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Capítulo I: Vida

Vida 

Cáceres, la ciudad de los asombros

Trevejo, a solas con la soledad

Gata, contacto con el exterior

Zarza de Alange, fuertes vivencias existenciales

Mérida, reencuentro con su ciudad natal

Badajoz, búsqueda de nuevos horizontes

    VIDA

    Jesús José Delgado de la Peña Valhondo nació el día 19 de febrero de 1909 en la calle Bastimentos de Mérida (Badajoz), lugar donde su padre, José María Delgado de la Peña Merino (natural de Zarza de Alange) ejercía de notario. Su madre se llamaba Sofía Valhondo Carvajal y procedía de Montánchez (Cáceres).

    Jesús era el menor de diez hermanos y fue un niño muy querido pero, con seis años de edad, sufre la poliomielitis, una grave enfermedad que le afecta la cabeza del fémur de la pierna derecha, lo mantiene entre la vida y la muerte durante cinco años y lo marca física[1] y espiritualmente[2] para toda su existencia.

    Desde entonces recordará aquella triste etapa con emocionadas palabras, que rememoraban no sólo el sufrimiento padecido sino también el encuentro, por medio del dolor, con la naturaleza, Dios y consigo mismo: «La enfermedad te da con creces fortaleza de ánimo, esfuerzo sobrehumano por algo que hay más allá y necesitas cogerlo. La vida interior crece. […] La vida le nace al enfermo de la meditación. Yo aprendí a estar solo cuando apenas tenía diez años de edad. Por eso he amado tanto a la soledad, al silencio»[3].

   No obstante el sentimiento que más lo afectó fue comprobar la indefensión, la insignificancia y la soledad del ser humano: “Todos somos carreteros / lamidos por los caminos, / labradores, campesinos, / hombres ceros”[4]. Estas adversas vivencias, experimentadas en su más tierna infancia, impregnarán más tarde su obra poética de un sino trágico y de la necesidad angustiosa de hallar a Dios, para que le explicara la razón de la imperfección humana y el misterio de la existencia.

     CÁCERES, LA CIUDAD DE LOS ASOMBROS

    En 1918, muere su padre y, al año siguiente, su madre decide trasladarse con sus hijos[5] a Cáceres donde tenía familia. La primera impresión de la capital cacereña, en el alma infantil de Jesús Delgado Valhondo, fue muy triste pero se adapta pronto a la ciudad y enseguida consigue entablar amistad con Leocadio Mejías y Antonino Rodríguez. Esta rapidez en establecer relaciones sociales muestra la facilidad que tuvo desde pequeño para cultivar la amistad, valor que mantendrá vigente toda su vida a través de una estrecha conexión personal y epistolar con amigos, intelectuales y escritores que iba conociendo conforme ampliaba sus relaciones humanas y literarias.

    En Cáceres sufre una recaída de su enfermedad, que le obliga a usar muletas durante varios meses. Pero, superado este contratiempo, fue un niño extrovertido, simpático y desenvuelto[6], al que su defecto físico no le impedía participar en todos los juegos e, incluso, subir y bajar con su bota de alza las cuestas del barrio de San Mateo a la carrera[7].

    Este barrio, situado en la parte antigua de Cáceres, fue para el joven Valhondo un lugar de entrañables vivencias porque configuró sus fantasías infantiles, ayudó a perfilar su formación adolescente y, en su juventud, le sirvió como retiro espiritual por su paz y su silencio. Allí se extasiaba oyendo el dulce sonido de la campana, que llamaba a la oración a las monjas del convento de clausura ubicado en el barrio, y el suave canto de sus maitines, que seguirá escuchando en sus recuerdos y dejará plasmado en poemas y artículos, donde recoge estas experiencias espirituales: «Instituto viejo de Cáceres, mano derecha del barrio de San Mateo que te cogía y te metía en sus calles, en sus callejas, en sus rincones, en sus entrañas y, sin darte cuenta, te mantenías de su sangre y sin darte cuenta sigues comiendo el corazón del silencio de la ciudad»[8].

    El enraizado apego de Jesús Delgado Valhondo por el barrio de San Mateo, al que denominaba “el corazón palpitante de Cáceres», también lo hizo extensivo a la Montaña[9]. Este lugar elevado, que se levanta sobre la ciudad como un vigía majestuoso y enigmático, ejerció en su ánimo una fuerte atracción que convertirá en punto de referencia anímica para la concepción de la existencia que entonces estaba configurando en su espíritu con forma de montaña. Además, Valhondo manifestó un profundo afecto por Cáceres, el lugar donde vivió feliz su infancia, disfrutó su adolescencia y se enamoró en su juventud. El aprecio que sintió por su ciudad adoptiva lo dejó patente en nostálgicas y líricas evocaciones tanto en verso como en prosa: «Cáceres tiene un cielo alto, azulean miradas, el aire es limpio como una página sin escribir para que en ella dibujen atardeceres de sábado los vencejos. Cáceres estrena cielo todos los días»[10].

    Valhondo, ya había olvidado el dolor de su enfermedad infantil, cuando viene a conmover su vida un hecho luctuoso que lo afectará anímicamente. Su hermano Fernando, de 20 años de edad, muere en la guerra de Marruecos. Fernando era el hermano con el que más relación mantenía por entonces y su muerte deja un recuerdo dramático en su alma joven («En mi casa hubo algo que se hundió definitivamente»[11]). Este lamentable suceso reaviva su triste experiencia de la infancia y provoca que, desde muy joven, vaya formando en su espíritu una concepción trágica de la existencia y que su angustia se acentúe progresivamente ante la preocupante caducidad de la condición humana.

    Primeras lecturas. Contacto con el ambiente cultural

    En 1921, Jesús Delgado Valhondo comienza el Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Cáceres, donde se hace de un amplio grupo de amigos entre los que se encuentran Pedro de Lorenzo y José Canal con los que comparte el gusto por la lectura.

    Valhondo recordaba haber leído en aquella época El buscón de Quevedo y otras novelas del Siglo de Oro, a Bécquer, Unamuno, Valle Inclán, Azorín, Pío Baroja, Gabriel Miró, Jacinto Benavente, Blasco Ibáñez, Muñoz Seca, Eduardo Zamacois, Rubén Darío, Francisco Villaespesa, Manuel Machado, Emilio Carrere, Fernando Villalón, Pedro de Répide, Álvaro Retama, Felipe Trigo, León Felipe, Wenceslao Fernández Flores y Ramón Pérez de Ayala.

     Esta variada lista de escritores, que recoge sus primeras lecturas, resulta muy significativa pues va a justificar que, a lo largo de su obra lírica, aparezcan el desencanto barroco, la sutileza romántica, el naturalismo realista, los altibajos emocionales de los modernistas, las preocupaciones de los autores del 98 y la esencialidad de los escritores de la Generación del 14.

    También, cuando se produce la efervescencia de los Ismos en la década de los años 20, el Vanguardismo deja en el joven Valhondo su impronta teórica, pues ya mayor seguía pensando que «en la vida hay dos cosas importantes: El oficio y el juego. El Arte es juego, la Arquitectura, las Matemáticas los conjuntos … El oficio es para subsistir y dedicarnos al juego»[12]. Sin embargo, la influencia práctica se produce a comienzos de los años 30 cuando escribe numerosos poemas vanguardistas, incluye alguna muestra en Canciúnculas y Pulsaciones y destruye el resto porque no se atreve a publicarlos[13].

    Además, leyó ensayos de Filosofía y Estética como los de Sánchez Muniaín, que explican el origen de sus conocimientos sobre la naturaleza espiritual del ser humano y la existencia de una base intelectual sobre la que irá apoyando su discurrir lírico y la consistencia de su poesía trascendente. También se interesó por la poesía francesa simbolista de Georges Rodenbach y sus seguidores Maurice Maeterlink, Pierre Louijs, Francis Jammes y Paul Claudel[14], poetas católicos cuya expresión tierna y sugerente lo acercaba a Dios casi sin mencionarlo. Con el tiempo, Valhondo impregnará su lírica de esa misma dulzura espiritual cuando necesitaba expresar sus anhelos de Dios.

    También el joven Valhondo leyó a los grandes narradores de la novela de ficción y aventuras (Walter Scott, Víctor Hugo, Fiódor Dostoyevski, León Tolstoi, Julio Verne, Anatole France, Emilio Salgari), que infunden en su alma adolescente los deseos de libertad detectados en sus primeros libros. Y, por último, lee a escritores menos conocidos como Luis de Oteyza, novelista nacido en Zafra, que marcan en su espíritu sensible una honda huella.

    Esta avidez lectora estuvo acompañada por una inquietud cultural inaudita en un joven de su edad. A los 12 años ya era socio del Ateneo cacereño, centro de intelectuales y amantes de la Cultura donde se celebraban conferencias, exposiciones y conciertos a los que asistía animado. Incluso llegó a impartir una exitosa charla sobre la situación del cristianismo en la Roma imperial con tan sólo 14 años. En este ambiente apropiado a sus inquietudes culturales, el joven Valhondo conoce a eruditos de la talla de Publio Hurtado, presidente de este lugar de élite, y a poetas como Luis Chamizo cuando ofreció allí una conferencia.

   Las lecturas y la relación con intelectuales de prestigio fueron el cimiento de su formación intelectual, que se completará con las experiencias compartidas con sus compañeros de Instituto, cuyas ideas eran muy dispares pues, junto a futuros anarquistas, se encontraban otros de ideas conservadoras. La relación con jóvenes de tan distantes y marcadas ideologías llevó a que Jesús Delgado Valhondo fuera adquiriendo un talante abierto, liberal, comprometido y tempranamente maduro, que se completaba con su comentada tendencia hacia la reflexión y la espiritualidad.

    La adolescencia, por tanto, supuso para el poeta en cierne la adquisición de una amplia base de relaciones amistosas, vivencias espirituales y experiencias formativas que, unidas a su afán por la lectura, engrosaron su bagaje humano, anímico y cultural. No es extraño, por tanto, que Valhondo dispusiera de una sensibilidad fuera de lo común y que esa susceptibilidad se manifestara desde sus primeros versos con una cimentada sabiduría.

    Hallazgo de la poesía. Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado

    Hacia 1930 se comienza a despertar en Jesús Delgado Valhondo el gusto por la escritura y la necesidad de expresar sus emociones en forma de poemas que, de momento, no se atreve a publicar. Al mismo tiempo, sigue con su pasión por la lectura aunque comienza a realizarla de una forma selectiva y sistemática. Esta decisión provoca que comience a sentir preferencia por la poesía frente a la novela y por poetas concretos que ya conocía y lo habían seducido desde el primer momento como fue el caso de Juan Ramón Jiménez, cuya obra lírica será la primera que lea a conciencia, comenzando por Platero y yo que lo emocionó.

    Sin embargo, Valhondo aseguraba que el Nobel no lo influyó fuertemente, aunque reconocía la existencia de coincidencias emocionales pues, desde el primer momento, se había visto atrapado por la «honda emanación” espiritual de su lírica y su capacidad para crear un mundo propio y trascendente por medio de la esencia de la palabra: «Juan Ramón Jiménez, el portentoso poeta, el creador, por medio de la palabra, por arte y magia de la palabra, del mundo poético más generoso y espléndido de nuestro tiempo. […] Juan Ramón estrena siempre las palabras. Hay algunas que hasta que no las usó él parece que no hubiesen existido»[15].

    Después Jesús Delgado Valhondo conoció a fondo la poesía de Antonio Machado, que le atrajo por su esencialidad, intimismo y el uso de palabras cargadas de significado. Sin embargo, Machado nunca fue para Valhondo un modelo al que imitar sino un guía donde apoyarse para cimentar su incipiente estilo. La supuesta dependencia de estos poetas será un asunto que, posteriormente, se vería obligado a desmentir: «Sin estridencias, con seguro instinto, Jesús Delgado Valhondo ha ido construyendo a solas, impulsado por los manes lejanos de Machado y Juan Ramón, una obra poética de acusada personalidad, no sometida a modas ni regida por otros vaivenes que los movimientos de su corazón»[16].

    Lo mismo le sucedió con la semejanza de su concepción filosófica y la de Unamuno, pues Valhondo coincidió en tener idéntico carácter agónico sobre el que la existencia cargaba abrumadoramente su peso. Sin embargo, aunque haya que reconocer esta influencia, también se debe admitir que Jesús Delgado Valhondo tuvo una concepción filosófica más amplia porque aglutinó todas las preocupaciones existenciales, planteadas desde la antigüedad hasta su presente y, además, fue capaz de expresarlas líricamente en una extensa obra con una naturalidad no conseguida por otros pensadores que, por su dificultad, eludieron emplear el soporte poético para difundirlas.

    Además, entre Jesús Delgado Valhondo y sus modelos existen patentes diferencias, pues nunca entendió la poesía como una forma de vida al modo de Juan Ramón, ni como un refugio inactivo de su melancolía a la manera de Machado ni tampoco concibió la filosofía como un modo de crear al ser humano a la medida del que filosofa igual que sucedió con Unamuno. Y, en el caso de que exista algún paralelismo, siempre supone una garantía de que bebió en la fuente segura de la tradición culta.

    También por estas fechas, Valhondo conoce a través de la lectura a Rabindranat Tagore, poeta que le impresiona por su sensibilidad, su calidez, su concepción panteísta del mundo y su nostalgia por el tiempo pasado[17]. Paralelo a este encuentro, lee la antología editada por Federico de Onís[18], donde halla sorprendido la poesía hispanoamericana de Alfonsina Storni, Juana Ibarbouru, César Vallejo, Benjamín Taborga, Amado Nervo, Luisa del Valle y José Asunción Silva, cuyo poema «Nocturno» lo impresiona. Desde aquel momento, sentirá poderosamente la atracción de la palabra nueva y mágica de estos poetas hermanos.

    Pedro Caba y Eugenio Frutos

    A pesar de vivir en una ciudad provinciana de comienzos de los años 30, Jesús Delgado Valhondo entabla amistad con dos intelectuales, que influirán en su formación humana, intelectual y poética. Uno es Eugenio Frutos Cortés, escritor, poeta y catedrático de Filosofía del Instituto de Segunda Enseñanza de la capital cacereña que, más tarde, consiguió la cátedra de esta disciplina en la Universidad de Zaragoza. Y el otro era Pedro Caba, licenciado en Filosofía y Letras, filósofo y escritor, aunque su actividad laboral era la de policía. Durante la guerra civil, Caba fue encarcelado por sus ideas de izquierda y la familia de Valhondo lo ayudó económicamente hasta que logró salir del trance. Desde entonces mantuvieron una relación personal muy afectuosa y será Pedro Caba el que abra a su amigo las puertas a la publicación, cuando se encuentre destinado en Valencia.

    Jesús Delgado Valhondo los presentó en la tertulia de la farmacia de su hermano Juan y, desde entonces, se profesaron un aprecio mutuo y mantuvieron un fructífero contacto mientras coincidieron en Cáceres. Los tres solían entablar charlas animadas y formativas, en las que el joven Valhondo asimiló sus razonamientos filosóficos. Con ellos comenzó a indagar en el misterio de la naturaleza humana y fue adquiriendo la base existencial sobre la que asentaría más tarde su obra poética.

    Las inquietudes filosóficas de Frutos se identificaron con las preocupaciones existenciales de Husserl, Heidegger, Jasper y Unamuno, que se centraban en el problema entre la esencia y la existencia humana, la fugacidad del tiempo presente, el enigma de la vida que termina en la muerte y la contradicción entre temporalidad y eternidad.

    Pedro Caba, paralelamente, influyó en la concepción filosófica del joven Valhondo con estas ideas: el hombre debe realizarse personal y espiritualmente; el ser humano necesita buscar a sus semejantes, porque sólo a través de ellos logra comprenderse a sí mismo; el hombre necesita sentir la dignidad de ser humano; el conocimiento es la fuente de la felicidad y los seres humanos deben comulgar ideales, proyectos y recuerdos[19]. Pedro Caba fue admirador, como Frutos, de los existencialistas europeos y de Unamuno y, además, discípulo de Ortega, del que adoptó el deseo de mostrar los razonamientos filosóficos con un lenguaje más cercano al hombre común de la calle, aunque sin descuidarlo pues también se sintió seducido por las sorprendentes y ultramodernas imágenes de Ramón Gómez de la Serna.

    Frutos y Caba, profundos conocedores de la Literatura española, también orientaron a Valhondo sobre tendencias, autores y lecturas. Así conoció la tradición literaria española y, sobre todo, las corrientes vanguardistas, la Generación del 14 que Caba admiraba, y la Generación del 27 de la que Frutos formó parte. Ambos, además, descubrieron su valor como poeta, lo protegieron de los que pensaban que debía seguir la estela de la poesía regionalista[20], lo orientaron en sus comienzos líricos hacia una poesía personal que no se viera influida por las corrientes oficiales y fueron sus críticos más severos.

    Desde que Frutos se marche a Zaragoza y Caba a Valencia hasta bien entrados los años 70, Valhondo seguirá manteniendo relación con ellos a través de una intensa conexión epistolar, en la que frecuentemente le daban recomendaciones sobre la elaboración de un poema, lo orientaban en la edición de un libro, le escribían prólogos o le llamaban la atención cuando se salía de su camino personal. Valhondo reconoció este magisterio docente e intelectual asegurando que ambos lo había enseñado mucho, incluso a saber leer y pensar.

    TREVEJO, A SOLAS CON LA SOLEDAD

    En 1932, Jesús Delgado Valhondo se matricula en la Facultad de Farmacia de la Universidad Central de Madrid como alumno libre y aprueba el primer curso. Pero por entonces se promulga un decreto, que daba la posibilidad de conseguir el título de Maestro de Primera Enseñanza aprobando unas asignaturas. Valhondo las supera, obtiene el citado título el 8 de septiembre de 1933, después aprueba las oposiciones y el 12 de noviembre de 1934 toma posesión de su primer destino en Trevejo, un pueblecito situado al noroeste de la provincia de Cáceres.

    Con veinticinco años el nuevo maestro llega al pueblo y se entrega de lleno a su labor docente. En su tiempo libre recurre, como medio de evasión para soportar su soledad, a la lectura que, aunque más selectiva, sigue siendo muy variada: Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Cervantes, Quevedo, Bécquer, Rubén Darío, Antonio Machado, Unamuno, Azorín, Valle Inclán, Benavente, Gómez de la Serna, Gabriel Miró, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Alberti, Salinas, Prados, Dámaso Alonso, Miguel Hernández. Además leyó detenidamente Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, conoció abundantes vidas de santos como la de San Pedro de Alcántara y profundizó en la obra de los poetas franceses citados.

    Otro de sus entretenimientos era pasear por los bellos alrededores del pueblo durante los que medita y contempla el paisaje, que se convertirá en su primera fuente de inspiración y en el responsable de que comience sistemáticamente a expresar en forma lírica pensamientos y emociones. También mitiga su soledad con una intensa relación epistolar, que lo mantiene conectado con sus amigos de Cáceres y grupos poéticos del país.

    De tarde en tarde, cuando sus obligaciones docentes se lo permiten y en vacaciones, Valhondo viaja a Cáceres y se mezcla con escritores y poetas, participa en actividades culturales como por ejemplo en la revista Cristal23 e interviene en tertulias (sobre todo en la que se celebra en la rebotica de la farmacia de su hermano Juan).

    Sin embargo, como ningún recurso mitiga plenamente su soledad, intensifica la escritura de poemas y el diálogo que entabla con su conciencia produce un beneficio lírico indudable, pues de ese ejercicio mental surge la imagen de un árbol solo [21], que será la base de su inspiración y la idea central de su obra poética. Es, por tanto, en este momento emocional cuando Valhondo comienza de hecho y conscientemente su creación lírica, aunque antes hubiera escrito poemas sueltos, incitado por sus lecturas poéticas y por el ambiente cultural en el que se había movido durante su adolescencia y su juventud.

    Canciúnculas. Conciencia de autoría

    Jesús Delgado Valhondo recoge los poemas de esta época en Canciúnculas, un muestrario de su primera poesía que, aunque vacilante, sirve para conocer su punto de partida y realizar un seguimiento de su evolución posterior hacia una expresión madura tanto en la forma como en el contenido, pues algunos de ellos tratan temas fundamentales en su poesía futura y contienen ya el timbre personal de su voz lírica.

    Paralelamente a las circunstancias que envuelven sus comienzos líricos, la cruda realidad de una época miserable como la de mediados de los años 30 deja secuelas en su espíritu. Así la situación de la escuela, la pobreza de sus alumnos y la falta de medios sanitarios y económicos de los habitantes de Trevejo fueron temas preocupantes para el joven maestro, que intenta paliar en la medida de sus posibilidades. Como consecuencia de la relación afectiva que entabla con la gente del lugar, siente una gran tristeza cuando se ve obligado a abandonar el pueblo.

    Hacia 1935, Valhondo compone un librito de circunstancia, titulado Las siete palabras del Señor, que fue producto de una crisis religiosa. El libro se lo dedica a Eugenio Frutos que, en correspondencia, le regala un poemario propio también resultado de intranquilidades religiosas parecidas a las de su amigo[22].

   GATA, CONTACTO CON EL EXTERIOR

    El 4 de abril de 1936 Jesús Delgado Valhondo contrae matrimonio con María Rodríguez Domínguez. Por entonces es un republicano convencido[23], que lleva la secretaría de la Enseñanza en la UGT de Cáceres. La guerra civil comienza. Valhondo no es movilizado por su lesión en la pierna pero, cuando la ciudad es controlada por el bando nacional, será detenido y depurado por profesar ideas republicanas. No obstante, aunque en un principio se le quiso condenar a veinte meses de suspensión de empleo y sueldo, al final fue sancionado con un traslado forzoso a Gata, donde ocupó una plaza de maestro el 1 de marzo de 1940.

    En este pueblo cacereño, sigue leyendo insistentemente y continúa reflexionando en su extraordinario entorno, donde se siente más cerca de sí mismo y de Dios a través del contacto y la contemplación de la naturaleza. No obstante su carácter melancólico cuando estaba solo, le produce una continua y profunda melancolía. Aunque este carácter fue consustancial a su personalidad, será esta sensación negativa la que lo llevó, para calmar sus intranquilidades y soportar su soledad, a continuar escribiendo poemas que reunirá en un libro titulado Pulsaciones[24], donde se desprende de influencias y va tomando el pulso personal que hará característico en libros sucesivos, no sólo porque adquiere mayor experiencia lírica, sino también por el ambiente apropiado que encuentra en su nuevo destino para la creación poética.

    A la vez, en Gata, continúa su labor educativa ejerciendo una especie de docencia poética con sus alumnos, que iba encaminada a suscitarles el gusto por la lectura. También participa en su ambiente cultural como un modo de superar el aislamiento y de aprovechar el tiempo: «Mi estancia en los pueblos donde he ejercido mi magisterio ha sido siempre un ‘centro’ cultural […]. En Gata, tuve tertulias literarias. Estábamos suscritos un grupo de personas, médicos, maestros, propietarios, veterinarios … a revistas como Novelas y cuentos«[25].

    Intensificación de las relaciones con el exterior

    Desde Gata, animado por su entorno propicio, Valhondo aumenta las conexiones epistolares iniciadas en Trevejo con el exterior, lee revistas literarias que, desde Cáceres, le envía su hermano Juan (Intus de Salamanca, Intimidad poética de Alicante, Odiel de Huelva, Proel de Santander, Bernia de Valencia …), se atreve a colaborar en algunas y, a través de ellas, se mantiene al día sobre las tendencias líricas del momento. Estas referencias de primera mano le sirven para adecuar su estilo a la poesía más cercana a sus intranquilidades, imprimiéndole un tono cada vez más seguro, personal e independiente.

    Mientras, completaba su tiempo libre con frecuentes lecturas y alguna esporádica colaboración en el periódico Extremadura de Cáceres que, además de ampliar sus contactos con el mundo exterior, lo enriquecían humana, espiritual y familiarmente: «Cuando he regresado, he pensado en la trascendencia espiritual de mi visita. Tu casa, cálida y acogedora; tus libros queridos […]; tu doncella de cuento de Zohengrín, con una risa en sus ojos esquimales; tu hijo mayor[26] pensativo como un ángel, tu esposa digna de ti, y tu charla ¿Qué más puedo traer de la visita a un poeta que esos recuerdos imborrables, de poesía?»[27].

    Sin embargo, cuando pasa una época de equilibrio emocional, su tranquilidad es alterada por la muerte de su madre el 11 de septiembre de 1938 y, cinco meses después, de su hermana Luisa. Estos hechos, que le impresionan fuertemente, lo hacen refugiarse más en sí mismo y sufrir frecuentes depresiones, que logra superar con sus viajes a Cáceres en cuyo ambiente literario se relaciona con Pedro de Lorenzo, Leocadio Mejías, Eugenio Frutos, Juan Fernández Figueroa, Pedro Caba, Tomás Martín Gil, Pedro Romero Mendoza, José Canal y Fernando Bravo. Con ellos, sin importarle sus tendencias ideológicas, comparte lecturas e inquietudes, organiza actividades y asiste a tertulias en casa de Pedro de Lorenzo o del conde de Canilleros, Miguel Muñoz de San Pedro.

    No obstante, a pesar de sus buenas relaciones, al final de la década de los años 30, sólo había difundido sus poemas entre sus allegados y a través de alguna colaboración en revistas como la madrileña Nueva España, donde publica dos poemas de Pulsaciones[28]. Por esta razón, comienza a sentir la necesidad de tantear la opinión de personas con prestigio sobre su poesía y se atreve a confiar Canciúnculas, libro terminado, y El año cero, en elaboración, a Pedro Caba, pero éste le responde que «los poemas de El año cero me gustan extraordinariamente. Las Canciúnculas no tienen tanto acierto en las imágenes y en los juegos de ritmos»[29].

    Desanimado por este juicio sobre los poemas de su primer libro, Jesús Delgado Valhondo entiende que necesita elaborar más sus reflexiones líricas y pasa un tiempo durante el que su preocupación primera es limar sus versos hasta la saciedad. Esto explica que los poemas originales de Canciúnculas y Pulsaciones estén repletos de correcciones y que no mostrara interés en difundir este último libro, pues utilizó sus páginas en blanco como borrador de El año cero que, más tarde, incluiría en su edición definitiva.

    A comienzos de la década de los años 40, Valhondo comienza a notar los beneficios de sus relaciones epistolares con el exterior, pues conecta con focos literarios, culturales e intelectuales de Madrid, Valencia, Alicante, Zaragoza, Huelva, San Sebastián, Cádiz y Badajoz. Se relaciona con poetas y escritores representativos de estos focos: Vicente Aleixandre, José Luis Cano, José María Valverde, Jorge Campos y Juan Aparicio (Madrid). Pedro Caba y José Luis Hidalgo (Valencia). Eugenio Frutos (Zaragoza). Francisco Garfias (Huelva). Manuel Molina (Alicante). Gabriel Celaya (San Sebastián). Julio Mariscal Montes (Cádiz) y Manuel Monterrey (Badajoz). Es reconocido unánimemente, desde estos puntos geográficos diversos y distantes, como un poeta con voz personal. Publica un libro (Hojas húmedas y verdes) y poemas en revistas de alcance nacional. Tiene por consejeros a críticos objetivos y autorizados en los momentos que más necesita de opiniones orientadoras. Y se gana el aprecio humano y lírico de personas que únicamente lo conocen por sus cartas y por su poesía.

    Estas intensas y variadas relaciones establecidas por Valhondo desde su exilio provinciano, muestran la singular personalidad humana y poética que gozaba desde sus comienzos líricos. Así, animado por Pedro Caba y Eugenio Frutos, que lo consideraban un poeta auténtico ante la poesía cerebral y retórica (que, según ellos, se hacía entonces), Valhondo toma conciencia de autoría y se decide a pasar a máquina, ilustrar y encuadernar sus tres primeros libros (Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones). A la vez intensifica su capacidad de difusión y obtiene sus primeros frutos pues Ricardo Blasco, director de la revista Corcel[30] de Valencia, le publica varios poemas en el «Segundo pliego» (nº 2).

    Conexión con el grupo alicantino de Miguel Hernández. Hojas húmedas y verdes

    Jesús Delgado Valhondo, a comienzo de los años 40, lee por primera vez a Miguel Hernández a través de Lola Mejías, mujer de Eugenio Frutos, que le envía cuatro versos de «Égloga» y del mismo Frutos que, en una carta posterior, le manda la «Elegía a Ramón Sijé». Desde este momento Valhondo siente por Miguel Hernández una fuerte atracción, que lo anima a localizar a sus amigos por medio de cartas.

    Así, a finales de 1942, contacta con el grupo alicantino de Manuel Molina, Vicente Ramos y Carlos Fenoll, que habían formado con Miguel Hernández el grupo poético de Orihuela, en cuya revista Intimidad poética Valhondo publica varios poemas que dejan una buena impresión. Esta acogida positiva y la impaciencia que sentía por editar y saber qué opinaba la Crítica de un poemario suyo, provocan que a finales de 1943 se atreva a enviar a la Colección Leila, dependiente de Intimidad poética, el libro titulado Hojas húmedas y verdes sin dar cuenta del envío a Caba ni a Frutos para evitar críticas desalentadoras. Así, a mediados de 1944, Hojas húmedas y verdes se convierte en el primer libro de poemas editado por «Jesús Delgado», cuyo prólogo fue realizado por Manuel Molina.

    Hojas húmedas y verdes tiene una importancia capital en la obra poética de Valhondo pues, por un lado, es la continuación, conexión y síntesis de su primera poesía y, por otro, supone el punto de partida y el germen de su lírica madura, donde aparecen expuestos rasgos formales y de contenido que, posteriormente, conformarán su estilo personal y el núcleo temático de su obra poética, que será la soledad humana, ahora planteada con nitidez.

    Formalmente Hojas húmedas y verdes está formado por cinco poemas nuevos y una selección antológica de poemas de Canciúnculas, Pulsaciones y El año cero, libro que Valhondo deseaba publicar hacía años, mucho antes de concebir Hojas … pero que, por aquella opinión desfavorable de Caba, decidió aplazar para seguir limándolo. La edición de Hojas húmedas y verdes se realizó en forma de folleto y tenía una presentación atractiva, pero Valhondo no quedó conforme por sus erratas y la crítica que Pedro Caba le hizo del título por su tono becqueriano.

    Pero enseguida se animó cuando Manuel Molina le comunica que Vicente Aleixandre opinaba que, incluso con erratas, era un buen poeta. Este comentario, aparte de infundirle mucho vigor, fue el pretexto para iniciar una relación epistolar con Aleixandre, que siempre valorará positivamente su poesía, y para que lea con entusiasmo la poesía del futuro Nobel y se vea influido por su concepción universal del ser humano. Esta influencia consentida será paralela al cambio formal que Valhondo iniciará en Aurora. Amor. Domingo y tendrá su culminación en Un árbol solo desde una poesía de corte tradicional a otra narrativo-descriptiva como la de Aleixandre[32].

    Las restantes críticas recibidas de su primer libro editado destacaron unánimemente la frescura de su verso cálido y sentido: «Recibí sus Hojas. Estamos por aquí tan ensonetados y llenos de poesía fría, bien medida y compuesta, pero que no dice nada, que sabe bien leer algo escrito con sinceridad y vocación poética y no con arte de laboratorio o falsa artesanía», le dice Jorge Campos[33]. Esta positiva opinión anima a Valhondo a enviar El año cero en septiembre de 1944 a este crítico para que se lo editara en Índice, pero su intento resulta fallido.

    Ampliación de relaciones. Primeros artículos

    Jesús Delgado Valhondo continúa con el intento de extender sus relaciones exteriores y conecta con el grupo poético onubense de Francisco Garfias en cuya revista, Odiel, edita poemas, con el círculo literario madrileño de su amigo Leocadio Mejías, donde se encontraban Emilio Carrere y Alfredo Marqueríe, y con el grupo poético valenciano de Vicente Gaos[34] a través de Pedro Caba que estaba destinado en la capital levantina, donde califican la poesía de Valhondo como propia de un poeta con voz singular.

    Así, contento por las relaciones y críticas positivas que estaba obteniendo, Valhondo comienza en 1944 a publicar artículos en prosa. El primero fue «La risa en el niño», donde ya se detecta su concepción trágica de la vida: «El niño debe reír […] porque el tiempo-vida le traerá la tragedia en sí, penas, sufrimientos y contrariedades. […] Que rían los niños […] para que mañana sepan luchar y conservar la fortaleza contra las adversidades, pródiga la vida en ellas»[35]. El segundo artículo titulado «El monasterio de Guadalupe», muestra una prosa que sublima la realidad a través de un lirismo no exento de misterio: «El otoño tiende sus brazos hacia el invierno, el sol juega con la lluvia y salta en la cuerda del arco iris. Entre las galerías del Monasterio pasean ahora meditando los frailes franciscanos […] ¡Qué fácil es la vida desde aquí!»[36].

    Por estas fechas supera el primer curso de practicante en Medicina y Cirugía en Salamanca, donde ha entrado en contacto con el dolor humano durante las prácticas. Esta vivencia adversa lo pondrá más cerca de la caducidad humana y teñirá progresivamente su poesía de angustiados anhelos de encontrar a Dios, para que le explicara la razón de tan penosa realidad. No obstante también aprovecha para contactar primero con Emilio Salcedo y Juan Crespo y, después, con José Ledesma Criado y Juan Ruiz Peña, directores de la revista y del grupo Álamo, con los que mantendrá una fructífera relación literaria. Además edita poemas en Proel[37], animado por José Luis Hidalgo, y en Garcilaso[38] a través de su amigo Pedro de Lorenzo, director y componente del grupo fundador de la revista.

    Creación de la revista Alcántara

    En 1945, Jesús Delgado Valhondo funda, durante una tertulia en la rebotica de la farmacia de su hermano Juan, la revista Alcántara con Fernando Bravo, José Canal y Tomás Martín Gil, tres amigos íntimos con los que solía charlar sobre los temas más candentes y en especial sobre los que afectaban a Extremadura. La creación de Alcántara se debió a que «el ambiente cultural de nuestra región acusa en los tiempos presentes un tan elevado nivel de inquietudes y realizaciones en todos los órdenes, que se hace imprescindible crear el instrumento idóneo que recoja todo ese movimiento y, a la vez, actúe como su difusor eficaz»[39].

    Alcántara comenzó a publicar el 10 de octubre de 1945 con un exiguo capital de 200 pesetas, que aportaron los fundadores. La primera colaboración de Jesús Delgado Valhondo será el poema titulado «El recuerdo», al que seguirán otros poemas, narraciones, ensayos y, a partir del número 33, la sección titulada «Notas breves de dentro y de fuera», que firmará con el nombre de «José de la Peña»[40].

    Este apartado tenía un carácter informativo, pero en ocasiones levantó polémicas por los comentarios mordaces que contenía contra grupos, instituciones y personas o por las denuncias sobre la falta de suplementos literarios, científicos y artísticos en los diarios españoles o sobre la situación de abandono en que se encontraban los poetas provincianos: «[…] El tema de la discusión nos parece interesante para críticos, no para poetas. Con tanta anatomía sobre la poesía la van a disecar y no nos van a quedar nada para los pobres de provincia, los que no somos más que lo que Dios quiere»[41].

    A partir del número 37 de 1950, Valhondo aumentará su colaboración con la sección titulada «Al margen de los libros», donde comenta poemarios recibidos en la sede de Alcántara. Aparte de esta estrecha colaboración, acercó a la revista cacereña escritores de la categoría de José María Valverde y se preocupó por su situación cuando sufrió altibajos y peligró su continuidad.

    ZARZA DE ALANGE, FUERTES VIVENCIAS EXISTENCIALES

    Cansado de vivir en Gata, Jesús Delgado Valhondo pide traslado a Cáceres y a Mérida, pero no lo consigue por falta de la puntuación necesaria. Entonces solicita una plaza en Zarza de Alange, donde tenía familia, y la obtiene en septiembre de 1946.

    Desde este pueblo, situado a 25 kilómetros de Mérida, realiza esporádicas visitas a su ciudad natal para salir del anquilosado ambiente pueblerino, que le provoca agudas angustias vitales. Valhondo se desplazaba animado con sus últimas creaciones al encuentro con sus amigos emeritenses que tenían, por aquellas fechas, una tertulia y lo esperaban con especial interés o los recibía entusiasmado cuando ellos se acercaban a visitarlo[42]. Valhondo disfrutaba sobremanera con estos encuentros, pues siempre conservó con sus amistades un carácter espléndido de marcados ademanes, voz potente, sinceridad sin tapujos y una presencia singular tambaleante, atenuada con el uso de bastones que le gustaba coleccionar.

    Paralelamente, continúa con su actividad literaria y, en 1947, envía a Pedro Caba una novela para obtener su opinión, participa en Verbo[43] y poco a poco consigue abrirse camino en el panorama literario regional hasta el punto de aparecer en la relación de valores extremeños elaborada por Antonio Reyes Huertas en 1948[44].

    La II Asamblea de Estudios Extremeños. Reencuentro con Cáceres

    En 1949 se celebra en Cáceres la II Asamblea de Estudios Extremeños, donde Jesús Delgado Valhondo se relaciona con intelectuales de prestigio como José María Cossío y Joaquín Montaner, se reencuentra con amigos y escritores cacereños y conecta con el grupo de Badajoz (Antonio Zoido, Enrique Segura Otaño, Enrique Segura Covarsí, Julio Cienfuegos, Manuel Monterrey, Manuel Terrón Albarrán, Rodríguez Perera, Manuel Pacheco)[45]. Este contacto será muy fructífero, pues le abre las puertas a la colaboración en el periódico Hoy y le prepara el camino para, cuando años más tarde, se traslade a la capital pacense.

    La II Asamblea fue un acontecimiento cultural relevante, donde Valhondo no sólo amplia relaciones humanas e intelectuales sino además consigue críticas laudatorias y unánimes[46]. Incluso, José María Cossío, que le oyó recitar sus poemas, quedó tan gratamente impresionado que le ofreció introducirlo en Madrid y el puesto vacante de Miguel Hernández en su revista Los toros. Sin embargo, Valhondo rechazó el ofrecimiento y, años después en épocas de decepción, se lamentará de no haberlo aceptado.

    Por estas fechas también conoce, por medio de Tomás Martín Gil en la tertulia de la farmacia de su hermano Juan, a Antonio Rodríguez-Moñino, a Enrique Pérez-Comendador y a su mujer Magdalena Leroux, que formaban un matrimonio de artistas de renombre internacional (él era escultor y ella pintora). Entre ellos se establece una grata amistad y Valhondo dedica a la pareja la segunda parte de La esquina y el viento (cuya edición aparece ilustrada con un dibujo de la pintora), y a Moñino la cuarta parte.

    Sin embargo, el reencuentro con Cáceres le trae recuerdos nostálgicos de sus antiguos maestros ya fallecidos y de un pasado que cada vez le cuesta más aprehender mentalmente[47].

 

    El año cero

   Jesús Delgado Valhondo sigue con su empeño de publicar este libro, pero el proceso sufrirá múltiples avatares y le costará numerosas decepciones. A mediados de 1945, Juan Aparicio7 le pide un libro para publicarlo y le manda dos ( y [48] AdonaisProel Halcón

    A pesar de estas decepciones, a finales de 1948 se lo envía a Gabriel Celaya que desde un principio se interesa por El año cero, pero la edición se demora y Valhondo se impacienta. Celaya le contesta pidiéndole calma y le reitera su intención de editárselo en cuanto le fuera posible. Mientras, intenta que la organización de la II Asamblea de Estudios Extremeños, donde había llamado la atención por su voz personal, le publique el poemario pero, al final, este deseo no se cumple y tiene que seguir esperando a que le llegara el turno en Norte que, por entonces, se encontraba publicando a Cela y Leopoldo de Luis.

    Paralelamente, Valhondo se encuentra elaborando poemas para La esquina y el viento y se muestra muy sensible ante los sucesos de su entorno. Por esta causa denuncia el estado de ruina en que se encuentran monumentos históricos como el templo de San Benito de Alcántara[49].

    Por fin, a comienzos de 1950, El año cero es publicado en la Colección Norte de Celaya[50] con prólogo de Pedro Caba y la firma de «Jesús Delgado». Aunque este libro era su segundo poemario editado, Valhondo lo consideraba el primero como se puede deducir del título que indica un punto de partida. El libro está formado con poemas de Canciúnculas, Pulsaciones, su borrador y Hojas húmedas y verdes más otros poemas escritos posteriormente. Por tanto El año cero es una síntesis antológica de su primera poesía, ampliada con poemas nuevos que suponen un ahondamiento en sus preocupaciones (Dios, la soledad, el tiempo y la muerte) y un afianzamiento de los temas y el estilo que, poco a poco, va haciendo característico de su poesía.

    Gabriel Celaya se encontraba muy satisfecho con el resultado de El año cero, pues le cubrió el déficit de libros anteriores[51] y suscitó en la crítica opiniones alentadoras: «Libro primerizo lleno de auténtico sabor poético», opinó Leopoldo Panero[52]. Además, Valhondo estuvo recibiendo comentarios laudatorios en los años siguientes de amigos como Manuel López Robles o Pedro Caba, que se encargaron espontáneamente de difundirlo por Hispanoamérica, Portugal, Francia e Italia.

    Estos resultados favorables colman la satisfacción personal de Valhondo, pero al mismo tiempo le exigen profundizar en su espíritu para conseguir una expresión de sus sentimientos cada vez más fiel a su conciencia. Esta exigencia le supone tal esfuerzo anímico que lo lleva a sentirse progresivamente más intranquilo consigo mismo y a estar especialmente preocupado por la falta de espiritualidad, que observa en su entorno[53].

    La esquina y el viento

    Jesús Delgado Valhondo, mientras está pendiente de la edición de sus poemas, no deja de atender a múltiples actividades[54] intentando en buena medida olvidar las preocupaciones trascendentes, que van invadiendo su espíritu y su poesía. Esto se observa en que progresivamente elimina los aspectos más amables, como se puede comprobar en su siguiente libro de poemas, La esquina y el viento, que ya tiene preparado para publicar.

    Primero intenta su edición en Extremadura y se lo envía en abril de 1951 a Manuel Terrón Albarrán, para que se lo publique en la Colección de Poesía Alor, que acaba de ser creada en Badajoz. Ante la falta de respuesta, presenta el libro al Premio Adonais pero, aunque obtiene una mención honorífica, no consigue que se lo editen.

    No obstante, su prestigio va en aumento y se le invita a participar en actividades culturales, donde se le trata con la admiración que le reporta el éxito de sus libros y la poesía sentida y sincera que contienen[55]. Además, sus versos comienzan a ser imprescindibles en actos literarios, que tienen como centro la poesía regional como la Velada de Poesía Extremeña, organizada por el grupo «France-Poesie» en París a comienzos de 1952, donde se leen poemas suyos y otros de Rodríguez Perera, Terrón Albarrán, Manuel Monterrey, Manuel Pacheco, Eugenio Frutos, Díaz de Entresotos y Álvarez Lencero.

    Este interés por su persona y su poesía será característico a lo largo de la década de los años 50, en la que Valhondo amplía el círculo de sus relaciones literarias, recibe opiniones que coinciden en el descubrimiento de un estilo poético singular, aumenta su producción literaria a cuatro poemarios y un libro de relatos e intensifica por cartas sus relaciones.

    A la vez continúa con su propósito de publicar La esquina y el viento y centra su atención en Santander, donde en febrero de 1952 contacta con José Hierro, que dirigía junto a Víctor F. Corugedo y Aurelio G. Cantalapiedra la Colección Tito Hombre. Enseguida Valhondo recibe una respuesta positiva sobre la publicación del libro, pero con la advertencia de que sería en una edición más reducida que la enviada. En noviembre de 1952, La esquina y el viento ve la luz en la imprenta de los hermanos Bedia con dos presentaciones: una en formato folio y, otra, en tamaño cuartilla. El libro era el número 11 de la Colección y tuvo una tirada más amplia de la normal para compensar la pérdida económica sufrida con la edición del libro anterior (uno de Cernuda), que la censura había secuestrado.

    En La esquina y el viento, Jesús Delgado Valhondo comienza a sentir el fracaso de su búsqueda de Dios y a conocer que su imperfección humana lo hace depender excesivamente del tiempo y de la muerte contra la que no tiene fuerza física ni espiritual que oponer. De ahí que muestre una patente inseguridad anímica, cuando trata de calmar sus intranquilidades que ahora comienzan a angustiarlo sobremanera.

    Valhondo difunde el libro a nivel nacional y recibe críticas que insisten en destacar su poesía sencilla, transparente, verdadera y sentida: «tu filiación de poeta sencillo, limpio de fáciles retóricas y de cubiletes rítmicos. Y limpio, también, de complejos conceptuales y de complicaciones ideológicas», le dice Jacinto López Gorgé[56]. Otros elogios parecidos recibirá de Lázaro Carreter, Alarcos Llorach o Pedro Caba, que le proporcionan el reconocimiento de críticos de renombre, sin necesidad de residir en Madrid y sin haber ganado un premio importante en un concurso oficial.

    El éxito de La esquina y el viento produce a Valhondo beneficios inmediatos, pues le aceptan poemas en publicaciones literarias de prestigio como las revistas Índice y Poesía española de Madrid. Alentado por esta excelente acogida, amplía sus horizontes provincianos visitando la capital, donde conocerá personalmente el ambiente poético, las tendencias líricas vigentes y a poetas de la talla de Gerardo Diego con el que congeniará.

    Yo soy el otoño

    En 1953, Jesús Delgado Valhondo publica en el número 5 de los Cuadernos de Alcántara[57], su primer libro de cuentos que incluye varias narraciones cortas: «Yo soy el otoño» (que da título al libro), «Como pasamos la noche bajo el sueño», «Mañana vieja», «Mi suicidio», «La vida en los muebles», «El viajante» y «El matón». Estos relatos se encuentran precedidos por un prólogo, cuyo autor anónimo (¿José Canal?) titula «Poemas con ‘carne’» para advertir que se trata de narraciones con un fondo trascendente como su poesía.

    En estos relatos de Jesús Delgado Valhondo, el argumento es un mero pretexto para exponer sus preocupaciones, en general influidas por las vivencias existenciales que antes ha tratado en sus versos. Sus protagonistas son generalmente seres cotidianos que intentan realizar deseos insatisfechos o se ven afectados por el tiempo y la muerte o la imposibilidad de hallar a Dios o de conocerse a sí mismos. Algunos de ellos son seres desvalidos que, a las imperfecciones propias de su condición humana, tienen que añadir un grave problema físico o mental por el que experimentan la soledad de todo ser humano y, además, el desamparo sufrido por los seres marginales.

    Esta humana y trascendente temática se encuentra aderezada por aquella sabia mezcla de misterio y lirismo detectada en sus primeros artículos, que ahora expone con una extraordinaria capacidad de síntesis: «Estaba el Padre Pedro delgado, seco, a mejor decir; parecía hecho sólo de fibras, muy ensimismado en su murmullo interior, árbol en un desierto, manantío en un pedregal, única nube de un cielo»[58].

    Practicante en Medicina y Cirugía

    En septiembre de 1953, Jesús Delgado Valhondo comienza por libre el segundo curso de Practicante en Medicina y Cirugía en Cádiz, porque desde Zarza de Alange había menos distancia a la capital gaditana que a la salmantina, donde aprobó el primer curso cuando se encontraba en Gata. Además, Cádiz era una ciudad en la que tenía amistades y relaciones literarias desde que, en 1950, el poeta Julio Mariscal Montes, director de la revista Platero, lo invitara a participar en la publicación. A partir de este momento, Valhondo afianza su relación literaria con el grupo Platero y establece amistad con Fernando Quiñones, Sordo Lamadrid, Carlos Edmundo de Ory, Pilar Paz y José María Pemán, con los que mantiene conversaciones literarias durante sus estancias en la capital gaditana.

    Obtenido el título de practicante, Valhondo ejerce en Zarza de Alange esta segunda profesión, que lo mantiene muy cerca del dolor de la gente común, afecta negativamente su concepción vital y moldea positivamente su sentir poético. Así su lírica se va llenando de una mayor trascendencia cuando comprueba día a día la fragilidad del ser humano, que ahora siente con frecuencia en su cercana relación con enfermos y moribundos.

    No obstante, Jesús Delgado Valhondo estudió y ejerció esta profesión para compensar el sueldo mísero de los maestros de entonces[59]. Pero su sentido trascendente de la existencia convirtió enseguida esta profesión en una especie de labor humanitaria y espiritual a través de la que se acercaba al ser humano, encontraba a Dios en sus criaturas, mitigaba el dolor ajeno y atenuaba el propio compartiéndolo con los demás. No obstante, el contacto incesante con el sufrimiento humano lo afectó sobremanera y dejó de ejercer el oficio. Las causas fueron su impotencia ante la enfermedad incurable de un niño de seis años y la escasa valoración social del practicante[60].

    Todas estas preocupaciones existenciales serán la base temática del libro La muerte del momento, que está componiendo por estas fechas. No obstante, sigue participando en actividades literarias e imparte una conferencia titulada «Génesis y síntesis del poema» en el Liceo de Mérida, publica poemas en el periódico Hoy y edita en Poesía española (Madrid), Arcilla y pájaro y Anaconda (Cáceres), Mérida (semanario de su ciudad natal), Estría (Roma), Platero (Arcos de la Frontera) y Dabo (Palma de Mallorca).

    Elogios de Juan Ramón Jiménez

    En 1954 le sucede un hecho especialmente significativo. Recibe carta de Juan Ramón Jiménez, que elogia sus poemas de La esquina y el viento y destaca su voz natural, cálida y honda: «Mi querido Jesús Delgado Valhondo: Gracias, poeta, por su libro ‘La esquina y el viento’, que me ha retenido mucho. Un libro tan naturalmente escrito y con la misma hondura diaria conque jira la rueda de un carro por un camino o como entra y sale el agua como aceña de un molino, carro y agua que hacen su faena cotidiana tan cumplidamente, es un regalo para mí. Esa manera de decir su vida, me satisface; esa tensión como sin usted quererla ni saberla, a fuerza de ser corriente; igual que mirar o como oír con hondura. Que llegue usted en su dar diario a donde puede. No lo evite usted. Su amigo»[61].

    Años más tarde, Ricardo Gullón difundirá esta opinión elogiosa que, sobre la poesía de Valhondo, escuchó al poeta de Moguer: «Aquí traigo un libro, La esquina y el viento, de Jesús Delgado Valhondo nutrido de la mejor poesía moderna»[62]. También Gullón citará este otro comentario del Nobel donde mostraba aprecio por la lírica del poeta extremeño: «[…] Juan Ramón elogiaba en la intimidad poemas de Gerardo Diego y José Hierro, de Unamuno y de poetas menos conocidos, como Pilar Paz o Jesús Delgado Valhondo, de quienes me leyó versos muy hermosos»[63].

    Este reconocimiento supuso para Jesús Delgado Valhondo un aumento de su prestigio y un gran aliento moral, pues le reportó una enorme satisfacción y una sólida confianza en su capacidad lírica: «No me atrevía a utilizar la palabra ‘poeta’ hasta que me lo dijo Juan Ramón Jiménez; entonces comencé a darme ánimos y garantías», comentó humildemente.

 

    La muerte del momento

    A principios de 1953, Jesús Delgado Valhondo intenta publicar su libro de poemas La muerte del momento creando una Colección Poética para aliviar sus problemas editoriales y ayudar a otros poetas que sufrían su misma penuria, pero finalmente no conseguirá llevar a cabo este proyecto. Por esta razón se dirige a las revistas La isla de los ratones de Santander y Dabo de Palma de Mallorca y a las Colecciones Neblí y Mirto y laurel de Madrid. Pero, a mediados de 1955, el libro continúa inédito porque tenía que esperar mucho o bien porque no le interesaron las condiciones económicas que le proponen.

    Por entonces, Manuel Monterrey y Luis Álvarez Lencero, que editaban en Badajoz la revista poética Gévora[64] donde había publicado ya varios poemas, le venían insistiendo en que editara un libro en ella para darle renombre. Ante esta propuesta, cansado de intentar la publicación del libro, les envía el original de La muerte del momento, que es publicado el 30 de junio de 1955 en el nº 32 de Gévora.

    La muerte del momento es una radiografía lírica de su estado espiritual en un día cualquiera de su vida en Zarza de Alange, donde se palpa el aumento de su soledad, la certeza de su propia imperfección y la toma de conciencia de sus semejantes. Esto sucede cuando advierte que sus problemas existenciales no son exclusivos de él, sino también de seres cercanos (especialmente sus hijos) que sufren igualmente los embates del tiempo, las circunstancias de una vida sin horizontes y el acoso del dolor y la muerte. Sin embargo, a pesar del sentimiento tan sincero y conmovedor que Jesús Delgado Valhondo vierte en su nuevo libro, la corta tirada de Gévora y su pobre presentación a ciclostil contribuyeron a que el libro se difundiera deficientemente y él no recibiera comentarios dignos de mención.

    Paralelamente, continúa sus relaciones literarias publicando en las revistas Malvarrosa (Valencia), Alor y Gévora (Badajoz), Poesía española (Madrid) y Rumbos (Barcelona). Además es incluido en la Historia y antología de la poesía española por Federico Carlos Sainz de Robles, que volverá a contar con él en las sucesivas ediciones de esta obra.

    Además, el diario regional Hoy le publica otras colaboraciones, que le servirán de base para entablar estrechas relaciones con el periódico, cuando se traslade a Badajoz años más tarde. También colabora en el semanario Mérida de esta ciudad, como corresponsal de Zarza de Alange, y con una especie de greguerías tituladas «Llamas de candil», que son unas frases cortas en cuya composición intervienen el lirismo, los juegos de palabras y el ingenio: «Aquellos álamos hacían bolillos». «Las hojas del eucalipto son navajas sin madurar». «El gallo es monárquico, va dejando en sus huellas flores de lis».

    «Cantando a Extremadura. Cielo y tierra»

    A comienzos de 1956, Jesús Delgado Valhondo irradia entusiasmo cuando habla de Extremadura y su gente[65]. Esta euforia se debe a la realización del Plan Badajoz, que transforma las tierras secas de las orillas del Guadiana en una vega productiva. Tan patente realidad lo lleva a imaginar un horizonte repleto de esperanza para su atrasada región e, incluso, a detectar un resurgimiento cultural que está transformando también el espíritu y la dignidad de los extremeños[66]. Su espíritu apasionado y solidario, propio de un extremeño de corazón, se sintió gozoso cuando esta muestra de progreso le advertía que siempre quedaba la esperanza de un mundo mejor en el que Extremadura, una región secularmente atrasada, tenía la oportunidad de regenerarse como demostraba la transformación física que se había producido en el paisaje de las márgenes del Guadiana.

    Coincidiendo con este momento emotivo, su relación con Badajoz llega a su punto culminante cuando consigue el primer premio de los Juegos Florales organizados por el Ayuntamiento con un extenso poema titulado «Cantando a Extremadura. Cielo y tierra», que será publicado a mediados del año en el periódico Hoy (28-6-56).

    «Canto a Extremadura», título con que lo denominaba el poeta, es la descripción lírica de la visión espiritual, mística y mítica que tiene el poeta de su tierra, de su paisaje y de la gente que lo habitaba. El “Canto” tiene un estilo vigoroso, una lengua transparente y un cálido tono épico, que hacen ágiles los extensos alejandrinos, cercanos los insistentes serventesios y creíbles los sentimientos que expresa el poeta de una forma subjetiva.

    En el «Canto a Extremadura», resultado de la etapa animosa por la que atraviesa, aparece un hombre nuevo, entusiasta y eufórico, que se ha desprendido momentáneamente de su pesada carga de preocupaciones y siente la dignidad de ser extremeño por tener un pretérito enraizado en una profunda tradición, un presente en el que experimenta el orgullo de vivir en Extremadura y un futuro al que augura un horizonte esperanzador repleto de agua abundante y trabajo.

    Curso de verano en Santander. La montaña

   En el verano de 1956, Jesús Delgado Valhondo asiste al curso «III Conversaciones sobre Educación Primaria. Educación y Didáctica» en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander como becario del Ministerio de Educación y Ciencia. Allí conoce y traba amistad con Emilio Alarcos Llorach, Fernando Lázaro Carreter y Adolfo Muñoz Alonso, director del curso.

    Este viaje a Santander y la experiencia universitaria resultante fue para Valhondo muy provechosa, porque conoció a personas de una alta categoría intelectual, recibió consejos poéticos, cultivó la dialéctica y amplió relaciones humanas y literarias. Además, las vivencias de su comunión con el paisaje montañés dará como resultado La montaña, libro de poemas que es editado el 1 de abril de 1957 en la imprenta de los hermanos Bedia. Es el número 2 de la Colección La cigarra, está dedicado a Adolfo Muñoz Alonso y varios poemas a personas que conoció el autor en su estancia santanderina. El libro lleva dos dibujos de Ricardo Zamorano. Uno representa la Montaña y, otro, el lugar donde se encuentra enterrado el inquisidor Corro.

    La montaña es un ejemplo del enfoque espiritual con que Jesús Delgado Valhondo impregnaba sus vivencias cotidianas. Así una experiencia docente se traduce en un libro de poemas, donde muestra la intensidad emocional, el sentido trascendente y el fondo religioso con que enfocaba cualquier acto de su vida. De ahí que, aparte de sus gratas y animosas charlas sobre la poesía y el hecho poético, su estancia en Santander afectara no sólo a su espíritu sino también a su evolución poética.

    Por este motivo su visión de la Montaña no se quedó en una mera observación plástica, sino que la tradujo en una experiencia espiritual que será el cénit de su concepción religiosa y trascendente de la existencia, pues creyó que allí se produciría el anhelado encuentro con Dios. Pero la divinidad sólo le muestra su tremendo poder a través de la fuerza impresionante de la naturaleza (su obra) y lo llega a conmocionar tan negativamente que el impacto sufrido divide su obra poética en un antes esperanzado y un después angustioso.

    Lázaro Carreter subrayó el elevado componente espiritual del libro: «El hombre de tierra adentro se ha volcado, ante el deslumbramiento de esta extraña Castilla marinera, en un cántico que es, a la vez, loor y examen de conciencia, gustosa auscultación de los propios latidos más que himno de júbilo ante la luz y el mar de la Montaña»[67].

    Cansancio del pueblo, deseos de ciudad. Primeras noticias de Aurora. Amor. Domingo

    Poco después de la edición de La montaña, Jesús Delgado Valhondo tiene preparado un libro inédito que, en un principio tituló Ciudades y posteriormente Abriendo mi ventana, y otro bastante adelantado, que denominó Pequeña angustia. Animado por el éxito y, sobre todo, por la rapidez con que le habían editado La montaña, intenta publicar el primero de ellos en Adonais. Pero recibe una respuesta negativa, que le va a afectar hasta el punto de considerarse un fracasado.

    Sin embargo, repuesto del trance, su atracción por la poesía no decae ni tampoco baja la intensidad de su actividad literaria ni de sus relaciones. Publica artículos en el periódico Hoy, trabaja en dos novelas, recibe una oferta de la Asociación Española de Practicantes Escritores y Artistas para que la represente en la provincia, atraída por su prestigio como poeta, y publica en revistas como Pleamar (Vizcaya), Ayer (Jerez de la Frontera), Olalla (Mérida), Ágora e Índice (Madrid).

    Esta hiperactividad, sin duda, supone para Valhondo un modo de soportar no sólo su aislamiento en Zarza de Alange sino también hechos negativos que afectan a su obra poética y a la cultura de su región: No se encuentra conforme con la selección que le hacen de sus poemas de La montaña en la antología de Aguilar, ni tampoco está de acuerdo con el presidente de la Diputación cacereña, que prometió reactivar Alcántara y, sin embargo, la revista languidece. También se queja de los terratenientes, a los que califica de «mecenas de borregos, de encinas, de guardas jurados».

    No obstante, recibe la medalla de la Orden de Alfonso X «El sabio»; pronuncia una conferencia titulada «El poeta frente a su obra»; participa junto a sus amigos pacenses en la página poética del Hoy, que conmemoraba la llegada de la primavera; publica poemas en Olalla (Mérida) e interviene en las I Conversaciones Nacionales sobre Educación Primaria con una ponencia titulada «Política y Educación», en la que resalta que la mejor política educativa es la que incita al niño a conocer su pueblo, su historia y su paisaje para que aprenda a amarlos.

    La Campaña de Educación Fundamental

    A mediados de 1958, Jesús Delgado Valhondo es animado por Antonio Zoido, inspector docente, a participar en la Campaña de Educación Fundamental, que organiza la Dirección General de Enseñanza Primaria y la Junta Nacional contra el Analfabetismo en la Siberia extremeña, zona deprimida del noreste de la provincia de Badajoz. Este proyecto educativo pretendía llevar información y cultura a zonas alejadas de los focos más activos. Valhondo interviene en charlas sobre la poesía y el libro y participa en recitales junto a Luis Álvarez Lencero, Manuel Pacheco, Juan José Poblador y Antonio Zoido.

    La influencia de la poesía en la gente sencilla y ruda del campo fue extraordinaria y por ese motivo se sintió contento con su participación al comprobar que los poetas habían conseguido establecer fácilmente comunicación con los sentimientos de personas que representaban al hombre cotidiano, el mismo que a estas alturas había convertido en protagonista de su obra poética[68].

    La Campaña tuvo un medio de difusión escrito, que fue la revista Jara subtitulada «Órgano de la Campaña de Educación Fundamental en la zona Montes-Siruela”. El director de Jara fue Antonio Zoido y el subdirector, Jesús Delgado Valhondo, que publica en el número 1 editado en 1958 el poema «Jaras» donde atribuye a la sangre de Cristo las manchas rojas de las flores de esta planta: «El verde herido murmura / la flor blanca que yo temo / y en ansiedades me quemo / por ver la rama en albura. / Hoy Jesucristo en su altura / blanco su vuelo y su ocaso / deja en pétalos de raso / sangre roja de humano, / (y la flor es ya la mano / que ofrece amor a su paso)».

    Sin embargo, su participación en la Campaña fue criticada y sintió tal decepción que llegó a pensar en marcharse de Extremadura.

    Viajes a Madrid y Salamanca. Claustrofobia en el pueblo

    En el verano de 1958, Jesús Delgado Valhondo visita Madrid y es recibido con afecto por personalidades de las Letras del momento que había conocido en viajes anteriores. Pocos meses después se encuentra de nuevo en la capital para intervenir en las Veladas Artísticas del Colegio de Practicantes, donde es presentado por Pedro Caba, diserta sobre el tema «El poeta ante su obra» y realiza un repaso de su obra poética intercalando comentarios y poemas con tal sinceridad, que llama la atención por su encendido carácter poético. También aprovecha este viaje para relacionarse con el mundillo literario e intervenir en el Día de la Poesía de la Semana del Hogar Extremeño.

    Meses más tarde es invitado a participar en un recital poético en la Universidad de Salamanca junto a Manuel Pacheco y es presentado por Lázaro Carreter, con el que había congeniado en el curso de Santander. Mientras tanto, sigue manteniendo vivas las relaciones con los escritores de la capital pacense (Navlet, Zoido, Cansinos, Poblador, Pacheco …) y con el periódico Hoy donde continúa publicando artículos. Tampoco olvida a sus amigos de Cáceres con los que sigue participando en actividades literarias86. Sin embargo, a comienzos de 1959, todavía continúa con sus gestiones para publicar Aurora. Amor. Domingo ahora en la Colección dirigida por Mario Ángel Marrodán en Bilbao, pero no puede asumir sus condiciones económicas.

    Por estas fechas, lleva viviendo 25 años en pueblecitos y se encuentra muy cansado de su vida anodina y sin horizontes[69]. De ahí que piense pedir traslado a Don Benito o Almendralejo, pero Antonio Zoido (entonces inspector de Enseñanza Primaria en Badajoz) le recomienda que lo solicite a la capital, pero no se lo conceden. Desde entonces la urgencia de salir del pueblo se hace patente en las alabanzas de la ciudad que vierte en artículos de esta época, donde destaca idealmente la bulliciosa actividad urbana frente al tedio de la vida rural, aunque no deja de reconocer que en el pueblo se vive más en contacto con la naturaleza y se dispone de paz para el encuentro del hombre consigo mismo[70].

    Su siguiente libro, Aurora. Amor. Domingo, recoge en su primera parte este apremiante deseo, que aumenta hasta convertirse en una necesidad vital cuando siente la indiferencia de la gente y de la Administración ante la importante labor del maestro y su lamentable situación económica[71].

    «Jaula del atardecer»

    Durante 1959, un sobresalto familiar viene a aumentar la angustia, que Jesús Delgado Valhondo ya siente por la necesidad de trasladarse. Su hijo Fernando, mientras realiza el servicio militar, sufre una perforación de estómago que lo pone al borde de la muerte durante cinco meses. Valhondo, que no se aparta en este tiempo de su hijo, vuelve a experimentar la amargura de la enfermedad y la proximidad de la muerte, ahora de un modo más cercano y angustioso.

    Fernando estuvo ingresado en el hospital militar de Badajoz, que se encontraba en la zona alta de la parte antigua de la ciudad adonde se llegaba atravesando el barrio de las prostitutas. Valhondo solía visitar una taberna instalada en una antigua iglesia que frecuentaban estas mujeres con las que congenió, pues se contaban sus pesares y se compadecían mutuamente de su triste situación. Valhondo, que siempre había sentido respeto por estas mujeres, acentuará su aprecio por ellas y, años después, les dedicará la cuarta parte de Los anónimos del coro, titulada «Jaula de atardecer», donde reivindica su dignidad humana concibiéndolas como samaritanas del amor.

    Durante esta temporada, Valhondo recibe el apoyo de los poetas de Badajoz, que iban a acompañarlo y lo informaban sobre hechos culturales, hablaban de lo que cada uno escribía y proyectaban actividades. Tales muestras de amistad no evitaron sin embargo que esta nueva prueba de la fragilidad del ser humano agrandara la brecha que, en su alma, había abierto desde mucho antes el dolor y la melancolía. Por este motivo, aunque más tarde el joven recobra la salud, los momentos de dolor y angustia vividos junto al hijo enfermo dejan una profunda huella en el espíritu herido de Valhondo, que cada vez siente más el peso de la existencia como se detecta en el desencanto progresivo que va invadiendo los poemas de esta época.

    A pesar de esta circunstancia tan dolorosa, no cede en su actividad y ofrece un recital en Madrid, presentado por Pedro Caba, que resulta un éxito. La mezcla de comentarios sobre su vida y su poesía con textos recitados sentida y hondamente consigue contagiar (como era frecuente en sus intervenciones orales) al público madrileño por su emoción sincera y espontánea. También publica en la revista Euterpe de San Martín (Buenos Aires) por medio de Manuel Pacheco, en Ritmo de Madrid y en Rocamador de Palencia, revista dirigida por el farmacéutico y poeta José María Fernández Nieto que inicia con Valhondo una rica y larga relación a través de una extensa correspondencia, que culminará con la edición de uno de sus libros de poemas.

    Nuevos intentos para publicar Aurora. Amor. Domingo

    Todavía en diciembre de 1959 Jesús Delgado Valhondo sigue intentando publicar su Aurora. Amor. Domingo y se siente decepcionado, porque sus gestiones infructuosas en la región lo obligan a probar la edición fuera. De ahí que por estas fechas entre en contacto con la revista madrileña Índice, pero no recibe respuesta. Como consecuencia decide preparar una recopilación de sus versos con el título de Primera antología e incluir su Aurora. Amor. Domingo ante la imposibilidad de editarlo por separado.

    No obstante, a pesar de la dificultad que tiene para publicar libros, consigue por otros medios difundir su poesía. Jorge Campos lo incluye en su antología Diez siglos de poesía española[72] y José Manuel Blecua le ofrece formar parte del Archivo de la poesía española. Ante estos hechos, Valhondo se anima, decide ampliar sus horizontes nacionales y entra en contacto con Europa y su Literatura a través del Comité d’ écrivains et editeurs pour une entr’aide européenne con sede en París.

    Mientras tanto continúa intentando publicar su Aurora. Amor. Domingo y lo envía con el título de Una ciudad cualquiera al premio Marina de Pontevedra, en el que resulta finalista[73]. Pero recibe el resultado como otro fracaso más, aunque es consciente de que este tipo de percances lo hacen ser más sentido.

    MÉRIDA, REENCUENTRO CON SU CIUDAD NATAL

    En 1960, por concurso de traslado, Jesús Delgado Valhondo se marcha a Mérida, su ciudad natal, donde toma posesión de su nueva plaza en el colegio público Trajano el día 15 de septiembre y fija su residencia en la calle Publio Carisio de la barriada de La Argentina.

    El traslado le resulta una liberación. Había pasado 26 años en tres pueblos y estaba hastiado del ambiente mediocre, de la falta de inquietudes y de su atmósfera cargada de penuria y dolor. Por este motivo llega a su ciudad natal con una enorme ilusión que lo anima a decir «andar a Mérida es ir dentro del alma de Extremadura» y lo incita a mantener una actividad mayor que en los pueblos, pues en Mérida por estas fechas existe un activo ambiente cultural, cuyo centro se encontraba en el Liceo[74].

    También asiste a tertulias con personas que sentían inquietudes culturales como el químico Andrés León y el catedrático de Ciencias Naturales y geólogo Vicente Sos Baynat, con quien compartió el interés por conocer científicamente los orígenes de Extremadura y los rasgos característicos que la diferenciaban de otras regiones[75].

    Valhondo recobra el ánimo en su ciudad. Ahora puede escuchar y hablar, cambiar impresiones, conectar con la gente, comunicarse y sentir intranquilidades en él y en los demás[76]. Esta nueva situación le produce una euforia que, liberado momentáneamente de su angustia, lo lleva a aumentar su actividad hasta límites extenuantes organizando y participando en conferencias, recitales poéticos, pregón de Semana Santa (abril 1960), obras de los Festivales de Teatro Clásico, ciclos cinematográficos, programas de radio, periódicos y revistas.

    Tal intensificación de su actividad lo llevan a relacionarse con los intelectuales de Mérida entre los que destacaban Félix Valverde Grimaldi, Santos Díaz Santillana, Rufino Félix Morillón, Demetrio Barrero, Tomás Rabanal Brito, Manuel Sanabria Escudero, Juan de Ávalos, Celso Galván, Francisco Baviano, Carlos María Fernández Ruano, Baldomero Díaz de Entresoto, Bolín Camacho y Alberto Oliart Saussol. Con ellos participa en actividades, comparte su atracción por la poesía y entabla una relación fructífera, que lo aleja de intranquilidades y lo acerca a un mayor conocimiento de la condición humana.

    Además realiza viajes a Cáceres para continuar los contactos con sus antiguos amigos. Visita Badajoz97, donde ya ha entablado excelentes relaciones, y también se desplaza gustoso dentro y fuera de la región a donde reclaman su presencia como, por ejemplo, a la Fiesta de la Poesía de Don Benito y a un recital poético en Madrid. Incluso completa sus relaciones inscribiéndose en la Alleanza Internazionale Giornalisti e Scrittori Latini, una asociación de periodistas y escritores europeos afincada en Roma, que lo mantendrá al tanto de lo que se escribe en Europa enviándole regularmente el periódico de la Asociación, Il Corriere Letterario Latino.

    Al mismo tiempo se relaciona a diario con personas corrientes en torno a una buena copa de vino y, entre bromas y veras, penetra en el verdadero sentir de la gente común, que le descubría las preocupaciones y anhelos del hombre cotidiano, protagonista de su obra poética.

    En este ambiente propicio para el sentir humano y lírico, Valhondo se encuentra más predispuesto para la creación poética. Así se ve influido por la cercanía del Guadiana (el mítico río Anas), con el que mantiene una relación de amor lírico, propia de la fusión con su paisaje y sus raíces reencontradas[77]. La aguda sensibilidad lírica, que ya por estas fechas muestra fehacientemente, es una prueba de que su espíritu aún tiene capacidad de asombro y de trascender líricamente la realidad cotidiana para descifrar sus misterios latentes, que sólo un alma palpitante como la suya es capaz de aprehender. Esa capacidad de sublimar la realidad y espiritualizarla, intentando captar una perspectiva distinta para encontrar nuevos caminos de conocimiento, es la que se comienza a detectar por estas fechas en su obra, que cambia la expresión directa y transparente por otra más esencial y su estilo espontáneo por otro más reflexivo, aunque sin perder su tono sentido y cálido.

    Paralelamente sigue participando en actividades99 y publica en revistas como Arrecife (Cádiz), Euterpe (Buenos Aires) y Punta Europa (Las Palmas de Gran Canaria), a pesar de que se encuentra enfermo y tiene que ser intervenido quirúrgicamente. Superado este contratiempo, aprovecha la oportunidad de difundir su poesía en inglés fuera de las fronteras nacionales en una antología de la poesía española, que prepara Joseh Luke Agneta, profesor de la Universidad de Brooklyn en Nueva York.

    Publicación de Aurora. Amor. Domingo en Primera antología

    A comienzos de los años 60, Jesús Delgado Valhondo sigue recibiendo muestras de aprecio por su poesía, que esta vez tendrán un efecto práctico pues José Díaz-Ambrona, presidente de la Diputación de Badajoz, se interesa por publicarle su Primera antología. Por fin, una institución de su tierra le reconoce su valor lírico y da frutos el contacto estrecho que venía manteniendo con los poetas de Badajoz, cuyo mecenas era Díaz-Ambrona. La edición del libro se vio beneficiada por el ambiente propicio que creó la exposición de Enrique Pérez-Comendador en la capital pacense y las actividades paralelas organizadas, que reunieron a escritores y artistas de toda Extremadura.

    La Primera antología fue editada el 2 de septiembre de 1961 por la Diputación de Badajoz con un prólogo de Eugenio Frutos titulado «Jesús Delgado Valhondo o la poesía de un poeta sincero», donde estudia sus características fundamentales tan acertadamente que, desde entonces, serán un punto de referencia obligado para conocer el mundo lírico del poeta emeritense.

    El libro está compuesto con poemas de otros anteriores (El año cero, La esquina y el viento, La muerte del momento, «Canto a Extremadura» y La montaña) y por Aurora. Amor. Domingo, su nuevo poemario que aparecía editado entre las páginas 115 y 159. Este título es el único de los que puso Valhondo a sus libros que no es original suyo. Procede del último verso del poema «Poeta» de Juan Ramón Jiménez, que forma parte de Bonanza (1911-1912), libro del Nobel incluido en su Tercera antolojía poética. Valhondo seleccionó el citado verso como homenaje y muestra de admiración del discípulo por el maestro, después de realizar una visita a la casa de Juan Ramón en Moguer[78].

    Valhondo recibe sobre la Primera antología opiniones muy elogiosas que destacan la sinceridad, la trascendencia y la unidad de su obra lírica: «Muchas gracias por esta bella ‘Primera antología’ que acabo de recibir […]. Y por estos ratos de poesía que me está proporcionando. Usted trabaja, ha trabajado, en su fecunda soledad y reúne ahora estos poemas que muestran la unidad del poeta y su fértil verdad en vida y en contemplación, en indagación», le dice Aleixandre[79].

    Tales críticas lo inducen a enviar el libro al Premio de Poesía Barcelona y se siente seguro para arremeter contundentemente contra la poesía social que, en estos momentos, da sus últimos coletazos produciendo una polémica a nivel nacional en la que, siempre atento e inquieto ante los cambios líricos, necesita intervenir[80].

    Por estas fechas su prestigio aumenta y le llegan dos propuestas para intervenir en Madrid. Una procede de José Díaz-Ambrona, quien lo invita a que participe en un recital en el Hogar Extremeño de la capital junto a Pacheco y Lencero. Y otra es la petición que le hace Pedro de Lorenzo, director de la revista Blanco y negro, para que colabore con cuentos y poemas en esta publicación. Estas muestras de aprecio lo hacen reafirmarse en su amor por Extremadura y su paisaje, pues piensa que la atención recibida desde fuera de su región, se debe a la tierra que pertenece y a su influencia espiritual que le proporciona una voz lírica propia.

    El secreto de los árboles. Hiperactividad en Mérida

    En la primavera de 1962, Jesús Delgado Valhondo termina su siguiente libro de poemas, El secreto de los árboles, e intenta su edición en la Fundación March solicitando una beca, pero no obtiene respuesta. Sin embargo un año más tarde, en mayo de 1963, el poeta palentino José María Fernández Nieto se muestra interesado en publicar el poemario en su Colección de Poesía Rocamador, pues necesita aumentar el nivel de calidad con un poeta de prestigio como Valhondo.

    Por estas fechas, es enviado por el Ministerio de Educación a participar en un Congreso en Madrid como representante de Extremadura. En este encuentro Valhondo se vio obligado a presentar una ponencia sobre el paisaje y el hombre, que resultó polémica porque aseguró metafóricamente que Franco era una página de la historia y el público, formado en su mayoría por acérrimos falangistas, no admitió que en la historia hubiera más páginas que la del general y expresaron su malestar con un barullo impresionante, que terminó cuando el doctor Yale, jefe del Frente de Juventudes de Madrid, salió en su defensa.

    Sin embargo, esta salida de su aislamiento provinciano propicia el contacto con sus amigos de la capital, que lo ponen al corriente del cambio que en estos momentos se está produciendo en la lírica de la época desde la poesía social a otra tendencia que busca caminos inexplorados y, en sus primeros pasos, se muestra oscura e incomunicativa. Valhondo muestra su desacuerdo con esta falta de transparencia, pues piensa que el lector no entiende la poesía porque el poeta la oscurece a conciencia debido a una falta patente de sinceridad y deseos de comunicación[81]. También su viaje a Madrid le reporta la corresponsalía del periódico ABC y la colaboración sistemática en la sección «Estafeta de las provincias» de La estafeta literaria.

    En Mérida, participa en la creación de la revista hablada Arco, colabora en las actividades culturales del Liceo103 y organiza la I Bienal de Pintura Extremeña, un proyecto propio que resulta un acontecimiento por su plasticidad, buena organización y excelentes resultados. El interés de Jesús Delgado Valhondo por la pintura procedía de su original concepción del cuadro, al que consideraba un libro para leer e interpretar, un mundo por el que andar y meditar, una manera de escuchar los silencios del paisaje, que en el cuadro se hacen sinfonía, y una forma de desentrañar el mundo misterioso del pintor. Es decir, un medio estético, paralelo a la poesía, para entender el mundo.

    Sin embargo, esta vitalidad de Valhondo oculta preocupaciones familiares e incomprensiones que, unidas a los cortos horizontes provincianos, aumentan el malestar en su ánimo hasta el punto de recomendar a un amigo deseoso de trasladarse a Extremadura que no lo haga. Pero, a pesar de sus decepciones, el arraigo a su tierra consigue que estos momentos decepcionantes sean pasajeros y continúe realizando una labor docente, que va dejando en sus alumnos un poso humano por su talante comprensivo y sensible en un momento que la máxima pedagógica era «la letra con sangre entra».

    Su carácter afable, soñador y poético embellecía sus comentarios y echaba a volar la imaginación de sus alumnos, que aprendían disfrutando en un ambiente acogedor. Valhondo se dejaba llevar por la naturalidad que le dictaba su convencimiento de que la educación tenía mucho de lírico idealismo y que con él se debía formar el alma virgen, receptiva y bondadosa del niño. El maestro, pensaba, tenía que ser poeta y debía hablar al niño en su propio lenguaje que, por naturaleza, es poético[82].

    Publicación de El secreto de los árboles

    En septiembre de 1963, José María Fernández Nieto le edita a Jesús Delgado Valhondo su nuevo libro El secreto de los árboles en la Colección Rocamador, que dirige en Palencia. El poemario es otro producto de la decepción sufrida por poeta emeritense cuando sus deseos imperantes por abandonar el pueblo e ir a la ciudad son pronto anulados por el encuentro en ella con la imperfección y el dolor humano. Su desencanto no logra ocultarlo ni la vuelta a su ciudad natal ni el reencuentro con sus amigos de la infancia pues, cuarenta y cinco años más tarde, percibe la acción demoledora del tiempo en el aspecto físico que presentan. Además, no encuentra en el lugar tantas veces soñado un ambiente propicio para ahondar en el espíritu, porque las personas que lo habitan sólo están atentas a intereses materiales.

    Sin embargo, las opiniones sobre su nuevo libros de poemas son muy positivas, no sólo por sus contenidos elogiosos sino también por la categoría intelectual de sus autores: «Me ha producido gran alegría tu nuevo libro poético y su lectura me ha causado honda emoción. Hace mucho tiempo que estás en el camino de la verdadera poesía», le escribe Lázaro Carreter[83].

    Al mismo tiempo, intensifica su relación con los poetas de Badajoz, adonde se desplaza con frecuencia para intervenir en recitales poéticos sobre todo junto a Luis Álvarez Lencero y Manuel Pacheco. Con ellos forma el llamado «triángulo poético extremeño» que enseguida adquiere fama porque, aparte de su calidad, los tres poetas se complementaban con sus estilos distintos: «Cruzaron aquella noche, por el aire, con sus voces, los restallantes trallazos de los látigos de menta de Lencero; los féretros con forma de guitarra de Pacheco; el hombre muerto que Valhondo ve en el fondo de todas las ciudades»[84].

    Valhondo por su parte continúa con su creación lírica para dar salida a las frecuentes intranquilidades que lo angustian y lo inducen, paradójicamente, a escribir una poesía cada vez más sentida. Esta sinceridad suscita a principios de 1964 la atención del grupo salmantino Álamo cuyos directores, el catedrático Juan Ruiz Peña y el abogado José Ledesma Criado, lo invitan a pronunciar una conferencia sobre Federico de Onís en los cursos de verano de la Universidad de Salamanca.

    Primeras noticias sobre ¿Dónde ponemos los asombros?

    En marzo de 1964, Jesús Delgado Valhondo se encuentra elaborando poemas que incluirá en su siguiente libro ¿Dónde ponemos los asombros? y publica en revistas como Azor (Barcelona) y Bahía (Algeciras), se cartea con personalidades relevantes del mundo de la cultura nacional, sigue en contacto con los niños y su mundo a través de su labor docente y se hace cargo de la página literaria del periódico Hoy de Badajoz, que denomina «Arte y Literatura».

    Esta sección se estructuraba en apartados con títulos como «Famas olvidadas», «Notas literarias de dentro y de fuera», «Concursos», “In memoriam” o “Rincón poético». A lo largo del tiempo, Valhondo le cambió el título en varias ocasiones. Uno de ellos fue «Página del Arte, las Letras y la Cultura». Esta sección del Hoy será en aquella época la única manifestación de la crítica literaria periodística en Extremadura, que Jesús Delgado Valhondo mantendrá durante años con una calidad y una perseverancia dignas de elogio.

    Pero cuando se encuentra en el cénit de su creación poética, de su vida docente y de su experiencia vital, muere repentinamente su esposa el 31 de diciembre de 1964. Valhondo se siente desolado. Esta vez la muerte se ha cebado con su ser más querido y su soledad se le hace insufrible: «Me he quedado solo. Amargamente solo. Me gustaba la soledad. Pero, ahora, sin María tengo un vacío tremendo», le confiesa a su amigo Fernando Bravo[85].

    BADAJOZ, BÚSQUEDA DE NUEVOS HORIZONTES

    En septiembre de 1965, Jesús Delgado Valhondo consigue traslado a Badajoz para alejarse de recuerdos dolorosos y buscar en la capital un ambiente cultural más activo. No obstante, como necesita justificar la marcha de su ciudad natal, trasciende este hecho cotidiano y lo considera una forma de medir la huella que el ser humano va dejando por donde ha pasado, de perpetuarse en el camino de la vida121.

    Es destinado al colegio público “Nuestra Señora de Fátima” en la barriada de la UVA (Unidad Vecinal de Absorción), una zona marginal de Badajoz donde, sin embargo, se encuentra a gusto realizando su trabajo docente entre gente humilde y próxima a ese ser cotidiano, que ha convertido en protagonista de su obra poética. Además, el contacto con las penurias de los habitantes del barrio lo va a concienciar de la falta de solidaridad y el egoísmo social imperante, que criticará poéticamente.

    No obstante, cuando se instala en el ambiente cultural de Badajoz, se siente animado pues se celebran varias tertulias (la de la Económica, el Centro Cultural, el Mesón de los castúos, la de Esperanza Segura), se organizan actividades (fiestas de la poesía, conferencias, conciertos, exposiciones, teatro), se editan la Revista de estudios extremeños, la revista hablada Alcazaba y páginas literarias en el Hoy, se ofrecen buenas bibliotecas (las de Diputación y la de la Económica), que patrocinan y organizan actos culturales, y existe una actividad editora promovida por la Diputación y las imprentas Arquero, Doncel, Mangas y Alianza. Tales actividades son promovidas por un amplio grupo de intelectuales entre los que se encontraban José Díaz-Ambrona, Ricardo Carapeto, Enrique Segura Otaño, Antonio Zoido, Luis Álvarez Lencero, Manuel Pacheco y Francisco Rodríguez Perera.

    En este dinámico ambiente, Valhondo se aclimata enseguida a la ciudad y no desperdicia ninguna ocasión para integrarse plenamente participando y colaborando en actividades literarias. Así crea y coordina la sección «Notas literarias de dentro y de fuera» en el periódico Hoy, donde realiza comentarios breves sobre la actividad cultural a nivel local, regional y nacional en un tono unas veces informativo y, otras, crítico: «En las librerías pacenses no hay libros de escritores extremeños. Hemos querido adquirir alguna obra de Víctor Chamorro y nada. Tampoco hemos encontrado libros de Caba, García Durán, Pedro de Lorenzo, etc.».

    Mientras tanto, se produce un aumento de su prestigio y del interés por difundir su poesía. Luis López Anglada lo coloca al lado de Gerardo Diego en su Panorama poético español. En Méjico le editan varios poemas en  una revista dedicada a la poesía española contemporánea. José López Martínez, bien relacionado en la prensa hispanoamericana, publica un artículo titulado «La poesía intimista y universal de Jesús Delgado Valhondo» en El informador de Méjico y, meses más tarde, consigue que Valhondo protagonice la sección «Postal de España» de El Diario de Centro América de Guatemala.

    La decepción

   A pesar de que Jesús Delgado Valhondo continúa sus actividades docentes y literarias con entusiasmo, pronto comienza a hacer mella en su ánimo el materialismo, la falta de espiritualidad, el servilismo y la hipocresía que sufre en el ambiente enrarecido de la ciudad adonde, poco antes, había llegado optimista124. También, por estas fechas, se encuentra desconforme con la intelectualidad de Madrid, a la que considera encerrada en un círculo hermético, donde un poeta de provincia no tiene cabida ni aún con méritos propios.

    No obstante, su relación con la ciudad que lo ha acogido es cordial. Igual que le había ocurrido con Cáceres y Mérida, crea en su espíritu una visión poética de Badajoz, independiente de las personas que la habitan y los sucesos cotidianos que lo preocupan y lo entristecen125. Lo mismo le sucede con el río Guadiana a su paso por la ciudad: «Guadiana, ahora, va hablando y hablando de no sabemos bien qué recuerdos de su historia. De una tarde sonámbula. El Guadiana se nos queda temblando en la sangre»126.

    Badajoz aprecia su sensibilidad y lo recompensa con un homenaje en la primavera de 1966 y con la dirección de la revista hablada Alcazaba en el I Curso de verano que organiza la Asociación de universitarios pacenses. A la vez, crea la sección «Rincón poético» en su página literaria donde presenta de una forma sucinta a un poeta con un breve comentario biobibliográfico y un poema que va a suponer la difusión a nivel popular de poetas consagrados (como, por ejemplo, Gerardo Diego y Aleixandre) de dentro y fuera de la región127.

    El día 5 de agosto de 1967 contrae matrimonio con María Joaquina Oncins Hipólita en la capilla del palacio episcopal de Badajoz128. La ceremonia fue oficiada por el vicario general de la diócesis, Aquilino Camacho, y actuó como testigo la intelectualidad de Badajoz, que así mostraba su aprecio por Valhondo.

    Su nuevo estado, sin embargo, no es obstáculo para que continúe con sus actividades y participa, junto a Pacheco y Lencero, en un recital en la Universidad de Cádiz por mediación de José María Pemán. Interviene en la I Semana de Arte, organizada por la Económica, junto a Lencero y Pacheco en un homenaje a Picasso donde diserta sobre el tema «El libro de Arte y Picasso»129.

    Además intensifica la relación con sus amigos de Cáceres influido por la muerte de Leocadio Mejías, que lo lleva a intentar el rescate de su mundo perdido y a retenerlo en los amigos que le quedaban. Esta palpable sensibilidad se manifiesta también en un hecho que indica la medida de su amplio espíritu. Un asiduo lector de sus artículos periodísticos le pide que arremeta contra Alberti, porque considera falsa la denuncia sobre la pobreza en la región que realiza en su poema «Los niños de Extremadura». Pero Valhondo, en un arranque de limpieza de espíritu y de confraternización con el poeta exiliado, defiende a Alberti asegurando que era cierta su crítica porque él la había visto en sus alumnos de Trevejo: «Usted, amigo, comunicante, no ignora que aquellos diputados, eso dicen, iban a Madrid a pedir más guardias civiles para que los hambrientos -padres y hermanos de niños descalzos- no les robasen las bellotas y la leña. Las revoluciones en el mundo no han sido por gusto»130.

     Relación con el grupo Álamo. Publicación de ¿Dónde ponemos los asombros?

    El 31 de agosto de 1968, por mediación del grupo Álamo, Jesús Delgado Valhondo interviene en un recital junto a Manuel Pacheco en la Universidad de Salamanca131, pronuncia una conferencia sobre poesía, participa en un recital poético del grupo salmantino, junto a sus directores José Ledesma Criado y Juan Ruiz Peña, y consigue que se interesen por editarle su libro ¿Dónde ponemos los asombros? en su Colección de Poesía.

    La publicación se hace realidad el 29 de junio de 1969. Es el número 9 de la Colección, tiene 68 páginas y una tirada de 300 ejemplares. Se trata de un libro desencantado en el que influye sobremanera la decepción que le produce comprobar la influencia negativa del materialismo imperante en el ser humano y la falta de solidaridad para conseguir el bien común. A pesar de su descorazonador contenido, el libro recibe críticas muy positivas: «Me parece un libro ‘muy vivido’, muy verdadero. Si en toda tu poesía hay -hubo siempre- sinceridad y biografía, creo yo que estos poemas aparecen más macerados, más adensados en su humana motivación», le asegura Leopoldo de Luis[86].

    Mientras esta densidad emocional consagra a Valhondo definitivamente como un poeta sincero con una voz lírica personal, sigue interviniendo en actividades con las que calma su angustia (cada vez más acentuada) y amplía sus relaciones humanas y literarias colaborando, por ejemplo, con Manuel Martínez-Mediero en su obra de teatro El último gallinero132 con unos cantos espirituales en verso. Un año después la obra es estrenada en el Certamen de Teatro de Sitges (Barcelona) y gana el primer premio133.

    Muerte de su hermano Juan. Contacto con el grupo Ángaro. Canas de Dios en el almendro

    El año 1970 comienza fatalmente para Jesús Delgado Valhondo. El 5 de enero muere su hermano Juan. Su ánimo se hunde y sufre una fuerte depresión porque Juan no sólo era el hermano mayor que lo había atendido como un padre sino también el último miembro de su familia directa. Valhondo se siente solo.

    A pesar de todo, con el tiempo se sobrepone a su dolor y continúa su actividad literaria. Asiste y participa en el I Centenario del nacimiento de Gabriel y Galán, celebrado en Salamanca y Frades de la Sierra como poeta representante de Extremadura. Además, conecta con el grupo Ángaro de Sevilla por mediación de su amigo Hugo Emilio Pedemonte, poeta uruguayo afincado en España desde que se casó con la poeta extremeña Eladia Morillo-Velarde.

    A finales de 1970 se detecta en Jesús Delgado Valhondo un cansancio de la vida en la capital de provincia, que le produce la artificialidad de las relaciones humanas y el anquilosamiento de su ambiente cultural. Cinco años han sido suficientes para que se le quede pequeña la ciudad, pues ahora le encuentra grandes limitaciones y se siente angustiado en su círculo vicioso de intereses, rencillas, atonía espiritual y falta de crítica objetiva: «En las capitales de provincia está prohibido pensar. Pensar por cuenta propia. Hay que pensar por cuenta del que paga o del que manda»134.

    En 1971, Ángaro le edita una antología con poemas de contenido religioso de libros anteriores, cuyo título Canas de Dios en el almendro procede de esta reflexión: «El almendro es la adelantada de la primavera. Hay cosas que me alegran extraordinariamente: Ver los almendros floridos cuando aún es invierno y la llegada de las cigüeñas (y de las golondrinas). El almendro es el árbol donde a Dios se le enredan las canas»136. Aunque se trata de un folleto con una edición limitada de cincuenta ejemplares, también Valhondo recibe críticas positivas de este librito: «¿Cómo expresarte la sensación de paz y suprema exaltación estética que me ha dejado tu libro ‘Canas de Dios en el Almendro’? Es sencillamente maravilloso», le confiesa Santiago Castelo[87].

    En marzo de 1971, se encuentra esperanzado ante el proyecto de creación de la Academia de Letras, Artes y Ciencias de Extremadura, porque cree que la región vive su mejor momento literario-artístico y que la Academia se opondrá a los atentados cometidos contra el patrimonio histórico de Extremadura, favorecerá la edición de libros y honrará a sus autores.

    Poco después, es nombrado Delegado Provincial de la Asociación de Inválidos Civiles y se dedica de lleno a conseguir condiciones de vida dignas para los minusválidos. A la vez, crea en su página literaria del Hoy, llamada ahora «Arte, Letras y Cultura”, una nueva sección titulada «¿Quién es quién en las Letras extremeñas?»137. El nuevo apartado está compuesto por un breve comentario de la vida y la obra de un escritor de la tierra y tiene el objetivo de reivindicar el orgullo de sentirse extremeño.

    Esta pretensión está relacionada con el dolor que siente en estas fechas por la apatía y la falta de unión de los extremeños, incluso para defenderse cuando vienen de fuera a interferir en sus asuntos. Por este motivo, adopta una actitud combativa que le provoca problemas hasta el punto de interrumpir la elaboración de su página literaria por diferencias con el nuevo director del periódico Hoy sobre cómo debe ser un medio escrito de difusión. La desaparición de esta página supuso un serio perjuicio para la cultura extremeña pues la crítica literaria, que mantuvo viva en la región mientras la editó, se apagó a nivel periodístico durante mucho tiempo.

   Sin embargo, Valhondo continúa con sus relaciones exteriores y su inquietud cultural. Así interviene en el Certamen Retablo 71 de Don Benito, la Fiesta de la Poesía de Almendralejo y el recital poético que el grupo Ángaro celebra en la librería Al-Andalus de Sevilla a finales de 1971.

 

   La vara de avellano

    La incómoda situación que Jesús Delgado Valhondo vive en el pobre ambiente anímico de Badajoz influye en los poemas del libro que está componiendo por esta época. La vara de avellano recoge una fuerte preocupación por la influencia negativa que en su ánimo ejerce la mediocridad de la vida provinciana, porque lo obliga a adoptar una actitud conformista: «Voy a tirar de la manta / para ver lo que debajo vive. / Hay que deshacer entuertos / para que reine la hermosa vergüenza / del cansancio […] Llegó mañana. / (será mejor callarme)»139.

    No obstante, intensifica su relación con Ángaro, entra a formar parte del grupo y participa en Cerrada claridad140, antología de los veinte poetas que lo forman. Además, a principios de 1974, edita La vara de avellano en la Colección Poética del grupo. El libro está dedicado a su director, Manuel Fernández Calvo, y suscita comentarios loables: «Lo leí con emoción creciente y con el alma como susurrada y enternecida por ese ritmo de tu verso tan entrañado y personal, en suma ¡tan auténtico!», le comunica conmovido Juan Ruiz Peña[88].

    Mientras, su capacidad de trabajo le permite continuar con su febril actividad y, además, acudir gustoso a donde lo llaman a pesar de no encontrarse bien de salud, pues se le reactiva una antigua lesión pulmonar que, años después, provocará su muerte. Además, sus amigos le están preparando un homenaje nacional y no deja de recibir reconocimientos. En Mérida la comisión organizadora de la XXII Fiesta de la Poesía le ofrece la presidencia de esta edición y acuerda dedicarle un homenaje. A su vez, la Sociedad del Liceo pone su nombre al Premio de Poesía que viene convocando en los últimos años.

    También interviene junto a Luis Álvarez Lencero, Fernando Bravo, José Canal, Pureza Canelo y Santiago Castelo en el I Recital de poetas de la región, celebrado en Cáceres, y en el I Recital de poetas extremeños, promovido por el Hogar extremeño de Madrid y la Asociación de Amigos de la Universidad de Extremadura. Valhondo, que consigue un gran éxito con sus versos sentidos y su espontánea sinceridad, aprovecha este viaje a Madrid para reunirse con sus amigos y ponerse al día sobre la actualidad literaria y el panorama cultural del momento: «Cuando iba a Madrid, generalmente, tomaba café, por ver a mis amigos en el Gijón. O con José García Nieto, Gerardo Diego, Barnatán, Garciasol, Rafael Montesinos. O con Eusebio García Luengo y Antonio Buero Vallejo»141.

    Meses después, adquiere una casa en Santo Domingo de Olivenza, aldea a 25 kilómetros de Badajoz, donde convive con la gente sencilla del campo y con varios extranjeros que se han instalado en este tranquilo lugar, después de vivir en grandes ciudades como Nueva York. Valhondo adquiere la casa para apartarse de la ciudad, cuando su entorno anodino lo ahoga, y disponer de un ambiente más propicio para la meditación, el contacto con la naturaleza y la creación poética, que ahora centra en la gestación y elaboración de su libro cumbre, Un árbol solo.

    Cuentos y narraciones. La transición

    En el verano de 1975, Jesús Delgado Valhondo publica su segundo libro de relatos, Cuentos y narraciones, en la editorial Extremadura de Cáceres. El libro, aunque tiene sólo 80 páginas, viene a potenciar la estrecha relación que existe entre su poesía y su prosa, ambas llenas de lirismo, sensibilidad, sugerencia, ternura y humanidad muy personal: «Y dice más, dice que en todos los pozos hay un tonto ahogado que se dedica a soñar la paz de los abismos y a jugar rompiendo los cubos que entran en él para que el agua salte y ría. Sonora agua que cae siempre sobre la misma cara de los tontos del mundo de los pozos»142.

    La respuesta de la crítica fue positiva porque, con las características mencionadas, Valhondo consigue conectar con el lector a través de su voz sincera y enigmática, como muestran estas palabras de Buero Vallejo: «He leído sus relatos y me gustan por su recóndita poesía, su humanidad y ese misterio que, a veces, los irrealiza y ahonda»[89].

   Cuentos y narraciones fue editado a expensas del autor para regalar a sus amigos y conocidos. Sin embargo después decidió enviarlo al Premio Nacional de Literatura en su apartado de narraciones cortas y fue seleccionado por el jurado. Por aquella época, en este certamen influía mucho que las obras presentadas fueran avaladas por editoriales de prestigio y Valhondo había editado su libro en una simple imprenta, cuyo nombre se lo había inventado. Así que, cuando los responsables del concurso le pidieron referencias de la editorial, no tuvo más remedio que confesar la verdad y perdió el premio, que se declaró desierto en aquella edición.

   El 20 de noviembre de 1975, muere el general Franco. Jesús Delgado Valhondo intuye la importancia de este momento histórico y participa en actos donde se piden libertades y cambios urgentes en el caduco sistema político del país. Así, por ejemplo, colabora en unas Jornadas Poético-Musicales que la Sociedad El Obrero Extremeño de Almendralejo organiza convocando a músicos y poetas. También participa en otras experiencias que, durante varios veranos y en los más diversos lugares de Extremadura, reivindican derechos individuales y colectivos y descubren nuevos valores, a pesar de los obstáculos interpuestos por autoridades e instituciones, que veían en aquellas manifestaciones espontáneas fantasmas revolucionarios144.

    Atracción por la política

    Los vertiginosos acontecimientos políticos, que suceden en estos años, serán claves en la historia de España y despiertan en Jesús Delgado Valhondo su antigua tendencia liberal. Por eso se afilia a Izquierda Democrática, partido de la Democracia Cristiana de Joaquín Ruiz Jiménez con quien en 1977 interviene en la campaña política para las primeras elecciones libres de la nueva democracia. Sin embargo, su campaña no es la de un político al uso, cuyo único objetivo es el partido y su medro personal, sino la de un poeta que ha hecho protagonista de su obra lírica al ser humano sin distinción de ideologías y desea fervientemente aprovechar el momento histórico para recuperar espiritualidad, progreso y cultura.

    Por esta época, Valhondo vuelve a llevar su página literaria en el periódico Hoy, desde donde revitaliza la crítica intentando clarificar el panorama cultural de Extremadura a veces por medio de la polémica. Esta actitud vitalista atrae a escritores jóvenes como Jaime Álvarez Buiza, José Antonio Zambrano, Manuel Martínez-Mediero, Tomás Martín Tamayo, Manuel Pecellín Lancharro, José Miguel Santiago Castelo o Ángel Sánchez Pascual. Así Jesús Delgado Valhondo, sin proponérselo, se convierte en el patriarca de las Letras extremeñas donde estos incipientes escritores encontraban refugio, orientación y aliento.

    Al mismo tiempo interviene en un proyecto que acariciaba desde hacía años: la creación de una colección de libros, que verá la luz en la editorial Esquina viva de Badajoz. Participa en un recital hispano-luso, celebrado en la Casa de la Cultura de Badajoz, que resultó polémico por sus denuncias contra el poder. Y proyecta, junto a Ángel Sánchez Pascual, publicar una Historia de literatura extremeña actual.

    En estas fechas, la A.N.I.C. va a desaparecer y la situación de los inválidos es preocupante, porque iban a perder el empleo. Valhondo va a Madrid, habla con el Ministro de Sanidad, el extremeño Enrique Sánchez de León, consigue que mantengan los puestos de trabajo y deja el cargo.

    En agosto de 1976, cada vez más inmerso en su paisaje y, por esta razón, más comprometido con Extremadura, lanza un lamento lírico contra la destrucción a la que está siendo sometida la encina. La causa es la tala indiscriminada que realizan los agricultores ante la desidia de la Administración: «El campo estaba lleno de encinas muertas tras una batalla cruel, a base de máquinas, que las habían arrancado de cuajo. Las raíces al viento impresionaban. Se oía un agudo, estridente, grito. A veces, parecían arañazos en un aire blando y pesado, como el que debe quedar después de una gran batalla. En el ambiente, un sordo canto de cigarra. ¡Cuánto misterio en este trozo de paisaje extremeño! Panorama asesinado. Encinas vencidas que se llevan siestas y tórtolas, lunas y filosofías de búhos, entrañas llenas de secretos, entrañas campesinas»146.

    Ayer y ahora. Premio de Poesía Hispanidad

    En 1978, la editorial Universitas de Badajoz publica a Jesús Delgado Valhondo un libro de relatos, que lleva el título de Ayer y ahora. Las nuevas narraciones despiertan admiración entre los lectores por esa mezcla original de prosa y poesía, que el autor consigue obtener naturalmente cuando describe la realidad desde el otro lado de la frontera que la separa de lo mágico y lo misterioso.

    En este mismo año Valhondo realiza un viaje a Madrid para oxigenar, en el mundo literario de la capital, su ánimo decaído por la desesperanza que le produce la mediocridad del ambiente de Badajoz. Sin embargo esta apatía no le impide publicar en una sección de su página literaria del Hoy, titulada «Encuesta sobre Extremadura», las respuestas de destacadas figuras de las Letras extremeñas a preguntas donde indaga sobre la identidad de su tierra porque, según sus palabras, “quería saber la raíz de su existencia”: 1ª) ¿Qué es Extremadura? 2ª) ¿Existe una cultura extremeña? 3ª) ¿Qué opinas sobre la autonomía extremeña en relación con la cultura? 4ª) ¿Qué harías para elevar el nivel cultural de los extremeños?

    El objetivo de esta encuesta es conseguir una definición de Extremadura, comprobar la existencia de una idiosincrasia, determinar sus necesidades culturales y decidir la forma de elevar su nivel para, más tarde desde la política, iniciar un proceso hacia un resurgir cultural que situara a la región a la altura de las más avanzadas del país.

    Antes de terminar 1978, Valhondo es homenajeado en Almendralejo. También consigue el Premio de Poesía Hispanidad con un poema extenso titulado «Canto a Santa María de Guadalupe como Reina y Madre de la Hispanidad»149. Este concurso literario fue convocado por los Caballeros de Santa María de Guadalupe con motivo del Cincuentenario de la coronación de la Virgen como Reina de la Hispanidad. El premio produce una impresión positiva en el ambiente literario extremeño por la calidad del poema, pero Valhondo se siente contrariado porque no entiende cómo, después de editar doce libros, ahora se descubren su cualidades poéticas.

    La jubilación. Entre la hierba pisada queda noche por pisar. Un árbol solo

    El año 1979 comienza para Jesús Delgado Valhondo con la cruda realidad de su jubilación, que se hace oficial el 19 de febrero cuando cumple 70 años de edad y 45 de servicio docente[90]. El paso de esta frontera artificial, impuesta por frías leyes, le resulta doloroso porque lo apartaba de su vocación y lo convertía en un estorbo: «Un mal día te dicen, / simplemente que estorbas. / Que tu mano y tu voz / ya no sirven de nada. / Que comes el pan de otro, / bebes el vino de otro. / (Y el otro está detrás / empujándote con ansias) / […]»150.

    Pero sus amigos, que lo apreciaban sinceramente, no permiten que se sienta acabado. Difunden su poesía fuera de España (Santiago Castelo, en Bulgaria; Francisco Lebrato en Suiza e Italia y José López Martínez, en Méjico) y le conceden varios reconocimientos que le ayudan a superar el trauma («Importante de Extremadura», «Carnet democrático del pueblo extremeño» y un homenaje nacional).

    Además Valhondo consigue que le publiquen dos libros de poemas. El primero será una antología titulada Entre la hierba pisada queda noche por pisar, editada por Universitas Editorial a mediados de 1979. El libro lleva un prólogo de Eugenio Frutos, que es el mismo de la Primera antología, e incluye una selección de 84 poemas de libros anteriores[91]. También de esta antología recibirá críticas gratificantes: «[…] Pero el mayor homenaje -por duradero y sin trampa- es esta preciosa antología, donde es un gozo volver a encontrarse con poemas que el tiempo no ha desustanciado», le dice Ramón de Garciasol[92].

    El segundo libro es Un árbol solo, que será publicado a final de 1979 por la Institución Cultural Pedro de Valencia de la Diputación de Badajoz. Este poemario era el más apreciado por Valhondo de todos sus libros, porque contiene una síntesis que repasa íntegramente su vida espiritual y deja constancia de su indefensión, su angustia y su soledad ante un Dios que no se manifiesta, un ser humano repleto de imperfecciones e intereses personales y una existencia incomprensible.

    Las críticas, que fueron numerosas y laudables, supieron reconocer las cualidades humanas, espirituales y líricas de este libro crucial en su obra poética: «Un árbol solo. Árbol que usted no deja a solas. Todo un mundo, el de usted -es decir, el del hombre – lo acompaña”, le asegura Jorge Guillén[93]. «[…] su poesía tiene voz muy propia, sin recursos de recetario ajeno, y esto es mucho y raras veces logrado. Hay un hondo sentir, humano, con toda la problemática e inquietudes. Por ahí, debe ir la mejor lírica», le advierte Francisco Induráin[94].

    Estos hechos y comentarios, que indican el prestigio alcanzado por Valhondo y que se encuentra en su plenitud poética, consiguen que pase de la depresión a vivir los momentos más emotivos de su vida, porque se siente reconocido humana y líricamente.

    Actividad política. El desencanto

    En el año 1979, Jesús Delgado Valhondo intervine en la campaña política para las elecciones municipales con la Unión de Centro Democrático -UCD- y es elegido teniente de alcalde y concejal de cultura del ayuntamiento de Badajoz. Sus objetivos se centran en elevar el nivel cultural de la gente común comenzando por la atención a la enseñanza de los niños: «Como concejal de Cultura me interesa muchísimo un homenaje al libro. La cultura está en leer, empezando por la Educación Primaria, donde debe enseñarse al niño no sólo a leer, sino a saborear lo que lee», aseguró por estas fechas[95].

    Pero estos humanos y loables objetivos estaban lejos de los fines políticos de sus compañeros de partido, que pronto empiezan a hacerle el vacío. Así, a final de 1979, se siente profundamente herido porque comprueba que la ambición política anula los sentimientos. Desde entonces se va apartando de esta actividad y se distrae componiendo letras de canciones para el grupo folk extremeño Adarve y confeccionando la letra de un himno para Extremadura.

    En 1980, asiste al Congreso Mundial de Poesía celebrado en Madrid, donde coincide con poetas de todo el mundo, y queda gratamente sorprendido cuando comprueba que la poesía tiene las mismas constantes en cualquier parte del planeta, porque existe una voz común que une a todos los seres humanos.

    Pero, a pesar de esta experiencia enriquecedora, este año será para Valhondo una época de decepción, pues sus objetivos humanistas y culturales se ven definitivamente truncados y presenta la dimisión de sus cargos. A partir de este momento visita con frecuencia la casa que le sirve de retiro en la aldea de Santo Domingo de Olivenza para curar sus aflicciones que, incluso, lo hacen pensar en marcharse de Badajoz.

    No obstante, cuando Valhondo se encontraba en tal estado de postración, Luis Álvarez Lencero le anuncia que, según le han informado sus contactos en Madrid, ha estado a punto de ganar el Premio Nacional de Poesía151. Además el Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura, Tomás Martín Tamayo, lo nombra  su asesor. Entonces renace en Valhondo la ilusión de regenerar la cultura extremeña y se anima a continuar con su actividad literaria. Así crea en la revista Alminar de Badajoz la sección titulada «Al margen», donde publica una especie de greguerías: «Tradujo mal y le nació un poema». «Picasso pintó una cabra y le salió una radiografía de una prostituta que había vivido en Egipto hace cinco mil años».

    Mérida, capital de Extremadura. Retiro de la política

    A finales de 1981, los políticos extremeños se encuentran enzarzados en una violenta discusión sobre la capitalidad de la autonomía extremeña y llegan a tal punto que están dispuestos a crear una escisión repartiéndola entre las dos capitales de provincia. Ante esta crítica situación, Valhondo defiende una solución equilibrada que no perjudique a ninguna, pues desea que Extremadura deje de ser dos provincias dándose la espalda. Por este motivo, les recuerda la necesidad de lirismo que tiene la política en ocasiones como ésta, cuando atendiendo al bien común se debe ser más generoso, y apoya incondicionalmente la capitalidad autonómica en Mérida, basándose en razones históricas y geográficas158.

    A principios de 1982, su ilusión política ha desaparecido. En su nuevo destino tampoco encuentra apoyo a su proyectos y sufre frecuentes disgustos por su irreductible defensa de aquello que cree justo160. Ahora desea estar solo, alejado de experiencias que únicamente le producen insatisfacciones muy dolorosas. Su desencanto está justificado porque había creído que la búsqueda de Dios pasaba por el encuentro y la comprensión del ser humano. Pero ahora comprueba que no existe perfección alguna en el hombre y esta estremecedora constatación supone dudar de la perfección de Dios y de la propia. Su decepción es total e irreversible161.

    Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre

    A pesar de su desencanto, Jesús Delgado Valhondo sigue con su creación poética y en 1982 la Institución Cultural El Brocense de Cáceres le edita Inefable domingo de noviembre y la Colección Bahía de Algeciras Inefable noviembre. Ambas ediciones (Inefable …) recogen el delicado momento emocional de melancolía por el que atraviesa el poeta, arrastrado por la decepción que le producen los hechos comentados. El alejamiento de todo y de todos, la reciente jubilación, el desencanto vivido y el refugio único de su soledad, que no le satisface totalmente, lo llevan a que note con más nitidez la acción demoledora del tiempo, ahora que se encuentra en una edad avanzada y en un momento que no tiene apoyos de ningún tipo (los del cielo hace ya tiempo que los perdió y los de la tierra acaba de perderlos definitivamente).

    Inefable … será la descripción de su lamentable estado espiritual en un mundo nebuloso, triste y gris como los melancólicos días de noviembre con sus presagios de muerte. La buena impresión que produjo Inefable … se refleja en esta opinión que recibió de Ricardo Senabre: «He pasado unas horas maravillosas, leyendo y releyendo tus poemas. Si me dejara llevar, te diría que hay en ellos auténtica magia»[96].

    En julio de 1982 aparece la segunda edición de Un árbol solo, publicada por la Institución Cultural Pedro de Valencia de la Diputación de Badajoz. Valhondo entonces califica este libro como «el poema más limpio y sincero y vero que he hecho en mi vida»[97].

    Los buenos resultados de estos poemarios consiguen que vuelva a desempeñar una inusitada actividad. Es vicepresidente del II Congreso de Escritores Extremeños, donde se le dedican dos comunicaciones162. Clausura el Aula Poético-Literaria de la Institución Cultural El Brocense con una lectura en el auditorio del Complejo Cultural San Francisco de Cáceres. Publica en las revistas Litoral de Málaga y Gemma de Aranguren (Vizcaya). Y participa en el Aula Poética de Plasencia, organizada por Sánchez Pascual, junto a Pureza Canelo, Manuel Pacheco y José María Bermejo.

    El resto del año 1983, lo pasa alejado de los círculos políticos y literarios163. Aún no se ha recuperado de los resultados humanamente lamentables de su etapa política. Su desánimo se detecta incluso en un viaje que realiza a Madrid en el que se limita a conocer a su nueva nieta y a pasear a su aire por la capital sin interesarse, como en otras ocasiones, por ver a los escritores con los que le gustaba intercambiar impresiones sobre el mundo literario.

    Época de misticismo. Abanico. Cuentos

    El aislamiento de su entorno social provoca que Jesús Delgado Valhondo profundice en su interior y pase por una crisis religiosa. De ahí que se suscriba al Boletín del Militante del Secretariado Diocesano de Cursillos de Cristiandad y realice algún ejercicio espiritual para buscar a Dios con todos los medios a su alcance. Así, el año 1984 es una época de recogimiento, donde su deseo más ferviente es retirarse a la soledad de su casa de la aldea, intentando el encuentro con la divinidad. En este ambiente, termina una serie de sonetos, que incluirá en Ruiseñor perdido en el lenguaje, y también concluye Los anónimos del coro.

    En 1985, es incluido en ¿Quién es quién en Poesía? Antología poética de España e Hispanoamérica165, donde aparece junto a doscientos poetas españoles e hispanoamericanos, de los cuales ocho son extremeños. La inserción en esta antología supuso para Valhondo el reconocimiento de Juan Manuel Rozas, prestigioso catedrático de la Universidad de Extremadura, que lo calificó como «el mayor poeta que tenemos»[98].

    En marzo de 1985, se encuentra preparando la edición de Abanico, un libro donde varios poetas transmiten su visión lírica de Mérida. La confección de este libro fue el resultado de una larga elaboración, pues Valhondo la inició en 1974 enviando postales de lugares históricos de Mérida a sus amigos poetas, para que al dorso escribiesen un poema. Finalmente, en el verano de 1986, aparece Abanico editado por el Patronato de la Biblioteca Municipal de Mérida y dedicado al alcalde de la ciudad, Antonio Vélez.

    Al final del verano de 1986167, la Diputación de Badajoz le publica Cuentos, su tercer libro de narraciones, en el número 1 de la Colección Narrativa y con dibujos de Bernardo Víctor Carande. Cuentos es un librito de 70 páginas, donde el autor muestra sus excelentes condiciones para los relatos, mitad prosa mitad poesía, concisos y líricos, enternecedores y profundos: «El día era como un milagro. Y un milagro sucedió, Joselito se convirtió en un hombre entero y vero. José en un niño. Y en su nueva condición de niño se puso a jugar con un tren eléctrico que atravesaba campos y más campos y más puentes y estaciones y más estaciones. Una maravilla»[99].

    Ruiseñor perdido en el lenguaje

    En febrero de 1987, Juan María Robles Febré, editor de los Cuadernos Poéticos Kylix, le publica Ruiseñor perdido en el lenguaje en el número 2 de su Colección con una tirada de 250 ejemplares y tan sólo 32 páginas. El librito se estructura en dos partes. La primera, que lleva el título de «Jesús Delgado», es un extenso poema donde repasa su larga vida, cuyo recuerdo se encuentra lleno de pesares y algún momento fugaz de gozo. La segunda parte, titulada «Poemas de amor para la muerte», contiene catorce sonetos donde trata de superar la muerte con el amor, pero al final muestra su escepticismo entre nostalgias y presagios de muerte.

    No recibirá Valhondo opiniones destacadas de su nuevo poemario por la corta tirada de Kylix, su insuficiente difusión fuera de Extremadura y la influencia negativa del éxito de sus dos libros anteriores, que ocultó el valor de este apreciable librito. Esta circunstancia lo lleva a quejarse de que la crítica, después de Un árbol solo, no se hubiera ocupado con atención de sus libros posteriores cuando eran igualmente densos.

    No obstante, su prestigio le sigue reportando reconocimientos. En mayo de 1987, Ricardo Senabre le envía las pruebas del capítulo titulado «Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», que va a incluir en su libro Escritores de Extremadura. El ensayo comienza con unas palabras rotundas de auténtico fervor y reconocimiento del crítico por el poeta: «Pocas voces extremeñas hay más auténticas que la de Jesús Delgado Valhondo. Pocos poetas tan imprevisibles en su trayectoria, tan variados, tan fieles a la emoción del momento. Y pocos -muy pocos- tan exigentes consigo mismo, tan insatisfechos, tan tenazmente perfeccionistas». Además, Valhondo en este año es presidente del IV Congreso de Escritores Extremeños celebrado en Hervás (Cáceres) y participa en otras actividades169.

    Poesía. Los anónimos del coro

    En la primavera de 1988, la Diputación de Badajoz y la Editora Regional de Extremadura editan Poesía a Jesús Delgado Valhondo con prólogo de Ángel Sánchez Pascual. Poesía es una recopilación de todos sus libros publicados hasta el momento más Los anónimos del coro, un libro inédito. Además incluye «Sueltos», que son veinticinco poemas de Valhondo editados en periódicos y revistas, «Homenaje», que reúne veintidós poemas dedicados a Valhondo por otros poetas, y la trascripción de La esquina y el viento en la edición realizada por Tito Hombre.

    Los anónimos del coro es una denuncia de la indignidad que el ser humano se ve obligado a tolerar representando el papel que Dios le ha asignado en la vida sin pedirle opinión alguna y soportando, además de la imperfección propia de todo ser humano, la ignominia de oficios despreciados como el de las prostitutas. Valhondo, en esta etapa terminal de su vida, se encuentra abatido porque, después de tanta lucha emocional, no ha conseguido dilucidar ningún enigma sobre la condición humana que, ahora, se le muestra en su lado más amargo y preocupante.

    La impresión positiva, que produjo Los anónimos del coro en la crítica, se puede resumir en esta opinión autorizada de Lázaro Carreter: «Llevo más de seis horas leyéndote, agradeciéndote tus versos todos […]. Si la comunicación lírica es un viaje con el poeta por su mundo, unido a él, llevamos viajando juntos seis maravillosas horas. Hace años que te creo uno de los mejores poetas actuales. Ahora, al leerte junto y de una vez, me confirmo en ello»[100].

    La Medalla de Extremadura. Otros reconocimientos

    El 5 de julio de 1988 la Junta Regional concede a Jesús Delgado Valhondo la Medalla de Extremadura por sus méritos humanos, profesionales y literarios, que recibe en un acto celebrado en el teatro romano de Mérida el 7 de septiembre de 1988. Valhondo percibe aquellos momentos con un sentido trascendente: «Cuando subía las escaleras, para recoger la medalla, todo aquello se me estaba viniendo encima, sobre todo porque una de las mejores cosas, que me han pasado en la vida, es nacer en Mérida, y me encontraba como en el vientre de una madre, como de regreso. Iba, no ya emocionado, porque era otro ser»170. No obstante, en sus palabras de agradecimiento, muestra desorientación espiritual y agotamiento físico: «A estas alturas uno se pone a echar cuentas y no salen nunca bien, me falta siempre algo en esta suma de tiempo; me faltan recuerdos, me sobran olvidos».

    El 27 de diciembre de 1988171 el Ayuntamiento de Badajoz lo nombra hijo adoptivo de la ciudad y se compromete a solicitar para él la concesión del título de doctor honoris causa a la Universidad de Extremadura. Aunque su alegría no es completa porque, por esta época, sufre varias operaciones quirúrgicas para extirparle un cáncer de piel del que, una vez repuesto, no vuelve a resentirse.

    Superado este contratiempo, sigue con una frenética actividad que se traduce en varios reconocimientos. En Badajoz se le pone su nombre a una plaza y, en Cáceres, a una calle. En Mérida, en el año 1989172, se le da su nombre a una avenida y a una barriada, donde su presidente, Manuel Blanco Salguero, crea el Premio de Poesía Jesús Delgado Valhondo. También, antes de terminar el año, se le dedica un homenaje en Badajoz.

 

    El otro día y Huir

    En 1990, Jesús Delgado Valhondo publica en la editorial Menfis de Badajoz su último libro de relatos titulado El otro día, que contiene varias narraciones cortas donde se observa su capacidad de síntesis, su poder de sugerencia y la característica relación entre su prosa y su poesía. También publica en el Cuaderno Kylix dedicado a San Juan de la Cruz uno de sus últimos poemas, «Un árbol. Una cruz», donde relaciona los dos símbolos más atractivos para él: el árbol que materializaba la soledad y la cruz que suponía el sacrificio de Cristo y, por extensión, el sufrimiento que él se ve obligado a soportar en su existencia.

    El 24 de marzo de 1992, realiza su última intervención en público protagonizando la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos de Mérida, en la que se muestra desencantado y decaído. En septiembre de este año tiene terminado Huir, su último libro de poemas, que él mismo define como una despedida. El libro transmite la conciencia del poeta de encontrarse no sólo al final de su vida física sino también espiritual e intelectual.

    El final

    El 16 de marzo de 1993 el ayuntamiento de Mérida lo nombra hijo predilecto de su ciudad. El día 9 de julio de 1993, herido de muerte a causa de su antigua afección pulmonar, asiste a la entrega del nombramiento honorífico en un pleno extraordinario y califica ese momento como el más feliz de su vida.

    En sus palabras de agradecimiento, aprovecha para justificar su actuación en la vida definiéndose como «un ciudadano amante de su tierra que sólo ha cumplido con el deber que le dicta su condición de hombre». También explicó su especial atracción por Mérida: «Alguien dijo que nadie ama a su tierra porque es grande sino porque es suya. Y esta tierra, este pueblo, es doblemente mío porque nadie es de ningún sitio hasta que no tiene allí a sus muertos y yo los tengo aquí, en Mérida. A mi padre, a María, a hermanos. Algo que no sé explicar me hace dependiente de este paisaje, del alma de la ciudad, de este ambiente que te rodea como un aura de gloria y de infinita felicidad. Y esta soledad que se siente en Mérida que es amante solidaria y, además, humilde».

    Por último, reafirma su conciencia de sentirse al final de su existencia orgulloso de seguir siendo un hombre cualquiera: «Mérida tiene solera y no por su romanicidad sino por pueblo. Yo me siento orgulloso de ser hijo de mi pueblo. De ser pueblo»174. Sin embargo, no oculta que se encuentra muy afectado por la proximidad de la muerte: «y, ahora, que me queda poco camino que recorrer, me angustio en una lucha contra el tiempo y contra mí mismo».

    Pero su fortaleza no pudo con la mortal enfermedad que padecía y falleció el 23 de julio de 1993 a las seis de la tarde en la clínica Clideba de Badajoz. Al día siguiente se celebró su sepelio en la iglesia de Santa María de Mérida y, posteriormente, fue enterrado en el cementerio de su ciudad.

    Con Jesús Delgado Valhondo murió un hombre comprometido con su condición humana, un extremeño de corazón y un poeta fuera de lo común. Ahora recordamos que, años antes de su muerte, le oímos decir: «Cuando muere un poeta, algo muere dentro de nosotros». Y es verdad175.

[1] Tendrá que usar permanentemente una bota de alza.

[2] Ver «Coxalgia», La esquina y el viento, en “Y otros poemas” de Poesía completa, Mérida, ERE, 2003.

[3] JDV [Jesús Delgado Valhondo], «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», Cáceres, Aguas vivas, 1989.

[4] «La venta (III)», El año cero.

[5] Fernando, Luisa, Juan y Jesús. Los demás habían muerto por enfermedades infantiles.

[6] De esta época procede el diminutivo cariñoso, «Chuchi», con que lo nombraban sus amigos.

[7] JDV, «Puestos de tebeo», Hoy (Badajoz), 23-1-60.

[8] JDV, «Homenaje en Cáceres», Hoy (Badajoz), 5-5-65.

[9] En su cumbre se levanta el santuario de Nuestra Señora de la Montaña, patrona de Cáceres, cuya imagen es foco de veneración y peregrinaje.

[10] JDV, «Cáceres (viejo país del alma)», Hoy (Badajoz), 17-11-61.

[11] En Antonio Salguero Carvajal , “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassettes, 1991-1993.

[12] JDV, intervención en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos, Mérida, 1992.

[13] No obstante en la década de los 50 compone unas greguerías denominadas “Llamas de candil” y en 1980 textos con forma parecida.

[14] JDV explica las razones de su atracción por estos poetas en dos artículos: “Thomas Stearns Eliot”, [s.l.], 1948 y “Dos poetas católicos”, Hoy (Badajoz), 26-12-59.

[15] JDV, «Cuando la palabra es hermosa», Hoy (Badajoz), 14-6-64.

[16] Ricardo Senabre, «Sentir y decir», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[17] JDV, «Tagore», Hoy (Badajoz), 14-6-61.

[18] Federico de Onís, Antología de la poesía española e hispanoamericana, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1934.

[19] Manuel Pecellín Lancharro, «Pedro Caba Landa», en Literatura en Extremadura, tomo III, Badajoz, Diputación Provincial, 1983.

[20] Según parece, Tomás Martín Gil  y Pedro Romero Mendoza.

23 Dirigida por Alberto Juliá Martínez, fue editada en Cáceres desde el 1 de noviembre de 1935 al 15 de julio de 1936. Publicó 18 números. En el grupo fundador se encontraba Antonio Hernández Gil. JDV participó en el número 3 con un poemilla titulado “Podría quererte”, que firmó con el seudónimo «Jesús De-Val».

[21] Aparece por primera vez en el penúltimo verso del poema “Castilla en siesta” de Canciúnculas: “(Un solo árbol, / consuelo de la gran pasión del campo)”.

[22] Retablo de la pasión de nuestro Señor, inédito.

[23] Se había afiliado a Alianza Republicana dos años antes de proclamarse la República.

[24] Estos tres libros han sido editados por primera vez en JDV, Poesía completa, Mérida, ERE, 2003.

[25] JDV, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

[26] Se refiere a su hijo José María, nacido en 1937. Después nacerían Fernando en 1939 y Gloria en 1949.

[27] Carta de Manuel López Robles a JDV, La Alquería (Huelva), 7-3-44.

[28] «Salida de luna» y «¡Ay, quién fuese corazón!», nº 37, 1-1-40.

[29] Carta a JDV, Madrid, 14-10-39.

[30] Es creada en Valencia en noviembre de 1942 y dirigida por Ricardo Juan Blasco. Se gestó en el bar Galicia, donde se reunían Pedro Caba, Pedro Sanjurjo, Juan Cots, José Luis Hidalgo y José Hierro. Corcel surgió contra el preciosismo de Escorial y publicó 16 números.

[31] «Un claro caballero de rocío / un pastor, un guerrero de relente / eterno es bajo el Tajo; bajo el río / de bronce decidido y transparente».

[32] JDV, «Vicente Aleixandre», Hoy (Badajoz), 1977.

[33] Carta a JDV, Madrid, 29-8-44.

[34] A este grupo pertenecían, además, Alejandro Gaos, José Albí, Ricardo Blasco y José Luis Hidalgo, poeta por quien JDV sintió una gran estima desde que leyó su libro Los muertos.

[35] Editado en el Boletín de la Inspección de la Escuela de Practicantes (Cáceres), 1944.

[36] Publicado en la revista Lar (San Sebastián), 1944.

[37] Revista de Santander, que fue fundada en abril de 1943 por Carlos Salomón, Sordo Lamadrid, G. Ortiz y D. Badía.

[38] Revista de Madrid, creada en mayo de 1943 por José García Nieto, Pedro de Lorenzo, Jesús Revuelta y Jesús Juan Garcés.

[39] José Canal Rosado, «Noticia del proyecto de publicación de Alcántara«, Extremadura (Cáceres), 10-9-45.

[40] Este seudónimo procede de su segundo nombre (Jesús José) y de la segunda parte de su primer apellido (Delgado de la Peña).

[41] José de la Peña [Jesús Delgado Valhondo], «Notas breves de dentro y de fuera», Alcántara (Cáceres), nº 53-54-55, 1952. El número 111-113 de Alcántara de 1956 publicará las últimas «Notas …».

[42] Rufino Félix, «El vendaval, Jesús», en A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Kylix, 1993.

[43] Revista alicantina, fundada por José Albí y Joan Fuster con la colaboración de Manuel Molina y Vicente Ramos, que la apoyó económicamente. Esta publicación supuso un rechazo de la poesía clasista y un abrigo de la nueva lírica humanizada, en la que JDV encajaba.

[44] Antonio Reyes Huertas, «Los jóvenes», Hoy (Badajoz), 1-8-48.

[45] Con ellos realiza actividades como la elaboración de un poema a escote, cuyo tercer verso es de JDV. Fue editado en Hoja del lunes (Badajoz, 31-10-49), Norma (Cáceres, 31-10-49) y Alcántara (Cáceres, diciembre 1949).

[46] Fueron recogidas por Miguel Muñoz de San Pedro en una carta a JDV, Cáceres, 20-1-50, y en dos artículos titulados «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50, y «¡Hemos leído a un gran poeta!», Hoy (Badajoz), 25-2-50.

[47] JDV, «Homenaje a don Ángel Orti Belmonte», Extremadura (Cáceres), 6-8-49.

57 Director General de Prensa, promotor de la revista Fantasía y «cazapoetas».

[48] De estos libros no se volverá a tener noticias. Posiblemente JDV, para facilitar su edición, dividió en dos El año cero, que era un poemario extenso.

[49] JDV, «La ruina y la herida. Un templo se nos muere: San Benito de Alcántara», Extremadura (Cáceres), 5-10-49.

[50] A quien JDV dedica el libro doblemente, pues se lo dedica a “Gabriel Celaya” y «Juan de Leceta», dos de sus heterónimos.

[51] Carta a JDV, San Sebastián, 13-11-50.

[52] Carta a JDV, Madrid, 31-10-50.

[53] JDV, «Hay que pensar que se vive», Hoy (Badajoz), agosto 1950.

[54] Por estas fechas publica en revistas como Espadaña (León), La isla de los ratones (Santander) y Espiga (Buenos Aires) y en periódicos como El correo literario y ABC (Madrid), imparte conferencias y participa en el Almanaque de Literatura de Jorge Campos.

[55] Por ejemplo, interviene en un ciclo de conferencias de la biblioteca de Mérida con el tema «El poema y su momento crítico» y recita varios poemas que conmueve a los presentes.

[56] Carta a JDV, Melilla, 31-12-52.

[57] Fueron creados a partir de una idea suya.

[58] De «Como pasamos la noche bajo el sueño».

[59] JDV, «Nuevos pobres», Hoy (Badajoz), 19-9-58.

[60] JDV, «Practicante», Hoy (Badajoz), noviembre 1957.

[61] Carta a JDV, Río Piedras (Puerto Rico), 22-2-54.

[62] Ricardo Gullón, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez, Madrid, Taurus, 1958.

[63] Ricardo Gullón, prólogo de Sonetos espirituales de Juan Ramón Jiménez, Madrid, Afrodisio Aguado, 1957.

[64] Antonio Salguero Carvajal, Gévora. Estudio de una revista poética de Extremadura, Badajoz, Diputación, 2001.

[65] JDV, «Bibliotecas extremeñas», Hoy (Badajoz), 16-3-56

[66] JDV, «Volver sobre nuestros pasos», Hoy (Badajoz), 31-12-57.

[67] Carta a JDV, Salamanca, 9-7-57.

[68] JDV, “Educación fundamental”, Hoy (Badajoz), 7-5-60.

86 Por ejemplo, a finales de 1958, se presenta junto a José Canal y Juan Luis Cordero al certamen poético «Virgen de Altagracia», patrona de Garrovillas de Alconétar (Cáceres), y gana un premio.

[69] JDV, «Oposiciones», Hoy (Badajoz), 8-7-59.

[70] JDV, «Aldea y ciudad», Hoy (Badajoz), 10-9-59.

[71] JDV, «Cuando se mueren los pueblos», Hoy (Badajoz), 10-10-59.

[72] Madrid, Taurus, 1959.

[73] El primer premio lo ganó Victoriano Crémer con Tiempo de soledad.

[74] Rufino Félix Morillón, «Salvar el Liceo», en Reloj de arena, Badajoz, Menfis, 1992.

[75] Sus deducciones están recogidas en su artículo «Cimas extremeñas», [s.l.], [s.f.].

[76] JDV, «La tertulia», revista de feria de la barriada de San Fernando (Badajoz), 1960.

97 Hasta que se traslade a la capital, JDV participa en numerosas actividades con los escritores pacenses como en el acto «Las siete palabras del Señor» del Viernes Santo (1961) y en la Fiesta de la poesía navideña (1965).

[77] JDV, «El poeta y el Guadiana», Hoy (Badajoz), 5-1-61.

99 Como, por ejemplo, en la Fiesta de la Poesía de Almendralejo, dedicada a Carolina Coronado, junto a Fernando Bravo, Pacheco y Lencero el 21-3-61.

[78] JDV, «Moguer de Juan Ramón Jiménez», Hoy (Badajoz), 16-8-81.

[79] Carta a JDV, Madrid, 6-12-61.

[80] JDV, «Poesía social», Hoy (Badajoz), 22-2-61.

[81] JDV, «Oscuridad y misterio», Hoy (Badajoz), 9-8-62.

103 Por ejemplo, imparte una conferencia titulada «El poeta y su mundo» y participa en el Día emeritense de la poesía.

[82] JDV, «Instrucción y Educación», Hoy (Badajoz), 23-3-49.

[83] Carta a JDV, Salamanca, 11-11-63.

[84] Arsenio Muñoz de la Peña, «Literatura pacense», Hoy (Badajoz), 1-11-61.

[85] Carta de JDV a Fernando Bravo, Mérida, 28-4-65.

121 JDV, «El traslado», Hoy (Badajoz), 7-9-65.

124 JDV, «Vivir del cuento», Hoy (Badajoz), 12-2-66.

125 JDV, «Atardecer en Badajoz», Hoy (Badajoz), 26-5-66.

126 JDV, «El Guadiana», Hoy (Badajoz), 25-8-66.

127 En esta época interviene en un homenaje a Luis Chamizo, la revista Alcazaba, la Antología del Guadiana, el homenaje al pintor Pedraja Muñoz y la fiesta de la poesía navideña.

128 De esta unión nacerían tres hijos: Jesús en 1970; Felipe Juan en 1971 y Sofía en 1972.

129 También participa en la Semana de la Poesía de Badajoz, las Reuniones Literarias de las Lagunas de Ruidera y en un recital en la Biblioteca Pública de Cáceres, junto a José Canal y Fernando Bravo.

130 JDV, «Los niños de Extremadura», Hoy (Badajoz), 13-3-68.

131 Manuel Pacheco, «Prosema para hablar de los bastones y el humor», Hoy (Badajoz), 29-7-93.

[86] Carta a JDV, Madrid, 28-9-69.

132 Manuel Martínez-Mediero, El último gallinero, Yorick (Barcelona), nº 38, 1970.

133 Por estas fechas, también participa en la Antología de pensamientos pasionistas (Extremadura, 12-1-69) y en el homenaje a Antonio Machado, organizado por la cátedra Donoso Cortés de Badajoz.

134 JDV, «La dorada mediocridad de la vida provinciana», Nuestra ciudad (Badajoz), octubre 1970.

136 JDV, «Carta abierta a Antonio Díaz Rodríguez», mecanografiada, APJDV [archivo particular de Jesús Delgado Valhondo].

[87] Carta a JDV, Madrid, 6-4-72.

137 Destaca a escritores extremeños que viven dentro y fuera de la región. Por ejemplo, en la del 24-3-71 aparece Eugenio Frutos.

139 «Tirar de la manta» de La vara de avellano. A pesar de su desencanto participa en el XXI Ciclo de conferencias culturales y concursos de Almendralejo (agosto 1971) y en la despedida a Lencero en Badajoz (16-11-72).

140 Sevilla, Ángaro, nº 38, 1973.

[88] Carta a JDV, Salamanca, 11-3-74.

141 JDV, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

142 «Celo, el tonto». Un año antes, JDV había editado en La vara de avellano el poema «El tonto del pozo», que es el origen de este relato de Cuentos y narraciones.

[89] Carta a JDV, Madrid, 2-12-75.

144 Por esta época también interviene en el I Ciclo de conferencias de Cáceres, la Feria extremeña del libro en Badajoz y en un acto literario en memoria de Francisco Rodríguez Perera (Villanueva del Fresno, 23-4-76).

146 JDV, «Después de las encinas», Hoy (Badajoz), 12-8-76.

149 JDV, Poesía, Badajoz, Diputación y ERE, 1988, pp. 371-373, y JDV, Poesía completa, tomo III, Mérida, ERE, 2003, pp. 291-294.

[90] Entonces se encontraba dando clases en el colegio público “General Navarro”. Anteriormente había sido destinado al colegio público “Nuestra Señora de Bótoa”.

150 «Estabas», en JDV, Poesía completa, tomo III, Mérida, ERE, 2003.

[91] Los poemas pertenecen a El secreto de los árboles, ¿Dónde ponemos los asombros? y La vara de avellano y van encabezados por el título «Segunda antología».

[92] Carta a JDV, Madrid, 13-6-79.

[93] Carta a JDV, Málaga, 3-10-80.

[94] Carta a JDV, Madrid, 16-12-80.

[95] Carta de JDV a Santiago Castelo, Madrid, 27-3-79.

151 Carta a JDV, Colmenar (Madrid), 12-1-81.

158 JDV, «El lirismo», Hoy (Badajoz), 8-6-76.

160 JDV, «La verdad», Hoy (Badajoz), 1-5-64.

161 Sin embargo, interviene en la inauguración de la escultura «Vietnam» de Luis Álvarez Lencero (Mérida, 1982), en el homenaje a este poeta en Badajoz (28-12-82) y en el Aula poético-literaria El Brocense (Cáceres, 26-5-82).

[96] Carta a JDV, Cáceres, 28-11-82.

[97] Carta de JDV a Santiago Castelo, Madrid, 30-7-82.

162 «Religiosidad en Un árbol solo de Jesús Delgado Valhondo» de María López Ollero y «La narrativa de Jesús Delgado Valhondo» de Ángeles Carrero.

163 Aunque acepta participar en la II Feria del Libro de Mérida, donde recitó versos de la Habitación del rato (posiblemente fuera el título anterior de “Jaula del atardecer”, cuarta parte de Los anónimos del coro, poemario que publicaría cinco años después).

165 Volumen I, Madrid, Prometeo, 1985.

[98] Carta a JDV, Cáceres, 26-3-85.

167 En este año, JDV interviene en un homenaje a Lorca, en el centenario de Federico de Onís y en la Semana cultural del Instituto de Bachillerato Rodríguez-Moñino de Badajoz (16-4-86).

[99] JDV, «José y Joselito» de Cuentos.

169  En la presentación de las Obras escogidas de Luis Álvarez Lencero (Badajoz, 12-1-87) y en el  Seminario «La situación del escritor en su Comunidad», que organiza con Santiago Corchete y Jaime Álvarez Buiza (Hervás, 1987).

[100] Carta a JDV, Madrid, 6-8-88.

170 Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

171 En este año participa en un recital de la Universidad popular de Azuaga, en actos organizados por la Asociación de Escritores Extremeños y en la inauguración de la Feria del Libro de Mérida, junto a Manuel Pacheco.

172 En este año, interviene en el Ciclo de escritores extremeños, organizado por el Colegio de Doctores y Licenciados de Cáceres y en el V Congreso de Escritores Extremeños, celebrado en Zafra.

174 Trece días después de su muerte, fue editado su último artículo titulado «El marco y el cuadro» (Hoy, 30-7-93), donde se quejaba del mal uso que a veces se hacía del teatro romano: «Si se quiere hacer del teatro romano otra cosa de lo que es, se comete un delito con Mérida y con toda Extremadura».

175 El 27 de septiembre del año 2002 fue creada la Fundación Jesús Delgado Valhondo en Badajoz para mantener viva su memoria y difundir su obra literaria.

Fotografía cabecera:Vista de La Zarza