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Un árbol solo

UN ÁRBOL SOLO 

 

DESNUDA SOLEDAD [2]

A José Miguel Santiago Castelo [3]

«Eres tú y no lo sabes

tu corazón te late y no lo sientes …

¡Qué plenitud de soledad, mar solo!»

J.R.J.[4]

Se tiende el campo a descansar.

Subiendo está mi cuerpo de hombre solitario

la montaña

en esta hora del día que deja caer

frutas entre los labios del paisaje.

Todavía una luz dulcemente

quema unas palabras

en busca de su nombre y apellidos.

Sube el silencio, cadáver del sonido,

a cimas deseadas,

brotando donde no se duerme jamás.

Se desangran estrellas y caen sobre los árboles,

sobre la yerba fresca,

sobre piedras en color vencido,

depositando larvas estelares

por la rendija del alma de las cosas.

Se vencen los senderos

ante pisadas invisibles,

humanas huellas enterrando flores,

debajo de la piel del universo.

Se quiere lo que no se amó,

a su debido tiempo,

lo que vuelto de espaldas

se desnuda de historias

y futuros,

como el olor de la rosa que no sabe

lo que ha perdido una tarde de invierno en primavera,

los infinitos dejados a la aventura,

esconden los instintos,

marchitan los besos olvidados,

los escritos de yerbas en el aire.

Alas heridas de la idea

igual que ese sonido

incapaz de encontrar pentagrama

que lo salve.

(De pronto desciendes al fondo

a contemplarte

y en un espejo roto encuentras una[5]

figura de ti mismo tan llena de sorpresas

que hasta te desconoces

encontrando otra vida,

otra manera de multiplicarte.)

Alto es el monte que debes subir, Jesús.

Un insondable abismo de hombre solo.

Ahí está el origen del vientre,

la madre del sustento,

regresos a horas que nunca fueron tiempo,

donde quemas memorias de un dios

que eres tú mismo.

Y otra vez en caminos solitarios,

como siempre.

Sólo la tiniebla tiene llaves

para cerrar la noche de una alcoba,

presencia ciega.

Menesterosos somos de Dios,

muertes vidas,

recuerdos y lágrimas,

paisajes que volando la memoria

trae tragedias de inmensas alegrías,

en sucesión continua,

repartidas,

en existencias de días y plegarias,

clausura de secretos,

de casa que perdimos.

(Todo es un desierto

que pueblo a mi manera.)

Vosotros me diréis quién soy

que yo me desconozco hasta el punto

fatídico de estar siempre esperándome.

«A donde me esperaba»

Juan de la Cruz

Llevamos subiendo montes mucho tiempo,

tanto que nadie me recuerda cuando subo,

escondido, infatigable,

olvidado, féretro de momentos,

camposanto de puertas derrumbadas,

de las tumbas abiertas, profanadas

por los nadies del mundo.

(Pongo la frente en el barro obstinado,

la palma de las manos, mi corazón dormido,

implorando la voz que me responda.)

Sigo buscando la cima …

En la ladera un lagarto devora grillos,

relámpago, urgencias, abuelos empapados de vino,

la amarillenta carta del campo.

Quisiéramos ser el rayo verde del lagarto

tendido en playas de evidencias,

en playas insultadas,

meditando sol, arañas,

la vuelta de la esquina.

El pasado

como la luz olvidada de unos ojos

que acechan el último desnudo

de mi animal posible.

Y el espacio, es todo donde cabe

un cuerpo consumido solemnemente,

solamente en su ritmo.

Así la soledad acariciando

la misteriosa e inagotable esencia

de la vida,

incomparable compañera

de las horas que caen en el vacío.

«La música callada».

Juan de la Cruz

Dichosamente cabalgan potros de lluvia,

fugas de fragancias campesinas

entre ramas de almendro que florecen

en el fondo ubérrimo de la gloria.

Libres golpean el agua, la yerba húmeda,

orillas de caminos;

felices van

escribiendo poemas de verdes yerbabuenas

que tropiezan con el son de un viento subterráneo.

Sueñan cumbres. Y la cumbre se deja contemplar

cada vez más lejos, más huida,

y nace una nueva soledad del tiempo muerto.

Hemos perdido la cuenta de las llamadas,

de la piedra que tiramos

para convertirla en mundo,

de tanto tiempo que llevamos subiendo esta montaña:

¡tanto! que no acabamos de llegar.

Quizás la cima esté aquí,

en cada uno de nosotros

donde no pusieron bandera,

ni mirada, ni pie,

y no nos atrevemos a encontrar

nuestra propia destrucción.

Debe de haber un momento,

un instante supremo

que se repita

y ser esa la cumbre de la montaña

que anhelamos perdida

sin saberlo.

Cuando regreso a mí, noto que soy auténtico

ser viviente, recién llovido suelo, cama,

intento subir a la ambición

de mi impaciencia.

Siglos hace que voy buscando solo,

nadas de mi soledad,

infinita pobreza, deshojadas distancias,

fosa del ser que está ya dentro.

A solas peno, a solas voy

con bagaje de cuentos y poemas

intentando encontrarme,

tener mi ser extraño,

sentimental,

conmigo.

«¿Cómo llenarte, soledad,

sino contigo misma?»[8]

Luis Cernuda

En pleno campo me desnudo

(desnudo me avergüenzo)

intentan mi piel y mi nombre,

entran en mi casa,

encienden la luz

(¡me miran muchos!)

Me acarician dulcemente.

Me tapan unas manos invisibles.

Descubro los que pisan la noche

profundamente conmovida.

Me asomo a ver la calle

y vuelan mariposas amarillas.

En todas las ventanas

agoniza un enfermo

que llena las aceras de lepra

y cera virgen.

Yo también soy enfermo

que deja por las calles podredumbre,

vomitadas noticias de borracho,

soledad prostituida

en cada esquina.

Distante, enardecido, fervoroso,

está lo que deseo.

Nieva en la noche de bosque no habitado.

Así mi soledad,

amante casta del momento mío

para olvidar lo que no tengo.

Y cae la nieve en mí y en la distancia mía.

¿Qué vamos a dejar a Dios de herencia

sino mapas en blanco, ilusiones frustradas,

soledad y esa nieve que nos cubre

perdonando al tapar nuestras preguntas?

La voz no sale de mi cuerpo,

quiero pedir ayuda y ya no puedo,

(¡la voz me pesa tanto!).

No van a oírme; nadie, aquí;

pierdo mi espacio una vez más:

todo, lejos: mundo, cumbre, espinas,

agudas indiferencias,

huecos de gritos de lamentos.

Y es que el cielo se abre para que todo pase

y seamos el imposible gobernador

del barco que navego.

Sangran las venas de mis años

prodigios tras prodigios,

hasta inundar mis ojos de mar muerta,

hasta escuchar una oración fantástica

de una prostituta en el recinto

de los abrazos perdidos

en un estercolero de jardines.

La fiebre sube la montaña,

sólo mi fiebre, delante de mí,

alcanza la montaña,

¿no soy yo quien va delante?

Mi cuerpo es banco de piedra

que se ha quedado en el otoño

del parque del olvido.

Se anuncian abandonos, contagios, maldecidos,

condenados, ley de vida,

la realidad de los objetos.

Mi soledad, aurora luminosa,

encontrada ahora mismo,

ya no la pierdo, la contengo.

Con su dolor de hembra asesinada

en altar que mantiene sacrificios

de hombre fecundado de verdades.

Yo soy mi soledad.

En ella habito altura y me confieso,

me desprendo de tierra, como el águila,

aunque una mano extraña me lo impida

tapando la vergüenza del desnudo

encarcelando carne en los instintos.

Refugio del terror en donde el día

siempre se ve detrás estremecerse.

SOLEDAD HABITADA [9]

A Manuel Pecellín Lancharro [10]

«Al borde del sendero

un día nos sentamos».

Machado

Sin respuesta posible:

noche plena para vivir la casa,

cuerpo silente, baño que habitar se desea.

Abrimos de par en par nuestros cansancios:

no ocultar la noticia de hombre solo:

fruto enterrado bajo tejas:

donde gentes devoran vírgenes;

inventamos victorias y fracasos;

honran, enorgullecen, alardean.

Y la vida no es nuestra, nos la roban.

El sueño es una pregunta.

¡Qué extraño es el silencio!

Estoy debajo, oculto. ¿Nada espero?

Con mi lamento doy, áspera roca,

no me vale arañar. El dolor de esas uñas

que gasté en el camino hace ya siglos,

me convoca.

Subo al lado de alguien que no conozco,

siempre tiene la cara de perfil,

un compañero que me condiciona

constantemente, pisando donde beso,

muriendo donde vivo,

viviendo donde muere mi palabra.

¿Quién se va? ¿Quién se queda? ¿Quiénes son?

¿Es que mana de mí dolor de tiempo?

Entro en busca de vosotros, voy hacia vosotros

los que habitáis, solos,

desde el principio, en las calles,

en las plazas públicas, en moradas

azules, entre papeles, en pleno bosque,

entre yedra creciente lamiendo el muro

del castillo encantado de aquel cuento,

en los asombros,

entre el musgo sombrío de la catedral,

secretos de sombra,

paredes de remansadas aguas,

fondos percibidos

seres despoblados.

Cuando os encuentro desaparecéis,

quedo vacío, roto en mil pedazos.

Peno sobre pedazos.

Y camino …

Me persigo, que es perseguir lo que no existe.

Es que ¿también la muerte pare?

¡Qué luz pare la muerte tan de noche!

Cuántas ansias de alcanzar el monte mío,

lo que me vence. Subo enloquecido,

lleno de impaciencias

parezco un suicida enamorado,

lleno de confusiones,

no puedo ver los pies que me pisaron.

Habito de nuevo mi soledad.

Hoy me fluyen seres extraños,

no entiendo su lenguaje

pero sí la colmena de doliente armonía.

Venid. Tengo la puerta abierta.

Entrad, fantasmas del recuerdo,

semblantes agónicos,

cadáveres líricos,

travesuras de Dios.

¡Todos al barco de mi mar!

Que de todos los niños que yo fui,

detrás de atardeceres de embalsamados días,

una pasión me sube a la esencial vivencia

de enamorada niña muerta.

Venid y descubrid la fuente serena

que brota en mi tristeza.

Sentaos a mi lado

para pasar las hojas

en un libro de estampas.

Escuchemos estampas

en sus ocios suaves.

Contemplemos estampas

inquilinas del tiempo.

Desde una mirada veremos aquello

que no fuimos

y quisiéramos haber sido

inventando cimas,

deformadas ausencias.

Ayuda que nunca llega.

Espesura salvada

a base de mentiras.

Inexplicablemente obstinado,

Dios naciendo, va sucediéndome.

Y ese Dios es mi historia y mi destino.

«En los escombros suena

una sinfonía familiar»[12]

Escombros nos vigilan.

Muchos montones de escombros

sosteniendo borrosas agonías

donde andan carcajadas humanas,

carcajadas antiguas;

quejidos agresivos,

herrumbrosos.

Nadie escucha a los escombros

las dolidas preguntas

de su soledad arropada

a cambio de buscarnos por sorpresas.

Nosotros somos escombros,

un fondo de la ciudad y de los gestos,

esparcidos y convocando un mundo

extraño y familiar.

Se deshacen los dedos,

alas dentro del cielo de la mano.

Hueco en la mano que tiene algo que no vemos:[13]

lenguajes de silencios,

al que nunca entendí

mientras estaba con vosotros,

que lo cierro en el puño

hecho pequeño dios,

para el bolsillo del alma,

en el pañuelo de los adioses.

Soy la tumba de mis muertos.

Los olvidados me desprecian,

-huele mal el olvido-

se pudren confundidos.

Podredumbre y despojos

tras la tapia de ancianas condiciones.

Aún escucho la música soñada

en misteriosa, tibia,

interna resonancia

en feliz mañana embarazada,

rojiza miel del día.

Me encuentro sin espacio,

cogida entre las manos la memoria,

estremecidamente,

hacia mi soledad.

Y me miraban.

Vendrán, dirán: «¿quién es?».

Es bastante decir.

Huiré para volver de nuevo

y, entonces, florecer en soledades

con dolor de existencia.

Cumplido todo en la derrota victoriosa.

Todo.

(Me lleno de imposibles

riquezas melancólicas.)

¿Quién viene conmigo esta noche sin tiempo

a pisar calendarios que secaron

sus días de oscuras esperanzas?

Estar solo: vivir dudas.

Mantenerme de dudas.

¿Vivir es, simplemente,

andar en uno mismo,

en sucesión de hombres

que vas amontonando?

Estar entre recuerdos.

Inventar un momento.

Descubrir el paisaje

que me habita en el alma,

en historias de siempre

que heredé de vosotros,

me llaman todavía

donde todo es posible meditando.

Asciendo hasta la cumbre.

Y bajo hasta mí mismo.

Me entierro en vientre de regreso.

Más cobijo de madre necesito.

Más tierra que cavar dentro del cielo.

(Una madre me invita,

y no es mía sino vuestra,

de todos los que solos

rompen muro de callejón sin salida,

asomarse a un pasado

que entrevemos de templo,

de ruinas, de restos no barridos.)

Subir es desprenderse de algo

que estorba: las raíces,

los despojos del cuerpo,

la vanidad fragante,

hasta alcanzar la cumbre

de nuevo nacimiento.

(Tengo tristeza tan costosa

que su valor inmenso me traiciona.

Penumbra de este bosque desvalido

que atraviesa, sin rostro, mis palabras.)

Llego, entro, demando.

Me siguen vigilando ojos, estrellas, ramas

alzadas, vuelos, invisibles luciérnagas.

Incomprensibles ojos de silencio.

Llevo mi muerto, con los otros muertos,

junto con los demás, dentro de mí.

Fosa común donde viene Dios

a oler mi podredumbre,

a escarbar con sus manos la tormenta

que a punto de estallar llevo conmigo,

voraz amor de mis criaturas.

(Mi Dios es insaciable

de hombres solitarios).

Vuelvo de no sé dónde

-nunca supe dónde estuve-

me multiplico fines y agonías,

me destrozo en vosotros

y no sabéis cuánto dolor me queda reflejado.

Reparto lo vivido:

escenas de tragedias,

paisajes engendrados

en cuadros que no pinto.

Cadenas de momentos donde vivo,

restos de casas y de calles,

supuestos del absurdo razonado,

a cambio de lecturas y lecciones.

Están todos. Nadie falta a la cita.

Hasta los sueños olvidados

que en busca de su imagen me persiguen.

Formas que reclaman mi soledad.

Vivencias que se pierden

en su propia existencia,

alzando ruiseñores,

fértiles, novelados,

para manjar de reflexiones.

En el nombre del hombre:

¿quién me concibe?

Anido soledad

con muebles nuevos, limpios;

con hechizados viejos muebles

en el desván del tiempo.

Habito mi soledad y la soledad me habita.

Es un milagro que hago cada día,

cada noche;

siempre que quiero, puedo;

lo sé.

La ilusión de vivir está

en crear la soledad a mi manera.

Mi doble soledad.

Un sapo entre la yerba

escucha, en mis oídos,

lo que no vemos,

lo que nos contempla,

lo que no somos.

Nos llenamos de cumbres

hasta perdernos en cualquier parte,

voces creciendo,

hombres que indagan quiénes son,

hombres perdidos misteriosamente.

Nunca se hace de noche

en esta habitación

inagotable.

Y siempre es noche fuera

si se agotan los grises

y los sueños.

Penetro

atravesando el bosque de los días,

me pueblo en la fuga,

sigilosamente.

Es que vivo

porque me viven

esta hora de vuelo

en las palabras.

Acabo de romper una mañana vieja

en la memoria que el ayer creaba,

haciendo mil pedazos a los dioses,

hiriendo y maltratando a la viejísima

manía que heredé de pesadumbre.

Porque presiento el día primaveral y alto

aún dentro de la noche a que me pertenezco

y un rastro de existencia perfecta en su candor

me tropieza el contorno de la espera en perfume.

Me roza el contenido abismado de un mundo

sin la pasión exacta, con la tiniebla dulce,

que ponen en mis manos.

Plenitud arrugada que semilla se ordena

y el alma es tacto que palpa la aureola

de cosas con sus ojos cegados e infinitos.

Aquí la libertad recogida en principio

de corazón temprano, nacido de la llama,

edad donde el recuerdo no ha sido todavía

enfermedad del hombre ni concepción de tiempo

ni cauce de la entraña presentida del sol.

Un viento de crisálida espiando venturas

late fidelísimo cerrando el horizonte.

Poco a poco nos nacen locuras y camino,

dependemos del aire que nos tiene cogido,

-araña en crisantemo- la pulpa de la carne.

Agrio momento eterno de la creación vivida

-el ayer no ha nacido porque nadie recuerda-.

El mundo en su principio se nota en las pupilas

que tiene por delante la aurora en el abrazo.

No me acobardaba el frío de perder lo ganado,

los dientes en acecho -la sangre me defiende-

y todo está tan cerca que lo tengo en la entraña.

Siento, amor, los almendros empapados de flores

tus cabellos de sombra en mi trigal de carne.

Visiblemente sola el alma que madruga

y Dios besando todo para lucir su día

primaveral y largo, ancho y granado de brindis.

Mi soledad anida en tristeza que se hace alegría

cuando quiere ser la paz donde golondrina muerta

canta cada mañana su melodía mágica.[14]

GENTE [15]

A Víctor Gerardo García-Camino[16]

«Junto a aquel otro río de noche y de días

corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías».

Jorge Luis Borges[17]

Me llevan con ellos,

humanamente me arropan y cobijan,

vamos camino adelante,

arrastrando los pies, hollando tiempo,

avanzando fijos en una idea

que nadie sabe ni conoce,

la luz arrancada del suelo,

cuando pasamos,

es una vía láctea llena

de impalpables estrellas,

y hacemos tardes, noches, mañanas …

Mi gente.

Mi gente que va y nunca viene.

Mi gente es un río que pasa y siempre pasa.

Siempre pasa la misma gente el mismo agua.

(El sapo se ha escondido

en la verde humedad de mi rincón

y respira conmigo el mismo aire

y me roba la música que invento).

No puedo liberarme, ni siquiera.

Empujan: causa, roca, duele el sueño.

Subimos todos juntos la montaña,

es por ahora el común deseo.

Vamos sordos, ciegos, por tierras

desoladas que habitamos -momentáneamente-

abrazadores del espacio,

y seguimos andando …

Ninguno se conoce a sí mismo;

ninguno somos todos.

Con ellos voy

cabalgo el caballo blanco del tío-vivo.

Me dan su pan y su vino.

Canto, bailo, grito. Vuelvo a bailar.

Vuelvo a gritar. Vuelvo a cantar.

Siempre volvemos a nuestra semejanza.

Pierdo dentro de mí algo que era

como un pájaro en un libro.

No sabría reconocerlos nunca uno a uno,

a todos juntos sí,

porque van sin caretas,

tienen la misma voz.

Una voz de sustento que constante

en oleadas rumorea despedidas

inmensas sin orillas.

Amargan los augurios,

las rosas de la espuma,

los labios secos, los pregones.

Brillan más las estrellas

cuando caen en los árboles y en las cimas.

Nos bañamos en cuerpos,

mar, río, laguna negra, adentro,

en un solo cuerpo que jubiloso se acrecienta,

frente a la fantasía

de otro crecer enaltecido.

Aumenta cada vez más el cuerpo común.

Nos hundimos, nos perdemos juntos.

Y nos volvemos a encontrar.

Es como un juego que inventan sabios

buscadores de muchedumbres.

Rugido de fieras en no sabemos dónde

-será la selva que viene por nosotros-

nos aprieta en el muro

invisible de sombras.

Somos náufragos que nos salvamos siempre

juntos, unidos, abrazados,

con la monotonía de la intriga

aún dentro del silencio,

celosamente guardado, que vivimos.

No me dejan huir

ni acordarme de mí unos instantes.

Sobran recuerdos, trozos, restos,

se tiran al camino,

se estrujan, se maltratan.

Deshechos, despilfarros,

van quedando detrás,

biografía del polvo

para ser estudiada.

Van quedando detrás los excrementos,

estela humana estremecida,

que denuncia el dominio

bochornoso del hombre.

(Ignorado me encuentro.

Más desnudo que antes.

Nadie me mira ni me escucha.

Pertenezco a los otros

a quienes reconozco,

sin querer destruirlos,

porque posiblemente me destruya).

(El perfume del mundo

está rozando el cielo).

Nos vertemos en fiestas

olor humano de las ferias.

Bestia que llega y se cambia,

hecha un temblor de grises,

una montaña que se aleja.

Gente que se sucede.

Agua que empuja al agua

viento que empuja al viento,

hombre que empuja al hombre,

la costumbre que empuja a la costumbre.

Sinfonía de pasos y latidos,

ganamos y perdemos,

nos arrastramos alegremente,

masa de luz que rueda el mundo.

Todos somos cada uno de nosotros:

cuerdos, locos, lisiados,

libres, encarcelados …

Y monte arriba, monte abajo,

para empezar otra vez: montes, peñas,

penas, muros, rejas, calles, nubes,

anhelando la cima.

El que se canse que se vaya.

Nadie se va. ¿Adónde ir?

La encina maternalmente cunea

el vuelo de la paloma enamorada, campesina,

que huyó de indiferencias.

Miro para no veros

(os veo a cada uno de vosotros

en mí mismo si os contemplo).

Miré para enterarme …

y escuché una alondra

escondida en el pan

que me comía.

Esperaban mujeres en esquinas,

hombres en plazas y niños

en jardines y recreos,

con los ojos abiertos a la noche.

En un rayo del alba

colgamos ilusiones los que vamos

a un mundo codiciado,

a un tiempo sin nostalgias,

a tierras de pensadas lejanías.

(Venimos si añoramos

rodando unos momentos de nostalgia).

Querer es voluntad

de vino encarnizado.

Hacen planos: todos nos reímos.

Hacen proyectos y todos nos reímos.

Hacen historia y todos nos ponemos a llorar

al mismo tiempo.

Monte que crece de sí mismo.

Tormentosa amenaza: la guerra.

Hacemos mundos: el mundo.

Allanamos sembrados.

Destruimos a los otros.

Empujamos la tierra,

llenamos los vacíos

de vírgenes y de dioses,

sembramos en el cieno

una nueva simiente

y seguimos subiendo.

Sabiendo que nadie nos espera

en la otra orilla de la vida

que no habrá banderas ni pañuelos,

ni adioses de amapolas,

ni siquiera el suicida

en rama florecida del ramo de la gente.

Vamos buscando algo perdido,

cambiando nadas de esperanzas,

dudas a las respuestas,

quién tuvo alguna vez

una sórdida zahúrda para él solo.

Enardecidos, de misterios, vamos.

Vuelan vísperas, frutos,

pájaros asustados.

A media altura estrellas transparentes

y espíritus de arañas,

que tejen el sol del medio-día.

Se cubren muertes, muertos,

se ordenan, se abandonan

-no sirven- y se guardan

en aguas turbias de encharcadas ausencias,

conmovidas por peces invisibles.

Se cultiva la muerte

y nace de la muerte

-¡oh vocación voraz!-

la humanidad entera.

La cima que buscamos estará

en otro sitio,

en otro monte, más allá;

en otra fábula,

en otra forma ahorcada,

supuesta se dilata.

Aunque lleguemos a esa cima

habrá que subir a otra

para empezar de nuevo

un bosque en primavera.

Sea. Voy con vosotros.

No me esconderé jamás

en la alcoba del cerebro,

en el confesionario,

en el ¡ay! de los lamentos,

en el silencio,

en lo oscuro y bajo de la raíz,

en yerbas de construidas tardes,

en rastreado cielo de yacija.

Quiero ser vosotros

con quien pueble.

Vamos juntos, codo a codo,

hombro a hombro,

llenos de certidumbre,

fecundas canciones

aprendidas después de la tormenta,

cuando la tierra huele

a hembra entre las manos,

a fondo de pasiones muy antiguas

que quedaron detrás de las vidrieras.

Las cosas olvidables

las llevamos, de más, en los bolsillos.

Inmensa muchedumbre,

que viene desde dentro,

nacido manantial

en rocas de montaña,

resto de no existencia,

que selvas vírgenes va arrollando

en la celeste nube de la aurora,

masa con la que Dios construye

su morada de universos.

(La soledad: sólo medida de estatura,

caída, derrumbada,

columna de una ruina

que sostuvieron templo

donde azahares de sol

doran imágenes inventadas).

Llueve sobre el monte: llueve cristal.

Llueve cristal sobre cristales rotos.

Abandonados panoramas.

Todos bailamos al son de lo que tocan.

Vamos unidos, por un invisible

cordón umbilical,

a no sabemos qué.

Nadie oculto en la enramada.

Hay una inmensa mañana

que busca el mediodía.

Cantamos a coro.

Ardemos en una sola llama.

Nos prestan, les prestamos.

Soltamos alegrías anunciando

la nueva buena de la gente.

Descubrimos paraísos.

Inventamos frutas de esperanzas

para aliento común de tantos hombres.

Hospital latiendo en la alameda

mana amorosamente sangre,

vibra, palpa, toca campanas,

enreda dedos en la luz del día.

Delante,

en medio,

detrás.

Caemos según vientos.

Somos nosotros: simplemente.

-¡Pasajeros al tren!-.

Un tren que siempre marcha

dejando inquietas estaciones

al lado del camino.

Nosotros somos mundo.

Construimos.

Atravesamos espejos,

tejados, abismos,

edades, escarnios, historias,

arrancando de cuajo

toro, roca, horizonte,

que se nos ponga por delante.

Nosotros: la gente.

«¿Qué adelanta el hombre

saciar en este mundo sus deseos

ver realizadas sus esperanzas?»

Omar Khaiame [18]

Llevamos a los muertos.

Muertos que están en nosotros

mejor que no dejados

en ese campo entumecido

de pergamino a marchitar

en animal sediento,[19]

abrimos la puerta del espíritu

para que entre el aire

y respiréis amor de huerto limpio.

Tomad lo que tenemos,

besos perdidos

tras la tapia del cuerpo

y poco más nos queda

que daros porque nada tenemos.

Juntaremos la tierra con el cielo,

en la línea de las alas

cuando la tierra vuela.

Como la vemos

desde el fondo del sótano.

Hay quien viene por su sonrisa,

hasta llegar al fin que no queremos,

humillando el sendero de los versos.

Los hay que vienen tristes,

cansados, soñolientos,

servidores sin amo,

arrastrando las venas,

cadenas de otro tiempo,

en busca de misterios

que están dentro de todos,

lago de sombras

añorando cuerpos.

Hay quien viene

con trozos de canciones románticas

para ver si en el coro

encuentra lo que falta.

Hay quien viene descalzo,

perdido

y nos encuentra.

Y quien trae semillas

de hiel en los bolsillos

para pagar las deudas

de otros hombres al hombre.

Aquí todo nos sobra.

Juntos repartiremos

sufrimiento,

por nada;

repartiremos iracundia,

por nada;

repartiremos alegría

felizmente lograda

para todos.

Corren delante

sabios de la piedad,

filósofos del cuento,

jueces de penas,

científicos de probetas,

obreros del color y del aroma,

poetas limosneros,

los que medran …,

no los alcanzaremos.

Ver nuestros ojos,

detrás noche cerrada,

luz de tiempos,

animal de sí mismo,

que nos guía.

Venid los que faltáis,

humildemente,

para ser la soberbia

que jamás se detiene.

«Hablan las aguas y lloran

lloran las almas y cantan»

J.R.J.[20]

Escuchad esas ramas

de sombra encaramadas

en la tarde del barrio.

Escuchad esas aguas

de miradas inciertas

que se asoman a veros.

Escuchad los latidos

del corazón del otro

que contigo amanece santuario.

(Escucha antes que nazca

la música en tu oído).

Dejad a las palabras

podrirse a su manera.

Despójate insensato

del niño de nubes que navega en ti,

de fantasmas, de velos,

del ayer, de la suerte.

Purifica intenciones,

para subir

locuras de quijotes,

pueblos de sanchopanza,

sueños que ascienden tramo a tramo

en escaleras de alas y de ramas,

abismándote en cumbres.

Somos la fe de la existencia,

la esencia de la vida

gente que se refleja

llenando tierras

hasta el más pequeño hueco,

que reserva el instante

hermoso en su fatiga.

(Un hombre solo no cabe

en el ancho y profundo

universal espacio).

Levantamos un polvo amarillo de aurora

que nos sigue y envuelve.

Quien salta la comba azul del horizonte

se da de cara con el cementerio de su aldea.

Lo mejor es seguir como hasta ahora.

Dios baja tanto, tanto, tanto,

que parece uno más;

gente entre la gente.

Uno cualquiera que se alegra

bebiendo vino con nosotros.

Nos fundimos en danzas

de la marcha común.

Dios late en medio de la multitud

y nos abre puertas de ciudades y campos.

Camino hacia la aurora.

Estrenamos trajes, cal y arena,

de domingo.

Hacemos avenidas

de imposibles mañanas,

de pasiones sorprendentes.[21]

Y damos lo que sobra.

Y ya nos bastaría.

Repartimos misterios

en comunión de asombros,

ganadas aleluyas

en comunión de asombros.

Todo lo que tenemos,

lo mejor que tenemos

lo damos a los hombres

inéditos

del mundo.

Seguimos eternamente subiendo

juntos la montaña,[22]

humana masa de pan que a Dios mantiene.

La cima está tan cerca

como esa soledad que mana de nosotros,

cuando pasamos la gente,

los que vamos andando tierras,

silencios, noches, días, tiempo,

sin regreso posible.

Los que vamos.

El destino es así.

Nuestro destino.

Y de nuevo a cantar en el coro.[23]

Danzar en la armonía

de la arboleda de los pájaros.

Y un llorar hacia dentro

para que nadie sepa

que una espina pequeña

se nos clavó en el pie

y anoche no dormimos.

En medio del paisaje,

en la llanura,

trémulo de emoción,

un árbol solo.[24]

NOTAS

[1] El título representa el símbolo central de la obra poética de JDV, la soledad, que el poeta considera el destino natural del ser humano, pues su intelecto no le permite llegar al contacto con Dios. «Un árbol solo», por tanto, significa «un hombre solo», «una conciencia sola». Las críticas supieron reconocer las cualidades espirituales y líricas de este libro capital: «Un árbol solo es un espléndido y conmovedor discurso […] que le deja a uno un hormigueo de inquietud, por su apasionamiento, por su impresionante sinceridad» (carta de Ricardo Senabre a JDV, 31-12-79, APJDV). Fue reeditado en 1982 por la misma editorial y presentaba algunas modificaciones: la portada de la 1ª ed. lleva un dibujo de Zamorano (el mismo dibujo que ilustra la p. 17 de La montaña); la 2ª ed. está adornada por un dibujo de Bonifacio Lázaro. La 1ª ed. no tiene dedicatoria; la 2ª ed. tiene dedicada cada parte a una persona distinta. La 2ª ed. presenta algunas variantes, que se comentan en las notas siguientes. La contraportada de la 2ª ed. lleva un comentario biobibliográfico sobre JDV. La redacción transcrita corresponde a la 2ª ed.

[2] JDV en Un árbol solo describe las tres etapas de su evolución espiritual. En la primera, “Desnuda soledad”, indica que comenzó la búsqueda de Dios aislado de sus semejantes, solo en su conciencia y lejos de las circunstancias de su entorno. En el original la maquetación presenta problemas con los intervalos entre tiradas de versículos.

[3] Nació en Granja de Torrehermosa (Badajoz, 1948). Es subdirector del periódico ABC, escritor, conferenciante, periodista , director de la RAEx y poeta (Tierra en la carne, 1976, La sierra desvelada, 1982, Cuerpo cierto, 2001). En 1971 conoció a JDV y con él estableció una cálida relación, que ha dejado patente en artículos como «Delgado Valhondo» (ABC, 29-5-79) y «Siempre esa voz, maestro, tu palabra» (Hoy, 22-5-88), el prólogo de Huir y dos poemas póstumos («Soneto desde el mar para JDV», Kylix, nº 29, 1993 y «Tragedia de Extremadura», Tribuna del Liceo, nº 1, 2000). JDV le dedicó además su libro de relatos Cuentos y narraciones (Cáceres, Extremadura, 1975).

[4] Las cuatro citas de la primera parte guían al lector por la soledad interior del poeta que, en un principio, anhela la plena soledad (se recoge en estos versos de Juan Ramón Jiménez, que son los tres últimos del poema “Soledad» de Diario de un poeta recién casado) debido al recuerdo del fracaso de su búsqueda de Dios (1ª cita de San Juan de la Cruz) y a las dudas, provocadas por esa melodía universal que, paradójicamente, lo convoca a seguir buscándolo (2ª cita de San Juan de la Cruz). Al final, duda porque, aislado, comprueba que la soledad no puede llenarla de conocimiento sino de más soledad (cita de Luis Cernuda).

[5] 1ª ed.: «Y en un espejo roto encuentras una misma / figura de ti mismo». 2ª ed.: Es suprimida la palabra «misma» para evitar la reiteración innecesaria “misma … mismo”.

[6] La cita es el v. 18 de su poema “Noche oscura del alma”.

[7] El verso de la cita es el 73 de su “Cántico espiritual”. Los versículos que siguen a esta cita del poeta carmelita fueron editados como un poema independiente en el periódico Hoy (Badajoz, 22-5-88).

[8] vv. 1 y 2 del poema «Soliloquio del farero» de Invocaciones, poemario de Luis Cernuda.

[9] El título de la segunda parte de Un árbol solo muestra el contenido de la segunda fase de su evolución espiritual: El poeta sale de su “desnuda soledad” para ir al encuentro de los demás, pues no ha conseguido hallar a Dios en su conciencia y necesita de sus semejantes para  rearmarse anímicamente e intentarlo de nuevo.

[10] Manuel Pecellín Lancharro (Monesterio, 14-9-44) es profesor, escritor, promotor de actividades culturales e investigador (Bibliografía extremeña, 1997 y 1999, Pensadores extremeños, 2001), cuya Literatura en Extremadura (1980 -I-, 1981 -II- y 1983 -III-) ha sentado las bases para la reconstrucción de la historia literaria de Extremadura. JDV le mostró su aprecio con esta dedicatoria, el poema «Canción para Manuel Pecellín» (ver en «Y otros poemas») y su inclusión en la despedida de Huir. El afecto de Pecellín se detecta en el estudio que le dedica en el tomo III de su manual, en varios artículos como «Mi Jesús Delgado Valhondo» (Hoy, 22-5-88) y en el poema «Nocturnos» (Badajoz, Kylix, nº 29, 1993).

[11] Las dos citas de la segunda parte de Un árbol solo son puntos referenciales, que muestran la necesidad sentida por el poeta de salir desde su soledad interior al encuentro con los demás, porque sabe que solo no podrá resistir su aislamiento y, antes o después, tendrá que ir en su búsqueda (los versos de esta cita de Antonio Machado pertenecen al poema XXXV de «Del camino» incluido en Soledades, 1899-1907). Pero, cuando el poeta se decide, advierte que no puede soltar el lastre de su pasado ni de sus recuerdos (cita propia de Jesús Delgado Valhondo: «En los escombros suena / una sinfonía familiar”). De ahí que, finalmente, opte por romper con su pasado para unirse a sus semejantes.

[12] Esta cita anónima encierra una idea que JDV debió tomar de sus lecturas de la poesía oriental -Tagore, Khaiame- relacionada con la filosofía budista, para la que las vivencias experimentadas por todos los seres permanecen en los lugares donde han existido. De tal manera que la vida es una especie de película sin revelar que perdura imborrable hasta el fin del mundo, momento en que la divinidad procederá a revelarla.

[13] 1ª ed.: «Hueco en la mano que tiene algo de que no vemos». 2ª ed.: Se suprime la preposición «de» para corregir un error gramatical.

[14] La RO de los dos últimos versículos es el poema “Presentimiento del día primaveral (Resurrección)», que JDV incluyó en la RO de La esquina y el viento y, posteriormente, suprimió en la RP cuando realizó la selección pedida por José Hierro. Quizás JDV lo quitara porque ya tuviera en mente Un árbol solo y reservó estos versos para utilizarlos en el momento propicio, que llegó con la elaboración de su libro cumbre. Este poema ha sido transcrito en “Poemas de la redacción original de La esquina y el viento” de “Y otros poemas” por su larga extensión.

[15] La tercera etapa en la evolución espiritual del poeta es el encuentro con los demás; de ahí su título. El poeta se ilusiona con su abandono de la soledad, pues piensa que con sus semejantes podrá hallar a Dios. Pero esta ilusión de ver unidos a todos los seres humanos hacia el encuentro con Dios terminará en el estado de soledad inicial, pues no todos sus semejantes valoran la espiritualidad ni todos quieren actuar solidariamente en beneficio del bien común.

[16] Director de la biblioteca pública de Cáceres durante muchos años y autor de estudios sobre la lírica de poetas cacereños como los titulados Antología de José Canal (1980 y La poesía de Fernando Bravo: Estudio crítico (1999). Se relacionó con JDV cuando coincidieron en Cáceres y le dedicó un ensayo titulado «Jesús Delgado Valhondo: Aportación para un comentario» (REEx, nº 1, 1982) sobre Un árbol solo el mismo año de la 2ª ed.

[17] Las citas de la tercera parte de Un árbol solo son tres referencias que indican el encuentro gozoso con los demás (estos versos de Borges son de su poema «Al vino» de El otro, el mismo) y, enseguida, el desencanto de la duda sobre la inmortalidad, que apaga la euforia (cita de Omar Khaiame), y la tristeza de comprobar que no hay solución posible a la soledad sufrida por el ser humano, que se ahoga en el llanto y se ve obligado a continuar solicitando ayuda para resolver el enigma indescifrable en que se encuentra (cita de Juan Ramón Jiménez).

[18] Omar Khaiame, matemático y astrónomo persa (1050-1122), es el autor de uno de los más famosos poemas de la Literatura universal, «Rubaiyyat», que versa sobre la relación entre la naturaleza y el ser humano. JDV debió llegar a su lectura después de conocer en 1933 a Rabindranat Tagore, que le impresionó por su sensibilidad y lo hizo interesarse por la poesía oriental («Tagore», Hoy, 14-6-61), o por medio de la lectura de la poesía de Jorge Luis Borges.

[19] 1ª ed.: los seis primeros versos de este versículo dicen: «Llevamos a los muertos. / Muertos que están en nosotros / mejor que no enterrados / en ese campo yerto / de pergamino ajado, / de animal consumido». 2ª ed.: JDV reelabora estos versos para destacar con más seguridad que el anhelo de Dios sigue existiendo aun en los cuerpos muertos.

[20] Son los vv. 7 y 8 de la quinta tirada de versos del poema «Generalife» de Unidad, libro de Juan Ramón Jiménez: «Pero se vuelve otra vez / del lado de la desgracia; / mete la cara en las manos, / no quiere a nadie ni nada, / y clama para morirse, / y huye sin esperanza. / … Hablan las aguas y lloran, / lloran las almas y cantan”.

[21] 1ª ed.: «de pasiones extrañas». 2ª ed.: el poeta cambia «extrañas» por «sorprendentes» para recalcar las vanas ilusiones que el ser humano se forma cuando no quiere darse cuenta de la magnitud de sus problemas existenciales.

[22] En el relato «Mastín, cállate; que ya la noche» de Cuentos y narraciones (1975) aparece este texto: «Sigo, subiendo, como antes, a la montaña con mi mastín. Nunca conseguimos coger el cielo», que es una síntesis de los dos últimos versículos de Un árbol solo, editado en 1979, cuatro años después de publicar Cuentos y narraciones. Por tanto el relato es el germen de esa parte del poema.

[23] En este versículo JDV adelanta el sentido del título de su libro Los anónimos del coro.

[24] En el relato «El descanso» de Ayer y ahora (1978), JDV realiza una reflexión que orienta a la hora de entender a qué tipo de soledad se refiere y adelanta su idea de la huida: «Entre un hombre aislado y un hombre solo hay mucha distancia. A mi isla, llegan; a mi soledad, no. He decidido poner mi isla un poco lejos. Huir. Voy a ir a pasar unos días a un pueblo donde nadie me conozca para descansar. Quiero estar conmigo mismo. Aislado y a solas», p. 120. Los dos últimos versículos de Un árbol solo han sido editados como un poema independiente en “Jesús Delgado Valhondo o la espiritualidad de un hombre cualquiera” del autor de esta edición (II Otoño literario … y solidario, Badajoz, Santa Marina, 2000).

Fotografía cabecera: Presa del pantano de Alange