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Huir

HUIR [1]

PRÓLOGO [2]

«El milagro de huir donde volvía»

Creo que la muerte de Jesús Delgado Valhondo nos ha dejado un poco huérfanos y un mucho desnortados. Porque Jesús era un hombre bueno, un poeta excelente y un factor de cohesión extraordinario. En torno a Jesús Delgado la vida se hacía más fácil, sencilla y llevadera. Él era la voz pronta, el genio vivo, la risa fresca y al mismo tiempo la sensibilidad más pura, el corazón más cálido, la palabra más exacta. A Jesús se le quería porque sí. No había que darle vueltas. Cuando se enfadaba y cuando se reía, cuando te contaba alguna vieja historia -siempre bellísima y llena de ternura- o cuando despotricaba como un niño porque veía una injusticia o un desafuero. Jesús era Jesús. Pasear con él por Badajoz, por Cáceres, por Guadalupe, por Mérida era siempre un ejercicio de sabiduría popular, de exaltación de lo extremeño. Mi vida está llena de recuerdos y de alegrías al lado de Jesús. En su voz las leyendas y memorias de los viejos pueblos cobraban un matiz especial: las noches de invierno con su luna aterida y sus escarchas acuchilladas adquirían profundidades insospechadas, del mismo modo que si relataba el verano todo se irisaba de luces y de vida, de parva de eras y canciones de trilla.

Tengo con él una espina: un artículo que pensé dedicarle -y que nunca escribí- tras una tarde inolvidable de la primavera de Badajoz. Pregonamos casi al alimón la Feria del Libro y toda la ciudad olía esplendorosa, limpia y sensualmente, a los cinamomos en flor. Me enlazó en su charla la magia de estos árboles con el otro olor íntimo y humilde, casi pobre, pero vibrante de puro emotivo, de los viejos volúmenes, los desportillados, queridos y enmohecidos libros de lance … Hace poco se lo decía a Antonio Colinas, estudioso de árboles y de flores: ya de por vida la presencia del cinamomo cada primavera me traerá en sus aromas el nombre de Jesús Delgado. Y me gusta que sea así. Como sé que cada persona que lo conoció y lo trató, lo quiso extraordinariamente y guarda de él un rosario de anécdotas. Desde Antonio Zoido a Manolo Pecellín, desde Martín Tamayo a Jaime Álvarez Buiza desde Pedro de Lorenzo a Ángel Sánchez Pascual, desde Robles Febré a Mediero, desde Juan José Poblador a Ángel Campos … Por eso la muerte de Delgado Valhondo nos ha dejado un poco desnortados. Perdidos. Él era un aglutinante magnífico: unía a todos. En su risa, en la magia de su palabra poética, en la maestría de su enseñanza, en el cariño de sus reproches, en el juicio atinado sobre personas y obras, todo en él era cohesión y cordura. Incluso en sus salidas de tono. «Son las cosas de Jesús …» decíamos todos; pero, en el fondo de nuestro corazón, meditábamos profundamente sus palabras de sabio. Y repasábamos el poema deficiente o nos arrepentíamos del desdén hacia el compañero o disculpábamos la punzante soberbia del fatuo y, al rato, como por ensalmo, ante cualquier mostrador de la más inhóspita taberna, el alma se serenaba con un buen vaso de vino de pitarra mientras discurría chispeante aquella voz de Jesús cauterizadora y torrencial, desbordante y vivísima … Era un hombre sin aristas y en una tierra áspera y ruda, como la nuestra, ese don -como sus lealtades y su ternura- era impagable.

Ricardo Senabre, que lo conoció bien, nos ha dicho esta verdad: «Se nos fue Jesús, pero nos dejó a Delgado Valhondo. (…) La muerte no ha cortado nada: ha dilatado la figura de Jesús Delgado Valhondo, la ha proyectado hacia ese ámbito eterno e intemporal donde viven las grandes creaciones del espíritu». Sí, se nos ha muerto Jesús; pero nos ha dejado a Delgado Valhondo. No es fácil la pérdida del amigo, del hermano mayor, del guía generoso y bueno al que acudías constantemente. Miro una de sus cartas, enmarcada en mi despacho, y quiero hacerme a la idea de que Jesús ya no está entre nosotros; pero no puedo … Muchas veces en los últimos meses he llegado a descolgar el teléfono para hablar con Joaquina, esa mujer mágica, generosa, dulce y buena que le dio a Jesús las horas más bellas de su vida, e inmediatamente vuelvo a colgar porque no tengo fuerzas suficientes para sentirla sola, sin Jesús al lado. Sí, Jesús ha muerto; pero nos ha dejado a Delgado Valhondo. Así han ido pasando los meses …

Y resulta que aquí tenemos un libro inédito de Delgado Valhondo. Un libro hermoso y breve con este solo verbo como título: Huir. Un libro que es una confesión y es una despedida. Dieciséis poemas con el nombre de su numeración como dieciséis aldabonazos de testamento. Como dieciséis gritos para cornearnos la sangre.

Crepúsculo. Me hundo.

No tengo escapatoria.

Sobre el alba llovía.

Yo no sé si Jesús Delgado llegó a saber que se moría. A veces, hace años, en las largas noches de vino y confidencia, como en un susurro, Jesús te hablaba de la muerte. Se le llegaban a humedecer los ojos. Te contaba sus achaques, confesaba su amor a Joaquina y el cariño profundo a sus hijos; pero, en seguida, se recomponía, volvía el gesto o el vozarrón extremado y caluroso … y allí no había pasado nada. Pero ya, en los últimos meses, cuando los alifafes empezaron a sucederse, su  actitud cambió. Se daba a sí mismo ánimos de vida, derrochaba  afecto hacia los suyos, ordenaba papeles y pulió estos poemas. No sé si intentó sortearla, pero yo creo que era la primera vez que empezaba a distinguir con claridad la cara de la muerte.

Y como todos voy

a una luz que me esconde

para siempre jamás.

Supe vagamente de este libro por Antonio Salguero Carvajal, un hombre fervoroso de Jesús, que está trabajando a conciencia sobre su vida y su obra y que, entre otras tiene en marcha la edición de la correspondencia, interesantísima, de nuestro poeta. El 8 de marzo de 1993 visité a Jesús en su casa. Al día siguiente yo tenía que intervenir en el Aula de Poesía “Enrique Díez-Canedo”. Pasé la tarde con ellos. Jesús estaba un poco abatido porque se había fracturado el brazo derecho y eso le impedía escribir, lo que le exasperaba sobremanera. Hablamos de todo. Y salió a relucir el libro. Tanto Joaquina como yo intentábamos no centrarnos en el asunto porque Jesús insistía en que Huir era una despedida de la vida. Y aquella tarde Jesús estaba un tanto deprimido y triste. Cambiábamos sutilmente de tercio; pero, al rato, él volvía sobre el libro. Y recordaba la nota con que encabeza el poema «Cinco»: «‘Me voy, me decía Luis Álvarez / Lencero, antes de morir’. / Y se fue. / ¿Dónde habrá ido?». Recuerdo que, en otro momento de la conversación (porque saltábamos de un tema a otro con más ánimo de entretenimiento que otra cosa), me confesó que el libro quería dedicárselo a Ángel Campos. Le dije que me parecía muy bien y aprovechando el cambio hablamos de Ángel y de Pecellín y del Aula Díez-Canedo y de mi recital del día siguiente. (Por cierto, se tuvo que aplazar a mayo porque aquella misma madrugada yo hube de regresar urgentemente a Madrid ante un agravamiento súbito de Don Juan de Borbón. A uno de los primeros sitios adonde llamaron desde ABC para buscarme fue, precisamente, a casa de Jesús Delgado porque sabían que yo había pasado allí toda la tarde). Cuatro días después, el viernes 12 de marzo, en la página 14 del diario Hoy Ana G. Delgado le hacía a Jesús una espléndida entrevista sobre Huir. Todo lo que Jesús quería decir y yo había sorteado estaba allí, en la página del periódico, de nuestro periódico.

Voy porque hay alguien

que me está esperando.

No sé quién es

pero me está esperando …

«Su mujer, Joaquina -lo cuenta Ana G. Delgado-, rompe el silencio y le dice que puesto que este nuevo libro es la huida tendrá que escribir uno titulado la llegada. Ante esta sugerencia él afirma: ‘La llegada que la cuente San Pedro'». Puro Jesús Delgado Valhondo, radical y tierno.

Tú mismo te respondes

cuando triste te vas.

Nunca jamás ahondes.

Nunca es siempre jamás.

Con este libro se cierra el capítulo de la obra lírica de uno de los poetas más sinceros y auténticos en lengua castellana. Sobre su vida y sobre su producción literaria se han escrito ensayos lúcidos. Hace, sin embargo, falta el gran estudio de la muerte en Delgado Valhondo. La muerte como misterio y como constante lírica. Incluso como referencia reiterada -«nosotros somos la tumba de los nuestros. Nos entierran a cada uno en el cariño de los otros»- en entrevistas o confesiones particulares. Coincido con Senabre -y lo he recordado públicamente más de una vez- en que es preciso analizar a fondo su obra porque «faltan interpretaciones adecuadas que hagan patente el riquísimo mundo interior, la profunda coherencia y los extraordinarios hallazgos líricos de este poeta esencial, cuya obra ha alcanzado ya categoría perdurable»[3]. Del mismo modo es necesario que vea la luz tanta correspondencia recibida y enviada (Jesús ha sido uno de los últimos cultivadores del género epistolar) y una biografía. Hay que contar la vida y las anécdotas -tan ricas y variadas- de este hombre bueno, amigo irrepetible, amador de los asombros y de las cosas pequeñas; que todos sepan cómo fue este poeta misterioso y claro; meditador y religioso; silencioso y extrovertido. Hay que contar sus alegrías y sus tristezas, su pasión por el paisaje y su lucha amorosa con la palabra escrita. Que las nuevas generaciones cuando reciten sus versos conozcan también la categoría humana de aquel hombre singular que fue nuestro amigo.

Durante semanas, meses, me ha acompañado este libro. Incluso me lo llevé a América y hasta me permití leer sus poemas a amigos escritores de la otra orilla en inolvidable tarde habanera, como en su poemario inefable y de noviembre.

Me arrincono para verme distante,

hablando solo. Me engaño.

nos dijo en un autorretrato. También yo me he arrinconado muchas veces para escribir estas palabras. Y no podía. Éste es un libro trémulo y estremecedor. He necesitado ir hasta Mérida y ver llegar allí la primavera.

Tengo la tierra. Vuelve sola

la muerte vieja del camino.

En su lápida se lee: «Ya soy tierra extremeña». Florecía hermosamente el camposanto. El cielo azul, los lirios encendidos, tibio el romero y el ciprés desnudo. Cantaban los pájaros. Era una mañana impresionante. Volví a leer Huir:

La emoción del paisaje me la llevo

y al hombre que me implanta y me soporta

y al milagro de huir donde volvía.

De su puño y letra, al frente del poemario, recogió Jesús este verso de Juan Ramón: «Me llevo lo que dejo». Sobre las amapolas cruzó una golondrina. Y entonces comprendí que Jesús Delgado Valhondo no ha muerto.

Santiago Castelo[4]

A Carmen y Ángel Campos [5]

Me llevo lo que dejo.

J.R.J.

Huir no es escapar. Pero solamente huyendo

se escapa.

José Bergamín[6]

UNO [7]

Es mi vida asomada

a oscura luz de nido,

existencia de huido,

azahar de la nada.

El recuerdo dormido

vuelve de madrugada

a la noche ganada

al dolor y al olvido.

Me busco y me confundo,

aurora de la infancia

de la que soy perdido:

en el mar de tu mundo

creciendo la distancia

busco lo que no he sido.

DOS

Formas del huir

J.R.J.

Una circunferencia

de sueños la jornada,

ropa sucia, apagada,

en rincón de dolencia.

Hizo estación celada,

manantial de ausencia,

ramas de somnolencia,

murmullo sin llegada.

Libre yo, vagabundo,

jardín de mi memoria

que silencio envolvía.

Crepúsculo. Me hundo.

No tengo escapatoria.

Sobre el alba llovía.

TRES

Y ellos, ¿dónde están?

Los de la fotografía, claro,

¿dónde ríen, lloran, gozan, penan,

duelen, y comen y aman y juegan

y se cansan?

Los de la fotografía. ¿Dónde han ido? [9]

Sin darme cuenta elijo

beata que rezaba,[10]

cuando se descalzaba

era madre sin hijo.

El tren se desgranaba

en tiempo de escondrijo,

sin encontrar cobijo

un viajero lloraba.

Desnudo otoño era

habitación de infancia

que asombro todavía.

Ay de aquella pantera

que vuelve a la fragancia

pasajera del día.

CUATRO

Huye el fuego, avanzando [11]

Huye antes que te guarde

la otra incertidumbre,

música de la lumbre

quemándose en la tarde.

Lejos queda la cumbre,

monte que alegre arde

en cielo rojo, alarde

de inmensa muchedumbre.

Huye conmigo el día

y la noche me esconde

hecho ovillo de alfombra.

Nadie me dice dónde

llegué. Nadie sabía

que se murió mi alondra.

CINCO

«Me voy, me decía Luis Álvarez

Lencero, antes de morir«.

Y se fue.

¿Dónde habrá ido? [12]

Se perdió la partida

entre tanta alborada

porque no pasa nada

sino carne vivida.

¡Qué ternura ganada

entre gente perdida!

amor que se suicida

en sueño de escapada.

No sabes lo que escondes

ni, luego, lo que harás.

Tú mismo te respondes,

cuando triste te vas.

Nunca jamás ahondes.

Nunca es siempre jamás.

SEIS [13]

Todavía es tarde para huir.

Luis Landero[14]

Nunca sabré quién soy

perdido en no sé dónde

que siempre está de más.

El triste del comboy.[15]

Si lo nombra responde

soy hombre nada más.

A cualquiera le doy

lo que tengo y ahonde

que poco encontrará.

Voy sin saber que voy

a un verso que me esconde

doloroso y detrás.

SIETE [16]

A Jaime Naranjo[17]

La vida es una huida,

busca nada ganada,

corral, carne encelada,

secreto de la vida,

de la vida apagada,

de la vida encendida,

querida requerida

que si odiada es amada.

Hombre que solo soy

cuerpo de no sé dónde

olvidado y atrás.

Y como todos voy

a una luz que me esconde

para siempre jamás.

OCHO

Dormida sangre de amapola

con voz al hombre en el camino.

En el alambre queda el trino

de golondrina sin farola.

Debo seguir al peregrino

que me ha cubierto de aureola.

Tengo la tierra. Vuelve sola

la muerte vieja del camino.

Duerme la piedra luz vacía,

la calle avanza hacia la puerta

y abre la página del día.

Río de sombras cruza la huerta,

mieles de menta y de avefría,

beso la seda de esquina incierta.

NUEVE

La huida victoriosa

José Bergamín [18]

Huyo para librarme

de este largo cansancio.

Todos juntos, en mí mismo

vencidos, a mi lado.

«La huida victoriosa»

se consuela de encargo.

Luz primera del alba.

Olivar sin su campo.

Huyo de aquél que es ido.

No lo conozco bien.

Lo dejé suicidado

sin saber los porqués

en la encina del toro

un mañana de ayer.

Luz detrás de la vida

dime: ¿de mí qué fue?

Nadie contesta. Todos

dudan. Y yo también.

DIEZ

Huyo para esconderme.

Uso mortal bufanda

que me abriga del tiempo

frío de madrugada.

Huyo para perderme.

Dentro de la palabra

verso moraba el hombre.

Musical nota pálida.

Un aquel me desnuda,

el otro me suplanta.

Pero queda algo mío

que eternamente pasa

como el agua del río.

Uno más. No comprendo

en absoluto nada.

ONCE

 

Huye, que sólo el que huye escapa.

Fray Luis de León [19]

Me fundo aroma con quien quiero tanto

y con quien quiero tanto me destruyo.

Tengo tristeza a mano. Me construyo

pájaro y viento. Mi secreto llanto.

Cuántas colmenas. Hueca voz de espanto.

A compasión del otro me recluyo.

Niño. Mujer extraña. Me diluyo

en un árbol de hiel y miel y canto.

Huyo para escapar de lo que debo

a la vida que no fue ni acaso importa

que merezca la pena. Me moría.

La emoción del paisaje me la llevo

y al hombre que me implanta y me soporta

y al milagro de huir donde volvía.

DOCE

Me dijo: «Te dejo, me voy a un ballet«. [20]

La vida es una página

del libro de otra biblia

que escribieron los hombres

en el tiempo al pasar.

Una bruma de ocaso

que se bebe la tarde,

lenta niebla su imagen

que intento desvelar.

Después, sola, sin mundo,[21]

será huida obligada

su ballet, lluvia y rosas,

misterio por llegar.

Me descubre el paisaje

mientras buscaba un cuadro.

Seguía ella bailando.

Sombra y luz del pinar.

La contemplaba vuelo

fugaz del nuevo día

siempre olvidando algo

que se quedaba atrás.

TRECE

En la encina del monte

a mí mismo me espero. [22]

Historia de leyenda

en mí siempre creciendo.

La busco entre mis años,

no consigo entenderlo.

No consigo entrañarme

en aquello que quiero.

Se me va de las manos

la cruz del universo.

Me parece la vida

un desdichado encuentro,

tormenta entre los árboles

el hombre y sus espejos.

Los dos en una pieza

interpretando el tiempo.

Oigo la sinfonía

de espacio prisionero

allá donde la huida

es situación del tiempo.

CATORCE

Los tallos de la lluvia

a mi tiempo entretiene,

lo llena de tristeza,

de tarde de septiembre,

dulce, amoroso sur,

nardo de luz creyente.

Mi barco de papel

navega bajo el puente,

abandonado sueño

soplado por la gente.[23]

Me reflejo en el agua.

Me lleva la corriente.

El mar está esperando,

sed de agua, a que llegue.

QUINCE

Me pongo en el breviario

escrito y acostado.

Mi vida ocupa el sitio

de pájaro enjaulado.

El viento sueña lejos,

escucho lo olvidado

que no entiendo, es beso

que se quedó sin labios.

Un nadie siempre es alguien

oscuramente raro.

Sin darme cuenta huyo

de no sé qué, de algo.

Palabras del espejo

reflejaban fracaso

de vida y flor desnuda

de un tal Jesús Delgado.[24]

Y DIECISÉIS [25]

Se está haciendo tarde. [26]

Voy porque hay alguien

que me está esperando.

No sé quién es,

pero me está esperando.

¿Una interrogación?

No sé quién es,

pero me está esperando.

No sé quién es

ni lo que quiere,

pero me está esperando.

(¿En la ventana de la tarde?)

Sólo sé que me está esperando.

Y cuando llegue

me seguirá esperando.

Siempre me estará esperando.

Por eso voy,

porque me está esperando.

[DESPEDIDA]

Al terminar este poemario, esta huida, yo quiero recordar a mi amigo el poeta y escritor José María Osuna, que se me murió casi sin darme cuenta; a Jaime Álvarez Buiza a quien, ni él sabe que lo quiero como a un hijo; a Ángel Sánchez Pascual que le pasó lo que a mí, quiso poetizar la política y lo echaron como a mí; a Pecellín a quien me hubiera gustado darle clases de lo que no sé de poesía, y a ese dios, más o menos pequeño, que somos cada uno de los hombres, y a don Nadie, que es un tío que siempre está en candelero y que a mí me hace mucha gracia y mucho bien.

NOTAS

[1] Es un título que se refiere a la huida como liberación de la existencia, cuya ingratitud ha llevado al poeta al agotamiento emocional y a no tener otro deseo que volver a sus orígenes para reintegrarse a la tierra de la que había partido. Huir fue publicado póstumamente el 23 de abril de 1994 por la editorial pacense Del Oeste Ediciones, en su Colección de Poesía Los libros del oeste. La tirada tuvo 1000 ejemplares. El libro fue reeditado por la misma editorial en el año 2002. Huir es un libro estremecedor con tan alta calidad humana, espiritual y lírica que puede ser considerado, sin lugar a dudas, uno de los poemarios más trascendentes de la poesía española del siglo XX.

[2] El prólogo de José Miguel Santiago llama la atención sobre la urgente necesidad de estudiar a fondo su persona y su obra: poesía, libros de relatos, artículos periodísticos, crónicas, pregones de Ferias y Semanas Santas, prólogos, ensayos, letras de himnos y canciones, intervenciones orales, críticas de libros, epistolario y semblanzas. Cinco años después de exponer Santiago Castelo esta necesidad fue editada la tesis doctoral La poesía de Jesús Delgado Valhondo del autor de esta edición, que contiene un detenido análisis sobre su lírica (Cáceres, Universidad de Extremadura, 1999). Ahora queda por estudiar el resto de su obra literaria, que guarda auténticas joyas del buen decir.

[3] Este texto es del ensayo «Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», que se encuentra incluido en Escritores de Extremadura de Ricardo Senabre Sempere, Badajoz, Diputación Provincial, 1988, pp. 271-293.

[4] El prólogo descubre la estrecha relación humana, espiritual y lírica que Santiago Castelo mantuvo con JDV, que le había dedicado la primera parte de la 2ª ed. de Un árbol solo.

[5] Huir está dedicado a Ángel Campos (y a su esposa), que fue el artífice de su edición. Es profesor, director de la revista hispano-lusa Espacio-Espaço escrito, poeta (La ciudad blanca, 1997. El cielo casi, 1999. La semilla en la nieve, 2004) y coordinador de Abierto al aire: antología consultada de poetas extremeños (1971-1984), 1984. Después de la muerte del poeta coordinó el monográfico «Jesús Delgado Valhondo», donde editó el ensayo titulado «Más conocido que estudiado» (Hoy, 28-11-93).

[6] Con la primera cita, el poeta indica que, a pesar de la angustia padecida, su existencia no ha sido nula y en su huida lleva las vivencias de ser incardinado en un paisaje concreto, las experiencias de ser humano consciente de haber existido y la ilusión de volver a su origen (ver poema “Once”). La cita de José Bergamín expone la realidad de que no le queda más remedio que huir, pues ha agotado todos los recursos para entender los enigmas que lo abruman y, sin embargo, no ha conseguido comprender nada.

[7] JDV concibió anticipadamente Huir como el final de la estructuración de su obra poética, de ahí que se distribuya en dieciséis poemas, que se corresponde con el número de libros que componen su obra poética (exceptuando Las siete palabras del señor que él consideraba un poemario circunstancial). También se detecta un deseo docente de presentar sus reflexiones en poemas breves y de distribuirlo en tres partes que resumen los momentos cruciales de su vida espiritual: 1ª)La infancia, el pasado y los recuerdos («Uno», «Dos» y «Tres»). 2ª)La madurez, la conciencia de su imperfección, su soledad, su fracaso y la necesidad de huir («Cuatro» … «Quince»). 3ª)Su huida definitiva («Y dieciséis»).

[8] Posiblemente esta cita sea una reelaboración realizada por JDV del último verso del poema 140, que pertenece a «Madrugada» de Piedra y cielo, libro de poemas de Juan Ramón Jiménez: «Mariposa de luz, / la belleza se va cuando yo llego / a su rosa. / Corro, ciego, tras ella … / La medio cojo aquí y allá … / ¡Sólo queda en mi mano / la forma de su huida!».

[9] Pregunta dolorosa y nostálgica que recuerda el Ubi sunt? clásico, indicativa de la preocupación del poeta en los últimos momentos de su existencia por saber dónde están los que han muerto y adónde va a ir él.

[10] Este verso se encuentra explicado en el artículo «La beatas», donde JDV las defiende: «[La beata] Busca en el templo la soledad, la paz, la serenidad espiritual que falta en la calle y en el hogar. Está ahí huyendo del aislamiento» (Hoy, 3-11-62). La beata es otro de los seres desvalidos que JDV defendió de las críticas de sus semejantes.

[11] El sentido de esta sugerente frase se encuentra desarrollado en el poema: El poeta, como el fuego, cuanto más huye más se acerca a su origen (y a su extinción) aunque, como dice en la segunda estrofa del poema, al mismo tiempo se aleja de las respuestas que se encuentran en la cumbre de la montaña habitada por Dios.

[12] Es otra versión más próxima y personal del Ubi sunt? Ahora el poeta habla de su amigo Luis Álvarez Lencero al que, antes de morir, le oyó este comentario donde parecía indicar que sabía el lugar al que iba. Este enigma es la duda más angustiosa sufrida por JDV en su etapa crepuscular. El contenido de esta cita fue adelantado en el poema «¿Adónde?» de Los anónimos del coro: «Hay quien dice: ‘Me voy’. / Y se va al mirarnos / con nosotros dentro / por un camino oscuro / y sin saber si llegan» (vv. 7-11).

[13] Red. “Jesús Delgado Valhondo o la espiritualidad de un hombre cualquiera” del autor de esta edición (II Otoño literario … y solidario, Badajoz, Santa Marina, 2000).

[14] Con esta cita de Landero el poeta quiere mostrar su tremenda desorientación y justificar que huía porque estaba convencido de que nunca iba a conseguir siquiera autoidentificarse, huyera en su momento o a destiempo.

[15] Esta palabra, que aparece escrita de esta manera en la redacción original del libro, es cambiada (teniendo en cuenta que no afecta al sentido) por “convoy” en la 2ª ed. quizás para evitar que se confunda con un error ortográfico.

[16] Red. Homenaje. A Jesús Delgado Valhondo (Mérida, IFP Emerita Augusta, 1994).

[17] Exconsejero de Cultura de la Junta de Extremadura por el que JDV sintió un gran aprecio, como muestra el hecho de que sea la única persona a la que dedica un poema de Huir. Fernando Delgado Rodríguez, hijo del poeta, habla de la estrecha relación que los unía en su artículo «Jaime Naranjo» (Extremadura, 17-3-94).

[18] Esta cita de Bergamín es una forma culta que tiene JDV para justificar su huida (popularmente se expresa diciendo: «una retirada a tiempo es una victoria»), pues ya ha comprobado que es inútil seguir con su lucha espiritual y es más inteligente huir a un lugar conocido (sus orígenes) que acabar perdido en el vacío (la nada). Sin embargo, es pura ironía pues la huida no es producto de una victoria sino de un monumental fracaso: «Voy a tener que irme de viaje. Ir de viaje es huir un poco. No recuerdo quién habló de la huida victoriosa. Pero eso debe ser cuando lo que se deja uno atrás le importa un bledo» («El magnetófono» de El otro día, p. 86).

[19] Esta cita, que es el último verso del poema «Las sirenas» de Fray Luis de León, es otro punto en el que se apoya el poeta para tomar su decisión definitiva de huir, porque no existe otra manera de escapar de su angustia existencial.

[20] Según el poeta, esta frase se la dijo “una mujer pero, aunque he intentando acordarme muchas veces, no logro recordar quién fue. Pero sí me acuerdo de que me dijo con mucha seguridad que se iba a un ballet, y se fue sin más». De esta manera el poeta volvía a insistir en este asunto que tanto le preocupaba, pues sentía la angustia de saber si había algo que indicaba su destino a una persona para tranquilizarla y, sin embargo él, que se encontraba en el término de su vida, no había recibido aún ese mensaje confortador.

[21] Tanto en la primera como en la segunda edición este verso es pentasílabo por el olvido de “sola,”.

[22] En este verso JDV advierte que, dicho todo, vuelve al refugio de su soledad, es decir, a la soledad de «árbol solo» (que, ahora más que nunca, se siente), pues siempre tuvo la conciencia de que, ante la muerte, no había más compañía posible que la de su soledad. Esta idea ya aparece al comienzo de su obra lírica en el poema «Soledad» de Pulsaciones. Por otra parte, resulta significativo que identifique su soledad con la encina, el árbol típico de su paisaje, pues indica que vuelve a la tierra, es decir, al origen de donde partió. RO: La cita que encabezaba este poema era: «Si alguna vez lo veo, / va lejos, se me escapa», versos finales del poema «La prisa (Fiebre de ciudad)» de Aurora. Amor. Domingo.

[23] La imagen del «barco de papel», como metáfora de los recuerdos de la infancia perdida, JDV posiblemente la conociera al leer «El jardinero» de Tagore: «[…] Hoy, nublado y largo día de julio, meditaba sobre esos juegos de la vida en los que siempre perdí. Regañaba a mi destino por tanta maldad cuando, de repente, recordé el barquillo de papel que se me fue en el agua del arroyo” (capítulo 70).

[24] De nuevo JDV utiliza su nombre y primer apellido de “hombre cualquiera” con un sentido simplificador (antes lo empleó en el poema “Jesús Delgado” de Ruiseñor perdido en el lenguaje).

[25] El precedente de este poema se encuentra en El secreto de los árboles con el título de “Sé que estás esperándome”, compuesto treinta años antes.

[26] Finalmente, el poeta siente la necesidad de huir de una vez por todas.

[27] Poeta, médico y amigo sevillano de JDV, al que ya le ha dedicado “Dorada mediocridad» de El secreto de los árboles.

[28] Poeta al que ya le ha ofrecido «Noche con mujer dormida en el paisaje. Y no llegar» de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[29] Profesor, poeta, investigador y amigo al que JDV ha brindado Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre.

[30] Profesor, investigador y amigo a quien JDV ha dedicado la 2ª parte de Un árbol solo (2ª ed.) y el poema «Canción para Manuel Pecellín» (ver en «Y otros poemas»).

Fotografía cabecera: Monumento de «Las siete sillas» de Mérida