del desván”, op. cit.

197 En el Día de la Poesía, celebrado en Cáceres (27-3-87). En la presentación de las Obras escogidas de Luis Álvarez Lencero, que realizó Ricardo Senabre en la biblioteca de la Real Sociedad de Amigos del País, el 12-1-87. Junto a Valhondo, que leyó su «Carta a un poeta en Alemania», también intervinieron Manuel Pacheco y Jaime Alvarez Buiza. Organiza el seminario titulado «La situación del escritor en su Comunidad» en colaboración con Santiago Corchete y Jaime Álvarez Buiza.

198 Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo», en monográfico Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 2.

199 En este año participa en un recital junto a Jaime Álvarez Buiza en la Universidad Popular de Azuaga (Badajoz), en dos actos literarios organizados por  la Asociación de Escritores Extremeños e inaugura, junto a Manuel Pacheco, la Feria del Libro de Mérida.

200 En este año, Valhondo interviene en el Ciclo de Escritores Extremeños, organizado por el Colegio de Doctores y Licenciados de Cáceres y en el V Congreso de Escritores Extremeños, celebrado en Zafra.

201 Los poemas que leyó fueron: «Tarde de domingo» y «Plaza de Mérida» que aparecieron, como dijo en la Revista de estudios extremeños, Tomo XLVIII, nº III, septiembre-diciembre, 1992, pp. 213-215, dentro del ensayo de Hugo Emilio Pedemonte, titulado “Cinco poetas extremeños». El primero lo había editado en La vara de avellano y el segundo en Abanico. Hay un lapsus de Valhondo al decir que es el último número de la REEx, pues se trata del penúltimo; el último número fue el de enero-mayo de 1993.

202 Jesús Delgado Valhondo, «El marco y el cuadro», Hoy (Badajoz), 30-7-93.

203 Como si se hubieran puesto de acuerdo para rendirle un último homenaje por la defensa que siempre había hecho de ellas y el aprecio con que las distinguió frente a la hormiga. Ver artículo de Jesús Delgado Valhondo «La última cigarra», Hoy (Badajoz), 20-10-66.

204 Tenemos recogidos numerosos documentos, que aparecieron después de la muerte de Jesús Delgado Valhondo, pero no los hemos utilizado en toda su extensión por no hacer este trabajo más largo. No obstante, se encuentran a disposición del investigador que los necesite.

 

Fotografía cabecera: El poeta junto con sus alumnos en un día de clase