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Poesía (III,1)

CAPÍTULO III

 ANÁLISIS DE LA TRAYECTORIA LÍRICA DE JESÚS DELGADO VALHONDO

INTRODUCCIÓN

Varios críticos han coincidido en destacar la coherencia de Jesús Delgado Valhondo al crear su obra lírica sin alteraciones violentas y enfocarla gradualmente a conseguir un corpus muy meditado que conscientemente concibió desde el inicio de su poética con un planteamiento didáctico: «La obra de Delgado Valhondo tiene una marcha certera hacia la madurez y la plenitud. Cada nueva obra tuya es necesaria, es un paso más, una visión más completa de lo que intuías desde el principio y que nos va desvelando poco a poco, pedagógicamente, como buen maestro de niños y de grandes»[1].

También, advierten que durante el desarrollo de ese objetivo no sólo siguió fielmente el planteamiento inicial previsto sino que conforme avanzaba fue ganando hondura y calidad: «Pocos poetas como Delgado Valhondo han mantenido una trayectoria tan clara, tan fiel a unos principios jamás desarbolados en lo esencial. Con los años, como las ricas soleras, la poesía de este autor, ha ido ganando en penetración, en agudeza metafórica»[2].

De entrada el elevado número de libros de poemas que forman la obra poética de Jesús Delgado Valhondo indica la magnitud que adquirió, pero este hecho no es más que una virtud cuantitativa que no sería suficiente para asegurar la existencia en Valhondo de una poética coherente y evolucionada. El valor fundamental de la obra poética de Valhondo es la responsabilidad con que la escribió por una predisposición moral, que fue más allá del simple lucimiento propio: su búsqueda de la palabra y el verso exacto, su indagación en los entresijos del ser humano y del mundo, su deseo anhelante de la verdad, su autoexigencia y la organización meditada de sus sentimientos poéticos dan como resultado una lírica caracterizada por la coherencia, la honradez y la vocación poética, que constituyen la mejor muestra de que estamos ante una obra poética consciente, reflexiva y elaborada.

Ciertamente la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo sigue un proceso lineal estructurado en varias fases, que comienza con sus primeras experiencias poéticas (Canciúnculas, Las siete palabras del señor Pulsaciones), pasa por un largo proceso de maduración (desde Hojas húmedas y verdes a La vara de avellano), llega a su cénit con Un árbol solo y declina (aunque no en calidad), a la par de su propia vida (desde Inefable domingo de noviembre a Los anónimos del coro), hasta concluir en un final (Huir) que es la síntesis de su vida humana, espiritual y lírica.

Además significativamente su obra poética se ha completado cíclicamente como pocas, pues por un lado partió de una meta, recorrió un largo y empinado camino que lo llevó a La montaña, donde encuentra a Dios, pero distante y silencioso. Desciende para reanudar su camino abandonado y solo. Y termina deseando volver a su origen, empujado por el enigma de la vida que lo invita a reintegrarse al lugar de donde procedía.

Por último la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo no es sólo atractiva por su coherencia y profundidad sino también por su trascendencia porque supone la descripción de su propia experiencia humana y espiritual que líricamente convierte en una parábola de la existencia del hombre con un principio, un momento cumbre y un final que traduce físicamente en el regreso a la tierra y espiritualmente en el inicio de una nueva vida.

Así estructuración coherente, trascendencia significativa y cuidado extremo de la forma confieren a la obra poética de Jesús Delgado Valhondo no sólo un valor presente sino también intemporal, pues a pesar de haber sido perfectamente cerrada la vigencia de su contenido hace que supere el tiempo y sus reflexiones espirituales, materializadas en la expresión lírica, queden indelebles (y como recién dichas) para la posteridad como un ejemplo de ser humano consciente, que tuvo la dignidad de ahondar en su condición mortal igual que otros pensadores y líricos junto a los que permanecerá inmortalizado en la memoria del sentir universal.

OBRA LÍRICA

La obra poética de Jesús Delgado Valhondo se distribuye en dieciocho libros de poemas:

Tres libros de poemas inéditos: CanciúnculasLas siete palabras del señor y Pulsaciones.

Y quince libros de poemas editados: Hojas húmedas y verdes[3], El año cero[4], La esquina y el viento[5], La muerte del momento[6], La montaña[7], Aurora. Amor. Domingo[8], El secreto de los árboles[9], ¿Dónde ponemos los asombros?[10], La vara de avellano[11], Un árbol solo[12], Inefable domingo de noviembre[13]Inefable noviembre[14], Ruiseñor perdido en el lenguaje[15], Los anónimos del coro[16]y Huir[17].

Hemos limitado nuestro análisis al estudio de estos libros y de los poemas que contienen, porque en conjunto forman la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, un todo que trata el tema único de la soledad y la búsqueda de Dios.

Además, Jesús Delgado Valhondo editó:

Cuatro antologías: Primera antología[18]Canas de Dios en el almendro[19]Entre la yerba pìsada queda noche por pisar[20] y Segunda antología[21].

Poesía21, unas «obras completas» hasta el momento de ser editadas en 1988, a las que actualmente le faltan para ser completas los tres libros inéditos y Huir, último libro de poemas de Jesús Delgado Valhondo, publicado seis años después.

           También Valhondo tiene un poema extenso titulado «Canto a Extremadura» [22] (que ya hemos comentado en «Presencia de Extremadura y su paisaje» del capítulo II) y numerosos poemas publicados en revistas lírcas y periódicos con apartados literarios que no hemos incluido en nuestro estudio [23] como tampoco las antologías ni Poesía, por no hacer interminable la investigación y entender que los poemas dispersos no son fundamentales para este estudio y que, cuando analizamos los libros independientemente, también estudiamos las antologías y Poesía, porque son una selección de los poemas característicos de cada libro. Además hemos eludido, por los mismos motivos, el análisis de la poesía que encierran sus relatos, artículos periodísticos, pregones de Feria y Semana Santa, críticas de libros, crónicas, ensayos, letras de himnos y canciones, prólogos y semblanzas.

DISTRIBUCIÓN DE SU POESÍA Y ESTUDIO DE SU CONTENIDO

Una muestra de la coherencia lírica de Jesús Delgado Valhondo la encontramos en un manuscrito[24], donde aparece estructurada su obra poética de su puño y letra. Este hecho supone que era consciente de que sus libros de poemas formaban un todo unitario y a la vez seguían una evolución distribuida en unas partes muy definidas, que expuso de la siguiente manera:

«Primera parte: Poemas sin libro. Primeros poemas[25].

Segunda parte: Hojas. El año cero. La esquina y el viento. La muerte del momentoCanto a ExtremaduraLa montaña. Aurora. Amor. Domingo. El secreto de los árboles¿Dónde ponemos los asombros?  La vara de avellano.

Tercera parte: Un árbol soloInefable domingo de noviembreRuiseñor perdido en el lenguajeLos anónimos del coro.

Final: Últimos versos. La huida[26]«.

A continuación vamos a realizar un análisis de cada parte, que hemos titulado de acuerdo con el momento anímico en que el poeta las realizó para resumir su contenido global, distinguirlas unas de otras[27] y marcar la evolución que sigue lineal y coherentemente la obra poética de Jesús Delgado Valhondo desde el principio al final.

La primera parte es denominada «Poesía de la intranquilidad permanente» porque, aunque en los libros que la integran (Canciúnculas, Las siete palabras del señor y Pulsaciones) se localiza la inconsciencia propia de un hombre y un poeta joven que aún no conoce totalmente la trágica realidad de la existencia, ya se manifiestan con nitidez las inquietudes religiosas y existenciales que progresivamente invadirán su lírica y constituirán de modo permanente la columna vertebral de su obra poética.

La segunda parte es titulada «Poesía de la búsqueda y la desorientación», porque en ella el poeta inicia una búsqueda de Dios que con el paso del tiempo se convertirá en desorientación, cuando Dios no responda a sus llamadas. Es una parte extensa que abarca nueve libros[28] y se estructura en varias etapas:

1ª)Etapa de conexión y planteamiento: Formada por Hojas húmedas y verdes y El año cero, que son sendas antologías pues incluyen una selección de Canciúnculas y Pulsaciones[29] y transmiten las preocupaciones religiosas de Valhondo, que fueron expuestas en el otro libro de la primera parte, Las siete palabras del señorHojas … y El año cero por tanto conectan significativamente la primera parte con la segunda y además plantean los grandes temas de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo al seleccionar de los libros anteriores determinados poemas y añadir otros nuevos que insisten en los mismos asuntos.

2ª)Etapa de esperanza: Constituida por La esquina y el viento y La muerte del momento, donde ya aparece la angustia por el fracaso de la búsqueda de Dios, el tiempo y la muerte. No obstante el poeta guarda en su espíritu la esperanza de que Dios lo atienda, pues aún conserva su ánimo intacto a pesar del silencio divino.

3ª)Etapa de conmoción: Es una fase constituida por un solo libro, La montaña, relato de la subida a ese lugar imaginario que en su espíritu suponía un lugar elevado, en cuya cima pensaba que iba a encontrarse a Dios esperándolo para recompensar sus esfuerzos por buscarlo. El libro cuenta el momento culminante de su ansiado encuentro con Dios tanto tiempo deseado y la conmoción producida en su espíritu por el rechazo de la divinidad que no se digna recibirlo, cuando ya la tenía al alcance de la mano.

4ª)Etapa de angustia: Es la más amplia pues se desarrolla en Aurora. AmorDomingoEl secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros?, libros en los que el poeta constata la cruda realidad que ya venía presintiendo: Dios no se manifestará jamás y el ser humano, desorientado, imperfecto y solo, no logrará nunca desentrañar el misterio que envuelve la vida y el mundo, pues su trágico destino es ser un solitario y un mediocre, incapaz de comprenderse, de entender a sus semejantes y de descifrar la realidad. El resultado del descubrimiento de esta lamentable situación es la angustia más descorazonadora.

5ª)Etapa de desencanto: Es el cierre de la segunda parte que está constituida sólo por La vara de avellano, donde la mediocridad del ser humano lleva al poeta a una dependencia del pasado, de los recuerdos, de los otros (tan imperfectos como él) y de Dios que sigue sin responderle, a la vez que es destruido lenta pero irremisiblemente por el tiempo, que lo sitúa cada vez más cerca de la muerte. Un dramático desencanto invadirá su espíritu que ahora no guarda resquicio alguno de esperanza, sino de una indiferente apatía ante la conciencia de su soledad.

La tercera parte es denominada «Poesía de la decepción» y agrupa a Un árbol soloInefable domingo de noviembre e Inefable NoviembreRuiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro. Es el tramo donde el desencanto ha dado paso a la decepción, porque el poeta comprueba que el estado natural del ser humano es la tristeza, la melancolía, la angustia y la soledad y que tal situación no tiene solución posible en la tierra ni en el cielo, pues el ser humano se encuentra a merced de una fuerza misteriosa e incontenible que lo arrastra a la nada, porque sin Dios no puede existir la salvación ni la inmortalidad.

La cuarta parte, que será la que cierre la obra lírica de Valhondo con un solo libro, Huir, es definida «Poesía del místico escepticismo», porque el poeta expresa con un profundo recelo su desconcierto ante el hecho comprobado del misterio universal, que convierte al hombre en un ser solitario aunque proceda de Dios y ante el abandono y la indefensión frente a la muerte, ese paso que sin el consuelo de la divinidad le resulta tan dramático.

No obstante la muerte en esta recta final deja de poseer las connotaciones trágicas que siempre tuvo para el poeta y la presenta como un paso necesario para huir hacia sus orígenes. El poeta acepta resignado participar en esta etapa final del proceso místico[30] del que es protagonista a su pesar, pues no sabe adónde va ni quién lo va a recibir ni qué es lo que realmente hay detrás de esa frontera enigmática que cierra el libro de su vida.

De acuerdo con esta distribución que sigue fielmente a la realizada por el mismo poeta vamos a realizar un análisis global de cada parte para determinar su evolución poética y poder pasar en el siguiente capítulo al estudio individual de cada libro[31].

Primera parte: Poesía de la intranquilidad permanente

En esta parte, constituida por Canciúnculas, Las siete palabras del señor y Pulsaciones, encontramos «el taller íntimo y previo en el que se forjó el jovencísimo escritor»[32]. Sin embargo el origen de la poesía de Jesús Delgado Valhondo lo hallamos mucho antes de escribir un solo poema, cuando comienza a fraguar sus sentimientos líricos en la época de su enfermedad infantil, que es donde empieza a formarse su especial sensibilidad y a fortalecerse su capacidad de meditación y observación para captar el sentido trascendente de lo que vive e indagar en los detalles más pequeños, escuchar silencios, descubrir asombros y desentrañar misterios que serán posteriormente las sensaciones que lo inciten a escribir versos.

En esta etapa clave de su vida sus sentidos, que se desarrollan prematuramente por sus circunstancias adversas, captan y guardan en su espíritu las emociones más variadas y sutiles y sucede algo fundamental, los sentimientos alegres e inconscientes, propios de la infancia y la adolescencia, se tornan en sufrimiento y dolor:

«Cuando apenas siete años sostenía

sólo dolor y podredumbre ahogada

mi despertar doliente a la alegría»[33].

Varias experiencias vitales serán claves para que Valhondo forme la base lírica sobre la que cimenta sus primeros libros y asiente más tarde su poesía madura:

1.-La etapa dolorosa vivida en Mérida es la experiencia existencial de la que Valhondo destila el poso espiritual del que parte su lírica, pues en esta época comienza a forjar su rico mundo interior, basado en la meditación, el dolor, la soledad, el silencio, la melancolía, la contemplación y el diálogo con la naturaleza y la búsqueda anhelante de Dios[34].

2.-Las vivencias humanas en el entorno singular de Cáceres, la ciudad de su adolescencia, de sus juegos de niño, de sus primeras lecturas, de su incipiente contacto con el ambiente cultural, de la amistad y el amor.

Cáceres se instala en su alma, la siente y la poetiza a través de su visión lírica de la ciudad antigua[35] y en especial del barrio de San Mateo y La Montañados lugares de especial espiritualidad para él, donde escuchaba silencios y descubría asombros que dan solidez a su sensibilidad, observando y sintiendo los contrastes de sombra y luz, el embrujo de sus  rincones o la magia de la elevación que dominaba la ciudad. 

3.-La amistad con Pedro Caba y Eugenio Frutos que influyeron mucho en él criticando, orientando y alentando sus primeros pasos líricos, de cuyas opiniones extraía el joven poeta los datos y consejos necesarios para ir macerando el carácter existencial de su espíritu.

4.-Sus abundantes y ávidas lecturas, cuyos contenidos reducía a esencia intelectual y añadía a su bagaje anímico.

5.-La valiosa amistad de Leocadio Mejías, Fernando Bravo, José Canal, Tomás Martín Gil, Pedro de Lorenzo y el conde de Canilleros (entre otros) que desde el principio valoraron su estilo personal y lo alentaron a continuar por su camino personal.

6.-Y la circunstancia de encontrarse cara a cara con la soledad en su primer destino de maestro, donde convivió con seres elementales en una atmósfera de miseria, dolor y muerte.

Todas estas experiencias vitales, que tuvieron en común unas fuertes preocupaciones espirituales por su empeño en indagar en la esencia del ser humano y del mundo, dieron lugar a que Jesús Delgado Valhondo sintiera la necesidad de recoger en versos unos sentimientos que lo desbordaban y lo arrastraban a plasmarlos en forma lírica por su naturaleza inefable y trascendente, y a imprimirles una coherencia que se vio materializada en la elaboración de sus tres primeros libros, aún inéditos.

Esta conciencia temprana de ser humano con múltiples limitaciones que vive en un mundo inexplicable dará lugar a que Valhondo inicie su lírica con una inusual madurez, en la que ha desterrado casi toda concesión a la sensualidad y al amor, y su poesía desde el primer momento trate temas trascendentes impregnados de una pena latente, que se traduce en una tristeza endémicamente melancólica. Y así sucederá hasta el final de su obra poética porque no se dio nunca descanso espiritual.

Por tanto en CanciúnculasLas siete palabras del señor y Pulsaciones, libros que conforman sus comienzos líricos, se halla el punto de partida de su evolución espiritual y lírica y consecuentemente la base de su obra poética cuyos pormenores se exponen a continuación.

Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones

Descripción

     CanciúnculasLas siete palabras del Señor Pulsaciones, a pesar de ser unos poemarios noveles, son los tres libros que constituyen la primera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, donde se encuentra no sólo el inicio de su lírica sino también la base de su poesía madura.

 Además estos tres libros adquieren una importancia indiscutible en el contexto global de su obra cuando Valhondo los encuaderna e inconscientemente indica que tiene conciencia de autoría, les reconoce un valor y una idea de unidad global, porque muchos años más tarde, cuando otros poetas suelen renegar de sus primeros libros en una visión retrospectiva y total de su obra, Valhondo en cambio los definirá en conjunto y sin ambages como los tres libros que abren su obra poética.

Sin embargo no se puede ocultar que los tres poemarios son primerizos por sus vacilaciones, influencias, lugares comunes y reiteraciones, pero contienen formas y contenidos característicos que llevan el marchamo de un poeta personal desde sus mismos comienzos que posee una carga humana, espiritual y lírica incontenible, es consciente de su tarea lírica y muestra unos deseos tremendos de comunicación y superación.  De tal manera que el poeta novel de Canciúnculas no es el mismo que el de Pulsaciones, pues ya en este libro se encuentra una evolución hacia la madurez que, salvando las distancias, es la que se detectará en libros posteriores donde localizamos al Valhondo más seguro, creativo y trascendente.

La importancia de Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones en el conjunto de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo es incuestionable puesto que, si se prescindiera de ellos, su estudio global quedaría incompleto. Canciúnculas es la espontaneidad natural, el reconocimiento de la importancia de la tradición, la amable inconsciencia de la juventud, la confluencia de influjos resueltos muchas veces originalmente, la mezcla de diversos tonos y la exposición de los sentimientos más transparentes.

Las siete palabras del Señor es la constatación de la existencia de una temprana preocupación religiosa en un poeta eminentemente reflexivo y consciente de formar parte del mundo y de su dependencia respeto de la divinidad, con la que se separa y une temporalmente dependiendo de las dudas y esperanzas que le causa la lucha entre su fe y su razón, que será característica en Valhondo desde que el recuerdo y las secuelas físicas y espirituales de su enfermedad infantil y sus adversas circunstancias existenciales lo hicieran vacilar continuamente en su fe cuando trataba de explicar racionalmente la realidad. Las siete palabras del Señor es producto de una de sus crisis religiosas y una muestra de sincero arrepentimiento y de petición desesperada de perdón, que tendrá su continuación en el discurrir lírico de libros posteriores, aunque de una forma más profunda y madura.

Pulsaciones es un libro más creativo y evolucionado, donde Valhondo se muestra más dueño de su pulso lírico y por tanto una prueba de que a pesar de su inexperiencia no se estanca sino que tiene voluntad para depurar sus versos noveles y capacidad de evolución por medio de unas dotes líricas innatas y de un trabajo meditado. Por tanto se puede asegurar que Pulsaciones es un libro donde Valhondo concluye su etapa de tanteos y está listo para iniciar el camino de una poesía que, si ahora es todavía insegura, con el tiempo será definida como personal, coherente y profunda.

Temas y contenidos

Como es normal en un primer libro, los temas y contenidos de Canciúnculas son múltiples y anárquicos, pues aparecen mezclados sin aparente orden ni concierto. No obstante en este libro todos responden a las intranquilidades de un poeta que aún joven siente unas fuertes preocupaciones trascendentales, que destacan por ser inauditas en los comienzos poéticos de otros vates y sin embargo en Valhondo se hacen características.

A pesar de la amalgama de temas, se distinguen en Canciúnculas cuatro grupos de contenidos, que responden a otras tantas situaciones emocionales del joven poeta:

1.-El primero acoge los poemas en que expresa sus intranquilidades anímicas, que lo sumen primero en el dolor, después lo hunden en la amargura de su abismo espiritual y por último le causan una desgarradora angustia[36], que en algunos momentos lo arrastran a la idea de suicidio como liberación, es decir, a un estado de inconsciencia, de no sufrimiento, de insensibilidad.

2.-El segundo grupo es el de los poemas que tratan la sensualidad, típica en un poeta joven que se encuentra en la etapa de búsqueda amorosa, donde tantas veces como encuentra el amor experimenta un sentimiento de rechazo, que intenta mitigar con la ironía o el despecho como protección o justificación a su fracaso amoroso[37].

3.-El tercer grupo reúne a distintas formas de expresar sus deseos de infinito, materializados en el recuerdo nostálgico del mar como ideal lejano e inalcanzable, el anhelo de hacer camino a través del viaje como descubrimiento y medio de alcanzar nuevos horizontes, la idea religiosa de subir la Montaña como purificación espiritual para preparar el camino hacia el encuentro con Dios, la tristeza y la pena de fracasar en el intento de alcanzar esas metas ideales y como consecuencia el convencimiento de ser un árbol solo, aislado en un mundo que no colma sus deseos de libertad ni de infinito[38].

4.-Y por último el cuarto grupo acoge los poemas que muestran una doble emoción, trascendente y jocosa en el ánimo de Valhondo, que ya se caracteriza por los contrastes espirituales y las vacilaciones entre los extremos, unas veces (las menos) eufórico y otras, angustiado[39].

Estos temas que en Canciúnculas aparecen entremezclados, en sus siguientes libros poco a poco se irán ordenando y encajando hasta adquirir entidad propia dentro su concepción de la vida y del mundo. De tal forma que es posible comprobar cómo desde un principio Valhondo tiene en mente una idea de la temática global de su obra poética, cuyo germen se encuentra ya en su primer libro de poemas.

La continuación de Canciúnculas temáticamente no es su segundo libro sino el tercero, Pulsaciones, donde Valhondo comienza con la misma variedad de contenidos. Sin embargo, se detecta una mayor insistencia en los temas más preocupantes y un ahondamiento en el silencio y el miedo producido por el misterio en que se siente envuelto.

Es decir, en Pulsaciones se observa el aumento de su inseguridad ante la duda que le produce su procedencia divina y sin embargo notar el peso de su imperfección humana. De ahí que se acrecienten sus temores, se vuelva extremadamente vulnerable e insista en reiterar el estremecimiento que produce en su ánimo el contraste entre la noche (sombras = desencanto) y el día (luz = esperanza) o desaparezca, después de la primera parte, la variedad temática, los asuntos intrascendentes y la sensualidad que en Canciúnculas fueron frecuentes.

Así la última parte de Pulsaciones reúne unos poemas cuyo tema gira en torno al barrio de San Mateo de Cáceres, donde Valhondo encuentra los asombros de lo nuevo, de lo reciente descubierto, de la luz y los contrastes, pero también el misterio de los indescifrable, la intranquilidad de lo enigmático y las sombras preocupantes que le recuerdan la muerte[40].

Hay un tema en Pulsaciones que presenta a un poeta no sólo preocupado por sus intranquilidades personales, sino por los seres más débiles bien por trastornos síquicos (el loco) o bien por su fragilidad (el niño). Esta preocupación social, que antes aparece en Las siete palabras del Señor, adquiere un sentido de dignificación humana. Por este motivo será para Valhondo un tema preocupante a lo largo de su obra poética y en su segundo libro lo traducirá en una tierna preocupación por los niños y en una reivindicación de la dignidad de las madres (y por tanto de la mujer), apoyándose en la atención especial que Cristo puso en la suya a la hora de su muerte.

El tema central y único de Las siete palabras del Señor es el religioso, donde el joven Valhondo muestra su certeza de ser dependiente de la divinidad y además su atracción por Jesucristo que con su sacrificio, aparte de enseñarlo a aceptar su destino, le mostró el sendero para conseguir la inmortalidad. Las siete palabras del Señor presenta a un Valhondo tempranamente consciente de su relación con la divinidad y capacitado para mantener una relación personal con Dios sin intermediarios a través del arrepentimiento sincero, que será el medio normalmente empleado por él en adelante para calmar las intranquilidades producidas por sus frecuentes dudas.

Influencias

En Canciúnculas encontramos numerosas y variadas influencias, que son el resultado de la avidez por la lectura del joven Valhondo. La diversidad de las referencias si por un lado indican una cierta anarquía, pues el mismo Valhondo confesó que por aquella época leía todo lo que caía en sus manos, por otro descubren sus preferencias más tempranas que se sitúan en una línea clásica caracterizada por la trascendencia. Es decir, en sus primeros poemas se hallan el Cervantes del idealista don Quijote, el Bécquer del desamor, el Rubén Darío más existencial, el Juan Ramón trascendente, el Unamuno del sentimiento trágico de la vida, el Machado melancólico, el Alberti de la preocupación social, el Lorca de la pena, el Dámaso Alonso del desgarro y el Miguel Hernández más sensible.

Estos poetas en conjunto representan la lírica del sentimiento por la que Valhondo apostará desde sus mismos comienzos, a pesar de que por edad debía haberse decidido por una poesía menos trascendente. Sin embargo, estas adscripciones garantizan que fue un poeta conocedor de nuestros líricos y además de ser poseedor de un espíritu abierto y sin escrúpulos, donde no cabía la exclusión de autores ni obras ni tendencias pues de todos quiso aprender. Este hecho que podría interpretarse como propio de un poeta dependiente nosotros por el contrario lo entendemos como característico de un lírico cimentado en nuestra mejor tradición y por tanto como garantía de que, unido a sus condiciones humanas y líricas innatas, Valhondo fuera capaz de construir una obra poética cimentada en nuestra tradición lírica más trascendente.

Tampoco tuvo en su mente Jesús Delgado Valhondo la idea de adscribirse solamente al clasicismo más extremo, pues en Canciúnculas se encuentran experimentos vanguardistas, influido por los Ismos. Ni tampoco a la lírica culta de los grandes maestros, porque en su primera poesía los recuerdos de la lírica popular son numerosos no sólo en la forma de metros cortos y leves asonancias, sino también en los recursos, agilidad y frescura de una poesía novel que es consciente de encontrarse dentro de una rica tradición como punto de referencia imprescindible para iniciados.

En cambio en Pulsaciones Valhondo reduce bastante las influencias y las que persisten aún se encuentran insertas en su poesía de una forma más sutil. Este dato lleva a detectar dos hechos positivos: uno cuando se sintió más dueño de sí mismo, fue soltando buena parte del lastre que lo hacía demasiado dependiente y otro muestra una rápida evolución hacia una poesía más segura, madura y personal, que apunta ya características de su sólida lírica futura.

No obstante en Pulsaciones todavía es posible localizar referencias a corrientes y poetas de los que no quería apartarse conscientemente. Así continúa el empleo de metros cortos y asonancias, que ahora tiende a formar estrofas tradicionales (aunque muy escasas) y poemas como la cuarteta y el romance. También se detectan recuerdos de la sensibilidad de Juan Ramón, del desgarro del cante jondo, del presentimiento trágico de Lorca, del existencialismo modernista de Rubén Darío, de la creatividad del inefable Ramón Gómez de la Serna e incluso de la poesía hispanoamericana de tonos existenciales.

Es decir, Valhondo en Pulsaciones por un lado se ha alejado de unas influencias (como las vanguardistas) para no volver más a ellas y de otras a las que retornará más adelante y por otro ha seleccionado aquéllas que en ese momento cuadraban con su estado anímico y a la evolución que deseaba imprimir a su corta obra lírica.

Las siete palabras del Señor tiene una influencia palpable de la ascética y la mística española, a la que Valhondo recurre en un momento de enorme preocupación espiritual como hará a lo largo de su obra lírica cuando necesite rearmarse anímicamente o bien su angustia lo lleve a reintentar el encuentro con Dios desde la soledad de su conciencia y de su espíritu individual, antes de buscar el apoyo de sus semejantes e intentarlo solidariamente.

También este libro es una muestra del deseo de independencia de Valhondo que después de Canciúnculas, libro de corte neopopular, rompe con esta línea y escribe el siguiente lejos de esa tendencia, olvidándose de la métrica y la rima y basándose únicamente en el verso libre, posiblemente por influencia de la poesía modernista y de la Generación del 27, aunque con un enfoque personal que consigue una simbiosis entre rehumanización y existencialismo.

Estilo

Como corresponde a un libro primerizo, en Canciúnculas Jesús Delgado Valhondo muestra un estilo caracterizado por la dependencia de las corrientes y autores tanto en la forma como en el contenido.

Por esta razón el modo de expresión peculiar de Valhondo en Canciúnculas se encuentra teñido de los ritmos y conceptos típicos del Cancionero, Romancero, la canción popular y especialmente de la andaluza y el cante jondo por su forma ágil, directa y natural, el sentimiento trágico y el tono desgarrador, que eran los ritmos y tonos que atraían al joven poeta, ya por entonces prematuramente maduro.

Además mezclado con esta referencia popular localizamos también el sentido trascendente de la lírica culta, que encajaba a la perfección con su estado anímico y a la vez con sus deseos de guiarse por los poetas de mayor espiritualidad entre los muchos que había conocido en su múltiple y variada experiencia lectora.

No obstante también hallamos en el estilo de Canciúnculas unas características propias, que se harán singulares conforme avance su poética: ímpetu espontáneo y sincero, naturalidad, sencillez y rechazo de todo obstáculo formal que pudiera hacer su expresión artificial, enrevesada, prisionera o falsa, pues desde sus primeros poemas detectamos un interés inusitado por la trasparencia en sus planteamientos y la libertad formal; de tal manera que la poesía de Valhondo enseguida será conocida por directa y sincera.

También en este libro detectamos al lado de la inexperiencia de un poeta novel (rima pobre, ripios, falta de estructuración en algunos poemas, uso nulo de la disposición típica de las estrofas y poemas tradicionales), características que indican la existencia virtual de una gran capacidad creadora (imágenes audaces y originales, rimas y ritmos espontáneos y naturales, versos y poemas cortos especialmente frescos, ideas enjundiosas, agilidad, sencillez elaborada).

Y además en Canciúnculas hallamos un interés (impensable en un poeta joven) por el trabajo de lima, que muestran una preocupación temprana por encontrar la virtud expresiva en el esfuerzo de la búsqueda creadora y que no estamos ante un poeta novel sin más sino ante un joven especialmente consciente de su labor lírica a la que, por esos deseos de superación, le imprime un sello personal de autoría desde el primer momento.

Las siete palabras del Señor es un ejemplo del estilo más directo, claro y espontáneo del Valhondo novel, pues en este libro se desnuda de todo artificio en su deseo de hacerse transparente y de que nada impida que su mensaje llegue a la divinidad. No encontraremos en toda su obra lírica otra expresión más desnuda, espontánea y directa. No obstante esta despreocupación por la forma y esa atención casi exclusiva del contenido produce en determinados momentos versos más cercanos a la prosa, cacofonías y desajustes rítmicos que Valhondo reajustará en Pulsaciones, cuando logre liberarse de los tópicos, la inconsciencia, el nerviosismo y la variedad que sobra en este libro, una vez que calme sus preocupaciones religiosas y tome el pulso de su poesía.

Pulsaciones es una continuación del estilo de Canciúnculas, aunque más contenido y evolucionado: los temas se centran, la forma se hace más regular, los sentimientos no se desbordan tanto, la expresión se torna más trascendente y el pulso lírico más personal. Jesús Delgado Valhondo, después de Pulsaciones, se encuentra seguro de estar listo para la publicación de su primer libro de poemas, que será una especie de antología de poemas extraídos de Canciúnculas y Pulsaciones. Este hecho muestra una gran confianza en sus primeros libros y que los considera dignos para que fueran su escaparate y sus señas líricas de identidad.

Métrica

En Canciúnculas las numerosas vacilaciones métricas y rítmicas si por un lado pueden traducirse como inexperiencia, por otro tienen la virtud de ser un ejemplo de la etapa de tanteos en la que Valhondo está buscando su modo personal de expresión no sólo en las formas populares, sino en las más recientes como eran por aquel entonces las vanguardistas. Este hecho indica que Valhondo había decidido no dirigirse por los caminos de la lírica regional y quería imprimir un sentido más universal a su forma lírica y a la exposición de sus temas y contenidos.

Así Canciúnculas es la muestra de que Valhondo desde sus comienzos tuvo una idea clara de usar sólo la forma como mero soporte del contenido, pues se inclina por los metros cortos y la asonancia o bien por el verso libre. Es decir, por un leve sostén que no desvirtuara lo más mínimo el discurrir de sus sentimientos líricos.

En Las siete palabras del Señor incluso se muestra aún más libre de las ataduras formales, pues se decide por el uso del versículo y en algunos momentos por versos cercanos a la prosa poética. Así en este libro, Valhondo se configura como el mejor ejemplo de poeta espontáneo que, en un momento de extrema sinceridad y de necesidad de hacer creíble su arrepentimiento, se desprende de todo obstáculo formal y da la máxima preferencia al contenido para solicitar urgentemente perdón.

Sin embargo en Pulsaciones Valhondo vuelve a una cierta regularidad métrica y rítmica, porque fue consciente de que en Las siete palabras del Señor sus sentimientos se habían desbocado sin la contención del metro y de la rima. Por esta razón aunque Pulsaciones se encuentra lejos de la regularidad formal Valhondo decide ponerse un freno con el uso del octosílabo mezclado con otros metros cortos; aunque fue una contención limitada pues estas combinaciones no suelen formar estrofas ni poemas regulares. No obstante este leve soporte fue suficiente para que el libro tuviera un tono más encauzado en la modulación propia de la lírica y el poeta se muestre más sereno, dentro de la angustia, menos impetuoso y como consecuencia más evolucionado.

Valhondo fue consciente de este paso hacia el equilibrio y la madurez y para componer su siguiente libro de poemas Hojas húmedas y verdes realizará una selección que contiene algún poema de Canciúnculas, ninguno de Las siete palabras del Señor y bastantes más de Pulsaciones, es decir, desecha los poemas de los libros más espontáneos e impulsivos y apuesta por la naturalidad equilibrada.

Recursos literarios

El empleo de recursos literarios es el aspecto que más llama la atención en el análisis de los libros de la primera etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, pues sorprenden por su fuerza creativa de extraordinario alcance y por indicarnos la existencia en el poeta novel de un lirismo poderoso y original.

Así en Canciúnculas se pueden localizar imágenes que serán pilares de ideas claves en su obra lírica como la del árbol solo o símbolos como el de la guitarra, el camino o la canción[41] que muestran, además de la espontánea naturalidad ya comentada, una gran capacidad para convertir en lirismo sus sentimientos más desnudos y naturales.

Además las imágenes y recursos líricos adoptan formas muy diversas anunciando a un poeta con una creatividad variada e inagotable y con medios suficientes para cimentarla y además aseguran que esta capacidad creadora no es fruto de la casualidad sino de una formación intelectual adquirida por medio de la paciente labor lectora, que el poeta novel ha realizado conscientemente durante años.

Las siete palabras del Señor por el contrario es el ejemplo de la poesía más desnuda de recursos literarios, pues Valhondo se despoja de todo obstáculo formal para expresarse de la forma más directa dando preferencia total a su mensaje de arrepentimiento y a su petición desesperada de perdón, que era lo que en aquel momento le urgía. Por esa razón las escasas imágenes y recursos que aparecen en el libro están al servicio de ese objetivo y no tienen la finalidad de obtener beneficios líricos.

Por este motivo en Las siete palabras del Señor las imágenes y recursos se caracterizan por su contraste, porque contribuyen a aumentar el desgarro haciendo creíble el arrepentimiento o bien humanizan los sentimientos hasta el punto de  hacerse convincente y digno de perdón. No obstante la falta de esos medios a veces contribuye a que el ímpetu lírico de Valhondo se desvirtúe y la expresión peque de prosaica, aunque también este hecho se puede interpretar como producto de la naturalidad llevada a su máximo extremo cuando el poeta reza más que versifica y, como la persona que ora es austera, del mismo modo Valhondo está más atento a lo que dice que a cómo lo dice.

Así, teniendo en cuenta este detalle, Valhondo en un principio usa recursos insistentes como las anáforas o reiterativos como las estructuras de varios elementos o intensificadores como las formas no personales del verbo, para crear un soporte sobre el que sostener su angustia. Luego cuando descansa una vez que ha calmado sus preocupaciones espirituales los recursos líricos casi desaparecen.

En Pulsaciones vuelve Jesús Delgado Valhondo a desplegar su imaginación creadora de tal forma que a pesar de ser su tercer libro de poemas ya podemos calificarla de portentosa. Aunque por eso mismo en Pulsaciones se localiza a un poeta formalmente más seguro y significativamente más creador que en los libros anteriores. Este hecho se debe sin duda a una labor lírica enfocada desde la pasión por el trabajo consciente de un poeta que ha encontrado su camino espiritual y creativo en la expresión lírica.

Por tanto también por las imágenes y recursos literarios podemos detectar la evolución que Valhondo experimenta en su primera etapa hacia una mayor madurez, creatividad y equilibrio emocional. Este nivel conseguido será la base de su evolución posterior.

Estructura

Tanto Canciúnculas como Las siete palabras del Señor y Pulsaciones se encuentran perfectamente estructurados en cuatro, siete y cuatro partes respectivamente. Esta realidad que indica una voluntad clara de organización no se circunscribe a cada libro individualmente sino que, debido a la simetría del número de partes, pensamos que Valhondo no sólo las distribuyó a conciencia sino que las concibió global y unitariamente.

Este detalle, que podríamos interpretarlo con una simpleza estrictamente matemática, resulta muy significativo pues, llegados a este punto, se puede asegurar que Jesús Delgado Valhondo ya desde sus orígenes poéticos tenía una conciencia clara de su labor y de presentarla con extrema coherencia. Tal hecho nos reafirma en la idea de que Valhondo tuvo una visión profética del conjunto de su obra lírica desde sus comienzos y que la estructuración expuesta a comienzos de este capítulo (que sacamos del manuscrito citado) no fue circunstancial.

Sin embargo aunque existe una voluntad estructuradora de los libros no sucede así con el número de poemas de cada parte pues, por ejemplo, la última de Canciúnculas está formada sólo por tres y en cambio la tercera de Pulsaciones contiene doce. Este hecho puede deberse a dos razones: una a que Valhondo llega hasta donde le dicta su inspiración, es decir, cuando nota en su interior que ha dicho todo lo referente al tema expuesto en esa parte, la cierra. Y otra que no era partidario de las ataduras formales y sólo utiliza las estrictamente necesarias como soporte y medio de contención.

Por otra parte pensamos que la estructuración de sus primeros libros no sólo se debe a su conciencia de autoría sino también a su espíritu docente, pues no debemos olvidar su profesión que, si bien cuando comenzó a escribir los poemas de su primer libro aún no era maestro, sí ejercía el magisterio cuando los organizó para encuadernarlos artesanalmente[42].

Precisamente en ese interés por estructurar su obra poética desde el comienzo, encontramos un paralelismo entre Valhondo y Jorge Guillén, que también tuvo ese mismo interés estructurador. Además los dos se confundieron al calcular el cierre de sus obras poéticas respectivas, pues el poeta malagueño lo tenía previsto en Homenaje y tuvo que añadir Y otros poemas, y el extremeño había pensado que su último libro fuera Inefable domingo de noviembre y sin embargo luego publicó tres más.

Evolución

    Pulsaciones es un libro en el que se localiza a un Jesús Delgado Valhondo más evolucionado y cercano a sus grandes preocupaciones posteriores. Pasada la etapa colorista y variopinta de Canciúnculas, ha tomado conciencia de su labor de poeta y ha encontrado decididamente en la poesía un medio de expresión, que encaja perfectamente con la necesidad imperiosa de comunicación y comunión que sentía su espíritu.

El valor de Las siete palabras del Señor no se halla, igual que en los libros comentados, en un análisis técnico pues hemos visto como el poeta no se preocupó excesivamente por la calidad ni por la forma. El mérito de este libro reside en que el poeta novel, más acentuado que en Canciúnculas, se muestra como un ser consciente de estar en el mundo, de formar parte de él y de su relación estrecha con la divinidad.

Y este momento aunque líricamente no destaca en su obra lírica es fundamental en su concepción religiosa y por tanto resulta imprescindible para comprender su poética, porque es aquí donde manifiesta su decisión de aceptar su compromiso de ser humano consciente y comprometido, que va a marcar toda su obra dándole unidad, coherencia y sentido.

 Es decir, desde ahora toma como modelo a Cristo en la cruz y adopta el deseo de caminar hacia la perfección para llegar a Dios, su origen y su refugio a través de la dignidad de saber reconocer sus errores y la capacidad humana de levantarse y seguir, recaer y volver a levantarse, humilde y consciente de sus limitaciones humanas, conjugando sus anhelos de llegar a Dios con su compromiso personal de perfección con el fin de desentrañar la verdad que en Él se halla a través de la perfección espiritual que proporciona la integridad humana.

Después de analizar estos tres libros, llama la atención que la obra poética de Jesús Delgado Valhondo no comience con los temas tópicos y el tono típico de los poetas noveles, que normalmente naufragan en el idealismo romántico de encendidos amores, pasiones insatisfechas y ansias de libertad; en la denuncia de las injusticias y en la utopía de un mundo mejor. La poesía de Valhondo ya en sus inicios tiene un velo de melancolía y tristeza, preludio de la angustiosa soledad a la que llegará el poeta conforme paradójicamente vaya ahondando en el conocimiento del ser humano, árbol solo por naturaleza, mediocre actor del gran teatro del mundo, soñador empedernido que se hace muchas preguntas retóricas como ésta: ¿Es acaso la búsqueda de Dios parte de este sueño que es la vida?

La razón de esta forma distinta de comenzar su lírica tiene dos causas: una, su encuentro con el dolor siendo niño que lo llevó a estar seguro de que la felicidad como estado permanente no existe, pues sólo en momentos efímeros se logra intuir porque el ser humano es imperfecto por naturaleza. Por este motivo su poesía desde sus comienzos se impregnará de un tono melancólico y angustioso, donde toda concesión a la alegría y a lo placentero parece estar vedado, pues pocos detalles de estas sensaciones positivas encontramos en su obra lírica. Otra, cuando Valhondo inicia su obra poética tiene 25 años, edad en la que ya concibe la existencia humana con amarga experiencia, después de olvidar enseguida la dulce concepción de la existencia que se tiene en la adolescencia.

Estas razones explican que encontremos en la primera poesía de Jesús Delgado Valhondo una madurez inusitada, propia de un espíritu macerado en el dolor y en la experiencia de la vida cotidiana, que irá creciendo cuanto más bucee en su espíritu, en la frágil condición humana y en la búsqueda de respuestas racionales a preguntas trascendentes[43].

Por tanto el valor de estos tres libros primeros, que no se suelen citar al comentar la poesía de Jesús Delgado Valhondo, es fundamental a pesar de ser producto de una corta experiencia lírica, porque a través de ellos ya descubrimos a un Jesús Delgado Valhondo definido: asceta del silencio, ermitaño de la soledad, humanamente contradictorio, agónico siempre, quimérico en su búsqueda de Dios y la eternidad, nostálgico de su pasado doloroso, meditador empedernido, agudo observador, amante de la melancolía y la tristeza (sazonada con pizcas de alegría), sincera y conscientemente claro, sencillamente atractivo. Así es el joven poeta de Canciúnculas, Las siete palabras del Señor y Pulsaciones y será el maduro poeta de otros quince libros de poemas.

Pocos poetas con sólo tres libritos consiguen desentrañar su personalidad y que ésta pueda ser definida con valor propio hasta el extremo de que la mayor parte de las características expuestas sean una constante en toda su obra poética, que tendrá una continuidad sin desfallecimientos y una concepción coherente desde principio a fin.

Segunda parte: Poesía de la búsqueda y la desorientación

En la segunda parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo se produce el desarrollo y desenlace del tema fundamental en torno al que gira toda su creación lírica: la soledad y la búsqueda de Dios.

Después de los tanteos de la primera parte en donde hallamos la base de su poesía (sus intranquilidades espirituales provocadas por el misterio que envuelve la existencia humana) el poeta, incapaz de desentrañarlo, se sume en la tristeza y la melancolía de su imperfección y va al encuentro de Dios con la esperanza de que calme sus dudas existenciales y sus deseos de eternidad.

Así los libros de esta parte son la descripción del recorrido espiritual que realiza el poeta por los entresijos de su alma, cuyos sentimientos evolucionarán desde la esperanza a la angustia a causa del fracaso de su búsqueda, reafirmando su concepción trágica de la existencia, del ser humano y del mundo, y terminará en un dramático desencanto y en la decepción del mediocre que sin Dios y, por tanto, sin posibilidades de salvación, es consciente de que está abocado a la nada.

Valhondo comienza su andadura, después de los tanteos de sus tres primeros libros, afectado por el dolor, la búsqueda de Dios, la soledad, el tiempo y la idea de la muerte. La vida para el poeta, un ser humano más, es una imaginaria cuesta, llena de obstáculos por el silencio de Dios y la imperfección humana, que tiene al final una cima donde, a pesar de todo, piensa que se encuentra la divinidad esperando a que llegue para recompensarle su sacrificio.

No obstante esta esperanza se manifestará entre frecuentes dudas y vacilaciones espirituales, con pasos atrás y adelante, producto del ánimo cambiante que habían fraguado en el poeta sus circunstancias personales y sus horas de soledad y meditación que, si bien lo acercaron a la divinidad, lo convirtieron en un solitario cuando constató el silencio de Dios, las limitaciones y la fragilidad del ser humano, incapaz de comprenderse a sí mismo, a los demás y al mundo, y en un ser angustiado ante la falta de respuestas de la divinidad que guardaba celosamente las claves de sus preguntas. Al final cuando pierde a Dios, el poeta no logra hallar en el paisaje ni en el ser humano medios para reencontrarlo, pues le confirmarán la realidad de esa pasión inútil y lo arrastrarán a la angustia más desoladora.

Así en Hojas húmedas y verdes, libro de conexión con la primera parte, encontramos anhelos e inquietudes, pero envueltas en la melancolía y la tristeza del que se siente incapaz de alcanzarlos o resolverlas. En El año cero (también libro de conexión), aparece nítidamente la soledad, la angustia y la desorientación en que se encuentra y por este motivo el planteamiento del tema central de su obra poética: la búsqueda de Dios.

En La esquina y el viento comienza a perder la esperanza en Dios porque no le responde. La muerte del momento es el libro de la preocupación por el tiempo y donde observamos un aumento de su angustia, aunque la esperanza sigue apareciendo intermitentemente como en el libro anterior.

En La montaña el poeta sufre el primer impacto emocional: ha llegado a la cima pero allí encuentra a un Dios distinto del que soñó, pues no se digna siquiera recibirlo e incluso lo aterroriza mostrando su enorme poder por medio de la fuerza de la creación.

Aurora. Amor. Domingo es una apuesta por la ciudad y por el ser humano, pero concluye en una triste concepción del hombre y de la realidad y el poeta sufre un segundo embate emocional que lo lleva a manifestar la necesidad de huir de una vida ingrata y de la sordidez de un mundo sin Dios. El secreto de los árboles es un libro donde sufre otra conmoción espiritual, pues comprueba en la práctica las imperfecciones humanas y la certeza de que Dios no le contestará jamás. Por este motivo, en ¿Dónde ponemos los asombros?, el espíritu del poeta es el de un ser desencantado, indefenso y escéptico.

La vara de avellano es la descripción de la frustración total del mediocre, que ha fracasado en su intento de recuperar el paisaje y el hombre para reiniciar a través de ellos el camino a Dios.

Teniendo en cuenta esta somera descripción, para analizar objetivamente la evolución poética de la segunda parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, que constituye su núcleo (nueve libros), es necesario dividirla en varias etapas coincidentes con las experimentadas en su evolución anímica, que darán lugar a distintos momentos líricos.

Etapa de conexión y planteamiento

Hojas Húmedas y El año cero son libros en los que Jesús Delgado Valhondo desecha poemas de asuntos intrascendentes y tonos juveniles y a la vez selecciona e incluso repite en ambos libros aquéllos que insisten en sus preocupaciones espirituales, perfilando de esta manera los temas que en libros posteriores ocuparán el centro de su obra lírica. De ahí que denominemos esta etapa de conexión y planteamiento.

En la elección de los poemas de estos libros sin duda influyó por una parte las razones que el poeta tuvo para editarlos: el primero es una selección antológica preparada para darse a conocer a través de una modesta colección y el segundo es el gran libro que tenía pensado publicar con el fin de tantear la opinión de críticos cualificados, que le dieran el visto bueno para ingresar con la dignidad necesaria en el mundo poético.

Por otra parte Valhondo quiso exponer líricamente los motivos humanos y espirituales que lo arrastraban a escribir poesía y a la necesidad de comunicarla. Por esta razón en estos libros el poeta no entiende la poesía como mero acto estético sino como medio de comunión anímica con sus semejantes, a los que veía con sus mismas preocupaciones y anhelos.

Pessoa dijo que el poeta es un fingidor y Valhondo sin duda no escapa a esta afirmación si el poeta portugués se refiere a una tergiversación lírica de la realidad. Pero Valhondo cuando escribe poemas, transmite sus emociones espirituales de una forma muy cercana a su estado emocional y a su experiencia cotidiana, y finge lo estrictamente necesario.

Por este motivo también en la selección de los poemas de estos libros va a influir de forma decisiva la crisis anímica con que inicia la década de los años 40 por la experiencia negativa de la guerra civil, la sanción impuesta, el aislamiento y la soledad padecida en su destierro. Así la aparición del tema de la soledad, de la imperfección humana, del tiempo y de la muerte y su insistencia en ambos libros no puede ser entendido como una mera ficción lírica, sino más bien como un modo de comunicar las inquietudes que sentía en su espíritu especialmente sensible, cuya carga anímica había formado un rico mundo espiritual, al que necesitaba dar salida para buscar respuestas y consuelo en los demás.

Hojas húmedas y verdes y El año cero

Descripción

Hojas húmedas y verdes y El año cero son dos libros antológicos, que constituyen la base de la poesía conocida de Jesús Delgado Valhondo, la muestra de su etapa iniciática que inédita aún no quiso dejar en el olvido y el escaparate selectivo de los primeros poemas de su lírica más otros nuevos escritos a conciencia para presentarse en el mundo poético.

Por tanto ambos libros tienen una importancia capital, pues por un lado sirven de conexión con su poesía primera de la que recoge a conciencia los mejores poemas escritos hasta entonces y, por otro, de planteamiento al incluir poemas nuevos donde con la experiencia acumulada comienza a perfilarse como un poeta personal, que es consciente de su labor poética y capaz de crear una lírica trascendente.

No obstante cada libro cumple una función distinta: con Hojas húmedas y verdes, Valhondo quiso medir sus fuerzas pues hasta entonces sólo había publicado poemas sueltos. Como el resultado fue alentador se sintió seguro para decidirse a publicar un libro en el que venía pensando hacía muchos años, que fuera una recopilación antológica de toda su poesía, El año cero. Por tanto Hojas húmedas y verdes es la avanzadilla de El año cero y éste es una antología en toda regla.

Sin embargo se advierte que tanto Hojas húmedas y verdes como El año cero son selecciones antologías sui generis, pues las tradicionales suelen recopilar sólo poemas de libros anteriores y en cambio Valhondo añade a éstas poemas nuevos como lo hará con otras de sus antologías. En la Primera antología incluye un grupo de poemas titulado Aurora. Amor. Domingo y en Poesía, un poemario denominado Los anónimos del coro que, si bien los incluyó como medio de publicación porque no logró verlos editados independientemente, también se deduce de  este hecho un deseo de mostrar su poesía anterior y a la vez de presentar la continuación como una forma de evitar la fragmentación que provocan las antologías al uso.

Este detalle tiene una importancia mayor que la originalidad comentada, porque esta variante respecto a las antologías comunes es otra muestra del sentido coherente que Valhondo quiso imprimir a su obra poética pues, más que la de otros poetas, la suya tiene un sentido marcadamente unitario, que comienza a plantearse tímidamente en Hojas húmedas y verdes y con nitidez en El año cero, libro concebido desde el mismo título como su primer libro: «El año cero» es el punto de partida donde recopila los mejores poemas de libros anteriores y a la vez conecta con los siguientes.

Temas y contenidos

Mientras en los libros de su primera etapa Jesús Delgado Valhondo no destaca los temas esenciales entre la amalgama de los muchos que trata, en Hojas húmedas y verdes se desprende de influencias, elimina asuntos que no le interesan y el tema fundamental de su obra poética comienza a perfilarse indirectamente, pues no será Dios quien ocupe el centro temático del libro sino su obra, el paisaje.

Tal extremo es debido a que el poeta aún no necesita o no se atreve a entrar directamente en contacto con Dios, impresionado ante la grandiosidad y perfección de la naturaleza, porque su convencimiento de la nimiedad humana lo hacen mantenerse alejado de la divinidad y por una parte resignarse con observar humilde y asombradamente su creación y, por otra, comenzar a sentirse solo y a experimentar cada vez con mayor intensidad las intranquilidades, que ya expuso en sus primeros libros, y la necesidad de iniciar su búsqueda.

Este planteamiento escaso de esperanza y repleto de inseguridad espiritual provoca que Dios aparezca en fugaces menciones con las que Valhondo intenta dar sensación de proximidad a Él, pero la confianza aparente que en fugaces momentos establece con la divinidad al instante es sustituida por referencias al tiempo, la muerte, la falta de horizontes y de libertad. De tal forma que la esperanza latente de los dos poemas primeros del libro se convierte en tristeza y melancolía, que se hacen características en Valhondo desde ahora poeta maduro y grave que ha eliminado en cuanto al contenido los asuntos intranscendentes y llena su lugar con las connotaciones negativas de la noche y la soledad interior, expuestas conscientemente a través de la imagen del árbol solo, clave en su poesía.

Así la soledad será un tema, que mencionado en sus primeros libros, toma cuerpo en Hojas húmedas y verdes donde aparece con nitidez anunciando que ése es el destino dramático del ser humano. Pero Valhondo no se refiere a una soledad física sino a una soledad de conciencia espiritual, de sentirse realmente solo en momentos claves de su vida y sobre todo en el supremo de la muerte.

 Esa soledad, por tanto, va unida a una tremenda sensación de fragilidad: el ser humano, física y espiritualmente, es débil, imperfecto y limitado. Y el mundo (el paisaje) es una contradicción igual que su creador: lo crea humano, es decir, caduco para formar parte de su obra y a la vez lo hace prisionero de ella, coartando sus anhelos de libertad que paradójicamente siente instalada en su propia esencia divina.

Esta contradicción provoca en el poeta la necesidad de Dios y lo arrastra al inicio de su búsqueda, pues su conciencia racional no encuentra sentido a un planteamiento del ser humano y del mundo que lógicamente es contradictorio e incomprensiblemente trágico.

 Pero desde sus mismos comienzos la búsqueda de Dios está abocada al fracaso por dos motivos: el ser humano no tiene capacidad intelectual para entender su relación con Dios ni su manifestación en el mundo y el poeta no logrará desentrañar tal misterio formulando preguntas racionales. El resultado será el silencio de Dios y la angustia del que interroga.

El año cero temáticamente es una continuación de Hojas húmedas y verdes en cuanto que el paisaje continúa siendo el tema central. Pero se observa una diferencia, en los poemas nuevos de El año cero este tema poco a poco va quedando relegado para ser sustituido paulatinamente por el tema de Dios que ahora aparece con nitidez, igual que el tema del tiempo y la muerte que se convierten en obsesivos. De ahí que se pueda decir que en este libro es cuando comienza realmente la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, después de cuatro libros de tanteos con el inicio de la búsqueda de Dios, la aparición de la angustia y el encuentro con el hombre, único tema que faltaba en el núcleo significativo de su poesía, donde ya se encontraban el tema del tiempo, la muerte,  la soledad, el paisaje y Dios.

Por otra parte la visión de la divinidad en El año cero ha cambiado con respecto a su libro anterior, pues Valhondo ya no tiene una concepción positiva de Dios, que se le muestra distante, contradictorio y prepotente, porque lo siente muy lejos para poder alcanzarlo, le exige más de lo que como ser humano puede alcanzar y se muestra con la arrogancia del que se sabe superior y no se digna responder a una criatura imperfecta y frágil, que por este motivo lo necesita con urgencia.

También en El año cero Valhondo vuelve a tocar el tema de la soledad con la misma imagen del árbol solo, pero con un cambio de enfoque porque ahora la soledad que había concebido como tragedia en Hojas húmedas y verdes, al arrastrarlo a la posibilidad del suicidio como liberación de su angustia, es convertida en medio trascendental para rearmarse anímicamente, reequilibrar su espíritu e iniciar la búsqueda de Dios con garantía desde la intimidad de su refugio interior donde el poeta se siente seguro una vez que se ha alejado del paisaje cuando por un lado le recordaba su fragilidad tanto física como espiritual y, por otro, coartaba sus anhelos de libertad que en El año cero vuelve a ser un tema insistente.

No obstante Valhondo tanto en uno como en otro libro recupera la sensualidad, que había proscrito en Las siete palabras del señor y Pulsaciones, por la necesidad de compensar la angustia que comienza a padecer cuando inicia la búsqueda de Dios y siente su fracaso futuro, se convierten en obsesivos el tiempo y la muerte y su encuentro con el hombre lo lleva ante su imperfección a refugiarse en la intimidad de su conciencia solitaria.

Influencias

Tanto en Hojas húmedas y verdes como en El año cero se observa cómo Jesús Delgado Valhondo en el contenido va soltando gradualmente el lastre de las dependencias que existía en los libros de su primera etapa, a pesar del carácter antológico de ambos poemarios. Así, en los poemas nuevos de estos libros, aunque todavía quedan restos de influencias de poetas contemporáneos muy admirados por Valhondo como Machado, Juan Ramón, Lorca, Alberti o Miguel Hernández, se nota que hace un esfuerzo para convertir estos recuerdos en interpretaciones originales.

Este hecho es una muestra de que el esfuerzo de originalidad e independencia, que viene realizando Valhondo, es patente aunque todavía no se encuentra plenamente seguro y se apoya en versos o ideas atractivas de estos poetas para expresar esas sensaciones personales mientras toma el pulso de su lírica, encuentra un camino propio y se atreve a andarlo sin ayudas.

Quizás el hecho de centrarse en poetas de este siglo se deba a su cercanía con ellos en el tiempo y por tanto a un recuerdo más cercano que sin duda aumentó el interés por éstos y más cuando sus maestros acababan de morir dramáticamente o de exiliarse para evitar la muerte[44].

Además que sólo se encuentren referencias a los poetas contemporáneos citados, supone que con respecto a sus libros primeros se ha olvidado de otros como Bécquer o Rubén Darío, aunque en libros posteriores volverá a ellos. Al primero cuando se haga más espiritual y etéreo y al segundo cuando la angustia lo aprisione en tal grado que necesite hacerse de nuevo insensible para evitar el sufrimiento que lo invadía poco a poco de una manera más agobiante.

En Hojas húmedas y verdes y en El año cero han desaparecido las influencias vanguardistas, excepto la del surrealismo. Este hecho lleva a pensar que globalmente ha desechado ese camino que si bien en un principio lo atrajo como experimento y forma de buscar nuevos modos de expresión después se olvidó de él por ser un medio inadecuado a sus deseos de expresión lírica. Por esta razón, interpretamos la desaparición de esta influencia como un lastre soltado por Valhondo una vez que se decide por tendencias más seguras como la de nuestros clásicos contemporáneos, y una muestra del afán por conocer todo con el fin de experimentarlo y posteriormente desecharlo si no encajaba con su idea de la comunicación lírica.

En la forma es donde más patente quedan recuerdos de la poesía tradicional, pues no sólo esto sucede en cuanto al metro y a la rima, que en muchas ocasiones continúa siendo de versos cortos y asonancias, sino también respecto a la formación de estrofas tradicionales que antes quedaron en la mayoría de los casos abortadas como muestra de espontaneidad y libertad lírica. Ahora, sin embargo se localizan algunas redondillas, cuartetas, romances e incluso décimas, que indican en conjunto un deseo de no desprenderse de la tradición a la vez que muestra un interés por el clasicismo contemporáneo.

Este detalle da la seguridad de que Jesús Delgado Valhondo fue un poeta conocedor de las tendencias que estaban vigentes en el país. Por este motivo las influencias en estos libros estudiados se pueden interpretar como tanteos de un poeta que está buscando su camino personal y su estilo propio. Y este esfuerzo más que perjudicarlo lo dignifica, pues asegura que una vez dueño del control de su poesía ésta no será producto del azar o de unas condiciones innatas, sino intelectualmente cimentadas en el conocimiento de poetas de peso y en el experimento de numerosas tendencias. Y además en un trabajo de investigación y en un esfuerzo dignificador de superación y de lima, que no eludirá en ningún momento de su obra lírica la atención a corrientes nuevas.

Estilo

Teniendo en cuenta que ya hemos detectado cómo Jesús Delgado Valhondo comienza a tomar el pulso personal de su poesía, por medio de la contención y el equilibrio, no extraña encontrar en el estilo de Hojas húmedas y verdes y El año cero al Valhondo más singular con unas características personales definidas: espontaneidad meditada, lengua común, naturalidad, transparencia y sencillez, resultado de la elaboración trabajada que no se empaña con las abundantes imágenes (especialmente creativas) empleadas; melancolía e incluso visiones alucinantes, que proporcionan el conocimiento de un espíritu en continua ebullición temperamental y una íntima esencialidad que produce un cálido, cercano y eficaz lirismo.

El estilo de El año cero sin embargo sufre una alteración cuando en los poemas más extensos del libro, la contención y la síntesis de los primeros poemas, cortos, impresionistas y esenciales, se convierten en desbordamiento formal y significativo[45], pues tratan angustiosamente el tema de Dios y la búsqueda en la que el poeta se siente fracasado nada más comenzar. Todo esto se refleja en el tono del lenguaje que se vuelve áspero, desgarrador y dramático, indicando por unos momentos la pérdida de su pulso anímico que a estas alturas se caracterizaba por el equilibrio emocional[46].

A pesar de ese momento crítico en El año cero es posible detectar su fuerza lírica en tres puntos que serán desde este momento pilares de su estilo personal: su economía de medios, su capacidad de síntesis y su poder de sugerencia.

 Por tanto El año cero es un libro maduro aunque Valhondo incluyera numerosos poemas de su primera etapa, porque se nota una elaboración muy meditada; no en vano durante muchos años fue un proyecto de libro grande, que no sólo no decepciona sino que llama la atención por contener una poesía que ya se puede calificar de creativa, profunda y personal.

Métrica

La mayor regularidad que se halla en la métrica de Hojas húmedas y verdes y El año cero es una muestra de que Jesús Delgado Valhondo fue consciente de que por un lado en sus libros primeros se había desbordado sin la contención de la rima y la métrica y, por otro, de que para presentarse en el mundo lírico necesitaba hacerlo de una forma más contenida y equilibrada que eran precisamente las características que le proporcionaban estos medios formales. Por este motivo tanto en uno como en otro libro se olvida del verso libre.

No obstante todavía en ambos libros se encuentra al Valhondo más espontáneo y natural, pues la regularidad en la forma no es general siguen las vacilaciones y no siempre los versos se agrupan en estrofas y poemas regulares. Aunque este hecho no es un obstáculo, para que se pueda detectar una constante que se viene localizando desde sus comienzos líricos: la servidumbre de la forma con respecto al contenido que de esta manera consigue contener hasta los límites precisos donde le queda un margen para ahondar hacia la madurez sin dejar de evolucionar y a la vez sentirse libre y dueño de su pulso lírico. Así en El año cero existen poemas extensos donde Valhondo ahonda más en su emoción y sin embargo lo sostiene en formas no regulares.

Estas muestras de irregularidad por una parte suponen un medio de no dejarse aprisionar por la forma, temiendo perder frescura y espontaneidad y como consecuencia identidad personal y, por otra, deseos de experimentar buscando nuevos caminos expresivos y obsesión por encontrar el verso justo y la palabra exacta. Estas pretensiones conllevan desequilibrios, vacilaciones y alguna reelaboración desafortunada, pero no perjudican al poeta porque resulta digno su riesgo y esfuerzo en busca de su camino personal y, a la vez, también se observa cómo esa lucha con la forma y la palabra está consiguiendo resultados alentadores, porque cada vez las vacilaciones son menores y sin embargo los resultados líricos más patentes.

Recursos literarios

Tanto en Hojas húmedas y verdes como en El año cero el uso de recursos literarios siguen la línea marcada en los libros anteriores: las imágenes son producto de una poderosa creatividad y los recursos proceden de un trabajo consciente y meditado de la elaboración lírica y en ambos casos están puestos al servicio de los contenidos tratados por el poeta, para que la exposición de sus sentimientos llegue mejor al espíritu del lector y nunca para favorecer su lucimiento personal.

Es indudable que ya en Hojas húmedas y verdes Jesús Delgado Valhondo se presenta con experiencia y conoce los medios apropiados para conseguir expresar lo que necesita en cada momento. De ahí que teniendo en cuenta que se trata de su primer libro conocido realice en el primer poema conscientemente un alarde de lirismo, acumulando imágenes y recursos para sorprender al lector, que normalmente comienza un tanto escéptico la lectura de un poemario cuyo autor le es desconocido.

Posteriormente vuelve a emplear estos medios con la contención y el equilibrio que en él es característica. El recurso que más llama la atención en Hojas húmedas y verdes es el intimismo con que Valhondo expresa sus sentimientos haciendo muy suyo y trascendente aquello que cuenta y al mismo tiempo, por la forma cálida, cercana y amable familiaridad que le imprime, convertirlo también en algo nuestro.

Este recurso que enseguida nos pone de parte del poeta, nos convierte en confidentes de unos sentimientos compartidos que Valhondo acerca más a base de metáforas muy creativas y originales, personificaciones que ahondan en el misterio de cuanto nos rodea dándole vida o encabalgamientos que suspenden la expresión y la hacen más sugerente y, para el lector, participativa pues la poesía de Valhondo ya a estas alturas convierte al lector en sujeto activo.

Cumple Valhondo así en su primer libro conocido uno de sus más fervientes deseos: elaborar una poesía que comunique y comulgue con los demás, pues la poesía que no llega o no comparte no era tal cosa para él[47]. De ahí que las imágenes y recursos cumplan una función práctica de atracción, relación y unión entre corazones gemelos, el del poeta preparado para decir y el del lector listo para recibir y compartir.

En El año cero el uso de imágenes y recursos continúa en la misma línea que en Hojas húmedas y verdes. No obstante ahora se produce un cambio de tono por el aumento de la angustia que, situada en los poemas centrales del libro, se refleja en el empleo de determinados medios indicativos de angustia (anáforas, surrealismo), desorientación (interjecciones e interrogaciones) o fuertes preocupaciones existenciales (imágenes que llegan a ser en algunos momentos alucinantes y apocalípticas). Después de estos poemas, los medios líricos vuelven a la contención y el equilibrio de acuerdo con el tono esencial y melancólico que adoptan los últimos versos del libro.

Por tanto esta diferencia de tono que, en El año cero da como resultado el empleo concreto de ciertos recursos es una muestra más de cómo Valhondo los pone siempre al servicio del contenido.

Estructura

Hojas húmedas y verdes es un libro en el que Jesús Delgado Valhondo puso el máximo cuidado en presentarlo estructuradamente, pues sabía que era su presentación lírica en la sociedad poética. Por esta razón no sólo dividió el libro en dos partes sino que distribuyó simétricamente los poemas. No obstante en Hojas húmedas y verdes más que un interés cartesiano por presentarlos racionalmente se detecta una intención didáctica cuyo objetivo docente no era otro que ayudar a que el primer escaparate de su poesía no diera sensación alguna de inseguridad o de inexperiencia.

Valhondo culmina de este modo con Hojas húmedas y verdes el camino hacia la organización adecuada de sus sentimientos, que había iniciado en Canciúnculas como otro modo de contención y como un ejemplo de la seriedad con el que desde sus inicios líricos se toma la tarea poética, consciente de ser un trabajo trascendental porque se trataba de traducir en el papel los sentimientos del espíritu y Valhondo siempre mostró un gran respeto por los asuntos del alma.

Además en estos deseos de estructuración también influyó decididamente su trabajo docente y su interés porque la comunicación establecida entre poeta y lector a través de la poesía fuera trasparente y nada la obstaculizara, pues observamos un interés didáctico en presentar de una forma clara sus libros.

Sin embargo estos deseos patentes del poeta por estructurar a la perfección sus sentires no se continúan en El año cero, porque no se localiza de ninguna forma una estructuración clara, posiblemente porque el libro grande que tantos años tuvo en mente quiso ser una muestra demasiado amplia que incluso llega a repetir poemas de Canciúnculas. Así, mientras Hojas húmedas y verdes tiene 18 poemas, El año cero consta de 57.

No obstante parece que Valhondo tuvo intención de estructurar El año cero de alguna manera, pues las series de los meses del año, de los poemas extensos y de las frutas así lo indican, pero finalmente no hallamos una estructura lógica y concluimos en que se dejó llevar por la espontaneidad y el ímpetu de mostrar ampliamente un repaso de su actividad lírica desde sus inicios, alentado por la buena acogida que tuvo Hojas húmedas y verdes.

Hasta aquí esta explicación podría resultar convincente sin más explicaciones pero, teniendo en cuenta el afán estructurador que mostró Valhondo en sus libros anteriores, nos resistimos a quedarnos en este punto y pensamos que El año cero es una antología de sus libros anteriores e incluso de su poesía más remota de la que posiblemente haya varias muestras (que pudieran no haber aparecido en sus primeros libros) entre los poemas nuevos escritos para El año cero.

Por esta razón es evidente que El año cero no está formalmente estructurado, pero podemos pensar que se encuentra dividido en tres partes de un modo más sutil en cuanto al contenido y al estilo. De esta manera se explicaría algo que en Valhondo hasta el momento era impensable (no estructurar un libro) e indicaría que continúa con su espontaneidad intacta y en vez de dividirlo clara y racionalmente, lo ha hecho de una forma más lírica.

Evolución

Hojas húmedas y verdes mantiene, amplía y perfecciona características de los libros de su primera etapa porque, aunque la mayoría de los poemas fueron ya incluidos en ellos, se observa en la selección realizada y en los poemas nuevos una evolución palpable hacia la madurez.

Hojas húmedas y verdes es ejemplo del esfuerzo de superación poética realizado por Jesús Delgado Valhondo, que se vislumbra en su paciente y esforzada labor de selección[48], estructuración y lima[49]. A esta perseverante y minuciosa tarea lo animó la responsabilidad de dar a conocer sus primeros versos en un libro y su capacidad de autocensura, que lo hacía romper y reelaborar versos y poemas constantemente e incluso desechó abundantes poemas, que se conocen por citas epistolares y sin embargo no han aparecido en libros ni en borradores.

En El año cero Valhondo evoluciona hacia una mayor profundización espiritual, que humanamente lleva pareja una elevación de la angustia y líricamente un aumento de la calidad, porque cuanto más tenso tanto más humano, sincero y creativo resulta. De esta manera Valhondo hace cierta la idea de que el poeta es más original y propio cuando más cerca se encuentra del borde de su abismo espiritual. O como pensaba él mismo es necesario macerar los sentimientos en el dolor para conseguir que sean más verdaderos y sentidos.

Este derroche de personalidad y de creación fue detectado por la crítica, que le reconoció su sinceridad, su hondura y su humanismo desde el primer momento en que se dio a conocer desprendido de ataduras, independiente y seguro de sus sentimientos. Por tanto con sólo dos libros publicados, Valhondo logró comunicar y comulgar con gente cuya única relación fue la poesía, hecho que da la medida de la altura lírica alcanzada con tan corta obra.

Valhondo continuó incesante su creación lírica después de la publicación de Hojas húmedas y verdes, alentado por las buenas críticas recibidas y lejos de engolarse se hizo más consciente de su humilde labor, que lo llevó a una mayor sinceridad y honradez poética como es posible observar en su poesía posterior cada vez más segura y meditada.

Las críticas positivas aumentaron después de la edición de El año cero, reforzando la idea de que ya por estas fechas Valhondo tenía una personalidad definida: en cuanto a la verdad de sus sentimientos, se le reconoce sincero, esencial y auténtico. Respecto al contenido, profundo y atractivo. Su expresión es definida como clara, directa, espontánea y transparente. Y, en cuanto a su sensibilidad, delicado, emotivo, vibrante y puro. Una extraordinaria relación de calificativos que auguraban un futuro poético prometedor caracterizado por un aumento de la creatividad,  la trascendencia y  la calidad lírica.

Etapa de esperanza

En la época previa y posterior a la publicación de La esquina y el viento, Jesús Delgado Valhondo goza de unos momentos alentadores, porque se encuentra seguro de sí mismo cuando la crítica califica su poesía de humana, sincera y original con sólo dos libros publicados.

Sin embargo su profesión de maestro lo mantiene demasiado cerca de la pobreza física y espiritual de la gente y como practicante de su dolor e imperfecciones. De ahí que hasta ahora ensimismado en sus intranquilidades espirituales provocadas por el silencio de Dios y su preocupación por el tiempo y la muerte se sienta muy afectado por este doble contacto con sus semejantes cuando descubre la existencia de los demás, seres imperfectos y limitados que se encuentran tan desorientados y solos como él.

Estas experiencias existenciales provocan que a mediados de la década de los años 50 Valhondo ya tenga perfilada su concepción desencantada de la vida y del ser humano en la que ahondará buscando convencerse de lo contrario. Sin embargo cuanto más profundice en los entresijos de la condición humana su visión se hará más angustiosa, porque la triste opinión que tenía se agranda no sólo por constatar las limitaciones físicas y espirituales de sus semejantes, sino también por la mediocridad en que sobreviven sin interés alguno por fortalecer su espíritu y hacer más gratas sus vidas mortales.

Como consecuencia se verá invadido por la melancolía y la tristeza, que aumentarán cuando compruebe en él mismo las imperfecciones de los demás y no encuentre apoyos físicos ni espirituales en su soledad y aislamiento del pueblo, cuyas vivencias comenzarán a pesarle sobremanera conforme vayan pasando los años. La muerte del momento será la crónica de su estado emocional en esta etapa.

No obstante se puede hallar en la poesía de esta época momentos esperanzados porque, mezclados con su angustia, Valhondo paladea intermitentemente épocas gozosas que procedían del reconocimiento suscitado por su lírica dentro y fuera de la región, de pequeños hechos positivos de la vida cotidiana y profesional, y del respeto que se había granjeado por su atractiva personalidad humana y lírica. Este aprecio lo sentía no sólo en su entorno diario sino también en los círculos culturales de Mérida, Cáceres, Badajoz y de distintos puntos de la geografía nacional a los que llegaba por carta, poemas, libros o personalmente.

La época de mayor esperanza de esta etapa la transmitió en el «Canto a Extremadura» que (como en su momento se vio) fue una visión épica y alentadora de su tierra y de su gente.

La esquina y el viento y La muerte del momento

Descripción

La esquina y el viento y La muerte del momento son los primeros libros de los que se puede hacer una definición determinada y clara de su contenido pues, como vimos anteriormente, los tres primeros de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo están formados por una amalgama de asuntos cuyo núcleo no está definido, y los dos siguientes en su mayor parte son recopilaciones difíciles de definir en conjunto, sin que se escape algún aspecto imposible de incluir en una definición global.

En La esquina y el viento, Valhondo incide en la frustración y la soledad que le produce el silencio de Dios y el drama que le supone la vida por la influencia negativa del tiempo y la muerte. A estas preocupaciones añade el encuentro desalentador con sus semejantes que, en vez de calmarlo, aumentan sus intranquilidades pues le resultan una copia exacta de su imperfección y de sus limitaciones.

Si en este libro el poeta expone su visión negativa sobre el ser humano y el mundo, en La muerte del momento es más específico y concreto porque se centra en sus propias vivencias existenciales y vuelve a incidir sobre los mismos asuntos, pero de una forma más cotidiana. Ahora se centra en la persona normal de la calle, elemental e inmediata, que no tiene pretensiones universales ni trascendentes, pero que se ve influida de la misma forma negativa que él por las circunstancias de la existencia diaria.

Vemos por tanto cómo Valhondo ha tomado definitivamente el pulso de su lírica y sus planteamientos se hacen más concretos, lineales y coherentes, de tal forma que, si en la edición original de La esquina y el viento aún incluye algún poema de libros anteriores, La muerte del momento es un libro totalmente nuevo y claramente definido.

Temas y contenidos

En los dos libros anteriores el tema central fue el paisaje[50] donde el poeta indagó buscando el rastro de Dios, que finalmente no se manifiesta. Por tanto, la frustración de este fracaso, la incidencia del tiempo y la muerte, la soledad y la angustia que, gradualmente, se va convirtiendo en desgarradora, serán los asuntos sobre los que girarán estos libros.

La esquina y el viento sin embargo destaca la concepción desencantada que tiene el poeta del ser humano (en la que incluye la propia) y La muerte del momento gira en torno de la inquietud por la suerte del ser común con el que convive diariamente, viendo en sus imperfecciones, su abandono y su soledad, un reflejo de sí mismo.

No obstante habría que realizar una distinción entre ambos libros, pues en La esquina y el viento el poeta se olvida del paisaje porque es obra de Dios que no se manifiesta y de nada vale intentar encontrarlo a través de su creación. El poeta entonces se refugia en sí mismo, ahonda en su abismo espiritual y sólo encuentra angustia pues no tiene soportes que lo esperancen.

En La muerte del momento, sin embargo, el poeta sale de su intimismo donde estaba aislado, mira a su alrededor y se fija en su entorno que está habitado por su familia (mujer e hijos) y sus semejantes. Pero esta realidad en vez de tranquilizarlo contribuye a aumentar su angustia poderosamente, pues se da cuenta de que no tiene que soportar sólo sus imperfecciones sino también la de las personas unidas anímicamente a él y sobre todo la de los más cercanos y débiles, sus hijos. Un tremendo sentimiento de culpabilidad invade al poeta, que siente el peso de haber sido dios al darles la vida e igual que la divinidad hace con el hombre arrojarlos a un mundo sin sentido y abocarlos a la destrucción del tiempo y a la aniquilación de la muerte.

De esta manera Valhondo, lejos de huir del enigma del ser humano y del mundo, lo que hace es profundizar en él y sentirse invadido por un sufrimiento desgarrador de indefensión, de fragilidad ante el misterio y de impotencia intelectual para desentrañarlo. Ante esta honda presión anímica su angustia sufre un aumento considerable, pues no encuentra razón alguna ni posibilidad de hallar solución.

Entonces, buscando un soporte para no desmoronarse, el poeta trata de apoyarse en el recuerdo y realiza un repaso de su vida anterior (infancia y juventud), pero no encuentra asidero alguno porque la halla espiritualmente vacía y demasiado lejana. Ante esto únicamente le queda una solución: buscar a Dios angustiadamente, pero tampoco lo consigue. Piensa en la eternidad y también le falla esta última salida. El resultado es la desesperación y la angustia.

Es, en este momento desolador, cuando el poeta se da cuenta de que no es fácil religarse a Dios, porque no se puede llegar tan directamente como él pensaba, entre otras cosas porque no es un ser tan amable como esperaba[51] o bien porque Dios es una esencia tan elevada que se escapa al intelecto del hombre. Entonces el poeta cae en la cuenta del significado de esta idea: el principio de la fe es la duda, que supone para él la explicación de la dificultad del camino a Dios, porque a la divinidad se la encuentra muchas veces dudando de su existencia, es decir, de una forma agónica.

No obstante este camino, que en un principio supuso un alivio, provocará al poeta continuas vacilaciones espirituales pues, cuando se esperanza pensando en la eternidad como liberación, recuerda que antes tendrá que pasar por la muerte o, cuando encuentra un desahogo para su ánimo, se acuerda de que no podrá salvar a sus seres más queridos de los efectos arrasadores del tiempo.

Entonces siente más angustia y un tremendo desencanto emocional, pues se da cuenta de que sin Dios no puede haber esperanza y sin capacidad intelectual no puede llegar a Él. Por tanto, se encuentra en un círculo vicioso del que es incapaz de salir, porque está solo y con la responsabilidad de desentrañar sus misterios y además los de las personas que dependen anímicamente de él, mientras el tiempo sigue su curso inexorablemente y la muerte acecha.

Ante esta triste situación el poeta muestra su rabia atacando a Dios para sacarlo de su silencio, pero continúa sin manifestarse. Entonces cae en el desencanto más desolador: no hay solución posible porque el ser humano es imperfección, soledad y angustia en manos del tiempo y de la muerte.

Influencias

Tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento sólo quedan algunos leves recuerdos de poetas de los que Valhondo no quiere conscientemente desprenderse. Igual que luego veremos en la métrica, Valhondo desea aún guiarse por referencias tradicionales y cultas que le dan seguridad y a la vez cimentan el camino trascendente que ha elegido.

No es raro que sigamos encontrando en ambos libros sutiles influencias del Antonio Machado más esencial y delicado en el tono melancólico y el uso de la imagen del camino, que es una metáfora de la senda que el poeta ha emprendido espiritualmente en busca de Dios. Además se hallen recuerdos de varios poetas de la generación del 27 (Prados, Guillén, Alberti)[52], unas veces para justificar su angustia y otras para regenerar su ánimo.

No podía faltar el recuerdo de la lírica popular, sobre todo a través de los metros y ritmos empleados, y de Alberti, un poeta que hizo de la poesía tradicional la base de su lírica culta y que atraía a Valhondo por la nostalgia que le imprime y ese ritmo ágil, típico de la poesía popular, que lo aleja y lo libera de preocupaciones con su frescura y espontaneidad.

Como la angustia crece por momentos en Valhondo cuando constata que Dios no se digna responderle, resulta lógico encontrar un ímpetu imprecatorio e incluso agresivo, dirigido a Dios y parecido al que Blas de Otero hizo tan singular cuando en su poesía más existencial con frecuencia reprendió a la divinidad su silencio y su abandono del ser humano.

Y en el último poema de La muerte del momento el uso de liras y de un misticismo espiritual trae a la mente recuerdos de San Juan de La Cruz, una vez que el poeta ha comprendido que a Dios no llegará de ninguna forma atacándolo sino buscando su esencia por el camino del espíritu.

Valhondo sigue por tanto con la tendencia de desprenderse de influencias lejanas (excepto la de San Juan de la Cruz) y centrarse en otras contemporáneas, mucho más cercanas no sólo en el espacio sino, sobre todo, en el tiempo y en el enfoque que de los problemas existenciales hacen estos poetas para dilucidar soluciones con las que resolver sus preocupaciones espirituales y  mantenerse en su búsqueda.

Estilo

Tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento aparece un poeta sólido y dueño de su pulso lírico a pesar de la angustia que unas veces lo hacen caer en el desencanto, las más en la desesperación y otras en la rebeldía contra una situación que no comprende.

No obstante, aunque la presión anímica sufrida impregna los versos de una  intranquilidad que lo llevan a perder aquella fresca naturalidad característica de sus primeros libros, se sigue detectando una poesía cálida, sincera, tierna y humanísima, que implica porque nos hace partícipes de su concepción desoladora del ser humano y el mundo, al sentirnos seres imperfectos en un mundo enigmático que tampoco logramos entender como el poeta.

En La muerte del momento hay un aumento patente de la angustia, porque el poeta se centra en su propia realidad después de apartarse de su concepción universal en La esquina y el viento, donde de alguna manera se sentía arropado porque la desgracia no era sólo suya sino de todos sus semejantes. En cambio en La muerte del momento reflexiona sobre su situación personal y estremecedoramente comprueba que es un prisionero del tiempo y la muerte.

Por esta razón el estilo en La muerte del momento es más intimista y su expresión se torna más auténtica y hondamente sentida que en La esquina y el viento. La lengua, a pesar de la fuerte conmoción, se transparenta y adopta un tono melancólico que llega a ser elemental cuando al poeta sólo le interesa su mensaje descorazonador como solicitando ayuda para resolver su situación lamentable. Incluso en los momentos más angustiosos cuando el poeta se decide a pedir explicaciones a Dios, la expresión se encuentra contenida por una melancolía que mantiene el tono en los límites precisos del respeto y evita la desconsideración.

Ese esfuerzo por crear un mensaje destilado, libre de elementos distorsionadores en un momento delicadísimo, consigue que la expresión poética se haga estrictamente esencial, pura meditación trascendente. Y a pesar del momento desgarrador que vive tenga un discurrir lineal que parte de una templada melancolía y llega sin exabruptos a una desoladora angustia. Sin embargo el poeta no puede controlar que su expresión tome un carácter fúnebre con la acumulación final de poemas referidos a la muerte y una forma apropiada a este sentimiento con el uso repetido del romance-endecha o abandone la forma regular para expresarse  libremente o bien termine conteniéndose en los límites que le marca la lira y su recogimiento místico.

Estas continuas vacilaciones, propias de un ser que indaga en su abismo espiritual, evita la monotonía de un tono lineal sin altibajos y hace que el lector participe activamente de la lectura, unas veces conmovido y otras dulcemente calmado después de unos momentos críticamente angustiosos, que es cuando el poeta ha conseguido establecer estrechas relaciones emocionales con el lector e implicarlo en su desazón, que de esta manera se hace universal.

 Así la poesía de Jesús Delgado Valhondo logra establecer una comunión humana y espiritual con sus semejantes y se convierte en la crónica trágica del final de la relación entre Dios y el ser humano, pues acaba en el desamor más dramático.

Métrica

Ambos libros, en cuanto a la métrica, tienen en común la tendencia a una regularidad formal: predominan los versos de arte menor, sobre todo los heptasílabos[53] y los octosílabos[54]. Hay por tanto en estos datos un deseo de no abandonar la tradición al preferir metros populares y a la vez un ejercicio de experimentación, que trata de buscar nuevos efectos líricos con las combinaciones citadas, y un interés por no encorsetar la expresión en medidas, que crearan un tono repetitivo y dieran la sensación de falta de recursos.

Lo mismo sucede con la rima que es generalmente asonante y en algunas ocasiones está mezclada con la consonante o tiene vacilaciones conscientes no ortodoxas, provocadas por el poeta para conseguir frescura, agilidad y sentirse libre sin presiones que lo obligaran a expresar algo distinto de lo que deseaba.

Con la formación de estrofas y poemas, sucede lo mismo pues, tanto en La esquina y el viento como en La muerte del momento, existe una tendencia hacia la creación de estrofas regulares (tercerillas, redondillas, cuartetas, quintillas -en ambos libros-, liras y décimas) y poemas tradicionales (romances -octosílabos, endechas y heroicos-) y cultos (tercetos -a veces encadenados-, sonetos -uno heroico- y sonetillos -en ambos libros-). Si observamos con detención, se puede advertir que Valhondo usa las estrofas más conocidas y los dos poemas más empleados en nuestra lírica, el romance y el soneto; además, tanto el terceto como el sonetillo, son pasos previos del soneto que vienen a ser experimentos con estrofas y poemas.

Jesús Delgado Valhondo a estas alturas ha decidido no apartarse de la tradición popular ni culta, pues las considera guías imprescindibles, y sigue buscando nuevos caminos formales en la frontera entre la libertad plena y la regularidad, que le dejaran un margen de maniobra para que esa expresión personal siguiera con la verdad espontánea que le dictaba su honradez poética.

Recursos literarios

Continúa Valhondo en ambos libros con el uso moderado de los recursos literarios que sigue poniendo al servicio del contenido, de tal forma que lejos de oscurecer la expresión, incluso en los momentos más críticos, ayudan a comprenderla con más nitidez[55], pues ésta gana en poder de sugerencia compensando la falta de transparencia con un acentuado lirismo, que deja al lector una honda emanación traducible en su conciencia.

Y esto es posible porque Valhondo maneja el lenguaje común, del que nunca se aparta, con una maestría propia del poeta sincero y muy sentido, de tal manera que las imágenes surgen generalmente de una forma espontánea y nada artificial, por ese motivo nos resultan tan creativas, cercanas y nuevas, y de ahí también que se tenga la sensación de que sólo las usa en un número justo.

También los recursos se notan naturalmente incardinados en el discurrir de la expresión que no necesita de grandes y complicadas construcciones, sino del sencillo pero eficaz manejo de medios como los signos de interrogación o exclamación, produciendo inflexiones y requiebros modulados de las emociones; encabalgamientos que contienen la expresión por medio de pausas sugerentes; metáforas sorprendentes que descubren visiones creativas de conceptos muy conocidos; anáforas que insisten en otros especialmente importantes e hipérbatos, que hacen reflexionar con más profundidad en ciertos detalles.

En La muerte del momento además se observa que de acuerdo con el momento extremadamente delicado por el que atraviesa el poeta abundan los recursos repetitivos[56], que indican sin decirlo expresamente el grado de angustia alcanzado por el poeta en su reflexión trascendental.

Es decir, los recursos ayudan a crear la tensión apropiada en la que está continuamente inmersa la poesía de Jesús Delgado Valhondo, y mantienen siempre vivas las ascuas de su perenne intranquilidad espiritual como ser agónico que busca desesperadamente comprender su esencia y su destino.

A todo esto se une una portentosa economía de medios y una capacidad de síntesis extraordinaria (detectada ya en libros anteriores), que contribuyen a crear esa poesía esencial e implicadora con recursos como el plural mayestático y ganan el ánimo con  su cálida amenidad pues, aunque los temas tratados por Valhondo son los mismos que los de la lírica universal, adquieren sin embargo una dimensión distinta por su cercanía.

Una muestra indicativa de este enfoque personal de Valhondo es el contraste que crea entre la sombra y la luz manejando magistralmente el claroscuro, que expresa a través de la tranquilidad en la transparencia del día, de la lentitud melancólica del atardecer y el silencio de la noche, donde con más nitidez logra entablar un monólogo liberalizador con Dios, o bien por medio de la desconfianza en la claridad del día, de las sombras preocupantes de la tarde o de la oscuridad de la noche inacabable que se llena de temores, fantasmas y presagios de muerte.

Estructura

La edición original enviada por Jesús Delgado Valhondo a José Hierro, director de la colección Tito hombre, estaba dividida en cuatro partes que contenían diez, ocho, siete y diez poemas respectivamente. Como Hierro le indicó la imposibilidad de editarla por su extensión, Valhondo se vio obligado a reducirla a dos partes, que contenían dieciocho y cinco poemas respectivamente.

En la edición publicada el poeta suprimió algunos poemas ya editados en Hojas húmedas y verdes[57]; otros que repetían temas como los dedicados a la escuela; varios de asunto navideño, que por su contenido no encajaban en el libro, y otros que cerraban el poemario esperanzadamente. Por tanto parece ser que la reducción lejos de perjudicar al libro la benefició, pues Valhondo tuvo la oportunidad de prescindir de poemas ya editados, de no insistir en temas repetidos y evitar asuntos que distorsionaran el contenido global del libro. Como entre el envío de la edición original y la selección medió un tiempo Valhondo, movido por sus continuas vacilaciones espirituales, eliminó los últimos poemas, donde mostraba una esperanza en Dios, y dejó aquéllos que eran una muestra de la angustia que sentía en el momento de seleccionar para ajustarse a lo que le pedía Tito hombre.

El libro aunque reducido no perdió la clara exposición de su contenido, que sigue un curso lineal ascendente desde la calma del primer poema[58] a la angustia de los últimos. De esta forma el poeta continuó en La esquina y el viento con la firme voluntad de exponer sus sentimientos de una manera ordenada, que contribuyera a su transparencia y a ese deseo de comunicación que presidió siempre su tarea lírica.

La muerte del momento sin embargo aparentemente no se encuentra dividido, pues los poemas aparecen en un bloque único pero, indagando en el contenido, se detecta una estructuración semántica y formal, pareja a la intensificación del tono que divide al libro en dos partes: la primera se caracteriza por la melancolía, que aparece expuesta en versos de arte menor y una expresión más esencial y, la segunda, por la angustia más acuciante que el poeta expone en versos extensos y una expresión más desbordada.

Quizás el hecho de que Jesús Delgado Valhondo no dividiera formalmente el libro sea una sutil manera de indicarnos la presión síquica que ejercía en su ánimo la monotonía de la vida diaria y, como en un día monótono no se distinguen partes pues todo se siente en una exasperante linealidad, transmite este sentimiento angustioso no estructurando el libro.

Sin embargo el libro se divide significativamente y esto es una muestra más de que Valhondo es desde sus mismos comienzos un poeta que, consciente de su labor lírica, tiene por norma la exposición ordenada de sus sentimientos.

Evolución

Como hemos visto La esquina y el viento en su edición original incluía algunos poemas de libros anteriores, pero Valhondo aprovechó la selección posterior que le pidieron desde Santander para liberarse de esos poemas y publicar un libro que, por primera vez en su obra poética, fuera totalmente inédito no sólo en cuanto al contenido sino también en su concepción global.

Esto significa que Valhondo comenzaba con paso firme y consciente, después de su etapa de tanteo, una obra lírica cimentada en una experiencia previa que ya tenía definido el tema central y la forma de contarlo después de múltiples experimentos en sus libros anteriores. Así La esquina y el viento[59] es su primer libro nítidamente definido, unitario y compacto y, además, se encuentra perfectamente conectado con los libros anteriores y por tanto integrado en la coherencia que ya es característica en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

La muerte del momento es otro libro concebido unitaria e independientemente sin lastres del pasado y conexionado con el libro anterior, pues continúa la línea angustiosa iniciada en La esquina y el viento y supone el punto más tenso de las preocupaciones trascendentales de ambos libros. No obstante La muerte del momento no es una simple continuación de La esquina y el viento porque, como ya vimos, si este libro fue una visión universal de los problemas trascendentales que aquejan al poeta, La muerte del momento es una exposición particular de sus problemas personales, sujetos a la realidad de la vida diaria, de su propia existencia y de las personas que lo rodean.

Por otro parte La muerte del momento supone un paso adelante en la evolución espiritual de Jesús Delgado Valhondo pues, si en La esquina y el viento se muestra encerrado en su yo más íntimo, en La muerte del momento se produce un cambio de actitud hacia el nosotros solidario[60].

También este golpe de timón lírico tenía una personalidad muy definida, una seguridad patente y una hondura anímica trascendental, que suponía una superación con respeto a la poesía de sus libros anteriores, una muestra de la madurez lírica alcanzada, de profundidad muy humana y moderna y emocionalmente muy efectiva.

Sin embargo la virtud más destacada por la crítica es la autenticidad de un poeta antes que nada hombre de su tiempo y de su momento, es decir, la sinceridad de hombre cualquiera, cotidiano, alejado de corrientes y tendencias académicas y artificiales, en el que se puede ver reflejado cualquier persona sencilla aunque no tenga formación intelectual de altura, pero sí sentimientos transparentes y sinceros. Esto supone que a Valhondo ya se le reconoce sin ambages una voz personal que será definida por Juan Ruiz Peña con el calificativo de valhondiana.

Además Jesús Delgado Valhondo en La muerte del momento es incluso más personal y sentido si cabe que en La esquina y el viento, porque se sitúa en la realidad más cercana y cruda y sus preocupaciones crecen en el contacto con el dolor y la imperfección propia y de los demás. Pero la crítica apenas comentó este libro, pues no fue muy conocido por ser publicado en Gévora, revista modesta que, a pesar del esfuerzo titánico de sus promotores, Monterrey y Lencero, tenía una corta tirada que además era repartida dispersamente sólo entre los colaboradores y suscriptores.

No obstante tenemos en La muerte del momento a un poeta afianzado en la preocupación del ser humano, cuya imperfección unida al tiempo y a la muerte no le hacen abrigar esperanzas de salvación ni de vida eterna.

Etapa de conmoción

La experiencia, que vivió Jesús Delgado Valhondo en la universidad santanderina (1956), influyó fuertemente en él de tres maneras positivas, porque humanamente midió su capacidad de relación al codearse con buena parte de la flor y nata de la cultura española del momento y amplió sus relaciones humanas, entablando amistad sincera y enriquecedora con estas personas de un gran prestigio en el mundo de la cultura del momento.

Intelectualmente, en tertulias o conversaciones informales, oyó opiniones autorizadas sobre las corrientes poéticas y los poetas del momento; pudo participar en discusiones líricas que, sin duda, ampliaron sus conocimientos sobre la poesía; expuso y discutió sus ideas estéticas y difundió su singularidad lírica a través de la lectura de sus poemas sobre los que recibió agudas y sinceras opiniones, y comprobó personalmente que su poesía llegaba con facilidad a críticos de la calidad de sus contertulios.

Estas emociones, que Valhondo experimentó con la intensidad de poeta sincero y preocupado por su labor poética, le reportaron un gran empuje moral y desde entonces siguió creando con más ahínco al ver refrendado su trabajo lírico de esta manera.

Y por último, espiritualmente, La montaña lo impresionó con sus proporciones extraordinarias; produjo un fortísimo impacto en su alma de poeta y provocó una conmoción en su concepción religiosa, que cuenta posteriormente en su libro La montaña, visión espiritual de aquellas tierras donde se encontró más cerca del cielo; creyó llegar al final de su búsqueda y sin embargo sufrió un tremendo desengaño.

Estas razones y el grato recuerdo que en su alma dejó la tierra santanderina y su gente y las relaciones amistosas entabladas provocaron que Jesús Delgado Valhondo terminara La montaña poco después de su vuelta, y se atreviera a enviar el libro a los hermanos Bedia, que inmediatamente se dispusieron a editarlo. Así La montaña se convirtió en el libro que tuvo menos dificultad en publicar y en muestra del grado en que la personalidad humana, espiritual y lírica de Valhondo caló en el afecto de aquella gente durante su estancia cántabra.

La montaña

Descripción

La montaña es el cénit de la evolución espiritual de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo donde, después de un largo y dificultoso recorrido ascendente descrito en los libros anteriores, llega a la cima anhelada para encontrarse con Dios, que no se digna recibirlo ni puede calmar sus preocupaciones trascendentales.

Curiosamente (¿o es consciente?) el gráfico de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo tiene forma de montaña y el libro denominado por él de esta manera se encuentra en el vértice de esa elevación, justo en el centro de su obra pues antes de La montaña escribió ocho libros y después otro tanto. Jesús Delgado Valhondo tuvo una visión profética de la estructuración global de su poesía y la colocación a conciencia de La montaña en su justo medio es un detalle que certifica la certeza de esta afirmación..

A esta conclusión nos lleva la insistencia de Valhondo[61] en la idea de La montaña y en la necesidad espiritual que tenía como ser humano de subir, de superarse, de llegar a un estado anímico y emocional que lo posicionara convenientemente para, desde esa posición privilegiada, conseguir la unión con Dios, su origen y su destino.

Significativamente La montaña marca dos momentos bien diferenciados en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y en su vida espiritual, porque primero aunque la angustia motivada por sus preocupaciones espirituales comenzara tempranamente (ya la detectamos en su primer libro), siempre tuvo la esperanza de que cuando consiguiera encontrar a Dios Éste calmaría sus intranquilidades. Y después porque La montaña es el libro donde constata que Dios es inalcanzable, bien porque el ser humano es demasiado insignificante para que la divinidad le dedique atención, o bien porque el Dios que conoció en La montaña era el mismo que el de la Biblia, un ser distante. Por tanto antes de La montaña hay en Valhondo esperanza y después angustia y soledad.

De ahí que La montaña sea la culminación de un proceso que comienza a perfilarse en CanciúnculasLas siete palabras del señor y Pulsaciones; se prepara en sus dos primeros libros conocidos, Hojas húmedas y verdes y El año cero; se inicia y desarrolla en La esquina y el viento y La muerte del momento y llega a su culmen en La montaña, después de exigir al poeta una larga preparación espiritual y la superación de un abrupto y largo recorrido.

Temas y contenidos

     El tema central de La montaña es la comprobación traumática del poder ilimitado de Dios; la constatación de que una insuperable distancia separa al ser humano de la divinidad y el descubrimiento estremecedor y definitivo de la finitud, imperfección y caducidad del hombre cuyo destino inmutable es la angustia y la soledad.

El poeta hasta ahora había contemplado la naturaleza con el asombro y la serenidad de estar admirando la obra de Dios y su poder creador y de que los problemas del ser humano podrían ser solucionados con facilidad, en cuanto que éste lograra entrar en contacto con la divinidad por el camino del espíritu[62]. Después cuando Valhondo comienza a darse cuenta de que Dios se muestra esquivo y no piensa salir de su silencio, el paisaje se llena de connotaciones negativas para el poeta que se refugia en sí mismo, en su paisaje interior, y se olvida del de su entorno[63]. Pero no puede aguantar por mucho tiempo su soledad porque se angustia. Entonces sale de su interior, toma conciencia de los seres que habitan su entorno y se angustia con la constatación de sus mismas imperfecciones[64].

No obstante cuando el poeta siente la necesidad de salir de su aislamiento interior, vuelve al paisaje, abre los ojos y contempla aterrado otro muy distinto del suyo, y las connotaciones negativas que ya tenía la naturaleza de su entorno llano y sin grandes elevaciones del terreno, ahora aumentan en unas proporciones magníficas que no sólo lo asombran sino también lo estremecen, porque es la forma definitiva de comprobar la nimiedad y la imperfección del ser humano ante tanta perfección y tanta grandeza[65].

Pero el impacto mayor que produce en el espíritu de Jesús Delgado Valhondo la contemplación de la Montaña y el recorrido que realizó por ella, fue la inseguridad que le proporcionó contemplar el tremendo poder de Dios y su distanciamiento y también su dependencia de la divinidad, es decir, se dio cuenta de que Dios no tenía intención de escuchar al ser humano, ni quería recibirlo y además disponía de un poder que en cualquier momento podía usarlo a capricho[66] y eliminarlo, después de hacerlo pasar por el sufrimiento y el dolor.

El poeta sin embargo ya iba predispuesto espiritualmente a la melancolía desde que en La muerte del momento descubre la imperfección humana y la fugacidad del tiempo. Luego el clima de Cantabria especialmente triste, el cansancio físico al subir aquellas extraordinarias moles por senderos empinados al borde de tremendos precipicios en medio de la niebla y la llovizna, aumentan considerablemente su tristeza, pues ahora que podía llevar a la práctica su idea teórica de la subida a la Montaña en la que tantas veces había meditado idealmente como superación humana y como medio de alcanzar a Dios en su cima, se encuentra con un desconocido, distante y poderosísimo señor que puede disponer a su antojo de su vida. Después del tremendo e inútil esfuerzo de la subida, la decepción y la angustia es total porque, ahora que ha encontrado a Dios, comprueba que no existe forma humana de religarse a la divinidad.

De ahí el desconcierto del poeta, porque había pensado que la religión era el único medio válido para llegar a Dios y Él mismo lo había convencido de todo lo contrario. Ante esto ¿qué forma le quedaba de unirse a Él? Ninguna, porque comprueba que el ser humano se encuentra solo en un mundo que nadie le ha explicado cómo funciona ni qué leyes lo rigen y por tanto la vida, la naturaleza humana y la inmortalidad seguirán siempre siendo un enigma irresoluble para un ser humano desamparado, imperfecto y solo.

Más tarde sin embargo el poeta baja de la Montaña, se calma y entra en unos momentos místicos, cuando activa su mecanismo anímico de defensa y crea una visión lírica de lugares de aquellas tierras, a los que el tiempo y la historia han proporcionado categoría espiritual de tal forma que, después del impacto emocional, queda en él un poso de la presencia de Dios en el paisaje, como reconociendo que, a pesar de la decepción sufrida, todavía debe seguir asombrándose ante tan maravillosa creación.

También el poeta se evade de la honda preocupación que siente por el impactante descubrimiento que ha realizado, cuando encuentra una sensualidad en los aromas diversos del paisaje santanderino o adopta una postura irónica ante el inquisidor Corro o capta el silencio, el misterio y el asombro de aquel entorno tan especial para la reflexión contemplativa o se despide de una manera estrictamente lírica de Santander y sus tierras.

No obstante el espíritu del poeta ha quedado mortalmente herido; el resto de su vida será una larga agonía desde que baja de La montaña hasta que resume su recorrido espiritual y expone su visión desencantada del ser humano, de la vida y el mundo en Huir, que es la síntesis de la desgarradora decepción vital sufrida en La montaña, de la que no logrará recuperarse.

Influencias

Quizás sea La montaña el libro con menos influencias de Jesús Delgado Valhondo pues, como se ha visto, la inclusión en su obra poética es puramente accidental, es decir, escribió este libro porque casualmente fue invitado a los cursos de verano de la Universidad de Santander, no porque tuviera en su mente ese viaje para escribir allí La montaña.

Por tanto es un libro con una concepción espontánea, intuitiva, que no toma como puntos de referencia conocidos más que la idea de la Montaña de la tradición bíblica y el ejemplo de Cristo y San Pedro de Alcántara de la tradición cristiana, que durante tanto tiempo venía madurando en su espíritu y que materializó con ocasión del viaje a la capital cántabra.

De ahí que Valhondo se ciña a la tradición cristiana ascética y mística, que se basa en el fortalecimiento espiritual a través del dolor y el sacrificio, como paso previo y estrictamente necesario para conseguir el estado de gracia que ilumine el camino a la divinidad. Y de ahí también la esperanza, que detectamos en sus libros anteriores a pesar del fracaso de su búsqueda, pues Valhondo entendía que sólo por medio de la perseverancia en el sufrimiento podría fortalecer su espíritu. Pero la decepción lo invade cuando comprueba que tampoco el dolor es medio adecuado para llegar a la divinidad, pues ha recorrido un camino lleno de dificultades y sin embargo sigue con las manos vacías, se encuentra solo y sin más recursos.

Como consecuencia sus libros siguientes serán la crónica de la tremenda decepción existencial de un ser humano desamparado que no encuentra soportes espirituales ni religiosos para continuar aguantando los embates de una existencia que no tiene sentido, mientras que el tiempo imparable lo acerca a pasos agigantados a la muerte, contra la que no ha conseguido ayuda divina ni, lo que es peor, una mínima esperanza de alcanzarla.

Estilo

El estilo de La montaña vuelve a caracterizarse por el verdadero sentimiento, la expresión transparente, el vocabulario común, la extrema sinceridad, la emoción, la creatividad y la elaboración meditada. No obstante existe una diferencia con respecto al estilo de sus libros inmediatamente anteriores, porque ahora Jesús Delgado Valhondo lo impregna de un mayor lirismo al encontrarse inmerso en la última etapa del proceso místico y, por tanto, en la frontera entre la realidad y el éxtasis que lo lleva expresivamente a ser menos existencial y a la vez más creativo.

Esta situación emocional diversifica su entendimiento por el entorno nuevo y sorprendente que lo rodea y capta una variedad de sensaciones que convierte en originales, sentidas y compartidas pues si en libros anteriores ya consiguió implicarnos con sentimientos existenciales ahora también lo consigue con otros que, por sutiles y creativos, se acercan más al lirismo. Y si con el relato de su discurrir cotidiano en La muerte del momento llegó a hacer nuestra sus múltiples preocupaciones, ahora en La montaña logra otro tanto por el camino de la esencia lírica consiguiendo que nos impliquemos humanamente a través de sentimientos que podemos palpar por tangibles y, a la vez líricamente, por otros que podemos intuir aunque no logremos traducirlos.

En el estilo de La montaña por tanto Valhondo consigue un objetivo doble, pues resulta descarnado, directo y natural y al mismo tiempo delicado, esencial y moderno en cuanto que logra exponer los sentimientos de siempre pero adaptados a una nueva realidad y a una nueva forma, sin dejar de ser sincero y humano. Por tanto La montaña reúne una mezcla del estilo desnudo de sus libros anteriores, pero adaptado a la esencialidad de la que también dio muestras en ciertos momentos de estos libros.

Además en La montaña descubrimos dos características del estilo personal de Jesús Delgado Valhondo: una, el aumento de la angustia lo hace paradójicamente ser más intenso, sincero y esencial y, otra, la elevación de la tensión emotiva lo lleva a ser más variado, cuando lo normal sería que lo paralizara creativamente y se ciñera, por seguridad en un momento delicadísimo, a un monotema que incluso lo hiciera repetitivo.

Sin embargo Valhondo se presenta en La montaña como un poeta maduro y de su tiempo, angustiado pero contenido, impetuoso pero equilibrado que aunque se hace más lírico no tiene que recurrir al oscurecimiento para alcanzar cotas de una elevada calidad lírica, de tal forma que se entiende directamente o, si en algún momento se hace intraducible, al menos logramos intuirlo y conectar con él sin dificultad.

Y esto sucede porque Valhondo en La montaña consigue desprenderse de elementos innecesarios cuando lo pasa por el filtro del proceso místico, que elimina cualquier obstáculo para quedar expedito el camino hacia la divinidad, el mensaje del poeta llega nítido y el deseo de unión parece que se va a realizar de una vez por todas.

Valhondo consigue también con este enfoque que su mensaje tuviera un valor nuevo, perdurable en el tiempo y en el sentimiento de quien lo lee varias décadas después de escribirlo y que no quedara difuminado en una simple visión geográfica, producto de una emoción temporal y pasajera, pues su mensaje aún sigue siendo recibido en las tierras cántabras como una elaboración literaria que extrae su esencia a través de la contemplación de un paisaje físico con un enfoque espiritual que de otra forma pocos hubieran podido siquiera intuir.

A esto contribuye sobremanera la técnica fotográfica empleada por el poeta con un fin didáctico, pues los poemas aparecen como las fotografías de un acontecimiento en un álbum familiar, de tal manera que todas son independientes y todas se relacionan formando la visión global de La montaña. Y es que Valhondo en este libro sigue con su estilo docente, que tiene un objetivo muy determinado: la comunicación y la comunión con el receptor, consciente de que su mensaje sin su implicación estaba vacío.

Por tanto Valhondo en La montaña hace gala de un estilo muy calculado y medido que tiene espontaneidad como aseguró José Canal, pero no como una característica negativa sino todo lo contrario, pues la espontaneidad en Valhondo da frescura y agilidad a una expresión que se ha hecho más literaria y aquello que ha perdido de la inconsciencia de sus primeros libros, lo ha ganado en riqueza intelectual y en lirismo, en seguridad y en madurez, en sorprendente modernidad.

Métrica

     Como corresponde a un libro eminentemente reflexivo y culminante de un proceso espiritual y lírico, la métrica en La montaña se hace más regular aún que en sus dos libros anteriores: todos los versos están medidos, la rima es asonante y en su mayor parte el libro se encuentra formado por agrupaciones en estrofas (cuartetas y redondillas) y poemas (romance y tercetos encadenados).

La tendencia a la regularidad métrica, iniciada en sus dos libros anteriores, se hace más patente en La montaña pues, aparte de los datos anteriores, hay un elemento repetido en los tres libros que sirve de punto de referencia: el uso del romance. En La esquina y el viento de 23 poemas, 11 son romances[67]; en La muerte del momento, de 22 poemas, 14 son romances[68] y, en La montaña, de 19 poemas, también 14 son romances[69].

No obstante se mantiene en La montaña la diversidad de metros y la existencia de algún poema irregular, que entendemos como un dato más de que Valhondo se sigue mostrando reacio a ser totalmente regular pues, con esos restos de irregularidad, introduce vacilaciones formales conscientes donde encuentra un descanso al esfuerzo que le pide la regularidad que, por otra parte, no es muy severa pues el romance se construye con una cierta facilidad a base de rima asonante y el verso más manejable de nuestra métrica, el octosílabo.

También La montaña es una muestra de que Jesús Delgado Valhondo cuando se hace disciplinado en algún aspecto en otro se libera, pues en momentos anteriores ha eludido elementos y formas que lo aprisionaran. Así mientras en La esquina y el viento y La muerte del momento apareció una mayor variedad de estrofas y poemas, en La montaña los reduce a la mínima expresión. Es decir, se hace más lírico y se libera de ataduras formales en un momento que la tendencia a la esencialidad detectada en La montaña comenzaba a aprisionarlo cuando de siempre se sintió más seguro siendo espontáneo que estrictamente disciplinado.

No obstante Valhondo continúa con su preferencia por la tradición y los metros populares porque, incluso en momentos esencialmente líricos, le proporcionan más libertad, capacidad de reacción y espacio para ser creativo. Lo mismo sucede con la rima que, en La montaña es generalmente asonante con el fin de marcar un camino determinado y no salirse de él y no dejarse aprisionar en la maraña de la rima culta.

Así el hecho de haber logrado una expresión más lírica no supone que haya perdido frescura ni espontaneidad calculada, pues aquello que suena más disciplinado en el contenido, la forma lo convierte en ágil y natural. Es decir, la reducción de combinaciones de estrofas y poemas más complicados que el romance supone una oxigenación espiritual para el contenido a través de la forma.

Recursos literarios

Dos tipos de medios poéticos, que se corresponden con una expresión más lírica y esencial, destacan en La montaña: la metáfora y el encabalgamiento.

El primero es propio de la acentuación del tono lírico y de la traducción del asombro producido por el entorno de proporciones magníficas, que  llevan al poeta a expresar sus sensaciones con un mayor grado de lirismo, porque no puede o no quiere traducir exactamente sus impresiones que ahora son más inefables y por tanto menos tangibles. Así aparecen metáforas siempre que el poeta necesita definir los lugares visitados, que dejan en su ánimo una sensación nueva, indefinible y por consiguiente más estética (aunque no por ello menos sentida[70]) o cuando se ve obligado a describir su estado de ánimo, asaltado por fuertes emociones[71].

Vemos así cómo los tensos momentos vividos, paradójicamente producen una expresión lírica más intensa, porque el poeta no puede traducir sus emociones con palabras comunes (como siempre había hecho) y en cambio lo hace con su instinto lírico que ya a estas alturas ha conseguido un alto grado de intuición que resulta especialmente creativo y personal.

Por otro lado el encabalgamiento es el recurso formal en que Valhondo sostiene su poesía esencial, que ahora basa en la contención de su emotividad en unos límites precisos, marcados también por el uso de metros cortos. No obstante esta interpretación que podría suponer una dependencia de una construcción excesivamente artificial es muestra de una poesía eminentemente reflexiva y muy elaborada, porque el uso del encabalgamiento requiere un manejo cualificado del ritmo y del léxico, que desde este momento se hace característico del estilo personal de Valhondo.

El uso de recursos se completa en La montaña con sutiles y delicadas imágenes de una plasticidad no sólo puramente estética sino también emocionalmente muy sentida[72], que impregnan las descripciones de lirismo y a la vez de humanidad como, por ejemplo, cuando por medio de un símil de indudable calidad Valhondo indica que su experiencia santanderina le ha llegado muy hondo en su sentimiento más humano: «Santander a la espalda, / como cruz me la llevo»[73].

Otros recursos formales, íntimamente relacionados con el contenido, redondean este libro: la anáfora y las interrogaciones que vienen a llenar de intensidad emocional el humano lirismo vertido por el poeta, insistiendo en el misterio y el asombro que lo angustian.

Y por último, si con estos recursos Valhondo formalmente consigue un tono nuevo y una acentuación lírica, también logra acercarlos al lector doblemente con el uso reiterado del yo, pues ahora no sólo implica al lector de una manera formal sino también estética.

La montaña sin duda supone un avance considerable en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que definitivamente ha alcanzado la madurez lírica pues, si en sus libros anteriores fue natural o lírico por separado, ahora ha conseguido mezclar ambos aspectos, indicando que se halla en el punto de mayor madurez de su obra poética.

Estructura

En La montaña, continúa Jesús Delgado Valhondo con el deseo de no estructurar patentemente sus últimos libros, sino presentarlo de una forma unitaria sin interrupciones que pudieran fragmentar su discurrir. Sin embargo este hecho no significa que el contenido sea una simple sucesión de poemas sin más, porque La montaña es un proceso cíclico estructurado en tres partes.

Esa realidad supone un cambio formal en la estructuración de sus poemarios[74], pues antes la marcaba claramente dividiéndolos en partes y ahora lo hace subrepticiamente de acuerdo con el contenido y la emoción que le imprime.

Quizás este cambio se encuentre relacionado con la esencialidad que impregna la poesía de sus últimos libros y con el deseo de ser más lírico y no tan directo y formalmente claro, es decir, después de conseguir una poesía eminentemente comunicativa ahora quiere que también lo sea lírica. De esta forma pide al lector un esfuerzo estético e intelectual suplementario, paralelo al que él mismo está realizando.

Posiblemente también esta alteración se deba a que, sin abandonar un objetivo docente, Valhondo desee no ser tan cartesiano porque la creatividad ha aumentado. Así, aunque no estructura el libro en partes podemos distinguir, después de una lectura atenta, un principio, un desarrollo y un final de acuerdo con los tres momentos cruciales del recorrido físico y espiritual que realiza. Esto antes nos lo daba digerido, ahora quiere que lo descubramos.

Valhondo con esto ha dado un paso más. Después de conseguir en los libros anteriores implicarnos en sus desazones haciéndonos ver que también son nuestras, ahora desea que nos comprometamos más en el proceso lírico participando en el descubrimiento del enigma que él trata de desentrañar, porque necesita la ayuda de nuestra perspectiva.

Como consecuencia el cambio de enfoque es sustancial porque Valhondo en La montaña ha pasado definitivamente de una poesía de la comunicación, cuyo objetivo fue la conexión con el lector, a una lírica de la comunión con la que recaba una participación activa y por tanto más comprometida del lector.

Evolución

La montaña es un libro fundamental en la evolución poética de Jesús Delgado Valhondo porque, formalmente, es el resultado de los continuos experimentos métricos que Valhondo había realizado en sus libros anteriores. Ahora se decide por los versos de extensión media y en especial por el heptasílabo, que es el metro intermedio entre el bisílabo y el alejandrino, buscando el equilibrio formal para una poesía que ahora se hace más esencial y como consecuencia más lírica.

Y significativamente es el culmen de su evolución espiritual, la llegada a la cima del empinado camino que recorrió en los libros precedentes y la acumulación del largo cansancio de su lucha personal por descubrir los secretos de la naturaleza humana y del mundo. Y lo más estremecedor la exposición del fracaso estrepitoso de su búsqueda de Dios.

Pero es en el estilo sobre todo donde más se nota la evolución de Valhondo hacia una poesía más intelectual y elaborada, aunque no pierda su personal espontaneidad y frescura. En La montaña, después de los experimentos de condensación que realiza en los libros anteriores, Valhondo consigue una poesía que es la esencia destilada de su situación espiritual, desprovista de elementos innecesarios. Así por ejemplo podemos observar cómo las metáforas están generalmente en aposición, con lo que reduce elementos al ahorrarse el verbo y al mismo tiempo consigue efectos más estéticos, o los encabalgamientos que contienen la expresión por medio de pausas no sólo versales sino también por las producidas con los cortes tonales del mismo recurso.

Por tanto formalmente Valhondo consigue en La montaña el mayor grado de equilibrio al acercarse más que nunca a la regularidad. Y significativamente congenia la espontaneidad con la reflexión, la frescura con la estética y el contenido con un esencial lirismo.

La montaña fue un libro con el que Valhondo volvió a difundir más ampliamente su poesía, después de la escasa publicidad que tuvieron La muerte del momento y el «Canto de Extremadura». La crítica de nuevo tuvo la oportunidad de expresar su opinión sobre una poesía que le impresionó, porque después de cinco años sin saber de él[75] sorprendentemente se encontró con un poeta maduro que manejaba con soltura los recursos formales, mezclaba el clasicismo y la modernidad acompasadamente y hacía gala de un lirismo personal eminentemente creativo.

Pero la característica que más atención suscitó fue el avance de Valhondo hacia una poesía más estética, variada en las sensaciones, madura en los planteamientos y esencial en los conceptos que ahora, por el aumento del lirismo, se hace más sutil y como consecuencia más elegante, atractiva e implicadora.

Etapa de angustia

Esta etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo estará marcada por varios hechos ocurridos en su experiencia cotidiana, que influirán negativamente en su estado emocional y aumentarán su angustia: la decepción espiritual sufrida en su experiencia cántabra, el cansancio acumulado por su larga permanencia en pueblos, los problemas cotidianos y la dificultad que encontró para publicar su siguiente libro de poemas, Aurora. Amor. Domingo.

El contenido de la primera parte de este libro (y de varios artículos periodísticos escritos por estas fechas) son la muestra más clara de su cansancio de vivir en pueblos y su deseo de ir a la ciudad, que se hace más urgente por la necesidad de salir del aislamiento en que vive y la decepción que siente por el escaso reconocimiento social de la labor del maestro y del practicante.

Sin embargo, ya trasladado a Mérida, su vitalismo lo lleva a seguir con su hiperactividad interviniendo en numerosas actividades literarias con las que va creándose un prestigio que le reporta varios reconocimientos (que sin embargo no logran calmar su angustia).

Paradójicamente la experiencia vital de estos años, no obstante, produce una mayor madurez en su poesía y, si crece en angustia, también lo hace en sentimiento y verdad poética, pues el lirismo de su etapa anterior se atenúa y su poesía se hace más natural, impetuosa y descarnada, como podemos comprobar en El secreto de los árboles, desencantada visión del misterio que envuelve la existencia humana, expuesta de una forma cercana, confidencial y estremecedora.

No obstante se observa a partir de su etapa de conmoción que poco a poco van apareciendo poemas extensos en versos libres con un lenguaje surrealista, que rompen su línea personal de versos y poemas cortos, expresados con una lengua directa. Este cambio se debe a dos motivos: uno a la angustia padecida, que lo hace salirse de su lírica esencial, pues ahora necesita más espacio formal y significativo para transmitir sus inquietudes. Otro, a la alteración que observa en la poesía nacional que está dando paso a una lírica nueva (superación de la social), no sólo en el contenido sino también en la forma. Esta última precisamente coincide con los cambios que va introduciendo en su lírica de una forma muy personal pues, aunque no estaba de acuerdo con esta nueva poesía porque le resultaba oscura e incomunicativa, apreciaba en ella que experimentara nuevos caminos expresivos, que era lo que también él buscaba.

Una circunstancia imprevista agravará su situación emocional, de por sí angustiosa, la muerte repentina de su mujer, que lo hunde en la desolación y la soledad, y lo mantiene apartado incluso de la poesía, pues este suceso luctuoso ocurre el último día de 1964 y no volveremos a tener noticias de que escriba poemas para su siguiente libro hasta 1966.

En esta situación emocional se traslada a Badajoz buscando consuelo en un ambiente cultural más activo que lo alejara de los tristes recuerdos y lo animara de nuevo a escribir. Pero poco a poco sufre un impacto en su ánimo cuando comprueba que aquel lugar idílico, que lo acogió con los brazos abiertos y lo ayudó a salir de su triste estado, estaba poblado por seres imperfectos, interesados, acomodaticios y conservadores de una moral que provocaba daños personales y hacía un flaco servicio a su tierra. Su desilusión es grande porque se resiste a vivir en aquel ambiente mediocre al que le empuja la realidad y porque a esta decepción había que sumarle la angustia del fracaso de su búsqueda infructuosa de Dios, con la que viene cargando desde su experiencia santanderina.

Dios no se manifiesta, el ser humano espiritualmente se encuentra solo y desamparado y por si fuera poco no tiene capacidad de entender el mundo, ni organizarlo para su propia felicidad y en cambio es capaz de hacer más caótico y desagradable todo lo que inicia, que suele ser simple e interesado, u obstaculizar lo que unos pocos animosamente son capaces de plantear y llevar a cabo. Estas intranquilidades las expone en su siguiente libro de poemas ¿Dónde ponemos los asombros?

Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros?

Descripción

Aurora. Amor. DomingoEl secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? son los libros que constituyen la etapa de angustia de la segunda parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

Los tres libros son una consecuencia de la decepción sufrida en La montaña, pues el poeta en Aurora. Amor. Domingo cree encontrar la solución a sus preocupaciones existenciales en crear un mundo ideal, basado en la palabra y lejos de la imperfección humana. Para ello se imagina una ciudad libre de la presencia del hombre, donde encuentra la inmortalidad en la piedra que retiene el tiempo hecho historia, es decir, logra captar el presente y el pasado unidos y por medio de esa simbiosis se imagina un futuro espiritual esperanzador circunscrito al entorno de la ciudad deshabitada.

Pero como siempre que el ser humano ha querido aislarse de sus semejantes al final el poeta se topa con ellos y con sus múltiples limitaciones, para comprobar angustiosamente que él mismo es una copia exacta de los seres que habitan su entorno y también de sus imperfecciones y quimeras. Entonces el poeta fracasa en su intento de crear un mundo ideal y cae definitivamente en la desesperanza, en la soledad más descorazonadora y finalmente en la angustia.

El problema se agrava cuando en El secreto de los árboles comprueba que el ser humano no tiene la capacidad divina de crear desde la nada, ni suficiencia intelectual para entenderse a sí mismo, ni para formar un mundo más humano, solidario y perfecto, ni para comprender el misterio que envuelve la naturaleza humana ni el mundo que habita, donde un Dios misteriosamente silencioso lo ha abandonado a su suerte en medio del dolor y la soledad sin saber cómo ni por qué.

Y lo peor de todo es que el poeta advierte estremecedoramente que se encuentra prisionero no sólo de la divinidad sino también de las circunstancias, que algunos de sus semejantes aprovechan para su propio beneficio, apartándose de esta forma de una acción humana común, que ofreciera al ser humano la esperanza de conseguir junto a los demás una vida más llevadera y la salvación futura.

Además el poeta se ve obligado a soportar la paradoja de tener una conciencia independiente, que le obliga a actuar consecuentemente con su procedencia divina y su naturaleza humana, es decir, a compaginar fe y razón cuando son en la práctica dos polos opuestos cuyo ensamblaje lo llena de contradicciones y de una desoladora angustia.

Dos motivos son los causantes de esta desolación: Advertir que su procedencia divina le exige desentrañar el misterio del mundo para llegar a Dios y verse convertido en un mediocre sin anhelos ni esperanzas por las limitaciones de su condición humana que lo convencen de la imposibilidad de tamaña empresa, porque no tiene capacidad para unirse a sus semejantes y entre todos alterar las circunstancias adversas que continuamente se le presentan, ni siquiera para organizar el mundo a su medida.

Ante esta situación en ¿Dónde ponemos los asombros? el poeta cae en la angustia más estremecedora, pues ya ha comprobado que el ser humano no puede cambiar su destino ni entenderlo, por tanto debe convertirse en un ser anodino, espiritualmente vacío, insensible, cuyo objetivo es la simple supervivencia sin anhelos y sin razón. Pero el ímpetu vital de Jesús Delgado Valhondo a pesar de su derrota y su soledad se niega a anular su conciencia y se rebela contra esta contradicción, esperanzándose con la idea de que todo debe tener una explicación divina que el ser humano no es capaz de entender. Sin embargo este convencimiento es pasajero pues la realidad lo arrastra a pensar que no hay lugar para la esperanza y que la angustia y el desencanto lo destruirán poco a poco.

Temas y contenidos

Aurora. Amor. Domingo es el resultado de una triple presión: una física por el cansancio de vivir en pueblos durante muchos años en contacto con el dolor y la triste mediocridad de seres elementales. Otra existencial, por el deseo de apartarse de la imperfección humana de la que en un principio el poeta creyó estar libre; y posteriormente, por la necesidad de volver a la relación con el ser humano buscando la conjunción espiritual con sus semejantes y la formación de una voz común para intentar unidos la solución de los problemas trascendentales que los acosaban. Y otra espiritual, por la decepción sufrida en La montaña con el fracaso de su búsqueda de Dios que le indicaba la tremenda soledad en que se encuentra el ser humano respecto a la divinidad. Esta triple presión constituirá el núcleo temático de Aurora. Amor. Domingo.

El cansancio físico, producido por su largo aislamiento alejado de los núcleos más activos donde olvidar sus preocupaciones trascendentes, provoca que Jesús Delgado Valhondo realice una reelaboración del tema horaciano de la alabanza de aldea y el desprecio de la ciudad pero a la inversa, es decir, el poeta idealiza la ciudad y rechaza el campo por motivos opuestos: Horacio basaba su idealismo en el contacto con la naturaleza, el silencio y el alejamiento de los inconvenientes de la vida urbana; en cambio Valhondo necesita situarse en medio del bullicio vitalista de la ciudad.

Aunque la ciudad ideal que Jesús Delgado Valhondo anheló en su aislamiento pueblerino se encontraba deshabitada para eludir conscientemente la imperfección humana, que el poeta conocía por propia experiencia y sabía que, de no evitarla, rompería esa concepción utópica. Pero Valhondo llega a la ciudad y enseguida su idealismo se disipa cuando habitándola se encuentra al hombre con sus imperfecciones y advierte que él mismo es un reflejo de sus semejantes, que están desorientados a merced del dolor, las circunstancias, el tiempo y la muerte.

No obstante por momentos logra idealizar la ciudad y en su espiritualidad y recogimiento incluso encuentra a Dios, pero se le vuelve a perder en cuanto la urbe recobra su frenética actividad y la serena meditación del poeta en soledad da paso a la difícil convivencia con el materialismo irreflexivo, al recuerdo de la pérdida de Dios y a la idea de la muerte, que lo acecha detrás de cada esquina. Como consecuencia surge en el poeta de nuevo la necesidad del contacto con Dios, al que ahora anhela con urgente nostalgia. Pero como sabe que no lo va a hallar vuelve compasivamente su mirada al hombre, en el que sólo encuentra sus mismas limitaciones.

Entonces un sentimiento de solidaridad surge en el espíritu del poeta, que se compadece no sólo de su situación sino también de la del ser humano universal que como él se encuentra atrapado en un mundo misterioso para el que no se le ha dotado de entendimiento. Ante esto el hombre no tiene más salida que convertirse en un ser anodino, espiritualmente vacío, que participe en el determinismo de un mundo organizado de antemano, donde se le exige actuar sin indagar en nada.

Pero esta postura pasiva ante tantos enigmas no cuadraba con la personalidad comprometida del poeta extremeño que se rebela contra tal imposición, para enseguida comprobar que no logrará cambiar la realidad. Ante esto primero se desespera, después se angustia y por último en la siguiente etapa cae en la melancolía, que lo lleva a la resignación de suponer que todo debe tener un sentido, incomprensible para la limitada razón humana.

La temática de El secreto de los árboles gira en torno al asunto planteado en la segunda parte de Aurora. Amor. Domingo: la necesidad de volver al hombre del que quiso apartarse para hacerlo también del dolor y la imperfección humana. Pero esta drástica solución no sirve de nada, porque el poeta comprueba que es dolor y soledad como el resto de sus semejantes.

Por este motivo ahora busca la relación con los demás, el refugio entre los otros y el amor, que es el sentimiento más sincero trasparente y desinteresado que se puede establecer entre personas. Pero este anhelo del poeta también fracasa, porque hay semejantes que por intereses particulares no están dispuestos a contribuir a sus deseos solidarios. Entonces el poeta vuelve a caer en la angustia más desesperante, pensando no sólo en él sino también en seres indefensos que sufren todavía más las agresiones de esos insolidarios que distorsionan el deseo común de amor y solidaridad.

Esta es la razón de que a estas alturas el ideal de ciudad que expuso en Aurora. Amor. Domingo se haya disipado por completo. La ciudad ahora es un monstruo que se traga a sus habitantes y la calle, antes bulliciosa y vitalista donde se producía el encuentro gratificante con los otros, es un cementerio viviente y un lugar agresivo por esos cuantos que, incluso escudándose en posturas religiosas, anteponen sus intereses a los de la mayoría, aumentan su dolor y destruyen las propuestas solidarias en medio del silencio desesperante de Dios.

Por otra parte, el poeta no recibe respuestas a sus pretensiones de solidaridad, porque el ser humano tiene vacío su espíritu y atiende sólo al individualismo materialista propio de la sociedad moderna y se conforma con sobrevivir en medio del misterio que lo envuelve, inmerso en la dorada mediocridad que le marca una tendencia política o religiosa determinada.

Ante esta postura pasiva, incomprensible en seres humanos con libre albedrío que debían caracterizarse individualmente por abrigar el anhelo de conocer su origen y su destino y colectivamente por el compromiso con los demás, el poeta cae en el desencanto y en la soledad y sufre continuas vacilaciones emocionales que unas veces lo llevan a rebuscar en sus recuerdos, intentando rescatar un pasado del que, expurgado los escollos, sólo quedan las vivencias positivas en las que se apoya para soportar la dura realidad, o a desear el reencuentro con el mar como medio de buscar la libertad anhelada o a esperanzarse pensando en que pase lo que pase al final Dios lo espera. Otras lo convierten en un ser irónico que se burla de verdades inmutables en las que hasta ahora había creído a rajatabla. Esta falsedad lo arrastra a angustiarse hasta el punto de pensar en el suicidio como un estado ideal para liberarse del dolor y de las intranquilidades que le corroen el alma.

Así el poeta vuelve de nuevo a sentir las consecuencias del abandono de Dios en la presión de la soledad, el paso del tiempo, la cercanía de la muerte y en una realidad que se encuentra envuelta por un misterio cada vez más intenso e impenetrable que sin embargo se hace para la pobre mente humana un secreto a voces pero intraducible y por ello más descorazonadora porque parece que se trata de un incomprensible juego divino, que pone ante los ojos del ser humano la solución y sin embargo lo ha creado intelectualmente ciego.

El tema central de ¿Dónde ponemos los asombros? es una consecuencia de la decepción sufrida en El secreto de los árboles: el ser humano nunca desentrañará el misterio de la naturaleza humana ni del mundo sin la ayuda de Dios y, como la divinidad guarda silencio y no se manifiesta, no tiene esperanza alguna de resolver sus grandes problemas trascendentes y por tanto de ser independiente y creador, ni de actuar libremente de acuerdo con su conciencia ni por supuesto de entender más allá de lo que sea capaz de deducir con su corta capacidad mental.

Este problema irresoluble provoca en el poeta una tremenda desorientación, porque ya no tiene nada a lo que recurrir pues por último lo ha hecho a sus recuerdos y ha comprobado estremecedoramente que se han perdido en la nebulosa del tiempo. Por tanto se ha convertido, en contra de su voluntad en un ser anodino, vacío e intrascendente; en un mediocre.

Pero sus últimos resquicios de dignidad lo hacen reaccionar ante tal situación y arremete, por un lado, contra la pasividad de sus semejantes, tratando de concienciarlos para que unidos se rebelen contra su triste situación, o denuncia el ataque que recibe el ser humano de sus semejantes y, por otro, contra los representantes de esa religiosidad de apariencias y de boato que en nada ayuda al espíritu, adoptando un tono agriamente irónico que raya en el desprecio.

Después, agotado física y espiritualmente, analiza su situación y vuelve a caer en la desesperación más profunda cuando comprueba que su esfuerzo no sirve de nada porque todo continúa inmutable y él es un insignificante elemento de un poderoso engranaje, que nunca será capaz de cambiar ni entender.

Influencias

Es quizás en esta etapa donde más claramente se comienza a observar la pervivencia de la tradición y la modernidad en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, pues formalmente a la vez que es el romance el poema más empleado significativamente los temas responden a las preocupaciones existenciales y sociales, que son características en la poesía de la primera mitad del siglo XX hasta el momento en que el poeta escribe estos libros, editados en plena década de los años 60.

Por este motivo en Aurora. Amor. DomingoEl secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? encontramos recuerdos de las preocupaciones, que expusieron con sus estilos particulares las tendencias líricas más significativas del periodo mencionado, intentando dilucidar al unísono los misterios de la condición humana y el mundo:

El Modernismo en esta etapa de la poesía de Jesús Delgado Valhondo está presente no sólo en el tono de exaltación angustiosa de momentos determinados, que recuerda al Rubén Darío existencial sino también en el empleo consciente del alejandrino y del serventesio que en Valhondo hasta el momento era inusual.

La Generación del 98 la encontramos en esos deseos de regeneración espiritual, que Valhondo tiene cuando se dirige a los demás e intenta remover sus conciencias para que recuperen la dignidad humana que han perdido obligados por las circunstancias, la actitud negativa de algunos de sus semejantes y el silencio de Dios, con lo que supone de desorientación, angustia y soledad. También localizamos en algunos momentos el contenido filosófico de los planteamientos paradójicos de la poesía unamuniana, cuando el poeta se enfrenta a las contradicciones de la trágica lucha entre su fe y su razón. Y por último el intimismo subjetivo y la triste melancolía machadiana también están presentes en ese desencanto que rezuma la poesía de Valhondo en esta etapa.

Por otra parte hallamos la ironía deformadora de los esperpentos de Valle Inclán, cuando el poeta arremete contra los valores religiosos de la época que ahora le resultan superficialmente encaminados a la apariencia y nunca al fortalecimiento espiritual y, mucho menos, a desentrañar los grandes enigmas trascendentes que preocupan al ser humano.

La Generación del 27 la detectamos en la convivencia de la tradición y la renovación, que se hizo típica en la poesía de nuestra segunda edad de oro literaria y en Valhondo se materializa en el uso predominante del romance, en la angustia trágica de tinte lorquiano, en el optimismo de Guillén en algún instante fugaz esperanzado y en el enfoque surrealista de muchos pasajes de estos tres libros, sobre todo cuando el poeta altamente angustiado traspasa la realidad e indica su desesperación por medio de imágenes subconscientes con las que trata de liberar su angustia. Incluso hay un recuerdo de Miguel Hernández cuando Valhondo utiliza un tono esencialmente trágico y algún significante propio del poeta alicantino.

La poesía existencial de posguerra se encuentra principalmente en el desencanto causado por el abandono de Dios y su silencio, que son temas propios del estremecimiento emocional producido por las consecuencias aterradoras de la contienda, cuando el ser humano se encontró más desamparado y sintió el distanciamiento de Dios con más nitidez. Es significativo el parecido del tono desencantado y trágico que impregna estos libros con el que Dámaso Alonso usa en Hijos de la ira y Valhondo recoge en varios poemas.

El Realismo social está presente en esos deseos de compartir con los demás las íntimas preocupaciones, que son comunes a seres humanos prisioneros de unas estructuras construidas para usarlos en beneficios de unos cuantos, y de concienciarlos sobre la situación en que viven para que salgan de su apatía y de su resignación y proclamen el respeto que se merecen como seres humanos independientes, iguales y libres. De ahí que el tono impetuoso e indignado de Blas de Otero se haga familiar en determinados momentos, sobre todo cuando Valhondo se encuentra más desesperado y se resiste a ser un mediocre, abatido por la derrota y la indignidad.

No obstante, es necesario aclarar que el enfoque de Jesús Delgado Valhondo es distinto al del Realismo social, pues mientras éste pretendía una revolución política de la masa formada por las capas más desfavorecidas de la sociedad, Valhondo intenta producir una conmoción en la conciencia espiritual de cada ser humano, único e irrepetible. Por tanto no es una reacción social que cambiara las estructuras del país por motivos meramente políticos la que pretende Valhondo, sino un movimiento espiritual solidario de seres independientes, que moviera cada conciencia hacia un análisis de la condición humana y una solución de la situación lamentable que soportaban como individuos.

La poesía de los Novísimos se localiza en la forma narrativo-descriptiva de metros extensos y poemas libres, que en Valhondo comienza a ser frecuente a la vez que va desprendiéndose del metro corto y de la rima asonante tradicional. No obstante sólo adopta la forma de esta nueva poesía, porque le proporciona más libertad al desligarse de la atadura de la rima y la métrica en un momento que necesita más espacio para expresar sus intranquilidades, que ahora se hacen preocupantes en extremo.

También la expresión va a tender hacia el prosaísmo reflexivo de la poesía novísima y sus elucubraciones mentales (aparentemente desordenadas por seguir el dictado anárquico de la mente), que se adaptan mejor al nuevo enfoque de la lírica valhondiana por ser más flexibles. Este hecho indica la apertura que siempre estuvo Valhondo dispuesto a realizar ante cualquier movimiento lírico que buscara nuevos caminos expresivos, aunque en un principio no fueran de su agrado.

A pesar de esta amplia y variada gama de influencias, la poesía de Valhondo, lejos de perjudicarse, se beneficia porque de cara al lector es una garantía de que el poeta es conocedor de la historia literaria más reciente, que tiene una gran capacidad para extraer sus asuntos fundamentales, reelaborarlos y exponerlos de una forma original y por esto mismo de actualizar y reafirmar su personalidad lírica.

Además estas preocupaciones que, por su naturaleza, siempre han estado vigentes en el pensamiento universal del ser humano y que sin embargo en literatura fueron efímeras, Valhondo las recupera y las revitaliza no como simple moda, sino como asuntos trascendentes que el ser humano no debe olvidar por mucho que evolucione el arte y la poesía, pues el misterio de su imperfección continúa siendo un enigma insondable.

Estilo

El estilo de Aurora. Amor. Domingo básicamente no difiere del que viene siendo característico de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo: expresión directa y sincera, tono transparente impregnado de melancolía, lenguaje común equilibrado a pesar de la angustia y capacidad de implicación basada en el tono de confesión con que el poeta gradualmente nos va introduciendo en sus desazones.

Sin embargo el estilo más característico de este libro se encuentra en aquellos momentos en los que el poeta se hace conscientemente esencial, mostrando su dominio de la síntesis y de la sugerencia, pues a la vez que se desprende de elementos innecesarios tanto formales como de contenido y reduce la expresión a pinceladas impresionistas, deja abierta la posibilidad de completar las ideas, que muchas veces sólo apunta para que la implicación provocada en el lector actué y las termine.

Esta poesía esencial por un lado es producto del mayor ahondamiento espiritual del poeta en un momento delicado que necesita ajustar su reflexión al máximo a una situación existencial concreta y, por otro, de un trabajo esforzado de lima que no ha abandonado desde sus comienzos líricos.

No obstante no es la poesía esencial el aspecto más característico del estilo de este libro, porque Valhondo ya había dado muestras de ella en libros anteriores, sino un recurso que aparece por primera vez con nitidez en Aurora. Amor. Domingo, como mecanismo de defensa ante una realidad incomprensible, la ironía pues la angustia, que llega a ser estremecedora, obliga al poeta a remover principios inamovibles, que caen por su propio peso cuando comprueba que el ser humano se encuentra desamparado a pesar de los planteamientos religiosos y filosóficos, que habían creído dar una explicación fehaciente a los problemas trascendentes del hombre.

Así el ser humano, a pesar de ser definido como la muestra más perfecta del poder divino, no es más que imperfección y caducidad. La fe, que había sido presentada como sostén perfecto para afrontar los problemas terrenales, sólo le produce angustia porque Dios no responde a sus continuas llamadas y necesita una señal de su existencia para fortalecerse y, por último, se le ha prometido una vida eterna y sin embargo en la terrena no le ha proporcionado medios para conseguirla, ni siquiera para vencer al tiempo y afrontar la muerte con dignidad y esperanza.

Por este motivo en El secreto de los árboles el estilo se oscurece cuando el poeta comprueba esta desgarradora realidad y pierde su control anímico; entonces la expresión se hace surrealista y formalmente irregular. El poeta ha caído en el desencanto más trágico y la ironía vuelve a predominar en el tono que se llena de expresiones vulgares conscientes, como tratando de desmitificar la realidad y hasta el mismo hecho poético, que tampoco ayuda al poeta en su desencanto.

Sin embargo, el estilo personal de Jesús Delgado Valhondo continúa localizándose incluso en estos momentos más angustiosos por esa humana sinceridad que presenta de una forma descarnada no sólo los problemas trascendentales del poeta sino también los nuestros.

Por esta razón el estilo de ¿Dónde ponemos los asombros?, continuación de los dos libros anteriores, se caracteriza por el desequilibrio formal y emotivo que aumenta conforme avanza el libro y se hace más patente en la segunda parte a través del uso de metros y poemas, que tienden a la irregularidad, y una expresión que deja de ser traslúcida para oscurecerse entre el surrealismo y la ironía arrasadora cuanto más desequilibrado se encuentra el poeta.

El tono nostálgico es otro elemento desestabilizador, porque lo lleva al recuerdo y a comprobar que su lejanía lo hacen irrecuperable igual que el tiempo invertido en descifrar el misterio de la realidad, que sólo le ha dejado un vacío habitado por la soledad, la sensación de momentos no vividos y el silencio de Dios. También el poeta siente la tristeza de que su preocupación por los temas trascendentes lo ha apartado de sus semejantes y además ha fracasado. De ahí que lo invada una preocupación por los seres desvalidos y denuncie las actitudes ofensivas y falsas que se adoptan ante ellos para marginarlos aún más.

Entonces el poeta vuelve la vista a la naturaleza para comprobar que si antes fue un medio para acceder a Dios cuando la encontraba como un reflejo de su poder ilimitado, ahora se halla abandonada por su creador cuyo silencio ha afectado a su misma obra. Por este motivo el poeta siente un profundo y desolador vacío cuando comprueba que Dios sigue mudo, la naturaleza está destruida y el hombre se ha deshumanizado, es decir, los tres pilares en otro tiempo de su apoyo moral y de su esperanza, se han desmoronado y, como no le quedan más recursos, cae en la desesperación y en el vacío más desolador que lo llevan irremisiblemente a la idea de la muerte contra la que definitivamente no tiene nada que oponer.

Esta es la razón de que el estilo haya cambiado gradualmente desde el equilibrio melancólico al desbordamiento emocional, desde la forma regular a la libertad métrica y rítmica, desde el respeto a la ironía, desde el lirismo a la expresión vulgar, desde la transparencia al oscurecimiento, desde la dignidad a la mediocridad.

No obstante en el estilo de estos tres libros descubrimos que Valhondo cuanto más angustiado se muestra más auténtico se revela y su lírica gana en intensidad emotiva, en espontaneidad calculada y en poderosa creatividad.

Métrica

Aurora. Amor. Domingo no se encuentra estructurado formalmente, pues los poemas aparecen seguidos sin divisiones como había ocurrido en La montaña. Sin embargo por las características métricas del libro se deduce perfectamente, que se distribuye en dos partes: la primera formada sólo por romances y la segunda por poemas construidos con metros diversos tendentes a la irregularidad, que se hará característica en El secreto de los árboles y en ¿Dónde ponemos los asombros?

Así las vacilaciones métricas y rítmicas en estos dos libros concuerdan con las que se producen en el contenido, de tal manera que a más desequilibrio emocional más descontrol en la forma no sólo en cuanto a la diversidad de metros, combinaciones de la rima asonante y de las estrofas (que normalmente no llegan a constituirse en poemas), sino también en lo que respeta a la extensión de los poemas que se alargan tanto en la medida de los versos como en el número de éstos.

La razón de la regularidad formal en la primera parte de Aurora. Amor. Domingo estriba en que el poeta deseaba crear una ciudad ideal y para ello necesitaba un equilibrio formal mientras que, a partir de ese momento cuando su utopía fracasa, sufre un fuerte impacto angustioso que lo descontrola anímica y formalmente.

Sin embargo, a pesar de las vacilaciones, este dato resulta indicativo de una característica propia de Valhondo: la concordancia entre lo que dice y cómo lo dice y además la comprobación de que se está produciendo una evolución desde la regularidad tradicional a la libertad del verso libre. Sin embargo este paso que podría ser motivo de mengua en la intensidad lírica supone un aumento de la carga emotiva, de tal forma que la crítica valora más la intensidad de la segunda parte de El secreto de los árboles que la primera, a pesar de su aparente descontrol.

Recursos literarios

Si en otros libros como La montaña, generalmente los recursos literarios surgieron de una consciente elaboración lírica del poeta, en Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? proceden de la misma inercia del impulso emocional, que le provoca la angustia padecida. De tal forma que el uso de medios líricos en estos libros muestra con más exactitud que nunca su descontrolado estado anímico.

Así mientras Aurora. Amor. Domingo presenta a un poeta desorientado que en un primer momento se esperanza e incluso se permite la elaboración creativa para caer en la melancolía y finalmente en la angustia, que traduce en imágenes emocionalmente descarnadas, en El secreto de los árboles los recursos empleados descubren a un poeta angustiado, pero que no se resigna a soportar ni admitir su situación sin lucha. Esta postura agónica, que localizamos en el uso de la ironía como denuncia de una situación incomprensible y de numerosos signos gráficos (admiración y paréntesis), hace patente la estremecedora conmoción del poeta ante hechos que no es capaz de dominar ni comprender.

En ¿Dónde ponemos los asombros?, que es la continuación del libro anterior, se observa un aumento de la tensión angustiosa y de la desorientación del poeta a través de imágenes subconscientes, alucinantes, despectivas e incluso temerarias, que son ejemplo del fuerte desequilibrio espiritual sufrido, cuando el poeta descubre definitivamente que nunca conseguirá cambiar nada, pues Dios no tiene intención alguna de ayudarlo ni sus semejantes gozan de capacidad suficiente siquiera para resolver sus problemas cotidianos.

La frecuencia con que Valhondo paralelamente usa tanto imágenes como recursos llevan a pensar que en estos libros más preocupado por lo que dice que por la forma de decirlo, tiene un interés más práctico que lírico en el uso de estos medios, pues se nota cómo su empleo se debe más a un impulso inconsciente que a un deseo de creación poética (ahora es lo que menos le preocupa).

Así en los momentos de poesía más esencial se detecta una economía de medios, pues la expresión se sostiene únicamente en sustantivos y signos gráficos y en la supresión de elementos tan necesarios como los adjetivos y los verbos o el pronombre personal de primera persona, para agilizar la expresión y hacer el contenido más creíble y cercano. También en estos momentos esenciales el encabalgamiento es un recurso muy del gusto del poeta, que advierte su fuerte angustia convirtiendo en balbuceo una expresión continuamente entrecortada.

En general son la metáfora, el símil y las imágenes subconscientes los recursos líricos más empleados, con el fin de exponer su estado espiritual y justificar ese descontrol que encontramos en libros desbordados por algunos de sus extremos, porque ya no tienen la contención de la forma regular y de la esperanza en las que los libros anteriores se equilibraban.

Por otra parte el recurso formal más empleado es la anáfora, que destaca la insistencia del poeta en mostrarnos su desesperanza y los puntos claves de sus preocupaciones. A veces refuerza este recurso con el polisíndeton cuando aumenta el grado de angustia o el asíndeton cuando trata de contenerla. En algunas ocasiones utiliza otros recursos intensificadores como el alejandrino o las vacilaciones conscientes o alarga las frases que, también conscientemente, adoptan un tono prosaico intentando atraer la atención hacia lo que dice más que hacia la forma de decirlo.

Estructura

     La estructuración de Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? tiene, significativamente, una disposición encadenada pues, como analizaremos en su momento, el origen de El secreto de los árboles se localiza en el poema «El fondo»[76] de Aurora. Amor. Domingo y el de ¿Dónde ponemos los asombros? se halla en el poema «Dorada mediocridad»[77] de El secreto de los árboles. Este hecho significa que Valhondo concibió globalmente la estructuración de los libros de esta etapa, porque significativamente los tres son la consecuencia de la fuerte conmoción sufrida en La montaña.

Otro dato que demuestra la concepción global de la estructura de estos libros es que cada uno se dividen en dos partes: Aurora. Amor. Domingo no está dividido superficialmente, pero sabemos que son dos libros[78] en uno: la primera parte (primer libro), que trata el tema de la ciudad ideal, consta de nueve poemas y, la segunda (segundo libro), que está formada por siete poemas, reflexiona sobre el tiempo, la muerte y Dios.

El secreto de los árboles y ¿Dónde ponemos los asombros? se dividen formalmente en dos partes claramente diferenciadas, pues el poeta no sólo las separa visualmente sino también a través de otros datos formales y de contenido: por ejemplo en la primera parte de El secreto de los árboles se concentran los poemas cortos y en la segunda los extensos; además dedica cada parte a una persona distinta. Y en ¿Dónde ponemos los asombros? la primera parte consta de once poemas y la segunda de otros tantos.

Como podemos comprobar la regularidad no se manifiesta idénticamente en los tres libros, pero esos distintos recursos estructurales descubren una concepción consciente del poeta que no quiere ser estrictamente regular, porque su estado anímico no lo admite y también porque como ya vimos ha iniciado un proceso en el que pide al lector más participación y no quiere presentarle sus reflexiones líricas con la misma claridad docente de los primeros libros. No obstante el contenido de los tres poemarios responde a una concepción idéntica, pues comienzan en un tono melancólico que se vislumbra esperanzado para gradualmente tender a la angustia.

Evolución

La evolución del poeta, que detectamos en los tres libros, sigue dos caminos paralelos: significativamente, se observa en ellos un aumento de su angustia, después de la decepción sufrida en La montaña y, como consecuencia, un adensamiento espiritual porque ahora el poeta es más consciente de su soledad y de que ese sentimiento trágico de la vida, que ya había concebido en libros anteriores, es una realidad inmutable contra la que no puede hacer nada.

El fracaso en la creación de una ciudad ideal lo ha convencido de varias realidades que definitivamente tiene que aceptar a regañadientes: el ser humano no tiene capacidad de crear ni de soñar utopías. El hombre es pura imperfección, incapaz de ayudarse a sí mismo y menos de formar un bloque común con sus semejantes para solucionar sus mutuos problemas; por tanto para llegar a Dios, el ser humano no es solución alguna, pues él mismo necesita ayuda para soportar sus imperfecciones. El hombre tenderá a ser cada vez más imperfecto debido al silencio de Dios, que es el único capaz de interpretar y dar solución al misterio de la condición humana y a las razones de su posición en el mundo. El ser humano y el poeta como tal es un actor más de la comedia universal de Dios, que le ha concedido un papel y le ha obligado a representarlo sin pedirle opinión ni importarle el sufrimiento que le produce no tener capacidad intelectual para comprender qué es lo que pretende la divinidad.

Formalmente en Aurora. Amor. Domingo se produce una evolución desde la poesía tradicional de versos cortos, rima asonante, estrofas y poemas regulares, a otra de versos y ritmos libres con estructuras modernas que tienden al versículo. En los otros dos libros de esta etapa se confirma este paso gradual, previo a Un árbol solo, que será el libro cumbre de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, donde este cambio se consolida.

Para realizar este proceso evolutivo, Jesús Delgado Valhondo tomó como guía la poesía existencial contemporánea y apoyó sus reflexiones en poetas que habían ahondado en preocupaciones semejantes. Pero la acusada evolución experimentada por el poeta en sus últimos libros hace que su estilo personal le imprima un enfoque nuevo en dos sentidos: uno, el protagonista de su poesía es el ser cotidiano que él mismo representa. Y dos, el poeta es consciente de que la meditación trascendental de los grandes pensadores debe traducirla al nivel del hombre de la calle, que como él sufre los mismos embates de las circunstancias, el tiempo, la muerte, porque siente más dolor ante la impotencia de no tener recursos intelectuales para eludirlos[79].

En Aurora. Amor. Domingo, el vitalismo de Jesús Delgado Valhondo ha desaparecido, pero todavía tiene arrestos para luchar y no caer en la mediocridad y en la apatía. La ironía utilizada significará los últimos coletazos de una dignidad espiritual, que se agota por momentos ante los continuos atentados contra la integridad  del ser humano por un mundo ingrato y un Dios, que se ha alejado de su obra dejándola a su suerte. Este es el resultado de la conmoción sufrida por el poeta en La montaña, que se hace patente en Aurora. Amor. Domingo, libro desencantado y demoledor.

En El secreto de los árboles, a pesar de la aparente contradicción que existe entre el desequilibrio espiritual que contiene y la adaptación a la nueva corriente poética, Valhondo se presenta con la madurez de su sello personal, situado en el cénit de su obra lírica desde donde ya tiene una visión completa de su obra futura, hasta el punto de anunciar y plantear Un árbol solo y de adelantar el germen de su último libro, Huir, que escribiría veintinueve años después.

¿Dónde ponemos los asombros? es una continuación de El secreto de los árboles pues, en el libro que nos ocupa Valhondo toca el fondo de su angustia y lo encontramos más desolado que en el libro anterior. No obstante, como hemos podido comprobar, el poeta a pesar de su angustia no pierde su pulso lírico porque se muestra maduro y dueño de su palabra, aunque su espíritu sea un caos anímico.

 Este desequilibrio sin embargo no desvirtúa su discurso poético, independiente y personal, sino que lo dignifica por la perseverancia mostrada en su búsqueda insistente de la divinidad y de las razones de sus preocupaciones vitales. ¿Dónde ponemos los asombros? es un libro anímico[80], donde el poeta intenta arrancar las espinas sembradas en su camino espiritual interrogando a Dios sobre las razones de la angustia que no logra aplacar.

Etapa de desencanto

En los primeros años de la década del 70 hasta la publicación de La vara de avellano (1974) dos vivencias contribuyen a que el ánimo de Jesús Delgado Valhondo desemboque en el desencanto: una es la muerte de su hermano Juan y otra la concepción negativa que tiene de la gente de su entorno.

El primer hecho le resulta muy doloroso, porque la muerte no sólo se cebó con el último hermano que le quedaba, sino también con la persona que consideraba un padre. Por tanto no se trataba sólo de la muerte de un ser próximo, sino de la desaparición de su último soporte y del único eslabón que lo unía con su pasado. El tremendo dolor sentido por el poeta se encuentra recogido en la dramática elegía, que cierra La vara de avellano.

Y el segundo hecho descubre una realidad estremecedora: el ser que habita la ciudad a la que había llegado años antes para liberarse de sus hondos pesares está vacío, sin bagaje anímico alguno, más atento a sus intereses particulares que a la atención de su espíritu.

Por tanto ya no le queda sostén alguno para soportar su angustia ni evitar la caída en el más triste de los desencantos: Dios sigue sin responderle, su hermano-padre ha muerto y los semejantes que le rodean no tienen voluntad alguna para entender la realidad ni indagar en su condición imperfecta ni colaborar en una acción solidaria que conmoviera a la divinidad para que se la explicara.

Sin embargo se ve obligado a continuar representando su papel para un Dios inmutable, que no se digna explicarle para qué sirve y qué pretende; a convivir con seres anodinos e intrascendentes, que lo arrastran a participar con ellos en sus hipocresías sin atreverse a denunciar la verdad, y también a ser espectador impasible de los sucesos que ocurren diariamente en su entorno lejano (guerras, violencias, injusticias, odios por doquier),  que atentan contra la dignidad humana y agrandan sus imperfecciones aliados con el tiempo y la muerte. 

La vara de avellano es el libro donde trasmite estos hechos que lo convencen de que nada puede cambiar. La conmoción producida en el espíritu del poeta, que se ve abocado a ser un mediocre, se traduce en un desolador desencanto.

La vara de avellano

Descripción

La vara de avellano es el término del recorrido espiritual que Jesús Delgado Valhondo había comenzado en Hojas húmedas y verdes, cuando inicia su búsqueda de Dios desde la soledad de ser humano, prisionero de sus circunstancias y de un destino inamovible que, si en un principio creyó poder solucionar cuando se produjera el encuentro con la divinidad, después en La montaña comprueba que no cuenta con la ayuda divina. A partir de ahí el poeta inicia un proceso de degradación emocional, que lo arrastra a la angustia en los libros que acabamos de analizar y, después, a la desolación en La vara de avellano que por este motivo es la crónica espiritual de un ser desencantado que quiso y no pudo conseguir aquello que tan anhelantemente había buscado para quedar, después de tanta lucha, espiritualmente agotado y solo.

La vara de avellano supone la conexión con la etapa siguiente, que comienza con Un árbol solo, culminación y síntesis de su poesía anterior, donde resume su camino espiritual hacia la cima anhelada, primero ascendente hasta La montaña y después descendente hasta ¿Dónde ponemos los asombros? para estabilizarse en la posición desencantada de La vara de avellano, que significativamente es el cierre de su evolución espiritual y formalmente de la segunda parte de su obra poética, aunque no definitivo sino abierto a una calculada coherencia estructural de una obra lírica que el poeta pensaba continuar.

En el título «La vara de avellano» hay un recuerdo de aquella naturaleza armónica, cuando guardaba la esperanza de encontrar a Dios, pero ahora la ha perdido definitivamente y el poeta camina desorientado por un paisaje caótico y gris. Éste es el motivo de que el mundo descrito en este libro descorazonador sea el reflejo fiel de su estado anímico.

Temas y contenidos

Temáticamente La vara de avellano es el último intento del poeta por reencontrar a Dios por medio de la naturaleza y al ser humano que, al ser dos de los asuntos centrales sobre los que gira toda su obra lírica, entendemos como un borrón y cuenta nueva, porque se trata del mismo proceso que cualquiera de nosotros realiza cuando, por ejemplo, quiere llegar al conocimiento de un pintor: indaga en su obra para deducir su esencia. Del mismo modo el poeta ahonda espiritual y líricamente en los elementos fundamentales de la creación para llegar al creador.

Pero el paisaje de La vara de avellano, aunque es el mismo de siempre, la tristeza y la melancolía espiritual del poeta lo concibe como un lugar desolado donde únicamente logra hallar a la muerte. Sin embargo el paisaje continúa inmutable, lo que ha cambiado es la visión del poeta que cuando estaba esperanzado encontraba en él la huella de Dios y ahora, sumido en el desencanto de su fracaso y de sus limitaciones intelectuales, lo percibe como un caos idéntico al laberinto que para él habita la divinidad.

Así en sus primeros libros el poeta captaba en la fragancia del paisaje la sensualidad de una mujer ideal, que lo llevaba a la ilusión de un mundo armónico. Pero ahora en La vara de avellano esa misma mujer ha perdido su encanto femenino y desesperada trata de eludir a la muerte que la persigue sin tregua hasta alcanzarla, como al resto de los seres humanos que no saben dónde ni cómo refugiarse de su mortal enemiga, conscientes y angustiosamente seguros de que sus tentáculos terminarán por alcanzarlos.

Ésta es la  razón de que el poeta sienta que no tiene escapatoria, pues no puede haber sueño realizable ni es posible la libertad en un mundo que es una cárcel dominada por la muerte. Por tanto ni física ni espiritualmente es posible llegar a Dios, un objetivo que le resulta definitivamente inalcanzable como ya había intuido en los tres libros anteriores.

Entonces sólo le queda continuar el camino de la vida sin meta ni norte que lo guíe en la más absoluta desolación del que sólo intenta sobrevivir como un autómata, que se encuentra a merced de una voluntad superior, caprichosa, enigmática e incluso agresiva, cuyas armas son el tiempo y la muerte, mientras que el atardecer de su vida lo arrastra (tiempo) al abismo de la noche (muerte).

Ahora el poeta no es únicamente un solitario sino un ciego intelectual que no es capaz de interpretar su papel en la comedia del mundo, pues Dios no lo ha dotado de entendimiento ni de soporte espiritual alguno para desempeñar tan complicada tarea. Y por si fuera poco se ve obligado a luchar continuamente con su doble personalidad, ésa que metida en su conciencia lo martiriza diciéndole que podía ser más contemporizador, que debía pasar por alto indignidades y agresiones a su condición humana, hacer la vista gorda en definitiva, creer sin más, obedecer sumisamente. Y además tiene que combatir con la actitud de sus semejantes: unos, apáticos e inconscientes ante los grandes problemas trascendentes que a todos afectan; otros, interesados, violentos, apartados de toda propuesta encaminada a la búsqueda de una solución común.

A veces el poeta trata de eludir el presente desolador en que vive volviendo al recuerdo del pasado, pero lo encuentra lleno de preguntas sin respuestas y difuminado en la  lejanía del tiempo. Luego cuando decide ser consecuente con su actitud crítica es incapaz de denunciar injusticias e hipocresías, acosado por múltiples presiones cotidianas. Y en el fondo de esta triste situación se encuentra la muerte que ahora acaba de llevarse a su ser más querido, a su soporte emocional, sumiéndolo en la más absoluta soledad y decepción vital.

Influencias

En La vara de avellano aparece una influencia del Antonio Machado más melancólico, al que el poeta recurre conscientemente, pues ahora más que nunca encuentra un paralelismo entre su cansado y triste caminar y el del poeta sevillano por el paisaje de Castilla. Aunque detectamos una diferencia fundamental en el enfoque: Machado halla un soporte espiritual en la melancolía del paisaje pues concuerda con la que siente su espíritu y en cambio Valhondo, roto su vínculo con el paisaje, se ve obligado a sostener el peso de su propia melancolía y por ejemplo el atardecer que antes era un momento de relajación espiritual ahora es simplemente un instante doloroso que da paso a las sombras de la noche.

También encontramos una dependencia del surrealismo en los momentos de mayor desorientación, cuando el poeta describe el caos anímico que capta en el paisaje y la desesperanza del ser humano que lo habita, a través de imágenes subconscientes que llegan a ser alucinantes y estremecedoras como la de aquélla mujer, que representa al ser humano universal, corriendo inútilmente a refugiarse de la muerte.

El recuerdo de la poesía existencial, que se encuentra patente en todo el libro, lo hallamos con más nitidez en esos momentos en que el poeta se refiere al peso de la existencia cotidiana donde coexiste con seres desvalidos, hechos crueles y esa connivencia que se ve obligado a aceptar diariamente para seguir sobreviviendo. Formalmente esta angustia de su vivir cotidiano la expresa por medio de continuas preguntas retóricas que dejan en el aire una fuerte angustia existencial.

Sigue la referencia de libros anteriores a la poesía social en la preocupación por seres marginados, para los que el poeta reivindica la dignidad humana que entre todos les arrebatamos. Aunque esta reivindicación no tiene un carácter social sino solidario, pues el poeta no trata de soliviantar a la masa para provocar su reacción, sino de remover conciencias y hacerlas dirigir su mirada hacia seres concretos que necesitan, más que de movimientos multitudinarios, cambios de actitudes individuales que modifiquen la valoración colectiva que se tiene de ellos.

Estilo

Si en los libros anteriores la angustia impregnó plenamente el contenido, La vara de avellano discurre en un tono eminentemente melancólico, incluso en los momentos de mayor tensión emocional, porque el poeta está agotado y además ha comprobado que no sirve de nada angustiarse.

No obstante a pesar de esa melancolía que lógicamente debía haber producido un tono lineal en todo el libro, encontramos diversos registros estilísticos: uno puramente emocional en los poemas libres donde el poeta da largas a su desencanto; otro esencial cuando profundiza en su reflexión y elude los elementos innecesarios para quedarla en pura síntesis[81].

Esta tendencia hacia la esencialidad se debe a que el poeta trata de encontrar las palabras justas para transmitir sus sentimientos de la forma más directa sin elementos superfluos que las desvirtúen, en un último intento de expresar con la mayor fidelidad sus preocupaciones que, si las expusiera en su estilo natural característico, se harían repetitivas surtiendo el efecto negativo que han tenido hasta el momento.

También en esta esencialidad se encuentra la duda del poeta sobre si ha empleado el lenguaje adecuadamente, es decir, si ha logrado decir con él lo que exactamente quería o por el contrario se ha enzarzado en exponer una y otra vez lo mismo y por ese motivo todo ha quedado en meras reiteraciones de palabras sin valor conceptual. De ahí que en poemas determinados[82] no sólo reduzca elementos muchas veces a su mínima expresión, sino también cree palabras nuevas que dan un sentido más exacto a sus lamentaciones.

El uso de encabalgamientos, cesuras, pausas versales muy marcadas e incluso la supresión en algún momento de signos de puntuación imprimen un ritmo ágil, que anteriormente había conseguido con elementos que ahora suprime. Por tanto el poeta acentúa en La vara de avellano la sobriedad en el tono y la parquedad en el uso de medios intentando menos rodeos y mayor precisión.

Sin embargo especialmente en los poemas de versos libres, emplea múltiples recursos cuando desea explayarse en razonamientos que lo desahoguen emocionalmente. Así nos encontramos con juegos de palabras, construcciones binarias, interrogaciones, anáforas o encabalgamientos, que imprimen una verdadera y poderosa emoción a sus palabras desencantadas.

Métrica

Como corresponde a la desorientación y al desencanto que siente el poeta, la métrica en La vara de avellano es un reflejo exacto de su descontrol espiritual. Así hallamos escasos poemas regulares que incluso usan metros diversos y sobre todo poemas en versos libres[83]. La rima asonante también tiende a la irregularidad incluso en los momentos que es más regular.

No obstante el aumento de estas irregularidades en La vara de avellano no sorprende, porque Valhondo lo venía anunciando paulatinamente desde Aurora. Amor. Domingo. De ahí que formalmente La vara de avellano es el libro más irregular de la segunda parte de su obra poética porque, parejo con su estado emotivo, es el momento de mayor descontrol espiritual. Es decir, ha existido un paralelismo claro entre contenido y forma, de tal manera que a más angustia en el contenido más descontrol en la forma y La vara de avellano es el punto más elevado de la desorientación vital del poeta.

Sin embargo la irregularidad de La vara de avellano tiene un sentido fundamental, que es conectar con Un árbol solo donde la regularidad formal desaparece por completo, porque es un libro escrito totalmente en versículos.

Recursos literarios

     La vara de avellano, como los libros anteriores, contiene múltiples imágenes originales que surgen de la creatividad lírica del poeta de una forma espontánea, intuitiva, conforme expone sus preocupaciones espirituales. La mayor parte de ellas son imágenes circunstanciales del momento que vive y no pasan a ser por sí mismas independientes ni representativas de un sentido más trascendente del que se refieren en ese momento.

Sin embargo entre las numerosas imágenes que aparecen en La vara de avellano, localizamos cuatro cuya simbología tiene una significación especial dentro de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo: el tren, el ahogado, la alameda y la de la tarde del domingo[84].

Las cuatro imágenes tienen una significación común: reflejan la triste desolación del poeta cuando comprueba que nunca colmará sus anhelos de libertad y su vida transcurrirá en la tristeza melancólica del solitario, que no logra consuelo individual ni colectivo.

Otras imágenes que son el resultado de una alta creatividad vienen a ilustrar el desencanto del poeta, perfectamente engarzadas con el discurrir del contenido. Por esta razón las imágenes más frecuentes se sitúan en los momentos de mayor desencanto, cuando toman un tono surrealista de asociaciones subconscientes que llegan a veces a trastocar el lenguaje, reflejando de esta manera la medida del desconcierto anímico del poeta.

Otros recursos como el símil y especialmente la metáfora completan la relación de medios creativos, que se sostienen en otros recursos formales: unas veces, son los tradicionalmente empleados por el poeta como la anáfora, los signos gráficos o el encabalgamiento; y otras se basan en la economía de medios, que lo lleva a suprimir elementos innecesarios[85] cuando la expresión se convierte en esencial.

Estructura

El poeta estructura La vara de avellano en dos partes claramente diferenciadas como sus libros anteriores. No obstante esta doble división es llamativa porque la primera parte cuenta con diecinueve poemas y la segunda sólo con uno, la elegía a su hermano Juan.

Ante este desequilibrio estructural, se puede pensar que este poema elegíaco fuera circunstancial y el poeta, elaborado ya el libro, se limitara a colocarlo al final para no tener que alterar el orden de los poemas. Pero si tenemos en cuenta que la muerte de Juan se produjo en 1970 y la mayoría de los poemas del libro los escribió desde entonces hasta su publicación en 1974, se llega a la conclusión de que la elegía está colocada conscientemente al final del libro como epílogo, cerrando no sólo este poemario y una parte de su obra poética sino también sirviendo de conexión con la parte siguiente pues prepara la aparición de Un árbol solo cuyo tema es la soledad; es decir, la misma sensación que prevalece en la elegía.

Por tanto la doble división de La vara de avellano es otra muestra de la coherencia de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y de que siempre fue consciente de su concepción global, pues la interrelación estructural de este libro (final de la segunda parte) con los anteriores y el siguiente (comienzo de la tercera) así lo certifica.

Evolución

La vara de avellano es el final de un proceso espiritual que comenzó en Hojas húmedas y verdes, donde se inicia una búsqueda que ahora acaba en el desencanto, la soledad y la presencia nítida de la muerte como único destino cierto del ser humano.

Esta evolución espiritual y poética que ha pasado por diversas etapas, consecuencias de las anteriores, se ha caracterizado por un descontrol emocional creciente que sin embargo no ha afectado al dominio de su estructura y de su coherencia global pues, como hemos podido comprobar, Valhondo es temperamental, idealista e incluso utópico en sus planteamientos emocionales, pero a la vez siempre ha sabido controlar el rumbo que seguía su lírica y las interrelaciones que debía entablarse entre sus partes.

Por tanto estamos ante un poeta maduro y dueño de su obra, que ha sabido transmitirnos su preocupante estado espiritual durante muchos libros y varias décadas y sin embargo tiene tal dominio de su técnica que, a pesar de su angustia anímica, es un ejemplo de organización y de lucidez intelectual.

Además nos encontramos con un poeta capaz de mantener su coherencia, pues el núcleo de toda su obra lírica sigue girando en torno a los problemas fundamentales del ser humano aunque la poesía del momento fuera por rumbos distintos, y de sostener su compromiso independiente y sincero, porque esa perseverancia indica que Valhondo no se ajustaba a modas y que el objetivo de su poesía no fue el lucimiento personal sino la búsqueda de respuestas existenciales.

Tercera parte: Poesía de la decepción

Jesús Delgado Valhondo, en la nota donde estructura su obra poética, escribe sobre esta parte: «A partir de Un árbol solo hasta Los anónimos del coro«. Es decir, la tercera parte consta de cuatro libros: Un árbol solo, Inefable domingo de noviembre / Inefable noviembre, Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro.

Esta etapa que se inicia con Un árbol solo, libro considerado por Valhondo el fundamental de su obra lírica, se verá fuertemente influida por varias experiencias que el poeta vivió con profundo dolor a partir de 1975:

1ª)La muerte de su entrañable amigo y maestro Eugenio Frutos (1979), que lo hizo cerciorarse con más nítidamente de la trágica realidad del tiempo y de la muerte.

2ª)El desencanto emocional que sufrió en su etapa política, cuando su intento de poetizarla acercándose a los problemas y sentimientos de la gente de la calle, fue abortado por sus mismos compañeros de partido, cuyo vacío espiritual los hacía situarse muy lejos de los intereses de sus votantes, en los que Valhondo sin embargo veía a seres necesitados de guías comprometidos humana y espiritualmente con sus necesidades y preocupaciones.

3ª)La realidad de una jubilación que para Valhondo supuso un duro golpe anímico, pues entendió que lo apartaban de su trabajo por carecer de facultades intelectuales y humanas debido a la edad, cuando él se sentía lúcido y animoso.

 El impacto emotivo fue arrasador porque este hecho lo despertó de un letargo que, mientras estuvo activo, había amortiguado la crudeza de la realidad atenuando la verdad estremecedora del rápido paso del tiempo. Pero llegada la jubilación golpeó con fuerza una personalidad que había basado su existir en la hiperactividad muchas veces para olvidar sus constantes intranquilidades y ahora lo convertía en un ser indefenso, inservible y solo: «¿Y qué es lo que ha pasado mientras tanto, en el dudoso, incogible, incomprendido instante? Nada, eso, tiempo […]. Estoy alejado de todo. Alguna que otra vez aparezco, doy un recital o paseo solo. Voy al ayuntamiento una hora los martes y otra los viernes»[86].

4ª)La soledad, que siempre le había acompañado como una compañera espiritual, ahora se convierte también en una acompañante física. El poeta y el hombre se encuentran totalmente solos.

La decepción fue definitiva porque, perdida su esperanza en Dios y en el ser humano, llega al punto más doloroso de su soledad y su angustia aumentará hasta límites desgarradores: «A mí me han construido como a todos vosotros. La vida es algo horrible», le oímos decir en la postrimería de su vida[87].

El resumen del estado espiritual de la última etapa de su existencia lo irá desgranando en los libros de la tercera parte, que está invadida por la soledad de Un árbol solo, la melancolía de Inefable …, la búsqueda nostálgica del tiempo perdido y del pasado de Ruiseñor perdido en el lenguaje, la reivindicación de la dignidad y la identidad personal del ser humano de Los anónimos del coro y la melancólica desesperanza de todos estos libros por las múltiples razones expuestas.

Esta decepción es en definitiva la que expresa en la tercera etapa de su poesía, que se une a su propia desencanto vital, porque él se encuentra todas las imperfecciones de sus semejantes y además se siente en su profunda e irreversible soledad un ser fracasado.

Sin embargo esa lucha incansable, que ha mantenido durante toda su vida, lo autoconvence de que ha hecho lo humanamente posible. De ahí que junto a la descripción de su desencanto se localicen frecuentes justificaciones de su proceder pasado y su situación presente.

Un árbol solo, Inefable domingo de noviembre e Inefable noviembre, Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro

Descripción

Mientras los libros de la segunda etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo fueron pasos consecutivos del camino descendente seguido por el poeta hasta Un árbol solo, donde recopila toda su experiencia espiritual anterior, los libros de la tercera etapa son una reiteración de los temas trascendentes que Valhondo había tratado hasta entonces a modo de justificación de su desencanto espiritual. Aunque habría que advertir que esos razonamientos justificativos contienen muchas veces duros reproches e incluso fuertes reivindicaciones sobre la condición humana.

Así en Un árbol solo el poeta, con el repaso que realiza de su vida espiritual, quiere justificar su triste concepción de un ser humano incapaz de ordenar el mundo para su propio beneficio y demasiado imperfecto para desempeñar el papel que sin pedirlo le ha tocado representar en la comedia universal de Dios, de un mundo extremadamente enigmático para ser entendido por la pobre mente humana y de un ser superior misterioso que deja a sus criaturas desamparadas en la indefensión y la soledad más absoluta.

Inefable… es una justificación de su estado melancólico y desencantado después de constatar que el destino humano es la soledad en un mundo desangelado y triste, donde no hay lugar para la esperanza y donde sólo queda la resignación y la entrega incondicional al tiempo implacable y a la muerte que, sin esperanza de salvación, supone la destrucción eterna.

Ruiseñor perdido en el lenguaje en su primera parte es una vuelta al pasado, un repaso de su vida donde los buenos recuerdos se pierden en el olvido de un tiempo que ha pasado con suma rapidez, y sólo tiene conciencia de hechos negativos que le dejaron una amarga sensación de fracaso. En su segunda parte Ruiseñor… es el último intento de superar la muerte (esta vez a través del amor), que termina en otro fracaso rotundo. Además Ruiseñor… también es una justificación porque en ambas partes el poeta intenta explicar que no hay fuerza humana que pueda contener al tiempo y a la muerte.

Los anónimos…, aunque está dividido en varias partes aparentemente inconexas, todas son una justificación de la imperfección humana y de ese triste papel que el ser humano está obligado a representar sin ningún objetivo trascendente pues Los anónimos del coro, protagonistas del libro, no logran realizarse dignamente como seres humanos sino sólo sobrevivir en un mundo que, una vez muertos, enseguida olvida su existencia a pesar de que cada uno han contribuido a construir la historia representando trágica y dolorosamente el complicado cometido que se les asignó.

Y todos estos libros son una valiente denuncia contra la injusticia universal de Dios que, aliado con las inmanejables circunstancias, el tiempo, la muerte y algunos seres humanos que no quieren contribuir a la creación de un mundo más humano y razonable por intereses particulares, mantienen al ser humano común en una angustia permanente, que ni siquiera puede calmarle la esperanza de salvación porque ésta no existe.

En definitiva los libros de la tercera etapa de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo en conjunto son la crónica de un ser humano, que personalmente siente su fracaso humano y espiritual, que ha visto también malogrados sus anhelos colectivos de solidaridad universal y que padece la realidad de un mundo lleno de seres solitarios y desorientados por sus propias imperfecciones, el enigma de la existencia y el silencio de Dios que han convertido sus vidas mortales en una angustiosa tragedia.

Temas y contenidos

Un árbol solo marca una frontera en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, porque lo concibió como un libro definitivo que fuera el magno resumen de su poesía anterior. Es como si el poeta con él hubiera querido agotar su creatividad espiritual y lírica para poner punto y final a una obra poética en la que ya había dicho todo. De ahí la acumulación de asuntos girando en torno a la soledad humana, tema central que les da unidad.

Este tema no es nuevo pues Valhondo ya lo había venido desgranando en los libros de la segunda etapa de su lírica. Sin embargo no se circunscribe a él porque la soledad humana es la consecuencia del silencio de Dios, el enigma del mundo, la imperfección humana, la indefensión ante el tiempo y la muerte, la falta de esperanza en la inmortalidad y el desencanto ante una realidad que la pobre mente humana no es capaz de comprender.

Los temas citados, que son previos a la idea central, completan este enjundioso libro convertido de esta manera en el devocionario lírico, donde confluyen todas las preocupaciones del poeta explicando el triste estado en que se encuentra al final de su azarosa vida espiritual, que ha dedicado por entero a la búsqueda de una quimera.

Los temas y contenidos de los libros siguientes son una consecuencia del agotamiento espiritual sufrido por el poeta, después de la lucha emocional mantenida por su conciencia con una realidad incomprensible durante toda su vida. Es decir, el peso de la existencia que, en Valhondo ahora se hace muy patente, es el hilo conductor de estos libros y por tal motivo el nexo de unión entre ellos y los libros precedentes.

De ahí que el tema de Inefable… sea la melancolía que invade todo el libro desde el mismo título. Los asuntos apuntados, que ya en La vara de avellano habían hecho caer al poeta en un profundo desencanto, los vemos traducido ahora en la triste concepción de un mundo en el que el poeta se encuentra sin ilusión y sin esperanza, después de fracasar estrepitosamente en la búsqueda de unas razones que le explicaran los enigmas de la existencia y le facilitaran las claves del dolor y la imperfección humana.

Ruiseñor perdido en el lenguaje trata el tema de la nostalgia por un pasado tan lejano que incluso casi lo ha perdido en la memoria del tiempo, y su lugar queda ocupado por los despojos que va dejando el ser humano a lo largo del camino, donde anda perdido lamentando su triste destino. No obstante el poeta intenta una recuperación del pasado y la búsqueda de una solución a la muerte a través del amor, pero comprueba que no hay solución posible: el tiempo lo arrastra irremisiblemente hacia ella, que ahora se le presenta con la nitidez del que por edad la presiente muy cerca.

Los anónimos del coro giran en torno al tema de la nimiedad de la condición humana, de esos seres sin historia que han habitado y pueblan el mundo, participando obligatoriamente y sin identidad como meros comparsas en la comedia universal que dirige Dios caprichosamente. El poeta reivindica la dignidad de esos seres anónimos, que son vapuleados no sólo por el tiempo y la muerte sino también por unas circunstancias incontrolables y un mundo misterioso, que está presidido por un Dios mudo que asiste impasible a los continuos ataques a la dignidad humana. Del mismo modo este libro reivindica el reconocimiento del valor de seres anónimos, de luchadores natos, de fieles servidores de un señor todopoderoso que los ha abandonado en un mundo problemático y sin esperanza.

En fin los libros de la tercera parte de la poesía de Jesús Delgado Valhondo tienen en común el tratamiento de temas ya conocidos, aunque enfocados desde una perspectiva unitaria más honda y específica. Todos son libros muy profundos, sentidos y trabajados. Todos tienen unos contenidos que, aunque en algún momento incidan en asuntos coincidentes con otros libros anteriores, ofrecen una visión nueva y una preocupación más íntima que suponen en conjunto una exposición global del contenido trascendente de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo.

Influencias

Los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, por ser la revisión de los libros anteriores, recogen gran parte de las influencias mencionadas tanto del entorno y de las circunstancias del poeta como de las tendencias y alguno de los poetas más significativos del panorama lírico español del siglo XX.

Lo primero que detectamos en estos libros es la influencia del carácter espiritual del propio poeta (desconforme, luchador, intranquilo e irreductible), que no le permitió resignarse a participar inconscientemente en una realidad enigmática y quiso comprender entre melancolías y angustias, siempre con la dignidad del que se siente parte de Dios y a la vez con la humildad del que se reconocía imperfecto y finito. Ese carácter combativo es el que lo hará reincidir en asuntos ya tratados y escribir estos libros.

Es decir, Valhondo no se limitó exclusivamente a ser un poeta cuyo temperamento apasionado y sentido lo llevara a crear una poesía puramente estética, sino que su lírica es la crónica de su personal visión del mundo, idealmente entendida como un humanismo donde el hombre debía ser el centro del universo como la más perfecta criatura creada por Dios. Pero como la realidad no respondía a estos planteamientos, indagó hasta la saciedad más humana e insistió hasta quedar espiritualmente agotado. Los libros de la tercera etapa de su poesía son el relato de esta fatigosa búsqueda que finalizó en fracaso.

También Valhondo se vio influido por la realidad de su entorno y de los seres que lo habitaban, cuya imperfección lo estremeció unas veces, porque comprendía que estaba impresa en la misma esencia humana y otras, porque descubrió que el ser humano estaba vacío espiritualmente y por tanto no tenía capacidad para superar sus propias limitaciones ni para construir un mundo más solidario y humano. De ahí las continuas referencias en estos libros a la historia, donde únicamente logra ver la destrucción y la muerte provocada por trágicos enfrentamientos, que entendía como muestras de la pobreza intelectual y espiritual del ser humano.

Las abundantes lecturas, que en buena medida realizaba para encontrar explicación a lo que no comprendía, lo llevaron a afianzar su idea central de la soledad humana en poetas admirados como Juan Ramón y Antonio Machado o buscó una explicación filosófica de la vida y el mundo en los razonamientos de filósofos metafísicos como Heráclito[88], estoicos como Séneca[89], cristianos como San Agustín y Santo Tomás[90], ascetas y místicos como San Juan y Santa Teresa[91] o en las literarias preocupaciones existenciales de los estoicos barrocos[92], Rubén Darío[93], Unamuno[94] y la Generación del 98[95], la Generación del 27 y concretamente de Dámaso Alonso[96], Lorca[97], Alberti[98], Aleixandre[99] o Miguel Hernández[100]. También se detecta la preocupación existencial de la poesía de posguerra (que en Valhondo se encuentra en toda su obra) y la social de la poesía del Realismo del Medio Siglo.

Además por su carácter abierto Valhondo no se encerró en sí mismo, sino que estuvo muy atento por medio de lecturas y una intensa relación epistolar a las tendencias que se iban sucediendo en la panorama lírico español, y adecuó gradualmente su poesía a aquellos enfoques que le permitían renovarse sin dejar de ser personal. De ahí que poco a poco imprimiera un cambio a la forma y adaptara sus planteamientos espirituales y líricos a la nueva manera de decir sin olvidar la tradición.

Así los libros de la tercera etapa de su lírica están ya adaptados a la poesía que surge de la renovación iniciada en los años 60 en la lírica nacional, tanto a la forma narrativo-descriptiva y al versículo como al tono surrealista y al uso de la sintaxis, que supone una ruptura en el discurrir lineal de la poesía tradicional. No obstante de cuando en cuando vuelve a la lírica regular del romance y del soneto, consciente de que no debía olvidar su pasado, para buscar un equilibrio entre la tradición y la renovación y situarse de esa manera en el justo medio donde se encuentra el fiel de la virtud humana y lírica.

No obstante las influencias comentadas no son meras copias de sus modelos. Una muestra es la adaptación que gradualmente realiza de la forma narrativo-descriptiva en estos libros: después de Un árbol solo, que es un extenso poema, se decide por dividir sus largos discursos en partes más pequeñas que permiten seguir y asimilar las reflexiones con más facilidad e incluso por usar el estribillo[101], un recurso de la tradición, que equilibra y marca el final de cada parte y concede un descanso reflexivo al lector, o por el empleo del soneto con el que advierte que no olvida la tradición a pesar de haber adoptado una forma moderna.

Vemos por tanto que Valhondo no fue un simple imitador sino un transformador creativo que aglutina corrientes y crea una poesía personalísima, tradicional y moderna a la vez con la garantía de continuar la estela de los grandes poetas y la madurez de un vate forjado líricamente en el sentir del pueblo que además se encuentra capacitado no sólo para la adaptación sino (y esto es lo primordial) para elaborar una poesía madura, honda y personal que se parece sólo a Jesús Delgado Valhondo.

Estilo

En el estilo de los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo se halla por su carácter reiterativo la confluencia de todas las características de su modo de decir más personal, que se ha ido desmenuzando en el análisis de este apartado en los libros anteriores.

En conjunto los cuatro libros de esta parte tienen un tono surrealista adecuado a la tremenda desorientación del poeta, que no consigue explicar su desconcierto con un significado directamente traducible, aunque se sustenta en un lenguaje común, directo y muy sincero. El surrealismo, que en ocasiones produce una expresión difícil de traducir, se equilibra con la melancolía del desencanto o bien con el rechazo rebelde e irónico del que se resiste a aceptar lo inevitable. No obstante tanto en un caso como en otro la humana sinceridad del poeta siempre consigue implicarnos en lo que dice y unas veces participamos de su melancolía y otras lo acompañamos en sus justas protestas, porque Jesús Delgado Valhondo, transparente o surrealista, llena de un profundo sentimiento sus reflexiones que antes que líricas son humanas y sentidas.

Ese carácter dual del estilo que preside esta parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo es precisamente el que evita la monotonía, porque melancolía y exabruptos aparecen íntimamente relacionados y en tensión por medio de un dinamismo que convierte en ágiles unos versos muchas veces intuidos por reiterar contenidos insistentemente. Luego ese espíritu irreductible de luchador nato, de reivindicador de la dignidad humana, mantiene tenso un modo de decir que siempre suena a nuevo e interesante a través de aumentos de la angustia en momentos muy medidos.

Luego el discurrir lineal del discurso, que generalmente sigue el proceso en tres etapas de la estructuración tradicional (planteamiento, nudo y desenlace) con un fin docente y orientador, adopta un carácter cíclico que es a la vez guía para el lector y metáfora de la existencia humana.

Además Valhondo no sólo cuida la envoltura de su poesía sino también su significado, que siempre tiene una profundidad enriquecedora de trascendencia filosófica y religiosa, donde se aúnan tradición y coetaneidad en una simbiosis extraordinaria de la angustia de antes y de ahora que nos hace presente y nuestra.

Conforme pasan los libros el estilo se hace cada vez más melancólico, pues el poeta al cumplir los setenta años (coincidiendo con la publicación de Un árbol solo) sufre una crisis cuando realiza el balance de su vida espiritual y sólo encuentra un monumental fracaso. De ahí que sea la ironía el rasgo de estilo más característico de estos libros, como resultado de la paradoja que se establece entre la procedencia divina y la condición humana del hombre que al poeta le resulta insufrible.

Todo este enigma indescifrable, que en un principio el poeta quiso expresar con una poesía de métrica regular y de corte tradicional, fue finalmente transmitido en forma de ensoñación, de irrealidad, de alucinaciones, que advierten el desconcierto espiritual del poeta, y de una ruptura del lenguaje indicativa de que tal desbarajuste anímico invade incluso el medio lingüístico empleado, porque el poeta no acierta a expresar tanto misterio con el único recurso de la lengua. De ahí que Valhondo en esta parte de su obra lírica no imprima dificultad a su estilo por simple evolución, sino por necesidad expresiva ante una realidad impenetrable y como consecuencia imposible de explicar claramente con palabras.

Por la misma razón entendemos la insistencia en temas ya tratados y que en algún momento el estilo se resienta y peque de reiterativo. Pero no sucede esto por falta de agotamiento argumental sino porque Valhondo no puede o no quiere creerse que las constantes paradojas encontradas entre la realidad y la condición humana sean ciertas y las expresa de ese modo, insistiendo una y otra vez (que es otra manera de aumentar la tensión), recalcando temas como si quisiera indirectamente pedir ayuda o provocar la reacción de sus semejantes, que asisten inconscientes a la tragedia universal de la que todos participan. Esto explica que el estilo de esta parte, a pesar del momento emocionalmente delicado en que se encuentra, gane en reflexión, vigor y creatividad.

También el largo discurso que es Un árbol solo en los libros posteriores se va reduciendo paulatinamente y el estilo se convierte poco a poco en esencial, apoyado en un lenguaje que se va sintetizando hasta su mínima expresión[102]. Este hecho constatable supone una muestra de su lucha con la palabra en un intento de desentrañar los misterios de la realidad indagando en sus conceptos básicos que por eso mismo están desprovistos de elementos innecesarios.

Teniendo en cuenta que la poesía para Valhondo fue un medio de expresar sus preocupaciones espirituales por medio de una concepción vital basada en un planteamiento filosófico de hombre común, el camino que emprende a la esencialidad no tiene otro objetivo que reordenar sus ideas tendiendo a lo más elemental, que es el concepto y de ahí intentar una explicación más racional y comprensible de la realidad. Pero se encuentra con que no tiene capacidad para manejar esa esencia conceptual y continúa con ese modo de expresión surrealista advirtiéndonos que naufraga perdido en el lenguaje[103].

Este intento de tender a un lenguaje primitivo para reorganizarse mentalmente en Ruiseñor perdido en el lenguaje fracasa enseguida, pues en Los anónimos del coro la expresión se hace más difícil y automática al instalarse el poeta en una región más allá de la realidad, donde le resulta imposible encontrar una referencia lógica de la realidad perdida, porque ahora se siente un ser sin identidad como los seres anónimos que lo acompañan. De ahí que el tono misterioso sea el elemento paradójicamente unificador del libro y la característica del estilo esa incertidumbre emocional que embarga al poeta y a los seres que lo habitan.

Métrica

Todos los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentran escritos en versículos. El cambio gradual de una poesía de métrica tradicional, iniciado en la mitad de la segunda parte, se hace general en Un árbol solo y se mantiene en el resto de los libros de esta parte. El motivo de esta evolución formal se encuentra en el interés de Valhondo por adaptarse a las nuevas formas de expresión y por adecuar la fórmula expresiva a un estado espiritual distinto al de los libros de la parte anterior, para seguir insistiendo en sus preocupaciones con una forma más adaptada a la pérdida de la esperanza, la desorientación y el desencanto que se ha producido al final de la etapa anterior.

También el uso del versículo es un modo de transmitir la visión caótica que tiene ahora del mundo. Así mientras tuvo una concepción armónica utilizó en consonancia la métrica regular; en cambio ahora que el mundo es para él un descontrol, usa una forma métrica que es al menos aparentemente un desconcierto formal y significativo.

Y Valhondo que siempre había eludido la sumisión a una forma métrica estrictamente regular y la alteraba, aunque fuera mínimamente para indicar sus extremados deseos de libertad e independencia, con aquel cambio gradual realizaba una de sus aspiraciones más largamente anheladas: desprenderse de toda atadura y por consiguiente de la métrica tradicional, que exigía unos versos de una determinada medida y le obligaba a engarzarlos de una forma concreta, cuando en su conciencia quería decir aquello que sentía con una mayor libertad, porque se adaptaba mejor a su ímpetu característico y a la necesidad de expresar sus preocupaciones trascendentales con una forma más adecuada que no era la tradicional[104].

No obstante en algunos momentos como la segunda parte de Ruiseñor… o en la tercera de Los anónimos … el poeta vuelve a la regularidad métrica con un doble objetivo: autodisciplinarse para no caer en el descontrol al que el uso reiterado del versículo lo hubiera llevado y advertir que no se olvida de la tradición a pesar de su apuesta por una forma métrica más adecuada a los tiempos y al momento emocional en que se encuentra.

Y en general el abandono de la métrica regular es debido a que, en esta parte de su poesía, a Jesús Delgado Valhondo le interesa más transmitir sus sentimientos que actuar como lírico, porque las preocupaciones espirituales, ahora acentuadas, lo tenían humana y sinceramente angustiado y sus intranquilidades en estos momentos más que un tema lírico son una realidad palpable, que él trata de conjurar usando la forma poética como válvula de escape.

No obstante la adopción del versículo no es un remedo exacto del de la poesía de la época pues Valhondo, que siempre hizo un gran esfuerzo de originalidad, después de Un árbol solo evita el largo discurso propio de la lírica narrativo-descriptiva parcelando el contenido por medio de la división en poemas cortos como en Inefable … o a través del estribillo como en Ruiseñor … Además la medida de los versos tienen a una extensión media entre los cortos y los más extensos; así por ejemplo en Inefable … oscilan entre las ocho y diez sílabas y rara vez sobrepasa este número y cuando lo hace tiene algún motivo como, por ejemplo, indicar el aumento de la angustia.

Por tanto en Valhondo la métrica de los libros de esta parte no es sólo una adaptación a los tiempos, sino más bien un medio que acomoda a su nueva necesidad expresiva, mostrando sin pretenderlo su palpable madurez, su capacidad de evolución y su maestría que a estas alturas consigue usar indistintamente dos tipos de métrica sin resentirse lo más mínimo.

Recursos literarios

En los libros de la tercera parte de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, las imágenes y recursos literarios continúan al servicio del significado y de los distintos momentos emocionales por los que pasa en la última etapa de su vida.

Así uno de los recursos más usados en estos libros es el yo autobiográfico, que imprime más verdad a lo que cuenta el poeta porque se convierte no sólo en narrador sino también en protagonista de sus propias reflexiones, que consigue hacernos más cercanas aún con recursos que implican continuamente en su melancolía y en su angustia como, por ejemplo, con la supresión del pronombre personal y el uso constante de la primera persona del singular y del plural.

No obstante éstas no son las únicas formas verbales empleadas, pues Valhondo realiza un auténtico alarde en el uso de diversos tiempos verbales e incluso de las formas no personales del verbo, a las que saca el máximo partido indicando con su variedad y distinta significación múltiples registros emocionales, que resultan muy originales y creativos.

También usa con soltura los recursos literarios tradicionales como el hipérbaton, la hipérbole, la anáfora, el encabalgamiento, el asíndeton, el polisíndeton, la paradoja, la ironía y la personificación para mostrar con detalle sus distintos momentos espirituales. Consigue así implicar al lector y hacerlo partícipe de su angustia y su desorientación hasta el punto de arrastrarlo a reflexionar detenidamente sobre los problemas trascendentales planteados.

Además deducimos que Valhondo se encuentra en su momento lírico más álgido por la ostentación involuntaria que realiza del uso de recursos más líricos y creativos como la metáfora, el símil, las imágenes y los símbolos como la gran marcha del ser humano universal a Dios, que es la columna vertebral de Un árbol solo, o la imagen de la prostituta de Los anónimos … que es una metáfora del ser anónimo que todos somos y de nuestro triste y preocupante destino, o la imagen del tren o la del río que el poeta reitera con una insistencia angustiosa ahora que es consciente de encontrarse consumiendo la última etapa de su viaje existencial, arrastrado por la corriente incontenible de la vida.

No obstante los recursos literarios en ninguno de los libros de la tercera parte son usados con exceso, porque incluso en momentos como la primera parte de Ruiseñor … se detecta una economía de medios asombrosa cuando la expresión se convierte en estrictamente esencial, pues se sustenta sólo en sustantivos, verbos y construcciones elementales.

Por tanto los recursos literarios en estos libros no tienen el objetivo típico del embellecimiento, sino que son un medio práctico para conseguir que la expresión se ajuste más a su intelecto y a la vez se establezca una fluida conexión entre poeta y lector, a pesar de su tono surrealista y su velada significación.

Una muestra clara de esta afirmación es el empleo de recursos en Los anónimos del coro, donde se encuentran perfectamente engarzados con el contenido hasta tal punto de que con ellos consigue el poeta transmitir ese ambiente misterioso que invade todo el poemario e intuir que el final de su etapa crepuscular, llena de angustia y desconcierto, será una referencia fiel de nuestro propio final.

Estructura

Continúa Jesús Delgado Valhondo con su preocupación docente de presentar estructurados los libros de esta parte de una forma nítida. Incluso, en el caso del extenso poema que es Un árbol solo, ayuda a comprender su disposición a base de citas intercaladas, consciente de que sus tres partes pecan de extensas y el lector se puede perder en su complicado discurrir. Por tanto la triple división queda parcelada a su vez en cuatro, dos y tres etapas respectivamente, coincidiendo con el número de citas introducidas. De esta forma las extensas partes resultan más digeribles al poderse ir asimilando poco a poco en sucesivas y cortas etapas, que tienen un descanso reflexivo al final de cada una de ellas.

Además la división en tres partes de Un árbol solo coincide formalmente con la estructuración más tradicional y sencilla y significativamente con las tres vías místicas. Este dato descubre otra ayuda que el poeta pone a nuestra disposición para que no naufraguemos en la maraña de sus enjundiosas reflexiones.

La estructura de Inefable…, que está dividido en tres partes, se vio condicionada directamente por la de Un árbol solo, pues Valhondo evita la larga extensión de sus partes distribuyéndolas en poemas independientes de mediana extensión. El hecho que nos permite afirmar esta idea es la simetría de su número: la primera parte está formada por tres poemas; la segunda por seis y la tercera por tres. De esta manera, con respecto al libro anterior, no se tiene la sensación de que Inefable… sea un largo poema, cuando realmente lo es.

Además Valhondo estructura estos libros no sólo con estos recursos sino también con medios temporales y visuales como el uso de la luz: Un árbol solo comienza en el crepúsculo de la tarde y termina en la mañana siguiente e Inefable… empieza en un amanecer y finaliza en otro. Es decir, el poeta guía al lector no sólo dividiendo sus libros en partes, sino también por medio de un discurrir temporal en el que se suceden momentos de sombra y luz. Este proceso es idéntico al que experimenta su ánimo que pasa por distintos estados emocionales[105] de acuerdo con el momento del día en que se encuentra[106].

En Ruiseñor… la estructuración en dos partes no tiene más intención que la de dividir dos contenidos formalmente distintos. No obstante el significado global unifica estas partes pues, aunque la primera trata el tema de la muerte y la segunda del amor, filosóficamente son dos conceptos complementarios[107].

Además el poema «Jesús Delgado» se encuentra dividido en catorce versículos cuya separación la marca el estribillo y los sonetos significativamente se estructuran en tres partes, que coinciden con los tres estados emocionales por los que pasa el poeta. Globalmente hay también otra estructuración en torno al catorce que es el número de versículos de la primera parte, el de sonetos y el de versos de éstos.

Los anónimos… se divide en cuatro partes claramente diferenciadas, sin embargo su estructuración es la más artificial pues parece que sólo existe una relación práctica entre ellas, que fue publicarlas juntas para que entre todas consiguieran la extensión apropiada de un libro. Pero este desajuste práctico queda compensado con la unidad que le imprime el misterio que envuelve a todas.

Por tanto no es una simple división sin más la que realiza Jesús Delgado Valhondo de cada libro, sino que va más allá utilizando todos los recursos estructurales de que dispone para presentar sus sentimientos de la forma más orientativa para el lector. Además el poeta sabe que es necesario ayudarlo para que no se pierda en su largo discurso y en la dificultad de la expresión surrealista, que no se caracteriza precisamente por la claridad ni por la estructuración cartesiana.

Evolución

El primer dato que indica la evolución experimentada por Jesús Delgado Valhondo en los libros de esta etapa es la consolidación del cambio hacia una poesía más adaptada a los tiempos, que hace general en Un árbol solo y se mantiene en los libros siguientes.

Pero este cambio de rumbo formal no es sólo de pura apariencia ni de olvido de sus principios ni de su poesía anterior, pues Valhondo no olvida la tradición aunque ahora se instale en la modernidad, ni deja de ser independiente aunque siga el camino marcado por las nuevas corrientes líricas. Valhondo había previsto con mucha antelación que la insistencia en sus problemas trascendentales, si continuaba con la misma forma tradicional, acabarían siendo una simple repetición. Por ese motivo a mediados de su obra poética inicia ese cambio hacia la modernidad, buscando una forma distinta que no sólo se adaptara a su nuevo estado de soledad y desencanto, sino también lo ayudara a expresar los mismos sentimientos, pero con un enfoque distinto, y surtieran el efecto de concienciación, justificación y reivindicación que deseaba.

Por tanto Jesús Delgado Valhondo consigue ser a la vez clásico y moderno, tradicional y renovador sin perder sus señas de identidad y sus características poéticas que, ahora adaptadas a esta nueva manera de decir, parecen otras sin dejar de ser esencialmente las mismas.

Este hecho lleva a reafirmar que Valhondo siempre tuvo en su mente la estructuración global de su lírica y fue consciente de que lo que escribía en ese momento estaba conectado con lo anterior y lo que terminaba se conectaba con lo siguiente. De tal forma que pasa de una etapa a otra sin traumas y además consigue que la coherencia en torno a su nuevo estado de soledad sea el pilar en que se asienta esta parte de su obra poética, cuyos libros son una continuación de la anterior.

Por otra parte también Valhondo evoluciona dentro de ella, pues se observa una tendencia mayor hacia la poesía esencial, el surrealismo, la escritura automática y la huida de la realidad. Sin embargo no deja de recordar que la tradición es su base evolutiva hacia la contemporaneidad, igual que su pasado es el soporte de su historia presente. De esta manera consigue que no sean dos conceptos opuestos sino complementarios.

Por tanto en los libros de esta etapa crepuscular tenemos a un poeta que maneja con maestría todos los aspectos formales y de contenido del versículo y del surrealismo y a la vez de la tradición y la modernidad, sin que su forma de decir no se resienta y gane en madurez, atracción y altura lírica.

Por ese motivo ahora se puede localizar la madurez de un poeta muy dueño de su lírica, pues ha demostrado fehacientemente su capacidad no sólo de adaptación sino también de evolución y de congeniar contrarios (como la tradición y la renovación) sin que haya tenido que pagar tributo alguno ni a una ni a otra, pues sus características líricas personales continúan intactas incluso cuando sería lógico alguna alteración en los momentos de mayor angustia.

Es cierto que en estos libros la expresión no es tan directa como en los anteriores, pero Valhondo consciente de ello lo compensa con numerosos recursos como el uso de citas o la estructuración docente o el empleo exhaustivo de tiempos verbales. Además su perseverante labor de lima, su búsqueda de la palabra justa, su sincero sentimiento y su apasionada emoción siguen presidiendo estos libros y asegurándonos que Valhondo, a pesar del cambio formal experimentado, continúa siendo el mismo porque no ha renunciado a la humanidad por el lirismo, sino que ha conseguido relacionar ambos conceptos de tal manera que en él no se dan por separado sino formando un todo inseparable.

Esto se explica porque Jesús Delgado Valhondo, que fue una persona concienciada de sus limitaciones, siempre estuvo intentando el fortalecimiento de su espíritu y mejorando sus creaciones líricas. De ahí que cuanto más ahonda en sus preocupaciones trascendentales más profundidad lírica consigue y esto sucede en esta etapa crepuscular cuando ha comprobado ya la tragedia del ser humano y la imposibilidad de remediarla.

Muchos datos nos afianzan en estas afirmaciones sobre la madurez de Valhondo en esta parte de su obra poética. A ellas debemos añadir su misma conciencia de haber creado un libro distinto (Un árbol solo) a lo que se hacía en la lírica del momento o las opiniones positivas de personalidades del mundo de las letras o su resquemor porque la crítica no se hubiera ocupado convenientemente de sus libros siguientes o la garantía de una obra lírica presidida por la coherencia, la trascendencia y la humanidad o su irreductible fidelidad a la línea iniciada en su primer libro cuarenta años antes o la intensidad emocional con que sigue creando como si el último verso  escrito fuera el primero.

Cuarta parte: Poesía del místico escepticismo

Esta parte, que fue definida escuetamente por Jesús Delgado Valhondo con la palabra «Final», incluye según él mismo: «Últimos versos. La huida»[108]. Esta sintética definición supone una premonición de Valhondo, cuya seguridad muestra una conciencia clara de que en este libro escribiría los últimos versos de su vida, y el estado descorazonador y la urgencia con la que iba a componer el libro.

Definimos esta parte como la «poesía del místico escepticismo», porque Valhondo escribió Huir en una especie de éxtasis místico que lo alejó de las circunstancias y la realidad, ensimismado espiritualmente en un ser superior indefinido, que no identifica con Dios en ningún momento, y arrastrado por una poderosa llamada interior que lo reclama desde su origen y que él interpreta como la voz del ser supremo que era su principio y su fin, al que va para proceder por fin a la unión mística tanto tiempo deseada, aunque forzado por las circunstancias.

 No obstante su estado espiritual es puramente escéptico: ha dedicado toda una larga vida a buscar una quimera que lo ha abandonado en manos de la muerte. En este momento, el resumen de su existencia es extremadamente corto y desalentador: soledad y fracaso vital.

De ahí que Jesús Delgado Valhondo, en los últimos años de su vida, se encuentre agotado humana, espiritual y líricamente por los continuos fracasos de su búsqueda; la lucha espiritual que había entablado durante toda su existencia entre su fe y su razón y la amplitud de su obra poética que lo había llevado a repetirse en sus últimos libros, sin que consiguiera avanzar un ápice en su comprensión del ser humano, del mundo y de su relación con Dios. Además, su estado físico, que se deterioraba por momentos, y su experiencia como practicante le indicaban que su existencia tocaba a su fin.

Una muestra de que era consciente de encontrarse al final de su vida son las palabras escépticas y decepcionadas que pronunció, el 24 de marzo de 1992, en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos de Mérida, a la que fue convocado como invitado de honor. Valhondo en el repaso que realizó de su vida y su obra dejó muy claro la triste idea que tenía sobre su estado físico y espiritual[109], la existencia[110] y la falta de libertad del ser humano[111].

Los comentarios realizados sobre estos asuntos  resumen las tres grandes preocupaciones, en que basaba su escepticismo y la tremenda decepción que padecía: la estremecedora finitud del ser humano, la tragedia de la vida y la falta de independencia por culpa de unos cuantos semejantes que ponían sus intereses por delante de los demás[112] y de un Dios que dotó al ser humano de una razón insuficiente para entender el mundo y lo tiene prisionero de unas circunstancias indominables.

Este patetismo desgarrador de Jesús Delgado Valhondo, que siempre se caracterizó por su ímpetu, actividad y juventud, da la imagen de la enorme decepción que había acumulado en su alma cuando escribió Huir después de una intensa vida cuyo final siente cercano, y de la necesidad que tiene de apartarse de ella como una dramática realidad que lo angustiaba hasta el punto de querer abandonarla, consciente de que no le quedaba nada por hacer.

No obstante todavía tuvo fuerzas suficientes para denunciar con valentía en sus últimos artículos periodísticos el escaso valor que una sociedad farisea concedía a la sinceridad, recordando la que él mantuvo siempre en su etapa política, o la falta de sensibilidad en el mal uso que se hacía del teatro romano de Mérida representando obras con unos montajes y unos contenidos, que desvirtuaban la espiritualidad del bimilenario recinto.

Huir

Descripción

Huir con respecto a los libros anteriores se distingue perfectamente porque es un libro terminal, que se encuentra presidido por el convencimiento del poeta de que ha llegado el momento de afrontar el final de su vida y de cerrar definitivamente su obra lírica que venía siendo la crónica espiritual de su existencia.

En Huir ha desaparecido la esperanza que el poeta abrigaba en los libros de la primera y segunda parte de su obra poética y tampoco aparece ese ímpetu contra lo incomprensible, que hizo característico en los libros de la tercera parte. En Huir la lucha ha terminado ante la certeza de que ya nada tiene solución porque, aunque el poeta quiera reiniciar su lucha y su búsqueda, sabe por sus achaques físicos que su vida está llegando al fin y no le queda tiempo para comenzar de nuevo.

Por este motivo Valhondo concibe este libro como una despedida no sólo de su existencia sino también de su obra lírica, desde el comienzo y hasta ahora íntimamente relacionada en un todo armónico que nunca tuvo fisuras. Y de ahí también que Valhondo conciba Huir exclusivamente como un testamento espiritual y lírico, pues en este momento los asuntos terrenales y cotidianos no tienen importancia alguna para él.

Huir es el libro más pesaroso y desgarrador de Jesús Delgado Valhondo por el estremecimiento que supone sentir en sí mismo la caducidad física y la finitud espiritual, pues para Valhondo no podía haber sufrimiento mayor que la extinción de su conciencia y de que ésta, antes de caer en la nada, siguiera soportando la incertidumbre sobre Dios y la eternidad hasta el último momento de su vida.

Huir conceptualmente se relaciona con todos los libros anteriores, porque es el epílogo de su obra poética donde realiza una síntesis final sobre las razones que le empujan al escepticismo sentido en esta etapa terminal de su vida y su poesía. Valhondo, consciente de que podía repetirse, sucintamente apunta los momentos claves de su vida espiritual, plagada de continuos fracasos, confesando que su lucha ha terminado por agotamiento no sólo físico sino también intelectual: su cuerpo no aguantaba los embates del tiempo y su conciencia no tenía más recursos para poder continuar la búsqueda que, por otro lado, entendía que era inútil pues había comprobado dolorosamente que contra el silencio de Dios, el tiempo y la muerte no había resistencia posible.

Lógicamente Huir se relaciona más estrechamente con los libros de la parte anterior que con los más lejanos, porque además de su proximidad también es una justificación de las razones que explican su necesidad de huir de la vida. Para una persona espiritualmente tan combativa como Jesús Delgado Valhondo suponía mucho que todos comprendiéramos la imposibilidad humana de continuar la lucha; y, como no quería dejar la sensación de que huía como un cobarde que vuelve la espalda rehuyendo la batalla, explica los pormenores de su decisión irrevocable y de esta manera consigue que lo veamos con la dignidad del derrotado que ha sucumbido después de enfrentarse cara a cara a un enemigo invencible.

Huir es por tanto el libro más largamente elaborado por Jesús Delgado Valhondo no ya desde un punto de vista técnico, sino desde la visión global privilegiada que ahora tiene de su vida y su poesía. Realmente como dijo Jaime Álvarez Buiza, «Huir pesa 84 años», los que vivió Valhondo intensamente desde su misma infancia hasta el último aliento de su vida espiritual y lírica, en el que se vio obligado a soportar y reconocer su rotundo fracaso.

Temas y contenidos

En Huir por su carácter de síntesis Jesús Delgado Valhondo recoge los temas y contenidos cruciales de su vida espiritual y lírica, que había venido desgranando en las preocupaciones e intranquilidades vertidas en los temas y contenidos de los libros anteriores:

1.-La necesidad de huir que, a pesar de ser anunciada en los últimos libros de la segunda parte de su obra lírica, humanamente aparece en Valhondo desde el mismo inicio de su vida, pues de alguna manera estuvo huyendo siempre de algo: de las garras de la enfermedad padecida en su infancia; de los pueblos donde conoció la miseria, el dolor y el atraso cultural del ser humano corriente; de su ciudad natal donde murió su mujer; de Badajoz de donde quiso huir también en repetidas ocasiones por las mezquindades y la falta de atención al espíritu, y de la vida, por su ingratitud.

Espiritual y líricamente, su huida comienza cuando sintió la soledad y como consecuencia la necesidad de escribir en versos las preocupaciones que lo mantenían en una intranquilidad permanente. De ahí su avidez por la lectura; sus viajes a Cáceres, Mérida, Badajoz o Madrid, desde los pueblos donde se asfixiaba espiritualmente y su hiperactividad; todo para zafarse de los ambientes en los que sentía prisionero, huyendo victoriosamente[113], pues Valhondo consideraba un triunfo el hecho de salir indemne de los pozos sin fondos en los que su espíritu caía frecuentemente.

Pero el momento crucial de su vida anímica fue su visita a La montaña, donde esperaba que esas intranquilidades hasta el momento soportable se le aplacaran, pero ocurrió lo contrario. Valhondo baja de La montaña, busca refugio en sus semejantes y en el paisaje, pero se topa con otra realidad no menos verdadera y dramática que la anterior: el ser humano es un cúmulo de imperfecciones físicas y espirituales. Por tanto también por ahí se encuentra solo y desorientado. Entonces mira el paisaje y busca aquel medio en donde antes había intuido la presencia y la grandeza de Dios, pero lo encuentra desolado.

Ante tanta tragedia Valhondo siente una tremenda urgencia por huir, pero no encuentra refugio alguno y queda atrapado en la soledad y en la angustia. Entonces como último recurso se refugia en la poesía como una especie de huida aliviadora de una realidad preocupante y a la vez como una justificación de las razones que más tarde lo arrastrarían a huir definitivamente hacia su origen para evadirse de esa realidad que, primero ingrata y después trágica, se le hacía insoportable.

No obstante el refugio poético fue sólo temporal, porque las palabras con el tiempo comenzaron a perder su valor y terminaron por agotársele después de una vida usándolas. Entonces el poeta se dispone a huir hacia la única salida practicable, dejándose llevar lenta y suavemente por una fuerza interior que en esta ocasión no era la angustiosa del tiempo, sino otra bien distinta que lo invitaba a huir sin miedo alguno hacia su origen. Y Valhondo va sin traumas con una pasmosa tranquilidad y un certero convencimiento al reencuentro con la esencia que fue su principio y ahora es su fin.

2.-Las razones de la huida que Valhondo adelanta en las citas que presiden varios poemas de Huir donde introduce alguna razón para justificar su huida. En la escogida de Fray Luis[114], Valhondo muestra el motivo más acuciante de su huida: la necesidad de escapar de la vida.

Las otras razones no son menos urgentes y lógicas:

-La realidad ingrata y desangelada[115], que lo arrastra al desencanto y a la incertidumbre[116].

-La certeza de la inexistencia de una solución razonable a la tragedia humana y a su dramática situación personal[117].

-La desorientación y la soledad que siente y la seguridad de que nadie comprende su naufragio espiritual en medio de un mundo materialista y alejado del espíritu[118].

-La imposibilidad de conocerse a sí mismo en el laberinto del mundo[119] y descifrar razonadamente una realidad enigmática, que esconde las respuestas como si de un trágico juego se tratara, y la certeza de que nunca las encontrará[120].

-La concepción de la existencia como una huida para buscar respuestas y sólo encontrar fracasos[121] y la sensación de sentirse solo y arrastrado hacia la nada[122]. O como una triste experiencia[123]. O como un lugar insoportable del que hay que desaparecer para que las circunstancias no sigan cebándose en él[124].

-El tremendo cansancio físico y espiritual, que le ha producido una vida gastada en la lucha entre su fe y su razón y ahora agota sus últimos momentos[125].

-El descubrimiento estremecedor de ser un hombre más, cuyas preocupaciones sólo le han valido para perder el tiempo, y terminar siendo tan imperfecto y finito como el resto de sus semejantes[126].

-La insignificante huella que deja el ser humano común en la historia[127] y la nebulosa que envuelve la existencia rodeando todo con un halo de misterio, imposible de desvelar para el ser humano[128].

-La convicción de que, a pesar del fracaso de su búsqueda, el ser superior que le dio la vida lo está esperando y lo llama a través de una voz inefable que lo arrastra hacia su origen[129] como si la huida estuviera impresa en la misma condición humana que desde el principio tiende misteriosamente a volver a su fin[130].

3.-Los misterios más preocupantes que lo angustian en la última etapa de su vida por la proximidad de la muerte:

-El destino de las personas que mueren por el escepticismo que sufre en estos momentos terminales y lo lleva a no creer en la eternidad, aunque le queda la duda de si el ser humano en sus últimos momentos averigua su destino como Lencero[131], cuando a punto de morir se despidió de él como sabiendo adónde iba.

-El enigma paradójico de un ser humano y un mundo regido por Dios, pero oculto paradójicamente al pobre entendimiento del mismo protagonista de la existencia.

-La pérdida del pasado y los recuerdos, motivado por la rapidez con que corre el tiempo, que convierte en fugaz unas vivencias en su momento nítidas y próximas, borrando las experiencias pasadas una vez vividas y con ello su origen y su historia, dejándolo huérfano de identidad en el más absoluto desconocimiento de sí mismo.

-El silencio y la falta de respuestas de un Dios principio y fin de todo, que hizo al hombre a su imagen y semejanza y por ese motivo más descorazonador, porque resulta imposible entender qué razones tiene para abandonar a una parte de sí mismo en la soledad y la desorientación más trágica.

-La mediocridad exigida a un ser de procedencia divina y dotado de conciencia, que no puede usar porque lo divino y lo humano están en su contra. Por un lado la única relación que tiene con Dios es la institución que lo representa y ésta le exige creer sin pensar y, por otro, los semejantes que rigen la realidad lo dominan con normas o prohibiciones[132], que imposibilitan la construcción de un mundo más justo, humano y solidario[133].

-La misteriosa condición humana de la que sólo sabe que tiene un principio y un fin no menos enigmático y, en medio una estremecedora indefensión en manos de unas circunstancias indominables, que parecen ser manejadas a capricho por un Dios que no se manifiesta y en cambio juega con sus criaturas a un incomprensible juego, del que siempre salen malparadas sin esperanzas de salvación.

4.-Los momentos más significativos de su existencia, que ahora pasan por su mente como si de una película se tratara haciendo un repaso descorazonador de su existencia, cuyo balance es tristemente negativo:

-Infancia angustiosa: Valhondo apenas logra vislumbrar algunos recuerdos de aquellos momentos de dolor, pero son tan angustiosos que, aunque era muy niño cuando los sufrió, se le ha quedado impresa la trágica fragilidad del ser humano y su finitud como un martirio espiritual, que ha soportado toda la vida.

-Madurez dramática: Valhondo experimenta un aumento patente de su angustia en su madurez, pues en esta etapa vital coinciden sus preocupaciones espirituales, numerosas y hondas, con las intranquilidades acumuladas por las circunstancias cotidianas, las responsabilidades familiares, el trabajo de maestro y su profesión de practicante, que lo mantuvieron dolorosamente cerca del sufrimiento humano y de su desgarradora nimiedad. Además aumentan dolorosamente su angustia, la actitud inhumana de algunos semejantes que oprimen al resto por intereses particulares, el egoísmo materialista y el abandono del espíritu en la sociedad moderna, que lo llevan a retirarse del mundanal ruido y a buscar de nuevo su soledad, pero muy decepcionado y escéptico.

Influencias

Igual que en los libros de las etapas anteriores, se vuelven a detectar diversas influencias en Huir. Por su carácter de fuga sin retorno, Valhondo en este libro trasciende la realidad, se eleva por encima de las circunstancias cotidianas y adopta una actitud lírica parecida a la postura de los místicos, que vivían en un plano intermedio entre el ser humano y la divinidad y, a la vez, al lirismo de Juan Ramón cuya poesía siempre fue una trasgresión de la realidad, porque el Nobel no vivía en este mundo sino en otro creado por él mismo, situado por encima de una realidad que le resultaba poco grata y trascendente.

Jesús Delgado Valhondo, al escribir Huir, quizás tuviera en su mente a determinados poetas, pero tampoco se puede asegurar claramente que tiene influencias de ellos como afirma algún crítico, por el simple hecho de encabezar el libro con una cita de cada uno y encontrar versos semejantes en sus respectivas obras poéticas. Porque en poesía, después de nueve siglos de elucubrar sobre los mismos temas[134], está todo dicho y este hecho obliga, si queremos ser objetivos, a detectar la originalidad en el modo de decirlos. De lo contrario la angustia de Manrique ante la muerte, la preocupación de Quevedo por el tiempo o la tristeza de Bécquer frente al amor, convertirían en meros plagiarios a poetas posteriores caracterizados por su poderosa personalidad.

Por estos motivos en Huir, a pesar de parecerse en algún momento a algún poeta concreto, se puede localizar una personalidad muy acusada, que lo distingue de sus modelos. Así Valhondo es personal con respecto a los místicos en que parte de una experiencia real y cotidiana y su enfoque religioso no es un fin sino un medio para entender la realidad enigmática en la que vive el ser común; en cambio en los místicos la unión con Dios es un fin perseguido sólo por unos cuantos que tienen el don de llegar, a través del éxtasis, a unirse con la divinidad en un ambiente puramente intelectual y por tanto alejado del hombre cotidiano que el poeta extremeño hace protagonista de su obra lírica.

Respecto a  otros poetas más intelectuales, Jesús Delgado Valhondo se distingue claramente en el tono natural y verdaderamente sentido que consigue a través de su irreductible sinceridad y  el lenguaje estrictamente común que emplea, incluso para transmitir sus preocupaciones más inefables. Además sus versos nunca son tan esencialmente líricos como para verse desprovistos de toda referencia a la realidad, de la que nunca se sale.

Valhondo se distingue con la claridad del poeta de carne y hueso, primitivo y si se quiere elemental, pero muy alejado de las posturas irreales donde se sitúan otros poetas. De los dos enfoques mencionados resultan dos poesías bien distintas: una, la de Valhondo aunque menos vistosa, verdadera y humana y, otra, más deslumbrante,  intelectual y selectiva.

Indudablemente a ese parecido, para mencionarlo y analizarlo, hay que denominarlo técnicamente “influencias” pero las influencias detectadas en Huir de ninguna manera significan copia, plagio o falta de personalidad lírica en Valhondo, en un momento que es más humano y como consecuencia más poeta que nunca.

No obstante es lógico que el tema existencial tan largamente tratado por Jesús Delgado Valhondo se apoye en modelos atractivos para él con el fin de continuar el camino iniciado y completar globalmente una extensa obra lírica de un modo coherente, pero este hecho puede interpretarse simplemente como apoyo en unos puntos de referencia para no perder el norte marcado. Y Huir es la prueba clara de que Valhondo, sosteniéndose levemente en ciertos modelos, consigue su propósito mientras otros poetas que intentaron lo mismo no lo lograron y se vieron obligados a imprimir un cambio de rumbo a su lírica para camuflar la incapacidad de continuar ahondando por el mismo camino, como hubieran deseado.

Estilo

Huir no sólo es una síntesis del contenido de toda la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo, sino también de las características de su estilo plural y equilibrado, pues en este libro es posible hallar la transparencia más nítida, la sencillez más patente, la sinceridad más extrema y la humanidad más estremecedora y, al mismo tiempo (nunca por separado), la poesía esencial más sugerente y el tono surrealista más desgarrador.

 Es decir, Valhondo realiza una mezcla del estilo de sus primeros libros hasta la mitad de su obra poética con aquel otro del resto de sus poemarios hacia el que fue evolucionando conforme necesitó desproveer al lenguaje de elementos innecesarios, cuando comenzó a evitar las disquisiciones que lo hubieran llevado a repetirse.

Luego esta mezcla que Valhondo consigue por la experiencia acumulada y un laborioso trabajo de lima está envuelta en un suave tono surrealista, que paradójicamente logra explicarnos sensaciones a través de la sugerencia de sus imágenes que descubren las preocupaciones espirituales más recónditas de su conciencia. De tal manera que lo que no se entiende por medio de la  transparencia, se comprende participando activamente en desentrañar el sentido de aquello que el poeta desea que deduzcamos[135].

Esta mezcla de estilo o (mejor dicho) esta fusión de dos planos distintos de un mismo modo de decir no aparece por primera vez en Huir pues, como ya ha sido posible comprobar, Valhondo no realizaba cambios bruscos en su lírica sino gradualmente, después de meditarlos mucho y ponerlos en práctica en libros anteriores. Tal hecho explica que el estilo característico de Huir se pueda detectar al menos parcialmente en los poemarios de la tercera parte y con mayor nitidez en los más cercanos a Huir pues el poeta, después del extenso poema que fue Un árbol solo, reduce poco a poco en los libros siguientes aquellas largas tiradas de versos, suprimiendo elementos superfluos del discurso que se hubieran hecho reiterativos.

Así en Inefable … se observa una reducción en el número de sílabas e incluso una parcelación del discurso en poemas, aunque extensos, más reducidos que las partes de Un árbol soloRuiseñor..., aunque en su primera parte es un poema extenso, está dividido en catorce versículos por el estribillo. Y Los anónimos…, aunque alguna de sus partes vuelven a ser extensas así como sus versos, la tercera que fue elaborada expresamente para Los anónimos… concentra los poemas cortos y los únicos versos regulares del libro.

Es decir, resulta que esa reducción trae aparejada una vuelta a las formas tradicionales, que aparecen en la segunda parte de Ruiseñor… escritas en sonetos, y en la tercera de Los anónimos… compuestas en heptasílabos. Huir se halla elaborado en formas regulares, excepto las típicas variantes que Valhondo siempre introdujo cuando empleaba estas formas por su impenitente rebeldía a perder su espontaneidad e independencia.

Paralelamente, como se acaba de mostrar, el estilo surrealista de Un árbol solo se va depurando en los libros siguientes y en Huir da como resultado un modo de expresión, que es una síntesis de poesía esencial, transparente y surrealista tan sabiamente dosificada que no se distinguen tres tipos de poesía sino uno solo y, sin embargo, tiene las características fundamentales de las tres: la concisión selectiva de la poesía esencial, el intimismo y la sinceridad de la poesía transparente y la creatividad alucinante de la poesía surrealista. Ninguno de los tres estilos prevalece sobre los otros, porque uno se encarga de marcar los límites al resto. De ahí que el estilo de Huir contenga las diversas y variadas características apuntadas anteriormente, pero presididas por el equilibrio.

También se localiza en la tensión emocional que soportan los versos de Huir una mezcla de patetismo y lirismo que se compensan mutuamente y se complementan con el equilibrio de los tres estilos que confluyen en este libro terminal. Así el tema y el tono trágico que toman algunos versos se encuentra difuminado en una expresión lírica más contundente que melancólica, más valiente que angustiosa y más contenida que la de libros anteriores por los límites que le marca la esencia, la transparencia y la creatividad que el poeta conscientemente se propone.

El dominio de la técnica poética de la que Valhondo a estas alturas hace gala le permitió no dejarse llevar por la tensa emoción del momento y mantenerse en unos límites humanos y estéticos que, de lo contrario, hubieran convertido el poemario en una lacrimógena retahíla de justificaciones.

Métrica

La métrica de Huir, con respecto a los libros de la etapa anterior, es radicalmente distinta. No obstante es, a pesar de las diferencias, una consecuencia directa de la tendencia hacia la regularidad que Jesús Delgado Valhondo inicia a partir de Un árbol solo de un modo gradual y que en los libros siguientes se observa en dos detalles: uno, la reducción progresiva de la medida de los versos y de su número y, dos, la aparición de poemas regulares en Ruiseñor… (sonetos) y Los anónimos … («Los pronombres personales»).

Este cambio formal no es un hecho aislado sino paralelo a la tendencia, también iniciada a partir de Un árbol solo, hacia una poesía más esencial. Así a la vez que el poeta desprovee su expresión de elementos superfluos lo mismo hace con la forma, que pasa de versos y tiradas muy extensas a poemas cortos con metros breves y un número reducido de versos. Lógicamente la reducción formal es una consecuencia de la tendencia hacia la esencialidad, pues ésta no la hubiera podido conseguir sin aquélla.

Por el tipo de metros, estrofas y poemas empleados en Huir se deduce que Jesús Delgado Valhondo realiza un compendio de los que más usó en su etapa de poesía cercana a la tradicional. De los versos de arte menor emplea todos menos los más cortos (bisílabo, trisílabo y tetrasílabo); de los de arte mayor, usa dos: el eneasílabo y el endecasílabo. Las estrofas son muy escasas siguiendo la poca costumbre que tuvo de usarlas; únicamente utiliza una tercerilla. Los poemas, en cambio, son numerosos aunque circunscritos a los más empleados en la métrica española: El soneto y el romance y sus variantes en arte menor: el sonetillo y el romancillo. Como es normal en Valhondo deja su sello en el uso de un poema con distribución regular, pero sin que responda a una forma conocida, y otro en versos libres. En la rima actúa de acuerdo con la tradición, pues los poemas cultos tienen rima consonante y los tradicionales, asonante.

El equilibrio formal, que Valhondo rescata en Huir después de una larga etapa de olvido buscando nuevas formas de expresión más adecuadas al caos emocional provocado por su fracaso y su angustia, es otra muestra del equilibrio emocional que mantiene a pesar del momento estremecedor que vive, pues no se debe olvidar que se está despidiendo de la vida. Además hay en la vuelta a la tradición formal un rescate de sus preferencias métricas (curiosamente esto es lo único que consigue recuperar de su pasado), una vez pasada la fuerte angustia que lo encaminó por los senderos de una expresión más libre.

Así el predominio de los metros de arte menor, las estrofas y poemas regulares, y los versos que distorsionan levemente la regularidad[136] son los puntos coincidentes, a pesar del amplio periodo temporal que los separa, entre la poesía característica de la primera mitad de su obra lírica y de su libro terminal. Sin embargo formalmente Huir no sólo supone una vuelta a la tradición, sino también una confluencia de formas diversas tanto cultas como populares, que marcan fehacientemente su evolución hacia la renovación para adaptarse a los nuevos tiempos líricos.

Además el motivo de esta vuelta a la regularidad, que anunció en dos libros de la parte anterior, no es otro que hacer coherente el punto final de su obra poética con los libros precedentes. De ahí que en Huir convivan en perfecta armonía las formas populares y cultas, la tradición y la renovación, su pasado y su presente.

Recursos literarios

En Huir Jesús Delgado Valhondo continúa con el uso abundantes de recursos literarios, que ya hiciera característico en sus libros anteriores y más ahora que reduce la expresión a cotas antes no alcanzadas, pues en este libro es más esencial que en ninguno de sus libros precedentes.

Sin embargo el empleo de recursos continúa al servicio del contenido porque en Huir, todavía en mayor medida que en otros libros, le interesa más el significado que la forma aunque no sea su voluntad descuidarla. Por esta razón Valhondo quiere decir mucho con pocas palabras y a la vez no decir más de lo que desea. Para conseguirlo se vale de recursos líricos como el hipérbaton y el comienzo abrupto en el primer verso[137], que le ahorra una larga introducción contando innecesariamente su existencia, o la omisión del pronombre personal que acerca al lector a la acción, o el uso de la segunda persona que lo implica más en lo que dice.

Otros medios son empleados por Valhondo para transmitir su testamento lírico como los gerundios que indican movimiento; las formas impersonales, sugerencia; los participios, contención; las anáforas, insistencia o las paradojas, desorientación. Entre ellos llama la atención el empleo especial de la metáfora y el encabalgamiento, recursos que se hacen necesarios en la poesía esencial por su poder creativo la primera y por su valor sugestivo el segundo.

El uso de citas y notas completan los medios que Valhondo pone al alcance del lector, para que su discurso esencial sea comprendido sin perder su carácter lírico y al mismo tiempo su carga humana quede reforzada por su ímpetu emocional característico. Es decir, Valhondo en Huir quiere ser lírico pero sin dejar de ser humano. De ese deseo y de su maestría en congeniar contrarios y usar convenientemente recursos literarios surge el equilibrio entre la humanidad y el lirismo que preside su último libro.

No varía patentemente el empleo de recursos en Huir con respecto a los libros que lo precedieron pero, en los de la tercera parte aunque no se hacen nunca excesivos, los recursos prevalecen en algunos momentos sobre la expresión por su tono eminentemente surrealista. Es aquí donde se diferencia Huir de ellos, pues en ningún momento da la sensación de un empleo excesivo de medios, al encontrarse perfectamente engarzados en ese fluir esencial de la poesía del libro, en conjunto, más equilibrado de Jesús Delgado Valhondo.

Y este detalle no debe extrañar porque los cambios graduales, que realizó en la forma hasta llegar a este momento, no fueron producto de la casualidad sino muy meditados por Valhondo que tenía muy asumido su oficio de poeta y lo que eso significaba de perfeccionismo, pues su honradez lírica lo obligaba a pulir la forma continuamente, a experimentar poco a poco, a cambiar gradualmente y a no afianzarlo hasta que estaba seguro de que ésa era la poesía que deseaba crear. Huir es el ejemplo.

Estructura

Huir es un libro que Jesús Delgado Valhondo concibió con muchos años de antelación como el final de la estructura coherente de su obra poética y, además, lo estructuró en dieciséis poemas, cantidad que se corresponde con los dieciséis libros independientes que componen su obra poética[138].

Por tanto se puede pensar que estructuró conscientemente Huir en dieciséis poemas para indicar que en él confluyen todos sus libros anteriores y de este modo destacar la coherencia de su obra poética. Esta sutil relación lleva a pensar que el poeta realizó un resumen del contenido de cada libro independiente en el discurrir de cada uno de los poemas y emparejó cada poema de Huir con un libro[139].

Pero no se halla una relación entre el contenido de estos poemas y los libros que supuestamente le corresponderían pues, por ejemplo, La montaña se debía relacionar con el poema «Cuatro», que es donde Valhondo habla de la cumbre anhelada y, sin embargo según la hipótesis anterior, se relaciona con el poema «Siete», donde claramente no trata este tema. Esta falta de correspondencia sucede en el resto de los libros excepto entre Huir y el poema correlativo «Y dieciséis», que coinciden por situarse ambos al final de su obra poética y del último libro respectivamente.

No obstante se localiza un deseo docente de indicar al lector una disposición determinada para facilitarle la comprensión del texto y de la lectura. De ahí que Valhondo presente Huir dividido en dieciséis poemas breves, que son un ejemplo de poesía esencial con la que se circunscribe estrictamente a lo que desea expresar y a la vez facilita la comprensión. También, de acuerdo con el contenido, el libro se distribuye en tres núcleos temáticos que resumen los momentos cruciales de su vida espiritual: la infancia, el pasado y los recuerdos. La madurez, la conciencia de su imperfección, su soledad, su fracaso y la necesidad de huir. Y, por último, su huida definitiva.

Además Huir se relaciona globalmente con todos los libros anteriores y especialmente con El secreto de los árboles¿Dónde ponemos los asombros?La vara de avellanoUn árbol soloInefable… y Los anónimos…, porque son libros en los que expresamente transmite la necesidad y el deseo de huir. Por tanto hay también una estructuración meditada del contenido evolutivo de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo desde un libro determinado hasta el final, cuyo tema latente es la huida.

Evolución

Con respeto a sus libros anteriores no cabe duda de que Huir es una despedida consciente, pero no súbita sino madurada y anunciada ya en libros anteriores pues Valhondo no era partidario, como ya hemos visto en otros aspectos de su obra poética, de alterar con brusquedad su coherente discurrir sino de evolucionar cambiando gradualmente lo que deseaba con mucha antelación.

Por este motivo Huir es producto de su propia evolución espiritual, que lo llevó a deducir muchos años antes su necesidad de huir del mundo y también es el resultado de una evolución formal desde los poemas extensos a los breves, de una evolución significativa desde la pérdida de la esperanza a la huida y de una evolución de estilo, que va desde el tono surrealista al esencial.

Es decir, Huir es el fin de una múltiple evolución, que resulta la mejor muestra de la capacidad de adaptación a nuevos modos de decir y del dinamismo de la lírica de Jesús Delgado Valhondo, que siempre estuvo abierta y en movimiento como resultado de una inquietante y rica vida espiritual y del empeño en transmitirla a través de una poesía meditada, honda, trabajada y trascendente. Éste es el motor de la evolución que se detecta en la obra poética de Valhondo y resumidamente en su último libro de poemas donde cierra conscientemente esa evolución.

También Huir es un ejemplo de la fortaleza de espíritu y de la conciencia lírica de Jesús Delgado Valhondo, que mantuvo una evolución inalterable siguiendo el mismo camino durante toda su larga vida. Primero hasta escribir Canciúnculas, reflexionando y acumulando preocupaciones en su conciencia; después, dejando constancia de ellas en una extensísima relación de poemas agrupados en libros y, por último, sintetizando todo (contenidos y formas) en un libro terminal.

Huir por tanto es el mejor reflejo del equilibrio espiritual y lírico alcanzado por Jesús Delgado Valhondo debido a su perseverancia en sostener una evolución constante, que venía manteniendo desde el comienzo de su obra lírica, aunque pasara por múltiples experiencias líricas y soportara angustiosas vivencias espirituales, que podían haberlo apartado del camino hacia su origen.

Jesús Delgado Valhondo se presenta en Huir como un poeta totalmente maduro, no sólo humana sino también líricamente pues, a pesar del estremecimiento que invade el libro y del sentido trágico que para él siempre tuvo la vida y la muerte, no le importa dejar la primera y enfrentarse a la segunda con una valentía que, de no haber comprendido la irreversibilidad del destino humano, le hubiera supuesto un paso insufrible. Sin embargo la experiencia acumulada en su búsqueda y la fortaleza alcanzada por sus continuos fracasos consiguen que se comporte de un modo valiente ante una realidad, que no comprendió y que ahora llega a su final, y ante la muerte que en estos momentos no la ve como un trago amargo, sino como una salida liberadora por donde huir.

Además Valhondo aparece en su último libro como un ser humano consecuente con su vida y con su obra pues tuvo la entereza, a pesar de saber próximo su final, de conservar su equilibrio emotivo después de una vida espiritual en conflicto permanente, que fue desgranando en sus libros anteriores, y de superar etapas consciente de que cuanto más avanzaba más cerca estaba de su fin y, cuando llegó, fue capaz de realizar un compendio con el que cerraba no sólo su extensa obra poética sino también su existencia.

[1] María López Ollero, «Carta a Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[2] José López Martínez, «La vara de avellano«, Ya (Madrid), 20-4-75.

[3] Alicante, Col. Leila, 1944.

[4] San Sebastián, Col. Norte, 1950.

[5] Santander, Col. Tito hombre, 1952.

[6] Gévora (Badajoz), nº 32, 31-6-55.

[7] Santander, Col. La cigarra, 1957.

[8] En Primera antología, Badajoz, Diputación Provincial, 1961.

[9] Palencia, Col. Rocamador, 1963.

[10] Salamanca, Col. Álamo, 1969.

[11] Sevilla, Col. Ángaro, 1974.

[12] Badajoz, Institución Cultural «Pedro de Valencia», 1979 (1ª ed.), 1982 (2ª ed.).

[13] Cáceres, I. C. El Brocense, 1982.

[14] Editado simultáneamente a Inefable domingo de noviembre en Algeciras, Col. Bahía, 1982.

[15] Sevilla, Kylix, 1987.

[16] En Poesía, Badajoz, Diputación Provincial y ERE, 1988.

[17] Badajoz, Del oeste ediciones, Col. Los libros del oeste, 1994.

[18] Badajoz, Diputación Provincial, 1961.

[19] Sevilla, Col. Ángaro, 1971.

[20] Badajoz, Universitas, 1979 (1ª ed.), 1994 (2ª ed.).

[21] Segunda parte de Entre la yerba pisada queda noche por pisar, pp. 105-161.

21 Badajoz, Diputación Provincial y ERE, 1988.

[22] En Hoy (Badajoz), 28-6-56. Gévora (Badajoz), nº 44-45, 30-8-56, pp. 1-6. Alcántara (Cáceres), Año XII, 1956, nº 102-104, pp. 21-26. Primera antología (1961). Entre la yerba pisada queda noche por pisar (1979) y Poesía (1988).

[23] Aunque los que hemos conseguido localizar se encuentran recogidos en el apartado «Poemas en publicaciones periódicas» de la bibliografía.

[24] Posiblemente de alguna conferencia sobre su poesía.

[25] Recogidos por él en sus tres primeros libros inéditos: Canciúnculas, Las siete palabras del señor y Pulsaciones.

[26] Se refiere a Huir que, en un principio, pensó titular en forma sustantiva.

[27] En la segunda parte, también diferenciamos las etapas en que se divide.

[28] La mitad de los libros que analizamos en esta tesis.

[29] Dos de los tres libros de la primera parte de su poesía.

[30] De ahí el calificativo que aparece en el título de esta parte.

[31] El método que vamos a utilizar consiste en realizar una breve introducción de cada parte o etapa, donde destacamos aquellos hechos existenciales y líricos, que influyeron en la elaboración de los poemas correspondientes a cada una de ellas. Luego, pasamos al estudio global de los libros que constituyen cada una de las partes y etapas, distribuyendo el análisis en varios apartados fijos: descripción, temas y contenidos, influencias, estilo, métrica, recursos literarios, estructura y evolución. Somos conscientes de que la reiteración de estos apartados producen una sensación de monotonía, pero es inevitable para conseguir un análisis uniforme y coherente.

[32] Como asegura Sánchez Pascual en el prólogo de Poesía. No obstante sólo se refiere a Canciúnculas y Pulsaciones y no cita el segundo libro de la primera poesía de Jesús Delgado Valhondo, Las siete palabras del señor, que es un librito también importante para entender el sentir religioso del entonces poeta novel. Aunque, quizás tenga una razón para no mencionarlo: este libro es un alto en el camino para calmar una crisis religiosa, donde Valhondo se olvida momentáneamente de la línea iniciada en Canciúnculas, cuya continuación es Pulsaciones.

[33] «Coxalgia», poema de la edición original de La esquina y el viento, que incomprensiblemente (teniendo en cuenta su contenido fundamental) fue uno de los suprimidos en la edición de Tito hombre.

[34] Esta afirmación está basada en las declaraciones que el mismo poeta realizó en “Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo”, actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1982.

[35] A la que Valhondo llamaba «ciudad de piedra».

[36] «Una congoja / absurdamente querida, / se ha enroscado en mi garganta». «Dejadme morir», [p. 87]. El número de las páginas, donde se localizan los poemas que citemos de los tres libros inéditos, aparecen entre corchetes porque el poeta no las numeró.

[37] «Líneas propias de mujer / y por pechos las pirámides de Egipto» de «Suicidio», [p. 55].

[38] «El camino, / (alfiler / de la corbata del pueblo), / presume de ser / platino / lleno de brillantes negros» de «Viaje en avión», [p. 75].

[39] «se me escapaba, / dejando arrollo [sic] de risa clara / […] / Cuando me la encontré / era cieno y la dejé» de «Entre las zarzas», [p. 15].

[40] «El callejón está oscuro / y tiene miedo mi alma, / de no sé yo qué secreto / de rejas de tus ventanas» de «Salida de luna», [p. 75].

[41] Estos símbolos los hemos comentado en el apartado correspondiente del capítulo anterior.

[42] Valhondo los pasó a máquina, su amigo Leocadio Mejías se los ilustró y, por último, el poeta los encuadernó personalmente.

[43] El poeta en este asunto se dejó llevar por su sentimiento y no por su raciocinio, y se dará cuenta muy tarde de este error que lo decepcionará sobremanera, pues cuando lo advirtió fue consciente de que no le quedaba tiempo para reiniciar el encuentro de Dios con otros planteamientos, aunque menos emotivos, más eficaces.

[44] Recordemos que cuando Valhondo publicó Hojas húmedas y verdes en 1944, Machado, Lorca y Hernández habían fallecido recientemente de una forma trágica y Juan Ramón y Alberti acababan de exiliarse. También cuando publica El año cero en 1950 los recuerdos seguían demasiado palpables.

[45] En algún momento la transparencia característica de Valhondo se vuelve intraducible.

[46] Aunque Valhondo lo recuperará en los últimos poemas del libro.

[47] «Se comunica -poesía es comunicación- con el ser que le contempla e, incluso, se da en ‘comunión’ -poesía es comunión- en ideas, meditaciones y sentimientos». Jesús Delgado Valhondo, Prólogo de Yo, el árbol de Juan Bautista Rodríguez Arias, Badajoz, Caja de Ahorros, 1977.

[48] Canciúnculas y Pulsaciones sumaban 67 poemas, sin embargo sólo seleccionó 13 para Hojas húmedas y verdes

[49] Ocho de los poemas que aparecieron en libros anteriores, presentan reelaboraciones posteriores que generalmente los perfeccionan.

[50] Más en Hojas… que en El año cero.

[51] La biblia tiene múltiples ejemplos de su implacabilidad.

[52] De Emilio Prados, en la angustia por la pérdida de su mundo que, también a Valhondo, se le escapa de las manos sin poder retenerlo como podemos comprobar en el poema «El espacio» de La esquina y el viento. O de Jorge Guillén, en la influencia anímica positiva que detectamos en los poemas «El lenguaje de las flores» y «Vendimia» de La muerte del momento.

[53] Combinados en La muerte del momento con eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos.

[54] Mezclados, en La esquina y el viento, con tetrasílabos y hexasílabos.

[55] Aunque a veces haya un oscurecimiento de la expresión.

[56] Uso verbal de la primera persona, el vocativo, el encabalgamiento, la anáfora, las estructuras recurrentes.

[57] Como «Fecundidad» y «Árbol nuevo».

[58] «Después de la tormenta».

[59] Tomando como referencia la edición publicada, no la original.

[60] La crítica enseguida observó cómo Valhondo, en La esquina y el viento, se había desprendido de su pasado (en cuanto al arrastre de poemas publicados anteriormente) y había entendido que debía crear una poesía totalmente nueva.

[61] No sólo en prosa sino también en verso.

[62] Esto ocurre en Hojas… y El año cero.

[63] Tales hechos suceden en La esquina y el viento.

[64] Este triste descubrimiento se produce en La muerte del momento.

[65] Hecho que comprueba estremecedoramente en La montaña.

[66] Igual que estaba haciendo con su silencio.

[67] El 47%.

[68] El 63%.

[69] El 73%.

[70] «Playa del sardinero / manzana al aire» de «Playa del sardinero».

[71] «Así, sin alma estoy, / vértigo de simiente» de «Desde el mirador del cable».

[72] «En cielos vibra el arpa azul. / La luz se vierte por la hierba» de «San Vicente de la barquera».

[73] De «Puerto de Santander», último poema del libro.

[74] Teniendo en cuenta que algo parecido hizo Valhondo en La muerte del momento.

[75] Los que median entre la edición de La esquina y el viento (1952) y La montaña (1957).

[76] «[…]. La vida / que se esconde. La noche / en punto de partida. / Tiempo ahogado. Tiempo / sin voz. Luz negra, antigua».

[77] «¡Dorada mediocridad! Doradas / uvas para gozar el vino humano / de la sangre. Mi vino, tinto y loco, / tan sólo como el hombre en que me engaño. / Mi dorada mediocridad. […] / Ya ves si uno es feliz siendo un mediocre / que hasta puede llorar de vez en cuando / y morirse queriendo o sin quererlo / a plazos cortos o a desprecios largos».

[78] Ciudades y Pequeña angustia.

[79] Por eso Valhondo dijo en una ocasión que la poesía era «un acto de caridad».

[80] José María Moreiro definió acertadamente al Jesús Delgado Valhondo de ¿Dónde ponemos los asombros? como «correcaminos del alma».

[81] Como sucede en el poema «Crucificada sangre».

[82] «Guadiana», «Letanía de la culpa», el citado «Crucificada sangre» …

[83] Que constituyen el 60% del total.

[84] Estas cuatro imágenes que, por aparecer insistentemente en la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, hemos denominado símbolos, ya han sido analizadas en el apartado correspondiente del capítulo anterior.

[85] Pronombre personal de primera persona, adjetivos y otros elementos complementarios, pausas y signos de puntuación.

[86] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo. Badajoz, 20-1-82.

[87] Intervención de Jesús Delgado Valhondo en la Fiesta de la Poesía de la Escuela Permanente de Adultos, Mérida, mayo 1992.

[88] Imagen del río.

[89] Impasibilidad y aceptación de un mundo inamovible.

[90] El ser humano es un reflejo de Dios y todos los seres tienden instintivamente a la búsqueda de su creador.

[91] Para llegar a Dios es necesario una preparación laboriosa del espíritu basada en el sacrificio y la entrega incondicional.

[92] Quevedo y Calderón.

[93] Tristeza del jardín y melancolía.

[94] El sentimiento trágico de la vida, la paradoja y la ironía.

[95] Concepto de intrahistoria.

[96] Imagen del tren.

[97] Tragedia presentida.

[98] Nostalgia por su mundo perdido.

[99] Sentido trascendente del universo y sus criaturas.

[100] Destino trágico.

[101] Como sucede en la primera parte de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[102] Como sucede por ejemplo en el poema «Jesús Delgado» de Ruiseñor … o en «Los pronombres personales» de Los anónimos …

[103] Él mismo lo advierte indirectamente en el título Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[104] No olvidemos que Un árbol solo lo comenzó con versos medidos y después decidió destruirlos y empezarlo de nuevo en versículos.

[105] Primero, melancólico; después, anhelante y, por último, triste.

[106] No olvidemos que Valhondo distingue con insistencia entre el día, el atardecer, la noche y la mañana.

[107] Amor y muerte son dos conceptos tradicionalmente relacionados; recordemos la conexión establecida por Quevedo entre cuna y sepultura.

[108] Valhondo, a la hora de ponerle título a su último libro, dudó si denominarlo «La huida» o «Huir» para, finalmente, decidirse por el infinitivo, que alarga la idea de la huida como una acción que no acaba nunca.

[109] «Yo ya soy viejo».

[110] «La vida es algo horrible».

[111] «A mí me han construido como a todos vosotros. Los de arriba nos dicen lo que tenemos que hacer».

[112] Por estas fechas, Jesús Delgado Valhondo describe su estado emocional y, entre otras cosas, lo definió como «cansado y dolido de los hombres».

[113] «La huida victoriosa» es el quinto verso del poema «Nueve» de Huir ([p. 37]), que entendemos como un modo de vencer una realidad de la que el poeta logra escabullirse in extremis y, aunque se trata de una huida, él la considera una victoria pues, por el momento, logra vencer una realidad que desea atraparlo.

[114] «Huye, que sólo el que huye, escapa» de «Once».

[115] «Una circunferencia / de sueños la jornada, / ropa sucia, apagada, / en rincón de dolencia» de «Dos».

[116] «Río de sombras cruza la huerta, / mieles de menta y de avefría, / beso la seda de esquina incierta» de «Ocho».

[117] «Me hundo. / No tengo escapatoria» de «Dos».

[118] «Nadie me dice dónde / llegué. Nadie sabía / que se murió mi alondra» de «Cuatro».

[119] «Nunca sabré quién soy / perdido en no sé dónde» de «Seis».

[120] «Nunca jamás ahondes. / Nunca es siempre jamás» de «Cinco».

[121] «La vida es una huida, / busca nada ganada» de «Siete».

[122] «Hombre que solo soy / […] / Y como todos voy / a una luz que me esconde / para siempre jamás» de «Siete».

[123] «Me parece la vida / un desdichado encuentro» de «Trece».

[124] «Huyo para esconderme. / […] / Huyo para perderme» de «Diez».

[125] «Huyo para librarme / de este largo cansancio» de «Nueve».

[126] «Uno más. No comprendo / en absoluto nada» de «Diez».

[127] «La vida es una página / del libro de otra biblia / que escribieron los hombres / en el tiempo al pasar» de «Doce».

[128] «[La vida es […] / […] / Una bruma de ocaso / que se bebe la tarde» de «Doce».

[129] «Me lleva la corriente. / El mar está esperando, / sed de agua, a que llegue». «Catorce». «Siempre me estará esperando. / Por eso voy, / porque me está esperando» de «Y dieciséis».

[130] «Sin darme cuenta huyo / de no sé qué, de algo» de «Quince».

[131] » ‘Me voy, me decía Luis Álvarez Lencero antes de morir’. Y se fue. ¿Dónde habrá ido?», cita del poema «Cinco».

[132] Siempre perjudiciales para él y la masa de seres intrahistóricos.

[133] El tema de la apariencia y oportunismo de algunas personas fue un asunto preocupante para Valhondo que, en la nota final de Huir, vuelve a aparecer.

[134] Porque no existen más.

[135] «Huyo para esconderme. [«Sencillez transparente»] / Uso mortal bufanda / que me abriga del tiempo / frío de madrugada. [«Imágenes creativas de tono surrealista»]. / Huyo para perderme. [«Sencillez transparente»] / Dentro de la palabra / verso moraba el hombre. / Musical nota pálida [«Imágenes creativas de tono surrealista»]» de «Diez», [p. 37].

[136] Muestra de su impenitente espontaneidad e independencia.

[137] «Es mi vida».

[138] Exceptuando Las siete palabras del Señor y el «Canto a Extremadura», que consideraba circunstanciales.

[139] «Uno» se correspondería con Canciúnculas, «Dos» con Pulsaciones, «Tres» con Hojas húmedas y verdes, «Cuatro» con El año cero, «Cinco» con La esquina y el viento, «Seis» con La muerte del momento, «Siete» con La montaña, «Ocho» con Aurora. Amor. Domingo, «Nueve» con El secreto de los árboles, «Diez» con ¿Dónde ponemos los asombros?, «Once» con La vara de avellano, «Doce» con Un árbol solo, «Trece» con Inefable …, «Catorce» con Ruiseñor perdido en el lenguaje, «Quince» con Los anónimos del coro, «Y dieciséis» con Huir.

 

Fotografía cabecera: Vista desde la Plaza Mayor de Cáceres