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Poética (II)

CAPÍTULO II

POÉTICA

INTRODUCCIÓN

Después de conocer las vivencias humanas y existenciales que conforman la gestación, el contenido y la edición de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo, vamos a profundizar en los principios fundamentales de su poética para comprender la dimensión humana, espiritual y lírica de su obra en verso.

Partiendo de la definición que hace el diccionario del concepto “poética” («arte de escribir versos o arte de componer obras poéticas»), vamos a utilizar este término en un sentido más amplio entendiendo que la poética de Jesús Delgado Valhondo es «el conjunto de contenidos y formas que traducen su sentir a modo de mundo poético sobre el que asienta su obra lírica personal».

Desde esta definición más extensa del concepto, el primer paso que daremos para definir la poética de Jesús Delgado Valhondo es analizar su personalidad lírica con el fin de conocer al poeta y situarlo posteriormente dentro del contexto literario de su generación. Después expondremos su cosmovisión filosófica, religiosa, física y lírica para conocer su mundo poético y terminar definiendo las características de su poesía, donde analizaremos los contenidos y formas que configuran su poesía. Y, finalmente, poder pasar al análisis de su obra poética en el siguiente capítulo.

PERSONALIDAD LÍRICA

Estudiosos y críticos de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo han definido los distintos aspectos de su personalidad de poeta que, en conjunto, confirman el hecho de que nos encontramos ante una figura lírica singular.

Juan María Robles Febré ha destacado su capacidad para el asombro, su vitalismo, su creatividad natural y su sentir verdadero y humano: «Es una excavadora de la belleza. Sus grandes ojos de cangilones de noria, que bajan constantemente desde la hondura de su explícita identificación, hasta el fondo mismo de su ser, dan la razón de una vida plenamente poética. Jesús no es un poeta cósmico ni planetario, es un poeta tremendamente terreno que camina de sorpresa en sorpresa por la llanura de la existencia […]. Es un poeta existencialista, vitalista, grandemente sentimental, universalista por humano, sencillo y condensado, a la vez. […] Ése ha sido siempre su oficio de hombre cabal, de poeta logrado, de peregrino consciente, de herido abierto»0.

Santiago Castelo ha descubierto la sencillez como clave expresiva de su poesía personal, rotunda y humanísima, que muestra fehacientemente la raíz emotiva y cordial de su lírica sincera, frente a la exclusivamente cerebral: «Decir Jesús Delgado Valhondo es decir poesía sencillamente […]. Es el poeta más rotundo, más claro y más universal que ha tenido Extremadura. Carente de prisas, he ahí su clave: Aliarse con el tiempo. […] No hay cuadro más emocionante que éste del poeta religioso, vital, humanísimo y hondo, envuelto en la alegría de esa mujer única y del griterío de esos chiquillos. Y el poeta con ellos y sus amigos, con un vaso de vino en la mano, lo mismo te cuenta una historia picante que, con los ojos anegados en lágrimas, te recita la elegía a su hermano Juan»[1].

José María Bermejo ha centrado la descripción de Valhondo en sus ojos, a la vez tiernos y dolidos, al mismo tiempo habituados a la soledad y a la angustia, pero capaces de traducir sus percepciones en sencillos y, a la vez, densos sentires que ganan nuestra voluntad inmediatamente, porque la voz sincera de Jesús Delgado Valhondo nos hace sentir que, al hablar de él, también habla de nosotros: «Estos ojos donde se escucha la ternura, han llorado muertes como rayos, han visto mundos que jamás verá nadie. Estos ojos amasados por el dolor, ebrios de soledad y de lúcidas ansias, son los que ahora repasan viejos versos, acarician la copa o el humo. […] Su poesía es como el vino de solera: penetra suave, pero hondo. Y cuando queremos darnos cuenta ya nos está matando por dentro»[2].

Miguel Muñoz de San Pedro, después de oír recitar a Valhondo, destacó emocionado su capacidad extraordinaria para transmitir sus sentimientos por medio del verso y hacer sentir a quienes lo escuchaban exactamente lo mismo que decía con su expresión cálida y sincera: «‘Hemos oído a un poeta’ Fue el día en que Jesús Delgado Valhondo leyó sus versos. El juicio era definitivo: rimar estrofas es tarea fácil; ser poeta, un don divino. Y Jesús Delgado Valhondo es un poeta de cuerpo entero. El comentario elogioso lo repetían muchos, entre ellos, Cossío y Montaner, cuya autoridad en la materia es incuestionable»[3].

Fernando Bravo, que conoció íntimamente a Valhondo por ser un amigo excepcional, aseguró que su rica y variada humanidad fue la raíz de su personalidad poética: «Delgado Valhondo es singularísimo por su humanidad de múltiples y elevados registros poéticos»[4]. Ese talante humano, que surge desde su natural sinceridad, llega a nosotros por medio de su innata capacidad de comunicar y seducir, de tal forma que Valhondo nunca nos parece artificial ni engañoso; al contrario, nos produce una enorme confianza.

Manuel Pecellín ha situado la base de la personalidad poética de Jesús Delgado Valhondo en su ingenio que, aderezado por su enternecedora bondad, logra convertir su experiencia existencial en materia y palabra poética, amable y cálida, sin más exabruptos que los humanamente necesarios: «Nunca falta su chispa ingeniosa, la deslumbrante rapidez para descubrir lo inédito, el impulso superador de cualquier dificultad, la risa contagiosa, la bonhomía. Forjado en azogue y verbo, este Midas de la palabra traduce en materia poética cuanto toca»[5].

Enrique Pérez-Comendador destacó de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo la transparencia, la independencia y la verdad que la hacen trascender el tiempo: «[…] poetas que, como Vd. cantan su canción con pureza, fuera de ambientes literarios, inmersos en la vida corriente y extrayendo de ella y de la naturaleza circundante su caudal […] éste surge como un manantial de ojos que ven y de corazón que siente más que de las cosas mismas […] cuando se es y se vive, si hay sentimiento poético y emoción, eso prevalece»[6].

Ángel Campos ha detectado una triple vertiente, intimista, social y universal en la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que lo afirman como ser incardinado en el mundo y, a la vez, dotado de una voz lírica que, saliendo de su intimidad, llega fácilmente a los demás, sin ningún tipo de trabas: «Siempre ha entendido la poesía como un acto de afirmación en un doble sentido: Por un lado, afirmación del propio autor, que se reconoce como parte del mundo y, por otro, afirmación de la palabra poética como algo externo de significación social y universal»[7].

Ese componente social en la poesía preocupó siempre a Valhondo, aunque nunca en el sentido de reivindicación colectiva (rechazó la poesía social), sino de atención a la persona individual e independiente, integrada en el concepto «pueblo»: «La poesía nunca ha sido de minoría. Porque los grandes poetas no han escrito para minorías sino para el pueblo, como Lope de Vega o Antonio Machado o el primer Juan Ramón. Y Alberti y Lorca y León Felipe. La poesía le ha dado la espalda al pueblo. Mala cosa»[8].

Rubén Caba ha destacado de la personalidad lírica de Valhondo el inveterado deseo de conocerse y conocernos en una lucha titánica contra el tiempo en la que, a pesar de saberla perdida, peleó sin descanso y nunca admitió la resignación en su incansable y descorazonadora búsqueda de la dignidad humana: «poeta candeal, franciscano y máximo, que ha sabido plasmar sus más nobles y lúcidos deseos de escapar del tiempo […] es un albatros exiliado en el suelo cuyas alas gigantescas le impiden caminar […] siempre se ha resistido a pactar con lo trivial, con lo mezquino, con lo sórdidamente real. Y porque no ha abdicado de su trono juvenil, porque nunca ha dejado de empuñar el cetro mágico de su alma niña, quiere que los seres humanos juguemos a la vida con la máxima inocencia y la mínima ignorancia»[9].

Y, por último, Antonio Zoido ha encontrado en la labor poética de Valhondo una forma de victoria sobre el tiempo («humilde locura de dejar huella perenne y lírica»[10]), pero siempre entendiendo el trabajo del poeta como una labor espiritual y desprofesionalizada.

Después de este repaso descriptivo de la identidad poética de Jesús Delgado Valhondo, podemos deducir la variedad y la riqueza de su atractiva personalidad lírica: poeta rotundo, claro y universal; vitalista, humanísimo y hondo; sentimental, tierno y extremadamente sentido, que se conmovió ante el dolor, la soledad y los sempiternos anhelos del ser humano. Es decir, fue un «poeta de cuerpo entero», como aseguró Muñoz de San Pedro.

Su vitalidad, su ingenio, su amabilidad contagiosa y su compromiso humano dieron lugar a una poesía auténtica por vivida pues, como si se tratara de una crónica espiritual, responde a sus diversos instantes vitales. Independiente y, por ese motivo, imprevisible en su evolución pero, siempre, poeta situado en la existencia, en la búsqueda del concepto exacto y en el sentir del hombre cotidiano y, por tanto, universal. «Excavadora de la belleza, Midas de la palabra, poeta con solera…».

Éste es el poeta, éste es Jesús Delgado Valhondo y así es su poesía, el D.N.I. lírico de un hombre, que sintió (en el sentido más amplio de la palabra), que quiso comprender por medio de la poesía un mundo y un hombre excesivamente imperfecto, artificial y materialista. Por esta razón, la verdad de la palabra de Jesús Delgado Valhondo ha sobrepasado el hecho de su muerte: «Se nos fue Jesús, pero nos dejó a Delgado Valhondo. (…) La muerte no ha cortado nada: ha dilatado la figura de Jesús Delgado Valhondo, la ha proyectado hacia ese ámbito eterno e intemporal donde viven las grandes creaciones del espíritu»[11].

Es cierto, sobre todo desde su muerte, la poesía de Jesús Delgado Valhondo se encuentra, por su carga humana y espiritual, incluida en esa voz universal que recoge los grandes sentires del ser humano de todos los tiempos: «La crítica dice de mis cosas, y coinciden todas, que son claras y sencillas. Que no busque nadie retorcimiento cerebral en ellas, ni ansias de llamar la atención, ni siquiera el intentar originalidad. Con cierto orgullo ¿por qué no? digo lo de Nervo: ‘Mi vaso es pequeño, pero bebo en mi vaso'»[12].

Estas opiniones orientadoras, que constituyen en conjunto el único análisis realizado sobre la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo, sirven para profundizar en este aspecto clave del poeta extremeño y añadir otras reflexiones que completen esas agudas apreciaciones.

Jesús Delgado Valhondo fue un poeta de prestigio no sólo a nivel regional, sino también en círculos literarios de España, donde comenzó a ser conocido sobre todo por los comentarios elogiosos que le dedicaron Juan Ramón Jiménez en 1954 y, anterior y posteriormente, intelectuales y críticos de los últimos cincuenta años.

Pero, llegados a este punto, tenemos que hacer la siguiente pregunta ¿conocemos su concepción humana, espiritual, filosófica y lírica de la existencia por haberla analizado con detenimiento? Y la respuesta es negativa, porque los estudios que se le han dedicado hasta ahora no pasan de leves juicios sobre aspectos inconexos de su persona o su obra, pero nunca constituyen investigaciones globales, extensas y profundas, que descubran los entresijos de su singular personalidad lírica[13].

Los estudios realizados sobre Jesús Delgado Valhondo pecan de superficiales y, por este motivo, escasamente se ha buceado en su espíritu de hombre y en su alma de poeta; poco se ha meditado sobre su sutil concepción del silencio, la soledad y el misterio o su preocupación sobre el enigma de la condición humana y del mundo o sobre la muerte y la inmortalidad. Casi nadie se ha acercado a su hondo sentimiento sobre el dolor o la melancolía como forja del corazón. Y, por último, imperdonablemente poco o nada se ha dicho sobre cómo concebía el paisaje extremeño tan sentido, meditado y observado por él, sin cuyo conocimiento no se le puede comprender totalmente.

Por esta razón, es necesario conocer todos los aspectos que conforman la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo: su poesía, más de corazón que de preceptos, es (siguiendo los títulos meditados de sus libros de poemas) el resultado de vivir día a día como un árbol solo; sintiendo la muerte de cada momento en un inefable domingo de noviembre desde la perspectiva cruda de un hombre cero, que intenta descubrir los asombros y misterios del mundo y buscar a Dios, que no se le manifiesta (oculto en el secreto de los árboles) o se le muestra fugazmente en la naturaleza (a través de los floridos almendros), mientras sostiene una flexible vara de avellano y medita sobre la huida continua del ser humano en un alto del camino a la inalcanzable montaña.

Es decir, Jesús Delgado Valhondo, antes que nada, fue un hombre cotidiano, «un hombre cualquiera» como le gustaba definirse[14], que se sintió afectado por las imperfecciones de la condición humana, el misterio del mundo, la extraña relación entre hombre y Dios, las circunstancias que le tocaron vivir (generalmente, adversas para un espíritu sensible como el suyo) y las múltiples agresiones sufridas por la dignidad humana, la naturaleza y la idiosincrasia de su tierra, su paisaje y, en definitiva, su mundo.

Estos son los motivos por los que su poesía es la traducción de esas intranquilidades que continuamente bullían en su espíritu y él las convertía en lírica trascendente. De ahí también que cualquier hecho activara su hipersensibilidad y por simpatía su desahogo espiritual, que era la creación lírica.

Y éste es el motivo de que vida y poesía sean inseparables en Jesús Delgado Valhondo: «Siempre he estado cerca de la poesía de Delgado Valhondo. De su persona, también ¿Quién podía sustraerse a su trato entrañable, a su desmesurada simpatía, a su agudeza de ingenio, a sus voces y a sus abrazos?»[15]. Por esta razón, no se puede entender plenamente su obra lírica si no se conoce totalmente su visión personal del mundo.

Esta dualidad inseparable de hombre-poeta, también la detectó Ricardo Senabre, que situó en ella el origen de la autenticidad, la característica más diferenciadora de Valhondo: «Jesús se transformaba en Delgado Valhondo, cuando los rasgos del amigo se desvanecían para dar paso al perfil del poeta; de un poeta hondo, cuyos versos pueden no traducir lo ‘vivido’ pero sí lo ‘sentido’, virtud que proporciona a la gran poesía su radical autenticidad»[16].

Jesús Delgado Valhondo humano y espiritual tradujo en lirismo sus experiencias cotidianas, previamente convertidas en trascendentes, por medio de una sensibilidad extraordinaria, que expresó en versos sentidos y hondos con el tono natural del que tiene la sinceridad como norma ética y la expresión poética como medio necesario de transmitir sus inquietudes anímicas de una forma sublime.

Lirismo

La esencia de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo se encuentra sintetizada en estas palabras que él mismo pronunció: «Me inspiro en algo muy profundo que llevo como ser humano y que intento contarle a los demás, porque sé que a todos los hombres nos pasa lo mismo o algo parecido»[17]. De ahí que podamos asegurar que dos conceptos configuran la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo: el espíritu («El momento fundamental del comienzo de mi obra poética fue aquél en que me puse a dialogar con el hombre que llevo a cuesta y dentro»[18]) y la existencia (Valhondo declaró, en varias ocasiones, sentirse influido por Ortega y su máxima «Yo soy yo y mis circunstancias»).

El origen de su poética se encuentra en la zona más recóndita de su conciencia espiritual de hombre que, por un lado, no pudo evitar por llevarla impresa en su misma naturaleza de ser humano y, por otro, no quiso eludir porque aceptó su compromiso de ser situado en el mundo.

 Así, desde su conciencia, primero reflexionó sobre el mundo que lo rodeaba y, después, entabló un diálogo consigo mismo en el yo más íntimo de su soledad un tanto decepcionado por lo que había visto y sentido en su alrededor. Aunque después, abrumado por el peso de su soledad, volvía a salir de su refugio interior a la búsqueda del consuelo en los otros: «mis poesías empezaron por el mundo que me rodeaba, siguieron escarbando en mi mina y ahora ando solitario con todos los hombres»[19].

La soledad de ser humano, sentida por Valhondo desde muy niño, será el ambiente emocional de su poesía: «Comencé a escribir cuando me quedé solo y sentí la necesidad de hablarme a mí mismo, de contarme a mí mismo que era contárselo a todos los hombres las cosas que me sucedían»[20]. Pero esto que podía suponer un aislamiento de los otros, fue un modo de rearmarse humanamente para salir de cuando en cuando al encuentro de los demás, echar una ojeada al exterior y volver, generalmente muy herido y más solo, a su refugio espiritual: «De vez en cuando subo al púlpito, pero soy ante todo un poeta de confesionario, que gusta encerrarse […] para buscar la soledad como entorno de su obra»[21].

Por tanto, la poesía de Jesús Delgado Valhondo surgió por la necesidad de contar líricamente a los demás sus intranquilidades espirituales. De ahí que su lírica sea, globalmente, la descripción íntima de los diversos estados anímicos por los que pasó a lo largo de su vida: «Acostumbro a escribir cuando la necesidad espiritual me obliga a ello»[22]. Por esta razón, su poesía es un soporte donde sostiene sus meditaciones espirituales.

No obstante su lírica, que no fue un fin sino un medio, ha transmitido unas emociones verdaderamente sentidas, porque el poeta ahondaba constantemente en su soledad, donde iba configurando un sentimiento trágico de la existencia, con tonalidades claramente angustiosas. También la contemplación del ser humano, que habitaba en su entorno inmediato y lejano, lo llevó a profundizar aún más en la condición imperfecta y finita del hombre y, de esta forma, a ser más poeta: «Me ha hecho poeta el sufrimiento de los hombres», dijo en una ocasión.

Sin embargo, esta inexplicable condición y su provisionalidad lo llevaron a concebir la vida como un juego del que participaba la poesía, que expresa ese sentimiento misterioso, cada vez más fuertemente experimentado por él, sobre una existencia cuyo control se le escapaba y lo dejaba a merced de la muerte como sucede en el juego, pocas veces con resultados felices y la mayoría con un final adverso: «En la vida sólo hay dos cosas: El oficio, que da dinero para comer, y el juego. La poesía lo es; algunos jugamos con la poesía»[23].

No obstante, la poesía será para Valhondo el medio más adecuado para transmitir los más hondos y sinceros sentimientos, que surgían de su conciencia interior, la única que no estaba desvirtuada, adulterada ni condicionada por circunstancias extrahumanas. Fue la poesía, por tanto, para Jesús Delgado Valhondo la expresión máxima de la voz interior y verdadera del ser humano: «La poesía no puede definirse. Aleixandre dice que es comunicación y yo estoy de acuerdo pero, más que una definición, es una cualidad. Yo creo en la poesía íntima, de voz baja, confidencial, es decir, del hombre a la humanidad. Y debe ser sentida, clara, intensa y, sobre todo, verdadera. Aborrezco la poesía de grito -generalmente inútil-, la mayoría de las veces histérica, fanfarrona; en una sola palabra teatral»[24].

Sin embargo, a pesar de que Valhondo tenía una conciencia clara de qué era la poesía, fue consciente de la dificultad que entrañaba trasvasar al papel los sentimientos desde su interior y, como necesitó transmitirlos con la urgencia de la angustia, luchó desesperadamente para que vieran la luz de la forma sutil y sentida con que él los vivía en su espíritu.

Pero, con frecuencia, intuía que le era imposible transcribirlos con exactitud, porque estaban sumidos en el inefable misterio que envuelve la existencia, en ese mundo donde la razón se pierde y surge una sensación inexplicable, que deja tras sí un halo de misterio, a la vez, espiritualmente consolador: «Nunca he conseguido decir todo lo que llevo o creo llevar para comunicarlo. Por eso sigo poetizando, versificando, rompiendo silencios, creando oraciones, expresando sentimientos, soliqueando, andando dentro y fuera de la soledad, queriendo encontrar algo y no sé lo que es. Rilke soñaba con ‘labrar silencios’, yo sueño con un mensaje ilegible de puro instinto, de otra, de la otra significación de las cosas y de los hechos. Y, sobre todo, como diría Pedro Caba ‘el secreto poético de San Juan de la Cruz, de Bécquer, de Machado, de Juan Ramón, está en ese perfume de misterio que llenan las palabras de un sentido, de una radiación sutilísima'»[25]. Es lo que Juan Ramón llamó «honda emanación»[26], mitad placer estético, mitad placer espiritual.

Los sentimientos

El perfil poético de Jesús Delgado Valhondo parte de una idea universal y antropocéntrica del mundo, pues no distingue razas, ni naciones, ni colores; sólo ve al hombre, a su espíritu y a sus sentimientos, que son los mismos en todos los hombres. Esta apertura de espíritu en Valhondo se complementaba con una rica vida interior, labrada en la soledad y el silencio, donde captaba el misterio que envolvía todo.

Por esta razón, Valhondo no podía sentir ni escribir ni creer en una poesía que no procediera del espíritu y fuera dirigida directamente al sentimiento del ser humano universal, con un mensaje transparente, sentido, cercano, sincero y apasionado: «[Jesús Delgado Valhondo] es antes que nada, un maestro del sentir. Sólo escribe de lo que siente con pasión y cuando el sentimiento se le desborda ya de modo inevitable. El resultado es una poesía hondamente cordial, cuya fuerza radica sobre todo en la sinceridad que rezuma cada verso. Las palabras no encubren oquedades; son el mismo aliento»[27].

De esta postura comprometida humanamente con la verdad de los sentimientos, procede la extrema sinceridad, la sencillez, la naturalidad que se respira en la poesía directa y humanísima de Valhondo, de tal forma que su vida fue en extremo consecuente con su sentir espiritual. De ahí su independencia humana y poética que es, en definitiva, lo que distingue su atractiva personalidad: «Es Delgado Valhondo un hombre de rica vida interior, temperamento original, sensitivo. Delgado Valhondo es un poeta del sentimiento, canta como habla, con el corazón en la mano y se expresa en tono confidencial»[28].

La sinceridad y los sentimientos humanos no se aprenden ni se adquieren a través de lecciones magistrales ni de escuelas, como tampoco la personalidad ni el tono lírico de una voz poética singular. Nacemos con una condición mental y vivimos modelándola, según nuestra voluntad y nuestras circunstancias. Si en nuestra mente existe desde siempre una tendencia positiva ante el mundo y las circunstancias nos son favorables, nuestros sentimientos aumentarán y se harán más sutiles y sinceros. Por el contrario, si nuestra mente se encuentra indispuesta desde siempre a albergarlos, nuestros sentimientos serán adquiridos y artificiales. Y es aquí donde destaca una personalidad poética como la de Jesús Delgado Valhondo, que pertenece al primer planteamiento expuesto.

Valhondo poseía unos sentimientos innatos, enraizados en su origen y en su nacimiento. Sus circunstancias vitales, los maceraron en el dolor, la soledad y el silencio, y sus sentimientos se hicieron más consistentes y sentidos. Después fueron tomando cuerpo a través de una voz que contaba exactamente lo que sentía y, el poeta, que guardaba en su espíritu y su subconsciente todas sus vivencias, abrió de par en par las puertas de su alma e hizo poesía espontánea y naturalmente, porque hablaba como y para el hombre en el lenguaje universal de los sentimientos.

Además, como dice Jesús Martínez, «su vida fue una cosecha de sueños» que respondía a unos deseos imposibles de alcanzar, pues sus vivencias adversas (enfermedad infantil, guerra y posguerra, muerte prematura de seres queridos) lo hicieron añorar la paz y la estabilidad espiritual que le faltaba y, por eso, gradualmente pasó a traducir sus intranquilidades en sueños.

Jesús Delgado Valhondo fue un ser humano con una extraordinaria sensibilidad poética, porque se sentía vivo en el mundo con sus imperfecciones, anhelos, temores y pequeñas alegrías, igual que nosotros. La diferencia que existió entre él y los demás radicaba en que Valhondo era capaz de sentir y hacer que los demás (incapaces por falta de sensibilidad) sintieran con él y participaran de su espiritualidad. Así, mientras determinados hechos pasaban por delante del ser humano común sin que los advirtiera,  Valhondo los convertía en asunto poético pues, como dijo en una ocasión, «Mi poesía nace de todo», es decir, su poesía recreaba lo cotidiano con la naturalidad del que «va tendiendo las palabras en el alambre del verso, como ropa recién lavada»[29].

Y, aunque su poesía fue un medio, consiguió expresar sus sentimientos a través de una voz cálida, directa, limpia, sencilla, cercana y amable con una extraordinaria capacidad de comunicación y comunión, a través de la que descubrimos un corazón sensible y amplio, instalado en el cuerpo de un sesudo y meditabundo hombre maduro que llama la atención por su talante reflexivo, elegante y trascendente.

No obstante, consciente de que la poesía es comunicación, Valhondo no olvidó nunca al lector y, en esa espontaneidad innata de su lírica, también influyó la conciencia de que el poeta debe hacer posible esa comunión de sentimientos entre poeta y lector: «El escritor, sin dejarse llevar por el gusto de sus lectores, debe coincidir con el público. Si el lector no ‘entra’, goza, vive y sueña en el mundo que le crea el escritor, éste puede decir que ha perdido el tiempo lastimosamente. O que el escritor vive en otro ‘tiempo’, cosa que se da con mayor frecuencia en el poeta'»[30].

Jesús Delgado Valhondo fue también una persona humanamente apasionada, que puso en la expresión lírica el mismo calor que usaba en la conversación común; de ahí la calidez y la cercanía de su palabra poética y, también, la familiaridad que emana de su voz convertida en versos: «Recarga Jesús Valhondo el hondo crujir de sus palabras. Nos separa el corto diámetro de una mesa camilla; el chorro de luz que se precipita desde el flexo hasta los libros; las carpetas, los apuntes, poemas y libros que el escritor deshoja mientras recita. Pierde, en sus manos, el papel toda corporeidad y queda en sus labios la esencia del poema. En una habitación llena de libros, con una virgen de madera y un lagarto de bronce y un haz de bastones a disposición del propietario, surgen los versos de Jesús Valhondo. El poeta habla y recita; recita y habla y cae la tarde por las ventanas mientras el domingo decembrino se llena de locutores deportivos»[31].

En la poesía de Jesús Delgado Valhondo, nos encontramos en la calle y en el interminable camino de la vida. Por medio de él captamos el paisaje que, de otra manera, nos pasaría desapercibido. A través de su meditación hallamos alguna luz en los misterios. Con él aprendemos a estremecernos ante los asombros, a fijarnos en las cosas pequeñas, en los niños, en los seres indefensos, en la primavera, en las flores del campo, en el tiempo, en los demás. En definitiva, su poesía anima a seguir indagando en nuestra condición humana y mortal, en nuestras limitaciones y, trascendentemente, a buscar naturalmente a Dios, clave de la existencia del ser humano.

José María Bermejo escribió unas palabras muy agudas sobre el lirismo de Jesús Delgado Valhondo, que vienen a certificar estas afirmaciones: «He aquí al hombre común, ahogado en su propio misterio, al hombre ‘que lo único que hace es componerse de días’. Hombre común y dolorosamente propio. Con voz que le presta el poeta»[32]. Es cierto, Jesús Delgado Valhondo fue un hombre cotidiano repleto de sentimientos y con voz de poeta.

La lírica de la dignificación

Jesús Delgado Valhondo, a través de su poesía, consiguió que nos sintiéramos dignamente humanos, personas de carne y hueso, con corazón, sentidos y sentimientos, de tal forma que nos enseñó a conocernos a nosotros mismos, a través de la profundización interior en nuestra alma, como él hizo con su alma de hombre-poeta. Y, en nuestro desamparo, nos sentimos reconfortados por su inseguridad (que no es otra que la del ser humano universal), porque la nuestra se atenúa al palpar en él nuestra radical fragilidad. Y esto nos da vida y ánimos para afrontar nuestra existencia, muchas veces, dolorosa pues, por la fuerza que nos infunde su palabra, no nos dejamos arrastrar hacia el abismo, que es la nada.

Jesús Delgado Valhondo, a través de su poesía, nos vivifica y nos dignifica, porque se sintió como uno más, y de este modo, cuando habla de él y por él, está hablando por todos: «Nosotros hablamos del hombre de la calle. De nosotros»[33]. «Cuando conversamos con nosotros mismos, estamos conversando con los demás»[34]. «Es fácil darse a los demás. Es fácil ser la continuación de otros. Es fácil ‘socializarse’ «[35], aseguraba repetida y sentidamente.

Además, la poesía de Jesús Delgado Valhondo hace cierto el valor docente de la literatura en una sociedad tan tecnificada como la nuestra que ha rechazado las señas más íntimas del ser humano, los sentimientos. Y cumple una función humana, espiritual y social de especial importancia porque, visto así, se convierte en uno de los últimos reductos del sentimiento donde, junto a la lírica de otros poetas, la poesía de Jesús Delgado Valhondo quedará como muestra de las sensaciones más humanas, naturales y sentidas.

GENERACIÓN

Para adentrarnos en el estudio de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, después de analizar su personalidad lírica, es necesario definir su situación generacional con el fin de saber en qué época determinada de nuestra historia literaria se inserta pues, a partir de ahí podremos saber cómo participó de sus circunstancias y características y cuáles son las aportaciones personales, que explican su singularidad poética dentro del elevado plantel de poetas que, en todas las épocas de este siglo, han nutrido la lírica nacional y regional.

Después de la guerra civil, la línea continua del discurrir poético en el panorama nacional queda partida por las consecuencias de la contienda (muertes, exilio, traumas), que producen lo que se ha llamado la «generación escindida». Esta generación se caracteriza por la rehumanización de la expresión poética, que está representada por tres grupos generacionales, según la opinión de Víctor García de la Concha[36]: uno, el de los fundadores, formado por Luis Felipe Vivanco, Leopoldo y Juan Panero y Luis Rosales, que habían nacido entre 1901 y 1910. Otro, la segunda promoción, constituida por Federico Muelas, Dionisio Ridruejo, José Luis Cano, José García Nieto y Jesús Juan Garcés, nacidos entre 1911 y 1920. Y el tercer grupo integrado por los alumnos de la Escuela de Periodismo.

La generación escindida tuvo unas características, que se pueden resumir en las siguientes:

-Coincidencia de una corriente existencial que trata el tema religioso, social y humano, primero, en un tono angustiado y, después, esperanzado y solidario.

-Preocupación por la muerte, aunque con distinto tono.

-Persistencia de los temas religiosos y nacionales.

-Deseos de rehumanización en dos vertientes: una, la personal y, otra, la social, es decir, el poeta profundiza en su intimidad y a la vez sale de sí mismo y se preocupa de los demás.

-Interés por la renovación vanguardista mezclada con formas clásicas.

-Renuncia de los artificios poéticos y del cuidado excesivo de la forma, propio de una poesía que vuelve al sentimiento humano, al amor y el paisaje.

Para García Camino, Jesús Delgado Valhondo pertenece al grupo de los fundadores, es decir, al de Vivanco, los Panero y Rosales, principalmente por «el tono de relato confidencial, fluyente, temporal, de los sucesos del alma», que caracteriza a este grupo de poetas. Viola Morato también es de esta opinión: «Los motivos religiosos y existenciales, el mundo cotidiano y familiar, el misterio y lo sobrenatural acercan su obra [la de Jesús Delgado Valhondo] a la de Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales y otros componentes de la discutida ‘Generación del 36’, en cuya franja generacional Valhondo se sitúa cronológicamente»[37].

No discutimos la adscripción, que ambos estudiosos realizan de Valhondo, a la generación escindida pues, si aceptamos el método de las generaciones para situar temporalmente a un autor, el poeta extremeño pertenece por edad a ella y también por coincidir en líneas generales con las características apuntadas (aunque nunca de manera taxativa): temas existenciales, preocupación social por los seres marginados, enfoque religioso, humanidad, vacilación entre la angustia y la esperanza, preocupación por el tiempo y la muerte, intimismo, solidaridad y atención al paisaje.

Pero si la pertenencia a una generación supone escribir poesía de acuerdo con unas normas de grupo o de escuela, Jesús Delgado Valhondo no pertenece a ésta ni a otra generación conscientemente, porque no tuvo un interés premeditado en crear de acuerdo con modas ni tendencias dirigidas: «No he hecho mi obra en etapas. No he tenido etapas, ni tendencias; yo era de los pocos poetas que publicaban en ‘Espadaña’ y ‘Garcilaso’. Aunque influencias siempre se tienen y, sobre todo, al principio»[38].

Jesús Delgado Valhondo nunca se sintió atraído por lo que se escribía en la lírica nacional para hacer él lo mismo o algo parecido, sino para conocer tendencias, poetas y enfoques poéticos por curiosidad intelectual y estar al día, nunca para seguir la estela de una corriente poética: su estilo poético es tan de corazón, tan de sentimientos, es decir, tan propio que no puede circunscribirse a fronteras ni a tendencias literarias artificiales.

El mismo Viola Morato, que examina a Valhondo desde una perspectiva histórica, le reconoce un acierto que para nosotros es fundamental, pues a través de él podemos cimentar la idea de la independencia y la acusada personalidad de nuestro poeta dentro de su supuesta generación y entre los poetas coetáneos: «Uno de sus mayores aciertos fue rehuir las sucesivas ‘modas’ que conoce la poesía española de posguerra: La poesía pura, el garcilasismo y, más tarde, la poesía social»[39]. Aunque, añadimos, que no las despreció sino que las adaptó a su estilo, porque en la trayectoria de Valhondo encontramos características que, por ser universales, también hallamos en las distintas tendencias de la poesía a partir de 1939.

En Jesús Delgado Valhondo-poeta (que es lo mismo que decir Jesús Delgado Valhondo-hombre) mandó el corazón como reconoce Eugenio Frutos: «El caso de Delgado Valhondo me parece claramente el de un hombre física y sentimentalmente adscrito a su región, pero abierto a toda la producción española y a la influencia de las corrientes literarias de nuestra época»[40]. O Ricardo Senabre: «Sin estridencias, con seguro instinto, Jesús Delgado Valhondo ha ido construyendo a solas, impulsado por los manes lejanos de Machado y Juan Ramón, una obra lírica de acusada personalidad, no sometidas a modas ni regida por otros vaivenes que los movimientos de su corazón»[41].

Teresiano Rodríguez Núñez, director del periódico Hoy de Badajoz, hace este comentario a Valhondo en una carta: «Decir las cosas como tú sabes decirlas es un don; darnos consuelo a los demás con ellas, una generosidad». En estas palabras se encuentra la clave que explica, en buena medida, la poesía independiente de nuestro poeta: Valhondo escribió sus versos para él y para todos; se expresó tal y como lo sentía de una forma idéntica a como siente el hombre normal de la calle, el hombre universal o el lector que no busca una poesía intelectual de escuela o academias para satisfacer su placer estético, sino una verdadera interpretación de la vida, que le ayude a superar el día a día y le proporcione explicación a lo que presiente y no sabe explicar. Es decir, paz interior, esperanza e incluso inseguridad en la de otro, aunque sólo sea por el consuelo de coincidir en las mismas vivencias, que es lo mismo que decir pequeñas y fugaces satisfacciones, limitaciones y angustias, y no sentirse solo y abandonado en un mundo contradictorio, en el que se sabe imperfecto y mortal: «La voz amiga del poeta se derrama en nosotros, actúa como un bálsamo lenitivo y nos redime de toda pesadumbre al compartir la suya con la nuestra, porque sus palabras son mucho más que palabras»[42].

Jesús Delgado Valhondo puso punto y final a una conferencia, titulada «La Navidad en la poesía», con estas palabras: «Y sólo me queda desearos paz y felicidad. Toda la paz y la felicidad que a mi corazón le niega el destino», y Arsenio Muñoz de la Peña dijo: «En Valhondo las palabras son brasas de su personal incendio»[43]. Es decir, la angustia, que sintió nuestro poeta, es similar a la que todos sentimos y su incendio es idéntico al que todos llevamos dentro, pues no hay nada mejor en nuestro desamparo que sentirnos reconfortados por la inseguridad de los otros, pues este endémico sentimiento humano nos viene por creernos aislados, por sentirnos solos. La poesía y, especialmente la de Jesús Delgado Valhondo, nos hace partícipes a todos de la inseguridad universal del ser humano, que se atenúa al sentir a otros palpar nuestra radical inseguridad. Y esto nos da ánimos y nos da vida[44].

Además, la poesía sentida como la de Valhondo nos mantiene conectados  con los sentimientos humanos, que no tienen valor crematístico: «Amar a una persona, contemplar una puesta de sol o el mar o la naturaleza que renace en primavera, o a un anciano que soporta dignamente su decrepitud; cultivar la amistad; creer firmemente en un mundo mejor; ¡vivir!»[45]. Ésta es la poesía que llega, que interesa humanamente a todo aquél que vive, ama, medita y se siente partícipe del mundo, unas veces con gozo y otras con desesperanza, pero siempre con unos enormes deseos de comunión y comunicación con los demás.

Y en las generaciones, sin embargo, se suele dar una poesía sujeta a unas características de escuela que, por seguir los dictados de un maestro todopoderoso, resulta artificial. Incluso la voz de los poetas que las integran no es la del hombre común, sino la del ser humano metafísico, que se encuentra muy lejos de los problemas y anhelos del hombre cotidiano.

La poesía de Valhondo no se inscribe en ninguna generación ni sigue ciegamente a ningún maestro. Siente atracción por los clásicos pero ésta no se traduce en copia, sino en honda emanación y en reelaboración meditada y original, que se condimenta con un sentir sincero y consciente de la creación poética, que no sabe de vasallajes para labrarse un prestigio a la sombra del maestro, pues jamás tuvo que validar ni alabar sus sentimientos, porque nunca los pensó vender.

López Martínez aseguró que Delgado Valhondo «no se inmuta ante los bandazos de las modas literarias, humildemente seguro en sus creencias y posibilidades. Su evolución discurre de acuerdo con su más íntima etiología creadora». Y Cayetano Rosado afirmó que «Valhondo nunca hizo poesía social de lleno, aunque su generación siempre discurrió por esos caminos. […] Valhondo siempre caló más profundo todavía. Llegó al hombre. Lo miró. Lo examinó detenidamente, y se puso a hablar metafísicamente de él. Y fue a parar a Dios. Quiso, quiere unir a Dios y al hombre. He aquí su ideal»[46]. Es cierto, el ideal poético de Valhondo fue espiritual más que estético: la unión personal del hombre con Dios; y por ello luchó, se angustió y, como vio que resultaba imposible, soñó en ese momento extraordinario hasta que la realidad lo convenció de que era una empresa abocada al fracaso. Si hubiera perseguido un objetivo exclusivamente estético, su poesía habría tomado sin duda otros derroteros más propicios al lucimiento personal, pero hubiera dejado de ser el poeta sincero y sentido que todos le reconocían. 

No obstante, somos conscientes de que los poetas de su generación a nivel nacional también sintieron preocupaciones semejantes, pero no construyeron como Jesús Delgado Valhondo toda una poética en torno a un tema único (la soledad humana y la búsqueda de Dios), ni lo convirtieron en el anhelo preferente del ser humano universal, ni ahondaron ni perseveraron tanto en esa necesidad vital que en Valhondo se convirtió en centro no sólo de su poesía sino también de su vida como hombre y como espíritu, incluso cuando los temas de la lírica nacional siguieron caminos muy distintos, después de olvidar las preocupaciones existenciales. Continuar fielmente su camino, supuso para Valhondo ir en contra de la moda o del gusto oficial y de los intereses de editoriales o instituciones sin proponérselo y sin preocuparle su propio perjuicio.

Y es aquí donde Jesús Delgado Valhondo traduce las influencias diversas que sintió en originalidad, pues su poesía se convirtió en un medio aglutinador de las principales ideas estéticas y corrientes literarias de todo el siglo XX tanto en el contenido, donde consigue engarzarlas y darles unidad, como en la forma siguiendo una línea evolutiva gradual que va construyendo sobre la base de la tradición desde donde fue renovando insistentemente.

Una muestra de su irreductible independencia fue que hasta diecisiete años después de publicar su primer libro de poemas en 1944 (Hojas húmedas y verdes) con notable éxito ninguna institución pública extremeña ni nacional se decidiera a editarle un libro de poemas, a pesar de que le habían publicado seis libros colecciones privadas de Alicante, San Sebastián, Santander y Badajoz, cuyos promotores supieron valorar esa voz propia, impregnada de humanismo y sinceridad, que destacaba entre la de los poetas coetáneos regionales y nacionales.

En el panorama de la lírica extremeña, Jesús Delgado Valhondo también coincide en líneas generales con las características de los poetas coetáneos regionales (principalmente,  con las de Eugenio Frutos, Alfonso Albalá y José María Valverde): uso de las formas cultas (endecasílabos, sonetos), tradicionales (octosílabos, cuartetas, romances) y del verso libre y el versículo, que irá progresivamente incorporando a su lírica. Empleo de temas entre los que destaca el sentimiento religioso, lleno de fe serena y dudas angustiosas o la visión idealizada del paisaje, donde encuentra la presencia de Dios. Ausencia de la realidad de posguerra y una cuidadosa atención por los aspectos formales.

Pero vuelve a ser en el tema insistente de la soledad humana y la búsqueda de Dios, donde Valhondo se diferencia también de los poetas regionales coetáneos, pues ninguno lo usó como centro de su poética. Además, sus evoluciones respectivas los llevaron por caminos paralelos a las corrientes que se sucedían en la lírica nacional, mientras que Valhondo las incorporó sólo en el aspecto formal y en algunos detalles de estilo, pero nunca influyeron tanto en él como para hacerlo desviarse de la búsqueda que impregna espiritualmente toda su poesía. «Yo, triste de mí, no tengo generación ni otras cosas parecidas. ¡Qué se le va a hacer!», le dijo Valhondo a Tomás Martín Tamayo, consciente de su independencia y a la vez lamentándose de su soledad también en este terreno.

Esa soledad, que lo mantuvo siempre ahondando hacia dentro de sí mismo, es la prueba más contundente de su personalidad lírica y de su no adscripción a corrientes o modas. Valhondo, desde su conciencia, elaboró un tipo de poesía puramente personal, que sólo en la forma se pareció en alguna de sus etapas a la que se hacía a nivel nacional y no por un deseo de copiar o por agotamiento lírico sino porque su coherencia lo llevaba a conocer lo que hacían los demás y a no volver la espalda a la realidad.

Además, por ejemplo Viola Morato incluye a Jesús Delgado Valhondo en la tendencia arraigada de la literatura regional de posguerra, que tiene una visión positiva de un mundo armónico, pero esta postura amable no la encontramos en toda la poesía de nuestro poeta sino en momentos muy determinados y nunca como una visión generalizada de toda su poética que, por el contrario, se tiñe de angustia y de frecuentes preguntas a Dios, porque necesitaba saber las razones de un mundo y un ser humano enigmático. Por tanto, Valhondo no puede ser incluido sin más especificaciones en la concepción de un mundo armónico.

El enfoque con el que Jesús Delgado Valhondo convierte su búsqueda en la del ser humano universal (el hombre es su protagonista; en cambio, en Pacheco es el marginado y en Lencero el obrero), la persistencia con que la realiza y la voz personal con que cuenta paso a paso su crucial peregrinación y su trágico resultado es lo que distingue a Valhondo de sus coetáneos: «Su poesía no nace de la frialdad técnica ni se instala en al amaneramiento clasicista de los poetas de ‘Escorial’ y ‘Garcilaso’. […] Tanto por la temática como por los procedimientos expresivos, Delgado Valhondo aporta una voz personalísima a la literatura arraigada de la posguerra»[47].

Sólo encontramos una adscripción declarada por él mismo al grupo alicantino de Intimidad poética[48] que, por cierto, fue más una reunión de amigos apasionados por la poesía que un grupo sujeto a unas normas, al que Valhondo se adscribió en agradecimiento por publicarle sus primeros poemas. También sabemos que perteneció, al grupo sevillano Ángaro, en cuyo consejo de redacción se le incluía, pero éste fue un simple colectivo poético que no pertenecía conscientemente a ninguna generación, pues sus componentes exponían en libertad los sentimientos que le dictaban sus respectivos espíritus distintos.

Por lo demás, Jesús Delgado Valhondo no se adscribió conscientemente a nada ni a nadie. La muestra es que lo mismo publicaba en una revista de corte tradicionalista como en otras de tendencias más modernas; lo mismo leía a escritores cultos como se empapaba de literatura popular; igualmente se sintió atraído por nuestros clásicos como por la literatura experimental. En fin, de la misma manera se interesaba por los místicos españoles que por los simbolistas franceses. Valhondo poseía un espíritu abierto a toda creación sincera, viniera de donde viniera; luego unas manifestaciones influían en él directamente y otras, en cambio, las archivaba en su mente y pasaban a formar parte de su bagaje cultural y lírico.

Además, sus variadísimas lecturas literarias y filosóficas y la amplia relación de revistas en las que participó, fue suscriptor o simplemente leyó durante su larga vida, ofrecen una muestra fehaciente de su amplio espíritu y de que nunca se decidiera abiertamente ni se sintiera adscrito a ninguna escuela, corriente o generación.

La independencia de carácter de Jesús Delgado Valhondo es una singularidad fundamental no sólo en su vida como poeta sino también como hombre. Su capacidad autocrítica, sus deseos de superación humana y lírica, su independencia y su carácter inquieto no le permitían estar sujeto a normas ni a estilos determinados, porque él por un lado se autocontrolaba o lo ayudaban a controlarse Caba, Frutos, Senabre, Buiza, Pecellín y, por otro, no necesitaba copiar un estilo porque él tenía el suyo: natural, sencillo, humano y sincero.

Valgan estas palabras del mismo poeta para entender su concepción abierta de la poesía, cuando le preguntaron si la consideraba moderna: «No entiendo bien lo que quiere decir con eso de ‘poesía moderna’. Poesía moderna es aquélla que viene con un sello de originalidad, nueva, con propia luz, inventada por primera vez; entonces estoy conforme con la poesía moderna. Y todo poeta por el hecho de serlo, cuando con personalidad irrumpe en el mundo, es moderno, por nuevo… y por único»[49].

Por último, también debemos advertir cuando afirmamos la independencia de Jesús Delgado Valhondo que, a lo largo de la historia, se pueden localizar poetas que, a pesar de vivir en su tiempo, han construido su obra al margen de modas y corrientes, dedicados de lleno a seguir un camino personal previamente marcado. Por tanto, si admitimos que esos poetas independientes existen, no resulta descabellado hacer lo mismo con Jesús Delgado Valhondo y más cuando, aparte de las razones apuntadas, sus sentimientos personales e independientes se mantienen inalterables desde su primer libro de poemas al último, seguro de estar construyendo una poética con un objetivo premeditado y único.

No obstante, cuando tengamos que plantearnos didácticamente a qué generación pertenece Jesús Delgado Valhondo, podemos decidirnos por una postura intermedia que incluya la de García Camino, que por edad lo adscribe a la generación del 36; la de Benito de Lucas[50], que lo sitúa en la Generación de 1940, junto a José Hierro, Rafael Morales y Leopoldo de Luis, por su primera publicación (Hojas húmedas y verdes) de 1944; la de Viola Morato que lo incluye en la poesía arraigada, por su concepción religiosa, y la de Enrique Segura Otaño que lo inscribe en la poesía desarraigada, por su tono trágico y en ocasiones tremendista.

Es decir, las cuatro tendencias se incluyen en la misma corriente existencial que, en la segunda mitad de los años 30, se acentúa en nuestro país por las consecuencias nefastas de la guerra civil e impregna la generación del 40 y sus dos tendencias (arraigada y desarraigada). Por esta razón, Jesús Delgado Valhondo puede pertenecer a las cuatro, pues su obra poética es puramente existencial y participa en general de las características de todas sus manifestaciones, que muchas veces se confunden en las fronteras imprecisas que las separan.

Por tanto, se puede definir a Jesús Delgado Valhondo como un poeta inscrito dentro de la poesía existencial que, a partir de 1936, llena el panorama lírico español hasta finales de los años 40, cuando una nueva concepción de la poesía (la del Realismo social) ocupa su lugar. Esta definición tiene un valor doble, porque congenia las cuatro hipótesis y no desecha ninguna y al mismo tiempo Valhondo participa de todas por las razones apuntadas, es decir, pertenece a la Generación de 1936 por edad; a la Generación de 1940, por el año de publicación de su primer libro; a la poesía arraigada, por su sentimiento religioso, y a la desarraigada por la angustia que se respira en su obra lírica.

Además, el problema de conceptuar la trayectoria de un poeta con un nombre único que englobe toda su producción normalmente corre el riesgo de definir sólo una etapa de su poesía, pero con Valhondo no existe tal problema porque fue un poeta existencial desde el comienzo al final de su poética.

También nos seduce aún más esta solución aglutinadora el hecho de que, por una parte, Jesús Delgado Valhondo ya era existencial cuando aparece esta corriente poética en el panorama literario, pues sus primeros versos así lo confirman, de tal manera que el origen de su existencialismo no fue motivado por la guerra civil sino por intranquilidades espirituales de raíces religiosas, que comenzó a sentir cuando niño comprobó en él mismo la fragilidad y la imperfección del ser humano y después aumentaron con los continuos fracasos de su búsqueda de Dios y la concepción desencantada de la existencia, la vida y el mundo. Y, por otra, seguirá siendo existencial cuando esta corriente lírica desaparezca del panorama literario español.

«El existencialismo literario es el retorno del hombre a lo puramente vital» aseguró Valhondo definiendo la raíz filosófica de su poesía, cuyo centro es la misma vida. Como consecuencia, deducimos que indirectamente con estas palabras definió también su posición generacional, que no se sitúa por tanto en una de las diversas posturas de la lírica de la existencia, sino en pleno centro de esta corriente sin distinciones: «Hurga el tiempo en el alma de este poeta existencial. El tiempo es el mejor reloj de la existencia y Delgado Valhondo lo llevó puesto y a deshora siempre, porque se le escapaba, de ahí su angustia vital y el calificativo de ‘poeta existencial’ «[51].

Eugenio Frutos fue el crítico que realizó el análisis más profundo de las características de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, y también lo calificó de poeta existencial por estas razones: «Heidegger aseguraba que toda poesía auténtica es existencial en cuanto testimonia y funda el ser en la experiencia concreta de un hombre entero y en cuanto descubre, a esta luz del ser, al existente que yace, hosco y extraño en las tinieblas de la tierra. Y Delgado Valhondo fundó su poesía en su experiencia vital, al sentirse desamparado y finito en la tierra»[52].

COSMOVISIÓN FILOSÓFICA

Los estudiosos de la Filosofía coinciden en afirmar que esta disciplina surgió por el asombro del ser humano cuando fue consciente de que formaba parte de un mundo enigmático y de una realidad cambiante y que dentro de él existe una fuerza poderosa, idealista y lógica a la vez, que lo arrastra a desvelar ese misterio y esa variabilidad que envuelve su misma condición humana, su propia existencia y el mundo donde vive: «La admiración fue lo que movió al hombre a filosofar y el cambio y la multiplicidad de los individuos. Y, después, la reflexión sobre su doble experiencia: la de los sentidos (nada es igual a otra cosa, todo está en continuo cambio y evolución) y la de la razón (el mundo se rige por unas leyes universales invariables). Este contraste desgarrador provoca una incomprensión natural ante el movimiento y la caducidad de todo en el espíritu humano, que se debate en una lucha tremenda consigo mismo y con la doble realidad»; de esta manera explica Rafael Gambra el origen de la Filosofía[53].

Valhondo fue un hombre cotidiano, pero con una poderosa capacidad de asombro. Consciente de su condición humana y de formar parte del mundo, se interesó y se preocupó por todo y éste es el motivo de que sus percepciones de la realidad las hiciera trascendente en su espíritu. Se reconocía insignificante en la infinitud del universo y, por ello, asombrado ante la vida, la naturaleza y el poder de Dios. Esta avidez ante el asombro lo llevó a tener una concepción filosófica del mundo y de la realidad y a plantearse numerosas preguntas; cuando no obtuvo respuestas, inició una búsqueda desesperada de Dios para que se las respondiera y, ante la falta de explicaciones, se angustió:

 La Nada abre las alas

 y me picotea.

 El alma abre las alas

 y quiere arropar a Dios.

 Y Dios se escapa.[54]

Por este motivo, su obra poética se sustenta en un planteamiento filosófico existencialista, que hunde sus raíces en los clásicos de la antigüedad y llega a profundizar en nuestros maestros más remotos y cercanos, intentando desentrañar los misterios de un mundo y un ser humano que necesitaba entender, entre otras razones, para comprenderse a sí mismo.

La inseguridad, que le produjo el hecho de darse cuenta prematuramente de la imperfección humana, hizo que desde siempre tuviera un especial interés por los planteamientos filosóficos cuyo centro fuera la existencia (ésa que había sentido con tanto peso desde su más remota memoria), intentando desentrañar el misterio que la envuelve y encontrar alguna razón al dolor, a la soledad y al abandono del ser humano.

Será en este planteamiento donde se encuentre inmerso el sentido trascendente de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo y la base filosófica en que se asienta así como su sentido religioso, pues también era consciente de su dependencia de la divinidad:

Buenos días, Señor, a ti el primero

que eres historia y sangre de mis años.[55]

El descubrimiento constante de las cosas era lo que lo animaba en la vida diaria. Torcer una esquina por ejemplo le suponía encontrarse con cosas nuevas, recién creadas. Y este asombro es el que lo hizo poetizar la realidad en un primer momento, cuando el paisaje y el hombre le parecían manifestaciones perfectas de Dios.

Pero esta concepción idealista del mundo pronto se romperá cuando indague en ambos conceptos y se tope con que la naturaleza de la que formaba parte y el ser humano con el que recorría el camino de la vida estaban llenos de abundantes imperfecciones. Así, perdida la concepción armónica del mundo y del ser humano y acorralado por el tiempo, recurrirá a Dios para que le respondiera a preguntas como ¿para qué nacemos si somos extremadamente imperfectos? ¿cómo somos imperfectos si procedemos de la suprema perfección? ¿qué quiere hacer Dios con nuestro dolor y finitud? ¿qué desea conseguir con esa incesante muerte/resurrección a que somete al ser humano? y, sobre todo, ¿por qué el hombre ha sido condenado a estar solo?

Pero Dios no le contesta y entonces adopta una actitud angustiosa ante el cambio de las cosas, del ser humano y de él mismo, que lo hacen caminar hacia su destrucción y lo arrastran irremisiblemente a la muerte que, sin Dios, significaba la nada:

 […] muerte que vienes al fin,

 ¿Que no hay nada, sólo polvo,

 delante y detrás de mí …?[56]

Por esta razón en Jesús Delgado Valhondo se da ese contraste desgarrador del que habla Gambra ante la incomprensión de la caducidad de todo y esa lucha trágica consigo mismo por su condición finita y con la realidad cambiante por su carácter inestable.

A esto se debe añadir un componente típicamente valhondiano: la soledad, situación espiritual que lo llevó a escribir sus primeros versos y después a la búsqueda desesperada Dios, que terminó en fracaso rotundo y en una profunda conmoción espiritual. Así la soledad será el motor de su obra poética ante la constatación de la desgarradora y preocupante fragilidad del ser humano y de él mismo y, sobre todo, ante la incapacidad de traducir los enigmas con los que continuamente se topaba y especialmente con el problema de comprenderse a sí mismo como base para alcanzar a Dios y posteriormente entender el mundo.

De esta forma Jesús Delgado Valhondo llegó a convertirse primero en un estoico, porque estaba seguro de que todo sucedía necesariamente y ante la realidad sólo cabía adoptar una postura serena. Sin embargo su espíritu impetuoso, desconforme siempre con las actitudes resignadas, no pudo aceptar convertirse en un ser insensible (espiritual y social) y durante mucho tiempo luchó para no perder la esperanza de alcanzar sus anhelos. Pero cuando comprueba que el ser humano no era capaz de encontrar respuestas a los misterios del mundo cae en el escepticismo:

La calle queda sola

como un cerrado libro

y yo amueblo mi vida

con la vieja tristeza

de tarde de domingo.[57]

Por esta causa no resulta extraño que Valhondo, hombre de un tiempo que vivió intensamente con la pasión y la dignidad de ser humano, participe de la corriente filosófica existencialista que, arrancando de Kierkegaard, impera en Europa durante el siglo XX y en España arraiga sobre todo a través de Miguel de Unamuno, precursor del existencialismo filosófico.

Jesús Delgado Valhondo, existencialista desde que sus circunstancias personales lo hicieron estremecerse ante la fragilidad del ser humano, que muy niño experimentó en su propio cuerpo, llegó a la lectura de los grandes pensadores, especialmente de los existencialistas, a través de varios amigos filósofos: «Yo hablo de mis amigos los filósofos (Frutos, Caba, Muñoz Alonso, Pecellín…). He comprado un libro de Russell y me lo he leído dos veces. Leer Filosofía me divierte y me satisface»[58].

Sin embargo debemos advertir que Valhondo no fue un existencialista teórico por lectura, sino un existencialista práctico por vida:

[…] y bésame tan sólo en la inocencia

de los días de ayer cuando era niño

-y yo te descubrí por vez primera-.[59]

las lecturas vinieron después y confirmaron las intranquilidades que él había experimentado en su cuerpo y en su espíritu siendo niño:

En la pierna la llaga me rezaba

terror de mi niñez y donde un día

Dios infinito entre mi pus brotaba.[60]

 y posteriormente en la realidad de la vida cotidiana y sus circunstancias adversas. Como éstas encajaban perfectamente con las inquietudes que sentía, incidió líricamente en los temas típicamente existenciales, seguro de que su sentir tenía una traducción no sólo particular sino también universal, pues observó que no eran preocupaciones personales sino también del hombre:

Vamos como va el río

al mar. Nos lo dijeron.

No estamos un momento

con nosotros. Pobre hombre

    que no es él, sino el otro.[61]

De hecho otros poetas extremeños coetáneos como Alfonso Albalá trataron en su poesía el tema de la existencia y filósofos como Eugenio Frutos y Pedro Caba tenían una concepción existencialista del mundo que, como ya hemos comentado, constituyen el origen del enfoque filosófico de la obra poética de Valhondo. Y este existencialismo procede de Unamuno (por el que todos los citados sintieron una profunda admiración) y en Valhondo se convierte en una guía consentida y necesaria para encaminar rectamente y sin pérdida toda una obra poética, que tiene como norte las preocupaciones existenciales.

Así la filosofía de la lírica valhondiana, que se desarrolla principalmente a partir de su decepción sufrida en La montaña, tiene los siguientes planteamientos: el ser humano es un ente insignificante y caduco en el universo infinito, lleno de imperfecciones, intranquilidades y pasiones, acosado por el tiempo que lo arrastra irremisiblemente a la muerte ante la que se encuentra preocupantemente solo, porque Dios no acude en su ayuda:

Luego viene la muerte, sinuosa, femenina, fría,

su destino hacia el mío.

Ella se ríe detrás de mi espejo,

ella niévase en mi cabeza, carcajada de arrugas.[62]

De ahí que para Valhondo la vida fuera como un cárcel donde el ser humano se encuentra prisionero del misterio de la existencia y de algunos de sus semejantes que, por intereses personales, no quieren participar en una acción común y solidaria para pedir ayuda a Dios, que se sentiría compasivo si la petición la realizaran todos los seres humanos sin excepción.

Por estas razones la existencia de Valhondo, a pesar de sus anhelos de libertad personal y de sus inquietudes espirituales, sociales y culturales quedó varada en la sordidez de un entorno poblado por seres mediocres repletos de insulsas pasiones, tristes deseos e irrealizables quimeras, en el contacto con el dolor permanente del ser humano y la ambición desmedida de algunos semejantes, que provocaban ataques constantes a su dignidad personal y a la de los otros, tan indefensos y carentes de recursos espirituales e intelectuales como él.

Y lo peor de todo para Valhondo fue la falta de sensibilidad del ser humano ante la trascendencia de la vida, del tiempo y de la muerte y su desidia ante la necesidad de buscar a Dios para pedirle explicación de tantos enigmas a través de una poderosa voz colectiva, que conmoviera a la divinidad. Todos estos obstáculos insalvables consiguieron que adoptara gradualmente una concepción de la vida y del ser humano cada vez más triste y desencantada:

Porque somos un tiempo a montones de siglos

con el dolor ganado a tropezón con Dios,

encerrado en la piel, como en la jaula el canto,

esperamos que un día nos deshaga la luz.[63]

Así Valhondo, ante la postura inconsciente de sus semejantes que olvidaban la atención del espíritu y actuaban de forma contraria a la conciencia humana, primero buscó solo a Dios dentro de sí mismo, en su conciencia personal. Pero Dios se mantenía mudo, eludiendo el contacto con él, a pesar de ser parte de su esencia divina:

Y Dios parece que no quiere

hablar conmigo o se le olvida.[64]

Mientras, el poeta se encontraba inmerso en el río de la vida, aparentemente siempre el mismo y sin embargo siempre distinto en un proceso incesante de vida-destrucción que le resultaba angustiosamente paradójico, pues la vida nace de la muerte y a su vez genera de nuevo vida y así sucesiva e infinitamente en un imparable pasar y renovarse. O también el poeta se sentía pasajero de un fatídico tren (símbolo frecuente en sus últimos libros), que va dejando a los seres humanos abandonados en sórdidas estaciones, una vez que el tiempo los ha convertido en despojos y los entrega a la muerte:

Somos nosotros: simplemente.

-¡Pasajeros al tren!-.

Un tren que siempre marcha

dejando inquietas estaciones

al lado del camino.[65]

Atrapado en esta realidad desgarradora, sólo le quedó una solución: huir hacia adelante para reintegrarse a sus orígenes y volver al punto de partida donde esperaba encontrar el refugio y el descanso tantas veces anhelado junto a Dios (o a un ser superior) que, de una vez por todas, se dignara explicarle el misterio del mundo y las razones del enigma de la imperfección humana y de la muerte.

No obstante, debemos advertir que, por ese compromiso en desentrañar secretos, Jesús Delgado Valhondo no fue estrictamente un existencialista porque por una parte no perteneció conscientemente a la corriente filosófica existencial y, por otra, el peso de la existencia no lo convirtió en un ser inmóvil y resignado sino que, ante sus circunstancias, adoptó una postura activa. De ahí que quizás sea más acertado afirmar que Valhondo fue un raciovitalista, influido por Ortega y su concepción autónoma del ser humano, cuya idea central aseguraba que el hombre puede influir de alguna forma en su existencia, filosofando y actuando ante cuestiones que, por aparentemente inamovibles o por estar sujetas teóricamente a la razón, otros aceptan resignadamente.

Tal fue la preocupación existencial de Valhondo que sus intranquilidades espirituales lo llevaron a indagar buscando respuestas no sólo en los planteamientos vitales de filósofos contemporáneos y coetáneos, sino también en los clásicos más lejanos de la historia de nuestra cultura y de la cultura occidental. Así en su concepción filosófica del mundo aparecen desde Heráclito, Sócrates[66], Platón y Aristóteles a los filósofos cristianos (San Agustín y Santo Tomás) y los místicos y ascetas españoles (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa de Jesús).

Además buscó en la literatura española a aquellos autores que habían realizado un enfoque existencial de su visión personal del mundo y se vio atraído por la relación establecida por Quevedo entre el amor y la muerte; las imágenes con las que Calderón concibió la vida (como sueño y como teatro[67]); la nostalgia de Bécquer; la angustia modernista; el sentimiento trágico de la vida de Unamuno; la melancolía de Antonio Machado; la búsqueda de la esencia de la palabra de Juan Ramón; la presentida tragedia personal de Lorca; la tristeza vital de Alberti; el drama universal de Aleixandre; la preocupación existencial de Miguel Hernández y el desencanto personal y social que impregna en general la lírica de los poetas españoles a partir de la posguerra.

Y por último sus preocupaciones lo arrastraron también a indagar tanto en el existencialismo desencantado de Kierkegaard como en el enfoque esperanzado de poetas cristianos como Francis Jammes y Paul Claudel, a los que consideraba dos grandes poetas católicos. De Jammes le atrajo su extraordinaria sensibilidad para poetizar la naturaleza y Dios, que son el motivo de su lírica expresada a través de unos versos transparentes, intensos y fervorosos como su misma alma. Su novela Rosario al sol[68] le impresionó por su profundo lirismo.

De Claudel le llamó la atención que se hiciera católico estudiando liturgia, donde halló una intensidad poética inusitada y sobre todo que su poesía fuera la exposición lírica de su vida espiritual, a la que sirvió fielmente y expuso a través de una poesía religiosa, sonora y sentida: «[…] Quisiéramos tener presente la obra, para ejemplo, de estos dos poetas. Que oran, que aman y se eternizan. Y adonde nosotros quisiéramos llegar. Una meta ideal, en el tiempo, para el alma. El mejor y mayor premio para la vida»[69].

Por este motivo encontramos en la lírica de Jesús Delgado Valhondo muestras de esa atracción por ambos poetas en la intensa relación que encuentra entre naturaleza, Dios y ser humano; el verso impetuoso, límpido y repleto de humanidad y lirismo y especialmente la descripción de su experiencia espiritual y particular, que da a conocer la intensidad de sus vivencias como ser humano atento por igual a su cuerpo y a su espíritu.

Esta indagación en las posturas existenciales de todos los tiempos y todas las tendencias provocó que Valhondo vertiera en su obra poética ese sentimiento trágico de ser humano perdido en la infinitud del universo y del mundo, abrumado por una existencia que no pudo comprender y por unas imperfecciones que supo llevar con la dignidad de un hombre que sorteó como pudo sus circunstancias, unas veces esperanzado y otras fuerte y negativamente influido por una realidad enigmática y un Dios que no le respondía, a pesar de sus continuas llamadas, intentando encontrar primero explicación al misterio que envuelve la vida para contener su angustia y después justificación a su desencanto por la imposibilidad de entender su sentido existencial.

Por tanto podemos asegurar que en la poesía de Jesús Delgado Valhondo confluyen todas las preocupaciones existenciales que se formularon desde los pensadores de la antigüedad clásica a los contemporáneos y que, si no es posible afirmar la originalidad de sus ideas pues las toma de los filósofos citados como explicación y justificación de sus estados espirituales, es posible destacar cinco valores personales del contenido filosófico de su lírica:

1)La capacidad de aglutinar todas estas preocupaciones existenciales de tal forma que la idea del río de la vida de Heráclito aparece hermanada con la neoplatónica de San Agustín lo mismo que sucede con la trágica concepción de la vida de Quevedo o Calderón, que se encuentra ligada a la que sufrió Unamuno.

2)La originalidad de exponerla a través de la expresión lírica. La dificultad que en su misma esencia guarda la exposición de los pensamientos filosóficos ha llevado a los grandes pensadores a realizarla generalmente por medio de ensayos en prosa y sólo en algunos pensadores aparece expuesta en parte a través del verso. La obra poética de Jesús Delgado Valhondo recoge toda su concepción filosófica en este medio lírico y, por eso mismo, adquiere un valor excepcional dentro de la literatura basada en planteamientos filosóficos.

3)La dedicación de toda su extensa obra lírica a tratar estos temas trascendentes desde el comienzo al final. Si se tiene en cuenta que su poesía se encuentra repartida en dieciocho libros de poemas, sería lógico que sólo hubiera dedicado una parte de ella al tema existencial, pero no sucede así pues desde el primer libro al último se nota en el poeta el peso de la existencia. De tal manera que pocas obras líricas reúnen unitariamente esta característica temática y menos con tal extensión, coherencia y perseverancia.

 4)La exposición de sus preocupaciones existenciales con la voz personal de un poeta que aúna calidez, naturalidad y trascendencia. El tono del lenguaje filosófico se caracteriza por la dificultad de su expresión intelectual, la rigidez expositiva, la férrea racionalidad de sus argumentos y la nula creatividad lírica. En cambio, la poesía de Valhondo destaca por el tono cercano, sentido, espontáneo y transparente, que acerca con naturalidad temas enrevesados con una personal capacidad implicadora.

5)El protagonismo que adquiere en su obra lírica el hombre cotidiano, el verdadero de carne y hueso y no el metafísico de los grandes pensadores que, aunque algunos advirtieron explícitamente su intención de referirse al ser común, en realidad no pudieron desprenderse de su mentalidad filosófica y tomaron como protagonista de sus elucubraciones a un ser artificial fácilmente moldeable que en muchas ocasiones les sirvió para encajar sus ideas eludiendo incluso grandes interrogantes.

Un árbol solo, síntesis y símbolo de la cosmovisión filosófica de Jesús Delgado Valhondo

Un árbol solo fue el libro en que Jesús Delgado Valhondo realizó una síntesis lírica de su concepción filosófica del mundo. Por este motivo resulta necesario realizar una exposición del contenido trascendente de este símbolo capital en su poesía como ejemplo práctico para comprender el planteamiento filosófico de su obra poética.

Los temas y contenidos de Un árbol solo y por la razón expuesta de su poesía no pueden ser entendidos si no captamos el contenido filosófico (y por simpatía, religioso) que encierra, pues en este libro crucial desarrolla no sólo su concepción metafísica sino también religiosa del mundo y del ser humano cuando indaga en el misterio que envuelve la realidad y, para comprenderla, en la necesidad de religarse a Dios pues para Valhondo el sino del hombre era su búsqueda de la divinidad y su motor, la soledad que resultaba de no encontrarlo.

Así en el análisis de Un árbol solo hemos detectado que su concepción del mundo y del ser humano se basa en la concepción neoplatónica de San Agustín, la neoaristotélica de Santo Tomás y la existencialista de Unamuno:

1)Platón distinguió entre el plano ideal (mundo de las ideas) y el material (mundo de las cosas). El espíritu inmortal e infinito (la conciencia del hombre) se encuentra arrojado en el mundo de las cosas dentro de un cuerpo físico, mortal y finito, después de vivir en el mundo de las ideas, contemplando la idea suprema. El deseo (más bien, la angustia) de llegar a la divinidad le viene al hombre de no haber olvidado que una vez contempló la suprema idea, cuando en espíritu vivía en aquel mundo ideal y superior.

De ahí que Valhondo llegara a un momento en que pensó que «a Dios lo tenemos en nosotros mismos, y no hay que salir a buscarlo a la calle»[70], es decir, las ideas son individuales de cada conciencia y la realidad exterior es un espejismo creado por nuestra mente. Por esta razón la soledad no se encuentra en la realidad sino dentro de nosotros, en nuestra conciencia y, como cada individuo es una conciencia aislada, los demás seres no pueden ayudarlo ni ofrecerle consuelo. Por esto el único camino para llegar a la divinidad es a través de la conciencia individual, que se encuentra instalada en la soledad de cada ser humano:

(De pronto desciendes al fondo

a contemplarte

y en un espejo roto encuentras una misma

figura de ti mismo tan llena de sorpresas

que hasta te desconoces

encontrando otra vida,

otra manera de multiplicarte).[71]

San Agustín adapta este planteamiento pagano a las ideas cristianas y dice que el alma no preexistió en un mundo anterior, sino que fue creada de la nada por Dios e infundida a un cuerpo, en el que vive como en prisión anhelando siempre su bien, que sólo puede hallar en la posesión de Dios. El alma humana conoce no sólo las cosas concretas sino las ideas universales de las cosas iluminadas por Dios, que nos da así una especie de visión divina de cuanto nos rodea y se ofrece a nuestros sentidos. El entendimiento, la conciencia, es un «algo divino» y la contemplación intelectual se traduce en la entrañable relación del alma con Dios y en la natural aspiración del alma a retornar hacia su origen y su descanso. La contemplación y el amor abren al alma el camino de elevación ascética hasta llegar al éxtasis místico, donde adquiere el entendimiento que le faltaba para contemplar a Dios.

Por ese motivo, aunque el ser humano (y el poeta) no logra alcanzar a Dios en la tierra, lo anhela desesperadamente y, a pesar de sus reiterados fracasos, guarda la esperanza de recuperar su puesto al lado de la perfección que contempló mucho antes:

Asciendo hasta la cumbre.

Y bajo hasta mí mismo.

Me entierro en vientre de regreso.

Mas cobijo de madre necesito.

Más tierra que cavar dentro del cielo.[72]

 De ahí que Valhondo fracase y vuelva a intentarlo una y otra vez, subiendo continuamente una imaginaria montaña en un incansable peregrinar, que se repite infinitamente como el sino del ser humano que busca respuestas desesperadamente en la soledad de su conciencia individual. Sin embargo esta búsqueda frustrante, que por lógica debía haberlo hecho desistir, paradójicamente lo mantuvo activo pues, teniendo en cuenta un proverbio filosófico que dice «la búsqueda no tiene término, eso lo que le da valor a la búsqueda», la búsqueda frustrada de Valhondo tuvo el valor de hacer su vida soportable, porque mantuvo su esperanza.

La esperanza de la búsqueda por tanto consigue que Valhondo tenga fuerzas para subir una y otra vez a la montaña, a pesar de la dificultad que conlleva tal empresa:

Sueñan cumbres. Y la cumbre se deja contemplar

cada vez más lejos, más huida,

y nace una nueva soledad del tiempo muerto.[73]

Y de ahí también que el poeta desee subir a la cima, porque allí estará al lado de Dios; es el lugar más elevado de la tierra y, por tanto, situado más cerca del cielo, donde tradicionalmente el cristiano cree que se encuentra la divinidad, basándose en la única noticia que tiene de su presencia en la tierra, cuando entregó en el Sinaí (la Montaña) los Diez Mandamientos a Moisés.

La aspiración del hombre trascendente es la purificación del alma y su elevación serena a la contemplación de Dios y a la búsqueda de lo que realmente es a través de la virtud. De ahí que Valhondo esté continuamente intentando acercarse a Dios, suplicando su presencia y obteniendo silencio. De ahí también su soledad, que aparece al desear una manifestación materializada de Dios, cuando es un hecho imposible porque la divinidad es un ente espiritual y sin embargo, como ser humano, desea que se manifieste de una forma racional.

Pero el problema de la soledad es doble pues en el hombre coexiste la soledad interior, la de su espíritu que se encuentra en su conciencia, y la exterior que la agranda aún más porque el ser humano está solo, incluso cuando se encuentra con gente, porque la conciencia es espiritual, individual e intransferible y sólo puede llenarla Dios, como la soledad interior:

Habito mi soledad y la soledad me habita.

Es un milagro que hago cada día,

cada noche:

siempre que quiero, puedo;

lo sé.

La ilusión de vivir está

en crear la soledad a mi manera.

Mi doble soledad.[74]

 Por esta razón, mientras Dios no se manifieste, el ser humano se encontrará totalmente solo y esta doble concepción idealista de la soledad por tanto no aplaca sino provoca dudas en el poeta pues intenta resolver razonadamente una situación espiritual. De tal forma que llegado a un punto Valhondo advierta el error inútil de intentar acercarse a Dios racionalmente pues, como dijo Santo Tomás, Dios es una verdad suprarracional o, como aseguró Unamuno, Dios es indefinible y querer definirlo es pretender limitarlo en nuestra mente, matarlo y entonces es cuando surge la duda[75].

El hombre se encuentra solo porque su espíritu (porción de Dios y por tanto infinito) nota que le falta parte de ese componente divino espiritual que lo ligaba a la divinidad y por el que en un tiempo fue perfecto y feliz. Ahora en la tierra, lleno de imperfecciones, añora aquella parte que dejó en Dios y que lo sigue ligando a Él por medio de una fuerza absorbente que ni puede ni quiere eludir. Y es aquí donde radica el sentido religioso de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, porque en su conjunto es la exposición de sus deseos de conectar con Dios para volver a Él. Y de ahí también que con tanto anhelo busque a la divinidad y que su fracaso lo lleve a la duda existencial, cuando Dios no responde:

La cima que buscamos estará

en otro sitio,

en otro monte, más allá;

en otra fábula,

en otra forma ahorcada.[76]

Por esta razón el poeta inicia un proceso ascético con fines místicos para llegar a Él a través de su capacidad intelectual, de su conciencia, de su soledad porque entiende que al conocimiento de Dios sólo se puede llegar a través del entendimiento, estado que se alcanza con la virtud resultante de un comportamiento ascético, que lleva a la unión con la divinidad. De esta manera el ser humano, imperfecto, puede llegar al conocimiento ideal que es en definitiva Dios, el saber supremo, el que tiene las claves del enigma del universo y del ser humano, en un intento de alcanzar la felicidad, ese momento supremo cuando el intelecto descubre la verdad.

El problema para el poeta surge cuando comprueba que pocos seres humanos tienen la capacidad de acceder a Dios por su propio entendimiento y que él forma parte de esa masa de seres, cuyo intelecto no logra alcanzarlo. De ahí que en un libro anterior a Un árbol solo, El secreto de los árboles, Valhondo se quejara de que las palabras no le servían pues había agotado todo su valor para entender la realidad, es decir, se le había agotado su capacidad intelectual y por tanto su único recurso de llegar a Dios[77].

En esta situación el poeta queda en soledad, porque Dios no se manifiesta ni él es capaz de alcanzarlo. Entonces trata de sacar partido a su soledad, utilizándola como camino de acceso al estado intelectual del entendimiento y a través de él llegar a Dios. Por esta razón el poeta lo busca dentro de sí mismo, pues deduce que su alma y la divinidad son los dos polos fundamentales de la anhelada unión. De ahí que intente llegar a la divinidad a través de su espíritu, que se encuentra en la soledad de su conciencia, al ser un trozo del espíritu de la divinidad y, por tanto, consciente de tener parte de la esencia de su espíritu perfecto: «La certeza primaria para el hombre radica en su experiencia interior, vía hacia la verdad, que se ofrece con la claridad de lo propio, de lo personalmente vivido», dice San Agustín.

Si el alma y Dios son el fundamento de la unión deseada, el mundo exterior sólo sirve para descubrir en él los rastros de la divinidad, que animan a las cosas y fueron depositados por Ella en todo cuanto existe. De ahí la búsqueda de Dios que Valhondo intenta en libros anteriores a Un árbol solo por medio del paisaje y del ser humano, huellas de Dios en la tierra, y de ahí también la necesidad de los otros una vez que el paisaje deja de ser un camino válido para llegar a la divinidad.

2)Mezclada con la concepción neoplatónica, nos encontramos en Un árbol solo con el planteamiento neoaristotélico que realiza Santo Tomás de la realidad asegurando que no hay dos mundos sino uno sólo, el que vemos y palpamos. En él se encuentran las cosas del universo (entre ellas los seres humanos); cada una individualmente y a su manera tiende a una esencia universal: Dios. Este es el camino a la montaña en el que se junta el poeta con otro seres humanos que tienden, por una poderosa llamada interior, a la búsqueda de esa esencia común que para los cristianos tiene el nombre de Dios:

Seguimos eternamente subiendo

juntos la montaña,

humana masa de pan que a Dios mantiene.

La cima está tan cerca

como esa soledad que mana de nosotros,

cuando pasamos la gente,

los que vamos andando tierras,

silencios, noches, días, tiempo, […].[78]

Como el poeta no tiene capacidad intelectual para llegar al conocimiento de la divinidad, su sino es repetir la subida a la montaña infinitamente junto a los demás seres humanos hasta que su capacidad intelectiva logre alcanzarlo. El fracaso de la búsqueda de Dios a través de la «Soledad desnuda» (título de la primera parte de Un árbol solo) que realiza el poeta lo lleva a buscar a los otros tan anhelantemente como a Dios para consolar su soledad (que no logrará nunca apartar de él) con la de sus semejantes y, juntando todas, convertir la voz individual de cada ser humano en una poderosa llamada que atrajera la atención de Dios («Soledad habitada» y «Gente» -título de la segunda y tercera parte de Un árbol solo-).

3)Y, por último, en este libro crucial de su poética, Valhondo mezcla con los planteamientos filosóficos expuestos la concepción del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, que se puede resumir en estos pensamientos: «¡Ser, ser siempre, ser sin término, sed de ser, sed de ser más!, ¡hambre de Dios!, ¡sed de amor eternizante y eterno!, ¡ser siempre!, ¡ser Dios!».

Sed de Dios es el anhelo que persigue Valhondo y lucha entre la fe y la razón es la que se produce en su espíritu anhelante: «Siempre resulta que la razón se pone enfrente de nuestro anhelo de inmortalidad personal, y nos lo contradice. Y es que en rigor la razón es enemiga de la vida […]. Es un trágico combate, es el fondo de la tragedia, el combate de la vida con la razón», decía Unamuno. Ambos conceptos son los presupuestos básicos del pensamiento que vierte el poeta extremeño en Un árbol solo, compendio (no lo olvidemos) de sus libros anteriores (especialmente desde Aurora. AmorDomingo a La vara de avellano). Este es el motivo por el cual aseguramos anteriormente que explicando la filosofía recogida en Un árbol solo conoceríamos la de toda su obra poética.

También encontramos una explicación de la evolución experimentada por Jesús Delgado Valhondo desde que sale de su soledad, va al encuentro con los demás y se une a ellos en estas palabras de Unamuno: «El ‘no hagas a otro lo que para ti no quieras’, lo traduce él [el individuo que vive preso del instinto de conservación] así: yo no me meto con los demás; que no se metan los demás conmigo. Y se achica y se enfurruña y perece en esa avaricia espiritual [«Desnuda soledad»]. Más así que el individuo se siente en sociedad, se siente en Dios, y el instinto de perpetuación le enciende en amor de Dios y en caridad dominadora, busca perpetuarse en los demás, perennizar en su espíritu, eternizarlo, desclavar a Dios [«Soledad habitada»],  y sólo anhela sellar su espíritu en los demás espíritus y recibir el sello de éstos [«Gente»]. Es que se sacudió de la pereza y de la avaricia espirituales».

Sin embargo, como dijo Eugenio Frutos, “en Valhondo Dios es sentido, no pensado abstractamente o razonado» pues Dios es una vivencia no una idea filosófica de ahí que, en su poesía, la divinidad sea un protagonista más que se codea con el ser humano de tú a tú. En este planteamiento es donde se distingue el poeta extremeño de Unamuno porque, aunque el rector realiza un gran esfuerzo por presentarnos a un Dios cercano, no lo consigue pues no deja de ser un ente ideado por la mentalidad trascendente de un filósofo.

Quizás en la génesis de la concepción filosófica de Un árbol solo, donde Valhondo resume su concepción de la existencia humana, también esté presente la actitud adoptada por el poeta polaco Rainer María Rilke ante la realidad, pues los planteamientos vitales de ambos poetas coinciden: «Su vida fue una entrega total a la poesía, a la profundización en el yo, en el misterio del hombre. De ahí su gran aliento metafísico y religioso, a más de su lirismo»[79].

No obstante, aunque el aliento de Valhondo fue siempre apasionado, al final de su vida cae en el escepticismo y, aunque era consciente de que debía haber un ser superior, no lo identificó con Dios, sino con un ente supremo indefinido, porque sus continuos fracasos en la búsqueda de la divinidad lo llevaron a desconfiar de que el Dios que había buscado con tanto anhelo fuera el mismo que, en su etapa inicial esperanzada, había anhelado. Por este motivo Valhondo al final de su vida actúa racionalmente y piensa que un ser supremo, por deducción lógica, lo tenía que estar esperando, pues todo ser humano que nace debía volver necesariamente al lugar de donde partió.

CONCEPCIÓN RELIGIOSA

La necesidad vital que empujaba a Jesús Delgado Valhondo a buscar respuestas sobre las múltiples interrogantes del ser humano y del mundo donde vivía, lo llevaron a tener un sentido religioso de la vida  muy arraigado.

Sin embargo su religiosidad no era de comunión diaria ni de fiestas de guardar, sino realmente sentida y vivida. Su conciencia de hombre religioso (no de poeta que usaba el tema religioso) lo arrastraba a anhelar constantemente a Dios que por un lado lo ayudaba a ser fuerte y, por otro, lo llenaba de tristeza y desesperanza, porque se le escapaba con frecuencia y no le daba respuestas a sus preguntas ni solución a su desamparo ni calma a sus temores que cada vez se le hacían más agudos en su soledad espiritual[80].

La religiosidad de Valhondo tampoco fue producto del existencialismo filosófico en el que tanto indagó sino de la influencia de la realidad cotidiana, viendo sus imperfecciones físicas y sintiendo sus limitaciones espirituales (o lo que es lo mismo, su aterradora fragilidad que era lo que más lo estremecía); observando el paso y el peso del tiempo en él y en los demás; ansiando la presencia de Dios para aclarar su desorientación y la de los otros, mientras subía trabajosamente a la cima de una inalcanzable montaña, en la que esperaba encontrar el descanso y las respuestas que colmaran sus anhelos terrenos y eternos.

A la pregunta «¿Ha sido usted religioso?» contestó: «Mucho, y mi familia también. Mi madre era terciaria franciscana y mi hermana murió a los 40 años con una fe tremenda. Yo he tenido temporadas alejado de la Iglesia, quizás quien más me haya separado de ella sean los curas, pero siempre he sido profundamente religioso, cuando se proclamó la República me encontraba en Santa María la Mayor de Cáceres. Todo hombre es religioso y todo el que medita se hace creyente; en esto me pudo influir mi enfermedad infantil. Yo he sido siempre un cristiano-base con una postura crítica»[81].

Esta respuesta sentida y vehemente muestra a un ser naturalmente religioso, que elude grandes planteamientos metafísicos y se centra en la realidad del contacto directo con Dios, sin intermediarios, como cualquier persona de la calle que no entiende los planteamientos maniqueos de la religión oficial y se deja llevar por su instinto humano y su ligazón con la divinidad, a la que se siente unido por un vínculo,  formado por una mezcla de amor y temor.

De ahí sus vacilaciones religiosas, unas veces convencido y otras, muy crítico: «Yo soy muy variable. He tenido temporadas de un misticismo tremendo y otras no», decía. Y también de ahí sus dudas: «Uno se escucha a sí mismo, oímos unas palabras antiguas ¿hemos dudado alguna vez? ¿Cuántas veces hemos clavado a Cristo? Dan ganas de desclavarlo y ponernos en su lugar»[82]. Su religiosidad por tanto fue producto de una relación tempestuosa con Dios, cuyos silencios lo llevaron a entablar una angustiosa relación unidireccional, en la que se debatió constantemente entre la fe y la razón.

Por este motivo, Valhondo fue un ser agónico, que podría haber protagonizado cualquier novela de Unamuno. Es decir, era consciente de sus dudas, las asumía y continuaba a pesar de la angustia que le producían con su compromiso cristiano de hombre trascendente y comprometido: «En Semana Santa, cuando hay una procesión en la calle, se realiza una representación del drama íntimo y profundo de la humanidad. Y hay que entrar en escena. Que estamos invitados a coger la cruz. Porque estamos viviendo más que nunca en Dios para crecer espiritualmente, que es una hermosa manera de crecer»[83].

Pero, hombre de acción y con capacidad crítica, pensaba que no se debía conformar con las verdades oficialmente establecidas y que tenía el deber de seguir buscando, aunque eso supusiera debatirse entre la férrea creencia y la duda angustiosa: «Yo tengo un soneto titulado precisamente así ‘La duda’, donde se habla de esos pasos que vas a dar y no sabes si hay un escalón o un abismo, o tienes que levantar el pie porque el escalón es alto»[84].

Sin embargo la certeza de que el ser humano procedía de Dios y que a Él tendría que retornar tarde o temprano en un ineludible ligarse de nuevo es lo que lo llevó a intentar una y otra vez la unión con la divinidad, consciente de que Dios a pesar de sus continuos silencios no podía olvidar a una parte de Él: «Siempre me he fijado en la creación del hombre, que es un soplo de Dios, no cabe duda. Es parte de Dios. Todo hombre es Dios, porque le dio el espíritu, su soplo de vida, una parte suya. Dios es mi amigo, se me escapa, vuelvo a encontrarlo»[85]. Esa seguridad es la que lo llevó a sentir una religiosidad natural, directa, de tú a tú, de estrecha relación filial entre padre e hijo: «Dios es la historia de mi vida. Lo busco como busco a mi vida»[86].

Valhondo buscó a Dios primero yendo detrás de él anhelantemente; de ahí sus crisis religiosas y la asistencia a cursillos espirituales: «Mi ansia de buscar a Dios ha sido tremenda», confesaba. Después, angustiosamente y por último con el paso de los años más equilibrada y reposadamente, aunque esta actitud no estuvo exenta de un sutil escepticismo: «Es inútil salir en busca de Dios por las calles, porque va tan deprisa que no lo alcanzas; no se puede salir en su persecución. A Dios se le alcanza cuando uno está sentado, porque a Dios lo tenemos dentro de uno mismo», decía[87].

Ante esta certeza llegó a la conclusión de «que cada uno tiene un dios particular. Dios puede ser un amigo y puede ser un hombre que viene del trabajo. En la biblia se dice que el hombre es Dios hecho a su imagen y semejanza»[88]. Este continuo diálogo con Dios que entablaba en medio del dolor y la soledad, es lo que convirtió a Valhondo en una persona extremadamente espiritual hasta el punto de asegurar que la poesía era la materialización del dolor provocado por Dios al ser humano: «Poesía es lo que destila un corazón cuando la mano de Dios lo aprieta»[89].

El hombre comienza a sentirse frágil ante el mundo y la vida, cuando comprueba su insignificancia, y Jesús Delgado Valhondo la sintió demasiado pronto al ser vapuleado tempranamente por la enfermedad. De ahí que su poesía respire en muchos momentos una fragilidad arraigada y muy humana[90]. A lo largo de su vida irá aumentando en él esa sensación de fragilidad, que será la causante de la necesidad de buscar a Dios, porque se sentía dependiente de Él. Esa urgencia por encontrar a Dios será la que marque el sentido religioso de su vida y de su poesía: «‘Todo Hombre es religioso’ le he oído decir a Pedro Caba; el ateo lo es también, pero de otra manera. El hombre está hecho para depender de alguien»[91]. Esta religión, auténtica y próxima, por sentida y cotidiana, es la que nos transmite en su poesía[92].

No obstante la religiosidad de Valhondo, aunque natural y sencilla, tiene un soporte intelectual en la ascética y la mística española, pues no en vano se sintió atraído por los poetas representativos de estas tendencias religiosas. Por un lado siempre tuvo un deseo enorme de perfección, de atención al espíritu más que al cuerpo. El silencio, la soledad y la meditación, conceptos primordiales para él, también lo son de los ascetas que en un ambiente recogido y sereno limpian su espíritu, lo equilibran y lo preparan para ir en busca de Dios y de la verdad. Como consecuencia, muchas veces Valhondo hizo confesiones de sus errores y de sus quimeras como ejercicio de limpieza espiritual, sin importarle lo que dijeran los demás («Humano, ¿y qué?» exclama en uno de sus poemas después de descubrir sus defectos e intranquilidades), porque su interés se centraba en su tranquilidad interior, aislado de todo materialismo y de todas las pasiones.

Por otro lado a Valhondo se le puede calificar como un místico por su deseo constante de llegar a Dios, al que buscó incesante y quiméricamente en la calle y en el silencio de la casa, en la iglesia y en el campo, en la aurora y en el crepúsculo. Pero la última etapa mística, la unitiva, le resultaba frustrante porque Dios se le escapaba siempre cuando creía tenerlo al alcance de la mano:

Después, abro la puerta,

me suelta Dios, se marcha.

Yo ando por las calles

buscándolo. Son vanas

las vueltas que le doy

a la ciudad soñada.

Si alguna vez lo veo

va lejos, se me escapa.[93]

Sin embargo no abandonaba tras sus fracasos; insistía, rogaba, protestaba, se desesperaba o se esperanzaba como un ser humanísimo, que hizo de su compromiso vital una bandera de autenticidad, basada en su inconformismo ante lo que no entendía y quería saber, porque la realidad le anunciaba su procedencia divina pero a la vez le hacía sentir su contradictoria naturaleza mortal, que lo arrastraba a estar constantemente en lucha consigo mismo y con los demás, mientras el tiempo lo ponía poco a poco más cerca de la muerte.

Valhondo siempre sintió una gran curiosidad por conocer y averiguar por sí mismo lo que había detrás de las cosas: «Yo he llegado a mirar por la llaga de un Cristo que, retorcido en una cruz, había en una iglesia de Cáceres o he ido a un museo donde había sepulcros vacíos, y me he tendido en uno para sentir esa sensación o he meditado en la celda vacía de un convento. Cuando se descubrió un pasadizo, que va al teatro romano de Mérida, fui el primero que me atreví a entrar para sentir el espíritu de las personas que por allí habían pasado», nos contaba con el atrevimiento del que quería saber más en un intento por descubrir misterios y sorprenderse con los asombros. Por esta razón el tema religioso le interesó tanto y sobre él leyó y meditó hasta la saciedad más humana, queriendo encontrar una luz que guiara su camino hacia Dios para religarse de nuevo con Él.

Pero todo concluyó en un tremendo y estremecedor fracaso, porque Valhondo comprendió que la imperfección humana, aliada con el silencio paradójico de Dios, convertía al hombre en un solitario incurable incapaz de comprenderse y menos de llegar a la divinidad. No obstante en su último libro, Huir, transmite una esperanza, aunque imprecisa:

VOY porque hay alguien

que me está esperando.

No sé quién es

pero me está esperando.[94]

La profundidad de la poética de Jesús Delgado Valhondo es el resultado de la meditación y la reflexión en sus circunstancias existenciales y espirituales, que forman un conglomerado de vida y poesía perfectamente urdido en su alma, después de vivirlo en su experiencia cotidiana y anímica. Por este motivo en la poesía de Jesús Delgado Valhondo existe una religiosidad arraigada y realmente sentida. Su alma de hombre-poeta necesitaba religarse a Dios desde su sentimiento más desnudo y profundo, intentando buscar respuestas y calmar sus inquietudes que, como hombre y parte de la obra de Dios, constantemente le invadían ansiando conocer a su creador que se había convertido en su norte y su tabla de salvación una vez que el mundo y el ser humano dejaron de ser puntos de referencia válidos para entenderlos y comprenderse.

No obstante la religiosidad de Jesús Delgado Valhondo no coincide con la versión ni con la postura oficial de la Iglesia, porque superficialmente adoptó una actitud semejante a la erasmista que exigía más espiritualidad y menos artificio en la relación con Dios e íntimamente era partidario de una relación personal con la divinidad sin intermediarios, parecida a la de los protestantes, y no congeniaba con el boato de las celebraciones multitudinarias de los católicos: «Yo soy un hombre religioso, sí. Creo que cada poema es una especie de oración. Sin embargo soy bastante anticlerical»[95].

Ésta es la razón de que toda su obra poética sea un ejemplo de cómo el ser humano puede seguir un camino directo a la divinidad ahondando en su espíritu, y no precisamente para buscar el consuelo ante la muerte que es en definitiva lo que desea el católico oficial, sino para algo más profundo y trascendente: conocer su origen, el sentido de la vida, las razones de la muerte y la existencia de la inmortalidad como forma de perduración espiritual de su naturaleza finita.

Para Valhondo el ser humano no necesita de ritos ni intermediarios que desvirtúen y hagan engañoso el camino a la divinidad, pues la virtud que dignifica al ser humano ante Dios es el deseo ferviente de perfección, de búsqueda, de desentrañar el misterio que lo envuelve, de ir más allá de la realidad y en definitiva de buscar la dignidad que como ser humano le corresponde hallando respuestas a su contradictoria imperfección y su paradójica doble naturaleza: «El fondo teísta, no sé hasta qué punto católico de Jesús Delgado Valhondo, trasciende las apariencias de la realidad: es cuando su metáfora rebasa el ‘aquí y ahora’ y, por interiores cuasi inefables, da noticia de una presencia invisible que traspasa el mundo inmediato y visible con un mensaje intemporal»[96].

Esa valentía comprometida (e incluso temeraria), que para Jesús Delgado Valhondo debía adoptar el ser humano ante la existencia, tenía su modelo en Jesucristo que es la parte humana de la divinidad, ejemplo de compromiso pues,  aunque pudo eludir su responsabilidad, tuvo la enorme dignidad de enfrentarse a su doloroso sacrificio. El hombre para Valhondo debía aceptar su compromiso humano y espiritual y no refugiarse en la apatía ni en la intrascendencia del materialismo, porque nunca se encontrará a sí mismo ni hallará respuestas ni por tanto sentirá jamás la satisfacción de la lucha por conocerse: «Jesús entró en Jerusalén rodeado de niños, de mujeres y de hombres de pueblo. Igual que nosotros. Tenían en él la mirada y la confianza. Querían justicia, amor. Esperaban. Y ya veis vosotros lo que sucedió. Le pegaron, lo escupieron en la cara, lo martirizaron […]. Sobraba Cristo allí. Les estorbaba. Cristo era la verdad y les molestaba la verdad. Y lo llevaron calle arriba, como por nuestra calle. ¿Cuántas veces hemos llevado delante a Cristo sangrante y no lo hemos visto o no lo hemos querido ver?»[97].

Por esta razón, aunque Valhondo llenó su vida de la angustia que le producía su búsqueda, experimentó el gozo inefable de la esperanza que supone la presencia cercana de la divinidad y el sentimiento de formar parte de ella: «Dios es para mí ‘melodía que llena los espacios» dice en un verso de Inefable … Y esta experiencia directa con la divinidad, Valhondo no la quiso guardar egoístamente para él solo sino que la compartió, consciente de que todos los seres humanos formamos parte de Dios desde nuestra soledad particular: «Me encanta tu religiosidad vivida y práctica que te lleva a comulgar cada día con los hombres en sus más diversas situaciones. Me encanta que sigas subiendo el ‘monte’ de tu árbol solo»[98].

PERCEPCIÓN DE EXTREMADURA Y SU PAISAJE

La mejor muestra de la espiritualidad de Jesús Delgado Valhondo es la concepción del paisaje de su tierra, porque en ella se reúnen traducidos líricamente los aspectos antes tratados (observación, meditación, silencio, asombros, religión): «Mi pasión por la tierra es y fue tal que la he visto hacerse hombre y a la tierra hombre en el hombre, en el campesino»[99].

El aprecio de Valhondo por la naturaleza procede de su idea de religión, pues intentó religarse a Dios a través de su obra aprendiendo a sentirla y a quererla porque comprendía que el hombre formaba parte de la creación. Y aunque fue consciente de que en ella era un elemento insignificante, tenía un papel fundamental que desempeñar dentro de la concepción universal de Dios, en la que la naturaleza constituía el medio físico donde se desarrollaba la existencia humana y espiritual del hombre y su relación con la divinidad: «El principio de amor a la patria está, sin duda, en el paisaje. Muchos no conocen la historia y aman a su patria, porque aman a su tierra, fecunda o seca, con piedras o con hierbas, con olivos o con álamos. La aman, porque la tienen metida en el alma. Sobre todo, el paisaje»[100].

De esta manera entre poeta y paisaje se estableció una estrecha relación espiritual, porque Valhondo sentía que de él había surgido, que a él pertenecía y al paisaje volvería finalmente cuando su cuerpo fuera entregado a la tierra; ésta es la razón de que la leyenda esculpida en su lápida diga: «Ya soy tierra extremeña». Valhondo experimentaba en su propia carne sentimientos de estar ligado a Dios y a la tierra, de la que el paisaje, «el mejor ladrón del corazón humano» (según sus palabras), era su alma. Por esta razón, iba con frecuencia al campo, a contemplarlo y escucharlo, a sentirlo física y espiritualmente: «Nos agrada ir descubriendo insectos. Observamos las hormigas, las arañas, las mariposas […]. Recogemos plantas. Buscamos sus nombres: hierba de la sangría, el digital, el oloroso tomillo y el excitante poleo […]. Miramos el campo a lo ancho y a lo largo»[101].

El amor de Jesús Delgado Valhondo por su paisaje llegó a tal extremo que en sus paseos campestres iba a «oír crecer la hierba» y para contemplarlo mejor se llevaba prismáticos y lupa. Más filosóficamente, aunque no con menos sentimiento, Valhondo declaró en una ocasión: «Me entusiasma el campo, porque me encuentro más profundamente a mí mismo. La soledad se me hace coloquial».

A través de la contemplación del campo extremeño, Valhondo llegó a la idea de que Extremadura tenía unas características particulares, que la diferenciaban de otras regiones y que la idea de patria no es otra que nuestro cuerpo es tierra de un determinado lugar, del que somos dependientes al influir fuertemente en nuestro carácter y nuestro ánimo por su colorido, silencios, clima, musicalidad, movimiento, aroma, transformaciones, porque el paisaje sin avisarnos se apodera de nuestro espíritu al que moldea, alimenta, da vida y queda atrapado para siempre por ese lugar en el que tenemos nuestras raíces. De tal forma que, cuando nos alejamos de él, sentimos un nostálgico destierro y un imperioso deseo de regresar a nuestro paisaje hasta el punto de que, cuando sentimos morirnos, pedimos que nos entierren en él: «La vuelta a la naturaleza es una vuelta también del hombre que vivimos cotidianamente, hacia lo que fue. Se huye de la ciudad para ganar la gran batalla de sus instintos. Despojarse de culturas es tan necesario como despojarse de ropas ante el mar. Es quedar más puro y verdadero. Huir de la ciudad es encontrarse uno más cerca de sí mismo. Una huida victoriosa. No cabe la menor duda»[102].

Tanto preocupó a Valhondo conocer su tierra, que indagó en personas y libros para descubrir la esencia de Extremadura, hasta llegar a la siguiente conclusión: Extremadura es una unidad de tierras, una personalidad, una hermosa nación: «Al cronista le ha preocupado siempre mucho su tierra: Extremadura. Procuró enterarse de su cultura. Estuvo metido en lecturas y amistades con libros y arqueólogos, porque quería saber la raíz de su existencia. Saberla y removerla hasta las simas, hasta ese punto oscuro que nos absorbe». También estaba convencido de que Extremadura era una mentalidad, una filosofía, una manera de ver la vida y el mundo: «Extremadura es un espíritu que sólo se aprehende cuando se ha leído a sus autores y se ha escuchado a los hombres y mujeres de los pueblos»[103].

Valhondo, extremeño arraigado amorosamente a su paisaje, consideraba al pueblo una fuente de inspiración de primera mano, porque de él había surgido la danza y la canción y de éstas el arte y la ciencia, de tal manera que para él el pueblo era el único lugar donde se puede encontrar la Extremadura auténtica: «Es posible que me decidiese a venir porque soy extremeño de pura cepa y, naturalmente, me gusta estar entre los hombres de la tierra. Hablar con ellos, beberme un vaso de vino, si es tinto mejor, con ellos. Reír y también sufrir con ellos. Porque escuchadme: hoy para buscar a un hombre hay que venir a un pueblo como Torremayor. Hay que venir aquí si deseamos de verdad encontrar las raíces de nuestra existencia como extremeños, como hombres de la tierra. Ya veis vosotros por qué estoy aquí. A ganar mi jornal de extremeño. A encontrarme un poco a mí mismo en vosotros»[104].

Estas sentidas palabras son una muestra no sólo de la unión espiritual que Valhondo experimentó con su paisaje y su gente, sino también del conocimiento profundo de su alma, que lo convirtieron en un gran valedor de sus sentires, tradiciones y costumbres con las que solía ilustrar las conversaciones sobre su tierra: «Pasear junto a Jesús era un ejercicio de sabiduría popular, de exaltación de lo extremeño», aseguró Santiago Castelo.

Valhondo sintió tanto a su tierra y de una forma tan estrecha que afirmó contundentemente: «De fuera podrán venir a enseñarme a decir y a escribir. Pero nunca jamás a amar a mi tierra y a mis gentes. Porque esto es lo mío. Nadie ama a su tierra -dijo alguien- porque es grande, sino porque es suya y ésta mi tierra extremeña donde nací y donde quiero morirme y donde deseo ser enterrado. Y vosotros sois mis amigos, mis paisanos; los que amamos el mismo paisaje, los que nos sentimos con la ropa de la misma tierra»[105]. Incluso a su tierra no sólo le perdonaba haberse visto obligado a publicar muchos de sus libros fuera, sino que a este hecho le encontraba, orgulloso, un beneficio para ella: «Me publicaban los libros fuera de Extremadura, pero para escribirme lo tenían que hacer a una dirección de Extremadura».

Como buen maestro, veía en el paisaje un excelente pedagogo. No en vano en una ocasión declaró convencido que el lugar donde encontraba su máxima inspiración era sentado debajo de una encina en agosto para meditar mientras observaba el paisaje. Por este motivo lo recomendaba a padres y maestros como libro en el que el niño y el adolescente podía cimentar su cultura espiritual e intelectual, conocer su tierra y a través de ella a sí mismo por una sencilla razón: «Sólo se quiere lo que se conoce».

La Extremadura clásica, castiza y eterna, para Valhondo, era la que se situaba entre el Tajo y el Guadiana, los dos ríos de la tierra extremeña que ejercen una notable influencia espiritual sobre ella y sobre el extremeño, porque no en vano el hombre tiene un nacimiento, un recorrido y un final como los ríos, es decir, un parentesco con ellos a través del espíritu de ambos. Además los ríos inciden materialmente sobre la tierra, porque su agua le da vida, la hace fructificar y renacer cada año.

El Tajo fue para Valhondo «un río cargado de secreta nostalgia. Templa su agua -acero, a veces; otras, cielo hondo -entre canchales agudos donde canta- y se silencia- y se virtualiza»[106]. Y el Guadiana, contrapunto y a la vez complemento, «ya demuestra su coquetería femenina en ese aparecer y desaparecer, en ese asomarse y ver y esconderse para reír, trae historias y leyendas a Extremadura de lagunas y de huertos, de margaritas y pies desnudos entre juncos, de culebras al calor»[107]. Hondura y placidez, características respectivas de los dos ríos de Extremadura eran, precisamente para Valhondo, los dos extremos del espíritu del extremeño, que moldean su carácter rudo y afable, árido y humano como la tierra extremeña, unas veces dura y otras generosa.

La Extremadura auténtica era la de la encina, el olivo, el trigo, las grandes extensiones de tierras de pastos y el clima «que besa o castiga denodadamente»[108] y además la del tiempo que pasa lentamente en silencios palpables, donde el ser humano encuentra más lúcidamente su soledad, cuando se siente en comunión con el paisaje: «Extremadura es una ‘soledad sonora’ que hay que oírla, pasarla por el corazón y transcribirla con sangre»[109]. Al norte del Tajo y al sur del Guadiana, para Valhondo, la tierra típicamente extremeña iba perdiendo personalidad por la influencia de Castilla y Andalucía respectivamente.

Pero Extremadura no era sólo tierra para Valhondo pues, habitando su paisaje, se encontraba el hombre extremeño, curtido por su clima extremo, unas veces suave y las más sofocante o frío, que no obstante le ha dado fuerza espiritual, caudal inagotable que posee el extremeño y que un día lo llevó a descubrir tierras lejanas, habituado como estaba a adaptarse a la aridez de su paisaje: «Hecho el cuerpo de tierra extremeña, el alma impregnada y presionada por paisaje extremeño, su sangre de historia fecunda y madura, dan un hombre de recia personalidad y de pura varonía»[110].

Y al lado de la hombría del extremeño, Valhondo situaba la feminidad de la mujer extremeña, contraste del hombre y a la vez complemento lírico, tierno y virtuoso, en la que encontraba «una inagotable cantera espiritual»: «La mujer es, ante todo, casa con luz encendida, madre desde que nace, suspiro hondo de la tierra, manantío de vida, oración y flor, sueño lírico del hombre, oído del mundo, corazón fecundo de la humanidad»[111]. Llegó a idealizar tanto a la mujer extremeña que, en su delirio lírico de admiración y respeto, le puso color a su voz: «Azul es la voz de las extremeñas»[112].

Al final de su vida, Valhondo resumió de esta manera la atracción por su paisaje, donde convivía con la gente que conformaban una idea física y espiritual, Extremadura: «Extremadura está en mí más que nunca, cuando paso a paso más me vuelvo tierra extremeña para hacer verdad aquello de que ‘Extremadura soy yo’ y soy Extremadura en cada uno de vosotros, porque Extremadura somos nosotros, sus habitantes, sus hombres y sus mujeres»[113].

Una de las muestras más patentes del extraordinario y sincero sentimiento que experimentó por su paisaje fueron estas palabras que le envió a Luis Álvarez Lencero, cuando el visceral y atormentado poeta se encontraba en Alemania, desarraigado de su entorno natural: «Ahora, desde donde te escribo, se ven volar cigüeñas. Este cielo nuestro es único, es inmenso. Está, hoy, muy alto. Lo empuja la alcazaba, la catedral, el castillo, hacia un azul más azul y más cielo. Alguien le ha lavado la cara y dan ganas de besarlo. En la ladera de los montes, del mismo Badajoz, del fuerte de Santa Engracia, hay lirios y pan de queso, esas flores amarillas que tanto gustan a los pájaros. Las golondrinas tiran saetas a media altura. Huele el aire a yerba creciendo. A ti que tanto te gusta el río, este río nuestro, este Guadiana tremendo, armonioso, maternal si lo vieses, despide olor a poleo, a hierbabuena, a juncos verdes, a adelfas, a mejorana. Más allá a majuelo y malva. Y aún más allá a mielga y milenrama. Hay una soberbia algarabía de olores. Las ranas están a rebosar de luceros y escuchan la flauta del sapo. ¡Si vieses qué hermosa está Extremadura ahora, en primavera!»[114].

En estas palabras se puede observar cómo Valhondo mezclaba la realidad y el lirismo en alta medida, porque él mismo recomendaba que la enseñanza de Extremadura se rociara de una buena dosis de poesía, pues era la mejor manera de mostrar la ilusión y el amor por la tierra extremeña y de que había calado hondo en nuestro espíritu, nutriéndolo y vivificándolo: «Nuestro campo es panacea espiritual» aseguraba. Y, a tanto llegó en su lirismo, que identificó Extremadura con el mar: «Extremadura siempre ha soñado con el mar. Extremadura sigue soñando con el mar. Los embalses parecen juguetes del mar. Hierba mojada, mar a la vista. El trigal es un mar de olas verdes o amarillas. Mar es la siesta. Isla, el encinar»[115].

Cuando más se nutría el poeta del paisaje era en el atardecer atraído por su misterio, intensidad, tonalidades, sonidos, soledad, silencio y la lenta llegada de las sombras, que propiciaban un ambiente adecuado para la meditación, la idealización y el amor. El atardecer del otoño era el más adecuado para su nostalgia y su melancolía: «Estos atardeceres extremeños son de una intensidad abrumadora. Lentos y sangrantes. Parece como si el cielo abriese sus heridas. Unas heridas que son como flores que se deshojan en pétalos blancos, amarillos, morados, azules, rojos»[116].

Valhondo veía en el atardecer la muerte del día, pero una muerte dulce y serena sin estridencias ni sufrimientos, casi sin notarla. Él se sentía morir un poco cada atardecer, pero a la vez se reconfortaba en el crepúsculo porque, aunque tenía que aceptar el fin de todo lo que comienza, esos colores de los últimos rayos del sol entre las nubes, esa suave brisa, ese apagarse el mundo, esos sonidos lejanos cada vez más atenuados lo hacían tomar otra perspectiva espiritual, que lo acercaba a una mayor comprensión del mundo y de sí mismo: «En estos atardeceres bajos y largos, íntimos y tristes […] Deja un momento, sin encender la luz, deja correr el tiempo. Abre el espíritu que te mantiene y entra dentro». Y esto era un sedante para su alma (muchas veces atormentada por un final inminente y trágico) donde abrigaba el deseo de morir como la tarde, que se apaga lentamente mientras la recoge con dulzura en su regazo el velo de la noche.

El atardecer por tanto era para Valhondo la antesala de la noche y ésta el momento más propicio para la meditación y el encuentro consigo mismo. Tiempo placentero, porque se sentía protegido en el refugio de su silencio y su soledad, lejos del día, de sus circunstancias y de la de los demás. Otras veces, la noche era el abismo, la perdición en los entresijos de su espíritu triste y melancólico[117], que no lo hará siempre desear el día, a pesar de que su carácter abierto y sociable deseaba la luz para andar por la calle, reunirse con sus amigos y conocidos, conversar y echar fuera de su alma los fantasmas que lo atormentaban[118].

Por tanto, el paisaje para Valhondo no era un simple tema sobre el que poetizar, sino el marco sentimental sobre el que se afianzaba su origen, su vida, sus sentimientos más íntimos y sus preocupaciones más inmediatas; de ahí que el paisaje más sentido por él fuera el más enraizado en su origen: «Alguien dijo que nadie ama a su tierra porque es grande sino porque es suya. Y esta tierra, este pueblo, es doblemente mío porque nadie es de ningún sitio hasta que no tiene allí a sus muertos y yo los tengo aquí, en Mérida. A mi padre, a María, a hermanos. Algo que no sé explicar me hace dependiente de este paisaje, del alma de la ciudad, de este ambiente que te rodea como un aura de gloria y de infinita felicidad»[119]. Y también por este motivo entendemos que experimentara una honda preocupación por la alteración que su vieja (pero auténtica) fisonomía iba sufriendo ante el empuje del progreso: «Mérida tiene un padecimiento gravísimo, que se muere de joven»[120].

Además el sentido trascendente con que Valhondo concebía el paisaje lo llevó a insistir en la necesidad de cuidarlo con mimo, adelantándose de esta manera varias décadas a los sentimientos ecologistas: «Hace unos años acompañamos a unos estudiantes del último curso de bachillerato del instituto de Mérida, que iban con sus profesores a visitar una cueva prehistórica. Después de comer uno de los profesores invitó a los alumnos a recoger los restos de comida, los papeles, las mondaduras de frutas. Los enterraron entre unas rocas. El campo quedó limpio y, parecía, agradecido. Una lección magistral. Yo no la he olvidado»[121].

Tal concepción explica que muchos de los títulos de sus libros de poemas sean pinceladas del paisaje: Hojas húmedas y verdes, La esquina y el viento, La montaña, Aurora. Amor. Domingo, El secreto de los árboles, Canas de Dios en el almendro, La vara de avellano, Un árbol solo, Entre la hierba pisada queda noche por pisar, Inefable domingo de noviembre o Ruiseñor perdido en el lenguaje.

El «Canto a Extremadura», consecuencia de la observación y comunión con su paisaje, se encuentra formado por poemas con títulos escogidos de su mismo entorno natural («Castillo», «Olivar», «Encinas», «Viñas», «Tajo», «Guadiana»), que constituyen una exaltación de la naturaleza extremeña, de su gente y de su futuro, cuyo progreso material y espiritual pasaba por la transformación del paisaje: «Nuestra tierra ha perdido seriedad y tristeza. Pero ha ganado elasticidad, anchura, expansión, colorido, nuevas formas, otra clase de silencio, una más ‘sociable’ soledad. Y alegría. Al mudar el paisaje vamos ganando. El hombre se ha rejuvenecido. Y se ha hecho más optimista. Antes conquistó un mundo, ahora está conquistando su mundo. Ha colonizado el campo, que es humanizarlo. Al mejorar el tiempo y el clima, ha mejorado el hombre. Está creciendo espiritualmente. Ha creado un nuevo, hermoso y excitante paisaje»[122].

Estas palabras fueron pronunciadas por un Valhondo jubiloso, cuando las secas y pardas tierras del Guadiana se vieron fecundadas por el milagro del agua, que les proporcionó el Plan Badajoz pues él, que era un transfigurador de la realidad, enseguida vislumbró en este resurgimiento físico un renacimiento espiritual de su mundo, cuyo futuro ahora veía lleno de esperanza.

EL «CANTO A EXTREMADURA»

El «Canto a Extremadura» es la descripción lírica de la contemplación personal, que realiza el poeta del paisaje y la gente de Extremadura, cuya esencia extrae y describe de una forma emotiva y alentadora.

Dos hechos contribuyeron a que Jesús Delgado Valhondo adoptara esta nueva actitud y se decidiera a componer el «Canto»: uno, la preocupación que siempre tuvo por el atraso económico de su región, debido a la falta de agua, a pesar del esfuerzo realizado por el hombre extremeño:

Se nos iba la sangre del alma tan temprano,

se nos iba la vida sin darnos casi cuenta

y moría de sed la tierra y era vano

el esfuerzo del hombre con nervios de tormenta.[123]

Esta preocupación se torna en esperanza de redención de su tierra y de su gente cuando en 1953 se inicia el Plan Badajoz que unos años después será una realidad milagrosa, porque había convertido las áridas y secas tierras ribereñas del Guadiana en un vergel que daba frutos generosamente, no sólo por el beneficio del agua sino también (y esto es lo que más lo animó) por el ímpetu del hombre extremeño, al que ve ahora dignificado por medio del trabajo:

Ya el campo tiene agua, nacen pueblos hermanos,

suenan campanas en el cielo extremeño

los hombres han sabido dónde tienen las manos

para hacer nueva patria en un gigante empeño.[124]

Este hecho influye positivamente en el ánimo del poeta, cuya esperanza podemos localizar no sólo en el «Canto» sino también en artículos periodísticos de esta época como, por ejemplo, el titulado «Volver sobre nuestros pasos» donde muestra su euforia no sólo por los beneficios económicos sino también culturales, que reporta el Plan Badajoz a su tierra[125].

Dos, la convocatoria de los Juegos Florales de 1956 por el ayuntamiento de Badajoz, que lo animó a presentar el extenso poema a este certamen poético.

No sabemos si Valhondo lo elaboró expresamente para el concurso o si lo tenía adelantado y lo terminó para el acontecimiento, pero pensamos que posiblemente una parte la tuviera escrita con anterioridad a la convocatoria de los Juegos Florales, porque detectamos dos calidades líricas definidas y diferenciadas: una desde el comienzo al poema «Ciudades» (incluido), más elaborada, sin apenas tópicos y con extraordinarios hallazgos líricos:

Encinar extremeño, mis heroicas encinas,

mis sufridas encinas milenarias y llenas

de cigarras, de tórtolas, de olor de campesinas

como si fuese sangre sin encontrar sus venas.[126]

Todo viñedo tiene andando entre su tarde,

bajando luz de viento, ángeles de brisa;

y el demonio que, luego en una copa arde,

en una llama llena de llantos o de risas.[127]

El jabalí es la roca que su fuerza desvela.

El conejo es el pálpito de la hierba mojada.

El águila es montaña que se desprende y vuela.

El lobo es el ladrido de noche a madrugadas.[128]

Descalzo pie entre juncos de la moza que grita

pisando va la nube llena de escalofrío,

yerbabuena, poleo, adelfa, margarita …

Y se desnuda el agua para que pase el río.[129]

Otra, desde «Nueva Extremadura» hasta el final, más de circunstancia, de lugares comunes, menos elaborada, más prosaica y con alguna concesión a la ideología religiosa y política de la época:

Cuando la patria dijo, ‘Necesito tus hombres,

necesito tu sangre, necesito tu entraña’,

todos fueron a una sin conocer sus nombres

a colocar el hombro para elevar a España.[130]

De tal forma que esta parte pudo ser la que escribió con la precipitación del plazo temporal establecido en las bases del certamen, y el tono requerido en este tipo de convocatorias, y la primera fuera la que tuviera madurada y escrita desde hacía algún tiempo, teniendo en cuenta el amor que siempre sintió por el paisaje y la gente de su tierra.

No obstante las circunstancias que rodean a este conjunto de versos no les resta apenas calidad, porque el lirismo, muchas veces creativo, llena buena parte de los versos de verdadero sentimiento, conocimiento profundo de Extremadura y originalidad.

Por tanto, el «Canto» puede ser un poema circunstancial pero no de circunstancias, pues se nota que Valhondo no lo escribió para concursar sino con el fin de aprovechar el certamen como medio de difusión de unos sentimientos que sobre su tierra guardaba celosamente en su alma desde hacía años, esperando el momento oportuno de darlos a conocer; y esta ocasión llegó con la convocatoria de los citados Juegos.

El «Canto a Extremadura» no es un poemario sino un largo poema (un canto), pues consta de tan sólo 184 versos, agrupados en 15 poemas de 12 versos cada uno[131] que, por su medida y la distribución de su rima consonante[132], forman tres serventesios alejandrinos divididos en dos hemistiquios isosilábicos de siete sílabas cada uno.

El poeta no dividió el «Canto» formalmente en partes, de ahí que aparentemente parezca una simple sucesión de poemas. Pero el «Canto» tiene una estructuración en tres partes si nos atenemos a su pulso lírico:

1ª)Desde el comienzo hasta el poema «Cuadros», donde predomina un contenido místico.

2ª)Desde «Tajo» a «Ciudades», donde se agrupan los poemas con sentido mítico.

3ª)Desde «Nueva Extremadura» al poema final, donde se concentran los lugares comunes.

Esta división no rompe el ritmo equilibrado del poemario, porque el poeta la marca con dos inflexiones de la tensión lírica: su ímpetu lírico toma cuerpo ya en el primer poema, «Castillo», con un tono eminentemente místico, pues se centra en los valores imperecederos de Extremadura y su paisaje. Sube hasta «Tajo», poema en que aparece la primera inflexión, donde observamos que la tensión del poema aumenta pero ahora sustentado en el sentido mítico que encuentra en los dos ríos de la región y en el sabor añejo de gestas pasadas que paladea en sus ciudades.

La segunda inflexión se produce en el poema «Nueva Extremadura», cuando el poeta se emociona con la transformación tan patente que observa en su tierra, antes árida y ahora llena de vida por el milagro del agua y el trabajo del hombre extremeño. Este futuro alentador lo llena de esperanza y su espíritu, por primera vez  desde el inicio de su obra poética, respira tranquilo y libre de sus preocupaciones trascendentales que en el «Canto» excepcionalmente no aparecen:

Y fábricas que hacen un paisaje celoso

y energías que estrenan sus fuerzas en la luz.

Agua viva bendice el campo. Y hace hermoso

el cielo que se clava en redentora cruz.[133]

No obstante el «Canto» gira en torno a dos planos superpuestos, que nos llevan a pensar en una posible estructuración en dos partes:

 1)El temporal, de contenido épico que a su vez se escinde en dos direcciones complementarias: el pasado histórico de la vieja Extremadura («Castillo», primer poema), centrado en los restos de aquel tiempo pretérito («torres y murallas», «castillo”) y en el orgullo de la aportación humana que realizó nuestra región al descubrimiento de América. Y el presente de la nueva Extremadura[134], alentado por la realización y los resultados del Plan Badajoz.

2)El espacial que también se bifurca en la descripción de la realidad física (paisaje) y la humana (gentes).

La estructuración en dos partes se reafirma con la doble vertiente religiosa y guerrera, mística y mítica, que venimos detectando en los versos del «Canto»:

Porque ha sembrado el trigo de promesa en América

y ha tenido héroes y santos que criar

yo venero la savia del árbol de la épica

Extremadura mía donde poder rezar.[135]

El «Canto a Extremadura» además tiene un tono muy distinto al característico de Valhondo, pues se encuentra escrito en forma de epopeya que marca con el ritmo marcial impuesto por los hemistiquios isosilábicos de los extensos alejandrinos, la rima alterna de los serventesios, la frecuencia repetitiva de la misma estrofa y el espíritu impetuoso y esperanzado del poeta que, a pesar de todo, se muestra disciplinado y consciente de su labor lírica, adecuando el tono y la tensión al tema delicado y entrañable que trata para no desbordar sus sentimientos y de paso evitar tópicos excesivos, que hubieran convertido el poemario una retahíla de alabanzas sin ningún valor.

De tal forma que, en el «Canto a Extremadura», se puede encontrar una mezcla de múltiples emociones sugeridas por el color, el aroma y la diversidad del paisaje, que destaca el poeta llenando nuestro espíritu de variadas y sutiles sensaciones líricas, lejanas a los estáticos y reiterados lugares comunes que se suelen utilizar en este tipo de poemas:

Mancha tactos el aire, la palabra amarilla

las palabras ahumadas de calladas razones,

hay silencios larguísimos en donde el sueño brilla

hay hojas que parecen ya secos corazones.[136]

Además el tono épico citado no es lineal sino que, desde el comienzo del poemario, va  creciendo hasta llegar al poema «Tajo» vuelve a intensificarse en «Nueva Extremadura», donde el espíritu del poeta se desborda un tanto al hablar del hombre y la mujer extremeña hasta caer en algún tópico de encendida pasión por la gente de su tierra:

Porque somos así, pardos como la tierra,

duros como la roca y recios como el roble,

porque somos trabajo, porque somos la guerra

porque somos el alma más generosa y noble.[137]

Es cierto que en estos cuatro versos donde define las virtudes raciales del hombre extremeño (fuerte, luchador, generoso y noble) el poeta se desborda lo mismo que cuando en el poema siguiente describe las virtudes de la mujer extremeña recurriendo a tópicos (complemento del hombre, cálida, pacífica, madre de héroes y santos, refugio físico y espiritual de sus hijos). Pero también se debe reconocer que el lirismo creativo y el ímpetu empleado los hacen nuevos y la reelaboración resulta original:

                                       La que siempre es la madre con las alas abiertas

por cobijar al hijo sentido en el amor

y que tiene la casa con las puertas abiertas

y la lumbre encendida y escondido el amor.[138]

Además el «Canto a Extremadura» no es una simple descripción tradicional, pues el poeta hace uso de la técnica cinematográfica, que supo adaptar a su mensaje lírico imprimiéndole emoción y dinamismo. Así el «Canto» se presenta como una sucesión de secuencias, coherentes e interrelacionadas por el contenido descriptivo que comienza con una toma panorámica desde un lugar elevado («Castillo»), baja y encuadra las tierras de labor, donde se encuentran los cultivos típicos de Extremadura («Olivos», «Encinas», «Trigal», «Viñas», «Huertos»), enfoca la lejanía («Montes», «Cuadros»), toma un primer plano de los ríos («Tajo» y «Guadiana»), entra en los núcleos urbanos («Ciudades»), realiza una vista panorámica de la nueva tierra transformada en un lugar productivo por el Plan Badajoz («Nueva Extremadura») y de sus gentes («Hombre extremeño» y «Mujer extremeña») y termina con un primer plano de la Virgen de la Soledad, final del proceso inductivo que partió de lo general y ahora desemboca en lo particular, como queriendo insinuar que todo existe en función de un sentido divino.

Con esta técnica propia del cine el poeta consigue por un lado presentar los elementos fundamentales que integran y conforman el paisaje extremeño, físico y humano, de una forma ordenada y con un enfoque nuevo y original: «Me suponía en lo alto de un castillo y desde allí veía mi tierra extremeña»[139]. Y, por otro, como ya advertimos, conexionados dentro de la tradición religioso-guerrera de la historia de Extremadura y a la vez del momento presente desde una perspectiva interna centrífuga, que el poeta alcanza mimetizándose en perfecta comunión con el paisaje, austero y místico, como un elemento más de él:

Cielo y tierra: Paisaje. Mi corazón mendiga

el surco del otoño como grano de trigo,

quiero quedarme toda esta enorme fatiga

en el milagro hermoso de morirme contigo.[140]

De tal manera que Jesús Delgado Valhondo, en el «Canto a Extremadura», aparece más que nunca como un auténtico poeta extremeño, porque poetiza desde y sobre su tierra y además lo hace de una forma creativa y sincera a pesar de la naturaleza del certamen al que lo presentaba. Es por tanto el «Canto» el inicio y el final de una corriente frustrada de poesía puramente extremeña, a partir de la cual cuarenta años después podríamos hablar de la existencia de una lírica hecha en Extremadura y sobre Extremadura, que hubiera ahondado y posteriormente definido los rasgos de nuestra identidad regional para saber lo que somos, hasta dónde podemos llegar y hacia dónde debemos dirigirnos; cuestiones que por falta de una reflexión diversificada siguen sin ser contestadas al haber perdido la oportunidad lírica que supuso el «Canto a Extremadura».

Por otro lado con el uso de la técnica cinematográfica Valhondo consigue no verse obligado a marcar los cambios de un lugar (o concepto) a otro, al imprimir con ella continuidad e intensificación emotiva y de este modo evitar altibajos en la tensión espiritual y lírica del poemario que mantiene además siguiendo un hilo discursivo lleno de imágenes visuales, sensoriales y olfativas al describir la flora (encinas, álamos, olivos, robles, viñas, hierbas aromáticas), la fauna (ciervo, jabalí, águila, conejo y lobo), los accidentes geográficos (montes y ríos), hasta llegar al hombre y a la mujer extremeña.

Alejandro Pachón también encuentra en el «Canto» una relación entre la técnica empleada por el poeta y la que es propia del cine cuando dijo: «Aunque no tocara directamente la temática cinematográfica, su obra, como la de los creadores de imágenes escritas, no carece de estos enfoques. Su poesía, que en alguna ocasión se ha utilizado como fondo en ‘off’ para documentales, podría haberse filmado con la cámara de Néstor Almendros, con iluminación natural del atardecer, la hora bruja, resaltando las sombras y los brillos»[141].

En el «Canto a Extremadura», aunque Valhondo olvida sus intensas preocupaciones trascendentales, se pueden hallar algunos residuos de sus inquietudes espirituales como, por ejemplo, cuando siente unos fuertes deseos de mezclarse con el paisaje («para llevar más alto mi corazón latiendo, / para volar miradas en ansias de bautismo», «Castillo»), sufre intensamente al recordar el sacrificio de Cristo en el huerto de los olivos («yo también me arrodillo y oraciones me nacen / en el cáliz divino de noche de olivar», «Olivar»), lo invade el misterio («Yo no sé si la luna resbalando en el suelo / yo no sé si fue el búho inventándose el nido», «Encinas»), recuerda la soledad («La soledad destapa su velo y se desnuda, / sabe a mármol de hueso, a colmena dejada», «Huertos») o el sufrimiento de su vida y de su infancia («vengo de muchos años rodando en el camino / […]. / Mi corazón te ofrezco […] / en mi fondo de niño, por lo que yo he sufrido», «Ofrenda a la Virgen de la Soledad»).

Tampoco el poeta pudo totalmente desprenderse de su sentimiento religioso y muchos de sus versos se impregnan de una sutil religiosidad, que ahora no es producto de la angustia como en sus libros anteriores sino de la vinculación que el poeta encuentra entre los elementos del paisaje y misterios trascendentes de la religión (el olivo le recuerda la pasión de Cristo; la espiga, el cuerpo de Dios; la viña, a su sangre y la Virgen, el refugio y la protección que supone para el creyente):

y amarguras de sombras que recuerdan a Cristo.

Oh, bíblicos olivos, que mi tiempo deshacen.[142]

Quizá porque la espiga puede ser cuerpo luego

de Dios y salve al hombre de su duro vivir.[143]

Como olivar y trigo es bíblica la viña.[144]

recógeme en tu seno Luz de la Soledad.[145]

Jesús Delgado Valhondo no pudo eludir la expresión de su sentimiento religioso, aunque  olvidara momentáneamente sus fuertes intranquilidades, porque veía en el paisaje la obra de Dios y el medio para religarse a Él, no un mero adorno plástico; por esa razón el paisaje era el centro de su concepción religiosa del mundo. De ahí que poeta y paisaje aparezcan en el «Canto» en una perfecta comunión mística formando parte de la creación y por tanto de Dios, su principio y su fin.

No obstante llama la atención que en el «Canto» Valhondo centre su visión religiosa en la Virgen más que en Dios. Esto pudo deberse a dos razones: una, encaja mejor con el tipo y el tono épico del poema porque la Virgen tradicionalmente ha sido la protectora e intercesora del ser humano ante Dios, que no contesta a las preguntas del poeta. Otra, porque el «Canto», respiro espiritual en su búsqueda de la divinidad, es una ocasión propicia para pedir protección a la Virgen, en un momento vital en el que el poeta se encuentra agotado por su búsqueda infructuosa de Dios, como ya vimos en La muerte del momento, el libro anterior.

Sobre el valor del «Canto» existen varias opiniones que sorprenden porque no le reconocen las cualidades comentadas: una es la de Manuel Pecellín que opina de él: «Totalmente ocasional, reincide en los tópicos habituales de los cantos dirigidos a nuestra tierra»[146]. Nosotros, a pesar del crédito que nos merecen las opiniones de este agudo crítico, creemos que es una apreciación precipitada pues, si bien el «Canto» se hace tópico en los cuatro últimos poemas, el resto contiene un ímpetu sostenido, original, sin lugares comunes y con verdaderos hallazgos líricos. Quizá por este esfuerzo de creatividad, al final el poeta agote sus recursos y se vea obligado a basarse en ideas repetidas para terminar el poema, o bien es lógico pensar que el poeta conscientemente haya recurrido a ellos para hacer más directo y comprensible su «Canto» y llegar así mejor al espíritu del extremeño tan falto ayer como hoy de sentido regionalista. A esta afirmación llegamos por el hecho de que Valhondo a estas alturas es un poeta conocedor de su trabajo lírico y nos extraña sobremanera que a sabiendas cayera en la trampa de los tópicos sin más.

Y otra opinión negativa es la de Manuela Trenado que califica el «Canto» como «uno más de los que se han hecho a Extremadura», pero seguimos creyendo que este tipo de juicios se debe a un análisis rápido del poema porque, si tenemos en cuenta que su asunto ha sido tratado hasta la saciedad, es imposible no recurrir a algún tópico. Pero Valhondo lo compensa sobradamente con sentimiento y creatividad, resultado del conocimiento profundo del paisaje y del alma extremeña, con el que convierte en original lo que dice (por lo menos hasta las estrofas finales citadas).

Alejandro Pachón no sólo piensa lo contrario que los citados sino incluso asegura que la poesía de Jesús Delgado Valhondo sobre Extremadura llena las páginas definitivas sobre su gente, sus pueblos y su paisaje: «Aprendí, a través de su obra, que podía hacerse poesía lírica y descriptiva sobre esta tierra sin caer en el tópico o en la exaltación, sin enfatizar ni resultar cargante»[147].

Por otra parte José María Fernández Nieto afirma que la extremada sinceridad es el verdadero valor del «Canto»: «Yo concursé al mismo tema en que tú triunfaste […]. Creo incluso que era técnicamente mejor que el tuyo premiado […]. Pero ocurre que no podía sentirlo porque no conozco siquiera tu tierra […]. Sin embargo el tuyo me gustó extraordinariamente, porque tenía, además de mucha modernidad, una riqueza de conceptos compatible con la poesía ‘buena’ con la poesía esencial y verdadera […]. Y luego, tu poema, sentido hasta el tuétano, porque era el poema de un poeta extremeño»[148].

A estas virtudes sobre la calidad y la singularidad del «Canto», tendríamos que añadir otras como los recursos estilísticos empleados:

Imágenes de una gran calidad, calificadas anteriormente de “extraordinarios hallazgos líricos”, que se completan con otras como «los ángeles se encienden de azul», «niña / que vive de la sangre de un corazón de tierra» o «Y ese olor de la tarde cuando se cierra fría».

Metáforas tan sugestivas como «El trigal son los mares que anhela el extremeño»; las citadas anteriormente donde define con extraordinaria creatividad los animales representativos de nuestra fauna (ciervo, jabalí, conejo, águila y lobo) o «Ciudades que son sueños de siglos en la historia» o «[La mujer extremeña] La que siempre es la madre con las alas abiertas».

Símiles del tipo «como si fuese sangre sin encontrar sus venas».

Construcciones de carácter épico: «Encinar extremeño, mis heroicas encinas», «para llevar pequeños paisajes por el mundo», «Este Tajo extremeño que tiene a Garcilaso / metido entre su alma», «Agua viva bendice el campo. Y hace hermoso / el cielo», «Yo venero la savia del árbol de la épica».

Y, sobre todo, la gran abundancia de anáforas, utilizadas como recurso intensificador (igual que el anterior): «para ensanchar […] / para llevar […] / para volar […]»,  «o ha nacido del polvo […] / o ha nacido de tierra […] / o ha brotado […]», «el mar donde la sangre suda […] / el mar donde la tarde […]», «El Tajo […] / con el ansia […] / con su traje de hierro […] / con su sangre de arena», … Polisíndetos «y la luz de unas manos […] / y amarguras de sombras», «de rincones y esquinas […] / de piedras y de cielos […] / de plazas y callejas […] / de torres y murallas». Y asíndetos que refuerzan polisíndetos: «Alamos, pinos, robles. Y jaras y tomillos / y hueco de la roca y el agua desatada».

No obstante, a pesar de la trasparencia que domina el poema, se puede encontrar algún momento de oscurecimiento cercano al surrealismo en los poemas «Viñas» y «Huertos», donde parece predominar más el subconsciente del poeta que su voluntad innata de claridad lírica, aunque en nada desmerece la calidad de los poemas porque, precisamente en ellos, es donde el poeta consigue los momentos sugestivos de mayor lirismo:

La soledad destapa su velo y se desnuda,

sabe a mármol de hueso, a colmena dejada,

al aliento del ángel, al verde mar que suda

en rocíos de auroras, la serpiente y la espada.[149]

Apoya nuestra defensa de la originalidad del «Canto», el hecho de que no hallemos ninguna influencia palpable en él, si no es una leve reelaboración de un verso de Chamizo («Porque semos asina, semos pardos / del coló de la tierra»[150]), que creemos consciente: «Porque somos así, pardos como la tierra»[151]. O quizás la presencia del ritmo típico de los cantos épicos de nuestra literatura, pero adaptado al tiempo presente y a una realidad concreta que lo hacen, en caso de ser una influencia, original.

Sin embargo formalmente el «Canto» podría tener un modelo lejano en los alejandrinos del Mester de Clerecía, aunque la agilidad de los empleados por Valhondo, su factura moderna y la agrupación en serventesios llevan a pensar que su modelo más próximo, si acaso tomó alguno, se encuentre en el Modernismo y más concretamente en el Rubén Darío de Azul y en poemas como «Caupolicán»; aunque este parecido sería sólo formal porque, en el contenido, el poeta extremeño no es tan sanguíneo como el modernista.

Pensamos por tanto que es en el sentimiento sincero y en la originalidad del lirismo creativo donde radica el valor del «Canto», precisamente por no planteárselo el poeta como un trabajo de circunstancias sino como la expresión sincera de la comunión que sentía con su tierra y su gente en un momento positivo para Extremadura. Por ejemplo el comienzo del poema «Encinas» («Yo no sé si la encina ha nacido de roca  / o ha nacido del polvo que levanta el rebaño / o ha nacido de tierra seca, caliente y loca, / o ha brotado en la siesta o es un dolor extraño»[152]) nos reafirma en la defensa de la originalidad del «Canto», pues creemos que son unos versos muy distintos de los que se han escrito sobre la Extremadura tópica. Y esto es debido a que resulta difícil encontrar otro poeta en la literatura de autores extremeños que abrigara un sentido tan trascendente sobre el paisaje como Valhondo: «Cómo regresan ahora en cuanto notan la muerte cercana [se refiere a los extremeños emigrados]. Reintegrarse a la tierra para que hecho semilla pueda fructificar en roca, en flor, en árbol. O mejor, en espíritu de paisaje»[153].

La mímesis, que Valhondo sintió con su paisaje, hace que su «Canto» sea en conjunto el más sincero, sentido y original que se haya escrito sobre Extremadura, y que poemas como «Castillo», «Encinas», «Viñas», «Montes» o «Tajo» contengan momentos creativos de una extraordinaria lucidez, que sitúan al «Canto» formal y significativamente muy por encima de los poemas escritos sobre nuestra tierra.

CLAVES DE SU MUNDO LÍRICO

La cosmovisión poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentra íntimamente relacionada con una amplia serie de conceptos existenciales, que constituyen la base de la trascendencia humana, espiritual y literaria de su obra poética.

Unos se relacionan con la actitud que adoptó ante la realidad y los acontecimientos vividos (desde «Melancolía, angustia y vulnerabilidad» hasta «Idealismo y espiritualidad») y los restantes se basan en reflexiones realizadas por él para disponer de opiniones claras en las que apoyar sus elucubraciones líricas (desde «El dolor» a «La poesía y los poetas»):

Melancolía, angustia y vulnerabilidad

Valhondo, consciente de su condición imperfecta y finita, fue un ser contradictorio, angustiado y a la vez vitalista, que recargaba continuamente su esperanza porque, a pesar de la cruda realidad, creía en la posibilidad de que el mundo comenzara a ser mejor en cualquier momento.

Por esta razón llenaba también su corazón de ilusiones y sueños, situándose en la frontera donde se confunden el deseo de encontrar lo que se busca y el gozo de descubrir secretos en una contradicción muy humana de ser agónico, independiente y social al mismo tiempo, que se siente afectado por la relatividad de los acontecimientos diarios en los que, no según su voluntad, sino dependiendo de las circunstancias, unas veces participaba acompasadamente con los demás y otras sin embargo se encontraba dominado por ellas y lo arrastraban inevitablemente hacia la angustia junto a los otros, seres tan débiles e imperfectos como él: «La vida me ha llevado y traído de allá para acá, de la vida a la muerte, de la alegría a la tristeza, de la prosa al verso, de la calle a la casa, de la sombra a la luz, del amor a la poesía, a lo inefable, a mi propia y singular cultura. Soy orteguiano: ‘Yo soy yo y mis circunstancias’. Mi mundo espiritual y mi mundo físico, social: mi país, mi pueblo, la gente, la VIDA. Yo soy mi vida. He procurado conocerme a mí mismo. A veces he estado a gusto conmigo, otras, no. Una de las normas que me han traído y llevado por mi tiempo ha sido: El sufrimiento de los hombres no te traiciona nunca. He cantado lo que en cada momento me ha intranquilizado, movido, traído, llevado»[154]

De vuelta a casa le invadía la tristeza cuando meditaba en el silencio sobre sus imperfecciones y las circunstancias que rompían con frecuencia sus esquemas vitales y desequilibraban su espíritu de persona extremadamente sensible, a la que afectaban de lleno los defectos y quimeras del hombre cotidiano, anodino y sin horizontes, y la falta de sentires humanos y espirituales del individuo que, en el anonimato de la masa, se olvidaba de su espíritu y del bien común.

Por esta razón, Jesús Delgado Valhondo tenía un carácter vulnerable (reconocido por él con frecuencia), que lo arrastraba a la melancolía y a la angustia: «A los siete años sufrí mucho. Una huella imborrable. Con frecuencia me lleno a rebosar de melancolía»[155].

Contradicción y sensibilidad

Esas intranquilidades propias de un ser que busca, se confunde y vuelve a comenzar, llevaron a Valhondo a contradecirse, a pensar de forma distinta a como lo había hecho momentos antes y a preocuparse por estos cambios de parecer, dolido consigo mismo por la inestabilidad de su carácter: «Conocerme a mí mismo es harto difícil por variable prodigio de mi tiempo»[156]. De tal forma le preocupó este asunto, que llegó incluso a crear su propia teoría sobre su veleidad emocional: «No sé por qué ha de opinar siempre uno lo mismo. Es sano cambiar de ideas. Es importante en el hombre sentir inquietud. Si el hombre no hubiese cambiado constantemente de parecer, aún andaríamos afilando una piedra en la ladera de una montaña»[157].

La justificación de tal carácter se puede encontrar en el hecho de que Jesús Delgado Valhondo fue una persona muy sensible en un mundo demasiado artificial, mercantilista y práctico. De ahí que, aunque el entorno no acompañó sus deseos de autenticidad, su mayor interés fue siempre conocerse a sí mismo y a los demás como punto de partida para entender el mundo y sus misterios: «El amor es lo más importante en la vida para mí. Mi afición es mi manera de ser: la poesía, la lectura, la amistad, es decir, el conocimiento del hombre»[158].

Por esta razón, la bondad fue el punto de partida de la relación con su conciencia y con los demás: «Me serviría de gran satisfacción si el día de mi muerte alguien dijera: ‘Jesús era un hombre bueno’. Creo que esta sola frase serviría para justificar mi vida. Ser un hombre bueno es algo que intento cada día»[159]. Esta concepción amable, que en él se tradujo en extrema sinceridad, sólo le reportó una profunda decepción, porque su sinceridad en un mundo lleno de intereses no fue siempre apreciada sino ahogada muchas veces por la hipocresía, la desidia y la crítica destructiva.

Decepción y fracasos

A pesar de su empuje vital por conocer y llegar a la verdad, Jesús Delgado Valhondo se consideraba un hombre de fracasos, a los que le costaba mucho sobreponerse porque comprobaba, cuando creía haber desentrañado un misterio, que todo se le derrumbaba a su alrededor «cómo con la mayor facilidad me derrota y me nubla los ojos y me empapa el alma de sufrimientos»[160], aunque reconocía que debía habituarse a los fracasos: «Debería estar acostumbrado a ellos. Pues, no. No me acostumbro. […] A mí me siguen importando mucho mis fracasos. Y es que dentro debo tener un geniecillo de ésos que me martirizan en cuanto me derrumbo y se ríe de mí a carcajadas. Me sigue doliendo el alma en cada uno de mis fracasos»[161].

No obstante se llenaba de ánimos para superar los obstáculos de la vida y trataba de salir de la cárcel de la desesperanza aunque fuera confundiéndose, dudando y contradiciéndose, porque sabía que era la única manera de encontrarse a sí mismo y llegar a la verdad. Ese carácter indagador indica que para Valhondo la vida era lucha pues lo contrario sería «no luchar, ser el eterno vencido» y ese estado no cuadraba con su espíritu irreductible. Esta valiente postura sin duda fue un ejemplo de nobleza, dignidad y magisterio pues nos induce a seguir su ejemplo y a no sentirnos derrotados, es decir, nos da con ella una lección de vida.

Quizá la razón de su insistencia ante el fracaso se debiera a esa hiperactividad vital de la que, sin proponérselo hizo gala a lo largo de su vida pues necesitaba constantemente asombrarse, notar cómo le bullía el alma por las intranquilidades, llegar a lo extraordinario, emocionarse hasta el llanto más descarnado y humano, rebosar de vida y de anhelos, sentirse hombre hasta situarse incluso al borde del abismo y la autodestrucción[162] para recapacitar, serenarse y recargar de nuevo su esperanza.

Como poeta, su búsqueda de la palabra exacta y de la forma más adecuada para expresar justamente sus sentimientos hizo que se considerara un fracasado por no poder asir el concepto largamente buscado o el término imprescindible para redondear un poema. De ahí que hiciera extensiva esta sensación propia de fracaso también a los poetas: «Los poetas, […] son todos unos tremendos fracasados»[163].

Vitalismo y familiaridad

A pesar de los fracasos sufridos, Jesús Delgado Valhondo fue una persona cargada de ilusiones personales, que centró en su tierra y su gente: «Lo mejor que me ha dado la vida ha sido un montón de ilusiones que voy gastando alegre, generosamente, por ahí. […] Es una hermosa manera de ir tirando en este mundo cada día peor humanizado, materialista y sucio. Sin ilusiones no hay sueños. Sin ilusiones no hay fantasías. Un hombre que carece de fantasía ha perdido su mejor tiempo, por no saber interpretar su sentido y su sentimiento. […] El amor es llana y simplemente una maravillosa ilusión. Cuando se pierde, se ha perdido, irremisiblemente, todo. He puesto siempre la mejor, la más hermosa y poética ilusión en mi tierra extremeña; en sus paisajes y en sus hombres. Y nadie me despertará de este sueño: ‘No me podrán quitar / esta bendita ilusión, / esta manera de amar»[164].

Valhondo fue ejemplo sin duda de hombre que se sintió vivo y se reconoció imperfecto pero que trató contra viento y marea de superarse a través de una rectitud moral que le costó muchos contratiempos emocionales, pero ante nuestros ojos se presenta como un ser ennoblecido que es elevado ejemplo, prototipo, ser humano por antonomasia.

De ahí que podamos definir a Jesús Delgado Valhondo como un ser humano que sintió y sufrió al mismo tiempo. Sin embargo este dolor fue el que produjo una poesía sincera y cálida, que se hace familiar pues con ella se identifica al momento toda persona que tenga capacidad de estremecerse ante los acontecimientos y sentir humanamente, porque su sentimiento es un reflejo exacto del de sus semejantes. Por este motivo se llega a su espíritu tan pronto, por eso mismo nada más conocerlo se hace tan cercano lo que dice, y por esa razón el lector siente a la par y sus corazones palpitan al unísono, sustentados por el idioma universal de los sentimientos humanos.

Humanidad, sociabilidad e intelectualismo

Manuel Pecellín ha realizado acertadas descripciones de los aspectos más destacados del humanismo de Jesús Delgado Valhondo, que ayudan a conocer con más detalle su carácter social e intelectual. De su patriarcado de las letras extremeñas, ejercido espontánea y generosamente, ha dicho: «Es el corazón asombrosamente juvenil de la poesía extremeña, siempre pronto a repartir sus versos en recitales, generosísimo con cuantos se le aproximan, alentador lúcido de las voces recién estrenadas, tierno y delicado hasta la ingenuidad»[165].

Santiago Castelo también ha destacado la capacidad de Jesús Delgado Valhondo para guiar y unir contrarios en torno a su talante abierto y comprensivo: «Creo que la muerte de Jesús nos ha dejado un poco huérfanos y un poco desnortados. Porque Jesús era un hombre bueno, un poeta excelente y un factor de cohesión extraordinario. […] Él era un aglutinante magnífico: unía a todos. En su risa, en la magia de su palabra poética, en la maestría de su enseñanza, en el cariño de sus reproches, en el juicio atinado sobre personas y obras, todo en él era cohesión y cordura»[166].

Es cierto, una de sus tareas más humanas y líricas fue el apoyo incondicional que siempre ofreció a poetas y escritores jóvenes (Manuel Pecellín, Jaime Álvarez Buiza, Tomás Martín Tamayo, Manuel Martínez-Mediero, Ángel Sánchez Pascual, José Antonio Zambrano, José Miguel Santiago Castelo, Gregorio González Perlado) sin miedo alguno al relevo generacional, pues como dijo Álvaro Valverde: «No iba de poeta por la vida. No le hacía falta»[167].

De su espíritu abierto, su juventud (a pesar de su edad madura), generosidad, bagaje intelectual y experiencia de vida, Pecellín ha confesado: «Me impresionó siempre la juventud que derrochaba, sus ganas de vivir, esa impenitente generosidad de quien lo da todo, los profundos conocimientos de un lector incansable, la penetración sicológica del que ha vivido las circunstancias más diversas. Acercarse a Jesús es recibir un baño de optimismo»[168]. Es cierto, Jesús Delgado Valhondo congeniaba su espíritu angustiado de hombre solo con un sentido amable de la vida en la superficie.

Y de su defecto físico, al que se sentía indisolublemente unido porque lo consideraba un rasgo de su personalidad, Pecellín cuenta: «Una parpadeante cojera le da alas. Timoneados por bastones de todo género, sus pies entonan incansables la canción de la acera en busca del chiringuito donde compartir vasos y palabras. Contra el galeno que promete enderezarle lo torcido por la polio, insurge con ira: ‘¡Usted desea privarme de mis señas de identidad!'»[169]. Más tarde Cristóbal Cuevas sintetizó estas descripciones de Valhondo definiéndolo como «esa entrañable figura».

Juan María Robles, gran amigo y conocedor del alma de Jesús Delgado Valhondo, destacó de él su defensa extrema de la verdad como norma ética que identifica al ser humano comprometido y honesto: «Emeritense, es decir, clásico; soterrado, violento a flor de líneas, alguna vez, sin perder su paz, rebelde ante la injusticia o la mentira»[170] y sus dotes de buen conversador: «Hablador agudo, simpático, ameno y hondo»[171].

Juan Ramos Aparicio subrayó de la personalidad del poeta extremeño la relación existente entre su espíritu amable y positivo y el sentimiento estremecedor y edificante que destila su poesía sincera: «Tienes ese corazón que Dios te ha dado, grande y noble como la tierra que nacer te viera, tanta bondad que, por fuerza, el lirismo brota en permanente torrente de poesía, pero poesía que conmueve y hace sentirnos mejores»[172].

Antonio Bellido hizo hincapié en la conexión entre el poeta y el maestro, que supo congeniar la lírica con la docencia de tal manera que enseñó a sentir a los demás y a vivir el mundo, humana y trascendentemente: «Hombre de tierra adentro y sonrisa a flor de piel. Poeta por las cuatro esquinas. Y maestro de escuela, jubilado. Jubilado y jubiloso y juvenil. Maestro del verso y del recuerdo; maestro del hallazgo y del asombro; maestro de la humanidad; maestro de la amistad, árbol de la amistad; maestro del silencio»[173].

Eugenio Frutos destacó el ímpetu vital de Valhondo como resultado de sus deseos de conocer y vivir intensamente, indagando en la existencia y acumulando un bagaje humano y espiritual, que trasmitía a través de su hiperactividad y su interés por todo, a la vez que sin proponérselo lograba implicar a los demás en sus quimeras e ilusiones: «Su perfil humano es agudo, incisivo que se abre paso por la vida atento a su latir y amorosamente volcado sobre todo. […] He notado cómo la vida se iba acumulando en él para crecer y no para decaer, salvo en los momentos difíciles que todos tenemos. […] Su vitalidad nerviosa […] se ha ido reforzando y adquiriendo una fuerza de vida optimista que envuelve, arrastra y hace vibrar a su interlocutor»[174].

Santiago Castelo recalca del carácter de Valhondo su capacidad para congeniar contrarios sin resultar contradictorio y además conseguir con su vehemencia seguidores incondicionales que, como él, se vieron atrapados dulcemente por su desbordante naturalidad: «Desde que leí el primer poema de él todo lo suyo se me hace mío y me radicaliza; todo en él es una amalgama de lirismo y humanidad, de fuerza y delicadeza. Lo veo como el amigo que está ahí cálida la mano, presto el corazón, honrado y bueno; sus palabras generosas y desbordadas; su irrenunciable voluntad de extremeño cósmico»[175].

Estas palabras de Castelo son el resultado de la atracción que ejerció el espíritu transparente, el ánimo sin dobleces, la tranquilidad que se respiraba junto a una persona tiernamente sanguínea como Valhondo: «En torno a Jesús Delgado la vida se hacía más fácil, sencilla y llevadera. Él era la voz pronta, el genio vivo, la risa fresca y al mismo tiempo la sensibilidad más pura, el corazón más cálido, la palabra más exacta. A Jesús se le quería porque sí. No había que darle vueltas. Cuando se enfadaba y cuando se reía, cuando te contaba alguna vieja historia -siempre bellísima y llena de ternura- o cuando despotricaba como un niño porque veía una injusticia o un desafuero. Jesús era Jesús»[176].

Fernando Bravo corrobora la opinión de Castelo señalando que Jesús Delgado Valhondo tuvo un especial carácter que atraía por su humanidad y su amplio corazón: «La faceta simplemente humana de Jesús Delgado Valhondo es insoslayable, porque es una personalidad que, naturalmente, nos atrae de manera firme e imborrable; de él emana un entrañable y siempre vivo recuerdo. Jesús Delgado Valhondo es un puro corazón al viento»[177].

Joaquina Oncins, su esposa, destacó  espontáneamente (de la misma forma que los anteriores en sus respuestas más meditadas) el carácter cordial, sensible, generoso y sencillo de la personalidad de su marido: «No es excéntrico; cordial; sensible, muy sensible y muy melancólico. Tiene un espíritu generoso. Trata de limar lo áspero. Reconoce los defectos y virtudes de cada uno, pero siempre procura destacar el lado bueno. Es realista, con los pies en el suelo. Le gustan las cosas sencillas (porque es sencillo) como salir al campo, fijarse en pequeñas cosas, en las flores, en las plantas»[178].

Álvarez Buiza recordó a Jesús Delgado Valhondo con deleite y a la vez con la nostalgia propia del que conoció su profunda soledad: «Jesús-todo. Gozo y dolor. Tierno, tierno como pan recién nacido, como niño que surge, igual que un corazón ensimismado. Ojos de acompañada soledad. Manos de soledad sobre la frente. Ay, dulce amistad, abrazo dulce»[179].

Manuel Martínez-Mediero destacó el torrente incontenible de la personalidad de nuestro poeta, que supo equilibrar ímpetu con experiencia y singularidad con inteligencia: «Jesús era el mar y al mar no hay forma de contenerlo; no digamos de entenderlo. No se podía con él. Cuando tú ibas, él ya venía. […] y, sobre todo, fue maestro de una sabiduría profunda y rara»[180].

Ricardo Senabre, recordando a Valhondo recientemente fallecido, destacó la vitalidad y el intimismo como dos facetas complementarias de su personalidad desbordante y a la vez reflexiva: «Oigo su voz, su elocución entrecortada y vehemente, y lo veo pasar de la exaltación casi humorística a la confidencia y al susurro. Jesús, amigo leal, hombre de múltiples facetas y ninguna arista, practicaba en ocasiones una gesticulación extremada, a manera de muralla protectora que salvaguardara a un tiempo su ternura caudalosa y su recóndita timidez. Luego, la poesía dejaba al descubierto, inevitablemente, parcelas de ese territorio íntimo que él se había empeñado en celar con el mayor cuidado»[181].

Nos encontramos, por tanto, con una relación amplísima de detalles sobre la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo, sobre el hombre y su espíritu, que descubren a una persona especial, contradictoria unas veces, segura otras; con un corazón juvenil, a pesar de su edad;  entrañable con cuantos solicitaron su amistad; vitalista y activo; fácil para la amistad; bondadoso e ingenuo; delicado y sensible; optimista y positivo en su relación con los otros; melancólico, en soledad; ejemplo de aceptación de sí mismo; rebelde contra la injusticia; soñador empedernido y, a la vez, realista; sencillo y afable hasta la ternura.

Como intelectual Jesús Delgado Valhondo fue siempre un alentador de todo lo que fuera cultura: gozó de un espíritu abierto[182] y un amplio bagaje que fue resultado de su apasionada experiencia vital, de ser un lector incansable lleno de curiosidad y de la participación en incontables actividades literarias. Fue un agudo conocedor de la condición humana; clásico, tradicional y moderno; lírico humanísimo, delicado y conmovedor; maestro del asombro y del silencio; poseedor de un ímpetu desbordante, que impregnaba con su alma de extremeño y de hombre con pretensiones humanas universales.

Y, lo más importante de todo, Jesús Delgado Valhondo, más que  hombre y más que poeta, fue espíritu contradictorio, luchador y buceador del alma: «El hombre que no tiene preocupaciones, que no lucha en la vida, que no es movido por una intranquilidad […] está completamente acabado, ha jubilado su corazón»[183]. Su fe y su razón convivieron indisolublemente en una constante pelea entre el idealismo de un mundo mejor y la dura realidad, entre la creencia sin más y la negación racional, entre los anhelos de Dios y sus imperfecciones, entre sus sentimientos y sus pasiones, entre su irracionalidad y su conciencia, entre el querer decir y sus limitaciones, entre sus ansias de eternidad y su finitud: «y ahora que me queda poco camino que recorrer, me angustio en una lucha contra el tiempo y contra mí mismo», dijo sentidamente pocos días antes de morir[184].

Todas estas características humanas se dieron en Jesús Delgado Valhondo. La sinceridad y el número de sus autores certifican la objetividad de sus contenidos y muestran la existencia de una poderosa personalidad lírica en nuestro protagonista, que Santiago Castelo ha sabido resumir en estas palabras: «aquella voz de Jesús cauterizadora y torrencial, desbordante y vivísima … Era un hombre sin aristas en una tierra áspera y dura»[185].

Visto así, Jesús Delgado Valhondo, que se definía como «un hombre cualquiera. Y nada más», no fue únicamente un hombre común y un poeta conocido, sino que adquirió una dimensión lírica más amplia por ahondar en su riqueza anímica de persona que superó con creces el simple hecho de escribir poesía, a través de la que trasmitió sus intranquilidades más íntimas a los demás con los que quiso estar continuamente en comunicación y en comunión, porque entendía que todos los hombres son un mismo hombre.

Es decir, su poesía es intrínseca a su experiencia vital porque escribió como hombre y para el hombre, de tal forma que su lírica es un reflejo exacto de su personalidad. Así lo detectó Arturo Gazul cuando dijo: «Hay también raros seres, naturalezas excepcionales, íntegramente poetas en su vida como en su obra, con la lámpara de la poesía perennemente encendida en su corazón, a todas horas, en todo momento, tan dulces y generosos en el amor como en el dolor. Usted es uno de ellos, un poeta íntegro, totalmente. Acaso mi único mérito sea descubrir al hombre tras de su obra literaria»[186].

Y, por último, Jesús Delgado Valhondo gozó de un carácter campechano, tierno, amable, apasionado, fruto de su riqueza humana y de su comprensión de la  imperfección y la grandeza del hombre: «Nos habíamos escabullido de no sé qué acto oficial y anduvimos juntos por aquellas calles apacibles y luminosas. Jesús me enseñó algunos ejemplos magníficos de la arquitectura local, pero enseguida sospeché que lo que él quería era guiarme por otro más recóndito itinerario: el de la geografía humana de Olivenza. Y fue entonces, mientras compartíamos unas copas, cuando descubrí a un Jesús Delgado Valhondo aliado con los placeres genuinos de muy palmarias enemistades con los perifollos de la literatura. A medida que progresábamos en el consumo de los cálidos y enterizos vinos de Barros, se me fue mostrando Jesús como un poeta equidistante entre el desdén y la pasión. Parecía creer en muy pocas cosas, pero esas pocas cosas las defendía con tesón inquebrantable»[187].

Este carácter tan abierto hizo que amara la amistad sobre otras virtudes humanas y la cultivara personalmente o a través de cartas que hoy constituyen un amplísimo e interesante epistolario, en el que podemos descubrir su espíritu transparente y entregado a los demás, sin perjuicios ni vicios que empañaran su singular sinceridad.

Por consiguiente no podemos de ninguna manera seguir considerando a Jesús Delgado Valhondo simplemente uno más entre los primeros, porque su extraordinaria personalidad lírica obliga a destacarlo entre otros y a sacarlo por justicia de la impersonalidad de la masa, donde sin quererlo lo han situado incluso los que han tratado de destacarlo repitiendo tópicos, pero sin profundizar en su conocimiento personal.

Idealismo y espiritualidad

En el acto de nombramiento de hijo predilecto, celebrado en Mérida poco antes de morir, Jesús Delgado Valhondo justificó su actuación humana con una frase lapidaria: «Sólo he cumplido con el deber que me dictaba mi condición de hombre», es decir, su conciencia espiritual. Esta afirmación, sencilla y humana a la vez, conecta con el hecho de que agudamente se le ha llamado «Juan alma»[188] una exacta definición: «Juan» porque con su extrema humildad (forjada en la convicción de quien conoce su insignificancia en el universo) fue un hombre más que podría representar a cualquier persona sencilla de la calle, del pueblo, y «alma» porque siempre estuvo indagando en la suya y en la de los demás.

Fue por tanto Valhondo un ser de vida espiritual consciente e intensa, que investigó en sí mismo y en su entorno; no fue un ser anodino ni vacuo como los acomodados en la mediocridad y el amparo del anonimato de la masa. Así, su poesía está impregnada de ese sentido anímico con que convertía en trascendente su experiencia vital cotidiana: «He tenido toda la vida por norma entre otras vivencias, sentimientos e intranquilidades dos frases que me impresionaron de tal manera que, a veces, hice de ellas norma de vida: una, conócete a ti mismo y, otra, el sufrimiento de los hombres no te traiciona jamás»[189].

Y es que Jesús Delgado Valhondo fue un ser humano que atendió por igual a su cuerpo y a su espíritu. Nada que le ocurriera a él o a los demás le era indiferente (lo mismo le preocupaba su casa que su entorno, su estado espiritual que el de los demás). Se sintió humano y actuó como tal; por este motivo fue una persona que vivió, sufrió, amó, meditó, observó y se comunicó con los demás apasionadamente: «En algo tiene que demostrar el hombre que su nivel de vida ha subido y en vez de vestirse por dentro […] se viste por fuera. […] antes vestirse por dentro, colmar el alma de poesía, el corazón de amor, el cerebro de hermosas ideas, de bellos pensamientos, de tiempo inacabado. Después de la elegancia espiritual, la corporal»[190].

Esta postura vital hizo que Jesús Delgado Valhondo fuera un ser consciente por un lado de sus raíces espirituales, entroncadas en el cielo donde se encuentra Dios y, por otro, de sus conexiones materiales, enraizadas en la tierra y el paisaje en el que vivió con los demás y a la vez dentro de la masa, su aprecio por la meditación, lo hizo sentirse ser independiente y solo. De ahí el intimismo y la voz personal, que surge de su espíritu y hacen característica su poesía.

Pero Jesús Delgado Valhondo fue además un ser social, un hombre comprometido en medio de un mundo materialista lleno de contradicciones, que había olvidado el cuidado del espíritu. Y esto lo hizo ser crítico consigo mismo y con los otros. Tal postura lo arrastró a verse invadido constantemente por intranquilidades (como él llamaba a sus inquietudes) que le producían su actuación contradictoria y la de los que vivían en su entorno. No obstante pensaba que las intranquilidades eran necesarias para mantenerse consciente y para conseguir un mundo mejor: «‘Tú, tranquilo’. Estirado y altanero. Sin importarte lo que a tu alrededor pasa. Sin escuchar lo que oyes. Sin ver lo que miras. Sin aprender lo que lees. […] ‘Tú, tranquilo’, es una estupenda frase para imbéciles. Frase hecha para gente de ‘poco pelo’, corta de genio, de escasa mentalidad y de limitadísima imaginación. […] Tú, amigo, intranquilo, preocupado -ocupado en tu problema-, porque el mundo entero necesita de tu preocupación constantemente. Tú, latiendo, impulsando, motivando, agitando y acrecentando al mundo. No puedes estar tranquilo mientras haya sobre la faz de la tierra ambiciosos y confusos»[191].

A la vez su espíritu estuvo constantemente lleno de preocupaciones espirituales, melancolías que en su meditada soledad le produjeron continuos desencantos al palpar sus imperfecciones físicas y espirituales y comprobar en sí mismo y en los demás la incapacidad del hombre para resolver incluso los pequeños problemas de la vida cotidiana y llegar a la perfección moral. Estas preocupaciones le harán en soledad (no en compañía de los demás) ser una persona de ánimo depresivo, melancólico y angustioso, golpeado continuamente por las intranquilidades de su espíritu sensible[192].

Ese martilleo constante en su mente le hará añorar la paz en su alma, ser insensible a la realidad y a los problemas que de ella se derivaban sin descanso y acosaban su alma dejándola en carne viva. A tanto llegó esa presión sicológica que en más de una ocasión su mente torturada y rebosada de una profunda tristeza abrigó la idea del suicidio[193].

Pero enseguida arrepentido volvía a recobrar la esperanza en un mundo y un hombre mejor, en quien confió siempre y a quien aprendió a perdonar sus errores, habituado a autoperdonarse y a ser consciente de que él mismo era un reflejo de los otros. Esa postura espiritualmente humilde es la que se observa en la voz personal de su poesía más auténtica que, aunque impregnada de angustia, guarda unos tremendos deseos de superación después de cada momento de duda: «Sin ilusiones no hay sueños. Sin ilusión no hay fantasía»[194].

Valhondo también fue un hombre digno porque pudiendo vivir inconscientemente, su extremada sensibilidad no le permitió vivir de puntillas, insensible y de espaldas a sus problemas y a los de los otros («Yo me siento orgulloso de ser hijo de mi pueblo. De ser pueblo»[195], decía). En él se detecta una lucha espiritual entre su fe, que lo convencía de su origen divino, y su razón, que le recordaba constantemente sus limitaciones y lo angustiaban haciéndolo vacilar, aunque estaba convencido de que el principio de la creencia es la duda: Deseaba creer en Dios y en el hombre; sentía la naturaleza, a la que quiso como obra de Dios y por eso mismo donde lo buscó anhelantemente.

Pero Dios no aparecía ni se manifestaba de ninguna manera y, mientras, él naufragaba en sus contradicciones y sus circunstancias materiales como ser finito. Y en su peregrinar diario hacia una inalcanzable cima, donde deseaba y esperaba encontrar a Dios, caminaba dificultosamente con sus vacilaciones y límites, que se agigantaban al sentir los de sus semejantes, compañeros en ese interminable camino hacia la vida verdadera.

La dignidad ascética y espiritual, que fue tan personal y sincera en Valhondo, no se encontraba sólo en su alma sino que también en la vida diaria defendió con valentía lo que dignamente consideró justo sin importarle las consecuencias. Y su idealismo lo llevó a intervenir en política con el único fin de poetizar esta actividad tan falta de sentimientos; cuando entendió que no podía hacer nada, se retiró sin rencores, más dolido con él mismo que con los demás. Y es que Jesús Delgado Valhondo fue un idealista en cuya mente abierta cabía holgadamente un mundo más humano y un hombre menos problemático. Pero ese hombre en el que creyó no tenía su sentido trascendente de la existencia, ni se consideraba parte de una concepción divina del universo, ni sabía ver la naturaleza ni la maravilla de la creación ni la grandeza de su creador y no cuidaba su espíritu; sólo era imperfección y limitaciones.

Esa espiritualidad, que impregna su condición humana, anímica y poética, procede de su experiencia personal, cuando la enfermedad infantil lo llevó a meditar antes de tiempo en el silencio y la soledad, donde sus sueños de niño bien pronto se llenaron de dolor y angustia.

El dolor

El dolor es el primer concepto fundamental que arraiga en Valhondo. De él surgen otros en su filosofía vital y lírica no menos enraizados y trascendentes como la meditación, el silencio, la soledad, la muerte y Dios. Su temprano encuentro con el dolor lo hizo comprobar en sus carnes la fragilidad del ser humano, y lo convirtió en un ser humilde, amante del silencio, de la soledad y de la vida pero, por eso mismo, preocupado por la muerte y por ello anhelante siempre de Dios.

Con sólo seis años una grave enfermedad lo abate, física y espiritualmente, durante años. Médicos, sufrimiento y dolor. Su fortaleza espiritual y vital (extraña en un niño) lo sobreponen y una vez superada la enfermedad aprende a encontrar el lado positivo del sufrimiento. Piensa que el dolor es necesario para el alma y para el cuerpo, porque no hay hombre completo si no ha experimentado la amargura de la pena y la dulzura de la melancolía, si no ha moldeado el espíritu con el llanto ni el corazón con el dolor: “El dolor se hizo placer / el placer se hizo dolor, / se fundieron en mi pecho / en forma de corazón”[196].

No obstante, a pesar de la facilidad que Jesús Delgado Valhondo tenía para sublimar el dolor, quedará en su ánimo una tristeza latente cercana a la hipocondría, debida a su triste experiencia infantil, a su fracasada búsqueda de Dios y a la serie de hechos luctuosos que le sucederán en su larga vida (no son sucesos distintos a los que les han ocurrido a los demás, pero a él le afectaron sobremanera). Esa tristeza latente se detectará en toda su poesía, pues Valhondo encontró en la expresión lírica un bálsamo para serenar su ánimo, ajado por la pena. Así la poesía fue un sedante, que le tranquilizaba el alma y le aportaba calma a su espíritu angustiado.

Por esto también el dolor en ocasiones adquiere en Valhondo no sólo un sentido humano y físico sino también lírico y trascendente: “Pintor: / píntame el pensamiento / de este crítico momento / de dolor, / y hazlo eterno”[197]. Esta concepción del dolor arraigó generalmente en aquellos escritores que indagaron en el sentido trascendente de la existencia como por ejemplo Azorín que aseguró en una ocasión:  «El dolor es bello; él da al hombre el más intenso estado de conciencia; él hace meditar; él nos saca de la perdurable frivolidad de la vida». Valhondo también concebía el dolor como un medio de fortalecimiento espiritual del ser humano: «El hombre que no ha pasado por el sutilísimo tamiz del dolor, es hombre que tiene su espíritu sin cultivar»[198].

Sobre el sentimiento opuesto, la felicidad, Valhondo pensaba que sólo era una ilusión[199] y, como el hombre vivía de ilusiones, el hombre gozaba de felicidad incluso dentro del dolor. No obstante en Valhondo sólo se trata de una idea teórica, porque en la realidad sus múltiples intranquilidades lo convirtieron en una persona espiritualmente angustiada por un exceso de reflexión[200].

El silencio, la soledad y la meditación

Estos tres conceptos aparecen juntos en la época de dolor que sufrió Jesús Delgado Valhondo. Silencio en la casa, en la calle, en el alma. «Amo el silencio desde el día que me quedé solo», decía. Silencio de soledad, silencio de meditación, de encuentro con uno mismo, con los demás y con las cosas[201]. A lo largo de su vida hubo momentos en que necesitó estar en silencio y él voluntariamente se apartaba del ruido a un lugar retirado en el campo o en la ciudad, porque allí el silencio lo purificaba e, instalado en su soledad interior, meditaba con mejor perspectiva sobre los hechos, se acercaba más limpia y fácilmente a la comprensión del mundo, a los demás y las cosas: «A veces he querido romper las rocas o las murallas con palabras. Ha sido inútil mi esfuerzo. He querido abrir puertas en la noche cerrada por la oscuridad con la luz del grito, y no he conseguido nada. No me he desesperado ni me he encontrado vencido, aunque sí fatigado, y he pegado en los objetos más al uso -el pisapapeles, la pitillera, la cartera- sobre la mesa donde escribo, una etiqueta con la palabra SILENCIO»[202].

En el silencio Jesús Delgado Valhondo encontraba más poesía que en la voz y en la palabra, aunque advertía que era necesario aprender a escucharlo, porque había silencios distintos: el de una plaza de toros es diferente al de un teatro, y éstos distintos al de una catedral o un circo: «Quedarse uno en la catedral. Solo. Rasgar las sombras. Fuera sentir un caos de seres humanos que se arrastran por la ciudad. […] el circo. Redondo silencio. El trapecio descansa sobre brazos invisibles de miradas llenas de angustias y ansiedades»[203]. A tanto llegó su atracción por el silencio que se atrevió a decir: «Lo más bonito que hay en Madrid son los cementerios, que tienen un silencio especial»[204].

En varias ocasiones Valhondo hizo referencia al valor paradójico de dos tipos de silencio que le llamaron siempre la atención: el silencio de los gestos y el silencio del silencio[205]. Siempre le atrajo encerrarse en el silencio y la soledad para observar y meditar sobre las cosas, dialogar con ellas, poetizarlas, darles personalidad y vida con su vida.

Por esta razón se sintió conmovido por los muebles viejos, entre cuyas grietas encontraba gestos, miradas y palabras de la gente que los usó y dejó sobre ellos trozos de existencia y de espíritu. Las cosas tienen su fin en las ruinas y por este motivo también Valhondo se sintió atraído por su misterioso ambiente, en el que se conservaba una herencia histórica, cuyo espíritu (latente en ellas) les imprimía la solera de años y siglos, de sus antepasados (del artista, del místico, del guerrero) y de sus orígenes (éste será el tema central de Los anónimos del coro)[206]. Sin embargo, también las ruinas le sugerían la destrucción a que lleva el tiempo al ser humano y a las cosas; por este motivo, el tema de las ruinas se hará frecuente en la poesía de su etapa crepuscular (Ruiseñor perdido en el lenguaje y Los anónimos del coro).

La gama de silencios que escuchaba es otra muestra más de su extremada sensibilidad, por medio de la cual logramos conocerlo y aprendemos a escucharlos. Extraordinaria labor, por tanto, de intermediación a través de la lírica o, mejor dicho, a través de la hipersensibilidad de un ser humano especialmente sensible, transmutado en poeta que iba al campo a escuchar cómo crecía la hierba: «en más de una ocasión en plena juerga con los amigos, sentía unos enormes deseos de soledad y silencio. Los dejaba y entraba en la primera iglesia que veía abierta a darme un ‘baño de silencio’. Allí me colocaba en un rincón a contemplar a las beatas, que estaban rezando el rosario, y me encontraba agustísimo. Yo he pensado si no sería una reminiscencia a mis 18 años, de mis vivencias infantiles con el silencio y la soledad»[207].

Valhondo decía: «La cosa que más me ha importado en mi vida es la soledad, que es la fuente de todos mis bienes, y el silencio. Como consecuencia he sentido siempre un gran interés por conocerme a mí mismo»[208]. Soledad interior, lucha individual contra la enfermedad que lo quiere destruir, ayuda familiar y médica, rodeado, atendido y arropado por sus padres, hermanos y médicos, pero solo.

La soledad en compañía de otros será un punto primordial en su poesía, porque para Jesús Delgado Valhondo no existía mayor soledad que el vacío del espíritu, aunque se encontrara acompañado y protegido: «El hombre es un ser tan perfectamente acabado, que vive aisladamente en mitad de una multitud. Más aislado entonces que en pleno campo o en pleno desierto. Porque en pleno desierto está consigo mismo. Un hombre que no puede estar solo carece, en primer lugar, de imaginación» aseguraba con su experiencia de hombre solo (no solitario). Valhondo se encontraba consigo mismo precisamente cuando estaba rodeado por personas, que eran su punto de referencia y su reflejo. No obstante, a pesar de su atracción por la soledad, fue un hombre muy sociable que no rehuía cualquier oportunidad de estar con los demás y hacer amigos conociendo y llenando su espíritu de la gratificante y gozosa relación con los otros.

Pero Jesús Delgado Valhondo distinguía dos tipos de soledad: «Hay una soledad espiritual y una soledad física que se llama aislamiento»[209]. La soledad espiritual le era necesaria para reencontrarse consigo mismo y meditar, y la soledad física lo angustiaba porque la sentía cuando se encontraba aislado, naufragando en el mar de sus intranquilidades. Por esa razón si alguna vez caía en ellas, iba en busca de los demás para «llenarse de compañía».

Sin embargo no le gustaba la compañía de la masa, porque entendía que ésta intentaba cosificar al ser humano despersonalizando al individuo: «Los hombres son dados a concentraciones, ejércitos, etc., que quieren ser rebaños»[210]. Ahora bien, era partidario de la muchedumbre, cuando «no intenta ‘formar’ a nadie, sino que va simplemente. Todo el pueblo va como el agua del río, que parece que siempre es la misma y siempre es distinta», decía[211]. Esta idea la desarrollará en Un árbol solo.

También Jesús Delgado Valhondo afirmaba sobre la soledad: «El hombre siempre está un poco solo. La soledad es la mejor querida que puede tener uno. Yo siempre he amado mucho mi soledad, me sosiega, me deja pensar». Pero advertía: «Yo la tengo, no la busco; me pasa lo que a Picasso cuando decía que él no buscaba, encontraba»[212]. Su concepto de soledad, dramático y arraigado, procede de la trágica experiencia de estar rodeado por personas que lo querían ayudar y sin embargo no podían hacer nada por él. En esa paradoja se encontraba el tipo de soledad más dramático que concebía Valhondo, porque sentía que ésa era la misma soledad que sentiría en el momento de su muerte, en el que estaría dramáticamente solo[213].

Esa soledad espiritual es la que temía Valhondo porque entendía que el hombre sin un alma fortalecida se encontraba totalmente indefenso ante la muerte y que el ser humano, sin fuerza espiritual, no podría concebirla más que como finitud y destrucción. Ese vacío del espíritu es la soledad que angustia al poeta, sobre todo a partir de La montaña, y se acentúa en libros posteriores hasta desembocar en Un árbol solo. Los continuos fracasos de su búsqueda de Dios lo arrastran hacia el desencanto, el escepticismo e incluso el abandono hundiéndolo en un abismo desgarrador, porque la muerte que notaba cada vez más próxima lo iba a sorprender vacío, realmente solo, sin defensas espirituales que le proporcionaran la esperanza en Dios y en la inmortalidad.

La capacidad espiritual de sublimar conceptos y hacerlos trascendentes lo llevó a que la soledad provocara en su ánimo múltiples sensaciones paralelas y contrapuestas, pues la soledad era también un extraordinario modo de independencia y de fortaleza, de preocupación y también de contradicción y de lucha: «Todo hombre que sea un verdadero hombre debe aprender a quedarse solo en medio de todos, a pensar en él sólo por todos; y a estar, en caso necesario, contra todos»[214].

La meditación, una de sus pasiones, fue consecuencia de la atracción que sintió por el silencio y la soledad y su interés en conocerse a sí mismo a través de la profundización en su alma y, de ese modo, llegar a los demás. Por medio de la meditación dialogaba consigo mismo, descansaba y aprendía en el silencio a encontrar la palabra justa, a desentrañar los misterios y a observar.

La observación era para Jesús Delgado Valhondo el silencio escuchado atentamente, cuando recapacitamos en nuestro cerebro y nuestro corazón y nos adentramos en nosotros, recorremos nuestros entresijos y seguimos el sendero que nos lleva a los demás por el camino de la creación, que es la reflexión hecha palabra o poema. La meditación es un ejercicio mental, practicado por Valhondo con frecuencia que además de satisfacciones le producía las intranquilidades ya comentadas, porque siempre estaba insatisfecho consigo mismo. Ese viaje a su propio ser le descubría sus imperfecciones y le indicaba cuán lejos se encontraba de su meta personal y de su anhelo de llegar a Dios y a los demás. Aquél enigmático; éstos y él mismo, volubles e imperfectos: «Sin observación, sin conversación, sin amistad con las cosas, no solamente no hubiera habido progreso, ni siquiera conocimiento, ni siquiera razón»[215].

La pena y la tristeza

El profundo sentimiento de fragilidad citado hará que Jesús Delgado Valhondo se vea invadido por la melancolía y que incluso sus mejores momentos vitales estén impregnados de la triste provisionalidad de quien se sabe, mejor que nadie, fugaz y caduco. Una pena honda y una latente tristeza lo acompañarán fielmente a lo largo de su vida, hasta el punto de llegar a necesitarla y desearla[216].

No obstante la pena y la melancolía, lejos de apartarlo de sus semejantes, hicieron sus sentimientos comunes a las emociones de los demás: «La miseria material parece ser cantada por el poeta para que sea sentida en todos los seres y hermanarlos»[217]. Valhondo, buen conocedor de la pena y la tristeza, había fraguado una teoría sobre ambos conceptos: «Lo grave es que a la pena se termina queriéndola. […] Personaliza la pena y agrada porque al que la posee lo hace interesante, como el luto. Una mujer de luto es atrayente. […] La pena se extingue cumpliéndola o cantándola. El cante jondo ha redimido mucha pena por seguidillas o por soleares. Además, la pena es voz de pueblo y, por lo tanto, comunicativa y contagiosa. […] La tristeza, sin embargo, se alimenta de resignaciones, pereza, heridas, recuerdos de tiempo pasado, del atardecer, del llanto contenido y hasta de renuncias. […] La pena es comunitaria. La tristeza, no. La pena pasa o se cura. La tristeza queda. Es como una enfermedad crónica. Se llama hipocondría»[218].

Es decir, pensaba que la pena se podía conjurar con la poesía; sin embargo, la tristeza era un revulsivo necesario para forjar el espíritu, sin el que no entenderíamos la voz de nuestra conciencia, generalmente apesadumbrada: «[…] Cantemos nuestras penas para que se nos vayan volando como palomas al pinar. Y a la tristeza conllevémosla para que nos mueva el ánimo y nos ayude a los trabajos del alma»[219].

La melancolía de Jesús Delgado Valhondo, unida a su creatividad y a su profundo sentimiento religioso, será fundamental para comprender su concepción de la vida y, por consiguiente, de su obra lírica, porque un hombre melancólico, que es además poeta, se halla más aferrado a la existencia que una persona común al sentir más intensamente su peso, que es cuando el poeta consigue ese decir inefable, que lo distancia del hombre cotidiano.

Además Jesús Delgado Valhondo llegó a detectar unas fuerzas superiores, instaladas en la sobrerrealidad, que lo dominaban y lo hacían naufragar constantemente a capricho sin que pudiera hacer nada por dominarlas. Por esta razón se definía así: «Yo soy yo cuando dispongo de mí». Sin embargo cuando conseguía disponer de él en la soledad deseada de su conciencia, se agigantaba, se ennoblecía, se confortaba y se encontraba: «Quédate contigo mismo. Sueña mientras sientes, como la sangre es savia que alimenta el árbol en que vives. Apaga la sed que te abrasa con la copa de tu corazón. Deja a la mente vagar. Anda sin escaparte de ti. Agárrate del brazo de tu soledad y cuéntale tu novela -como yo le canto mi poema- mientras subes la montaña del día a día o latido a latido»[220].

Aunque, como ya hemos comprobado en la mayoría de las ocasiones, la soledad no le resultó tan gratificante como asegura en este texto, pues en la realidad la tristeza lo hundía en la melancolía y lo alejaba de la felicidad: «A quien no se le puede pedir que hable de alegría es a los poetas […] andan mal enterados del bolsillo donde está la alegría […] Quien no la tiene es porque no quiere. O porque el bolsillo no está en el espíritu, sino en el dolor de la chaqueta […] La alegría quita preocupaciones ¿Qué sería un mundo sin preocupaciones?»[221].

El asombro ante el misterio

Jesús Delgado Valhondo fue un ávido observador del mundo, consciente de formar parte de un universo grandioso que sólo podía haber sido creado por Dios. Esa avidez observadora lo llevó continuamente al asombro que le producía el misterio del mundo, del ser humano y de la divinidad, y se convirtió en su alimento espiritual: «El hombre necesita del misterio y del milagro cotidiano para poder seguir viviendo de rentas espirituales»[222].

De ahí que uno de sus mayores encantos en la vida fuera la aventura, ser ignorante de lo que iba a ocurrir en el futuro porque sostenía su esperanza, lo intranquilizaba y mantenía intactas sus ilusiones. Además pensaba que el misterio bien asumido no preocupaba sino por el contrario confortaba, tenía encanto y magia pues le resultaba un placer y una necesidad espiritual descifrar secretos. Por eso el poeta para Valhondo cumple una función aclaradora pues desentraña misterios, le pone nombre a lo que no lo tiene y especialmente trata de comprender al hombre, que sigue siendo un misterio inexplicable.

Tanto fue el interés de Valhondo por el misterio que incluso la vida de los minerales y las piedras («‘Vive’ la piedra. Se mueve en un proceso de cristalización», decía) atrajo poderosamente su atención, pues pensaba que el hombre deseaba mineralizarse, convertirse en polvo, volver a la naturaleza de donde surgió. El problema de Valhondo fue que espiritual y sentidamente intentó resolver los misterios y entender el problema de la vida, pero la existencia no es un problema para ser resuelto sino un misterio para vivirlo. Y él se vio acuciado por tres grandes e irresolubles misterios: Dios, tiempo y muerte.

Para Valhondo la salsa de la vida se encontraba en la capacidad personal de asombro, en ir descubriendo cada día un trozo nuevo del mundo que lo rodeaba, en bucear en su espíritu como si se tratara de un terreno virgen por descubrir, donde degustar los hallazgos con el asombro de un moderno descubridor. Además Valhondo concebía los descubrimientos con un sentido trascendente, porque entendía que en ellos el hombre medía su profundidad de vida y su compromiso como ser humano y divino. Descubrir misterios, vivir asombros era para él una buena muestra de que estamos vivos, de que somos.

En ese afán por desentrañar misterios, Valhondo aumentaba su capacidad de asombro ante lo que no conocía e iba descubriendo y como consecuencia ganaba en lirismo conforme los asombros del mundo se le iban convirtiendo en misterios cada vez más insondables: “Todas las cosas se quedan, / de pronto, tras de la esquina / Dios en la noche se duerme / como un mar de agua limpia”[223].

El tiempo y la muerte

Pero ese deleite de descifrar misterios, de descubrir el mundo día a día, se hará angustioso en Jesús Delgado Valhondo cuando compruebe su incapacidad para desentrañar los enigmas más trascendentes y por tanto los que más le preocupaban.

Valhondo concebía el tiempo como el aliado de la muerte, porque lo arrastraba irremisiblemente hacia el final no sólo de su vida física sino también espiritual, es decir, para él no se trataba únicamente de la extinción de su cuerpo sino además (y es el hecho que más le preocupaba) de su conciencia y, por tanto, de la esperanza de inmortalidad. Además el tiempo le producía la necesidad urgente de desentrañar misterios antes de que se le agotara y, como sufría fracaso tras fracaso, se angustiaba porque cada uno de ellos le restaba un tiempo del que ya no volvería a disponer: «Los poetas, como son unos tremendos fracasados, apenas viven de tanto soñar y soñar, y se quedan siempre con menos de la mitad de sus años»[224].

De ahí que en la poesía de Valhondo la angustia vaya in crescendo conforme menos tiempo le quede y se haga especialmente dramática cuando sea consciente de que, por edad y achaques físicos, realmente se le estaba agotando sin posibilidad alguna de recuperarlo ni alargarlo, mientras los misterios continuaban tan patentes como al principio de su búsqueda. Por ese motivo, admiraba a los que tenían la capacidad de gastar bien su tiempo: «Creo que es digno de admiración el que sabe consumir bien sus años. El que sabe comulgar, uno a uno, todos los momentos de su vida. Porque hay quien a los veinte años es viejo ya»[225].

Además el tiempo no sólo agotaba su vida sino que paralelamente iba borrando su pasado y lograba que sus recuerdos quedaran cada vez más lejanos, de tal forma que llegó a un punto donde se sentía sin futuro y sin referencias de su identidad original. La existencia vista así suponía, para Valhondo, una realidad angustiosa porque la vida debía generar más vida y sin embargo se traducía en un simple descuento de tiempo. De ahí que titulara el poemario que consideraba su primer libro, El año cero, el punto de partida de un tiempo que empezaba a descontársele. Además comprobó aterrado que la existencia no se basaba en la generación de vida sino en la destrucción, es decir, para que él viviera otros debían morir y para que otros existieran él tendría que extinguirse.

De ahí que siempre al final se topara con el misterio supremo, con un insalvable obstáculo, con un enigma indescifrable, la muerte, para la que no tenía explicación ni defensa. Se sabía mortal y si en un principio la esperanza en Dios logró calmar su angustia, posteriormente no dejó de asustarle ese paso definitivo porque se sintió solo ante ese crucial momento, cuando comprueba que Dios no le responde y por tanto no tiene la garantía de su consuelo y su apoyo en ese paso tan decisivo y preocupante. Como consecuencia Valhondo adoptó una postura escéptica que lo llevó a dudar de la existencia de Dios y de que la muerte fuera un paso hacia la inmortalidad pues, sin esperanza en la divinidad, pensaba que se trataba de un salto a la nada.

Aunque también admitía, quizás como justificación, que el hombre no comprendía la muerte porque cuando muere su espíritu está vacío y no tiene nada que ofrecer a cambio para merecerse pasar de humano a divino; de ahí su duda y su falta de fe en una vida mejor. Además el ser humano deja escapar el tiempo sin saberlo aprovechar, no sabe vivir cada instante pues de lo contrario moriría lleno de vida y la muerte no le resultaría un trago tan amargo: «La meta de la vida es la muerte. Colmarse el hombre de vida es morir. Lo ideal es, naturalmente, colmarnos de vida poco a poco, momento a momento, latido a latido, pacientemente, santamente»[226]. Y esto supone aprovechar bien el tiempo para colmarse de vida; de ahí que Valhondo se preocupara sobremanera «del tiempo que gasté en balde y del tiempo que no gasté»[227].

Por este motivo Jesús Delgado Valhondo estaba seguro de que otra actitud más esperanzada tendría el hombre ante la muerte si supiera colmarse de vida aprovechando cada momento y sintiendo el regalo tan extraordinario que se le hace al dársela, pero esta esperanza se convierte en decepción cuando comprueba que el ser humano no tiene capacidad de preparar su espíritu y rebosarlo de vida para cuando llegue la muerte: «Morir (pensad que delante tenemos al Cristo de la Buena Muerte) es el acto más importante y definitivo que hacemos los hombres. Sólo, para ganar esta muerte, esta gran muerte, con dignidad, deberíamos estar preparándonos toda la vida. El pregonero -que toda su vida ha intentado ser poeta -ha elevado a Dios sus versos, en oración, pidiéndole una hermosa y honrada manera de morir. Un morir entregándonos a algo sublime como a un hijo pequeño que va corriendo como un niño en busca de los brazos de su padre»[228]. La muerte significaba para Valhondo «estar consigo mismo. Se dice este hombre acaba de morir, pero lo que acaba es de vivir, porque a morir empieza»[229].

Jesús Delgado Valhondo cultivó su espíritu incesantemente a través de la lectura, la experiencia y la meditación que si por un lado cimentaron su capacidad intelectual por otro lo llevaron a la conclusión de que es imposible explicar racionalmente el misterio de la muerte. Como consecuencia siempre sintió una enorme inseguridad y desamparo ante ella, tanto que padeció la angustia de la muerte inminente desde niño y sintió un gran temor a quedarse solo. Este sentimiento tan fuerte podemos entenderlo si recordamos que, al ser el menor de sus hermanos, vio morir a toda la familia, estuvo muy cerca de la muerte durante los años de su enfermedad infantil y la sintió muchas veces a su lado en sus años de practicante.

De ahí que como revulsivo una de sus grandes pasiones fuera fortalecer y ensanchar su espíritu a través del conocimiento de sí mismo como paso previo al encuentro de Dios: «Es con Dios con quien se tropieza muchas veces en el espíritu del hombre»[230] y como forma de dignificación humana porque «desde luego, es más interesante el hombre – alma que el hombre – máquina. El mundo del espíritu que el otro, el tangible, el material, el corpóreo»[231].

Por este motivo insistió con frecuencia en la necesidad de ahondar cada persona en su espíritu, como forma de ser independiente y libre y de paso hacer el mundo más lógico y habitable: «Creo que si cada hombre emprendiese la conquista consigo mismo hasta dar de lleno con el ser en que vive, habría ganado la batalla más importante de su existir. Porque todo hombre -y esto es mandato divino- se diferencia de los demás para que la humanidad se enriquezca. Es necesario que cada uno represente su propio papel en la vida»[232]. Aunque reconocía que el fortalecimiento del espíritu personal comenzaba por el descubrimiento del de los otros, en los que se veía reflejado: «Lo importante es ascender de condición y calidad en el ascensor del alma, cultivando la tierra de nuestro espíritu. Y esto se consigue yendo en vez de a lo nuestro a lo de los demás»[233].

La educación

Otra muestra más del enfoque espiritual que Jesús Delgado Valhondo imprimía a su vida fue la trascendencia con que concebía la educación, en una época donde la única pedagogía era la rigidez de «la letra con sangre entra». Para él la educación tenía mucho de poesía, de amabilidad, de comprensión, de meditación sobre los demás, de cuidado extremo por el espíritu de los niños y de los jóvenes, los futuros hombres.

Para Valhondo la primera norma que debía figurar en un programa de educación era que antes de nada el niño conociera el paisaje (definido por él como libro abierto), su fauna, su flora, su color, sus aromas, porque no entendía otra manera de apreciarlo y quererlo. Por este motivo entendía que el niño debía conocer su pueblo, su provincia, su región, su país y como consecuencia el mundo a través de una visión y una vivencia captada por sus sentidos y atrapada por sus sentimientos, después de apreciar el silencio del campo, sentir su soledad, distinguir las flores, aprender a amar la tierra de la que procede, a la que pertenece y en la que descansará: «Cuando el hombre que ha vivido en un determinado lugar sale de él por primera vez, se siente desterrado. Algo está tirando de él. Algo ha quedado atrás que no es precisamente la familia, la finca o el ganado. Eso que cuando niño se le metió en el alma y ahora está precisamente señalando: el paisaje. […] Usar, padres y maestros, el paisaje como libro necesario para que aprenda el niño mucho de su país y mucho de sí mismo. Y toda esta enseñanza rociada con una buena dosis de poesía … Es una medicina que no falla nunca»[234].

Como consecuencia su espíritu se ensanchará, será más culto y libre y sentirá su dignidad a la misma altura que otras personas. Una concepción social por tanto es la que Valhondo tenía de la educación, porque veía en el espíritu educativo una liberación, una dignificación y un sentido democrático (no en vano fue sancionado por su apuesta y compromiso por las ideas abiertas). El futuro, decía, está siempre en el hombre, en el ser humano; de ahí la importancia de la enseñanza y la educación, pues «un hombre es más importante que una calle o que un puente».

Jesús Delgado Valhondo recomendaba este programa, más de filosofía poética que de educación, porque pensaba que la enseñanza debía ir dirigida más al espíritu que al cerebro, ya que el deseo de enseñar y aprender surge en el ser humano por la necesidad de conocerse y ensanchar los límites del espíritu. De hecho aseguraba que los únicos capaces de formar escuela han sido los religiosos, los filósofos, los poetas y los artistas, precisamente porque sus enseñanzas han atendido al espíritu, formando (no instruyendo) al hombre, educándolo para la vida creadora del ser y no para la material del tener.

Por esta razón pensaba que los programas educativos debían ser hechos por ellos. Pero como en la realidad no sucedía así arremetió contra los males de la enseñanza: «Lo peor va a ser que en las escuelas se dediquen a preparar a los chicos para pruebas objetivas, instrucción que me parece muy bien, pero que lleva aparejado el descuido de preparar a hombres con amplitud y profundidad, con personalidad»[235].

Como vemos estas ideas avanzadas (sobre todo, si tenemos en cuenta que Valhondo las expuso hace más de treinta años), gozan de una vigencia extraordinaria y todo porque en ellas intervino el alma de un poeta, que ponía el espíritu humano por delante de objetivos estrictamente académicos o ideológicos. No deberíamos desatender hoy estas humanísimas y agudas sugerencias de nuestro espiritual maestro/poeta: «Bien pudiera ser el libro un medio eficaz de solidaridad entre los hombres. Por lo pronto es un medio bueno para dialogar. Y cuando el hombre empieza a dialogar, se humaniza. Y cuando el hombre se humaniza, ama. Y está salvado»[236].

La palabra

Aparte de la batalla librada para desentrañar el misterio de la realidad, Jesús Delgado Valhondo libró otra con el medio que tenía para descifrarla, la palabra. De ahí que le preocupara sobremanera encontrar la palabra justa, para disponer de un recurso que le ayudara a decir exactamente aquello que el sentimiento le pedía y le exigía, para expresar las palabras del corazón (la palabra exacta) que tenía grabada con sangre en el sentimiento: «No sé cuántos artículos he escrito sobre la palabra. Me ha preocupado siempre mucho. He querido arrancarle al silencio el sonido justo, cabal, castizo que me diese la palabra. Una palabra nueva -como aquéllas del poeta, golonniña, golongira, golonlira, golontrina-, un nuevo medio de decir lo que hasta ahora no he podido. […] Expresar la idea escrita con sangre en el cerebro […], con palabra inteligente, con palabra luminosa, genial, con palabra – espíritu. Las palabras del corazón»[237].

A Valhondo siempre le intrigó la palabra por conocer lo que hay «tras su cáscara de letras», que encierra los pensamientos e ideas, la creación de mundos que existen vírgenes en el alma. El quería dominar la palabra de la oración que comunica, la ardiente del amor, la limpia de la verdad, porque renuevan y dan vida a las cosas. Su interés por la palabra procedía de creer que es el mejor y más preciado tesoro del hombre, porque en ella se encontraba el poder de traducir su conciencia: «El día que el hombre sepa definir habrá cogido el cielo con las manos. Y habrá ganado las oposiciones de las cosas hermosas y absurdas de la impropiedad»[238].

Su búsqueda de la palabra exacta fue incansable por una necesidad vital de expresión justa, comunicación y dignificación («cuando el hombre se puebla de versos, el hombre es mejor», decía). Además Valhondo valoraba tanto la palabra, porque pensaba que cuando la encontrara podría trascender la muerte en la inmortalidad de su voz: «El día que encuentre las dos o tres definiciones que busco; el día que pueda encerrar mis verdaderos poemas, los que no hemos podido escribir aún porque se me escapan como el tiempo y el viento, entonces, digo, me importaría menos morirme. Porque sería yo mi palabra. Y la palabra queda siempre latiendo en el cielo como estrella invisible y sonora. Y dentro de ella mi mundo»[239].

La poesía transcrita en un poema era palabra y silencio para Valhondo que en esta idea estaba de acuerdo con Carlyle que definió la poesía como «acción simultánea de silencio y de palabra». «Silencio» para desde sus más profundos sentimientos llegar a desentrañar las cosas y «palabra» «por un ansia enorme de definir» que sin embargo se le escapaba de las manos porque no era capaz de aprehender el concepto exacto para definir lo que deseaba: «Me ha entusiasmado la palabra en sí. La palabra como fruto. La palabra como sonido. La palabra como función social. La palabra como creación de mundos. La palabra como creación poética. La palabra como oración … como testimonio, … como dios. El Verbo»[240].

Para encontrar la palabra que buscaba, Jesús Delgado Valhondo se situaba en el mundo y oía los silencios que palpaba en soledad para arrancarle el sonido de la palabra justa. Ir en busca de los silencios, pensaba, requería ser poeta, es decir, hombre con capacidad espiritual para escucharlos, porque el silencio es la palabra poética de Dios que se manifiesta en sutiles misterios, tonos, melodías y ritmos diversos, provocados por su palpitación en el silencio de la soledad. Y además Valhondo cuando oía los silencios también escuchaba la voz del mundo, «vestido de la palabra» que identifica a los seres y a las cosas: el trueno es la del cielo, el ruido del volcán es la de la tierra.

La poesía y los poetas

En más de una ocasión Jesús Delgado Valhondo se preguntó sobre su labor lírica, la poesía y los poetas intentando desentrañar el valor de lo que él y otros sentían y plasmaban en un papel directamente desde su sentimiento. Su meditación sobre estos temas concluyó en que existe poesía en el paisaje, en las artes, en la naturaleza y por tanto la poesía es necesaria para que el ser humano engrandezca su espíritu a través de sus sentidos y fortalezca sus sentimientos: «Si no hay poesía no hay atardecer, ni amor, ni oración, ni nada. La nada es la carencia absoluta de poesía», aseguraba[241].

La poesía verdadera para Valhondo era ante todo sinceridad, porque está hecha de la misma sangre con la que el poeta va formando su espíritu[242] del que resulta ser un eficaz medicamento: «La poesía por su calidad humana, por lo que tiene de oración y de canto, de tristeza y de alegría, de desesperación o de consuelo y de esperanza, es un magnífico medicamento para el espíritu del hombre»[243].

Además Valhondo concibió la poesía como un bálsamo para el alma de los demás hombres, pero cada vez los veía más arrastrados por el progreso materialista, por eso dudó de si beneficiaba al espíritu del hombre, al que veía cada día más estéril porque pensaba que si la vida carecía de lirismo no habría creación en el alma ni fortalecimiento del espíritu, que es donde el hombre se encuentra con Dios, se dignifica, se humaniza y es más feliz al ascender a un estado donde ve, oye y goza espiritualmente a través de la sensibilidad que se hace creación en el poeta: «No hay cosa mejor para embellecer la vida que la poesía […]. La palabra nace en el hombre, como brota la sangre de una herida»[244].

Una muestra de que Jesús Delgado Valhondo entendía que toda expresión artística llevaba consigo una carga de poesía fue su afición a los toros: «Lo que hace distinto a cada pase es la carga poética que lleva. […] El toro en sí y por sí es un poema escrito en el campo y en la plaza», aseguraba. Incluso concibió una metáfora que relacionaba a los toreros en la plaza con los hombres en la existencia: «Todos somos toreros que sorteamos como podemos las cornadas de la vida»[245].

Sin poesía para Valhondo por tanto no existía esperanza para el ser humano. Por eso el hombre es preocupación del poeta y porque al interpretarlo y juzgarlo el poeta hace lo propio con él. La poesía es como consecuencia «un ejercicio de autoconocimiento individual y colectivo y de equilibrio, porque es ternura capaz de neutralizar la violencia». Y también la poesía auténtica «es aquella que perdura en el tiempo, aguanta numerosas lecturas, siempre se mantiene como recién creada y como consecuencia se eterniza a la vez que hace lo propio con su autor».

La poesía como las demás artes es un legado extraordinario de la expresión universal de los sentimientos humanos desde el origen del hombre. Por esta razón aunque muchas veces no podemos sentirla, la comprendamos, y entre ella y nosotros se establece una dependencia y un diálogo, que es el que entablamos con nuestro pasado al interpretar un cuadro, leer un poema, contemplar un vestigio arqueológico o abrir un libro donde se recoge la voz de los hombres: «El poder de la palabra poética es extraordinariamente hermoso y conmovedor. […] El verdadero poema sugiere más que dice. El poema que dice todo sin sugerir nada al lector es un falso poema. Nos están engañando. El poema se entiende y no se comprende. Y, a veces, se comprende y no se entiende como nos ha ocurrido al escuchar los poemas de Eurípides y Sófocles en ‘Medea’ y ‘Electra’ en las representaciones en griego por el Teatro Nacional de Atenas. […] cuando recitando poemas que nadie entendía, se adueñaban, sin embargo, de los sentimientos del pueblo, nunca he visto un público más atento, vibrando enardecido»[246].

Por esto Jesús Delgado Valhondo se quejaba de que en las bibliotecas extremeñas no hubiera libros de escritores de la región en un número adecuado y advertía que el extremeño, de este modo, se quedaba sin oír la voz de su tierra y sin el vigor necesario para amarla después de conocerla: «La poesía es una. El poeta es intimista, pero la poesía no debe serlo. El que escribe poesía para sí es un suicida. La poesía es siempre social y social su contenido. El poeta se da, se entrega a los demás y esto es social»[247].

Además Valhondo calificó de conmovedor el poder de la palabra poética, porque sugiere más que dice, lleva una intranquilidad que preocupa y enamora, y abre las puertas de la inspiración. «Sugerir es lo más esencial de toda obra bien hecha. Una obra tiene que decir, enseñar, fantasear, educar» al lector que es el que debe hacerla válida después de desentrañar el misterio en su interior y el sentimiento universal del espíritu.

En una ocasión Valhondo definió la poesía de esta manera: «Poesía es la palabra encantada. Antes que la palabra existió el silencio y el olor y la mirada. La primera palabra nació del asombro y el asombro no es otra cosa que el sobresalto ante un hecho físico natural, sobrenatural: Un huracán, un terremoto, un volcán. O de la belleza de una piedra, oro, plata, mercurio, o de una flor, un árbol …». Es decir, el poeta es un intermediario, por su especial sensibilidad, entre el mundo y sus semejantes, a los que le traduce las múltiples sensaciones inefables que al ser común le resulta imposible interpretar: «La poesía se refleja en la belleza de las cosas y el poeta se encarga de traducir esa hermosura para entregarla a los demás»[248].

Igualmente el poeta es también necesario pues como Valhondo declaró «los poetas son a la poesía lo que la palabra es a la voz, lo que el sueño al amor, lo que la fantasía a la rosa»[249]. El poeta representa el sentir del ser humano («Decir lo de uno interpretando a todos») y traduce el lenguaje oscuro que existe en los misterios con los que se enfrenta y convive el hombre diaria y constantemente: «La pena, la alegría, el dolor, el sufrimiento, es común a todos los hombres, lo que ocurre es que el poeta es el intérprete de toda esta universal sensación»[250]. Para aseverar aún más su opinión sobre la necesidad de los poetas advertía que incluso los países con sistemas políticos y económicos materialistas protegían a sus poetas «porque no puede existir un hombre sin alma, ni una mujer sin ideal, ni un conocimiento de la hermosura sin imaginación»[251].

Un poeta es grande cuando es cronista de sí mismo porque para Valhondo poesía era «todo aquello que misteriosamente está entre la vida y la muerte escuchándonos siempre, mirándonos siempre, siempre al acecho de la soledad y del silencio, de la música y del Verbo»[252]. Por esta razón Valhondo criticó a los poetas que eran cronistas por encargo de otros que perseguían fines alejados de los sentimientos sinceros: «[…] no digamos de los poetas. A éstos, enseguida un premio, y después, un carguito. Y a medrar. Y a politiquear. Y a oficializarse. En cuanto esto sucede, adiós poeta y pobre»[253].

El hombre se hace poeta, según Valhondo, cuando siente una necesidad espiritual de expresar un sentimiento que lucha en su interior por convertirse en palabra, en comunicación y en comunión con los demás. Por esta razón para él el poema más intenso es «el más íntimo»; el más sencillo, «el que lleva en sí la más desnuda de las confesiones»; el más bello, «el que más humildad rezuma»; el más emocionante, «el que más cruel sinceridad encierra»; el más hermoso, «el que con sencillez se adorna»; el más espontáneo, «el que más perfume despida» y el más claro «el que tenga voz sobre palabra».

Además el dolor y la alegría del poeta es común a la de los demás hombres, porque el poeta es hombre, ser universal cuyo corazón y alma necesitan liberarse de misterios, que son los temas tratados (amor, muerte, alegría, paisaje, tristeza), y contactar con otros corazones que intuyen la existencia en su espíritu de esos sentimientos universales (sufrimientos, intranquilidades, amarguras) pero que por falta de sensibilidad lírica no son capaces de liberar al exterior, como el poeta, convirtiéndolos en palabra: «El poeta, es un ser que sublima, perfecciona y eleva, lo que ama. Y es que ve belleza, donde no la hay; ve lo que no ve nadie»[254].

En esa comunión perfecta el lector, por medio del poeta, comprende el verdadero sentir de las cosas: «Un buen poeta debe saber mirar y escuchar a las cosas», decía. El poeta es el que pone nombre a las cosas: «Poner nombre es dar vida, poetizar. Porque poesía es, al fin y al cabo, una palabra mágica que da vida a las cosas»[255]. Un buen ejemplo de poeta para Valhondo fue Gabriel y Galán que no hizo otra cosa que expresar sus sentimientos tal como los sentía después de recrearlos en su corazón, tamizarlos en su alma y comulgar con el sentir del pueblo extremeño enmarcándolo en su paisaje. El poeta como Gabriel y Galán si es auténtico y generoso lo que hace no es otra cosa que regalar su alma, que es lo único de lo que dispone, por eso canta y hace partícipes a los demás por instinto. De ahí que cuando muere un poeta, con el que hemos conectado humanamente, sentimos que algo ha muerto dentro de nuestro corazón.

Este es el motivo de que el poeta auténtico es el que goza de una rica vida interior, que lo arrastra a conocerse a sí mismo, al hombre, a su entorno y al mundo. Esta personalidad agónica de poeta auténtico enriquece al lector y lo hace gozar cuando se comunican y se hacen cómplices de sentimientos comunes. Por esta razón el lector, que gusta de la lectura de varios poetas, amplía su espíritu porque cada uno le presenta un mundo distinto, un enfoque original de los mismos temas tratados por todos. Este acto de comunión poética para Valhondo es una manera hermosa de caridad a través de la poesía.

Por tanto, según Jesús Delgado Valhondo, el poeta realiza una extraordinaria función humana y social cuando crea a través de su imaginación, «el don más bello del hombre», pues no hay creación posible sin ella ni progreso ni cultura ni acercamiento a Dios, el supremo creador: «Poeta es sinónimo de creador. Y lo que hace que el hombre se acerque a Dios más entrañablemente, más amorosamente»[256]. Ni tampoco esperanza porque sin sensibilidad no se puede crear y sin creación no hay palabra, es decir, el hombre necesita a los poetas para que sigan creando, diciéndoles palabras, porque en ellas se encuentra la esperanza: «Cuando se es duro de corazón, entonces ese corazón carece de palabras. En realidad ese corazón es un mecanismo, no un puñado de sangre, muy apretado, donde se cuece la vida y donde la emoción se edita»[257].

Para nuestro hombre-poeta, el poema auténtico es el que nace en el corazón y llega a la gente por medio de la comunicación «mágica y encantadora»[258] que se  establece entre poeta y lector, cuando aquél aguza los sentidos y éste abre su corazón para entender lo que el poeta le transmite líricamente.

CARACTERÍSTICAS LÍRICAS

Muchos y diversos son los rasgos líricos que caracterizan la poesía de Jesús Delgado Valhondo y lo diferencian de los poetas existenciales contemporáneos. Juan Ruiz Peña, catedrático universitario de literatura, aseguró que en la poesía del poeta extremeño existía una resonancia que se atrevía a calificar de «valhondiana»[259], calificativo que aglutina y sintetiza los valores personales de la poesía de Valhondo y le reconoce una singularidad poética, que tiene estas características:

Autenticidad y sinceridad

Estas dos virtudes constituyen el primer valor de la poesía de Jesús Delgado Valhondo, que fue destacado unánimemente por la crítica de la segunda mitad del siglo XX, porque es un poeta que se expresó del modo más directo y más sencillo sin concesiones a las modas o enfoques oficiales del momento. De ahí que a lo largo de su vida poética existiera una desconexión entre la valoración de su poesía y la que predominaba en el ambiente literario nacional.

Valhondo fue un poeta auténtico, porque su poesía respondió a su verdadero modo de ser y sentir, y fue sincero porque impregnó su lírica de un afecto y una emoción que le hicieron alegrarse o sufrir a la par de los otros. Es decir, su poesía es el reflejo exacto de su sentir vital y viceversa y la autenticidad fue su punto de referencia humano y lírico: «Cuando leo un poema, antes que su calidad palpo su autenticidad», decía.

Esta virtud para Valhondo era la seña de identidad del ser consciente y comprometido y la muestra de que estaba vivo, de que se sentía humano y como consecuencia de que experimentaba preocupaciones existenciales, porque estaba convencido de que el ser humano, si lo es, no podía aislarse de su entorno ni de los sucesos que ocurrían en él: «El poeta vive en su tiempo, o no es poeta y, por lo tanto, está dentro e impregnado de las mismas intranquilidades de todos. El poeta es o no lo es». No obstante comprendía que ser sincero en una sociedad materialista que se alejaba día a día del espíritu acarreaba problemas: «Ser sincero es lo peor que le puede pasar a un hombre español», le oímos asegurar.

El mismo Juan Ramón Jiménez en su carta a Valhondo resaltó la autenticidad como el valor más destacado de su poesía, porque sintió que emanaba de la misma naturalidad de su palabra sincera: «Un libro tan naturalmente escrito y con la misma hondura diaria con que jira la rueda de un carro por un camino o como entra y sale como aceña de un molino».

 Naturalidad que surge de la consciencia de su carácter finito, de su humilde concepción de la condición humana y de sus deseos de comunicación, y hondura porque habla desde la intimidad de su espíritu, seguro de la trascendencia de su voz sincera: «El tono de esta lírica es hondamente anímica y a la vez vertida hacia el mundo exterior. El poeta está rodeado de su circunstancia y poseído por la expresión de ella misma. Por eso la autenticidad que salta de sus poemas»[260].

Es cierto, la autenticidad de Jesús Delgado Valhondo procede en buena medida de la postura comprometida que decidió adoptar ante unas circunstancias que negaban su dignidad humana, unas veces invitándolo a inhibirse ante una realidad inmutable y, otras, atacándolo directamente por sincero y humano: «Él retorna de sus paseos por la vida -donde se deja muchas veces rotas las alas- casi sin aliento, dejándonos esa respiración jadeante de sus versos huracán a veces, céfiro y caricias otras. Jamás falsea Valhondo la vida. La presenta tal como él la horna: Sonriente, alegre, gris, mórbida, contradictoria, clamante»[261].

Jesús Delgado Valhondo fue auténtico porque todo lo vivió con la intensidad de su ancho espíritu, sin dobleces ni medias tintas, seguro de que el camino del hombre se encontraba en la sincera naturalidad de reconocerse imperfecto y caduco por sus contradicciones y defectos, pero también en la capacidad de superación del que ascéticamente trata de buscar la verdad que se halla escondida detrás de lo creado, porque a la vuelta de todo estaba seguro de que se encontraba Dios, la suprema verdad.

De ahí su búsqueda de la esencia humana y del mundo, y de ahí también sus esperanzas y dudas, que producen una poesía angustiosa, pero también apasionada: «En él se halla la pura esencialidad, la vibración emotiva y agridulce de un alma que se debate entre luces y sombras, entre amor y dolor, entre realidad y ensueño, nunca desligada de la idea y el sentimiento de la divinidad, pero presa de interrogantes hamletianos y, a momentos, sintiéndose como desamparada de su gracia»[262].

De esta aparente contradicción surge el doble carácter, temperamental y melancólico, de la personalidad lírica de Jesús Delgado Valhondo, porque unas veces sus deseos de perfección lo sumían en la tristeza del fracaso cuando obstaculizaba sus esperanzas de llegar a Dios, su destino y, otras, el silencio de la divinidad y la inconsciencia de sus semejantes ante los problemas trascendentes lo rebelaban: «Delgado Valhondo está siempre inmerso en su Valhondo verso»[263]. Es decir, es la postura lógica de una personalidad que su temperamento no lo dejaba ser otra cosa que natural y sincero, cálido e impetuoso, esperanzado y desgarrador, consecuente e irónico: «Sus versos son unas veces caricias, brisa respirable, otras -las menos- huracán. No sabía falsear la vida que vivió a bocanadas. […] Sus libros son humanamente enternecedores, sobre todo los poemarios últimos en que se densa su aguda personalidad»[264].

Además la autenticidad de Valhondo procede de su concepción combativa y responsable de la tarea poética, pues siempre la sintió como una labor transcendente, acorde con sus circunstancias existenciales de hombre y su dignidad espiritual de poeta que antes de nada se sentía conciencia existencial a la que metafóricamente la vida le producía profundas heridas que destilaban sangre lírica: «Tú decías que escribir un poema es fácil, lo difícil es meter en las entrañas del poema una gota de sangre de poesía»[265].

De ahí su lucha, el compromiso de hombre que se respira en su poesía: «La poesía de Delgado Valhondo es agónica, porque participa del drama, del conflicto, a punzadas con el dolor y la fe, la vida y la muerte, la belleza y el olvido»[266]. Y de ahí también la esperanza y la angustia: «La inseguridad y la angustia, propias de nuestro tiempo, se alternan con la certeza en un Dios con el que el hombre puede conversar (en tonos cercanos al arraigo de Luis Rosales o Luis Felipe Vivanco)»[267].

La autenticidad de Jesús Delgado Valhondo lo llevó a contar exactamente lo que le ocurría, seguro de que su condición imperfecta del hombre, sobre todo si trataba de hallar dignamente respuestas, justificaba sus continuos altibajos emocionales buscando una tabla de salvación en el consuelo de los otros y una explicación a sus frecuentes vacilaciones. Sin embargo cuando comprobó que los demás eludían los problemas espirituales con la apatía y la desidia, elevó el tono de sus quejas con el fin de remover conciencias por medio de una forma lírica, que se sustentaba en la sinceridad y en la pasión (a veces, provocación) espiritual:  «Pocas voces extremeñas hay más auténticas que la de Jesús Delgado Valhondo. Pocos poetas tan imprevisibles en su trayectoria, tan variados, tan fieles a la emoción del momento»[268].

No obstante, a pesar de sus fracasos en la búsqueda de Dios como en recabar apoyo de los demás, su vitalismo y su ímpetu pasional después de una época de crisis siempre resurgían de sus cenizas fortalecidos y de nuevo reanudaba su compromiso humano, auténtico y sincero, consciente de formar parte de un mundo que había que saborear y vivir, hasta que volvía a sentir de nuevo la angustia que le provocaban las circunstancias: «Sin embargo, esta intensa presión de la angustia que ocasiona la cruda realidad, no es capaz de desarmar la gran vitalidad del poeta que con su energía moral vence el vacío de vivir. La imperiosa necesidad de perdurar se combina con la dicha de sentirse vivo, de amar, de gozar de una naturaleza venturosa. De este modo el trasfondo de lo negativo o desfavorable, se ve paliado por un mar de esperanza que se superpone aún sin estar libre de una veteada inseguridad»[269].

Como consecuencia la autenticidad de Jesús Delgado Valhondo produjo un lírico con personalidad propia que actuó y se mostró como fue, sin aditamentos de ningún tipo. Cuando actuaba como persona y / o como poeta no hizo otra cosa que dar riendas sueltas a su conciencia humana, que se encontraba a sí misma en la inspiración lírica. No en vano Tomás Martín Tamayo, una persona muy cercana al poeta, dijo de él que «era poeta hasta en sueño».

De esta manera la personalidad lírica de Valhondo enriquece y alienta pues, aparte de ser consecuente con sus circunstancias personales, representó fielmente el papel que le tocó protagonizar en la gran comedia del mundo, porque supo complementar su tarea lírica con un fuerte compromiso humano durante toda su vida, sin doblegarse ante circunstancias u honores. La autenticidad que respira su poesía, es la de su propia vida y por este motivo Valhondo-hombre da una lección de fortaleza, de lucha por lo que creía, aunque se perjudicara material y espiritualmente en más de una ocasión. Y es que, como dijo Pecellín: «Jesús fue un ser que se dejó llevar por la pasión, esa emoción fortísima que trasfigura a la persona; Jesús fue un ser trasfigurado»[270].

El compromiso de autenticidad en Jesús Delgado Valhondo se acentuó por su concepción combativa de la función que debía realizar la poesía en una sociedad cada vez más artificial y menos sincera: «El poeta debe tener algo especial. Además de hombre como otro cualquiera se es poeta. Ser poeta implica, hoy por hoy, estar en la sociedad señalando, enseñando y, sobre todo, sintiendo en carne viva»[271]. Valhondo nunca concibió la poesía con un objetivo meramente estético, porque pensaba que debía ser un revulsivo contra la desidia y la falta de espiritualidad, de pasión y dialéctica en una sociedad anodina que vivía sin conciencia su existencia trascendente: «[La poesía aporta a la sociedad actual] intranquilidad espiritual. Sangre eterna. Amor. Filosofía de primera línea. Sueños. Palabras llenas de jugo que saborear a placer. Dolor y alegría. Vida. Caminos. Canciones …»[272].

Esa exigencia de autenticidad consigo mismo, Valhondo la hizo extensiva a su paisaje, del que se sentía espiritualmente parte enraizada en la esencia extremeña. Orgulloso de su origen y sus raíces, no perdió ocasión para pregonarlo: «Yo soy un extremeño y ya es ser, y todavía más, emeritense», decía sentidamente. Esta actitud toma más valor cuando sabemos que no se debía a un cerril empecinamiento regionalista, sino a un conocimiento profundo y meditado del alma de la gente y del paisaje de Extremadura, que también concibió transcendentemente: «[Mis temas preferidos son] El hombre y el paisaje. El paisaje y el hombre como parte integrante del paisaje del mundo. El hombre libre»[273].

Su «Canto a Extremadura» es la mejor muestra de esa conjunción de paisaje y hombre libre en la que creyó: el milagro del agua producido por el Plan Badajoz supuso para Valhondo no sólo una recuperación física del paisaje extremeño, sino también una redención del hombre que en aquel momento se liberaba al dignificarse por el trabajo.

Humanidad

Los sentimientos que vierte Jesús Delgado Valhondo en sus versos tuvieron como centro las emociones que como ser humano vivió en su experiencia vital de hombre sencillo y de poeta, que cuenta su vida en comunión con los demás. De ahí que los registros afectivos de su poesía sean variados, enriquecedores e impriman humanidad a su experiencia de vida y calidez a su expresión lírica, porque surgen directamente del sentimiento, centro de la humanidad. Por ese motivo cualquier emoción por insignificante que pareciera fue traducida a poesía tal como la experimentaba. Y aquí es donde calidad humana y poética se confunden para ser un todo inseparable y humanísimo: «Sigue usted siendo el poeta claro y profundo de siempre, con humanidad que rebosa en cada línea. […] Hay un porcentaje notabilísimo […] de emoción limpia»[274].

Además el fondo humano de la poesía de Jesús Delgado Valhondo procede de la compasión que sintió por él y por sus semejantes, cuando conoció demasiado pronto su dependencia de la divinidad y de las circunstancias y, sobre todo, desde que fue consciente de su insignificancia y su soledad en el contexto de una obra grandiosa y enigmática, cuyo dominio y explicación se encontraba en Dios. Como Éste no se dignó responderle y sus semejantes no estuvieron dispuestos a seguirlo en su búsqueda de la divinidad, comprendió que dependía de la voluntad divina, a la que no conseguía arrancarle las respuestas demandadas, mientras el tiempo lo arrastraba irremisiblemente a la muerte. De ahí ese lamento tan humano, tan de ser finito que invade toda su poética.

Humanidad por tanto en Valhondo es sinónimo de humildad, de saberse naturaleza caduca y dependiente y por supuesto de estar alejado de la presunción y los honores. En un momento de Inefable domingo de noviembre dice: «humilde servidumbre / nuestro oficio de hombre» que puede ser traducido como “oficio de poeta”, porque Valhondo escribía por una necesidad vital de decir exactamente lo que sentía y cuando lo sentía, aunque siempre después de observarlo y reflexionarlo detenidamente: «Soy un pensador. Estoy lleno de preocupaciones y de sorpresas. Observo todo lo que me rodea. Soy sincero. Escribo porque es algo que no lo puedo remediar, ni intento remediarlo»[275].

Su poesía es como consecuencia el resultado de una meditación que intenta dilucidar su condición humana y así hace aflorar sus sentimientos más transparentes de una forma natural que a veces suena a primitiva y espontánea, pero que siempre se encuentra impregnada de esa carga humana que Pedro Caba calificó de inocencia: «Jesús Delgado Valhondo es un poeta sencillo, profundo, original e inocente. No hay poesía posible sin un mínimo de inocencia y no poca castidad intelectual. ¿Qué quiere decir el poeta? No se lo preguntemos, porque él no lo sabe. Ni lo sabemos nosotros. Pero su poesía nos estremece con ondas últimas de sueños difíciles y hermosos. Es la inocencia del poeta y también su castidad. Como todo gran poeta, pone entre paréntesis su condición de hombre ordinario y cotidiano para ponerse a hablar un lenguaje de cosas para los demás indecibles»[276].

No obstante su tono unas veces será cálido, sereno, equilibrado y, otras, angustioso, desgarrador y dramático, como indicador de las vacilaciones de su espíritu que por humano sentía nítidamente los vaivenes de su alma, apesadumbrado por las circunstancias, aunque nunca perdiera el control de su pulso poético: «En los poemas de Delgado Valhondo encontramos la serena y grave interpretación de tanta interrogante, de tanto paisaje interior del alma. Su tono es duro, patético, desgarrador que anuncia una angustiosa soledad. Aunque Delgado Valhondo lo envuelve con el celofán amable de una poesía tan delicada, tan bien construida, que deja, junto a una indecible emoción estética, una suave, inefable y amortiguada melancolía»[277].

La confluencia de su humanidad de hombre y de poeta ha llevado a Juan José Poblador a decir: «Jesús Delgado Valhondo es un poeta que quizás no le hubiera hecho falta escribir para serlo»[278]. Es cierto, Valhondo hubiera sido poeta aún sin escribir porque su condición humana estaba impresa en su alma desde su mismo origen, no fue adquirida posteriormente con su labor lírica. Después la necesidad de transmitir sus anhelos y pesares fue el motivo primero de su indagación profunda en la naturaleza del ser humano y en la suya propia y posteriormente de su transcripción en versos.

 Por esa estrecha relación entre humanidad espiritual y lírica, su poesía perdurará a través de los tiempos como vaticinó Luis Álvarez Lencero cuando le dijo: «ahí quedará tu palabra iluminada en el tiempo sonando a hombre oliendo a hombre, salvando a hombre»[279].

Independencia

La independencia espiritual de Jesús Delgado Valhondo que por dignidad humana intentaba situarse por encima de pasiones y quimeras terrenales, fue un rasgo característico de su personalidad lírica. Valhondo quiso entender la razón de la naturaleza imperfecta del ser humano y a conseguir este objetivo se dedicó en cuerpo y alma. Así como hombre se posicionó en posturas liberales, lejos de ataduras ideológicas totalitarias y, como espíritu, se dedicó desde su soledad a indagar en la naturaleza humana y en Dios, motor de lo creado, siguiendo una línea de la que no se apartó, a pesar de que diversas tendencias líricas se sucedieron temporalmente en el panorama poético español mientras creaba su obra poética y de que el tema existencial dejó de estar de moda cuando había publicado sólo un libro.

Pero Valhondo, muy seguro de lo que deseaba, se dirigió por el camino sentimental que le marcaba su carácter y fue independiente y original sin proponérselo, porque no buscaba el amparo de un grupo o escuela ni necesitó un modelo para tener una voz propia, porque su singular modo de ser le proporcionó esa personalidad que otros tienen que inventarse artificialmente: «Vd. se ha ganado desde sus primeros poemas, esa libertad, esa independencia, respecto a las fórmulas expresivas de modas, escuelas, novedismos y falsos tradicionalismos. Vd. versifica por imperativos de su modo de ser, sin haberse preocupado previamente del sistema o estilo que adoptará para la creación de sus imágenes. Y éstas surgen probablemente en sus poemas por natural generación, porque es la más adecuada, justa y concisa expresión verbal de la alquimia poética que se versifica en su espíritu. […] La espontaneidad ajustada a las lindes del clasicismo. Ni lirismo sin forma, ni forma sin lirismo»[280].

Esa independencia fue la que le permitió atender por igual a la forma y al contenido, a la tradición y a la innovación. Adscribirse a unas corrientes determinadas hubiera supuesto dejar de ser él para ser algo impuesto, artificial, pero sus inveterados deseos de libertad lo llevaron a atender los dictados de su conciencia y de ahí su poesía personal que, si bien siguió la estela de la realidad lírica, supo traducirla en voz personal, diferenciadora y nueva: «Tu ‘Antología’ toda ella es de una sencillez conmovedora; versos casi sin ecos extraños y, sobre todo, sin moda ni modos; de ayer, de hoy y de siempre; frescos, directos, sentidos fluidísimos. ¿Has visto la nube negra que ha caído sobre la joven poesía? Buscando eso que llaman ‘fuerte’ o lo que dicen ‘social’, coinciden casi todos, tristemente, en una sequedad lírica indiferenciada. Ni claridad, ni ritmo, ni acento, ni embriaguez, … […] Creo que la poesía actual está falta de gracia y pasamos por la aridez de un ‘post’: ‘post-romanticismo’, ‘post-modernismo’, ‘post-juanramonismo’, ‘post-subrealismo’, … sequedad y cartón piedra. Por eso tu libro es sorpresa. Por lo que hay en él de vida sentida, natural, sin artificios»[281].

Sin embargo, independencia en Jesús Delgado Valhondo no significó aislamiento porque, si la empatía es la relación afectiva y emocionada con una realidad ajena, la poesía de Valhondo, a pesar de ser un diálogo con su espíritu en soledad, se abrió a los demás y participó de su dolor y sus esperanzas: «El valor más acusado de este poeta extremeño es su ‘don de comunicación’. […] hay buenos poetas como Delgado Valhondo, que se nos cuelan en las entretelas del corazón o del alma por ese gran camino que es el don de la simpatía. Estos poetas nos ganan la amistad personal, nos ganan la identidad lírica. Con lo cual, cuanto ellos nos sugieren parece como si lo hubiéramos parido nosotros»[282]. Esta misma opinión la expresa Juana Vázquez de esta manera: «Si yo pudiera escribir, escribiría esto; lo que escribe Jesús Delgado Valhondo. Hay veces que cuando lo estoy leyendo creo estar leyendo algo que yo he escrito»[283].

Cotidianeidad

La cercanía que se respira en la poesía de Jesús Delgado Valhondo es un reflejo del sentir de hombre de la calle que a la par de él soportaba su soledad y luchaba con sus circunstancias. Y es que el protagonista de la poesía valhondiana es el hombre diario, el del trabajo y la familia que no tiene grandes pretensiones pero que sin embargo se ve continuamente presionado y arrastrado por unos acontecimientos infranqueables ante los que se acobarda o bien se ve obligado a tomar partido en una lucha sin cuartel contra el tiempo y la muerte.

Ese continuo reto, que la mayoría de los mortales resuelven con la desidia y la resignación, fue traducido por Valhondo en inconformismo y rebeldía ante el misterio de la realidad, a la que convirtió en trascendente por medio de una forma lírica con significado emotivo, que extraía de la vida diaria: «[Delgado Valhondo] transfigura las cosas cotidianas dotándolas de misterio y descubriéndolas en su entraña viva»[284].

No obstante llega un momento en que el soporte espiritual no es suficiente para sostener su búsqueda y se angustia. Entonces Valhondo utiliza la ironía como mecanismo de defensa ante la falta de salidas y respuestas a sus interrogantes, y deforma aquello que anteriormente le fue grato y esperanzador hasta el punto de convertirse en irreverente destructor de los símbolos representativos de una concepción armónica del mundo (ver «Catedral» de ¿Dónde ponemos los asombros?«). Pero estos momentos críticos enseguida daban paso a otros de calma, en los que volvía a profundizar en su discurso y a reconvertir su voz en trascendente, aunque su tono adoptara gradualmente la dificultad esencial del que con palabras y transparencia había conseguido desenmascarar pocos misterios.

Pero esta trascendencia, cuyo contenido espiritual y filosófico podía convertirla en excesivamente intelectual, es puesta al alcance de todos a través de un lenguaje cotidiano, que basó en el uso de un léxico común en el cual no localizamos más que una sola palabra extraña[285]. Este hecho demuestra que hubo en Valhondo un deseo consciente de que su verso fuera tan cercano y familiar como lo que sentía.

Esta facilidad de Valhondo, que algunos críticos han interpretado sin más como sencillez, no es otra cosa que anhelo de comunicación, pues Valhondo pensaba que el poeta debía hacer un esfuerzo por no ser quien rompiera esa conexión con el lector, sino que debía establecerse entre ambos una comunión perfecta favorecida por el poeta. De ahí que, aunque trate temas no cotidianos los presenta de una forma asequible para todos y traduzca el contenido en versos comprensibles, aunque no fueran siempre sencillos.

Particularidad y universalidad

Otro característica de su poesía es la particularidad y al mismo tiempo la universalidad de su voz lírica de creador consciente de una poesía llena de cálida humanidad, basada en experiencias particulares de su sentir sincero que por eso mismo no difería un ápice del sentir del hombre universal. De ahí que por un lado su poesía sea particular con rasgos de estilo propio y, por otro, universal porque sintió tan humanamente como cualquier otro ser humano del resto del mundo.

Este sentimiento universal no fue adquirido por Jesús Delgado Valhondo artificialmente sino que siempre estuvo impreso en su personalidad, pues creyó que la poesía era una voz común a todos los hombres con leves variaciones establecidas por el entorno del poeta: «No creo en poetas regionales, pues el poeta -dentro de sus limitaciones- es universal. Por eso, Gabriel y Galán, Pemán, Pepe Hierro… pasan todas las fronteras. El poeta, dentro de su patria, de su sentir y de su hacer, es universal, aunque naturalmente lleve en su poesía la huella de su terruño»[286].

Por otra parte Valhondo también fue un poeta particular, porque no salió fuera de su tierra salvo en contadas ocasiones y por poco tiempo. Esta circunstancia, lejos de ser negativa, se convirtió en característica singular pues, a pesar de la presión que ejercieron sobre él Martín Gil y Romero Mendoza para que siguiese los pasos de Galán y Chamizo, no cayó en el regionalismo vano del atraso ni en el tópico de la encina. Por este motivo cuando trata del paisaje se refiere sin decirlo al de Extremadura y, cuando habla de su gente, está pensando en la de su entorno.

Por tanto en la poesía de Valhondo encontramos la huella del terruño, pero de una forma tan sutil que trasciende las fronteras locales a través de unos sentimientos humanos particulares pero traducidos al idioma universal de la poesía: «nada más universal que lo pura y limpiamente humano»[287].

El mejor ejemplo de la particularidad y a la vez de la universalidad de Valhondo en su lírica es el «Canto a Extremadura» donde, a pesar de hablar explícitamente de su tierra, la voz del poeta adquiere un tono grandioso que traspasa los límites regionales. Lo mismo sucede con La montaña, cuyas proporciones titánicas dan un sentido trascendente a la subida del poeta a la cima, pues su voz suena a palabra de uno cualquiera de sus semejantes que lo acompañan en la ascensión. Esto es lo que hizo decir a Vicente Cano que «Jesús Delgado Valhondo es creador de una poesía de índole y alcance universal»[288].

Forma personal

Eugenio Frutos en el prólogo a La esquina y el viento titulado «La poesía personal de Jesús Delgado Valhondo» destaca lo que ésta tiene «de intramuradamente personal, de cosa suya, cocida en su sangre y expresada en el esguince particular de su figura y su gesto». Es decir, Frutos advierte que uno de los rasgos fundamentales de la expresión lírica de Valhondo es su forma personal de exponer y decir sus sentimientos.

No obstante la lírica del poeta extremeño paga su obligado tributo a la tradición cuando toca los temas de siempre, y en eso no es personal lógicamente (como el resto de los poetas), pero Valhondo consigue serlo cuando lo que dice de esos temas es producto de sus reflexiones y vivencias, materializadas en la preocupación por la muerte, el paso del tiempo o el dolor de personas de carne y hueso, de antihéroes, de seres corrientes que como él viven y aman, sufren y mueren. Y Valhondo también es personal en su forma de decirlo a través de un lenguaje directo, desgarrado o natural, humanísimo, sentido, verdadero y con un respeto extremo por los demás, a los que consideraba prisioneros como él de las circunstancias.

Y esa preocupación humanísima es lo que hizo que la poesía de Jesús Delgado Valhondo tenga una voz tan personal y no se parezca a ninguna otra aunque participe de las mismas formas y sentires. Luego la insistencia en el mismo tema, que no se hace repetitiva, contribuye a que se le identifique nítidamente con un modo concreto de decir y sentir y a la vez se le pueda distinguir de entre los poetas coetáneos: «Delgado Valhondo tiene un acento personal que lo diferencia de todos los demás poetas de Extremadura. Medularmente conserva una sólida unidad inspirativa»[289].

Tanto ahondó en su espíritu («en su mina» como le gustaba decir) que su voz, poco a poco más profunda, se fue perfilando cada vez más personal. No obstante, aunque trató siempre idéntico asunto, no lo hizo de la misma forma porque en cada momento supo imprimirle tonalidades distintas, que oscilaban entre la esperanza y la angustia, entre la búsqueda de la palabra exacta y la decepción de no encontrarla, entre la euforia y la melancolía, entre la aceptación y la ironía, construyendo de este momento un caleidoscopio de sensaciones, que dio lugar a una poesía única: «Su poesía es suya, personalísima y honda. Acaso sea un juego divino de contrastes y firmezas que, unas veces, se suavizan en candores de soñado cromo pastoril y otras se ensombrecen en duros tonos de aguafuerte. Todo se mece al ritmo de su corazón, entre luces y sombras, con una dulzura de melancolía, para cristalizar en los perfiles exactos del concepto y la melancolía»[290].

Luego su desinterés por el lucimiento personal impregnó de calidez una expresión que no pretendió destacar sino decir esencialmente lo que bullía en su intimidad, haciendo más eficaz ese mensaje y a la vez más cercano y confidencial hasta el punto de que su poesía se convierte en algo nuestro: «La poesía de Delgado Valhondo no es de brillantes sonoridades, sino íntima, recatada y como susurrante. Trata de conquistar la individualidad fraterna. Es uno de los poetas más puros quintaesenciados, más concentrados en su paradigma de amor y dolor. No embebido ni prisionero en un narcisismo esteticista, sino abierto a lo divino y humano, en íntima compenetración vivificante con el eterno drama de la presencia humana en la tierra»[291].

La forma personal que Valhondo imprimió a su modo de decir fue reconocida por numerosos críticos que conocían su trayectoria poética. Valga como ejemplo esta opinión que recibió al publicar El secreto de los árboles, cuando se encontraba en el cénit de su poética: «Un libro tuyísimo, hasta el tuétano, pero creo que más ‘importante’ que ninguno en lo que tiene sobre todo de contenido más que de expresión que es la tuya de siempre»[292].

Su originalidad expresiva además resulta tan cercana que conmueve cualquier espíritu sensible, porque está llena de preocupaciones espirituales por comprenderse y comprendernos. Esta noble lucha, propia  de una persona inconformista, impregna su poesía de una verdad que llega al corazón a la vez que al intelecto suavemente, preocupantemente, docentemente: «Jesús Delgado Valhondo es un poeta con una forma de decir las cosas que lo hace diferente a los escritores de su generación […] cuando nos habla tiene una sinceridad que en otros sitios no se usa. […]. Quizá su condición de maestro hace que sea un poeta didáctico»[293].

Además su poesía, por su humano y sincero sentimiento, tiene un valor de medicina espiritual, que seda, cura y reanima espiritualmente como aseguró Ricardo Senabre cuando dijo: «Pero nunca conoceremos lo que es aún más importante: cuántos lectores se han sentido acompañados, consolados, alentados en algún momento de sus vidas por los versos de Jesús. Porque la poesía cuando lo es de verdad, cuando hunde sus raíces en el sentir auténtico, sirve también para eso; la voz amiga del poeta se derrama en nosotros, actúa como un bálsamo lenitivo y nos redime de toda pesadumbre al compartir la suya con la nuestra, porque sus palabras son mucho más que palabras»[294].

Sencillez

La sencillez que respira una poesía sin vueltas como la de Jesús Delgado Valhondo, escrita a golpes de sentimientos y de existencia vivida con la intensa humildad del que se siente insignificante y a la vez parte de la naturaleza, es otra característica de una lírica que para leerla no necesita el uso del diccionario.

Pero esta sencillez en modo alguno minimiza su calidad, porque para comprenderla no es necesario expurgar el significado entre una maraña de expresiones que no dicen nada, ni cae en la simplicidad del rimador de versos. La forma expresiva de Valhondo se sitúa en la frontera entre la expresión poética sencilla e intelectual, es decir, en el justo medio que es donde está la virtud de la verdadera poesía: «La obra de Jesús Delgado Valhondo está cimentada en una sencillez expresiva, tan difícil en nuestro tiempo. Pero que nadie traduzca sencillez por ingenuidad o por simpleza. La bondad extraordinaria -la poética y la otra- de Jesús Delgado Valhondo le sobrevienen no solamente de ser así sino de pensar el mundo hondamente de haberse conocido y vertido al poema»[295].

Esta sencillez significativa se complementa formalmente con el uso que de la métrica y la rima hace la poesía popular: versos cortos y rima asonante que no entorpecen en ningún momento el significado de la expresión ni le da un tono distinto del que quiere imprimirle, que no es otro que el de la sinceridad por medio de la desnudez de todo tipo de artificios. Así Valhondo incluso es sencillo en sus momentos más surrealistas, porque aunque a veces no lo entendamos siempre nos deja la verdad de su voz y su profundo sentimiento, que nos arrastran no a traducirlo sino a llenarnos de su honda emanación, sentimentalmente más eficaz que una traducción al pie de la letra.

No obstante la sencillez de la poesía valhondiana no ha sido bien entendida, porque en algún momento este concepto se ha traducido como simplicidad, porque como reconoce Antonio Bellido: «Jesús tiene una endiablada manera de escribir que engaña. Parece fácil y no puedes evitarlo»[296]. Es la difícil facilidad que Juan María Robles traduce como una trampa tendida por Valhondo para comprometernos con todo lo que nos rodea.

Es cierto pues si definimos la poesía de Valhondo como sencilla para distinguirla de la poesía retórica, entonces es sencilla porque es antirretórica. Pero sencillez en Valhondo es reflexión, elaboración, trabajo de lima, lucha con la palabra, deseos de comunicación, cordialidad, intimismo y subconsciente, que no siempre da como resultado una poesía fácil pues a partir de su decepción en La montaña su voz se espiritualiza progresivamente y, aunque el léxico continúa siendo común, admite menos la traducción y necesita más de un análisis que penetre en la intuición y la sugerencia transmitida por el poeta. Por tanto, como dice Alarcos Llorach, la poesía de Valhondo «es una poesía aparentemente sencilla».

Quizás quienes han definido a la ligera como sencilla la poesía de Valhondo se basen en las características de sus primeros libros que coinciden con la lírica tradicional de versos cortos, rimas asonantes, léxico cotidiano y agilidad, cuyo tono, ritmo y contenido ayuda sobremanera a la comprensión de texto. Pero la poesía de Valhondo posteriormente es el resultado de la síntesis a la que somete su expresión, que va convirtiendo su poesía en esencial y a la vez en más difícil de entender a la primera lectura.

Y así como nadie se atreve a definir la poesía de Juan Ramón Jiménez[297] de sencilla, tampoco es correcto hacerlo con la de Jesús Delgado Valhondo: «Sus versos son auténticamente humanos, con una economía de expresión difícil y eficaz. Poesía verdadera»[298]. Es cierta esta afirmación de Lázaro Carreter, porque la expresión de Valhondo está llena de originalidad creativa, producto de su individualidad y como todo lo individual no resulta nada fácil, porque generalmente son reelaboraciones de ideas mentales muy íntimas e incluso lejanas en el tiempo, que se basan en anhelos, quimeras, traumas, insatisfacciones o recuerdos encerrados en el subconsciente, imposibles de explicar fuera de la expresión lírica. De ahí que buena parte de la poesía de Jesús Delgado Valhondo la comprendamos pero, aunque sea calificada de sencilla, no la podamos traducir con palabras y sin embargo nos deja en nuestro espíritu una inefable sensación que preocupa, consuela y siempre implica.

También el hecho de que la poética de Jesús Delgado Valhondo gire en torno a un tema unitario y de que cada libro sea una continuación del anterior y algunos un resumen hace que su lectura resulte aparentemente fácil, porque supone incidir en un asunto familiar y por tanto conocido. Pero en Valhondo comprender un libro supone conocer los anteriores y pocos de los que han definido su poesía de sencilla se han leído completa su obra poética. Además la poesía de Valhondo es producto de una elaboración tan íntima y meditada que toda ella se encuentra repleta de imágenes creativas aparentemente sencillas, pero que no son de ninguna manera fáciles.

Por tanto pensamos que es la impresión que deja esta poesía la que parece sencilla. Es decir, su tono cordial, su forma ágil y su contenido humano es lo que deja en el lector una sensación de haber conectado con un sentimiento parejo al suyo y de ahí que se defina como sencilla, aunque si se nos preguntara posiblemente no sabríamos traducirla con exactitud: «Aparentemente es un libro sencillo, elemental, fácilmente concebido y expresado y en ello estriba su grandeza: en esa sencillez, en esa elementalidad con que dices cosas tan cargadas de hondura y contenido humano. Y lo haces limpiamente, sin rebuscar ni una sola vez lo escabroso o la forma epatante»[299].

También la sencillez aparente de la poesía de Valhondo se encuentra en la atracción que sintió por las cosas insignificantes de la vida, paradójicamente generadoras de hondura y por tanto de una calidad expresiva no sencilla: «Delgado Valhondo siente devoción por lo mínimo. […] La encuentra en la hormiga, en la abeja zumbadora, en el pajarillo. En la elocuencia erguida de un árbol solo. Esta devoción por lo pequeño, lo hace enriquecer de primor los fondos más bien tenebrosos y pesimistas -sólo al parecer- de sus poemas»[300].

La consciencia de su insignificancia en el mundo, por una parte, hizo que se fijara en los detalles que lo rodeaban intentando desentrañar el enigma de la existencia, que encontraba en hechos y asuntos imperceptibles para los demás y, por otra parte, la humildad de su talante humano lo llevaron a creer que quizás la vida fuera más llevadera y explicable si tuviéramos más interés por lo sencillo que por lo complicado: «Sabe Jesús que el auténtico sentido trágico de la vida está en lo sencillo, en lo más aparentemente fácil; en una gota de agua, en una brizna de hierba, en los ojos azules de la vida que pasa y se detiene susurrándonos sus mil y un secretos tantas veces ignorados. Jesús Delgado Valhondo asume su ministerio y busca al hombre allá donde esté. Allá donde brote un átomo de humanidad por insignificante que sea. Al fin y al cabo todo es así de sencillo, hasta lo más sublime»[301].

No obstante el resultado no fue siempre sencillo, pues para Valhondo la sencillez suponía un esfuerzo de síntesis tanto en la forma como en el contenido. De ahí que su poesía se caracterice por el cuidado de su envoltura, que evoluciona meditada y gradualmente de la tradición a la renovación, y por un contenido trascendente que, para no repetirse y avanzar un paso más en la interpretación de la realidad, buscaba la perfección lírica y nuevas maneras de expresión: «De viril sencillez y profunda emotividad, que reflejan una posición lírica de sinceridad y de belleza no poco difíciles»[302].

De todas formas el origen de la aparente facilidad de su poesía tiene un fondo humano, que procede de su concepción sencilla de la vida y de su deseo de convertir sus insalvables obstáculos en transparentes y realizables, con el fin de conseguir un mundo menos problemático y más habitable. Por este motivo siempre tuvo como referencia moral la limpidez llevada a sus máximos extremos por el camino de la expresión traslúcida. Esto explica que Martín Tamayo dijera que «Valhondo es directo, llano, de una claridad casi ofensiva»[303] y que la opinión aguda y limpia de los niños fuera la forma de calibrar su sencillez: «El mismo ha confesado que sus versos, muchas veces por vía de ensayo se los ha leído a los niños y, cuando ha comprobado el entusiasmo de éstos, ha dado por buena la empresa»[304].

Y esta sencillez que se encuentra lejos de la simplicidad fue una de las características que más destaca en su personalidad lírica, frente a la poesía que oscurece la expresión como garantía de calidad: «Delgado Valhondo tiene la modesta sencillez limpia del que escribe con el alma tan en contraste con el pedantesco engolamiento de los falsos valores»[305].

El concepto de sencillez en Valhondo por otra parte se relaciona con su autenticidad, porque el poeta auténtico para él debía reunir entre otros valores ser sencillo. Así las conexiones entre poeta y lector debían estar desprovistas de complicaciones innecesarias: «Su poesía es de las más limpias, hondas y transparentes que hoy se pueden leer […] en sus versos se trasparenta una actitud lírica espléndida, que cristaliza, a su vez, en unos poemas llenos de autenticidad poética»[306].

Tiene también la sencillez de Jesús Delgado Valhondo un valor espiritual, porque calma, equilibra, quita aridez a una realidad ya de por sí complicada y la presenta transparente y sin más problemas que los que surgen de lo tratado: «Ahora acabo de leer tu libro. Es muy bello. Muy sencillo en apariencia. Muy sabio -y no hablo de técnica literaria- en realidad. A mí ya cansado de fárragos […] tu voz de agua limpia, cogida en el manantial, fresca y sin légamos de arrastre, me hace mucho bien y me descansa»[307].

Por eso, la sencillez de Valhondo tiene mucho de ambiciosa como dice Rafael Laffón, de ascetismo, de aclarar lo oscuro, de equilibrar lo trastocado, de explicar el misterio: «Otras veces, esa intimidad se encierra en moldes de profunda serenidad, sin disonancias, armónica, con una difícil y bien lograda sencillez»[308]. Y también tiene mucho de eficacia, porque su poesía llega al lector y lo seduce, mientras éste se aleja de la lírica menos sencilla: » ‘Esa difícil facilidad’ de la que están hechos tus poemas es algo que me impresiona mucho, porque comparo su tajante efectividad con la ineficacia de tantos versificadores que nos quieren sorprender hoy con la dificultad insultante de sus cáscaras vacías»[309].

En fin, muchos críticos son los que han detectado que la sencillez de Valhondo no es sinónimo de facilidad por escaso trabajo de lima o descuido, sino producto de una labor responsable de creación poética que encierra muchas virtudes líricas: naturalidad expresiva, calidez, proximidad, palabra susurrada, confidencial … que nos habla en nuestra misma frecuencia y por eso nos gana implicándonos en lo que transmite.

Valhondo nos llega tan adentro porque es capaz de decir sencillamente lo que nosotros deseamos expresar y no somos capaces. Por esta razón su poesía nos parece sencilla, clara, porque está diciéndonos lo que nosotros deseamos decir y no podemos. Y es que Valhondo, natural y espontáneamente, desmitifica el acto de poetizar convirtiendo la elucubración lírica en conversación cálida, directa y cotidiana, aunque como dice José Canal: «Su poesía no es fácil de analizar. En realidad, toda poesía verdadera rechaza el análisis como que es misterio revelado que está más allá de la lógica»[310].

Contenido existencial, filosófico y religioso

Definir la poesía de Jesús Delgado Valhondo como sencilla sin más es un error como acabamos de comprobar, pero aún es más inaceptable esa equivocación si se tiene en cuenta la hondura y la trascendencia de su palabra por el contenido existencial, filosófico y religioso que impregna toda su obra poética.

La mayoría de los poetas van quemando etapas y modificando sus temas a lo largo de su poética, sin embargo Valhondo en ningún momento dejó de sentirse influido fuertemente por las intranquilidades que le producía la existencia cotidiana, de buscar respuestas a los asombros y el misterio que envuelve la naturaleza humana y de indagar en su procedencia divina, porque se sabía dependiente de la divinidad, en la que esperaba encontrar la tranquilidad que en la vida terrena le faltaba, cuando le descubriera el secreto que tan celosamente guardaba sobre la vida, el ser humano y el mundo.

Además, el mantenimiento de ese contenido a lo largo de toda su poética es un ejemplo de perseverancia, hondura y transcendencia difícil de igualar, pues ni un sólo poema de Jesús Delgado Valhondo se sale del tema marcado, porque ninguno fue escrito para rellenar, sino para redondear una poética caracterizada por la meditación, la honradez y la seriedad creadora.

Valhondo, muy seguro de su objetivo lírico, no se permitió ni un solo descanso a lo largo de su extensa obra poética, porque tampoco se lo concedió en su espíritu. Y como su poética es la crónica espiritual de su experiencia comprometida, pues quiso ser consecuente con su naturaleza humana y estar acorde con su origen divino, tiene una hondura reflexiva que no sólo no se aparta en ningún momento de la búsqueda trascendente iniciada desde sus primeros versos, sino que profundiza gradualmente y se convierte en ejemplo de compromiso humano y perseverancia lírica.

Pero además el carácter existencial y religioso de su poesía tiene en su enfoque filosófico un pilar que lo sustenta, pues su capacidad para el asombro y sus deseos de desentrañar misterios lo llevaron a ahondar más en su condición humana, en la de sus semejantes y en la del mundo, del que se sentía parte como criatura imperfecta y a la vez independiente y digno como un elemento más de la naturaleza o lo que es lo mismo de la esencia divina.

Este enfoque existencial, filosófico y religioso es el aspecto que imprime a la poesía de Valhondo una singularidad distintiva y una importancia primordial dentro de la lírica contemporánea.

Coherencia

Toda la extensa y enjundiosa poética de Jesús Delgado Valhondo se encuentra sustentada en un tema único (la búsqueda de Dios) y en una fuerza motriz (la soledad del ser humano). Desde el primer libro hasta el último, Jesús Delgado Valhondo poetiza sobre el tema expuesto sin salirse de un camino coherente, que se convierte en la búsqueda de Dios del hombre universal, en un intento desesperado e irremediable de encontrar a su creador desde la soledad trágica que invade al ser humano.

Jesús Delgado Valhondo fue quemando etapas en su vida y a la vez en su espíritu construyó una poética con unas partes interrelacionadas, que se agrupan en apartados coherentes y evolucionan en fases consecutivas con un comienzo (1ª parte, desde Canciúnculas a Pulsaciones), un desarrollo (2ª parte, desde Hojas húmedas y verdes a La vara de avellano), un desenlace (3ª parte, desde Un árbol solo a Los anónimos del coro) y un epílogo-resumen (4ª parte, Huir), que no sólo cierra el ciclo lírico sino también vital de Valhondo, de tal forma que al mismo tiempo pone punto y final a su vida y a su poesía, en una muestra fehaciente de su coherencia humana, espiritual y lírica: «La coherencia de tu vida queda plasmada en tu obra, siendo ésta coherente consigo misma, sin quiebros bruscos, pero con marcha certera hacia la madurez y la plenitud. Cada nueva obra tuya es necesaria, es un paso más, una visión más completa de lo que intuías desde el principio y que nos vas desvelando poco a poco, pedagógicamente, como buen maestro de niños y de grandes»[311].

Por tanto la coherencia de su obra poética es patente pues tiene un principio definido, un cénit marcado y un cierre con el que pone punto y final conscientemente a su obra poética, que evoluciona de principio a fin con la personalidad identificadora de un hombre y un poeta, muy consciente de su posición humana en el mundo y de su trabajo poético.

Además Valhondo desarrolla en su obra poética no sólo un tema único que sigue un camino lineal, sino que ésta experimenta una evolución formal, espiritual y significativa que lo lleva a pasar gradualmente de una poesía tradicional a otra moderna, del verso medido al versículo, de la esperanza a la angustia. Este cambio se inicia en Aurora. Amor. Domingo, después de su fracasada búsqueda de Dios que se produce en La montaña, y concluye en Un árbol solo, libro donde formal y significativamente confluyen los anteriores y a la vez inicia otra etapa que desemboca en Huir, su epílogo-síntesis: «La crítica ha reiterado el carácter homogéneo de una trayectoria poética que no presenta quiebros bruscos ni cambios notables de dirección (excepto en “Canto a Extremadura”); hay unas constantes temáticas, afectivas y formales que dan unidad a una obra de una altura poética fuera de lo común»[312].

Esencialidad

La búsqueda de la esencia lírica no tiene en Jesús Delgado Valhondo un sentido estrictamente literario, pues su trabajo lírico no fue producto de una necesidad estética sino existencial para encontrar su propio yo y el sentido de su misma vida. Valhondo buscó la esencia de la palabra para disponer de un medio que le explicara los enigmas del mundo y del ser humano, respondiendo a la siguiente máxima: «Vivir es una inacabable pugna por convertir la existencia en conciencia; por dar a luz al yo esencial, a partir del yo existencial»[313]. Esto explica que sus primeros libros sean la exposición de su situación existencial para pasar en los siguientes a un mayor ahondamiento en su conciencia, buscando la esencia lírica y a partir de ella la de su yo como paso previo para comprenderse y comprender al ser humano y al mundo y finalmente formarse una idea exacta de todo.

Este proceso es semejante al de los místicos[314] que primero iluminaban su conciencia para dejar expedito el camino hacia la divinidad. De la misma manera el poeta comienza por aclarar la conciencia de su yo para llegar a dilucidar los secretos del mundo. Así la poesía actúa como un soporte de la búsqueda de la esencia en la que el poeta, un hombre cotidiano, se convierte en una conciencia superior espiritualmente iluminada que intenta descifrar el mundo cantándolo para sobrevivir en la esencia de su poesía, porque ésta conserva para la eternidad la evolución de los distintos momentos de su conciencia indagadora y comprometida.

De ahí que la esencialidad de la poesía de Jesús Delgado Valhondo es el resultado de una labor de síntesis que elude lo superfluo, y de una búsqueda del concepto que intenta ir justamente al centro de las cosas sin rodeos innecesarios ni burdas justificaciones, porque nunca necesitó inventar sentimientos sino más bien contener el torrente de sus emociones que frecuentemente lo desbordaba.

Éste es el motivo de que el padre Martín Sarmiento afirmara que desde Juan Ramón no se había escrito en España una poesía tan densa, desaccidentalizada y lírica como la de Valhondo, cuya voz recomendaba como norte para las personas necesitadas de luz en su desorientación: «Ahí está el templo sagrado de Valhondo: ‘¡El fervor, el fervor entrañable en punzante deseo de clarividencia! […] Vosotros, los desnortados, los que andáis vagando en pos de vuestra autenticidad, oíd el Evangelio de los labios de Delgado Valhondo»[315].

La esencialidad de la poesía de Jesús Delgado Valhondo se halla en su empeño de evitar las divagaciones, las medidas palabras, las frases huecas («todo poeta que no sintetiza está perdiendo el tiempo», decía) y en su deseo de buscar el centro del asunto, evitando lo que pudiera apartarlo del tema y empañar su expresión limpia y transparente: «Delgado Valhondo va a la raíz del poema, sin rodeos. A la desnudez excitante. A veces, un estudiado e intencionado prosaísmo lacerante -expresiones como ‘descaradamente muerto’- ponen su acento e intransferible marca en el poema»[316].

Valhondo llega al cénit de su esencialidad, cuando el lenguaje se convierte en un puro ejercicio de concisión impresionista de «suaves pinceladas descriptivas, con frecuentes cruces sinestésicos de sensaciones, que dan a sus poemas un aire impresionista y vago, favorecido por la asonancia en la rima y la extraordinaria economía de medios con que comunica sus emociones»[317]. Valhondo quería desproveer al lenguaje, una vez eliminado lo superfluo, de lo que no resultaba estrictamente imprescindible para transmitir el mensaje que exactamente deseaba decir.

Y aquí es cuando aparece, junto a su capacidad de síntesis, su sorprendente capacidad de sugerencia con la que consigue una mayor esencialidad, de tal forma que muchas veces emocionalmente es más sugerente en sus poemas cortos con lo que deja por decir que en poemas extensos y de versos largos, donde por insistir en el mismo asunto, alguna vez nos queda la sensación de lo repetido. Valhondo sin duda es más intenso cuando emplea ese lenguaje sintético pero sugerente que cuando se explaya: «Esta es una poesía de lo esencial […]. Delgado Valhondo es un poeta que ahorra las palabras y concentra la emoción. Prefiere el brevísimo pomo de esencia al río. […] Es muy esquemática la expresión de este poeta. […] A veces es más lo que sugiere que lo que menciona»[318].

También la espiritualidad tan característica en Jesús Delgado Valhondo contribuye sobremanera a condensar su poesía en lo estrictamente elemental, porque su espíritu es un filtro donde se queda aprisionado lo superficial, lo que no es trascendente y sin embargo deja pasar el sentimiento más verdadero, a la vez que lo convierte en novedoso y sorprendente meditación esencial: «A mí me parecía que estaba leyendo un libro de cristal y que todo lo que decía era transparente, limpio, puro; que las palabras, las letras, estaban condensadas en su sustancia, que eran cortas, breves, pero tenían un mundo de ideas vírgenes delante, que estaba fundido lo espiritual con lo material»[319].

Y esto se debe a que la poesía de Valhondo es el resultado de una experiencia cercana a la mística, cuando los anhelos de Dios se le hacen insufribles y se espiritualiza de tal manera que en algún momento cree casi tocarlo y que disfruta la cercanía de su presencia: «La poesía de Delgado Valhondo está en frecuente diálogo y anhelo de divinidad»[320].

No obstante esa síntesis lírica en que gradualmente se convierte su poesía no es sinónimo de monotonía, porque adquiere tonos y registros diversos que implican, estremecen, esperanzan, angustian y siempre satisfacen, cuando se comprende que el objetivo de la condensación es desentrañar la esencia humana, construida sobre presupuestos básicos y elementales, porque el poeta es consciente de que la dificultad de entenderla procede de las complicaciones artificiales que con nuestra imperfección le vamos añadiendo: «Estrofas sencillas, hondas, elementales siempre, voz grave y cuasi angélica a un tiempo. Intima. Sorprendida. Temerosa y, a la vez, esperanzada. Sincera por supuesto. Y, en definitiva, esencial. […] en él la poesía se hace hombre»[321].

Es quizás en su momento de mayor angustia (De Aurora … a La vara de avellano), cuando encontramos al Jesús Delgado Valhondo más sintético en buena medida porque las palabras se le empezaban a quedar sin contenido de tanto usarlas y comenzaban a resultarle ineficaces. Entonces intenta hallar la esencia de las cosas a través de un lenguaje más selectivo, más condensado y por tanto más esencial como aseguró Enrique Segura Otaño: «Cada nuevo libro de Jesús Delgado refleja ‘in crescendo’ el perfeccionamiento de su lírica, cada vez más personal, cada día más íntima, más sintética y segura de su profundo sentido emotivo».

Sin embargo, a pesar de ese esfuerzo por hallar la expresión más sintética (que la hace más difícil de entender), la poesía de Jesús Delgado Valhondo sigue infundiendo confianza, porque detrás de su dificultad existe una humana y honda transparencia en la que podemos comprobar que no se oculta nada, pues sólo palpamos esencia destilada de un espíritu sincero que dignamente actúa sin trampas ni dobleces: «La poesía de Delgado Valhondo no defrauda: clara, concisa, profunda, expresiva, transmite con fluidez, cuanto le interesa comunicar […] poesía sustancial y saludablemente humana»[322].

Responsabilidad

El compromiso con que Jesús Delgado Valhondo concibió su tarea lírica lo llevó con frecuencia a experimentar la angustia conceptual y la ansiedad producida por la persecución infructuosa de la palabra exacta y a sentir cómo se le escapaba sin poder plasmarlo en el papel: «El valor de la lírica de Jesús Delgado Valhondo radica en el sentido de la responsabilidad de su obra»[323].

La poesía de Valhondo es producto de una creación muy trabajada, que tuvo como objetivo desentrañar el concepto encerrado por la palabra: «Para lograr la sencillez y lo espontáneo se necesita mucho esfuerzo. Al fondo del poema no se llega hasta que no se topa con la palabra exacta»[324]. Cada poema era para Valhondo un espacio donde indagar sobre el mundo, una unidad armónica que exigía equilibrio en todas sus partes, un desgarro del espíritu parecido a un parto lírico-emocional y un trozo de vida que convertía en versos apasionados: «Anoche me ha tenido a medio dormir un poema sobre Cáceres mío. He estado con él mucho tiempo. Me duele ese poemita y lo estoy queriendo ya. Me parece que es bueno. He vuelto sobre él varias veces. Cuando me intranquiliza una cosa de éstas hasta que no le ves el fin no paras. […] Cuando cierro la carta, vuelvo a leer este poemilla. Lo último que he hecho. Y me gusta. Me ha costado trabajo centrarlo. Trabajo y sangre ¿sabes?»[325].

Esta autoexigencia en Valhondo procede principalmente de la sensación de fracaso que experimentaba cuando, desconforme con un poema, sentía la imposibilidad de expresar lo que exactamente deseaba. Tal insatisfacción lo empujaba obsesivamente a escribir otro poema, buscando el desahogo de sus intranquilidades a través de la expresión certera, aunque entendía que se trataba de una tarea muchas veces abocada al fracaso: «Cada poema es para su autor un fracaso por eso, precisamente, se hace el siguiente. Y se envenena uno de tal manera que es imposible ‘desintoxicarse’. Yo, a veces, reniego»[326].

Esta seriedad lírica enseguida fue calificada por la crítica como una característica personal, porque su poesía dejó siempre una sensación de discurso muy elaborado, de honda indagación en los entresijos del alma humana, de continua forcejeo léxico, de perseverancia en lo trascendente: «Lo suyo ha sido indagar y hundirse líricamente, sensiblemente, en todos los rincones de la poesía. […] Pocos escritores tan consecuentes y tan luminosos como él […] han ido formando su mejor legado: El de una honradez literaria por encima de todo cambalache»[327].

Esta actitud de responsabilidad lírica procedía en Valhondo de una fuerte vocación poética, porque entendió la poesía como una forma de superación humana y como una labor espiritual dignificadora. La búsqueda de respuestas a los misterios del mundo a través de la expresión lírica fue su referencia moral, pues creía que el ser humano sería mejor si saliera de su intrascendencia y buscara respuestas: «Es el ejemplo de una pura y formidable vocación poética. […] Yo lo he sentido debatirse con la forma. […] Fue una lucha dura y larga, que no puede sostenerse sin una inquebrantable vocación»[328].

En su responsabilidad lírica además influyó mucho su concepción ascética (en un sentido no sólo espiritual sino también poético) de la existencia, su disciplina en la búsqueda de lo trascendente, su autocrítica y sus deseos de perfección tanto humana como lírica en un deseo de alcanzar lo sublime a través de la exigencia moral y técnica: «Es exigente consigo mismo. El mayor crítico de su obra es él. Rompe mucho de lo que escribe; otras veces un folio lo deja en una línea»[329].

Su lírica por tanto no puede ser calificada de simple y espontánea sin más, porque este comentario denunciaría un análisis superficial de una poesía a la que no se le puede achacar de ninguna manera descuido, falta de pasión o de planteamiento: «Pocos -muy pocos [poetas]- tan exigentes consigo mismo, tan insatisfechos, tan tenazmente perfeccionistas […]. En todos los casos se advierte una cuidada construcción textual, una organización interna meditada, coherente, que la aparente espontaneidad de los versos oculta con frecuencia»[330].

Esa responsabilidad lo llevó a perseverar durante medio siglo en un tema que indagaba en los grandes problemas del ser humano, convirtiendo en única una labor literaria que se caracterizaba por la honradez y el compromiso: «es un poeta emblemático en cuanto a su dedicación literaria»[331].

Y esto sin duda ha enseñado a todos, porque Valhondo se convirtió sin proponérselo en un ejemplo de perseverancia cuya humildad orientó a propios y extraños: «Ya viejo, ya mayores, estamos obligados a fomentar tu ejemplo de poderoso brío y buen hacer que tu obra va dejando en nosotros como un camino magnífico de rigor y compromiso […]. De ti tenemos todo, persistencia y años, muchos años de asombros conjugando luces y querencias»[332].

Atracción por el misterio

La atracción por el misterio, que siempre sintió Valhondo y lo hizo indagar en él mismo y profundizar en el mundo para intentar entenderlo, dio como resultado una poesía profunda, eminentemente reflexiva y sugerente sobre todo cuando, alentado por su capacidad de asombro o su necesidad de desentrañar enigmas, cruzaba el umbral de la realidad y se adentraba en esa otra frecuencia que se sitúa en la frontera de lo inexplicable.

Dos razones al menos tuvo Valhondo para tener un sentido tan acentuado del misterio: una, las mismas interrogantes (nunca contestadas) sobre la vida. En un sentido universal, el ser humano es obra de un ser superior, al que llama Dios, que lo creó a su imagen y semejanza, es decir, perfecto, inteligente, pacífico, justo y sin embargo ha degenerado hasta llegar a ser y actuar de un modo radicalmente contrario. Ante esta paradójica situación, el hombre-poeta necesita preguntar: «¿Quiénes somos?».

En algún momento efímero de su historia, el ser humano ha creído saber cuáles eran sus metas en el mundo, pero pronto se desengañó pues cuando creía alcanzarlas a duras penas se le escapaban sin lograr siquiera palparlas y sin comprender las razones de sus fracasos y limitaciones. Ante esta situación se sintió indefenso y, lo que es peor, imperfecto no sólo física sino también moral y espiritualmente al constatar que no tenía la capacidad necesaria para comprender el mundo ni para ordenarlo en su propio beneficio. Ante esta lamentable situación, el hombre-poeta se pregunta, resignado y confundido: «¿Adónde vamos?».

Y por último la historia y la realidad presente hacen dudar al ser humano de su procedencia divina, pues no concuerdan sus planteamientos, ni por aproximación, con los de su creador. Un sentimiento de vacío por la ignorancia de su origen, desorienta aún más al hombre, que no tiene un punto de apoyo en su procedencia ni un referente por el que orientar su camino. Y aquí el hombre-poeta interroga desconcertado: «¿De dónde venimos?».

La segunda razón es el resultado de la falta de respuestas a las preguntas anteriores, que producen la inexistencia de explicación a hechos, sucesos, reacciones y cambios no sujetos a ninguna lógica humana (quizás sí divina) que el hombre en su insignificancia en el universo no sabe explicar. Quiere creer, necesita creer que Dios existe, que la naturaleza es su obra y él la más perfecta de ella, que hay otra vida después de la muerte, pero hechos ilógicos para la frágil mente humana le rompen estos planteamientos en mil pedazos, pues si Dios existe ¿por qué no se muestra?, si la muerte es el paso a una vida mejor ¿por qué hay que morir sufriendo?, si Dios es todopoderoso ¿por qué no soluciona los problemas del mundo?, ¿por qué permite las guerras, la explotación del hombre por el hombre …?, ¿por qué …?, ¿por qué …?, ¿por qué …?

La búsqueda de respuestas a esas interrogantes fue el objetivo de la poesía de Jesús Delgado Valhondo y la razón de que, por una parte, el mundo fuera para él un continuo descubrimiento de asombros y, por otro, constante angustia ante los misterios que no pudo desentrañar, a pesar de su búsqueda incansable, consciente y dignificadora: «En su obra late siempre lo sobrenatural bajo el mundo sencillo y cotidiano. El misterio se expresa mediante nociones como la sombra, el sueño, la muerte, la profundidad, el abismo, …»[333].

Intimismo y solidaridad

La intimidad que emana de la cálida palabra de Jesús Delgado Valhondo se hace confidencial y a la vez secreto a voces, lamento necesario para calmar las heridas de su alma angustiada. De ahí que sea un poeta tan íntimo y especialmente sentido y que declinara premios y honores por no fingir una intimidad para la galería, que no se correspondiera con su verdadero sentir.

Esa íntima expresión hizo que sobre todo a través de opiniones particulares de la crítica que, en artículos y en su epistolario se encuentran con una frecuencia significativa, su poesía fuera reconocida como auténtica y él como poeta realmente sincero, o lo que es lo mismo, íntimo: «El secreto de los árboles me ha gustado por esa ternura confidencial, que caracteriza a tu poesía, que es verdaderamente íntima, de palpitación secreta e interiorizada»[334].

Pero Jesús Delgado Valhondo además de íntimo es objetivo porque en él íntimo no es sinónimo de egocéntrico y, cuando transmite sus sentimientos, se observa que no son particulares sino colectivos. Su intimidad no consiste en expresar sus alegrías o sus problemas particulares, lamentándose quejumbrosamente de su situación individual, su poesía es un grito (aunque sin estridencias) en nombre propio y en el de los demás, compañeros de fatiga en la penosa marcha hacia la cima anhelada: «No hay ni un solo grito, ni un solo adjetivo altisonante que quiebre la suavidad y el encanto de cada verso que te va produciendo un delicioso encantamiento para decirte las cosas más importantes y trascendentes»[335].

Es cierto, porque cuando Valhondo habla del dolor no se circunscribe sólo al suyo sino lo hace extensivo al de los demás. Cuando rememora su niñez recuerda a su ciudad, su familia y a sus amigos. Cuando ve pasar el tiempo, tanto se lamenta por su degradación como por la de cualquier otra persona. Cuando el paisaje se convierte en centro de su emoción, no lo idealiza y oculta sus defectos, sino que los expresa líricamente para que los demás lo capten y sientan con él su honda preocupación (por ejemplo, el poema «Mérida»). Esta postura por tanto es objetiva, aunque paradójicamente surge de su intimidad personal: «Su poesía presenta una marcada tendencia al equilibrio entre el mundo exterior (el paisaje, la ciudad …) y una carga emotiva con que es proyectado. La realidad llega hasta el lector tras pasar por el filtro de una sensibilidad, humanamente enriquecida»[336].

Este contraste entre subjetivismo y objetividad se da en Jesús Delgado Valhondo, porque la capacidad de unir contrarios es otro aspecto personal de su singularidad. Valhondo se adentra en su intimidad y quiere encontrar soluciones para todos sus semejantes, porque fue consciente de que sin la referencia de los demás no se conocería íntegramente a sí mismo: «Poesía directa y concreta, en íntimo diálogo con el autor. Así su huida de esa ‘soledad radical’ que cada uno es, según Ortega, y la busca del ‘tú esencial’ de Machado, a quien contar nuestro cuento»[337]. De ahí que este proceso suceda también a la inversa: «Los que lo leen se encuentran a sí mismos, inmersos en su mundo interior, recreado por él para ellos»[338].

Y tanta es la confianza inspirada por la intimidad de Valhondo que los demás se acercan a oír el susurro de sus secretos, porque su poesía surge de una profunda reflexión personal, cuya garantía es la perseverancia de su búsqueda que a veces no necesita siquiera de la palabra como advierte Santos Díaz Santillana: «Jesús Delgado Valhondo abre su alma y nos transmite en voz baja, con palabras pausadas, breves, sin estridencias, a veces casi sin palabras con un gesto -‘mirándonos tan sólo las manos’- lo que lleva y le duele dentro».

Luego la intimidad se acentúa con la dulce melancolía por esa triste concepción de la realidad inmediata, que impregna toda su obra de una pena latente a modo de traducción de la influencia negativa de sus cotidianas circunstancias existenciales. No obstante su profundo pesimismo de desamparo subiendo la montaña, haciendo el camino, recorriendo la calle se conjuga con su carácter jovial y desenfadado (influido por la comprensión de la trágica soledad del hombre) en su afectiva relación con los demás.

Y es que la intimidad de Jesús Delgado Valhondo tuvo su origen en el diálogo personal que mantuvo siempre con su conciencia, punto de referencia por el que sopesó la medida de las cosas y de su propia actuación. Y en su intimidad decidió regirse por la autenticidad y la transparencia humana y lírica, porque quiso ser consecuente con su dignidad espiritual. De ahí también la cercanía y la cordialidad de su voz: «Interiorizada, secreta -pomo de esencia- es la voz de Delgado Valhondo. El poeta se retrae, solitario soñador, hacia su propia intimidad. Lo que más me gusta de la poesía de Delgado Valhondo es su autenticidad y luego su sencillez expresiva, su delicada mesura, su graciosa manera de insinuar el verso y una como blanca tonalidad que tiñe su poesía toda»[339].

Por estas razones no es extraño que la poesía de Jesús Delgado Valhondo adquiera tonos diversos y talantes aparentemente contradictorios, porque muestran una intimidad abierta y receptiva a sensibilidades dispares: «Cuando leemos las poesías de Delgado Valhondo, parece que ocultan raíces primitivas y humanas, con personalidad de cantor que nos recuerda la juglaría de Berceo con un vaso de bon vino y la jocunda expresividad del Arcipreste»[340]. Así unas veces su intimismo se acerca meditadamente a los clásicos; otras, espontáneamente a la tradición y, otras, se convierte en moderna reflexión esencial: «La poesía de Delgado Valhondo enraíza, por un lado, en las fuentes juanramonianas y, por otro, en las formas tradicionales, se resuelve en un intimismo existencial y hasta religioso»[341].

No obstante la diferencia entre la intimidad de Jesús Delgado Valhondo y la de otros poetas, radica en que en él va ligada a su existencia pasada, presente y futura, es decir, su intimidad no lo obliga a romper como sería lógico su nexo de unión con el pasado al que siente muy cercano, ni a olvidarse inconscientemente del futuro cuyo final conoce, ni a renegar del presente aunque a veces se le hace insoportable, porque en caso de desconexión se refugia en sí mismo, pone orden en su conciencia y vuelve a sintonizar con su tiempo: «Delgado Valhondo profundiza en sí mismo y de sí extrae el fervor humanístico con que matiza sus motivos poéticos, que suelen ser aquéllos que mueven su sensibilidad de hombre melancólico»[342].

Esto lleva a pensar que, aunque la intimidad es uno de los pilares de su personalidad lírica, Valhondo fue un poeta que vivió en el presente, porque su poesía surgió de la observación de la realidad y del ritmo de su corazón, que palpitaba al compás del de los demás. Su angustia, su melancolía, su tristeza e incluso su esperanza son las del tiempo que vivió día a día y las de la gente con las que convivió y sintió.

Su base moral no es la de ninguna corriente filosófica teórica (aunque en determinados aspectos coincida con los presupuestos de algunas), sino la que su corazón experimenta al contemplar y sentir el dolor y el fracaso humano, la insatisfacción, la fragilidad, la desorientación de su familia, sus amigos, sus conocidos, de la gente normal de la calle. La Filosofía medita sobre los hechos trascendentales que muchas veces no es capaz de explicar de una forma comprensible; Valhondo en cambio lo hace sobre los sucesos cotidianos que le ocurren a los seres humanos, compañeros en el interminable camino de la vida pues, como aseguró Robles Febré, «suele llevar en su corazón los problemas de los demás, que son los suyos»[343].

Por tanto Valhondo estuvo en sintonía con su tiempo, en comunión con la realidad, protagonizada por el ser humano y su condición mortal, que le preocupó sobremanera y a la que no supo dar explicación, aunque lo intentó a través de la meditación sobre el ser humano y el paisaje, de la búsqueda de Dios, de su autoconocimiento y su traducción lírica: «Hay en su creación una constante afectiva y una reacción emotiva idéntica y reiterada ante las alegrías y dolores humanos: esto es lo que etimológicamente significa ‘simpatía’, es decir, padecer conjuntamente con los otros, gozando con sus alegrías y sufriendo con los dolores ajenos tanto como los propios»[344].

Por tanto Jesús Delgado Valhondo a la vez que íntimo fue solidario, en cuanto que su creación parte del silencio y la soledad de su espíritu, «árbol solo», pero nunca se olvida de compartir sus sentimientos con los demás a los que concibe como él prisioneros de las mismas circunstancias, problemas y esperanzas. Por este motivo para Hugo E. Pedemonte Valhondo quiso ser él mismo, pero «se abre a la solidaridad de una manera evangélica, no ‘social’, reconociendo al prójimo no a la masa». El dolor, el amor, la muerte, que son sucesos comunes a todos los seres humanos, es lo que lo hermana con los demás hombres[345].

No obstante Valhondo no fue partidario de planteamientos sociales, pues pensaba que guardaban detrás intereses partidistas y anulaban la intimidad personal. De ahí que su poesía sea íntima y solidaria pero nunca social, y de ahí también que pudiera crear una poética, extensa y perdurable en el tiempo, porque su voz no es representante de un movimiento de época sino de la conciencia que tiene vigencia indefinida, pues sus preocupaciones superan el tiempo y se adaptan a cualquier ser humano y a todo momento temporal: «Poesía honda, medular; poesía que exige, para una ideal gustación, traspasar la fina piel de las palabras, la suave dulzura de sus versos, la imagen que enclaustra el pensamiento. Es entonces, cuando en la nacarada gaveta de sus poemas, encontramos la serena y grave interpretación de tanta interrogante, de tanto paisaje interior del alma»[346].

Dicotomía en su concepción del arte

En Jesús Delgado Valhondo sorprende la concepción clásica y tradicional y al mismo tiempo moderna e innovadora que tenía del arte. Según Hugo E. Pedemonte Valhondo es un poeta de tendencia clásica tradicional, incluso en los momentos en que parece darse al versolibrismo[347]. Es cierto, en Un árbol solo, libro de poemas donde confluye su obra anterior después de incorporarle formas y procedimientos nuevos, Valhondo ha pasado del clasicismo de su poesía anterior a la modernidad y sin embargo se localiza una fuerte influencia de los planteamientos filosóficos más remotos.

No obstante el hecho de que se reconozca el componente tradicional en su poética no supone que se pueda calificar su poesía de conservadora, pues Valhondo fue adaptándose a las corrientes más modernas de la lírica nacional. Así, a partir de Aurora. Amor. Domingo, introduce gradualmente el verso libre y lo instaura en su poética totalmente en el citado Un árbol solo, para no abandonarlo en los libros de su tercera etapa, salvo en raras ocasiones.

Una muestra de su clasicismo y su modernidad se encuentra en que podemos hallar numerosas referencias de poetas de todas las épocas literarias a lo largo de su obra poética, pues leyó incansablemente tanto a los poetas clásicos como a los modernos buscando solución a sus deseos de respuestas. Así es fácil en Valhondo encontrar recuerdos de esos poetas y tendencias líricas, que de una u otra forma han indagado en el alma humana y el mundo intentando desentrañar el misterio que los envuelve.

Por este motivo en la poesía de Jesús Delgado Valhondo aparece la agilidad y la frescura de la poesía popular, la ironía del Arcipreste, la meditación sobre la muerte de Manrique, los deseos de unión con Dios de los místicos, la intranquilidad existencial de Quevedo y Calderón, los deseos de libertad de los románticos (especialmente la tristeza y la melancolía de Bécquer), la angustia modernista, la preocupación por los problemas del entorno de la Generación del 98, la esencialidad de Juan Ramón, el sentimiento humanísimo de Machado, la mezcla de tradición y vanguardia de la Generación del 27, la forma innovadora y el intimismo de la poesía contemporánea y la búsqueda de nuevos caminos expresivos de la lírica más reciente.

Sin embargo el hecho de reconocer la existencia de estas referencias en la lírica de Valhondo no supone que pierda su personalidad pues, como dice Federico de Onís: «Su poesía es nueva y personal»[348] y a la vez los múltiples recuerdos localizados se encuentran tan incardinados en su forma personal de decir que muestran a un poeta muy preparado intelectualmente, pues se basó en nuestra tradición, se adaptó a la modernidad y supo crear una poesía personal y trascendente que es, a la par, ejemplo de formación clásica y adaptación moderna, a pesar de la dificultad que conlleva la tarea de unir contrarios y seguir siendo uno mismo: «Es tan moderna y tradicional la poesía de Delgado Valhondo que se confrontan los lirismos de Miguel Hernández, por ejemplo, con la risa estridente del Arcipreste de Hita. Es una amalgama tan suya, que revela, una personalidad inconfundible»[349].

Originalidad y carácter originario

La originalidad y el carácter originario de la poesía de Jesús Delgado Valhondo no radica en los temas que emplea sino en el enfoque y en el tono personal y sentido con que transmite sus preocupaciones más íntimas: «Cuando ve cierto ángulo singular, se lo apropia hasta encontrarle y descubrirle su secreto perfil. Lo recoge con curiosidad y lo hace suyo, acompasándolo a los latidos de su corazón»[350].

El carácter originario en Valhondo procede de sus deseos de recuperar ese mundo perdido de sus orígenes, cuando estuvo libre de preocupaciones y angustia. Por eso cuanto más intranquilidades siente, cuanto más sube la intensidad de su nostalgia, tanto más desea volver a su pasado para recuperarlo y calmar su espíritu: «Su madura y rica tarea existencial le hacían ser cada vez más nostálgico, con un tendente retroceso al oscuro misterio del origen en el que se ha zambullido, anillando su alfa y su omega»[351]. Pero el pasado cada vez se alejaba más de su presente y sus recuerdos pasaron de ser un sedante espiritual a convertirse en un generador de angustia.

De esta manera la originalidad de Valhondo se relaciona con su origen, porque aquélla se encuentra en ese sentimiento de dependencia que tan tempranamente lo invadió durante su enfermedad infantil y lo convirtió en un ser humano esencialmente humilde y consciente de su naturaleza imperfecta. Esto significativamente lo llevó a tener un conocimiento y una visión clara de su origen y de la realidad (que en ningún momento lo lleva a engaño) para más tarde describirla y analizarla y formalmente expresarla con una esencial naturalidad: «La originalidad proviene de la exactitud de la visión, la capacidad de casi dibujarla con palabras, su interiorización y vivo sentimiento y la expresión directa y concisa»[352].

Por este motivo la temprana maduración de Valhondo hizo que ya en el mismo origen de su poética planteara los asuntos trascendentales que integran el núcleo temático de toda su lírica de una forma coherente y muy meditada. El perseverante ahondamiento en un tema único, la seguridad en no desviarse del camino previamente trazado, la preconcepción de toda su obra, su expresión personalísima y ese misterio inexplicable que lo llevó a insistir líricamente en el enigma del ser humano y del mundo, a pesar de que sabía la inutilidad de su empresa: «Tú posees una forma original de decir; una manera original de ver el mundo, que es para mí donde radica el lírico, el poeta inefable»[353].

Además originalidad y origen se encuentran íntimamente relacionados en Jesús Delgado Valhondo por una característica nostalgia que lo llevó a crear una poesía impregnada en el sentimiento de pérdida de sus raíces y a la vez sostenida por el anhelo de recuperarlas al final de su vida, cuando retornara al lugar y a la esencia de la que partió.

Esa conexión nunca rota es la que convierte su poesía en original por coherente, trascendental y sentida pues por un lado la une a su origen un hilo vital que es primitiva atracción y, por otro, a su fin a través de una llamada poderosa que lo llevaba de nuevo a su origen. Esta estructuración cíclica, de profundo contenido e incardinación en sus sentimientos más íntimos, es la que hace original una lírica que gira en torno a su origen.

Sentido hondamente extremeño

El hondo sentido extremeño de la poesía de Jesús Delgado Valhondo aunque, si bien sólo aflora nítidamente en una sola ocasión («Canto a Extremadura»), impregna sutilmente toda su poética porque, cuando habla del paisaje se refiere al del Guadiana y el Tajo, los encinares, la calidez de la primavera, el calor del estío, el septiembre misterioso, la niebla del noviembre otoñal, el frío del invierno, la luz, las estaciones, el entorno de la encina, la cigüeña, la hormiga y la cigarra y al hombre y a la mujer extremeña que habitan ese paisaje.

En la poesía de Valhondo late una preocupación por el ser humano que vive, trabaja, se alegra o sufre en Extremadura aunque luego al no advertirlo explícitamente, se convierta por extensión en desasosiego por el hombre universal. Valhondo implícitamente se refiere a un hombre elemental, repleto de pasiones, atacado por el dolor y endurecido por el trabajo en su clima extremo, que bien podría identificarse con el extremeño, más atento al sustento material que a su estado anímico. Pero sin embargo éste es el hombre que Valhondo veía formando parte de la naturaleza en la que él mismo sentía, sufría y amaba: «A Delgado Valhondo se le nota que es extremeño en sus temas y lenguaje, en la atención del que escucha a su tierra pero, sobre todo, en el hallazgo de un hombre que dialoga con la naturaleza, que la reconoce sin ostentarla y que la ama sin nombrarla»[354].

Pero la relación de Jesús Delgado Valhondo con su paisaje no sólo fue una conexión física sino también espiritual. De ahí que este concepto en él no tenga un sentido regionalista, costumbrista o localista como sucede en la poesía de Galán o Chamizo, sino que adquiera un sentido universal, aunque con rasgos propios del paisaje extremeño, de las mañanas frías y transparentes de invierno, de las siestas sofocantes de verano, del gris melancólico y misterioso de las nieblas de otoño y de la fragancia primaveral con que la hierbabuena, el poleo y el romero impregnan el paisaje de la encina, la jara y la tórtola.

Además sabemos que Valhondo se refiere al paisaje extremeño y no a otro, por el sentido religioso que para él tuvo este concepto. Se sabía parte del paisaje del que había surgido y al que volvería cuando muriera, de tal manera que la Extremadura física se convierte en paisaje espiritual y trascendente donde se desarrolla su labor humana y lírica y por este motivo sólo en él pudo encontrar inspiración y fuerza para urdir una poética extensa y profunda como la tierra que lo vio nacer, existir y expirar. A esta concepción contribuyó sin duda el hecho de que apenas saliera de ella, más que en viajes esporádicos y cortos y, aunque la llamada de Madrid lo tentó en varias ocasiones, nunca se imaginó fuera de su paisaje y siempre se arrepintió a tiempo o encontró una justificación para no desenraizarse y seguir aferrado a su paisaje.

Luego, Jesús Delgado Valhondo no se limitó a vivir por vivir en él, sino que se sintió solidario con la tierra donde había nacido y esa conexión espiritual se convirtió en compromiso y preocupación por el presente y el futuro de su gente y sus campos. Por esta razón cuando el Plan Badajoz calmó la sed de las yermas tierras de las riberas del Guadiana vivió la época más jubilosa de su vida.

De su paisaje además procede su modo personal de sentir, pues recoge los dos polos opuestos y complementarios del carácter espiritual y físico de la gente y la tierra extremeña (tierno y duro, cálido e impetuoso, dulce y rebelde, sincero y humanísimo) que constituye para Ángaro «la hondura del pensamiento del hombre de Extremadura»[355].

Estas características del extremeño tienen unas connotaciones diferenciadoras muy sutiles, que no escapan a quienes tienen datos para comparar con otros caracteres y de una forma objetiva caracterizar al extremeño con esa dualidad distintiva, que define la personalidad del ser que habita esta tierra nuestra: «Debo manifestarte algo que me ha gustado mucho en tu poesía: La difícil definición de lo ‘extremeño’. Una de las cosas que me han admirado en los extremeños es una ironía dramática muy peculiar, tan distinta de la ironía trágica de Andalucía. La ironía extremeña se produce en leves notas, en rasgos esquemáticos. Es una fuerza revulsiva, ingenua, infantil; pero arraigada en el hombre duro y seco»[356].

Tensión lírica

En la poesía de Jesús Delgado Valhondo se detecta una necesidad de decir que la sustenta en todo momento sin altibajos. La tensión resultante procede de su honrada concepción de la tarea lírica que primero se enraíza en un intimismo melancólico; después se convierte en angustia ante la falta de respuesta de Dios y, por último, se traduce en una comprensión muy humana de la triste condición del hombre, de la vida y del mundo y al mismo tiempo en una lucha sin cuartel contra la falta de libertad de la conciencia del individuo, que se debate entre la fe y la razón y su incapacidad de entender la realidad pues la vida es una batalla trágica de la que sabe saldrá derrotado.

La personalidad agónica de Jesús Delgado Valhondo que crea la tensión lírica característica de su poesía se puede entender a través de esta definición de Unamuno, que distingue dos tipos de personas: «Hay personas, que parecen no pensar más que con el cerebro, mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida. […]. No basta pensar, hay que sentir nuestro destino»[357]. Al segundo tipo que siente su sino pertenece Jesús Delgado Valhondo.

Ese mismo sentimiento inconformista ante una realidad que se empeña en anularlo convierte su palabra en temperamental y a su verso en incandescente, siempre encendido y palpitante, de tal manera que Valhondo hace tomar partido al lector porque le transmite espiritualmente esa tensión anímica: «Ya ha llegado otra vez el cántico, otra vez la fiebre, otra vez la poesía de Jesús Delgado Valhondo. […] La poesía de Delgado Valhondo representa a su sentimiento temperamental. Cada cual reacciona ante el mundo como Dios quiso que reaccionase. Delgado Valhondo reacciona en diálogo con su espíritu. Son dos personajes que dialogan»[358].

Sin embargo la conmoción que produce la poesía de Valhondo no procede únicamente de su temperamento espiritual y agónico, sino también de su vitalismo, de esos deseos enormes de vivir que le provocaba su concepción amable de la vida, transmutada con frecuencia en angustia por circunstancias adversas: «Sus poemas se esmaltan constantemente con secuencias vividas y cromáticas, incisos de humor y puñaladas sensuales de febril y gozoso entendimiento de la vida. El poeta, aunque piensa de continuo en la muerte -que le obsesiona-, no desaprovecha ocasión de mostrar su celebración y la continua tentación de alegría que le ofrece el amor y la vida»[359].

También su tensión lírica viene de una concepción comprometida de la existencia, porque Valhondo no se conformó con ser espectador sino que asumió su papel de actor de la gran comedia universal en la que se sintió partícipe junto a los demás seres humanos: «Te tenía escrita una carta […] de lo que escribo y de lo que hago. De lo que me rodea y de lo que rodeo yo con mi imaginación ‘calenturienta’ «[360] le dice a su amigo Fernando Bravo.

La vitalidad de su poesía además procede en buena medida de la necesidad de expresar sus sentimientos tal como le bullen en su espíritu perennemente insatisfecho, para el que la poesía era un remedio tranquilizante: «Voy a porrazos con la vida, a trastazo limpio y no limpio. Quiero alcanzar algo que se me escapa constantemente. Debo ser un enfermo sin remedio. Alguna vez, querido Fernando, he llegado a gritarme: ¡Maldita sea el día que hice el primer verso! Ya ves, luego me pido perdón. Me suele dar estas satisfacciones inmensas de un no se qué cumplido»[361].

Esta postura aparentemente contradictoria llevó a Valhondo por una parte a una «aproximación de términos y situaciones de por sí antagónicos en los que parece contradecirse la significación, ‘lo viejo / lo nuevo’, ‘sueños / vigilias’, etc., así como la bíblica figura de la Magdalena que pregonaba obscenidades al amparo de su pureza son contraposiciones que no sólo afectan al entendimiento, sino que sirven a veces para conciliar perspectivas aparentemente opuestas» y, por otra, a que aborde «también con intuición sicológica motivos que forman parte del mundo interno individual. Y en su ansia de verdad necesaria e imposible se acerca, por otra parte, bajo el signo de las irresistibles preguntas, a los temas más decisivos e insoslayables. Intenta así la certidumbre de las incertidumbres: ‘Ando sobre montones de preguntas, / en esta noche larga de pasillo’ «[362].

Por eso aunque natural y sencilla la poesía de Jesús Delgado Valhondo se encuentra llena de una intensa emoción creativa, que se traduce en imágenes originales con las que nos sorprende continuamente, haciéndonos experimentar múltiples sensaciones humanas y estéticas que, si antes hemos sentido, ahora nos resultan nuevas porque su intimidad hace hilar al poeta espontáneamente unas asociaciones de ideas sorprendentes, creativas y originales.

Así aliados sentimientos y creatividad con tensión lírica en el discurrir fluido de su poesía encontramos numerosos momentos, en que nuestro corazón se contrae y la emoción nos invade por esa verdad que dice tan sentidamente, porque ¿quién no se ha emocionado al leer la elegía a su hermano Juan? o ¿quién no se ha sentido partícipe y solidario con su juego y su cansancio, al oírlo recitar su poema «Jesús Delgado» de Ruiseñor perdido en el lenguaje? o ¿quién no se ha estremecido cuando suplica a Dios las respuestas que necesita y no las obtiene? No sólo nos hemos sentido unidos con él sino que nos hemos visto reflejados en su dolor y en sus interrogantes, a través de la emoción tan humana y sincera con la que impregna sus sentimientos, que son los nuestros.

Jesús Delgado Valhondo llega a nosotros por medio de una expresión contundente, pero que nos invade con facilidad porque unas veces es como una oración, otras una confidencia, otras puro lirismo y a la vez resulta original, sentida y humana, de tal forma que compartimos su emoción, porque él la hace nuestra: «Cuando los temas de la poesía de Delgado Valhondo, se circunscriben a su contorno terrenal, siempre hallamos en ellos la proyección de su amorosa mirada, de su imponderable delicadeza y una elegancia formal, emanación de un innato sentido aristocrático del arte, a la vez, que de una sencillez entrañable y cordial, aunque como envuelto en una bruma de ausencia»[363].

Estamos de acuerdo con Juan Chacón cuando dice que «el verdadero poeta es el que da al proceso artístico una extraordinaria intensidad, cifrada en su capacidad artística, y Jesús Delgado Valhondo la demuestra en toda su obra poética»[364] porque en Valhondo su verdad, su autenticidad, su verdadero sentimiento es creíble y efectivo, pues además de calidad tiene un temperamento exaltadamente poético lleno de intensidad emotiva: «Es todo él, sin descanso, un sendero empinado de fervor. Un derroche de inspirada fiebre»[365].

Existencialismo lírico

Quizás la característica más distintiva de Jesús Delgado Valhondo se encuentre en el hecho de ser uno de los máximos representantes del existencialismo lírico, pues pocos como él ha ahondado tanto en los sentimientos del espíritu humano y en el análisis de la concepción del hombre, la vida y el mundo. Pocos como él se han sentido tan arrastrado por la muerte, esa experiencia ineludible y enigmática que lleva al ser humano racionalmente a la nada.

Y como consecuencia pocos han dudado tanto buscando dilucidar el secreto que nubla la realidad hasta el punto de convertirla en un puro misterio insondable: «No faltará nunca el lector que se dirá: ‘Este hombre no se decide, vacila; ahora parece afirmar una cosa, y luego la contraria; está lleno de contradicciones; no lo puedo encasillar; ¿qué es? Pues eso, uno que afirma contrarios, un hombre de contradicción y de pelea, uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza y que hace de esta lucha su vida'»[366]. Esta definición de Unamuno que describe la personalidad contradictoria del hombre comprometido con su condición humana le cuadra perfectamente a Jesús Delgado Valhondo.

Además ese fondo existencial que llena su obra lírica lo detectamos por tratarse también de un enfrentamiento contra la realidad y el tiempo en su lucha constante con el lenguaje, por buscar la palabra exacta, por introducirse en su esencia y decir con justeza y naturalidad sus intranquilidades y a la vez con la dignidad y profundidad humana que conlleva el trabajo lírico, cuyo objetivo es, nada más y nada menos, que transmitir las señas de identidad del hombre, es decir, los sentimientos humanos.

SÍMBOLOS

Juan Ramón decía que la poesía era «un modo de acercarse a lo invisible por medio de símbolos» y el diccionario dice que símbolo «es la expresión por algún medio sensible, de algo inmaterial». Teniendo en cuenta estas definiciones, Jesús Delgado Valhondo usó el símbolo como un medio de aproximarse a la comprensión de los misterios que se encontró en el camino de su búsqueda de respuestas existenciales y de traducirlos racionalmente para obtener una concepción lógica de la realidad.

Las tres claves simbólicas fundamentales en torno a los que gira toda su obra poética son: el árbol, la montaña y la huida. Los dos primeros ya están presentes en Canciúnculas y la huida se puede localizar en El secreto de los árboles. Posteriormente Valhondo dedica a cada uno de estos símbolos un libro, cuyos títulos son la clave simbólica que va a tratar: Un árbol soloLa montaña y Huir. Este hecho supone una muestra de la coherencia y de la reflexión que encierra su obra lírica, pues estos símbolos constituyen los pilares de la concepción del mundo poético de Valhondo sobre los que construye su discurrir significativo, evolucionado y coherente.

Los tres conceptos se encuentran íntimamente relacionados y situados estratégicamente, pues aparecen al principio (“un árbol solo” es definido en el poema «Árbol nuevo» de Hojas húmedas y verdes, su primer libro editado), en el medio (la montaña que aparece desarrollado en el libro del mismo título) y al final de su obra poética (la huida, que cierra su lírica con Huir).

La estrecha relación entre estos conceptos comienza a establecerse cuando el poeta al inicio de su obra lírica comprueba su soledad y tal situación lo induce a buscar a Dios. Por este motivo, el poeta dirige sus pasos a la cima de la montaña donde se encuentra la divinidad sorteando los obstáculos del camino, pero llega y no lo recibe. Entonces después de varios intentos de alcanzarla a través de la naturaleza y del ser humano, el poeta decepcionado comprende que la única solución es la huida.

El árbol

El árbol, que ya aparece mencionado en su primer libro (poema “Castilla en siesta” de Canciúnculas) con el calificativo de «solo», tiene un simbolismo que el mismo poeta explicó de esta manera: «Dentro de la naturaleza no encuentro ser material o idea que más semejanza tenga con el ser humano. Como el árbol, el hombre, tiene ‘plantas’ que se fijan en el suelo, que están en contacto con la madre tierra. Enhiesto, sube hacia el cielo, busca las alturas, el sol y, en lugar de tener las raíces (cabellos) hacia el suelo, las tiene hacia el cielo, a donde tiende todo hombre»[367].

El árbol solo es el medio de traducir la soledad del ser humano, tema capital de la obra poética de Jesús Delgado Valhondo que trató desde el comienzo de su lírica y desarrolló ampliamente en su libro cumbre, del que los últimos versos constituyen el núcleo temático de su poesía:

En medio del paisaje,

en la llanura,

trémulo de emoción

un árbol solo.

Este símbolo aparece tan tempranamente en su poesía, influido por su experiencia infantil cuando Valhondo, afectado por una grave enfermedad, sintió la soledad y comprendió que en los momentos claves de la existencia el ser humano se encuentra solo, aunque esté atendido y rodeado de gente.

El símbolo del árbol solo se hace insistente desde su primer libro, Canciúnculas, a La muerte del momento. Aparece después en ¿Dónde ponemos los asombros?, cuando el poeta realiza una síntesis de la evolución de su soledad: primero fue «árbol de montaña lejana / […] cuyo vértigo en la raíz estaba», después «simple tronco rodando amarga vida» y ahora «sombra pisada de aquella rama huida». Posteriormente pasará a ser el tema central y el título de su libro más representativo, Un árbol solo.

No obstante aunque únicamente hemos mencionado los libros donde este concepto aparece desarrollado expresamente, la idea de la soledad está siempre presente en la poesía de Jesús Delgado Valhondo.

La montaña

El interés por el fortalecimiento de su espíritu marca la postura mantenida por Jesús Delgado Valhondo durante toda su vida para allanar el camino a Dios, que en su conciencia estaba en pendiente y lleno de obstáculos. La superación de esos escollos constituían el medio purificador que permitía al ser humano acercarse poco a poco a la montaña en cuya cima se encontraba la divinidad dominando el mundo y esperando a que sus criaturas, después de un camino de perfección ascética, llegaran a su presencia para recoger el premio de su fortaleza física y espiritual.

La oportunidad de materializar esta idea teórica le llega a Valhondo cuando viaja a Santander y encuentra en la montaña una muestra fehaciente del poder formidable de Dios, pues piensa que tales proporciones sólo podían haber sido creadas por un ser superior. De aquel impacto emocional surge La montaña, un libro repleto de paisaje grandioso que impresiona espiritualmente al hombre-poeta. «Niebla», «Shiri-miri», «Picos de Europa» y «Caminos de la montaña» son algunos de los títulos de unos poemas, esencia de paisaje, donde el poeta muestra su asombro y se espiritualiza ante medidas tan titánicas, pues en aquel paisaje encuentra el equilibrio y la paz del espíritu al sentirse divino por estar más cerca de Dios y a la vez humano porque se nota más barro que alma: «Dios está aquí, en la cima, más asequible, más creador, más cercano: Se le ve y se le toca con el alma. Es que, desde aquí, somos más sencillos, más humildes y estamos más serenos»[368].

La idea de la montaña se encuentra en la poesía de Valhondo mucho antes de escribir el libro de poemas del mismo nombre donde la convirtió en palabra, desde que impresionado leyó en la biblia la subida de Moisés al Sinaí para buscar los Diez Mandamientos y su encuentro con el Dios de tormenta; la atracción que ejerció en él el lugar de Cáceres, denominado la Montaña, y la impresión que le produjo la figura de San Pedro de Alcántara, que subía y clavaba una cruz en todas las cimas halladas en su incansable labor de evangelización, buscando el acercamiento a Dios a través de la imitación del doloroso vía crucis de su hijo. Y también le influiría «La subida al Monte Carmelo», glosa que San Juan de la Cruz realiza de su poema «Noche oscura del alma» donde relata el camino seguido por su alma hasta encontrarse con Dios.

En esa subida, en ese deseo por elevarse espiritualmente, encontraba Valhondo la ambición más digna del hombre por agrandar los horizontes del alma, por hacerse fuerte de espíritu. Y, aunque la subida le cuesta porque la pendiente es dura, la compensa llegar a la cima, donde Dios muestra su grandiosidad y está más cerca de Él y de la vida auténtica que ha prometido al hombre.

En la cima, como en el campo abierto, Valhondo encontraba la libertad plena y por eso le hubiera gustado transformarse en cigüeña o águila para volar material y espiritualmente y contemplar desde un lugar de privilegio la obra de Dios y ensanchar los límites de su espíritu.

No obstante, a pesar de su extraordinaria predisposición para la espiritualidad, la esperanza de Valhondo en la Montaña termina en fracaso rotundo y toda su estructura emocional se viene abajo: su idea del fortalecimiento espiritual para afrontar la vida y la muerte es sólo teórica, pues la práctica le resulta descorazonadora cuando comprueba el silencio despectivo de Dios, que está en la cima pero ni lo recibe ni le contesta. La soledad será desde entonces el tema recurrente de su poesía y la angustia de vivir en un mundo inexplicable, regido por un Dios misterioso.

La huida

La huida es un símbolo que Valhondo expone en Huir, su último libro de poemas, pero que anuncia mucho antes en El secreto de los árboles. La huida representa el capítulo final de la búsqueda de la divinidad que realiza el ser humano cuando la vida y el mundo comienzan a resultarles insufribles. En este sentido la huida es un término negativo, porque es el resultado del fracaso estrepitoso en que termina su lucha después del fallido intento en desentrañar los misterios de su condición humana, de la vida y el mundo:

Uno más. No comprendo

en absoluto nada.[369]

También la huida significa el reencuentro con sus orígenes y por consiguiente con Dios. Pero también en este sentido es un concepto contrario, porque en la vida el poeta no logra hallarlo y sin embargo ahora espera conseguirlo a través de la muerte. Es la paradoja más irónica experimentada en su vida, porque visto así el encuentro con Dios no es una victoria sino una derrota definitiva:

Crepúsculo. Me hundo.

No tengo escapatoria.[370]

Otros conceptos completan las claves simbólicas empleadas por Jesús Delgado Valhondo en su obra poética:

La alameda

Es un símbolo relacionado con el del árbol solo. El ser humano vive la existencia abocado a la soledad. Después de la muerte, va a reunirse con otros árboles en la alameda que se va formando junto a Dios, tras el cual se esconden y se convierten en sus cómplices ocultando los misterios de la existencia a los seres que aún viven; de ahí el título de El secreto de los árboles:

 […] creciendo en la mirada

 hombres que ya se hicieron

 espíritu de árboles.[371]

La alameda también representa la solidaridad de seres solitarios, porque es una reunión de árboles solos que se acompañan mutuamente, haciendo más llevadera su situación (la soledad acompañada). Así la sociedad es como una alameda formada por muchos seres, que soportan individualmente su soledad preguntándose sobre su identidad y su existencia:

                                                       Tendremos que averiguar

quiénes somos, quién nos busca,

qué hacemos en la alameda

crucificando preguntas.[372]

Y por último también podemos entender que para Valhondo la alameda tuvo el valor espiritual y religioso que los clásicos atribuían a los bosques, es decir, un lugar de concentración, recogimiento y reflexión colectiva junto a otros árboles solos, que tienen el mismo objetivo: la búsqueda y el encuentro con Dios.

El cadáver y el ahogado

Son dos conceptos que simbolizan el estado final de soledad reservado al ser humano por un Dios que no se manifiesta ni le da esperanza alguna de salvación ni de inmortalidad, pues sin esa ilusión el alma muere y del ser humano sólo queda el cadáver, despojo del espíritu que lo habitaba:

Profundo y misterioso

mundo del todavía:

algas y ese cadáver

incapaz de la orilla.[373]

El símbolo del ahogado es recurrente en la poesía de Valhondo desde que vislumbra la imposibilidad de tener esperanza en la vida eterna, pues sin ella el ser humano muere desamparado, abandonado y solo como un ahogado. Este concepto con valor simbólico aparece en El año cero y es utilizado varias veces en El secreto de los árboles, cuando Valhondo pierde la esperanza de conseguir una ciudad ideal y de encontrar apoyo en sus semejantes, que sobreviven decepcionados en una realidad vacía de sentido, de desamparo, de abandono y soledad como los ahogados:

Un olor casi a mar

que nos invita a ahogarnos

ya sin cuerpo en sus aguas.[374]

El cadáver simboliza también el traje con el que viste Dios al espíritu humano: «Somos objetos olvidados / en mágico desván de algún cadáver»[375]. Y la cárcel donde se encuentra encerrado el poeta por su condición mortal:

Desconocido yo

en mí mismo encerrado

cadáver donde vivo

un presente que dudo

si existo solo siempre.[376]

La calle

Aparece en la poesía de Valhondo cuando abandona el pueblo y va a la ciudad. La calle, elemento primordial de la urbe, es un lugar de encuentro, relación y hallazgos: «Una de las diversiones más profundas del cronista es recorrer las calles de una capital de provincia. […] La calle es algo así como la personalidad de la ciudad. La parte más humana de la ciudad. La sangre latiendo de la ciudad. Por donde una ciudad nace, se mueve, se muere; vuelve a nacer para volver a morir»[377].

Sin embargo cuando a Valhondo le invade la decepción de la ciudad que expone en El secreto de los árboles, en ¿Dónde ponemos los asombros? y en La vara de avellano, la calle se convierte en callejón sin salida, en una prisión donde el ser humano se encuentra atrapado junto a sus semejantes a merced de la muerte:

Se cerró la calle. El muro

se alzó sobre lo vivido.

Nos condenamos, dolor,

en la cárcel del camino.[378]

Ambos conceptos constituyen para Manuela Trenado una «polisimbología que confluye en un referente: la vida»[379]. Es cierto, la calle es la traducción de la idea positiva que en un principio Valhondo tuvo sobre la existencia y el callejón (observemos el morfema despectivo) es la concepción negativa, que adoptó cuando se dio cuenta de que la vida no tenía salida y el bullicio, la actividad y las relaciones humanas no eran más que una pantalla para hacer olvidar momentáneamente al ser humano, que se encontraba en una realidad trágica que no podía eludir:

En esta calle de la nada solos

nos quedamos para siempre jamás.

Larga como la muerte en el camino.[380]

Entonces la calle se convierte en otro símbolo más negativo que el callejón sin salida, “la calle de los vivos muertos”, donde el ser humano camina convertido en un autómata sin norte ni horizontes, acosado por la muerte:

En esta calle viven cuarenta y tres mil muertos

[…]

Hay quien se come muertos o los borra del mapa

o los tiran al huerto en montones confusos.[381]

Estos símbolos, según Amalia Álvarez Cienfuegos, proceden en Valhondo de su experiencia vital más inmediata, no de una elaboración teórico-lírica: «Sus ideas se entremezclan o mejor diremos, conviven con lo personal y concreto: ciudades, calles, rincones… referencias a lugares acotados en los que con frecuencia emerge lo biográfico y ambiental con características sintomáticamente afectivas. La calle como camino, la calle de la nada, el callejón sin salida, y hasta la calle resaltada con un oxímoron, como ‘la calle de los vivos muertos'»[382].

El camino

Es un símbolo que se puede localizar en Canciúnculas. Valhondo lo recoge de la tradición manriqueña pues en su poesía el camino simboliza la vida. No obstante introduce una variante, que hace a este concepto en él un tanto original: el camino de Valhondo tiene un tramo ascendente, porque lo concibió como una cuesta empinada que el ser humano se tenía que esforzar en subir para merecerse alcanzar a Dios.

Después de su decepción en la Montaña, el camino toma una inclinación descendente que no supone en Valhondo un alivio porque es el tramo que debe recorrer desamparado y sin esperanza alguna:

Debía haber llegado al final del camino

[…]

 Debía haber llegado al final de mí mismo,

[…]

Haber llegado ya pero ando perdido

en sabe Dios qué mundo turbulento y distante.[383]

La cima. El ascenso y el descenso

La cima en la poesía de Jesús Delgado Valhondo es un símbolo íntimamente relacionado con la montaña, que representa la meta anhelada por el ser humano que vive la vida conscientemente:

Cuántas ansias de alcanzar el monte mío,

lo que me vence. Subo enloquecido,

lleno de impaciencias

parezco un suicida enamorado.[384]

Es además el descanso y el encuentro gozoso con Dios al final del duro camino de la vida después de subir la montaña. La cima también tiene un sentido ascético, pues supone el punto de referencia de la superación humana y de sus deseos de perfección por subir a una región superior, donde se encuentra Dios, el máximo anhelo del ser que acepta humildemente su imperfecta condición humana y quiere recuperar su componente divino reencontrándose con la divinidad:

Vamos, hermanos, subiremos juntos,

que el último escalón  casi se alcanza,

que llevamos dolor y unos asuntos

y debajo del brazo la esperanza.[385]

Sin embargo la cima se convertirá en un concepto negativo cuando Jesús Delgado Valhondo comprenda, después de la decepción descrita en el libro La montaña, que Dios se encuentra allí pero no está dispuesto a recibirlo. Desde entonces la cima será el reflejo de sus deseos insatisfechos porque, si Dios está pero no responde su trabajoso subir a la cima no tiene razón de ser y su caminar resulta un sinsentido:

Ya van nuestras palabras ordenando:

detrás de los despojos yo distingo

a Dios sentado allí, como esperando

nuestro cansado rostro de domingo.[386]

El símbolo de la cima se encuentra íntimamente relacionado con dos conceptos sobre los que Valhondo reflexionó repetidas veces en varios de sus artículos periodísticos: el ascenso y el descenso. Ascender es un concepto que pertenece a su etapa de esperanza cuando aún guardaba la ilusión de encontrar a Dios en la cima. Subir traducía sus anhelos de encuentro con la divinidad; la cima no sólo estaba lejos sino que se encontraba con obstáculos en su camino, pero entendía que la superación de ellos era el tributo que debía pagar para merecerse el disfrute de la presencia divina: «subiendo, subiendo hacia Dios […]. ¡Qué importa el dolor corporal si el alma se engrandece, si está allí, muy cerca, el Cielo que ama?»[387].

Ascender también para Valhondo  tenía el valor que le atribuían los místicos a la vía purgativa: desprender de las circunstancias terrenas e ir al encuentro con Dios libre de cargas existenciales en estado primitivo: «Hemos subido, solamente a esta cima, a mirar. El ascender no tiene otro mérito, que no sea mirar. El tirar la mirada a lo ancho y a lo largo del mundo. Dios está aquí, en la cima, más asequible, más creador, más cercano. Se le ve -aunque para ver- lo dijimos -hay que profundizar-, y se le toca con el alma. Es que, quizás, desde aquí, somos más sencillos, más humildes y estamos más serenos»[388].

Además el deseo de ascender suponía para Valhondo el anhelo más noble del ser humano, que es centrar su vida en la superación constante para llenarla de sentido y significado: «La ambición más digna del hombre es el anhelo de subir. […] El alma busca la altura. Subir como las aves, como la estrella. Subir aunque sea para desprendernos del barro, de la miseria, de los reptiles. Subir para engrandecernos, para dilatarnos, para poder respirar mejor. […] Tramo a tramo vamos subiendo. Subiendo la montaña de la vida. No que la cima esté lejos y que el camino sea escabroso y duro. Más sabor delicioso nos proporciona el misterio de la ascensión. A más altura, más fruto. Ascender es mejorar. Si es alta la cumbre más cerca estará el cielo»[389].

En Valhondo el sentido simbólico del anhelo del ser humano por ascender a la cima tiene un símbolo opuesto, el descenso, que tuvo en él un doble significado:

Uno positivo, porque descender significa ahondar en uno mismo buscando lo más hondo de la conciencia personal y originaria para encontrar la raíces más íntimas de su condición humana: «El hombre desciende porque le gusta beber en la fuente de un primitivismo que está en el fondo de su ser. Es la vuelta a la naturaleza, la contemplación de la hoguera, el instinto animal recuperado. Es el tiempo que vuelve. Es el gran placer de perder, en un juego consigo mismo, lo que había adquirido a base de sacrificios para su sociabilidad. Es aligerar maneras, historia, ropa. Se debe estar más a gusto. Se gastan los perjuicios sociales, la cultura, hasta quedarse limpio y originario»[390].

Y otro negativo, pues descender es una clave simbólica que aparece en la obra lírica de Valhondo después del fracaso que describe en La montaña, indicando el dolor profundo que le supuso su experiencia nefasta de no poder encontrar a Dios y la necesidad que tiene el ser humano de descender a lo más hondo de su conciencia para replantearse de nuevo la búsqueda de Dios.

La ciudad

Simboliza el mundo que creó Jesús Delgado Valhondo idealmente, cuando sus deseos de abandonar el pueblo e ir a la ciudad le hicieron concebir un mundo abierto, dinámico y repleto de asombros que descubrir, donde el ser humano encontraba sentido a su existencia en sus calles, aceras y esquinas: «Me divierte pasear las calles de Badajoz. Ir descubriendo en ellas asombros. Doblar esquinas y sorprender lo que hay en toda vuelta, en la otra cara»[391].

Pero pronto la ciudad lo decepciona, pues en ella se topa con el ser humano y sus imperfecciones. Entonces la calle se convierte en un lugar por donde él y sus semejantes arrastran su caducidad; las aceras no significan más que un simple lugar de paso y tras las esquinas sólo se encuentran los misterios inexplicables:

Y sé que en cada esquina

el tiempo roto y triste duerme,

y un viento frío, que me queda

el alma llena de dobleces.[392]

El símbolo de la ciudad y de sus componentes físicos lo usa Valhondo en Aurora. AmorDomingo, El secreto de los árboles¿Dónde ponemos los asombros? y La vara de avellano, es decir, cuando su concepción de un mundo armónico se rompe y la ciudad se convierte en un monstruo que engulle a sus habitantes, seres solitarios y amedrentados, y se transforma en un enorme cementerio («Dolor en carne viva. / Ciudad de espaldas. Lobos / del amor. Lejanías. Sombras en abandono»[393]).

El corazón

Es un símbolo que significa el centro de la conciencia y el cofre donde el hombre guarda sus sentimientos más humanos: «Al cronista le ha parecido el corazón como una copa de sangre, como una flor en carne viva y hasta como una casa con habitaciones. Nosotros preferimos dividir el corazón en cuatro habitaciones donde ir pasando la vida lo mejor posible. En la aurícula -la aurícula es un aparato para ponerlo al oído- es donde mejor se escuchan los conciertos, las palabras y la voz de Dios tan sutil y tan primorosa. Las otras habitaciones bien pudieran servir de despacho, dormitorio y cocina. Donde leer y escribir, donde soñar ilusiones y esperanzas, melancolías y gozos; donde preparar la comida de los sentimientos. […] Hagamos de nuestro corazón una casa de sentimientos nobles. […] Y si alguien intenta atracarnos pidiéndonos la bolsa o la vida, démosle la bolsa del corazón bien repleta de paciencia, de caridad, de pasión, de confianza»[394].

Sin embargo a pesar de lo último que dice encontramos en el poema «Doblar una esquina» de Aurora. Amor. Domingo, que es una reelaboración en verso del artículo anterior, una concepción distinta del corazón:

Yo sé que en cada esquina

alguien me espera y me detiene:

mi corazón le da su bolsa

llena de sangre, casi siempre.

La cruz

     Es el símbolo con el que Jesús Delgado Valhondo recuerda el sacrificio de Cristo, idéntico al que se ve obligado el hombre a realizar en el camino de la vida, subiendo su Gólgota particular para cumplir con el papel que le ha tocado representar dolorosamente como Jesucristo que, aún siendo hijo de Dios, le dijo a su Padre: «Aparta de mí este cáliz».

También le resultaba a Valhondo simbólica la cruz por la influencia que San Pedro de Alcántara ejerció en él, repitiendo incansablemente la misma acción: subir con una cruz las cimas por las que pasaba en su peregrinar para colocarla  en lo más alto, simbolizando lo que representaba para él la vida, un continuo subir buscando a Dios siempre esperanzado. Este enfoque lo manifestó Valhondo en los siguientes versos, pero ya desencantado:

Subo a la cima azul de la mañana,

paso a paso mi cuerpo, buen anciano,

hasta dar con mis huesos en la desgana

y tirar la mirada sobre el llano.[395]

cuando, como Rafael Rufino Félix, pensaba que la vida era una «obligada peripecia, que tiene mucho de farsa, abocada a la extinción, y que se nos asignó»[396]

 El espejo

Es un símbolo que representa el lugar donde el ser humano toma conciencia de sí mismo, cuando el espejo le devuelve reflejada su imagen y lo obliga a reflexionar sobre su identidad en una especie de diálogo espirituvisual. El espejo ofrece al poeta la medida de su propio espíritu y así conoce sus propias imperfecciones.

Hasta aquí podemos catalogar este símbolo como positivo pues, aunque el espejo refleja también lo que hay de negativo en la conciencia del ser humano reflejado, por lo menos le da una referencia exacta de sí mismo. Pero llega un momento en que el espejo se rompe y entonces el poeta constata que es idéntico a los demás hombres, es decir, tan imperfecto y caduco como sus semejantes y además que ya no recibe con nitidez la imagen de sí mismo; entonces pierde de este modo la posibilidad de conocerse:

Siempre estamos esperando a alguien

porque no sabemos quiénes somos

y necesitamos revelarnos en otros.

Impresionante bodegón humano.[397]

Por tanto el espejo simboliza la falta de identidad del ser humano, porque es incapaz de saber quién es y como consecuencia de conocer a los demás que hasta el momento eran su punto de referencia. Este símbolo aparece en la poesía de Valhondo cuando se rompe definitivamente su concepción de un mundo armónico, se desorienta, busca apoyo en los otros y descubre que comparten idénticas limitaciones:

Atravesábamos espejos.

Ya nunca supe donde fuimos.

Estos versos pertenecen al primer poema de La vara de avellano, libro en que Valhondo utiliza el símbolo del espejo para transmitirnos su desorientación y el motivo de la angustia que desde entonces invadirá su poesía. Camilo José Cela da esta explicación del espejo que relaciona con la soledad: «Un abejorro en tres espejos vale por cuatro abejorros: el de la verdad y los otros tres. En la celda con paredes de espejo de O’Neill, el abejorro se sabe solo, pero no se siente solitario; al hombre, ese abejorro que vive prisionero en la mazmorra de los muros de espejo, le acontece lo mismo. El solitario está más solo que nadie porque se sabe solo; ésa es su maldición y su dolor. El solo, el que no está ni es más que solo, ignora su soledad -aunque la padezca- y busca la compañía: con frecuencia, la de otros solitarios. La vida del solo que no se sabe solo, del solo que no tiene conciencia de su soledad, es una vida miserable. El solitario Kafka sabía de la vida miserable del solo: dormir y despertar, dormir y despertar»[398]. Lo mismo que al abejorro le sucede al poeta.

La esquina

Es un símbolo que tiene en Jesús Delgado Valhondo dos significados. Al principio cuando su concepción de la ciudad es idílica la esquina supone la posibilidad de hallar asombros. Volver una esquina es encontrarse con lo nuevo, con lo descubierto por primera vez, con el mundo recién hecho y presto a ser recreado por el que busca emociones nuevas:

Yo sé que cada esquina

[…]

es un paisaje que atravieso.[399]

Pero después, cuando su concepción se torna en desencanto, la esquina es la inseguridad de un hallazgo que no siempre resulta gratificante; es el encuentro con el dolor y con los seres imperfectos que como autómatas habitan la ciudad:

Yo sé que en cada esquina

alguien me espera y me detiene:

mi corazón le da su bolsa

llena de sangre, casi siempre.[400]

El fondo o abismo

Es un símbolo que aparece en el primer libro de Jesús Delgado Valhondo, Canciúnculas. Ambos símbolos representan el lugar donde el ser humano cae cuando abandonado y solo no tiene asidero espiritual alguno para soportar unas circunstancias, que continuamente están empujándolo a su destrucción. El fondo o el abismo es ese pozo espiritual, profundo e insuperable, que significa la anulación total de la conciencia del ser humano:

Oscuras manos andan

el fondo de la fría

memoria de las cosas

que fueron tierra, mina.

La cara boca abajo,

apretada agonía

del silencio.[401]

La guitarra y la canción

La guitarra y la canción son dos símbolos que expresan la pena y la tristeza del poeta y la forma de mitigarlas cantándolas:

Con una guitarra atada al cuello

por esas calles de Dios,

¿adónde vas?

-No lo sé, soy ciego

y he perdido el corazón.[402] 

La guitarra y la canción son dos símbolos de la etapa iniciática de Jesús Delgado Valhondo y proceden de influencias populares y de Antonio Machado para quienes la canción era un modo de conjurar la tristeza y de ahuyentar a la muerte. No volverá Valhondo a utilizar estos símbolos desde que calme sus ímpetus amorosos juveniles y los olvide para centrarse en los problemas existenciales, donde no tiene cabida este tipo de sentimiento.

La luz y las sombras

Son dos símbolos contrapuestos. El primero es un término positivo con el que el poeta expresa la llegada de la luz después de una noche llena de intranquilidades y angustia (sombras). La luz reanima su espíritu vapuleado por unas sombras que le traen fantasmas a la mente y lo vivifica consiguiendo que su esperanza se tranquilice y se reactive:

esta noche eterna y mía

bajo la entraña latente,

quiere echarme hecho simiente

sólo de melancolía.

¡Que venga, que venga el día!.[403]

En cambio las sombras es un concepto contrario, sinónimo de las intranquilidades que martillean y acosan su débil espíritu. También las sombras representan la noche, donde se hacen patentes los misterios, los recuerdos y la presencia de la muerte:

Sombra de sombras, mis fantasmas,

mis vivas sombras en el altar.

Ando con sombras en abismos

por esta noche de penar.[404]

 El mar

Es un símbolo representativo de los deseos insatisfechos del poeta, el horizonte inalcanzable que ve desde su ciudad-prisión anhelando un espacio sin fronteras donde calmar sus ansias de libertad e infinito.

También como asegura Manuela Trenado es «el símbolo de la perduración y de la grandeza de la creación», o sea, es la inmortalidad que trascendentemente el ser humano anhela para sí: «El deseo del hombre por su trascendencia, por un tiempo que no pase, por la eternidad, está expresado por el término ‘mar'»[405].

El mar aparece en Canciúnculas pero toma importancia cuando el poeta se siente prisionero de sus circunstancias en un lugar que creyó idílico (la ciudad) y sin embargo lo tiene atrapado coartando sus deseos de romper con un presente angustioso y asfixiante. Por este motivo el mar representa la necesidad de buscar un espacio abierto donde ejercer sin accidentes la libertad que en la ciudad añora.

El museo

En la poesía de Jesús Delgado Valhondo es un símbolo del pasado, donde se exponen los despojos de los seres humanos que nos precedieron y se refleja la acción demoledora del tiempo:

Voy al museo

cuento cadáveres y santos.

Marcos sin cuadros.

¡Cuántos cadáveres flotando!.[406]

También es un símbolo que para Valhondo significa la suerte que correrá el ser humano del presente que pronto el tiempo se encargará de destruir convirtiéndolo en pasado.

El museo representa la concepción que tenía Valhondo del mundo en aquel momento: antes armónico, mientras tuvo la esperanza de encontrar a Dios, y ahora desolado, cuando ha perdido toda posibilidad de hallarlo. El museo como símbolo aparece bastante tarde en la poesía de Valhondo, concretamente en Ruiseñor perdido en el lenguaje, cuando su decepción es irrevocable:

Una pena se queda como dudando

y ponen música alegre

y todo se queda temblando

de miedo

de historia,

de sangre que han derramado.[407]

La niebla y la tarde del domingo

La niebla es, como dice Manuela Trenado, «la idea de misterio que envuelve las cosas, situaciones y a la vida y a la muerte». Es la nebulosa en la que Valhondo ve envuelto el mundo por los misterios que empañan su transparencia. Este símbolo es usado principalmente en Inefable domingo de noviembre donde describe un mundo gris y triste, que es el reflejo de su alma desencantada:

Hojas de nieblas caen

de otoño perdido.

Las cosas reclaman la mirada.[408]

Valhondo relaciona la niebla con el otoño, el mes de noviembre y el domingo cuando el espíritu se contrae por el ambiente desabrido de esta época del año, de este mes en que se celebra el día de los difuntos y de ese día de la semana en que el mundo pierde su ritmo y todo recuerda a la muerte:

En el ambiente ha quedado

flotando

la muerte del paisaje

y el vuelo de los sueños.[409]

Es un símbolo propio de su etapa de decepción cuando su idea de un mundo armónico y transparente ha sido sustituida por otro envuelto en la bruma de la desesperanza y la idea de un final inevitable, inminente y triste:

Provocamos milagros en ausencias

temidas y quedamos, desérticos,

de tinieblas cubiertos.[410]

La tarde de domingo es un símbolo que representa metafóricamente la concepción que Jesús Delgado Valhondo tenía del mundo en su etapa crepuscular: desangelado, inactivo, triste y gris como su ánimo, antes impetuoso y apasionado y ahora desencantado, apático y repleto de melancolía:

Puede ser que tú seas

en los ratos perdidos

esta tristeza absurda

de tarde de domingo.

[…]

La calle queda sola

como un cerrado libro

y yo amueblo mi vida

con la vieja tristeza

de la tarde de domingo.[411]

La noche y el sueño

Jesús Delgado Valhondo simboliza en este concepto el abandono de Dios, cuando Éste cierra los ojos, duerme y no lo atiende. Por eso en la noche se siente angustiado hasta el punto de considerarla un abismo y un espacio sin tiempo donde la vida se paraliza y queda en manos de la muerte:

Se van apagando nubes,

pisa la noche mi cuerpo

y yo no sé de mí nada

sino que me estoy muriendo.[412]

Al alba en cambio Dios abre los ojos y renace la esperanza del poeta a la par del día, porque se siente acompañado de nuevo:

Y por el alba viene y yo no puedo

deshacerme de mí para una muerte.

Tiene mirada Dios cerrada y quedo

dentro esperando hasta que Dios despierte.[413]

También la noche para Valhondo es enigma que por un lado lo induce a descifrar misterios en un ambiente de silencio, reflexión y recogimiento y, por otro, de tentación pues lo arrastra a compartir lo que existe en ella oculto. En las sombras de la noche las cosas se ven en su estado original exentas de sus circunstancias y el poeta llega a un nivel de iluminación, que lo acercan a sus esencias y como consecuencia a la suya propia:

Tengo el mundo de la noche

hecho una flor en la mano.

Noche en ti.

¡Ya ves si te estoy amando!

¡Qué poco trabajo cuesta

consumir tanta distancia,

tener esta noche abierta

de par en par en el alma![414]

La noche era para Jesús Delgado Valhondo además el momento adecuado para el sueño del que distinguía dos tipos: «‘Esta noche hallé en mi sueño lo que ayer tarde soñé’: Dos clases de sueño podríamos catalogar en el verso antes dicho: el soñar desvelado y el soñar dormido. […] En el sueño del dormir somos espectadores y actores a la vez. Nos contemplamos andar y nos despertamos cansados. Nos contemplamos llorar y nos despertamos con lágrimas. Morimos y despertamos vivos. […] Se sueña desvelado para ganar tiempo. El mejor tiempo, porque es el idealizado. El más puro y el más hermoso. Tiempo de nuestro íntimo vivir que se nos hace secreto tesoro en la cuenta de nuestra existencia»[415].

El sueño dormido es el que le producía hondas intranquilidades. En cambio durante el sueño desvelado construía sus ilusiones y fantasías y a la mañana siguiente se levantaba repleto de ánimos: «Sin ilusiones no hay sueños. Sin ilusión no hay fantasía […] un hombre que carece de fantasía ha perdido su mejor tiempo, por no haber sabido interpretar su sentido y su sentimiento»[416]. El sueño dormido en cambio lo arrojaba a las sombras y a los fantasmas de la noche:

Sombra de sombras, mis fantasmas,

mis vivas sombras en el altar.

Ando con sombras en abismos

por esta noche de penar.[417]

Relacionadas con el sueño encontramos en Valhondo referencias a las ideas de «la vida es sueño» y «la vida es un teatro», símbolos procedentes de la influencia de Calderón de la Barca, que aparecen en «La escena» de Los anónimos del coro. Valhondo admite estos planteamientos en su etapa de desencanto cuando definitivamente no entiende la realidad y piensa que todo debe ser necesariamente un sueño, cuyo despertar será el encuentro con Dios.

El símbolo de la vida como teatro también es producto de su etapa desencantada, pues aparece en su poesía cuando concibe la existencia del ser humano como la participación en una gran comedia, donde realiza un papel que no ha elegido y no tiene capacidad para representar. Los anónimos del coro es por tanto un símbolo del triste papel que el ser humano se ve obligado a representar en el teatro de la vida:

Si pudiera correr la cortina

de este escenario de mi vida

la función no se haría jamás

en esta casa de muñecas.[418]

También Valhondo simboliza el desempeño de ese papel en el uso que cada ser humano hace de su careta:

Debe de haber un día

que no tenga escenario

ni nosotros caretas

de risas de payaso.[419]

     La careta también sirve para  indicar la falsedad y la doble cara usada por las personas, cuando dejan de ser ellos mismos por intereses particulares, o el drama que supone la representación de la vida para el ser humano:

Su voz cabe

en mi amarga dramática careta.[420]

En Los anónimos del coro, Jesús Delgado Valhondo simboliza la parábola del gran teatro de la vida humana en la descripción de la triste existencia de la prostituta que supone una espera inacabable abocada al desencanto, la soledad y la muerte:

La prostituta se sentó,

en una piedra a la orilla del camino,

a esperar.

No sabía lo que esperaba.

Ni a quién.

Ella siempre esperaba.[421]

El retrato

Este símbolo aparece en la poesía de Jesús Delgado Valhondo representando el recuerdo del pasado y la presencia acechante de la muerte. Donde mejor se encuentra descrito este símbolo es en el poema «Retrato de muchacha en una casa de huésped» de La vara de avellano.

El retrato es donde queda impresa la forma de personas que existieron convirtiéndolas en fantasmas, que nos recuerdan fotografiados, enmarcados y estáticos en la pared, nuestra condición mortal:

Me está pesando su cadáver

que aún lo llevo en la mirada al mediodía.

De su retrato a mí hay un momento de compás.[422]

También el retrato (o fotografía) es una especie de espejo que denuncia el ataque que el ser humano sufre constantemente por parte del tiempo:

Miro mi fotografía

y me echo a temblar

como si resucitase en invierno.[423]

El río

Simboliza la paradoja del discurrir continuo de la vida humana, que pasa sin parar dando la sensación de que siempre es la misma y sin embargo es distinta. El río en Jesús Delgado Valhondo es un término negativo, pues es el símbolo de la tragedia a que está sujeta la existencia humana. La vida es como un río por donde siempre están pasando seres humanos, pero el poeta comprueba en un momento determinado que no se trata de los mismos seres sino que éstos son distintos. Entonces se da cuenta de algo que lo estremece: la vida es un trágico proceso de creación/destrucción, pues para que el río de la vida esté siempre corriendo unos seres tienen que morir para que otros ocupen su lugar, mientras este proceso dramático es contemplado impasiblemente por Dios:

Mi gente que va y nunca viene.

Mi gente es un río que pasa y siempre pasa.

Siempre pasa la misma gente el mismo agua.[424]

El río es un símbolo utilizado por Valhondo en sus libros de la etapa crepuscular, cuando se siente arrastrado por la corriente incontenible de la vida y se da cuenta de que está próximo su final, porque otro ser humano se encuentra dispuesto a ocupar su lugar en el río de la existencia. Así de sencillo y de dramático:

Me reflejo en el agua.

Me lleva la corriente.

El mar está esperando,

sed de agua, a que llegue.[425]

El tren

Es un símbolo que aparece tempranamente en la poesía de Jesús Delgado Valhondo como podemos detectar en el poema «Notas de viaje» de Pulsaciones:

[…] tiene tres niñas que esperan

que alguien de ayer se las lleve.

Arrastra un tren las miradas

de las tres hijas del jefe.

En un principio la imagen del tren en Valhondo simboliza sus deseos insatisfechos de libertad e infinito en un mundo que lo aprisiona y coarta su necesidad de ir más allá de lo que la realidad le permite, para indagar más profundamente en su condición humana y buscar nuevas formas de encontrar a Dios. También simboliza sus anhelos de descubrir mundos desconocidos y los enigmas que se ocultan tras el horizonte: «Pasan trenes. Me gustaría irme en ellos, a cualquier sitio de cualquier parte. El caso es ir. Cada tren: un montón de misterios. Un pueblo entre vías que siempre va. Niños en las ventanillas descubriendo mundos. Muchachas que parecen decir adiós a gentes invisibles. Llenando sus ojos de prodigios y milagros»[426].

Pero poco a poco este símbolo se irá llenando de angustia, porque el tren pasa a ser la vida (aliada con el tiempo) que deja a los seres humanos en las estaciones del camino a merced de la muerte:

-¡Pasajeros al tren!-

Un tren que siempre marcha

dejando inquietas estaciones

al lado del camino.[427]

El viaje, entonces, se llena de connotaciones lúgubres y trágicas, ya no es el viaje anhelante, sino el que no desea realizar porque sabe su dramático final; el tren no devuelve a sus viajeros a la estación de origen.

Este símbolo, que se hace negativamente insistente, es propio de la etapa crepuscular de la poesía de Valhondo desde La vara de avellano cuando advierte que la vida no tiene retorno como el tren que sólo realiza el viaje de ida:

El tren debe estar lejos,

ajeno a nuestro oído,

camino de algún túnel

haciéndose murmullo de ciudad.[428]

Todos estos símbolos serán analizados con más detalles conforme vayan apareciendo en la obra lírica de Jesús Delgado Valhondo, cuando analicemos uno por uno sus libros de poemas.


0 Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[1] José Miguel Santiago Castelo, «Delgado Valhondo», ABC (Madrid), 29-5-79.

[2] José María Bermejo, «Delgado Valhondo, el misterio sencillo», Hoy (Badajoz), 27-1-74.

[3] Miguel Muñoz de San Pedro, «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.

[4] Fernando Bravo, «Ese corazón al viento …», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[5] Manuel Pecellín, «Mi Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[6] Carta de Pérez-Comendador a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 15-1-53.

[7] Ángel Campos, «Más conocido que estudiado», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 6.

[8] Respuesta de Jesús Delgado Valhondo a una pregunta que, por carta, le hizo Mari Carmen de Celis, Madrid, 1974.

[9] Caba, Rubén, «Un albatros exiliado en el suelo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[10] Antonio Zoido, «Glosa de amistad», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 10.

[11] Texto de Ricardo Senabre citado por Santiago Castelo en el prólogo de Huir, Badajoz, Del Oeste Ediciones, 1994, p. [10].

[12] Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[13] Ricardo Senabre advirtió este hecho en «Jesús Delgado Valhondo en su poesía esencial» (Hoy, 22-5-88) y, posteriormente, Ángel Campos en «Más conocido que estudiado» (Hoy, 28-11-93).

[14] Valhondo explicó su concepto de «hombre cualquiera» con estas palabras sencillas pero aclaradoras: «Yo lo noto cuando me meto en un bar y hablo con individuos que no me conocen, de cualquier cosa que sólo interesa a nosotros dos en ese momento: una operación, los disgustos que da un hijo, en fin, cualquier cosa del hombre común». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[15] Álvaro Valverde, «Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[16] Ricardo Senabre, «Jesús en el recuerdo», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, Teatro López de Ayala, 1993, p. 9.

[17] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[18] J. López Martínez, «Para Jesús Delgado Valhondo, extremeño, Salamanca, es la ciudad más profunda y bonita del mundo», El adelanto (Salamanca), 11-12-64.

[19] Eolo [Santander de la Croix], Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 18-2-67.

[20] Respuesta de Jesús Delgado Valhondo a una pregunta que, por carta, le hizo Mari Carmen de Celis, Madrid, 1974.

[21] Marciano Rivero Breña, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

[22] José Martínez Fernández, «Jesús Delgado Valhondo», Medicina y cirugía auxiliar (Madrid), mayo 1954.

[23] Manuel Pecellín, «¿Qué cantan los poetas extremeños?», Hoy (Badajoz), 25-3-93.

[24] Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[25] idem.

[26] «No creo en un arte de mayorías, ni importa que la minoría entienda del todo el arte; basta con que se llene de una honda emanación» declaró Juan Ramón Jiménez cuando lo acusaron de crear una poesía difícil.

[27]Ricardo Senabre, «Sentir y decir», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[28] Juan Ruiz Peña, «Un poeta extremeño», Diario de Burgos (Burgos), 28-3-63.

[29] José Joaquín R. de Lara, Introducción a la entrevista titulada «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[30] José Martínez Fernández, «Jesús Delgado Valhondo», Medicina y cirugía Auxiliar (Madrid), mayo 1954.

[31] José Joaquín R. de Lara, Introducción a la entrevista titulada «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[32] José María Bermejo, «Delgado Valhondo, el misterio sencillo», Hoy (Badajoz), 27-1-74.

[33] Jesús Delgado Valhondo, «Aldea y ciudad», Hoy (Badajoz), 10-9-59.

[34] Jesús Delgado Valhondo, «De la huella al libro», Hoy (Badajoz), 16-4-67.

[35] Jesús Delgado Valhondo, «Disponer de sí mismo», Hoy (Badajoz), 2-8-64.

[36] Víctor García de la Concha, La poesía española de postguerra, Madrid, Prensa española, 1973.

[37] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[38] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[39] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[40] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo en Extremadura», El noticiero universal (Barcelona), 4-11-63.

[41] Ricardo Senabre. «Sentir y decir», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[42] ibídem.

[43] Arsenio Muñoz de la Peña, «Los cuatro mosqueteros», Hoy (Badajoz), 15-5-63.

[44] Antonio Salguero Carvajal, «Eres necesario, Jesús», Hoy (Badajoz), 27-4-93.

[45] ibídem.

[46] Moisés Cayetano Rosado, «Nuevo libro de Jesús Delgado Valhondo», mecanografiado, archivo particular del poeta.

[47] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[48] Jesús Delgado Valhondo, «Miguel Hernández-Castuera-Cañamero», Hoy (Badajoz), 16-2-92.

[49]Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[50] Benito de Lucas. «Poeta de su tiempo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[51] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[52] Eugenio Frutos, Prólogo de La esquina y el vientoPoesía, p. 87-90.

[53] Rafael Gambra, Historia sencilla de la Filosofía, Madrid, Rialp, 1981.

[54] «Oración» de La esquina y el viento.

[55] «Oración» de La esquina y el viento. Lo volvemos a citar porque, a pesar de tener idéntico título que el anterior, no se trata del mismo poema.

[56] «Velándome sueños» de La esquina y el viento.

[57] «Tarde de domingo» de La vara de avellano.

[58] Antonio Salguero Carvajal., “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara B, 1991-1993.

[59] «Dios» de La esquina y el viento.

[60] «Coxalgia» de La esquina y el viento.

[61] «Letanía de la culpa» de La vara de avellano.

[62] «Oración» de La esquina y el viento.

[63] «Porque somos de tiempo» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[64] «Álamos» de La vara de avellano.

[65] «Gente» de Un árbol solo.

[66] Valhondo adoptó como símbolo la cigarra, que fue el distintivo de la poesía griega, arte fuertemente influido por la Filosofía. En Jesús Delgado Valhondo, «La última cigarra», Hoy (Badajoz), 20-10-66.

[67] «Creo que si cada hombre emprendiese la conquista consigo mismo hasta dar de lleno con el ser en que vive, habría ganado la batalla más importante de su existir. Porque todo hombre -y esto es mandato divino- se diferencia de los demás para que la humanidad se enriquezca. Es necesario que cada uno represente su propio papel en la vida». En Jesús Delgado Valhondo, «Personalidad», Hoy (Badajoz), 18-9-63.

[68] Espasa-Calpe, Colección Austral, nº 9.

[69] Jesús Delgado Valhondo, «Dos poetas católicos», Hoy (Badajoz), 26-12-59.

[70] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara A, 1991-1993.

[71] «Desnuda soledad» de Un árbol solo.

[72] «Soledad habitada» de Un árbol solo.

[73] «Desnuda soledad» de Un árbol solo.

[74] «Soledad habitada» de Un árbol solo.

[75] Miguel Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967. Las restantes citas de Unamuno pertenecen a este libro.

[76] «Gente» de Un árbol solo.

[77] «No puedo pronunciarte / porque la voz me duele. / […] / Es que no sé escribirte / porque me faltan letras / para poder contarte / una cosa cualquiera». «Nombre» de El secreto de los árboles.

[78] «Gente» de Un árbol solo.

[79] Rainer María Rilke, llamado «el poeta de Europa», nació en Praga el 4 de diciembre de 1875 y murió en Valt-Mont (Valais suizo) el 29 de diciembre de 1926. Su poética se caracteriza por el ahondamiento en las vivencias humanas y su concepción totalizadora de la tarea poética, características que se pueden comprobar en «Elegía de Duino», su poemario más representativo.

[80] «De esta calle nunca jamás saldré, / larga como una muerte en el camino, / sin raíz y sin cielo que sostenga / nuestra manera de entender la vida. / No conocemos nada. Nadie escucha / y es inútil quemar la voz gritando / desesperadamente en el vacío». «De esta calle nunca jamás saldré» de La vara de avellano.

[81] Esta postura crítica se observa perfectamente en el poema «Misa de pontifical», que tenemos recogido en el cassette nº 10 y hemos transcrito en el apartado «Cassettes y vídeos» de la bibliografía.

[82] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Don Benito, 1973, mecanografiado, archivo particular del poeta.

[83] ibídem.

[84] Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo». En monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93. «La duda [es] la luz en la sombra para derrumbar fantasmas» así definió Valhondo la duda en su ensayo «Un gran poeta personalísimo», Hoy (Badajoz), 5-10-72.

[85] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[86] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiado, archivo particular del poeta.

[87] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara A, 1991-1993. Esta es una idea muy meditada y vivida por él: «Dios se nos escapa. Es inútil correr para alcanzar a Dios. Para alcanzar a Dios no es necesario ni siquiera andar. Hay quien dice que se alcanza mejor poniéndose uno de rodillas». En Jesús Delgado Valhondo, «Mirar», Hoy (Badajoz), 9-3-65.

[88] Alfonso Cortés, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93

[89] Jesús de la Peña [Jesús Delgado Valhondo], «Notas breves de dentro y de fuera», Alcántara (Cáceres), Año IX, nº 72-74, 1953, pp. 84-85.

[90] «¡Señor! ¡Dios mío! tengo miedo / y no me colma tu esperanza, / me sujeto cobardemente / a la tierra que nos separa. / Acorralado por la vida / entre la pared y la espada, / en la vigilia y los sueños / en tu misterio que me llaga». «Oración del enfermo» de La esquina y el viento.

[91] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 5, cara B, 1991-1993.

[92] «Golondrinas siegan aire; / los cuervos siegan dolor. / ¿Quién columpia a las abejas? / Tábanos duros me colman / de zumbido el corazón. / ¿Quién me está buscando siempre? / Como una fruta exprimida / está goteando Dios». «Junio» de El año cero.

[93] «La prisa» de Aurora. Amor. Domingo.

[94] «Y dieciséis» de Huir.

[95] José Joaquín R. de Lara, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[96] Hugo E. Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), nº III, 1992.

[97] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Torremayor, 1970, mecanografiado, archivo particular del poeta.

[98] María López Ollero, «Carta a Jesús», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[99] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[100] Jesús Delgado Valhondo, «Sobre todo el paisaje», Alcántara (Cáceres), Año I, nº 4, 1946,  pp. 12-14.

[101] Jesús Delgado Valhondo, «Una lección», Hoy (Badajoz), 10-7-60. En este mismo artículo sigue diciendo: «Escuchamos al campo. Suena su voz debajo del silencio: la oropéndola, el grillo, la rana, las ramas que se mueven acompasadamente. Debajo de cada piedra existe el drama o el amor. Al cronista le gusta sentarse en el suelo, escuchar su llamada, meter las manos entre la tierra, entre la arena, para sentirla más cerca. Es una atracción, más que de fuerzas físicas o gravitatorias, de sentido espiritual. Es que recuerda uno que allá, a lo lejos, en el principio del tiempo en la sangre, nos hicieron de barro, de arcilla, vasija para contener el alma. El soplo de Dios. Hay sitios que, cuando uno se sienta, nos acaricia, como el valle. Otros como en la cima de una montaña, nos diluimos, nos esparcimos y somos semilla a lo ancho de nuestra mirada. El hombre es el primordial elemento del paisaje. Sentado en la tierra, donde un día nos hemos de acostar, miramos al cielo para contar estrellas simplemente». El artículo titulado «El suelo» de Jesús Delgado Valhondo (Hoy -Badajoz-, 2-4-67) incluye una reelaboración parecida.

[102] Jesús Delgado Valhondo, «La vuelta a la naturaleza», artículo, archivo particular del poeta.

[103] Ambos textos son  del artículo titulado «Cimas extremeñas» de Jesús Delgado Valhondo.

[104] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa. Torremayor, 1970, mecanografiado, archivo particular del poeta. Valhondo vertió ideas semejantes en su artículo «Mixtificación de lo popular», Hoy (Badajoz), 31-1-63.

[105]Jesús Delgado Valhondo. Pregón de Semana Santa, Don Benito, 1973.

[106] Jesús Delgado Valhondo, «Tierra entre ríos», Extremadura (Cáceres), 6-1-48.

[107] ibídem.

[108] ibídem.

[109] Santander de la Croix, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 18-2-67.

[110] Jesús Delgado Valhondo, «Elogio del Guadiana», 1950.

[111] Jesús Delgado Valhondo, «Yo no puedo explicarme», Hoy (Badajoz), 31-10-57.

[112] Jesús Delgado Valhondo, «La mujer extremeña», Extremadura (Cáceres), 28-5-48.

[113] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[114] Jesús Delgado Valhondo, «Carta a un poeta en Alemania», Hoy (Badajoz), 27-4-66.

[115] Jesús Delgado Valhondo, «Badajoz y el mar», Hoy (Badajoz), 11-2-66.

[116] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Don Benito, 1973,  mecanografiado, archivo particular del poeta.

[117] «Esta noche eterna y mía, / bajo la entraña latente, / quiere echarme hecho simiente /  sólo de melancolía. / ¡Que venga, que venga el día!». «Noche» de La esquina y el viento. «Pero qué será de mí / cuando se acabe la tarde / y tenga forzosamente / que en la mirada acostarme. / Y no pueda verte nunca / sino lejos, tan distante, / donde el recuerdo se junta / con el olvido y los árboles. / No quiero que se me vayan / este puñado de instantes. / Los que vengan no serán / ya seguramente iguales. / Y los pierdo como suelo / perder cosas, en mi calle; ésa que va desde el alma / hasta la casa que sales. / Y luego vienen preguntas / y no me contesta nadie». «Atardecer», poema inédito, archivo particular del poeta.

[118] «Como una flor se va abriendo la mañana. / ¡¡¡Cuánta desolación!!! / Cuánta desolación. / Cuánta desolación)». «¡¡¡Sol!!!» de Pulsaciones.

[119] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93.

[120] «Mérida, ¿dónde has ido / que no te siento? / Contrarias nuestras vidas / se nos están perdiendo. / (Duerme la estatua, frío, / sobre su tiempo; / arco de puente y río, / dolor de sueño). / Tú te mueres de joven / y yo de viejo. / Mérida, yo te piso / y tú ¡qué lejos!». «Mérida» de El año cero.

[121] Jesús Delgado Valhondo, «Una lección», Hoy (Badajoz), 10-7-60.

[122] Jesús Delgado Valhondo, «Crear paisajes» Hoy (Badajoz), junio 1962.

[123] «Nueva Extremadura».

[124] «Nueva Extremadura».

[125] Jesús Delgado Valhondo, «Volver sobre nuestros pasos», Hoy (Badajoz), 31-12-57.

[126] «Encinas».

[127] «Viñas».

[128] «Montes».

[129] «Guadiana».

[130] «Hombre extremeño».

[131] Excepto el primero que tiene dieciséis.

[132] Detectamos dos rimas en asonante: «mojada-madrugadas» en «Montes» y «Mérida-América» en «Ciudades».

[133] «Nueva Extremadura».

[134] «Nueva Extremadura».

[135] «Mujer extremeña».

[136] «Huertos».

[137] «Hombre extremeño».

[138] «Mujer extremeña».

[139] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[140] «Castillo».

[141] Alejandro Pachón. «Jesús y las películas». En A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Kylix, 1993, p. 29.

[142] «Olivar».

[143] «Trigal».

[144] «Viñas».

[145] «Ofrenda a la Virgen de la Soledad».

[146] Manuel Pecellín Lancharro, Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 71.

[147] Alejandro Pachón, «Jesús y las películas», en A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Kylix, 1993, p. 29.

[148] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 11-1-57.

[149] «Huertos».

[150] Se trata de los vv. 57 y 58 del poema «Compuerta», que abre El miajón de los castúos de Luis Chamizo.

[151] «Hombre extremeño».

[152] «Encinas».

[153] Jesús Delgado Valhondo, «A Extremadura le falta tierra», Hoy (Badajoz), 17-7-56.

[154] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[155] Marciano Rivero Breña, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

[156] ibídem.

[157] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[158] Marciano Rivero Breña, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Seis y siete (Badajoz), 17-6-78.

[159] ibídem.

[160] Jesús Delgado Valhondo, «Fracaso», Hoy (Badajoz), 4-3-61.

[161] ibídem.

[162] «Todos los hombres se suicidan alguna vez; ‘Cristo se suicidó’, le dije a un católico y se alarmó; cuando queremos matar una idea, cometemos un suicidio». En Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 3, cara A, 1991-1993.

[163] Jesús Delgado Valhondo, «Hablar por decir», Hoy (Badajoz), 3-2-59.

[164] Jesús Delgado Valhondo, «Ilusión», Hoy (Badajoz), 24-3-78.

[165] Manuel Pecellín Lancharro, Literatura en Extremadura, Tomo III, Badajoz, Universitas, 1983, p. 71. Ya hemos citado este texto, pero creemos necesario repetirlo.

[166] José Miguel Santiago Castelo, Prólogo de Huir, Badajoz, Del oeste ediciones, 1994.

[167] Álvaro Valverde, «Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[168] Manuel Pecellín Lancharro, «Mi Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[169] ibídem.

[170] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[171] Juan María Robles Febré, «La hondura», Frontera (Badajoz), nº 3, 1988.

[172] Juan Ramos Aparicio,  «Jesús Delgado Valhondo. Hombres de Extremadura», Extremadura (Cáceres), 12-2-80.

[173] Antonio Bellido Almeida, «Jesús Delgado Valhondo ¿político?», Hoy (Badajoz), 15-7-79.

[174] Eugenio Frutos, «Perfil humano de Jesús Delgado Valhondo», mecanografiado, archivo particular del poeta.

[175] José Miguel Santiago Castelo, «Siempre esa voz, maestro tu palabra», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[176] José Miguel Santiago Castelo, Prólogo de Huir, Badajoz, Del oeste ediciones, 1994.

[177] Fernando Bravo, «Ese corazón al viento …», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[178] Teresiano Rodríguez Núñez, Entrevista a Joaquina Oncins Hipólita, Seis y siete (Badajoz), 10-4-76.

[179] Jaime Álvarez Buiza, «Rapsodia en dos tiempos», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[180] Manuel Martínez-Mediero, «La última postal», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 6.

[181] Ricardo Senabre, «Jesús en el recuerdo», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 9.

[182] «No soy del siglo pasado. Me enorgullece este siglo, este tiempo -que también es mío, esta hora. Y asisto con satisfacción, con simpatía, con cariño, a la tremenda invasión de la juventud a la vida». En Jesús Delgado Valhondo, «Del siglo pasado», Hoy (Badajoz), 5-8-69.

[183] Jesús Delgado Valhondo, «Definición y poesía», Hoy (Badajoz), 22-2-58.

[184] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93.

[185] José Miguel Santiago Castelo, Prólogo de Huir, Badajoz, Del oeste ediciones, 1994.

[186] Carta de Arturo Gazul a Jesús Delgado Valhondo, Llerena, 2-11-55.

[187] José Manuel Caballero Bonald, «Desdén y pasión», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[188] Francisco Gutiérrez, «Ya estás con Luis, Jesús», Extremadura (Cáceres), 30-7-93.

[189] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por la entrega de la Medalla de Extremadura, Mérida, teatro romano, 1988.

[190] Jesús Delgado Valhondo, «El traje», Hoy (Badajoz), 6-2-60.

[191] Jesús Delgado Valhondo, «Tú, tranquilo», Hoy (Badajoz), 24-3-65.

[192] «Entran, / salen /  y vuelven a entrar / abejas / en mi cerebro, /  que me traen con un ritmo extensionado, / sonidos negros. / (Ausencia de mí mismo) / ¡Y vuelven a entrar!, / para traerme libado / el seco sabor del mar. / ¡Y vuelven a entrar!, /  para traerme un zumbido / balbuciente …….., / (es la nana del demente), /  que me deja adormecido». «Duerme que viene el halcón» de Canciúnculas.

[193] «Si llego a matarme anoche / hoy no respiro esta alba / que sabe a fruta madura / que sabe a fresca manzana». «¡Si llego a matarme anoche!» de El año cero.

[194] Jesús Delgado Valhondo, «Ilusión», Hoy (Badajoz), 24-3-78.

[195] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93.

[196] «Para mi consolación». Canciúnculas, p. [10].

[197] «Dolor» de Canciúnculas, p. [1]. Este poemilla es una muestra de que en Valhondo se localiza lo que se ha definido como la “estética del dolor”.

[198] Jesús Delgado Valhondo, «El dolor», Hoy (Badajoz), 13-9-60.

[199] Hace unos años asistimos a una tertulia literaria en Badajoz, organizada por el profesor de Literatura Antonio Borrero, a la que fue invitado Jesús Delgado Valhondo, quien a una pregunta sobre por qué la poesía en general trataba temas tristes contestó: «porque la felicidad no existe». Su rotunda opinión se debía sin duda a su conciencia de ser finito y mortal, para el que la idea de la muerte elimina toda felicidad.

[200] Macarena García Calderón, «El poeta en su rincón», Hoy (Badajoz), 20-2-66.

[201] El interés de Valhondo por el silencio fue especial. En una de sus notas manuscritas, encontramos estas frases, seguramente seleccionadas de sus lecturas: «El resto es silencio (Shakespeare)». «El silencio es la mejor escuela del hombre (Palladas)». «Por la palabra, el hombre es superior al animal; por el silencio se hace superior a sí mismo (Masson)». «Oye, ve y calla». «Silencio».

[202] Jesús Delgado Valhondo, «El silencio», Hoy (Badajoz), 22-7-60.

[203] Texto de su artículo titulado «Ser el último para recoger silencios»

[204] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara A, 1991-1993.

[205] «O estamos en silencio, ¡cuánto dice! / Nosotros que supimos entenderlo / cuántas cosas nos dijo, cuántas cosas /  supimos de nosotros en silencio». Elegía «Mi hermano Juan» de La vara de avellano.

[206] «Alguien estuvo en este mismo sitio / que ahora ocupo. / Noto su vacío suceso rodeándome. / Acaricio lo que todavía queda / del cuerpo del hombre de la historia. / Tiene peculiar forma y manera de existir». «Desde antes» de Los anónimos del coro.

[207] Antonio Salguero Carvajal, “Conversaciones con Jesús Delgado Valhondo”, Badajoz, cassette nº 2, cara B, 1991-1993.

[208] Jesús Delgado Valhondo, Palabras de agradecimiento por el nombramiento de hijo predilecto, Mérida, 9-7-93. 

[209] Cortés, Alfonso, «La duda es la creencia. Una conversación con Jesús Delgado Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93.

[210] ibídem.

[211] ibídem.

[212] ibídem.

[213] «¡Aunque esté entre muchedumbre / qué solo me encuentro! / ¡Quiero gritar, y grito!, /pero es que grito hacia dentro. / ¡Quiero golpear, y siento / golpes en el corazón!». «Soledad». El año cero. En Machado encontramos: «Tengo a mis amigos / en mi soledad; / cuando estoy con ellos / ¡qué lejos están!». Poema LXXXIV de Poesías completas, p. 304. El mismo Valhondo nos confesó que muchas veces se sintió solo cuando más acompañado se encontraba.

[214] Es el texto de una nota manuscrita de Valhondo, que cogió de Romain Rolland.

[215] Jesús Delgado Valhondo, «Las cosas», Hoy (Badajoz), 11-4-59.

[216] «….. ¿Acaso será? ……¡Dios mío! / que yo quiera hacerme eterno?, / porque yo noto que estoy / con tanta pena, contento». «La penita». Pulsaciones. Los modernistas, influidos por Lord Byron, concibieron la tristeza como un signo de distinción, inteligencia y sensibilidad. Este enfoque se inscribe en la llamada “estética del sufrimiento”, que concibe la tristeza como un gozo en la melancolía. El problema de tal estado es que la tristeza y la melancolía da paso a la angustia, que es lo que le sucedió a Valhondo.

[217] Macarena García Calderón, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 20-2-66.

[218] Jesús Delgado Valhondo, «La pena y la tristeza», Hoy (Badajoz), 4-4-63.

[219] ibídem.

[220] Jesús Delgado Valhondo, «Soledad», Hoy (Badajoz), 18-2-60.

[221] Jesús Delgado Valhondo, «La alegría», Hoy (Badajoz), 1-9-63.

[222] Jesús Delgado Valhondo, «Drogas mágicas», Hoy (Badajoz), 8-2-64.

[223] «Dios en la noche» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[224] Jesús Delgado Valhondo, «Hablar por decir», Hoy (Badajoz), 3-2-59.

[225] ibídem.

[226] Jesús Delgado Valhondo, «Morir», Hoy (Badajoz), 16-10-58.

[227] Jesús Delgado Valhondo, «Donde dije …», Hoy (Badajoz), 21-6-60.

[228] Jesús Delgado Valhondo, Pregón de Semana Santa, Don Benito. 1973,  mecanografiado, archivo particular del poeta.

[229] José Joaquín R. De Lara, Introducción a la entrevista titulada «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 17-12-82.

[230] Jesús Delgado Valhondo, «Abismos», Hoy (Badajoz), 24-10-57.

[231] ibídem.

[232] Jesús Delgado Valhondo, «Personalidad», Hoy (Badajoz), 18-9-63.

[233] Jesús Delgado Valhondo, «Categorías humanas», Hoy (Badajoz), 13-12-64.

[234] Jesús Delgado Valhondo, «El niño y el Paisaje», Hoy (Badajoz), 8-2-64.

[235] Jesús Delgado Valhondo, «Pruebas objetivas», Hoy (Badajoz), 2-7-63.

[236] Jesús Delgado Valhondo, «Necesitan un libro», Hoy (Badajoz), 11-4-67.

[237] Jesús Delgado Valhondo, «La palabra que necesitamos», Hoy (Badajoz), 14-5-58.

[238] J. López Martínez, «Para Jesús Delgado Valhondo, extremeño, Salamanca es la ciudad más profunda y más bonita del mundo», El adelanto (Salamanca), 11-12-64.

[239] Jesús Delgado Valhondo, «Educación», Hoy (Badajoz), 17-4-58.

[240] Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989, pp. 39-52.

[241] Jesús Delgado Valhondo, «¿Es necesaria la poesía?», Hoy (Badajoz), 14-9-63.

[242] En esto Valhondo coincide con Juan Ramón, que concibió la poesía como una actividad espiritual en oposición al oficio literario. Poetizar para Juan Ramón y, por tanto, para Valhondo es esculpir el alma mediante la escritura.

[243] Jesús Delgado Valhondo, «La poesía como medicamento», Hoy (Badajoz), 15-3-62.

[244] Jesús Delgado Valhondo, «Cuando la palabra es hermosa», Hoy (Badajoz), 14-6-64.

[245] Juan Ángel, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 13-3-92.

[246] Jesús Delgado Valhondo, «Un lenguaje universal», Hoy (Badajoz), 30-5-63.

[247] Tomás Martín Tamayo, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 17-10-76.

[248] Declaraciones de Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 21-1-90.

[249] Jesús Delgado Valhondo, «¿Es necesaria la poesía?»,  Hoy (Badajoz), 14-9-63.

[250] ibídem.

[251] ibídem.

[252] Jesús Delgado Valhondo, «Divagaciones en torno a Jesús Delgado Valhondo», en actas del Curso de Literatura Extremeña Viva, Cáceres, Aguas Vivas, 1989.

[253] Jesús Delgado Valhondo, «Nuevos pobres», Hoy (Badajoz), 19-9-58.

[254] Jesús Delgado Valhondo, «Eso que se llama amor», Hoy (Badajoz), 25-3-61.

[255] Jesús Delgado Valhondo, «Nombres», Hoy (Badajoz), 31-5-59. Según Platón, poner nombre a las cosas es un modo de descubrir el universo como esencia.

[256] Jesús Delgado Valhondo, «Crear», Hoy (Badajoz), 18-10-63.

[257] Jesús Delgado Valhondo, «Dejar hablar al corazón», artículo, archivo particular del poeta.

[258] Jesús Delgado Valhondo, «El corazón», Hoy (Badajoz), 15-2-63.

[259] Carta de Juan Ruiz Peña a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 31-10-69.

[260] Pedro Caba, «Primera antología«, Espiral (Madrid), mayo 1962.

[261] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[262] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[263] Arsenio Muñoz de la Peña, «Los cuatro mosqueteros poéticos», Hoy (Badajoz), 15-5-63.

[264] Juan María Robles Febré, Preámbulo de A Jesús Delgado Valhondo. Homenaje, Badajoz, Kylix, 1993, p. 8-9.

[265] Manuel Pacheco, «Prosema para hablar a un lado del triángulo poético llamado Jesús», en programa de mano del homenaje a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, teatro López de Ayala, 1993, p. 8.

[266] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), nº III, 1992.

[267] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[268] Ricardo Senabre, «Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», en Escritores de Extremadura, Badajoz, Diputación Provincial, 1988. También Senabre definió a nuestro poeta como «esa torre vigía de las letras extremeñas», en «Sentir y decir», monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 5.

[269] Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo»,  REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[270] Manuel Pecellín Lancharro, Presentación de A Jesús Delgado Valhondo. Homenaje, Badajoz, hotel Zurbarán, 1994.

[271] Respuesta de Jesús Delgado Valhondo a una pregunta que por carta le hizo Mari Carmen de Celis, Madrid, 1974.

[272] idem.

[273] idem.

[274] Carta de Antonio Rodríguez-Moñino a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 12-8-62.

[275] Pilar Mateos, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[276] Pedro Caba, «Un gran poeta», Hoy (Badajoz), 26-1-58 y 15-2-62.

[277] Fernando Pérez Marqués, «Carta a Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 7-3-64.

[278] Juan José Poblador, «A la memoria de un poeta», en A Jesús Delgado ValhondoHomenaje, Badajoz, Kylix, 1993, p. 25.

[279] Carta de Luis Álvarez Lencero a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 2-10-60.

[280] Carta de Arturo Benet a Jesús Delgado Valhondo, Arenys de Mar, 16-1-53.

[281] Carta de Francisco Garfias a Jesús Delgado Valhondo, Madrid, 20-4-63.

[282] Federico Carlos Sainz de Robles, «Primera antología«, Madrid (Madrid), 6-6-62.

[283] Carta de Juana Vázquez a Jesús Delgado Valhondo, Salvaleón, 6-10-63.

[284] José María Bermejo, «La vara de avellano», Hoy (Badajoz), 28-4-74 y en La estafeta literaria (Madrid), 15-6-74. Hugo Emilio Pedemonte también definió a Valhondo como «transfigurador» en «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), nº III, 1992.

[285] «élitros» («Cualquiera de las dos piezas córneas que cubren las alas de los coleópteros») en «Los pronombres personales. Yo» de Los anónimos del coro.

[286] Entrevista a Jesús Delgado Valhondo en Radio Nacional, mecanografiada, archivo particular del poeta.

[287] José María Osuna, «Jesús Delgado Valhondo, claridad y misterio», ABC (Sevilla), 29-9-68.

[288] Vicente Cano, «Jesús Delgado Valhondo, una señorial representación de la poesía extremeña de hoy», Lanza (Ciudad Real), 26-2-84.

[289] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[290] Miguel Muñoz de San Pedro, «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.

[291] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[292] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 27-5-63. José Díaz-Ambrona le hizo a Valhondo un comentario parecido: «El secreto de los árboles me gusta extraordinariamente. Sólo puedo decirte una cosa; es tuyo y con eso está dicho todo», en carta a Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, 18-1-64.

[293] Miguel Murillo, «Es un poeta genuinamente extremeño», Hoy (Badajoz), 30-9-93.

[294] Ricardo Senabre, «Sentir y decir», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-9-93.

[295] José María Fernández Nieto, Presentación de El secreto de los árboles, Palencia, Col. Rocamador, 1963.

[296] Antonio Bellido Almeida, «Jesús Delgado Valhondo, ¿político?», Hoy (Badajoz), 15-7-79.

[297] Así definió líricamente Juan Ramón la sencillez: «¿Sencillo? / Las palabras / verdaderas; / lo justo para que ella, sonriendo / entre sus rosas puras de hoy, / lo comprenda. / Con un azul, un blanco, un verde, / -justos-, / se hace -¿no ves?- la primavera».

[298] Carta de Lázaro Carreter a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 11-10-56.

[299] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 27-5-63.

[300] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[301] Miguel Pérez Reviriego, «Jesús Delgado Valhondo», mecanografiado, archivo particular del poeta.

[302] Revista de Literatura (Madrid), nº 5, 1953.

[303] Tomás Martín Tamayo, Entrevista a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 17-10-76.

[304] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[305] Miguel Muñoz de San Pedro, «¡Hemos oído a un poeta!», Extremadura (Cáceres), 22-2-50.

[306] Carta de José Manuel Blecua a Jesús Delgado Valhondo. Barcelona, 18-6-62.

[307] Carta de Gabriel Celaya a Jesús Delgado Valhondo. San Sebastián, 11-11-63.

[308] M. Palomo, «El secreto de los árboles«, Revista de Literatura (Madrid), nº 5, 1990.

[309] Carta de Francisco Martínez García a Jesús Delgado Valhondo, León, 1-2-88.

[310] José Canal, «La vara de avellano«, Alcántara (Cáceres), nº 176, 1974.

[311] María López Ollero, «Carta a Jesús», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[312] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[313] Son las palabras con las que Javier Blasco explica la búsqueda que Juan Ramón realiza en su poesía y que coincide con la llevada a cabo por Valhondo posteriormente. En Antología poética, Madrid, Cátedra, 1993, p. 256.

[314] César Nicolás en «Algunas claves en la obra poética de Juan Ramón Jiménez», artículo editado en las Actas de Juan Ramón Jiménez en su Centenario (Cáceres, 1981) incluye el proceso místico en lo que llama «sistemas semióticos», que ayudan al poeta a buscar la esencia de las cosas.  

[315] Martín Sarmientos, «‘Yo, si voy a ser a ser simiente ..’  o el milagro de Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-6-59.

[316] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[317] Manuel Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[318] Bartolomé Mostaza, «Primera antología«, Ya (Madrid), 26-9-62.

[319] Carta de Juan Vázquez a Jesús Delgado Valhondo, Salvaleón, 14-10.63.

[320] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[321] Antonio Zoido, «La poesía de un poeta», Hoy (Badajoz), 14-1-62.

[322] Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo«, REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[323] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz), III, 1992.

[324] Ángel Sánchez Pascual, «Jesús Delgado Valhondo, un poeta en Extremadura», Alcántara (Cáceres), nº 15, 1982.

[325] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 7-8-58.

[326] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Rubén Caba, Zarza de Alange, 9-9-60.

[327] José Miguel  Santiago Castelo, «Delgado Valhondo», ABC (Madrid), 29-5-79.

[328] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo o la vocación poética», El noticiero universal (Barcelona), 18-10-63.

[329] Teresiano Rodríguez Núñez, Entrevista a Joaquina Oncins Hipólita, Seis y siete (Badajoz), 10-4-76.

[330] Ricardo Senabre, «Jesús Delgado Valhondo en su lírica esencial», en Escritores de Extremadura, Badajoz, Diputación Provincial, 1988.

[331] Joaquín Benito de Lucas, «Poeta de su tiempo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 7.

[332] José Antonio Zambrano, «Jesús Delgado Valhondo», en monográfico «Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 28-11-93, p. 8.

[333] Manuel  Simón Viola Morato, Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[334] Carta de Juan Ruiz Peña a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 7-1-64.

[335] Carta de José María Fernández Nieto a Jesús Delgado Valhondo, Palencia, 27-5-63.

[336] Manuel Simón Viola Morato. Medio siglo de literatura en Extremadura (1900-1950), Badajoz, Diputación Provincial, 1994.

[337] Eugenio Frutos, «¿Dónde ponemos los asombros?«, Índice (Madrid), nº 260, 15-12-69.

[338] Ángel Martín Sarmiento, «‘Yo, si voy a ser simiente …’ o el milagro de Valhondo», Hoy (Badajoz), 23-6-59.

[339] Juan Ruiz Peña, «Un poeta extremeño», Diario de Burgos (Burgos), 28-3-63.

[340] Enrique Segura Otaño, «¿Dónde ponemos los asombros?«, REEx (Badajoz), I, XXVI, 1970.

[341] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[342] José Quintana, «¿Dónde ponemos los asombros?«, Azor (Barcelona), nº 37, 1969.

[343] Juan María Robles Febré, «Jesús Delgado Valhondo», Alminar (Badajoz), nº 44, 1983.

[344] Eugenio Frutos, Prólogo de la Primera antología, Badajoz, Diputación, 1961.

[345] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[346] Fernando Pérez Marqués, «Carta a Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 7-3-64.

[347] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[348] Carta de Federico de Onís a Jesús Delgado Valhondo, Río Piedras (Puerto Rico), 13-10-62.

[349] Enrique Segura Otaño, «Primera antología«, REEx (Badajoz), XVII, 1961.

[350] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo» Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[351] Juan María Robles Febré, Preámbulo de A Jesús Delgado Valhondo (Homenaje), Badajoz, Kylix, 1993, p. 9.

[352] Eugenio Frutos, «Jesús Delgado Valhondo o la poesía de un poeta sincero», introducción a Entre la hierba pisada queda noche por pisar, Badajoz, Universitas, 1979.

[353] Carta de Juan Ruiz Peña a Jesús Delgado Valhondo, Salamanca, 7-1-64.

[354] Hugo Emilio Pedemonte, «Cinco poetas extremeños», REEx (Badajoz),  III, 1992.

[355] Grupo Ángaro, «La vara de avellano«, ABC (Sevilla), 24-8-74.

[356] Carta de José María Rodríguez Méndez a Jesús Delgado Valhondo, Barcelona, 21-11-69.

[357] Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967, p. 9.

[358] Ramón González-Alegre, «Delgado Valhondo en su Extremadura», El faro de Vigo (Vigo), 7-10-62.

[359] Antonio Zoido, «La poética de Jesús Delgado Valhondo», Hoy (Badajoz), 22-5-88.

[360] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 14-3-59.

[361] Carta de Jesús Delgado Valhondo a Fernando Bravo, Zarza de Alange, 15-11-61.

[362] Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo«, REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[363] Arturo Gazul, «Poesía de otoño y juventud», Hoy (Badajoz), 20-10-55.

[364] Juan Chacón, «Jesús Delgado Valhondo», La hora XXV (Barcelona), 1966.

[365] Carta de Antonio Zoido a Jesús Delgado Valhondo, Hoy (Badajoz), 29-1-53.

[366] Miguel Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Espasa-Calpe, 1967, p. 193.

[367] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Badajoz, Editora Regional, 1995.

[368] Jesús Delgado Valhondo, «Mirar», Hoy (Badajoz), 9-3-65.

[369] «Diez» de Huir.

[370] «Dos» de Huir.

[371] «Espíritu de árboles» de La vara de avellano.

[372] «Alameda» de El secreto de los árboles.

[373] «El fondo» de Aurora. Amor. Domingo.

[374] «Acaso» de El secreto de los árboles.

[375] «El vuelo busca cuerpo» de Inefable domingo de noviembre.

[376] «Los pronombres personales (Yo)» de Los anónimos del coro.

[377] Jesús Delgado Valhondo, «Calles (Badajoz, capital de provincia)», Hoy (Badajoz), 24-6-70. Transcribimos el resto del texto por su interés: «[…] En la calle consumimos muchos de nuestros sueños, de nuestros deseos, de nuestro quehacer. La calle es compañera y amiga. Carta para leer, y libro para estudiar. […] Me gusta ir consumiendo luz y sombras, cuando la ciudad está despierta o dormida. […] Me agrada ser descubridor de los secretos de la calle. Recorrer recuerdos. Viajar por la calleja, por el callejón olvidado. […] La calle en día de trabajo es río de pasión, de prisas, de adioses. En el atardecer, es sueño de paseos, amor, entrañada compañera. Cuando la ciudad duerme, la calle es silencio, misterio, hueco de voces, muchacha que se quedó con un beso muerto entre los labios y va filtrándose en una huida de callejón tapiado».

[378] «Callejón sin salida» de El secreto de los árboles.

[379] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Mérida, Editora Regional, 1995.

[380] «Calle de la nada» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[381] «Calle de los vivos muertos» de El secreto de los árboles.

[382]Amalia Álvarez Cienfuegos, «Poesía (1943-1988) de Jesús Delgado Valhondo», REEx (Badajoz), III, XLIV, 1988.

[383] «Final del camino» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[384] «Soledad habitada» de Un árbol solo.

[385] «Cima» de Aurora. Amor. Domingo.

[386] ibídem.

[387] Jesús Delgado Valhondo, «San Pedro de Alcántara clava su cruz», Extremadura (Cáceres), octubre 1948.

[388] Jesús Delgado Valhondo, «Mirar», Hoy (Badajoz), 9-3-65.

[389] Jesús Delgado Valhondo, «Subir«, Hoy (Badajoz), 9-11-63.

[390] Jesús Delgado Valhondo, «Descender», Hoy (Badajoz), 28-8-63.

[391] Jesús Delgado Valhondo, «Calles (Badajoz, capital de provincia)», Hoy (Badajoz), 24-6-70.

[392] «Doblar una esquina» de Aurora. Amor. Domingo.

[393] «Solo» de El secreto de los árboles.

[394] Jesús Delgado Valhondo, «El corazón», Hoy (Badajoz), 15-2-63.

[395] «Cima» de Aurora. Amor. Domingo.

[396] Rafael Rufino Félix Morillón, Presentación de Canto universal de Juan María Robles Febré, REEx (Badajoz), Tomo LI, 1995, p. 843.

[397] «Las traseras del tiempo» de Inefable domingo de noviembre.

[398] Camilo José Cela, «Leyendo el libro de ‘Las mil y una noches'», en Café de artistas y otros papeles volanderos, Barcelona, Primera Plana, 1993, p. 62.

[399] «Doblar una esquina» de Aurora. Amor. Domingo.

[400] ibídem.

[401] «El fondo» de Aurora. Amor. Domingo.

[402] «Amor» de Canciúnculas.

[403] «Noche» de La esquina y el viento.

[404] «Sombras» de El secreto de los árboles.

[405] Manuela Trenado, Aproximación a la poesía de Jesús Delgado Valhondo, Mérida, Editora Regional, 1994.

[406] «Jesús Delgado» de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[407] ibídem.

[408] «Plenitud de sol» de Inefable domingo de noviembre.

[409] «El día seca la mar» de Inefable domingo de noviembre.

[410] «Hospedaje de luz» de Inefable domingo de noviembre.

[411] «Tarde de domingo» de La vara de avellano.

[412] «Atardecer» de La esquina y el viento.

[413] «Mirada de Dios» de El secreto de los árboles.

[414] «Noche y alba» de El secreto de los árboles.

[415] Jesús Delgado Valhondo, «Soñar», Hoy (Badajoz), 29-12-62.

[416] Jesús Delgado Valhondo, «Ilusión», Hoy (Badajoz), 24-3-78.

[417] «Sombras» de El secreto de los árboles.

[418] «La escena» de Los anónimos del coro.

[419] «Asombros» de ¿Dónde ponemos los asombros?

[420] «Noviembre otra vez» de Ruiseñor perdido en el lenguaje.

[421] «Jaula de atardecer» de Los anónimos del coro.

[422] «Retrato de muchacha en una casa de huésped» de La vara de avellano.

[423] «Palacio de sentidos» de Los anónimos del coro.

[424] «Gente» de Un árbol solo.

[425] «Catorce» de Huir.

[426] Jesús Delgado Valhondo, «La estación de mi pueblo», Hoy (Badajoz), 26-12-82.

[427] «Gente» de Un árbol solo.

[428] «El vuelo busca cuerpo» de Inefable domingo de noviembre.

 

Fotografía cabecera: Detalle del Templo de Diana, Mérida