La vara de avellano
LA VARA DE AVELLANO [1]
[PRESENTACIÓN]
La colección Ángaro publicó, en 1972, la Antología primera, para la que seleccionamos más de 160 poemas repartidos entre 19 autores. Con este motivo pedimos entonces, a cada poeta, unas palabras sobre su propia obra y persona. Del texto remitido por Jesús Delgado Valhondo, uno de los poetas antologados, nos servimos hoy para hacer su presentación:
«Me llamo Jesús Delgado Valhondo porque me parece que no podía llamarme de otra manera. Nací en la ciudad de Mérida, de lo que me encuentro orgulloso. He vivido en Cáceres; ahora, en Badajoz. Soy extremeño de pura cepa como mis padres, como mis abuelos, como mis hijos …
He rodado por pueblos. He tropezado muchas veces y me he caído. Me he levantado siempre. Unas, con dolor; otras, con pena; otras, con amargura. Después de una caída de éstas, nunca me he reído.
Y me he reído, algunas veces, de mí mismo. He llegado, incluso, a no tomarme en serio. Esto hace que tenga un fino humor, aunque padezco un genio de postín. No tengo enemigos, por lo menos declarados, y si los tengo deben ser imbéciles. Sin embargo tengo buenos y muchos amigos.
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Creo en el pueblo, en el hombre -no en los hombres- y en Dios. Y en algunas pocas cosas más.
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Me conozco a mí mismo y esto me trae disgustos y satisfacciones. Más disgustos que satisfacciones.
Duermo mal y sueño bien. Fumo mucho. Me encanta un vaso de vino bueno, hablar con un amigo, leer un libro interesante, jugar con mis hijos, oír a Beethoven … Y el cante jondo, claro».
Con La vara de avellano, interviene por cuarta vez, el poeta extremeño, en nuestras publicaciones. En 1971 y con el número 23 de nuestra Colección, figura su título Canas de Dios en el almendro. En 1972, como ya hemos indicado, interviene en nuestra Antología primera. Y finalmente en Cerrada claridad -monográfica antología del grupo Ángaro, publicada en 1973- firma tres de los cuarenta y dos poemas que componen el libro.
Además de Yo soy el otoño, libro de cuentos editado en 1953 por la Colección Alcántara, Jesús Delgado Valhondo tiene en su haber de poeta los siguientes títulos: Hojas húmedas y verdes (Col. Leila. Alicante, 1944); El año cero (Col. Norte. San Sebastián, 1950); La esquina y el viento (Col. Tito hombre. Santander, 1952); La muerte del momento (Revista Gévora. Badajoz, 1955); «Canto a Extremadura» (periódico Hoy, 1956); La Montaña (Col. La cigarra. Santander, 1957);[2] El secreto de los árboles (Col. Rocamador. Palencia, 1963); ¿Dónde ponemos los asombros? (Col. Álamo. Salamanca, 1969); Canas de Dios en el almendro (Col. Ángaro. Sevilla, 1971).
No podemos olvidar aquí su Primera antología publicada en 1961 por la Diputación Provincial de Badajoz, con un magistral prólogo-ensayo de Eugenio Frutos Cortés[3].
A Manuel Fernández Calvo[4]
I
La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles. J.R.J.[5]
LA VARA DE AVELLANO [6]
Guardé una vara de avellano en el cajón de la memoria; trozo de sierra no perdida, la mano amiga del aroma. Un buen día saqué la vara y azoté el aire de la alcoba, sonaban lámparas vacías, caían cristales de la sombra. Sangraba el músculo del viento instigado por el castigo mientras silbaba una serpiente siempre delante del camino. Atravesábamos espejos. Yo nunca supe dónde fuimos.[7]
ÁLAMOS [8]
Ángeles vuelan por los álamos en jilgueros de avemarías. Los álamos que, con el viento entre las ramas, se encendían. Por el río abajo la tarde incomprensible se marchita. Una tarde, como cualquiera otra tarde, que se perdía. Cuán ancha y larga la palabra campo con álamos en las orillas. Bello paseo por un hombre. Simple paseo por la vida. Y Dios parece que no quiere hablar conmigo o se le olvida.
EL PINAR [9]
Verde (frescor olía) donde colgar la luz de la mirada el ciervo cuando huye. Copa de aire, de nido azul, entre las ramas. La crisálida es música entre las redes del romero. Encarcelada canción. El tiempo cuenta historias y Dios florece en cualquier sitio donde miras. Una muchacha se desnuda y corre pinar adentro, sombra adentro. Entra y sale como agua que se juega la alegría. Se confunde con todo lo perdido. Huye, muchacha, que pronto no volverás a nacer. Sangre volumen hace, muchacha todavía,[10] fuga de luz hambrienta, prisa que se vacía y, sola, sin ella, corre y corre donde miramos. El cuerpo queda atrás olvidado, casa deshabitada del alma de la huida. Y queda entre la yerba su desnudo hospital. Van las procesionarias hilvanando las veredas y a la muchacha llevan a enterrar a la orilla del día. El pinar es una voz de mar que quiso una paloma. Estampa caída boca abajo y allí nosotros.[11]
VIAJE
Dijo un poeta: «Cada vez que pasa un tren me quiero ir a alguna parte». Se me han quedado estos versos metidos en la huida, en ese más allá en que dormimos, en una lejanía de apariencias. Suena el tren en el desmonte -dicen que va a llover- y me voy en él a recorrer la noche. Aventuras de campos. La luz en la ladera de la sombra, casa-candil, misterio pequeño y sábado. (Mi niño también cuenta.) Ojos verdes en la cortina de la lluvia son caramelos de estrellas para el sueño. Sigue rodando el tren. (Me olvido de que voy en el tren desde hace años.) Luces cuelgan a un pueblo condenado a muerte por aburrimiento. En el costado de Dios árboles recién llorados se pierden. Palabras nunca dichas flotan en la alameda que debe haber detrás de todo esto. Un río, espejo del revés, suena a lata de carnaval solanesco. Ahogadas voces entre los juncos. Un cuerpo negro crece en el filo de la sierra y un dios pequeño y sordo hace puntillas en los hilos del frío. Enciendo la luz de la mesilla que una mariposa vuela a muerte. Sigue corriendo el tren y yo aún no sé si ya me he ido a alguna parte.
EL TONTO DEL POZO [12]
Se ha caído en el pozo. Iba a coger pájaros de luz y su mano encontró la sombra que tiró de su sangre. Y ahí está, en el pozo, por los siglos de los siglos del agua. Las golondrinas lo llevan en la garganta y hacen con él gárgaras de lirios. El culantrillo[13] le crece por la piel y la humedad le mantiene sin raíces. Hoy ha cogido un gorrión por las patas y ríe a reventar. Igual que cuando el cubo se sale y el agua le da en la cara arrugada como una carta que se tira al fondo del tiempo.
GUADIANA [14]
«Viene una música lánguida, no sé de dónde en el aire». J.R.J.[15]
Guadiana cuerpo tendido, cuerpo desnudo bañándose, labios en flor que besando hasta el mismo borde bajan. Agua que se despereza, agua que canta y que olvida, agua que vuelve y que va entre la yerba del aire. Agua que encuentra caminos en espuma de amapolas. Agua amiga, amante acaso; agua puente, hermana lúcida. Agua milagro, agua rostro: ojos, pulso, boca fértil. Aguadiós[16], antigua luz; agua escrita; tú, poema. Donde mueren los rincones aparecen las esquinas. Donde un nombre se ha olvidado otros nombres amanecen. Donde el agua se ha dormido la tierra misma despierta. Enciende con la palabra el fondo ciego del campo. Paisaje doblado y, luego, carta promesa venida. En el regazo la tórtola, encina maciza y sorda. Hombre recién bautizado: país del agua imposible. Rabia de espuma en los dientes, puente del agua morando en una casa de ayer, en el hueco de la mano de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo. Agua con la puerta abierta y entramos dentro hondo tiempo, tiempo hablado: años años años años.[17]
Y POBRE Y TRISTE
I
Y pobre y triste caminaba sin saber dónde andando iría, sólo en el alma se notaba que lentamente atardecía. Una palabra nunca hablada temblaba oscura y le seguía.
II
Ha debido venir por ese frío del tiempo vivo en donde yo me muero en medio de la fiebre en que me crío. Has venido otra vez porque te siento en campo abierto del dolor baldío como a las ramas del azul el viento.
III
En el rincón humano casi. Yo nadie era y estaba ya. Queja del árbol que recuerdo. No acaba el viento de pasar.
IV
Se enredaba una voz en el romero, confuso monte cuesta arriba y roto, cima para un cadáver de mirada sin enterrar, absurda y sin nosotros.
V
Suena la tarde al caer en la tierra, la ciega fe del fruto cuando cae. Voy a caer también y todavía.
TRIBULACIÓN [18]
«Seis veces te sacará de la tribulación y la séptima no te alcanzará mal» Job[19]
Hemos robado días. Hemos tirado días en música sin fondo, calderilla de días, concierto que soñaba contigo en la celeste pradera que nos vive detrás de la mirada. Tiramos ilusiones casi sin darnos cuenta, sin darnos cuenta casi del ojo del suicida, enterrando las vivas ideas que persigue nuestra razón de ser, como hombre colgado del hilo con que juegan caras de marionetas del misterio. Dolor de no encontrar el sitio para encajar el hombro, andar por esta sangre, como un hombre cualquiera arrinconado al muro del anuncio que grita que pensar es pecado del hombre que va solo. Del hombre solo. Culpa del hombre. Siempre solo.
CRUCIFICADA SANGRE
Vivo crucificada sangre nervio cavo vuelvo hundo huyo vengo abrazo pierdo entro duelo niego ruego niego escondo a Dios.
DE ESTA CALLE NUNCA JAMÁS SALDRÉ
De esta calle nunca jamás saldré, larga como una muerte en el camino, sin raíz y sin cielo que sostenga nuestra manera de entender la vida. No conocemos nada. Nadie escucha y es inútil quemar la voz gritando desesperadamente en el vacío. Calle de la nada. Larga calle. Oscuro y silencioso pasa el hombre todos los días por el mismo sitio de siempre.
ABRE EN EL AIRE UN HUECO
¿Quién nos liberará del miedo a nosotros mismos. Del otro yo que cuando ve caernos, goza; que, cuando ve morirnos cava la fosa con un gesto de burla y de desprecio; que cuando ve gozarnos abre en el aire un hueco por donde cabe el cuerpo sin regreso posible; que, cuando ve esperanza nos tapia las salidas al verso, a la palabra, a sueños y a memorias?[20] Lo sé, no tardará ni tanto porque serán los huesos superficie del alma. Libéranos, si puedes del yo que en el altar nos tiraniza y grita. Y tú -el tú del yo- sabes que Dios nos preocupa demasiado.
TARDE DE DOMINGO [21]
«Así murió aquella tarde solo y quejándose al sol». José María Gabriel y Galán [22]
Puede ser que tú seas en los ratos perdidos esta tristeza absurda de tarde de domingo. Una pasión cualquiera que no tiene sentido, un recuerdo de música entre ramas de olvidos. Puede ser que te piense sin encontrar camino en este día hermoso por el amor vencido. ¿Quién quedará en nosotros si cobardes huimos? ¿Quién quedará esta tarde en lo desconocido? Pregunto: ¿qué será lo que llaman destino? Deben de ser los sueños colgados en racimos. Mañana el vino espléndido[23], Dios de pan y de vino, comer, beber las horas de lo nunca acaecido. En la cima se mudan los pájaros de nido en esta tarde tibia de orillas y de abismos. ¿Quién quedará en nosotros si nosotros dormimos? ¿Quién quedará detrás de lo que ayer hicimos? Va escondiéndose el tiempo en la esquina del frío, cansado como un hombre que ha segado su trigo. Suenan cerca campanas de platas en el quicio de la puerta del alma, en un cielo escondido donde sangran vencejos grises nubes de gritos. La calle queda sola como un cerrado libro y yo amueblo mi vida con la vieja tristeza de tarde de domingo.[24]
RETRATO DE MUCHACHA EN UNA CASA DE HUÉSPEDES [25]
Me está pesando tu cadáver que aún lo llevo en la mirada al mediodía. De su retrato a mí hay un momento de compás. De su crucificado aburrimiento a mí casi no hay nada. Acaba de decírmelo una anciana: «Era delgada como un hilo de luz, hermosamente pálida; era una flor que se gastaba su perfume a las cartas». «La sentaron en la cama, le hicieron ese retrato y se murió diciendo …» (Y se murió de amor.) (Su sonrisa es la última arruga concebida.) Supongo que regresaste anoche a recoger olvidos en tu cama. En esta misma cama en donde yo he dormido. Donde huelen las moscas a piel de cartulina. He leído: «Enamorada muerte». Tengo dolor en no sé dónde. (Yo todo lo comprendo menos estas cuestiones metidas de rondón en mis asuntos.) … ¡Y tengo que hacer hoy tantas cosas!
MUJER DE VIDA FÁCIL [26] (FÁBULA CON MORALEJA)
Nada sabe de ella porque jamás estuvo a solas. Ni dónde el hospital para morir el día que se sobra. Del alba, sucia y agria, como charcos de sueños, podridos y malgastados, llena todos los días a rebosar su copa. (De eso desayuna.) Los hombres se arrastran en su piel, por dentro de su piel, buscando calor de nido en el trigal del cuerpo. Por las rendijas del robo se filtra un olor a esencia tan pisada que se hace nube gris, casi de vómito. Un día le cantó una copla uno cualquiera que por allí pasaba y de lágrimas se quedó bañada para siempre. Cuando pasaba, los buenos se decían: «He ahí una mujer de vida fácil». Y la mujer de vida fácil tiene la amargura y la vergüenza de su alcoba saliéndose a la calle. Una persona que se mantiene de un animal interminable. Y le envidian suponiéndola bailando amor mentido, que es lo bueno. (Y casi lo decente.) Recuerda lentamente y fluye por una fiebre larga de luces removidas desde sus siete años -¡oh, la primera comunión!- un campo de amapolas. Y delira con vírgenes de cintas y de flores y le pisan -no sabe quién- la carne del campo de su cuerpo. A coro se dicen: «He ahí una mujer de vida fácil». Y la mujer de vida fácil, bajo el aliento de tratantes se muere más difícil que cualquiera. (Igual le pasa al mundo).
EL OLVIDO [27]
Cuando pienso en las cosas que me dejé en el aire vacías, olvidadas, buscándome el instante por una luz vencida en donde están los árboles echándose a dormir sobre su propia imagen, creo que no he vivido mi vida lo bastante. Cuando intento perderme se me alzan en la sangre, llenas de luz y flores, mis recordadas tardes. En el gesto del mundo quisiera yo ganarme un jornal de silencio blanco, caliente y grave. El tiempo va corriendo, nunca logro alcanzarle, caballo desbocado que no puede domarse. Lo que dejé olvidado son dos interrogantes: en medio, las heridas y alguna mala frase.
ESPÍRITU DE ÁRBOLES [28]
Cayeron desangrados muchos hombres. Podridos de mundo. Las rodillas rotas. Ojos vertidos en cerebro de luz. Las palabras cortadas, carnaval en astillas. Cuerpos que van buscándose sin encontrarse nunca. Bosque en la mano izquierda de Dios. Paloma muerta, desalada y vacía.[29] Después de la batalla barrieron el paisaje muchas veces. Jamás lo barrerán bastante para que no se vea el alerta hecho madre arrullando el arroyo, para que no se vea el alba del silencio sin mortaja de tierra, para que no se vea creciendo en la mirada hombres que ya se hicieron espíritu de árboles.[30]
TIRAR DE LA MANTA [31]
I
Voy a tirar de la manta para ver lo que debajo vive. Hay que deshacer entuertos para que reine la hermosa vergüenza del cansancio. Lo hondo quedará en la cima cara sin piel -cartel de anatomía-, como una mano de sangre o sabe Dios si como un ala que de pronto va a volar. Luego lo contaré. Será gracioso. Será la fábula del mar en la trompeta. Será romance de plaza con señoras. Preocupación del árbol en la orilla. Asombro de uno mismo. Pero hasta mañana, si Dios quiere, no tiraré de esta manta que tanto tapa.
II
Llegó mañana. (Será mejor callarme.) Pasa una mujer dejando olor a fresas y a manzanas. Un niño está llorando en un payaso. Agoniza un anciano en el oído que tengo en el bolsillo. Me sorprende una voz. (Era la mía.) Me noto un poco extraño. Un tanto raro. Un pobre hombre de «buenos días, amigo», de «usted lo pase bien don Ildefonso».
EL MUNDO-GENTE [32]
A José María Rodríguez Méndez [33]
I
Nadie se olvida ya. Ninguno olvida su pasado. Una muralla de palabras ahoga tiempo y mata espacio. Todos saben perfectamente que dos y dos siempre son cuatro, que lo ocurrido no se borra y que será cantado hecho romance en plena plaza, ante toros descuartizados, venga del lado que viniere, voz y puntero señalando, en un cartel de moscas tinto y con tierra barro de llanto. Nadie se olvida nunca, es pena de hombre desalado. Va por dentro la procesión, las velas encendidas, Cristo recién matado.
II
No olvida el pueblo judío. Ni tampoco los negros ni los blancos. Ni el rojo ni el católico. Ni los americanos. Nadie se olvida y pasan años, más años y más años. Es terrible justicia bíblica: ojo por ojo, pie por mano y diente por simiente y en venta Juan el Santo. Que las aguas pasadas van a un lugar de espanto. Van al mar a amargarse. A dar más sed a labios.
III
La historia de la Humanidad, abierta llaga de paisajes: sin montañas, sin ríos, sin llanuras, sin cables, sin caminos, sin cielo abierto, sin árboles. Sólo la sola flor de la calle, como una hoja caída de una ciudad inhabitable. ¿Qué dirán si nos miran las hormigas, las zorras, los caimanes, el fuego, el viento, el mar o aquello que aplastaste? ¿O seres invisibles que cavan en la vida instantes tras instantes o el ángel de la guarda para que Dios nos guarde? Quejas y gritos por el suelo, bajos fondos, altos desastres. Todo tan a mano que dudas dónde está el mundo que pensaste. Preguntamos: ¿dónde está el hombre entero, vero y responsable? Ninguno quiere saber nada y no contesta nadie. Si nos contemplan otros mundos daremos risas. Aunque también dirán: «pobres seres que abrazan, aman, matan y tienen llaves». Tener llaves es un castigo: el castigo de tener llaves. Seguro que dirán: Mejor será que olviden que son imagen de Dios. Mejor es olvidarse. Y al mundo-gente se le olvida. ¡Pero nunca jamás lo que le hacen!
LETANÍA DE LA CULPA [34]
Calle adelante. Vuelves. Calle adelante. Mientes. Calle cerrada. Muro. Calle muerta. Punto y parte: Campos. Árboles. Cumbre. Abismos. Respiras ansiando lo imposible. La culpa es sólo mía. Te engañas dulcemente. Sueñas lo que no eres. Vives del cuento. Debes tantos engaños. ¡Tantos a tantos! que no sabes a quién pagar primero. Perdido y devorado. La culpa es sólo mía. Profundo. Más hundido todavía. No sepas quién eres. Ser el suelo que pisan. Hombre-nombre. Te llaman y respondes por tu nombre. Vas y vienes. Cumples. No sabes más. La culpa es sólo mía. La mano que te acuesta es nana de dormir todas las noches. Todas. El sueño no vendrá, que se esconde en la sombra detrás de alguna tapia. Te arropas con escombros. la culpa es sólo mía. De la miseria tuya agarrado al silencio del camastro. Amapola que se deshoja lenta y se desboca en trigos. Tú que pariste lumbre para quemarte viva. ¡Hija!: la culpa es mía. Del horror de esos hijos que nacieron vestidos. Viento vestido. Cielo a trozos, en jirones. Trapos. Hijos de trapo. Hijos mundos de cuerpos. Desesperadamente. ¡Hijo!: la culpa es mía. Poner alma en razón es matar boca abajo. Razón todos la tienen. Condenan con razón. Perdonan con razón. Comemos de razones. Escucho a la razón. La culpa es sólo mía. Vierte y convierte. Siente. Siente y simiente. Vientre. El mundo es ancho vientre redondo. Sanchovientre. La madre es una casa vientre. Y no regresas jamás hasta que mueres. ¿De quién la culpa mía? Siempre que te digan esto y lo otro. Silencien. Olviden o te ignoren. Ni siquiera en voz baja te maldigan. Estorbas. Ni te habían pensado. Ni yo te tuve en cuenta. La culpa es sólo mía. Vamos como va el río al mar. Nos lo dijeron. No estamos un momento con nosotros. Pobre hombre que no es él, sino el otro el que trabaja y goza. Nunca te encontrarás. Debe ser culpa mía.
II
«Has bajado a la tierra cuando nadie te oía y has mirado a los vivos y contado a los muertos. Señor: duerme sereno, ya cumpliste tu día, puedes cerrar los ojos que tenías abiertos».
«Soy el poeta. Me pregunto: ¿qué es lo que anoche sentí arder? Miro mis manos, trastornado, y no lo puedo comprender».
José Luis Hidalgo [35]
MI HERMANO JUAN [36]
Mi madre, mis hermanos. Ya sólo Juan. Mi casa …[37] Ya no está Juan allí, donde quería verle y hablarle de cualquiera cosa. Es un caído sol de mediodía que en mi costado como cruz reposa. ¿Quién si no estás? Ya Cáceres vacío. Por no encontrarte a ti a nadie encuentro. Sólo una tumba en mí, hermano mío, y aquella vieja casa y nadie dentro. Pasando un tiempo antiguo por nosotros como el agua que vuelve al mismo río, como ese espejo de escaleras roto o madrugada de cadáver frío. Callas y piensas: lento es un poema, de Machado, con versos del camino. Lento es tu paso que de amor se quema hecho montaña con dolor de trino. ¿Quién a mi sangre llega y me requiere? ¿Qué mano está en la mía cuando escribo en el recuerdo donde vuelvo a verte? ¿Qué espacio encarcelado donde vivo? ¿Recuerdas la oropéndola del pino desde el fondo sombrío de aquel huerto? Sé que recuerdas todo. Que el destino es un vivir en otros cuando muerto. El tiempo es sólo golpes de paciencias, ayer es hoy, tu tiempo con el mío se juntan como ramos de palabras y hablo contigo por hablar conmigo. O estamos en silencio, ¡cuánto dice! Nosotros que supimos entenderlo cuántas cosas nos dijo, cuántas cosas supimos de nosotros en silencio. Ya sé que tú me esperas, como siempre; el tiempo va, Dios mío, tan de prisa que buscando la vida de tu muerte hoy me encuentro la muerte de mi vida. |
NOTAS
[1] El título recoge la nostalgia por el pasado que JDV materializa en un trozo (una vara de avellano) de aquella naturaleza ideal donde intuía a Dios y encontraba esperanzas de hallarlo. La vara de avellano fue publicado en 1974 por el Grupo Ángaro de Sevilla en la Editorial Católica, que imprimía su Colección Poética donde el libro de JDV tenía el nº 40. La portada lleva las letras del título en color rojo, un dibujo a plumilla del pintor pacense Francisco Pedraja en la p. 27, que representa la Plaza Alta de Badajoz, y mide 21´3 X 15 cms. El precio de venta fue de 75 pesetas. La aparición de La vara de avellano suscitó comentarios loables, entre otros, de Juan Ruiz Peña y Antonio Buero Vallejo.
[2] Al autor de la Presentación se le ha olvidado citar Aurora. Amor. Domingo, libro editado en Primera antología (1961) que, como se puede comprobar, pasó desapercibido aunque es un poemario fundamental en la trayectoria lírica de JDV.
[3] Titulado «Jesús Delgado Valhondo o la poesía de un poeta sincero».
[4] Sacerdote y poeta, que dirigía el Grupo Ángaro de Sevilla y a quien JDV dedica el libro correspondiendo a sus atenciones. Fue autor de libros de poemas como los titulados Del corazón acelerado (1969), Arena y Dios (1969) y La palabra infinita (1971). JDV, que también participó en antologías del grupo sevillano, aparece incluido en la relación de sus componentes. Este dato constituye su única adscripción conocida a un colectivo poético, aunque no le obligó a someterse a normas ni estilo de grupo.
[5] vv. 7-10 de la segunda estrofa del poema «Árboles hombres» de En el otro costado (1936-1942) de Juan Ramón Jiménez. Su contenido se relaciona con el título de El secreto de los árboles y viene a describir el ambiente de serena melancolía, en que se va a desarrollar La vara de avellano. El poeta se resigna a abandonar la lucha mantenida para hallar a Dios en los libros anteriores, consciente de que ya sólo le queda naufragar en el enigma de la vida como un solitario (árbol) cuya irónica tabla de salvación son otros solitarios (árboles).
[6] Red. en el artículo «Jesús Delgado Valhondo» de autor anónimo (Mérida, septiembre 1974) y en Segunda antología (1979).
[7] Los dos últimos versos tienen su precedente en el poema «Ese espejo» de El secreto de los árboles: «Si meditas despacio lo que ocurre / es que todos nosotros, codo a codo, / como el que no quiere la cosa, / mirándonos estamos al espejo.» (vv. 39-42). En “Y otros poemas”, hay transcrito un poema titulado «Hoy he roto un espejo» que es la continuación del anterior y del poema de La vara de avellano. Más tarde, en el poema «Trece» y «Quince» de Huir, aparece finalmente el espejo relacionado con la decepción y el desencanto.
[8] Ed. Mérida (septiembre 1972) y Segunda antología (1979). En Alcántara (Cáceres, nº 59-61, 1952) JDV ya había publicado un poema, «Los álamos del río», con momentos semejantes: “I / Cuántos ángeles van llegando / con mieses de la serranía. // Cabalga a caballo el aire / amarillento de la brisa. // El cielo lava su costado / en aguas de melancolías. // Peinan las olas a las sombras / cabellos de la atardecida. // Ángeles posan en los álamos / esperando a que Dios sonría. // Los álamos que con sus hojas, / con sus ángeles, se encendían. // II / Temblorosas almas esperan / por los ángeles ser vividas. // Muchas almas como los álamos / que están plantadas en la vida. // Y Dios parece que no quiere. / Y Dios parece que se olvida. // III / Por el río abajo la tarde / incomprensible se marchita. // Una tarde, como cualquiera / otra tarde, que se perdía. // Dorado río de mis sueños … / los álamos en las orillas».
[9] Red. Segunda antología (1979).
[10] op. cit.: «Color volumen hace, muchacha todavía,». El cambio se debe a una precisión del poeta, que no desea destacar ningún color, pues ve a la muchacha de una forma imprecisa.
[11] op. cit.: «dentro, nosotros». Con esta reelaboración el poeta quiere resaltar que su concepción negativa del mundo afecta a todos.
[12] Red. Segunda antología (1979), Hoy (Badajoz, 22-5-88) y Alcántara (Cáceres, nº 33, 1994). El relato «Celo, el tonto» de Ayer y ahora (1978) es una versión en prosa de este poema: «A media noche Celo se levantó sobresaltado. Llevaba unas tijeras. Cortó la red en pedazos. […]. Dio voces […] y empezaron a salir los pájaros asustados ante tanta noche por delante. Uno de ellos se quedó enredado entre unas ramas secas cerca del brocal. […]. Entró su mano. No llegaba. Descolgó medio cuerpo y consiguió rozarlo con los dedos. Intentó alargar más el brazo y … «, p. 8.
[13] Esta palabra ya había sido utilizada por JDV en el v. 4 del poema titulado “Autopsia” del El año cero.
[14] JDV compuso varios poemas con TI, DC como el incluido en «Canto a Extremadura» y el editado en el periódico Hoy donde alaba el Plan Badajoz. Este poema, que debe ser la base del de La vara de avellano, ha sido transcrito en “Poemas de Extremadura” de “Y otros poemas” ante la imposibilidad de hacerlo en esta nota por su larga extensión.
[15] Son los primeros versos del poema nº 5 de Arias tristes (1902-1903), cuyo autor es Juan Ramón Jiménez. Esta cita hace referencia al manso curso del Guadiana, que provoca la melancolía del poeta por su semejanza con el lento pero imparable discurrir del tiempo.
[16] En el relato «La rana» de Cuentos (1986) aparecen otras palabras creadas por JDV cuando el narrador dice: «Saltaba avanzando cuando nadie la veía, hacía un olor a yerbamenta, a yerbanube, a yerballuvia, a yerbabuena», p. 50.
[17] Años antes de editar La vara de avellano, JDV adelantó el contenido del poema «Guadiana» en su artículo «El poeta y el Guadiana» (Hoy, 5-1-61).
[18] Ed. Alcántara (Cáceres, nº 175, 1974).
[19] Job 5, 19 (2ª parte). Esta cita se localiza en la Biblia dos versículos después de la otra cita del mismo libro, que presidía el poema «El corazón en la vida» de La muerte del momento. La cita que nos ocupa plantea un contraste irónico entre lo que asegura su contenido y la experiencia relatada en el poema por el poeta, que muchas veces (más de las que se dice en el texto) ha solicitado ayuda al cielo y no ha obtenido respuesta, y él se encuentra más desorientado y solo que nunca.
[20] En el original este verso termina en punto y coma y la interrogación no se cierra por descuido.
[21] Ed. Alcántara (Cáceres, nº 163, 1971; «en mar desconocido?», v. 16, «que beber en las horas», v. 23; «de platas entre el quicio», v. 38, «y de un cielo escondido», v. 40 y «entre nubes de gritos», v. 42) y REEx (Badajoz, nº 3, 1992; «en este hermoso día», v. 11, los vv. 13 y 14 han sido suprimidos y «Mañana el vino espléndido», v. 19). Estas reelaboraciones indican el interés de JDV por este poema que debió considerar fundamental, pues lo incluyó en su agradecimiento por la concesión del título de hijo predilecto en Mérida, pocos días antes de morir.
[22] Esta cita viene a justificar el presentimiento, que tiene JDV de que su final será como la muerte en soledad del ahogado (símbolo ya empleado en «El fondo» de Aurora. Amor. Domingo y «Acaso» de El secreto de los árboles).
[23] En el original este verso comenzaba por la palabra “Maña”, que es una errata. JDV escribió el artículo «Saber beber» (Hoy, 14-9-60 y 28-11-93), donde expone los beneficios espirituales del vino, si se bebe con moderación: «[…] la mente se aclara. El corazón se ensancha. La conversación surge, se anima. Los ojos avivan su mirar. La boca sonríe agradecida».
[24] JDV explica el sentido de estos versos en el artículo «Domingo»: «La mañana de domingo termina quedándosenos en las manos como un canario dormido. Por la tarde, la ciudad queda vacía. […] Es como si recorriésemos un cementerio de gritos, de vocinazos [sic], de discusiones, de barullos, de intranquilidades, de angustias. […] Tristeza de tarde de domingo. Cóncavo. Hueco. Inmenso hueco de la mano de Dios» (Hoy, 29-3-70). Esta reflexión en prosa y los últimos versos del poema «Tarde de domingo» son el germen de sus libros Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre.
[25] Red. Segunda antología (1979). El artículo «Retratos» de JDV explica el contenido de este poema: «Estoy en la habitación de una casa de huéspedes en un pueblo cuyo nombre no hace al caso. Colgados de la pared, retratos. […] Pero el retrato que más me intranquiliza y no me deja pegar el ojo es el de una muchacha de unos 25 años, que parece esperar la muerte a la vuelta de ser retratada. […] Esta muchacha debió padecer de amor. […] No deja de mirarme. Me está dando la noche. […] La sacaron de la cama dos días antes de morirse. Mi madre decía que para tenerla. El médico dijo que de gástricas. Pero la gente decía que de penas. Tuvo un novio. […]» (Hoy, 12-7-60). Años más tarde, JDV vuelve a referir este hecho real, que lo impresionó, en su relato «El retrato» de Cuentos y narraciones (1975), pp. 9-11.
[26] Red. Segunda antología (1979). Este poema es el preludio de «Jaula de atardecer», IV parte de Los anónimos del coro donde JDV realiza una defensa de las prostitutas, pues entendía que su papel de seres marginales les había deparado un destino ingrato en el coro del mundo.
[27] Ed. Poesía española (Madrid, nº 211, 1970): «Cuando intento perderte / se levanta la sangre / llena de sol y flores / y recordadas tardes» (2ª estrofa) y «El tiempo va creciendo» (v. 19). RD: Las variantes introducidas corrigen un descuido formal, que se localiza en la segunda estrofa de la edición citada donde el poeta se expresa en segunda persona mientras que en el resto del poema lo hacía en primera. Red. Segunda antología (1979), Poesía (1988, p. 359) y musicado por el cantautor extremeño Nando Juglar que lo ha incluido en dos CD: Hechicera (Sevilla, Melody Record, 1995) y Extremadura, música y poesía (Utrera, Bajañí, 2001).
[28] Ed. Poesía hispánica (Madrid, nº 224, 1971), Mérida (septiembre 1971), Segunda antología (1979) y Poesía (1988, p. 360), donde aparece dedicado a Vicente Aleixandre.
[29] En Segunda antología: «desolada y vacía». Teniendo en cuenta que en el v. 16 de “El mundo-gente” vuelve a aparecer el concepto “desalado” con el sentido de “hombre sin sal, sin espíritu”, “desolada” debe ser una errata.
[30] Los cuatro últimos versos se relacionan con la cita de Juan Ramón Jiménez que preside esta parte y ayudan a entender el título El secreto de los árboles: Los árboles no son meros objetos decorativos de la naturaleza, sino seres que tienen un alma con capacidad de guardar secretos, pues son los seres humanos, «árboles solos» en vida que, cuando mueren, se reencarnan en espíritu de árboles.
[31] JDV en varios artículos vierte una dura crítica contra el estancamiento y la sumisión, que detecta en el ambiente de la ciudad provinciana donde vive: «Te lo dicen en todos los sitios y a boca jarro: no se puede decir la verdad. Para decir la verdad hace falta valor. Y hasta parece una falta de educación decir la verdad. […] El cronista declara que ha sido y sigue siendo un mal ‘diplomático’. Que es ese barniz que quieren poner a las cosas y hechos de la vida para tapar sinceridad y, sobre todo, medros» («La verdad», Hoy, abril 1964).
[32] RO: CME con el título de “Nadie olvida”, APJDV. Este poema ha sido transcrito en “Poemas dispersos” de “Poemas de carácter existencial” (“Y otros poemas”), por su larga extensión y las múltiples variantes que presenta.
[33] Componente de la generación de autores teatrales del realismo social. Es autor de obras Los inocentes de la Moncloa (1960), Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga (1965) e Historia de unos cuantos (1970). Esta dedicatoria de JDV posiblemente estuvo motivada por la conexión que existe entre el contenido del poema «El mundo-gente» y la obra teatral Ciudadanos de tercera de Rodríguez Méndez, con el que mantuvo una relación epistolar, propiciada por Martínez-Mediero, en las fechas que estaba componiendo los poemas de La vara de avellano.
[34] Ed. Poesía española (Madrid, 253, 1974) y Poesía (1988, p. 361).
[35] Estas dos citas, que anuncian el triste estado con que JDV aborda la elaboración de la elegía a su hermano desaparecido, pertenecen a Los muertos del poeta santanderino José Luis Hidalgo, que le impresionó según cuenta en su artículo “Donde las cigüeñas tienen su casa» (Hoy, 1-3-92). JDV supo de José Luis Hidalgo cuando publicó Hojas húmedas y verdes y entró en contacto con el grupo valenciano de Vicente y Alejandro Gaos, al que el poeta santanderino pertenecía. Él fue quien puso en contacto a JDV con Hierro para la edición de La esquina y el viento (1952).
[36] Esta elegía fue editada en Segunda antología (1979) con variantes no siempre afortunadas: “Pasando un tiempo antiguo, cómo noto / este agua que vuelve al mismo río, / es un espejo de escaleras roto / en madrugada de cadáver frío. [estrofa 3] // Callas y piensas: lento es el poema, / […] / Lento es tu peso que de amor se quema / […] [estrofa 4] // ¿Quién a mi sangre llega y allí se vierte? / […] / […] / ¿Espacio encarcelado donde vivo? [estrofa 5] // […] / ayer es hoy, el tiempo con que labras / se juntan como ramos de clemencia / y hablo contigo por contar palabras. [estrofa 7] // O estamos en silencio, ¡cuántas cosas! / […] / […] / supimos de nosotros al perderlo. [estrofa 8] // Ya sé que tú me esperas, no perderte, / el tiempo va, Dios mío, tan de huida / […] / […]” [estrofa 9].
[37] Son los vv. 5 y 6 de su poema «Cáceres» de Aurora. Amor. Domingo, que advierten la soledad total en que se encuentra el poeta pues, muerto Juan, no le queda nadie de su familia directa.
Fotografía cabecera: Plaza del Rastro de Mérida