Poesía completa de Jesús Delgado Valhondo.
JESÚS DELGADO VALHONDOPOESÍA COMPLETA(1930-1993) Edición, introducción y notas ANTONIO SALGUERO CARVAJAL EDITORA REGIONAL DE EXTREMADURA ÍNDICE, 7. I. INTRODUCCIÓN, 17. Jesús Delgado Valhondo, un hombre cualquiera, 19. Poética, 41. Obra literaria. Poesía, 51. Obra poética, 5. Y otros poemas, 95. Bibliografía, 103. Criterios de edición, 123. Siglas y abreviaturas, 127. Agradecimientos, 131. Notas, 133. II. OBRA POÉTICA, 145. CANCIÚNCULAS, 149. CANCIÚNCULAS, 2. Tres instantes, 151. Primer instante. Amor, 151. Segundo instante. Dolor, 151. Tercer instante. Olvido, 152. Novia, 153. ¿Recuerdas?, 154. Luna llena, 155. Esperé, 156. Entre las zarzas, 157. Crimen, 158. Carmen Romero, 159. Río, 160. Para mi consolación, 161. Poeta torero, 164. Media zurcida, 165. Castilla en siesta, 166. Una tarde de mayo me saqué yo de paseo, 167. Noche cocida, 170. El reloj de mi abuelo, 172. Fiesta, 174. Espejo, 175. 4 CUADROS CUBISTAS, 177. Primer cuadro. Descarrilamiento, 179. Segundo cuadro. Suicidio, 180. Tercer cuadro. Caos, 181 Cuarto cuadro. Bronca, 182. VIAJES, 183 Vente, 185. Caminante, 186. Viaje de Platero y yo, 187. Viaje en tren, 189. Viaje en avión, 191. INCORPÓREAS, 195. Noche de calentura, 197. ¡Dejadme morir!, 199. Duerme que viene el halcón. Nana, 201. NOTAS, 203. LAS SIETE PALABRAS DEL SEÑOR, 211. Dedicatoria, 213. Oración al Señor crucificado. Prólogo a Las siete palabras del Señor, 215. ¡Padre, perdónalos! porque no saben lo que hacen (Arrepentimiento), 217. En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso (Aún más arrepentimiento), 218. Mujer, he ahí a tu hijo (Amor), 219. Hijo, he ahí a tu madre (Más amor), 220. Padre mío, ¿por qué me has abandonado? (Intranquilidad), 221. Tengo sed (Deseos),222. Consummatum est (Tranquilidad), 223. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Inmortalidad), 224. NOTAS, 225. PULSACIONES, 227. MUSIQUILLAS, 229. ¡Ay, quién fuese corazón!, 231. Cántaro, 232. Lagarto, 233. Canción, 6234 Cuando te pusiste medias, 235. El loco, 236. Pozo, 237. De la noche a la mañana, 238. Campo, 239. Para ti las margaritas, 240. ATARDECER DEL GITANO, 241. I.-La penita, 243. II.-Entre la pena y el consuelo, 244. III.-El consuelo, 245. Cante jondo, 246. ANGUSTIA HECHA FLOR, 247. Angustia, 249. Flor, 250. Soledad, 251. Florecer, 253. Canción a la eternidad, 254. Meditación, 255. ¿Dónde pondré el corazón?, 256. Oración, 257. ¿Ser?, 258. El silencio levanta un altar, 260. Camposanto, 261. El sepulturero, 262. BARRIO DE SAN MATEO, 263. Plazuela de San Mateo, 265. Calleja oscura, 266. Arco de Santa Ana, 267. Salida de luna, 269. La bruja, 270. Amanecer, 271. NOTAS, 273.
HOJAS HÚMEDAS Y VERDES, 281. Introducción de Manuel Molina Rodríguez, 283. I Semana Santa, 287. Día nuevo, 288. Mañana vieja, 289. Castillo, 290. A la orilla del mar, 291. La estación, 292. Paseo, 293. Dolor, 294. Meditación, 295. Amanecer en la catedral, 296. Otro amanecer, 297. La venta, 298. Apuntes, 299. II Fecundidad, 307. Árbol nuevo, 308. Árbol viejo, 309. La manzana, 310. El membrillo, 311. NOTAS, 313. EL AÑO CERO, 321. Presentación de Pedro Caba, 323. Dedicatoria, 327. Aire, 329. Enero, 330. Febrero, 331. Marzo (Victoria de Samotracia), 332. Abril, 333. Mayo, 334. Junio, 335. Julio, 336. Agosto, 337. Septiembre, 338. Octubre, 339. Noviembre, 340. Diciembre, 341. Para ti las margaritas, 342. Noche cocida (Barrio de San Mateo de Cáceres), 13343. El reloj de mi abuelo, 345. Noche de calentura, 346. Olivos, 349. Día nuevo, 3541 Estación de ferrocarril, 352. Paseo, 353. Al sepulturero, 354. A la orilla del mar, 355. La venta, 356. La bruja, 357. Cante jondo, 358. Luna en el barrio de San Mateo de Cáceres, 359. ¡Ay, quién fuese corazón!, 360. Camposanto, 361. Autopsia, 362. La idea, 363. Amanecer, 364. Amanecer en la catedral, 365. Meditación, 366. Nana a la primavera, 367. Silencio, 368. Soledad, 369. Pozo, 372. Otoño mío, 373. Sueño, 374. Peregrino, 375. Noche, 377. ¡Señor!¡¡Señor!!, 379. Mérida, 381. Tierra, 382. Agua, 383. Cáceres, 384. La manzana, 385. La naranja, 386. Uvas, 387. El membrillo, 388. Ciruelas claudias, 389. Canciones, 390. Paisaje castellano, 391. Sueños, 392. Fiebre, 394. Dolor florido, 395. NOTAS, 397. LA ESQUINA Y EL VIENTO, 413. [Prólogo: “La poesía personal de Jesús Delgado Valhondo” de Eugenio Frutos], 415.
I
Después de la tormenta, 423. Madrugada, 424. Los años, 425. El espacio, 426. Velándome sueños, 427. Silencio de monte, 428. Encinas y olivos, 429. Momento,430. Atardecer, 431. Noche, 433. Mi sombra, 434. Canciones, 435. Nana de la niña tonta, 436. Canción de Navidad del hijo pródigo, 437. Ha nevado, 438. El maestro en vez de explicar las minas sueña en voz alta, 439. Oración, 440. Oración del enfermo, 441.
II
Angustia, 445. Tiempo, 446. Somos la roca que no crece, 448. Oh muerto mío, 449. Muerte,450. NOTAS, 451. LA MUERTE DEL MOMENTO, 461. Prólogo: «Jesús Delgado Valhondo» de Enrique Segura, 463. Dedicatoria, 467. Yo estaba allí sentado, 469. Canciones de caminantes, 471. El lenguaje de las flores en la Navidad, 473. Manos en silencio, 475. Pasa un entierro por la puerta de la escuela, 476. Primer día de clase del niño huérfano, 477. Un día cualquiera, 478. Ofrenda, 480. Vendimia, 481. La iglesia, 483 Momento de vida, 485. Habla, estamos solos, 486. Noche en el alma, 487. El corazón en la vida, 489. Troncos talados, 21. Como una piedra al mar, 491. Siempre hay alguien, 493. El recuerdo, 494. Velándole el sueño al hombre dormido en el camino, 496. Morir habemos, 497. Cuando quieras, Señor, 500. La muerte del momento, 502.
NOTAS, 505.
LA MONTAÑA, 17. Dedicatoria, 19. Santander,21. Niebla, 22. Shiri-Miri, 23. Subiendo la montaña, 24. Desde el Mirador del Cable (vértigo), 25. Picos de Europa, 27. Desfiladero de la Hermida, 29. Santillana del Mar, 31. Cuevas de Altamira (trece mil años en la sangre), 32. Recordando la Colegiata de Santillana del Mar (luz de sueño), 33. Torrelavega, 34. Taberna del riojano, 35. Caminos de la montaña, 36. Besando el trozo de la cruz del Señor en Santo Toribio de Liébana, 37. Playa del Sardinero, 38. Sepulcro del inquisidor Corro, 39. En el pueblo de Potes, 41. San Vicente de la Barquera, 43. Puerto de Santander, 44.
NOTAS, 45 AURORA. AMOR. DOMINGO, 51. Ciudades-palabras, 53. Doblar una esquina,55. Ciudad de siempre, 56. La ciudad de los hombres, 57. Ciudad de piedra, 58. La prisa (fiebre de ciudad), 60. Amanecer en Badajoz, 61. Cáceres, 62. Meditación ante un amigo muerto (fondo de ciudad), 64. Como si fueses una flor, 67. Paisaje del sur, 68 Levántate y anda, 69. El fondo, 70. Motivos de sobra para que Picasso me pinte un cuadro, 71. El silencio, 74. Cima, 75. NOTAS, 77. EL SECRETO DE LOS ÁRBOLES, 85. [Presentación], 87 I Dedicatoria, 89. La calle, 91. La caricia, 93. Callejón sin salida, 94. Nombre, 95. La gran ciudad dormida, 96. Acaso, 97. Calle de los vivos muertos, 98. Mar, 99. Alameda, 100. El poeta se muere en el momento, 101. Las siete de la tarde, 102. Sombras, 104. Ventana, 105. II Dedicatoria, 107. Noche y alba, 109. Solo, 112. Ese espejo, 113. Mirada de Dios, 115. Algo no anda bien, 116. Dorada mediocridad (Poema para leerlo con énfasis de mediocre), 119. Sé que estás esperándome, 2121. Tierra y amor para el olvido, 124. NOTAS, 127. ¿DÓNDE PONEMOS LOS ASOMBROS?, 135. Dedicatoria, 137.
I Asombros 141. Buscando mi infancia en la ciudad donde nací, 144. Tiempo perdido, 145. Términos medios, 147. Porque somos de tiempo, 149. La cicuta, 150. Algo olvidado y oscuro, 151. Calle de la nada, 153. La cuerda del reloj, 154. Pobre espiritual, 155. Catedral, 157.
II La novela, 163. Figura, 164. El loco, 165. Dios en la noche, 167. El fantasma, 168. Cualquier día sucederá, 169. Dentro del alma vivo al hombre, 171. Final del camino, 173. Anécdota, 174. Comunión, 176. Selva virgen, 178. NOTAS, 181. LA VARA DE AVELLANO, 189. [Presentación], 191. Dedicatoria, 195. I Cita, 197. La vara de avellano, 199. Álamos, 200. El pinar, 201. Viaje, 203. El tonto del pozo, 205. Guadiana, 206. Y pobre y triste, 208. Tribulación, 210. Crucificada sangre, 211. De esta calle nunca jamás saldré, 212. Abre en el aire un hueco, 213. Tarde de domingo, 214. Retrato de muchacha en una casa de huéspedes, 217. Mujer de vida fácil (Fábula con moraleja), 219. El olvido, 222. Espíritu de árboles, 224. Tirar de la manta, 226. El mundo-gente, 228. Letanía de la culpa, 232. II Mi hermano Juan, 239.
NOTAS, 241. UN ÁRBOL SOLO, 249. Desnuda soledad, 251. Soledad habitada, 265. Gente, 279.
NOTAS, 299. INEFABLE DOMINGO DE NOVIEMBRE, 305. Dedicatorias, 307. Cita, 309. HOSPEDAJE DE LUZ, 311. Perfil de noche, 313. Rincón de bosque, 319. Plenitud de sol, 322. DONDE EL OTRO, 327. Sombra de pie, 329. Duele ya la mañana, 331. Las traseras del tiempo, 333. Todo cae, 336. Volver es no llegar, 338. Manto azul, 346. INCESANTE MISTERIO, 349. [Plaza pública de la tarde], 351. Siempre vuelve el otro a esta hora, 353. El vuelo busca cuerpo, 356. Algo hemos quedado ahí, 361. NOTAS, 367. RUISEÑOR PERDIDO EN EL LENGUAJE, 377. I JESÚS DELGADO, 379. II POEMAS DE AMOR PARA LA MUERTE, 391. Esta mañana, 393. Temo al mendigo que bendice, 394. Tu nombre, 395. Te conocí cuando olvidé nombrarte, 396. Libro mi corazón para la duda, 397. Rosas en el ocaso, 398. Cima de libertad, 399. Órgano de otoño, 400. Árbol solo, 401. Me enamoró la muerte de manera, 402. Ortigal oscuro, 403. Noche con mujer dormida en el paisaje. Y no llegar, 404. Noviembre otra vez, 405. Me están llamando desde África, 406. NOTAS, 407. LOS ANÓNIMOS DEL CORO, 415. Dedicatorias, 417. Citas, 419. I EL OTOÑO ES UN ÓRGANO QUE TOCA, SOLEMNEMENTE, DIOS, 421. Desde antes, 423. [Los anónimos del coro], 425. El túnel, 427. Palacio de sentidos, 429. El dolor del jardín, 432. II SE FUNDEN SIGLOS EN UN SOLO DÍA, 433. ¿Adónde?, 435. La escena, 437. III LA ESCALERA DE LA PALABRA, 441. La vocación de la palabra, 443. El volumen de la palabra, 444. El pensamiento de la palabra, 445. Palabras de ayer, 446. La voz, 447. El sonido de la palabra, 448. Los pronombres personales, 449. Yo, 449. Tú, 450. Él, 451. IV JAULA DE ATARDECER, 453. Fábula del recuerdo, 463. Fábula olvidada, 464. En este pequeño cementerio de la aldea, 467. NOTAS, 469. HUIR, 477. Prólogo: «El milagro de huir donde volvía» de Santiago Castelo, 479. Dedicatoria,487. Citas, 489. Uno, 491. Dos, 492. Tres, 493. Cuatro, 494. Cinco, 495. Seis, 496. Siete, 497. Ocho, 498. Nueve, 499. Diez, 500. Once, 501. Doce, 502. Trece, 503. Catorce, 504. Quince, 505. Y dieciséis, 506. [Despedida], 507. NOTAS, 509. III. Y OTROS POEMAS, 17.
POEMAS DE CARÁCTER EXISTENCIAL, 19.
POEMAS EN CANCIÚNCULAS, 21. Amor, 23. Nana, 25. Alba, 26. Mi pie desnudo, 27. Sonrisa, 28. POEMAS DEL BORRADOR DE PULSACIONES, 29. Y la sombra de los árboles se alargaban, 31. Almendro, 32. San José, 33. Lirios, 34 Carrera, 35. Rosal, 36. Otoño en mi primavera, 37. Mi calavera, 39. Luto, 40. Panoramas en los cristales. Cuadros, 41. Pardo, verde, amarillo, 42. Abrí tu balcón y mira, 43. Herido el humo de chimenea, 44. Dentro de una nube…, 45. Qué pequeño me encuentro cuando siento, 46. Pueblo, 47. Otra vez la soledad, 48. Domingo de Resurrección, 49. Noche viuda, 50. Claveles, 51. El cuerpo en el campo. Los ojos en el cielo, 52. Desnudé no sólo el cuerpo sino el alma, 54. El verso, 55. El olivo (mi Oración del Huerto), 56. Se hizo así ruina la noche, 57. Se murieron las flores, y el jardín, 58. POEMAS DE LA REDACCIÓN ORIGINAL DE LA ESQUINA Y EL VIENTO, 59. Dolor, 61. Ciego, 62. Día de otoño, 63. Coxalgia, 64. Las estrellas impalpables que vagan por la luz, 65. El maestro explica las vías de comunicación en la escuela, 67. El maestro comienza explicando las nubes y termina cerrando los ojos, 68. No es el sol, 69. El nacimiento, 70. Canción del pastor, 73. Dios, 74. Oración, 76. Presentimiento del día primaveral (Resurrección), 78. POEMAS DISPERSOS, 81. Podría quererte, 83. Tú, mujer, digo a la tierra, 84. El poeta, 85. El desconocido, 86. El maestro, 87. La vi sobre el río, 88. Mis muertos, 90. Mi corazón y yo, 92. El látigo de Dios, 93. Hombre entre tarde y mar, 95. Milagro de Dios (Meditación), 97, Momento en reloj de arena, 99. No sé, 100. Un momento, 101. La vida, 102. Luz, 103. La arquitectura, 105. Adiós, 106. Ciudad desde el campo, 107. Silencio tuyo, 109. Tiempo del amor, 110. Como si hubiese sido siempre campo, 111. Aquel recuerdo…, 113. El número dos, 114. Hemos llegado, 115. Muchacha pensativa, 116. Soñada azul, 117. Aroma, 118. He visto a Dios, 119. Huyo como el olor del celo, 121. Ciudad del agua, 122. El desconocido, 83. Cine, 124. Circo, 125. La nada, 126. Quedaron sólo pisadas, 127. Calle del agua, 128. Nadie olvida, 129. Hoy he roto un espejo, 133. Oración pidiendo una nueva palabra, 135. Estabas, 136. En la corriente del río, 137. Invierno, 138. Joven soñada en salón del siglo XIX, 139. Atardecía, 140. Un momento de alegría que encontré en la calle, sin saber cómo, en la calle lo perdí, 144. Los extraños claveles, 145. Soneto de la duda que me vive y que me mata, 146. El otro día, 147. Su nombre hubo presencia, 150. Noviembre, 151. NOTAS, 153. POEMAS DE CIRCUNSTANCIAS, 169. CANCIONES, 171. Ramos en honor de la Virgen del Puerto, 173. Canciones, 178. Otras canciones, 181. A José María: Chema, 182. Mérida: Alba de Extremadura, 183. Canción para Manuel Pecellín, 184. HIMNOS, 187. Himno de Extremadura, 189. Himno del Club Deportivo Badajoz, 190. Himno de Santa Marta, 192. HOMENAJES,195. Tomás, te estoy buscando, 197. El sueño vida es, 199. A los poetas y escritores del trascacho de Barcelona, 200. Ha muerto Juan Luis Cordero, 201. A Soledad Ramallo, reina de los Juegos Florales de Badajoz 1956, 202. A las damas de la Corte de los Juegos Florales de Badajoz de 1956, 203. Leyendo a Baroja en Badajoz, 205. A Manuel Sanabria Escudero, 206. Versos de y para César Vallejo, 207. A María del Carmen, 209. A María del Carmen Azqueta, 210. Leyendo a Antonio Machado, 211. Canción de calle adelante, 213. Homenaje a Francisco Rodríguez Perera, 216 A la mujer guadalupana que personifica hoy, ahora, a la mujer extremeña, 217. A Carlos Cordero, 220. Juan Ramón Jiménez, 221. Quijote con toro en plaza, 223. A Juan Ramos Aparicio, 224. Vengo a verte, a estar contigo, 226. A Luis Álvarez Lencero, 230. A don Jaime Álvarez Buiza, 231. La calle de don Ramón, 233. A José Luis, 234. Un árbol, una cruz, 235. POEMAS DE EXTREMADURA, 239. Nacer, 241. Gévora (La vida), 242. Jaras, 243. Esa mano de tierra, 244. Aljibe, 245. Mar extremeño, 246. Barrio de San Mateo, 247. La piedra, 251. Guadiana, 253. Abriendo mi ventana, 256. «CANTO A EXTREMADURA«, 257. Castillo, 259. Olivar, 260. Encinas, 261. Trigal, 262. Viñas, 263. Huertos, 264. Montes, 265. Cuadros, 266. Tajo, 267. Guadiana, 268. Ciudades, 629. Nueva Extremadura, 270. Hombre extremeño, 271. Mujer extremeña, 272. Ofrenda a la Virgen de la Soledad, 273. Siruela, 274. Plaza Alta, 278. Central eléctrica, 279. Pueblo nuevo, 280. Amanecer, 281. La noticia, 282. Las capitulaciones de un poeta, 283. Amanecer en la ciudad de Mérida, 286. Extremadura siempre, 288. Badajoz, 290. Canto a Santa María de Guadalupe como Reina y Madre de la Hispanidad, 291. El cerdo, 295. Soledad, 296. El vino de Vicente, 297. Montánchez: Cielo de Extremadura, 298. Buenos días, Señor, a Ti el primero, 300. Extremadura, 301. Plaza de Mérida, 305. Solo en Extremadura, 306. Abraza el río, 307. Alcazaba, 308. Atardecer en Badajoz, 309. El silencio, 310. Castuera (1942-1992), 311. POEMAS DE LA PASIÓN, 313. ¡Bendita Virgen María!, 315. Inmaculada, 316. Misterios gozosos del Santo Rosario, 317. Misterios dolorosos, 320. Cristo en la noche, 323. Domingo de Ramos y el recuerdo, 324. Jesús Nazareno, 325. Santo entierro, 326. Virgen de la Soledad, 327. Y mi tierra. Mi país, 328. Señor: El alma sube, 329. POEMAS (PSEUDO) NAVIDEÑOS, 333. Navidad (La calle es el hombre), 335. Álamo, 336. Villancico de las torres de Jerez, 388. Villancico del Guadiana y de la encina, 339. Villancico de la cultura, 341. Villancico de la Universidad, 342. Villancico del escondite, 343. Villancico de Tomás y Jesús, 344. Navidad en el rincón de la calle, 345. Puerta de Palma (villancico), 346. Villancico del toro español, 347. Villancicos para el niño pobre, 348. TEXTOS VANGUARDISTAS, 351. Greguerías, 353. Llamas de candil, 355. Al margen, 357. NOTAS, 359. |
I
I N T R O D U C C I Ó N
JESÚS DELGADO VALHONDO, UN HOMBRE CUALQUIERA [1]
Para lograr un rápido acercamiento a la personalidad de Jesús Delgado Valhondo, basta con recurrir a esta aguda reflexión que, aunque genérica, define fielmente su carácter emocional: «Hay personas que parecen no pensar más que con el cerebro, mientras otras piensan con todo el cuerpo y todo el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos»[2]. Al segundo tipo de personas, que sienten la existencia con una intensa emoción y, al mismo tiempo, con una estremecedora pesadumbre, perteneció Jesús Delgado Valhondo.
El fundamento de este singular carácter se encuentra en el hecho de que fue un ser consciente de estar en el mundo y, por ese motivo, sintió alegrías y pesares con una acentuada pasión que lo arrastró a continuas vacilaciones entre la esperanza y la angustia, los dos extremos entre los que oscila la sensibilidad del ser humano que vive conscientemente: «Todos los días pongo mi corazón delante / para que vaya abriéndome caminos y contentos, / lo espabilo temprano, lo levanto en palabras, / anda -digo-, vete por nubes y momentos. / Humano -bueno y qué-, mi corazón humano / con sus fiestas de sueños y de bondad a cuentos / marcha buscando siempre lo que jamás encuentra, / ama gozando siempre lo que jamás entiendo»[3].
Este autorretrato da la medida exacta del hombre cualquiera que fue y (más importante aún) se sintió Jesús Delgado Valhondo, pues la dimensión de su obra poética no se debe a que fuera un poeta sino a que se sintiera un hombre común. Luego, a esa emoción natural de su carácter le añadió una tendencia innata a la espiritualidad, que primero lo llevó a meditar sobre la existencia y, posteriormente, le provocó la necesidad de difundir sus intranquilidades a través del verso, que será resultado de una tenaz indagación y de un profundo conocimiento del hecho poético. De ahí que la experiencia lírica de Jesús Delgado Valhondo se encuentre íntimamente relacionada con su vida y que sea un poeta existencial desde el comienzo al fin de su obra poética.
Jesús Delgado Valhondo nació el 19 de febrero de 1909 en Mérida. Este hecho tuvo una especial trascendencia para él porque era consciente de haber nacido en el centro de Extremadura (su tierra), donde se hundían sus raíces en un pasado histórico que lo conectaba, a través de la memoria del tiempo, con el origen del ser extremeño.
A los seis años de edad sufre la poliomielitis y queda marcado para toda la vida pues, aparte del defecto físico que le provoca, sufre una profunda conmoción cuando comprueba la preocupante fragilidad del ser humano[4]. Esta triste vivencia será, sin embargo, el motivo de que años más tarde sienta la necesidad de manifestar sus vivencias a través de la poesía: «Cuando apenas siete años sostenía / sólo dolor y podredumbre ahogaba / mi despertar doliente a la alegría. / En la pierna la llaga me rezaba / terror de mi niñez y donde un día / Dios infinito entre mi pus brotaba”[5].
Tan adversa circunstancia convertirá a Jesús Delgado Valhondo en un niño prematuramente maduro, que se será con el tiempo el autor de una poesía característica por vivida en la pura experiencia cotidiana: «La enfermedad te da con creces fortaleza de ánimo. La vida interior crece. […] Yo aprendí a estar solo cuando apenas tenía diez años de edad. Por eso he amado tanto a la soledad, al silencio, a conversar con las cosas, al franciscanismo, a ser amigo del grillo, del árbol, de la flor, del pájaro. Hablo con las cosas, con las hormigas y los escarabajos. Quiero a las hierbas: las huelo y las beso»[6]. Esta etapa dolorosa, vivida en Mérida, comienza a cimentar, por tanto, su rico mundo interior del que destila el poso espiritual de su poética, cuya base se asienta en la meditación, el dolor, la soledad, el silencio, la melancolía, la contemplación y el diálogo con la naturaleza y la búsqueda anhelante de Dios, para que le explicara las razones de su imperfección, de su soledad y de su finitud.
Después de la muerte de su padre, Jesús Delgado Valhondo se traslada con su madre y sus hermanos a Cáceres donde tenían familia. A pesar de la impresión negativa que le produce la ciudad, enseguida conecta con la gente por su carácter abierto y acumula experiencias humanas. Cáceres quedará en su memoria como la ciudad de sus juegos de niño, de sus primeras lecturas, de su temprano contacto con la cultura y de la amistad, uno de sus valores más preciados desde entonces: «Creo sincera y amorosamente que el tesoro mejor del hombre es la amistad […]. El último extremo de la perfección en las relaciones que ligan a los humanos»[7]. Estudia Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza y congenia con jóvenes como Leocadio Mejías, Pedro de Lorenzo y José Canal con los que comparte aficiones culturales y el gusto por la lectura: «Instituto viejo de Cáceres, […] que te cogía y te metía en sus calles, en sus callejas, en sus rincones, en sus entrañas y, sin darte cuenta, te mantenías de su sangre y sin darte cuenta sigues comiendo el corazón del silencio de la ciudad»[8].
En su adolescencia se siente atraído por la espiritualidad del barrio de San Mateo de la zona antigua de Cáceres, que aparecerá en sus poemas como “la ciudad de piedra”. Allí irá a meditar con frecuencia buscando el tiempo detenido en sus piedras centenarias y asimilando sutiles emociones en sus contrastes de luz y silencio, que se le hacían “coloquiales”: «¡Detén el paso! / y escucha atento / el silencio / que despiden / las monjitas del convento»[9]. En este barrio también solía reflexionar contemplando la Montaña[10] que, como un imponente centinela espiritual, ejercía una poderosa atracción sobre su ánimo: «Mis amigos: la frente / del tiempo: las espaldas / del tiempo. Las esquinas esperan la memoria, / y al final, la Montaña»[11].
Emocionalmente, Cáceres le llega tan adentro, que la siente y la poetiza: «Cáceres tiene un cielo alto, azulean miradas, el aire es limpio como una página sin escribir, para que en ella dibujen atardeceres de sábado los vencejos. Cáceres estrena cielo todos los días»[12]. Estas múltiples sensaciones las irá incorporando a su bagaje intelectual en forma de variadas emociones espirituales y plásticas. Esto explica que, aunque comenzara a escribir tarde, su poesía tenga desde el principio claros detalles de ser escrita por un poeta maduro, sensible, reflexivo y observador.
Después conoce a personas cultas, que moldean su formación intelectual y lírica, como el filósofo Pedro Caba y el catedrático de Filosofía Eugenio Frutos con los que mantiene largas conversaciones. A través de ellas descubre que su concepción existencial de la vida no era un sentimiento aislado sino incluido en una tradición filosófica, que no sólo en aquel momento imperaba en Europa, sino que ya se encontraba impresa en escritores de la tradición literaria española como Quevedo, Calderón, Unamuno y Ortega, cuyo carácter existencial era admirado por Caba y Frutos. Desde entonces, Jesús Delgado Valhondo se anima a realizar lecturas detenidas de los pensadores fundamentales de la historia de la Filosofía, que no sólo afianzan su base cultural sino que también lo inducen a ahondar en su condición de ser humano y su situación en el mundo. Caba y Frutos serán también los mejores críticos de sus incipientes versos y, a la vez, los alentadores de sus primeros e inseguros pasos líricos así como de que conozca las corrientes vanguardistas, la generación del 14 (que Caba admiraba) y la generación del 27 (de la que Frutos formaba parte), comience a seleccionar sus lecturas y conozca la obra de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado[13].
En noviembre de 1934, aprueba las oposiciones de Magisterio y es destinado a Trevejo, un pueblecito del norte de Cáceres, donde se encuentra solo y siente la necesidad de escribir versos: «Tenía veinticinco años, recuerdo perfectamente el día, cuando me encontré cara a cara con la soledad: Allí, solo, sentado sobre una piedra del medio derruido castillo, empecé a escribir poesía y aprendí a hablar conmigo mismo»[14]. El resultado de este hondo sentimiento de soledad se titulará Canciúnculas, su primer libro de poemas que, aunque vacilantes, apuntan temas y rasgos del estilo que irá haciendo propio en sus siguientes poemarios y servirán de referencia para su evolución posterior.
Canciúnculas es un variado libro de poemas juveniles, en el que Jesús Delgado Valhondo mezcla sentimientos de un joven precozmente maduro[15] con múltiples influencias, donde son patentes los recuerdos de su anárquica avidez lectora. Sin embargo, también es una muestra de que gozó, desde sus comienzos, de un espíritu abierto en el que no cabía la exclusión de autores, obras ni tendencias y de que sustentó así sus primeros versos en una sólida base lírica. Además su forma tradicional vacilante de metros diversos y rimas irregulares, que anuncia con fuerza sus inveterados deseos de independencia y originalidad, temas y conceptos que serán claves en su poesía madura, acentos andaluces, restos de experiencias vanguardistas y la sensualidad propia de un joven, completan el alma de este libro primero aunque no primerizo, pues contiene la imagen del árbol solo, símbolo capital sobre el que hará girar su obra poética: «Un solo árbol, consuelo / de la gran pasión del campo»[16].
Hacia 1935, compone un libro de circunstancia, titulado Las siete palabras del Señor, que es un desahogo lírico motivado por una crisis religiosa. El libro lo dedicó a Eugenio Frutos y éste, en correspondencia, le regaló Retablo de la pasión de nuestro Señor, también producto de intranquilidades religiosas parecidas a las de su amigo. Ambos libros llevan sendas dedicatorias, que muestran la estrecha relación existente entre los dos poetas: «A Eugenio Frutos con todo el cariño que merece a un aficionado a la poesía un poeta como él» y «A Jesús Delgado Valhondo aguda sensibilidad poética y poeta amigo», respectivamente. El tema religioso era un asunto frecuente en las conversaciones de ambos, que tenían un sentido dialéctico de la religión al no coincidir su fe y su razón ni ver una relación clara entre la realidad y el misterio que la envolvía. Estos desajustes les provocaban dudas, que los arrastraron a formularse preguntas sin respuestas sobre la existencia de Dios, la inmortalidad y el sentido de la vida y, como consecuencia, les hacían sufrir crisis de conciencia que, en esta ocasión, resolvieron líricamente.
Las siete palabras del Señor es una muestra del carácter agónico del joven Valhondo y un anuncio de la postura comprometida, que adoptará en su búsqueda de Dios a lo largo de su obra poética. Este carácter luchador por llegar a la divinidad directamente a través del conocimiento de sí mismo se hará en él característico, porque entendía que ese anhelo se convertía en una forma de dignificación cuando intentaba vencer la desidia espiritual que invadía al ser humano y de autoaceptarse humildemente como persona consciente de su imperfecta condición que, paradójicamente, era también parte de la divinidad: «En esas llagas, Señor, Dios mío, en esas llagas / tan tuyas como mías, ¡quién pudiese besar!, / y entregarte en un beso infinito, toda el alma / para Ti»[17].
Cuando estalla la guerra civil, Jesús Delgado Valhondo, republicano[18] y secretario local de UGT en el sector de la Enseñanza, es detenido y, en marzo de 1940, sancionado con un traslado forzoso a Gata (Cáceres) donde, para calmar sus intranquilidades y llenar su soledad, sigue leyendo con insistencia y termina un libro títulado Pulsaciones. En este poemario, continúa recogiendo sus intranquilidades existenciales, se va desprendiendo de influencias y comienza a tomar el pulso personal que hará característico en libros sucesivos, pues en su nuevo destino encuentra un ambiente apropiado para la creación y refuerza su experiencia lírica[19].
Pulsaciones es un libro que supone un mayor ahondamiento en su espíritu intranquilo donde se mezclan, sin orden aparente, traumas acentuados (miedo, angustia, soledad, dolor) con otras preocupaciones procedentes de su urgencia por entender la realidad (idea de suicidio, nostalgia por el pasado, deseos de resolver enigmas, anhelos de eternidad). No obstante, aunque se observa un aumento de la angustia, logra exponerlos en un tono más sereno y personal sin desgarros espirituales ni influencias tan palpables como en sus dos libros anteriores: «Un ciprés se saca punta / en el airecillo frío. / A las montañas lejanas / alguien da con difumino. / Cerca de mi un árbol [seco] / me está invitando al suicidio»[20].
También en Gata comienza a salir de su aislamiento por medio de una intensa relación epistolar con poetas de la talla de Vicente Aleixandre, José María Valverde y José Luis Cano y con focos culturales del país, que lo empiezan a reconocer como un poeta con voz propia desde que edita poemas en la revista Corcel de Valencia y su primer libro conocido Hojas húmedas y verdes en la Colección Leila de la revista Intimidad poética de Alicante (1944). Este libro tiene una importancia capital en su obra poética pues, a la vez, es la continuación, conexión y síntesis de su primera poesía y el germen de su lírica madura. En él selecciona temas y recursos de sus libros anteriores, que caracterizan a los siguientes y conforman el núcleo significativo de su obra poética y su estilo personal. Hojas húmedas y verdes tiene como centro el paisaje, donde el poeta refleja su estado de ánimo: «Me está doliendo la primavera, / el verde del ciprés / y el reloj de pulsera. / Me está doliendo el tiempo / en las primeras canas de la cabeza. / Como una compañera / fuerte me aprieta del brazo / una cinta negra»[21].
En 1945, funda en Cáceres la revista Alcántara junto a Tomás Martín Gil, Fernando Bravo y José Canal, donde publicará su primer libro de relatos Yo soy el otoño (1953), numerosos poemas y cuentos, y firmará con el nombre de “José de la Peña”[22] una sección titulada «Notas breves de dentro y de fuera», donde comenta noticias culturales en un tono crítico: «Se celebró la Fiesta de la Poesía con más ruido que éxito: Todos los poetas mediocres tuvieron ocasión de dar a conocer sus ‘cosas’, no llamamos a ‘eso’ poemas. Nosotros lo festejamos visitando en el Seminario de San Antón, en Badajoz, a un verdadero poeta: Francisco Cañamero»[23].
En 1946, se traslada a Zarza de Alange donde ejerce su profesión de maestro y también la de practicante, que lo mantienen muy cerca del atraso cultural y de la imperfección humana[24]. Estas deficiencias aumentan su preocupación por la formación de la gente común y la necesidad de hablar con Dios. Desde Zarza de Alange visita con frecuencia Mérida, su ciudad natal, donde busca ambientarse culturalmente junto a escritores como Félix Valverde Grimaldi, Santos Díaz Santillana y Tomás Rabanal Brito. En estos viajes, además, se reencuentra gozosamente con sus orígenes a la vez que contempla con preocupación la transformación moderna, que sufre la ciudad en perjuicio de sus raíces históricas: «Mérida, ¿dónde has ido / que no te siento? / Contrarias nuestras vidas / se nos están perdiendo. / (Duerme la estatua, frío, / sobre su tiempo; / arco de puente y río, / dolor de sueño). / Tú te mueres de joven / y yo de viejo. / Mérida, yo te piso y tú ¡qué lejos!»[25].
En 1949, participa en la II Asamblea de Estudios Extremeños celebrada en Cáceres, donde estrecha relaciones con poetas cacereños y entabla contactos con los escritores de Badajoz[26]. También interviene recitando sus poemas y consigue llamar la atención con su estilo natural, sincero y trascendente[27].
En 1950, publica El año cero en la Colección Norte de San Sebastián que dirige Gabriel Celaya. Con este libro hace realidad el proyecto largamente aplazado de publicar “un libro grande”[28], para recoger sus mejores poemas y hacer su presentación en el mundo de la poesía. En El año cero se detecta que el paisaje comienza a no servirle como medio para llegar a Dios y, por este motivo, contiene una fuerte preocupación por hallarlo y conocer las razones de la imperfección humana y de la acción demoledora del tiempo: «Todos somos carreteros / lamidos por los caminos, / labradores, campesinos, / hombres ceros»[29].
En 1952, la Colección Tito Hombre de Santander, dirigida por el poeta José Hierro, le publica su libro de poemas La esquina y el viento. En este libro, el paisaje que había sido el tema central de los dos anteriores quedará relegado a un segundo plano, porque ya no tiene los matices positivos de antes. El poeta se encuentra en el atardecer que es «fruta rendida» o en la noche más sobrecogedora «no sé de dónde sacada»[30]. Es como si el silencio de Dios lo hubiera dejado espiritualmente ciego sin posibilidad de contemplar el paisaje ni, por tanto, de formar parte de su obra. Ante esa situación el poeta, cada vez más intranquilo, insiste en la necesidad de conectar con Dios para conseguir una explicación sobre el sentido de la muerte: «Y, somos más, somos los muertos / que llevamos en nuestra fronda / enriqueciéndonos la sangre / y marchitándonos las horas. / ¡Que no se olvida sepultando / ni aunque cerremos nuestra boca!»[31]. Pero Dios sigue sin manifestarse, el poeta pierde la esperanza de la eternidad y la muerte, hasta ahora lejana, se transforma en una realidad patente que lo angustia y acentúa su soledad. Entonces el poeta vuelve sus ojos al ser humano intentando llegar a Dios a través de “su obra más perfecta”.
Al mismo tiempo, edita poemas en revistas de alcance nacional (Espadaña, Índice, La isla de los ratones, Platero, Poesía española) y empieza a recibir sobre su poesía críticas muy positivas de intelectuales, escritores y poetas de prestigio como Victoriano Crémer, Jorge Campos, Leopoldo de Luis o Lázaro Carreter.
En 1954, Juan Ramón Jiménez le escribe una carta donde le agradece el envío de La esquina y el viento y le elogia la emoción, la naturalidad y la sencillez de su poesía fresca, cálida y humana, diciéndole «esa manera de decir su vida, me satisface; esa tensión como sin usted quererla ni saberla, a fuerza de ser corriente; igual que mirar o como oír con hondura»[32]. Este hecho supone para Jesús Delgado Valhondo el mejor refrendo a su labor poética y lo anima a continuar.
En 1955, Manuel Monterrey y Luis Álvarez Lencero, que dirigían la revista Gévora en Badajoz, le publican en el número 32 La muerte del momento. En este libro, Jesús Delgado Valhondo, muy afectado por su aislamiento en una atmósfera de miseria y dolor, manifiesta dolorosamente su soledad ante el abandono de Dios y muestra una fuerte preocupación, cuando toma conciencia de sus semejantes y advierte que padecen sus mismas imperfecciones e idéntica indefensión. Como consecuencia, siente fuertemente el peso de la existencia y su desamparo hará que el tiempo y la muerte ocupen el núcleo temático de este libro: «Estoy, Señor, contigo, dócilmente / acabado, tu voz reza mi credo, / esperando, Señor, que tú dispongas / de todas estas muertes que padezco»[33].
En 1956, consigue el primer premio de los Juegos Florales de Badajoz con el poema «Cantando a Extremadura. Cielo y tierra»[34], que supone un respiro en su obra poética pues, en este amplio poema, Valhondo se olvida momentáneamente de sus acentuadas preocupaciones. El motivo es la realización del Plan Badajoz, que ha convertido en un vergel lleno de vida las resecas márgenes del Guadiana y, según él que percibe este hecho transcendentemente, ha redimido al extremeño por medio del agua y lo ha dignificado a través del trabajo: «Al mejorar el suelo hemos conseguido mejorar el tiempo y el clima. Y, por lo tanto, el hombre. Se ha industrializado y se han logrado nuevas técnicas de cultivo. Es lo que se llama, en términos generales, civilización. El hombre extremeño está logrando una libertad a base de bienestar, de estar a gusto. Nos preguntamos de nuevo: ¿Espiritualmente? Pues sí, está creciendo espiritualmente»[35].
En el «Canto», Jesús Delgado Valhondo muestra una profunda compenetración con el ser extremeño: “Cuando voy entrando en el pueblo -el día concibe al sol- me adelanta un hombre pardo, de esos que alguien ha dado en llamar hijos de la tierra. […] Parece que va a nacerle la hierba de un momento a otro, en las manos, en la frente, en el pecho»[36]. También hace patente una arraigada comunión con su paisaje: «Debajo está la tierra, ancha tierra extremeña / dilatando su pecho en inmenso suspiro, / tiene puesto su traje de campo, de estameña / de franciscana sangre que en el alma respiro. / Cielo y tierra: paisaje. Mi corazón mendiga / el surco del otoño como grano de trigo, / quiero quedarme toda esta enorme fatiga / en el milagro hermoso de morirme contigo»[37]. Además, la influencia positiva del Plan Badajoz fue vista por Valhondo como un impulso decisivo para el renacimiento cultural de su entorno: «La tierra extremeña era antes parda, cenicienta, oculta. Ahora es verde, olorosa, sonora. Su sed ha sido apagada. Nuevos árboles, nuevas hojas, nuevos frutos. Han nacido pueblos. […] Hay cátedras. Casas de Cultura. Bibliotecas»[38].
En abril de 1957, la Colección La cigarra de Santander le edita su siguiente libro de poemas, La montaña, que es el resultado de la experiencia de un viaje a Cantabria[39]. El poemario cuenta el fuerte impacto emocional sufrido por el poeta, cuando siente el peso físico de la creación (alturas vertiginosas, profundos precipicios, perenne niebla y llovizna) y padece una aguda conmoción espiritual. La causa es el descubrimiento traumático del poder de Dios y la comprobación definitiva de su abandono y, por tanto, de su soledad. Entonces siente la necesidad de componer este libro, que marca un antes y un después en su vida y su poesía: «Miro las cumbres; piedras / altas, horas en vuelos. / Intento yo encontrarme / a mí mismo en el cuerpo. / Me palpo con las manos / y casi no me encuentro. / Me voy cerrando sombra / por el desfiladero. / La tierra de mi carne / se me va deshaciendo»[40].
A final de los años 50, realiza varios viajes a Madrid donde se relaciona con escritores relevantes[41], participa en las Veladas Artísticas del Colegio de Practicantes e interviene en el Día de la Poesía del Hogar Extremeño. También por estas fechas visita Salamanca, junto a Manuel Pacheco, para dar un recital invitado por Lázaro Carreter; publica poemas en revistas como Euterpe (Buenos Aires), Ritmo (Madrid) y Rocamador (Palencia) e intensifica sus relaciones con el ambiente cultural de Badajoz.
Animado por Antonio Zoido, a mediados de 1958, participa en la Campaña de Educación Fundamental, que fue organizada por la Junta Nacional contra el Analfabetismo en la Siberia extremeña, comarca deprimida del noreste de la provincia de Badajoz. Este proyecto llevó información y cultura a zonas alejadas de los focos más activos. Valhondo interviene en charlas sobre la poesía y el libro y en recitales, junto a Luis Álvarez Lencero, Manuel Pacheco, Juan José Poblador y el mismo Zoido[42].
En septiembre de 1960 se traslada a Mérida, donde se integra enseguida y participa en numerosas actividades culturales como la revista hablada Arco o la I Bienal de Pintura Extremeña. Al mismo tiempo, atiende a su labor de maestro (que aún recuerdan sus antiguos alumnos con especial cariño por su humano talante) y se reencuentra con sus orígenes: «Andar a Mérida es ir dentro del alma de Extremadura» declaró. Cansado de vivir en un pueblo donde la vida cotidiana se reducía a la lucha por la supervivencia y al contacto con el dolor, Jesús Delgado Valhondo retorna a su ciudad natal con una enorme ilusión: «Estoy pisándote, ciudad, el alma / de calle a casa, de la noche al día, / sin darme cuenta que me vas ganando, / sin darme cuenta de mi tiempo y vida»[43].
Esta excelente predisposición explica que, desde que llega a Mérida, desarrolle una amplia actividad participando en tertulias y en numerosos actos culturales como conferenciante, mantenedor, pregonero de Semana Santa y presentador de escritores, libros y Fiestas (de la Poesía, del Libro y de la ciudad). Además, junto a Luis Álvarez Lencero y Manuel Pacheco (el «triángulo poético extremeño»), ofrece recitales dentro y fuera de la región, que suscitan la emoción de los oyentes: «Cruzaron aquella noche, por el aire, con sus voces, los restalles trallazos de los látigos de menta de Lencero; los féretros con forma de guitarra de Pacheco; el hombre muerto que Valhondo ve en el fondo de todas las ciudades»[44].
En estas circunstancias edita su Primera antología[45], donde incluye Aurora. Amor. Domingo libro que, a pesar de su génesis alentadora, es la crónica lírica de un ideal frustrado. El poeta quiere crear una ciudad perfecta, libre de presencia, quimeras y limitaciones humanas, pero se encuentra ocupada por los mismos seres, imperfectos y finitos, que había descubierto en La muerte del momento, y comprende que la ciudad deshabitada sólo existe como ideal lírico. Esta conmoción, unida al hecho de que a estas alturas de su obra poética ya estaba invadido por el desencanto de su búsqueda de Dios, aumenta su angustia y su desesperanza: «Y el hombre -fracaso eterno- / con su historia meditada / y con su monotonía / de paredes hechas páginas, / que va leyendo y leyendo / cada día, cuando pasa / con su pan y su trabajo / su cáncer creciendo entrañas, / de este lado para el otro: / melancólica nostalgia. / Y va buscando la muerte / como quien busca almohada»[46].
En 1963, el poeta palentino José María Fernández Nieto le edita en su Colección de Poesía Rocamador El secreto de los árboles. En este poemario, Valhondo expone el desencanto vital al que llega después de cerciorarse de que no tiene poder para crear (acaba de sufrir el fracaso de construir con la palabra una ciudad ideal). Dios sigue con su empedernido silencio sin ofrecerle ayuda y el ser humano tampoco puede socorrerlo porque, igual que él, es imperfecto y se encuentra desamparado, naufragando en la vida sin recurso alguno para mitigar sus limitaciones: “Dolor en carne viva. / Ciudad de espaldas. Lobos / del amor. Lejanías. / Sombras en abandono”[47].
En septiembre de 1965, buscando un ambiente cultural más activo, se traslada a Badajoz[48] donde enseguida organiza y participa en actividades culturales como el I Curso de Verano y la revista hablada Alcazaba o colabora en el periódico Hoy editando artículos, semblanzas, ensayos, comentarios de libros, crónicas[49] y una página literaria con la que realiza una loable divulgación de escritores de dentro y fuera de Extremadura. De esta forma mantuvo durante años una tribuna crítica que, por su carácter periódico y persistente, tuvo eco en toda Extremadura[50].
En agosto de 1967, participa con Manuel Pacheco y Luis Álvarez Lencero en un recital poético, que se celebra en la Universidad de Cádiz por mediación de José María Pemán. Un año después, interviene en una lectura poética junto a Pacheco y pronuncia una conferencia sobre poesía en la Universidad de Salamanca, invitado por Juan Ruiz Peña. Este catedrático dirigía, junto al abogado José Ledesma Criado, la Colección de Poesía Álamo donde, en junio de 1969, aparece ¿Dónde ponemos los asombros?, libro en el que describe el estado espiritual del ser mediocre sin anhelos y sin albedrío, en que lo van convirtiendo la desorientación y el desencanto. La causa es la falta de esperanza de encontrar a Dios, una vez que se ha percatado de que sus semejantes ni son capaces ni tienen intención de colaborar en la búsqueda de soluciones a sus comunes problemas trascendentales. Como consecuencia debe sortear los obstáculos de la existencia en la más absoluta soledad, sin nadie con quien compartir sus emociones y sin posibilidad alguna de resolver sus dudas: «¿A quién contamos los asombros? / ¿Dónde ponemos los fracasos? / ¿A quién que mañana es domingo / y no lo sepa? / Un mal trago / para beberlo sólo / y sólo pasearlo”[51].
El 6 de enero de 1970 muere su hermano Juan y sufre una crisis anímica pues, aparte de ser el último hermano que le quedaba, lo consideraba como un padre. Valhondo plasma su conmoción en una bella y sentida elegía, que es un ejemplo lírico de sincero amor fraternal: «Ya no está Juan allí, donde quería / verle y hablarle de cualquier cosa. / Es un caído sol de mediodía / que en mi costado como cruz reposa. / ¿Quién si no estás? Ya Cáceres vacío»[52]. Este hecho viene a agravar aún más el desencanto que ya sufre por la falta de atención al espíritu, los intereses particulares, la monotonía y la mediocridad que presiden la vida en la capital de provincias donde vive. Tales detalles contribuyen a que comience a sentirse incómodo en la ciudad adonde, pocos años antes, había llegado con una gran ilusión: «Voy a tirar de la manta / para ver lo que debajo vive. / Hay que deshacer entuertos / para que reine la hermosa vergüenza / del cansancio. / […] / Me noto un poco extraño. / Un tanto raro. / Un pobre hombre […]‘«[53].
En 1971, entra en contacto a través del poeta uruguayo Hugo Emilio Pedemonte con el grupo Ángaro de Sevilla y su director Manuel Fernández Calvo, que le publica Canas de Dios en el almendro, una recopilación de poemas religiosos de sus libros editados, donde expone su relación con Dios y las razones que lo han llevado a buscarlo desesperadamente: «¡Buenos días, Señor, porque te quiero / y has hecho que despierte tan temprano! / Buenos días, Señor, aunque por simple / no merezca este día ser nombrado. / Buenos días, Señor, a ti el primero / que eres historia y sangre de mis años»[54]. Su título procede de estas reflexiones del poeta: «El almendro es la adelantada de la primavera. Hay cosas que me alegran extraordinariamente: Ver los almendros floridos cuando aún es invierno y la llegada de las cigüeñas (y de las golondrinas). El almendro es el árbol donde a Dios se le enredan las canas»[55]. Los poemas seleccionados pertenecen a La esquina y el viento, La muerte del momento, Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros?
Tres años más tarde, el grupo sevillano le edita su siguiente libro de poemas La vara de avellano (1974), donde transmite su frustración definitiva. Cotidianamente, ha acabado convirtiéndose en el ser mediocre que venía temiendo, al no ser capaz de criticar la hipocresía y la superficialidad que detecta en su entorno y, sin embargo, seguir participando de ellas como un ser intrascendente y sumiso. Y, espiritualmente, su último intento de recuperar a Dios termina en fracaso, porque no se siente capaz de comprender ni cambiar nada, mientras se encuentra cada vez más acuciado por la soledad, el tiempo y la muerte: «De esta calle nunca jamás saldré, / larga como una muerte en el camino, / sin raíz y sin cielo que sostenga / nuestra manera de entender la vida. / No conocemos nada. Nadie escucha / y es inútil quemar la voz gritando / desesperadamente en el vacío. / Calle de la nada. Larga calle. / Oscuro y silencioso pasa el hombre / todos los días por el mismo sitio / de siempre»[56]. Ahora, el poeta es un pobre espiritual sin capacidad de idealizar el paisaje y sin recursos para entender al ser humano. Por tanto, los dos caminos a través de los que creyó poder alcanzar a Dios, se le han cerrado y el poeta cae en la decepción total, pues ya no le quedan más recursos para reintentar su búsqueda.
En el verano de 1975, Jesús Delgado Valhondo publica su segundo libro de relatos, Cuentos y narraciones[57]. Cuando se produce la transición política, creyó que había llegado el momento de comprometerse personalmente y pasar a la acción. Entonces se decide a intervenir en política, porque tenía la ilusión de poetizarla para que influyera positivamente en la vida cotidiana y en la cultura de la gente común. Sin embargo, aunque consigue ser teniente de alcalde y concejal de cultura de Badajoz con la UCD, enseguida sufre una fuerte decepción, porque no logra llevar a cabo sus objetivos culturales ni solidarios. Entonces desencantado (esta experiencia negativa le daba la razón sobre su pérdida de esperanza en el ser humano), busca un retiro en la aldea de Santo Domingo de Olivenza donde adquiere una casa, que se convertirá en su refugio.
No obstante, en 1978, gana el Premio de Poesía Hispanidad del Monasterio de Guadalupe (Cáceres) y la editorial Universitas (Badajoz) le edita un nuevo libro de relatos, Ayer y ahora. En 1979, también esta editorial le publica Entre la yerba pisada queda noche por pisar, que es una antología donde reúne una selección de poemas de sus libros editados[58]. Además, la Institución Cultural Pedro de Valencia de la Diputación de Badajoz le edita Un árbol solo, su libro clave, donde recoge ese sentimiento de soledad, que tan tempranamente había experimentado y que ahora se había convertido en angustioso. Ya no le quedaban recursos en el cielo para abrigar esperanzas de encontrar a Dios y recabar su ayuda, ni en la tierra donde sobrevivía junto a unos semejantes que, lejos de suavizar sus agudos problemas existenciales, contribuían a aumentarlo: «Hacen planos: todos nos reímos. / Hacen proyectos y todos nos reímos. / Hacen historia y todos nos ponemos a llorar / al mismo tiempo»[59].
Un árbol solo es el libro capital de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, porque se trata de una síntesis de su vida espiritual donde resume detalladamente el proceso de su búsqueda de Dios y su posterior fracaso, que lo ha arrastrado a la soledad y a la desorientación en una realidad, que no es capaz de entender. Además, Un árbol solo es una trascendente meditación sobre la soledad humana, que el poeta entiende como la traducción del dramático destino del ser humano y de su trágica inmutabilidad. Y, también, es la queja honda y, a la vez, el grito valeroso del poeta ante la imperfección humana, la fragilidad de la existencia, la desorientación, el frustrado anhelo de llegar a la divinidad, la destrucción a que lo lleva el tiempo, la soledad y la muerte: «(Pongo la frente en el barro obstinado, / la palma de las manos, mi corazón dormido, / implorando la voz que me responda)»[60].
En febrero de 1979, Jesús Delgado Valhondo se jubila con 45 años de servicio docente y sufre una crisis emocional, porque se siente un ser inservible[61]. Desde entonces se retira con frecuencia a su casa de la aldea, en la que se entretiene componiendo canciones e himnos o desde donde realiza rápidos viajes para participar en alguna actividad.
En 1982, edita Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre. Las dos ediciones se deben a que Jesús Delgado Valhondo, apremiado por Ángel Sánchez Pascual que vio un buen momento para editar Inefable domingo de noviembre en la I. C. El Brocense, se lo envió precipitadamente en un borrador que contenía tachaduras y reelaboraciones. Pero este proyecto de edición se paralizó y entonces Sánchez Pascual, para aprovechar otra posibilidad de publicación, envió el original al premio Bahía de Algeciras donde se le concede un accésit. Mientras, en Cáceres fue aceptada la edición de Inefable domingo de noviembre y, después de ser corregido por el poeta (de ahí que considerara esta edición la auténtica) de acuerdo con la primera redacción, el libro es editado. Cuando Bahía conoce este hecho, protesta ante la I. C. El Brocense y Jesús Delgado Valhondo, para evitar problemas, acepta que el libro se edite en la colección gaditana siguiendo la redacción que respetaba las tachaduras y reelaboraciones, reducía la denominación del poemario a Inefable noviembre, incluía poemas con títulos nuevos o cambiaba algunos de lugar o los omitía, introducía variantes y presentaba una concisión expresiva. Así se evitaba el problema y Valhondo contentaba a Bahía, porque parecían dos libros distintos.
En Inefable …, Jesús Delgado Valhondo hace patente el desencanto y la desorientación que sufre ante la constatación de que el ser humano no tiene capacidad para resolver sus grandes interrogantes, ni discernir entre el bien y el mal para construir un mundo mejor. Inefable … es, también, una justificación del estado melancólico, triste y escéptico en que ha caído: «Siempre estamos esperando a alguien / porque no sabemos quiénes somos / y necesitamos revelarnos en otros. / Impresionante bodegón humano. / Autopsia a la persona, / brochazo de color enaltecido, / nos funde y nos confunde. / Voz baja de paréntesis. / Malherida la imagen. / Así será porque así era. / Una tragedia suntuosa»[62].
En 1986, el Patronato de la Biblioteca Municipal de Mérida le publica Abanico, un libro donde Jesús Delgado Valhondo recopila poemas de amigos poetas sobre varios lugares de su ciudad, y la Diputación Provincial de Badajoz le edita Cuentos, otro libro de relatos.
En 1987, Juan María Robles Febré le publica en sus Cuadernos Poéticos Kylix, Ruiseñor perdido en el lenguaje. Su primera parte, titulada «Jesús Delgado», es una rememoración nostálgica y melancólica de su existencia que ahora, por edad, está llegando a su fin: «Me arrincono para verme distante, / hablando solo. Me engaño. / Mi novia, primavera, / abril y mayo. / Sus cabellos son rubios, / sol hilado, / de oro / ensortijado, / en ellos meto los dedos. / Juego. Me canso»[63]. En su segunda parte, Ruiseñor perdido en el lenguaje, es otra justificación del estado escéptico que soporta al final de su vida, cuando intenta usar el amor como último recurso para superar a la muerte (de ahí su título, «Poemas de amor para la muerte»), y tras el fracaso resultante, acabar insistiendo en los temas preocupantes, que lo mantenían angustiado en esta etapa crepuscular de su vida: la lejanía del pasado, la nebulosa de los recuerdos, la fugacidad del tiempo y la proximidad de la muerte: «Libro mi corazón para la historia / que nadie ha de leer. Y yo he de irme / sin saber dónde está la primavera. / Paloma que me arrulla la memoria, / palabras del olvido en que morirme / y no saber la pena de quién era»[64].
En 1988, aparece editada por la Diputación de Badajoz y la Editora Regional de Extremadura Poesía, que es una recopilación de sus libros de poemas publicados hasta el momento. En Poesía, cuya introducción fue realizada por Ángel Sánchez Pascual, se incluye además un nuevo poemario titulado Los anónimos del coro, cuya inspiración Valhondo encontró en el teatro romano de Mérida, donde percibía la emanación de los seres que lo habitaron y hallaba sus propias raíces en el rastro de existencia vivida, que habían dejado aquellos seres anónimos y perdidos en la memoria del tiempo: «Alguien estuvo en este mismo sitio / que ahora ocupo. / Noto su vacío suceso rodeándome. / Acaricio lo que todavía queda / del cuerpo del hombre de la historia. / Tiene peculiar forma y manera de existir»[65].
El 5 de julio de 1988, la Junta de Extremadura le concede la Medalla de la región por sus méritos humanos, profesionales y literarios. En 1990, la Editorial Menfis de Badajoz le edita El otro día, su último libro de relatos y, en 1992, termina Huir[66], su último libro de poemas. Este libro es su testamento lirico-espiritual, donde recoge la justificación de los motivos que lo empujaban a aceptar la huida como medio de liberarse de su carga existencial («Huyo para librarme / de este largo cansancio / […] / Huyo para esconderme / […] / Huyo para perderme / [… ] / Huyo para escapar de lo que debo a la vida»[67]), el escepticismo que lo invade en los últimos momentos de su existencia y un adiós a la vida, al ser humano y al mundo a los que, a pesar de sus tremendos esfuerzos, no había logrado entender. De ahí que Huir sea el resumen de su concepción desencantada de la existencia y de la condición humana por la indiferencia de un Dios distante y mudo ante los problemas trascendentes del hombre: «La vida es una huida / busca nada ganada / […] / querida requerida / que si odiada es amada. / Hombre que solo soy / cuerpo de no sé dónde / olvidado y atrás. / Y como todos voy / a una luz que me esconde / para siempre jamás»[68].
El 9 de julio de 1993, el Ayuntamiento de Mérida lo nombra hijo predilecto de la ciudad y el 23 de ese mismo mes muere en Badajoz. Al día siguiente es enterrado en el cementerio de su ciudad natal. En su lápida se puede leer este significativo epitafio: «Ya soy tierra extremeña».
POÉTICA
La obra lírica de Jesús Delgado Valhondo es un todo unitario y coherente, cimentado en un contenido existencial, filosófico y religioso, que se moldea en el caudal del verso y traduce su sentir en forma de mundo propio donde se encuentra recogida su poética, es decir, los fundamentos de su arte de poetizar.
Estos contenidos y formas particulares se encuentran repartidos no sólo en su poesía sino también en el resto de las manifestaciones de su obra literaria en prosa, pues Valhondo siempre impregnaba sus composiciones escritas e incluso sus intervenciones orales de un trascendente lirismo, inducido por ese hondo sentimiento con que percibía la realidad: «Jesús se transformaba en Delgado Valhondo, cuando los rasgos del amigo se desvanecían para dar paso al perfil del poeta; de un poeta hondo, cuyos versos pueden no traducir lo ‘vivido’ pero sí lo ‘sentido’, virtud que proporciona a la gran poesía su radical autenticidad»[69].
La poética de Valhondo, emocionalmente, se sustenta en una personalidad de un ser cotidiano con una extraordinaria sensibilidad, que tuvo la capacidad de transmitir líricamente sus anhelos y de implicar a otros haciéndolos partícipes de las intranquilidades de su espíritu. El medio utilizado fue una voz cálida, directa, transparente y confidencial, a través de la que se descubre un corazón sensible y amplio, instalado en un ser maduro que gozó de un consistente talante reflexivo: «Estos ojos donde se escucha la ternura, han llorado muertes como rayos, han visto mundos que jamás verá nadie. Estos ojos amasados por el dolor, ebrios de soledad y de lúcidas ansias, son los que ahora repasan viejos versos, acarician la copa o el humo. […] Su poesía es como el vino de solera: penetra suave, pero hondo. Y cuando queremos darnos cuenta ya nos está matando por dentro»[70].
Pero, además, la poética del ser común, que fue y se sintió Valhondo, se basa en una poderosa capacidad de asombro. Consciente de su condición humana y de formar parte del mundo, se interesó y se preocupó por todo hasta el punto de convertir en trascendentes sus vivencias cotidianas. Reconocía en la infinitud del universo el poder de Dios y concebía la existencia del ser humano como un milagro que lo mantenía continuamente asombrado: «Huele el paisaje a limpio, a tierra y cielo limpio, / el silencio se rompe en trozos de mañana. / Dios me mira contento desde sus grandes horas / en el momento justo de abrir yo mi ventana»[71]. Sin embargo, esta postura ante el asombro lo llevó a tener una concepción dialéctica de la realidad y a plantearse numerosas preguntas sobre la condición humana y su situación en el mundo. Cuando no obtuvo respuestas, inició una búsqueda desesperada de Dios para que se las proporcionara y, ante su empecinado silencio, se angustió: «La Nada abre las alas / y me picotea. / El alma abre las alas / y quiere arropar a Dios. / Y Dios se escapa»[72].
Por esta razón, su obra poética se asienta en una concepción vital, arraigada en los principales razonamientos filosóficos sobre la existencia, intentando desentrañar los misterios de un mundo y un ser humano que necesitaba entender, entre otros motivos, para comprenderse. Este deseo de autoconocimiento perseguía el objetivo de encontrar alguna razón al dolor y a la soledad del ser humano y entender la insufrible contradicción que le suponía sentirse parte de la divinidad y, al mismo tiempo, ser tan imperfecto física e intelectualmente: «¿Quiénes somos? ¿Por qué existimos? / ¿Dónde, Señor, iremos? / Nunca sabremos nada / mar insondable de momentos»[73].
Para dilucidar estas interrogantes, Jesús Delgado Valhondo tomó de la tradición mística la idea de que la vida es un camino en pendiente y con obstáculos, que el ser humano debe superar para merecer el contacto con Dios. El anhelo ascético de perfección es el medio para salvar las pruebas que la existencia le va poniendo a lo largo del recorrido antes de la unión con la divinidad: «Cuántas ansias de alcanzar el monte mío, / lo que me vence. Subo enloquecido, / lleno de impaciencias / parezco un suicida enamorado»[74]. El encuentro es la recompensa a tanto esfuerzo, porque Dios lo espera con los brazos abiertos para consolar sus pesares y concederle un regalo extraordinario, la inmortalidad, igual que se la otorgó a Jesucristo por aceptar su calvario: «Vamos, hermanos, subiremos juntos, / que el último escalón casi se alcanza, / que llevamos dolor y unos asuntos / y debajo del brazo la esperanza»[75].
Valhondo, que ya en Las siete palabras del Señor expuso esta concepción espiritual de la existencia deseando fervientemente imitar a Cristo, comienza esperanzado a subir la pendiente pues, aunque la subida es dura, piensa que «la ambición más digna del hombre es subir. […] El alma busca la altura. Subir como las aves como la estrella. Subir aunque sea para desprendernos del barro, de la miseria, de los reptiles. Subir para engrandecernos, para dilatarnos, para respirar mejor. […] Tramo a tramo vamos subiendo. Subiendo la montaña de la vida. No importa que la cima esté lejos y el camino escabroso y duro. Más sabor delicioso nos proporciona el misterio de la ascensión. A más altura, más fruto. Ascender es mejorar. Si es alta la cumbre más cerca estará el cielo»[76]. Pero pronto advierte que Dios no se le manifiesta y los obstáculos son insalvables sin su ayuda. Entonces se ve invadido por un sentimiento de pesadumbre al comprobar paulatinamente que nunca va a obtener respuestas, pues está solo en medio de un enigmático misterio. De ahí que acabe su recorrido vital angustiado y escéptico: «Ya van nuestras palabras ordenando: / detrás de los despojos yo distingo / a Dios sentado allí, como esperando / nuestro cansado rostro de domingo»[77].
En este arraigado sentido religioso y filosófico es donde se encuentra la trascendencia de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, pues fue muy consciente de la estrecha vinculación que el ser humano tiene con la divinidad y, a la vez, de su fuerte dependencia. Por este motivo, como ser vinculado, experimenta una acentuada necesidad de establecer contacto con Dios, su origen y su destino y, como ser dependiente, abriga unos imperantes deseos de buscar respuestas a sus múltiples interrogantes y, como consecuencia, de hallar a quien se las podía responder: «Alma, tengo temor a la caída / de ese pozo secado por la nada, / de los años vividos en el tiempo / de la verdad de aquellas esperanzas. / ¿Dónde, Dios, tu regazo para el sueño? / ¿Dónde, luz, el dominio para el alma? / ¿Dime, Señor, en dónde, dime dónde, / ese potente mar de la alborada?»[78].
Esa proximidad que necesitó mantener con Dios explica que Jesús Delgado Valhondo sintiera una patente religiosidad y la cimentara en un rico mundo espiritual, que es producto de una agónica reflexión. De ahí que su conciencia de hombre religioso (no de poeta que trataba el tema religioso) lo arrastrara a anhelar constantemente a Dios que, por un lado, le daba sentido a su vida y, por otro, lo llenaba de tristeza y desesperanza, porque se le escapaba con frecuencia y no le daba solución a su desamparo ni calma a sus temores ni respuestas a sus preguntas, que cada vez se le hacían más agudas en su soledad espiritual: «¿Quién quedará en nosotros / si cobardes huimos? / ¿Quién quedará esta tarde / en lo desconocido? / Pregunto: ¿Qué será / lo que llaman destino?[79].
La religiosidad de Jesús Delgado Valhondo, por tanto, no fue motivada por su indagación en el existencialismo filosófico sino por la influencia de la vida cotidiana, donde comprobaba diariamente con estremecimiento sus limitaciones físicas e intelectuales, notaba en su cuerpo el paso y el peso del tiempo y ansiaba la presencia de Dios para aclarar su desorientación. Mientras, subía trabajosamente a la cima de una inalcanzable montaña, en la que esperaba encontrar el descanso y las respuestas a sus anhelos terrenos y eternos de hombre cualquiera, que elude los elevados planteamientos metafísicos y se centra en conseguir el contacto directo con Dios, dejándose llevar por su originaria ligazón con la divinidad, a la que se siente unido por un vínculo donde se mezcla el amor, el miedo y el despecho. Esta combinación emocional provocó que sufriera frecuentes vacilaciones religiosas y, unas veces, se mostrara convencido y, otras, fuera muy crítico: «Se irrita un sacristán, se duerme un cura, / se aburre un santo de su misma imagen, / se preguntan los muertos cuatro cosas: / a cuánto estamos y si faltaba alguien, / si merecía la pena / volver al mundo unos instantes, / si estar muriendo / era tan importante. / Domesticada y condenada historia, / siglos y siglos, de pasión y de cárcel»[80].
Además, Jesús Delgado Valhondo fue un ser consciente de pertenecer a un paisaje y a una tierra determinada, Extremadura, a la que se sintió tan hondamente unido que fue el soporte físico de sus planteamientos espirituales y religiosos. En el paisaje veía la manifestación material de Dios y en su obra (animales, plantas e, incluso, tierra y piedras) la muestra de su portentosa creatividad y el lugar donde se iba a producir el encuentro tan deseado. Esta es la razón de que siempre se sintiera profundamente impresionado ante el paisaje, lo amara apasionadamente («El principio de amor a la Patria está, sin duda, en el paisaje»[81]) y estuviera convencido de que el paisaje era el mejor libro para enseñar al niño a conocer y a entender su tierra y, por extensión, el mundo («Creemos que es primordial en un programa de Educación que el niño conozca su paisaje con todos los elementos que lo integran, plantas, minerales, animales … y sensaciones en sus sentidos: olor, color, formas, etc. Después, el niño comprenderá mejor al pueblo -que generalmente vive del paisaje-, la región, la provincia, la patria. Hasta llegar por este medio a un concepto claro del mundo»)[82].
Este poderoso arraigo lo lleva al convencimiento de que tiene un papel fundamental que desempeñar dentro de la concepción universal de Dios, aunque se sintiera un elemento insignificante dentro de la grandiosidad de la naturaleza. Por este motivo, el poeta establece con el paisaje una estrecha relación espiritual, cuya razón se encuentra en el convencimiento de que había surgido del paisaje y, por tanto, al paisaje pertenecía y, finalmente, al paisaje volvería cuando su cuerpo fuera entregado a la tierra. Así, es lógico que Jesús Delgado Valhondo experimentara en su propia carne sentimientos de estar ligado a Dios a través de la tierra, cuya alma era el paisaje, «el mejor ladrón del corazón humano», según afirmó. Por esa razón, iba con frecuencia al campo a contemplarlo, a escucharlo, a sentirlo física y espiritualmente: «Me entusiasma el campo, porque me encuentro más profundamente a mí mismo», aseguró. El amor por su tierra y su gente y la visión trascendente que tenía de ellas la dejó expuesta en el «Canto a Extremadura», extraordinaria reflexión sobre su paisaje y los seres que lo habitaban: «Encinar extremeño, mis heroicas encinas, / mis sufridas encinas milenarias y llenas / de cigarras, de tórtolas, de olor de campesinas / como si fuese sangre sin encontrar sus penas»[83].
Luego, cuando se sienta invadido por la angustia de hallar a Dios y decepcionado por su silencio, empleará el paisaje como un medio para llegar a Él. Pero ni el paisaje ni los seres que lo habitaban lograrán calmar su desazón porque, aunque procedentes de la divinidad, también estaban llenos de imperfecciones. Entonces toda su concepción panteísta, que intentaba identificar a Dios con el mundo para obtener una explicación razonada de la realidad, se le vendrá abajo: «Hay en el cielo un campo lleno de flores rotas, / de atardeceres muertos y de llaves en llamas. / Un campo donde tienden el cuerpo los días / alguien que silencioso siempre nos adelanta»[84]. El resultado es la decepción y la soledad: «En medio del paisaje, / en la llanura, / trémulo de emoción, / un árbol solo»[85].
Esa correspondencia entre vida y poesía, a la que dio lugar el compromiso adoptado por Jesús Delgado Valhondo con su condición humana y su entorno, propició que su poética se caracterizara por la naturalidad de su palabra cercana y familiar. El carácter común del ser humano, que convirtió en protagonista de su obra poética. La necesidad de su búsqueda de Dios y la esperanza en un mundo menos artificial y más humano. El vitalismo mostrado hasta el último momento de su vida como medio de superación personal y remedio para calmar sus intranquilidades. La melancolía que le produjo el obstinado silencio de Dios desde el comienzo de su obra y su conversión en una lacerante angustia. Las contradicciones padecidas cuando adoptó el compromiso de explicarse los enigmas que lo rodeaban. El inconformismo ante ciertas verdades establecidas. Su interés por llegar al conocimiento profundo del ser humano, del mundo y de sí mismo. La base intelectual en la que se asienta su meditada obra poética. Y la espiritualidad que trascendentemente impregna toda su poesía, dándole el tono que es sólo característico de Jesús Delgado Valhondo: «Mis manos -extrañas manos-, / extraños queridos seres. / Por un camino de ciego / tactan momentos latentes. / ¡Qué soledad, qué serena / soledad reposan siempre! / Haz de silencios, mañana, / cruzadas sobre la muerte»[86].
Otros conceptos claves se hacen patentes en la configuración de su poética, conformando ese modo singular de decir con una eficaz combinación de sentires y reflexiones. El dolor es concebido como bálsamo y fortaleza del espíritu y, a la vez, como muestra de su angustiosa lucha espiritual[87]. El silencio, la soledad y la meditación le proporcionan sutiles emociones que, sabiamente combinadas, le ayudan a crear la situación propicia para la reflexión lírica y el intento de comprender mejor el mundo y sus enigmas[88]. La pena y la tristeza ambientan emocionalmente sus intranquilidades espirituales y las convierten en materia poética[89]. El asombro ante el misterio alienta su indagación y, al mismo tiempo, su búsqueda de respuestas. El tiempo y la muerte se manifiestan como dos obstáculos insalvables que, sin embargo, imprimen fuerza vital a su voz poética. La educación surge como una necesidad del espíritu, que se debe rociar con una buena dosis de poesía, porque Valhondo pensaba que se debía educar el corazón y no instruir el cerebro. La palabra resulta un medio de expresión que preocupa al poeta sobremanera, sobre todo cuando advierte que con ella no puede transmitir exactamente lo que deseaba[90]. Y, por último, la tarea poética toma un carácter trascendente, pues pensaba que era necesaria en una sociedad materialista donde los poetas realizaban un acto de caridad poniéndole nombre a lo que no lo tiene e indagando en la misteriosa realidad para intentar explicarla: «El temblor del color / dora el tiempo. / El espacio se cierra / en su canción de luz. / Nos conformamos cada mañana / con la frase del verso»[91].
Como consecuencia de estas reflexiones teóricas y de la lucha de Jesús Delgado Valhondo por plasmarlas en palabras exactas con un sello propio, su lírica tiene unos rasgos definitorios que conforman su voz personal y lo distinguen nítidamente de otros poetas contemporáneos: La autenticidad de su palabra sincera. La humanidad que preside su labor lírica. La independencia que mantuvo sin olvidarse de la tradición ni de las tendencias del momento. La forma personal que hizo propia sólo de su voz al exponerla por medio de una sencillez elaborada cada vez más esencial con el objetivo de penetrar mejor en el conocimiento personal del mundo. La particularidad de su modo de decir, cercano a los asuntos diarios y, a la vez, a la universalidad de los seres humanos, a los que concebía como uno solo con los mismos sentimientos. Su concepción dual de la literatura como medio de exponer su discurso con más perspectiva usando formas pasadas y presentes en una mezcla equilibrada, que no perjudicara a unas en beneficio de las otras. Su concepción existencial, filosófica y religiosa no sólo de la vida sino también del hecho poético. Y, en fin, la responsabilidad que mostró en su quehacer lírico, imprimiéndole un sentido hondamente extremeño, que aflora en el «Canto a Extremadura»: “El trigal son los mares que anhela el extremeño, / el mar donde la sangre suda sus esperanzas, / el mar donde la tarde tiene puesto su empeño / de morir lentamente sobre doradas lanzas”[92].
Por último, completan el rico mundo poético de Jesús Delgado Valhondo una amplia relación de símbolos, que concibió para exponer literariamente sus sentimientos en torno a conceptos claves de su concepción vital. Sus tres símbolos fundamentales fueron el árbol solo, la montaña y la huida: El árbol solo sintetiza el origen y la razón de ser de su obra poética, que inició cuando tomó conciencia de su soledad. La montaña materializa el espacio donde esperaba encontrar explicaciones a sus múltiples interrogantes. Y la huida simboliza la única salida practicable a su angustia, cuando su esperanza se agota ante los continuos silencios de la divinidad y el fracaso de su búsqueda lo lleva a decepcionarse sin remisión. Otros símbolos aparecen en su poesía para traducir líricamente su concepción estremecedora de la existencia: la alameda, el ahogado, el cadáver, la calle, el camino, la cima, la ciudad, el corazón, la cruz, el espejo, la esquina, el abismo, la guitarra y la canción, la luz y las sombras, el mar, el museo, la niebla y la tarde de domingo, la noche y el sueño, el retrato, el río y el tren: «Delante, / en medio, / detrás. / Caemos según vientos. / Somos nosotros: simplemente. / -¡Pasajeros al tren!-. / Un tren que siempre marcha / dejando inquietas estaciones / al lado del camino»[93].
OBRA LITERARIA. POESÍA
El núcleo de la obra literaria de Jesús Delgado Valhondo es su producción poética. Pero también escribió en prosa con idéntico nivel de calidad varios cientos de artículos en periódicos y revistas, comentarios de libros, crónicas, ensayos, cartas, intervenciones orales (presentaciones, conferencias y pregones), letras de himnos y canciones, obras de teatro, prólogos, semblanzas, una novela titulada Isaac y cinco libros de relatos: Yo soy el otoño (Cáceres, Cuadernos Alcántara nº 5, 1953), Cuentos y narraciones (Cáceres, Tipografía Editorial Extremadura, 1975), Ayer y ahora (Badajoz, Universitas, 1978), Cuentos (Badajoz, Diputación Provincial, 1986 -1ª ed.-, 1993 -2ª ed.-) y El otro día (Badajoz, Menfis, 1990)[94].
La poesía de Jesús Delgado Valhondo se encuentra recogida en un conjunto lírico que, denominado «Obra poética» por él mismo, está formado por dieciocho libros de poemas:
Canciúnculas (elaborado de 1930 a 1935; inédito hasta la presente edición).
Las siete palabras del Señor (compuesto en 1935; idem).
Pulsaciones (escrito entre 1935 y 1940; idem).
Hojas húmedas y verdes (Alicante, Col. Leila, nº 6, 1944).
El año cero (San Sebastián, Col. Cuadernos de Poesía Norte, nº 13, 1950).
La esquina y el viento (Santander, Col. Tito Hombre, nº 11, 1952).
La muerte del momento (Gévora, Badajoz, nº 32, 1955).
La montaña (Santander, Col. La Cigarra, nº 2, 1957).
Aurora. Amor. Domingo (en Primera Antología, Badajoz, Diputación Provincial, 1961, pp. 115-154).
El secreto de los árboles (Palencia, Col. Rocamador, nº 31, 1963).
¿Dónde ponemos los asombros? (Salamanca, Col. Álamo, nº 9, 1969).
La vara de avellano (Sevilla, Col. Ángaro, nº 40, 1974).
Un árbol solo (Badajoz, Diputación Provincial, I. C. Pedro de Valencia, 1979 -1ª ed.-, 1982 -2ª ed.-).
Inefable domingo de noviembre (Cáceres, I. C. El Brocense, 1982).
Inefable noviembre (Algeciras, Col. Bahía, nº 16, 1982).
Ruiseñor perdido en el lenguaje (Sevilla, Cuadernos Poéticos Kylix, nº 2, 1987).
Los anónimos del coro (en Poesía, Badajoz, Diputación Provincial y ERE, 1988, pp. 315-346).
Huir (Badajoz, Del Oeste Ediciones, Col. Los Libros del Oeste, nº 1, 1994 -1ª ed.-, 2002 -2ª ed.-)[95].
Muchos de los poemas incluidos en estos libros fueron seleccionados por Jesús Delgado Valhondo para ser reeditados en sus cuatro antologías: Primera antología (Badajoz, Diputación Provincial, 1961), Canas de Dios en el almendro (Sevilla, Col. Ángaro, nº 23, 1971), Entre la yerba pisada queda noche por pisar (Badajoz, Universitas, 1979 -1ª ed.-, 1993 -2ª ed.-) y Segunda antología (en Entre la yerba pisada queda noche por pisar, pp. 105-161). En 1988, sus libros editados (desde Hojas húmedas y verdes hasta Ruiseñor perdido en el lenguaje) más Los anónimos del coro (inédito en aquel momento) fueron reunidos en Poesía (Badajoz, Diputación Provincial y ERE, 1988). Y toda su poesía es publicada en esta edición, Poesía completa de Jesús Delgado Valhondo (Mérida, ERE, 2003).
Completan la poesía de Jesús Delgado Valhondo un extenso poema titulado “Canto a Extremadura” (Gévora, Badajoz, nº 44-45, 1956) y otros muchos editados en revistas de Navidad, Ferias, Semana Santa y poéticas: ABC (Madrid), Ágora (Madrid), Álamo (Salamanca), Alba (Vigo), Alcántara (Cáceres), Alminar (Badajoz), Alor (Badajoz), Alor novísimo (Badajoz), Anaconda (Cáceres), Ángelus (Zafra), Arcilla y pájaro (Cáceres), Arrecife (Cádiz), Arriba (Madrid), Azor (Barcelona), Boletín del militante (Badajoz), Capela (Almendral), Cauce (Huelva), Corcel (Valencia), Cristal (Cáceres), Dabo (Palma de Mallorca), Diario extremeño (Madrid), El correo literario (Madrid), El pozo de la comunidad (Mérida), Espadaña (León), Espiga (Buenos Aires), Euterpe (Buenos Aires), Extremadura (Cáceres), Garcilaso (Madrid), Gaudeamus (Zaragoza), Gemma (Vizcaya), Gévora (Badajoz), Hojas sergas (Almendralejo), Hoy (Badajoz), Humano (Valencia), Índice (Madrid), Intimidad poética (Alicante), Intus (Salamanca), Jara (Badajoz), La isla de los ratones (Santander), Las provincias (Madrid), Lecturas Roger (Barcelona), Litoral (Málaga), Malvarrosa (Valencia), Manxa (Ciudad Real), Mérida (Mérida), Nueva España (Madrid), Nuevo Alor (Badajoz), Olalla (Mérida), Poesía española (Madrid), Poesía hispánica (Madrid), Portus Albus (Algeciras), Revista de estudios extremeños (Badajoz), Rocamador (Palencia), Verbo (Alicante) … Muchos de los poemas editados dispersamente en estos medios no fueron incluidos por Valhondo en su obra poética y han sido transcritos en el apartado “Y otros poemas” de esta edición.
También tiene poemas sueltos en Poesía y en su archivo particular, donde se pueden localizar manuscritos o mecanografiados[96]. Además, Valhondo participó al menos en tres revistas habladas: Alcazaba de Badajoz, Prisma de Almendralejo y Arco de Mérida[97]. Incluso colaboró con canciones espirituales en verso en obras de teatro del autor extremeño Manuel Martínez-Mediero.
No termina aquí la relación de la poesía de Jesús Delgado Valhondo pues, en toda su obra literaria, se pueden hallar momentos de un lirismo sugerente, muy creativo y de una extraordinaria sensibilidad. No es de extrañar, por tanto, que muchos de sus relatos sean auténticos poemas en prosa como «El rosal» de Cuentos y «Anita la de las cañas» de El otro día. Así supieron detectarlo José Canal, que tituló la presentación del primer libro de relatos de Valhondo «Poemas con ‘carne'»[98] o Tomás Martín Tamayo cuando le aseguró que «acabo de leer tus ‘Cuentos y narraciones’. ¡Miente el título! ¡¡POEMAS !! Preciosos, largos y profundos poemas»[99].
Incluso sus intervenciones orales solían encerrar un hondo lirismo como se puede comprobar en este texto de un pregón de Semana Santa: «El sol está ocultándose en Don Benito. Son las ocho y media de la tarde del Jueves Santo. La iglesia parroquial de Santiago tiene abiertas las puertas. Va a salir el Santísimo Cristo de la Buena Muerte para recorrer las calles de la ciudad. Estos atardeceres extremeños son de una intensidad abrumadora. Lentos y sangrantes. Parece como si el cielo abriese sus heridas. Unas heridas que son como flores que se deshojan en pétalos blancos, amarillos, morados, azules, rojos, … Huele a lilas»(1973).
OBRA POÉTICA
La obra poética de Jesús Delgado Valhondo, formada por los poemas recogidos en sus libros[100], cumple las cinco características que debe reunir todo corpus lírico que tenga la pretensión de ser denominado como “obra poética”: unidad, coherencia, extensión, trascendencia y evolución. Es decir, gira en torno al tema central de la soledad humana y la búsqueda de Dios, se encuentra estructurada en cuatro partes perfectamente conexionadas tanto desde el punto de vista significativo como formal, la constituyen dieciocho libros de poemas, contiene una profunda meditación sobre las intranquilidades existenciales que experimenta el ser humano universal y es el resultado de un proceso anímico que va de la esperanza al escepticismo y de una adaptación a cada momento literario de la poesía de la segunda mitad del siglo XX.
Un análisis de estas características advierte el elevado mérito de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, cuya originalidad viene marcada por su condición de obra preconcebida y por la coincidencia de su estructura en cuatro partes con los momentos claves de su evolución espiritual[101].
1ª)PRIMERA PARTE (Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones).
Los poemas de esta parte recogen el estado emocional en que vive el poeta desde que comprueba demasiado pronto su finitud e intenta desentrañar los misterios de su condición humana, su relación con Dios y su situación en el mundo, lleno de intranquilidades que no lo abandonaron nunca.
Esta parte, aunque es el comienzo de su obra poética con vacilaciones, influencias y lugares comunes, lógicos en un poeta novel, resulta fundamental porque en ella se encuentra la base de su poesía madura en contenidos y formas que llevan el marchamo de un poeta personal desde sus mismos inicios. La razón es la carga humana y espiritual que imprime a sus versos, la sincera emoción de un poeta consciente de su tarea lírica y los patentes deseos de comunicación y superación, que se respira en su poesía.
Además, el valor de estos tres poemarios en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo es incuestionable porque, en conjunto, constituyen la espontaneidad más natural, el reconocimiento de la importancia de la tradición en el principio de su obra poética, la amable inconsciencia de la juventud, la confluencia de influjos que se resuelven muchas veces originalmente, la mezcla de tonos heterogéneos, la exposición de los sentimientos más transparentes y el tramo experimental donde se inicia una decidida evolución hacia la madurez.
La temática que Jesús Delgado Valhondo maneja en estos libros es muy variada como consecuencia de su avidez lectora. Canciúnculas trata sobre las intranquilidades anímicas, la sensualidad, los deseos de libertad y la angustia: «Una congoja / absurdamente querida, / se ha enroscado en mi garganta. / […] / Una congoja que me trae ansias de morir»[102]. Las siete palabras del Señor expone la temprana preocupación religiosa de un poeta eminentemente reflexivo, que nota una estrecha vinculación con la divinidad a la que se acerca o de la que se aleja temporalmente dependiendo de sus esperanzas y dudas: «Perdón a todos mis pecados / te ruego, ¡Señor! / Con todo el fervor / te pido, ¡Señor! / perdón»[103]. Y en Pulsaciones, aunque se ha producido una selección temática, quedan los asuntos más preocupantes que aparecen acentuados como se observa en los poemas relacionados con el barrio de San Mateo de Cáceres, donde el poeta subraya la intranquilidad que le produce el misterio de las sombras con sus premoniciones de muerte: «El callejón medio oscuro. / La luna lame un rincón. / Yo no sé por qué secreto / tiene miedo el corazón»[104].
Esta diversidad temática se debe en buena medida a las múltiples influencias de las que se hizo eco Jesús Delgado Valhondo en su etapa iniciática, que descubren sus preferencias más tempranas. De ahí que, en sus primeros libros, haya momentos que recuerdan el idealismo de Cervantes, la espiritualidad de San Juan de la Cruz, el desamor de Bécquer, el existencialismo de Rubén Darío, el intimismo de Juan Ramón, el sentimiento trágico de Unamuno, la melancolía de Machado, la preocupación social de Alberti, la pena de Lorca, el desgarro de Dámaso Alonso y la sutileza de Miguel Hernández. Es decir, en estos libros se encuentra recogida la lírica del sentimiento, a pesar de que por edad Valhondo debía haberse decidido por una poesía menos trascendente. Además, también acoge influencias de la lírica vanguardista y de la poesía popular[105] con las que completaba su atención simultánea al pasado, al presente y al futuro.
Sin embargo, esta extensa adscripción, lejos de poder calificarse como una dependencia, es por el contrario una garantía de que Jesús Delgado Valhondo fue un poeta cimentado en la tradición (tanto popular como culta) y de que estaba atento a las corrientes que despuntaban intentando no estancarse y, a la vez, descubrir nuevos caminos líricos. Esta postura abierta explica que durante años construyera una obra poética, que ha sido calificada como una de las mejores de la poesía española del siglo XX, precisamente por estar edificada sobre una base muy sólida.
El estilo de estos libros, por tanto, se encuentra impregnado con los ritmos típicos del Cancionero, el Romancero, la canción popular y, especialmente, la andaluza y el cante jondo, que Valhondo expresa con la trascendencia de la lírica culta. No obstante, también se localizan características de estilo propias como el ímpetu espontáneo y sincero, la naturalidad, la sencillez elaborada y un rechazo de todo obstáculo formal que pudiera convertir la expresión en artificial, enrevesada, prisionera o falsa pues, desde sus primeros poemas, se detecta un interés inusitado por los planteamientos transparentes y la libertad formal. Estos detalles explican que Valhondo enseguida empezara a ser reconocido como un poeta personal, por directo, sincero e independiente.
La métrica de sus tres primeros libros se caracteriza por el interés en usar la forma sólo como un mero soporte del contenido, pues lo mismo se inclina por el empleo del verso libre como por el medido y rimado en asonante, aunque en contadas ocasiones lo agrupa para formar estrofas y poemas. Es decir, a Jesús Delgado Valhondo únicamente le interesa la forma como un leve soporte, que no desvirtuara lo más mínimo el discurrir de sus sentimientos líricos. Así, la variedad métrica que emplea es una muestra de independencia y libertad, pues muchas veces altera la linealidad que le marca el ritmo repetitivo de un verso, de una rima o de una estrofa para no verse aprisionado en una estructura rígida que obstaculizara la expresión. No es extraño, por tanto, hallar en sus tres primeros libros poemas en que mezcla la rima consonante con versos sueltos o usa la rima asonante en versos pares que tienen distintas medidas o inicia un romance con un decasílabo.
El empleo de imágenes, símbolos y recursos literarios es el aspecto que más llama la atención en el análisis de los primeros libros de Valhondo por su fuerza creativa, que muestra a un poeta novel con un lirismo poderoso y muchas veces original. Por esta razón no resulta raro que, en su primer libro, aparezca el símbolo central de su poética, el árbol solo, y se puedan localizar versos definitivos que son ejemplo de una calidad inusitada en el comienzo de una obra poética: «En los hilos del telégrafo / escribe música Dios»[106].
Estos libros, aunque característicos de un poeta novel, tienen el valor de que en ellos se encuentran definidos los cimientos de la personalidad poética de Jesús Delgado Valhondo, cuya bisoñez primera ha experimentado una evolución hacia la madurez en tan sólo tres poemarios, debido a la seriedad con que ha abordado su actividad poética, a su afán perfeccionista y a su objetivo de crear una poesía desde el espíritu, que expusiera las preocupaciones existenciales del ser humano común.
2ª)SEGUNDA PARTE (desde Hojas húmedas y verdes a La vara de avellano).
Esta parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo recoge el largo período que tarda en advertir la imposibilidad del encuentro con Dios. De ahí que en ella se pueda localizar el comienzo esperanzado de su búsqueda de respuestas, los momentos claves de su intranquilidad endémica provocada por el silencio divino y la desorientación más angustiosa.
Los temas que prevalecen en un principio son la soledad, los anhelos de infinito, el paisaje (Hojas húmedas y verdes), el tiempo y Dios (El año cero). El poeta insiste en que el ser humano está solo y es imperfecto, pues Dios lo crea limitado, caduco y con una necesidad imperante de hallar a su creador. Pero su búsqueda está abocada al fracaso, porque no lo ha dotado de capacidad intelectual para encontrar sentido a un planteamiento de la existencia que le resulta enigmático: «Me está doliendo la primavera, / el verde del ciprés / y el reloj de pulsera. / Me está doliendo el tiempo / en las primeras canas de la cabeza. / Como una compañera / fuerte me aprieta del brazo / una cinta negra»[107]. Esta realidad acentúa la preocupación del poeta por el paso del tiempo y la divinidad aparece en su mente como un ser arrogante, que no se digna responder a una criatura imperfecta y frágil. La consecuencia no puede ser otra que la aparición de la angustia: «Si -viento- intento olerte / como perfume por el cielo pasas. / Y yo me quedo en mis instintos solo / temblando y loco, bajo costra amarga»[108].
En La esquina y el viento y La muerte del momento, el poeta aún muestra algún resquicio de esperanza de hallar a Dios, a pesar de su férreo mutismo. No obstante, su doble profesión de maestro y practicante lo mantienen muy cerca de la carencias físicas, espirituales y culturales de sus alumnos y pacientes, que amplían su preocupación a los seres más próximos e indefensos, sus hijos. Además, su angustia aumenta porque comprueba algo fundamental para su concepción religiosa: a Dios no se puede llegar directamente, porque es una esencia tan elevada que se escapa al pobre intelecto del ser humano, sino buscándolo agónicamente, es decir, por medio de una tremenda y contradictoria lucha cuya base es la duda. Pero este planteamiento, que en un principio supuso un alivio, poco después provoca en el poeta frecuentes vacilaciones espirituales, pues advierte que sin capacidad intelectual no puede llegar a Dios y, sin su ayuda, nunca podrá calmar sus fuertes preocupaciones: «De la alcoba al despacho, siempre incierto, / arrastrando mi sombra, amarga bruma, / insoportable compañero muerto»[109]. Por tanto, la frustración por el fracaso de su búsqueda de Dios, el rápido discurrir del tiempo, la proximidad de la muerte, la soledad y la angustia serán los asuntos sobre los que versarán estos libros. No obstante, en La esquina y el viento la preocupación del poeta se centra en la concepción desencantada del ser humano universal y en La muerte del momento en la inquietud por la suerte del ser cotidiano con el que convive diariamente, viendo en sus imperfecciones, en su abandono y en su soledad, un reflejo de sí mismo: «Los troncos se padecen en hombres ya vencidos / y Dios los va bogando desde su barca azul»[110].
La montaña es el cénit de la evolución espiritual de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo donde, después de un largo y dificultoso recorrido ascendente, llega a la cima anhelada para encontrarse con Dios, pero no se digna recibirlo ni, por tanto, consigue calmar sus intranquilidades trascendentes. Es tal la conmoción espiritual sufrida que el tremendo desengaño afecta a su concepción religiosa: «Penas de Dios me quedan solo. / Hombre solo en el mundo. Sombra / sola de un vuelo misterioso»[111]. Una frontera aparece desde entonces en su vida y en su poesía pues, en la montaña santanderina, comprueba traumáticamente el poder ilimitado de Dios, la insuperable distancia que lo separa del ser humano y el descubrimiento definitivo de la finitud, imperfección y caducidad del hombre, cuyo destino inmutable es la soledad. Desde entonces el poeta inicia un camino sin vuelta al desencanto, pues ya no tiene esperanza alguna en resolver sus dudas, que ahora se le agrandan sobremanera en su espíritu mortalmente herido. Su existencia será una larga agonía desde que baja de la montaña hasta que resume su recorrido espiritual en Huir, que es la síntesis de esta desgarradora decepción vital de la que no logrará recuperarse.
Como consecuencia, Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? son producto de la desilusión sufrida en La montaña, cuyo resultado es la angustia, a pesar de que el poeta, en el primero, cree encontrar la solución a sus preocupaciones existenciales en la creación de un mundo ideal basado en la palabra y lejos de la imperfección humana: “Lo del hombre para Dios, / por ser un hecho de magia. / La ciudad es lo que importa. / Ciudades y más ciudades / con sólo decir palabras”[112]. Pero al final el poeta se topa con el ser humano y con sus múltiples limitaciones, para comprobar angustiosamente que él mismo es una copia exacta de los seres que habitan su entorno y, por tanto, de sus deficiencias y quimeras.
Después el problema se agrava cuando comprueba que el hombre no tiene la capacidad divina de crear desde la nada, ni suficiencia mental para entenderse a sí mismo ni para construir un mundo más fraterno ni para comprender el misterio que envuelve la naturaleza humana ni el mundo donde un Dios misteriosamente silencioso lo ha abandonado a su suerte en medio del dolor y la soledad sin saber cómo ni por qué. Mientras, sufre los problemas que la insolidaridad de algunos de sus semejantes causa en el resto, haciendo impensable una acción humana común que le ofreciera la esperanza de conseguir, junto a los otros, el encuentro con Dios para lograr una comprensión del enigma de la existencia y la salvación futura: «Hay quien se come muertos o los borra del mapa / o los tiran al huerto en montones confusos. / Y, luego, ya se sabe, rezando se consuelan / y se ponen de luto»[113]. Además, el poeta también comprueba que al ser humano no le queda otra salida que convertirse en un ser anodino, espiritualmente vacío e insensible, cuyo objetivo es la simple supervivencia sin anhelos y sin albedrío. Es lógico, por tanto, que los temas en torno a los que construye los tres libros de esta etapa sean la angustia, la presión de la soledad, el paso del tiempo, la amenaza de la muerte y la desorientación: «Nadie nos escucha, nadie nos sabe, / es inútil quemar a las palabras / que ya de nada sirven. El oscuro / silencioso pasillo de la calle / por donde no se va a ninguna plaza, / a ningún sitio que sepamos. Noche / total sin conocer a un compañero»[114].
La vara de avellano es el término de la degradación emocional iniciada en La montaña y, como consecuencia, la crónica espiritual de un ser frustrado que se encuentra espiritualmente agotado, vacío y solo. Sin embargo, el hecho que ahora más le afecta es la comprobación de que el hombre, que habita la ciudad a la que había llegado años antes para liberarse de sus hondos pesares, no tiene bagaje anímico alguno porque está más atento a sus intereses materiales que a la atención de su espíritu. Y, sin embargo, él se ve obligado a continuar representando su papel al servicio de un Dios inmisericorde, a convivir con seres intrascendentes, que lo arrastran a participar con ellos en sus hipocresías sin atreverse a denunciarlas, y a ser espectador de luctuosos sucesos (guerras, injusticias, odios por doquier) que, diariamente, atentan contra la integridad humana: «La historia de la humanidad, / abierta llaga de paisajes: / […] / Quejas y gritos por el suelo, / bajos fondos, altos desastres. / Todo tan a mano que dudas / dónde está el mundo que pensaste. / Preguntamos: ¿dónde está el hombre / entero, vero y responsable? / Ninguno quiere saber nada / y no contesta nadie»[115].
Sin embargo, La vara de avellano es el último intento del poeta por rearmarse anímicamente para reiniciar la búsqueda de Dios a través del paisaje y del hombre, medios indirectos que ya ha usado antes para alcanzar el mismo objetivo. Pero este proyecto resulta de nuevo fallido; ahora el paisaje es un lugar desolado porque la tristeza y la melancolía del poeta lo conciben como un territorio exclusivo de la muerte. El poeta, por tanto, no sólo es un solitario sino un ciego intelectual que no es capaz de interpretar la obra de Dios ni desempeñar su papel en la comedia del mundo, pues no está dotado de entendimiento ni de soporte espiritual alguno para realizar tan complicadas tareas: «Me noto […]. / Un pobre hombre de ‘buenos días, amigo’, / de ‘usted lo pase bien don Ildefonso'»[116]. Y, por si fuera poco, se ve obligado a pelear contra las actitudes negativas de sus semejantes: unos apáticos ante los problemas trascendentes que a todos afectan; otros, egoístas y agresivos que, por intereses particulares, se apartan del bien común.
En cuanto a las múltiples influencias de sus primeros libros, en los poemas nuevos de Hojas húmedas y verdes y El año cero, van desapareciendo y las que aún quedan como las de Machado, Juan Ramón o Alberti, aparte de ser traducidas en interpretaciones originales, sirven para indicar el camino seguro que ha escogido Jesús Delgado Valhondo en el momento que se encuentra afianzando los pilares de su obra poética. La influencia vanguardista ha sido olvidada y la tradición no se halla tan presente como en sus primeros libros, aunque se observa que no se desprende de ella a conciencia pues no deja de emplear la frescura de su lenguaje y la agilidad de formas populares como la redondilla y el romance: “Se van deshojando eras / y sólo quedan color … / y sólo queda el olor / a bestia de la ventera”[117]. No obstante, el poeta se ha decidido por una poesía reflexiva, honda, antirretórica y puramente emocional, siguiendo la huella de la lírica de la trascendencia: «Los temores se nutren de mi carne naciente, / siendo verdad la luna sobre el paisaje mío. / La inmensidad me extiende la sangre dolorosa / y de pronto me encuentro por la tierra vertido»[118].
En La esquina y el viento sólo quedan leves recuerdos de los poetas cultos mencionados, de los que no quiere conscientemente desprenderse porque encuentra en ellos seguridad y, a la vez, le ayudan a cimentar el camino trascendente que ha elegido, y también perviven restos del ritmo ágil de la poesía popular, que lo aleja y lo libera de las intranquilidades con su espontaneidad: «El corazón viene y va / desde las cosas a mí / como barquito en el mar»[119]. En La muerte del momento, además, se localiza un ímpetu imprecatorio dirigido a Dios, parecido al que Blas de Otero hizo característico cuando en su poesía existencial reprendió frecuentemente a la divinidad su silencio y su abandono del ser humano: «Cómo estrujas, Señor, / mi existencia en tus manos / como si fuese un mundo / mi corazón amargo. / Cómo apuñas, Señor […]»[120]. Y en el último poema de este libro el uso de liras, que contienen un misticismo espiritual, trae a la mente recuerdos de San Juan de la Cruz, una vez que el poeta ha comprendido que a Dios no llegará de ninguna forma atacándolo, sino buscando su esencia por el camino del espíritu.
En La montaña, las influencias comentadas desaparecen, pues Jesús Delgado Valhondo se guía por planteamientos ascéticos y místicos con el fin de alcanzar la gracia que le ilumine el camino a Dios antes de comenzar el ascenso a la cima de la montaña: “Quería coger nieblas … / Eran nubes cansadas / de volar que en la tierra / vertían sus nostalgias. / Como yo cuando vengo / de mi trabajo al alma / y me noto en la sangre / suelo de una mañana”[121]. También se localizan referencias bíblicas y de la tradición cristiana a la subida de Moisés al monte Sinaí, al ejemplo de Jesucristo subiendo con la cruz al Gólgota y al de San Pedro de Alcántara plantando cruces en lugares elevados. Estas influencias, que durante mucho tiempo Valhondo venía madurando en su espíritu, lo ayudaron a materializar su idea de la Montaña con ocasión del viaje a Santander.
En Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? es donde más claramente se observa la pervivencia de la tradición y la instalación de la modernidad en la poesía de Jesús Delgado Valhondo pues, formalmente, el romance es el poema más empleado y, significativamente, los temas responden a las preocupaciones existenciales y sociales de la lírica de la primera mitad del siglo XX, que intentaron dilucidar la complejidad de la condición humana y el mundo. Así, en esta etapa de su poesía, está presente la exaltación modernista en el empleo del alejandrino y del serventesio («Señor, he de decirte cuando estemos a solas / hechos que sucedieron en mi ansiedad suicida, / cómo me ahogaba el mar o me azotaban las olas / y por qué en un poema me sangraba la vida»[122]), los deseos de regeneración espiritual, el uso de la paradoja y el gusto por la ironía deformadora de la generación del 98, el empeño en aunar tradición y renovación de la generación del 27, el doloroso desencanto de la poesía existencial, la aspiración de cambiar planteamientos sociales injustos que atentan contra la dignidad humana de la poesía del medio siglo y la nueva forma de la poesía narrativo-descriptiva de metros irregulares y poemas libres («Era casi de madrugada / cuando nací de nuevo al nuevo día. / Un despertar de ojos en el alma / anunciaban un sol / recién salido. / Sonaba un alentar de yerbas / y entre la yerba del trigal, la alondra. / Ya deberá estar la cigüeña estudiando / en la rendija azul / el libro de las alas»[123]). Estas coincidencias garantizan que Jesús Delgado Valhondo fue un hombre de su tiempo y un aglutinador que supo extraer los asuntos fundamentales de la historia literaria española, reelaborarlos y exponerlos de una forma original y, por esto mismo, de actualizar y reafirmar su personalidad lírica.
La vara de avellano contiene una influencia del Antonio Machado más melancólico, al que el poeta recurre conscientemente, pues ahora más que nunca encuentra un paralelismo entre su cansado y triste caminar por su paisaje y el del poeta sevillano por el de Castilla aunque, mientras Machado halla un soporte espiritual en la melancolía del paisaje, Valhondo se ve obligado a sostener el peso de su propia existencia: «Sigue rodando el tren. / (Me olvido de que voy en el tren / desde hace años.) / Luces cuelgan / a un pueblo condenado a muerte / por el aburrimiento»[124]. Un recuerdo de la poesía existencial se halla en los momentos que el poeta se refiere al peso de la vida cotidiana donde coexiste con seres desvalidos, hechos crueles, dolorosas injusticias y esa connivencia que se ve obligado a aceptar diariamente para seguir sobreviviendo. También se localiza el recuerdo de la poesía social (“solidaria” en Valhondo) en la preocupación por seres marginados, para los que el poeta reivindica la dignidad que sus semejantes les arrebatan: «A coro se dicen: / ‘He ahí una mujer de vida fácil’. / Y la mujer de vida fácil, / bajo el aliento de tratantes / se muere más difícil / que cualquiera»[125].
En cuanto al estilo, Hojas húmedas y verdes sigue el camino iniciado en Pulsaciones hacia la síntesis y el equilibrio: “El espejo nevado; / tu pañuelo. / El barroco hecho espuma; / tu pañuelo. / Donde tus dedos escriben; / tus dedos”[126]. Pero en El año cero, después de la esencialidad impresionista de los primeros poemas, se desborda formal y significativamente cuando trata angustiosamente el tema de la búsqueda de Dios, y el lenguaje se vuelva áspero, desgarrador y dramático. No obstante, incluso en estos momentos, se pueden detectar ya definidos tres aspectos claves de su estilo personal, que son el dominio de la sugerencia, el poder de implicación y la capacidad de síntesis: «Por la carretera abajo, / empujados por la tarde, / el alcalde y su señora, / gorda y fría, / con cuatro niños delante»[127].
Tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento se puede hallar un poeta sólido y dueño de su pulso lírico pero espiritualmente angustiado que, una veces, cae en el desencanto, otras, en la rebeldía contra una situación que no comprende y muchas veces, en la desesperación. Estas continuas vacilaciones, propias de un ser que indaga al borde de su abismo espiritual, evitan la monotonía y provocan que el lector participe activamente de la lectura, unas veces conmovido y, otras, dulcemente calmado después de unos momentos críticamente angustiosos. Ese esfuerzo por crear un mensaje destilado, libre de elementos distorsionadores en un momento delicadísimo, consigue que la expresión poética pase a convertirse en pura meditación trascendente: «Estoy soñando a Dios / -durmiendo solamente- / debajo del dolor. / Estoy soñando amor / -durmiendo carne ausente- / quemándome de Dios»[128].
En La montaña, momento central de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, se concentra un mayor lirismo al encontrarse el poeta inmerso en el intento de unión con la divinidad y, por tanto, en la frontera entre la realidad y el éxtasis místico que lo lleva expresivamente a ser menos existencial y más creativo. El poeta diversifica su entendimiento por el entorno sorprendente que lo rodea y capta una variedad de sensaciones, que convierte en originales, sentidas y compartidas por medio de un estilo moderno con el que logra exponer los sentimientos de siempre, pero adaptados a una nueva realidad y a una nueva forma sin dejar de ser sincero y humano: “Cómo se tiende el alma, / cómo el alma se vierte, / comienza siendo un río / de vida en la corriente / y, después, se desborda / fresca de vientos verdes”[129]. Consigue de esta forma que su mensaje tenga un valor perdurable en el tiempo y que no quede difuminado en una simple visión geográfica, producto de una emoción temporal y pasajera.
El estilo más característico de Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? se encuentra en aquellos momentos donde el poeta se hace conscientemente esencial y muestra su dominio de la síntesis y de la sugerencia pues, a la vez que se desprende de elementos innecesarios tanto formales como de contenido y reduce la expresión a pinceladas sugerentes, deja abierta la posibilidad de completar las ideas que muchas veces sólo apunta, para que la implicación provocada en el lector actúe y las termine: «Segundo misterio: sombra. / Tercer misterio: el legajo. / Cuarto misterio: el convento. / Quinto: ventana y rapto»[130]. Esta poesía esencial, por un lado, es producto del mayor ahondamiento espiritual del poeta en un momento delicado que necesita ajustar su reflexión a una situación existencial preocupante y, por otro, es el resultado de un trabajo esforzado de lima que no ha abandonado desde sus comienzos líricos.
Esta presión anímica provoca que la ironía destaque como rasgo estilístico de estos libros, cuando la dramática situación espiritual del poeta lo obliga a remover principios inamovibles, porque comprueba que el ser humano se encuentra desamparado a pesar de los planteamientos religiosos y filosóficos, que creían haber dado una explicación fehaciente a sus problemas vitales: «Se duerme bien, la muerte es el descanso, / es buena vocación la de difunto»[131]. Por este motivo, gradualmente el estilo se oscurece cuando el poeta comprueba esta desgarradora realidad y pierde su control anímico. La expresión se hace surrealista y formalmente irregular. El poeta ha caído en el desencanto y el tono se llena conscientemente de expresiones vulgares, como tratando de desmitificar la realidad y hasta el mismo hecho poético, que tampoco lo ayuda a superar su desencanto: «(Hay quien se encoge de hombros / importándole un bledo / este mundo que da vergüenza / vivir y sostenerlo). / […] / ¡O milagros al canto o a nadie escucharemos!)”[132]. No obstante, en el estilo de estos tres libros se puede descubrir que Jesús Delgado Valhondo cuanto más angustiado se muestra más auténtico se revela y su lírica gana en intensidad emotiva, en espontaneidad controlada y en poder creativo.
Sin embargo, La vara de avellano discurre en un tono eminentemente melancólico, incluso en los momentos de mayor tensión emocional, porque el poeta se encuentra agotado y sabe que es inútil angustiarse. No obstante, a pesar de esa melancolía que lógicamente debería haber producido un tono lineal en todo el libro, se encuentra un estilo puramente emocional en los poemas de versos libres, donde el poeta da largas a su desencanto, y otro esencial, cuando profundiza en su reflexión y elude elementos innecesarios para dejarla en pura síntesis: «Vivo / crucificada sangre / nervio / cavo vuelvo hundo / huyo vengo abrazo / pierdo / entro / duelo / niego / ruego / niego / escondo a Dios»[133]. Esta tendencia hacia la esencialidad pretende encontrar las palabras justas para transmitir sus sentimientos de la forma más directa sin elementos superfluos que los desvirtúen, en un último intento de expresar con la mayor fidelidad sus preocupaciones. También ese tono esencial muestra la duda del poeta de si con el lenguaje anterior ha logrado decir lo que exactamente quería o, por el contrario, se ha enzarzado en exponer una y otra vez lo mismo y todo ha quedado en meras reiteraciones de palabras sin valor conceptual[134]. De ahí que en poemas determinados no sólo reduzca elementos muchas veces a su mínima expresión, sino también cree palabras nuevas para imprimir un sentido más exacto a sus elucubraciones.
Respecto a la métrica, en Hojas húmedas y verdes y El año cero, Jesús Delgado Valhondo se olvida del verso libre pues era consciente de que en sus primeros libros (sobre todo en Las siete palabras del Señor) se había desbordado por no usar la contención formal. Por este motivo ahora se detecta una tendencia hacia la regularidad métrica, aunque existen también abundantes rupturas que indican una constante en su obra poética: la servidumbre de la forma respecto al contenido. De esta manera puede seguir empleando la rigidez formal para evitar que su emoción se desborde y, al mismo tiempo, combinarla con la irregularidad controlada para sentirse dueño de su lírica sin perder espontaneidad y, a la vez, seguir experimentando en la búsqueda de nuevos caminos comunicativos, que lo llevaran a encontrar un modo de expresión adecuado al momento que vive: «Ea, ea, ea, / las doce, niña, / a la cuna. /¡Ay!, del aire que gotea / luna. / Ea, luna. / Me faltan dedos, / me sobran uvas. / (Doce amantes le cuento / hoy a la bruja)»[135].
La mayor regularidad de la métrica en La esquina y el viento y La muerte del momento es una señal de que Jesús Delgado Valhondo fue consciente de que su presentación en el mundo literario debía hacerla de una forma más contenida y busca el equilibrio que proporcionan los medios métricos y rítmicos tanto de la tradición popular como culta. No obstante, como la regularidad en la forma no se produce instantáneamente sino de un modo paulatino, existen vacilaciones y no siempre los versos se agrupan en estrofas y poemas regulares. Estos detalles indican una búsqueda de nuevos caminos formales, cuyo objetivo es disponer de un margen de maniobra para que su expresión continuara gozando de su característica espontaneidad.
La métrica en La montaña, como corresponde a un libro eminentemente reflexivo que es la culminación de un proceso espiritual y lírico, se hace más regular aún que en sus dos libros anteriores. Todos los versos están medidos, la rima es asonante y, en su mayor parte, el libro se encuentra formado por agrupaciones en estrofas populares (redondillas y cuartetas) y poemas (romances). Sin embargo, el hecho de haber logrado una expresión más lírica no supone que haya perdido frescura ni espontaneidad, pues aquello que suena más intelectual en el contenido es atemperado con una ágil naturalidad: «Carretera adelante / y La Montaña acuesta … / y estamos otra vez / como el ave que vuela»[136].
Sin embargo, el descontrol emocional producido por el encuentro frustrado con Dios se evidencia en la métrica de los libros siguientes pues, por ejemplo, la primera parte de Aurora. Amor Domingo está formada sólo por romances y, la segunda, por poemas construidos con metros diversos tendentes a la irregularidad formal, que se hará característica en El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? De tal manera que a más desequilibrio emocional más descontrol en la forma no sólo en cuanto a la diversidad de metros, combinaciones de la rima asonante y de las estrofas (que normalmente no llegan a constituirse en poemas), sino también en lo que se refiere a la extensión de los poemas que se alargan tanto en la medida de los versos como en su número («Meditación ante un amigo muerto», «Algo no anda bien» o «Catedral»).
De ahí que, la métrica en La vara de avellano, como corresponde a la desorientación que siente el poeta, sea un reflejo exacto de su descontrol espiritual. En este libro, por tanto, se localizan escasos poemas regulares (que, incluso, usan metros diversos) y predominan los poemas en versos libres. La rima asonante también tiende a la irregularidad, incluso en los momentos que es más disciplinada. No obstante, el aumento de estos desajustes en La vara de avellano no sorprende, porque Jesús Delgado Valhondo lo venía anunciando paulatinamente desde Aurora. Amor. Domingo. Por esta razón, formalmente, La vara de avellano es el libro más irregular de la segunda parte de su obra poética porque, parejo con su estado emotivo, es el momento de mayor desconcierto anímico. No obstante, la irregularidad en este libro también persigue el objetivo de conectar con Un árbol solo, que es un extenso poema escrito en versículos.
Los recursos literarios empleados son siempre producto de una creatividad alentada por un arduo trabajo de elaboración lírica, que Jesús Delgado Valhondo sigue poniendo al servicio del contenido y nunca a favor de su lucimiento. De ahí que el recurso más destacado en Hojas húmedas y verdes y El año cero sea el intimismo subjetivo con el que hace cálidos y cercanos sus sentimientos y con el que implica al receptor convirtiéndolo en su confidente. Cumplía así el ferviente deseo de elaborar una poesía que comunicara y comulgara con sus semejantes[137]. En la práctica consigue este objetivo a través de metáforas creativas y originales, personificaciones que acercan el misterio de la realidad dándole vida, encabalgamientos que suspenden la expresión y la hacen más sugerente o recursos como las anáforas, interrogaciones e interjecciones, construcciones surrealistas y alucinantes, que transmiten la acentuación de su angustia: «¿Qué araña me está chupando / que yo sin querer me vierto? / ¡Qué niebla, Señor, la niebla / que está sobre mi cerebro! / ¡Ay!, cómo juega conmigo / Dios solitario y secreto»[138].
En La esquina y el viento y La muerte del momento, continúa el uso moderado de los recursos literarios, de tal manera que en los momentos más críticos lejos de oscurecer la expresión ayudan a aclararla, pues acentúan su humanidad y la hacen ganar fuerza emocional. También los recursos se notan naturalmente incardinados en el discurrir de la expresión que no necesita de grandes y complicadas construcciones, sino de un eficaz manejo de medios sencillos como los signos de interrogación y exclamación, que producen inflexiones y requiebros modulados de las emociones, encabalgamientos que contienen la expresión por medio de pausas sugestivas, metáforas sorprendentes que descubren visiones creativas de conceptos conocidos, anáforas que insisten en otros especialmente importantes o hipérbatos que hacen reflexionar con más profundidad en ciertos detalles. A esto se une el empleo reiterado de la primera persona y del vocativo, el contraste entre sombra y luz y las recurrencias en los momentos de mayor emotividad: «¡Señor! ¡Dios mío! Tengo miedo / y no me colma tu esperanza / me sujeto cobardemente / a la tierra que nos separa»[139].
En La montaña destacan dos tipos de medios poéticos, que se corresponden con una expresión más lírica y esencial: la metáfora, resultado del asombro producido por el entorno de proporciones magníficas, que llevan al poeta a manifestarse con un mayor grado de lirismo, porque sus sensaciones son más inefables y, por tanto, menos tangibles. Y el encabalgamiento, que es el recurso donde Valhondo sostiene su poesía esencial para contener su emoción en unos límites precisos, que marca también con el uso de metros cortos. El empleo de recursos se completa, en La montaña, con sutiles y delicadas imágenes de una plasticidad no sólo estética sino también emocionalmente muy sentida que impregnan las descripciones de lirismo y a la vez de humanidad, anáforas e interrogaciones puntuales, que insisten en el misterio y el asombro que angustian al poeta, y el uso reiterado del yo con el que implica al receptor: «Yo me noto pequeña / criatura. Yo me siento / vencido ya. La sangre, / que de prisa despierto / en corazón, me llena / de temor y misterio»[140].
Los recursos literarios de Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? indican con más exactitud que nunca su descontrolado estado anímico. Así, en el primero, las imágenes esperanzadas del poema que lo abre se convierten gradualmente en descarnadas, mostrando a un poeta que enseguida se siente invadido por la angustia: “Pasan hombres. Los turbios / hombres que solos hablan, / quejidos entre dientes, / dolor en las entrañas”[141]. En El secreto de los árboles los recursos presentan a un poeta angustiado, pero que adopta una postura agónica usando la ironía como denuncia de una situación incomprensible y los signos gráficos (admiración y paréntesis) como muestra de su desorientación: «(Escucho una voz de siempre / entre las hojas del aire). / ¡Donde el asombro primero / todavía está salvándome! / (¡Qué ganas tengo, Señor, / de echar el alma a la calle!) / […] / (Con tu permiso, Señor. / Claro está, con tu permiso: / en el nombre de la calle)»[142]. Y en ¿Dónde ponemos los asombros? el aumento de la tensión emocional se detecta en imágenes subconscientes, despectivas e, incluso, temerarias: «A lo mejor los buenos le recluyen / o lo clavan en cruz como a aquel otro. / En la cruz del andamio o del pupitre, / del barrio de absorción lejano y solo»[143].
En La vara de avellano, se observa una sobriedad en el tono y una parquedad en el uso de medios intentando menos rodeos y mayor precisión con el empleo de encabalgamientos, cesuras, pausas versales, supresión de signos y continuas preguntas retóricas que dejan en el ambiente una fuerte angustia existencial: «¿Quién quedará en nosotros / si cobardes huimos? / ¿Quién quedará esta tarde / en lo desconocido?»[144]. No obstante, en los poemas de versos libres el poeta emplea juegos de palabras, construcciones binarias, interrogaciones y anáforas, cuando desea explayarse en razonamientos que lo desahoguen emocionalmente. Imprime así una fuerza estremecedora a sus palabras desencantadas que suele apoyar en recursos surrealistas a través de alucinantes imágenes y en símbolos (el tren, el ahogado, la alameda y la tarde del domingo), que reflejan la triste desolación del poeta, cuando comprueba que nunca colmará sus anhelos de libertad, su existencia transcurrirá en la tristeza melancólica del solitario, no logrará consuelo individual ni colectivo y terminará abandonado y solo.
En cuanto a la evolución seguida por Jesús Delgado Valhondo, Hojas húmedas y verdes y El año cero plantean los temas y enfoques que, poco a poco, irán ocupando el centro de su obra poética. Por tanto, tienen una importancia capital; por un lado, sirven de conexión con su primera poesía y, por otro, de planteamiento pues introducen poemas nuevos que indagan en los temas seleccionados de sus libros anteriores, después de realizar una criba de los asuntos marginales: «¡Está el campo tan cerca! si pudieras … / Pero su raíz como una enorme garra / le sujeta en esfuerzo sobrehumano»[145]. La esquina y el viento y La muerte del momento suponen un paso adelante en su evolución espiritual pues, si en el primero se muestra encerrado en su yo más íntimo, en el segundo se produce un cambio de actitud hacia el nosotros solidario.
La montaña supone un avance considerable en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que definitivamente ha alcanzado su madurez lírica pues, si en libros anteriores fue natural o lírico, ahora ha conseguido mezclar ambos extremos mostrando una capacidad, que sólo se puede alcanzar en el cénit de una obra poética. En Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros?, el poeta ya maduro tiene una visión clara de su obra futura hasta el punto de anunciar y plantear Un árbol solo y de adelantar el germen de su último libro, Huir, que escribiría treinta años después: «hasta lo que yo tenía guardado bajo mis ojos / me dejan abandonado. Amor y tierra de olvido / huyendo van a esconderse / tras la espalda de Dios»[146]. La vara de avellano, cierre de la segunda parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, muestra a un poeta dueño de su lírica que ha mantenido su coherencia, pues el núcleo de toda su obra poética sigue girando en torno a los problemas existenciales del ser humano (aunque la poesía del momento fuera por rumbos temáticos distintos), y de sostener su compromiso independiente y sincero, porque su objetivo no era ajustarse a modas sino buscar respuestas vitales.
3ª)TERCERA PARTE (Un árbol solo, Inefable domingo de noviembre, Inefable noviembre, Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro)
Esta parte, que se inicia con Un árbol solo, libro cumbre de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo («Es el libro más limpio, sincero y verdadero que he escrito», declaró), se verá fuertemente influida por el desencanto emocional que sufrió en su etapa política, cuando su intento de poetizarla acercándose a los problemas y sentimientos de la gente de la calle terminó en un rotundo fracaso, la muerte de su entrañable amigo y maestro Eugenio Frutos (1979) que lo hizo cerciorarse con más nitidez de la certeza de la muerte y la realidad de una jubilación que le supuso un duro golpe anímico, pues entendió que lo apartaban de su trabajo por carecer de facultades debido a la edad, cuando él se sentía lúcido y animoso. La decepción fue total y definitiva: «A mí me han construido como a todos vosotros. La vida es algo horrible», aseguró en la postrimería de su existencia[147].
Esta triste situación emocional es la que irá desgranando en los libros de la tercera parte de su obra poética, que está presidida por la soledad de Un árbol solo, la melancolía de Inefable …, la búsqueda nostálgica del tiempo perdido de Ruiseñor perdido en el lenguaje y la reivindicación de la dignidad del ser humano de Los anónimos del coro. No obstante ese vitalismo, que ha mantenido durante toda su existencia intentando buscar respuestas, lo autoconvence de que ha hecho lo humanamente posible. De ahí que, junto a la descripción de su desesperanza, se puedan hallar frecuentes justificaciones de su proceder pasado y su situación presente: «Corría Dios, corría el hombre, / corríamos nosotros / con ansia de alcanzarlos. / No lográbamos llegar»[148].
Un árbol solo marca una frontera en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, porque lo concibió como un libro definitivo que fuera el magno resumen de su evolución espiritual y el punto final de una obra poética en la que creía haber dicho todo. Por esta razón, en torno a la soledad humana aparecen los asuntos que ha venido exponiendo en los libros anteriores y de esta manera el libro clave de su obra poética se convierte en un enjundioso devocionario espiritual, donde confluyen todas las preocupaciones al final de su azarosa vida anímica, que ha dedicado por entero a la búsqueda de una quimera: «Desde una mirada veremos aquello / que no fuimos / y quisiéramos haber sido / inventando cimas, / deformadas ausencias»[149]. Los temas y contenidos de los libros siguientes son también una consecuencia del agotamiento espiritual sufrido por el poeta, después de la lucha mantenida por su conciencia con una realidad incomprensible durante toda su vida. Es decir, el peso de la existencia que ahora se hace muy patente en Jesús Delgado Valhondo es el hilo conductor de estos libros y, por tal motivo, el nexo de unión entre ellos y los libros precedentes: «Soy viejo. / Me muero a chorros, Jesús Delgado»[150]. Todos son libros muy profundos, sentidos y trabajados y, por este motivo, el poeta se quejó de que, después de Un árbol solo, la crítica no se hubiera ocupado de ellos cuando eran poemarios de idéntica trascendencia y densidad.
Estos libros, por tanto, recogen gran parte de las influencias, ya conocidas, de las corrientes y poetas más significativos del panorama lírico español del siglo XX. También se vieron influidos por el entorno del poeta y los seres que lo habitaban, cuya imperfección lo estremeció unas veces porque comprendía que estaba impresa en la misma esencia humana y, otras, porque descubrió que el ser humano estaba vacío espiritualmente y, por tanto, no tenía capacidad para superar sus propias limitaciones ni para construir un mundo más acorde con su condición humana. De ahí las continuas referencias en estos libros a la historia, donde únicamente logra ver la destrucción provocada por trágicos enfrentamientos, que son muestras de la pobreza intelectual y de la falta de espiritualidad del ser humano: «El hombre investiga esperanzas / en sus diarios soportales, / en conventos y cárceles, / con otros hombres perseguidos. / Juega al claustro / olor a albahaca y enredaderas / con franciscanas manos / acariciantes de piedras / ensombrecidas»[151].
Las abundantes lecturas que, en buena medida, Jesús Delgado Valhondo realizó para encontrar explicación a lo que no comprendía, lo llevaron a afianzar su idea central de la soledad humana en los razonamientos líricos de poetas admirados por él como Juan Ramón y Antonio Machado (de ahí las citas de estos autores, que contienen los libros de esta parte) o buscó una explicación filosófica de la vida y el mundo en los planteamientos de filósofos metafísicos como Heráclito (imagen del río), estoicos como Séneca (impasible aceptación de un mundo inamovible), cristianos como San Agustín y Santo Tomás (el ser humano, reflejo de Dios, tiende instintivamente a la búsqueda de su creador), ascetas y místicos como San Juan y Santa Teresa (el encuentro con Dios exige una preparación laboriosa del espíritu basada en el sacrificio y la entrega incondicional) o en las literarias preocupaciones existenciales de autores barrocos como Quevedo y Calderón (la muerte puede ser superada por el amor, la vida es sueño y el mundo es un teatro), Rubén Darío (tristeza del jardín y melancolía), Unamuno (el sentimiento trágico de la vida, la paradoja y la ironía) y la generación del 98 (concepto de intrahistoria), la generación del 27 (conjunción de la tradición y la modernidad) y, concretamente de Dámaso Alonso (imagen del tren), Lorca (tragedia presentida), Alberti (nostalgia por su mundo perdido), Aleixandre (concepción solidaria del ser humano en una naturaleza grandiosa), Miguel Hernández (destino fatal) o, incluso, de Jorge Luis Borges (idea del eterno retorno, de la transmigración de las almas y de la doble realidad, que el poeta argentino adoptó de la filosofía oriental). También se detecta la preocupación existencial de la poesía de posguerra y de la del realismo social: «La muchedumbre es barro, / conmovedoramente apretado, / con olor a tierra recién llovida. / Y jarra llena de llanto»[152].
Además, por su carácter abierto, Jesús Delgado Valhondo no se encerró en sí mismo, sino que estuvo muy atento, por medio de lecturas y una intensa relación epistolar, a las tendencias que se iban sucediendo en la panorama lírico español, y adecuó gradualmente su poesía a aquellos enfoques que le permitían renovarse sin dejar de ser personal. De ahí que, poco a poco, imprimiera un cambio a la forma y adaptara sus planteamientos espirituales y líricos a la nueva manera de decir sin olvidar la tradición. Así, los libros de la tercera etapa de su lírica están ya ajustados a la poesía que surge de la renovación iniciada en los años 60 en la lírica nacional, tanto a la forma narrativo-descriptiva y al versículo como al tono surrealista y al uso de una sintaxis, que supuso una ruptura con el discurso convencional. Sin embargo, de cuando en cuando vuelve a la poesía regular del verso y del poema medido, consciente de que no debía olvidar su pasado para buscar un equilibrio entre la tradición y la renovación y situarse, de esa manera, en el justo medio donde se encuentra el fiel de la virtud poética.
Es posible comprobar, por tanto, que Valhondo no fue un simple imitador sino un transformador creativo, que aglutina corrientes y crea una poesía personalísima, tradicional y moderna a la vez con la garantía de continuar la estela de los grandes poetas y la madurez de un vate forjado líricamente en el sentir del pueblo que, además, se encontraba capacitado no sólo para la adaptación sino (y esto es lo primordial) para elaborar una poesía madura, honda y personal, que se parece sólo a la de Jesús Delgado Valhondo: «Al despedirme al borde del sendero / levantaré mirada sollozante / para decirte adiós y que te quiero»[153].
En cuanto al estilo, los libros comentados tienen un tono surrealista acorde a la tremenda desorientación del poeta, que no consigue explicar su desconcierto con un significado directamente traducible, aunque se sustente en un lenguaje común, directo y muy sincero. El surrealismo, que en ocasiones produce una expresión difícil de traducir, se equilibra con la melancolía del desencanto o bien con el rechazo del rebelde o del irónico que se resiste a aceptar lo inevitable. No obstante, tanto en un caso como en otro, la sinceridad expresiva del poeta y su profunda riqueza de alcance religioso y filosófico siempre consiguen implicar al receptor que, unas veces, participa de su melancolía y, otras, lo acompaña en sus justas protestas, porque Jesús Delgado Valhondo, transparente o surrealista, llena de un profundo sentimiento sus reflexiones que, antes que líricas, son humanamente sentidas: «Llegan miles y miles / millones de pájaros, / a beber en mi vaso. / Es una nube negra que se mueve / hacia un inagotable ocaso, / horizonte inmenso / para saltarlo. / Miles y miles / de pájaros. / Intento contarlos. / Juego. Me canso»[154]. Luego, el discurrir lineal del discurso que, generalmente, sigue el proceso en tres etapas de la estructuración tradicional (planteamiento, nudo y desenlace) con un fin docente y orientador, adopta un carácter cíclico que es a la vez guía para el lector y metáfora de la existencia humana.
Conforme pasan los libros, el estilo se hace cada vez más melancólico, pues el poeta al cumplir los setenta años (precisamente en la época que publica Un árbol solo) realiza el balance de su vida espiritual y sólo encuentra un monumental fracaso. De ahí que la ironía se convierta en el rasgo de estilo más característico de estos libros, pues ahora le resulta insufrible aceptar el desajuste paradójico que se establece entre la procedencia divina y la condición humana del hombre: «Hijo pródigo del momento eterno / llenando están de lagos los olvidos / de niebla el corazón para tenerte. / Pronto clamor de campo en el invierno / me cubrirá de ahogados los sentidos, / me llevará el otoño hacia la muerte»[155].
Todo este enigma indescifrable que, en un principio, el poeta quiso expresar con una poesía de corte tradicional, fue finalmente transmitido en forma de ensoñación, de irrealidad, de alucinaciones que indicaban su desconcierto espiritual. Tal conmoción va acompañada de una ruptura del lenguaje indicativa de que tal desbarajuste anímico invade incluso el medio lingüístico empleado para transmitirla, porque el poeta no acierta a expresar tanto misterio con el único recurso de su palabra: «Dichosamente cabalgan potros de lluvia, / fugas de fragancias campesinas / entre ramas de almendro que florecen / en el fondo ubérrimo de la gloria. / […] / Sueñan cumbres. Y la cumbre se deja contemplar / cada vez más lejos, más huida, / y nace una nueva soledad del tiempo muerto»[156]. Esta situación explica la insistencia en temas ya tratados y que, en algún momento, el estilo peque de reiterativo como si el poeta quisiera pedir ayuda o provocar la reacción de sus semejantes, que asisten inconscientemente a la tragedia universal como si no les afectara. Sin embargo, el estilo de esta parte, a pesar del momento emocionalmente delicado en que se encuentra el poeta, gana en reflexión, vigor y creatividad: «La calle estaba llena de gente / que no conocíamos: / extraños, distantes, inocentes, / inculpados, inexplicables. / Un tiempo absurdo caminaba / al lado de cada cual. / Entonces fue cuando se apoderó / de nosotros / una triste existencia ya vivida. / Tanta que no nos importaría / morir en el olvido / de nuestro nombre»[157].
Ante esta desorientación, el poeta se encamina hacia un lenguaje esencial y el largo discurso que es Un árbol solo va tendiendo paulatinamente en los libros posteriores hacia una expresión sintetizada como sucede en el poema «Jesús Delgado» de Ruiseñor perdido en el lenguaje. El camino que el poeta emprende a la esencialidad tiene el objetivo de reordenar sus ideas desde lo más elemental, que es el concepto y, de ahí, obtener una explicación más razonada y comprensible de la realidad. Pero pronto se encuentra con que no tiene capacidad para llegar a la esencia conceptual y continúa con ese modo de expresión surrealista, advirtiendo que como poeta se encuentra perdido en el lenguaje y, como ser humano, naufragando en la vida: «Agobios de miradas llenan / la espesura arbórea del momento. / Tiemblan futuros frutos / reservados a huecos de unas manos / que piden limosnas de misericordias. / Preguntan. / ¿Quiénes? / Nadie responde / porque faltan palabras. / […] / (Se ha muerto un pájaro / porque alguien llora / entre las plumas del soplo del suspiro.)»[158].
Todos los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentran escritos en versículos. El cambio de una poesía cercana a la métrica tradicional, iniciado en la mitad de la segunda parte, se hace general en Un árbol solo y se mantiene en el resto de los libros de esta parte. El motivo de esta evolución formal se encuentra, por un lado, en su interés por adaptarse a las nuevos modos de expresión y, por otro, de adecuar la fórmula expresiva a un estado espiritual distinto al de los libros de la parte anterior, a la vez que se desprende de la atadura formal para expresar sus intranquilidades con una mayor libertad expresiva, pues su complejidad así lo requería[159]. No obstante, en algunos momentos como la segunda parte de Ruiseñor perdido en el lenguaje o la tercera de Los anónimos del coro vuelve a la regularidad métrica con un doble objetivo: autodisciplinarse para no caer en el descontrol al que el uso reiterativo del versículo lo hubiera llevado e indicar que no se olvidaba de la tradición a pesar de su apuesta por una forma moderna. Sin embargo la adopción del versículo no es un remedo del de la poesía de la época pues Valhondo, después de Un árbol solo, evita el discurso extenso por medio de la división en poemas cortos como en Inefable … o a través del estribillo como en Ruiseñor perdido en el lenguaje. Además, la medida silábica tiende a una extensión media entre los versos cortos y los más extensos. Así, por ejemplo, en Inefable … oscila entre las ocho y diez sílabas y rara vez sobrepasa este número y, cuando lo hace, tiene un motivo claro como, por ejemplo, indicar el aumento de la angustia: «Al túnel de la alcantarilla / bajaron sombras en busca de cuerpos, / intimidad de la tierra, / que fueron pasillos de tremenda persecución»[160].
Las imágenes y recursos literarios continúan al servicio del significado y de los distintos momentos emocionales por los que pasa el poeta en la última etapa de su vida. De ahí que uno de los recursos más usados en estos libros sea el yo autobiográfico con el que imprime más verdad a lo que cuenta, porque se convierte no sólo en narrador sino también en protagonista de sus propias reflexiones, que acerca al receptor con recursos implicadores como la mezcla de la primera persona del singular y la segunda del plural: «(Todo es un desierto / que pueblo a mi manera.) / Vosotros me diréis quién soy / que yo me desconozco hasta el punto / fatídico de estar siempre esperándome»[161]. Además, Valhondo realiza un auténtico alarde en el uso simultáneo de diversos tiempos verbales e, incluso, de las formas no personales del verbo, a las que saca el máximo partido indicando con su variedad y distinta significación múltiples registros emocionales, que resultan muy originales y creativos: «Miro para no veros / (os veo a cada uno de vosotros / en mí mismo si os contemplo). / Miré para enterarme … / y escuché una alondra / escondida en el pan / que me comía»[162].
También usa con soltura los recursos literarios más conocidos como el hipérbaton, la hipérbole, la anáfora, el encabalgamiento, el asíndeton, el polisíndeton, la paradoja, la ironía y la personificación, para mostrar con detalle sus cambiantes estados espirituales. Además, se deduce que Valhondo se encuentra en su momento lírico más elevado por la ostentación involuntaria que realiza de recursos más líricos y creativos como la metáfora, el símil e imágenes sorprendentes como la gran marcha de todos los seres humanos hacia Dios, que es la columna vertebral de Un árbol solo, o la imagen de la prostituta de Los anónimos del coro que es una metáfora del triste y preocupante destino del ser humano universal, o la imagen del tren o la del río que el poeta reitera con una insistencia angustiosa ahora que es consciente de encontrarse consumiendo la última etapa de su viaje existencial, arrastrado por la corriente incontenible de la vida que no tiene retorno: «Mi gente que va y nunca viene. / Mi gente es un río que pasa y siempre pasa. / Siempre pasa la misma gente el mismo agua»[163].
Sin embargo, los recursos literarios en ninguno de los libros de la tercera parte son usados con exceso, porque el poeta pone en práctica una economía de medios que convierte la expresión en pura esencia sustentada únicamente en sustantivos y construcciones elementales: «Un tremendo mundo roto / de espectáculos. / Vitrinas. Urnas. / Misterios disecados. / Piedras dormidas. / Voces. Palabras. / Gritos colgados / de angustias, / de clavos»[164]. Por tanto, los recursos literarios en estos libros son un medio práctico para conseguir que la expresión se ajuste más a su intelecto y, a la vez, se establezca una fluida conexión entre poeta y lector, a pesar de su tono surrealista y su velada significación: «Belleza muerta y sin aristas, / cuerpo resplandeciente, / donde me ahogo todos los días. / Confusas incursiones / por esa sensación / que tengo para llevarme / no sé bien a qué sitio / donde todo está a punto / según dicen / como una hoguera / de flores y sucesos»[165].
La evolución experimentada por Jesús Delgado Valhondo en los libros de esta etapa se localiza en el cambio a una poesía más adaptada a los tiempos para que surtiera el efecto de concienciación, justificación y reivindicación que deseaba. Pero esta alteración del rumbo formal no es sólo de pura apariencia ni de olvido de sus principios, pues no renuncia a la tradición aunque ahora se instale en la modernidad, ni deja de ser independiente aunque siga el camino marcado por las nuevas corrientes líricas. Así su identidad personal y literaria, adaptada a la nueva manera de decir, parecen otras sin dejar de ser esencialmente las mismas: «Hay quien dice: ‘Me voy’. / Y se va al mirarnos / con nosotros dentro / por un camino oscuro / y sin saber si llegan. / Y quien se va con el que tiene / que dar un recado a la mujer del otro»[166]. Esto lleva a pensar que Valhondo siempre tuvo prevista la conexión de lo que escribía en cada momento con lo siguiente e, incluso, preconcibió la estructuración global de su obra poética. Este hecho explica su recuerdo constante de que la tradición es su base evolutiva hacia la contemporaneidad y de que no son dos conceptos opuestos sino complementarios: «Torpe mi niño. Ingenuos desengaños. / Piso caídos tiempos. Mi inocente. / Pobrecito. Vive y está yacente. / Cambia dolor por juguetes extraños»[167].
Por tanto, en los libros de esta etapa crepuscular se detecta un poeta que maneja con maestría todos los aspectos significativos y formales del versículo y del surrealismo y, a la vez, de la tradición sin que su forma de decir se resienta y, al mismo tiempo, gane madurez, atracción y altura lírica. Tal motivo explica que en estos libros se localice el pulso seguro de un poeta muy dueño de su lírica, pues ha demostrado fehacientemente su capacidad no sólo de adaptación y evolución sino también de congeniar contrarios sin que haya tenido que pagar tributo a alguno de los extremos, pues sus características líricas personales continúan intactas.
4ª)CUARTA PARTE (Huir)[168]
Jesús Delgado Valhondo escribió su último libro, Huir, inmerso en una especie de éxtasis místico, que le permitió evadirse de la realidad y concentrarse en la llamada de una fuerza espiritual que lo reclamaba desde su origen. Esta voz procedía de un ser superior (en ningún momento identificado con Dios) que, principio y fin del poeta, ahora lo convocaba para proceder a la unión mística tanto tiempo deseada. Sin embargo, el estado espiritual del poeta es puramente escéptico, pues ha dedicado su larga vida a buscar una quimera, que no le ha proporcionado las respuestas demandadas sino que lo ha puesto en los dominios de la muerte, y el resultado de este trágico periplo, fracaso y soledad, le resulta triste y desalentador: «Sin darme cuenta huyo / de no sé qué, de algo. / Palabras del espejo / reflejaban fracaso / de vida y flor desnuda / de un tal Jesús Delgado»[169].
El poeta, por tanto, responde a la llamada divina forzado por la frustración de su búsqueda, agotado humana, espiritual y líricamente y convencido de que para volver a su origen debía pasar necesariamente por la muerte, que ya se encontraba cerca. Como consecuencia, cuando escribe Huir siente la necesidad de apartarse de una realidad que lo angustiaba hasta el punto de querer abandonarla, consciente de que no le quedaba nada por hacer: «Libre yo, vagabundo, / jardín de mi memoria / que silencio envolvía. / Crepúsculo. Me hundo. / No tengo escapatoria. / Sobre el alba llovía»[170].
Esta certeza del poeta explica que Huir sea un libro terminal, donde se muestra convencido de que debe afrontar el fin de su vida y cerrar definitivamente su obra poética, que venía siendo la crónica espiritual de su existencia. Ésta es la razón de que ahora no aparezca ese ímpetu contra lo incomprensible, que fue característico en libros anteriores. La lucha ha terminado: «Es mi vida asomada / a oscura luz de nido, / existencia de huido, / azahar de la nada. / El recuerdo dormido / vuelve de madrugada / a la noche ganada / al dolor y al olvido»[171].
Por este motivo, Jesús Delgado Valhondo concibe Huir como una despedida no sólo de su existencia sino también de su obra poética que, desde el comienzo y hasta ahora, han estado íntimamente relacionadas en un todo armónico que nunca tuvo fisuras. Y de ahí también que conciba este poemario exclusivamente como un testamento espiritual en forma lírica pues, en este momento, los asuntos terrenales y cotidianos pasan a un segundo plano. Como consecuencia, Huir es el libro más pesaroso de Jesús Delgado Valhondo para el que no podía existir mayor sufrimiento que la extinción de su conciencia y de que ésta, antes de caer en la nada, siguiera soportando la incertidumbre sobre Dios y la eternidad: «Voy sin saber que voy / a un verso que me esconde / doloroso y detrás»[172].
En Huir, por su carácter de síntesis, Jesús Delgado Valhondo recoge los temas y contenidos cruciales de su vida espiritual y lírica, que había venido desgranando en las intranquilidades vertidas en los libros anteriores: la necesidad de huir, las razones de su huida, los misterios que lo angustian ante la inminencia de la muerte y los momentos más significativos de su existencia a modo de repaso retrospectivo y justificador de su situación emocional: «Historia de leyenda / en mí siempre creciendo. / La busco entre mis años, / no consigo entenderlo. / No consigo entrañarme / en aquello que quiero. / Se me va de las manos / la cruz del universo»[173]. Con razón Jaime Álvarez Buiza definió Huir como “un libro que pesa 84 años” [174].
En Huir, Jesús Delgado Valhondo apoya su discurso existencial levemente en algún modelo de los detectados en libros anteriores con el fin de continuar el camino iniciado y completar globalmente su extensa obra poética de un modo coherente, pero estas referencias sólo son un punto de orientación para no perder el norte marcado: «La vida es una huida, / busca nada ganada, / corral, carne encelada, / secreto de la vida, / de la vida apagada, / de la vida encendida, / querida requerida / que si odiada es amada»[175].
Pero Huir no sólo es una síntesis del contenido de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo sino también de la riqueza de su estilo, pues en este libro se puede localizar la transparencia más nítida, la sencillez más patente, la sinceridad más extrema y la humanidad más estremecedora y, al mismo tiempo (nunca por separado), la poesía esencial más sugerente y el tono surrealista más estremecedor. Es decir, Jesús Delgado Valhondo mezcla el estilo de los libros de la primera mitad de su obra poética con el del resto de sus poemarios hacia el que fue evolucionando conforme necesitó desproveer al lenguaje de elementos innecesarios: «Luz detrás de la vida / dime; ¿de mí qué fue? / Nadie contesta. Todos / dudan. Y yo también»[176]. En Huir, el estilo se depura y da como resultado un modo de expresión, que es una síntesis de poesía esencial, transparente y surrealista tan sabiamente dosificada que no se detectan tres tipos de poesía sino uno solo y, sin embargo, tiene las características fundamentales de las tres: la concisión selectiva de la poesía esencial; el sincero intimismo de la poesía traslúcida y la sorpresa creativa de la poesía surrealista: «Duerme la piedra luz vacía, / la calle avanza hacia la puerta / y abre la página del día. / Río de sombras cruza la huerta, / mieles de menta y de avefría, / beso la seda de esquina incierta»[177].
También se encuentra en la tensión emocional, que soportan los versos de Huir, una combinación de patetismo y poesía que se compensan mutuamente y se complementan con el equilibrio de los tres estilos que confluyen en este libro terminal. Así el tono trágico que toman algunos versos se difumina en una expresión lírica más contundente que melancólica, más dinámica que angustiosa y más contenida que la de libros anteriores por los límites que le marca la esencia, la transparencia y la creatividad, que el poeta conscientemente se propone: «Voy porque hay alguien / que me está esperando. / […] / Por eso voy, / porque me está esperando»[178].
La métrica de Huir, con respecto a los libros de la parte anterior, es radicalmente distinta. No obstante, a pesar de las diferencias, es una consecuencia directa de la tendencia hacia la regularidad y hacia una poesía más esencial, que Jesús Delgado Valhondo inició gradualmente a partir de Un árbol solo. Así, a la vez que el poeta desprovee su expresión de elementos superfluos, la forma pasa de versos y tiradas muy extensas a poemas cortos con metros breves y un número reducido de versos.
Los metros, estrofas y poemas empleados en Huir son variados y recuerdan a los que solía emplear en su etapa de poesía cercana a la tradición. Tiene preferencia por los versos de arte menor y, sobre todo, por el heptasílabo. De los de arte mayor, usa el eneasílabo y el endecasílabo. Las estrofas son muy escasas siguiendo la poca costumbre que tuvo de emplearlas; únicamente utiliza una tercerilla. De los poemas emplea el soneto, el sonetillo (sobre todo) y el romance endecha. También deja patente su sello de independencia y originalidad en el uso de un poema con distribución regular, pero sin que responda a una forma conocida, y otro en versos libres. En la rima, actúa de acuerdo con el uso común, pues los poemas cultos tienen rima consonante y los de corte tradicional, asonante.
Esta regularidad formal, que Jesús Delgado Valhondo rescata en Huir, es otro ejemplo del equilibrio emocional que muestra, a pesar del momento estremecedor que vive, y que le permite un rescate de sus preferencias métricas (es lo único que consigue recuperar de su pasado), una vez pasada la fuerte aflicción que lo encaminó por los senderos de una expresión más libre. Sin embargo, formalmente Huir no sólo supone una vuelta a la tradición, sino también una confluencia de formas cultas y populares, que no sólo indica el asentamiento de Jesús Delgado Valhondo en la renovación sino también la coherencia con que cierra su último libro y, por tanto, su obra poética.
Jesús Delgado Valhondo en Huir quiere decir mucho con pocas palabras y, a la vez, no decir más de lo estrictamente necesario. Sin embargo, este difícil objetivo es conseguido con recursos como el hipérbaton y el comienzo abrupto ya en el primer verso («Es mi vida»), que le ahorra una larga introducción relatando su existencia precedente, o la omisión del pronombre personal que acerca más a la acción, o el uso de la segunda persona que implica más al receptor en lo que dice. Otros medios son empleados para transmitir con eficacia su testamento lírico como los gerundios que imprimen movimiento a la expresión; las formas impersonales, sugerencia; los participios, contención; las anáforas, insistencia o las paradojas, desorientación. Entre ellos llama la atención el empleo especial de la metáfora y el encabalgamiento, recursos que aportan a la poesía esencial creatividad y sugerencia: «La vida es una página / del libro de otra Biblia / que escribieron los hombres / en el tiempo al pasar»[179].
El uso de citas y notas completan los medios que el poeta pone al alcance del lector para que su discurso, conscientemente esencial, sea comprendido sin perder su carácter lírico y, al mismo tiempo, su carga humana quede reforzada emocionalmente. Es decir, Valhondo en Huir quiere ser lírico sin dejar de ser humano. De este deseo, de su maestría en congeniar contrarios y de usar convenientemente los recursos, surge el equilibrio entre la humanidad y el lirismo que presiden su último libro. Así Huir se diferencia de sus poemarios anteriores en que no parece emplear medios en ningún momento, al encontrarse perfectamente engarzados en ese fluir esencial del libro, en conjunto, más equilibrado de Jesús Delgado Valhondo: «Desnudo otoño era / habitación de infancia / que asombro todavía. / Ay de aquella pantera / que vuelve a la fragancia / pasajera del día»[180].
Con respecto a sus libros anteriores no cabe duda de que Huir es una despedida consciente, pero no súbita sino madurada y anunciada ya en libros anteriores. Por este motivo, Huir es producto de su propia evolución espiritual, que lo llevó a deducir muchos años antes su necesidad de evadirse del mundo. También, es el resultado de una evolución formal desde los poemas extensos a los breves, de una evolución significativa desde la pérdida de la esperanza a la huida y de una evolución de estilo, que va desde el tono natural, pasa por el surrealista y desemboca en el esencial.
Es decir, Huir es el fin de una múltiple evolución, que resulta la mejor muestra de la capacidad de adaptación a nuevos modos de decir y del dinamismo de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que siempre estuvo abierta y en movimiento como resultado de una inquietante y rica vida espiritual y del empeño en transmitirla a través de una poesía meditada, honda, trabajada y trascendente. También Huir es un ejemplo de la fortaleza de espíritu y de la conciencia lírica de Jesús Delgado Valhondo, que mantuvo una evolución inalterable siguiendo el mismo camino durante toda su larga obra poética, aunque pasó por múltiples experiencias líricas y soportó angustiosas vivencias espirituales, que podían haberlo apartado del camino hacia su origen.
Y OTROS POEMAS
Fuera de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo (poemas recogidos en libros) se hallan los poemas reunidos en la tercera parte de la edición que, por ese motivo, tiene el título de “Y otros poemas”. En ella se pueden distinguir dos tipos de poemas: los de carácter existencial, que fueron desechados por JDV cuando construía su obra poética, y los de circunstancias, cuyo objetivo fue responder a un hecho puntual (homenajear a una persona, conmemorar una festividad …) y, por tanto, son ajenos a la unidad y la coherencia de su obra poética.
Las características líricas tanto significativas como formales de los poemas denominados “Poemas de carácter existencial” (“Poemas en Canciúnculas”, “Poemas del borrador de Pulsaciones”, “Poemas de la edición original de La esquina y el viento” y “Poemas dispersos”) cumplen en líneas generales las comentadas para los poemas que componen la obra poética de Jesús Delgado Valhondo: peso de la existencia, preocupación por el tiempo y la muerte, reflejo de su estado de ánimo en la naturaleza, deseos de inmortalidad, melancolía, búsqueda de Dios, angustia, desencanto, soledad. Preferencia en un principio por el metro corto y asonantado, evolución hacia el versículo. Lenguaje común que tiende hacia el surrealismo conforme sube su tensión emocional. Estilo directo, cálido y sentido.
La coincidencia con estas características indica que son poemas elaborados en un principio para un libro concreto de su obra poética pero, finalmente, excluidos porque los envió, como al principio era su costumbre, a Pedro Caba y Eugenio Frutos y recibió opiniones adversas, o fue innecesario su concurso al tener escritos otros poemas más de su gusto o bien no encajaban a la perfección con el sentido unitario del libro que preparaba en aquel momento, y se convirtieron en otros poemas reelaborados con títulos distintos o fueron destruidos.
Los poemas en Canciúnculas son ocho composiciones que han aparecido manuscritas dentro del libro. El primero, titulado “Atardecer”[181], está verticalmente dispuesto encima del título de la segunda portada del libro. En la vuelta de la contraportada, se encuentran otros cuatro poemas titulados “Mi pie desnudo”, “Amanecer en la catedral”[182], “Alba” y “Sonrisa” (“[…] / (Sonrisa de cobre frío / entre dientes de cobre)”). Y, en el interior de Canciúnculas, se hallan dos cuartillas sueltas que contienen dos poemas denominados “Amor” y “Nana” y un poema cuyo título es “Caminante”[183]. Los poemas citados responden a las características del libro donde se hallan (ritmos populares, intranquilidades tempranas, sencillez elaborada …), excepto los poemas mencionados en penúltimo y antepenúltimo lugar, cuya pasión amorosa resulta extraña en la etapa iniciática de Jesús Delgado Valhondo pues, desde un principio, mostró una madurez que eludió el consabido comienzo romántico de los poetas noveles.
Los poemas del borrador de Pulsaciones son los que, durante el primer lustro de los años 40, Jesús Delgado Valhondo fue reuniendo para incluirlos en El año cero, y los manuscribió en la vuelta de las páginas (e, incluso, en los espacios en blanco) donde estaban mecanografiados los poemas de Pulsaciones, cuando ya lo tenía encuadernado. Muchos de ellos presentan numerosas tachaduras y reelaboraciones, que son muestra de una esforzado trabajo de lima y de que El año cero fue un libro que le preocupó sobremanera. En general todos entran de lleno en la configuración existencial que, incluso tan tempranamente, presidió su poesía: “San José mira la vara / que le retoña en el aire. / […] / ¡Al Niño cuando fue hombre / marzo le bebió la sangre!” (“San José”).
Los poemas de la redacción original de La esquina y el viento son los excluidos de la redacción publicada y también de su edición en libros posteriores por las razones anotadas donde se transcriben estos poemas. Todos tienen en común la preocupación por el silencio de Dios y la búsqueda de respuestas en un momento clave en el que Jesús Delgado Valhondo comienza a notar el peso de la existencia y las consecuencias nefastas de la soledad: “[…] / Como yo, / que entre la risa y saludos / quemo solo mi dolor. / […]” (“No es el sol”).
Los poemas dispersos se denominan de este modo porque fueron editados sueltos en publicaciones periódicas y Poesía o se encuentran en el archivo particular de Jesús Delgado Valhondo manuscritos o mecanografiados. La diferencia de estos poemas con los de los apartados anteriores estriba en que se sabe que aquéllos fueron compuestos de acuerdo con la idea unitaria de un libro (Canciúnculas, Pulsaciones, La esquina y el viento) y, sin embargo, los poemas dispersos abarcan en conjunto toda su obra poética, pues son poemas elaborados por Valhondo a lo largo de su vida lírica y potencialmente pudieron ser publicados en cualquiera de sus poemarios: “[…] / Sin poder remediarlo, / el suicida que llevo / asomado en los ojos, / lleva el ansia infinita / de mi animal secreto” (“El desconocido”). Así, estos poemas en conjunto sirven para complementar a los incluidos en su obra poética e, incluso, para aclarar ciertos detalles que ayudan a comprender mejor su sentido global.
En el resto de poemas recogidos en “Y otros poemas” bajo el título genérico de “Poemas de circunstancias” (“Canciones”, “Himnos”, “Homenajes”, “Poemas de Extremadura”, “Poemas de la Pasión”, “Poemas (pseudo)navideños” y “Textos vanguardistas”), Jesús Delgado Valhondo se manifiesta más relajado, cercano y emotivo, al descargarse en parte del compromiso adquirido cuando elaboraba poemas para incluirlo en la crónica espiritual de su existencia, que es su obra poética. Aunque en estos poemas que, globalmente, pueden ser catalogados “de circunstancias”, Valhondo no es menos lírico ni se muestra totalmente alejado de sus preocupaciones existenciales (incluso en sus poemas más festivos).
Las canciones son textos circunstanciales porque Jesús Delgado Valhondo las compuso para desembarazarse de tensión emocional en determinados momentos o bien las concibió como una actividad lúdica donde armonizaba la poesía y la música y rescataba los tonos ágiles y naturales de la tradición. Aunque no siempre consigue descargarse de preocupaciones, pues varios textos incluidos en este apartado encierran reflexiones existenciales: “VIII / Del dolor viene la pena; / de penas, melancolías. / De aquí me nacen a mí / todas las horas del día” (“Canciones”).
Los himnos tienen su origen en una etapa en la que el desencanto hizo que Jesús Delgado Valhondo tratara de distraer su mente en una actividad nueva relacionada con la música. Muestran además su carácter polifacético, entre cuyas aficiones se encontraba la audición de música clásica, que apreciaba por su armonía y su creatividad, y de cante jondo que le atraía por su profundo sentimiento enraizado en el dolor y la pena: “Nuestra tierra es, como siempre fue, / corazón abierto al mundo entero; / hombres, raza, fe y lenguaje dio / como alas de luz en el acero / […]” (“Himno de Extremadura”).
Los poemas-homenajes son quizás las creaciones más artificiales de Jesús Delgado Valhondo pues, generalmente, las escribió con el fin de ensalzar a personas conocidas o a escritores apreciados. No obstante, guardan momentos de intensa emoción, pues Valhondo nunca escribía vanamente y cualquier ocasión le resultaba propicia para ahondar en la amistad, mostrar su aprecio por escritores y lugares, manifestar sinceros agradecimientos y, en definitiva, ejercitarse en la expresión lírica donde también en este terreno muchas veces conseguía momentos altamente conmovedores: “[…] / Amigo y compañero, maestro que le lloro, / al que busco constante, todo mi día, en vano, / en la tierra que rezo, en el cielo que adoro, / pero nunca consigo tocarle con mi mano / […]” (“Tomás, te estoy buscando”).
Los poemas de Extremadura se centran directa o indirectamente en asuntos relacionados con la región. No obstante, tras un análisis de los poemas transcritos, es fácil advertir que Jesús Delgado Valhondo no tenía una concepción regionalista ni localista de su tierra sino un hondo convencimiento espiritual de pertenecer a un lugar con unas características geográficas y una idiosincrasia determinada, que constituían su mundo. Sin embargo, Jesús Delgado Valhondo excluyó de su obra lírica los poemas incluidos en este apartado, porque siempre evitó conformarse como un poeta regional y, conscientemente, imprimió a su poesía un carácter universal en el que, sin embargo, no es difícil descubrir a la gente y a la tierra extremeña cuando trata del ser humano y del paisaje sin más especificaciones: “Amapolas sin trigo, dulce mano, / boca sin pan, las palabras sin ecos. / La mujer sin ventana ni ilusiones / anónima criatura del lamento,”[184].
Los poemas de la Pasión son composiciones coyunturales que Jesús Delgado Valhondo escribió para participar en actos o en publicaciones que conmemoraban la Semana Santa. No obstante, el sentimiento que recoge en ellos es sincero (a pesar de su carácter circunstancial) y poseen un alto valor lírico, pues encontró en el sacrificio de Cristo un modelo de perfección personal que le inspiraba fuertemente: “[…] / A esta columna sin vida / atamos al Dios del cielo: / nosotros tan solo duelo / de tanta bendita luz / para alcanzar nuestra Cruz / y desprendernos del suelo” (“II. Misterios dolorosos”).
Los poemas (pseudo)navideños tienen títulos y/o subtítulos que los califican como poemas de Navidad pero, una vez analizados sus contenidos, se observa que no todos festejan el nacimiento de Cristo (de ahí el prefijo “pseudo-”) sino que, aprovechando este momento clave del año y el ritmo característico de los poemas navideños (muy apto para la ironía), Jesús Delgado Valhondo lanza duras críticas contra situaciones anómalas que ve en su entorno con un tono de amargura: “Sobre las latas viejas / de tu cabaña / cae un fulgor de luna / de piel quemada. / […]” (“Villancicos para el niño pobre”).
Los textos vanguardistas son el resultado de mezclar la indagación reflexiva, el juego con el lenguaje y la elaboración lírica, características que coinciden en general con los procedimientos del vanguardismo, que Ramón Gómez de la Serna hizo característicos (filosofía, humorismo y creatividad) en sus greguerías: «Tradujo mal y le nació un poema» (“Al margen”). Jesús Delgado Valhondo elaboró este tipo de textos ingeniosos atraído por la espontaneidad de “Ramón” y su audaz uso de la lengua: «En la vida hay dos cosas importantes: El oficio y el juego. El Arte es juego, la Arquitectura, las Matemáticas -los conjuntos-, … El oficio es para subsistir y dedicarnos al juego»[185].
Los poemas editados en libros, que conforman la obra poética de Jesús Delgado Valhondo (segunda parte de esta edición), más los poemas de carácter existencial y los poemas de circunstancias, recopilados en “Y otros poemas” (tercera parte) constituyen conjuntamente la poesía completa de Jesús Delgado Valhondo.
BIBLIOGRAFÍA
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CRITERIOS DE EDICIÓN
Cuando se acomete la edición de la poesía de un poeta, el autor del proyecto puede escoger entre publicar una antología que contenga una muestra de sus poemas o editar su poesía completa, es decir, publicar todos los poemas que escribió. Pero, mientras la primera es alcanzable porque se soluciona con una cuidada selección de los textos más representativos, la segunda resulta una quimera porque posiblemente no exista ni una sola Poesía completa que merezca este calificativo en su sentido total, pues siempre existirá algún poema ilocalizado o no incluido en la edición por alguna causa, que la mantendrá perennemente “incompleta”. Quizás el motivo de tal extremo se encuentre en la imposibilidad de realizar un proyecto de este tipo, porque resulta inalcanzable debido a la dispersión que caracteriza la creación de un poeta.
Sin embargo, esta realidad no es obstáculo para que, cuando un poeta ha fallecido y su obra se encuentra cerrada por razones obvias (como es el caso de Jesús Delgado Valhondo), se intente elaborar una edición “completa” de su poesía pues no tiene sentido realizarla parcial, cuando se está situado en la mejor posición para confeccionarla íntegra (o al menos acercarse lo máximo posible al significado de este concepto).
Por esta razón, se ha intentado por todos los medios que esta edición «completa» de la poesía de Jesús Delgado Valhondo se acerque a su pleno sentido reuniendo todos los poemas que, editados en libros, conforman su obra poética y más de doscientos poemas que, después de un arduo trabajo de documentación, han sido localizados en publicaciones de diversos tipos y en el archivo particular del poeta. Incluso, para alcanzar esta exhaustividad el editor ha incluido todos los poemas hallados (en algunos casos después de una laboriosa tarea de reconstrucción) asumiendo el riesgo de que algunos, generalmente de circunstancias, no respondan a la calidad que caracteriza la poesía de Jesús Delgado Valhondo, pero con la seguridad de que su indudable valor biobibliográfico siempre justificará la inclusión. Con todo, si esta edición no es estrictamente «completa», el volumen de poemas reunidos[186] indica que se acerca mucho al sentido totalizador del dichoso calificativo, porque tal cantidad no deja demasiadas posibilidades a que hayan quedado fuera de la publicación muchos poemas y, suponiendo que esto pueda suceder en algún caso, a que tales poemas sean significativos.
No obstante el objetivo fundamental de la edición de Poesía completa de Jesús Delgado Valhondo es cumplir dos deseos insatisfechos del poeta: la edición rigurosa[187] de su obra poética, porque era consciente de que algunos de sus libros contienen errores de transcripción (e incluso desajustes en el maquetaje), y la difusión adecuada de su poesía, pues no pudo divulgar convenientemente muchos de sus libros por estar agotadas sus ediciones o bien por publicarse en medios de escasa difusión. Para evitar erratas, los libros han sido pasados y corregidos por los originales, contrastados con Poesía, las cuatro antologías, poemas en periódicos, revistas y sueltos que se hallan en su archivo particular, e interpretadas en notas las variantes detectadas. La misma técnica comparativa se ha adoptado a la hora de solucionar los problemas de maquetación en libros como La muerte del momento, Un árbol solo e Inefable …
La edición se abre con una introducción donde se explican los aspectos que interesan conocer del Jesús Delgado Valhondo cotidiano y espiritual, de su poética y de su trayectoria lírica, para que el lector pueda acometer la lectura de su poesía con los datos necesarios e incluso le sea posible completarlos con la consulta de la amplia bibliografía citada.
Luego se incluye la transcripción de su “Obra poética”, entendida como el conjunto de poemas escritos por Jesús Delgado Valhondo que responden a una unidad temática (soledad y búsqueda de Dios), a una coherencia formal (los poemas se recogen en libros, que se distribuyen de acuerdo con una concepción de conjunto en partes) y a una evolución estilística adaptada a las sucesivas épocas literarias (Valhondo comenzó a escribir poemas cuando estaba vigente la generación del 27 y compuso su último libro en la década final del siglo XX). En esta parte, se edita por primera vez la obra poética completa de Jesús Delgado Valhondo. Es decir, a los libros publicados en Poesía (de Hojas húmedas y verdes a Los anónimos del coro) se han añadido sus tres primeros libros inéditos (Canciúnculas, Las siete palabras del señor y Pulsaciones) y Huir (su libro póstumo). Esta compilación tiene una especial relevancia, porque la edición completa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo permitirá su lectura continuada, que es una condición indispensable para poder interpretarla adecuadamente.
Por último, la tercera parte de la edición, titulada “Y otros poemas”, acoge un buen número de poemas que han quedado fuera del corpus de su obra poética por las razones ya apuntadas. Los poemas integrados en esta parte están distribuidos en apartados temáticos y, dentro de ellos, ordenados cronológicamente por la fecha de composición o de edición; la fecha desconocida de ciertos poemas se ha deducido de los datos proporcionados por su contenido y su estilo.
Toda la edición se halla jalonada de notas, que se han colocado al final de cada libro con el fin de que el lector pueda realizar su tarea sin explicaciones, que puedan alterar su percepción de los textos. Las notas aclaran hechos relacionados con la publicación de poemas y libros, y se comenta la historia textual y los cambios en versos respecto a la edición del poema en su libro correspondiente o, cuando un poema no ha sido incluido en un poemario, en su última edición, con el fin de que el lector pueda realizar una lectura orientada y consiga llegar sin dificultad a la comprensión total de su contenido.
SIGLAS Y ABREVIATURAS
AEEX: Asociación de Escritores Extremeños.
ANIC: Asociación Nacional de Inválidos Civiles.
APADR: Archivo particular de Antonio Díaz Rodríguez.
APASC: Archivo particular de Antonio Salguero Carvajal.
APFB: Archivo particular de Fernando Bravo.
APJDV: Archivo particular de Jesús Delgado Valhondo.
BP: borrador de Pulsaciones.
CMA: copia manuscrita.
CME: copia mecanografiada.
cms.: centímetros.
Col.: Colección.
DC: distinto contenido.
Ed. / ed.: editado en, edición o editor.
- ¿DPA?: editado en ¿Dónde ponemos los asombros?
- HHV: editado en Hojas húmedas y verdes.
- La MM: editado en La muerte del momento.
- Un AS: editado en Un árbol solo.
Entre la yerba …: Entre la yerba pisada queda noche por pisar.
EPA: Escuela Permanente de Adultos.
ERE: Editora Regional de Extremadura.
FAC: fecha aproximada de composición.
FCH: fechado el.
HP: hoja de periódico.
HR: hoja de revista.
HSC: hoja suelta en Canciúnculas.
ibidem: en el mismo lugar.
- C.: Institución Cultural.
Idem: igual.
IDN: Inefable domingo de noviembre.
IN: Inefable noviembre.
Inefable …: Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre.
IRO: incluido en la redacción original.
IRP: incluido en la redacción publicada.
JDV: Jesús Delgado Valhondo.
La EV: La esquina y el viento.
NMA: nota manuscrita.
nº: número.
NRO: no incluido en la redacción original.
NRP: no incluido en la redacción publicada.
- cit.: obra citada.
p.: página.
PBP: poema del borrador de Pulsaciones.
PEC: poema en Canciúnculas.
PMA: poema manuscrito.
PME: poema mecanografiado.
pp: páginas.
PR: primera redacción.
PROEV: poema de la redacción original de La esquina y el viento.
PT: primer título.
RAEx: Real Academia de Extremadura.
RD: redacción definitiva.
Red. / red: reeditado en.
REEx: Revista de estudios extremeños.
RFF: revista de la Feria y Fiestas.
RMA: reelaboración manuscrita.
RO: redacción original.
ROEV: redacción original de La esquina y el viento.
RPE: recorte de periódico.
RS: Ricardo Senabre.
Sd. / sd: seudónimo de.
SD: sin datos.
ss: siguientes.
ST: sin título.
tb: también.
TI: título idéntico.
TPV: titulado con el primer verso.
UCD: Unión de Centro Democrático.
UEX: Universidad de Extremadura.
v: verso.
V: variante.
VCC: vuelta de la contraportada de Canciúnculas.
VR: versión.
VR1: versión primera.
VR2: versión segunda.
VR3: versión tercera.
VRS: versiones.
vv: versos.
VV: variantes.
AGRADECIMIENTOS
Agradezco a la Consejería de Cultura y a la Editora Regional de Extremadura el encargo de esta necesaria edición. A la familia de Jesús Delgado Valhondo, que haya depositado su confianza en mí igual que hizo el poeta cuando me propuso la realización de mi tesis doctoral sobre su poesía. Y a Miguel Ángel Lama, su asesoramiento sobre detalles formales de esta edición.
Además, quiero dejar constancia de mi agradecimiento a esas personas que no se suelen citar en este tipo de ediciones y que, sin embargo, su modesto concurso resulta imprescindible para llevar a buen término estos trabajos complicados y laboriosos. Agradezco, por tanto, el estímulo de mi mujer, Carmen Pérez; mis hijos, Carmen y Antonio Javier; mi madre, María Carvajal; mis hermanos, suegros, cuñados y sobrinos, por sus ánimos y su condescendencia. Los desvelos de Manuel Hurtado, por las horas que dedicó a la corrección de los poemas. La diligencia con que el padre Miguel Combarros, la hermana Merche Manrique y el diácono José Carrasco revisaron el Libro de Job en varias versiones de la Biblia buscando las citas que encabezan tres de los poemas editados. La amabilidad de Manolo Márquez y Francis Gómez, por atenderme siempre con el mayor agrado. El aprecio de Nicolás Gallego y de mi hijo, por estar siempre de guardia para resolver mis problemas informáticos. La cordialidad de Carlos Aldama, José Casillas, Pedro González, Antonio Chaviano y Pedro Garay, por su interés cuando les hablaba sobre la marcha de esta edición. La diligencia de Antonio Díaz, fervoroso seguidor de Jesús Delgado Valhondo, por facilitarme desprendidamente documentos de primera mano. El talante alentador de Jesús Martínez, Isi Gutiérrez, Juan Fernández, Rafael R. Félix, Antonio Rivera, F. Jorge Hidalgo, Eladio Méndez, Mari Hermoso, Guillermo Segovia, Santiago Corchete, Francisco López-Arza, Alfonso Ossorio, José Simón y Julia Lorente, por su apoyo incondicional. Y la pasión por la poesía de los eméritos tertulianos de Gallos quiebran albores, por crear un ambiente propicio que me ha ayudado a mantener mi ilusión por este emocionante proyecto editorial. A.S.C.
NOTAS
[1] Así es como gustaba a JDV autodefinirse.
[2] Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967.
[3] vv. 1-8 del poema «Mi corazón y yo», que JDV envió a su amigo Fernando Bravo en una carta, Zarza de Alange, 23-4-51, APFB. Ver completo en “Y otros poemas”.
[4] La enfermedad le daña la cabeza del fémur y tendrá que usar desde entonces una bota de alza. Otros hechos luctuosos como la muerte de seis de sus hermanos por enfermedades infantiles, de su hermano Fernando en la guerra de Marruecos, de su hermana Luisa por un error médico, de su mujer María Rodríguez repentinamente … lo irán angustiando gradualmente y convenciendo de que el hombre es un ser para la muerte.
[5] Tercetos del soneto «Coxalgia», RO La esquina y el viento. Ver completo en “Y otros poemas”.
[6] JDV, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», Cáceres, Aguas Vivas, 1989.
[7] JDV, «Los amigos», Hoy (Badajoz), 12-7-50.
[8] JDV, «Homenaje en Cáceres», Hoy, 5-5-65.
[9] «Plazuela de San Mateo», Pulsaciones.
[10] Monte que destaca en el entorno de Cáceres por su altura majestuosa, en cuya cima se encuentra el santuario de la Virgen de la Montaña.
[11] «Cáceres», Aurora. Amor. Domingo.
[12] JDV, «Cáceres (viejo país del alma)», Hoy (Badajoz), 17-11-61.
[13] Este magisterio de Caba y Frutos fue reconocido por el mismo JDV en una semblanza titulada «Sólo tengo, Pedro, ganas de llorar», que dedicó en el periódico Hoy al primero cuando murió: «Pedro Caba, junto con Eugenio Frutos, yo los presenté, han sido la yunta intelectual que aró mi tierra».
[14] JDV, «La soledad», Hoy (Badajoz), 18-2-60.
[15] JDV descubre su temprano carácter apesadumbrado en su relato La vida en los muebles cuando hace decir al protagonista: «El corazón me pesa en este momento demasiado. Me pesa como un mundo que llevase dentro. Ni por qué me duele hasta la sangre ni el porqué de esta melancolía ni el porqué de tanta vejez en el alma, cuando la vida está casi empezando» (Yo soy el otoño, Cáceres, Cuadernos Alcántara, 1953, p. 23).
[16] «Castilla en siesta», Canciúnculas.
[17] «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Inmortalidad)», Las siete palabras del Señor.
[18] Se había afiliado al partido Alianza Republicana dos años antes de proclamarse la II República.
[19] Según JDV, «Gata tenía un poso cultural y espiritual de primera categoría».
[20] «Meditación», Pulsaciones.
[21] «Dolor», Hojas húmedas y verdes.
[22] Esta especie de seudónimo procedía de la síntesis de su nombre completo: Jesús José Delgado de la Peña Valhondo.
[23] José de la Peña, «Notas breves de dentro y de fuera», Alcántara (Cáceres), Año VIII, nº 53-54-55, 1952.
[24] «No nace el hombre sabiendo. Hay que enseñarle. Hay que guiarle. Hay que educarle. […] Hay gente que no se da perfecta cuenta de lo que suponen las escuelas en sus pueblos. Si los maestros se van de ellos porque no tienen medios para vivir, mala hora sonó para ese pueblo», en JDV, «Cuando se mueren los pueblos», Hoy, 10-10-59. «[El practicante] Siempre va andando el camino entre el enfermo y su lucha contra la muerte. Entre la herida y el llanto. Cercado de abismos peligrosos, vertiginosos, fríos, que le hacen ser hombre de espíritu elevado y fino», en JDV, «Practicante», Hoy, noviembre 1957.
[25] «Mérida», El año cero.
[26] En colaboración con ellos confeccionó el poema a escote titulado “Al puente de Alcántara”, que fue editado en Hoja del lunes (Badajoz, 31-10-49), Norma (Cáceres, 31-10-49) y Alcántara (Cáceres, diciembre 1949).
[27] Su éxito es recogido por Miguel Muñoz de San Pedro en su artículo «Hemos oído a un poeta», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.
[28] Lo tenía terminado en 1939.
[29] «La venta», El año cero.
[30] Versos de los poemas “Atardecer” y “Madrugada” (respectivamente), La esquina y el viento.
[31] «Somos la roca que no crece», op. cit.
[32] Carta de Juan Ramón Jiménez a JDV, Río Piedras (Puerto Rico), 22-2-54, APJDV. Ed. Alor (Badajoz, nº 26-27, julio 1954).
[33] «Cuando quieras, Señor», La muerte del momento.
[34] Este título original, propio de un certamen poético sobre la tierra, será sintetizado por el mismo poeta en “Canto a Extremadura”, que de este modo conciso denominaba siempre al extenso poema. De ahí que así sea titulado cuando aparezca en adelante. “Canto a Extremadura” fue editado en el periódico Hoy (Badajoz, 28-6-56).
[35] JDV, «Crear paisajes», Hoy (Badajoz), junio 1962.
[36] «Mi suicidio» de Yo soy el otoño, Cuadernos Alcántara (Cáceres), 1953, pp. 16-17.
[37] «Castillo», «Canto a Extremadura».
[38] JDV, «Volver sobre nuestros pasos», Hoy (Badajoz), 31-12-57.
[39] En 1956, JDV asistió, becado por el Ministerio de Educación, a un curso de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
[40] «Desfiladero de la Hermida», La montaña.
[41] «Cuando iba a Madrid, tomaba café por ver a mis amigos en el Gijón. O con José García Nieto, Gerardo Diego, Barnatán, Garciasol, Rafael Montesinos. O con Eusebio García Luengo y Antonio Buero Vallejo», en «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo» de JDV, Cáceres, Aguas vivas, 1989.
[42] Contó la experiencia en Actividades de Educación Fundamental en la provincia de Badajoz, Madrid, Ministerio de Educación, 1959.
[43] «Ciudad de siempre», Aurora. Amor. Domingo.
[44] Arsenio Muñoz de la Peña, «Literatura pacense», Hoy (Badajoz), 1-11-61.
[45] Publicada por la Diputación de Badajoz, lleva un prólogo titulado «Jesús Delgado Valhondo o la poesía de un poeta sincero» de Eugenio Frutos. La antología incluye una selección de poemas de El año cero, La esquina y el viento, La muerte del momento, «Canto a Extremadura», La montaña y Aurora. Amor. Domingo.
[46] «Ciudades-palabras», Aurora. Amor. Domingo.
[47] «Solo», El secreto de los árboles.
[48] Por estas fechas, JDV en el artículo «El traslado», reflexiona sobre este hecho y saca una consecuencia trascendente: “A todo hombre le convendría de vez en cuando un traslado. Para que midiese sus fuerzas y supiese si era alguien en el mundo de los demás. Si era alguien fuera de su rincón» (Hoy, 7-9-65).
[49] JDV también editó estos tipos de escritos en prosa en el periódico Extremadura (Cáceres) y ABC (Madrid), del que fue corresponsal. Además colaboró con regularidad en la revista Mérida como cronista de Zarza de Alange y en la sección «Estafeta de las provincias» de la La estafeta literaria de Madrid.
[50] Los apartados de la página se titularon «¿Quién es quién en Poesía?», «¿Quién es quién en las Letras extremeñas?», «Artistas en el estudio», «Libros nuevos. Crítica», «Almena del Arte», «Rincón poético», «Notas literarias», «Plumas extremeñas», «In memoriam», «Los escritores extremeños opinan», «Famas olvidadas» y «Los libros más vendidos».
[51] «Asombros», ¿Dónde ponemos los asombros?
[52] «Mi hermano Juan» de La vara de avellano.
[53] «Tirar de la manta», op. cit.
[54] «Oración», La esquina y el viento.
[55] «Carta abierta a Antonio Díaz Rodríguez», mecanografiada, APADR. Canas … fue editada en forma de folleto con una medida de 21´5 X 16´5 cms., sólo 18 páginas y una tirada de cincuenta ejemplares.
[56] «De esta calle nunca jamás saldré», La vara de avellano.
[57] Según el mismo JDV, no ganó el Premio Nacional de Literatura con este libro por la nula entidad de la empresa editora donde lo publicó, la “Tipografía Editorial Extremadura” de Cáceres, cuyo escaso prestigio no pudo avalar el libro como era preceptivo por aquellas fechas.
[58] Se abre con el prólogo de Primera antología e incluye poemas de los libros que aparecieron en ella (El año cero, La esquina y el viento, La muerte del momento, «Canto a Extremadura», La montaña y Aurora. Amor. Domingo) y de los siguientes (El secreto de los árboles, ¿Dónde ponemos los asombros? y La vara de avellano) que aparecen agrupados en una segunda parte denominada Segunda antología, 1963-1974.
[59] «Gente», Un árbol solo.
[60] «Desnuda soledad», op. cit.
[61] Ver poema «Estabas» en “Y otros poemas”. El 26 de mayo de 1979, sus amigos que no querían verlo en tal estado, le dedican un homenaje nacional en la capital pacense, al que se adhieren intelectuales de toda España.
[62] «Todo cae», Inefable …
[63] «Jesús Delgado», Ruiseñor perdido en el lenguaje.
[64] «Libro mi corazón para la duda», op. cit.
[65] «Desde antes» de Los anónimos del coro. La edición de Poesía, además, incluye «Sueltos (inédito)», poemas de JDV, el «Canto a Santa María de Guadalupe como Reina y Madre de la Hispanidad», premio de Poesía Hispanidad; «Homenaje (inédito)», poemas dedicados a JDV, y la edición de La esquina y el viento, publicada por Tito Hombre.
[66] En 1994 sería editado póstumamente por la editorial Del Oeste Ediciones de Badajoz.
[67] vv. de los poemas “Nueve”, “Diez” y “Once” de Huir.
[68] “Siete”, op. cit.
[69] Ricardo Senabre, «Jesús en el recuerdo», en «Homenaje a Jesús Delgado Valhondo», Badajoz, Teatro López de Ayala, 1993.
[70] José María Bermejo, «Delgado Valhondo, el misterio sencillo», ABC (Madrid), 2-5-79.
[71] «Amanecer en Badajoz», Aurora. Amor. Domingo.
[72] «Oración», La esquina y el viento.
[73] «Morir habemos», La muerte del momento.
[74] «Soledad habitada», Un árbol solo.
[75] «Cima», Aurora. Amor. Domingo.
[76] JDV, «Subir», Hoy (Badajoz), 9-11-63.
[77] «Cima», Aurora. Amor. Domingo.
[78] «Noche en el alma», La muerte del momento.
[79] «Tarde de domingo», La vara de avellano.
[80] «Catedral», ¿Dónde ponemos los asombros?
[81] JDV, «Sobre todo el paisaje», Alcántara (Cáceres), nº 4, 1946.
[82] JDV, «Educación», Hoy, 17-4-58.
[83] «Encinas», «Canto a Extremadura».
[84] «Selva virgen», ¿Dónde ponemos los asombros?
[85] Últimos versos de Un árbol solo.
[86] «Manos en silencio», La muerte del momento.
[87] Ambas concepciones del dolor aparecen recogidas en su artículo «El dolor» (Hoy, 13-9-60) y en las reflexiones del protagonista de su relato «Mientras abre sus hojas la flor de la mañana» de Cuentos y narraciones, p. 73.
[88] Son tres conceptos que JDV valoró espiritualmente y sobre los que reflexionó con frecuencia en artículos como «El silencio» (Hoy, 9-3-78), «Soledad» (Hoy, 18-2-60), «Las beatas” (Hoy, 3-11-62) y «Pensar» (Hoy, 14-12-63).
[89] También meditó JDV sobre estos conceptos en artículos como el titulado «La pena y la tristeza” (Hoy, 4-4-63).
[90] Es otro concepto sobre el que JDV profundizó en muchas ocasiones como en el artículo titulado «La palabra» (Hoy, 2-12-58).
[91] «El volumen de la palabra» de Los anónimos del coro. JDV también expuso estas reflexiones en varios artículos como el titulado «Un lenguaje universal» (Hoy, 30-5-63).
[92] «Trigal», “Canto a Extremadura”.
[93] «Gente», Un árbol solo.
[94] Los datos bibliográficos de estos escritos se hallan recogidos en la bibliografía de la tesis doctoral titulada La poesía de Jesús Delgado Valhondo del autor de la presente edición (Cáceres, UEX, 1999), que realiza un detenido análisis de su producción lírica. Faltan, sin embargo, otros estudios de este tipo sobre el resto de su obra literaria.
[95] Además JDV escribió otros libros, que no se localizan porque se quedaron en proyecto, los refundió o les cambió el título: Le dijo la arena al viento, Campos, ramas y azul, Hombre entre tierra y mar, Capital de provincias, Ciudades, Abriendo mi ventana, Pequeña angustia, Misterio de lo incesante, La habitación del rato, El hombre monte y Canciones extremeñas..
[96] Estos poemas, que no fueron editados en su obra poética, aparecen publicados junto a los anteriores en el mismo apartado de esta edición.
[97] JDV da noticias de la aparición de esta revista en su artículo «Hablar» (Hoy, 17-1-63).
[98] Yo soy el otoño, Cáceres, Cuadernos Alcántara, nº 5, 1973.
[99] Carta a JDV, Badajoz, 17-9-75, APJDV.
[100] Estos poemarios han sido publicados por primera vez juntos en esta edición.
[101] La siguiente división se encuentra descrita por JDV en un manuscrito que se conserva en su archivo particular.
[102] «Dejadme morir», Canciúnculas.
[103] «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso», Las siete palabras del Señor.
[104] «Salida de luna», Pulsaciones.
[105] No sucedió lo mismo con la poesía regional de la que JDV se apartó conscientemente porque deseaba escribir una poesía de carácter universal, a pesar de que Tomás Martín Gil y Pedro Romero Mendoza querían que siguiera la estela de José María Gabriel y Galán y Luis Chamizo.
[106] «Viaje en tren», Canciúnculas.
[107] «Dolor», Hojas húmedas y verdes.
[108] «¡Señor! ¡¡Señor!!», El año cero.
[109] «Mi sombra», La esquina y el viento.
[110] «Troncos talados», La muerte del momento.
[111] «Caminos de la montaña», La montaña.
[112] “Ciudades-palabras”, Aurora. Amor. Domingo.
[113] «Calle de los vivos muertos», El secreto de los árboles.
[114] «Calle de la nada», ¿Dónde ponemos los asombros?
[115] «El mundo-gente», La vara de avellano.
[116] «Tirar de la manta», op. cit.
[117] “La venta”, Hojas húmedas y verdes.
[118] «Noche», El año cero.
[119] «Canciones», La esquina y el viento.
[120] «El corazón en la vida», La muerte del momento.
[121] “Niebla”, La montaña.
[122] «Sé que estás esperándome», El secreto de los árboles.
[123] «Comunión», ¿Dónde ponemos los asombros?
[124] «Viaje», La vara de avellano.
[125] «Mujer de vida fácil», op. cit.
[126] “El membrillo”, Hojas húmedas y verdes.
[127] «Paseo», op. cit. y El año cero.
[128] «Muerte», La esquina y el viento.
[129] “Desde el mirador del cable”, La montaña.
[130] «Ciudad de piedra», Aurora. Amor. Domingo.
[131] «El poeta se muere en el momento», El secreto de los árboles.
[132] «Términos medios», ¿Dónde pondremos los asombros?
[133] «Crucificada sangre», La vara de avellano.
[134] Esta preocupación es el germen de Ruiseñor perdido en el lenguaje, que editaría trece años después.
[135] «Uvas», El año cero.
[136] «Torrelavega», La montaña.
[137] «La poesía va dirigida al hombre. Es, ya lo dijimos ‘la distancia más corta que hay entre dos hombres’. Es ‘comunicación’ y ‘comunión’ entre hombres, de ideas y sentimientos», en «Poesía social» de JDV, Hoy, 22-2-61.
[138] «Sueño», El año cero.
[139] «Oración del enfermo», La esquina y el viento.
[140] «Desfiladero de la Hermida», La montaña.
[141] “La ciudad de los hombres”, Aurora. Amor. Domingo.
[142] «La calle», El secreto de los árboles.
[143] «El loco», ¿Dónde ponemos los asombros?
[144] «Tarde de domingo», La vara de avellano.
[145] «Árbol nuevo», Hojas húmedas y verdes.
[146] «Tierra y amor para el olvido», El secreto de los árboles.
[147] Intervención de JDV en la Fiesta de la Poesía de la EPA, Mérida, mayo 1992.
[148] «Volver es no llegar», Inefable …
[149] «Soledad habitada», Un árbol solo.
[150] «Jesús Delgado», Ruiseñor perdido en el lenguaje.
[151] «Las traseras del tiempo», Inefable …
[152] «La escena», Los anónimos del coro.
[153] «Ortigal oscuro», Ruiseñor perdido en el lenguaje.
[154] «Jesús Delgado», op. cit.
[155] «Órgano de otoño», op. cit.
[156] «Desnuda soledad», Un árbol solo.
[157] «Las traseras del tiempo», Inefable …
[158] «El dolor del jardín», Los anónimos del coro. En estos versos se encuentra la explicación del título Ruiseñor perdido en el lenguaje.
[159] JDV comenzó la elaboración de Un árbol solo con versos medidos y, después, decidió destruirlos y empezarlo de nuevo en versículos pues, según sus palabras, no lograba transmitir exactamente lo que deseaba.
[160] «El túnel», Los anónimos del coro.
[161] «Desnuda soledad», Un árbol solo.
[162] «Gente», op. cit.
[163] ibidem.
[164] «Jesús Delgado», Ruiseñor perdido en el lenguaje.
[165] «Palacio de sentidos», Los anónimos del coro.
[166] «¿Adónde?», op. cit.
[167] «Árbol solo», Ruiseñor perdido en el lenguaje.
[168] Definida por JDV en el manuscrito citado como “Final. Últimos versos. La huida”, es el epílogo de su obra poética.
[169] «Quince», Huir.
[170] «Dos», op. cit..
[171] «Uno», op. cit.
[172] «Seis», op. cit.
[173] «Trece», op. cit.
[174] Presentación de Huir, Badajoz, Hotel Zurbarán, 5-5-94.
[175] «Siete», op. cit.
[176] «Nueve», op. cit.
[177] «Ocho», op. cit.
[178] «Y dieciséis», op. cit.
[179] «Doce», op. cit.
[180] «Tres», op. cit.
[181] Ed. nota del poema con TI de La esquina y el viento.
[182] Ed. Hojas húmedas y El año cero.
[183] Es el único poema mecanografiado. Ed. nota del poema con TI de Canciúnculas.
[184] “Extremadura”, ver en “Y otros poemas”.
[185] Palabras de JDV en la Fiesta de la Poesía de la EPA, Mérida, marzo 1992.
[186] Aparte habría que contar las 85 versiones y las múltiples variantes de poemas, que han sido transcritas o comentadas en las más de mil doscientas notas de que consta la presente edición.
[187] “con propiedad y precisión”.
[188] Se ha elegido esta denominación porque, aparte de haber definido el poeta de esta manera al conjunto de sus libros de poemas, se quiere destacar que cada uno de los poemarios de Jesús Delgado Valhondo es una pieza clave en su corpus lírico y que entre todos, perfectamente estructurados e interrelacionados, conforman una unidad superior, una obra, con un contenido poético.
Fotografía cabecera: Panorámica del Parque Natural de Monfraüe