Presentación «HUIR» de Jesús Delgado Valhondo o la vuelta a sus orígenes
(Mérida. Salón de plenos del Ayuntamiento. 6-6-94. 21:30 horas)
¡Buenas tardes! Presentar Huir en este acto supone para mí una múltiple satisfacción personal:
1º) Por tratarse de un libro de Jesús Delgado Valhondo, cuya personalidad humana y poética ha sido avalada por dos Premios Nobel (Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre) y por figuras destacadas del mundo de la Cultura y de las Letras Españolas de los últimos 50 años, como Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Gerardo Diego, José María Pemán, Buero Vallejo, Gabriel Celaya, Lázaro Carreter, Ricardo Senabre… y un largo etcétera con el que omito nombres muy importantes por no hacer la relación exhaustiva.
2º) Por ser Huir el último libro de poemas de Jesús Delgado Valhondo, que concibió como «una despedida de todo y de todos sin dolor ni rencores» con la tranquilidad de su limpia conciencia, y por ser su testamento lírico-espiritual, que escribió con la certidumbre del que se siente morir, en un acto ejemplar de valentía ante la muerte, a la que, enfrentándose cara a cara, no hizo concesión alguna.
3º) Por elegirme a mí, un modesto profesor de Literatura, para presentar el libro en Mérida, su ciudad, donde nació y reposa, por expreso deseo personal, este extremeño que tanto sintió nuestra tierra hasta el punto de sellarlo con un epitafio esculpido en su lápida, donde reza: «Ya soy tierra extremeña».
4º) Por haber experimentado el placer de conocerlo y tratarlo, por el mutuo aprecio que llegamos a sentir y tener la extraordinaria oportunidad de compartir sus intranquilidades, sus nostalgias, su gran corazón y su apoyo en aquellas amables tardes de sábado, cuando pasaba largas horas con él y disfrutaba de su larga experiencia vital y lírica.
Y 5º) Por tener una voz tan personal, directa y sincera, que me ha llegado muy hondo, pues me suena a voz del ser humano universal, que no entiende de razas, ni colores, sino de un sentimiento común, mezcla de alegría, dolor, ilusiones y quimeras, que guardamos todos en el corazón y nos une por encima de fronteras y sistemas en un abrazo fraterno, como, por ejemplo, podemos intuir en este poema, donde nuestro sentido poeta se lamenta de la muerte trágica de un niño deficiente, que bien podría ser musulmán, cristiano o budista, blanco o amarillo…:
«EL TONTO DEL POZO»
Se ha caído en el pozo.
Iba a coger pájaros de luz
y su mano encontró la sombra
que tiró de su sangre.
Y ahí está, en el pozo,
por los siglos de los siglos del agua.
Las golondrinas lo llevan en la garganta
y hacen con él gárgaras de lirios.
El culantrillo le crece por la piel
y la humedad lo mantiene
sin raíces.
Hoy ha cogido un gorrión por las patas
y ríe a reventar.
Igual que cuando el cubo se sale
y el agua le da en la cara
arrugada como una carta que se tira
al fondo del tiempo.
Huiracaba de ser publicado póstumamente por la Editorial Del Oeste Ediciones de Badajoz, en su Colección de Poesía titulada Los Libros del Oeste, cuyo motor es el eficaz y activo Ángel Campos, aquí presente, al que junto a su mujer nuestro poeta dedica el poemario.
La edición es el resultado de un laborioso trabajo, que comenzó con un estudio exhaustivo y paciente del texto original y ha terminado en un libro muy cuidado, agradable a la vista por su papel, color y formato, y apropiado para la lectura, pues no se encuentran erratas y tiene una excelente impresión. Estas buenas razones me animan a alentar a sus promotores, para que continúen llevando sus proyectos presentes y futuros con tanto acierto como la edición de Huir.
El libro va precedido de un prólogo entrañable de José Miguel Santiago Castelo, poeta y escritor extremeño afincado en Madrid, que destaca la urgente necesidad de estudiar a fondo no sólo la poesía, sino también el resto de la Obra Literaria de Jesús Delgado Valhondo: Sus libros de relatos, sus cientos de artículos periodísticos, sus Pregones de Ferias y Semanas Santas, sus críticas de libros…
Después del prólogo, aparecen los poemas, cuyos títulos son números y terminan con el titulado «Y dieciséis», que significa el punto final no sólo de una obra poética, sino (y es lo más conmovedor) de una intensa vida que, en aquel momento, se apagaba.
Llama la atención que la mayoría de los poemas lleven citas o notas, que nos indican la preocupación del poeta por un misterio sin solución: El destino de las personas que mueren: «‘Me voy’, me decía Luis Álvarez Lencero, antes de morir. Y se fue. ¿Dónde habrá ido?», se pregunta Jesús Delgado Valhondo en la nota del poema «Cinco». O bien nos exponen la idea de huir de distinta forma e insistentemente: «Todavía es tarde para huir», cita de Luis Landero, que encabeza el poema «Seis» o «Huye, que sólo el que huye, escapa», cita de Fray Luis de León, que aparece en el poema «Once». Es decir, a través de ellas comenzamos a comprender el significado del título y del libro: Jesús Delgado Valhondo, al final de su vida, sintió la urgente necesidad de huir. Pero ¿por qué?
Si queremos entender el contenido del libro, es necesario conocer determinados momentos de la trayectoria vital y lírica de su autor, pues Huir supone la despedida consciente de su vida terrena y la culminación de su Poética, reunida en veintidós libros de poemas, donde nuestro recordado poeta nos dejó patente la angustia, padecida durante toda su existencia, que desemboca, esencia pura, en el epílogo de su rica vida espiritual y lírica, que es Huir.
Para introducirnos en el significado del libro, es conveniente que comencemos con esta reflexión: En el mundo hay dos tipos de personas. Uno, el de las que nacen, viven y mueren, sin más. Y, otro, el de las personas que se preguntan para qué nacemos, qué sentido tiene la existencia humana y cuál es la razón de la muerte. Pues bien, a este segundo tipo de personas, que se caracterizan por tener una rica vida espiritual, perteneció Jesús Delgado Valhondo, un ser agónico, luchador, rebelde… contra todas las agresiones espirituales y físicas, que sufre el ser humano, cuyas razones, estaba seguro, celosamente las guardaba Dios, al que buscó de una forma angustiada, atormentado por su falta de respuestas y sus continuos abandonos. Esta búsqueda desesperada de la divinidad será la fuerza motriz de su poesía.
La génesis de Huir se encuentra en el mismo origen de la existencia de Jesús Delgado Valhondo, cuando a la edad de seis años sufre una grave enfermedad, que lo mantiene entre la vida y la muerte durante un lustro y comprueba, en sus propias carnes, la tremenda fragilidad del ser humano y su dramática soledad. Aunque, después, recuperado, vivió una juventud con relativa tranquilidad que, dulcificada con el paso de los años, trató de recuperar siempre que la realidad lo abrumaba; no obstante, una y otra vez se encontró con unas vivencias, a las que el Tiempo había llevado tan lejos, que le resultó imposible rescatarlas:
«UNO»
Es mi vida asomada
a oscura luz de nido,
existencia de huido,
azahar de la nada.
El recuerdo dormido
vuelve de madrugada
a la noche ganada
al dolor y al olvido.
Me busco y me confundo,
aurora de mi infancia
de la que soy perdido:
en el mar de tu mundo
creciendo la distancia
busco lo que no he sido.
“TRES”
[…]
Desnudo otoño era
habitación de infancia
que asombro todavía.
Ay de aquella pantera
que vuelve a la fragancia
pasajera del día.
Después las circunstancias adversas de su etapa madura (muerte de seres muy queridos por él; el contacto cercano con el dolor y el sufrimiento de la gente, a través de su segunda profesión de practicante, que ejerció en Zarza de Alange y abandonó cuando, impotente, vio morir a un niño de leucemia; la pobreza espiritual, física y cultural de la España de la posguerra; las debilidades del ser humano por tener y no por ser… provocaron que, en su madurez, fuera formándose una idea desencantada de la condición humana y de la vida por su ingratitud:
”DOCE”
La vida […]
Una bruma de ocaso
que se bebe la tarde,
lenta niebla su imagen
que intento desvelar.
Después, sola, sin mundo,
será huida obligada
su ballet, lluvia y rosas,
misterio por llegar.
[…]
“TRECE”
[…]
Me parece la vida
un desdichado encuentro,
tormenta entre los árboles
el hombre y sus espejos.
Los dos en una pieza
interpretando el tiempo.
Oigo la sinfonía
de espacio prisionero
allá donde la huida
es situación del tiempo.
Por estas razones, la vida de Jesús Delgado Valhondo fue una huida angustiosa hacia adelante buscando a Dios, para que le explicara las razones de tanta imperfección humana y de tantas interrogantes vitales. De tal manera que sus elucubraciones líricas se convirtieron en una búsqueda constante del ser superior, que guardaba las claves del dolor humano. Y, entre vacilaciones, angustias y dudas caminó dificultosamente por el empinado sendero de la vida, subiendo una imaginaria montaña, esperanzado en que al final del camino, en la cima, Dios estuviera esperándolo para curar sus heridas y desgarros.
La ocasión de materializar esta idea se le presenta, en 1956, cuando asiste a un Curso de Verano en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, donde sube a la Montaña, animado. Ha llegado el momento; por fin, podrá abrazar a Dios, sus intranquilidades se van a calmar de una vez por todas.
Pero, la Montaña le produce un tremendo terror, siente vértigo, la lluvia constante, la niebla, los precipicios… lo hacen retroceder antes de alcanzar la cima, y su decepción es total cuando comprueba que Dios no se ha dignado recibirlo, porque Aquél no era el Dios amable, padre cariñoso… que esperaba lo recibiera con los brazos abiertos; Aquél era un Dios de tormenta, distante en su trono, protegido y apartado del ser humano por las fuerzas impresionantes de la Montaña, como el Dios cruel de Moisés:
“CUATRO”
Huye antes que te guarde
la otra incertidumbre,
música de la lumbre
quemándose en la tarde.
Lejos queda la cumbre,
monte que alegre arde
en cielo rojo, alarde
de inmensa muchedumbre.
[…]
Jesús Delgado Valhondo baja de la Montaña y no volverá a recuperarse, pues ¿qué le quedaba entonces? Volver a sus orígenes, pero no puede, hay demasiados recuerdos dolorosos y nostalgias incurables; lo intenta de nuevo, es imposible. Sólo le queda caminar en la otra dirección, hacia adelante, pero desorientado, solo, sin esperanza, bamboleado y arrastrado por la vida y el Tiempo irremisiblemente hacia la muerte, que se le presentaba de esta manera como un trago amargo, porque, sin Dios, no había nada, ni siquiera esperanza de vida eterna, que es lo que lo mantuvo, hasta entonces, en el duro camino de la existencia:
“SIETE”
La vida es una huida,
busca nada ganada,
corral, carne encelada,
secreto de la vida,
de la vida apagada,
de la vida encendida,
querida requerida
que si odiada es amada.
Hombre que solo soy
cuerpo de no sé dónde
olvidado y atrás.
Y como todos voy
a una luz que me esconde
para siempre jamás.
Ante esta dura realidad, Jesús Delgado Valhondo se angustia, porque sin respuestas se hunde cada vez más en su abismo espiritual y se desespera: ¡no puede ser!, pero ahí está la realidad para convencerlo de una verdad estremecedora: El Hombre, teóricamente, el ser más perfecto de la Creación, es insignificante, frágil e imperfecto, y él también. El ser humano no tiene capacidad de crear un mundo mejor, ni de encontrar razones a su condición mortal ni explicar el misterio, que envuelve la existencia humana:
“SEIS”
Nunca sabré quién soy
perdido en no sé dónde
que siempre está de más.
El triste del convoy.
Si lo nombra responde
soy hombre nada más.
A cualquiera le doy
lo que tengo y ahonde
que poco encontrará.
Voy sin saber que voy
a un verso que me esconde
doloroso y detrás.
La vida, por tanto, sólo le ofrecía vivir por vivir, la decepción, la mediocridad de una existencia sin identidad personal, donde se veía obligado a cumplir el papel que le había tocado representar en la comedia universal de Dios, arrastrando la indignidad del derrotado, del sumiso que se limita a sobrevivir, sin preguntar nada:
“CINCO”
Se perdió la partida
entre tanta alborada
porque no pasa nada
sino carne vivida.
¡Qué ternura ganada
entre gente perdida!
amor que se suicida
en sueño de escapada.
No sabes lo que escondes
ni, luego, lo que harás.
Tú mismo te respondes,
cuando triste te vas.
Nunca jamás ahondes.
Nunca es siempre jamás.
El carácter comprometido con todo lo humano de Jesús Delgado Valhondo no soportaba esta situación y se resistía a perder la dignidad de sentirse libre, de ser por él mismo, independiente y dueño de sus actos. Se decepciona, pero al final se convence, tiene que aceptar la realidad le guste o no y, entonces, siente una tremenda soledad porque, abandonado por Dios, se da cuenta de que tampoco encuentra consuelo en los otros, pues el ser humano, aunque esté acompañado, siempre se encontrará solo, los demás no pueden ayudarlo, son otros solitarios, tan desorientados y abatidos como él, prisioneros de unas circunstancias que no son capaces de dominar, porque la existencia terrena es «un callejón sin salida» para ellos:
”DOS”
[…]
Libre yo, vagabundo,
jardín de mi memoria
que silencio envolvía.
Crepúsculo. Me hundo.
No tengo escapatoria.
Sobre el alba llovía.
Por esta razón, Huir reúne el desencanto y el peso de la carga, en que se había convertido su intensa y larga vida, hecha tragedia por el silencio de Dios que él, en su angustia, magnifica y entiende que es la tragedia del Hombre universal:
“NUEVE”
Huyo para librarme
de este largo cansancio.
Todos juntos, en mí mismo
vencidos, a mi lado.
«La huida victoriosa»
se consuela de encargo.
Luz primera del alba.
Olivar sin su campo.
Huyo de aquél que es ido.
No lo conozco bien.
Lo dejé suicidado
sin saber los porqués
en la encina del toro
un mañana de ayer.
Luz detrás de la vida
dime: ¿de mí qué fue?
Nadie contesta. Todos
dudan. Y yo también.
Además, en Huir hallamos una vida llena de espiritualidad, pero dolorosamente reflexiva e impregnada de la amargura del fracaso de su búsqueda y de su soledad. Y, también, nos encontramos con la nostalgia de todo lo que dejó en el camino, la melancolía producida por su insignificancia y su desorientación y la tristeza de sentirse arrastrado irremisiblemente hacia la nada:
”DIEZ”
Huyo para esconderme.
Uso mortal bufanda
que me abriga del tiempo
frío de madrugada.
Huyo para perderme.
Dentro de la palabra
verso moraba el hombre.
Musical nota pálida.
Un aquel me desnuda,
el otro me suplanta.
Pero queda algo mío
que eternamente pasa
como el agua del río.
Uno más. No comprendo
en absoluto nada.
Ante esto no podía tener más que una triste concepción de la naturaleza humana, porque la vida, con sus adversidades, consiguió acobardarlo; se encontró indefenso ante los designios del cielo y de la tierra, cuya fuerza arrasadora y enigmático misterio no pudo controlar ni entender y sólo le quedó una solución: Huir:
«ONCE»
[…]
Huyo para escapar de lo que debo
a la vida que no fue ni acaso importa
que merezca la pena. Me moría.
La emoción del paisaje me la llevo
y al hombre que me implanta y me soporta
y al milagro de huir donde volvía.
También lo empujaron a huir, además de los continuos fracasos en su búsqueda de Dios, los deseos de alejarse de los despojos de su derrota, aunque su desorientación hizo que huyera no sabía bien de qué:
«QUINCE»
[…]
Sin darme cuenta huyo
de no sé qué, de algo.
Palabras del espejo
reflejaban fracaso
de vida y flor desnuda
de un tal Jesús Delgado.
Y es que Jesús Delgado Valhondo se vio, arrastrado por esa fuerza misteriosa e incontenible, que lo empujaba hasta la muerte, aunque, a veces los resquicios de esperanza que le quedaban, lo hacían soñar en que alguien lo estaba esperando:
«CATORCE»
[…]
Mi barco de papel
navega bajo el puente,
abandonado sueño
soplado por la gente.
Me reflejo en el agua.
Me lleva la corriente.
El mar está esperando,
sed de agua, a que llegue.
Este convencimiento es lo que le hace huir hacia adelante, hacia la única dirección posible, primero, esperanzado, para entregarse «a algo sublime como un hijo pequeño que va corriendo en busca de los brazos de su padre», como dijo en el Pregón de Semana Santa, que pronunció en Don Benito en el año 1973. Y, después, decepcionado, pues la cruda realidad lo llevaba a huir de la realidad de una vida en blanco y negro, sin encanto alguno, que sentía invadida por las sombras y el frío de la desolación:
«OCHO»
[…]
Duerme la piedra luz vacía,
la calle avanza hacia la puerta
y abre la página del día.
Río de sombras cruza la huerta,
mieles de menta y de avefría,
beso la seda de esquina incierta.
Pero ¿Huir, adónde? A su origen, al lugar del que procedía, desde el que algo poderosamente lo atraía por medio de una voz, que estaba muy arraigada en su misma esencia humana, como una llamada que lo reafirmaba en la idea de que huyera sin temor con la confianza de que alguien lo esperaba, como si fuera necesario su llegada para cerrar el círculo de la ley de la vida, que comienza con el nacimiento y tiene que terminar irremisiblemente con la muerte.
Y Jesús Delgado Valhondo, aunque duda, responde a esa poderosa llamada, y huye a reintegrarse al núcleo del que se desgajó y al que vuelve, sin dramatismos. De ahí que él tan temeroso siempre de la muerte, la afrontara, cuando le llegó, con pasmosa sangre fría:
«Y DIECISEIS»
Voy porque hay alguien
que me está esperando.
No sé quién es,
pero me está esperando.
¿Una interrogación?
No sé quién es,
pero me está esperando.
No sé quién es
ni lo que quiere,
pero me está esperando.
(¿En la ventana de la tarde?)
Sólo sé que me está esperando.
Y cuando llegue
me seguirá esperando.
Siempre me estará esperando.
Por eso voy,
porque me está esperando.
La concepción dramática del Hombre y de la existencia humana es la que abrigará espiritualmente en su ánimo en los últimos años de su vida y de su poesía, y es la que nos expone de una forma humanísima y conmovedora en Huir. Así lo supieron captar, en la presentación del libro, realizada en Badajoz el 5 de mayo pasado, Jaime Álvarez Buiza cuando dijo: «Huir es un libro estremecedor, que pesa 84 años, porque en él está resumida la vida de Jesús Delgado Valhondo» y Ángel Campos, al definirlo como un «libro terriblemente angustioso».
No me gustaría terminar dejando una idea amarga sobre la humanidad y la poesía de Jesús Delgado Valhondo: Sus reflexiones espirituales son propias de un profundo cristiano en su sentido más estricto, pues si «religión» etimológicamente significa «religarse», es decir, volver a unirse con Dios es, precisamente, lo que intentó Jesús Delgado Valhondo durante toda su vida y, ante sus reiterados fracasos, se debatió en una angustiosa lucha espiritual entre la Fe y la duda, porque no quería doblegarse ante la contradicción tan patente que suponía ser un ente humano dotado de razón y, sin embargo, no podía utilizarla porque la realidad se lo impedía. De ahí la angustia que sintió ante tal paradoja, porque atentaba contra su integridad humana y espiritual. Esta lucha que mantuvo constantemente, sin duda, lo dignificó, pues es mucho más fácil creer a pies juntillas, que cuestionarse los problemas de la existencia humana, buscando respuestas, recibiendo silencios e intentándolo otra vez. Y así toda una vida.
Además, aunque sus inquietudes existenciales afectaron fuertemente a su espíritu, no alteraron nada sus relaciones humanas y sociales, pues fue una persona especialmente campechana, desprendida, bondadosa, comprensiva, vitalista… De ello puedo dar fe sin el temor de caer en la subjetividad; a las personas que lo trataron, recibieron su apoyo, gozaron de su amistad o su compañía, pongo por testigos.
Gracias por su atención.
Antonio Salguero Carvajal
Fotografía cabecera: Panorámica Cáceres monumental