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Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

Es un poeta de una alta calidad: elegante, equilibrado, culto, límpido… como aquellos escritores de la Generación del 14. En los siguientes artículos se puede deducir con más detalles que Juan Carlos Rodríguez Búrdalo es un poeta maduro, autor de una poesía muy elaborada y realmente sentida.

La vida en un podcast de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Castellón, Alcap, 2021)

Según asegura el poeta en el prólogo, “Mi poesía se mueve en el marco del humanismo existencial de raíz sombría”. De ahí que comience La vida en un podcast con un poema que encaja con la saudade portuguesa, un estado emocional que es el resultado de la mezcla de melancolía, nostalgia y angustia existencial como las que suele sentir Rodríguez Búrdalo en sus poemarios: “Todo toca a su fin. / Afuera el cielo / deja un rojo estertor sobre Lisboa” (22).

Sin embargo, aunque es de su agrado este estado de añoranza, el poeta es consciente de que la nostalgia no es un sentimiento positivo, porque desemboca en la soledad de sus recuerdos, que cada día se le hacen más irrecuperables como la imagen de la casa paterna ahora vacía: “Sus caminos se pierden en el tiempo, / su cobijo es siempre la soledad. // No es buena la nostalgia / raposa al acecho en venas del alma” (54). Y, además, este esfuerzo emocional lo lleva a profundizar en una reflexión más trascendente que, sin embargo, le resulta decepcionante, porque le advierte que sus deseos de pervivencia son un anhelo ilusorio: “Comprendí que el afán de eternidad / era el sueño tan cruel de lo imposible / en el negro sonreír de las estatuas” (59).

La melancolía que siente Búrdalo es una especie de pena romántica: “esperando la mano dueña, suya, / que las limpie y redima del olvido”, como la que inspira la triste arpa becqueriana que, arrinconada y polvorienta en el desván (23), representa un adverso sentimiento ancestral, provocado por el rápido paso del tiempo, que Búrdalo cree consustancial al ser humano: “[…] ese bribón / disfrazado de máscaras y rostros / que miente en el oído latitudes / donde habita el tatuaje de lo eterno” (24).

En tal estado, la búsqueda de la verdad le resulta una quimera, porque le parece un complejo concepto envuelto en misterio (30), que convierte en más enigmática aún su perenne melancolía (31), que no es distinta de la intranquilidad sentida por cualquier persona sobre el paso del tiempo, pero no de una forma tan afectada que llegue a convertir en totalizadora su concepción global de la realidad (32): “Todo ha sido pasar. Y nada queda” (55).

Solo desaparece la angustia momentáneamente cuando recuerda su feliz aunque, para él, efímera infancia, buscando un tiempo pretérito con el que soportar la realidad de su situación actual, en la que también sufre circunstancias y emociones adversas: ”Y te sientes vacío, tan vacío, / como un pájaro / que al volver al nido no encuentra nada” (36).

Y todo se acentúa al llegar la noche (“Cómo pesa la noche”, 38) por el cansancio vital acumulado, por los temores ante lo desconocido y, en definitiva, por la certeza del temido e ineludible final, al que la soledad lo lleva a enfrentarse sin apoyo ni acompañamiento alguno: “Ser para no ser. Ser / para acabar. / Ser solo” (56).

Y, como es lógico después de una honda y devastadora reflexión existencial, en la que el poeta emplea a tope sus recursos mentales e intelectuales, el poeta acaba sumido en una agotadora desorientación: “Y no supe volver a la ciudad, / perdido en la alameda de mi llanto” (59).

Arrasadora conclusión, que es la nefasta consecuencia de la Lírica del desencanto, cuando el poeta elude los asideros que le ofrece una existencia, aunque con pesares, suficientemente grata como para tratar también con la misma proporción y profundidad su participación en la magna obra del universo o su impresión emocional sobre la siempre afable contemplación de la naturaleza. O sus vivencias con el amor correspondido, las ilusiones satisfechas, los proyectos realizados y por cumplir, las experiencias imborrables, los sueños, la amistad o, simplemente, con la existencia, mirando el lado amable de la vida.

No obstante, todo está dicho con la elegancia expresiva, la elaboración equilibrada y la honda emoción, que Rodríguez Búrdalo consigue siempre imprimir a su singular y culta poesía, que se caracteriza por una elevada calidad, difícil de encontrar en el panorama poético actual.

Por estas últimas razones, me encantaría leer un poemario alentador de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo, donde no deben faltar, por supuesto, sus contratiempos vitales, ni tampoco las vivencias y sensaciones experimentadas hasta conseguir el éxito en su carrera profesional, donde ha llegado al más alto grado de la milicia, seguro que con un tremendo esfuerzo desde su condición temprana de huérfano.

Ese seguro talante, esa férrea voluntad, esa ilusión por conseguir sueños, por llegar a un lugar de privilegio (no para lucirse sino por superación personal) sería una excelente temática para un próximo y, con seguridad, extraordinario poemario de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo.

LATITUDES de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Córdoba, Ateneo, 2019)

En Latitudes, Juan Carlos Rodríguez Búrdalo realiza una reivindicación humanista de la naturalidad, la sencillez y la belleza real de la existencia (“¡Que nunca esta ciudad te niegue, nunca / sus torres sobrepasen tu verdad”, 25) frente a lo artificial, complejo e ingrato de la gran ciudad (“moles grises que parecen / un alto bosque de metal gemelo / y frágiles espejos sin azogue”, 22).

Y es que, en concreto, Latitudes es una desmitificación de esa urbe tan difundida y encumbrada, que tiene por nombre Nueva York (“La ciudad y tu verso van unidos / como el llanto de un niño a su orfandad“, 20). El motivo es que el poeta une a su visión humana de la ciudad, que no es positiva, el impacto descorazonador del poemario “Poeta en Nueva York” de Lorca, donde aparece como un lugar desabrido en el que no existe esperanza alguna desde la misma aurora (“La aurora de Nueva York / tiene cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas”), y la experiencia desencantada de la ciudad, que el poeta José Hierro (27) expone en Cuadernos de Nueva York: “Más allá, la ciudad, / desplegadas las velas de cemento /navega hacia su olvido, / noche, sueño, nunca” (de ”Apuntes de paisaje”).

Como contrapeso, Latitudes es también una mitificación de los recuerdos de la infancia del poeta (“estos pájaros / me han devuelto la luz esta mañana. / Tal vez porque su vuelo vine siempre / con el niño callado que soñaba / un cielo tan abierto como el suyo “, 21), del calor del hogar familiar que no existe en Nueva York, pues ha olvidado los sencillos gozos cotidianos (“Rutina, bar, comida callejera, / la manzana dormida idolatrada… / día tras día, siempre cada día”, 23) y de la naturaleza en su estado primigenio, a la que la mega ciudad ha vuelto la espalda (“Mas no puedo olvidar su trino limpio, / […] / la dicha de aprender en sus colores / la primera noción de la belleza”, 28).

No obstante, la urbe, que tiene también alguna virtud, recuerda al poeta la sensualidad, que le despierta Audrey Hepburn en la película “Desayuno con diamantes” (24). Pero lo considera un simple detalle frente a la abundancia de seres desfavorecidos a los que no alcanza la justicia social, representada en el poemario por un indigente africano con un miserable carro de abalorios (25), una mujer desquiciada en la vorágine de la gran ciudad (32), una exiliada profundamente infeliz (33) y los emigrantes indefensos en la Isla de Ellis (36). Todos son representantes del dolor profundo, que sufren los seres humanos marginados por el poder físico y crematístico de la gran ciudad. Aunque luego en la realidad ese poderío tiene poco de verdad y mucho de artificio, pues Nueva York descubre su impostura cuando llega la noche y “las horas mudan su piel, enfermas de neón” (31).

Finalmente, a la hora de la despedida, al poeta decepcionado le resulta dolorosa la vuelta a casa (“vuelvo / con el alma desnuda de esperanza. / Atrás dejo los sueños mutilados”, 41), porque el tiempo vivido en la gran ciudad se le ha ido, como las aves que ve marcharse al final del verano, sin que haya apreciado avance alguno en la construcción de un mundo mejor (“¿Qué puedo yo ofrecerte en despedida / si contigo se va también mi tiempo”, 44). Este es el motivo de que el poemario se cierre con la visión nocturna de Nueva York como exponente del impacto emocional, que causa al poeta su experiencia en la gran ciudad: “la noche / devorando lo tanto guarnecido / en la vieja mochila de los años” (45).

Después de la lectura de Latitudes, se ve que Nueva York ha conmocionado a Rodríguez Búrdalo, pero no por la grandiosidad de sus edificios de acero y cristal ni por su poder económico sino porque, lejos de actuar como un turista que ve únicamente lo superficial, se ha centrado en el aspecto humano de Nueva York y ha descubierto con pesar que el dolor de los seres marginales sigue patente pues, hoy como ayer, continúan siendo víctimas de la falta de solidaridad y de la deshumanización de la gran ciudad.

SI VOLVIERA MAYO de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Madrid, Beturia, 2015)

Ya en el mismo título aparece un sentimiento de pérdida, nostalgia, dolor existencial y certeza de vivencias que no volverán, pues el deseo expresado por el poeta está condicionado a que suceda algo que es imposible: revivir sus momentos de plenitud como, por ejemplo, cuando sentía año tras año el gozo de la llegada al pueblo de los titiriteros: “Y siempre con las tórtolas de mayo / […] yo los esperaba ajeno al tiempo / soñando sus baúles de aventura / la magia de sus vidas misteriosas” (15).

Luego el libro se encuentra jalonado de hondos pesares desde la lejanía del pasado, que traen a su mente la tristeza de recuerdos infantiles por la soledad que sintió en el colegio donde estuvo internado y la falta del calor de los seres queridos: “¡Oh, pobre adolescente desnudado / de afecto familiar!”, 13). De ahí que esas vivencias, en el presente, se hayan convertido en “un sueño calcinado” (13), pues esos recuerdos le provocan tal dolor en el presente (“este niño crecido que te llama”, 13), que convierte los hechos amables (“Y mi edad fue en el vuelo de aquel río, / y aquel río espejo de mi infancia, / el tiempo cereal de la belleza”, 15) en puro desencanto: “Un día el ventanal quedó sin luz / y se fueron los pájaros del alba. Asomado al crepúsculo de mayo / esperé inútilmente los furgones. / No volvieron. […] / los cómicos se hicieron del olvido” (16).

Y esta adversa actitud lleva a deducir que Si volviera mayo es producto de la necesidad de desahogo que siente el poeta en el repaso postrero, que se suele realizar en el crepúsculo de la vida (“Tal vez para vivir es necesario / buscar en las palabras del olvido / y correr al encuentro que ilumina / el bosque de los sueños en desorden, / secas ruinas del barro fatigado”, 52). Esta urgencia vital se detecta en los abundantes poemas extensos donde, como un exorcismo purificador, expone sus pesares para expulsarlos de lo más hondo de su conciencia y sanear su afectado bagaje anímico. Y los cuenta en largas tiradas de versos que indican con su extensos parlamentos no solo el apremio de decirlo sino la premura de expresar los hechos que le vienen doliendo desde niño: “Sólo el río pequeño sobrevive, / cada vez más cercanas sus riberas. / Y el hombre que las mira reconoce / que en sus ojos serán pronto sólo una: / aquella que guardó en su corazón / el niño que le espera entre las aguas” (17).

No obstante, el desconsuelo que prevalece en el contexto del libro, a veces es mitigado a modo de respiro emocional con una vuelta a la naturaleza, como si el poeta deseara regresar a su origen, al útero materno, al regazo de la tierra, donde se siente protegido, se reconoce y alcanza la paz interior: “He pasado unas horas en el campo, / monte adentro, en solares de amistad y memoria; / […] / Y, otra vez, en mi tierra, / en la bóveda clara de sus cielos, / me he reconciliado conmigo y con la vida” (27). También suaviza sus lastimosos recuerdos intercalando otros más placenteros relacionados con la sensualidad de momentos amorosos vividos en Besanza, un lugar donde ha debido experimentar en un tiempo pretérito un amor apasionado (“Besanza, patria muda / en los ojos ciegos de la pasión”, 34), hoy desaparecido porque fue fugaz o porque el tiempo lo ha destruido y solo puede traducir aquellas dulces evocaciones en una nostálgica rememoración del lugar: “Es la misma ciudad que hace unos años / envolvía con oro nuestros cuerpos / y dejaba su vaho en la ventana, / velando nuestro insomnio y nuestra piel” (33).

Pero estos momentos plácidos son una excepción en Si volviera mayo pues, una vez mencionados, enseguida dan paso a un conmovedor desamparo, como es posible comprobar, por ejemplo, en los versos titulados “Cicatrices de la memoria”, descorazonador poema donde rememora el dolor, la devastación y el triste recuerdo de la guerra civil cuando su padre murió trágicamente: “El día que declina ante mis ojos / no añade nada nuevo al gris relato / que guarda el corazón desde aquel tiempo. Lo que miedo y silencio fuera entonces / en silencio guardado permanece” (53). Y estos versos demoledores, en vez de aminorar la presión ambiental del poemario, la acrecientan hasta el punto de verse forzado el poeta a confesar el padecimiento de una profunda soledad por medio de unos versos estremecedores, ejemplo de condensación expresiva: “El tiempo ha sido tiempo, y ha cumplido. / La casa ya no está. Yo soy la casa” (57).

Sin embargo, Rodríguez Búrdalo, en este libro necesario para su consuelo emocional, aparece como un fino, equilibrado y culto vate, cuya calidad se observa en imágenes como “las lágrimas de plata que vierte …incierta mariposa en el olvido” (14) o “El tiempo […] / […] es un museo de silencio / con las puertas selladas bajo el mar” (53); en la entereza con la que afronta el regreso doloroso a su pasado, en el tono confesional con el que implica al lector y en la garantía de unos versos cuidadosamente elaborados.

DE PIEL Y HUMO de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

(Alicante, Aguaclara, 2000)

La lectura De piel y humo me ha emocionado y conmocionado ¡Qué enternecedora nostalgia, qué hondo sentimiento, qué pena tan enraizada, qué marcados recuerdos por lo perdido vierte Rodríguez Búrdalo en sus versos! Versos literarios por humanos, por el empleo de tópicos literarios (carpe diem, tempus fugitubi sunt?) y por el uso constante de imágenes creativas que llenan de belleza el poemario, ayudan a su comprensión y convierten muchas veces la palabra poética en conceptos puramente visuales a través de metáforas (“Besanza es el fulgor, / un lento galeón entre la niebla”), anáforas y paralelismos (“¿Hemos vivido? Dime qué te dice … ¿Hemos vivido? Dime qué te cuenta … el niño en mi interior que me señala”), símiles (“En la hollada bandeja de la tarde … mi corazón allí como una playa”), sinestesias (“que deja un peso dulce en la tristeza”) …

Poesía intelectual sostenida, además, en un excelente vocabulario donde destaca la selección de voces cultas y el uso original de palabras (frutece, liberta, feble, p. 40), la abundancia de recursos literarios (sobre todo de la imagen), una excelente elaboración (“La luz que ardía el último lucero / ha sucedido; ahora nos ocupa / y nos clava su lanza de alborada”, p. 37, por ejemplo) …

Esto va acompañado por detalles como la estupenda etopeya de “Octubre y despedida”, cuyo comienzo es “Me gusta octubre porque soy otoño”, o la valiente confesión de “Condena” (“el silencio poblado por mis miedos / latiendo entre las sombras más difusas”), o las interesantes y aclaradoras citas de estupendos poetas (Pessoa, Salinas, Aníbal Núñez …) o preciosos y enternecedores poemas como “Retratos”, donde recuerda a sus padres, o el verso final (“por encima de todo amo la vida”), contundente reafirmación de sus deseos de vivir, a pesar de los pesares. 

El resultado literario, por tanto, es un poemario de calidad.

asalgueroc

Fotografía cabecera: Acueducto de San Lázaro (Mérida)