Los anónimos del coro
LOS ANÓNIMOS DEL CORO [1] A Fernando Lázaro Carreter A Ricardo Senabre Sempere [2] «He vuelto a ver los álamos dorados ………………………………………………. Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas.» Machado [3] «… entre las quietas hojas amarillas, a una música inmensa, como un incendio de pesar sin fin.» J. R. J. I [4] EL OTOÑO ES UN ÓRGANO QUE TOCA, SOLEMNEMENTE DIOS [5] DESDE ANTES [6] I Alguien estuvo en este mismo sitio que ahora ocupo. Noto su vacío suceso rodeándome. Acaricio lo que todavía queda del cuerpo del hombre de la historia. Tiene peculiar forma y manera de existir. Secreto contacto con el contorno que le abraza como una enredadera inagotable de creencias. Pasea meditando canciones y discursos. Se pliega con mantos de aureolas, al borde de la mañana, rosales y cipreses. (En columnas caídas y anudadas de pies las lagartijas del tiempo toman sol.) Por los pasillos de la sombra entran en la nostalgia mensajes y gestos de los que perduran de aquel entonces en el fondo del sonido. Alguien sigue ahí, donde lo miras. (Luego, va, se esconde.) II Muchos vuelven en busca de sus bocas cerradas en las estatuas del camino. Otros escudriñan notas que perdieron en el concierto de las ruinas. Los amantes se arropan con la capa rojiza de la estela que va dejando el día. En el rincón inmenso del ocaso -todo se vuelve rincón del momento- queda el misterio que nunca floreció que nunca supo subir hasta la vida de su muerte. [LOS ANÓNIMOS DEL CORO] [7] I [8] Arrancan del fondo, húmedo mármol, la estatua. Sudado y sucio tronco de vida. La fantasía de septiembre late en momento de miel y sol de espuma. Dudas arbóreas dejan ramas de aire a los curiosos murciélagos del día. (Acaba de pasar) El paisaje abre sus páginas por donde empezamos a leer hace miles de años el cuento de nunca acabar. Los dioses vuelven la cara al estrado del circo. Caminan torsos lumínicos en túnicas violadas de encendidos aromas. Polvos de cenizas se acumulan en pliegues de figuras convocadas por el tiempo olvidado entre las piedras. Bajan hasta el renunciamiento las sagradas estampas del relámpago. El crepúsculo proyecta su película. Y el recodo ciñe un cielo que caído en labios entreabiertos de la tarde se realiza jardín amado en la ventana. II Todavía la estatua continúa superficies floríferas. Para elevarse necesita fantástica demencia, fabricación de esencias en el molino de la vida. Surtidor se proclama el aire golpeado de retornos. Y, de pronto, surgen intrigas de presentimientos. Aunque aún falta mucho para que se perfilen las caras de los hombres anónimos del coro. EL TÚNEL I Al túnel de la alcantarilla bajaron sombras en busca de cuerpos, intimidad de la tierra, que fueron pasillos de tremenda persecución. Sombras acosando insistentemente espacios no habitados en la profundidad del nombre. (Cueva recóndita para albergar anhelos.) Entramos en nuestro menesteroso y dramático misterio al contemplarnos. Vagamos en un cauce que nos lleva a la peregrina ambición, de día festivo, que estrenar en fiesta inverosímil. Cuerpo comulgado, en su desnudo, corriendo alcantarillas para alcanzar anhelos que extendemos a la misericordia de cualquiera que vaya en busca de la luz, siempre lejos, inalcanzable a nuestras manos. (Todo está posiblemente en el mismo sitio. Nosotros somos quienes nos alejamos.) II Acosadas palabras, balbucientes palabras, se quedan derretidas en su tinta sonora. Quedamos absorbidos por la súplica de encontrarnos con la emoción de encender la otra luz, aquélla que está consternada, en nuestro propio cuerpo. Y conseguir volver a la calle empinada de la nieve a galope de la montaña. III Despertaré creyendo y volveré a olvidarme de que he creído. Buscaré mil pretextos para tener la fe en algo que me sostenga. Cuando consiga desentrañar asuntos, que me preocupan contemplándome, me sentaré a la orilla de la celebración a escuchar el órgano del otoño mientras el incienso va dorando un retablo de palabras antiguas. PALACIO DE SENTIDOS I Miro mi fotografía y me echo a temblar como si resucitase en invierno. Miro donde coinciden inquietudes de inconfesables trasfondos del instinto. (Mirando mi fotografía me compadezco de satisfacciones que laten detrás de todo odio.) Nadie me conoce ni siquiera el que sale a entornar la puerta de un desconcertante palacio de sentidos. II Es lo mejor que puede sucederme. Lo otro es un vivir cambiando palabras que, por temor a lo ignorado, se repudian a sí mismas. Me reconozco hombre solo en el paseo, dentro de Dios, para ocultarme, me aventuro. Sólo un rato; pero eterno. III Le quito el polvo al día y se vuelve a empañar. Es imposible la dulce alma del candor de esta mañana. Anida engaños de esperanzas. No caigo en el recuerdo de una imagen concreta al volver de mis copias. Tener el sitio personal que nunca encuentro donde lo busco para bajar al tacto, secreto de las cosas, relicarios de abismos, en lo más hondo de las murmuraciones seres fantasmales acariciando sorpresas de la luz enterrada en el sepulcro del amor. Y a ciegas ando. Me reconozco otro, quizá, vecino impenetrable, novela embarazada de consuelos. Amor lastimando formas en réplica a una misteriosa vivencia enternecida encerrada en casa durante mucho tiempo. Belleza muerta y sin aristas, cuerpo resplandeciente, donde me ahogo todos los días. Confusas incursiones por esa sensación que tengo para llevarme no sé bien a qué sitio donde todo está a punto según dicen como una hoguera de flores y sucesos. EL DOLOR DEL JARDÍN [9] La tristeza se apoya en la espalda del jardín. Se desvanecen definiciones de paisajes infinitos que pasan, delante de nosotros, en bando de palomas asustadas. Agobios de miradas llenan la espesura arbórea del momento. Tiemblan futuros frutos reservados a huecos de unas manos que piden limosnas de misericordias. Preguntan. ¿Quiénes? Nadie responde porque faltan palabras. El cielo es puro encaje entre la codicia del refugio. Tiembla el canto de un jilguero como lámpara mágica. (Se ha muerto un pájaro porque alguien llora entre las plumas del soplo del suspiro.) II SE FUNDEN SIGLOS EN UN SOLO DÍA [10] ¿ADÓNDE?
A Francisco Muñoz[11] Se funden siglos en un día y caben en un rato. Porque todos tenemos la misma edad ante la muerte. Vas como si fueses al paraíso de las flores en el arriate de los encuentros. Hay quien dice: «Me voy».[12] Y se va al mirarnos con nosotros dentro por un camino oscuro y sin saber si llegan. Y quien se va con el que tiene que dar un recado a la mujer del otro. Estoy seguro de que la he visto antes jugando entre la gente. ¿Es la esmeralda que sacaron del abismo del espíritu y se hizo pez en el acuario de la habitación del mar? Vagamos con noticias sensacionales por el tiempo que nos falta y que echamos de menos buscando el rastro de quienes nos espían el placer común de todo hombre. Y sus milagros. LA ESCENA I No sé desde cuándo estoy en esta casa de paredes rotas expuesto a los que me observan y critican, desde la calle, imitándome. Nadie respeta mis desvelos ante el terremoto de la desolación, por donde yo paseo, entristecido, los secretos del miedo. Si pudiera correr la cortina de este escenario de mi vida la función no se haría jamás en esta casa de muñecas. Aunque no respondo a nadie -ni siquiera a mí mismo- me hacen desfilar por delante del otro. Me exhibo -pobre y duelo- en las ansiosas miradas de anónimos que esperan que la escena se convierta, para la eternidad, colorines del rubor, en importante tragedia de suelos asesinados. (¡Qué dolor padece mi alegría!) II No importa que la noche venga apagando luces y encendiendo emociones. Ahí está y seguirá estando la muchedumbre oracional mientras continúo vaciándome a chorros[13] por cumplir la sentencia a la que me condenan mis hermanos. Entre bromas y risas me reparten entre ellos como si fuese un Cristo de juguete. Nunca encuentro la salida que me libere de mí mismo, incluso, en los demás. Casi me desesperan las verdades. (Me voy conmigo mismo a beberme un vaso de vino a la taberna del Apóstol.) III La muchedumbre es barro, conmovedoramente apretado, con olor a tierra recién llovida. Y jarra llena de llanto. Se manifiesta y se sucede sin saber el nombre del hombre. La palabra queda sin proclamarse, sin existencia investigada y late, invisible, inaudible música que nunca va a concebir el rato; pero, que está ahí, en el sigilo del otro que te escucha. (Extraño pensamiento que un desconocido pone en la estantería de la casa perdida en la distancia.) Se pasaba la mano por la cara, acariciando la crisálida de su ser, espiritual e inalterable. Haciéndose de sí mismo solitario refugio de recuerdos hacia una vida interior de monje de clausura, de material de vivencia, hasta dar con el límite escandaloso de su vida en la mentira del principio. (Y del fin.) III LA ESCALERA DE LA PALABRA [14] LA VOCACIÓN DE LA PALABRA A Fernando Pérez Marqués [15] Amé y ahora me asombran las palabras llenas de nostalgias que nunca conseguí pronunciar. Me duele lo que no amé. Esto pasó hace la mar de vocaciones. O está ocurriendo en este instante porque antes no hubo tiempo para nada. O estoy construyendo una nueva vivienda donde habitar futuros del pasado. EL VOLUMEN DE LA PALABRA El temblor del color dora el tiempo. El espacio se cierra en su canción de luz. Nos conformamos cada mañana con la frase del verso. (Ideas y volúmenes de palabras.) Y nace la escultura ocupando el lugar, inventado cada día, donde antes estábamos nosotros solamente. EL PENSAMIENTO DE LA PALABRA [16]
A J. A. Zambrano[17] Los pájaros volvían, al hueco de una mano de sol, a la última rama.[18] Se quedaban en el viento, de las rosas del mar, en los tactos perdidos. Cambiábamos paisajes de mágicas ilustraciones por brazos de olas para subir al vuelo. Contemplamos brisas de amor latiendo entre sus labios. Muy tarde ya, de noche, evaporándose las estrellas, descubrimos los besos trémulos del silencio. Y simbolizamos con nombre impresionable la ilegible imaginación de la palabra. PALABRAS DE AYER A Santiago Corchete [19] Quizá mañana vuelva a ser presencia justa y ocupe, con vosotros, el sitio hecho ceniza azul de nueva playa. Para que os encontréis convocados por aquéllos que añoran la memoria perdida. Porque será terrible evocar pasados varios siglos, algo de lo que aquí ocurrió cuando vivíamos. LA VOZ Me suena raramente la voz. Como si otro pronunciase lo que yo he aprendido, hilo a hilo, de memoria. Algo me traiciona. Me escandaliza la palabra, contradictoria vivencia, sumergida dentro de mí. Me desconozco en esta nueva versión de mi concierto del vuelo acariciante, expresión denunciada, en un interminable sermón de otra montaña. Me duele la voz cuando se apaga secretamente en la garganta, cuando se encierra en un silencio que es imposible oír. EL SONIDO DE LA PALABRA Antes existió el poema. Era mutismo contemplativo o de libro cerrado. O escoria arrinconada de un paciente. Meditación del solitario. Alegría sin socializar. Acaso, la palabra muda. O era antes. Cuando no hacía falta palabra alguna para deducirse. Cuando la piedra cristalizaba luna y mediodía. Cuando la yerba era la idea de la alfombra. Cuando el nombre era noche cerrada y un ángel desvaneciéndose florecía. Mucho antes debió ser. Sabe Dios cuándo. LOS PRONOMBRES PERSONALES [20] YO Está en el escondite la primera persona: el hombre que solfea la calle y la oficina, el hombre donde muerdes las flores del camino, élitros de teléfono, el libro que se cierra aburrido de sueño. Desconocido yo en mí mismo encerrado cadáver donde vivo un presente que dudo si existo solo siempre. TÚ Ha nacido el diálogo al verme en la presencia de palabras abiertas donde pueblas espacios y latidos: silencios. Dulce rincón caliente de amable compañía. Frente a frente. Contento hermano mío. TUYO es voz que nos une definitivamente. ÉL Hablaremos los dos y él quizá nos entienda y le dará más vida a la continuación si índices señalan ese lugar común donde luego morimos paisajes y maneras. La culpa es siempre suya. La novela y el humo. La cara medio oculta de las cosas lejanas. El encuentro a la vuelta de sorprendente esquina. IV JAULA DE ATARDECER [21] «Se puso detrás de Él, junto a sus pies, llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el ungüento» (San Lucas 7, 38)[22] La prostituta se sentó, en una piedra a la orilla del camino, a esperar. No sabía lo que esperaba. Ni a quién. Ella siempre esperaba. Designio de su manera de vivir. (Nadie le dijo que Cristo jamás volverá a sentarse en el salón de su casa.) Pacientemente hacía encajes de bolillos con las flores que le nacían en la yema de los dedos, iguales a las que la gente pisa en la cuneta del sendero dormido. Hasta que un viento la derribó. Fue a caer en la roja vertiente del crepúsculo. Pasó mucho tiempo por sus horas. Cuando pudo apenas levantarse se encontró entre sus manos. Dolida. Engañada. Tenebrosa. Intentaba detenerse y caía de bruces. El silencio, como si fuese un hombre, la golpeaba sin piedad. Y volvía al fin, aturdida y maldita, donde antes. La mujer seguía en la esquina eternizando sus prodigios, grito cuajado de sorpresas, mercancía de cuerpo almacenado, la venta al por menor de ratos sueltos. (Se le notaba en la cara que había estado muerta; pero, ella, evitándose, lo ignoraba.) Le dolían los pies -no le cabían- y el santo, arrastrando la tarde, al tropezar con ellos los besaba. (Eran las cuatro de la tarde de un nueve de agosto en la Cibeles.) Espiaban miles de seres. Acusada no sabía de qué, desde dentro, desde fuera. Miles y miles. Hubo un instante que pertenecían los ojos a una sola persona desleída en interpretaciones de la tragedia humana. Extendiéndose aún más allá como luz inexistente entre miles de anónimos en el coro del pueblo.[23] Bajó el amanecer a verla. Había envilecido su piel y le cubría un purísimo azul en jaula de alborada. Liberándose nacía virginal. Nuevos deseos. Permanente ascensión. Recreábase niña y volvía, milagrosamente, a ser, blanca nieve del aire, enajenada imagen de sí misma en la enamorada angustia de su sitio. Arropaba la niebla al desaliento. Indiferente pasaba el hombre sobre el santo y sobre la mujer. Sin darse cuenta de la existencia, del alma de las cosas, pasaba invariablemente por el mismo sitio, humillado, huyendo de su mismo veredicto como aquel provinciano del caballo. Le dieron un pañuelo para que limpiase sus lágrimas. Y fue nueva Verónica en los caminos de hombres perseguidos, de hombres indignos, de hombres profanados, de los de mala voluntad. De vencidos con los brazos cruzados. Ella los consolaba, les enjugaba penas y agonías, les daba de beber, como samaritana, y les buscaba lecho para la noche antigua que embarga todo sueño. Nueva Magdalena. La bíblica criatura convocada por Dios para la vida de los suburbios de los hombres. A veces, la mujer, sobre la esencia de su muerte, pregonaba obscenidades al amparo de su pureza hecha cisne de lluvia. Se cruzaba la tarde por las calles como santo que vuelve a las andadas. Resbalaban sol de luz eléctrica las aceras: espejos de cielos sucesivos. Entre cortinas de agua lúgubres muchachos caían de su cansado aliento. Las miradas recorrían vocablos de testigos y andaban paredes y cerraban ventanas, una a una, para que no se desvelase el amor. Y, luego, nadie. Y, después, envejeciendo era violeta que se apagaba, debajo de la hierba, a escondidas de Dios. (Sucesivos círculos abrían la bellísima tristeza de la tarde.) Despertó mirando hacia otro sitio y Dios sin su alegría acostumbrada era un hombre que regresaba del trabajo enriquecido de pobrezas. Le dijo una compañera que Cristo era muy guapo y que en su dulce mirada cabía el mundo entero. Ella se lo creía mientras pasaba un cine de memorias y hospedajes. (Con su sonrisa el ángel azul del lápiz dibujaba muñecos.) Todo era destino, pasión de tiempo, para ella. Vivía en el umbral de una puerta sin casa desde donde ofrenda mujer que muchas noches, filtrándose en manos recordadas, era ternura de caricia. Llenaba vacíos de su tiempo si miraba lugares donde estuvo. Emoción extasiada entre harapos de cielo. Suplicada criatura. Trasluciente desnudo. Limosna que nadie recogía. Se fue haciendo muy tarde para empezar de nuevo. La diadema de flores y brillantes que encontró en el almario[24] se la puso mirándose al espejo de aquel entonces. La frente, de la niña que fue, sangraba y a sus labios, playa y libido, llegaba el sabor salino del mar. Su túnica, blanca y azul, oleaje de viento parecía. Luz enferma y alcoba. Resentimiento de delirio. Hospital de otra tarde. Morada de tierra sobre los párpados. Se sucedían los momentos tan deprisa, tan alucinantes, que no hubo espacio para ella y se quedó fuera de su casa. FÁBULA DEL RECUERDO I Muriéndose abrazaba a su padre. Y el padre le decía: «Espera: yo, primero». Sonreía la niña y contestaba: «Te enseñaré el camino que tú casi no ves». Y el padre preocupado repetía: «nunca me quiso Dios porque no sé olvidarme». La niña, amanecer prodigioso, nevaba almendros fuera. FÁBULA OLVIDADA II Le preguntaban: «¿Qué es para ti la vida?». No sabía cómo decirles que se enclaustraba diariamente, que inventaba su asilo, que a su pequeña casa llamaban menesterosos. Su precio de persona. Su dolorosa llaga. Su alegría de todos. Daba más que tenía. El Padre Nuestro se le había olvidado. Sólo un sabor a suelo le quedaba. Se oye viento oculto en el ventanal. Corre el agua de la noche bajo la mano de la tierra. Submarina pena nos invita a seguir el transcurrir del hombre sumergido. Florece el agua en los ojos del ciego. ¿Qué secretos nos dicta solemnemente, entre raíces, el ahogado cuerpo del que se huye? Lo que está oculto sigue invitándonos a conspirar en la opinión del otro. Pero, ella, entonces, cuando menos la espera surge del fondo de las cosas como flor silvestre enamorada de la libertad. Encerrada en su alcoba hacía de su cuerpo establecimiento oxidado del espacio. Almacén de sinfonías para quien escucha atentamente la lluvia a punto de caer. Sigue filtrándose entre dudas de despojos: crepúsculo para una barca como pantera en el cañaveral. Miradas la encuentran en la habitación del rato[25] para vivificarla vértigo y esculpir su figura -rosada carne- borrando el panorama que la enmarca. Cuando sólo esté escrita, para poder leerla entre líneas de árboles vaivén del color tan sólo, música tan sólo, será poema de amor que huye al ser leído. EN ESTE PEQUEÑO CEMENTERIO DE LA ALDEA [26] III En este pequeño cementerio de la aldea, habitación íntima del campo, recóndita almohada del silencio, todo está desnudo y en presencia de Dios. Se miran entre sí alegrándose al reconocerse vecindario. Entre la hierba brilla un rocío de lágrimas. (A Carmen le pusieron un clavel de tela. A José una corona de crisantemos. A la señora Rosa una dalia de papel. Y a ella, una prostituta, un manojo de olvidos amarillos.) Cada vez que lo miras se hace más pequeño el cementerio de la aldea. Las paredes se pliegan en silencioso libro de oraciones. Como todos se conocen se apretujan floreciendo intimidad -y ella- hasta llegar a confundirse -ella también- en el osario del amanecer cuando la primavera y la caricia. * * * [27] (Al poeta le gustaría sumergirse en un anochecer confundido en el alba.) |
NOTAS
[1] Este título es una metáfora del triste papel que las personas corrientes se ven obligadas a representar en la existencia como seres sin identidad, y una reivindicación de la dignidad que les corresponde en el concurso de la historia. JDV se inspiró en el teatro romano de Mérida, un lugar histórico donde sentía palpitar a los seres que lo habitaron y experimentaba la unión con sus raíces más profundas: “Cuando el hombre siente bajo sus pies y sobre su espíritu ruinas históricas […] siente con toda intensidad una emoción histórica […] una evocación sublime. Un sentimiento religioso que le capacita para ver y escuchar el tiempo que se marchó» (“Ruinas”, Hoy, 5-4-62). En 1988, el libro es publicado entre las páginas 315-346 de Poesía. JDV no recibió opiniones dignas de reseñar de este libro (excepto la de Ricardo Senabre que lo calificó de «hermoso de verdad») por pasar desapercibido al final de la recopilación (como le correspondía por orden cronológico).
[2] Son dos intelectuales, que apreciaron la poesía de JDV y lo animaron con sus opiniones alentadoras. En la nota del poema «Picos de Europa» de La montaña, que JDV dedica a Fernando Lázaro, se informa de dónde procedía su buena relación. Ricardo Senabre fue catedrático de la UEX donde ejerció un fructífero magisterio y propició estudios sobre autores extremeños, que han contribuido decididamente a la reconstrucción de la historia literaria de Extremadura. Su aprecio por JDV se materializó en el seguimiento del final de su trayectoria y en ensayos donde insistió en la necesidad de estudiar su personalidad y su poesía («Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», en Escritores en Extremadura, 1988, «Sentir y decir», Hoy, 28-11-93). Y el agradecimiento del poeta al profesor se observa en la dedicatoria de Los anónimos del coro y de dos poemas: «Noviembre» y «Badajoz» (ver en “Y otros poemas”).
[3] Se trata de los vv. 1, 7 y 8 de la parte VIII de «Campos de Soria», un poema fundamental de Campos de Castilla de Antonio Machado. Esta cita y la siguiente de Juan Ramón Jiménez adelantan el ambiente enigmático en que se va a situar JDV en este libro tratando de leer entre líneas los mensajes subliminales, que capta en esa frontera entre la realidad (presente -teatro romano-) y la sobrerrealidad (pasado -idea del gran teatro del mundo-), en donde ahora se posiciona para desentrañar los misterios indagando en los seres humanos y en el entorno, que se le hacen presentes envueltos en sonidos, aromas, colores, claroscuros, silencios elocuentes.
[4] La variedad temática y la descompensación estructural del libro delatan que sus cuatro partes no fueron compuestas para formar un todo unitario y que fueron reunidas precipitadamente para aprovechar la ocasión de publicarlas en Poesía bajo un título, Los anónimos del coro, que les imprimiera la unidad que les faltaba.
[5] Este título continúa la línea significativa iniciada en las citas anteriores: Cada estación del año conlleva una nueva gama de sonidos; por su ambiente gris y triste, el otoño parece un inmenso órgano con notas melancólicas, cuya solemnidad sólo puede salir de una interpretación magistral de Dios. En este ambiente, invadido por la pena de sus reiterados fracasos, se encuentra el poeta intentando frustradamente interpretar ese mensaje.
[6] RO: Ed. Nuevo Alor (Badajoz, nº 2, 1983) TPV: “Alguien estuvo en este mismo sitio / que ahora ocupo. A mi lado acaricio / lo que todavía queda de un cuerpo / sin distancia y con historia. / Tiene forma y manera de existir, / secreto contacto con el aire, / escucha siempre su silencio. / A veces lo noto pacientemente pasear, / pliegues de mantos y aureolas, / al borde de la mañana / entre rosales y cipreses, / entre columnas caídas y anudadas de pies / y por los pasillos de la sombra / entrar en la nostalgia de quien mira. // Muchos vuelven en busca de sus bocas / cerradas en las estatuas del camino. / Otros escudriñan notas que perdieron / en el concierto de las ruinas. / Se arropan los amantes / con el manto rojizo de la estela / que va dejando el día. / Y entre rincones / -todo se vuelve rincón del momento- / queda el misterio de la vida / que nunca floreció / que nunca pudo subir hasta su muerte”. RD: Está más elaborada y estructurada.
[7] En Poesía este poema no tiene título, posiblemente por un descuido de la imprenta. Como no se dispone del original para restituirlo, ha sido titulado con esta supuesta denominación, teniendo en cuenta sobre todo los últimos versos del poema.
[8] La primera parte de este poema fue editada independientemente ST en el periódico Hoy (Badajoz, 22-5-88).
[9] Ed. Alcántara (Cáceres, nº 3, 1984).
[10] Quizás este título proceda del final del v. 12 del poema «Rubaiyat» de Jorge Luis Borges, incluido en su libro Elogio de la sombra, que dice: «un siglo es un momento». Con este título JDV advierte que continúa sintiendo una gran preocupación por el paso del tiempo. Así al primer poema de esta parte, «¿Adónde?», que comienza idénticamente al título, le añade un segundo verso («y caben en un rato») para acentuar más aún esa angustiosa intranquilidad, que ya fue expuesta por él en la supuesta segunda cita inicial de IDN e IN: «Todo / es sólo un día, / apenas un rato».
[11] Actual Consejero de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura, que se relacionó con JDV cuando trabajaba en los Servicios Culturales de la Diputación de Badajoz, le resolvía algún asunto de su departamento o espontáneamente entablaba conversación con él sobre la tarea cultural de la Diputación y temas del momento. Entre ellos se estableció una estrecha conexión que se tradujo en la dedicatoria de este poema y en el empeño que Francisco Muñoz puso en la edición de Poesía de JDV (1988).
[12] En el poema «Cinco» de Huir, JDV aclara este verso en la nota que precede al poema: «‘Me voy, me decía Luis Álvarez Lencero, antes de morir’. Y se fue. ¿Adónde habrá ido?».
[13] Este verso recuerda a otro del poema “Jesús Delgado” de Ruiseñor perdido en el lenguaje (“Me muero a chorros, Jesús Delgado”, v. 247) y a expresiones parecidas, que se pueden localizar en otros momentos, ya citados, de su obra literaria.
[14] Este título preside un grupo de poemas donde JDV explica el proceso que ha seguido con el fin de desentrañar el enigma de la palabra, para conseguir la transmisión de sus sentimientos con la misma sutileza y exactitud que los captaba su conciencia. El poeta va desgranando escalonadamente los aspectos que intervienen en la configuración de la palabra en una progresión deductiva hasta llegar a las más simples y esenciales, los pronombres personales, intentando averiguar el misterio de los conceptos originales, dominar el lenguaje y traducir el significado de la existencia (JDV explica este proceso en «La palabra y la golondrina», Mérida, 9-5-53).
[15] Maestro y escritor (San Vicente de Alcántara, 1919-Madrid, 1993). Secretario de la Revista de estudios extremeños y activo participante en el ambiente cultural de Badajoz. Realizó estudios históricos y literarios sobre Extremadura como “Extremadura en Azorín” (1972) y “Trasuntos literarios de Mérida” (1973) -algunos fueron incluidos en De Extremadura. Cuatro esquinas de atención (1980)-. Editó también el ensayo Espejo literario de Extremadura (1991) y el libro de viajes Postales de andar extremeño (1994). Mantuvo una estrecha amistad con JDV y le dedicó varios ensayos como «Carta a Delgado Valhondo» (Hoy, 7-3-64) e «Inefable noviembre» (Nuevo Alor, nº 1, 1983).
[16] Ed. Alcántara (Cáceres, nº 3, 1984).
[17] José Antonio Zambrano (Fuente del Maestre, 1946). Poeta que ha editado libros como Canciones y otros recuerdos (prologado por Ricardo Senabre, 1980), El libro de las murmuraciones (1984), La noche de los lirios (1989), Como una presunción (1994) y Después de la noche (2000). Sintió intensamente el magisterio de JDV y le mostró su aprecio en poemas como los titulados «Poema para Jesús» (Poesía, pp. 394-395) y «Esta noticia ahora» (Kylix, nº 29, 1993).
[18] En Alcántara (Cáceres, septiembre-diciembre 1984), los vv. 2 y 3 dicen: «al hueco de una mano de sol, / a la última rama». RD: El recorte del v. 2 es una adaptación de su medida a la de los versos colindantes.
[19] Poeta salmantino (Ciudad Rodrigo, 1937) afincado en Badajoz, es autor de una poesía intelectual, pulcra y trascendente. Entre sus libros destacan Proceso de la luz (con prólogo de JDV, 1985), En la ciudad del viento (1999) y Cuaderno del Paisaje (2000). También tiene ensayos como Educación y ecología (1990) y Delio en la poesía española del siglo XVIII (1994). Corchete mantuvo con JDV una grata relación, que se ha manifestado en esta dedicatoria y en emotivos artículos, donde destaca con agudeza el valor de su poesía («Poeta y rebelde», Hoy, 22-5-88, «Sin Jesús, con Jesús», Hoy, 27-7-97).
[20] Ed. Litoral (Málaga, nº 115-117, 1982) y Hoy (Badajoz, 7-3-85).
[21] Con este título el poeta quiere dejar plasmada la imagen de la cárcel en que, metafóricamente, se encuentran encerradas las prostitutas en el momento de poner a la venta su cuerpo cumpliendo inexorablemente, como si de un designio supremo se tratara, su ingrato papel en el gran teatro del mundo. RO: Ed. Alor novísimo (Badajoz, nº 3, 1985) con el título de «Atardecía», que se puede consultar en “Poemas dispersos” de “Y otros poemas”, porque su larga extensión no permite recogerlo en esta nota. RD: Tiene mayor calidad porque su contenido está más elaborado y la parábola se expone con más nitidez.
[22] JDV encabeza la IV parte del libro con esta cita de San Lucas con el fin de recordar que Jesucristo no rechazó a la prostituta. Esta enseñanza de Cristo aceptando a un ser descarriado, que muestra humildemente su arrepentimiento, es la que desea sembrar el poeta en los receptores intentando cambiar el concepto que generalmente tienen de estas mujeres que, aunque comercian con su cuerpo, son personas con sentimientos y como tales merecen ser tratadas. Por tanto, “Jaula de la atardecer” es una reivindicación de la dignidad humana de las prostitutas.
[23] Los cuatro últimos versos contienen la razón del título del libro.
[24] Esta palabra, que ya fue empleada en el soneto “Temo al mendigo que bendice” de Ruiseñor perdido en el lenguaje, aquí tiene un doble sentido: espiritual (como en el poema citado) y real, pues también se puede entender que la protagonista encuentra la diadema en su armario.
[25] En Alcántara (nº II, XXXIX, 1983) se dice que JDV en la II Feria del Libro de Mérida recitó poemas de La habitación del rato, que es el título original de «Jaula de atardecer» y JDV concibió en la larga temporada que pasó en el hospital militar de Badajoz junto a su hijo Fernando en 1959. Este hospital estaba situado junto al barrio de las prostitutas y JDV iba a una antigua iglesia convertida en taberna, donde se encontraba con ellas y llegó a congeniar, pues comprendió que eran seres humanos con los mismos anhelos y pesares que los demás, y pobres actrices que, en contra de su voluntad, estaban representando un triste papel. La noticia de la revista cacereña y este hecho confirman la hipótesis de que, al menos, esta parte no fue compuesta para incluirla en Los anónimos del coro.
[26] Ed. Alor Novísimo (Badajoz, nº 1, 1984) con el título de «Entrañable cementerio de aldea»: «Y a ella, por prostituta» (v. 13) y no aparece la reflexión final que va entre paréntesis. RD: La reelaboración del v. 13 evita el encuentro de «por/pros-» y el cambio de «por» por «una» aclara el sentido que era ambiguo y podía ser mal entendido. La meditación entre paréntesis indica el deseo de evasión de la dura realidad, que le supone al poeta la reflexión sobre el triste final de la prostituta.
[27] Estos asteriscos, que así aparecen en Poesía, llaman la atención, pues no es un signo propio de la expresión poética. No obstante, JDV posiblemente los usara para separar con claridad los últimos versos a modo de reflexión final y paralela al discurrir del poema (recurso que ya ha empleado en varias ocasiones).
Fotografía cabecera: Puente Nuevo de Mérida